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FAES Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales no se identifica necesariamente con las opiniones expresadas en los textos que publica. © FAES Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales y los autores, 2006 ISBN: 84-89633-40-1 Depósito Legal: M-8641-2006 Impreso en España / Printed in Spain

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FAES Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales no se identifica

necesariamente con las opiniones expresadas en los textos que publica.

© FAES Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales y los autores, 2006

ISBN: 84-89633-40-1Depósito Legal: M-8641-2006Impreso en España / Printed in Spain

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CONMEMORANDO EL 15 ANIVERSARIO DELA REVOLUCIÓN DE LA LIBERTAD

El 9 de noviembre de 2004 se cumplieron quince años de la “caída” del Muro de Berlín. Paraconmemorarlo, la Fundación FAES organizó el ciclo de conferencias “La Revolución de la Libertad”,en el que intervinieron doce personalidades de la política y el pensamiento tanto del Oeste comodel Este. Coordinadas por Ana Palacio, diputada nacional y ex ministra de Asuntos Exteriores, lasconferencias se llevaron a cabo desde noviembre de 2004 hasta mayo de 2005.

Una de las tesis principales de “La Revolución de la Libertad” es que el Muro de Berlín no sehundió por sí solo. El Muro fue derribado por la determinación de las personas que arriesgaronsus vidas para recuperar la libertad. Si el Muro cayó fue también por la tenacidad de una gene-ración de políticos decididos a frenar el avance de la tiranía totalitaria pese a la incomprensiónde buena parte de la intelectualidad occidental. Todo ello contribuyó a llevar la libertad y la pazmás allá del Telón de Acero.

Algunos de los testigos de ese tiempo, muchos de ellos protagonistas, estuvieron presentes enel ciclo y explicaron su visión y actuación. Helmut Kohl, Bronislaw Geremek, Giovanni Sartori,Nicolas Baverez, Carlos Alberto Montaner, Jesús Huerta de Soto, Francis Fukuyama, Guy Sorman,André Glucksmann, Richard Perle, Joseph Weiler y Cristopher DeMuth fueron los encargados derepasar los días en que se desarrolló la Revolución de la Libertad. Sus palabras, sus recuerdos ysus lecciones, pronunciadas en el Aula Magna de la Universidad San Pablo-CEU, se encuentranrecogidas en estas páginas. Igualmente se incluyen las intervenciones de José María Aznar, AnaPalacio y José María Lassalle en el acto de presentación de las conferencias.

Desde la Fundación FAES queremos agradecer especialmente a Noah Clarke, Carmelo López-Arias, Elena Segura, Jessica Zorogastua y Miguel Ángel Quintanilla Navarro el trabajo realizado enla preparación del presente volumen. Igualmente queremos agradecer, en la figura de su rector,José Alberto Parejo Gámir, la magnífica colaboración recibida de la Universidad San Pablo-CEU enla realización del ciclo que da nombre a este libro.

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ÍNDICE

PRESENTACIONES

José María Aznar, Ana Palacio, José María Lassalle

1.- EL DERRIBO DEL MURO: ACCIONES Y RAZONES

Helmut Kohl ..................................................................................................................27La unificación alemana y la unidad europea

Bronislaw Geremek........................................................................................................37El sindicato “Solidaridad” y la idea europea de la libertad

Giovanni Sartori.............................................................................................................45Victoria y fracasos

2.- LA REVOLUCIÓN NECESARIA

Nicolas Baverez.............................................................................................................53Del fin de las ideologías a las desilusiones de la libertad

Carlos Alberto Montaner................................................................................................59El totalitarismo y la naturaleza humana: cómo y por qué fracasó el comunismo

Jesús Huerta de Soto ....................................................................................................75La crisis del socialismo

3.- EL FUTURO DE LA REVOLUCIÓN

Francis Fukuyama..........................................................................................................85¿Sigue la historia de nuestro lado?

Guy Sorman...................................................................................................................95¿Quién merece ser libre? o ¿podemos exportar la democracia?

André Glucksmann ......................................................................................................103Actualidad del nihilismo

Richard Perle ..............................................................................................................111La guerra, el terror y la democracia

Joseph Weiler ..............................................................................................................117La “Constitución” de Europa: Requiescat in pace

Christopher DeMuth ....................................................................................................133El futuro de la revolución: de la revolución a las instituciones

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PRESENTACIONES

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José María AznarPresidente de FAES

Discurso inaugural. 16 de noviembre de 2004

La Fundación que presido se creó para pensar. Para pensar juntos la libertad. Las ideas son labase del futuro de la vida en común. Y las ideas son poderosas. Porque con ellas como guía sepueden alcanzar los objetivos más difíciles.

Fue el caso de la Guerra Fría. Hace quince años, hubo personas que quisieron ganarla. Porquequerían que la libertad se impusiera a la tiranía. Y las armas más poderosas de esas personasfueron sus ideas. Su convicción de que los derechos de las personas están por encima de cual-quier otra consideración.

Y aquellas personas querían que su idea de libertad se impusiera a otra idea, la del comunis-mo. Una idea que tenía a sus espaldas la muerte de millones de personas, la peor tiranía de lahistoria. Tenía prisioneras tras un muro a cientos de miles de personas. Las tenía silenciadas ysin derechos políticos básicos. Y además las condenaba a la pobreza por la radical ineficacia desu sistema económico.

La libertad tiene un precio muy alto. Muchas personas pagaron con su propia vida por no resig-narse a vivir bajo una dictadura sanguinaria. Pero su sacrificio personal, y el compromiso demuchos otros, consiguieron derribar aquel muro y derrotar la tiranía comunista.

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Con el Muro de Berlín se hizo añicos también la utopía colectivista. La fatal arrogancia delsocialismo, como la llamó Hayek, que planificaba las vidas de millones de personas porque creíatener al alcance el conocimiento absoluto.

Y las ideas que vencieron aquel día de noviembre de 1989 fueron las de la responsabilidad yla libertad individual. Las ideas que han permitido, más que ningunas otras, que sociedades ente-ras avancen hacia la prosperidad. Las que, más que ningunas otras, han permitido la movilidadsocial de cada ciudadano. Vencieron las sociedades abiertas y democráticas.

El camino no ha sido fácil desde entonces. Ni la libertad ni la democracia tienen poderes mági-cos. Lo que se destruyó concienzudamente durante 45 años no se vuelve a edificar ni siquiera en15 años. Y eso incluye tanto lo material como lo que probablemente sea más difícil: lo que afec-ta al ánimo de un pueblo, a sus ganas de esforzarse individualmente y a su sentido de la respon-sabilidad personal. Pero espero que todos estén de acuerdo conmigo: quienes hablan como si conel Muro se viviera mejor son demasiado crueles.

El camino de la servidumbre tiene menos curvas que el camino de la libertad. En el siglo XX elmundo, y muy especialmente Europa, sufrió el terror de las peores dictaduras. Llegaron casi sinque nadie se diera cuenta. Y para derrotarlas se necesitó luego mucha voluntad, determinación yfirmeza.

Quienes derrotaron al nacionalsocialismo de Hitler no lo hicieron contemporizando con él.Algunos lo intentaron y no sólo fracasaron, sino que dejaron una situación aún peor cuando tuvie-ron que ceder el testigo a quienes no estaban dispuestos a pactar con el tirano. Quienes derrota-ron a los nazis y fascistas fueron quienes lucharon en las playas de Normandía o en las laderasde Monte Cassino, liderados por Churchill y Roosevelt.

Quienes derrotaron al comunismo fueron igualmente quienes se dieron cuenta de que merecía lapena luchar por la libertad. Quienes creían en la superioridad moral de las democracias sobre lastiranías y se negaron a ceder terreno. Quienes lucharon desde más allá del Muro como Vaclav Havel,Lech Valesa o Andrei Sajarov. Quienes lucharon con sus ideas desde fuera de él, como RonaldReagan, Margaret Thatcher, Helmut Kohl o el Papa Juan Pablo II. Y sobre todo, quienes entregaronsus vidas, pero nunca su dignidad, en los cientos de Gulags de Rusia, China, Camboya o Cuba.

No sería justo dejar de mencionar a Mijaíl Gorbachov. El último líder soviético tuvo la inteligen-cia de reconocer que su sistema se había derrumbado. Y la generosidad de no hacer esfuerzosestériles, pero que habrían podido ser terribles para todos, para defender lo ya indefendible.

Permítanme recordarles las palabras que pronunció frente a la Puerta de Brandeburgo elPresidente Ronald Reagan: “Mientras esta puerta continúe cerrada, mientras la cicatriz que es elMuro siga en pie, no sólo es la cuestión alemana la que permanece sin resolver, sino la libertad detoda la humanidad. Pero no vengo aquí a lamentarme, sino que encuentro en Berlín un mensaje deesperanza. Incluso a la sombra del Muro encuentro un mensaje de triunfo”1.

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1 Discurso de Ronald Reagan ante la Puerta de Brandeburgo, 12 de junio de 1987.

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El triunfo tardaría sólo dos años en llegar. Y llegó gracias a que Reagan y otros como él fueronconsecuentes y acompañaron sus palabras con los hechos.

No podemos dar por descontada la libertad. El respeto a nuestros derechos fundamentales, elque disfrutamos en el mundo occidental y que nos gustaría ver extendido a todo el mundo, es algodemasiado valioso y frágil. Nos engañaríamos si pensáramos que no tiene enemigos. La libertadtuvo enemigos en el siglo XX. Y el siglo XXI ha comenzado con un ataque simbólico y brutal con-tra la sociedad abierta. Si queremos preservarla tenemos que estar dispuestos a defenderla, juntocon nuestros amigos y aliados.

En este siglo XXI las amenazas a las libertades no vienen ya de las ideologías derrotadas en elsiglo XX. Hoy la amenaza sobre todos nosotros, sobre nuestras democracias, viene del terrorismo.

Quienes odian la libertad hoy utilizan sin escrúpulos el terror para imponer su visión totalitariade la sociedad. Puede ser una utopía religiosa o nacionalista, étnica o política. No nos engañe-mos. Todos ellos están unidos por un mismo odio a las libertades y un desprecio profundo a ladignidad de cada persona.

Los terroristas, y más concretamente los terroristas islamistas, tienen la determinación de aca-bar con nuestra civilización. Hemos visto su poder y su voluntad de destrucción. Ante ese podertenemos que tener una voluntad aún mayor de derrotarlos. De proteger nuestra libertad y nues-tros valores. De defendernos de quienes quieren nuestra destrucción. Lo que está en juego es, nimás ni menos, nuestra propia supervivencia.

Hoy, igual que ayer, es inútil el apaciguamiento cuando de lo que se trata es de defender lospilares mismos de nuestras democracias.

No se podía transigir con Hitler, aunque algunos lo intentaron inútilmente.

No se podía transigir con Pol Pot, aunque algunos no quisieran ver lo que estaba ocurriendoen su país.

Hoy no se puede transigir con terroristas como Bin Laden, aunque haya quien prefiera fijarsu atención en qué los separa de los Estados Unidos, en vez de esforzarse por trabajar conjun-tamente contra el terror.

Pero no puedo ser otra cosa que optimista y les invito a que lo sean conmigo.

Hoy debemos hablar de optimismo, y yo quiero hablarles de optimismo.

La gran lección de los ochenta, de aquellos años en los que tanto discutíamos los occiden-tales, es que dependemos sólo de nosotros mismos. Las democracias liberales dependemossólo de nuestra energía y de nuestra fuerza de voluntad. Si éstas no nos faltan, no hay Muro niyihad que aguante indefinidamente.

Estoy convencido de que la libertad triunfará, frente a los desafíos de hoy, de igual maneraque triunfó ante las amenazas del pasado. Porque sólo depende de nuestra determinación ynuestra firmeza para conseguirlo. Pero necesitamos convencernos de ello, y ser consecuentescon la magnitud del reto al que se enfrenta Occidente. Tenemos que trabajar juntos sin espe-

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rar a que la amenaza crezca aún más fuerte. Debemos trabajar con buen sentido y siendo todosaún más conscientes de la necesidad de una acción común y concertada para derrotar al terror.

Soy optimista porque la historia me empuja a serlo sin ninguna duda. Soy optimista porquecreo en la fuerza imbatible de la libertad cuando es consciente de su superioridad moral. Soyoptimista porque el odio y el fanatismo no pueden vencer a menos que les dejemos vencer.

Pido a todos que compartan mi optimismo y con él la misma voluntad de que la libertad y lacivilización sigan siendo nuestro modo de vida. Con todas sus imperfecciones, con todas suslimitaciones, con todo lo que se quiera decir en contra de ellas. Con todo y con eso, no conoz-co nada mejor construido en toda la Historia para respetar la libertad y permitir la felicidad deun mayor número de personas.

Si quienes nos precedieron fueron capaces de derrotar a terribles tiranías, nosotros pode-mos conseguir un futuro en el que no nos amenace el nuevo totalitarismo fanático.

Por eso, porque la Revolución de la Libertad triunfó hace quince años, vamos a recordarlajuntos durante los próximos meses. Es muchísimo lo que podemos aprender de aquella victo-ria. Tanto, que el triunfo que necesitamos ahora incluye que valoremos con justicia lo muchoque debemos a aquellos héroes de la libertad.

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LAS RAZONES DE UNA CONMEMORACIÓNAna Palacio

Ex ministra de Asuntos Exteriores. Directora del Ciclo de Conferencias “La Revolución de la Libertad”

Hace quince años en Berlín se hizo historia. Un muro que negaba a millones de personaslas libertades más elementales –de pensar, de elegir, de crear, de creer– fue derruido. Repito,fue derruido, no se cayó. Esto puede parecer una diferencia meramente semántica pero escon-de dos visiones opuestas de un acontecimiento que define, en gran medida, nuestro mundo, elpaso de la Guerra Fría a la nueva situación de incertidumbres y retos asimétricos que caracte-rizan este comienzo del siglo XXI.

Para que un muro sea derruido, alguien o algo –si me permiten el barbarismo, “álguienes”,sustentados por “algos”– tienen que estar allí, empujándolo. Y esto es precisamente lo queocurrió con el Muro de Berlín. Allí, tras el muro, políticos, trabajadores, intelectuales, soldadosy escritores arrimaron el hombro armados con el más potente de los arietes que la humanidadha creado: sus ansias de libertad, su decidido compromiso de lucha por sus derechos.Arriesgando sus vidas. Acá, de nuestro lado, fueron secundados por unos pocos políticos y pen-sadores que decidieron frenar el avance de la tiranía y, a pesar de la incomprensión de buenaparte de Occidente, persistieron, aunando fuerzas contra el Muro. Y, el 9 de noviembre de 1989,el vigor de la libertad venció el peso muerto de la opresión y el Muro se hizo pedazos.

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Los defensores del comunismo, de la sumisión al Estado soviético, prefieren la palabra“caída” por sus connotaciones de objetividad de la causa. El Muro se cayó. Es fuerza mayor, casofortuito. La implicación es obvia: no hay culpables, no hay héroes, es simplemente un hecho: elMuro se cayó. Lo que en cambio nos llama a reflexión, lo que debemos cuestionarnos es por quéesta visión ha ganado carta de naturaleza, ha pasado al lenguaje común, influyendo, qué dudacabe, en nuestro subconsciente colectivo. Y algún corolario acabamos de presenciar. Que estavisión del acontecimiento ha ganado frente a la de demolición, mucho más ajustada a lo sucedi-do, queda patente en la escasa atención que se ha prestado sin ir más lejos al reciente quinceaniversario, hace una semana. ¿Por qué celebramos con merecida atención el 6 de junio, con-memoración del famoso D-Day, memoria del principio de la derrota nazi, mientras que el 9 denoviembre, el día que debería significar, en términos semejantes, no sólo la primera piedra de lareunificación de Alemania, sino la posibilidad de la gran Europa, de la nueva Europa, la realiza-ción de ese sueño de generaciones, de esa responsabilidad de todos, en una de las aventuraspolíticas más apasionantes y prometedoras emprendidas por la humanidad a lo largo del siglo;ese día, símbolo además de la victoria contra el comunismo, pasa inadvertido?

Porque, a diferencia de lo que ocurrió con el nacionalsocialismo, nadie se avergüenza de supasado comunista. Se frivoliza con él. El comunismo mató 100 millones de hombres, mujeresy niños. Y frente a los nazis que invadieron media Europa, el comunismo tomó la Europa delEste y el Tibet, el Sureste de Asia y varios países de América Latina y África, esclavizando acientos de millones de personas.

Los jóvenes que hoy nos acompañan –muchos de ellos han votado por primera vez en lasúltimas elecciones– no recuerdan la emoción de aquel día. Claro, tenían muy pocos años.Tampoco recuerdan lo que suponía el comunismo y su amenaza a la libertad en todo el mundo.Y quizás lo peor es que nadie les enseña.

Este ciclo de conferencias está dirigido, principalmente, a ellos, a vosotros, para que conoz-cáis de la mano de los que vivieron y estudiaron la realidad del comunismo y cómo fue venci-do. Este ciclo de conferencias bajo el lema “La Revolución de la Libertad” es un homenaje y unrecuerdo a todas las personas que con su esfuerzo derribaron el Muro de Berlín.

La libertad, nuestra libertad, vuestra libertad, no es gratis. Hay que defenderla día a día, por-que es frágil y se encuentra permanentemente amenazada. No se puede dialogar con los que quie-ren quitarte la libertad porque si uno no quiere que el otro tenga libertad, elimina el espacio racio-nal de debate. Esta firmeza es difícil. Mucho más fácil es el apaciguamiento. Dar a los totalitarioslo que buscan, por supuesto evita la crispación, el conflicto e incluso la guerra. Pero a la vez, liqui-da nuestras libertades. Es interesante recordar que Reagan, por ejemplo, fue tan impopular enmuchos sectores de la izquierda europea como lo es ahora George Bush. Sin embargo, hoy nadiediscute su papel de primera línea en la Historia. Reagan y Thatcher tuvieron razón.

Este ciclo va a contar con los protagonistas de la Revolución de la Libertad. Personajes comoel ex Canciller alemán Helmut Kohl o el Profesor Francis Fukuyama. Fueron su determinación,su análisis y sus decisiones las que hicieron posible la construcción de la Gran Europa queconocemos hoy.

Pero esta conmemoración es también un aviso. La libertad está amenazada hoy tanto comoayer. Hemos cambiado los ejércitos rojos por terroristas islamistas, el politburó por Al Qaeda,los aviones de combate Mig por aviones de pasajeros, los soldados por fanáticos asesinos. Las

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enseñanzas de la Revolución de la Libertad pueden ayudarnos a elegir cuál es el camino quedebemos seguir para enfrentar esta nueva amenaza. ¿Dedicamos nuestro tiempo a apaciguara los terroristas o a combatirlos? ¿Miramos a los terroristas fijamente a los ojos y les decimosque no pasarán, o intentamos comprender sus motivos y hablar con sus jefes?

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EL TRIUNFO DE LA SOCIEDAD ABIERTA

José María LassalleProfesor de Sistemas Políticos Comparados

Hace quince años triunfó la libertad. Y lo hizo en Berlín. Muy cerca del lugar en el que el tota-litarismo nazi se fraguó en 1934 con el incendio del Reichstag.

En ese mismo Berlín y en ese mismo Reichstag semiderruido por la artillería del Ejército Rojo,se inmortalizó unos años después la victoria de Stalin y la apoteosis del Imperio Soviético con lafotografía en blanco y negro de un soldado ruso que agitaba el 30 de abril de 1945 la banderaroja con la hoz y el martillo sobre los tejados berlineses.

Con esta imagen nos aproximamos al tema que nos reúne. Es la primera de un álbum, diga-mos, fotográfico que les ofrezco a continuación. Con él me gustaría reflexionar sobre un aconteci-miento histórico: el derribo el 9 de noviembre de 1989 del Muro de Berlín.

Un derribo que fue el desenlace de una confrontación planetaria entre la libertad y la tiranía, yque durante 41 años hizo de Berlín el lugar en el que los dos bloques cruzaban sus miradas caraa cara.

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Unos pocos años después de que se produjera el izado de la bandera roja sobre Berlín, otrafoto nos sitúa detrás de un montón de escombros. Se divisan un niño, una pareja y un padre consu hijo entre los brazos. Contemplan una fortaleza volante norteamericana que aterriza sobreBerlín con su bodega repleta de alimentos.

Era la respuesta que el mundo libre daba al chantaje soviético del bloqueo de Berlín Oeste enjulio de 1948. Con este gesto, los aliados occidentales trataban de mantener la isla de libertaden la que se había convertido la zona controlada por los EE. UU, Gran Bretaña y Francia en el cora-zón de la Alemania ocupada por Stalin.

Un poco antes, Winston Churchill había denunciado que un Telón de Acero había separadoabruptamente Europa desde el Báltico al Adriático. Convertida en el epicentro de un seísmo mun-dial en el que pugnaban la sociedad abierta y la sociedad cerrada descritas por Popper, Berlín setransformó así en una leyenda: una grieta física por la que se deslizaba el fino hilo de esperanzaal que se agarraron cientos de miles de europeos del Este que intentaron librarse a través de élde la cárcel en la que se había convertido media Europa por la fuerza de la Utopía que imponíanlas divisiones de Stalin.

Pero pasemos las páginas de nuestro álbum. Volvemos a toparnos con la imagen del Berlín des-garrado de la Guerra Fría. De 1950 a 1960, la República Democrática Alemana perdió más de dosmillones de personas que huyeron a la Alemania libre a través de Berlín Oeste. En la noche del 12al 13 de agosto de 1961 comenzó la construcción del Muro de la Vergüenza por orden de Kruschev.

Las fotos que tenemos delante nos hablan de aquel momento. La primera de ellas nos des-cubre la pesadilla sobre la que se construía la revolución comunista y la esperanza de quienesdeseaban huir de ella. La tragedia berlinesa está delante de sus ojos. Cuatro policías del Muro–los famosos Vopos– transportan el cadáver de un fugitivo –Peter Fechter– al que se había deja-do agonizar en las alambradas. Uno de los vopos mira al caído con una mueca en la que se entre-vé una sonrisa. Otro de ellos se vuelve hacia el fotógrafo con rostro turbado por la desespera-ción. La siguiente foto, quizá, nos revela su conciencia. Se ve a un policía que salta la alambra-da con impulso atlético. A su espalda se ve a un grupo de berlineses orientales difuminados porel primer plano que ocupa el improvisado gimnasta en busca de la libertad.

Poco a poco el álbum nos revela la arqueología política y moral que encierra nuestra celebra-ción. La instantánea que se ofrece ahora está tomada un año después. La protagoniza un políti-co que fue capaz de revitalizar la oposición de Occidente a la amenaza que desde Moscú crecíaen medio del oleaje de la década de los sesenta agitada por una hábil estrategia soviética quecombinaba con habilidad la fuerza con la propaganda.

Desde un Berlín Oeste oscurecido por la humedad del dolor colectivo de una ciudad sitiada,vemos a J.F. Kennedy explicando qué se estaba jugando el mundo en el tablero de ajedrez berli-nés. Con gesto relajado, pronuncia un discurso en el que dice solemnemente:

“Me siento orgulloso de haber venido a vuestra ciudad… Hace dos mil años, el mayor acto de orgullo eraafirmar ‘civis romanus sum’. Hoy, en el mundo libre, uno no sabría jactarse de otra cosa que decir: ‘Ichbin ein berliner’ (Yo soy berlinés).

No faltan en el mundo gentes que ciertamente no comprenden, o que pretenden no comprender qué eslo que está en juego entre el comunismo y el mundo libre. Que vengan a Berlín.

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Hay otros que afirman que el futuro está en el comunismo. No tienen nada más que venir a Berlín.Algunos, en fin… declaran que se puede colaborar con los comunistas. A éstos también les invitamos aque vengan a Berlín. Y, así mismo, hay unos cuantos que, aún reconociendo los defectos del comunismo,estiman que les permite, sin embargo, hacer progresos económicos. Sólo tienen que venir a Berlín”.

Pues bien, a Berlín se trasladó la mirada del mundo hace quince años. Entonces los berline-ses demostraron qué era el comunismo. Con su rechazo a éste gritaron a la humanidad que lalibertad es un todo innegociable que se acepta o rechaza, sin más: porque la libertad es capaz dedesplegar prodigios inesperados, entre los cuales destaca uno: ser la única experiencia que porsí sola devuelve al hombre su indeclinable anhelo de dignidad.

Hace quince años la segunda embestida del totalitarismo fue derrotada en Berlín. Primero fueel fascismo. Después el comunismo. Añadamos otra foto, ésta por fin en color. Se ve a cientosde berlineses encaramados sobre el Muro. Sonríen, festejan su victoria y brindan alegres porquesu resistencia interior frente a la tiranía ha sido coronada con el éxito de recuperar la libertadperdida.

Con esta instantánea se certificó lo que unas semanas antes había empezado a ser una rea-lidad: que el totalitarismo comunista mordía el polvo de su derrota desde que la Hungría sateliza-da por la URSS había renunciado a seguir impidiendo el cruce de su frontera a quienes queríanhuir a Austria.

De este modo, una serie de sacudidas sísmicas comenzaron a resquebrajar la topoderosafachada del Telón de Acero hasta que, poco después, la hazaña berlinesa evidenció que el ImperioSoviético se hundía por su base. Apenas un año después, los efectos de aquel seísmo revolucio-nario se llevaron por delante el solar y al artífice de la Utopía soviética: la URSS y el PartidoComunista sufrieron su particular derrumbe, emergiendo de sus cenizas la vieja Rusia guiada porla mano de Yeltsin.

Sin embargo, el fin de la Guerra Fría fue el producto de una lenta gestación. Bastó que el mundolibre cambiase de estrategia para que la todopoderosa tiranía soviética tuviera que dar la vueltade tuerca que acabó con ella.

Hagamos un poco de retrospectiva. Los años ochenta fueron decisivos. Como en un relato deJoseph Conrad, cuando la tormenta parecía cernirse con mayor nitidez sobre la superficie de unOccidente atemorizado por unas nubes que ennegrecían su futuro, tres golpes de timón hicieronposible el milagro de disolver la tempestad que se cernía.

Veamos el panorama de aquellos años brevemente. Sustituyamos las fotografías por la cáma-ra rápida. Las imágenes que se proyectan rápidamente nos muestran cómo era el mundo enton-ces. Los EE.UU., sumidos en el síndrome post-Vietnam; la revolución islámica en Irán extendía sussombras sobre un planeta en recesión por la crisis del petróleo del 73; Sudamérica, fracturadapor golpes de Estado y las guerrillas procomunistas; África, en pie de guerra por la descoloniza-ción; y el Tercer Mundo pasando factura a una Europa acomplejada y marchita por el postimperia-lismo y la pusilanimidad de una derecha y una izquierda que, además de intervencionistas, seadherían sin paliativos a la teoría de la distensión.

Pero, sobre todo, si dirigimos la mirada hacia el horizonte de entonces, vemos a una URSS ple-tórica, que afianzaba su poder a base de estadísticas que hablaban de su imparable progreso eco-

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nómico y militar; con un pie en Centroamérica; otro en Afganistán; y con la mano apretando la gar-ganta de Europa gracias a los misiles SS-20 y 21.

No había duda. El mañana era cosa del comunismo. La estrategia leninista de abordar la revo-lución mundial desde la plataforma rusa empezaba a dar sus frutos, contribuyendo a ello una“intelligentsia” europea y norteamericana que desde el control de los resortes de la cultura y elperiodismo minaba la resistencia de un Occidente en caída libre.

Sin embargo, como se decía antes, tres golpes de timón, tres decisiones aparentemente insig-nificantes cambiaron las cosas. La elección de un cardenal polaco para el solio pontificio y la vic-toria electoral de Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron los desencadenantes de una cadenade acontecimientos que desembocó en el 9 de noviembre de 1989.

El primero supuso la agitación en la ciénaga de la tranquilidad que habían sido los países saté-lites, especialmente en Polonia. Antes se habían producido intentos de liberación, pero fueron frus-trados. Sin embargo, el movimiento liderado por Lech Walesa y el sindicato Solidaridad –aunqueabortado finalmente– dejó accionada una bomba de relojería en el punto de conexión entre la van-guardia y la retaguardia del Pacto de Varsovia.

Además, supuso una revitalización moral de una Iglesia que hasta entonces había sido refrac-taria a intervenir en los asuntos del mundo. Desde Solidaridad la injusticia ya no sólo fue algomaterial sino también político, y el “Gulag” fue puesto en la mirilla pastoral de los Obispos.

El segundo golpe de timón fue de calado político y práctico. Surgió en el mundo libre un discur-so que trataba de recuperar el dinamismo de la sociedad civil subvencionada por el Estado delBienestar. Para ello se recuperó el legado del liberalismo y sus instituciones: la libertad, el merca-do, la seguridad jurídica y la propiedad.

Y si esto sucedía de puertas adentro de los países libres, de puertas afuera, el enfrentamien-to protagonizado por Ronald Reagan frente al expansionismo soviético recuperó la estrategia dela contención dando batalla en todos los frentes abiertos por la Guerra Fría.

Es difícil aventurar qué hubiera sido del mundo si las nubes de los años setenta hubieran segui-do adensándose en los ochenta. A lo mejor, la tormenta se hubiera disuelto por sí misma, pero nosabemos a qué precio.

Hoy, conocemos que la URSS estaba al límite de su fuerza. La Utopía no daba más. La planifi-cación sembraba la desolación material. Elevaba los costes económicos, ecológicos y humanosde una revolución que avanzaba hacia el abismo llevada por un totalitarismo que se hacía centrí-fugo en sus márgenes y volátil en su interior; mientras que el sistema evolucionaba hacia su colap-so debido, por un lado, a la ingestión de dosis pantagruélicas de ineficiencia y, de otro, al pago deuna hipoteca armamentista que fiaba su liquidación a una victoria futura sobre el mundo libre.

La Utopía se salía de sus goznes y la criatura estaba a punto de devorarse a sí misma, comose vio en Chernobil. La perestroika y la glasnost gorbachovianas fueron la primera señal de que elgigante tenía los pies de barro.

Si en vez de una fotografía, ahora recurriésemos a una radiografía del Muro de Berlín, tendríamosque admitir que su derribo fue, en realidad, el producto de una combinación implosiva y explosiva.

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Y así, el cambio de presión de los años 80, provocado por la llamada Revolución Conservadoray la Guerra de las Galaxias impulsadas por Reagan, forzó a la enfermiza constitución de la URSSa subir a las alturas. En este escenario, la enfermedad se agudizó porque el Imperio Soviético tuvoque hacer la Guerra Fría en los elevados riscos del espacio y no en la pantanosa superficie de losaños 70.

Esta circunstancia y, sobre todo, la experiencia de su particular Vietnam en los desfiladerosafganos, aceleró la enfermedad que arrastraba consigo el aparentemente vigoroso cuerpo delLeviatán soviético, e hizo que fuese incapaz de recuperarse del impacto que produjo en su fisiolo-gía totalitaria la efervescencia de una sintomatología que venía arrastrando desde los primerosaños de la revolución. El desenlace es lo que nos reúne hoy aquí: la celebración de su derrotahace quince años.

Sí, quince años ya del derribo del Muro. Quince años que, sin embargo, nos tienen que hacerpensar sobre lo que significó realmente aquel acontecimiento. Por eso, nuestro álbum de fotosestá incompleto. No podemos cerrarlo todavía. Desde 1989 hasta ahora podríamos añadir un sin-fín de nuevas instantáneas. Pero de entre todas ellas hay una que ha trastocado la educación sen-timental de las generaciones que asistieron a la efervescente ilusión que trajeron los noventa.

Se la presento porque creo que lejos de desalentarnos debe estimularnos a seguir luchandopor la libertad y la civilización que la sustenta: la sociedad abierta.

La empresa de ser libres exige que sepamos a qué atenernos. Los liberales no creemos enlas ilusiones falsas ni en los espejismos de los grandes conceptos. Sabemos que la libertadhay que ganársela día a día. Es la consecuencia de una decisión que reiteramos cada mañana.Es la decisión que distingue al hombre libre del esclavo. Exige responsabilidad y sacrificio, cora-je y dosis de convicción. Sobre todo en el seno de una sociedad que ha hecho de la libertadalgo cotidiano, tan cotidiano que hemos relajado confiadamente su defensa más íntima a lasinstituciones.

Precisamente aquí reside la amenaza: hemos olvidado que hay que seguir palpando sobrenuestra piel el estado y la fortaleza íntima de nuestra libertad si queremos que ésta siga fortale-ciéndose y no debilitándose por una creciente adición de tejido adiposo.

De ahí la importancia de la foto que presento ahora. Abre un nuevo escenario de confrontaciónplanetaria entre la sociedad abierta y la sociedad cerrada. Ya sabéis a qué foto me estoy refirien-do: el impacto de los Boeing secuestrados por Al Qaeda sobre las Torres Gemelas ha oscurecidola luminosa irrupción de esperanza protagonizada por aquellos berlineses que veíamos en nues-tra imaginación hace unos momentos encaramados sobre el Muro.

Ahora sabemos, sentimos todos, que aquello es cosa del pasado. Tanto que nuestra memoriahace vencer sobre aquel recuerdo berlinés la nitidez del colorido flamígero de las explosiones pro-ducidas sobre la superficie de los rascacielos que minutos después se desmoronaban atrapandoa miles de víctimas entre sus cenizas.

Termino. Cuando Tocqueville decía que habría “amado la libertad en cualquier época pero enlos tiempos que corren estoy inclinado a adorarla”, emitía un principio nuclear del credo liberal.Hoy, queridos amigos, ya no somos españoles, ni europeos, ni norteamericanos. Somos occiden-tales que amamos por encima de todo una libertad que está amenazada.

PRESENTACIONES

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Por eso mismo, nos emocionó en 1989 el derribo del Muro berlinés y nos sobrecogió, también,la acción terrorista de Al Qaeda cuando dirigió sus aviones contra las Gemelas y el Pentágono tra-tando de localizar sus esfuerzos destructivos sobre los presuntos iconos que a sus ojos fanáticosidentifican a Occidente.

Sin embargo, al elegir esos blancos los terroristas desvelaron el fondo de su alma. Con ellonos mostraron su debilidad. Nos ofrecieron una foto, es cierto, pero también su radiografía másíntima. Erraron de plano. Evidenciaron con su resentimiento que no nos entienden, porque nues-tra fuerza no está en el capitalismo de las Gemelas ni el poder militar de Occidente que represen-ta el Pentágono.

Pasaron muy cerca, es cierto, pero se equivocaron porque el mundo libre está encarnado en otroicono. Se levanta a la entrada de la bahía de Nueva York. Curiosamente fue un regalo que hizo lavieja Europa a esos pujantes EE. UU. que nacieron del empeño utópico del milenario continente.

En la Estatua de la Libertad está nuestra esperanza. Su traza clásica nos habla de nuestropasado, de nuestra tradición de libertad. Su antorcha nos revela que su luz ilumina nuestro maña-na. Y hoy, cuando celebramos el derribo del Muro de la Vergüenza, podemos decir orgullosos quesomos berlineses pero, también, desde el 11-S, neoyorquinos.

Y es que ambas riberas del Atlántico están hermanadas por un hilo misterioso y mágico quefluye indestructible. Un hilo fino, pero que porta consigo la vigorosa nervadura de la libertad. Unnuevo milenio comenzó en 2001. Con él comenzó también un nuevo enfrentamiento entre elmundo libre y la tiranía, esta vez revestida con el atuendo beduino del totalitarismo islamista.

Pero con este nuevo milenio se ha puesto en marcha, también, nuestra voluntad firme y deci-dida de defender la libertad amenazada. Y aunque esta voluntad se encuentra lastrada por el des-ánimo, la apatía e, incluso, la hostilidad de muchos en el seno mismo de nuestras sociedadesabiertas, con todo, los liberales debemos decirnos aquello que mantenía Abraham Lincoln al seña-lar: “Todos pueden estar engañados algún tiempo; algunos todo el tiempo, pero nunca todosdurante todo el tiempo”.

Demostrar este engaño es la tarea cultural y política que tenemos los liberales de todo el mundopor delante. El giro, ese golpe de timón que anuncie los nuevos tiempos de esperanza que vendrán,está ahí, al alcance de nuestra mano: tenemos la responsabilidad histórica de hacer de nuevo ilu-sionante la gesta de defender orgullosos nuestra libertad. Si la merecemos lo haremos así.

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1. EL DERRIBO DEL MURO: ACCIONES Y RAZONES

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Puedo decir que conozco el mundo de la política. Muchas personas se dedican a ella, pero muy pocos llegan a laaltura de estadistas. De personas con principios sólidos y valores firmes y con la visión necesaria y la voluntad de lle-var a cabo sus convicciones. De personas que saben estar a la altura de las circunstancias en momentos cruciales dela Historia. Uno de los pocos políticos que he conocido y que puedo situar entre los grandes estadistas es Helmut Kohl.

La labor de Helmut Kohl, muchos años en la oposición, y más aún como Canciller de Alemania, no puede resumir-se en pocas palabras. Creo que fue un excelente gobernante que hizo grandes cosas por su país y por Europa. Lideróun proceso gracias al cual hoy Europa está por fin unida en torno a las ideas de la libertad y la democracia.

Para Helmut Kohl, magnífico conocedor de la Historia, la idea de Alemania era inseparable de la idea europea. Y poreso ha sido siempre un gran europeísta, uno de los mejores. Y no olvidemos que para él ser europeísta y ser atlantistaes la misma cosa. A Helmut Kohl no le bastaba una Alemania unificada. Su objetivo era una Alemania unida, y libre. Yese objetivo sólo era posible con una Europa atlántica, aliada con firmeza y lealtad a los Estados Unidos en defensa dela libertad de todos.

Para que fuera posible era necesario contar con claridad de ideas, voluntad y capacidad de llevarlas a cabo y ver-dadero sentido de Estado. Helmut Kohl aportó todo esto y mucho más. La reunificación alemana era una tarea dedimensiones colosales que requería, ante todo, decisión. La primera decisión era plantar cara al coloso soviético.Negarse a seguir cediendo ante él. Helmut Kohl lo hizo. Cuando el Pacto de Varsovia desplegó misiles agresivos paraamenazar a la Europa libre, él apoyó el despliegue de las defensas necesarias para preservar nuestras democracias.No se plegó ante un falso dilema de opinión pública. Él sabía que lo más importante para mantener la paz era defen-der la libertad. El Muro de Berlín no cayó por causas naturales. Cayó porque hombres como Kohl tomaron decisionesdifíciles, a veces impopulares. Eran las decisiones imprescindibles para derribarlo.

Alemania no estaba dividida como un castigo. El país estaba dividido por la imposición de una tiranía comunista,controlada por los tanques soviéticos, contra millones de alemanes, al igual que otros muchos millones de europeos.La reunificación de Alemania era una cuestión de justicia histórica. Siempre la apoyé y creo que basta comparar cómoeran las cosas hace 15 años y cómo son hoy para concluir que fue un gran acierto. Un logro que se debe, más que anadie, a Helmut Kohl.

Testimonios como el suyo son esenciales para comprender lo que pasó hace quince años y para que todos aprecie-mos más aún el valor del liderazgo y, sobre todo, el valor de la libertad.

José María Aznar

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LA UNIFICACIÓN ALEMANA Y LA UNIDAD EUROPEA

Helmut Kohl

Cuando pienso en los enormes cambios a los que ha asistido el mundo en los últimos 15años, me parece muy importante no olvidar que todo lo que ha ocurrido en Europa y en Alemaniano es en absoluto mérito exclusivamente de los alemanes y aún menos de una única persona,sino que se debe también a todos aquellos que nos han ayudado, y a ellos debemos mostrarlesnuestro agradecimiento. El camino hacia la unificación alemana y la integración europea sólo hasido posible gracias a todos los que nos han prestado su apoyo. Así, al hablar sobre la reunifi-cación alemana y la integración europea cuando se conmemora la caída del Muro de Berlín yahace quince años, ante todo debo decir gracias. Uno de los grandes teólogos y filósofos de lareligión del último siglo, Romano Guardini, al que admiro desde mi época juvenil, afirmó en unaocasión: «El agradecimiento es la memoria del corazón». Precisamente éste es el sentimientoque me invade al echar la mirada atrás y al hablar de lo que he vivido, y en lo que yo mismo hepodido contribuir.

1. Hoy en día se afirma con gran ligereza que muchos acontecimientos están «haciendo época»;sin embargo, es la Historia la que debe afirmar tal cosa. Lo que sí es cierto es que la caída delMuro de Berlín puede calificarse de acontecimiento trascendental, un suceso que ha transforma-do no sólo el panorama político alemán, sino el de todo el continente. Los años 1989 y 1990supusieron el comienzo del fin del sistema comunista. Actualmente sólo queda un país en elmundo cuyo Jefe de Gobierno cree aún que el comunismo tiene futuro, y ese país es Cuba. Noobstante, en un tiempo predeciblemente corto también allí se arriará la bandera roja.

En Polonia, en Hungría, en Checoslovaquia, en Rumanía, en los Estados Bálticos: en todosestos países los ciudadanos se opusieron al régimen de opresión y tiranía. En la RepúblicaDemocrática Alemana (RDA), en el otoño de 1989, primero fueron miles, luego decenas de milla-res, después cientos de miles y al final millones de personas las que se echaron a la calle para

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pedir y reclamar mayores cuotas de libertad. La caída del Muro el 9 de noviembre de 1989 supu-so el final de una dictadura de cuarenta años y tuvo como consecuencia, gracias a la ayuda denuestros amigos y vecinos, la reunificación de nuestra patria. Me parece muy importante subrayaruna cosa, y no precisamente por cortesía, sino porque tengo el pleno convencimiento de que escierto, y es que nuestros amigos españoles nos apoyaron sin titubeos en aquella situación. EnParís, en Roma e incluso en Londres se produjeron reticencias, hubo muchas vacilaciones y dudasrespecto a si modificar los resultados de la Segunda Guerra Mundial podía aportar algo positivo.Aún tenemos en la memoria la declaración que hizo Margaret Thatcher en Londres: «Prefiero dosAlemanias a una única Alemania unida»; en realidad yo no critico estas palabras, ya que refleja-ban el modo de sentir de muchos. Sin embargo, nuestros amigos españoles, quizá guiados tam-bién por su fe en la libertad y por su propia experiencia histórica, estuvieron de nuestro lado, yesto tampoco lo olvidaremos nunca.

2. El 9 de noviembre de 1989, a pesar de todos los problemas que ha supuesto en años poste-riores, sobre todo de carácter económico, seguirá siendo un día de alegría y de júbilo. La forzadaseparación de la nación alemana tocó a su fin ese día, y las imágenes de las primeras personasque pasaron de un lado a otro del Muro dieron la vuelta al mundo. Estas imágenes pusieron demanifiesto que la mayor parte de los alemanes del Este y del Oeste no estaban dispuestos asoportar la separación forzosa del país por más tiempo. La caída del Muro fue el triunfo de la liber-tad. Pero, para ser sincero, he de añadir que, si bien en la antigua República Federal, de la que yofui canciller desde 1982, también existía este sentimiento, esa sensación se veía en parte para-lizada por una cierta «saturación». Además, a algunas personas les preocupaba que su Estado debienestar pudiera verse amenazado por el experimento de la «unidad», como se denominaba enalgunas ocasiones a este proceso.

La caída del Muro también se la debemos al valor de nuestros compatriotas en la RDA, que serebelaron contra la dictadura. Muchos recordarán todavía las imágenes que mostraban cómo cien-tos de miles de personas se manifestaban a favor de la libertad en Leipzig, en Dresde y en muchasotras ciudades, asumiendo un gran riesgo personal. Estas manifestaciones pacíficas, que partíansiempre de las iglesias, lograron quebrantar el poder del régimen del SED (Partido Comunista deAlemania Oriental) y finalmente produjeron el desmoronamiento del mismo. El valor y las hazañasde nuestros compatriotas de Alemania del Este ya forman parte de los capítulos más destacadosde la historia alemana, y todo aquel que conozca la historia de nuestro país, especialmente la his-toria del siglo XX, apreciará la importancia de que esa revolución transcurriera de forma pacífica.Sin duda, ese hecho quedará de manifiesto en la imagen de Alemania para la posteridad.

3. La revolución pacífica en la RDA y la caída del Muro no hubieran sido posibles, y es algo quequiero reiterar, sin la ayuda y apoyo de nuestros amigos y vecinos. Entre todos ellos, en primerlugar quiero citar a Estados Unidos y al entonces presidente George Bush padre, un presidenteque reflejaba y resumía en su persona todo lo que constituye el sueño americano: la idea de liber-tad y la autodeterminación. Para él, las consecuencias de la caída del Muro eran claras: unaAlemania soberana y reunificada. Así pensaba también su antecesor en el cargo, Ronald Reagan,un presidente que no suele mencionarse cuando se habla de este tema. Sin embargo, su políticasiempre se caracterizó por una postura clara frente a los dirigentes del Kremlin. Reagan era unafigura bastante inusual y de principios muy claros: para él «sí» quería decir «sí», y «no» quería decir«no». Era una persona digna de confianza, y estos principios surtieron efecto en un momento deci-sivo para la historia mundial. Cuando la Unión Soviética comenzó a estacionar los misiles SS-20en Europa, fue él quien amenazó a Breznev con el contraataque y le dejó claro que la UniónSoviética iba a perder esa carrera. En Moscú, y es algo que sabemos hoy, inicialmente se rieron

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de él; sin embargo, él cumplió su advertencia. No puede considerarse en absoluto una coinciden-cia que en su visita a Alemania en 1987, a pocos metros de la Puerta de Brandeburgo, Reaganexclamase: «Señor Gorbachov: ¡Abra esta puerta! ¡Derribe este Muro!». Ronald Reagan era unhombre de ideas y principios claros; fue el único Jefe de Estado que en nuestras reuniones perió-dicas me preguntaba acerca de la opinión de los jóvenes en la RDA sobre el futuro de Alemania.Solía decir que dividir un país era algo así como amputarle los brazos, las manos o los pies a uncuerpo humano: este cuerpo podría seguir viviendo, pero con grandes dificultades. Puede pareceruna filosofía muy simple, pero ha conmovido mucho más que los discursos sesudos de grandesconocedores de la situación en aquellos momentos.

Su filosofía política se basaba en la aplicación de la llamada «doble decisión» de la OTAN, sincuya puesta en práctica la historia de los años 1989 y 1990 hubiera tomado con seguridad otrocurso. La «doble decisión» consistía, por una parte, en entablar negociaciones con la UniónSoviética acerca de la reducción del armamento nuclear desplegado en Europa. Por otra parte, laOTAN dejó una cosa clara: si los miembros del Pacto de Varsovia no detenían el despliegue demisiles SS-20 en la RDA y en los territorios del bloque oriental, la alianza occidental responderíacon el despliegue de nuevos misiles Pershing y de crucero. En este sentido cabe reconocer el méri-to de mi predecesor Helmut Schmidt al haber contribuido a la toma de esta decisión en la OTAN;sin embargo, Schmidt ya no estaba en situación de obtener mayoría en su propio partido, el SPD.Al final, su gobierno acabó fracasando.

Con la aplicación de la «doble decisión» de la OTAN, es decir, el despliegue de los misilesPershing II y de los misiles de crucero norteamericanos en territorio de la República Federal, lacuestión era si seguíamos siendo aliados dignos de confianza. Y es que si en 1983 no hubiése-mos procedido al despliegue, las relaciones de la República Federal con Estados Unidos, sobretodo, se habrían visto gravemente afectadas. Además, la OTAN habría atravesado una gran crisisy probablemente incluso se habría desmoronado. Por conversaciones mantenidas con MijaílGorbachov conozco la importancia que tenía nuestra actitud en las decisiones del Kremlin.Gorbachov se dio cuenta de que forzar la carrera armamentística, dividir la alianza occidental y ale-jar a Alemania de la solidaridad de Occidente sería una empresa dura e infructuosa. De estemodo, Gorbachov tuvo que admitir que no podía ganar la carrera armamentística, lo cual le llevóa dar los primeros pasos hacia el desarme. Así es como el objetivo de mi gobierno, esto es, lograrla paz con menos armas, pudo materializarse paso a paso.

La conciencia de no poder ganar la carrera armamentística provocó el surgimiento de la glas-nostpy la Perestroika. Desde esta nueva perspectiva, con la perestroika, Gorbachov lideró un cam-bio en la política soviética que llegó a extenderse incluso a la RDA. Mijaíl Gorbachov tomó unasabia y acertada decisión en un momento clave para los alemanes el día posterior a la caída delMuro. Nunca lo olvidaré.

La noche del 10 de noviembre de 1989, con motivo de la caída del Muro, se celebró un multi-tudinario acto frente al berlinés Schöneberger Rathaus, sede del Ayuntamiento de Berlín occiden-tal en ese momento, y en ese acto también participé. Justo antes de tomar la palabra en el bal-cón del ayuntamiento, me hicieron llegar un mensaje de Mijaíl Gorbachov. Al parecer, al secretariogeneral del PCUS le preocupaba que la situación en la RDA llegara a descontrolarse, y se pregun-taba qué pasaría si una muchedumbre rebelde asaltara las instalaciones soviéticas. Gorbachov seencontraba bajo la presión de la KGB y los instigadores del gobierno del SED, que habrían prefe-rido anular la revolución pacífica a mano armada, de forma similar a lo que ocurrió en la revueltapopular de 1953.

