fcollin praxis de la diferencia - cap. 1

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Collin

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  • FRANCOISE COLLIN

    PRAXIS D E LA DIFERENCIA

    LIBERACIN Y LIBERTAD

    Marta Segarra (ed.)

    Sagardiana Estudios Feministas -

    , AAKaSrmeia 1 3 ^ M U J E R E S Y C U L T U R A S

  • Libro Amigo de los Bosques El papel de este libro es 100% reciclado, es decir, procede de la recuperacin y el reciclaje del papel ya utilizado. La fabricacin y utilizacin de papel reciclado supone el ahorro de energa, agua y

    madera, y una menor emisin de sustancias contaminantes a los ros y la atmsfera. De manera especial, la utilizacin de papel reciclado evita la tala de rboles para producir papel.

    La Serie Mujeres y Culturas, dirigida por ngels Carab y Marta Segarra (Centre Dona i Literatura, Universitat de Barcelona), aborda campos nuevos que responden a los cambios sociales y culturales de nuestro tiempo y pretende colaborar en la configuracin del corpus terico en lengua espaola con respecto a la crtica de gnero y los estudios culturales.

    Diseo de la coleccin: Laia Olivares Ilustracin de la cubierta: Muntsa Busquets

    Francoise Collin de esta edicin: Centre Dona i Literatura

    Icaria editorial, s. a. Are de Sant Cristfol, 11-23, 08003 Barcelona www.icariaeditorial.com [email protected] ISBN: 84-7426-862-1

    Prensas Universitarias de Zaragoza Pedro Cerbuna, 12 - 50009 Zaragoza [email protected] ISBN: 84-7733-839-6

    Depsito legal B-22.335-2006

    Composicin Grafolet, S. L . Aragn, 127, 4 l 1 - 08015 Barcelona

    Impreso por Romany/Valls, s. a. Verdaguer, 1 - Capellades (Barcelona)

    Todos los libros de esta coleccin estn impresos en papel reciclado Printed in Spain. Impreso en Espaa. Prohibida la reproduccin total o parcial

    NDICE

    Presentacin de la editora 7

    Introducc in 9

    P R I M E R A P A R T E P E N S A R L A D I F E R E N C I A S E X U A L

    ( I.) Praxis de la diferencia. Notas sobre lo trgico del sujeto 21

    II. Deconstrucc in o destruccin de la diferencia de sexos 43

    III. De lo moderno a lo posmoderno 59

    S E G U N D A P A R T E I M P L I C A C I O N E S TICAS

    IV. Direccin desconocida 85 V . Borderline. Por una tica de los l mites 93

    V I . Historia y memoria o la marca y la huella 111 V I L Hannah Arendt: la accin y lo dado 127

  • I PRAXIS DE LA DIFERENCIA. NOTAS SOBRE LO TRGICO DEL SUJETO

    ser el sujeto libre y hablante y desaparecer como el pa-ciente pasivo que atraviesa el morir y que no se mus era...

    Maurice Blancliot

    La crtica posmetafsica del sujeto parece coincidir con el derrum-bamiento de lo poltico y del pensamiento de lo poltico. Sin em-bargo, hoy resuenan dos afirmaciones aparentemente contradicto rias. Por una parte, el advenimiento de lo femenino es la muerte del sujeto, dado que la dualizacin del sujeto y del objeto es una posi cin flica. Por otra parte, las mujeres, secularmente sujetas [assujetties], quieren volverse sujetos plenos [sujetsapartentihr\. A recorrer esa apora se consagran estas notas. Cmo quien no es puede ser s mismo? La pregunta se aborda aqu a partir de l.i cuestin de la diferencia de los sexos pero no se limita a ese regisi ro.

    La muerte del sujeto

    La muerte del sujeto, del sujeto tal como lo habra instituido la poca moderna, pero tal vez tambin toda la historia de la filosofa desde Platn si se presta odos a Heidegger, es interpretada de distintos modos y en registros diversos por una corriente importan te de la filosofa contempornea, calificada de posmetafsica y aun de posmoderna. Las campanas del sujeto no acaban de doblar. Pero quin hace doblar las campanas? Y por quin doblan las campanas?

    El pensador ya elabor el duelo del fundamento a partir del cual el hombre poda aprehender el mundo abierto frente a l como un terreno apropiable en su totalidad, al menos potencial, de esta vi sin exenta de punto de vista desde la cual lo que es se ofrece sin

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  • ngulo de sombra. Y la visin misma como metfora principal del saber se ha vuelto sospechosa. El pensador ha elaborado el duelo de ese primer objeto privilegiado, el yo mismo. El saber y la verdad se bifurcan, ligado el primero al destino instrumental de la tcnica, condicionada la segunda por la destitucin del dominio. De ahora en adelante el ojo escucha. El decir es recogimiento del Ser o del Otro. La escritura deconstruye el libro. Quien habla no es origen de la palabra ni de su palabra. La era de la representacin y de la autottepresentacin se derrumba en el despliegue de la presencia-ausencia. El hombre es aquel que no se acompaa. 1 Es aquel que viene despus. A la seguridad del pienso luego existo responde el eco, tres siglos ms tarde: pienso luego no existo (Blanchot, 1989; Arendt, 1981).2

    Cuando denuncian la ttadicin del pensamiento dominante como operacin del dominio instrumental a travs de la dualiza-cin del sujeto y del objeto y la asimilan a la posicin masculina, las mujeres, las feministas, avanzan pues sobre una tierra quemada: ya hace algn tiempo que ese sujeto-amo ai que se oponen se ha hecho el hara-kiri, al menos en el espacio filosfico. El propio Derrida ha efectuado la unin entre la posicin logocntrica y la posicin flica forjando el trmino falogocentrismo para designar la tradicin metafsico-cientfica interrogada por Heidegger. (Y elementos del psicoanlisis permiten fundamentar en la morfologa sexuada la propensin masculina a favorecer lo visible y lo manipulable, a partir del objeto desprendible.) Aparentemente, la denuncia ya no tiene, pues, motivo. La filosofa misma ha comenzado su devenir mujer en las temticas de lo no-uno, de la diferencia o de la diferancia, de la diseminacin, de la pasividad, del acogimiento, de la receptividad, de la vulnerabilidad, del no toda, de lo indefini-do, de la alteridad radical...