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Sin embargo, fui capaz de convencer a Gorbachov de que la información que le habían dadono se correspondía con la realidad: el pueblo de la RDA era de carácter pacífico y las instalacio-nes soviéticas no corrían peligro alguno. En esos momentos era fundamental que Gorbachov noscreyera. El hecho de que confiara en mí también se debió a que, durante su visita a la RepúblicaFederal en junio de 1989, tuve la suerte de establecer una relación personal muy fructífera conél. En nuestras conversaciones descubrimos que tanto su familia como la mía habían sufridosobremanera durante la guerra: su tío y su padre habían resultado heridos de gravedad, y mi pro-pio hermano había fallecido en combate. Todo ello afianzó aún más los lazos personales que nosunían. Siempre estaré agradecido a Gorbachov, porque, al tener que elegir entre movilizar los tan-ques o dejarlos en el cuartel, optó por la solución pacífica, y ése fue precisamente su mérito per-sonal. Su postura fue condición clave para que, en último término, pudiéramos lograr la unidaden la paz.

Cuando recuerdo con agradecimiento los momentos de apoyo y ayuda, también pienso en nues-tros amigos de Hungría. Al igual que en la revuelta de 1955, los húngaros reunieron el valor nece-sario para emprender varias reformas imprescindibles en su país por propia iniciativa, lo que diolugar a situaciones dramáticas, como la del verano de 1989, cuando miles de ciudadanos de laRDA huyeron a Hungría bajo el pretexto de pasar sus vacaciones allí. En esa ocasión, el gobiernohúngaro hizo algo por lo que aún hoy debemos estar agradecidos, y fue tomar la decisión de nodetener a los ciudadanos de la RDA que habían decidido salir de su país de aquella manera. Estofue posible gracias a que mi gobierno siempre se había negado a reconocer una ciudadanía pro-pia a los habitantes de la RDA, algo que pretendía Honecker desde hacía tiempo. La UniónSoviética y, sobre todo, la propia RDA, querían que reconociéramos las dos condiciones: una nacio-nalidad alemana de la RFA y una nacionalidad alemana de la RDA. Otros componentes de la polí-tica alemana occidental, sobre todo los socialdemócratas, además de varios representantes de laindustria, movidos por razones comerciales, apoyaban la postura de Honecker. Sin embargo, envista de que nosotros rechazábamos esta alternativa, el primer ministro húngaro Nemeth y suministro de Exteriores Horn declararon que los alemanes deberían poder viajar a Alemania. Quiensí nos apoyó expresamente en nuestra determinación fue Deng Ziao Ping, el presidente de laRepública Popular China. Nunca olvidaré cómo en una ocasión me preguntó irónicamente: «¿AcasoGoethe era alemán de la RDA y Schiller alemán de la RFA?» En su opinión sólo había alemanes.Y así pensaban también los húngaros que, en el verano de 1989, abrieron las fronteras a los ale-manes que querían abandonar la RDA, hecho que tuvo una tremenda repercusión en el desarrollode este territorio.

También agradezco de corazón la ayuda que nos brindó Polonia. Los polacos, con su gran tra-dición de libertad, fueron los primeros en intentar liberarse de las ataduras de la dictadura a tra-vés del sindicato independiente Solidaridad. También fueron los primeros en lograr, en 1989, ungobierno verdaderamente democrático. Sin embargo, conviene recordar algo que se suele obviar,y es que esta evolución que se produjo en Polonia sólo fue posible por la coincidencia de que enRoma se eligió a un Papa polaco. Como se ha puesto de manifiesto tras la consulta de algunosdocumentos del Kremlin, cuando se eligió al papa Juan Pablo II, en el círculo del gobierno delKremlin reinaba una gran inseguridad a la hora de valorar la situación en Polonia; en esos tiem-pos se acuñó una conocida frase de Napoleón: «¿Cuántas divisiones tiene el Papa?» Pero, claroestá, ese Papa no necesitaba división alguna debido a su inmensa fuerza moral y a su pleno con-vencimiento en el valor de la libertad; era un hombre que apoyó a su país con todo su ser.

Recuerdo una conversación con el último ministro del Interior polaco de la era estalinista, enla cancillería federal de Bonn. Yo le pregunté: «Señor ministro, ¿qué tal Solidaridad?», a lo que él

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respondió con frialdad: «Señor Canciller, no tiene por qué preocuparse; Solidaridad no supone nin-gún problema para nosotros». Acto seguido le dije: «Pero he visto por televisión las imágenes dela visita del Papa al santuario polaco de Czestochowa, e informaban de que medio millón de per-sonas había acudido al acto», a lo que él replicó: «No importa, lo tenemos todo bajo control».Después le pregunté: «Y ¿no ha visto que más de la mitad de esas personas eran mujeres? ¿Quéopina usted, una persona respetada, de que el policía polaco llegue a su casa por la noche, apa-gue la luz y se acueste junto a su mujer?». Consternado y no precisamente satisfecho, el ministrodio por terminada la conversación. Sin embargo, a partir de ese momento supo que no nos con-vencían sus habilidades de persuasión.

También pienso en el gobierno checo, que en la primavera de 1989 posibilitó la salida de laRDA hacia la República Federal de miles de alemanes congregados en la embajada alemana enPraga. Las escenas de lo sucedido en la embajada alemana contribuyeron al debilitamiento delrégimen de la RDA.

4. Tras la apertura del Muro de Berlín y de la alambrada de púas, era fundamental que yo tomarala iniciativa y enfocara el desarrollo del país hacia la unidad alemana. Para que nadie dudara dela capacidad resolutiva del canciller alemán, desarrollé, en colaboración con un círculo reducidode consejeros, el llamado «Programa de diez puntos para la unidad alemana», basado en tresfases: la «comunidad contractual», las estructuras confederativas y la federación como objetivo,es decir, la reunificación de Alemania como Estado federal de Derecho.

En dicho programa, que presenté el 28 de noviembre de 1989 en el Bundestag alemán, evitéla imposición de cualquier tipo de plazo, lo cual se reveló rápidamente como una ventaja incues-tionable, ya que el proceso que se había puesto en marcha el 9 de noviembre adquirió un dina-mismo cada vez mayor. Los habitantes de la RDA ya estaban en camino hacia la Alemania unifi-cada desde hacía tiempo, algo que pude comprobar por mí mismo en la multitudinaria manifesta-ción del 19 de diciembre de 1989 en Dresde. En todo el territorio de la RDA, la gente se reuníaen las iglesias para rezar y en diversos lugares para manifestarse. Primero gritaban «¡Somos elpueblo!», pero con el tiempo empezaron a exclamar «¡Somos un pueblo!». Los manifestantes y loscientos de miles de personas que se dirigían hacia el Oeste dictaron en lo sucesivo el ritmo conel que se recorrería el camino que quedaba por delante. En el otoño de 1989 aún era imposibleprever cómo transcurriría exactamente ese recorrido.

Sin embargo, teníamos un objetivo claro y seguimos adelante: desde las primeras eleccioneslibres de la RDA celebradas el 18 de marzo de 1990 hasta la firma del Tratado de unificación ydel «Tratado 2 + 4» en otoño de 1990, pasando por el establecimiento de la unión económica ymonetaria el 1 de julio de ese mismo año. Cuando el 3 de octubre de 1990 logramos nuestro obje-tivo, la unidad alemana, apenas había transcurrido un año desde la caída del Muro.

El 9 de noviembre de 1989 y el 3 de octubre de 1990 son los días más felices de mi vida: enapenas once meses logramos hacer realidad la unidad de Alemania gracias a la ayuda de nues-tros amigos y de Dios.

Tanto para los cristianodemócratas alemanes como para la mayoría del pueblo alemán, coneste objetivo se cumplió un gran anhelo. No en vano, la CDU, a diferencia de numerosos social-demócratas y de la mayoría de los Verdes, se había considerado desde su fundación como parti-do de la unidad alemana, algo que no ha dejado de ser aún hoy. En la CDU nunca hemos abando-nado nuestro objetivo constitucional de «perseguir la unidad y la libertad de Alemania».

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No sabíamos cuándo llegaría la unidad alemana, pero yo siempre estuve convencido de que lle-garía. Y dado que siempre tuvimos en mente ese objetivo, también orientamos nuestra política enla dirección adecuada.

En los años 1989 y 1990, la puerta de la historia se entreabrió y nosotros la empujamos. Nosabrimos paso a través de esa puerta y, con la ayuda de Dios, logramos la reunificación. En elgobierno federal, mis colegas y yo nos encontramos en 1989/1990 ante un gran desafío, ya queno teníamos ningún plan preconcebido para la reunificación; en muchos sentidos puede decirseque aterrizamos en tierras desconocidas. Sin embargo, con valor y resolución hemos conseguidomucho desde 1990.

5. El primer Canciller de la República Federal de Alemania, Konrad Adenauer, sentó los fundamen-tos para que se produjese esa unidad alemana. Su política logró devolver a Alemania a la comu-nidad de valores del mundo libre occidental. Debido a lo sucedido en nuestra historia, en abso-luto se sobreentendía que pudiésemos reintegrarnos en dicha comunidad de valores. Uno de losgrandes méritos de Adenauer fue recuperar la confianza de nuestros vecinos, una confianza quenos resultó de gran ayuda en los momentos más difíciles: los días y meses de los años 1989 y1990.

Siempre tuve claro que la reunificación de Alemania debía estar incluida en el marco de launión de Europa. Como siempre hemos dicho en la CDU, «la reunificación de Alemania y la uni-dad europea son dos caras de la misma moneda». Así, sin el proceso de la unidad europea nuncahubiésemos obtenido el beneplácito para realizar la reunificación de Alemania. En este sentidoquisiera decir, sin ánimo de reproche, que casi todos los gobiernos de nuestros países vecinosde Europa occidental, menos el español, veían con gran escepticismo el proceso de reunificaciónde Alemania. Margaret Thatcher fue la más honesta porque lo dijo sin tapujos: «Prefiero dosEstados alemanes a uno solo». Por su parte, el primer ministro italiano Andreotti incluso alertóde la posible presencia de un nuevo «pangermanismo». Los franceses también mostraron unenorme escepticismo: Francia, con 56 millones de habitantes, y la República Federal, con 61millones, estaban casi a la par en cuanto a número de habitantes. Sin embargo, con la unifica-ción Alemania se convirtió en un país con 82 millones de habitantes, además de ser la econo-mía más fuerte de Europa; en definitiva, una situación nada fácil de aceptar para un Jefe deEstado francés. Por eso también hay que reconocer el mérito de François Mitterrand, que al prin-cipio se mostró cauto a la hora de opinar sobre asuntos relacionados con la unidad alemana,pero se dio cuenta rápidamente de que era mejor tender la mano a los alemanes y acompañar-los en su camino hacia Europa.

En los duros meses de la reunificación nos mantuvimos ligados a la política europea, lo quesignificaba la adhesión a la Unión Económica y Monetaria establecida.

Ya a mediados de los años ochenta yo había hablado por primera vez con Mitterrand de laposibilidad de una moneda común para la Comunidad Económica Europea, como se llamabaentonces la UE. En el Consejo Europeo de Hannover celebrado en junio de 1989, es decir, antesde la caída del Muro, ya se habló públicamente por primera vez de la implantación de una unióneconómica y monetaria. La decisión a favor del euro ya se había tomado (en contra de lo que afir-man numerosas leyendas) incluso antes de que se vislumbrara la reunificación de nuestra patria.

En los años posteriores, mi gobierno siempre se aferró con firmeza al objetivo de la UniónEconómica y Monetaria. De ese modo demostramos a nuestros amigos y vecinos que, para nos-

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otros, la unidad alemana estaba unida a la unidad europea. Al mismo tiempo, los temores a unaposible «jugada individual» de la Alemania reunificada perdieron su razón de ser. No en vano, elhecho de que los alemanes estuviésemos dispuestos a renunciar a nuestro querido y prósperomarco alemán era la mejor prueba de lo mucho que apoyábamos el proyecto europeo.

6. La introducción del euro es sin duda uno de los hitos más destacados de la historia de la UniónEuropea; en mi opinión, representa un momento clave en el camino hacia una Europa unida. Losalemanes considerábamos necesario integrarnos en la Unión Europea: tras la implantación de lamoneda común, la unidad europea se convierte en un proceso irreversible y sin vuelta atrás. Así,el euro ha supuesto un firme lazo de unión entre los Estados miembros.

Además de la introducción del euro nos propusimos llevar adelante la ampliación de la UniónEuropea. Al principio se decidió acoger en la Unión Europea a Finlandia, Austria y Suecia en 1995,según los planes previstos. Sin embargo, tras la caída del Telón de Acero no tuve dudas de quelos países de Europa central, oriental y del Sur también deberían poder optar a la posibilidad deser miembros de la madre Europa. Ninguno de nosotros está autorizado a impedir la entrada aEuropa de los polacos, los húngaros o los checos, que no son responsables de haberse encontra-do inmerecidamente al otro lado del Telón de Acero durante decenios. Nunca olvidaré el momen-to en el que recibí a los Jefes de Gobierno de los tres países bálticos en la Cancillería de Bonn aprincipios de los años noventa. Sin duda, hablaron muy claro: «Señor Canciller, ¡nos volvemos aapuntar a Europa!». El proceso de ampliación era un deber histórico y moral; es y sigue siendo unode los intereses innatos a los países miembros. La ampliación de la Unión Europea de 10 a 25países el 1 de mayo de 2004 es un hito en la historia de la unidad europea, ya que nunca anteshabían entrado tantos países al mismo tiempo en la Unión Europea. Ocho de esos diez paísesestaban al otro lado del Telón de Acero hace 15 años, y ahora se han convertido en miembros dela madre Europa. ¡La unificación de Europa es ya una realidad!

7. Una vez superada la implantación de la Unión Económica y Monetaria, así como la ampliaciónde la UE, nos enfrentamos a nuevos retos. El próximo será intensificar la unión política, procesoen el que se incluye la ratificación del proyecto de Constitución aprobado a finales de octubre de2004. Si bien no todos los deseos pudieron hacerse realidad en la fase de elaboración del pro-yecto, el texto de la Constitución incluye una gran parte de las ideas reformistas. El resultado delproceso, en mi opinión, es un compromiso. También quiero decir que considero un gran error queen el Preámbulo de esta Constitución no se haga mención a Dios, por razones que no acepto; ami entender, una sociedad sin vínculos con lo trascendental carece de futuro alguno.

Asimismo, creo que necesitamos una política exterior europea común. Europa ha de aprendera hablar con una voz propia, para lo cual es fundamental que la UE mantenga una colaboracióntransatlántica con Estados Unidos. No en vano, esta Europa sólo podrá llegar a ser algo si las rela-ciones transatlánticas funcionan. En España está de moda adoptar una postura antiamericana,pero la amistad con los estadounidenses es parte de la existencia y del futuro de la UniónEuropea. No obstante, es preciso definir esa amistad, ya que amistad no equivale a dependencia.Por supuesto, de un amigo no esperamos recibir órdenes, ya que los dos estamos a la misma altu-ra; de un amigo esperamos que nos diga la verdad, y no lo que deseamos escuchar. Por eso debe-mos cuidar esa amistad con independencia de lo que suceda en Estados Unidos. En mi opinióncarece de sentido caer en una postura antiamericana.

8. Después de las grandes catástrofes de la Segunda Guerra Mundial y los crímenes sufridos portantas personas en nombre de Alemania, se puede decir que en Europa hemos empezado a tener

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una gran suerte desde finales del pasado siglo. Deberíamos considerar la unidad de Europa comoun regalo, y como una oportunidad para el futuro. Así, frente a las preocupaciones y a los proble-mas no hemos de caer en el desaliento. Si echamos la vista atrás a los últimos 50 años y, sobretodo, a los últimos 15 años, comprobaremos que tenemos todos los motivos para culminar laconstrucción de la casa Europa: el regalo de la unidad nos obliga a ello. Y es que sin la políticade la integración europea, de la reconciliación con nuestros vecinos y de la renuncia a la políticade la fuerza propia de los siglos XIX y XX, el futuro pacífico es una utopía.

Los jóvenes de Madrid considerarán totalmente normal el hecho de poder viajar a lugares comoPraga o Varsovia. Sin embargo, no pueden imaginar en absoluto que una vez Europa estuvo divi-dida por un Telón de Acero. Además, les parecerá extraño que en medio de Berlín y a lo largo deEuropa hubiera alambradas y campos de minas. Apenas podrán creer que allí se hiciera uso delas armas y que más de mil personas perdieran la vida en el intento de pasar de Alemania aAlemania. Pero eso también forma parte de la historia alemana.

La generación más joven tiene todas las posibilidades para crecer en una Europa en la quereine la paz y la libertad, valores inseparables, ya que allí donde no exista libertad, tampoco habrápaz. Además, no me cabe la menor duda de que esta nueva generación de jóvenes no vivirá nin-guna guerra en Europa. Por eso creo que tenemos razones de sobra para mirar al futuro con opti-mismo.

A los jóvenes les pido que no se dejen desanimar; que no se dejen convencer por aquellos quedicen que este es el peor de todos los mundos y que mañana caerá el cielo sobre la tierra. Queaprovechen las oportunidades que se les presentan y afronten la vida con alegría. Pero que ten-gan en cuenta que alegría también significa adoptar una postura activa, cada uno en su ámbito,porque ni nuestro mundo ni nuestros respectivos países avanzan solos. Por eso, con esa alegríade vivir, les invito a dar forma al futuro de su país y de la Europa que compartimos.

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En su libro Las raíces comunes de Europa, Bronislaw Geremek profundiza en los mecanismos que durante la his-toria han ido amalgamando a los diversos pueblos del continente en una única Europa. Reclama la conexión entre elEste y Oeste de Europa y rechaza la falsa división que algunos siguen defendiendo. O como resumía en un discursoreciente “la expansión hacia el Este de la Unión Europea se puede considerar como un proceso de unificación deEuropa: unida, Europa puede convertirse en un socio importante en la interdependencia política y económica global”.

A partir de su papel fundador en el movimiento Solidaridad hasta su trabajo como Ministro de Asuntos Exterioresde Polonia (1997-2000), Bronislaw Geremek ha desarrollado y sigue desarrollando su lucha por la libertad con la con-vicción de que las palabras y el ejemplo son más fuertes que la espada.

En 1980, desde el Astillero Lenin en Polonia, el movimiento Solidaridad, que cofundó Bronislaw Geremek, alzó la vozreclamando la libertad y la justicia para los polacos y demás europeos sometidos al totalitarismo soviético. El éxito de lahuelga iniciada por los trabajadores del Astillero Lenin creó un espacio de libertad donde los polacos pudieron reconocery aceptar la verdad de su situación: estaban aislados del mundo. Gracias a los acontecimientos de 1980, los polacos com-prendieron que las promesas de los comunistas no valían nada; pudieron apreciar hasta qué punto el “interés nacional”,que el régimen decía proteger, estaba exclusivamente integrado por los intereses de los comunistas.

Desde su escaño en el Parlamento Europeo, Bronislaw Geremek trabaja para la unidad de Europa porque sabe deprimera mano que el aislamiento, la división, la anti-globalización, conducen al empobrecimiento. Su libro La pobreza:una historia examina la inquietud que ésta siempre ha provocado en la parte más aventajada de cualquier sociedad.Bronislaw Geremek encuentra en quienes se incomodan ante la brecha entre ricos y pobres la semilla de las utopíassocialistas que prometieron paliar estas diferencias, pero cuyo resultado fue la esclavitud de los desafortunados, en lasumisión de nuevo a la pobreza. Una de las características principales de la esclavitud es el aislamiento del esclavo delresto de la sociedad. Y en el aislamiento nace la pobreza.

Resistiendo pacíficamente, pero sin tregua, Bronislaw Geremek y otras gentes como él derribaron el Muro de Berlíndesde dentro. Sin su apoyo y su rebeldía contra los dictámenes del politburó, el gran acontecimiento del 9 de noviem-bre de 1989, la liberación de la Europa atrapada y esclavizada bajo el régimen comunista y la subsiguiente reunifica-ción no hubiera sido posible. Y conviene recordar que los mártires armados, tipo Che Guevara o Yasir Arafat –tan cele-brados por la izquierda y que venden tantas camisetas con sus efigies– han fracasado siempre en sus intentos de unira sus pueblos con el resto del mundo y mejorar su suerte.

Ana Palacio

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EL SINDICATO POLACO “SOLIDARIDAD” Y LA IDEA EUROPEA DE LA LIBERTAD

Bronislaw Geremek

Tras la ampliación histórica de la Unión Europea el 1 de mayo de 2004 y en el contexto actualde las negociaciones sobre otras ampliaciones, Europa se enfrenta más que nunca al dilema de su identidad. No se puede reducir dicho debate al problema de las fronteras geográficas euro-peas, ya que habría que hacer referencia a lo arbitrario. A finales del siglo XVIII, el Zar pidió aTatistchev, el geógrafo de la Corte, que definiera la frontera que dividía la parte europea de la parteasiática en la Europa rusa. Se trataba de una cuestión práctica, puesto que la administración delas dos zonas tenía que organizarse de forma diferente. Tatistchev situó la frontera en los Urales,entre las dos zonas administrativas del imperio del Zar. De hecho, fijó la frontera del Este deEuropa en los Urales. ¿Quién podría ser hoy el Tatistchev encargado de definir las fronteras?

Los mapas geográficos que están sobre las mesas de las grandes conferencias internaciona-les y el papel decisivo de las consultas geográficas pertenecen a un pasado que nunca volverá (elcaso de los acuerdos de Dayton sólo es la excepción que confirma la regla). En Bruselas, laComisión Europea no dispone de “geógrafos oficiales”, por lo que yo sé, y con razón: en efecto,parece que la axiología más que la geografía define Europa. En primer lugar, la axiología europeaparece influir sobre nuestra visión del futuro, pero no se puede disociar de la historia de la civili-zación europea que ha formado la base de nuestros valores comunes y de la memoria colectivaeuropea. Cuando hablo de “memoria colectiva”, y estoy incidiendo en esta noción, lo que tengoen mente se parece más a una tarea que hay que realizar que a una realidad psicológica existen-te. Para que el término “europeos” así como “ciudadano europeo” tenga sentido no sólo es nece-sario referirse a una realidad étnica o a un estatuto jurídico, sino también a una toma de concien-cia de los procesos y de los acontecimientos que han formado Europa y el alma europea. Hay que

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mencionar la Historia de Europa, su espíritu inventor, su idea del Estado de derecho y de la demo-cracia, la forma de promocionar a las personas, su querencia por la libertad. La Historia de Europaes por encima de todo la exaltación de la libertad. Es una larga historia que comienza con la libe-ración de los campesinos y el nacimiento de los pueblos en la Europa medieval y que continúa através de los altibajos de la era moderna. Y en esa historia, el año 1989, el que marcó el fin dela partición de Europa, de la Guerra Fría y del Muro de Berlín, ocupa un puesto destacado. Poloniafue el país que desencadenó ese formidable proceso hacia la libertad.

Durante la “Revolución de Terciopelo” de Praga, acaecida en otoño de 1989, se podían ver pan-cartas con un texto un tanto extraño, pero que tenía un significado muy alentador para los que par-ticiparon en estos acontecimientos: “Polonia, 10 años; Hungría, 10 meses; RDA (Alemania delEste), 10 semanas; Checoslovaquia, 10 días”. Comprendo muy bien el orgullo que sentían misamigos de Praga al escribir este eslogan. No obstante, para mí, también quiere decir que la recon-quista de la libertad en Europa Central y lo que consideramos como nuestro “regreso a Europa”fue un camino muy largo.

Las etapas se sucedían al compás de la revuelta de Berlín de 1953, de las demostraciones decólera popular de Poznan en junio, de la revuelta de Budapest en octubre de 1956, de las espe-ranzas que suscitaron la “Primavera de Praga” de 1968 y las grandes huelgas obreras polacas de1970, 1976 y 1980. Estos movimientos no deberían reducirse al fenómeno disidente que expre-saba un rechazo desesperado al régimen comunista en el gigantesco imperio soviético, ya quetanto en la insurrección de Budapest como en la efervescencia de Praga a favor del “socialismocon rostro humano”, ya existían proyectos políticos. Pero nuestra voluntad de auto-organización dela sociedad civil quedaba patente sobre todo en la serie de acontecimientos ocurridos en Polonia,no tanto contra el régimen comunista sino sobre todo al margen de sus dirigentes y sus estructu-ras. Hace veinticinco años, la huelga de Gdansk en 1980 y el nacimiento del sindicato Solidaridadsupusieron la máxima expresión de la lucha pacífica por el sustento y por la libertad.

Una vez más, fueron los obreros los que se levantaron contra ese régimen que se identificaba conla clase obrera y contra el partido único llamado obrero. Los astilleros Lenin de Gdansk junto conotros astilleros de la costa báltica, se pusieron en huelga el 14 de agosto de 1980. Un joven obre-ro, Lech Wallesa, comprometido desde hacía unos años con las actividades de la oposición demo-crática clandestina, se convirtió en el líder de la huelga. Las razones más inmediatas fueron de ordeneconómico; sin embargo, el programa de 21 postulados reclamaba la creación de sindicatos libres,la legalización del derecho de huelga, la libertad de expresión y la consecución de reformas econó-micas estructurales. El movimiento de solidaridad se extendió en un primer momento por la costabáltica y a continuación por toda Polonia. Los campesinos llevaban víveres a los obreros encerradosen el astillero de Gdansk , y la Intelligentsia de todo el país intentaba apoyarlos. Los obreros sin patriade los que hablaba Marx, se convirtieron en los baluartes de la causa nacional y cantaban “Para quePolonia pueda ser Polonia”. La palabra “Solidarnos c”, solidaridad, tenía un programa de gran caladohumano: contra la ideología oficial de la lucha de clases proponía la solidaridad de un pueblo sedien-to de libertad, la solidaridad de hombres y mujeres de diferentes condiciones sociales, la solidaridadde quienes no llevaban armas ante las fuerzas policiales, el ejército, los barcos soviéticos que sur-caban el Báltico y las fuerzas militares soviéticas que permanecían en suelo polaco.

Y sobre la gran puerta del astillero en huelga, bajo el rótulo “Astillero Naval Lenin”, se encon-traba el retrato de Juan Pablo II. El Papa polaco, que había llegado a Roma un año antes desdesu país natal, pronunció las siguientes palabras a sus compatriotas en una gran plaza de Varsovia:“No tengáis miedo”.

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No voy a hacer la historia de la epopeya polaca del mes de agosto de 1980. Las películas deAndrzej Wajda, los libros, como el de Timothy Garton Ash sobre la “revolución polaca”, las colec-ciones de octavillas y de cánticos lo expresan mucho mejor que yo. Lo que quiero es rememoraraquellos diez días que pasé en el astillero de Gdansk , mostrar el recuerdo inolvidable del deseode libertad y la felicidad que proporciona recuperar la libertad. Veinticinco años después encontréel mismo clima moral, la misma espontaneidad, la misma determinación en los ucranianos reuni-dos en Plaza de la Independencia, el famoso maïdan de Kiev. Quizá se podría responder a la cues-tión de las fronteras de Europa diciendo que ese deseo de libertad y la búsqueda de la dignidadhumana son los postes indicadores.

El 31 de agosto, los acuerdos de Gdansk, un contrato sin precedentes entre el poder autorita-rio comunista y la sociedad, permitieron crear un gran sindicato libre, formado por diez millonesde personas. A continuación, durante 500 días, Polonia fue el único país del bloque soviéticodonde los campesinos tenían derecho a la propiedad privada, y donde la mayor fuerza moral erala de la Iglesia, pero donde también había una sociedad civil organizada. El 13 de diciembre de1981 el poder decretó el “estado de guerra” contra sus propios ciudadanos. Manos polacas lle-varon a cabo el plan soviético de represión del movimiento de la libertad que se cobró decenasde muertos, y decenas de miles de recluidos, prisioneros y perseguidos.

El movimiento polaco transmitía un mensaje contundente sobre la esencia del sistema comu-nista, pero también sobre la posibilidad de ofrecer resistencia. Los periodistas occidentales sequedaron en Polonia desde la huelga de Gdansk , e informaron no sólo a la opinión pública desus países, sino también de forma indirecta y gracias a la radio “Europa libre”, a la opiniónpública polaca (“¿quién les ha dejado entrar?”, se preguntaban los dignatarios del régimen). Ladeclaración de la ley marcial en Polonia fue acogida por algunos dirigentes políticos europeoscomo la solución inevitable, e incluso con cierto alivio, ya que evitaba en cierto sentido el ries-go de confrontación entre el Este y el Oeste. La reacción de un ministro de Asuntos Exteriores–“no haremos nada, por supuesto”– expresaba la actitud de la mayor parte de las cancilleríasoccidentales. Sin embargo, la opinión pública europea estaba conmocionada por el aconteci-miento y se solidarizaba con el pueblo polaco: la insignia de “Solidarnos c” creaba un espaciopúblico europeo real. Y todo esto concernía también a esa “otra Europa”; la que va de losUrales hasta el mar Báltico. Recientemente supimos lo que le ocurrió a un obrero rumano queen 1981 escribió una carta al primer congreso nacional de Solidaridad. Iulius Filip pagó un pre-cio muy alto por esa carta, ya que fue condenado a ocho años de prisión por “actividades anti-socialistas”. El congreso de Gdansk lanzó un llamamiento a los trabajadores de Europa del Esteen el que reclamaba su derecho a la libertad. En aquella época se podía considerar que dichomanifiesto era una bomba de relojería que traspasaba la línea roja de seguridad, pero un cuar-to de siglo después puede considerarse como uno de los actos fundadores de la solidaridadeuropea.

Lo que mejor definía ese famoso “por supuesto” ministerial era la idea de sofocar la existen-cia legal de ese movimiento de masas que era Solidaridad, pero también su supervivencia en laclandestinidad, la resistencia a la represión. Durante un corto periodo de tiempo, el poder militarlogró mejorar de forma pasajera la situación económica del país e instauró cierta calma socialmomentánea que se sustentaba en un sentimiento de resignación e impotencia. Ese poder que-ría justificar su papel en el país arguyendo la ausencia de una alternativa política interna y el peli-gro de una intervención exterior, es decir, la repetición del escenario de Budapest y Praga. Pero lasituación real contradecía esos argumentos. La Unión Soviética, agotada militar y moralmentedebido a las derrotas en Afganistán, estaba inmersa, con la llegada de Gorbachov al poder en

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1985, en la consecución de reformas internas (perestroika) y medidas de liberalización política(glasnost), y estaba menos preparada que nunca para intervenir.

Por otro lado, el trabajo de las estructuras clandestinas de Solidaridad y la creación de la“segunda oleada” de divulgación de las ideas y de la información que se realizaba con la ayudade una auténtica red de imprentas clandestinas, convenció a la gente sobre la existencia deuna verdadera alternativa política. En 1976, cuando las manifestaciones que se produjeron enRadom desembocaron en el incendio de la sede del comité local del partido comunista, JacekKuron, uno de los dirigentes históricos de la oposición polaca pronunció la celebre frase: “noqueméis sus comités, formad vuestros propios comités”. Y en los años ochenta ese deseo sehizo realidad. Las encuestas realizadas por las instituciones del régimen mostraban la crecien-te desconfianza del pueblo en la economía estatalista: en 1988, el 73% de la población defen-día no sólo la economía de mercado sino también el sector privado. Casi la mitad de los encues-tados se pronunciaba a favor de la legalización de la oposición política. La ilegitimidad del podercomunista era evidente, la alternativa política comenzaba a abrirse paso.

Detengámonos por unos instantes en nuestro relato para recordar una verdad extremadamen-te sencilla: en ocasiones, la Historia nos parece determinada porque conocemos el desarrollo delos acontecimientos. Sabemos que el año 1989 borró del mapa europeo el poder comunista y res-quebrajó el imperio soviético. Se puede pensar que se trataba simplemente de justicia, y que esta-ba escrito en la lógica de la Historia, pero hasta los más optimistas, los discípulos más fieles delMaestro Pangloss, estarán de acuerdo en que no era tan predecible que fuera a ocurrir en 1989,ya que podía haber ocurrido cinco, o quince, o treinta años después. La herencia de la revoluciónbolchevique de 1917, que ya nadie reclama, hubiera podido esperar para celebrar su centenarioen 2017. Si nos ajustamos a la Historia probabilista, a la Historia que se basa en la expresión“¿Y si...?”, podemos afirmar que si el ansia de libertad en 1989 no hubiera ido acompañada delrechazo a la violencia, del rechazo a la confrontación o del choque entre el Este y el Oeste, estahistoria podría haberse escrito de otro modo. No fue la prudencia de las diplomacias, sino la pru-dencia de la autolimitación de los pueblos la que generó el milagro de 1989.

Volvamos a nuestro relato sin abandonar completamente las digresiones sobre la filosofía dela Historia.

En 1988, tras una serie de huelgas, las autoridades comunistas de Polonia se dieron cuenta deque no podían controlar la situación sin recurrir a métodos drásticos, es decir, a la violencia. El régi-men se encontraba francamente debilitado y sus intentos de liberalización contribuyeron a ello. ATocqueville no le faltaba razón cuando afirmaba que los regímenes autoritarios sembraban el terre-no para su propia destrucción cuando trataban de mejorarse. El régimen comunista polaco hubierapodido retroceder, abandonar el proceso de liberalización política, apostar por el desarrollo de la eco-nomía de mercado sin democracia, ampliar la libertad económica y asfixiar la libertad política. El 13de diciembre de 1981 los comunistas polacos tomaron partido y eligieron utilizar la violencia arma-da contra la sociedad y rechazar así cualquier tipo de diálogo político con Solidaridad: esa era laúnica manera de mantenerse en el poder y proteger los intereses y los planes de la Unión Soviética.Pero en 1989, su elección fue bien distinta: creían que sus intereses podían preservarse de otromodo o bien consideraron que se trataba de meras concesiones pasajeras que no cambiarían lanaturaleza del sistema y que podrían anularse pasado un tiempo, como había ocurrido con la “nuevapolítica económica” de la Rusia soviética de 1921. Estoy dispuesto a aceptar que en 1989 los líde-res comunistas polacos estaban sirviendo a su país y que tomaron esa decisión de forma conscien-te. Uno de ellos, a finales de 1989, me dijo que asistía al fin de su mundo: la Unión Soviética, que

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él consideraba como su segunda patria, estaba desapareciendo; el marxismo-leninismo, su religión,se volvía anacrónico y anticuado; la clase obrera, de la que se consideraba representante, le dabala espalda a él y a su partido y demostraba su apoyo a Solidaridad y a la Iglesia católica.

Me niego a aceptar que la declaración de la ley marcial en diciembre de 1981 salvaba a Poloniade la intervención soviética y que se trataba de un mal menor: era el Mal. En 1989 participaronen la creación de las condiciones necesarias para una transición pacífica hacia la democracia,para una revolución negociada. Merecen al menos el beneficio de la duda.

A principios de los ochenta, en una encuesta realizada entre estudiantes polacos, sólo el 4%de los estudiantes respondieron afirmativamente a la siguiente pregunta: “¿Te gustaría que laforma de socialismo que existe en Polonia se extendiera al resto del mundo?” Los sociólogos quehan analizado la situación de Polonia en dicho periodo afirman que el conflicto social tomó laforma de un conflicto de valores más que de un conflicto de intereses (en referencia a la tesis deEdmund Wnuk-Lipinski). Solidaridad supo articular en este conflicto el programa de la independen-cia nacional, de la democracia y de la libertad oponiéndose de manera frontal al sistema comu-nista. Ante semejante situación de polarización de las posiciones, no iba a resultar nada fácil des-arrollar un proceso político que permitiera evitar el enfrentamiento y que pudiera tratarse por la víade negociaciones sin que los adversarios se enfrentaran y adoptaran posiciones radicales.

Por un lado, el poder comunista trataba de evitar a cualquier precio el reconocimiento deSolidaridad como socio, ya que significaba reconocer públicamente el fracaso de la operación mili-tar del 13 de diciembre. De esta manera rechazaba cualquier idea de “pluralismo sindical”, es decir,de una nueva legalización de Solidaridad, que incluía también cierto pluralismo político. En primerlugar había que convencer a la Iglesia para que formara un sindicato cristiano y se comprometiera,o bien que decidiera corresponsabilizarse de la situación política del país, ya fuera directamente ovaliéndose de una representación política laica. La Iglesia rechazó rotundamente estas proposicio-nes y reiteró que Solidaridad era el único socio válido para las negociaciones. El poder propusonegociar el pacto social en una mesa redonda compuesta por las organizaciones no gubernamen-tales, de la que se excluía a Solidaridad. Finalmente, el poder no tuvo más remedio que aceptarque había que negociar con la sociedad, pero a condición de nombrar representantes. Este pro-grama era conocido como el “del combate y el entendimiento”. Combate contra toda oposicióndemocrática y cualquier tipo de pluralismo social o político, y entendimiento con los creadores delrégimen. No sólo era una manifestación de hostilidad hacia Solidaridad, que se identificaba conesas posiciones, sino también la obcecación en la filosofía del monopolio del poder y de la mono-cracia del aparato comunista.

En otoño de 1988, un gran congreso de “militantes obreros” seguía excluyendo cualquier posi-bilidad de pluralismo, y el general W. Jaruzelski declaró su negativa a dialogar con “aquellos queponían en duda el orden legal y constitucional del país”. Fue el estado de la economía nacional loque obligó al poder a ofrecer finalmente las concesiones necesarias.

Por parte de Solidaridad aparecieron estrategias de diversa índole, desde programas radicalespara derrocar al régimen hasta argumentos que, bajo el nombre de “realismo político”, promovíanla colaboración con la corriente reformista del partido que ostentaba el poder. La autoridad inque-brantable de Lech Wallesa garantizaba la cohesión de su movimiento, la unidad de las estructurasclandestinas y de las estructuras cuasi-legales, y sobre todo la representatividad de Solidaridad,que era la única que podía hablar en nombre de la sociedad. La amnistía de 1986 y la consiguien-te liberación de los presos políticos hizo posible la búsqueda de soluciones políticas. La vuelta al

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principio del pluralismo sindical, es decir, el regreso de Solidaridad a la legalidad era una condiciónindispensable en cualquier negociación. Repetíamos incansablemente: “no hay libertad sin solida-ridad”. En lo que respecta a este punto, la determinación era muy similar a la de los comunistas,que pretendían aceptar una cierta pluralidad en la acción política, pero nunca jamás el pluralismode la actividad sindical. Solidaridad desarrolló a partir de 1987 un “pacto anti-crisis” cuyo objetivoera acordar con la sociedad con el fin de llevar a cabo una política de reformas económicas, esta-blecida conjuntamente por las autoridades del país y Solidaridad.

Podíamos considerar este pacto como un punto de partida de una transformación orgánica yevolutiva en la que la esfera pública, controlada por el partido comunista, debería limitarse a rea-lizar funciones militares e internacionales mientras que la libertad se convertía en el principiomáximo de la economía así como de la vida social. La clave de esta visión de futuro residió enla sociedad civil. Era menos utópico de lo que parecía en un primer momento, puesto que lo queno decía este programa era que la libertad es contagiosa y que ella misma crea sus propiosmecanismos de expansión. Se hacía necesaria una auto-limitación de las aspiraciones para evi-tar por encima de todo una confrontación violenta o la aparición del espectro del choque entredos grandes bloques. La necesidad de llevar a cabo cambios estructurales y económicos tantoen la economía como en la política era cada vez más acusada, pero era necesario realizar unpacto entre la sociedad y el “aparatchik” (aparato del Estado) para llevar a cabo la revolución deuna forma no revolucionaria, para que la democracia instaurada por métodos antidemocráticosse tornara legítima y válida.

Retomando la interpretación que Sir Isaiah Berlin expone en The Hedgehog and the Fox (El erizo yla zorra)1 basada en Arquíloco, añadiría que ellos eran como el zorro, que sabe muchas cosas, y nosotros como el erizo, que sólo sabe una cosa, pero la más importante: una cosa llamada libertad.

El debate televisivo del 30 de noviembre de 1988 entre el jefe del sindicato oficial y miembrodel politburó y Lech Wallesa debía conseguir lo que la propaganda del régimen nunca había logradohasta el momento: destruir el mito de Wallesa y ridiculizar al líder de Solidaridad. Pero ocurrió todolo contrario: Wallesa, el vencedor indiscutible de la pugna, retornó a la escena pública polaca conun apoyo del 64% mientras que a la pregunta de si se debía legalizar Solidaridad, un 73% respon-dió de forma afirmativa. La visita de Wallesa a París unos días después, a invitación de FrançoisMitterand, confirmó la leyenda europea del sindicalista polaco y le brindó la ocasión de presentarsu programa político.

El 6 de febrero de 1989, la “mesa redonda” reunió a 56 representantes del régimen, de la opo-sición democrática y de las dos centrales sindicales así como a algunos intelectuales independien-tes, y todos se pusieron a trabajar. En los preparativos, los representantes de la Iglesia tambiénjugaron un papel fundamental en calidad de observadores, mediadores o testigos. La mesa redon-da reunió a dos bandos hostiles y recelosos, uno frente al otro. Sólo la Iglesia podía asegurar laconfianza mínima necesaria para que las negociaciones se llevaran a cabo, y lo que es más, queéstas llegaran a buen puerto.

Los dos meses de negociaciones protagonizados por la mesa redonda hasta que se firmaronlos acuerdos el 5 de abril de 1989 supusieron una confrontación constante de dos puntos de vista

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1 Berlin, Sir Isaiah (1953). The Hedgehog and the Fox, New York, Simon and Schuster.

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diferentes y en la mayoría de los casos, contradictorios. Era una situación nunca vista. Se reunían cara a cara el antiguo régimen y las fuerzas del cambio, los representantes del régimenautoritario y los de la sociedad civil, el poder que conocía su ilegitimidad y la oposición que sesabía legítima.

Y eso no sucedía en las calles ni en las barricadas, sino alrededor de una mesa, durante unasnegociaciones en las que participaron los que acababan de derribar los muros de las cárceles ysus carceleros. No resultaba nada fácil buscar un acuerdo en esas condiciones. Más bien pare-cía imposible. En ambos bandos existían enemigos acérrimos de cualquier acuerdo. Sin embargo,a lo largo de las negociaciones, surgió el tema del interés del país y eso fue lo que permitió llegara un acuerdo.

Inicialmente, el problema principal era reconocer el principio del pluralismo sindical y permitirla legalización de Solidaridad. Para sorpresa de todos, una vez que se adoptó la decisión, el pro-blema dejó de ser tan grave. Fueron las cuestiones políticas las que se convirtieron en las prota-gonistas de los acuerdos de la mesa redonda. En las decisiones sobre las elecciones parlamen-tarias que tendrían lugar el 4 de junio, el poder comunista buscó, si no la supervivencia de sumonopolio de poder, al menos la garantía de preservar su dominio político. El pacto preveía quesólo un 35% de los escaños de la Dieta serían elegidos en elecciones libres; el resto se reserva-ría al partido comunista y a sus partidos satélite. El Senado se constituía por elecciones libres,pero se veía privado de competencias políticas. El escaso tiempo que duró la campaña electoraldebía favorecer a los comunistas, que disponían de estructuras de organización y de medios decomunicación así como de recursos financieros ilimitados. Pero todos los cálculos del poder serevelaron inútiles y sin fundamento alguno. La campaña electoral de Solidaridad se centraba enLech Wallesa, el indiscutible líder nacional, y estuvo organizada por comités cívicos que se crea-ron de forma espontánea en todas las ciudades e incluso en los pueblos. Al oponerse al poder, lasociedad se constituía en una unidad que proponía la elección más sencilla: “ellos” o “nosotros”,sin necesidad de que los partidos políticos actuaran como intermediarios.

El éxito del movimiento Solidaridad y el fracaso del poder comunista fueron aplastantes. Todoel espacio que correspondía a los cargos elegidos en elecciones libres fue tomado por Solidaridad;los comunistas no obtuvieron ningún escaño en el Senado, y en la Dieta su mayoría desapareció,ya que los partidos satélite los abandonaron de inmediato. En el primer gobierno participaronministros comunistas al frente de la defensa nacional y del Ministerio del Interior –Polonia aún eramiembro del Pacto de Varsovia– pero el jefe del gobierno era Tadeusz Mazowiecki.

El régimen comunista se derrumbó sin un solo disparo, sin cristales rotos, sin actos violentos,sin derramamiento de sangre. El “efecto dominó” se extendió a toda la región: en Budapest secreó otra “mesa redonda” siguiendo el ejemplo polaco, la “revolución de terciopelo” cambió el régi-men en Checoslovaquia, el Muro de Berlín se hizo añicos.

Durante cierto tiempo, el cadáver del comunismo siguió envenenando el clima político; secometieron toda clase de errores, apareció el desencantamiento social, la transformación econó-mica fue traumática, pero el cambio era inevitable y definitivo.

La casualidad hizo que los acontecimientos de 1989, ese annus mirabilis, tuvieran lugar dos-cientos años después de la Revolución Francesa. Se produce de forma natural una identificaciónentre los dos cambios de régimen. Pero surge una pregunta: ¿Hay razones para afirmar que lo queha ocurrido en Europa Central es realmente una revolución?

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Giovanni Sartori, titular de la cátedra Albert Schweitzer de la Universidad de Columbia de Nueva York y profesor emé-rito de la Universidad de Florencia, marcó un hito en el estudio de las ciencias políticas desde Italia cuando fundó y diri-gió el Centro di Studi di Politica Comparata y consolidó la creación de la Revista Italiana di Scienza Politica. GiovanniSartori es también, para la generación larga de españoles que vivimos intensamente la Transición, el autor de Partidosy sistemas de partidos, obra que descubrimos primero en inglés y que hoy amarillea en nuestras bibliotecas en unacasi mítica edición de bolsillo de Alianza Editorial. Teoría de la democracia y el ya citado Partidos y sistemas de parti-dos, obras esenciales para entender “esa cosa extraña” (y estoy citando al profesor Sartori) que es la política, constitu-yeron una brújula fundamental en la primera andadura de nuestra democracia.

Después de sorprendernos de nuevo, justo tras la mal llamada caída del Muro de Berlín, con un agudo análisis sobrela democracia después del comunismo, con envidiable lucidez, Giovanni Sartori ha continuado ahondando en el enten-dimiento de nuestras sociedades, reflexionando sobre el reto que suponen su creciente diversidad y complejidad. Y sonparadigmáticos en esta teoría de la democracia que desgrana su obra los criterios para lograr una ciudadanía armóni-ca que establece en Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, publicado en España en 2001, entre los que destacael de reciprocidad: tolerar a los intolerantes conduce a la extinción del tolerante. En otras palabras: apaciguar a los quequieren acabar con nuestra libertad nunca funciona.

Giovanni Sartori ha abierto aún otro vector de análisis al filo del nuevo siglo. El provocador Homo videns: la socie-dad teledirigida, propugna la libertad política como condición sine qua non de la existencia de las otras formas de liber-tades necesarias en una democracia: la libertad de opinión y la libertad de expresión, en particular. Y en este contex-to, la noción de realidad, la ideología y la escala de trascendencia de los eventos cotidianos se configuran -y ése es suanálisis- a partir de la cultura de los media, dependiendo así de la visión de un reportero o, todavía más, del interés dequienes controlan esos medios. La implicación de este fenómeno para el ámbito de una sociedad democrática adquie-re matices peligrosos, de los que los españoles hoy somos, lamentablemente, muy conscientes.

El lema que preside la fecunda vida de Giovanni Sartori lo acuñó él mismo en una de sus primeras obras: “La libertadimplica actividad, participación en los asuntos de la comunidad política, acción positiva y también resistencia activa”.

Ana Palacio

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VICTORIA Y FRACASOS

Giovanni Sartori

Para recordar lo que supuso la caída del Muro de Berlín, cuyo decimoquinto aniversariohemos celebrado, debemos seguir el orden de los acontecimientos. Primera parada: Berlín. Omejor dicho, dos momentos de Berlín, dos ciudades diferentes. El Berlín de 1948-1949 y elBerlín de 1989.

En 1948, el bloqueo de Berlín desencadenó la Guerra Fría. Se hubiera desencadenado igual-mente en cualquier momento, pero el factor determinante fue el bloqueo de Berlín. Cuarentaaños después, la caída del Muro provocó la caída del comunismo, y, poco más tarde, la caídade la Unión Soviética.

Estos dos extraordinarios acontecimientos berlineses (1948-49 y 1989) supusieron unpunto de inflexión en el llamado “siglo breve”. No estoy muy convencido de su “brevedad”, perosí de que fue un siglo intenso y agitado. Una de las ventajas de ser mayor (ni que decir tieneque también hay algunas desventajas) es que uno conoce la historia porque la ha vivido: unoha visto las cosas, las ha experimentado, en algunos casos incluso las ha tocado. Cuando loshistoriadores empiezan a escribir sobre un asunto intentan, sin duda, hacerlo lo mejor posible.Reconstruyen el pasado, y esta reconstrucción conlleva una interpretación; pero rara vez pre-sentan sus estudios mientras ocurren los hechos.