    Podemos preguntarnos, sin embargo, si el lazo que ciertos fil-sofos anudan entre lo posmetafsico o la destitucin del sujeto y lo

    1. Parfrasis de un ttulo de Maurice Blanchot: Celui qui ne m 'accompagnait fas.

    2. Slo en la medida en que piensa, es decir, segn Valry, en la medida en que no es (Arendt, 1981, p. 235).

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    femenino, con la complicidad de una corriente del feminismo (las mujeres estaran por fin del lado bueno) no da lugar a confusin. Son aptas las metforas sexuadas para designar categoras lgicas u ontolgicas? No estn cargadas de un peso histrico e ideolgico que se resiste a esta reduccin? Por lo dems, al recurrir a ellas, el pensamiento filosfico opera necesariamente una seleccin, sin que sta se elucide ni se justifique jams. De lo femenino slo se retiene la carga til, la parte noble: la receptividad, es decir, un cautiverio decantado de la servidumbre o de la ineptitud para lo simblico que le estn tradicionalmente ligadas.

    El efecto de novedad consiste en todo caso y esto no carece de importancia en invertir los ndices de valores tradicionalmente dados a la sexuacin. De ahora en adelante, la verdad est del lado de lo no-uno. Pero esta inversin de valores sigue siendo especula-tiva. No afecta para nada y ni siquiera concierne la posicin efectiva de los hombres y de las mujeres, que se pone as entre parntesis. Las metforas de lo femenino, tomadas de una categora de seres huma-nos empricos las mujeres se desprenden inmediatamente de ellos. As, magnificar la dimensin femenina consigna inmediata-mente lo poltico a lo ontolgico. En ltima instancia, y aunque ello no est por cierto en la intencin de los filsofos, esta confusin podra tener el efecto perverso de confirmar a las mujeres en su posicin, asimilndose esta posicin, en apariencia, al ser en el mundo verdaderamente humano. Si mantenerse en la verdad es acoger lo que se da, todo voluntarismo la decisin (poltica) de cambiar lo que es aparece entonces como una recada en una posicin flica de dominio ahora estigmatizada: la gran ilusin. Desde este punto de vista, puede considerarse que el feminismo (como trabajo de transformacin) no es la realizacin sino la trai-cin de lo femenino: el devenir hombre de las mujeres. Por una sutil reversin, es el filsofo hombre el que se vuelve portador de lo femenino y la feminista mujer quien ocupa la posicin flica aban-donada, como algunos no dejan de achacrselo. Esta conversin a lo femenino no priva, sin embargo, a quien la reivindica de la autoridad de la que goza, la autoridad de la palabra, que acredita su posicin social. Atribuir al ser en el mundo lo que de ahora en adelante se califica como femenino no lleva, sin embargo, al con-junto de los seres humanos a compartir la suerte de las mujeres, ni

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  • aun a tomarla en cuenta. El mea culpa del sujeto falogocntrico occidental no afecta el lugar de quien lo pronuncia.

    Los juegos interpretativos de lo masculino y de lo femenino no tienen mucho que ver con la realidad de los hombres y de las mujeres y tienden incluso a disimularla. Ya que son hombres, escritores o poetas, quienes en la crtica posmetafsica del sujeto ilustran la posicin femenina. Son Hlderlin, Artaud, Joyce. No hay all un deslizamiento semntico? Puede as procederse a la intercambia-bilidad de la escritura y de lo femenino como figuras de la disemi-nacin y de lo indecidible?

    El feminismo, al reanimar la dimensin del discurso en la escri-tura y el proyecto en la errancia, aparece entonces como un avatar de la posicin metafsico-dialctica. Siempre llegando tarde, las mujeres pretenden set sujetos cuando ya no hay sujeto. Enarbolan la bandera de la autonoma sin comprender que la verdad est en la heteronoma, que ella es ley. Quieren la cabeza de lo acfalo. Reclaman el derecho a la palabra porque no han comprendido que donde yo habla, no hay nadie que hable. Qu trivialidad. Disc-pulas retrasadas de un marxismo hegeliano caduco, quedan prisio-neras de la famosa figura del amo y del esclavo que privilegia la dialctica sobre la diferencia. Entonan un canto en un universo desencantado. Usan el lenguaje del devenir y del porvenir sin ad-vertir que esas categoras estn periclitadas y se han reemplazado por el desengao prudente del post. Se aferran a una temporali-dad histrica en lo historial.

    Puede comprenderse que, consciente de este anacronismo aparente, toda una corriente del pensamiento feministaparticu-larmente desarrollada en el mundo americano haya podido, en una marcha tal vez un poco desordenada, hallar si no su salvacin al menos su alimento en el espacio de pensamiento que, a pesar de su heterogeneidad, hace dialogar las obras de Derrida, de Lyotatd, de Heidegger y aun del propio Lacan. Ese femenino por tanto tiempo estigmatizado se vuelve pot fin emblema de la verdad de lo humano. Lo negativo se inviette en positivo. Y el feminismo, por su parte, se ordena bajo el estandarte del post como posfeminis-mo.

    Pero este homenaje indirecto que se tinde a lo femenino, y que se comprende que pueda parecer gratificante para las mujeres, es

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    por ello un reconocimiento de las mujeres mismas? La femini/.a cin de la verdad no es un nuevo avatar de la eviccin de las mujeres de acuerdo con un procedimiento no violento de sed ili-cin?

    Al trasladarse con armas y equipaje al terreno de la crtica del sujeto, no se arriesgan a quedar sujetas all como lo estaban en el terreno del sujeto? La atraccin de un modo de pensar calificado di-manen ms o menos justificada como femenino, no corred riesgo de crear una ilusin sobre las verdaderas cuestiones en juego de las mujeres? La maximizacin de una categora de pensamiento deja a la minora de la que se la ha tomado en su minorizacin. As, la introduccin del arte negro en la pintura de Picasso o la fascina cin del arre tosco en la de Dubuffet concierne al arte ms que a los negros o a los asilados. En qu medida la operacin escnica o mimtica afecta a lo real? El prncipe travestido no deja de ser un prncipe. Y puede pensarse que todo grupo dominado ofrece as al dominante una superficie de folklorizacin. Somos todos negros, somos todos locos, somos todos mujeres, somos todos judos son afirmaciones cuyo significado es altamente cuestionable.

    Lo femenino sin/en las mujeres

    El acceso al espacio acntrico del postse hace, porlo dems, poi dos entradas y con colores diferentes, segn se trate de filsofos (hombres) o de mujeres (filsofas). Para los primeros, se trata de poner en prctica lo negativo que no es la negatividad sino ms bien lo neutro del ne-uter, ni lo uno ni lo otro, de des-hacer, de de-construir, de des-centrar (lo que es), y las imgenes van por el lado de la castracin y de la circuncisin. Para las segundas, se trata de pro-fanar (de hacer aparecer de manera transgresora) en una alegre afirmacin lo que no es (todava). Los colores que lleva el caballo de Troya introducido en la fortaleza de la metafsica son diferentes. Del lado de los hombres, los de la retirada, los de la borradura; del lado de las mujeres, los del advenimiento, que no est exento de cierto triunfalismo. Como si esta entrada en el posi fuera, por una parte, ritual de muerte y, por otra, ritual de naci-miento en el que e descubrimiento del no ser es un nacer y la no esencia un nacimiento. Porque encarnan de algn modo lo que

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  • miman, suponiendo que de ahora en adelante la verdad es mujer. Eterna irona de la comunidad, siempre han sabido, ellas, con un saber inmemorial, que no hay Uno o que el Uno es el seuelo impuesto por la dominacin. Desmontar la estatua del Comenda-dor es, pues, una fiesta, su fiesta. Ellas danzan sobre las ruinas. La conmocin de la Razn parece darles o devolverles la razn.

    Pero no se trata de colores. Cuando los filsofos (hombres) enuncian lo femenino, es como una categora liberada de sus vn-culos con un sexo determinado. Cuando las mujeres (filsofas) lo enuncian, vacilan en cortar el cordn umbilical que lo une a las mujeres mismas. La estrategia de los primeros consiste en borrar la frontera entre los sexos o volverla infinitamente tenue, de manera que lo femenino la cortocircuite, o incluso que sea su cortocircuito: el fin del Uno es el fin del dos. La estrategia de las segundas consiste en enorgullecerse de lo femenino como de su bien inalienable. Lo que les fue secularmente atribuido como enfermedad, el famoso no toda, ahora que est valorado positivamente, se lo guardan aun cuando acepten compartirlo. Los primeros tienden al infinito hacia la posicin lmite segn la cual no hay diferencia de sexos. Las segundas retienen la marca de esta diferencia, presintiendo que si se la anulara se les quitara, por as decirlo, el pan de la boca. El psicoanlisis viene aqu en su auxilio: si hay femenino del lado de uno y otro sexo, mujeres y hombres no son por ello posiciones indistintas. Jams una tirada de dados abolir el azar. La diferencia no se rene nunca con la indiferencia. El no-sujeto, para los prime-ros, califica el modo fundamental, ontolgicO, del ser en el mundo, el dasein, del que es testimonio la escritura. Para las segundas, califica al ser en el mundo de las mujeres, y hasta la escritura misma de las mujeres, aun cuando no se excluye que pueda desbordar y estat presente en la escritura de algunos hombres.

    As la sustitucin del contra por el post, por el despus, la des-titucin del sujeto, la afirmacin de lo no-uno, cuando califica todava a alguno de los dos sexos y puede ser llamado femenino en ese sentido, no elimina verdaderamente la lgica dual que debera destruir. El rgimen de lo femenino indefinido resuena todava como un antnimo de lo masculino o de lo flico. El pensamiento de lo no-uno, cuando se figura en la diferencia de los sexos, oponien-do lo no-uno (femenino) a lo uno (masculino), queda prisionero

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    del rgimen del uno ms uno que pretende recusar aun cuando uno de esos dos unos sea lo no-uno. El referente dualista, si no biolgico s morfolgico, de la diferencia de los sexos determinado por Freud en un contexto todava positivista (tenerlo o no) queda presente en el ncleo de cierto pensamiento feminista aun cuando ste efecte una inversin de valores entre los polos sexuados, es decir, cuando es a lo no-uno inobjetivable de los labios que se tocan o del inabarcable volumen 3 al que se da crdito en relacin con lo uno objetal flico.

    Pero incluso un pensamiento que se desembaraza de la inscrip-cin biolgico-morfolgica de los sexos para no pensar ya lo feme-nino y lo masculino sino como categoras independientes de su inscripcin emprica (los hombres, las mujeres) contina sufriendo la contaminacin de ese dualismo que es pteciso esforzarse en bo-rrar. Lo indefinido queda definido en cierto modo al articularse con lo definido. El fin de la metafsica, el fin del sujeto, es un movimiento siempre recomenzado de deconstruccin, no una destruccin. No se termina de terminar. El desobramiento desobra la obra, Lo no-uno se desprende de lo uno. Lo femenino no cesa de batirse con lo flico aun cuando lo exceda.

    As, abordar el debate sobre los hombres y las mujeres a la luz de lo masculino y de lo femenino comporta ciertas derivas. As como, para las feministas, se puede superponerlos (siendo lo femenino lo propio de las mujeres), para los filsofos son sustituibles, en tanto que lo femenino viene a tomar el lugar de las mujeres (empricas) y permite de algn modo desembarazarse de ellas. A l referirse slo al primero, los filsofos escabullen el segundo, aunque parezcan, sin embargo, abordarlo. A l establecer un lazo absoluto entre el primero y el segundo, las feministas (filsofas) confinan a las mu-jeres en una definicin ontolgica, y las mujeres son entonces de-finidas por un femenino que hace las veces de esencia pero que esta-blece, sin embargo, implcitamente un criterio de discriminacin entre las verdaderas mujeres adecuadas a lo femenino y las falsas, que sucumben a la atraccin de lo flico.

    3. Frmulas bien conocidas de Luce Irigaray, calificando a lo femenino.

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  • Estas consideraciones no constituyen una negacin de la impor-tancia y del inters de las corrientes posmetafsicas como modali-dades filosficas. Pero preguntan, por una parte, por el sentido y el alcance del uso de la categora de lo femenino para significar la destitucin del sujeto-amo y, por otra parte, por la validez de esta categora como hilo conductor para la cuestin de las mujeres, sea bajo la forma de un femenino que atraviesa la frontera de los grupos sexuados o bajo la forma de un femenino ligado al grupo sexuado de las mujeres. Bajo la primera forma, se escapa a toda metafsica de los sexos, pero eludiendo la realidad de las mujeres; bajo la segunda, se restaura una metafsica, es decir, una calificacin dua-lista y esencialista de los sexos. En el primer caso, hombres y mu-jeres no quieren ya decir nada. En el segundo, hombres y mujeres quieren decir todo. Quiz, sin embargo, haya que pensar que quie-ren decir menos que todo y ms que nada.

    Esas dos formas de recurso a lo femenino (lo femenino como ser en el mundo humano y lo femenino como ser en el mundo de las mujeres) parecen una y otra conducidas, aunque sea a su pesar, por un imaginario de la reconciliacin. La primera, que insiste en la porosidad o la indecibilidad de la frontera entre los sexos y tiende a hacet de la diferencia de los sexos una diferencia indiferente, elude no slo la figura de la dominacin, es decir, la figura poltica que la atraviesa, sino tambin toda dimensin trgica de la relacin sexuada. Inmediatiza el fin de la historia (saltando por encima de los avatares de la dialctica), donde en una suerte de indetermina-cin dichosa ya no habra ni hombres ni mujeres (ni judos ni griegos, ni amos ni esclavos;..), en una atopa que se separa slo por una letra de la utopa. La segunda, al instalar a las mujeres en su esencia la de lo indefinido, la de lo no-uno elimina en lo que a ella toca toda dimensin dialctica y trgica de la relacin de las mujeres entre ellas, reunidas en un nosotras magnificado, cuya pluralidad por cierto se afirma, sin embargo, dentro de un cierto mismo, se supone ednica.