En 1948-1949 Berlín fue rodeado y sitiado. El único vínculo de unión con Occidente era elaeropuerto de Tempelhof. Por aquella época tuve la oportunidad de aterrizar en ese aeropuer-to, y resultó ser toda una experiencia. Tempelhof no era más que un diminuto terreno cubiertode césped en medio de la gran ciudad. Cuando aterricé (no recuerdo exactamente cuándo fue)había una tormenta tremenda, con rayos y nubarrones negros. De pronto, el avión empezó a

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descender en picado. Llegué a pensar que íbamos a estrellarnos. Pero no, ésa era la forma enque tenían que aterrizar los aviones en ese tipo de aeropuerto. Y en aquel diminuto terreno decésped rodeado de altísimos edificios, la facción occidental era capaz de entregar 6.700 tone-ladas de provisiones diarias, incluido el carbón. Recuerdo que los aviones aterrizaban y volvíana despegar sin parar, cada dos o tres minutos. Era increíble, pero aun más lo era el esfuerzopor ganar. Stalin pensaba que no tenían nada que hacer. ¿Cómo podían conseguir que Berlínsobreviviera? Pero lo hicieron, durante un año entero.

Finalmente, Stalin se dio por vencido. ¿Por qué? Bueno, Stalin todavía no tenía la bomba ató-mica. Y en caso de que la hubiera tenido, no contaba con el sistema de distribución apropiadoni con misiles. No podía correr el riesgo de implicarse en una guerra y decidió rendirse. Peroésa fue la última vez. Desde aquel momento hasta 1989, fue Occidente quien tuvo que cederuna y otra vez. Cuando comenzaron las revueltas del Este de Europa, lo único que hizoOccidente fue sentarse y mirar. No podía hacer nada más. A esas alturas, se había estableci-do la doctrina de la DMA: Destrucción Mutua Asegurada. La Destrucción Mutua Asegurada sig-nificaba que nadie podía correr el riesgo de iniciar una guerra contra la Unión Soviética.

Quiero recordar otra anécdota relacionada con aquel puente aéreo de Berlín. En 1949, esta-ba en Nueva York y coincidí con el General Clark, que había estado al mando del Quinto Ejércitoen Italia. En 1944 había tenido la oportunidad de llegar a conocerlo bastante bien. Por aquelentonces estaba destinado en California, y cuando lo vi en Nueva York me dijo: “Ya sabe, vineen un avión con dos motores”; en aquella época anterior al jet, se solían utilizar aviones de cua-tro motores para los vuelos transcontinentales, así que yo le pregunté: “¿Y eso, por qué?”. Alo que me contestó: “No queda un solo avión de cuatro motores en Estados Unidos, están todosen Berlín”.

El Muro se construyó la noche del 13 de agosto de 1961. Nadie se lo esperaba. Los servi-cios secretos occidentales de la época eran conscientes de que existía un plan para dividir ysellar Berlín. Pero aquel agosto creyeron que todo estaba tranquilo y que no iba a pasar nada.Demostraron muy poca previsión, porque la época de mediados de agosto es perfecta para lassorpresas. Muchas guerras han empezado a mediados de agosto, por lo menos las grandes. ElMuro de Berlín se levantó en plena noche, ante la sorpresa de todo el mundo. Pero no se podíahacer nada. El presidente Kennedy estaba de vacaciones y no quiso interrumpirlas. Adenauerprotestó, pero no con la energía suficiente. La única protesta que de verdad se dejó sentir fuela del alcalde de Berlín. No fue hasta dos años después cuando Kennedy se pronunció al res-pecto y dijo aquello de “Ich bin ein Berliner”. Si hubiese pronunciado esas palabras el 14 deagosto de 1961, quizás las cosas habrían tomado otro rumbo. Pero dos años después, al mar-gen de ser un gran espectáculo, no tuvo ninguna consecuencia. El Muro se levantó, pero no demanera inmediata. Berlín se cercó durante la noche, pero el muro final, el de cemento, no seconstruyó hasta dos años después, en 1963. Cerca de 5.000 personas trataron de escapar.Cuando uno miraba aquel muro, podía imaginarlas. Algunas incluso lo consiguieron. Era increí-ble. La libertad es absolutamente irresistible y, milagrosamente, algunos la alcanzaron.

Remontémonos ahora al 9 y al 10 de noviembre de 1989: la caída del Muro. En 1989, lospaíses del Este empezaron a volverse “desobedientes” y, de repente, Hungría abrió sus fronte-ras a Austria. Decenas de miles de alemanes del Este ya estaban ahí, esperando, y el gobier-no de Alemania del Este se dio cuenta de que no se podía hacer nada para evitar que escapa-ran. Por eso declaró que estaba dispuesto a expedir permisos que permitirían a los alemanesdel Este cruzar el Muro y pisar, después de mucho tiempo, el Berlín occidental.

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En ese instante ocurrió un hecho extraordinario. Sólo un oficial de bajo rango compareció en la conferencia de prensa donde se realizó ese comunicado. Los medios de comunicación no dejaban de preguntarle “¿Cuándo, cuándo va a ocurrir eso?”. A aquel pobre hombre no lehabían dado instrucciones. Miró sus papeles y entonces masculló, “Ab sofort” (“desde yamismo”). Y eso fue todo. No estaba autorizado para decir “Ab sofort”, pero no sabía qué otracosa decir. Necesitaba instrucciones por escrito y no le habían dado ninguna. Por eso pronun-ció aquel “Ab sofort”, y en un par de días, nos enteramos de que cinco millones de personashabían cruzado el Muro. No existe ningún tipo de acta ni de documento oficial que atestigüeque eso se estaba produciendo, ni siquiera una hora después de que la gente empezara a cru-zar la frontera. ¿Quién ordenó a la policía fronteriza que se retirara? No lo sabemos y, personal-mente, creo que no lo hizo nadie. Los guardias se evaporaron, simplemente desaparecieron. Porlo que yo sé, fue aquella expresión, “Ab sofort”, la que destruyó el Muro de Berlín.

Pasemos ahora al tema de la televisión. En Estados Unidos la conmemoración de este acon-tecimiento ha sido un auténtico fiasco. Cualquier otro programa de las tres grandes cadenasnacionales tuvo más audiencia que la emisión sobre el Muro de Berlín. Se impuso la industriadel entretenimiento. Y las cadenas se lo tomaron con mucha calma. Se dijeron, “A la gente leinteresan los asesinatos, las tormentas o los terremotos. ¿Por qué les va a interesar el Murode Berlín?”. Ésa fue su justificación, algo que personalmente me resulta repugnante. A menu-do suelo citar el cinismo de esta respuesta. Si la gente no está interesada, es sobre todo por-que a lo largo de los años las propias televisiones se han encargado de restar interés al asun-to. La gente reacciona ante lo que ve. Si no ve nada, si no se le informa sobre nada, evidente-mente no puede estar interesada. Es una explicación muy sencilla. Este fiasco televisivo esculpa de la televisión, y eso es algo que dice mucho de nuestro futuro. Fue sin duda el aconte-cimiento más importante de la segunda mitad del siglo XX, porque la caída del Muro de Berlínsupuso (aunque unos años después) la caída de la Unión Soviética, y, por tanto, la caída delcomunismo y un nuevo renacer de la Historia.

Evidentemente, no se trata de un acontecimiento plasmado en imágenes impactantes. Si sehubiesen publicado buenas imágenes, como las de las Torres Gemelas el 11 de septiembre, lagente habría querido ver más y más. ¿Pero qué es lo que vimos? Vimos masas de gente cru-zando el Muro. Con diez minutos era más que suficiente. No se trataba de un acontecimientointeresante visualmente, a pesar de que se trataba de un hecho de una importancia simbólicasin parangón, comparable a la toma de la Bastilla. De hecho, la toma de la Bastilla, en sí, nosignificó nada. En la Bastilla sólo había tres guardias y un puñado de prisioneros. En realidadno pasó mucho más. No podría considerarse un asalto; los materiales se vendieron a construc-tores que ganaron una fortuna con aquellos restos. Aun así, el 14 de julio es la fiesta nacionalfrancesa porque la toma de la Bastilla simboliza el final del Antiguo Régimen. El Muro de Berlín,en cambio, no consiguió convertirse en un acontecimiento con la misma categoría simbólica, apesar de tratarse de una historia real (y no una inventada en su mayor parte). Y no lo consiguióporque, afortunadamente para Francia, en 1789 no existía la televisión; pero para nuestra des-gracia, en 1989 ya había sido inventada.

Dos citas condensan lo ocurrido en 1989. La primera es de Martin Malia: “Nada nos ha sor-prendido más del comunismo que la forma en que salió de la historia”. Es una cita extraordina-ria, porque todos sabíamos que los regímenes comunistas se estaban viniendo abajo, peronadie podía imaginar que el colapso se iba a producir tan rápidamente, o de la manera en queocurrió. La segunda es obra de Enzo Bettiza. Se trata de un epitafio: “En 1989, la nada implo-sionó y se tragó a sí misma”. Es imposible ser más conciso.

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En 1990, poco después de la caída del Muro, escribí un pequeño panfleto, La democraciadespués del comunismo. En él apuntaba que la democracia ya no tenía enemigos, pero ¿en quésentido y hasta qué punto no tenía enemigos la democracia? Yo sostenía que no existía unacontra-legitimidad con respecto a los países en los que el principio de legitimidad es la volun-tad de la gente. Evidentemente, en los países teocráticos esa legitimidad no se aplica porquees la voluntad de Dios y no la voluntad de la gente la que cuenta (en 1990 Fukuyama se olvi-dó del Islam). Pero en la medida en que las sociedades políticas se basan en el principio delegitimidad democrática, en esa precisa medida, la democracia ha vencido al comunismo.

A pesar de esta premisa, fui víctima de una emoción excesiva (algo bastante inusual en mí).Creía que el pensamiento ideológico podría vencerse y que podríamos volver al pensamientoreal. Y es que el pensamiento ideológico es sinónimo de no-pensamiento: está muerto, conge-lado, se trata de una mera repetición del pensamiento anterior. La gente deja de pensar en loque dice, se limita a transmitir el mismo lema. Esta preocupación queda reflejada en mis libros.Siempre he combatido el pensamiento ideológico, y en aquel momento pensé que estábamosante el instante en que volvería el pensamiento real, la capacidad de pensar. En 1990 afirméque eso podría ocurrir para 2050, gracias al cambio generacional. Pero me temo que estabaequivocado, porque, aunque la ideología del comunismo (la ideología, no la filosofía) falleciódefinitivamente, nos encontramos con la fórmula de la corrección política, que viene a ser lomismo. Ahora, el mundo se divide entre personas políticamente correctas y personas política-mente incorrectas. Es equivalente a las divisiones ideológicas del pasado.

Existen dos aspectos a tener en cuenta en lo que respecta a este análisis de la era post-comunista. Uno de estos aspectos es la escena internacional. Una vez más, ha cogido a muchagente por sorpresa. Todos nos habíamos acostumbrado a la DMA –la Destrucción MutuaAsegurada–, que nos había proporcionado una clara estabilidad. Con la DMA, nos encontramoscon un buen número de guerras secundarias y periféricas (África fue uno de los campos de bata-lla preferidos), pero los dos contendientes principales fueron sumamente cuidadosos. Teníanque serlo. Todos pensábamos que si aquella suerte de mundo bipolar se llegaba a colapsar,tendríamos más inestabilidad, aunque fuera una inestabilidad positiva, y no una inestabilidadamenazante. De hecho, un extraño aspecto de nuestra actual inestabilidad con respecto a lacaída del “Muro de los Muros” es la reconstrucción de cientos de nuevos muros. Desde 1989hemos asistido a noventa guerras locales que han reconstruido otros tantos muros, guerrascuya intención era la de reconstruir pequeñas entidades nacionales. Algunas de ellas estabanjustificadas (las identidades nacionales existen), pero muchas de ellas eran, como mínimo, sos-pechosas. Derivaban de la aplicación del principio de que es mejor ser general en un paíspequeño que coronel en uno grande. Cuantos más países, más generales; y eso hace felices alos generales (la única excepción a esta tendencia a la “reconstrucción del muro” fue la guerrade Iraq de 1991). Por tanto, pasamos de una gran y única muralla a un montón de pequeñasmurallas. Tal vez los pequeños muros sean mejores que los grandes. Pero, una vez más, noshemos vuelto a encontrar con un nuevo muro, tan inmenso como el de antes: el islámico.

El otro aspecto es la escena democrática (insisto una vez más, se trata de la escena demo-crática, no de la escena internacional). ¿Qué le ocurrirá a la democracia? De nuevo, dandomuestras de mi pesimismo y por lo tanto de mi cautela, vuelvo a recuperar una pregunta queformulé en 1990 y que cito textualmente: “¿Resistirá la democracia a la democracia?”. Hiceesta pregunta porque es el enemigo quien nos mantiene unidos, quien nos mantiene moviliza-dos. Y ahora no cabe duda de que tenemos un nuevo enemigo. Eso es lo que yo creo, al menos.Como no soy diplomático, puedo hablar sin diplomacia. Creo que asistimos a un choque de civi-

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lizaciones y que es inútil negarlo. La diferencia reside en que este nuevo enemigo no está gene-rando la respuesta que generaba el anterior. Contra el comunismo, la Guerra Fría unió al mundooccidental, a pesar de que existía el riesgo de la guerra atómica. Pero ahora, cara a cara conel nuevo enemigo, ha ocurrido justo lo contrario. Occidente no sólo no está unido, sino que seestá desmembrando y rindiendo.

La diferencia reside en que ya nos somos los mismos. Yo sigo siendo la misma persona queera durante la Guerra Fría, pero las nuevas generaciones son diferentes. Y las nuevas genera-ciones, para bien o para mal, se parecen cada vez más al niño consentido del que hablabaOrtega. Son blandos. Por lo general, estamos perdiendo valor, vigor y principios. Lo único quequieren nuestras sociedades es vivir de la manera más feliz posible; no quieren plantarle caraa las perspectivas menos agradables, a las posibilidades desagradables. Prefieren meter lacabeza bajo tierra. En los años cuarenta y posteriormente, Occidente tenía la voluntad de resis-tir. Ahora no está tan claro. Y uno de los motivos por los que está poco claro se debe a que nosólo las sociedades ricas han acabado convirtiéndose en sociedades blandas, sino que ade-más seguimos teniendo al viejo enemigo entre nosotros. Oficialmente, los comunistas de tipoestalinista han dejado de existir, pero sus huérfanos han decidido vengarse. Han perdidoMoscú, su casa madre, pero siguen combatiendo la democracia liberal. Les encantaría que lademocracia liberal fracasara y su nueva bandera es el tercermundismo. Y el tercermundismodebilita profundamente nuestra resistencia.

Actualmente, nuestro problema más serio es que la izquierda sigue creyendo que la demo-cracia liberal, y por consiguiente, la democracia occidental, es una democracia capitalista mal-vada. Con el fin de combatirla ha decidido abrazar el multiculturalismo en nuestras sociedades.Y ésta es una guerra que no vamos a ganar si no nos damos cuenta de que estamos realmen-te en peligro.

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2. LA REVOLUCIÓN NECESARIA

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Nicolas Baverez se doctoró en la Universidad de Paris X en 1986 y se graduó en la Escuela Nacional deAdministración. Es autor de libros de reconocida calidad intelectual como Raymond Aron, un moraliste au temps desidealogies (1997) y Les orphelins de la liberté (1999). Además de su actividad de escritor y colaborador habitual endistintos medios de comunicación, Nicolas Baverez gestiona su propio bufete de abogados especializado en DerechoMercantil y Administrativo.

“Cuanto más cambien las cosas, más hay que hacer para no cambiar nada”. Esta frase de Francia en declive, obracon la que Nicolas Baverez irrumpió en el panorama intelectual europeo, insisto europeo y no sólo francés, resume ala perfección el dilema al que se enfrenta nuestro gran país vecino en particular, y Europa en general.

De acuerdo con Baverez, el Estado intervencionista ve en la libertad individual una amenaza a su poder, a su con-trol de las vidas de los ciudadanos. De ahí la sobrerregulación, los pesados impuestos y otras recetas que coartan lainiciativa individual. El resultado no tarda en hacerse patente; la calidad de vida empeora, se pierde en términos deprosperidad, de seguridad e incluso de identidad.

Francia en declive ha causado y sigue causando enorme polémica porque no se esconde en lo políticamente correc-to. Llama las cosas por su nombre. Y su rigor y honradez intelectual irrita a los políticos acomodaticios y poco dispues-tos en general a escuchar la verdad no complaciente. Esta agitación de la clase política queda perfectamente refleja-da en el artículo que Dominique de Villepin, a la sazón Ministro de Asuntos Exteriores, publicó en Le Monde proclaman-do que “La France qui tombe ne tombe pas”.

Pero Nicolas Baverez no se queda en la mera crítica, sino que indica el camino a seguir, camino que pasa por darmás libertad a los individuos. El futuro de Francia, de España y de Europa está en nuestros ciudadanos y su innata creatividad. La primera responsabilidad de un gobierno es fomentar esa creatividad, crear las condiciones necesariaspara que esa energía se transforme en la fundación de empresas, en el renacimiento de la cultura, en soluciones ima-ginativas para los problemas sociales que padecemos.

Ana Palacio

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DEL FIN DE LAS IDEOLOGÍAS A LAS DESILUSIONES DE LA LIBERTAD*

Nicolas Baverez

Quiero en primer lugar agradecer a la señora Ana Palacio su invitación a participar en esteciclo de conferencias que organiza la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, presi-dida por el ex Presidente del Gobierno español, José María Aznar.

Se nos convoca para reflexionar sobre “la revolución de la libertad”, simbolizada en la fechadel 9 de noviembre de 1989, cuando los ciudadanos de Berlín se atrevieron a derribar la barre-ra levantada por el comunismo que les separó durante años al coste de muchas vidas huma-nas que intentaron traspasarla.

Han pasado quince años desde entonces, y he sintetizado lo sucedido en esos tres lustrosen un título que entiendo significativo: Del fin de las ideologías a la desilusión de la libertad, estoes: el proceso que transcurre desde que podemos dar por concluido el papel del comunismoen la Historia, hasta nuestros días, en que otras amenazas nos preocupan con intensidad cre-ciente. Nos surge entonces la angustia de ver que el sueño de disfrutar de la libertad sin esfuer-zo ha de ser sustituido por la necesidad de luchar por ella otra vez y reconquistarla frente a ene-migos nuevos.

2. LA REVOLUCIÓN NECESARIA

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* Este texto es un resumen no literal de la Conferencia pronunciada el 10-12-2004 por Nicolas Baverez en el Aula Magna de laUniversidad San Pablo-CEU de Madrid, dentro del ciclo “La revolución de la libertad” organizado por la Fundación para el Análisis ylos Estudios Sociales (FAES).

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En efecto, tras la derrota del comunismo se pensó que había llegado el fin de la historia.Incluso Francis Fukuyama dio tal nombre a su célebre ensayo, entendiendo que el paradigmade la democracia liberal había ganado, en todas partes y para siempre, la partida. Parecía queel mito revolucionario y las utopías totalitarias pertenecían al pasado, que la libertad estabaadquirida por toda la eternidad, y que con el supuesto final de los ciclos económicos, sustitui-dos por una expansión sin límites, la nueva economía globalizada abría un panorama pleno depromesas.

El despertar fue brutal. En la mañana del 11 de septiembre de 2001, un comando terroris-ta estrelló dos aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York y asesinó a miles de personaspara recordarnos que las cosas no iban a resultar tan sencillas como las habíamos imaginado.De golpe, el mundo se dio cuenta de que el fin de las ideologías –que, ciertamente, había teni-do lugar al desmoronarse la principal de ellas– no significaba el fin de la historia, y de que rea-lidades que parecían superadas (el odio, la opresión, la tiranía) formaban parte también denuestro presente.

Ese día comprendimos que la batalla de la libertad no se gana de una vez para disfrutarlaluego sin esfuerzo. Al derrumbarse el World Trade Center quedó claro que, ante la nueva confi-guración del mundo posterior a 1989, correspondería una nueva lucha por la libertad. Distintade las libradas en épocas anteriores, sí, y contra adversarios de otra naturaleza y con otrasintenciones: pero lucha al fin y al cabo.

Sí, la libertad es algo por lo que hay que pelear siempre sin darla por conquistada, y en esatesitura se debate el mundo en nuestros días.

Una posguerra sin direcciónLa historia del siglo XX ha sido rica en conflictos, y si volvemos la mirada atrás la encontramosplagada de crisis de naturaleza diversa, si bien todas ellas de gran trascendencia: crisis béli-cas, crisis políticas, crisis económicas.

Tres grandes crisis bélicas. La Primera Guerra Mundial, que da protagonismo a las nacionesy disuelve los últimos imperios europeos, al tiempo que supone la entrada de los EstadosUnidos en el tablero del poder internacional. La Segunda Guerra Mundial, contra el totalitaris-mo nazi. Y la Guerra Fría, que bajo una forma distinta libró una continua batalla de contenciónfrente al agresivo totalitarismo comunista.

Tras estas crisis bélicas subyacen dos crisis políticas: en los veinte primeros años de la cen-turia, la lucha de los pueblos contra los imperios; y luego, la de las democracias contra los tota-litarismos de uno y otro signo.

Y, por último, conviven con tres crisis económicas: la inflación de los años 20, en que elmundo vivió el espejismo del progreso continuo (los happy twenties); la deflación de los años30, con la Gran Depresión y el crac bursátil de 1929; y la estanflación de los años 70, cuandola sombra amarga de un paro persistente puso fin al periodo expansivo anterior.

¿Qué lectura podemos hacer de tan intrincado panorama? La inmediata, desde un punto devista geoestratégico, es que, como resultado de todas estas crisis, los Estados Unidos hanalcanzado un liderazgo mundial en detrimento de la influencia de Europa, víctima en ese senti-do de las tres posguerras y de las tres sucesivas y traumáticas descolonizaciones.

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Hay una diferencia. Tras las dos guerras mundiales, el proceso de reorganización de la polí-tica internacional que ambas supusieron tuvo un órgano director: la Sociedad de Naciones enun caso, la Organización de Naciones Unidas en el otro. Las cuales, mejor que peor, pilotaronel proceso. Sin embargo, la tercera posguerra, la que nace en 1989-1990 con el derribo delMuro, la disolución de la URSS y el final de la Guerra Fría, no está siendo organizada por nadie.Y hemos pagado enseguida el precio de esa incertidumbre.

Sin duda, Estados Unidos continúa siendo la gran potencia mundial, y ocupa un lugar pree-minente que por el momento nadie le discute. Con todo, ya despunta China, al alba de su rena-cimiento como nación protagonista en el inmediato devenir de la humanidad. ¿Qué surgirá dela competencia entre ambas? El gran país asiático ya se está convirtiendo en un duro rival paratodas las economías del mundo, por su enorme masa laboral a bajo coste y su incomensura-ble mercado potencial.

Mientras que la Sociedad de Naciones y la ONU intentaron establecer una serie de pautaspor las que se regirían todos los países miembros (respetadas –al menos nominalmente– conmejor o peor fortuna), ahora asistimos a una divergencia en los valores fundamentales entreunas naciones y otras. Y esto sucede en un contexto de globalización que no esconde, sino queamplifica, esa divergencia y el roce entre cosmovisiones opuestas. Bajo la apariencia de paz,subyacen pues tensiones muy importantes sin que ningún organismo esté velando por limitarsu alcance ni por encauzarlas en una tarea común.

Las amenazas a la libertadEl error vuelve a ser el deseo de una vida sin riesgo, en que la libertad nos venga dada sinesfuerzo por nuestra parte. De hecho, hubo quien pensó que no sería precisa la acción de loshombres: la simple existencia de una técnica nueva de comunicación global, Internet, propaga-ría por sí sola la idea de la libertad, la plasmaría en hechos, y vencería todas las resistenciasa ella sin sacrificio perceptible.

¿Cuál es la realidad, sin embargo?

La realidad es que la democracia sigue siendo minoritaria en el mundo. Aunque se han produci-do avances significativos, sólo está asentada con firmeza en el Viejo Mundo, en Australia y enEstados Unidos. En Iberoamérica y en aquellos países de Asia y África que han optado por ella, vivesometida a multitud de incertidumbres y de tentaciones política o culturalmente totalitarias.

La realidad es que la libertad continúa teniendo enemigos, desde los residuos del socialis-mo hasta la marea del integrismo islámico.

La realidad es que, en una pugna descarnada con esa fuerza de cohesión entre personas ypueblos que supone la globalización, se halla la fuerza disgregadora de la violencia nihilista.Conocíamos, sí, la experiencia de que un Estado apoyase el terrorismo: lo hicieron todos losregímenes comunistas financiando y entrenando a grupos de ideología marxista-leninista parasus atentados en Occidente. Conocíamos la experiencia de que Estados islámicos fomentasenel yihadismo, como Siria, Irán, Iraq, etc. Lo nuevo fue que un Estado entero llegase a estar con-trolado por un grupo terrorista, como sucedió en Afganistán.

Ésta es la realidad con la que nos enfrentamos en nuestros días, justo cuando comenzába-mos a soñar en disfrutar la paz y la libertad ganadas por otros. Pero es que hay algo que los

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europeos olvidamos con frecuencia: que la paz y la libertad tienen un precio, y que querer serlibres implica estar dispuestos a pagarlo.

Hasta aquí hemos enumerado ciertos motivos para enjuiciar con pesimismo la situación con-temporánea. Con ellos coexisten razones para el optimismo.

Pensemos, por ejemplo, en la incorporación al capitalismo de nuevos y gigantescos entornosdemográficos, como China, Brasil o la India. Contra lo que querría esa suerte de pensamientooficial progresista o políticamente correcto, son este tipo de países los mayores defensores dela libertad económica. El Sur (los países subdesarrollados o en vías de desarrollo) irrumpecomo abanderado de los principios de la libre empresa y el libre comercio, mientras el Nortedesarrollado se vuelve proteccionista, temeroso de la competencia.

He aquí una verdadera “descolonización”, en la medida en que supone un acceso de esospaíses a las corrientes reales de la economía mundial, a las que hasta ahora permanecían aje-nos, vinculados a tradiciones culturales, corsés ideológicos o clases directoras corruptas (inte-resadas en la regulación estatal) que impedían su crecimiento.

Europa, en una encrucijada decisivaY así, frente al indiscutible liderazgo mundial de Estados Unidos y frente al auge de países depotencial inimaginable, como los citados, Europa se mira a sí misma y comprueba que carecede medios políticos de actuación sobre el mundo. Por desgracia, quienes primero lo percibenson las personas mejor preparadas, y así es como en los últimos años están huyendo de nues-tro suelo las cabezas científicas, motoras de la investigación y el progreso.

Los desafíos son, pues, importantes.

Por un lado está el denominado choque de civilizaciones. Resulta crucial que se adoptenmedidas políticas para que la tradición de integración no se vea derrotada por minorías violen-tas. Ahora bien, justo porque son violentas, serán precisas asimismo medidas militares, porquehay Estados que fomentan el encono entre religiones y culturas.

También es un desafío la mundialización de la economía. Con todo, no hemos de verla conojos timoratos, porque es el arma principal contra la pobreza. El libre comercio no sólo fomen-ta la paz, sino que permite a los desfavorecidos prosperar con la venta de sus mejores produc-tos o de sus mejores condiciones, hasta extremos impensables sólo hace unos años. Es falsoque haya que optar entre la globalización y la protección social. El Estado –y no precisamenteel Estado providente del socialismo– sólo puede proteger a sus ciudadanos cuando la sociedadque rige está incrementando su riqueza, y eso sólo sucede en entornos de libertad de comer-cio, desregulación y competencia.

Por último, Europa ha de concienciarse de su propia necesidad de autoprotección. LosEstados Unidos no podrán responder ellos solos eternamente a la demanda de seguridad delas democracias, que asumieron como propia en la Segunda Guerra Mundial, luego durante laGuerra Fría, y ahora cargando sobre sus espaldas el peso principal de la lucha contra el terro-rismo. En ese sentido, ha de juzgarse positiva la incorporación a la Unión Europea, tras laampliación a 25, de países como Polonia, Hungría, Chequia o Eslovaquia. Estas naciones, quehan padecido el totalitarismo comunista y la tiranía de la Unión Soviética, aportan una mentali-dad habituada a resistir a la opresión. Saben los sacrificios que ello implica, pero no menos

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saben que la libertad vale la pena, esto es, vale las penas empleadas en su conquista y custo-dia. No es casualidad que los gobiernos de dichas naciones se hayan convertido en los princi-pales aliados europeos de Estados Unidos desde el 11-S.

No puedo dejar de señalar que nuestro viejo continente está sometido a un suicidio demo-gráfico, por la caída de la natalidad, y económico, debido a la persistencia en el proteccionismoestatal.

El peso proporcional de la población europea en el contexto mundial ha descendido en unsiglo hasta límites impredecibles. Todavía conserva un peso crucial en el planeta en virtud desu potencial científico y tecnológico, mas ¿qué pasará cuando masas de población emergentesen otras latitudes alcancen ese nivel?

Es aquí donde aparece el otro suicidio, el económico. La Agenda de Lisboa pareció marcarel camino de unas reformas liberalizadoras que pusiesen a la Unión Europea en un camino decrecimiento similar al que está sacando de la pobreza a zonas emergentes del mundo muchomás pobladas. Pero muy pronto ese camino ha sido abandonado.

Junto a ambas amenazas de “suicidio” e interrelacionadas con ellas, Europa padece dosgrandes carencias.

No tiene un buen sistema de decisión política, que se pierde en un marasmo de institucio-nes y órganos colegiados de función coincidente o no permanente, donde el peso de los inte-reses de los Estados continúa prevaleciendo sobre los intereses de la Unión como entidad polí-tica propia ante el resto del mundo.

Y tampoco posee un sistema de defensa militar capaz de garantizar su autodefensa, en casode que Estados Unidos se retirase del papel protector que desempeña desde hace sesentaaños.

ConclusiónÉste es el panorama del mundo quince años después de la caída del Muro de Berlín, y menosde un lustro después del final del sueño, acaecido un 11 de septiembre.

No hay que ignorar la realidad ni las amenazas. Es indispensable la unidad de las democra-cias para hacerles frente, y no hay por qué dudar en combinar esa respuesta política en defen-sa de la libertad, movilizando a todas las instituciones para ello, con una respuesta militar cuan-do sea precisa. La libertad es una conquista perpetua, no un terreno en el que asentarse defi-nitivamente para disfrutar sus beneficios. Entenderlo exige un trabajo cotidiano de pedagogía,y ésa es la labor principal que tenemos ante nosotros.

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“Aunque resulte doloroso, es conveniente admitir que para muchos latinoamericanos el liberalismo es la tremendadesigualdad entre ricos y pobres, la corrupción de los políticos, el egoísmo, la explotación inicua, y es, en suma, el peorperfil de la sociedad en la que viven”. Esta sectaria visión que comparten lamentablemente muchos europeos es unade las ideas clave que desarrolla Carlos Alberto Montaner.

Entre los ejemplos que avalan la anterior afirmación, uno me resulta particularmente preocupante: hace aproxima-damente tres años, nuestro actual Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, declaraba al diario El País:“el hundimiento del muro permitió una ofensiva ideológica neoliberal encabezada por Thatcher y Reagan que ha supues-to un fracaso estrepitoso en cuanto a la mejora de las condiciones de vida de las sociedades donde lo han padecido”.En coherencia con esta declaración, vemos hoy cómo se erige en palmero del sátrapa Chavez y adalid de un proyectodiseñado por la dictadura cubana que, como recientemente ha escrito Vaclav Havel, “conduce a condenar a los disiden-tes cubanos al apartheid político”. El objetivo del actual Gobierno de España es que la UE levante lo que denomina“dañosas sanciones” contra Cuba, limitadas, en realidad, a que las delegaciones europeas no sean encabezadas porministros –evitando así “la foto” y la manipulación subsiguiente por parte del dictador– y que las embajadas de losEstados miembro inviten a los luchadores por la democracia. Son estos, frente a la ruin propuesta de nuestro gobier-no, mínimo insoslayable para que Europa pueda mirarse al espejo cuando predica defender la libertad en AméricaLatina.

Carlos Alberto Montaner, cubano de nacimiento, ha sido profesor universitario y conferenciante en las más presti-giosas instituciones de América Latina y Estados Unidos. En 1990, y a partir de la experiencia española, creó la UniónLiberal Cubana con objeto de encontrar una vía pacífica para iniciar una transición hacia la democracia que incluyeraa cubanos de todos los sectores de la vida pública nacional. Otra faceta suya igualmente importante: Carlos AlbertoMontaner escribe sin descanso predicando el valor de la libertad y la responsabilidad que acarrea ser libre. Además deprestigioso columnista, leído por seis millones de personas regularmente, según las estimaciones, es autor de librosentre los que destacan ¿Cómo y por qué desapareció el comunismo?, Libertad, la clave de la prosperidad, No perda-mos también el siglo XXI, Manual del perfecto idiota latinoamericano, y tal vez el más conocido Las raíces torcidas deAmérica Latina, publicado hace dos años.

La vida y la obra de Carlos Alberto Montaner están marcadas por la dictadura castrista, por la falta de libertad ensu país, por la represión a la que están sometidos los cubanos. Él es testigo, y al tiempo ejemplo, de la dureza y tam-bién de la importancia de la lucha por la democracia y la libertad.

Ana Palacio

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EL TOTALITARISMO Y LA NATURALEZA HUMANA:CÓMO Y POR QUÉ FRACASÓ EL COMUNISMO

Los diez factores psicológicos que hacen incompatibles al hombre y al marxismo

Carlos Alberto Montaner

A principios de la década de los noventa viajé a Moscú en varias oportunidades. El mundohabía sido testigo de dos sucesos asombrosos: la pacífica desintegración de la URSS y la disolu-ción por decreto del partido comunista más grande y fuerte del planeta. En ese momento, cuan-do en el año 1989 el mundo comunista se vino abajo, durante un instante pareció que la libertadpodía incluso llegar a Cuba, como había llegado a todos los países de Europa central. Parecíaimposible que se sostuviera la dictadura castrista si desaparecía la referencia comunista soviéti-ca. Ya gobernaba Boris Yeltsin, con quien, a su paso por Estados Unidos, había compartido unainteresante mañana en la que pude darme cuenta del increíble nivel de confusión e improvisaciónque existía en los altos mandos del Kremlin y el intenso miedo que este político, nacido en losUrales, en los confines de Europa, sentía a ser ejecutado por el KGB mediante un aparato quepodía paralizarle el corazón.

Curiosamente, el entierro de la URSS podía verse como una victoria del nacionalismo ruso, quejuzgaba ese desmembramiento como una suerte de deseada liberación que libraba a Moscú deun rosario de incosteables sanguijuelas. Sólo Cuba, en el remoto Caribe, había costado a losrusos más de cien mil millones de dólares en inútiles subsidios a lo largo de varias décadas. Unacantidad realmente extraordinaria, teniendo en cuenta que el Plan Marshall había costado sólo11.000 millones de dólares. ¿Qué sentido tenía continuar sosteniendo a la Nicaragua sandinista,agregar a la lista de satélites la Etiopía de Mengistu y la Angola revolucionaria, o insistir en la gue-rra colonial de Afganistán? Entonces se repetía una audaz frase que sintetizaba esta pragmática

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posición política: “hay que liberar a Rusia de la URSS”. Al fin y al cabo, aun podándole las adhe-rencias imperiales, Rusia seguía duplicando en tamaño a cualquiera de las otras grandes nacio-nes de la tierra: Estados Unidos, China, Canadá, Brasil o la India. El mundo veía a los soviéticoscomo verdugos, mientras los rusos, en cambio, se percibían como víctimas de una ideología quehabía hipertrofiado el perímetro de sus responsabilidades económicas y militares en perjuicio delbienestar de la propia población eslava.

Pero tal vez más sorprendente aún que la incruenta cancelación del imperio soviético fue el dócilcomportamiento del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS): sus veinte millones de miem-bros acataron la orden de disolverse sin protestar, y el país de Lenin, el país de la “gloriosaRevolución de Octubre”, meca y mito de todos los revolucionarios radicales del siglo XX, a una sor-prendente velocidad enterró los dogmas y doctrinas marxistas-leninistas con un universal gesto defatiga.

En un viaje a Moscú, tras entrevistarme con el canciller Andrei Kozirev y el vicecanciller GeorgiMamedov para hablar de los inevitables asuntos cubanos, por medio del escritor Yuri Kariakin –ungran especialista en Dostoievski y en Goya– concerté un encuentro con Alexander Yakovlev, un per-sonaje que ya estaba fuera del gobierno, ex embajador de la URSS en Canadá y tal vez el princi-pal consejero e ideólogo de Mijaíl Gorbachov. Quería escuchar en su propia voz una explicacióncoherente sobre el proceso que había liquidado el sistema comunista en la nación que por prime-ra vez lo puso en práctica.

En ese momento Yakovlev era el funcionario clave de una fundación creada por Gorbachov, eirónicamente nos recibió en el enorme despacho que había ocupado Mijaíl Suslov hasta su muer-te, ocurrida en 1982. Suslov había sido el implacable defensor de la ortodoxia comunista, elTorquemada de mano dura contra cualquier desviación de la obediencia al Kremlin, ya fuera eltrotskismo, el titoísmo o la revuelta húngara de 1956. Si existía un símbolo del drástico cambioocurrido en la URSS era que Yakolev estuviera sentado exactamente en el lugar que, en sumomento, ocupó el temido Suslov.

Un sistema contrario a la naturaleza humanaLa historia que me contó Yakovlev merece ser repetida. Este héroe de la Segunda Guerra Mundial,miembro prominente del Partido, a principios de la década de los setenta se atrevió a escribir queel comunismo soviético arrastraba un perverso componente de la historia zarista que lo llevaba aejercer la violencia indiscriminada contra la sociedad, lo que, a su vez, impedía el desarrollo de laURSS en todo su enorme potencial.

Esa opinión era muy riesgosa, y tal vez, para impedir que ese peligroso juicio se contagiara aotros camaradas, el entonces premier Leonid Breznev, quien poco antes, tras la invasión deChecoslovaquia de 1968, había formulado la doctrina imperial que le concedía al PCUS el dere-cho a decidir dónde y cuándo desplegar los tanques para preservar el comunismo en el planeta–que era tanto como asignarle a la URSS el derecho al uso indiscriminado de la violencia a esca-la internacional–, le procuró a Yakovlev un exilio dorado, nombrándolo embajador en Canadá –otroenorme país helado, como Rusia, mas próspero, pese a todo–, lejos de las intrigantes camarillasdel Kremlin.

Pero el destino, como en el reino de Serendip, a veces desemboca en el lugar exactamente con-trario al procurado. Sucedió que un día llegó a Canadá en viaje oficial un joven técnico en desarro-llo agrario, prometedora estrella del Partido Comunista, el señor Mijaíl Gorbachov, y se reunió con

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su embajador Alexander Yakovlev, y estuvieron conversando durante varios días, tal vez porque lamisión de Gorbachov se prolongó más de lo previsto, o tal vez porque el avión de Aeroflot, la líneaaérea soviética, se averió más de lo acostumbrado.

Es muy aleccionador pensar que aquellas pláticas amables pero apasionadas entre dos perso-nas inteligentes, que podemos imaginar humedecidas por un buen vodka ruso, sin que nadie losupiera y sin que los interlocutores lo sospecharan, cambiaron el rumbo de la humanidad. Anécdotaque nos recuerda la fragilidad de esa futurología mecanicista basada en el acopio de informacióneconómica o en las predicciones de los expertos. Si alguien ha creído alguna vez que la historia semueve como consecuencia de los factores económicos o que es predecible, llegará a la conclusióncontraria al escuchar la historia de Yakovlev y Gorvachov. Porque fue allí y entonces, aparentemen-te, donde Gorbachov se convenció de que el comunismo era reformable si se eliminaba ese dolo-roso componente de violencia que impedía el libre examen de los problemas. Fue allí y entoncesdonde dos comunistas patriotas se persuadieron de que sabían exactamente qué hacer para queel país más grande del mundo se convirtiera, además, en el más rico, feliz y desarrollado.

Era necesaria la reforma, la luego tan mentada perestroika. Pero para que la reforma diera susfrutos había que quitarle las cadenas al juicio crítico: eso era la glasnost, la transparencia sin con-secuencias ni represalias, la recuperación de la verdad como instrumento de análisis y correcciónde los males. Si a la planificación colectivista y a la búsqueda de la justicia distributiva inheren-tes al marxismo se agregaba la libertad, el comunismo –concluyeron Yakovlev y Gorbachov– seconvertiría en un modelo imbatible para lograr la felicidad de los pueblos.

Y, andando el tiempo, de un modo casi mágico las cartas fueron cayendo ordenadamente sobrela mesa: tras la muerte de Breznev, lo sucedió en el cargo Yuri Andropov, un reformista moderadoy prudente, ex jefe del KGB y amigo de Gorbachov, quien de la mano de su poderoso protectorascendió unos peldaños dentro de la burocracia soviética. Pero en 1984 murió Andropov y, en loque parecía ser un retroceso, fue elegido Konstantin Chernenko, un “duro” de la época de Breznev–fue su jefe de gabinete–, mas llegó al poder a los 74 años, ya enfermo de muerte.

Apenas un año más tarde, en efecto, Chernenko murió, y probablemente ese hecho convencióa la nomenklatura soviética de la necesidad de estabilizar la autoridad eligiendo a un líder razona-blemente joven y saludable capaz de dirigir al país durante un largo periodo. Fue en ese punto enel que Mijaíl Gorbachov entró en la historia por la puerta grande. Sólo tenía 53 años y proyectabauna imagen vigorosa. Con él traería de la mano a Yakovlev, y lo colocaría al frente del aparato depropaganda para defender el novomyshlenie o nuevo pensamiento, las “nuevas ideas”.

Los hechos que siguieron son más o menos conocidos. Gorbachov comenzó por continuar lasreformas emprendidas por Andropov (entre ellas la de racionar el alcohol o aumentarlo significati-vamente de precio, dado que este vicio supuestamente debilitaba la capacidad productiva del país–una campaña en la que ya había fracasado el bueno de Nicolás II, último zar de Rusia), pero loverdaderamente decisivo fue la tolerancia con espacios de libertad crítica que fueron aumentan-do de manera imparable en círculos cada vez más amplios. Poco a poco, los comentarios negati-vos dejaron de limitarse a los problemas concretos de la economía y se empezó a cuestionar laesencia del sistema soviético y los dogmas marxistas-leninistas. Todo ello llegaba acompañadode una aguda crisis de producción y abastecimiento, pero Gorbachov, lejos de amilanarse, exten-dió su voluntad de reformas al campo de los satélites europeos. Finalmente, en octubre de 1989cayó el Muro de Berlín y una tras otra casi todas las naciones de Europa central fueron abando-nando el comunismo y el campo soviético.

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¿Por qué Gorbachov –les pregunté a Yakovlev y a Kariakin, ambos conocedores íntimos del per-sonaje–, pese a su temperamento enérgico, no intentó frenar la descomposición de la URSS y delllamado campo socialista? La respuesta que entonces me dieron me sigue pareciendo convincen-te: porque en la psicología profunda de Gorbachov, o en eso a lo que llamamos “carácter”, habíaun elemento genuino de aborrecimiento de la violencia. Gorbachov no ignoraba que se estaba des-integrando el mundo parido por Lenin a partir de 1917, pero sabía que para mantenerlo sujeto eraindispensable sacar el Ejército Rojo a las calles y matar varios millones de personas. Seguramentees lo que hubieran hecho Stalin, Kruschev o Breznev, pero él era demasiado compasivo para orde-nar una carnicería de esa magnitud. Ese desmoronamiento no se veía como una tragedia, o almenos las personas con las que yo hablaba no lo veían como tal. Lo veían incluso como una libe-ración para los rusos, es decir, percibían que los rusos habían sido esclavos de la Unión Soviética,que los eslavos habían pagado el pato imperial de conquistar Cuba por 100.000 millones de dóla-res, de conquistar Nicaragua, Etiopía, y de invadir Afganistán. Todo ese sostenimiento había sali-do de los bolsillos de los rusos, que eran los que tenían que afrontar el costo de un imperio total-mente ineficiente.

Tras la descripción histórica de los hechos, que consumió casi toda la entrevista, le hice aYakovlev una pregunta final: ¿en definitiva, por qué fracasó el comunismo en la URSS, siendo éstael país más grande, con 20 millones de km2, el país del mundo con mayores riquezas naturales?Se quedó pensando unos segundos y me dio una respuesta probablemente correcta, pero que hayque abordar con cuidado y en extenso: “porque –me dijo– no se adaptaba a la naturaleza huma-na”. Las reflexiones que siguen van encaminadas a explorar esa premisa, aunque se hace nece-sario cierto rodeo previo.

EL MARXISMO Y SUS FRACASOSEn realidad, hay un primer elemento de bulto, extraído del método científico, que indica que, enefecto, hay algo en el sistema comunista que invariablemente conduce al fracaso. Cuando lleva-mos a cabo un experimento en un laboratorio y luego podemos repetirlo en las mismas condicio-nes y los resultados son similares, de esta experiencia extraemos reglas y conclusiones. Por laotra punta, cuando intentamos obtener unos resultados previstos y realizamos el mismo experi-mento, pero variando las circunstancias, y en ningún caso logramos esos resultados, la conclu-sión obvia debería ser que la premisa científica estaba equivocada. Test, por cierto, que el propioMarx recomendaba vivamente, como se puede leer en su conocido ensayo Tesis sobre Feuerbach,en el que el pensador alemán afirmaba: “el problema de si al pensamiento humano se le puedeatribuir una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la prácti-ca donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenali-dad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla dela práctica es un problema puramente escolástico.”

Apliquemos, pues, ese criterio de Marx a la experiencia comunista. La premisa marxista esta-blecía que al eliminar la propiedad privada y planificar la producción se produciría una mejoríaintensa del modo de vida físico y espiritual de las personas hasta alcanzar una sociedad justa,equitativa, feliz, y en la que no estuviera presente la violencia coactiva del Estado porque éstehabría desaparecido. Se llegaría a una sociedad en la que ni siquiera serían necesarios los jue-ces y las leyes porque la convivencia entre los seres humanos estaría basada en una forma deespontáneo altruismo capaz de armonizar fraternalmente las necesidades e intereses de todaslas personas. Esta premisa se sustentaba en los supuestamente providenciales hallazgos de Karl

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Marx en el terreno histórico, filosófico y económico que Engels sintetizó hábilmente en la oraciónfúnebre que le dedicó en 1883, en el momento de su muerte, y que cito textualmente:

“Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del des-arrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hom-bre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, cien-cia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y porconsiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base apartir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artís-ticas e incluso las ideas religiosas de los hombres, y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, yno al revés, como hasta entonces se había venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx descubrió tam-bién la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa crea-da por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas lasinvestigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas,habían vagado en las tinieblas”.

Engels pudo agregar que Marx también trató de explicar la crisis final del capitalismo comoresultado de una superproducción creciente, generada por la falta de planificación, dado que cadacodicioso empresario ocultaba sus planes particulares a la competencia, acumulando stocksinvendibles que producirían grandes masas de desempleados o de asalariados remunerados consueldos decrecientes, provocando con ello una catástrofe económica que sumiría a los trabajado-res en una espiral de progresiva miseria que no podía tener otro fin ni otro destino que la revolu-ción mundial para terminar con ese criminal modo de explotación. Llegado ese punto, los obrerosy campesinos –pero especialmente los obreros, que eran los sujetos históricos que habrían adqui-rido “conciencia de clase”– destruirían los Estados burgueses y los sustituirían por “dictadurasdel proletariado” provisionales hasta alcanzar el fabuloso mundo prometido por los marxistas. O sea: otra superstición más.

Provistos de estas fantásticas ideas, que a ellos les parecían “científicas”, aunque sólo eranhipótesis dudosas que casi inmediatamente comenzaron a ser desmontadas por otros pensado-res –como Eugen von Böhm-Bawerk, quien ya en 1896 pulverizó la teoría del valor de Marx y suspostulados sobre la plusvalía–, en diversas partes del planeta numerosos reformadores sociales,llenos de buenas intenciones, sin esperar a la crisis final del capitalismo, encontraron una justifi-cación para recurrir a la violencia, dada la santidad de los fines que perseguían. Así las cosas,desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX surgieron figuras como Lenin, Trotski, Stalin,Kruschev, Tito, Enver Hoxha, Todor Zhivkov, Fidel Castro, Che Guevara, Georgi Dimitrov, NicolásCeaucesu, Mao, Tito, Walter Ulbricht, Kim Il Sung, Pol Pot y otras varias docenas de líderes quecompartían un prominente rasgo biográfico: todos ellos se entregaron abnegadamente a unacausa política por la que padecieron persecuciones y sufrimientos, y por la que arriesgaron la vidaen numerosas oportunidades. Sin embargo, ese no era el único elemento que los unificaba: todosellos, cuando ejercieron el poder dentro del sistema comunista, lo hicieron cruelmente, asesinan-do y encarcelando a millones de personas, acusándolas de traición, de rebelión o de simple des-obediencia, cuando en la infinita mayoría de los casos se trataba de personas simplemente des-afectas que sostenían puntos de vista diferentes o eran ex camaradas desengañados con lasideas marxistas.

Alguna vez yo he cometido el error, como tantos escritores, de calificar de psicópatas a estosdictadores sanguinarios. Es un error, no son psicópatas, no son locos, pueden ser incluso perso-

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nas bondadosas, pero el sistema invariablemente los lleva en la dirección del horror y la represión,como si no pudieran escapar a esa fatalidad policíaca. La represión brutal no es una aberracióndel sistema sino la consecuencia natural de tratar de implantar un tipo de sociedad extraña a losvalores y expectativas de las personas. Los revolucionarios rusos llegaron al poder en 1917, y unaño más tarde Lenin ya daba la orden de crear “colonias penales” y de utilizar una feroz represióncontra mencheviques, kadetes, o cualquier fuerza acusada de simpatizar con los reformistas deKerenski, tarea en la que Trotski colaboró con criminal energía, como recuerdan los historiadoresque se han ocupado de la matanza de los marinos de Kronstand. Pero las instrucciones de Leniniban más allá todavía: era importante castigar indiscriminadamente, incluso a inocentes, para quenadie se sintiera seguro y todos obedecieran. Era el principio del Gulag que luego Stalin continua-ría con entusiasmo vesánico hasta dejar varios millones de muertos en las cunetas y calabozos,baño de sangre al que añadiría los juicios públicos a comunistas acusados de colaborar con elenemigo, farsas que solían culminar con la autoconfesión de crímenes nunca cometidos, gritos demilitancia revolucionaria y la posterior descarga de los fusiles y el tiro en la nuca.

Naturalmente, no hay nada desconocido en esta rápida descripción del terror comunista en lasprimeras tres décadas de su implantación en la URSS, pero a donde quiero llegar es a la siguien-te observación: exactamente eso, o algo muy parecido, ocurrió luego en Bulgaria y en Rumanía, enChecoslovaquia y en Hungría, en China y en Corea del Norte, en Cuba y en Etiopía. Dondequiera quese implantaba el totalitarismo comunista aparecían el paredón de fusilamientos, las innumerablescárceles, las torturas, los juicios públicos, los siempre vigilantes cuerpos de delatores, la paranoi-ca policía política, permanentemente dedicada a la búsqueda de traidores contactos con el exterior,los pogromos, los atropellos sin límite, las persecuciones a las minorías ideológicas, sexuales y, aveces, étnicas, y el control total de la vida de las personas, que ya ni siquiera podían emigrar, por-que el deseo de marcharse resultaba ser una prueba clara de deslealtad a la patria.

Daba exactamente igual que el proceso lo dirigiera un abogado cubano como Fidel Castro, edu-cado por los jesuitas, un ex seminarista cristiano como Stalin, un maestro como Mao, un militarcomo Tito o un afrancesado y tímido burgués como Pol Pot. No era una cuestión de personas sinode ideas y de métodos: no todos podían ser psicópatas malignos. No había diferencia en que setratara de regímenes impuestos por el ejército soviético, como ocurrió en varios países de Europacentral, o que fueran el resultado de revoluciones, guerras civiles o golpes autóctonos, como enAlbania, Cuba, China o Etiopía: el resultado –admitidas algunas diferencias de grado más que defondo– acababa por ser muy parecido, como si la implantación del comunismo inevitablemente tra-jera aparejada una sanguinaria manera de maltratar a los seres humanos.

¿Por qué esa cruel fatalidad? ¿Cómo personas bienintencionadas, altruistas, que creen dedi-car sus vidas a la redención de sus conciudadanos, incurren en esas monstruosidades?Seguramente, porque sacrificaban cualquier juicio moral con relación a los medios que utilizabancon tal de alcanzar los fines que se habían propuesto, lo que no hizo Gorbachov. Esa variacióncondujo a la descomposición de la URSS. Gorvachov no podía admitir, por ese profundo rasgo desu personalidad mencionado por Yakovlev y Kariakin, que el sistema se mantuviera en pie sobreuna matanza. Se encontraba, por tanto, muy lejos de quienes asentían a un párrafo clave delMensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental –un cónclave planetario de guerrille-ros, terroristas y radicales comunistas de medio mundo congregado en La Habana en 1966–enviado por el Che Guevara, quien entonces preparaba su aventura boliviana, en el que el médicoargentino reivindicaba “el odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impul-sa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violentay selectiva máquina de matar”. Odiar y matar a los enemigos era exactamente lo que debía hacer

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el revolucionario en nombre del amor a la humanidad, y por ello no debía sentir la menor vacila-ción o pena.

Esta fanática certeza en las creencias comunistas que ha convertido a Stalin, al Che, a Pol Poty a tantos revolucionarios en criminales políticos tiene, además, dos consecuencias nefastas. Poruna parte, los lleva a crear un lenguaje compatible con el odio, inevitablemente precursor de la agre-sión. Los adversarios ideológicos son siempre “gusanos”, “apátridas”, “vendepatrias”, “lamebotasdel imperialismo”, es decir, una gentuza infrahumana que se puede suprimir sin contemplacionescon un balazo en la cabeza o se puede internar para siempre entre rejas, como se hace en los zoo-lógicos con los animales peligrosos. La segunda consecuencia de esta actitud dogmática es elautismo moral. En general, quienes permanecen fieles a las creencias comunistas se cierran total-mente a otros estímulos intelectuales críticos o a proposiciones más razonables, enterrando lacabeza en la arena, como afirman que hacen los avestruces cuando se sienten en peligro.

¿Cómo seguir creyendo en el análisis económico marxista tras la refutación impecable deBöhm-Bawerk y otros miembros destacados de la Escuela austriaca? ¿Cómo insistir en las bon-dades de la planificación centralizada cuando Ludwig von Mises, ya en 1922, en su obraSocialismo demostró la imposibilidad del cálculo económico en sociedades complejas, el valor delos precios como un sistema de señales y el mercado como la manera menos ineficiente de asig-nar recursos, prediciendo, de paso, el inevitable fracaso del entonces incipiente experimento sovié-tico? ¿Cómo sostener el materialismo dialéctico y la superstición de que la historia se comportade acuerdo con las leyes supuestamente descubiertas por Marx tras ponderar las reflexiones deKarl Popper sobre el historicismo? ¿Cómo insistir en la culpabilización de Occidente si se ha leídocon detenimiento El opio de los intelectuales de Raymond Aron o los seminales ensayos de IsaiahBerlin? ¿Cómo no coincidir con Hayek cuando advierte que el camino socialista conduce a la ser-vidumbre, con Hanna Arendt cuando explica los tortuosos mecanismos que destruyen el equilibrioemocional en los regímenes totalitarios y generan ese odioso sentimiento de indefensión con queese tipo de omnipresente dictadura castra y marca a los ciudadanos?

Los marxistas, prisioneros de una injustificada arrogancia intelectual, para poder insistir cómo-damente en sus errores descalificaban las observaciones de sus adversarios sin necesidad deconocerlas, o recurrían a una obscena aspereza en el lenguaje, siempre encaminada a tratar dedestruir a los autores, no a sus ideas, y muy especialmente cuando se referían a personas deizquierda o ex comunistas que habían escapado de la secta y contaban sus valiosas experiencias,como Arthur Koestler, Andre Malraux, Albert Camus, George Orwell, John Dos Passos, Octavio Paz,Joaquín Maurín, Eudocio Ravines, Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza, Jorge Semprún yotras varias docenas o quizás centenares de valiosos intelectuales y pensadores desencantadoscon la praxis marxista-leninista, invariablemente calificados de agentes de la CIA, de asalariadosde Wall Street o, más genéricamente, de “lacayos al servicio del imperialismo”.

Otras circunstancias, los mismos resultados¿Sería acaso un problema cultural? ¿Habría tal vez culturas más proclives a ejercer la violencia oa aceptar la tiranía y otras en las que el comunismo podía arraigar de manera más suave y natu-ral? No parece. El comunismo se intentó en el enorme imperio ruso en el que coincidían cien pue-blos distintos; en la Alemania del Este, corazón de Europa, desarrollada y culta; en Checoslovaquiay Hungría, dos fragmentos gloriosos del viejo Imperio Austro-Húngaro; en el mosaico Yugoslavo; enla Albania culturalmente desovada por Turquía; en China, en Vietnam, en Camboya, en Corea delNorte; en Cuba y Nicaragua; en el África negra de Angola y Etiopía. Y en todos fue un desastre. Seintentó en pueblos de raíz greco-cristiana, como Rusia, Bulgaria y Rumanía; en pueblos católicos,

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como Hungría, Cuba o Nicaragua; en pueblos cristiano-protestantes, como Alemania oChecoslovaquia; en pueblos islamizados como Albania, ciertas porciones de Yugoslavia y algunasrepúblicas del Turquestán soviético; en otros de tradición confuciana, budista y taoísta, comoChina, Camboya, Vietnam y Corea del Norte. Y en todos fracasó. Lo ensayaron sociedades de ori-gen eslavo, germánico, chino, subsahariano, latino, hispanoamericano, escandinavo y turcomano,y todas concluyeron en el desastre, el abuso, la pobreza y la mediocridad. Un fracaso del que sóloconseguían salvarse abandonando el sistema, o del que todavía hoy intentan huir mixtificándolocon medidas características de las sociedades occidentales tomadas de la economía de mercado.

Pero, ¿cómo y por qué podemos afirmar que se trata de experimentos fracasados? ¿No hablala propaganda comunista de sociedades dotadas de extendidos sistemas de salud y educación,en las que no existe el desempleo y todas las personas disfrutan de unos bienes mínimos, sufi-cientes para sostener una vida feliz? Naturalmente, éxito y fracaso son siempre juicios relati-vos, pero, como en los laboratorios, contamos con experimentos de control y contraste que nospermiten calificar de total desastre la experiencia comunista: tras la Segunda Guerra Mundialvarios países y sociedades homogéneas se dividieron en los dos sistemas antagónicos quedurante medio siglo disputaron la Guerra Fría. Hubo dos Alemanias, dos Coreas, y dos o variasChinas: la continental, Taiwan, Hong Kong, e incluso Singapur. Hubo una Austria neutral en laque se instauró la democracia y se insistió en la economía de mercado, mientras Hungría yChecoslovaquia –los otros dos grandes fragmentos del viejo Imperio Austro-Húngaro– quedabantras el telón de acero.

La comparación de los resultados no ha podido ser más humillante para el sistema comu-nista. Alemania Occidental, Austria, Corea del Sur, las Chinas capitalistas, se desarrollaronmucho más eficaz y humanamente, desplazándose hacia formas de convivencia cada vez másdemocrática y respetuosa de los derechos civiles, como sucedió en Taiwán y en Corea del Sur,convirtiéndose en un poderoso polo de atracción para quienes tuvieron la desgracia de quedaral otro lado de los barrotes. Las sociedades capitalistas no eran perfectas, por supuesto, y noestaban exentas de graves problemas, pero el flujo migratorio indicaba la clara preferencia delos pueblos. Nadie saltaba el Muro en dirección al Este. Los chinos que lograban huir pedíanasilo en Taiwan o en Hong Kong, nunca en el paraíso de Mao. La mayor parte de los prisione-ros norcoreanos cautivos en Corea del Sur, terminada la guerra en 1953, imploraron no serdevueltos al país del que provenían. Cuba, tras ser un importante refugio de inmigrantes a lolargo del siglo XX, a partir de la revolución se convirtió en un pertinaz exportador de balseros yemigrantes. Los Estados comunistas, como observó la profesora y diplomática norteamericanaJeanne Kirkpatrick, eran las primeras entidades políticas de la historia que construían murallasno para evitar las invasiones, sino para impedir las evasiones de sus desesperados súbditos,y no hay un juicio más certero para medir la calidad de una sociedad que la dirección en quese desplazan los migrantes.

¿Sería, acaso, un problema de recursos materiales? Tampoco: resultaba evidente que el comu-nismo fracasaba en todas las circunstancias materiales posibles, aun cuando tuviera enormesposibilidades de triunfar. La URSS contaba con inmensos recursos naturales, mayores que los decualquier otro país. Ucrania había sido el granero de Europa hasta la Primera Guerra Mundial.Bulgaria y Rumanía tenían una buena experiencia en el terreno agrícola. Alemania del Este,Checoslovaquia y Hungría poseían una antigua tradición industrial y científica, y podían exhibir uncopioso capital humano formado en notables universidades. Todos esos países crearon un mer-cado común articulado en torno al COMECON –la respuesta soviética al Plan Marshall y a laComunidad Económica Europea– y coordinaban sus esfuerzos económicos, financieros y de inves-

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tigación. No obstante, todos esos factores positivos no eran suficientes para generar riqueza, tec-nología o avances científicos en la cuantía en que Occidente lo lograba, y, visto ya con cierta pers-pectiva, resulta casi inexplicable que, con ese inmenso potencial a su servicio, el bloque comunis-ta no haya sido capaz de originar siquiera una sola de las grandes revoluciones tecnológicas delsiglo XX: la televisión, la energía nuclear, los antibióticos, la biotecnología, los vuelos supersóni-cos, los transistores o la computación. Sólo en un aspecto, el de la carrera espacial, los soviéti-cos tomaron la delantera por un corto periodo tras el sputnik, lanzado en 1957, pero ese episo-dio más bien parecía un subproducto de la cohetería militar, una industria favorecida por elKremlin, donde también habría que inscribir la impresionante actividad espacial posteriormentedesplegada por Moscú. No obstante, todavía existía una coartada final para no admitir que el mar-xismo partía de una serie de errores intelectuales originales que conducían al fracaso a todos loslíderes, en todas las culturas y hasta en las más prometedoras circunstancias materiales: y esepretexto era la idea de que existía un “socialismo real” que fracasaba por errores humanos en sutorpe implementación y no por el carácter equivocado de los planteamientos originales. Se nega-ban a aceptar, entre otras evidencias, la melancólica observación de Yakovlev: el comunismo, sen-cillamente, no se adapta a la naturaleza humana. Exploremos ahora las razones de esta esencialincompatibilidad.

LA NATURALEZA HUMANADurante buena parte de los siglos XIX y XX, psicólogos, sociólogos, filósofos y biólogos discutie-ron apasionadamente sobre la esencia de la naturaleza humana. El núcleo del debate era muyescueto: unos opinaban que, fundamentalmente, el hombre era el resultado de la influencia exter-na, mientras los otros se decantaban por explicarlo como consecuencia de factores genéticos. Porun tiempo, un sector tal vez mayoritario del mundo académico, seguramente horrorizado por laexperiencia del nazismo, negó con vehemencia que los seres humanos tuvieran instintos o ten-dencias innatas, y hasta se consideró “reaccionario” y “racista” suponer que la herencia y la bio-logía jugaban un papel preponderante en la conducta de las personas.

No obstante, en la segunda mitad del siglo XX, con la concesión del Premio Nobel en 1973 aletólogo austro-alemán Konrad Lorenz por las investigaciones y reflexiones volcadas en su libro OnAgression, en medio de un agrio debate académico que dura hasta nuestros días, se fortaleció unaespecie de neodarwinismo que tuvo otro hito fundamental en los postulados de los sociobiólogos,capitaneados por Edward O. Wilson desde la publicación de sus libros Sociobiology (1975) y OnHuman Nature (1978). A partir de ese momento, fue creciendo exponencialmente el número y laimportancia de quienes pensaban que los seres humanos, como todas las criaturas, estaban suje-tos a las fuerzas de la evolución, lo que permitía explicar la conducta, los sentimientos y las acti-tudes como formas de adaptación a esa misteriosa urgencia de perpetuación de las especies quegobierna a todos los seres vivos. A esa visión neodarwiniana, en general contrapuesta a la postu-ra de los científicos sociales más cercanos al marxismo, también se le llamó “funcionalismo”: laexistencia de instituciones como el matrimonio y la familia, de creencias religiosas o de compor-tamientos agresivos frente a los extraños, podían explicarse como estrategias innatas de super-vivencia de nuestra especie, involuntariamente aprendidas y aprehendidas durante cientos demiles de años de constante evolución.

Si aceptamos esta premisa teórica, y si convenimos en que la clave del éxito en cualquier socie-dad es el capital humano de que se dispone, sus virtudes cívicas, la disposición que muestre parael trabajo y la coherencia y adecuación entre el sistema de convivencia y los rasgos psicológicosde quienes deben habitarlo, ¿qué elementos de los planteamientos marxistas y del modelo deorganización comunista del Estado contradecían la naturaleza humana y afectaban negativamen-

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te a la sociedad y, por ende, al proceso de creación de riquezas? A mi juicio, varios, todos ellosvinculados a la psicología profunda de la especie, y, para facilitar su comprensión, creo que valela pena consignar diez de los más importantes, aunque lo haga de manera esquemática:

1. El colectivismo y la represión al egoEl más evidente de esos elementos contrarios a la naturaleza humana era la imposición violen-ta de diversas expresiones del colectivismo que negaban o reprimían la pulsión egoísta radica-da en la psiquis de las personas sanas. El colectivismo reprime esa tendencia absolutamentenatural de defender nuestro yo, nuestro ego, que hace que todos los días nos levantemos conganas de trabajar y hacer cosas, porque necesitamos colocar nuestro yo en el mundo, necesi-tamos instalarlo y defenderlo. El colectivismo que impone una especie de disolución de esa ten-dencia absolutamente natural de defender nuestro yo se convierte en un mecanismo represivoque provoca el primer distanciamiento grande entre el modo de sociedad que nos quieren impo-ner y nuestra propia naturaleza. El totalitarismo convertía el reclamo de prestigio y distinciónpersonal –uno de los grandes motores de la acción humana– en una suerte de conducta anti-social castigada por las leyes y estigmatizada por la moral oficial, olvidando que las personasnecesitan fortalecer su autoestima mediante el reconocimiento social basado en la singulari-dad de sus logros. Naturalmente, esa represión al egoísmo y a la búsqueda de reconocimien-tos iba acompañada por grotescas formas sustitutas del éxito, como las distinciones oficialesa los “héroes del trabajo” dentro de la tradición stajanovista, pero la artificialidad de este sis-tema de premios, generalmente entregados en ceremonias ridículas, inevitablemente vincula-dos a la docilidad bovina de los elegidos, acababa por perder cualquier tipo de prestigio social,vaciándolo totalmente de contenido emocional.

2. El altruismo universal abstracto contra el altruismo selectivo espontáneoEl colectivismo exhibía, además, otra faceta inmensamente negativa: decretaba la obligatoriedadde una especie de altruismo universal abstracto –los obreros, la humanidad, el campo socialista–,mientras combatía el altruismo selectivo espontáneo, dirigido al círculo de las relaciones más ínti-mas, que es, realmente, el que moviliza los esfuerzos de los seres humanos: al desaparecer lapropiedad privada ya no era posible dotar a los hijos de elementos materiales que garantizaran subienestar. Ese fuerte instinto de protección que lleva a padres y madres –especialmente a lasmadres– a sacrificarse por sus descendientes y a posponer las gratificaciones personales en arasde sus seres queridos, quedaba prácticamente anulado por la imposibilidad material de transmi-tirles bienes. Era, pues, un sistema que inhibía y penalizaba dos de las actitudes y comportamien-tos que más influyen en la voluntad de trabajar y en la consecuente creación de riquezas: la bús-queda del triunfo personal y la protección y el mejoramiento de la familia. ¿Cómo asombrarse,pues, de los raquíticos resultados materiales del totalitarismo comunista cuando el sistema, gene-ralmente impuesto por la violencia, suprimía las motivaciones más enérgicas que tienen las per-sonas para trabajar con ahínco?

3. La desaparición de los estímulos materiales como recompensa a los esfuerzosPero ni siquiera ahí terminaban los refuerzos negativos que debilitaban la voluntad de trabajaren las personas comunes y corrientes: el marxismo proponía como meta la lejana obtención deun paraíso siempre situado en la inalcanzable línea del horizonte. El sistema exigía el sacrificioconstante en beneficio de generaciones futuras, privando a los trabajadores de una recompen-sa efectiva e inmediata conseguida como resultado de sus desvelos, ignorando que si algo sesabe con toda certeza en el terreno de las motivaciones es que existe una relación directa entreel nivel de esfuerzo y la inmediatez de la recompensa obtenida: mientras mayor sea y más pró-xima se encuentre la recompensa, más intenso será el esfuerzo por obtenerla. ¿Cuánto tiempo

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y cuántas generaciones de trabajadores podían realmente defender con entusiasmo un siste-ma que les negaba o aplazaba sine die una legítima compensación por sus desvelos?

4. La falsa solidaridad colectiva y el debilitamiento del “bien común”Como consecuencia del colectivismo y de la desaparición de estímulos materiales asociados alesfuerzo personal, en todos los Estados comunistas se producía, además, un paradójico fenóme-no que Marx no supo prever: la solidaridad colectiva, lejos de fortalecerse con el comunismo, fuedesvaneciéndose hasta hacerse imperceptible. Nadie cuidaba los bienes públicos. La verdad ofi-cial era que todo era de todos. La verdad real era que nada era de nadie, y, en consecuencia, anadie le importaba robarle al Estado, dilapidar las instalaciones colectivas, o abusar sin contem-placiones de los servicios ofrecidos, actitud que generaba una letal combinación entre el despil-farro y la escasez propia del sistema.

En los Estados comunistas la obsolescencia de los equipos era asombrosa: los tractores, vehí-culos de transporte o cualquier maquinaria que se entregaba a los trabajadores tenían una vidaútil asombrosamente breve, acortada aún más por la permanente falta de piezas de repuesto, típi-ca de las economías centralmente planificadas. Nadie cuidaba nada porque las personas no con-seguían asumir mentalmente la idea del “bien común”. Lo que era del Estado –un ente opresorremoto e incómodo– no les pertenecía a ellas y no había razón para protegerlo. Esto se veía conclaridad en el entorno urbano característico de las ciudades regidas por el socialismo, siempresucio, despintado, mal iluminado, con edificios en ruinas. A un país como Alemania del Este, lamás próspera de las naciones comunistas, las cuatro décadas que duró el comunismo no le alcan-zaron siquiera para recoger todos los escombros de la Segunda Guerra Mundial. En La Habana,destruida por la incuria sin límite del castrismo, mientras los automóviles oficiales al servicio dela nomenklatura apenas duraban dos o tres años, los viejos coches de los años cuarenta y cin-cuenta, todavía en manos de particulares, se mantenían circulando heroicamente. La diferenciaentre el destino de unos y otros era una forma silenciosa, pero efectiva, de demostrar la ineficien-cia sin paliativos del socialismo y el inmenso costo material que esa característica le imponía ala sociedad. El espacio público se desvanece ante –haciendo uso de una expresión del marxismoaunque en un sentido distinto– la enajenación del hombre que vive dentro del socialismo, quenunca identifica que el Estado donde vive es un Estado que le pertenece.

5. La ruptura de los lazos familiares Por otra parte, el colectivismo y la imposibilidad de colaborar con el bienestar de la familia no pare-cían ser un producto fortuito de la desaparición de la propiedad privada, sino una consecuenciaconscientemente buscada por la dictadura totalitaria en su afán por romper los lazos familiares conel objetivo de forjar hombres y mujeres que no estuvieran sujetos a la moral tradicional. De ahí lascomunas chinas, las escuelas en el campo cubanas o el rechazo brutal camboyano a la vida urba-na durante la tiranía de Pol Pot, el crimen enloquecido de destruir las ciudades, los lazos urbanos,porque sólo se podían transmitir los valores comunistas puros en el mundo rural. En Cuba se llegóal extremo especialmente morboso –quizá ocurrió en otros países comunistas–, de decretar el odiofamiliar contra todo aquel que se iba del país por tener unas ideas contrarias a las del gobierno. Loasombroso no es que se decretara el odio familiar, sino que se obedeciera el decreto. La gentesimuló o realmente odió al familiar que tenía unas ideas distintas. De esta manera se rompió o seintentó romper la estructura familiar. Se trataba de quebrar bruscamente los vínculos de sangrepara crear una hermandad fundada en la ideología, donde la fuente única para la transmisión delos valores fuera el omnisapiente Partido. Por eso en todos los gobiernos comunistas se cantabanlas glorias de los niños que vencían los prejuicios de la lealtad burguesa y eran capaces de delatara la policía política a sus padres o hermanos cuando violaban las normas de la doctrina.

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Ni siquiera se podía amar a quien no exhibiera las señas de identidad comunistas o, más gené-ricamente, “revolucionarias”. Hijos, padres y hermanos, divididos por la militancia política por órdenes implacables del Estado, dejaron de hablarse o escribirse. En Cuba, en los expedientespolicíacos, en las planillas de admisión a los centros de estudio y en las empresas se inscribía eldato peligroso: “el acusado mantiene relaciones con familiares que viven en el exterior”. Otrasveces la advertencia giraba en torno al círculo de amigos: “el acusado mantiene relaciones concontrarrevolucionarios conocidos”. Mas esa brutal manipulación de las zonas afectivas de las per-sonas tenía un alto costo emocional: las personas, obligadas por el miedo, obedecían al Estado,y renunciaban a los lazos familiares o amistosos comprometedores, pero secretamente se distan-ciaban aún más del Estado que las obligaba a esa abyecta mutilación de sus querencias.

6. Las instituciones estabulariasConsecuentemente, el totalitarismo negaba y reprimía cualquier forma de organización que no estuviera sujeta al control y escrutinio de la cúpula gobernante. La sociedad no podía espontáneamente generar instituciones para defender ideales o intereses legítimos. La partici-pación estaba limitada a los pocos cauces creados por la cúpula: el Partido, las organizacionesde masas, los parlamentos unánimes, los sindicatos amaestrados, y en ninguna de esas insti-tuciones oficiales las personas se veían realmente representadas. De forma contraria a la tra-dición histórica, el comunismo era un sistema conscientemente dedicado a desatar lazos y adisgregar las estructuras espontáneas y naturales de vinculación generadas por la sociedad,sustituyéndolas por correas de transmisión de una autoridad arbitraria y represiva, disfrazadasde cauces artificiales de participación, aun cuando eran, en realidad, verdaderos establos enlos que “encerraban” a los ciudadanos para lograr su obediencia: parlamentos en los que nose discutía nada sino que se aplaudía, sindicatos en los que no se defendía a los trabajadores,organizaciones de masas que no eran otra cosa que modos de organizar a la sociedad para querespaldaran a la dictadura. En ese cuerpo de falsas instituciones se recluía a las personas yse impedía que la sociedad se organizara espontáneamente en torno a sus propios objetivos eintereses, según su instinto natural. ¿Resultado de esa cruel estabulación de las personas? Uncreciente sentimiento de enajenación en el conjunto de la población, incapaz de sentirse repre-sentada y mucho menos defendida por un sector público percibido como extraño y ajeno.

7. De ciudadano indefenso a ciudadano parásitoSin embargo, el pecado comunista de someter a la obediencia a los ciudadanos mediante la coac-ción, y de cortarles las alas para que no pudieran pensar, organizarse, ni crear riquezas por cuen-ta propia, traía implícita su propia penitencia: convertía a las personas en unos improductivosparásitos que esperaban del Estado los bienes y servicios que éste no podía proporcionarles, pre-cisamente por las limitaciones que le había impuesto a la sociedad. Ese ciudadano indefenso –yeste es un término que acuñó hace muchas décadas Hanna Arendt– se convertía entonces en unconsumidor permanentemente insatisfecho, constantemente obligado a violar las injustas reglasa que era sometido mediante el robo y el mercado negro, debilitando con ello las normas éticasque deben presidir cualquier organización social justa y razonable.

8. El miedo como elemento de coacción y la mentira como su consecuencia En todo caso, ¿cómo lograban los comunistas ese grado de control social? Lo conseguían pormedio de una desagradable sensación física omnipresente en las sociedades dominadas por eltotalitarismo: mediante el miedo. Miedo a la represión. Miedo a los castigos físicos y morales.Miedo a ser expulsado de la universidad o del centro de trabajo. Miedo a ser despojado de lavivienda. Miedo a la cárcel. Miedo a los aterradores pogromos. Miedo a las golpizas. Miedo a losparedones de fusilamiento. Nadie quiere sentir miedo. El miedo es incómodo y real en esa socie-

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dad en la que el Estado omnipresente organiza espías en todas las esquinas, husmea en la vidaprivada de la gente, escucha las conversaciones, amenaza, se mete en las casas.

Sólo que el miedo, como todo refuerzo negativo –afirmación en la que no se equivocan los psi-cólogos conductistas–, es un estímulo precario que genera reacciones contraproducentes. Entreellas, tal vez las más graves son el fingimiento, la simulación y la ocultación. Mentir es la espe-cialidad de las sociedades regidas por el comunismo. Miente el Partido cuando defiende plantea-mientos que sabe falsos o inalcanzables. Mienten los funcionarios cuando informan sobre losresultados de la gestión a ellos encomendada, generalmente mal ejecutada por falta de medios.Mienten los jerarcas cuando presentan resultados deliberadamente distorsionados. Mienten losmilitantes o los indiferentes cuando deben opinar sobre los logros supuestamente obtenidos,pero, lo que es aún más grave, todos, tirios y troyanos, enseñan a sus hijos a mentir porque en elsistema comunista, al revés de lo que asegura la Biblia, la verdad no nos hace libres, nos llevadirectamente a la cárcel. Sólo que esa atmósfera de falsedades –que en Cuba llaman de “doblemoral”, o de “moral de la yagruma”, una hoja que tiene dos caras de distintos colores–, se trans-forma en una fuente del cinismo más descarnado y destructor, terrible medio para la creación deriquezas, como revela una frase que se oía en todas las sociedades regidas por el comunismo:“ellos (el Estado) simulan pagarnos; nosotros, a cambio, simulamos trabajar”.

9. La desaparición de la tensión competitivaDe forma tal vez previsible, un modelo de organización como el comunismo, que introduce en lasociedad unas tensiones psicológicas artificiales basadas en el miedo y en la permanente inco-herencia entre lo que se cree, lo que se dice y lo que se hace, simultáneamente destruye una ten-sión natural que contribuye a la mejora de la especie: la urgencia por competir.

En efecto, los seres humanos tienden a competir en prácticamente todos los ámbitos de la con-vivencia. Desde el simple intercambio de criterios entre varias personas, muy estudiado por ladinámica de grupos, en donde inconscientemente todos procuran establecer y colocarse dentrode una cierta jerarquía, hasta las competiciones deportivas, en las que resulta obvia la búsquedadel triunfo, las mujeres y los hombres luchan por destacarse y escalar posiciones de avanzada.

Desgraciadamente, dentro del sistema comunista, donde las únicas instituciones que existenson las diseñadas artificialmente por el Partido, y donde las iniciativas que se permiten son sólolas que emanan de la cúpula dirigente, los individuos creativos son casi siempre marginados y noencuentran campo para desarrollar sus sueños y proyectos. Los “héroes” y “capitanes de indus-tria”, como les llamaba Thomas Carlyle, impelidos por la naturaleza para llevar a cabo impetuosashazañas sociales, están prohibidos, son perseguidos o se les extirpa cruelmente de la vida públi-ca si consiguen hacerse peligrosamente visibles. Es muy probable que en países como la URSSo Checoslovaquia, donde había un alto nivel educativo, existieran personas como WilliamSchockley, uno de los creadores del transistor, o jóvenes inquietos como Steven Jobs, padre delcomputador personal Apple, pero ¿cómo las buenas ideas se transforman en acciones concretasen sistemas sociales cerrados, guiados por dogmas infalibles y administrados por burocraciaspolíticas, ciegas y sordas ante cualquier iniciativa novedosa?

El éxito aplastante de sociedades como la norteamericana, comparadas con las comunistas, sedebe, en gran medida, a las inmensas posibilidades de actuación que tienen los individuos creati-vos donde existen libertades individuales e instituciones que favorecen el talento excepcional. Esmuy notable que un genio como Thomas Alva Edison haya patentado más de mil inventos, y entreellos la bombilla de luz eléctrica, o que un estudiante llamado Bill Gates haya creado un software

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ingenioso para ser utilizado como sistema operativo en las computadoras, pero tan admirable comola obra de estas personas, es que vivían en sociedades que potenciaban el paso vertiginoso de laidea al artefacto y del artefacto a la empresa. Edison no sólo inventó la bombilla: además creó laempresa para distribuir la electricidad y cobrar por el servicio. Gates no sólo perfeccionó el lengua-je Basic y le dio un destino concreto como pieza clave de las computadoras personales, además,en un humilde garaje y ayudado por cuatro amigos creó una empresa, Microsoft, que en veinte añosestaría entre las mayores del planeta. De haber nacido ambos en el mundo comunista, lo probablees que la creatividad y la energía que los impulsaba a trabajar, competir y triunfar se hubieran disuel-to lentamente bajo el peso letal de un sistema concebido para destruir casi cualquier iniciativaespontáneamente surgida en su seno.

10. La necesidad de libertadA esta represión del espíritu de competencia hay que agregar la fatal supresión de las libertadesimplícita en toda forma de organización social montada sobre la existencia de dogmas inapela-bles, como sucede con la escolástica marxista. ¿Por qué recurrir a la expresión “escolástica mar-xista”? Porque en el marxismo, como en el método escolástico medieval, las verdades ya sonconocidas y aparecen consignadas en los libros sagrados de la secta escritos por las autoridades.En el marxismo lo único que les es dable a las personas, especialmente si ocupan puestos des-tacados, es confirmar la sagacidad de las autoridades con ridículos ditirambos como “Gran timo-nel”, “Máximo líder”, “Querido líder”, “Padre de la patria”, muestras todas de las formas másdegradadas de culto a la personalidad.

Pero sucede que la libertad para informarse, examinar la realidad y proponer cursos de acciónno es un lujo espiritual prescindible, sino una de las causas de la prosperidad en las sociedadesmodernas. Si hay una definición bastante exacta del hombre es la de “ser que se informa cons-tantemente”. No es una casualidad que el saludo más extendido en la especie humana sea “¿quéhay de nuevo?”. ¿Por qué? Porque el rasgo característico de la especie es la permanente trans-formación del medio en el que vive, y eso significa un cambio constante en los peligros que ace-chan y en las oportunidades que surgen. Porque lo que hay de nuevo es lo que determina el quepodamos huir de los peligros o aprovecharnos de las oportunidades que se nos presentan. Laposibilidad de informarse libre y copiosamente es la clave del éxito de cualquier persona o grupo.Cuando en una sociedad como la del mundo comunista se cercena esta posibilidad de informar-se, se censuran los libros, se mete en la cárcel a los portadores de ideas contrarias o equivoca-das, en esa sociedad se está cerrando la savia del comportamiento humano. Es terrible saber queen esas sociedades durante cuarenta años se prohibieron las películas, las ideas, los libros queresultaban incómodos para los burócratas de la dictadura, se persiguió a todos los herejes acu-sándolos de ser enemigos del paraíso socialista. Lo que conseguían con esta actitud y al oponer-se a la libertad era sencillamente ir en contra de la esencia del espíritu humano.

Tenían razón, pues, Yakovlev y Gorbachov cuando pensaban que la libertad para intercambiarinformación sin miedo –la glasnost– era el camino para aliviar los enormes problemas de la URSS,pero se equivocaron al creer que el sistema comunista era reformable. No lo era, como finalmen-te me admitió Yakovlev, porque contrariaba la naturaleza humana. Eso lo condenaba al fracaso.

EPÍLOGOSólo que la evidencia no es suficiente para convencer a cierta gente de la inviabilidad del comu-nismo. Un profesor y amigo me contaba que había acudido a un país latinoamericano para dictaruna conferencia sobre el fin del marxismo, pero a las puertas de la universidad lo esperaba una

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elocuente pancarta: “Marx ha muerto: ¡viva Trotski!”. Y así es: decenas de fracasos en otros tan-tos países y en diversas circunstancias, contemplados a lo largo de muchas décadas, no han bas-tado para convencer a algunas personas indiferentes a la realidad. ¿Por qué? Tal vez porque elmarxismo, aunque falso, aporta un diagnóstico sencillo, elemental y comprensible de los malessociales, al alcance de cualquier persona, por limitada que sea su educación o por escasa queresulte su capacidad de análisis; tal vez, porque la disparatada terapia que propone posee esasmismas características. También, porque las utopías, causantes de las mayores catástrofes de lahistoria, son siempre seductoras para un porcentaje de la sociedad que prefiere delirar a obser-var y reflexionar. Sin embargo, el hecho de que algunas personas insistan en un error no es unaforma indirecta de validarlo. Es, simplemente, una muestra de terquedad irracional, de la que hayotros miles de ejemplos en la historia. Con extraña frecuencia, la gente se adhiere a lo que AnaPalacio denominó en una ocasión “ideas-zombi”, ideas muertas que, sin embargo, perduran entrenosotros como si su muerte intelectual, su muerte histórica no se hubiera producido realmente.En todo caso, no olvido una triste observación que me hizo Yuri Kariakin, marxista en sus añosmozos y demócrata en su vejez, mientras esperábamos a Yakovlev: “¡Qué raro y desproporciona-do es el marxismo! Durante nuestra juventud –me dijo–, en pocos días nos llenamos la cabeza deporquerías e insensateces ideológicas, pero luego nos toma muchos años sacarlas del cerebro”.Hay gente que no lo consigue nunca.

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El prototipo de estudiante universitario español resultaría ser, según un estudio publicado recientemente por la fun-dación BBVA, un joven de izquierdas, poco religioso, con visión socialista, contrario a la globalización. Este estudio añadeque uno de cada cuatro universitarios otea como horizonte profesional deseable el ingreso en la función pública. Laambición profesional, el espíritu emprendedor, la competencia como acicate para el desarrollo personal y la disposiciónde asumir riesgos y cambios no constituyen valores arraigados en la media de nuestros estudiantes. Y si bien no hayrespuesta simple a esta realidad, resulta incontrovertible que parte de la explicación pasa por la estructura misma delsistema de selección de docentes en la universidad pública, cuyo resultado hoy es la hipertrofia de ideas socialistastrasnochadas y un férreo sistema de promoción que garantiza su perpetuación.

Sin embargo, la educación se basa en la capacidad de pensar, es decir, de evaluar una idea contra una idea con-trapuesta. Ideas, no ideologemas. Y también en el empleo de la lógica, de la crítica. Y es precisamente en esta tareadonde nuestras universidades públicas están fallando y donde Jesús Huerta de Soto constituye una excepción, en elempeño sin desmayo durante su larga trayectoria docente de presentar el lado silenciado de los argumentos, que para-dójicamente es el lado de la libertad.

En clase, el profesor Jesús Huerta de Soto ha sido pionero en introducir a sus alumnos a autores que simplemen-te quedaban ignorados por la mayor parte de la Academia. Autores como Hayek, Von Mises, Bruno Leoni, Karl Poppero Murray Rothbard. Pero quizás, lo más importante del profesor Huerta de Soto es que esclarece para sus alumnos elorigen del tan controvertido, del tan vilipendiado liberalismo y la gran contribución aportada por la España del Siglo deOro, la Escuela de Salamanca y sus destacados pensadores, especialmente el Padre Juan de Mariana.

Para llevar todos estos autores a sus alumnos, el profesor Huerta de Soto se ha lanzado al dudosísimo negocio (entérminos económicos) editorial. Y gracias a él hemos leído en español, además de a los mencionados, a otros autorescomo Bastiat o Zanotti. Su dedicación a la libertad le ha llevado a escribir algunos de los mejores textos en castellanosobre el liberalismo como Socialismo, cálculo económico y función empresarial, La escuela austriaca, Dinero, créditobancario y ciclos económicos, o Los principios del liberalismo.

Jesús Huerta de Soto es Catedrático de Economía Política en la Universidad Rey Juan Carlos y ha sido uno de losmás jóvenes en recibir el Premio Internacional de Economía Rey Juan Carlos. Es Vicepresidente de la Mont PelerinSociety, que es la sociedad que fundó Hayek, de la American Economics Association y del Royal Economic Society entreotras asociaciones. Además, es “Adjunct Scholar” del Ludwig von Mises Institute, de la Universidad de Auburn, Alabamay editor asociado del Journal of Libertarian Studies.

Ana Palacio

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LA CRISIS DEL SOCIALISMO

Jesús Huerta de Soto

No hay nada más práctico que una buena teoría. Por eso, me propongo explicar en términos teó-ricos qué es el socialismo y por qué es un error intelectual, una imposibilidad científica. Mostrarépor qué se desmoronó, por lo menos el socialismo real, y por qué el socialismo que sigue existien-do en forma de intervencionismo económico en los países occidentales es el principal culpable delas tensiones y conflictos que padecemos. Vivimos en un mundo esencialmente socialista, a pesarde la caída del Muro de Berlín, y seguimos soportando los efectos que según la teoría son propiosde la intervención del Estado sobre la vida social.

Definir el socialismo exige entender previamente el concepto de “función empresarial”. Los teó-ricos de la economía definen la función empresarial como una capacidad innata del ser humano.No nos estamos refiriendo al empresario típico que saca adelante un negocio. Nos estamos refi-riendo a esa innata capacidad que tiene todo ser humano para descubrir, crear, darse cuenta de lasoportunidades de ganancia que surgen en su entorno y actuar en consecuencia para aprovecharsede las mismas. De hecho, etimológicamente, la palabra empresario evoca al descubridor, a quiense da cuenta de algo y lo aprehende. Es la bombilla que se enciende.

La función empresarial es la primera capacidad del ser humano. Es lo que por naturaleza másnos distingue de los animales, esa capacidad de crear y descubrir cosas. En este sentido general,el ser humano, más que homo-sapiens es homo-empresario. ¿Quién es, pues, empresario? Pues laMadre Teresa de Calcuta, por ejemplo. No estoy hablando sólo de Henry Ford o de Bill Gates, quesin duda alguna son grandes empresarios en el ámbito comercial y económico. Un empresario estoda persona con una visión creativa, revolucionaria. La misión de la Madre Teresa era ayudar a losmás necesitados y buscaba medios para lograrlo de forma creativa y aunando voluntades. Por eso,

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Teresa de Calcuta fue un ejemplo paradigmático de empresario. Por tanto, entendamos la funciónempresarial como la más íntima característica de nuestra naturaleza como seres humanos, queexplica el surgimiento de la sociedad como una red complicadísima de interacciones. Son relacio-nes de intercambio de unos con otros y las entablamos porque de alguna manera nos damos cuen-ta de que salimos ganando. Y todas ellas están impulsadas por nuestro espíritu empresarial.

Todo acto empresarial produce una secuencia de tres planos. El primero consiste en la creaciónde información: cuando un empresario descubre o crea una idea nueva, genera en su mente unainformación que antes no existía. Y esa información, por una vía o por otra, se transmite en olea-das sucesivas, dando lugar al segundo plano. Aquí veo un recurso barato que se utiliza mal, y allídescubro una necesidad urgente de ese mismo recurso. Compro barato, vendo caro. Transmito lainformación. Finalmente, agentes económicos que actúan de manera descoordinada aprenden, des-cubren que deben guardar un recurso porque alguien lo necesita. Y esos son los tres planos quecompletan la secuencia: creación de información, transmisión de información y, lo más importante,efecto de coordinación o ajuste. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, disciplina-mos nuestro comportamiento en función de necesidades ajenas, de personas a las que ni siquie-ra llegamos a conocer, y eso lo hacemos motu proprio porque, siguiendo nuestro propio interésempresarial, nos damos cuenta de que así salimos ganando. Es importante presentar esto de entra-da porque, por contraste, vamos a ver ahora qué es el socialismo.

El socialismo se debe definir como “todo sistema de agresión institucional y sistemática en con-tra del libre ejercicio de la función empresarial”. Consiste en imponer por la fuerza, utilizando todoslos medios coactivos del Estado. Podrá presentar determinados objetivos como buenos, pero ten-drá que imponerlos irrumpiendo por la fuerza en ese proceso de cooperación social protagonizadopor los empresarios. Por tanto, y ésta es su primera característica, actúa mediante coacción. Estoes muy importante, porque los socialistas siempre quieren ocultar su cara coactiva, que es la esen-cia más característica de su sistema. La coacción consiste en utilizar la violencia para obligar aalguien a hacer algo. Por un lado está la coacción del criminal que asalta en la calle; por otro, lacoacción del Estado, que es la que caracteriza al socialismo. Porque si se trata de una coacciónasistemática, el mercado tiene sus mecanismos, en la medida de lo posible, para definir el dere-cho de propiedad y defenderse de la criminalidad. Pero si la coacción es sistemática y procede ins-titucionalmente de un Estado que tiene todos los medios del poder, la posibilidad de defendernosde los mismos o evitarlos es muy reducida. Es entonces cuando el socialismo manifiesta su reali-dad esencial con toda su crudeza.

No estoy definiendo el socialismo en términos de si existe propiedad pública o privada de losmedios de producción. Eso es un arcaísmo. La esencia del socialismo es la coacción, la coaccióninstitucional procedente del Estado, a través de la cual se pretende que un órgano director se encar-gue de las tareas necesarias para coordinar la sociedad. La responsabilidad pasa de los sereshumanos de a pie, protagonistas de su función empresarial, que tratan de buscar los fines y crearlo que más les conviene para alcanzarlos, a un órgano director que “desde arriba” pretende impo-ner por la fuerza su particular visión del mundo o sus particulares objetivos. Además, en esta defi-nición del socialismo es irrelevante si ese órgano director ha sido o no elegido democráticamente.El teorema de la imposibilidad del socialismo se mantiene íntegro, sin ninguna modificación, conindependencia de que sea o no democrático el origen del órgano director que quiere imponer porla fuerza la coordinación de la sociedad.

Definido el socialismo de esta manera, pasemos a explicar por qué es un error intelectual. Loes porque es imposible que el órgano director encargado de ejercer la coacción para coordinar la

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sociedad se haga con la información que necesita para dar un contenido coordinador a sus man-datos. Ése es el problema del socialismo, es su gran paradoja. Necesita información, conocimien-to, datos para que su impacto coactivo –la organización de la sociedad– tenga éxito. Pero nuncapuede llegar a hacerse con esa información. Los teóricos de la Escuela Austriaca de Economía,Mises y Hayek, elaboraron cuatro argumentos básicos durante el debate que mantuvieron en elsiglo XX contra los teóricos de la economía neoclásica, que nunca fueron capaces de entender elproblema que planteaba el socialismo. ¿Y por qué no fueron capaces de entenderlo? Por estarazón: creían que la economía funcionaba como se explica en los libros de texto de primer curso,pero lo que se explica en los libros de texto de primer curso de economía con respecto al funcio-namiento de la economía de mercado es radicalmente erróneo y falso. Esos libros de texto basansus explicaciones del mercado en términos matemáticos y de ajuste perfecto. Es decir, el mercadosería una especie de computadora que ajusta de manera automática y perfecta los deseos de losconsumidores y la acción de los productores, de tal manera que el modelo ideal es el de compe-tencia perfecta, descrito por el sistema de ecuaciones simultáneas de Walras.

Siendo yo estudiante, en mi primera clase de economía, el profesor comenzó con una frase sor-prendente: “Supongamos que toda la información está dada”. Y luego comenzó a llenar la pizarrade funciones, curvas y fórmulas. Ése es el supuesto que utilizan los neoclásicos: que toda la infor-mación está dada y no cambia. Pero ese supuesto es radicalmente irreal. Va contra la característi-ca más típica del mercado: la información no está nunca dada.

El conocimiento sobre los datos surge continuamente como resultado de la actividad creativa delos empresarios: nuevos fines, nuevos medios. Luego no podemos construir una teoría económicabajo ese supuesto sin que sea errónea. Los economistas neoclásicos pensaron que el socialismoera posible porque supusieron que todos los datos necesarios para elaborar el sistema de ecua-ciones y encontrar la solución estaban “dados”. No fueron capaces de apreciar lo que sucedía enel mundo que tenían que investigar científicamente, no pudieron ver lo que de verdad sucedía.

Sólo la Escuela Austriaca siguió un paradigma distinto. Nunca supuso que la información esta-ba dada, consideró que el proceso económico era impulsado por empresarios que continuamentecambian y descubren nueva información. Solamente ella fue capaz de darse cuenta de que el socia-lismo era un error intelectual. Desarrolló su argumento empleando cuatro asertos, dos que pode-mos considerar “estáticos” y otros dos que podemos considerar “dinámicos”.

En primer lugar –afirma–, es imposible que el órgano director se haga con la información quenecesita para dar un contenido coordinador a sus mandatos por razones de volumen. El volumende la información que manejamos los seres humanos es inmenso, y lo que siete mil millones deseres humanos tienen en la cabeza es imposible de gestionar. Este argumento quizá lo pudieranentender los neoclásicos, pero es el más débil, el menos importante. Al fin y al cabo, hoy en díacon la capacidad informática de que disponemos podemos tratar volúmenes inmensos de informa-ción.