    Las mujeres sin lo femenino

    Frente a los atolladeros de una reflexin que toma por hilo conductor la categora de lo femenino, no es preciso reformular la pregunta

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    a partir de la realidad de los hombres y de las mujeres como grupos socialmente constituidos? Un pensamiento feminista, pot otra parte, no puede ahorrarse ni se ahorra este enfoque, ya que para l se trata siempre prioritariamente de reconocer y de hacer reconocer a las mujeres la realidad de sus derechos y de su ser.

    Aun cuando las mujeres promuevan o contribuyan a promover un pensamiento y una relacin con el mundo que se desprenda de la posicin del sujeto calculante y que reintroduzca el cuento en la cuenta, ello no puede ser por delegacin. Les interesa ante todo ser ellas mismas, no slo en el mundo sino de este mundo. Pues a quien le alcanza la acosmia (como dice Hannah Arendt de los judos y Simone de Beauvoir de las mujeres) no puede advenir. Hay efecti-vamente escndalo, que no es el escndalo de un pensamiento filo-sfico determinado, sino el escndalo de todo pensamiento filos-fico que se aparta y se dispensa de lo poltico. Que algunas mujeres dancen en la corte de los gtandes sobre los acentos de lo femenino no puede hacer olvidar la inmensa masa de mudas en las que lo femenino se confunde con una dura condicin asignada, ellas que, aun antes de haber nacido, no conocen el dficit del sujeto ms que como sujecin- El tratamiento de los hombres y de las mujeres es irreductible a las categoras de lo femenino y de lo masculino, sea cual fuere el modo en que se los conjugue. La diferencia est ins truida por la dominacin que se inscribe en la realidad bajo formas mltiples, irreductibles a una causa nica o a un origen histrico determinado. El desvo hacia la teora del (buen) fem nio, por sutil que sea, comporta una parte de negacin de la tea lidad.

    Pero pensar la diferencia de los sexos slo en el rgimen de la do-minacin acarrea ciertas derivaciones. Para las que se atienen a eso y el pensamiento de Simone de Beauvoir, en El segundo sexo al menos, quizs ha incitado a ello4 la identificacin de la diferencia de los sexos con su mera condicin de produccin histrico-cultu-ral lleva a pensar que de extinguirse la dominacin tambin se extinguira la diferencia o, al menos, que de ah en adelante ya no tendra efectos. No se nace mujer, se llega a serlo, tomado al pie

    4. La posicin de la propia Simone de Beauvoir no es siempre can cajance.

    2')

  • de la letra, hara suponer que una vez superado ese secular devenir obligado y desdichado, mujer (hombre) ya no tendra sentido y que el Hombre (humano) se realizara, en una humanidad plenamente sujeta de su destino, pura libertad. En esta hiptesis, mujeres y hom-bres no quieren decir sino lo que les han hecho decir siglos de sujecin de unas por los otros. Una vez superada la sujecin, no habra sino Sujeto, de acuerdo con la afirmacin humanista: el Hombre, al fin, devuelto a su trascendencia, desalienado, y des-alterado.

    En esta posicin, la igualdad se confunde con la identidad. Ser iguales significa ser idnticos. Ser diferentes significa necesaria-mente ser desiguales. Se reencuentra aqu, a propsito de las mu-jeres y de los hombres, el rastto del pensamiento de las Luces segn el cual la igualdad pasa por la identidad: no se puede ser Hombre ms que de una sola manera. Y la asimilacin es siempre pensada como identificacin con el modelo dominante. Bajo un manto de universalismo, el extranjero slo tiene derecho a la igualdad si se vuelve autctono (o lo imita), la mujer slo se vuelve plenamente humana si se vuelve hombre (o lo imita). La destruccin de la alienacin es destruccin de la diferencia.

    La voluntad, comn a las feministas, de superar la estructura de dominacin que afecta a la diferencia de los sexos conduce as a posiciones antagnicas que tambin tienen en comn, sin embar-go, restaurar una afirmacin metafsica del sujeto. En el primet caso, se trata del sujeto-mujeres, calificado de femenino es la posicin hoy llamada esencialista y en el segundo es la posi-cin racionalista se trata del sujeto humano. En una y otra hip-tesis se sobreentiende lo que mujeres quiere decir: todo o nada. En uno y otro caso se impone una representacin de la diferencia de los sexos, sea como determinable, sea como nula y sin valor. Hay una razn de las mujeres, o hay una razn humana. Hay una reconci-liacin de las mujeres consigo mismas, o hay una reconciliacin del hombre (humano) consigo mismo. La dominacin disimula una diferencia identificable o bien la dominacin produce un puro engao de diferencia. Doble interpretacin de lo propio y de su propiedad: lo propio femenino, lo propio humano. El trabajo poltico implica en ambos casos una representacin de aquello a lo que apunta: identidad femenina de las mujeres (ajena la de los hombres), identidad nica del ser humano.

    30

    Debe, pues, retomarse la cuestin del sujeto en el registro de lo poltico, sin prejuzgar por ello un fundamento metafsico. Las mujeres, en todo caso, y aun esas mismas que pronuncian la muerte del sujeto como ligado a lo flico, reclaman el derecho de ser por fin sujetos. Y sujetos significa aqu: poder aparecer por la palabra y por la accin en el mundo pblico y privado, volverse actores, actrices, del mundo comn, actores que no puedan jams ser confun-didos con autores segn la distincin importante introducida por Hannah Arendt (1981, p. 207), que desde entonces se cuida muy bien, casi siempre, de hablar de sujeto, prefiriendo el quis latino, el quien, el alguien.

    El conflicto trgico

    Cmo actuar, pues, sin acompaarse de la figura del dominio? Cmo mantenerse en la pasividad del dejar ser y trabajar para cambiar lo que es? Es pues un actuar que da lugar al recogimiento? Esta doble e imposible fidelidad no puede vivirse sino como trgi-ca. Potica, poltica, tica entran en relacin bajo el modo del desgarramiento.

    Cmo conciliar, en efecto, la afirmacin de heteronoma fun-damental del sujeto, habitado por el Otro o por los otros [autrui], con su autonoma? Cmo el no-sujeto (se piense como el ser en mundo en general o como el ser en el mundo de las mujeres) puede reivindicar volverse sujeto? Esta prueba o esta contradiccin inter-na la soportan los dominados ms que los dominantes, y les corres-ponde pensarla. En efecto, quien est efectivamente en posicin de sujeto, al menos poltico, quien est en una posicin desde la que su palabra se oye, puede certificar a gusto su alteracin sin correr el riesgo de verla identificada con la alienacin. 5 Juega de algn modo inconscientemente a dos bandas. Tiene autoridad para denunciar la autoridad del sujeto. Es con una voz fuerte, segura en todo caso de ser oda, que recuerda el punto flaco. Es en la aparicin de una obra que puede designar el desobramiento. Quien, por el contrario,

    5. El recurso al trmino alienacin comporta ciertos riesgos de confusin en virtud de sus connotaciones hegelianas. Se utiliza aqu en conf rontac in con

    31

  • no ha ceido acceso a la autoridad, quien an no ha sido reconocido como sujeto de su propio discurso, quien no ha accedido an a ese espacio en el cual manifestarse por la palabra y por la accin, est forzado a reivindicar la obtencin de ese espacio. As se lleva a las mujeres a quererse sujetos, o sea, a ocupar la posicin de sujetos, aunque no sea ms que para hacer or la destitucin del sujeto.

    As pues, hay que combatir por la palabra y por la accin para decir el silencio y la inaccin. As, hay que afirmar y afirmarse para hacer resonar lo neutro. As, hay que discurrir segn las normas del discurso de dominio para tenet acceso al alcance del rumor. As, hay que endurecerse en la figura del sujeto para mantenerse en el espacio del no sujeto. As, hay que hablar con una sola voz (colectiva) para tener derecho a la soledad de su voz. As, hay que tomar prestada la figura sustancial de la mujer o de las mujeres para atravesar el s hacia el abismo del yo. As, hay que gritar para callarse. Tal es la inobviable necesidad y la inobviable experiencia de lo poltico. La peot condena del oprimido, de cualquier opresin que se trate, es su condena a lo poltico.

    Ciertamente, la salida terica de esta apora consiste en distin-guir la posicin del sujeto de derechos, a saber la posicin del individuo como sujeto poltico, y la posicin ontolgica del sujeto. Ser ciudadano de una comunidad no excluye para nada el dficit del sujeto ontolgico. Quien habla y acta en el espacio pblico puede ser y experimentarse como radicalmente alterado. Y, no obstante, es en la misma persona que esas dos versiones cohabitan: una que es la de hacer, la otra la de deshacer, una del dominio, la otra del desasimiento, una del avance, la otra de la rentada. La distincin terica de los dos registros no resuelve, sin embargo, su conflicto efectivo. Se opera sobre el fondo de una tensin fundamental. Su ambivalencia no puede resolverse en un o bien o bien sino ms bien en un lo uno y lo otro, o a lo sumo en un tanto lo uno como lo otro, que es el nudo mismo de la existencia trgica, la experien-cia de lo imposible.

    alteracin, para designar ese tipo de alteracin que est ligada a la dominacin, y sin presuposicin de una pura adecuacin del s mismo consigo mismo.

    32

    Corresponde al minorizado no poder escapar a la dialu i .1 del dominio y de la servidumbre ms que atravesndola, a riesgo de hundirse en ella. Es, sin duda, lo que aclara el curso desdichado de casi todos los movimientos de liberacin: a fuerza de afrontar el dominio, en nombre de una superacin del dominio, son contan nados por la posicin misma a la que se haban propuesto hacer frente. Deber combatir para obtener sus derechos elementales ac ba por reducir a un ser humano a la posicin de combatiente. Y cuando al fin emergen, los oprimidos se han vuelto semejantes a sus amos, es decir, a aquellos mismos contra los que insurgieron. (El as que toda revolucin tiende la cama a la dictadura.) Pues no puede matarse al amo sino matando tambin el amo que est en uno.

    El sujeto interlocuado \interloqu\: alienacin y alteracin

    Cmo, pues, hacerse sujetos de defechos, y pasar por los duros procedimientos que son los nicos que permiten obtenerlos, sin sucumbir al imaginario del sujeto-amo, de la reapropiacin de la esencia, de la reconciliacin de s mismo consigo mismo, como si el yo, o peor, el nosotros, pudiera ser un s mismo? Esta pregunta significa de hecho: cmo concebir una poltica no metafsiia:' Cmo ser un movimiento poltico que no reduce a aquellos o aquellas que a l se consagran a su definicin de sujetos polticos? Y que no los encierre en la identidad colectiva que tienen que constituir para afirmarse.

    Escapar en lo poltico al reduccionismo de lo poltico slo pue-de hacetse reinscribiendo constantemente en lo poltico la ruptura de lo no poltico, acogiendo en lo poltico lo que escapa de l y lo transgrede, haciendo resonar la infinitud heterognea del lenguaje en el imperio homogneo del discurso, reteniendo la memoria del deshacer en el hacer. Trabajo infinito, trabajo crtico y autocrtico, no slo en el seno de lo poltico sino de lo poltico mismo, compa-rable tal vez al que la escritura emprende en el libro y contra el libro. Ya que lo poltico exige su propio olvido para sobrevivir. Esta operacin no es posible ms que atendiendo al desfallecimiento del yo [j] en todo yo [moi] y en todo nosotros sustancializables (yo una mujer, nosottas las mujeres). Ya que si yo soy una mujer, yo no es

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  • una mujer. Y el acceso de las mujeres a la posicin de sujetos de derechos apunta a ponerlas a la deriva imprescriptible del yo susti-tuyendo la pluralidad a la colectividad y al dualismo maniqueo que es el pasaje obligado y peligroso de todo movimiento de libe-racin.

    Se trata, pues, de luchar contra la alienacin para poder respon-der y no dejar de responder a la alteracin. Ya que mientras ser presa del otro signifique ser apropiado por el otro, la finitud o la altera-cin corre el riesgo de ser confundida con la alienacin. Los opri-midos son as a menudo los ltimos creyentes del humanismo iden-titario, los ltimos creyentes de la teconciliacin de s mismo consigo mismo (s mismo mujer, s mismo humano). Son los objetos pri-vilegiados de la tentacin totalitaria que les dice: seris como los dioses, sois dioses. Liberar a las mujeres es tambin liberarlas de la creencia en la liberacin. Hay que luchar contra la sujecin sin alimentar el mito del sujeto, luchar contra la injusticiasin sucumbir al mito de la justicia, o sostenindola slo como una Idea regula-dora.

    La dificultad, para todo movimiento de liberacin poltica, de no confundir la lucha contra la sujecin con el mito del Sujeto, es decit, de no reducir lo desconocido a lo conocido, se comprueba en su relacin con la obra de arte. Es preciso advertir que tales movi-mientos (se trate del marxismo o del feminismo, por no tomar ms que estos ejemplos) raramente dan lugar a formas artsticas nuevas y tienden a reducir por medio de la interpretacin las que en ellos se producen a expresiones, ilustraciones o confirmaciones de una verdad ya formalmente adquirida (cf. Collin, 1988; Marini, 1990).