El segundo argumento es mucho más profundo y contundente. La información que se manejaen el mercado no es objetiva; no es como la información que está impresa en la guía de teléfonos.La información empresarial tiene una naturaleza radicalmente distinta, es una información subjeti-va, no objetiva; es tácita, es decir, sabemos algo, un Know How, pero no sabemos en qué consistedetalladamente, es decir, el Know That. Explicado de otra forma: es la información del que sabemontar en bicicleta. Es como si alguien pretendiera aprender a montar en bicicleta estudiando lafórmula de la física matemática que expresa el equilibrio que mantiene el ciclista cuando pedalea.

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El conocimiento necesario para montar en bicicleta no se obtiene así, sino mediante un proceso deaprendizaje, habitualmente accidentado, que finalmente permite experimentar el sentido del equili-brio subido a una bicicleta y que al torcer en las curvas debemos inclinarnos para no caer. Con todaseguridad, Indurain desconoce las leyes que le han permitido ganar el Tour de Francia, pero tiene elconocimiento de cómo se monta en bicicleta. La información tácita no se puede plasmar de mane-ra formalizada y objetiva, ni trasladar a ningún sitio, y menos a un órgano director. Sólo se puedetransmitir a un órgano director para que éste asimile y coaccione, dando un contenido coordinadora los mandatos, una información unívoca que no se preste a malentendidos. Pero la mayor partede la información de la que depende el éxito de nuestras vidas no es objetiva, no es informaciónde la guía de teléfonos, es información subjetiva y tácita.

Pero estos dos argumentos –que la información es de un volumen enorme y que además tieneun carácter tácito– no bastan. Hay otros dos, dinámicos, que son todavía mucho más contunden-tes y que implican la imposibilidad del socialismo.

Los seres humanos estamos dotados de una innata capacidad creativa. Continuamente descu-brimos “nuevas” cosas, “nuevos” fines, “nuevos” medios. Difícilmente se va poder transmitir a unórgano director la información o el conocimiento que todavía no ha sido “creado” por los empresa-rios. El órgano director se empeña en construir un “nirvana social” mediante el Boletín Oficial delEstado y la coacción. Pero para eso tiene que saber qué pasará mañana. Y lo que pase mañanadependerá de una información empresarial que todavía no se ha creado hoy, no se puede transmi-tir hoy para que nuestros gobernantes nos coordinen bien mañana. Esa es la paradoja del socialis-mo, la tercera razón.

Pero eso no es todo. Existe un cuarto argumento que es definitivo. La propia naturaleza delsocialismo –que como hemos dicho antes se basa en la coacción, el impacto coactivo sobre el cuer-po social o sociedad civil– bloquea, dificulta o imposibilita, allí donde precisamente impacta y en lamedida en que impacte, la creación empresarial de información, que es precisamente la que nece-sita el gobernante para dar un contenido coordinador a sus mandatos.

Ésa es la demostración en términos científicos de que el socialismo es teóricamente imposible,porque no puede hacerse con la información que necesita para dar un contenido coordinador a susmandatos. Y éste es un análisis puramente objetivo y científico. No hay que pensar que el proble-ma del socialismo reside en que “los que están arriba son malos”. Ni la persona con mayor bon-dad del mundo, con las mejores intenciones y con los mejores conocimientos, podría organizar unasociedad sobre el esquema coactivo socialista; lo convertiría en un infierno, ya que, dada la natura-leza del ser humano, resulta imposible conseguir el objetivo o el ideal socialista.

Todas estas características del socialismo tienen consecuencias que podemos identificar ennuestra realidad cotidiana. La primera es su atractivo. En nuestra naturaleza más íntima encontra-mos el riesgo de caer en el socialismo porque su ideal nos tienta, porque el ser humano se rebe-la contra su naturaleza. Vivir en un mundo con un futuro incierto nos inquieta, y la posibilidad decontrolar ese futuro, de erradicar la incertidumbre, nos atrae. Dice Hayek en La fatal arrogancia queen realidad el socialismo es la manifestación social, política y económica del pecado original delser humano, que es la arrogancia. El ser humano quiere ser Dios, es decir, omnisciente. Por eso,siempre, generación tras generación, tendremos que estar en guardia contra el socialismo, asumirque nuestra naturaleza es creativa, es de tipo empresarial. El socialismo no es un simple tema desiglas o de partidos políticos en determinados contextos históricos. Siempre se infiltrará de mane-ra sinuosa en comunidades, familias, barrios, partidos políticos de derechas y liberales... Tenemos

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que estar en contra de esa tentación del estatismo porque es el peligro más original que tenemoslos seres humanos, nuestra mayor tentación: creernos Dios. El socialista se considera capaz desuperar ese problema de la ignorancia radical que desacredita en su esencia su sistema social. Poreso, el socialismo siempre es resultado de un pecado de soberbia intelectual. Detrás de todo socia-lista hay un arrogante, un intelectual soberbio. Y eso lo podemos constatar en todos lo ámbitos.

Además, el socialismo tiene unas características que podemos llamar “periféricas”: descoordi-nación y desorden social. El acto empresarial puro coordina, pero el socialismo lo coacciona y pro-duce un efecto de descoordinación. El empresario se da cuenta de que hay una oportunidad deganancia. Compra barato, vende caro. Transmite información y coordina. Dos personas que en unprincipio actuaban contra sus respectivos intereses, ahora, sin darse cuenta, actúan de forma coor-dinada o ajustada. El socialismo, al impedir eso por la fuerza, en mayor o menor medida, desajus-ta. Y lo peor es que los socialistas, cuando observan el desajuste causado por ellos, la descoordi-nación, el conflicto y el agravamiento del problema, lejos de llegar a las conclusiones razonablesque hemos expuesto, demandan más socialismo, más coacción institucional. Y pasamos a un pro-ceso en el que los problemas, en vez de solucionarse, se agravan indefinidamente, incrementándo-se todavía más el peso del Estado. El ideal socialista exige extender los tentáculos del Estado portodos los intersticios sociales y genera un proceso que conduce hasta el totalitarismo.

Otra característica del socialismo es la falta de rigor. Se prueba, se cambia de criterio, se cons-tata el agravamiento de los problemas y se da un giro político coaccionando de manera errática.¿Por qué? Porque los efectos que tienen las medidas de intervención suelen parecerse poco a lospretendidos. El salario mínimo, por ejemplo, pretende mejorar el nivel de vida. ¿El resultado? Másparo y más pobreza. ¿Los más perjudicados? Los grupos sociales que por primera vez acceden almercado de trabajo, que son los jóvenes, las mujeres, las minorías étnicas y los inmigrantes. Otroejemplo: se diseña una política agraria comunitaria y se inunda de productos la Unión Europeamediante subvenciones o precios políticos. El consumidor paga precios más elevados y se perjudi-ca a los países pobres porque los mercados internaciones se llenan de productos excedentes dela UE a precios con los que no pueden competir.

El socialismo actúa además como una especie de droga u opio inhibidor. Genera malas inversio-nes, porque distorsiona las señales acerca de dónde hay que invertir para satisfacer los deseos delos consumidores. Agudiza los problemas de escasez y genera irresponsabilidad sistemática de losgobiernos, porque no hay posibilidad de conocer la información necesaria para actuar responsable-mente, no es posible conocer los costes. El gobernante sólo puede actuar de modo voluntarista,dejando constancia en el Boletín Oficial del Estado de su mera voluntad; eso, como afirma Hayek,no es “LEY” –así, con mayúsculas–, sino “legislación”, normas, habitualmente excesivas e inútiles,aunque digan ampararse en datos “objetivos”. Lenin decía que toda la economía debía organizar-se como el servicio de correos y que el departamento más importante de un sistema socialista esel Instituto Nacional de Estadística. “Estadística” procede etimológicamente de “Estado”. Por tanto,es un término ante el que debemos ponernos en guardia si queremos evitar el socialismo, un con-cepto sospechoso. Jesús nació en Belén porque el emperador ordenó una estadística relacionadacon los impuestos. Lo primero que tiene que hacer todo gran liberal es pedir la eliminación delInstituto Nacional de Estadística. Ya que no podemos evitar que el Estado haga daño, al menosceguémosle los ojos para que sea más aleatorio cuando forzosamente se equivoca.

Otro efecto claro del socialismo es el que produce sobre el entorno natural. Es terrible. La únicamanera de defenderlo es definiendo bien los derechos de propiedad. Nadie llama a la casa de unoy le tira un cubo de basura a su cara. Eso sólo se hace en las “zonas comunes”. Como se afirma

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en un viejo dicho español, “lo que es del común es del ningún”. La tragedia de los bienes comuna-les, sean aguas sucias, bancos de peces que desaparecen o la extinción del rinoceronte, siemprees resultado de una limitación estatal del derecho de propiedad que exige una economía de mer-cado. Porque allí donde se privatiza el monte hay caza, pero no la hay en los montes públicos. Ydonde se han privatizado los elefantes, los elefantes sobreviven. Y siguen existiendo las reses bra-vas porque los empresarios de la Fiesta Nacional se encargan de cuidarlas. La única manera demantener el medio ambiente es mediante una economía de mercado, a través del sistema capita-lista y de los derechos de propiedad bien defendidos. Donde estos principios desaparecen el medioambiente se degrada. Los ríos ingleses son de titularidad privada. Todos están limpios, en todosse puede pescar; lo hacen diferentes clubes de pesca, caros, medianos y baratos. Vayan ustedesa buscar peces a los ríos españoles...

Y la corrupción. El socialismo corrompe. Los que vivieron las economías socialistas que seescondían tras el Muro de Berlín se dieron cuenta de la gran mentira que suponía todo esemundo. Y no nos durmamos en la complacencia pensando que lo hemos superado, que esagran mentira no existe aquí. Sigue existiendo, aunque con una diferencia de grados. ¿Por quécorrompe el socialismo? Por varias razones. En primer lugar, los seres humanos coaccionadosen el esquema socialista no tardan en darse cuenta de que para lograr sus objetivos es muchomás efectivo dedicar su esfuerzo e ingenio a influir sobre los gobernantes que a tratar de des-cubrir oportunidades de ganancia y servir a los demás. De ahí surgen los grupos de interés, quetratan de condicionar las decisiones del órgano director. El órgano director socialista atrae comoun imán todo tipo de influencias perversas y corruptoras. Además, inicia un proceso de luchapor el poder. Cuando prepondera el esquema socialista es vital quién esté en el poder, si es“de los míos” o no. Una sociedad socialista siempre está muy politizada. No ocurre como enSuiza, por ejemplo, donde seguramente la gente no conoce ni el nombre de su Ministro deDefensa, o incluso el del Presidente del Gobierno. Y además no le importa, porque no es vitalquién esté en el poder.

Los seres humanos deberíamos dedicar la mayor parte de nuestro esfuerzo a sacar adelantenuestras vidas sin este tipo de intervenciones. Y este proceso de lucha por el poder, de interven-cionismo, hace que poco a poco se vaya modificando el hábito de comportamiento moral del serhumano. Los seres humanos manifiestan un comportamiento cada vez más amoral, menos some-tido a los principios. Nuestro comportamiento es cada vez más agresivo. Se trata de lograr el poderpara imponer cosas a los demás. Y eso se traslada miméticamente al comportamiento individual,hace que cada vez disciplinemos menos nuestro comportamiento, que dejemos de lado el esque-ma pautado de normas morales. La moral es el piloto automático de la libertad. He aquí otra influen-cia corruptora del socialismo.

Además, cuanto más socialismo hay, más se desarrolla la economía llamada sumergida o mer-cado negro. Pero como se decía en los países del Este, en un medio socialista “la economía sumer-gida no es el problema, es la solución”. Por ejemplo, en Moscú no había gasolina, pero todo elmundo sabía que en determinado túnel se vendía gasolina en el mercado negro. Gracias a eso lagente podía conducir.

Pero, obviamente, un gobierno socialista no puede conformarse con aceptar todas estas críticas,de manera que recurre a la propaganda política. Todo problema –se dice– es detectado a tiempopor el Estado, que lo arregla inmediatamente. Una y otra vez, de manera sistemática, la propagan-da política está en todos los ámbitos para tratar de contrarrestar la crítica, creando una cultura delo estatal que aturde y desorienta a la ciudadanía, que llega a pensar que ante cualquier problema

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el Estado se hará cargo de todo. Y ese modo de pensar, estrictamente socialista, se transmite degeneración en generación.

La propaganda conduce a la megalomanía. Las organizaciones burocráticas, los funcionarios, lospolíticos etc., no están sometidos a una cuenta de pérdidas y ganancias. Una mala gestión no supo-ne para ellos la expulsión del mercado. El gobernante y el funcionario solamente responden anteun presupuesto y un reglamento. No hay maldad personal en ello. Al menos, no necesariamente.Son como cualquiera de nosotros, pero en el entorno institucional en el que están insertos susacciones son perversas. Su actividad dentro del Estado los lleva a pedir más funcionarios, más pre-supuesto, y a afirmar que su labor es vital. ¿Recuerdan algún funcionario, político o burócrata quedespués de un profundo análisis haya llegado a la conclusión de que el organismo para el que tra-baja es inútil, que tiene un coste superior al beneficio que proporciona a la sociedad, y haya pro-puesto a su responsable gubernamental y a su ministro que elimine el epígrafe presupuestariocorrespondiente y lo clausure? Nunca. Por el contrario, siempre –en todos los contextos y con todoslos gobiernos– es “vital” el papel que uno cumple en el Estado. El socialismo es megalómano eimpregna de ese carácter al conjunto de la sociedad. A la cultura, por ejemplo, transformada en polí-tica cultural y definida por un distinguidísimo representante de la Unión Europea del siguiente modo,según le dijo a un compañero de partido cuando estaba a cargo del Ministerio de Cultura: “Muchodinero público, mucha fiesta para los jóvenes y premios para los amiguetes”.

Igualmente, el socialismo conduce a la prostitución de los conceptos de ley y de justicia. El dere-cho, entendido en su concepción clásica, no es sino un conjunto de normas o leyes materiales abs-tractas que se aplican con carácter general a todos por igual. Y la justicia consiste en enjuiciar silos comportamientos individuales se han ajustado o no a ese esquema de normas objetivas y abs-tractas. Se trata de normas ciegas. Por eso, tradicionalmente se representa a la Justicia con losojos tapados. En el Levítico se dice “con justicia juzgarás a tu prójimo, no dejándote llevar ni por lasdádivas del rico ni por las lágrimas del pobre”. En el momento en el que se violan los principiosgenerales del derecho, aunque se pretenda hacerlo “por una buena causa” (porque nos conmueveun desahucio por impago de la renta, o porque un pequeño hurto en un gran almacén carece derelevancia en los ingresos de la empresa afectada) se inflige un daño terrible a la justicia. Los jue-ces que actúan de esta forma y no aplicando la ley, caen en ese error fatal de la arrogancia intelec-tual, de creerse dioses. Sustituyen la ley por su impresión sobre las circunstancias particulares delcaso y abren la puerta a quienes no pretenden del juez que haga justicia sino que se conmueva.La demanda se convierte en un boleto de lotería que puede salir premiado si uno tiene suerte enel juzgado, y se desencadena un efecto de bola de nieve que sobrecarga a los jueces, que son cadavez más imperfectos en la emisión de sus sentencias y alimentan el proceso con su arbitrariedad.Desaparece la seguridad jurídica y la justicia se corrompe.

La solución, por supuesto, no pasa por dotar de más medios al sistema judicial, pero eso es jus-tamente lo que se pedirá.

En última instancia, el daño más perverso de la corrupción del socialismo es ese efecto mimé-tico sobre el ámbito de la acción individual. Para la gente de buena fe es muy atractivo: si hay pro-blemas, el Estado pondrá los medios e impondrá la solución. ¿Quién puede estar en contra de con-seguir un objetivo tan bueno y loable? El problema es la ignorancia que anima ese argumento. ElEstado no puede saber lo que necesitaría saber para obrar así, no es Dios, aunque algunos creanque lo es. Esa creencia perturba el proceso empresarial y agrava los problemas. En vez de actuarde manera automática siguiendo principios dogmáticos sometidos al derecho, actúa arbitrariamen-te, y eso es lo que desmoraliza y corrompe más la sociedad. La lucha antiterrorista ilegal que se

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desarrolló en España durante el mandato del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) es un ejem-plo perfecto de lo que decimos. Fue un error terrible. Los principios no son un obstáculo que impi-da alcanzar los resultados deseados, sino el único camino que nos puede conducir hasta ellos.Como afirma un dicho anglosajón, “la mejor política pragmática es actuar atendiendo a principios”,es decir, ser honestos, siempre. Y eso es precisamente lo que no hace el socialismo, porque en suesquema de racionalización de fines y medios, creyéndose Dios, la decisión óptima es violar losprincipios morales.

El socialismo no sólo es un error intelectual, también es una fuerza realmente antisocial, porquesu más íntima característica consiste en violentar, en mayor o menor medida, la libertad empresa-rial de los seres humanos en su sentido creativo y coordinador. Y como eso es lo que distingue alser humano, el socialismo es un sistema social antinatural, contrario a lo que el ser humano es yaspira a ser.

En la encíclica “Centesimus Annus”, Juan Pablo II, preguntándole cuál es el sistema social másconforme a la naturaleza humana, escribe lo siguiente: “Si por «capitalismo» se entiende un siste-ma económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la pro-piedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la librecreatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva”. Aunqueinmediatamente añade, “Pero...”. Y ¿por qué? Porque Juan Pablo II pasó su vida advirtiendo de losefectos de un capitalismo salvaje, ajeno a los principios morales, éticos y legales. Teniendo en cuen-ta que lo censurable es el egoísmo, la inmoralidad, etc., porque a efectos del sistema social, el capi-talismo es en el peor de los casos neutro. Pues en un esquema de intercambios voluntarios se pro-mueve la moralidad, la distinción entre el bien y el mal, frente a la corrupción propia del socialismo.

Finalmente, ¿qué ha pasado con el socialismo? ¿Ha fracasado? ¿Ha desaparecido, se ha dilui-do como un azucarillo en un vaso de agua? Sí y no. Eso ha pasado con el socialismo real, peronuestras sociedades siguen profundamente imbuidas de socialismo. Las diferencias entre los lla-mados partidos de izquierdas y de derechas son de grado, aunque en España algo se avanzó entre1996 y 2004 en el ámbito de la libertad. Primero, con la desaparición de la esclavitud en plenosiglo XX: el servicio militar pasó a ser voluntario, y eso es de vital importancia –por cierto, me per-mito recordar que el PSOE no quería–. En segundo lugar, se produjo una reducción tímida de impues-tos y, luego, el principio del presupuesto equilibrado y alguna liberalización y privatización. Tampocofue para tirar cohetes, pero hay que tener en cuenta que la inmensa mayoría de los 11 ó 12 millo-nes de votantes del partido que estuvo en el poder eran socialistas, en el sentido que hemos dadoaquí a ese término. Poco más se podía hacer.

Ahora, la misión es nuestra, de los intelectuales, de los second-hand dealers of ideas, de los pro-fesores en la universidad... Somos responsables de ir cambiando el espíritu, sobre todo de los jóve-nes, que son capaces de salir a la calle a pecho descubierto a defender los ideales. El socialismosigue siendo hoy predominante: entre el 40% y el 50 % del Producto Interior Bruto de los países delmundo occidental moderno está gestionado por la Administración pública. Ahora, de nuevo con elPSOE en el Gobierno de España, parece que los vientos soplan otra vez en esa dirección. Así, ter-minaremos totalmente perdidos y muy lejos del único camino por el que puede avanzar nuestrasociedad. Nuestra única posibilidad radica, como siempre, en el poder de las ideas y en la hones-tidad intelectual de la juventud.

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3. EL FUTURO DE LA REVOLUCIÓN

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Francis Fukuyama es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Harvard. Ha sido miembro del prestigio-so Rand Corporation, el centro de investigación sobre asuntos sociales, económicos y políticos puntero de EstadosUnidos. En 1981 y 1982 y, de nuevo, en 1989 trabajó en el Consejo para la Planificación de Políticas del Departamentode Estado de los Estados Unidos. En la actualidad es miembro del Consejo Presidencial sobre Bioética y profesor deEconomía Política Internacional en la Universidad Johns Hopkins en Washington.

Sin perjuicio de lo anterior, Francis Fukuyama inscribió su nombre en el pensamiento occidental con la publicación,en 1992, de The End of History and the Last Man. En él sostiene que el motor de la historia, así como el problemacentral de la política, la economía y la sociedad, ha sido el reconocimiento de la dignidad humana. Y sólo existe un sis-tema que fomenta y promueve el reconocimiento de la dignidad humana; la democracia liberal. Frente a él, el comunis-mo, el socialismo, el nazismo y, en la actualidad, el terrorismo propugnan precisamente lo contrario, y su éxito pasa porborrar la dignidad e imponer un concepto uniforme, casi mecánico del individuo.

Trust: The Social Virtues and the Creation of Prosperity, otro de sus muchos libros (todos ellos, por cierto, grandeséxitos que se adentran en los territorios fronterizos, como la biotecnología), publicado en 1998, analiza el impacto queel grado de confianza existente entre las personas de una misma sociedad puede tener sobre la economía, la políticay la cultura misma. Así, las sociedades con niveles más bajos de confianza también suelen ser las más pobres y las quetienen mayores problemas de corrupción. Y justo lo contrario ocurre con las sociedades cuyos ciudadanos tienen con-fianza en los demás. Hoy en día, asistimos a un movimiento generalizado de expansión de la democracia liberal.

Su último libro, State Building: Governance and World Order in the 21st Century examina el proceso de conquistade la libertad frente a los Estados que fracasan en esta evolución hacia la democracia. Y es que estos Estados fraca-sados representan uno de los grandes peligros para la paz y la prosperidad del mundo, ya que al final permiten a quie-nes quieren volver atrás en la Historia, los que quieren volver a la imposición y a la persecución desarrollar sus planespara imponer una determinada visión totalitaria.

Tras el derribo del Muro de Berlín, Francis Fukuyama vio con una claridad casi única que la lucha entre modelos deorganizar la sociedad había terminado. Ya quedaba solo y victorioso el modelo de la democracia liberal, el Estado dederecho y las libertades individuales. Si queremos que el siglo XXI triunfe sobre la opresión, las matanzas de inocentes,el hambre, la pobreza y las grandes pandemias, tenemos que descubrir juntos la forma más eficaz de traer la libertady las instituciones que la preservan a todos estos países que están luchando por ello, a todas esas sociedades queanhelan la libertad, a todos los individuos que, desde el fondo de su corazón, la buscan.

Ana Palacio

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¿SIGUE LA HISTORIA DE NUESTRO LADO?

Francis Fukuyama

Me gustaría regresar a mis tesis originales acerca del fin de la Historia y hacerme la pregun-ta que me he planteado muchas veces, especialmente en los últimos tres años: si la historiaha recomenzado, en algún sentido, fundamentalmente desde lo sucedido el 11 de septiembre.Mi opinión es que no, y eso subsiste como manera válida de observar el mundo, a pesar de seruna pregunta con la que tenemos que tratar, a la luz de nuevos acontecimientos. Lo que megustaría hacer en esta conferencia es revisar la teoría que propuse y revisar los retos que ten-dremos que afrontar en el siglo XXI.

Empezaré con la pregunta: ¿qué significó el “fin de la Historia”?

El concepto del fin de la Historia es, para empezar, una teoría sobre la modernización quetiene su origen en las teorías de Hegel y Marx en el siglo XIX. De hecho, es un concepto con elque cualquier marxista está familiarizado. Durante los 150 años anteriores al final del siglo XX,la mayor parte de los intelectuales progresistas creía en la existencia de un proceso históricoprogresivo de modernización, en el que las sociedades pasaron de ser sociedades de cazado-res-recolectores a sociedades agrícolas y de ahí a sociedades industriales. También creían quela Historia terminaría en una utopía comunista. Lo que yo expresé en mi libro, El fin de la histo-ria y el último hombre, es que al final del siglo XX no parecía que esto fuese a suceder. No pare-cía que el progreso de las sociedades humanas fuese a desembocar en una utopía comunista,sino más bien en lo que los marxistas llamaban una democracia liberal burguesa. El fin de laHistoria se encarnaba en la universalización de los principios de la Revolución Francesa.

Me han comparado en muchos aspectos con mi antiguo profesor, Samuel Huntington –quesigue siendo mi amigo–, quien expuso una visión muy distinta del desarrollo mundial en su libro

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El choque de civilizaciones. Pero resulta fácil exagerar el grado de discrepancia en nuestra inter-pretación del mundo. Por ejemplo, coincido en su creencia de que la cultura es muy importan-te y que el desarrollo y la política no se pueden entender sin una referencia a los valores cul-turales.

Sin embargo, hay un aspecto fundamental que nos separa: es la cuestión de los valores dela Ilustración, específicamente occidentales, y si estos valores son potencialmente universaleso no. Huntington cree, claramente, que no. Argumenta que las instituciones políticas que sedan en Occidente –que forman la base de la democracia liberal moderna– son consecuencia deuna cultura determinada, la cultura cristiana de la Europa occidental, y son específicos de lamisma, por lo que, en un cierto sentido, nunca trascenderán los lugares en que dicha culturase ha establecido. Diría que, de hecho, se trata de algo más amplio y más profundo, una cues-tión que todos nos debemos plantear: si es posible o no que estos valores occidentales ten-gan un significado universal.

Huntington tiene toda la razón cuando afirma que el origen de la democracia liberal, seculary moderna reside en la Cristiandad. Esta idea no es nueva. Hegel, Tocqueville y Nietzsche, entreotros muchos grandes pensadores, ya dijeron que la democracia moderna es, de hecho, unaversión secular de la doctrina cristiana fundamental que habla de la dignidad universal del hom-bre y que se interpreta ahora de una forma moderna, como una doctrina política. En mi opinión,no hay duda de que es así, desde un punto de vista histórico.

Pero, aparte del hecho de que la democracia liberal moderna tenga su origen en este con-texto cultural concreto, la verdadera cuestión es si estas ideas se pueden separar de sus raí-ces culturales y llegar a tener un significado para aquellos que viven en culturas no cristianas.Hay muchas pruebas en todo el mundo que confirman esta idea. Lo explicaré utilizando unaanalogía: el método científico en el que se basa nuestra civilización tecnológica moderna tam-bién surgió en Europa y de esta misma cultura cristiana. Surgió con filósofos como FrancisBacon y René Descartes, que fueron quienes crearon el método científico moderno. Pero des-pués de su creación, el método científico pasó a ser de toda la Humanidad, sin importar si unoera japonés, africano o indio. El método científico es algo todavía útil para la gente, con inde-pendencia de su origen cultural.

La cuestión es, por lo tanto, si los principios de libertad y democracia que para nosotros sonla base de la democracia liberal tienen, de manera análoga a lo anterior, un significado univer-sal. Personalmente, opino que sí y creo que hay una lógica general en la evolución histórica queexplica por qué, a medida que las sociedades avanzan, hay más democracia. He construido, pordecirlo de alguna manera, una especie de “máquina” que explica este proceso. No es unamáquina determinista a la manera del marxismo, pero pienso que hay un modelo general en laevolución social del hombre que nos dice que este proceso evolutivo debería concluir con unamayor presencia de la democracia.

El origen de la democracia liberal moderna reside realmente en la ciencia y la tecnologíamodernas. La ciencia es un saber acumulativo; no olvidamos de manera periódica los descubri-mientos científicos previos. Este hecho es el que crea el mundo económico actual, ya que gene-ra un horizonte de posibilidades productivas y garantiza que la era de la máquina de vapor esdistinta de la era del arado y, a su vez, la era del transistor y del ordenador va a ser diferentede la era de la máquina de vapor. Todo esto nos lleva al desarrollo económico moderno, a enor-mes incrementos de la productividad como consecuencia del crecimiento del capitalismo

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moderno y de la difusión de la tecnología y las ideas en las economías de mercado modernas.Ello desencadena un proceso que resulta enormemente atractivo en todo el mundo. El desarro-llo económico es un deseo prácticamente universal.

La prueba de ello es, en mi opinión, la forma en que la gente se desplaza y actúa “con lospies”. La gente vota “con los pies”. Todos los años, millones de personas en sociedadespobres y subdesarrolladas intentar llegar a Europa occidental, a los Estados Unidos, a Japón ya otros países desarrollados porque ven que las posibilidades de desarrollo humano en un paísrico son mucho mayores que en un país pobre. Y esto es algo universal.

El deseo de democracia no es algo tan extendido inicialmente como el deseo de desarrollo.De hecho, se dan regímenes como el de la China actual, Singapur o Chile durante el gobiernode Pinochet que, aunque autoritarios, son capaces de conseguir un desarrollo y un grado demodernización aceptables. Pero hay una conexión más directa entre desarrollo económico ydesarrollo político. Tiene que ver con la fuerte correlación que existe entre el desarrollo y el cre-cimiento de las instituciones democráticas. Mi antiguo colega de la Universidad George Mason,el gran sociólogo Seymour Martin Lipset, fue quien se refirió primero a esta correlación. Se diocuenta de que, en todo el mundo, existe un alto nivel de correlación entre países democráticosy países industrializados y desarrollados. Hay numerosas razones para pensar que esta corre-lación es fuerte. Cuando un país sobrepasa un nivel de renta per cápita de aproximadamente6.000 dólares, significa que deja de ser una sociedad agrícola, ya que tiene una clase mediaque posee un patrimonio, una sociedad civil compleja y un nivel educativo alto, todo lo cualfomenta el deseo de participación democrática.

España es un buen ejemplo. A la muerte del general Franco, España había sobrepasado yaesa barrera de desarrollo económico y su sociedad estaba preparada para la democracia, demanera distinta a lo que ocurría una o dos generaciones antes. Todo esto explica por qué seha producido un crecimiento de la democracia en lugares como Japón, Corea del Sur, Taiwán yotras partes de Asia e Iberoamérica.

El componente final de esta “máquina de la modernización”, como se la podría denominar,está relacionado con la cultura. La conexión en este caso no es tan sólida. Todo el mundo aspi-ra al desarrollo económico, y éste, a su vez, fomenta la implantación de instituciones políticasdemocráticas. Sólo al final de este proceso se produce la convergencia cultural.

Coincido plenamente con Huntington en su afirmación de que nunca viviremos en un mundoculturalmente uniforme. No creo que queramos vivir en un mundo con los mismos valores cul-turales universales; tenemos y valoramos las tradiciones históricas de nuestros propios pue-blos, las tradiciones religiosas y otros elementos culturales que nos son propios.

Pero sí que creo que existe un elemento cultural que surge necesariamente de este proce-so de modernización: la separación entre la religión y las creencias profundas y la política. Estono es algo inherente a la sociedad cristiana occidental. Al final de la Edad Media, todos losreyes europeos dictaban las creencias religiosas de sus súbditos. Pero uno de los logros delliberalismo moderno fue que, como resultado de 150 años de terribles guerras de religión, lospensadores occidentales que crearon las instituciones liberales modernas coincidieron en lanecesidad de excluir el debate sobre las cuestiones religiosas de los asuntos políticos. Éste esel verdadero origen de nuestra sociedad moderna basada en la Ilustración liberal que proclamaun pluralismo y una tolerancia en relación con las cuestiones religiosas.

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El mundo occidental vivió este proceso. Un proceso que ahora se está viviendo en el mundoislámico. Por lo tanto, hay que explicar las razones por las que debe producirse un proceso his-tórico amplio y por qué cabe esperar una expansión gradual de la democracia liberal en elmundo.

Para contestar a esta pregunta, debemos hablar de los problemas y retos a los que nos enfren-tamos. Ésta es una tesis que he venido desarrollando durante los últimos quince años, y que hasido atacada por todo tipo de personas, desde casi todos los puntos de vista imaginables.

En mi opinión, hay cuatro grandes obstáculos a esta perspectiva optimista de evolución quehe expuesto con anterioridad. El primero tiene relación con el Islam como obstáculo culturalpara la democracia; el segundo tiene que ver con la tecnología y, en particular, con las armasde destrucción masiva; el tercero guarda relación con las brechas políticas que se han abiertoentre Europa y los Estados Unidos, sobre todo durante los últimos años; y finalmente, el temade mi último libro, que es la construcción del Estado.

Comencemos con la cuestión del Islam. Está muy extendida la opinión de que hay alguna con-tradicción fundamental entre el Islam como religión y la posibilidad de desarrollo de la democra-cia moderna. No hay ninguna duda de que, si hay una parte del mundo donde debería haber másdemocracia y aún no la hay, es en el mundo musulmán. En los países musulmanes se ha produ-cido una excepción generalizada al modelo de desarrollo democrático que se ha dado en AméricaLatina, Europa, Asia e incluso en lugares como el África subsahariana. Por ello, hay quien argu-menta que puede haber algo en la doctrina islámica que identifica la religión con el Estado y queactúa como una barrera infranqueable que impide la implantación de la democracia.

Esto es muy dudoso. No creo que haya necesariamente una incompatibilidad entre el Islamy la democracia moderna. Todos los sistemas religiosos son enormemente complejos; la cris-tiandad defendió en su día la esclavitud y la jerarquía, y más tarde defendió la democracia. Unavez que se libran de la rigidez de ciertas tradiciones, las doctrinas religiosas como el Islam o elcristianismo están abiertas a una distinta interpretación política de una generación a otra. Ycreo que esto está ocurriendo con el Islam. Si se analiza lo que ocurre en distintas partes delmundo, se aprecia la enorme diferencia entre países de cultura islámica: Indonesia, que pasóen 1997 de tener un gobierno autoritario a una democracia; Turquía, que ha tenido a partir dela Segunda Guerra Mundial periodos democráticos bipartidistas con un cierto éxito; otros comoMali o Senegal... Hay algunos países que son musulmanes y democráticos. Además, hay otroscomo Malasia que han tenido un desarrollo económico muy rápido. Por tanto, el Islam no supo-ne necesariamente un obstáculo a la democracia.

De hecho, el profesor Stephan de la Universidad de Columbia ha señalado que la excepcióna un modelo generalizado de democratización en el mundo musulmán es, en realidad, unaexcepción en los países árabes, más que en los musulmanes. Hay algún elemento de la cultu-ra política árabe que ofrece una mayor resistencia. ¿Cuál es ese elemento? Ésa es una cues-tión a debatir, pero seguro que no es producto de la religión. Este reto al que nos enfrentamosno es de carácter religioso, cultural ni inherente a la civilización. Es un reto muy serio y muyimportante, pero es político. Es el que ofrece el islamismo radical, que tiene una larga historiadurante el siglo XX, pero que es, en último término, una doctrina política moderna.

En los escritos de Said Kutub, el fundador de la Hermandad Musulmana en Egipto, o deOsama bin Laden y sus ideólogos de Al Qaeda, se observa que el origen de muchas de sus

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ideas sobre los conceptos de Estado, revolución y organización política no tienen origen en latradición islámica, sino en las ideologías radicales de la derecha y la izquierda europeas delsiglo XX, es decir, en el fascismo y en el comunismo. Dichas doctrinas, que son extremadamen-te peligrosas, no reflejan realmente ninguna de las enseñanzas fundamentales del Islam; lo querepresentan es la utilización política de unas ideas para unos fines determinados. Es más,representan, en mi opinión, la profunda alienación que se da en muchos países musulmanespor el hecho, precisamente, de que no hay posibilidad de participación democrática en la mayo-ría del mundo árabe, de que el desarrollo económico es escaso y no existe oportunidad para lagente de abrir sus propios negocios y unirse al proceso positivo de la globalización. A todo ellose une, además, el crecimiento excesivo de los entornos urbanos, que también fue uno de losfactores que impulsaron el fascismo.

¿Cuál es, por tanto, el futuro de esta doctrina? Creo que hay que enfrentarse a esta ideolo-gía como a cualquier otra ideología radical del siglo XX: mediante una combinación de políticay, desgraciadamente, de medidas militares ocasionales, dada su peligrosidad.

En último término, no debemos sobrestimar el poder de esta doctrina. En primer lugar, por-que no ha tenido el más mínimo atractivo para personas de un entorno cultural no musulmán.Creo que hoy las posibilidades de que España vuelva a ser islamizada, o de que países comolos Estados Unidos, Japón o Rusia se conviertan al Islam en un futuro son mínimas. Y, lo quees más, esta clase de doctrina política radical no ha tenido un verdadero éxito ni siquiera entrelos musulmanes. No hay más que observar los países en los que esta ideología ha llegado alpoder (Irán, Afganistán y Arabia Saudí). Estos países representan enormes fracasos. El casode los talibanes y su ideología radical islamista es claro; en Irán, el setenta por ciento de lapoblación tiene menos de treinta años y, dentro de ese grupo de edad, creo que casi nadiequiere seguir viviendo bajo ese tipo de teocracia islámica, y por lo tanto cabe esperar que seproduzcan importantes cambios políticos en el país durante la próxima generación, cambiosorientados a la consecución de una mayor libertad. El núcleo del problema es, en mi opinión,Arabia Saudí. Este país es un auténtico desastre. La renta per cápita ha disminuido en dos ter-cios en una sola generación. Es un país muy mal gestionado y con un elevadísimo nivel decorrupción, el mejor caldo de cultivo para una determinada ideología política muy extremista yllena de odio. Ha conseguido exportar esa ideología por el simple hecho de vivir sobre un marde petróleo y la ha hecho llegar a otras partes del mundo donde no se habría asentado de noser por su papel accidental dentro de la Historia. Pero en general, mi opinión es que el reto ideológico que representa esta doctrina es mucho menor que el que presentaba, por ejemplo,el comunismo.

Lo cual me lleva al segundo asunto, el de las armas de destrucción masiva. De no existir lasarmas nucleares y biológicas en el mundo, se podría decir que este Islam radical es un proble-ma para Oriente Próximo, para los países musulmanes, pero no para nosotros. Y en mi opinión,la unión entre esta doctrina ideológica extremista y radical con las tecnologías de destrucciónes lo que lo convierte en un problema para todo el mundo. Ése fue el verdadero significado del11 de septiembre. Y añadiría, a propósito del 11 de septiembre, que es una de las grandesfuentes de malentendidos entre Europa y Estados Unidos. Los europeos tienden a verlo comootro acto terrorista más con el que están familiarizados, que no es diferente al problema deETA, el IRA o las Brigadas Rojas. En Estados Unidos, en cambio, se ve más bien como algo com-pletamente nuevo desde el punto de vista histórico, algo que relaciona el terrorismo suicida ynihilista con la posibilidad de usar armas de destrucción masiva, lo que cambia por completola forma de enfocar este asunto.

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No sé cuál de estas dos interpretaciones es la correcta. Es posible reaccionar de maneratanto excesiva como escasa a este problema. Lo que sí sé es que es un problema importanteal que nos debemos enfrentar de manera conjunta. Esta nueva situación implica que la tecno-logía ha traído, en cierto sentido, la posibilidad de socavar la propia civilización tecnológica quela ha creado. Es un asunto importante sobre el que tenemos que seguir trabajando y es real-mente uno de los problemas centrales en la guerra continua contra el terrorismo.

La tercera objeción a mi hipótesis sobre El fin de la Historia, la optimista, es la relacionadacon las disputas abiertas entre Europa y Estados Unidos, especialmente tras la guerra de Iraqiniciada por el gobierno Bush.

Durante la Guerra Fría, nos consideramos a nosotros mismos, de manera común, unOccidente unido. Compartíamos unos intereses que dieron a los pueblos europeo y americanoel sentido de pertenecer a una misma familia, con valores democráticos comunes que seencontraban en peligro como consecuencia de los enormes movimientos totalitarios del sigloXX. Desde el fin de la Guerra Fría, creo que el distanciamiento entre Europa y Estados Unidosse ha manifestado en numerosos aspectos, y que esas diferencias cristalizaron debido a la gue-rra de Iraq.

Diría que las áreas en que se producen estas diferencias se pueden reducir a cuatro o cinco.De hecho, Jürgen Habermas y Jacques Derrida, dos de los principales filósofos europeos, escri-bieron un manifiesto tras la guerra de Iraq en el que resumían estas diferencias, y creo que esun resumen bastante acertado. Decían que, en general, los europeos tienden a estar, en mayormedida que los americanos, a favor de un Estado del bienestar amplio, de la solidaridad socialy de la protección de los ciudadanos frente a un capitalismo sin restricciones.

La segunda diferencia es que los europeos se sienten parte de un proceso en el que se estátrascendiendo el concepto de nación-Estado, mientras que para los americanos, en mi opinión,existe una creencia firme y profunda en que la fuente de la legitimidad o de la actuación legíti-ma reside en una democracia constitucional y no en una institución supranacional, ni tampocoen un mayor grado de cooperación internacional.

La tercera diferencia importante tiene que ver con la diferente visión de la utilidad y la fuer-za moral de las intervenciones militares. En este sentido, creo que las diferencias entre ambosreflejan en realidad las diferencias históricas que se dan a cada lado del Atlántico. En EstadosUnidos hay una firme y profunda creencia en la capacidad redentora, desde el punto de vistamoral, de la fuerza militar. Esto se basa en nuestra propia experiencia bélica, desde laRevolución Americana contra la monarquía británica, pasando por la Guerra Civil Americana–una guerra terriblemente sangrienta en la que murieron 600.000 americanos pero que condu-jo a la abolición de la esclavitud y a la unión de los Estados Unidos–; y que llega hasta laPrimera Guerra Mundial y, especialmente, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, que seconsideraron, en cierta manera, como cruzadas para la liberación de Europa de dos formas dis-tintas de tiranía, en dos ocasiones distintas Ésta es, de hecho, una interpretación correcta dela forma en que se utilizó el poder militar por parte de los Estados Unidos. Cuando en Europase piensa en el uso de la fuerza armada, se piensa sobre todo en la Primera Guerra Mundial,vista como el suceso que marcó el comienzo del siglo XX, un hecho que socavó la confianza dela civilización europea en sí misma. Desde mi punto de vista, la interpretación común es quefue la propia soberanía nacional la que causó la masacre absurda de una generación entera deciudadanos europeos. Los fines morales de la guerra como fuerza liberadora se tienen mucho

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menos en cuenta en esta parte del mundo como consecuencia de esa experiencia. Además,esta visión está más profundamente relacionada con la propia Historia europea, en la que eluso de la soberanía y el poder a lo largo de los siglos ha sido mucho más conflictivo.

No creo que se pueda decir que una de estas visiones sea la correcta. Estos puntos de vista,a cada lado del Atlántico, son simplemente resultado de una experiencia histórica particular (porlo que no se puede decir que ninguno de los dos sea correcto o equivocado, y es perfectamen-te posible que la fuerza militar se use con fines morales, como también lo es que la soberaníase utilice incorrectamente de manera que conduzca al desastre), pero que explican de maneraacertada la forma en que cada una de las partes ve las cosas.

La cuestión final está relacionada con la religión, que nos separa. Los americanos creenmayoritariamente en Dios, no así los europeos. Este hecho tiene su origen en el carácter des-centralizado de la religión en los Estados Unidos. Nunca hubo una religión oficial en nuestropaís; ésta ha sido siempre voluntaria y basada, de hecho, en un protestantismo sectario, cuyapropia supervivencia dependía del sostenimiento de los propios creyentes. Nunca se dio launión entre Estado e Iglesia a la manera de muchos países europeos. Esta peculiaridad fomen-tó una participación democrática dentro de las instituciones religiosas y un mayor grado de com-promiso religioso personal, a la vez que impidió la aparición de sentimientos anticlericales quese producen en países en los que existe una confesión oficial, donde las personas pueden lle-gar a ver la fe religiosa como algo impuesto u obligatorio. De nuevo, nos encontramos con unejemplo de cómo las características históricas de nuestro desarrollo como sociedades han lle-vado a resultados muy diferentes. Ambas sociedades creen en el principio de separación entrereligión y política, pero la experiencia de la religión se vive de manera muy diferente por los ciu-dadanos a cada lado del Atlántico.

Estos cuatro factores separados han llevado a políticas opuestas. Europa se podría definircomo una zona prácticamente libre del equivalente a los republicanos estadounidenses, y losEstados Unidos serían una zona sin la presencia de socialistas en su mayor parte. Esto no teníagran importancia durante la Guerra Fría, porque los republicanos, los equivalentes de los demó-cratas americanos o euro-atlantistas y los socialistas se oponían igualmente a la dominaciónde la Unión Soviética, por lo que había una base muy sólida. Ahora, tras el final de la GuerraFría, cuando el campo de batalla se ha desplazado de Europa a Oriente Próximo, la coinciden-cia es más estrecha: son la izquierda americana y la derecha europea las que forman la basede la asociación transatlántica.

Sin embargo, desde el punto de vista histórico no hay ninguna necesidad de un distancia-miento entre Europa y Estados Unidos basado en dichas diferencias, ya que no son diferenciasde civilización; son, por así decirlo, distintos dialectos de un mismo idioma. Ése es el papel delos gobernantes –el Presidente Aznar fue el perfecto ejemplo–; enfrentarse a un problema quese puede superar si los políticos y gobernantes tienen visión de futuro y son capaces de encon-trar una agenda común. De hecho, existen cuestiones importantes para una agenda comúnentre Europa y Estados Unidos. Nos enfrentamos a una amenaza común, el terrorismo. Aunqueel Islam no es en sí un problema, sí lo es el islamismo radical. Los actos del 11 de marzo y del11 de septiembre fueron comparables y fueron causados por el mismo odio y extremismo, dabaigual que se tratase de España o de los Estados Unidos. Y, en cierta forma, Europa se enfren-ta a un problema mayor en todo lo relacionado con la emigración y la integración de personasde otras culturas dentro de su estructura social. Históricamente, Estados Unidos ha tenido unaexperiencia bastante positiva en todo lo relacionado con la asimilación de emigrantes. Es un

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área, a mi parecer, en la que los europeos pueden aprender de los Estados Unidos. No es unproblema, por lo tanto, que no se pueda superar con un cierto grado de liderazgo político.

Por último, el cuarto problema o reto en este Fin de la Historia es el siguiente: he afirmadoque existe un proceso histórico que comienza con el desarrollo de la ciencia y la tecnología, elcual lleva al desarrollo económico, que a su vez lleva a la democracia política, la cual, en últi-mo término, tiene distintas implicaciones culturales. El problema es conseguir el inicio del des-arrollo económico, un problema que se ha dado en muchos países en vías de desarrollo enSudamérica, Oriente Medio, el sur de Asia y el África subsahariana. Y creo que una de las ver-dades que salen a la luz al observar el problema del desarrollo es que, en cierto sentido, tieneun origen político: el desarrollo económico no sólo se consigue aplicando políticas económicasacertadas; debe existir un Estado que sea “de Derecho”. Un Estado que asegure la ley y elorden, la propiedad privada, un marco estable mínimo en el que la gente pueda vivir, para quepueda haber inversión, crecimiento, intercambios comerciales, comercio internacional, etc. Laexistencia de un Estado no es algo que se pueda dar por hecho en los países pobres. Diría, dehecho, que los problemas del siglo XXI están relacionados con la ausencia de institucionesestatales sólidas en los países pobres, más que con la situación típica del siglo XX en la quelos Estados eran demasiado grandes (aunque este problema no ha dejado de existir).

El siglo XX estuvo dominado por grandes potencias, Estados demasiado grandes y podero-sos. Fueron Estados enormes y centralizados los que llevaron a las guerras mundiales y a laGuerra Fría. En el siglo XXI, los problemas vienen principalmente de países como Somalia,Afganistán, Haití y, en cierta medida, Iraq; países que no tienen instituciones de gobierno quepuedan garantizar un Estado de derecho mínimo, necesario para que haya desarrollo o para lacreación de instituciones democráticas. En muchos aspectos, la agenda política para los añosvenideros es una agenda con dos vertientes. Creo que en el mundo desarrollado, la antiguaagenda de Ronald Reagan y Margaret Thatcher sigue siendo válida. Necesitamos reducir los“excesos de gobierno”, la regulación excesiva. Europa se enfrenta a una crisis importante desu Estado de bienestar en las próximas dos generaciones. Pero en los países en desarrollo elproblema es el opuesto: una ausencia de Estado que impide el desarrollo económico, lo que seconvierte en un caldo de cultivo para multitud de problemas como el terrorismo, las enfermeda-des, los refugiados, etc. Por consiguiente, hay que llevar a cabo acciones muy diferentes enestos dos mundos: reducir el tamaño del Estado en los países desarrollados, pero fortalecerloen gran parte de las zonas en vías de desarrollo. Y el reto para nosotros, en mi opinión, resideen el hecho de que al no vivir en países pobres, no sabemos muy bien cómo solucionar esteproblema, cómo construir un Estado o cómo mejorar el Estado en estas sociedades. Estamosempezando a aprender cómo movernos en este terreno, pero es un tema en el que nosotrosmismos necesitamos mucha experiencia y mucha reflexión.

Así que ésta es la situación. Nos situamos en esta tendencia histórica generalizada que llevaa la democracia liberal. Éstos son los retos principales a los que nos enfrentamos.