    En lo social mismo, el reduccionismo poltico llega paradjica-mente a no dar crdito sino a aquellos o aquellas cuya vida coma forma milicance o a lo que en su vida coma esca forma. La colecci-vidad se da a priori lmices: slo funciona bajo condiciones. Con-crola ferozmente las entradas y las salidas de lo que ciee derecho al nosocros.

    La leccura polcica del mundo excluye lo que no la sirve y lo que no sirve. No es sorprendente entonces que una teflexin que ha germinado en el mantillo de un movimiento poltico no pueda hacer frente a la dimensin de la prdida, considerada como desper-dicio. Ya que lo polcico poscula la inmorcalidad, suscicuyendo un

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    nosotros sustancial al desfallecimiento del yo, y reduce todo dolor a la injusticia. As, lo poltico puede producir una teora pero rara-mente un pensamiento.

    Luchar contra la alienacin, acoger la alteracin, he aqu el recorrido trazado para lo que hoy se puede llamar an sujeto y que no se sostiene sino a costa de no confundir esos dos movimientos, sea sometindose a la alienacin, sea sustrayndose a la alceracin. Y no hay lucha concra la alienacin que no se excrave peligrosa-mence si no hace lugar en s a la alteracin.

    Lo que preserva de la tentacin metafsica del sujeto como ade-cuacin de s consigo mismo es la incondicionalidad del dilogo: ah donde el yo escapa a la vez a la ilusin de la idencidad y a la miseria de la objecivacin. Levinas pronuncia a esce respecto pala-bras decisivas, en el orden tico, como Arendt en el orden poltico. El sujeto es presa del otro, est alterado, y por eso mismo es para siempre inadecuado respecto a s mismo. El procedimiento de dominacin consiste en sustraerse a esta alteracin, instituyendo al otro en el lugar del objeto y sustituyendo el dilogo con el otro por un discurso sobre el otro. Ha caracterizado al pensamiento como la prccica dominance en que los hombtes, en lugar de ponerse a la escucha de lo que dice y de cmo acta una mujer, han querido secularmente decir lo que es una mujer, lo que son las mujeres, asignndoles a la vez una definicin y un lugar como si, eternos destinadores de la palabra, no pudieran volverse sus destinatarios, al menos cuando el destinador es una destinadora, en posicin de iniciativa y no ya de eco. (Pero paradjicamente esta incapacidad o este rechazo de or lo que no est ya pre-odo puede afectar tam-bin a aquellos o aquellas que se erijan en portavoces de un grupo minorizado, ya que todo representante se hace una idea limicado-ra de lo que represenca.)

    La alteridad se trama en una interlocucin que deja, para tomar la bella expresin de Marin (1989) al sujeto interlocuado, interlocuado porque est sometido a interlocucin, interlocuado porque se le ha destituido de su seguridad, porque est sotprendi-do, estupefacto. Los otros [autru] y esos otros [aittrut\e es el otro [autre] del otro [autre] sexo me arrancan de toda certeza, tanto de lo que yo soy como de lo que el otro es. Tal es la conmocin del encuentro que prohibe la posicin de sujeto sin por ello forzar a la

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  • del objeto (ni la variacin de esta figura que es la dialctica del sujeto y del objeto, del mirador-mirado evocada por Sartre). El otro como los otros [autrut] me impide decir yo [moi] as como decir nosottos. El reencuentro no prejuzga identidades, pero tampoco elude su realidad efectiva: las respeta tal como ellas se presentan sin pretender definirlas. Ya que corresponde a cada cual presentarse sin tener por ello que nombrarse.

    Es lo que designa Levinas cuando evoca la alteridad radical, la que no se dice sino en t, no en l. Pero el t se toma y se quita siempte sobre la tentacin del l. El encuentro no es un dato sino un trabajo, ya que el otro jamases indemne alo adverso. El diferendo6 dice a la vez la diferencia y lo que all se retiene inexorablemente de conflicto. La alteracin del encuentro es percibida como una ame-naza para el sujeto, que se defiende de ella por el dominio o por el ardid.

    Una poltica no metafsica no se da a priori la representacin ni de su modelo ni de la identidad de sus actores. Hace acceder a la posicin de actotes de nuevas instancias hasta entonces excluidas, con su poder indomable de innovacin. No puede prever sino lo imprevisible del actuar, para mejor y para peor.

    La diferencia de los sexos como praxis

    Qu quiere una mujer? O qu es una mujer? A esta pregunta no puede responderse en la instancia terica sin anular inmediatamen-te la pregunta misma, sin hacer de ella la falsa pregunta de quien hace a la vez las preguntas y las respuestas. Esta pregunta no toma consistencia sino en la instancia dialogal. (Peto tambin, sin duda, aunque ms escondida, la pregunta: qu es un hombre, qu quiere un hombre?)

    Es decir que la cuestin de la diferencia de los sexos o del diferendo entre los sexos resiste a todo tratamiento terico. Es del orden de

    6. Un caso de diferencio entre dos partes ciee lugar cuando la regulacin del conflicto que las opone se hace en el idioma de una de ellas, mientras que el dao que la otra sufre no se significa en ese idioma (Lyotard, 1983, pp. 24-25).

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    la praxis. Hombre, mujer no dependen de lo sustantificable, de lo definible del enunciado.

    Que haya diferencia de los sexos es un hecho innegable. Que esta diferencia deba desaparecer o, por el contrario, fijarse en s misma superando la dominacin est en el orden del postulado. Hay di-ferencia, pero los diferentes no son esencializables. Las dos afirma-ciones, mujer no existe, o mujer es esto, son similarmente es-peculativas y similarmente inquisitorias.

    La diferencia de los sexos se pone en prctica en la relacin efectiva de las mujeres y de los hombres. No puede tratrsela en tercera persona. No puede decrsela sino en la experiencia del di-logo y de su parte conflictiva que enfrenta a un hombre y una mujer, hombres y mujeres, en el espacio privado o pblico. La diferencia de los sexos, y su nudo de diferendo, es del orden de la direccin. Nadie sabe lo que mujer (u hombre) quiere decir, sino en la escucha de lo que dice una mujer. La que habla no sabe quin es ella (ni quin es el otro), pero ella habla, ella es la que habla y quiere ser oda en lo que ella dice. La diferencia es tericamente indecidible pero se decide y se redecide en toda relacin.

    El feminismo se agota, pues, en vano, como el psicoanlisis o la filosofa, en decir qu es una mujer o qu son las mujeres, qu es un hombre o qu son los hombres, y, en esta definicin, fracasa. La inflacin del discurso profundiza la oscuridad. A l menos aprende a no saber y a arrancar la pregunta de la diferencia de los sexos, y de la determinacin de los diferentes, del orden del saber, para hacer de ella un acto, una praxis tica y poltica. De ah en adelante, la diferencia de los sexos entra en juego, fuera de toda representacin de lo que son o deberan ser los unos y los otros. La diferencia de los sexos, que ha sido secularmente sustancializada, tanto en la prctica como en la teora, se pone en juego, no segn los despla-zamientos que impone la historia, sino en un actuar que, si es siempre mayoritariamente el actuar de las mujeres forzndolas a menudo a agitarse unilateralmente, es potencialmente y ya aqu y all realmente un actuar comn, un co-actuar en el que los actores no estn seguros de sus papeles, en el que los blancos de memoria obligan a inventar, sea en la escena pblica o en la privada, sin que nada permita jams afirmar n que no hay diferencia entre los sexos ni que hay una diferencia infranqueable, llevando por el contrario

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  • a afirmar que no hay diferencia y que hay una diferencia, simult-nea e indistintamente. As se efecta la salida de toda metafsica de los sexos, no por la afirmacin de su indiferencia que sustituye a la vieja afirmacin de dos difetencias localizables, ni por la deter-minacin de sus nuevos lugares que seran los buenos sino por un actuar de los diferentes, tal como son aqu y ahora. Ya que el rechazo de la sujecin no provee un modelo del devenir iguali-tario.

    Zanjar especulativamente el debate de saber qu pasar con la diferencia de los sexos una vez que se la libere de la ganga de domi-nacin que la encierra y la deforma hoy es puramente especulativo. Querer superar las desigualdades en un acceso plural a la palabra y a la accin, en el acceso plural a la posicin de actores, de actrices, del mundo comn, no permite decidir ni sobre la identidad huma-na reduciendo casi a nada la sexuacin, ni decidir sobre la impor-tancia y la naturaleza de la diferencia que resistira a la extincin del rgimen de desigualdades. Luchar contra las desigualdades, hacer de modo que las mujeres se manifiesten como iniciativa por la palabra y por la accin, no implica ninguna definicin de lo que ellas son (en su naturaleza) o de lo que ellas deberan ser.

    La diferencia de los sexos no es, pues, representable. No es un hecho ni una idea, sino un actuar, constantemente reactivado, sea en la desdichada conformidad repetitiva con loque ha representado e impuesto de ella una dominacin secular, sea en una difcil inno-vacin en la que ninguno (ninguna) sabe a priori cul es su lugar. La diferencia de los sexos es la puesta en acto de un diferendo en el que el entendimiento [entente] integra el malentendido. Te oigo [entenas] mal implica que al menos hay ya una escucha y es ptefe-rible al no dices nada o lo que dices es nada del amo oportuna-mente sordo a todo lo que no es su propio eco.

    La diferencia de los sexos no puede ser actuada sino en el des-fallecimiento del sujeto, de los sujetos hablantes y del Sujeto que preside la palabra, pero no puede ahorrarse sus actrices. Efectuar la muerte del Sujeto es dar lugar a los actores (que no son los autores) de la palabra, a sus actrices. Lo indecidible se trama, y se redecide, en la prctica del dos no dualizable, no en el discurso que es siempre discurso del uno. La lucha de las mujeres no es esencialmente la produccin de una nueva teora de la diferencia de los sexos, sino

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    el fin de toda teora y, en la proliferacin del discurso sobre esta cuestin, la esperanza del silencio que es el nico que oye.

    Muerte que siempre regresa

    La reflexin anterior haba tomado desde el comienzo por espacio la apora que consiste en confrontar la crtica posmetafsica del sujeto, a menudo metaforizada por lo femenino, con la afirmacin del sujeto que supone todo pensamiento poltico. Era poner de entrada la resurgencia del sujeto del lado de lo poltico, para inte-rrogarse enseguida por las condiciones de una poltica no metaf-sica, o aun por una afirmacin no metafsica del sujeto en el trabajo de lo poltico.

    Quedara sin duda por despejar los presupuestos implcitos de tal reflexin y por preguntarse acerca de lo que sta retiene del sujeto en la denuncia de la dominacin o del dominio. Este camino, que no podemos emprender aqu, exigira poner nuevamenre en barbecho la nocin misma de sujeto. Puede, en efecto, ratificarse una definicin del ser en el mundo que lo lave de toda egoicidad, para definirlo como puro recogimiento, pura alteracin o pura diseminacin? O, incluso, que no conciba esta egoicidad del sujeto sino como lo que hay que tachar? Dicho de otro modo, es la pura alteracin lo que caracteriza al ser en el mundo, con exclusin del cuidado de s cuya exigencia es indispensable a las mujeres?

    Puede preguntarse si la crtica del sujeto, la puesta en cuestin del sujeto que inspira al pensamiento contemporneo y ha favo-recido a veces la apologa de lo femenino queriendo tomar el contrapunto del pensamiento moderno, poniendo el acento so-bre la alteracin o la diferencia, no adopta una posicin ideolgica. Ya que si no hay sujeto puro, hay siempre sujeto en todo ser-ah humano, o aun, si se prefiere estas metforas sexuadas, algo flico o algo de virilidad en todo femenino. No hay yo alterado por el Otro que no resista a esta alteracin, no hay deconstruccin en la que no despunte la construccin, no hay borramiento en el que no resista la afirmacin, no como un desdichado residuo de lo que est llamado a desaparecer, sino como co-constitutivo de lo que es. La desescritura escribe, y escribe siempre un libro o en el espacio del libro. Destitucin y constitucin estn estrecha e inexorablemente