Hay también otros que podemos mencionar, como la dictadura blanda de China, o el caso deVenezuela, donde Chávez ha causado un auténtico desastre al servirse de una especie dedemocracia populista para desmantelar todas las instituciones importantes del país: la prensaindependiente, los sindicatos, los partidos políticos, etc. Un problema que pueden compartirtodos los países andinos –Ecuador, Bolivia, Perú, Colombia...–, y en cuya solución España,como madre patria y como ejemplo, puede desempeñar un papel esencial. Debemos pensartambién sobre el modo en que muchos de estos países pueden crecer económicamente para

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superar la pobreza, porque es el crecimiento económico lo que permite reducirla, y ese creci-miento no se producirá si no se acometen las reformas necesarias. El fracaso de estos paísesno está ligado a la aplicación de lo que se suele denominar “políticas neoliberales”, sino a suejecución parcial e incoherente, y a la falta de instituciones políticas capaces de hacer cumplirese programa. Y tenemos que encarar el grave problema de la inmigración, para lo que resultafundamental el desarrollo de un sentido universal de ciudadanía política que permita que laspersonas se identifiquen con su país de acogida, más que con un grupo étnico, una religión oun país de origen.

Pero creo que los cuatro asuntos principales a los que he aludido –la relación del Islam conla democracia; la tecnología y las armas de destrucción masiva; la relación entre Europa y losEstados Unidos y la construcción del Estado allí donde no existe– son los que deberemos enca-rar realmente durante los próximos años. Nunca he sido un determinista a la manera de lamayoría de los marxistas-leninistas, quienes tenían una visión muy rígida sobre la forma en quela Historia se desarrolla. La capacidad de los gobernantes, la política, el liderazgo y la iniciati-va individual siguen siendo fundamentales en el desarrollo histórico, con el fin de que estas ten-dencias generales puedan establecer la base para un cierto tipo de desarrollo. Por ejemplo, lasoportunidades que ofrece la tecnología actual no llegan de manera automática. Llegan cuandolas sociedades aceptan el reto y están lideradas por personas que crean las instituciones nece-sarias, que establecen los valores y la apertura precisos para que estas ideas fructifiquen. Elfuturo no está condicionado en absoluto por ninguna de estas premisas; depende mucho másde las decisiones políticas que tomamos como pueblo al votar y de los líderes de nuestrasdemocracias.

Estamos ante un verdadero reto, el de reflexionar sobre el mundo actual y en particular sobrela clase de instituciones que habrá en él. El lugar que ocupamos dentro de la Historia es resul-tado de nuestra capacidad de crear instituciones democráticas válidas, que rinden cuentascomo corresponde a una democracia a escala nacional y estatal. Ése es el resultado de 200años de desarrollo en Europa y Norteamérica. Lo que no comprendemos igual de bien es cómocrear estas mismas instituciones en el ámbito internacional. Las que tenemos actualmente,como las Naciones Unidas, las instituciones de Bretton Woods o la OMC, responden parcialmen-te al problema, pero sólo parcialmente. Hay una falta de instituciones a escala internacional, yla clase de retos a los que nos enfrentaremos durante las próximas generaciones tiene relacióncon la capacidad de crear nuevos tipos de instituciones. Este reto corresponde a la generaciónque se asoma ahora al liderazgo.

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En su libro, El progreso y sus enemigos, Guy Sorman caracteriza el pensamiento de la izquierda, de los ecologistas,de los antiglobalización como “mágico y acientífico”. Mágico porque confían en la comunidad frente al individuo a lahora de solucionar los problemas del mundo, y esto a pesar de la abrumadora evidencia de que en la mayoría de loscasos la comunidad ha empeorado cualquier problema que se ha propuesto solucionar. Son acientíficos porque lesimporta bien poco el método de prueba y error para llegar a conclusiones. Mas bien prefieren llegar a las conclusionesque les convienen y luego presionar a los políticos, intelectuales y científicos para que las defiendan.

Tal presión tiene un nombre: lo políticamente correcto. Lo políticamente correcto habla de la caída del Muro deBerlín. La verdad es que fue derribado por las ansias de libertad. Lo políticamente correcto dirá que la libertad es injus-ta y hay que buscar la igualdad. La verdad es que no hay igualdad posible sin la libertad.

Guy Sorman, gran defensor de la libertad individual, el rigor analítico y el potencial humano, hizo su doctorado enel Instituto de Ciencias Políticas de Paris en 1964 y se graduó en París en la Escuela de la Civilización Oriental (1966)y la Escuela Nacional de la Administración. Ha sido profesor en la Universidad de Paris, la Universidad de Beijing y laUniversidad de Moscú entre otras. Es columnista de varios de los periódicos internacionales más importantes como LeFigaro, Wall Street Journal y La Nacion. Es autor de varios libros de enorme acogida como El Mundo es mi Tribu (1997),El genio de la India (2000) y su último Made in USA (2004) donde explica las claves actuales para entender la poten-cia estadounidense. Además de su labor intelectual, ha aconsejado a los líderes de su país, Francia. Fue asesor paracooperación cultural del Ministro de Asuntos Exteriores entre 1993 y 1995 y asesor para la planificación estratégicadel Presidente de la República entre 1995 y 1997.

Ana Palacio

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¿QUIÉN MERECE SER LIBRE? O ¿PODEMOS EXPORTAR LA DEMOCRACIA?

Guy Sorman

La intervención en Iraq y los importantes acontecimientos que se están produciendo comoresultado de la misma nos obligan a reflexionar. De estos acontecimientos podemos esperarun cambio drástico en el prejuicio según el cual el mundo árabe-musulmán sería culturalmen-te o religiosamente impermeable a la libre democracia. Por lo tanto, esta intervención no debeinterpretarse desde una mirada a corto plazo, sino desde una perspectiva histórica másamplia. De la misma forma, el debate sobre lo que viene a llamarse “la exportación de lademocracia”, que constituye el telón de fondo de los acontecimientos iraquíes, también debe-ría considerarse desde una perspectiva histórica más amplia.

En primer lugar, debemos recordar que la noción de libertad no surge de forma espontáneade una humanidad amorfa. Tiene su propia historia, una historia y una geografía. La historiade la libertad es la de un concepto que es fruto de la inteligencia y de la reflexión sobre lanaturaleza y la condición del ser humano. Es indiscutible que este concepto nació hace vein-ticinco siglos, en algún lugar entre Atenas y Jerusalén. Estas dos ciudades encarnan, respec-tivamente, la filosofía y la revelación. La libertad nació del encuentro entre Atenas y Jerusalén,de la confluencia entre la filosofía y la revelación.

Sin la contribución metafísica judía, la libertad no habría encontrado su sentido. Los hebreosintrodujeron en la Historia el sentido, la dirección. Con la Biblia, la Historia cobra sentido. Elmesianismo es la historia del sentido. Los hebreos también introdujeron el concepto de respon-sabilidad. En un primer momento, este concepto se reveló como un indiviso colectivo entre todos

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los miembros de la nación hebrea, y a medida que el Antiguo Testamento evoluciona o se vuel-ve más complejo, el concepto de responsabilidad se traslada de lo colectivo a lo individual. Poreso podemos afirmar que la huida de Egipto es la invención de la libertad. Es la primera vez enla Historia que un pueblo elige abandonar la esclavitud e inventarse a sí mismo como pueblolibre. Del mesianismo hebreo también se deriva la medida del tiempo, que se convertirá en nues-tro calendario, nuestro reloj. Y todos sabemos que sin reloj, sin calendario, el tiempo no tienesentido y la Historia no existe.

Ahora bien, si el tiempo no existe, tampoco hay lugar para la ciencia y el desarrollo. De estaforma, partiendo de conceptos tan abstractos como el sentido de la Historia que dicta elmesianismo, o la invención de la libertad a partir de la huida de Egipto, comprenderemos porqué la ciencia y el desarrollo nacieron en la era religiosa del mundo hebreo del que proveni-mos nosotros, y no en cualquier otro lugar. La contribución de Jerusalén no resulta decisivacomo fundamento de Occidente hasta que Jerusalén se cruza con Atenas. A Atenas le debe-mos la decisión racional, la noción de deliberación como paso previo a la decisión política. AAtenas le debemos por lo tanto la invención de la democracia: la democracia no sólo comoforma de gestionar los asuntos públicos, sino sobre todo como forma de gestionar las pasio-nes colectivas. Muy a menudo, incluso hoy en día, la democracia se define únicamente comouna institución destinada a gestionar lo mejor posible los asuntos públicos. Esta definición esimperfecta, porque no permite comprender la superioridad de la democracia sobre el despo-tismo ilustrado. La superioridad de la democracia reside en otra parte, en su capacidad decanalizar las pasiones a través de la elección. Además, también cobra sentido, como subrayóel filósofo Karl Popper, por su capacidad para establecer un límite temporal al mandato de losdirigentes. Es la elección de la dirección sin violencia y con plazo fijo lo que constituye la dife-rencia esencial entre el despotismo, que tiende a perpetuarse, y la democracia, con un plazofijo de sustitución. Y, por último, será de Jerusalén y de Atenas de donde partirán a la conquis-ta del resto del mundo estos mismos conceptos de libertad, democracia, deliberación y rela-ciones racionales.

El resto del mundo ha alcanzado a concebir nociones muy próximas a las de libertad, res-ponsabilidad y racionalidad. Existen rastros de esa invención en todas las civilizaciones. Porejemplo, en la antigua civilización china, en textos de hace más de veinte siglos, podemos leerdisquisiciones que evocan los debates filosóficos atenienses. Asimismo, en algunas poesíaschinas, por seguir con la referencia a esta civilización, la noción de individuo aparece muy tem-prano. No es, como se dice muy a menudo en Occidente, ajena a la mentalidad china. Perosólo en Occidente esas nociones llegarán a convertirse en un sistema. No se limitarán a serel atributo de tal o cual individuo o corriente filosófica, sino que se convertirán en normascolectivas. La originalidad occidental reside en su organización “sistemática”.

El resto del mundo entrará en contacto con este sistema sin haberlo escogido gracias alexpansionismo europeo del siglo XVI. Se dice a menudo que el choque entre Occidente y lassociedades diferentes se remonta a la colonización o a la descolonización, y que el tema dela libertad política en países que no fueron libres tan sólo se plantea desde hace treinta años.No es exactamente así. Ya desde el siglo XIV, con los grandes descubrimientos y las primerasmisiones religiosas –sobre todo las de los jesuitas en América del Sur, India y ExtremoOriente– las autoridades y los intelectuales de esos países tuvieron conocimiento de esas nor-mas occidentales, y al conocerlas asumieron que eran técnicamente superiores. Las civiliza-ciones no occidentales no rechazaron esas técnicas superiores; al contrario, se las apropia-ron de inmediato. Podemos recordar, como anécdota con categoría de ejemplo, la pasión que

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sentían los emperadores chinos por los péndulos que hasta allí llevó el jesuita Mateo Ricci.En el siglo XIX, y a excepción de algunas zonas específicas, el mundo ya estaba globalizado.En realidad ya no existían ni en Japón, ni en China, ni en la India ni en América Latina formasde pensamiento político y de organización que pudieran erigirse en alternativas mundiales ala libertad de pensamiento y de expresión que Occidente había exportado. El caos que invadelas sociedades tradicionales en el siglo XIX –es decir, China, Japón, el mundo árabe-musul-mán– se basa en que todas intentan fusionar sus culturas tradicionales con las normas occi-dentales, manifiestamente más eficaces.

Se pueden citar varios intentos de síntesis. Uno de los más admirables ocurrió en Bengala,en pleno siglo XIX, con la aparición de un movimiento filosófico, político y religioso de libera-ción de la mujer y de las mentes, que proponía una suerte de monoteísmo común al mundohindú y al mundo cristiano. Y en el mundo musulmán podemos citar un movimiento llamado“Renacimiento Árabe”, que inició Rifaa, un intelectual y hombre de Estado egipcio que demos-tró que no existía incompatibilidad alguna entre la revelación coránica y las instituciones y laciencia occidentales. En Japón, también es muy conocido el experimento del emperador Meiji,que logró fusionar de forma impecable la tradición japonesa y las instituciones, técnicas y cien-cias occidentales. En 1898 se produjo en China un movimiento de reformas idénticas, perofracasó debido a la resistencia del sistema imperial.

Ahora bien, ¿esta superioridad de Occidente es sólo una cuestión técnica? No. También esmoral, y los pueblos que se enfrentaban a Occidente no tardaron en comprenderlo. Lodemuestra, por ejemplo, la opción, realizada en el mundo árabe-musulmán y en particular enEgipto por iniciativa de Rifaa, de educar a la mujer. Rifaa comprende muy pronto que la moder-nización de Egipto será imposible sin la educación de la mujer, y demuestra que el Corán noestá en contra de la educación de la mujer. Citemos el caso de Bengala, donde el movimien-to que he mencionado llevó a prohibir el suicidio de las viudas. He aquí otra prueba moral delas consecuencias de la introducción de las ideas occidentales, que no se limitan a las cues-tiones mecánicas o militares. De forma general, la occidentalización del mundo siempre haido acompañada por la mejora en el estatus de la mujer. Este criterio es esencial y permitecomprender las resistencias de las sociedades tradicionales. Estas sociedades tradicionalesse resisten al cambio en nombre de sus costumbres y de su civilización, pero detrás de eseargumento –que suele ser una coartada– hay que comprender, y eso sigue siendo cierto hoyen día, que son los hombres los que se escudan en su civilización para negar la libertad a lamujer.

Esta explicación de la oposición a Occidente es mucho más convincente y resulta a día dehoy más pertinente que los análisis marxistas sobre la contradicción entre las proclamas idealistas y los intereses materiales de los occidentales. Esta hipótesis marxista no es deltodo errónea, ni en el siglo XIX ni en el XX, pero sólo refleja una ínfima fracción de la realidadvivida por aquellos que reciben las técnicas y las ideas de Occidente. En varias ocasiones heutilizado el término “superioridad de Occidente”, que suele provocar numerosos malentendi-dos. Cuando hablo de la superioridad de Occidente no me refiero a una idea absoluta, sino aun enfoque relativo que, en cuanto a la argumentación, enfatiza la eficacia científica y técnica.Si se adoptan otros criterios en las relaciones entre las sociedades, está claro, por ejemplo,que el criterio estético o el criterio de la solidaridad familiar conducen a una jerarquización delas sociedades en la que Occidente no sale muy bien parado. En consecuencia, no existe unajerarquía absoluta, ni de civilizaciones, ni de razas, sino una superioridad occidental en lo quepodemos denominar la organización práctica de la existencia.

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¿Qué factor permite demostrar esta superioridad en la organización de la existencia? Elhecho de que se puede medir. Por ejemplo, existen índices sintéticos que miden la esperanzade vida. Este índice, escasamente discutido, permite medir el notable incremento de la espe-ranza de vida que se produce en todos los lugares en los que se instauran las técnicas occi-dentales y las instituciones occidentales. Este aumento de la esperanza de vida puede consi-derarse como un bien en sí mismo, en la medida en que aumenta las posibilidades de elec-ción a lo largo de nuestra existencia. Este hecho pertenece al ámbito de la inmanencia y no,desde luego, al de la trascendencia, que no es nuestro campo.

Abordemos ahora una cuestión más. ¿Es posible exportar la libertad y la democracia?Aunque la pregunta preocupe hoy en día a todo el mundo, si se toma en consideración todolo que he expuesto más arriba, el debate se convierte en algo teórico, casi anacrónico. En rea-lidad, Occidente no ha dejado de exportar la democracia en cinco siglos. Allí donde existe,fuera del Occidente tradicional, ¿de dónde habría podido surgir en lugares como la India, lasdos Américas, Japón y Oriente Próximo? Hemos olvidado este hecho desde finales del XIX.Desde luego, como ya he dicho antes, los conceptos de individuo y de libre pensamiento estánpresentes en esas civilizaciones, pero sin la influencia de Occidente no habrían conducido ala creación de instituciones políticas que denominamos democracias. En China, por ejemplo,un lugar en el que la noción de libertad individual existía, ¿qué podía hacer un letrado disiden-te? No se podía adscribir a la oposición porque no había oposición. La forma que adoptaba sudisidencia era el suicidio. Si Occidente siempre ha exportado la democracia, deberíamos vol-ver a formular con más exactitud la problemática contemporánea. ¿Acaso la discusión actualno se centra en que Occidente debería dejar de exportar la democracia y en por qué deberíahacerlo? Ante el caso de Iraq, se nos presentan un sinfín de argumentos a favor de esta inte-rrupción. Por ejemplo, se nos dice que ciertos pueblos no merecen ser libres, ya que la demo-cracia pone en peligro su esencia cultural. Este tipo de argumento se aplica a menudo almundo arabe-musulmán y también al chino. Con respecto a la especificidad china, algunos lle-gan a decir que en China ni siquiera se debería apoyar a los demócratas.

Nos deberíamos preguntar si apelar al relativismo cultural, a ese aparente respeto de lasculturas, no es un subterfugio para pasar de contrabando los viejos demonios del racismo yde la superioridad del hombre blanco. Negar la democracia a esos pueblos es ignorar el cami-no a la libertad que esos pueblos emprendieron hace cinco siglos al entrar en contacto conOccidente. Si no es conveniente apoyar las democracias, ¿quiere eso decir que hay que apo-yar a las dictaduras? Es justamente lo que han hecho la mayoría de los gobiernos occidenta-les durante mucho tiempo, y lo que muchos siguen haciendo hoy en día. ¿Qué legitimidad tieneapoyar las dictaduras o tolerarlas? Durante la Guerra Fría, esta tolerancia se basaba en unanecesidad que estaba por encima de la moral democrática. Enfrentados a un peligro totalmen-te real, los occidentales –sobre todo los americanos– priorizaron las urgencias. Si nos remon-tamos aún más en el tiempo, está claro que el riesgo real que representaba el nazismo justi-ficaba la alianza con el comunismo soviético. Y de la misma forma, la amenaza del comunis-mo soviético justificaba las alianzas con regímenes autoritarios.

En consecuencia, hay que reconocer que en la vida internacional la moral también tieneexcepciones, pero estas excepciones están justificas por imperativos morales más elevados,como son la supervivencia de la libertad en Occidente. No se trata de discutir el principio dela exportación de la democracia en sí mismo, sino más bien sus modalidades específicas encircunstancias históricas precisas. Por ejemplo, en las circunstancias actuales de OrientePróximo, y tal vez mañana en Irán o en Corea del Sur, ¿deberíamos dejar que los americanos

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intervengan solos o sería mejor intervenir con ellos? Y si es mejor no intervenir en absoluto ono intervenir con los americanos, ¿qué alternativas podrían proponer los europeos? Primeraalternativa: “deberíamos esperar a que los oprimidos se subleven”. Desgraciadamente, espoco probable que eso ocurra teniendo en cuenta la eficacia de los mecanismos modernos derepresión en las sociedades tiránicas. Otra alternativa: el statu quo. Sabemos que a los jefesde Estado les gusta el statu quo porque prefieren tratar un mal que ya conocen, mejor que unmal que desconocen o que no desean conocer. ¿Pero es el statu quo una alternativa real? Porsupuesto que no. El statu quo sacrifica a los pueblos dejándolos en manos de sus tiranos ennombre del respeto a su cultura exótica. El statu quo es inmoral, contradice profundamentelos valores de Occidente y lo tiñe de hipocresía, como si sólo lo movieran sus intereses mate-riales. Y el statu quo en las tiranías siempre acaba debilitando los intereses de Occidente, nosólo su reputación. Además, sabemos –y esto es aún más peligroso para los occidentales–que es el caldo de cultivo del terrorismo.

Tomemos como ejemplo el islamismo radical. Nadie discute que el islamismo radical es una ideología que se ha desarrollado de forma autónoma, al igual que lo hacen todas las ideologías. Los revolucionarios no son nunca los condenados de este mundo, los revoluciona-ros no son nunca los pobres y los proletarios. Suelen ser intelectuales o seudo-intelectualesque se presentan como revolucionarios e ideólogos. Pero esas ideologías sólo tienen influen-cia en la medida en que puedan reclutar militantes y desenvolverse en una sociedad que estéfavorablemente predispuesta a acogerlos. Es el caso del islamismo radical. Éste no surgió enel cerebro de unos pensadores árabo-musulmanes, ni tampoco del mundo indio. Estos ideólo-gos hubieran sido casos totalmente aislados si no hubieran sido capaces de reclutar militan-tes de forma masiva. Pudieron hacerlo gracias a las condiciones sociales, políticas y econó-micas objetivas que reinan en esos países musulmanes. Esas condiciones objetivas, es decirla miseria y la opresión, son el resultado directo del despotismo, del statu quo que ciertos paí-ses occidentales pretenden seguir apoyando. Y se produce una contradicción insalvable en laactitud de los defensores del statu quo que no desean intervenir en Oriente Próximo pero queal mismo tiempo critican a los que intervienen.

Hagámonos una pregunta después de todo este análisis: ¿En el mundo actual, tiene Europauna función histórica específica? Por desgracia, es difícil contestar a esta pregunta de formapositiva. Europa ha abandonado su primera vocación, que fue la de exportar los derechos delhombre. Si los derechos del hombre consiguen avanzar en nuestro entorno, por ejemplo enUcrania, podemos afirmar que no ha sido gracias a Europa. Así que es un poco tarde parasublevarse contra los americanos, teniendo en cuenta que ellos se han limitado a recuperar yapropiarse de la misión que en sus orígenes fue europea. Hubiera sido mucho mejor para loseuropeos, para los americanos y también para el resto del mundo que Europa no hubiera aban-donado su misión. Porque si Europa hubiera seguido exportando la democracia, ahora no sela acusaría –con razón o sin ella– de mantener una posición más cínica que la de los ameri-canos, sobre todo en el mundo árabe. Dicho esto, tampoco hay que sobrestimar el amor quese nos tendría a los europeos fuera de Europa. Que el antiamericanismo sea aplastante noquiere decir que el filo-europeísmo fuera a extenderse como la pólvora.

Europa tiene un segundo agujero en la memoria, que tiene que ver con los orígenes de laUnión Europea. En este momento todo el mundo parece olvidar que Europa ha sido un éxitoporque fue una unión comercial antes de ser una unión política. Hay que recordar que en cuan-to las instituciones europeas se alejan de su vocación primera para aventurarse en nuevosterritorios, no tardan en meterse en callejones sin salida. Y esto se debe a que los intercam-

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bios económicos apaciguan las pasiones, mientras que la diplomacia y la política las azuzan.Esta nueva orientación de Europa, o más bien esta nueva confiscación de Europa por parte delos profesionales de la política y los burócratas, la han conducido a fantasías de poder, de polí-tica extranjera y de intervención militar. Pero esa nueva fantasía carolingia tiene escasas posi-bilidades de hacerse realidad, ya que Europa, en estos asuntos, está dividida. Además, secorre el riesgo de apartar a Europa de su vocación primera, que es la de garantizar la paz entreeuropeos, así como su prosperidad y la de aquellos que la rodean.

Llegados a este punto, es preciso comentar que el proyecto de Tratado constitucional quese propone a los europeos no define con claridad la vocación de Europa. ¿Se trata acaso depermanecer fieles al proyecto original de una zona común de paz y de prosperidad? ¿O, por elcontrario, se trata de construir una nueva gran potencia cuya vocación sería más bien antia-mericana, en vez de la exportación de la democracia? En realidad, esta Constitución sólo esun trámite interno que necesita la burocracia europea. La verdadera constitución europeasigue inédita y no podrá redactarse, ya que Europa está en la actualidad profundamente divi-dida entre diferentes conceptos de sí misma. Para unos es una red de libertad (un enfoqueliberal). Para otros es una gran potencia en ciernes (un enfoque no liberal). Creo que el enfo-que liberal se adaptaría mejor a la nueva era en la que hemos entrado. Es absolutamente evi-dente que la aspiración a la libertad es ya universal y que gana terreno en un número cadavez mayor de naciones hacia el Este y el Sur del continente europeo. Si adoptamos un enfo-que no liberal, es decir el de una Europa erigida en potencia carolingia, no podríamos acogera esas nuevas naciones y no tendríamos argumentos para hacerlo. No podríamos pretender,por un lado, que somos la encarnación de la libertad y, por el otro, negarles la asociación connosotros en nombre de su libertad.

Por esta razón, el futuro de Europa, si es que existe tal futuro, pasa por la concepción deuna Europa en red, una superposición o sucesión de redes, de geometrías variables que per-mitan a todos asociarse libremente en los asuntos económicos, de defensa, de desarrollo,ciencia o técnica. Con esta nueva versión de una Europa en red, cuestiones tan absurdas einsalvables como la dimensión geográfica o la identidad fundadora de Europa quedaríanresueltas. No haría falta preguntarse si Europa se acaba en el Bósforo o en los Urales, o sies necesariamente cristiana. Un enfoque liberal de Europa debería fundarse en la definiciónque los pueblos se den a sí mismos. Cualquier nación que estuviera dispuesta a firmar unaCarta europea de la libertad podría integrarse en esa red. Y de esta forma, a partir del núcleoeuropeo, poco a poco, se irían extendiendo todos los conceptos liberales a los que nos senti-mos próximos, porque han dado prueba de su existencia. Es esta Europa en red la que podríaaportar una visión alternativa de la organización de la libertad, en vez de oponerse a losEstados Unidos.

Estoy convencido de que pertenezco a una generación privilegiada nacida entre dos hura-canes históricos después de la Segunda Guerra Mundial, que ha sobrevivido a la Guerra Fríay que no sabe todavía cuál será la próxima amenaza histórica. Puede que hayamos sufrido elyugo de un imperialismo; en cualquier caso, ha sido el yugo más llevadero de todos los impe-rialismos de la Historia, el de Estados Unidos. Los privilegios de esta generación han llevadoa muchos de nosotros a una suerte de pereza mental, a creer que la libertad es un bien adqui-rido definitivamente y no una lucha permanente. Esta tranquilidad incita a conformarnos másque a reflexionar, incluso a cierta actitud de renuncia ante la magnitud de algunos deberes his-tóricos, como es el de la exportación de libertad. Entiendo perfectamente que a nivel perso-nal se escoja la felicidad apacible y tranquila. Sin embargo, hay que ser conscientes de que

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al escoger esa vía de la felicidad personal, nuestra falta de acción no deja de tener consecuen-cias. La falta de acción sacrifica a todos los que en este planeta han tenido la desgracia deno nacer en el buen lugar ni en el buen momento. Y todos los que saben que han nacido enel buen lugar y en el buen momento, también deberían estar convencidos de ello. Para los quedefienden las ideas liberales, el liberalismo es por encima de todo un deber, un deber de mili-tancia. No se puede ser liberal a título individual.

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André Glucksmann es un filósofo comprometido con la causa de la libertad. Una causa que, quizá por su poder deconvicción, por su fuerza expansiva de las últimas décadas, es vista por los terroristas como una causa peligrosa quehay que destruir. Y los enemigos de la libertad, como sabemos, como ellos mismos han demostrado, están dispuestosa hacer todo el daño posible en su empeño.

Glucksmann defiende la tesis de que el terrorismo es la principal amenaza ante la que nos enfrentamos. No puedoestar más de acuerdo con él. Y en España, como en Israel, Reino Unido, Colombia y algunos países más, lo llevamosexperimentando desde hace muchos años. Defiende, también, que existe una sola civilización occidental, que compar-te valores y, por desgracia, también amenazas. Lo que le preocupa, como a muchos otros, es que una parte deOccidente esté en contra de aceptar esa realidad. Se atreve a criticar la respuesta autista que una parte de Occidenteda al desafío islamista. Y su mirada está exenta de las anteojeras ideológicas que distorsionan la realidad. Porque elterrorista –y quien le apoya, le alienta, o se sirve de él para obtener sus finalidades políticas– no es “el otro” con el quedebamos dialogar. No, frente a nosotros está el enemigo al que tenemos que derrotar.

Permítanme citar una idea de su anterior libro Occidente contra Occidente: “No es la guerra de Oriente contraOccidente. El enfrentamiento es entre la gente que prefiere vivir de manera civilizada y los nihilistas. Es una brechatranscultural que apareció tras la Guerra Fría. Los nihilistas están en el mundo musulmán, en Europa y en Asia, en todaspartes. No es la guerra de Oriente contra Occidente. Es la de los derechos del hombre contra el terrorismo. El enemigode Occidente es la voluntad de destruir”. En efecto, aquí hay dos causas enfrentadas: la de la libertad, y la de quienesno tienen más objetivo que destruirla: los terroristas.

André Glucksmann ha denunciado también cómo, en algunos países europeos, pareció triunfar el miedo a enfren-tarse a la realidad tras los terribles ataques terroristas del 11 de septiembre. Una parte de Europa, por tanto, se niegaa reconocerse como Occidente y a defender con ahínco sus valores esenciales, simplemente porque no quiere recono-cer que están amenazados por un potencial de destrucción que en aquella fecha declaró la guerra universal. Quienesestaban en las Torres, personas de multitud de nacionalidades, no habían cometido más delito que ser personas quevivían en libertad.

Glucksmann publica ahora otro ensayo valiente: El discurso del odio. Y a buen seguro volverá a granjearle incom-presiones, porque resulta insólitamente original que alguien se atreva a explicar que el Mal existe. Afirma que la “tesismayoritaria y bienpensante es que el odio mayúsculo no existe”. Y sin embargo –vuelvo a emplear una cita de este nuevolibro– “un odio incansable, tan pronto ardiente y brutal como insidioso y glacial, amenaza al mundo”.

José María Aznar

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ACTUALIDAD DEL NIHILISMO

André Glucksmann

Empecemos con un chiste que se remonta a la caída del Muro de Berlín: Un oficial ruso, exsoviético, interpela a su homólogo occidental y le dice: “¿Amigo, mío, qué vas a hacer a partirde ahora?” El occidental le mira asombrado; no entiende por qué se apiada de él después deuna victoria tan monumental. Así que el ruso le aclara: “Acabas de perder a tu único enemigo,es un verdadero desastre. ¿En qué vas a pensar? ¿Qué vas a hacer sin el monstruo soviéticoque yo encarnaba?”

Durante diez años, los occidentales aplicaron este chiste al pie de la letra. Ya no había ene-migos. Así que se entregaron a una vida de autismo narcisista: todo había terminado, podía-mos echarnos a dormir sin ningún miedo. La amenaza había desaparecido: no había guerra nidesastres en el horizonte. Todo había acabado.

Desde la caída del Muro hasta la de las Torres de Manhattan, se afirmó que sólo quedabanrevueltas de barrio, disputas periféricas, cosas sin importancia. Se sabía que la crueldad cam-paba a sus anchas en Afganistán, que se martirizaba a las mujeres, que se dinamitaban obrasde arte... Se sabía. O no se quería saber. Sin embargo, sí se sabía que en Ruanda, el país afri-cano, en el año de gracia de 1994, se estaba produciendo el hecho más atroz en la escala dela deshumanización. En tres meses se masacraba a toda la minoría tutsi, es decir, a un millónde personas. Un millón de mujeres, hombres y niños en tres meses equivale a diez mil al día,ejecutados con machete o a balazos por una Administración fascista cuyos representantes sesentaban en la ONU. El genocidio –planificado y organizado– tuvo lugar a campo abierto, antelos ojos de todas las cámaras de televisión del mundo. Sin embargo, el universo entero no vio,o no quiso ver nada. El general de la ONU, el canadiense Dallaire, responsable de la MINUARen Kigali, solicitó 5.000 cascos azules para detener las masacres antes de que estallaran. Kofi

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Annan no se enteró de nada. Las grandes potencias hicieron oídos sordos. Durante tres meses,el genocidio de los tutsis se cobró 1O.OOO víctimas por día. ¡Esa era nuestra paz! ¡Aquello erael “fin de la Historia”! ¡Ya no teníamos enemigos!

El 11 de septiembre de 2001, el atentado de Manhattan sacudió brutalmente a las concien-cias adormecidas. Descubrimos que el único fin de la Historia realmente factible no era másque el fin catastrófico de la humanidad. Una persona capaz de estrellar el avión en el que élmismo va contra las torres de Nueva York, también es capaz de estrellarlo contra una centralnuclear y causar unos estragos tales que dejarían pequeño a Hiroshima. De repente, el mundooccidental despertó, tembló y se dijo : “Todavía tengo enemigos”. El chiste soviético había deja-do de ser verdad.

Los norteamericanos no sólo descubrieron que debían hacer frente a estos temibles depre-dadores (que bautizaron en bloque como “terroristas”, con la intención de dibujar un panoramamás claro), descubrieron además, y lo que resulta más sorprendente, que para una buena partedel planeta el enemigo público número uno eran precisamente ellos. Comentarios, encuestas yreportajes sobre lo que acontece al otro lado del Atlántico confluyen en la pregunta del millón:“¿Por qué nos odia tanta gente? ¿Por qué despertamos tanto odio? ¿Qué hemos hecho?” Porsu parte, los europeos apenas se plantean esa pregunta, la evitan, se sienten culpables... Elodio contra los americanos es un odio anti-occidental. Y que yo sepa, hasta nueva orden, loseuropeos forman parte de ese mundo occidental.

Durante un tiempo, Francia prefirió quedarse al margen, ya que pensaba que su rechazo a laintervención de Iraq le garantizaría inmunidad y seguridad. Por eso, cuando los periodistas fran-ceses fueron secuestrados, el Gobierno galo se quedó estupefacto ante semejante ingratitud ydirigió el siguiente mensaje a los terroristas: “Se están ustedes equivocando. Nosotros somoslos buenos, no tenemos nada que ver con los americanos”. Una periodista francesa, FlorenceAubenas, permaneció secuestrada durante 157 días. ¡Qué desagradecidos! El Gobierno francéstendrá que pagar los rescates como el resto. Como los italianos, por ejemplo, que sí “tienenque ver” con los americanos y consiguieron liberar a periodistas y cooperantes en misioneshumanitarias. A los franceses les ha costado comprender que los secuestradores no atiendena ese tipo de detalles.

Los españoles han vivido una experiencia similar. Y todavía más cruel. Después de la matan-za de Atocha y la retirada de las tropas de Iraq, muchos españoles pensaron que los terroris-tas islamistas no volverían a atacarles. Tiempo después, descubrieron nuevos planes parahacer volar por los aires la Audiencia Nacional de Madrid. El califato que reivindicaron los isla-mistas no tuvo que ver con su participación en Iraq, sino con la recuperación de Andalucía comotierra del Islam, etc. El chantaje es infinito. No puede limitarse el daño encogiéndose de hom-bros y practicando la política del avestruz. Se trata de un odio anti-occidental, un odio anti-ame-ricano, anti-judío y contra la mujer.

Cuando, en 1978, Jomeini puso en marcha su “revolución islámica”, nombró con todas lasletras a sus tres grandes enemigos: el gran Satán americano, los judíos y las mujeres. El hom-bre fue considerado un pobre atávico, y su revolución, mero folclore local: no era más que unahistoria iraní. En realidad, fue el factor que aglutinó a las dos grandes ideologías asesinas, elcomunismo y el nazismo. Se lanzan a matar universalmente en su nombre. En Argelia degolla-ron a un grupo de alumnas de secundaria que se negaron a utilizar en velo. Algo parecido suce-dió en Afganistán y en Pakistán. El velo se convirtió en un uniforme mundial impuesto a todas

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las musulmanas bajo pena de muerte. Este odio hacia todo lo occidental se extendió desdeTeherán al resto de la humanidad.

Primera conclusión: la tesis del “fin de la Historia” comete un grave y peligroso error. Dosfechas de envergadura cósmica marcaron la emergencia, al margen de los antiguos bloques, dela primera generación “universalizada”, pero no universalizada por la economía, sino más bien,universalizada, esencial y profundamente, por el mismo destino geopolítico. Allende las fronte-ras, la pregunta de Hamlet impone un horizonte de desaparición ilimitada, sin vestigios. Ser ono ser.

Los seres humanos que en noviembre del 89 tenían veinte años, cultivaron la ilusión de unfinal feliz para la Historia de la humanidad. La caída del Muro de Berlín se consideró un anun-cio maravilloso de su inmortalidad colectiva. Diez años más tarde, esas mismas personas fue-ron testigos de la caída de las Torres Gemelas y se enfrentaron a la posibilidad de unApocalipsis abrupto que anuncia sólo el advenimiento de la nada. Se les arrojó a una vida singarantías de supervivencia. Tanto si intentan huir –abúlicos– de su repentina responsabilidad,como si tratan de asumirla, se descubren intrínseca, definitiva y planetariamente mortales.

¿Qué nos reveló el atentado del 11 de septiembre en Manhattan? Una capacidad de devas-tación equivalente a la de Hiroshima, la posibilidad de un desastre de similar envergadura porun precio bastante asequible, equivalente al de un apartamento de ocho habitaciones enMadrid o Nueva York; basta con hacer un curso de piloto y pagar dos años de preparativos.

En 1945, cuando la bomba A explotó sobre las Islas Japonesas (en agosto de este año seconmemora el 60 aniversario) muchos intelectuales pensaron que se trataba de una rupturaabsoluta. Sartre escribió por aquel entonces: “La comunidad poseedora de la bomba atómicaestá por encima del reino natural porque es responsable de la vida y la muerte: será precisoque cada día, cada minuto, consienta en vivir”.

A lo largo de cincuenta años, de 1945 a 2001, Europa consideró esta responsabilidad comoun asunto lejano. Hasta el 11 de septiembre de 2001, el derecho a la vida o a la muerte delgénero humano era un privilegio exclusivo de los poseedores del arma absoluta. Como disponí-an del monopolio del fin del mundo, las superpotencias se reunían, o no. Las observábamos,las fotografiábamos. Pensábamos: “sonríen, todo va bien”. O “no sonríen, ¡peligro!” Las respon-sabilidades de la comunidad humana seguían siendo oblicuas y distanciadas: habían sido dele-gadas democráticamente en ciertos países y delegadas automáticamente en países despóti-cos. Hoy en día, el monopolio de la devastación se escapa de las manos de las “grandes poten-cias”. Los estudiantes que prepararon el atentado de Manhattan vivían en Hamburgo, junto aotros estudiantes que preparaban tranquilamente sus exámenes. Y de repente, tenemos quehacernos cargo de una responsabilidad directa que afecta a todo el mundo. ¿Cuándo nosdamos cuenta de que no somos capaces de asumir la situación? ¿Qué hacer cuándo nos sin-tamos demasiado débiles ante el peligro? Según afirma Sartre en su teoría de la emoción, des-mayarnos. Ante lo ocurrido en Manhattan, una buena parte de la humanidad prefirió cerrar losojos y quiso perpetuar un sueño al que ya no tenía derecho.

En realidad, nuestra angustia es doble. No sólo se ha democratizado espantosamente lacapacidad de devastar, sino también la decisión resuelta de aniquilar por parte de ciertos mili-tares fanáticos. Imagínense a esa pobre mujer que limpia las escaleras del World Trade Centery de repente ve esos aviones que se abalanzan sobre ella. Imagínense, por ejemplo, que se

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encuentra frente a frente con el pirata, Mohammed Atta. Imagínense que ella le pregunta: “¿Porqué?, ¿Por qué yo? ¿Por qué aquí? ¿Qué hemos hecho nosotros?”. ¿Qué le respondería Atta?“No hay ningún porqué”. Ésa es exactamente la misma respuesta que el guardián de las SSde Auschwitz le dio a Primo Levi cuando éste le preguntó: “¿Por qué? ¡No hay ningún porqué!”Cualquiera puede ser condenado por ninguna razón, como las 60 variedades humanas, negros,asiáticos, blancos, españoles, portugueses, franceses, americanos, ricos y pobres, mujeres yhombres, todos prisioneros de torres incendiadas, asesinados simplemente por el hecho deestar ahí. El judío es gaseado por el simple hecho de haber nacido judío, y el tutsi es “macha-cado” por haber nacido tutsi. Esta resolución de matar sin importar a quién, el hecho de queel asesino pueda pensar que “todo vale”, ahí es donde reside el axioma demoníaco. El aten-tado de Manhattan conjuga la capacidad física de Hiroshima y la capacidad mental deAuschwitz.

Recapitulemos. Ha desaparecido el enemigo tradicional, el que formaba un “Bloque” al esti-lo de la Unión Soviética. Nuestros enemigos se nos revelan fluctuantes, difusos y repartidos porel mundo. Se presentan disimuladamente, son difíciles de distinguir y fáciles de eludir paraquien se obstina en no verlos. Por consiguiente, a los que desean permanecer adormilados lesresulta más fácil explicar que el enemigo no existe y que todo el asunto no es más que unainvención imperialista. Si caen las Torres Gemelas, hay que culpar a las víctimas, no a los ver-dugos. La arrogancia americana es la culpable de todo.

Eso es tanto como decir que hay que repensar la noción de enemigo. O mejor dicho, para nocaer en el maniqueísmo, que detrás de los enemigos múltiples, móviles, siempre cambiantes,se encuentra “la adversidad” como tal. El bloque comunista ya no existe, aunque sigan subsis-tiendo algunas dictaduras comunistas. Tampoco existe un bloque islamista. Aunque haya uncierto número de despotismos que invocan el Islam, lo cierto es que no todos los musulmanesson islamistas y que en ningún caso forman un bloque. Tendremos que hacer un gran esfuerzopara concebir esta nueva adversidad.

Por eso les propongo el concepto de nihilismo para caracterizar el odio que anima a un terro-rista a suicidarse en una bomba voladora, o a asesinar masivamente a civiles en las calles olas estaciones. Llamo nihilista a esa capacidad de odio, no importa contra quién, esa capaci-dad de aterrorizar arbitraria, pero deliberada, hacia todo lo que le rodea, de sacrificarse por con-seguir una obra maestra mortal. Los asesinos nihilistas no sólo son prisioneros de ideas fal-sas o de ideales devastadores. Fijémonos en el Doctor Khan, inventor de la bomba atómicapakistaní y sunita islamista. No sólo ha trabajado para la causa, sino que ha reconocido habercomerciado con el mundo entero. Ha armado a Corea el Norte, país marxista-leninista, pero tam-bién ha abastecido al Brasil y la Argentina fascistas, a la Libia de Gadafi y al Irán chiíta. Para élno existen ni fronteras morales, ni fronteras ideológicas, ni fronteras geográficas.

Pero no vayamos a creer que el nihilismo exterminador es fruto espontáneo de la miseria yla humillación. Esta pseudo-explicación, que nos ofrecen hasta la náusea, es un insulto paralos más pobres, para los humillados, para la mayoría de la población mundial que apenas tienepara comer, que vive instalada en la pobreza más extrema. Las bombas humanas se reclutanen otros parajes. El nihilismo no es un efecto, sino una causa. El nihilista es un estratega. Unono nace terrorista, se hace.

Esta deriva criminal no es monopolio exclusivo del Islam. En los meses de junio y julio delaño 2000 realicé un viaje clandestino a Chechenia, porque el Gobierno ruso no quiere que

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nadie sea testigo de sus fechorías. Unos meses antes, la ciudad de Grozny (4OO.OOO habi-tantes) fue arrasada completamente. Algunas veces viajaba a pie junto a la resistencia che-chena y otras iba en los coches oficiales de la policía secreta rusa (FSB). Los coroneles ven-den sus servicios al mejor postor, transportan armas y, en ocasiones, heridos por un puñadode dólares. Mi viaje, que cubrió unos 100 kilómetros, me costó 800 dólares. Mi chófer eracoronel, rondaba los cuarenta años, iba relajado, vestido de paisano, en mangas de camisa.En su 4x4 sonaban sin cesar los Rolling Stones. En la muñeca llevaba una pulsera doradacon la siguiente leyenda: “Get what you want” (Consigue todo lo que quieras), reveladorainversión de un conocido estribillo de Mick Jagger: “You can’t always get what you want” (Nosiempre puedes conseguir todo lo que quieres). Y es que el ejército ruso hace lo que le dala gana con la población chechena. Secuestra jóvenes (y no tan jóvenes), chicos y chicas,para revenderlos a las familias. El precio varía en función de las torturas a las que haya sidosometido y del estado del prisionero. Un cadáver es más barato que un rehén vivo. Los sol-dados venden sus armas, los altos cargos trafican a gran escala, los dignatarios se embol-san el dinero desbloqueado para la reconstrucción. El hombre de uniforme no cree en nada.Se trata de un ejército nihilista, que se considera autorizado para llevar a cabo todas lastransgresiones, homicidios, violaciones colectivas y públicas, saqueos, etc. Sin remordimien-tos ni escrúpulos. Nadie lo juzga. Ni el Kremlin, ni Occidente, ni la ONU. Porque el mal noexiste, todo vale.

Una última pincelada para el retrato del nihilista moderno. Esta anécdota me la contó unamigo mío, el escritor Hans Christoph Buch. Mientras realizaba un reportaje en Liberia, tuvo oca-sión de hablar con un niño de diez años que llevaba un Kalachnikov más grande que él. Le pre-guntó: “¿No te da miedo matar con eso a tus hermanos o a tus padres”, y el niño le contestósin titubear: “¿Y por qué no?”

¿Qué tienen en común un nazi, un comunista, un islamista, un ultra nacionalista al estiloruso en Chechenia y un niño-soldado? La intuición común de que ‘todo vale’. Los ideales son,sin embargo, muy diferentes. El nazi proclama la raza eterna, el comunista la clase universal yla victoria del socialismo, el islamista la victoria de la fe, el nacionalista su país por encima decualquier otra cosa, mientras que el soldado ruso está inmerso en un combate supuestamen-te “antiterrorista”. Estas promesas de un futuro mejor no son más que coartadas de una cruel-dad que se manifiesta plenamente en el modus operandi propio de las S.S.: de la “calavera”,sinónimo de muerte, al “hombre de hierro” estaliniano, a la bomba humana islamista, al exter-minador nacionalista. Las grandes ideologías que han ensangrentando el siglo XX gravitan sobreel “todo vale” nihilista.

El nihilista se viste con ropajes nazis o comunistas. Puede llevar un turbante islamista o ununiforme ruso. A veces se ve sumido en movimientos de resistencia legítima. Los chechenosse oponen a la opresión colonial, pero entre ellos hay asesinos nihilistas que secuestran a losespectadores de un teatro en Moscú o a los niños de una escuela en Beslán. El hecho de quelos rusos hayan matado a 40.000 niños en Chechenia no justifica el secuestro de cientos deescolares. No hay ninguna excusa, incluso después de saber que la mayoría de los muertos,tanto en el teatro como en la escuela, fueron víctimas de los salvajes asaltos de las fuerzas deseguridad federales.

El nihilismo atenaza al mundo como una verdad flotante que trasciende la división de los blo-ques y la especificidad de las circunstancias. No ha sido necesario ver el Islam, ni el comunis-mo, ni el nazismo para explicitar las estrategias apocalípticas del odio absoluto. La hostilidad

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o la rivalidad son algo normal en los seres humanos. Pero el odio no intenta corregir al otro, nicontrolarlo, ni dominarlo. Su objetivo es suprimirlo.

Séneca, preceptor de Nerón y gran escritor ibérico, describió perfectamente la unicidad dela bomba humana y la inversión subjetiva que precede a la implosión. ¿Cómo cultivar la rabia?:como lo hizo Medea. Medea, la esposa de Jasón traiciona a su familia por amor a él y le ayudaa conquistar el trono. Hasta este momento se puede decir que es una mujer apasionada, nouna nihilista. Pero Jasón la engaña, la repudia, se casa con una joven princesa y Medea enfu-rece, se auto-sataniza, proclama la muerte del mundo entero y la suya propia. Su sirvienta leaconseja ser más astuta: “Tienes hijos, intenta obtener un exilio dorado, un buen divorcio”.Pero ella se niega: ni por sus hijos ni por nada en el mundo. Primera época: ahondo en mi dolor,derramo sal sobre mis heridas. Segunda etapa: la furia. Nada puede detenerme. Marx decíaque “lo único que puede perder el proletario son sus cadenas”. Pero Marx se equivocaba. Losverdaderos proletarios tienen mucho que perder: sus hijos, sus casas, sus salarios, la vida.Medea, al igual que el proletario con el que soñaba Marx, decide romper amarras. Y construyela mayor de las furias. Tercera etapa: el tiempo del Apocalipsis. Lanza su dolor y su furia con-tra los demás, sin orden ni concierto, sobre todo el resto del mundo. Prende fuego al palacioy a la ciudad. Asesina a sus hijos delante de su padre. Tres etapas que demuestran el gradode entrega personal que exige la construcción de una bomba humana. Un trabajo sobre símismo que podemos encontrar en el asesino nazi, bolchevique, genocida de tutsis. Un deseode muerte que el hombre sabe cómo hacer fructificar de forma individual o colectiva. Una ame-naza permanente que ni la economía ni los buenos pensamientos son capaces de frenar. Paracontrolarla es necesario denunciarla y no dejar que salga de la cáscara. Pero cuando se poneen acción hay que saber bloquearla mediante otros actos, unas veces policíacos y otras mili-tares.