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  • ligadas. Que el sujeto no sea el amo (del otro, del mundo) no liquida su condicin de sujeto. Ipseidad, identidad y alteridad, o aun iden-tificacin y alteracin, son indisociables. Cuando se abocan a la celebtacin de la muerte del sujeto, los pensamientos de lo femeni-no (de los filsofos hombres o de las mujeres filsofas) disimulan su realidad. La negacin se parece a la denegacin. Pues el rey resucita siempre en la muerte del tey y en el darle muerte. No hay femenino que no se articule con lo flico, aun cuando lo flico est tachado por lo que se denomina lo femenino. La desaparicin de la dominacin no es la desaparicin del sujeto: el ego persiste en la sociedad de los iguales y el egosmo no es sino una modalidad, una deriva, de una egoicidad un cuidado de s que no puede obviarse. El t y el nosotros se articulan con el yo, del que no pueden prescindir. Si lo tico, como lo poltico, lo arranca al riesgo de su inflacin, remitindolo a su insctipcin en la pluralidad, no por ello pronuncia su abolicin. La igualdad no se opera sino en el reconocimiento de la multiplicidad heterognea de los ego, de que cada ego es ante todo relacin consigo mismo, que en cierto modo se ptefiere; pero que en esta preferencia, no es el nico. Ponerse a la escucha del otro es saber que l es para s mismo lo que cada yo es para s mismo (un alter ego no como lo mismo sino como un ego otro), ya que cada cual est llamado a la vez a perseverar en su ser, a darse a aparecer, y a desaparecer. No hay tica ni poltica que pueda obviar el reconocimiento del sujeto, pero recordando que ese sujeto es muchos. El ser en el mundo consiste en el debate desga-rrador de s mismo y del otro, residiendo la alteracin en el enfren-tarse con otros s mismos. Ya que puedo (a veces) morir por el otro, pero nunca en lugar del otro. Y corresponde a cada cual honrar su lugar sin tomar todo el lugar, ser amigo de s mismo para hacerse un amigo para el otro (Aristteles, tica nicomaquea, IX, 5, 25)- Lo indecidible, suspendido a la reiteracin permanente del juicio, est en el lmite que separa y une perseverar en su ser y llamar al otro a ser, respetndolo en su set. De all la funcin de hablar en conjunto, en el que cada uno habla (sin saber quin es y ni siquiera lo que dice) y escucha la palabra del otro.

    Porque, el psicoanlisis lo recuerda bastante, todo yo es un otro, habitado por el otro, del que no puede reapropiarse, ya que no tiene nombre propio. Lo que dice, lo que acta, aun en el actuar

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    poltico, es trabajado por lo indominable y lo irrepresentable. Ese otro, que habita el yo, dividindolo de l mismo, toma tambin y radicalmente la forma de los otros [autrui], recordando en la pluralidad el diferir interno de todo s mismo. Pero la alteracin, sin embargo, no puede hacer olvidar la persistencia inexpugnable de ese yo crispado (al menos en la cultura occidental) sobre su imposible identificacin. Ya que si el nombte jams es propio, el deseo de lo propio lo trabaja, aunque no sea ms que en la preocu-pacin por la firma (y se recordar que en los comienzos del movi-miento feminista, la firma fue bottada durante un tiempo, no slo para repudiar el nombre del padre sino todo nombre. Un corto tiempo). Habiendo renunciado a sabetse, el sujeto no por ello re-nuncia a afirmarse. Quien tomase en serio la muerte del sujeto entrara en silencio, o en esa forma de silencio que es el tiempo del instante, la instancia de lo que es sin insistencia. O ira aun hacia un suicidio. Pero desde el nacimiento, el grito primal da cuenta de un querer-ser obstinado. Y podra uno sorprenderse de la energa que cada cual despliega para persistir cuando nadie lo llama (ya que nunca es l o ella quienes son llamados, ni siquiera por sus proge nitores) o, como se dice, para darse lugar ah donde no se le ha reservado lugar alguno. La obstinacin de ese sujeto que se din-muerto es considerable y es lo que emociona al adulto en el griro del beb donde se junta todo lo que luego va a negociar, en palabras y en gestos, durante aos, para imponer su apariencia de ser: dolor y clera de ese grito del yo soy, que regurgita el combate del ago nizante. La teivindicacin del sujeto a tener su lugar, que puede traducirse en trminos polticos, no es, en ese sentido, infidelidad sino, por el contrario, efectivizacin de su condicin ontolgica del ser en el mundo, que no es ni altetacin pura ni pura egoicidad. El comienzo es mltiple. La finitud no es ilusin de la desaparicin del sujeto sino la experiencia de su lmite. Y que el actuar (como praxis) no sea reductible a la ejecucin de un proyecto (a una techn) no por ello lo anula.

    Lo posmetafsico no es la muerte del sujeto sino su inscripcin entre vida y muerte. La toma de conciencia de la altetacin, es decir, del hecho de que el sujeto no es amo, y no es transparencia de si mismo para s mismo, no significa su muerte ms que pata quien confunde al sujeto con lo Uno, no pata quien el uno no es sin el

  • otro [l'un ne vapas sans l'autre],7 para quien est en bsqueda de lengua materna, no para quien sabe que habitar la lengua es siem-pre habitar varias lenguas en un monumental qui pro quo. . . (Braidotti, 1988).

    Acoger lo que es, intervenir en lo que es, son las dos figuras incompatibles e inseparables del ser en el mundo, en la indistincin de las cosas que dependen y que no dependen de nosotros. Si pensar es agradecer, pensar es tambin siempre actuar, y actuar es una de las formas del agradecer.

    Traduccin de Mara Isabel Santa Cruz 8

    Bibliografa

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    7. Parfrasis que desplaza el sentido, de un ttulo de Luce Irigaray: Et l'une ne va pas sans I'autre.

    8. [Versin espaola: Praxis de la diferencia. Notas sobre lo trgico del sujeto, Mora, 1 (1995), trad. Mara Isabel Santa Cruz, pp. 2-17-]

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    II. DECONSTRUCCIN O DESTRUCCIN DE LA DIFERENCIA DE LOS SEXOS

    Voy a reflexionar aqu acerca de ciertos latidos recientes del pensa-miento feminista francs, que marcan un tardo inters por los filsofos de los aos 1970-1980 (Foucault, Deleuze o incluso De-rrida), quienes retoman a travs de sus herederos/as e intrpretes americanos/as pertenecientes tanto al movimiento feminista como al movimiento gay. El pensamiento moderno pensamiento del Sujeto o del Individuo neutro ha sido revisitado por el pensa-miento posmoderno. Pero podemos preguntarnos si ste lo ha modificado o simplemente maquillado. Cmo podemos valorar lo que est en juego en este debate?

    La teora feminista francesa se ha formulado a partir de dos posiciones que han tomado una forma antagonista: una, amplia-mente mayoritaria, ha sido denominada universalista; a la otra, minoritaria, los partidarios/as de la primera la han llamado diferen-cialista o incluso esencialista. La primera, vinculada directamente a la tradicin poltica republicana que inspir la Ilustracin, afirma y reivindica la cualidad de individuo tanto de mujeres como de hombres, su neutralizacin como modo de acceso a lo universal; la segunda sospechosa para la primera afirma cierta especifici-dad, histrica o estructural, de las mujeres con relacin a los hom-bres y reivindica la consideracin de sus respectivas aportaciones a la reestructuracin igualitaria de un mundo comn. Igualdad en la diferencia o igualdad en la identidad: Simone de Beauvoir ya plan-te esta cuestin. Parece que un buen nmero de sus discpulas francesas la interpret unilateralmente: no solamente se da una

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