Frente a este paso a la condición autodestructiva, frente al nihilismo está el trabajo de lacivilización. No crean que es obra de los sabios ni de los conformistas. Si la tranquilidad quevive ahora Europa es la envidia del mundo, si Occidente ha resistido a las locuras asesinas deOccidente, se debe a los esfuerzos de gentes valientes y anónimas. También hay sindicalistasrebeldes cuyos nombres son mundialmente conocidos, sacerdotes convertidos en Papas, pri-sioneros políticos elegidos presidentes. Pero sobre todo está esa masa de desconocidos queson la sal de la tierra. Desde las sublevaciones aplastadas en Berlín en 1953 en la Stalin Alleea Poznan y Budapest en 1956, a la Primavera de Praga en 1968, a la victoria de Solidaridad enPolonia y la caída del Muro de Berlín, los rebeldes “sin poder” han reunificado el continente. Yrecientemente el viento de la libertad ha soplado en Georgia y en Ucrania, en Europa, aunqueésta no se ha dado mucha cuenta. Se ha contagiado al Líbano, y allí Siria, proveedora de terror,ya no campa por sus respetos. Desactiva el riesgo de aniquilamiento nihilista, ya sea por lasalturas –amenaza atómica– o por abajo –terrorismo callejero–.

Se habla mucho del “relativismo moral”, de la pérdida de valores, del Bien y del Mal. Es cier-to que es muy difícil definir el Bien. ¿Acaso el infierno no está empedrado de buenas intencio-nes? No es nada nuevo. La crisis de valores, las discusiones sobre el Bien, lo Verdadero, loBello se remontan a la Grecia antigua. La civilización occidental ha asesinado en masa en nom-bre del Bien, y en su nombre ha estado a punto de desaparecer. Cuando se unificó, no lo hizosobre una idea común del Bien, imposible de concebir sin guerras, sino sobre la prueba de laexistencia del Mal. El nihilista no niega el Bien, niega la existencia del Mal. El nihilista no ve elMal. Por el contrario, la civilización se ha construido sobre la percepción de un cierto númerode males. La capacidad de encarar el mal define a la civilización occidental. La Unión Europea

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es la mejor prueba de un triple contrato antifascista, anticomunista y anticolonial. El conoci-miento del Bien es relativo, pero la percepción de las crueldades existe en todas las latitudes.El mal atraviesa las fronteras nacionales o ideológicas. Trasciende las motivaciones religiosaso culturales, que se convierten en meras coartadas movibles. Y se muestra en toda su crude-za nihilista.

El nihilismo y su “todo vale” se han erigido en enemigos mortales de las civilizaciones. Sucapacidad de devastación no se basa en el relativismo, sino en la negación y en la destrucción;su esencia no se apoya en la afirmación banal de que los valores supremos se han eclipsado,sino en la voluntad deliberada de ocultar la experiencia universal de las infamias, de los males,de la corrupción y de la crueldad: si no hay maldad, todo vale: las torturas, las humillaciones,los campos de concentración, las masacres genocidas. El terrorismo del siglo XX se alimentadel adagio que entonó Maquiavelo en el siglo XVI: “Está mal hablar mal del mal”. El combatede la civilización va más allá de unos meros programas policíacos o militares antiterroristas, lalucha contra el nihilismo nos exige a todos tener el valor de abrir los ojos, el deseo de llamara las cosas por su nombre, desenmascarando así al mal tal y como es, teniendo la audacia deresistir a la amenaza de una aniquilación radical tanto de los demás como de nosotros mismos.Manhattan y Atocha son los símbolos del terrorismo globalizado.

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“Príncipe de las Tinieblas”, “Darth Vader” o “neocon” son algunas de las coloristas adjetivaciones, que, con intencióndescalificadora, dedican a Richard Perle algunos medios de comunicación españoles, antes de “acusarle” –por ejemplo,El País del pasado 13 de marzo– de ser artífice principal de la política exterior del Presidente Bush.

Sin lugar a dudas, Richard Perle ha sido y es una persona influyente en EEUU. Con ideas muy claras, que han deja-do huella en las distintas responsabilidades que a lo largo de su vida ha tenido, en particular, como Assistant Secretaryof Defense for international Security Policy (1981-1987), y Presidente del Defense Policy Board (2001-2003). Es decir,primero, junto al Presidente Reagan, mientras éste maduraba la política exterior de su país, que desde el famoso “Mr.Gorbachov, tear down this wall” condujo a la desaparición de la Unión Soviética y a la libertad de millones de ciudada-nos. Y más recientemente, en la definición de la política exterior de los Estados Unidos desde la marcha hacia la liber-tad, que cristalizó en el discurso inaugural del segundo mandato del Presidente Bush.

Porque a día de hoy, las huellas de la política exterior del Presidente Bush están en la imagen de las mujeres ira-quíes, mirando al futuro con la desafiante V de la victoria dibujada por sus dedos manchados de tinta violeta, desde lamemoria de los más de 300.000 cadáveres ejecutados en tiempos de Saddam Hussein exhumados en el último año,y el coraje de no haberse plegado a los terroristas. La política exterior americana reverbera en las elecciones enAfganistán que han consolidado democráticamente a Hamid Karzai. La podemos rastrear en las aspiraciones a la liber-tad que empiezan a tener eco en distintas reformas, aún tímidas e insuficientes que germinan en el mundo árabe desdeel despotismo. Y la proclama, en el Líbano, tras el arrebol de banderas que cubrió las plazas, Walid Jumblatt, el líder his-tórico druso, hasta hoy notorio antiamericano: “La invasión norteamericana de Iraq hizo posible el levantamiento con-tra la ocupación siria”.

La marcha hacia la libertad progresa, pese a que algunos, en Europa, y particularmente en España, no quieran verlo,y prefieran recibir en Madrid por todo lo alto al Ministro Pérez Roque de Cuba, que bravuconea sobre las sanciones alrégimen castrista, y dos centenares de personas vinculadas al mundo del espectáculo acusan de falta de autoridadmoral a los EEUU y expresan su apoyo a la dictadura cubana porque dicen “no ha existido un solo caso de desapari-ción, tortura o ejecución extrajudicial y donde a pesar del bloqueo se han alcanzado índices de salud, educación y cul-tura reconocidos internacionalmente”. Delirante: hay quien, todavía hoy, quince años después del derribo del Muro deBerlín, se pone del lado de los déspotas, de los dictadores, desde una argumentación que la historia ha demostradofalsa, sin futuro, sin vida, desde ideas-zombi pertenecientes a la felizmente periclitada era de la coexistencia pacífica,el realismo y la colaboración, contra la que ha luchado con denuedo Richard Perle.

Ana Palacio

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LA GUERRA, EL TERROR Y LA DEMOCRACIA

Richard Perle

El tema que voy a abordar está relacionado con tres asuntos: el terrorismo, la guerra paraderrotar a los terroristas y la lucha por la democracia. Voy a ocuparme de la forma en queestos tres temas están relacionados. En un contexto inmediato, todos tienen su origen en losacontecimientos del 11 de septiembre de 2001. Lo que el mundo de hoy conoce como la polí-tica exterior de Estados Unidos surge a partir del 11 de septiembre y es imposible compren-der esa política si no se comprende el impacto que causaron los acontecimientos ocurridosaquel día.

Los norteamericanos estábamos confortablemente instalados entre dos grandes océanos,y en nuestras fronteras del Norte y del Sur había países amigos. No teníamos que enfrentar-nos a ninguna guerra en nuestro territorio desde hacía mucho tiempo y nos creíamos invulne-rables por los actos terroristas. Antes del 11 de septiembre, creíamos que las medidas queestábamos tomando contra un posible ataque terrorista estaban a la altura de la magnitud dela amenaza. Estábamos realizando las inversiones precisas (modestas) en nuestras institucio-nes de seguridad, y no estábamos provocando demasiadas molestias a nuestros ciudadanos,aun reconociendo que ya se habían producido atentados en el pasado y que podían reprodu-cirse en el futuro. Lo que aprendimos el 11 de septiembre, al cobrar conciencia de que elsiguiente atentado podía llevarse a cabo con armas químicas o biológicas, fue que habíamosminusvalorado esa parte de la ecuación que consistía en la magnitud del daño que podía infli-girnos un ataque terrorista.

Por esa razón, inmediatamente después del 11 de septiembre los Estados Unidos adopta-ron una política totalmente diferente a la que habían desarrollado anteriores Administraciones.El 11 de septiembre, el Presidente Bush expuso esta nueva política al decir: “No haremos dis-tinciones entre los terroristas que han cometido estos ataques y los países que los acogen”.

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Era la primera vez que un Presidente norteamericano declaraba que íbamos a tomar medidascontra Estados que daban cobijo a los terroristas. Afganistán era el país que había invitado aAl Qaeda a instalarse en su territorio; le había facilitado, abiertamente, los medios necesariospara preparar los ataques del 11 de septiembre y también algunos de los atentados que habí-an tenido lugar previamente en nuestras embajadas, barcos e instalaciones militares. Resultairónico que el 11 de septiembre, la única fuente significativa de ayuda humanitaria del régi-men talibán fuera Estados Unidos. Estábamos ayudando a la gente de Afganistán, y como agra-decimiento a dicha ayuda ellos colaboraban en la preparación de un ataque terrorista contranosotros. Es justo preguntarse por qué el Gobierno talibán creía que podía aceptar nuestraayuda con una mano mientras servía a nuestros enemigos con la otra. Creo que la respuestaa esta pregunta es que nos habíamos acostumbrado a una política en la que no respondía-mos a los que fomentaban el terrorismo contra nosotros.

Pero a partir del 11 de septiembre nuestra política cambió. Gran parte del resto del mundono estaba preparada para ese cambio. Al declarar que nos veríamos obligados a actuar con-tra Estados que acogían organizaciones terroristas, entramos de lleno en el debate de la “gue-rra preventiva”. La idea de la guerra preventiva no goza de mucha popularidad en el mundo.Sin embargo, creo que es una cuestión de sentido común. La pregunta es la siguiente: ¿Hastaqué punto está justificada la intervención de un país para impedir una catástrofe? En 1981,en un duro ataque aéreo, los israelíes destruyeron un reactor nuclear que Jacques Chirachabía vendido a Sadam Hussein. Y no lo hicieron creyendo que podía ser capaz de producirmaterial nuclear “en ese momento”. Lo hicieron porque podía transformarse en la cabeza deun arma nuclear. Lo destruyeron porque, después de un acalorado debate del Gobierno israe-lí, llegaron a la conclusión de que si permitían que se introdujera combustible en el reactor,cualquier otra acción posterior destinada a destruir esa incipiente capacidad propagaría mate-rial nuclear en la zona del reactor y causaría más daños de los imaginables. Por esa razón, elúltimo momento para actuar contra lo que se hubiera convertido en un arma nuclear en manosde Sadam Hussein se localiza en un instante anterior al día en que la amenaza hubiera llega-do a ser efectiva. Si se hubiera cargado combustible en el reactor, se habría traspasado unumbral sin vuelta atrás. Por eso, en algunas ocasiones, actuar para garantizar la seguridadrequiere hacerlo mucho antes de que la amenaza se convierta en algo evidente.

La pregunta es la siguiente: ¿Cuándo se cruza ese umbral crítico? No es necesariamentedos minutos antes de que el misil que va a devastar nuestro territorio sea cargado con la ojivacorrespondiente. Cuando recordamos el debate sobre la posibilidad de una amenaza inminen-te a los Estados Unidos, es importante subrayar que en estos casos es difícil definir quéentendemos por “inminencia”. Esperar demasiado sería correr un riesgo gigantesco, y una delas lecciones más importantes que aprendimos con el 11 de septiembre fue que habíamosesperado demasiado tiempo. Incluso después de ver lo que estaba ocurriendo en Afganistán–las instalaciones, los campos, los jóvenes reclutas– y de los ataques que sufrimos en Áfricay en otros lugares del mundo. Lo que hicimos después del 11 de septiembre pudo habersehecho antes. Así que rectificamos y decidimos que no volveríamos a esperar a que fuera dema-siado tarde.

Si queremos enfrentarnos de forma efectiva al terrorismo, lo primero que debemos enten-der es quiénes son los terroristas y de qué trata esta guerra. Los terroristas que más nos preocupan son los que están ideologizados, irremediablemente impregnados de motivos ideo-lógicos. Con ellos es imposible establecer ningún tipo de diálogo. Dialogar con el totalitaris-mo es “totalmente” inútil. El diálogo no sirve para acabar con las instituciones totalitarias o

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con el comportamiento opresivo y violento propio de un Estado de ese tipo. Estoy seguro deque no puede existir diálogo con gente que cree que sólo hay un camino y que ese caminoimplica la adopción de un concepto de ley y de comportamiento humano que se expresa encorrientes radicales de extremismo islámico. No puede producirse un debate serio con genteque cree que hay que acabar con los infieles (un grupo que comprende a la mayor parte de lahumanidad). Ahora bien, es importante distinguir entre los líderes de este movimiento terroris-ta y los soldados, los reclutas. Por desgracia, los reclutas son gente joven a la que se hacecreer que la muerte es preferible a la vida, que se gana la inmortalidad y el paraíso muriendopor un mundo en el que todos viviremos bajo su doctrina. Por regla general, estos jóvenes sólohan vivido bajo dictaduras. Estoy convencido de que existe un vínculo irresistible entre lademocracia y nuestra capacidad para entrar en contacto con esa bolsa de jóvenes entregadosa la causa terrorista.

En última instancia, la batalla contra el extremismo islámico debe llevarse a cabo entre lospropios musulmanes. La gran mayoría de los musulmanes, todos los que no creen en esavisión de una guerra santa contra el resto de las religiones, deben desempeñar un papel cru-cial en esta lucha y nosotros debemos animarles a hacerlo. Contemplo con consternación losescasos esfuerzos que desarrollan los gobiernos occidentales en la organización de campa-ñas sobre este tema que lleguen de verdad a las mentes y a los corazones de la gente.Nuestro papel en un debate que debe producirse en el interior de la comunidad musulmanaes extremadamente limitado. Y los ejecutivos del mundo de la publicidad no son la solución.En mi opinión, nuestra tarea consiste en hacer frente a las declaraciones de esos movimien-tos terroristas, es decir, a los terroristas mismos, cuando estén armados y sean peligrosos.Sin embargo, el debate intelectual y filosófico sobre lo que está bien o mal no resulta fácilpara ningún gobierno, y en una dictadura no suele producirse jamás. Hasta que las socieda-des en las que ese debate debe desarrollarse se muestren más abiertas a una auténtica dis-cusión, va a resultar difícil animar, y aún menos introducir, un intercambio de ideas entremusulmanes moderados y musulmanes fanáticos.

Se me pregunta con frecuencia si, después de lo ocurrido en Iraq, tuvimos razón cuandoderrocamos a Sadam Hussein, si sigo defendiendo la invasión de Estados Unidos contra eserégimen. Siempre respondo lo mismo: no cambiaría nunca la decisión de derrocar a SadamHussein, bajo ningún concepto. Derrocar a un dictador sádico y brutal que había matado almenos a 300.000 iraquíes, que había comenzado dos guerras en las que murieron más de unmillón de personas, que ha controlado las vidas de más de 25 millones de iraquíes, que haasesinado sin medida… eso era lo que había que hacer. Creo que la Historia demostrará quefue un acto de liberación del que los norteamericanos deben sentirse orgullosos y que el pue-blo iraquí les agradecerá. Pero también es cierto que no tenemos mucha experiencia a la horade invadir otros países o gestionar una Administración colonial. Así que pensamos que está-bamos allí para ayudar a los iraquíes a establecer un orden decente. Creo que hubiera sidomejor que se hubiesen encargado antes ellos mismos de su propia Administración, quizá debi-mos transferir antes el poder. Pero en cualquier caso, ahora son ellos los responsables de supropia sociedad y de su democracia.

Hoy se escucha muy a menudo que no se puede derrotar al terrorismo utilizando sólomedios militares y que no se puede crear la democracia apuntando con un arma. Ambas afir-maciones son totalmente ciertas. Pero lo que sí se puede hacer por medio de la fuerza mili-tar es forzar a los Estados a que dejen de ser refugio de terroristas y acabar con los obstácu-los que impiden la democracia, como hicimos al derrocar a Sadam Hussein. En otras palabras,

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la fuerza militar tiene un papel que desempeñar, pero no es el único medio para derrotar alterrorismo e instaurar la democracia.

Los iraquíes celebraron sus primeras elecciones en enero de 2005. Dando muestra de unvalor extraordinario, 8,5 millones de iraquíes desafiaron a la muerte para ir a votar. Aunquemuchos países no dieron mucha cobertura a este acontecimiento, como es el caso de Francia,fue un día muy importante para los iraquíes. Algunos de ellos tenían la certeza de que iba aser el último día de sus vidas. Había una cola de votantes esperando en un barrio a las afue-ras de Bagdad cuando un francotirador abrió fuego desde un edificio cercano y alcanzó a unapersona que se encontraba en la fila. Todo el mundo se agachó, pero nadie se movió de susitio. El mundo entero pudo ver que los votantes estaban orgullosos de sí mismos. Hubo undebate antes de las elecciones entre los oficiales responsables de organizar las eleccionespara evitar el doble voto. Todos se esforzaron en organizar lo mejor posible esas primeras elec-ciones. También se produjo un debate sobre la necesidad de marcar a los votantes con unatinta, y sobre si ésta debía ser visible o invisible. Muchos expertos sugirieron que, por seguri-dad, era necesario utilizar una tinta invisible. Pero al final se marcó a los votantes con todaclaridad, y los iraquíes, demostrando un gran coraje, exhibieron con alegría sus dedos mancha-dos de tinta violeta, como una prueba de honor, sin dar importancia a que eso los convertíaen blanco del terrorismo. Así fue como los iraquíes empezaron el proceso que los llevó a for-mar un Gobierno.

Durante una conversación con un corresponsal de Al Jazeera le pregunté sobre las eleccio-nes. Me dijo que no eran las primeras que se celebraban en el mundo árabe; las imágenes dela gente yendo a los colegios a votar no le impresionaban mucho, y afirmó que hubiera prefe-rido ver imágenes del Gobierno derrotado abandonando el poder. Pero esas elecciones hanservido de inspiración para todo el mundo árabe y esto no habría sido posible sin la liberaciónde Afganistán e Iraq. La imagen de la gente en los colegios electorales ejerciendo su derechoa votar está cargada de significado. Ahora se están exigiendo procesos de apertura política entodos los países árabes.

En todos los lugares de la tierra los seres humanos desean vivir en libertad. Nadie deseavivir bajo el temor o la censura. Por esa razón, la liberación de Iraq ha puesto en marcha algosumamente importante en esa parte del mundo en la que viven los terroristas. La relaciónentre la democracia, los actos terroristas y la guerra es la siguiente: los gobiernos, que debendar respuesta a los deseos de su pueblo, se verán acosados por ciudadanos que exigen for-mas pacíficas de resolver los conflictos. No podrán hacer frente a los presupuestos querequieren los procesos de militarización. El fin de las democracias no es hacer la guerra alvecino. Las personas que viven en democracia tienen libertad para expresarse y eso hacemucho más difícil reclutarlos para la causa terrorista.

Creo que la apertura del mundo musulmán será fundamental a la hora de controlar el terro-rismo, no por medios violentos sino poniendo en marcha un cambio político que ofrezca unasalida a los jóvenes y que les haga rechazar la causa terrorista. En muchos países, como Irán,Libia, Egipto o el Líbano se han producido ya importantes cambios políticos.

Desgraciadamente, en Europa, en vez de considerar esta posibilidad como una gran opor-tunidad para el mundo árabe, muchos siguen obsesionados con saber dónde están las armasde destrucción masiva que supuestamente se encontraban en Iraq. La hostilidad haciaEstados Unidos, que proviene en buena parte del fracaso a la hora de encontrar esas armas,

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impide a la gente percibir las cosas buenas que han ocurrido gracias a la liberación del país.La alternativa de derrocar a Sadam Hussein era dejarle en el poder. ¿Hubiera sido eso mejorpara el pueblo iraquí? ¿Y para la causa de la libertad? Estoy orgulloso de lo que hicimos y creoque la Historia nos dará la razón. Espero que los iraquíes consigan el apoyo que necesitanpara lograr lo que se han propuesto, con valor y con un terrible coste en vidas humanas: cons-truir la democracia en su país.

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El profesor Joseph Weiler es una de las voces más interesantes en el campo del Derecho Internacional y de la UniónEuropea. Sus reflexiones sobre las claves de lo que acontece en nuestro proceso de integración se han convertido enuna referencia obligada. Dos de sus libros traducidos al español –Europa, fin de siglo, y Dos visiones norteamericanasde la jurisdicción europea– son un buen exponente de la agudeza de análisis. Es European Union Jean Monet Professoren el Departamento de Derecho en la New York University y Director del Hauser Global Law School Program que dirigeel nuevo centro Jean Monet para el estudio del derecho y la justicia internacional y regional. Además, es o ha sido pro-fesor en las universidades más prestigiosas del mundo, desde el College of Europe de Brujas hasta la University Collegede Londres.

En Una Europa cristiana, Joseph Weiler destila, con enorme coraje intelectual, una visión penetrante sobre Europaen general, y sobre dos cuestiones de máximo interés: la no mención en la Constitución Europea de nuestras raícescristianas y el significado de la ciudadanía europea, argumentando, además, hasta qué punto se relacionan entre sí.Joseph Weiler mantiene la idea de que es ilegítimo, en el más estricto sentido constitucional, que un documento cons-titucional ignore deliberadamente estas raíces, argumentando neutralidad. En ningún modo, dice, la secularización esneutral, en todo caso es respetable, y en ocasiones se hace beligerante. De hecho, defiende Joseph Weiler, en Europase está difundiendo una ola de cristianofobia desde las esferas políticas y administrativas de las instituciones que seencuentran encorsetadas por lo políticamente correcto. Uno de los ejemplos más llamativos es el linchamiento públicode Rocco Butiglione, candidato a la Comisión Europea, por expresar sus convicciones religiosas.

Además, esta aversión por reconocer las raíces cristianas daña el fomento del sentimiento europeo porque en granmedida impide encontrar el alma de Europa. O en cita del referido libro, “es ridículo no reconocer que el cristianismoes un elemento de enorme importancia para la definición de lo que nosotros entendemos como Identidad Europea,para bien o para mal. No existe un juicio valorativo al afirmar este hecho empírico, existe un juicio de valor únicamen-te cuando se niega. Los conceptos morales claros y compartidos son una pieza, pues, clave para analizar la construc-ción de nuestro continente europeo. La libertad forma parte de la moralidad. Y a su vez, la moralidad es parte de nues-tra historia. Ignorar el pasado e ignorar los valores, indudablemente nos hace enfrentarnos a parte de las contradiccio-nes que asuelan Europa y su futuro”.

Ana Palacio

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LA “CONSTITUCIÓN” DE EUROPA: REQUIESCAT IN PACE

Joseph Weiler

Grandes dilemas¿Quién se acuerda ya del borrador de Constitución elaborado por el Parlamento Europeo despuésdel Tratado de Maastricht? Sus propios promotores no tardaron en relegarlo al olvido. Se convir-tió entonces en un cadáver político. Si alguien se atrevía a hablar de una constitución para Europa,lo tachaban inmediatamente de federalista, federalista anticuado por si fuera poco. Diez años des-pués llegó la tendencia contraria: todo el mundo quería una constitución para Europa. Joschka,Jacques, Valery y Helmut siguieron la corriente y proporcionaron a la idea respetabilidad política1.Habermas (1992; 1999; 2001) consiguió que los círculos intelectuales tragaran la píldora. A pesarde que la Convención sobre el Futuro del Europa no era oficialmente una ConvenciónConstitucional, fue bautizada por su mismísimo Presidente como la Filadelfia Europea. La taxono-mía es interesante: de la Constitución al Tratado Constitucional, y por último al Tratado que esta-blece una Constitución. La idea de una constitución parecía haber perdido –al menos en parte–su connotación integracionista-progresista.

Al principio parecía como si “la gente” también hubiera sido arrastrada por la palabrería. En laprensa se decía que España había hecho un “regalo” a Europa con la aprobación de la

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1 Fischer lo puso en marcha. Para consultar el texto y el debate ver C. Joerges, Y. Meny, J.H.H. Weiler (Eds) What Kind ofConstitution for What Kind of Polity? Responses to Joschka Fischer. Robert Schumann Centre EUI Florence/Harvard Law School,Cambridge, MA (2000). Ver también la tribuna de opinión de Giscard d’Estaing y Helmut Schmidt – International Herald Tribune,11 de abril de 2000.

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“Constitución”. Ahora el referéndum español no parece tan admirable. De hecho, como un ejerci-cio de cultura cívica europea, dejó patente la creciente ola de apatía e indiferencia, ejemplificadaspor la escasísima participación y una desfasada calidad del discurso estatal, ejemplificado por unatasa de aprobación a la Ceaucescu, que recuerda un tipo de régimen autoritario que los españo-les están orgullosos (con justicia) de haber dejado atrás.

Los debates públicos que se desarrollaron en Francia y en Holanda, más cerebrales y a la vezclarificadores, así como el claro rechazo a la “Constitución” por parte de las gentes de dos de losmiembros fundadores, han sido un verdadero jarro de agua fría para el proyecto actual.

Sin embargo, no han logrado descomponer la corrección política propia de la clase profesionaly periodística que abrazó con tanto fervor aquel proyecto. Flota en el aire el inconfundible aromadel malvado comentario de Brecht después del levantamiento de 1953: “Es hora de cambiar alPueblo”. (Sin la ironía brechtiana, claro está).

Resulta sintomático el siguiente Proyecto de Manifiesto que ha circulado entre el profesoradode Derecho Europeo y que está publicado por una de las redes más prestigiosas del DerechoConstitucional Europeo.

Manifeste des professeurs européens de droit constitutionnel sur le vote français du 29 mai 2005 et levote néerlandais du 1er juin 2005.(Manifiesto de los profesores europeos de derecho constitucional sobre el voto francés del 29 de mayode 2005 y el voto holandés de 1 de junio de 2005) [Texto original en francés]

“El proceso de integración europea ha permitido a los pueblos europeos vivir en paz desde hace más decincuenta años. Queremos continuar desarrollando ese proceso... Decir “No” a la constitución es votar contra una Europa más democrática, contra una Europa más eficaz,contra una representación más articulada de nuestros intereses en el mercado mundial, contra el man-tenimiento de la paz basado en un orden jurídico eficaz que incluye el respeto a los derechos fundamen-tales – liberales y sociales – del individuo. Votar “No” también quiere decir rechazar el reconocimiento delos ciudadanos y ciudadanas como fuente de legitimidad de Europa y como responsables, tanto a nivelindividual como colectivo, de las políticas realizadas en su nombre a escala europea...Comprendemos que los demagogos han vertido desinformaciones y medias verdades, y que se han apro-vechado de los referendos para atacar a los gobiernos. Comprendemos que los gobiernos no han logra-do explicar a los trabajadores y a los parados las verdaderas virtudes de la Constitución, quizás por faltade credibilidad de esos mismos gobiernos sobre este tema. Comprendemos la angustia social que tam-bién se ha adueñado de los jóvenes y que no ha podido ser sustituida por una visión común de un futu-ro más próspero y seguro, de una Europa más democrática, más solidaria, unificada y consolidada gra-cias a la Constitución...”.

Cada uno de estos párrafos es una verdadera “joya”. El primer párrafo –de una sola frase– secaracteriza por incluir tres falsedades: que los que votaron contra la Constitución no quieren con-tinuar el proceso de integración europea; que no comparten, ni reconocen, ni desean los extraor-dinarios éxitos de la integración europea en relación con la paz y, por último, que este éxito estáen peligro por culpa del rechazo a la Constitución.

Pero el segundo párrafo es aún más sorprendente que el primero, ya que afirma que los quevotaron “No” son en cierto sentido antidemócratas. Como si no se pudiera votar “No”, como hizotanta gente en Francia y en Holanda, porque no quería proporcionar legitimidad popular a un docu-

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mento que hubiera consagrado, con el término Constitución, el persistente déficit democrático ypolítico, así como otros problemas que la Constitución no supo abordar en absoluto. Hay algo posi-tivamente orwelliano en afirmar que los ciudadanos, que de buena fe y en pleno ejercicio de susoberanía política votaron contra la Constitución, estaban negando esa misma soberanía. Si votausted “correctamente”, afirma la soberanía del ciudadano. Pero si vota en contra, ¿estará negan-do esa misma soberanía? El euro-lenguaje se ha convertido en doble-lenguaje.

El último párrafo es el peor, debido al tono paternalista de monarca ilustrado que desprecia larotundidad de las votaciones en Francia y Holanda: pobre gente; lo que les pasa es que no entien-den nada; les han engañado; han sido víctimas de la demagogia. Y en este punto el aroma se con-vierte en hedor, ese hedor que desprenden los argumentos marxistas sobre la “falsa conciencia”.¿Quién hubiera adivinado que Europa pudiese resucitar semejante ruina intelectual? Sin dudaalguna, hubo mucha demagogia y mucha falsedad, pero no en una facción más que en otra, comodemuestra el propio proyecto del Manifiesto. Y no hay que llamarse a engaño: en muchos paísesen los que los parlamentos lograron ratificar el Proyecto con amplias mayorías, es sumamente pro-bable que un escrutinio popular hubiera arrojado resultados muy diferentes.

Dejemos a los historiadores y a los científicos sociales que exploren las complejas razones delvoto negativo. Más tarde o más temprano, la polvareda acabará despejándose. Pero el casi segu-ro fallecimiento de la Constitución dará una oportunidad para reabrir la discusión, y ojalá que seaen un tono más sobrio en ambos lados.

Me gustaría subrayar aquí algunas de las difíciles decisiones a las que se enfrenta Europa eneste debate constitucional, que ha quedado sin resolver ahora que el texto ha sido rechazado.

El giro hacia el constitucionalismo suele ir relacionado con el proyecto de ampliación. En lo ins-titucional –se dice– Europa requiere una reforma profunda. Debajo del capó, a pesar de las múlti-ples capas de pintura, todavía late el mismo motor de Comisión-Consejo-Parlamento de 1951 ode 1957, y todavía corre el riesgo de sufrir una sobrecarga debido al peso considerable de los dieznuevos Estados miembros. La arquitectura institucional requería –así al menos parecía sugerirloel consenso– una estructura constitucional. ¿Es eso cierto?

Parece que la decisión constitucional más difícil y de mayores consecuencias ya se ha toma-do, y se ha hecho muy al estilo europeo: Deus ex Machina. Hay algo –de hecho hay más de unacosa– engañoso en la yuxtaposición de ampliación y constitución. En primer lugar, está la idea deque esas dos nociones son conceptualmente diferentes, como si la decisión de la ampliación nofuera una decisión constitucional. Pero es al revés. La decisión de la ampliación fue la decisiónconstitucional más importante que se tomó en los últimos diez años y probablemente de muchomás tiempo atrás. Para bien o para mal, el cambio en el número de Estados miembros, en el tama-ño de la población europea, en su geografía y topografía, así como en su combinación cultural ypolítica, adquieren una magnitud que hará de la nueva Europa una organización política muy dife-rente, independientemente de la estructura constitucional que se adopte.

En segundo lugar está la idea de que dado que la ampliación acaba de ocurrir, la Constituciónmerece un procedimiento de toma de decisiones muy particular: de ahí la idea de la Convención2.

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2 Por supuesto, hay otras razones para adoptar la metodología de la Convención.

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En la práctica, la ampliación “ocurrió”, sencillamente. No se produjo un debate serio ni a nivel euro-peo ni a nivel de Estados miembros, salvo si se considera que una discusión en el Consejo Europeoes una discusión pública de verdad. Las consecuencias, políticas y económicas, no se han estable-cido de forma transparente y el proceso de negociación en sí mismo es el equivalente europeo alFast Track americano. La Comisión negocia y presenta un paquete de facto: “o lo tomas o lo dejas”.Puede que el rechazo haya sido, en cierto sentido, el resultado de este pecado original.

No hay razón para cuestionar la bondad de la ampliación per se, pero un proceso de decisióntotalmente desprovisto de transparencia merece ser cuestionado. De la misma forma, también sepuede cuestionar el método utilizado para la ampliación: ¿Tiene realmente sentido integrar diez nue-vos Estados miembros de una vez? (Y ¿cómo se llegó a una decisión de consecuencias tan gigan-tescas?) ¿Tiene sentido poner en marcha una Ampliación basada en una organización política mono-lítica, o tal vez alguno de los modelos “círculo concéntrico” hubiera tenido mayor sentido político?

La esencia del problema constitucional: ¿El Tratado es una Constitución disfrazada o la Constitución es un Tratado enmascarado?¿Cuál es la esencia del problema constitucional? Con esta pregunta me refiero a la cuestión delestatus formal de la Constitución, con independencia de su contenido. El estatus formal se haconvertido en una de las decisiones de mayor envergadura que haya tomado Europa. De forma ofi-cial, teníamos un Tratado que establecía una Constitución. Pero para la percepción pública, se con-virtió en una Constitución.

Imaginemos el documento presentado ante Europa sin la palabra Constitución. Con los mismostrámites institucionales, el Presidente, el ligero respaldo por parte de los parlamentos nacionales…y todo lo demás. Este documento podría haber sido enviado para su ratificación a cada uno de losveinticinco Estados miembros de acuerdo con sus condicionamientos constitucionales, tal y comose ha hecho con otros tratados de cierta envergadura. Y todo indica que hubiera sido ratificado sindemasiados problemas. Se puede deducir de ahí que tal vez sea la palabra “constitución”, con todolo que conlleva, la que ha levantado la opinión pública, tanto a favor como en contra.

Es este giro hacia la organización constitucional clásica –ya sea formalmente, con la consulta ala nación, o más informalmente, tal y como acabo de sugerir– lo que resulta atractivo y repulsivo ala vez. También es algo con una fuerte connotación pragmática e histórica. No se puede tener lapaciencia de esperar a que estén asentados los lazos de lealtad y de organización políticos, pro-pios de un demos constitucional, para poner en marcha un acuerdo constitucional. El acuerdo cons-titucional es una invitación voluntaria, consciente y autónoma para crear esa organización política,ese demos y las correspondientes lealtades.

La mejor metáfora para entender esta decisión, con toda su combinación de idealismo y rea-lismo aplastante, es el matrimonio. Al casarse, una pareja joven –dejemos la pasión de lado– notiene los afectos profundos, la lealtad y la solidaridad que llegan sólo después de muchos añosen común y de haber experimentado juntos los sinsabores de la vida. La ceremonia nupcial es unainvitación al largo proceso vital del matrimonio. De la misma forma, cuando los pueblos adoptanuna constitución, es en realidad una invitación a una organización política. El estado constitucio-nal, al igual que el matrimonio, es un proceso. Muchos europeos desean ardientemente dar esepaso. Otros no. Quieren seguir siendo amigos, no casarse.

¿Tiene alguna virtud el statu quo, o esta opción refleja sólo falta de nervio y de voluntad? Encontra de lo que uno puede pensar en un principio, también el statu quo refleja valores profundos.

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Por supuesto, Europa posee una Constitución, de la misma manera que el Reino Unido poseela suya. De hecho, si nos fijamos en la relación entre la Unión y los Estados miembros, observa-remos que la Unión presenta exigencias constitucionales muy pesadas, que en algunos casos vanmás allá de las propias de un Estado federal3. Sin embargo, sigue existiendo una diferencia abis-mal: los principios constitucionales de Europa, aunque sean sustancialmente similares, procedende circunstancias cuanto menos diferentes. En las federaciones, ya sea la americana, la austra-liana, la alemana o la canadiense, las instituciones se ubican dentro de un marco constitucionalque presupone la existencia de un “demos constitucional”, un único poder constituyente ejercidopor los ciudadanos de la federación en cuya soberanía, como poder constituyente y por medio desu autoridad suprema, tienen su origen los acuerdos constitucionales específicos. Por ello, aun-que la constitución federal busque garantizar los derechos del Estado y a pesar de que la doctri-na constitucional y la realidad histórica nos han enseñado que la federación bien podría ser cria-tura de las unidades constituyentes y de sus respectivas gentes, la soberanía formal y la autori-dad del pueblo aunados como poder constituyente son mucho mayores que cualquier otra expre-sión de soberanía por parte de la política y de ahí la autoridad suprema de la Constitución, inclui-dos sus principios federales.

Ni que decir tiene que una de las grandes falacias del arte de la “construcción de federacio-nes” (federation building), como en el ejercicio de la “construcción de naciones” (nation building),consiste en confundir la presuposición jurídica de un demos constitucional con la realidad políti-ca y social. En muchos casos, la doctrina constitucional presupone la existencia de aquello quecrea: el demos que es llamado a aceptar la constitución se constituye legalmente gracias a esaconstitución y, en ocasiones, dicha aceptación supone uno de los primeros pasos hacia unanoción política y social más profunda del demos constitucional. Por tanto, la legitimidad empíri-ca de la constitución puede ir por detrás de su autoridad formal, e incluso requerir generacionesy guerras civiles para que se interiorice del todo, tal y como quedó patente en la historia de losEstados Unidos. Asimismo, la presuposición jurídica de un demos puede estar en contradiccióncon una realidad social persistente de múltiples ethnoi o demoi, que no comparten, ni llegan acompartir nunca, el sentido de pertenencia mutua que trasciende las diferencias políticas y lasfacciones, formando una comunidad política esencial para un modelo constitucional de estilo clá-sico. En este caso obtendríamos un pacto inestable: la historia de Canadá y la España actualdan buena cuenta de ello. Sin embargo, en tanto que materia de observación empírica, desco-nozco la existencia de un Estado federal, antiguo o moderno, que no presuponga la autoridadsuprema y la soberanía de su demos federal.

En Europa, dicha presunción no existe. Sencillamente, la arquitectura constitucional deEuropa jamás ha sido validada mediante un proceso de adopción constitucional por parte de undemos constitucional europeo. En consecuencia, como una cuestión tanto de principios norma-tivos políticos como de observación social empírica, la disciplina constitucional europea no gozadel mismo tipo de autoridad que los Estados federales, cuyo federalismo está arraigado en unorden constitucional clásico. Se trata de una constitución que carece de algunas de las condi-ciones clásicas del constitucionalismo. Existe una jerarquía de normas: las normas comunita-rias se imponen a las de los Estados miembros con las que entran en contradicción. Pero estajerarquía no está arraigada en una jerarquía de autoridad normativa o en una jerarquía de poderreal. De hecho, el federalismo europeo se construye desde arriba a base de una jerarquía de

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3 Por dar dos ejemplos, algunos aspectos de la integración del mercado europeo de las mercancías superan a los EstadosUnidos y algunos aspectos sobre movilidad laboral superan a Canadá.

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normas, pero también se construye desde abajo mediante una jerarquía de autoridad y poderreal.

Es precisamente la singularidad de la estructura constitucional europea existente lo que, desdemi punto de vista, revela su regla más original y profunda, su verdadera norma fundamental oGrundnorm: el principio de la Tolerancia Constitucional.

En términos políticos, este Principio de Tolerancia encuentra una expresión sumamente nota-ble en la organización política de la Comunidad, una organización que desafía la premisa normaldel constitucionalismo. Por lo común, en una democracia se requiere una disciplina democrática,es decir, aceptar la autoridad de la mayoría sobre la minoría sólo dentro de una estructura políti-ca que se considera a sí misma constituida por un único pueblo, sea cual sea la forma en que sedefina éste. Si se da el caso de una mayoría que solicita obediencia a una minoría que no se con-sidera parte del mismo pueblo, suele ser considerada una forma de imposición. Más aún cuandose trata de una disciplina constitucional. Y, sin embargo, en la Comunidad, supeditamos a los ciu-dadanos europeos a la disciplina constitucional, a pesar de que la estructura política se compo-ne de pueblos distintos. Un ejemplo claro de tolerancia cívica consiste en aceptar someterse aciertos preceptos que no han sido articulados por “mi pueblo”, sino por una comunidad compues-ta de distintas comunidades políticas: un pueblo, por así decirlo, de otros. De esta forma, compro-meto mi autodeterminación como una expresión de este tipo de tolerancia interna –hacia mímismo– y externa –hacia los demás–.

Constitucionalmente, el Principio de Tolerancia encuentra una de sus máximas expresiones enuna cuestión ha empezado ahora a ser debatida: una disciplina constitucional federal que, sinembargo, no se basa en una constitución de tipo estatal.

Los representantes constitucionales del Estado miembro aceptan la disciplina constitucionaleuropea no porque se trate una cuestión de doctrina legal, como ocurre con los Estados federa-les, que están supeditados a una soberanía y a una autoridad superiores que se atienen a unasnormas validadas por el pueblo federal, el demos constitucional. Lo aceptan como un acto volun-tario autónomo de subordinación, que se renueva constantemente en las áreas específicas gober-nadas por Europa, como una norma que es la expresión conjunta de otras voluntades, otras iden-tidades o comunidades políticas. Evidentemente, este hecho genera un tipo distinto de comuni-dad política, un caso único cuya voluntad consiste en aceptar una disciplina vinculante enraizaday derivada de una comunidad extraña a uno mismo. A los habitantes de Québec se les dice: ennombre del pueblo de Canadá, están ustedes obligados a obedecer. A los franceses, los italianoso los alemanes se les ha dicho: en nombre de los pueblos de Europa, están invitados a obede-cer. En ambos casos, se les solicitó una obediencia constitucional. Cuando la aceptación y la sub-ordinación son voluntarias, constituye un acto de verdadera liberación y emancipación con relacióna la autoarrogancia colectiva y el fetichismo constitucional: una de las máximas expresiones deTolerancia Constitucional.

Hoy en día, se trata de una opción muy difícil. Por una parte, el movimiento hacia un nuevo terre-no constitucional resulta atractivo.

¿Es posible adoptar una constitución formal que codifique el principio de ToleranciaConstitucional? Me temo que no. La Tolerancia se nutre del hecho de que la disciplina constitu-cional es voluntaria, no una exigencia de la autoridad de una constitución formal apoyada por undemos constitucional. Evidentemente, habrá que decantarse por uno o por otro. En cambio, resul-

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ta menos claro que el significado profundo de esa elección sea tenido en cuenta o simplementeaceptado por razones pragmáticas o de oportunidad.

Desde esta perspectiva, se puede decir que rechazar el simbolismo y la iconografía de una cons-titución formal (más que el específico contenido institucional) no debería ser considerado como unaelección moral ni –desde la perspectiva de la integración europea– normativamente inferior.

Especificidad constitucional. La singularidad de una Europa social La importancia de las decisiones constitucionales no sólo reside en la estructura y en el procesode gobierno que ponen en marcha. Las constituciones también versan sobre compromiso moral eidentidad. Percibimos nuestras constituciones nacionales como algo más que la estructuración denuestros poderes de gobierno y las relaciones entre la autoridad pública y los individuos o entreel Estado y otros agentes. Nuestras constituciones aspiran a abarcar los valores fundamentalesde la organización política y esto, a su vez, aspira a ser el reflejo de nuestra identidad colectivacomo pueblo, como nación, como Estado, como Comunidad, como Unión. Si nos sentimos unidosy compenetrados con nuestras constituciones es justamente por razones como ésas. Hablan decómo limitar el poder, no de cómo ampliarlo; protegen los derechos fundamentales del individuoy definen una identidad colectiva que no nos produce repulsión, como ocurre con ciertas formasde identidad étnica. Movilizar en nombre de la soberanía está anticuado; movilizar para protegerla identidad haciendo hincapié en la especificidad está de moda.

Europa se enorgullece de una tradición de solidaridad social que tuvo su origen político y legalen el Estado de bienestar que siguió a la Guerra y que todos los Estados de todos los colores polí-ticos adoptaron durante años como ideal y como promesa programática. La sanidad universal, laeducación gratuita desde la enseñanza primaria hasta la universidad, las considerables ayudas alos más desfavorecidos, sobre todo a los desempleados, han sido algunos de los hitos de estecompromiso. No se trataba sólo de una mera elección política. Al igual que en el caso del recha-zo a la pena de muerte, este compromiso se convirtió en una fuente de identidad, incluso de orgu-llo, sobre todo a la hora de compararse con Estados Unidos.

Por lo tanto, parece lógico que la Constitución europea se haga eco de ese compromiso.Muchos votantes, sobre todo en Francia, se lamentaban de la ausencia o de la insuficiencia deeste compromiso en el texto. Pero el problema no es que esto sea cierto o falso, ni tampoco quela versión francesa de la solidaridad social sea la mejor para Europa. El verdadero meollo de estacuestión es si estos asuntos deben reflejarse en las garantías constitucionales. Y esto plantea undilema muy serio. Por un lado, este tipo de compromiso podría justamente constituir el motor polí-tico de la Constitución europea, así como una fuente de identidad y de identificación.

Sin embargo, dos consideraciones complican esta opción y evidencian la dificultad del dilema.La primera es la capacidad de cumplir con las obligaciones. Es cierto que muchos consideran elcompromiso de solidaridad social como una marca de identidad europea fundamental, que debe-ría por tanto tener su reflejo en la Constitución europea. Pero para la mayoría, las principales carac-terísticas del Estado de bienestar siguen siendo responsabilidad de los Estados miembros y sonde su jurisdicción exclusiva, aunque Europa en su conjunto contribuya a la prosperidad general quepermite a cada Estado miembro redistribuir sus recursos nacionales en virtud de ese plan de bien-estar. Se podría argumentar que Europa no debería prometer ni garantizar constitucionalmentealgo que no puede cumplir. Hacerlo dañaría la credibilidad intrínseca del entramado constitucionaleuropeo y daría paso a otra gigantesca intrusión en las competencias de los Estados miembros,cuyos resultados son muy poco deseables.

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La segunda consideración es más delicada todavía. Parece que el consenso sobre el Estadode bienestar clásico no está ya tan arraigado como antes. Esta afirmación ya no es una abe-rración “thatcheriana”, sino una parte del discurso político en España, en Italia e incluso enAlemania y en otros Estados miembros. ¿Acaso la universidad gratuita para todos –que no dis-tingue los niveles de renta de sus beneficiarios– es el símbolo de una organización política pro-gresista? ¿O se trata más bien de una redistribución regresiva de los menos ricos a los másricos (que se aprovechan de forma desproporcionada de la educación universitaria) disfrazadade solidaridad social? Un sistema sanitario basado en parte en los niveles de renta de susbeneficiarios ¿no sería más justo y mejor? ¿Acaso la inquebrantable seguridad en el empleoes un compromiso de justicia social y un factor de resistencia a los perniciosos efectos de laglobalización? ¿O no es más bien un privilegio, el de unos pocos trabajadores sindicados, losrestos perversos del antiguo corporativismo que ponen en peligro la futura prosperidad de unaorganización política más amplia? Estas cuestiones, planteadas de forma polémica, configurancada vez más a menudo parte del debate político de los Estados miembros.

El duro dilema constitucional resulta aquí evidente. Una constitución no es un mero depósi-to de valores. También entraña consecuencias políticas y jurídicas de gran envergadura.Cuando algo pasa a formar parte de nuestras constituciones, se saca y se extrae del procesopolítico normal. Constitucionalizar, con garantías efectivas, el compromiso histórico de Europacon el arraigado Estado de bienestar equivale a sacar estos problemas del ámbito de la políti-ca, por encima y más allá del discurso parlamentario normal de los partidos y de las políticaselectorales. El concepto de “secuestro” constitucional nos viene a la mente. No está claro queestas políticas disfruten en la Europa actual del tipo de consenso que justificaría ese paso.

En este caso, el dilema constitucional es particularmente difícil: si un compromiso significa-tivo con el concepto de bienestar no se refleja de forma exacta en la constitución (y cuandodigo significativo quiero decir por encima del denominador común más bajo), se perderá unade las grandes oportunidades para que la especificidad europea cristalice en un documentodefinitorio. Si no se refleja de forma exacta, se producirá una situación curiosa: se dejará fuerade la política y por lo tanto fuera de la disciplina de la democracia, un asunto fundamental queforma parte de la esencia del discurso público, en un documento cuyo propósito es garantizarla legitimidad democrática de los futuros procesos de decisión en Europa.

Una Europa cristianaLa cuestión de incluir una Invocatio Dei y una referencia a las raíces cristianas de Europa en elpreámbulo de la Constitución fue uno de los problemas que causaron el rechazo inicial deltexto por parte de los Jefes de Estado en la Cumbre de Bruselas de 2003. A muchos les pare-ce una apelación anacrónica a la premodernidad, una regresión en la evolución constitucional.La complejidad de este asunto merece un artículo4. La mitad de la población europea se rigepor constituciones que hacen referencias a Dios y/o a la Cristiandad. Y lo que es más impor-tante, mientras que todos los Estados Europeos respetan en sus disposiciones constituciona-les de derecho el principio de la libertad religiosa, existe una tradición sólidamente arraigadaque considera la imparcialidad del Estado el mejor defensor de este principio, lo cual no requie-re el tipo de separacionismo que caracteriza la relación entre Iglesia y Estado en Norteamérica.En muchos países de Europa, la enseñanza religiosa puede recibir las mismas ayudas que la

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4 Ver J.H.H. Weiler, Una Europa Cristiana (Rizzoli, 2003).

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enseñanza secular. La Invocatio Dei no sólo está respaldada por el argumento de que una cons-titución debería reflejar el pluralismo de la tradición constitucional europea. También lo estápor el de que la democracia no debe presentarse como excluyente de la sensibilidad religiosapública. Podría argumentarse que este estricto separacionismo es un “paso atrás” y que el ver-dadero mensaje de modernidad sobre la democracia y la religión es que ambas puedan convi-vir pacíficamente, en armonía. Por otro lado, la idea de que la democracia implica desterrar aDios de la vida pública es completamente anacrónica. En cualquier caso, y a este respecto,Europa ha creado tradiciones que difieren del dogma franco-americano, y el hecho de que laConstitución intente reflejar ambas, como hace la Constitución polaca, es una cuestión de granrelevancia.

La cuestión de las competenciasLa cuestión de las competencias no ha ocupado una parte fundamental del debate, pero sí loes para quienes creen que Europa se ha vuelto demasiado intervencionista. Desde mi punto devista, la solución de la Constitución asignaba, reasignaba o “desasignaba” a y desde la Uniónciertas competencias, enfocadas hacia cuestiones equivocadas, evitando así el verdadero grandilema5.

Ya durante el debate que acompañó al Tratado de Maastricht, salió a relucir la cuestión laten-te de “las competencias y los poderes” de la Comunidad. Esta cuestión y su debate correspon-diente encontraron su código en el concepto tan deliciosamente impreciso de “subsidiariedad”.La cuestión ha estado inevitablemente unida a la continua preocupación acerca de las estruc-turas y procesos de gobernación, acerca del equilibrio entre Comunidad y Estados miembros yacerca de la cuestión de la democracia y la legitimidad de la Comunidad a la que el debate deMaastricht dio un nuevo y bien recibido giro.

¿Qué ha quedado de este debate?

En primer lugar, hagamos un poco de historia. El estudioso del federalismo comparativo des-cubre un rasgo común en casi todas las experiencias federales: una tendencia a la concentra-ción de poderes legislativos y ejecutivos en el centro del poder general, a expensas del de lasunidades constituyentes. Parece que esta concentración se produce de forma independientedel mecanismo que asigna la jurisdicción/competencias/poderes entre el centro y la “perife-ria”. Las diferencias, si existen, dependen más del ethos y de la cultura política que de losmecanismos jurídicos y constitucionales. La Comunidad ha compartido esta experiencia gene-ral, aunque también ha diferido de ella.

La ha compartido en la medida en que la Comunidad, sobre todo en los años setenta, habíaasistido a un debilitamiento de cualquier mecanismo práctico y ejecutable para la asignaciónde la jurisdicción/competencias/poderes entre la Comunidad y sus Estados miembros.

¿Cómo pudo ocurrir esto? Esto ocurrió por la combinación de dos factores.

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5 Una excelente presentación de estos asuntos es la de I. Pernice – Rethinking the Methods of Dividing and Controlling theCompetences of the Union, in Europe 2004, Le Grand Débathttp://europa.eu.int/comm/dg10/university/post_nice/index_en.html

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a) Prácticas legislativas demasiado laxas, sobre todo, por ejemplo, en el recurso a lo queentonces era el Art.235 EC.

b) Una jurisprudencia bifurcada del Tribunal de Justicia Europeo (TJE), que por una parte inter-preta extensamente el alcance de la jurisdicción/competencias/poderes otorgados a laComunidad y que, por otro lado, había realizado un planteamiento autolimitador de la amplia-ción de la jurisdicción/competencias/poderes de la Comunidad cuando éstos eran ejercidos porlos órganos políticos.

Realizar esta declaración no equivale a criticar a la Comunidad, a los órganos políticos ni alTJE. La cuestión de fondo son los valores. Es posible argumentar que este proceso beneficia-ba sobre todo a la evolución y al bienestar de la Comunidad, así como a los Estados miembros,sus ciudadanos y residentes. Pero este proceso también era una bomba de relojería constitu-cional que un día u otro pondría en peligro la evolución y la estabilidad de la Comunidad. Anteso después, los tribunales “supremos” de los Estados miembros se darían cuenta que el “con-trato socio-jurídico” anunciado por el TJE en una sus grandes decisiones constitucionalizantes–es decir, que “la Comunidad constituye un nuevo ordenamiento jurídico [...] en beneficio delcual los Estados ven limitados sus derechos soberanos, aunque sea en campos limitados”– sehabía hecho pedazos. Aunque esos tribunales “supremos” hubieran aceptado los principios delnuevo ordenamiento jurídico, la supremacía y el efecto directo, los campos habrían dejado deestar limitados. Se habrían acabado dando cuenta de que, en ausencia de contrapesos jurídi-cos comunitarios, les tocaba a ellos trazar las lindes jurisdiccionales entre la Comunidad y susEstados miembros.

Es interesante subrayar que la experiencia de la Comunidad difiere de la experiencia de otrasorganizaciones políticas federales en el sentido de que, a pesar de la gigantesca expansiónlegislativa de la jurisdicción/competencias/poderes de la Comunidad, los Estados miembros nohabían presentado grandes batallas políticas en esta materia.

¿Por qué? La respuesta es tan sencilla como evidente. Se sustenta en el proceso de tomade decisiones que imperó durante décadas en la Comunidad de los diez. A diferencia de losgobiernos estatales de la mayoría de los Estados federales, los gobiernos de los Estados miem-bros, cada uno por su cuenta y también juntos, podían controlar la expansión legislativa de lajurisdicción/competencias/poderes de la Comunidad. Nada de lo que se hacía podía hacersesin el asentimiento de todos los Estados. Así quedaba despejada cualquier amenaza y cualquiercrisis por parte de los gobiernos. En realidad, si queremos buscar “delincuentes” que no hanrespetado el principio de la competencia limitada, serían principalmente los gobiernos de losEstados miembros, bajo la forma del Consejo de Ministros, en connivencia con la Comisión y elParlamento. Siempre resultaba útil hacer algo en Bruselas que sería mucho más difícil de rea-lizar políticamente en casa y luego, ¡echarle la culpa a la Comunidad! El papel del TJE históri-camente no ha sido el del activismo, sino más bien el de la pasividad activa. Sin embargo, noha sido capaz de construir una base de credibilidad en tanto que entidad capaz de patrullar deforma efectiva las fronteras jurisdiccionales entre la Comunidad y los Estados miembros.

Esta época terminó cuando se produjo el cambio al voto mayoritario después de la entradaen vigor del Acta Única Europea (AUE). Fue entonces cuando empezaron a salir a la luz los pri-meros síntomas de crisis. Era cuestión de tiempo que uno de los tribunales nacionales planta-ra cara al TJE en esta materia. Los Estados miembros se dieron cuenta de que en un procesoque no les otorga poder de veto –ni de de jure, ni de facto–, el asunto de los límites jurisdiccio-

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nales resultaba fundamental. La Decisión sobre Maastricht del Tribunal Constitucional FederalAlemán corroboró esta predicción, aunque más tarde de lo esperado6.

La iniciativa alemana pudo quizá ser considerada como una forma de insistir en una visión máspolicéntrica de la adjudicación constitucional, diseñada para forzar una relación más igualitariaentre el Tribunal Europeo y sus homólogos constitucionales nacionales. Pero en cierto sentido, lainiciativa alemana de los años noventa en relación con las competencias se parece a su iniciati-va anterior, relacionada con los derechos humanos. Fue esa iniciativa la que forzó al TribunalEuropeo a tomarse en serio los derechos humanos.

Ahora bien, la iniciativa del Tribunal Constitucional Federal Alemán no era una invitación a enta-blar conversaciones. A pesar de que el Tribunal Alemán mencionaba que las decisiones sobre lascompetencias debían tomarse en colaboración con el TJE, se reservaba la última palabra. De estaforma, un diktat europeo quedaba simplemente sustituido por otro nacional. Y un diktat nacionales mucho más destructivo para la Comunidad, si se piensa en la posibilidad de que surjan quin-ce interpretaciones diferentes.

En consecuencia, ¿cómo se consigue la cuadratura de este círculo?

No se logra, insisto, depositando nuestra fe en una lista de competencias como las que se hanredactado en la Constitución Europea. Este intento de detener la centralización del poder ha fra-casado en la práctica totalidad de los Estados federales. Y para aquellos que no están versadosen federalismo, la lección aprendida es ciertamente amarga. Por lo común, el efecto de cualquierlista que recoja competencias centrales positivas o negativas en una constitución federal no des-emboca en una limitación de las competencias centrales, sino que tiene el efecto contrario: otor-ga valor constitucional a las interpretaciones que permiten al gobierno central tomar dichas deci-siones. El fracaso siempre es más doloroso si forma parte de una Constitución, ya que está res-paldado por la propia Constitución. El verdadero problema no es el método de elaboración de lalista, es la gestión de cualquiera de los métodos que se adopten.

La solución está en volver a diseñar quién interpretará el alcance de las funciones y poderesde la Comunidad y de la Unión.

Una de las soluciones podría haber sido institucional. Yo he propuesto una y otra vez la crea-ción de un Consejo Constitucional de la Comunidad, basado en cierta manera en el modelo fran-cés (Weiler, 1997). El Consejo Constitucional tendría jurisdicción sobre diversos asuntos de com-petencias (incluyendo la subsidiariedad), y decidiría qué casos podrían serle sometidos una vezadoptada una ley, pero antes de que entrara en vigor. Podría recurrir a él cualquier institución comu-nitaria, cualquier Estado miembro o parlamento nacional o el Parlamento Europeo actuando pordecisión mayoritaria de sus Miembros. Su presidente sería el Presidente del TJE y sus miembros

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6 Existen multitud de comentarios; la siguiente es una muestra de los diferentes puntos de vista: Herdegen, Matthias,Maastricht and the German Constitutional Court: Constitutional Restraints for an “Ever Closer Union”, CMLR 31 (1994), 235;Ipsen, HansPeter, Zehn Glossen zum Maastricht-Urteil, EuR 1994, 1; Schwarze, Jürgen, Europapolitik unter deutschemVerfassungsvorbehalt. Anmerkungen zum Maastricht-Urteil des BVerfG vom 12.10.1993, NJ 1994, 1; Steindorff, Ernst, DasMaastrichtUrteil zwischen Grundgesetz und europäischer Integration, EWS 1993, 341; Tomuschat, Christian, Die EuropäischeUnion unter Aufsicht des Bundesverfassungsgerichts, EuGRZ 1993, 489; Wieland, Joachim, Germany in the European Union - TheMaastricht Decision of the Bundesverfassungsgericht, EJIL 5 (1994), 259.

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serían miembros activos de los Tribunales Constitucionales o de sus equivalentes en los Estadosmiembros. Dentro del Consejo Constitucional, ningún Estado miembro tendría poder de veto. Lacomposición también dejaría patente que el asunto de las competencias es ante todo un asuntode normas constitucionales nacionales, pero sujetas a la solución de la Unión a través de una ins-titución de la Unión.

No voy a elaborar ninguno de los aspectos técnicos de esta propuesta. Su mérito principal esque aborda el problema de los límites jurisdiccionales fundamentales sin poner en peligro la inte-gridad constitucional de la Comunidad, como hizo la Decisión sobre Maastricht del TribunalConstitucional Federal Alemán. Debido a que, desde un punto de vista material, el asunto de loslímites tiene una indeterminación intrínseca, el problema fundamental no consiste en saber cuá-les son los límites, sino quién los decide. Por un lado, la composición del propuesto ConsejoConstitucional deja de ser un problema puramente político; por otro, crea una entidad que disfru-taría de una confianza pública muy superior.

El texto sometido a los europeos incorporaba dicha lista, pero dejaba en el mismo sitio a lospolíticos de siempre. Esto, al parecer, no inspiró demasiada confianza.

La Carta de los Derechos FundamentalesFinalmente, me gustaría expresar un motivo de pesar muy particular por el rechazo de la Carta delos Derechos Fundamentales. En primer lugar, recordemos que la Carta podía integrarse dentro delos Tratados, como se propuso para el de Niza, sin la parafernalia constitucional.

Pero podemos llegar aún más lejos. Merece la pena preguntarnos si Europa necesitaba real-mente esta Carta. ¿Iba a mejorar realmente la protección de los derechos humanos fundamenta-les dentro de la Unión? Después de todo, los ciudadanos y los residentes europeos no sufren undéficit de protección jurídica de los Derechos Humanos. En la mayor parte de los Estados miem-bros, los tribunales constitucionales u otros tribunales defienden estos derechos. Como una redde protección adicional, también están protegidos por la Convención Europea sobre DerechosHumanos y por los órganos de Estrasburgo. En la Comunidad, el TJE proporciona protección jurí-dica utilizando como fuente la misma Convención y las tradiciones constitucionales comunes a losEstados miembros.

¿Así que para qué se necesitaba una nueva Carta?

Para los promotores de la Carta, lo más importante era el problema de la percepción y de laidentidad. Desde Maastricht, la legitimidad política de la construcción europea seguía siendo untema candente; el establecimiento de la Unión Monetaria (UME), con su Banco Central Europeo –independiente– apuntaló la percepción de una Europa más preocupada por los mercados que porla gente. Es muy probable que el Tribunal Europeo garantice la protección jurídica contra las viola-ciones de los derechos humanos, pero ¿quién es consciente de ello?

Una Carta, afirman sus defensores, haría evidente e incuestionable lo que hasta ahora sóloconocían unos abogados sin nombre ni rostro. Además, la Carta, en su papel de símbolo funda-mental, serviría de contrapartida al euro y se convertiría en parte de la iconografía de la integra-ción europea, contribuyendo así a la identidad y a la identificación con Europa.

¿Se ha confirmado esto? El tiempo lo dirá, pero por ahora la Carta es la típica leyenda euro-pea, parecida al concepto de Ciudadanía Europea que se anunció a bombo y platillo en Maastricht:

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un ejercicio caracterizado por una retórica pomposa y vacía y, al mismo tiempo, un llamativo fraca-so a la hora de tomar decisiones importantes para integrarlo en la ordenación jurídica de la Unión.Estamos tan acostumbrados a este doble euro-lenguaje que no nos dimos cuenta.

Los expertos legales subrayaron con gran entusiasmo que los Abogados Generales del TribunalEuropeo de Justicia (y ahora el Tribunal de Primera Instancia) ya se refieren a la Carta y que puedeser “incorporada” en el ordenamiento jurídico por la vía judicial. No estoy seguro de que esta ini-ciativa sea positiva, ni desde un punto de vista pragmático ni normativo. Me pregunto si el silen-cio absoluto por parte del Tribunal, o un rechazo provocador a la hora de tener en cuenta la Carta,no impulsarían mejor una posible acción política. También me pregunto, tal y como he indicadoanteriormente, si el Tribunal está capacitado para llegar muy lejos en la incorporación jurídica dela Carta, teniendo en cuenta, por decirlo lisa y llanamente, que ésta ha sido rechazada como parteintegrante de la ordenación jurídica de la Unión. No se puede entonar odas a la democracia y alconstitucionalismo, y luego no acatarlas cuando no encajan en nuestro programa de derechoshumanos. Parece como si el Tribunal mismo hubiera asumido estas advertencias.

A menudo se invoca la claridad como una segunda justificación a la hora de respaldar ese ejer-cicio. Se argumenta que el sistema actual de considerar las tradiciones constitucionales comunesy el Tribunal Europeo de Derechos Humanos como una fuente para los derechos protegidos en laUnión resulta insatisfactorio y debiera ser sustituido por un documento formal que enumeraraestos derechos. Pero, ¿podría hacerse este texto más claro? Examinémoslo. Está bien redactadoen ese magistral lenguaje característico de nuestras tradiciones constitucionales: la DignidadHumana es inviolable, etcétera. Esta tradición tiene sin duda muchas virtudes, pero entre ellas noestá la de la claridad. Llegado el momento de definir los límites de los derechos incluidos en laCarta, no estoy seguro de que haya añadido más claridad entre lo que protege y lo que no.

Nótese además que al redactar una lista e incorporarla quizá algún día en su totalidad en elordenamiento jurídico, habremos tirado por la borda –al menos en parte– una de las característi-cas realmente originales de la arquitectura constitucional previa a la Carta en el campo de losderechos humanos, es decir, la capacidad de utilizar el régimen jurídico de cada Estado miembrocomo un laboratorio vivo y orgánico de protección de los derechos humanos que caso a casopuede ir adaptándose a las necesidades de la Unión por parte del Tribunal Europeo, por medio deun diálogo con sus homólogos nacionales. Puede que la Carta no frustre del todo dicho proceso,pero conlleva el riesgo de inducir una jurisprudencia más introspectiva y frenar el diálogo constitu-cional.

Se decía que la redacción de una nueva Carta daría la oportunidad de introducir algunas inno-vaciones muy necesarias en nuestras normas constitucionales, moldeadas según constitucionesy tratados constitucionales anticuados. Asuntos como la biotecnología, la ingeniería genética, elderecho a la intimidad en la era de Internet, la identidad sexual y, sobre todo, los derechos políti-cos de los individuos podrían abordarse por primera vez y colocar así a la Carta a la vanguardiadel constitucionalismo europeo.

Dejaré que los asistentes a esta conferencia juzguen si la Carta ha sabido introducir estasnovedades. En algunos casos, el lenguaje utilizado por la Carta corre el riesgo de “desconstitu-cionalizar” ciertos derechos. La fórmula bastante utilizada sobre derechos –“Se garantizan, deacuerdo con las normas nacionales que regulen su ejercicio”– puede infligir un daño considera-ble a la protección constitucional de los derechos humanos. Mientras sea una fórmula que puedeencontrarse en los ordenamientos constitucionales de los Estados miembros y en los tratados

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constitucionales y, mientras sea posible desarrollar una jurisprudencia que separe la existenciade un derecho de su ejercicio, en el marco de las circunstancias particulares de la Comunidad,será muy difícil desafiar constitucionalmente una medida comunitaria (y mucho menos a unEstado miembro) que duplique la ley existente en este o en aquel Estado miembro. Esto puedeconducir a una involución extraordinariamente regresiva en el campo de la protección de los dere-chos humanos.

Otra situación regresiva se produciría si el Tribunal se viese presionado para rechazar cualquierinterpretación progresiva de las distintas fórmulas que se encuentran en esta Carta, si resultaraque la Convención que redactó la Carta había rechazado esas mismas fórmulas. Por ejemplo, unapropuesta para incorporar a la Carta “el derecho de todos a tener una nacionalidad” fue rechaza-da durante el proceso de redacción. Sería difícil ahora que el Tribunal llegase a articular un dere-cho como éste. Asimismo, la “integridad genética” se suprimió del Artículo 3 sobre el Derecho ala Integridad de la Persona. Esto también hubiera podido tener consecuencias en su interpreta-ción. Y se pueden encontrar muchos más ejemplos. En general, al Tribunal le resultaría muchomás difícil cristalizar una Comunidad que hubiera sido rechazada por una asamblea política cons-tituyente. En algunas áreas, la Carta recorta realmente la protección que ahora proporciona elordenamiento legal de la Comunidad. El artículo 51(1) de hecho reduce las categorías de actosde los Estados miembros que podrían estar sujetos al escrutinio europeo, y el Artículo 53 dejaentrever los problemas de la supremacía del Derecho Comunitario en esta área.

Pero lo más problemático de todo consiste en el hecho de que el ejercicio de la Carta haya ser-vido de subterfugio o de coartada para no hacer lo que resultaba imprescindible para mejorar laprotección de los derechos fundamentales en la Unión, en vez de hablar sobre la mejora de dichaprotección.

El verdadero problema de la Comunidad es la ausencia de una política de derechos humanos,con todo lo que eso conlleva: un Comisario, una Dirección General, un presupuesto y un plan deacción horizontal para que sean efectivos esos derechos, ya otorgados en los Tratados y protegi-dos en los diferentes niveles de los Tribunales Europeos. Gran parte de la historia de los derechoshumanos y de su violación se produce fuera de las augustas salas de los tribunales. Muchas víc-timas de violaciones de derechos no saben ni tienen medios para interponer recursos judiciales.La Unión no necesita más derechos en sus listas, ni más listas de derechos. Lo que necesitasobre todo son programas y agencias que conviertan en realidad esos derechos y no simples inter-dictos para que los tribunales los hagan cumplir.

La mejor forma de comprender este punto es pensar en la política de competencia.Imaginemos que nuestra Comunidad tiene unos artículos 81 y 82 que prohíben las prácticas res-trictivas y el abuso de posición dominante, pero sin tener un Comisario ni una Dirección General(DG) de Competencia para controlar, investigar, regular y perseguir las violaciones. Las denunciasde violaciones de la competencia se verían seriamente comprometidas. Pues bien, esa es exac-tamente la situación de los derechos humanos. En su gran mayoría, las normas apropiadas yaexisten. Si las violaciones llegaran al Tribunal, la reacción judicial sería igualmente apropiada. Pero¿seríamos realmente capaces de combatir los casos de violación anti-monopolio sin una DG desu Competencia? ¿Tendríamos la misma oportunidad en el campo de los derechos humanos sincontar con una estructura institucional similar?

Una de las razones por las que no contamos con una política en este terreno es porque elTribunal –a mi entender erróneamente– anunció en Opinión 2/94 que la protección de los dere-

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chos humanos no es uno de los objetivos de la política de la Comunidad, y por tanto no puedeestar sujeta a una política proactiva.

Mucho más importante que cualquier Carta para la reivindicación efectiva de los derechoshumanos hubiera sido una simple enmienda del Tratado recogiendo una protección activa de losderechos humanos dentro de la esfera de aplicación del Derecho Comunitario, como parte de lapolítica comunitaria y de otras políticas y objetivos del Artículo 3, así como un compromiso paratomar todas las medidas necesarias para abordar estas política expeditivamente7. Hay que decirque no sólo no se tomó esta medida, sino que el Artículo 51(2) dejaba claro que sería muy difíciltomar esta iniciativa en el futuro.

Lo más importante que puede hacer la próxima CIG por los derechos humanos no es la adop-ción da la Carta (a pesar de que en este punto el rechazo permanente de la Carta sería suma-mente perjudicial), sino el compromiso de adoptar una política de derechos humanos, por supues-to dentro de la esfera de aplicación del Derecho Comunitario y no más allá. En el plano concep-tual, esta decisión no es difícil de tomar. Sin embargo, es de las más arduas en el plano político.

Conclusiones: El momento constitucionalUna de las características del desarrollo de la construcción europea es la atención desmesuradaque siempre se ha prestado al proceso político de toma de decisiones. En cambio los desarrollosconstitucionales, que acarrean a menudo graves consecuencias ya que condicionan el “sistemaoperativo” de la organización política, se han producido casi a hurtadillas.

Pues bien, ahora nos encontramos, nada menos, en pleno debate explícito acerca de constitu-cionalismo. El rechazo de este texto no debería acarrear más lamentaciones. Sería una arrogan-cia propia de leguleyos imaginar que todas las constituciones se limitan a ésta. Estos problemasson como los diques y las presas de un río, capaces de canalizar y a veces obstaculizar, pero noalterar realmente el curso de la vida de los seres humanos. El futuro de Europa no se decidirá ensu sentido más profundo por este texto o por cualquier otro. El rechazo de este texto no es un“No” a Europa. Es un “No” a cierto tipo de Europa, y especialmente, a una Europa que espera quetodos sus ciudadanos digan amén a todas las decisiones de nuestros “líderes”. Yo hubiera vota-do a favor de esta Constitución. Pero no sólo respeto la elección que han hecho los ciudadanoseuropeos. También reconozco que esta elección es un hito importante y un momento constitucio-nal en la democratización de Europa.

Referencias

Alston, P. and Weiler, J. H. H. (1999). An ‘Ever Closer Union’ in Need of a Human Rights Policy: Jean Monnet Working Paper 1/99).

Chirac, J. (2000) Our Europe (Londres: Federal Trust).

Habermas, J. (1992) “Citoyenneté et identité nationale. Réflexions sur l’avenir de l’Europe’’ en Lenoble, J. and Dewandre, N. (ed.)L’Europe au Soir du Siècle: Identité et Démocratie. (París: Esprit).

Habermas, J. (1999) ‘The European Nation-State and the Pressures of Globalization’, New Left Review (235): 46-59.

Habermas, J. (2001) So, Why Does Europe Need a Constitution? (Fiesole, Italia: Robert Schuman Centre, European UniversityInstitute).

Leonard, M. (2000) (ed.) The Future Shape of Europe (Londres: The Foreign Policy Centre).

Weiler, J. H. H. (1997) ‘The Reformation of European Constitutionalism’, Journal of Common Market Studies 35(1): 97-131.

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7 Para un debate de altura sobre la necesidad y el contenido de esta política, ver Philip Alston and J. H. H. Weiler, An ‘EverCloser Union’ in Need of a Human Rights Policy: The European Union and Human Rights Harvard Jean Monnet Working Paper1/99 www.law.harvard.edu/programs/JeanMonnet/ and http://ejil.org/journal/Vol9/No4/090658.pdf

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Dos frases para la historia son insoslayables en cualquier referencia al American Enterprise Institute. La primera, lafamosa interpelación del Presidente Ronald Reagan a Mijaíl Gorbachov en Berlín en 1987: “General SecretaryGorbachov, if you seek peace, if you seek prosperity, come here to this gate. Mr. Gorbachov, open this gate, tear downthis wall”. La segunda, la retadora proclama del presidente Bush en su discurso inaugural del pasado mes de enero:“All who live in tyranny and oppression: when you stand for your liberty, we will stand for you. The United States will notignore your oppression or excuse your oppressors; when you stand for your liberty, we will stand for you”.

Muchos políticos y pensadores europeos políticamente correctos, tildaron al presidente Reagan de utópico, mien-tras proclamaban con un deje paternalista las virtudes del realismo, la estabilidad y la coexistencia pacífica. Hoy sabe-mos que la Historia le ha dado la razón a los Estados Unidos, al presidente Reagan y a aquellos líderes europeos queno dudaron en secundar esa postura: Margaret Thatcher y Juan Pablo II. Y también hoy, la marcha hacia la libertadimpulsada por el presidente Bush y respaldada, como entonces, por algunos líderes europeos –entre los que destacanel primer ministro Blair y el presidente Aznar–, recibe comentarios similares desde distintos voceros de ideas amortiza-das, de ideas muertas, pero que siguen entre nosotros, actuando, influyendo. Es decir, “ideas-zombi”. Mientras, laHistoria se va tejiendo con las voces de millones de ciudadanos que, desde Afganistán hasta el Líbano, proclaman suansia de libertad.

En uno de sus últimos artículos titulado “Why the economy must remain job one”, dice Chris DeMuth: “Los radica-les islámicos no odian a los Estados Unidos tanto por sus símbolos como por sus virtudes de libertad, de prosperidady de dinamismo”. Chris DeMuth, abogado y economista, trabajó en las Administraciones de Richard Nixon y de RonaldReagan y enseñó en la famosa Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard. Desde 1986, es presiden-te del American Enterprise Institute, think tank en el que se puede rastrear el andamiaje intelectual de la idea de liber-tad que subyace a la miliar toma de posición de los presidentes republicanos Reagan y Bush.

Detrás de los planteamientos intelectuales que inspiraron la creación del American Enterprise Institute, que hoydefiende en primera línea bajo la presidencia de Chris DeMuth, hay una común apuesta por el ser humano, por su capa-cidad de creación, de imaginación, de iniciativa. Una común apuesta por la libertad, que contrasta con el derrotismopactista que subyace a la doctrina del “realismo en política exterior” que propugna aún hoy a la izquierda europea.Derrotismo, por mucho que se envuelva en oropeles de brillantes eslóganes como el de “Alianza de Civilizaciones”.

Ana Palacio

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EL FUTURO DE LA REVOLUCIÓN: DE LA REVOLUCIÓN A LAS INSTITUCIONES

Christopher DeMuth

Es un gran honor para mí haber sido invitado a participar en este ciclo de conferencias de FAES.Debo decir que Ia invitación me sorprendió y me divirtió. Coincidí con el Presidente Aznar enWashington el verano pasado y estuvimos hablando de los acontecimientos políticos, de los “thinktanks” y de su nueva actividad en FAES. Me dijo que Ana Palacio y él estaban organizando un ciclode conferencias para conmemorar el “25º aniversario de la Revolución”. “Disculpe, PresidenteAznar”, Ie interumpí, “¿a qué revolución se refiere?” Me respondió tranquilamente, “¿Recuerda1980, Ronald Reagan y Margaret Thatcher?”

A ambos nos pareció gracioso que un líder político europeo le recordara al presidente delAmerican Enterprise Institute la importancia de Ronald Reagan y su aniversario. Pero también fueun momento revelador. Hay algo de verdad en la caricatura que se hace de los norteamericanosobsesionados con el presente y de los europeos que tienen una mayor conciencia de la historia,de cómo el pasado resurge y amenaza nuestro horizonte actual. Por eso aprecio tanto la invitacióna reflexionar sobre la época de Reagan y Thatcher y comprobar qué nos enseñan sobre los distin-tos –pero igual de importantes y discutibles– problemas a los que nos enfrentamos en la actuali-dad.

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Debo empezar diciendo que la Revolución de la Libertad no comenzó realmente en noviembrede 1980, cuando Ronald Reagan fue elegido presidente de los Estados Unidos, sino cinco añosantes –en noviembre de 1975– cuando el Rey Don Juan Carlos subió al trono en Madrid y anun-ció que iba a ser el rey de todos los españoles y a instaurar la democracia en España. La impor-tancia de ese momento no se puede subestimar. Gracias al liderazgo del Rey y de una generaciónemergente de jóvenes activistas políticos, España demostró, por primera vez en la historia moder-na, que era posible que una nación pasara de la dictadura a la democracia sin grandes estallidosde violencia. Un gran número de intelectuales y de analistas políticos dudó desde el principio desu viabilidad. El ejemplo español se extendió enseguida a Portugal y Latinoamérica. A finales delos años ochenta, de los países de habla española o portuguesa sólo dos no eran democraciaslibres.

No obstante, es cierto que el movimiento inicial hacia la libertad política y civil cobró un nuevoy gigantesco impulso con la llegada de Margaret Thatcher en 1978 y Ronald Reagan en 1980.Creo que sus logros nos enseñan tres grandes lecciones que podemos aplicar a nuestra situaciónen 2005.

ILa primera lección es que la libertad y la democracia no son costumbres típicas y exclusivas

de las personas que viven alrededor de Atlántico Norte, sino que son universales y fundamenta-les. Son fuerzas transformadoras que nos permiten detectar y poner en práctica oportunidades demejora que de otra manera nos estarían vedadas.

Estas enseñanzas, a pesar de haber sido fundamentales para el Presidente Reagan y laPrimera Ministra Thatcher una vez elegidos, tuvieron poco que ver con su forma de llegar al poder,ya que entraron en la Casa Blanca y en el 10 de Downing Street por casualidad. Ambos presiden-tes procedían de familias humildes de clase media-baja y habían sido objeto del desprecio porparte de las capas altas de sus partidos, el partido conservador británico y el partido republicanoamericano. Eran figuras minoritarias en partidos minoritarios y habían sido elegidos por desespe-ración en un clima de crisis que había desacreditado a todos los que estaban a su alrededor.

En Gran Bretaña, la economía se encontraba en estado de descomposición, a lo que se suma-ba una serie de terribles huelgas que paralizaron el país: la basura se amontonaba por las callesde Londres, los ataúdes se apilaban porque los conductores de ambulancias estaban en huelgay se negaban a llevar a los enfermos y a los moribundos a los hospitales. Lo que se denominó el‘British disease’ (‘mal británico’) se reveló una enfermedad mortal. En los Estados Unidos, nosenfrentábamos a desmesuradas tasas de inflación y paro, a la crisis de rehenes de Irán –en laque los ciudadanos americanos fueron capturados en suelo americano, provocando una reacciónpatética e ineficaz– y a un presidente que reprochaba a sus ciudadanos que no quisieran adaptar-se a un mundo (desde su punto de vista) en crisis y con menos oportunidades.

Sólo después de acceder al poder, se hizo patente que Thatcher y Reagan representaban algomás que alternativas conservadoras al fracaso político de James Callaghan en Gran Bretaña y deJimmy Carter en los Estados Unidos. Ellos tenían sus propias ideas sobre el papel que debía jugarla libertad y la democracia en la práctica política, unas ideas que no habían formado parte del pen-samiento político general que les había precedido.

Reagan y Thatcher asumieron dos premisas. La primera era su valoración de la economía sovié-tica. Desde finales de los años cincuenta hasta los ochenta, en Occidente dominaba la idea de

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que la economía de mercado, debido a todas sus ventajas a escala nacional, suponía un obstá-culo en nuestra lucha contra el comunismo soviético. Las libertades económicas se concebíancomo una fuente de riqueza privada y de satisfacción personal, pero tenían un elevado precio a lahora de abordar objetivos más amplios. Las economías occidentales fueron creadas para los con-sumidores, mientras que las economías soviéticas fueron creadas para el poder nacional.

Un ejemplo que ilustra claramente esta idea es la lucha por la presidencia de los EstadosUnidos en 1960 entre el Vicepresidente Richard M. Nixon y el Senador John F. Kennedy. El añoanterior, el Vicepresidente Nixon participó en la célebre discusión espontánea que surgió con elsoviético Nikita Kruschev en una exposición americana en Moscú en la que se comparaban lastecnologías de consumo de ambos países. Durante la visita, Nixon habló de la televisión en color–una nueva tecnología revolucionaria en aquella época que en los Estados Unidos sustituyó rápi-damente a la televisión en blanco y negro– como ejemplo de superioridad de la economía ameri-cana; aunque también reconoció que los soviéticos iban por delante en otras áreas como el envíode cohetes para explorar el espacio. Más tarde, en 1960, el Senador Kennedy hizo de ese temapendiente de los misiles un asunto fundamental en su campaña presidencial, y se burló delcomentario que Nixon realizó en aquella ocasión. Kennedy declaró que América debía ocupar elprimer lugar en la carrera de los cohetes espaciales, aunque eso significara ser segundo en tele-visiones en color.

A ese respecto, el Vicepresidente Nixon –candidato republicano y supuestamente con más“visión de mercado”– replicó: “De ninguna manera. América puede permitirse ambas cosas, lastelevisiones en color y los misiles más potentes, lo único que hay que hacer es trabajar más”.Parece ser que a nadie se le había ocurrido –ni tampoco a los que participaron en los debates de1960– que una economía tan avanzada tecnológicamente y capaz de producir televisiones enmasa –un milagro comparable al iPod actual– pudiera ponerse por delante de la planificada eco-nomía soviética, incapaz de producir siquiera televisiones en blanco y negro de calidad, por nohablar de neveras o tostadoras. La única persona que había comprendido ese punto era el propioNikita Kruschev, que respondió a Nixon insistiendo que la Unión Soviética iba por delante de losEstados Unidos tanto en televisiones en color como con el lanzamiento de cohetes. Esta afirma-ción tan ridícula la pronunciaba un hombre sin escrúpulos que conocía muy bien a su adversario.

Cuento esta anécdota como metáfora de la profunda confusión que reinó en Occidente duran-te toda la Guerra Fría en cuanto a los méritos de la economía libre frente a la socialista. Durantedécadas, la CIA realizó cálculos anuales sobre el comportamiento de la economía soviética queahora sabemos que estaban inflados. (También sabemos que, al sobreestimar el PIB de la UniónSoviética, se subestimaba el porcentaje que los soviéticos dedicaban al gasto militar). Los cálcu-los erróneos de la CIA no fueron resultado de un servicio de inteligencia ineficaz o de unas técni-cas de cálculo inexactas. La Agencia estaba formada por economistas muy preparados salidos deHarvard, Yale, y de otras grandes universidades que habían asimilado las teorías –muy popularesen aquellos tiempos– sobre las ventajas inherentes del socialismo y los derroches y la ineficaciade los mercados libres. Hubiera bastado pasearse unos cuantos días por Moscú y Leningrado parademostrar que esas ideas eran totalmente erróneas. Si uno va a la biblioteca y consulta elStatistical Abstract of the United States de 1989, se da cuenta de que el año en que cayó el Murode Berlín, el gobierno de los Estados Unidos calculaba que el PIB per capita era mayor en AlemaniaOriental que en Alemania Occidental.

La segunda premisa de la que partían Reagan y Thatcher se basaba en el papel de los dere-chos humanos y la democracia en la política exterior. El pensamiento dominante decía que estos

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asuntos resultaban ajenos a los intereses políticos occidentales e incluso perjudiciales. Esto queparece tan extraño hoy en día, se basaba en la idea de que las economías del bloque soviéticofuncionaban bien y que estaban alcanzando a las occidentales. Desde luego, si ese era el caso,el comunismo soviético estaba bien asentado y el estado de la política internacional era en aquelmomento inmutable. Podíamos lamentarnos sobre la falta de derechos civiles y libertades políti-cas en los países comunistas, pero su sistema mostraba ciertas ventajas y no tenía la más míni-ma intención de desaparecer. Por lo tanto, lo mejor que podíamos hacer era aprender a vivir conello. Entre los conservadores, tanto en Gran Bretaña como los Estados Unidos, la escuela domi-nante de análisis de la política exterior era el realismo. El realismo suponía llevar lo mejor posiblelas relaciones de poder entre los estados, sin tener muy en cuenta lo que ocurría dentro de losestados, es decir dentro de las sociedades que esos estados decían representar.

En aquella época había una escuela rival dedicada al activismo pro derechos humanos en asun-tos internacionales, pero había estado dominada durante cuatro años por el Presidente JimmyCarter, cuya visión de los derechos humanos era bastante perversa. En manos del PresidenteCarter, los derechos humanos constituían una herramienta que se utilizaba contra los gobiernosautoritarios simpatizantes de los Estados Unidos en la lucha contra el comunismo soviético, aun-que en los países comunistas no se prestaba ninguna importancia a la violación de los derechoshumanos. Con el predecesor del Presidente Carter, Gerald Ford, los derechos humanos habíandesempeñado un papel más neutral y eficaz en la política de la Guerra Fría. En 1975, cuando elPresidente Ford y varios líderes europeos firmaron los Acuerdos de Helsinki con el líder soviéticoBrezhnev, reconocieron en cierto sentido el dominio soviético en Europa Oriental a cambio delacuerdo soviético de reconocer ciertos derechos humanos para sus propios pueblos. LosAcuerdos de Helsinki resultaron ser un golpe maestro para la realpolitik de los derechos humanosy que propiciaron las primeras aperturas de la política nacional soviética para Andrei Sakharov,Natan Sharansky, y otros valientes disidentes. Pero en ese momento, los conservadores america-nos criticaron a Gerald Ford por firmar los Acuerdos con tanta intensidad como atacaron la políti-ca de Jimmy Carter sobre derechos humanos.

Ronald Reagan y Margaret Thatcher rechazaron de forma rotunda y sin contemplaciones esasideas dominantes en cuanto accedieron al poder. Para ellos, la lucha fundamental entre el mundolibre y el soviético era una lucha moral, no una lucha de poder. La lucha de poder que había aca-parado la atención de la elite política extranjera era simplemente un reflejo de una división moralimplícita. Las economías libres de Occidente no eran un punto débil sino un punto fuerte en labatalla contra el comunismo. Y la falta de libertades individuales y políticas entre los sometidosal totalitarismo soviético era el tendón de Aquiles que precipitaría su caída. Thatcher y Reagan nobuscaban la distensión sino la destrucción; no buscaban la coexistencia pacífica sino la victoriapacífica.

La política nacional y la política exterior estaban íntimamente relacionadas en la visión estra-tégica de Reagan-Thatcher. La liberalización, una moneda estable, unos impuestos bajos, y laprivatización eran formas de potenciar la ventaja natural de Occidente sobre las economías pla-nificadas socialistas. Los enormes recursos que el Presidente Reagan invirtió en el rearme mili-tar de Estados Unidos en los años ochenta, y la confianza que expresó públicamente en la cre-ación de un sistema de defensa de misiles de alta tecnología, formaban parte tanto de la polí-tica económica como de la militar. Al final, dándole la vuelta a la estrategia de Nikita Khruschev,Reagan se propuso convencer a los líderes soviéticos que sucedieron a Brezhnev de que nopodrían alcanzar a Occidente y de que se iban a quedar cada vez más atrás, incluso en el áreade su economía que mejor funcionaba, es decir la militar. Y proporcionó un apoyo continuo tanto

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material como moral a los que luchaban contra los soviéticos defendiendo la libertad enLatinoamérica y en todas partes.

Ahora contamos con el informe de Natan Sharansky para conocer los efectos dentro de la UniónSoviética, mucho antes de que se reconocieran en Occidente. En la prisión en la que estuvo encar-celado muchos años, algunos reclusos desarrollaron ingeniosos métodos subrepticios de comuni-cación, como cuando tamborileaban códigos para pasarse mensajes por las tuberías o cuandotenían un mensaje muy urgente, tiraban de la cadena del W.C. pegaban la cabeza al inodoro yhablaban entre ellos directamente. El día después de que Ronald Reagan pronunciara su famosodiscurso del “Imperio del Mal” en Estados Unidos, un día en que los medios de comunicación occi-dentales emplearon en burlarse y ridiculizar aquellas palabras, las tuberías y los inodoros de lacárcel donde estaba preso Sharansky resonaban con códigos nerviosos y gritos de júbilo. Todoslos presos supieron inmediatamente que después de que el líder de Occidente llamara a la UniónSoviética por su verdadero nombre, ésta estaba abocada al fracaso y que ellos verían el final.

Cuando Ronald Reagan dejó la presidencia tras ocho años de mandato en un mundo donde rei-naba el realismo en la política exterior y el pesimismo en torno al declive de Occidente, dio su últi-ma gran conferencia pública en Washington, en mi instituto, el American Enterprise Institute. Yesto es lo que dijo:

“Nosotros abogábamos por una política exterior cuya base fundamental eran aquellas verda-des que resultaban evidentes para todos los americanos: que todos los hombres son iguales pornaturaleza, que poseen derechos inalienables concedidos por su Creador, entre ellos el de la vida,el de la libertad y el de la búsqueda de la felicidad. Y lo hemos hecho no sólo porque creemosque es lo correcto, sino porque sabemos que es importante para nuestro país. Hemos hecho par-tícipe al mundo de la verdad que hemos aprendido de la noble tradición de la cultura occidental,y es que la única respuesta a la pobreza, a la guerra, a la opresión, se resume en una única pala-bra: libertad. Ahora, la libertad no sólo constituye un imperativo moral de nuestra política exterior;sino que también es notablemente pragmática. Si hay algo que el mundo ha aprendido en la déca-da de los ochenta es que la libertad funciona”.

La aplicación de la doctrina Reagan-Thatcher en la lucha contra el terrorismo y el radicalismoislámico al que nos enfrentamos hoy en día no podría ser más directa. Poco después del 11 deseptiembre, George W. Bush, José María Aznar, Tony Blair, y otros líderes asiáticos de grandesmiras, como el Primer Ministro japonés Junichiro Koizumi y el Presidente taiwanés Chen Shui-bian,colocaron la libertad y la democracia en el centro de su estrategia geopolítica, siguiendo la este-la de Reagan y Thatcher. El segundo discurso inaugural de George Bush el pasado mes de eneroponía particular énfasis en estos principios. Esta intervención fue criticada en la prensa america-na y europea. Pero apenas dos meses después, en Iraq, Afganistán, Ucrania, Palestina, Líbano yEgipto, hemos asistido a una serie de espectaculares avances en la democracia, tanto es así queincluso el New York Times y otras publicaciones críticas con la política del Presidente Bush hanllegado a decir que quizás, sólo quizás, tuviera razón.

Por supuesto hay quien dice que George Bush utiliza la democracia como excusa para expulsara Saddam Hussein sólo porque no logró encontrar las armas de destrucción masiva. Pero eso noes cierto. El aparato del gobierno americano empezó a comprender los dos pilares de la lucha con-tra el terrorismo unos meses después de los ataques del 11-S. En primer lugar, la tarea inmedia-ta consistía en perseguir, eliminar, matar o capturar a Al Qaeda y otros terroristas. En segundolugar, que eso no sería suficiente porque habría muchos jóvenes fanáticos esperando sustituirlos.

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Los nuevos reclutas –como la banda saudí-egipcia que planeó y dirigió los ataques del 11 de sep-tiembre– serían los seguidores de las tiranías seglares y teocráticas que habían regido los desti-nos de Oriente Medio durante tantas décadas, indiferentes ante el terrible fracaso de sus socie-dades y al fanatismo religioso que ese fracaso había engendrado. En un mundo donde pequeñasy bien organizadas células contaban con los medios para provocar una destrucción masiva enpoblaciones civiles inocentes, la única esperanza para lograr la paz mundial era llevar la paz a lassociedades del Oriente Medio árabe y persa. Y eso significaba civilizaciones donde el Islam habíalogrado la paz mediante la libertad individual, elecciones libres y el estado de derecho.

Iraq era el problema inmediato más urgente porque su dictador había invadido poco antes unestado soberano limítrofe, había violado todas las condiciones básicas del acuerdo de cese alfuego después del fracaso de su invasión, y había hecho de su país un paraíso para los terroris-tas locales (como poco). Con su derrocamiento se esperaba propiciar que las instituciones libresempezar a arraigar en el mundo árabe. Unas semanas antes del comienzo de la OperaciónLibertad Iraquí, el Presidente Bush expuso en un discurso en el American Enterprise Institute elrazonamiento lógico que fundamentaría lo que estaba a punto de ocurrir:

“El régimen iraquí ha mostrado el poder que tiene la tiranía para sembrar la discordia y la violencia enOriente Medio. Un Iraq liberado puede mostrar el poder que tiene la libertad para transformar esa regiónvital llevando la esperanza y el progreso a las vidas de millones de personas. Tanto los intereses deAmérica por la seguridad, como la profunda creencia de América en la libertad conducen a un mismoresultado: un Iraq libre y en paz.

Hubo un tiempo en que muchos defendían que las culturas japonesa y alemana no eran capaces demantener los valores democráticos. Pero se equivocaban. En la actualidad hay quienes dicen lo mismode Iraq. Y también se equivocan. Iraq –con su valioso patrimonio, sus abundantes recursos, y una pobla-ción preparada y educada– es completamente capaz de emprender la senda de la democracia y vivir enlibertad. Al mundo le interesa la implantación de los valores democráticos, porque las naciones establesy libres no engendran las ideologías de la muerte. Al contrario, impulsan la búsqueda pacífica de una vidamejor. Resulta presuntuoso e insultante sugerir que toda una zona del mundo –o una quinta parte de lahumanidad, que es musulmana– permanece ajena a las aspiraciones más básicas de la vida. Las cultu-ras pueden ser muy diferentes, pero el corazón humano se rige por los mismos buenos deseos en todoslos rincones de la Tierra.”

Es imposible imaginar una aplicación más fiel de las doctrinas que pusieron en marcha RonaldReagan y Margaret Thatcher a la situación actual.

IILa segunda lección de la revolución de la libertad de Reagan-Thatcher es que el verdadero lide-

razgo político está basado en las ideas y en la independencia. Ronald Reagan y Margaret Thatcherdemostraron que las ideas son tan importantes para gobernar eficazmente como los partidos polí-ticos y la organización de las campañas. Ambos eran políticos con un instinto pragmático muy des-arrollado, pero provenían de una cultura intelectual –del mundo de los think tanks, de los periódi-cos y revistas de opinión, y de las conferencias académicas, como esta en la que nos encontra-mos– que transcendió a sus partidos y, como hemos visto, puso en cuestión algunos de los dog-mas más arraigados de sus partidos. Ellos consideraron sus carreras políticas no como fines ensí, sino como medios para cumplir objetivos superiores para las sociedades en que vivían. Unavez que accedieron al gobierno mantuvieron estrechas relaciones con los intelectuales de sus paí-ses y prefirieron oír sus opiniones en vez de las de una nueva corte de manipuladores políticos yespecialistas en relaciones públicas. Este hecho les concedió una notable protección frente al ais-

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lamiento que amenaza a todo aquel que está en la jefatura de un gobierno. Nunca permitieronque los ministros o su staff los secuestraran y nunca imaginaron que el éxito político provenía decrear una relación a tres bandas entre los intereses políticos que les rodeaban, presionaban y adu-laban.

Yo mismo formé durante un tiempo parte del gabinete del Presidente Reagan en la Casa Blancay puedo decirles de primera mano que esas historias que cuentan que se mostraba distante y pocointeresado en los asuntos cotidianos son completamente falsas. Muchas de esas leyendas salie-ron de sus empleados, gente cuya principal queja era que permanecía ajeno a sus recomendacio-nes. Algo que solía ocurrir en la Casa Blanca en aquella época es que el Presidente recibía unmemorándum de decisiones que ofrecía tres opciones, A, B, y C, para que eligiera una. Pero él siem-pre escogía una en la que nadie había pensado excepto para consternación de todos, salvo, claroestá, él mismo. Ronald Reagan tenía sus propias ideas sobre las políticas correctas y el buen hacerpolítico que estaban respaldadas por sus relaciones con académicos, intelectuales, empresarios,viejos amigos y otras personas que no formaban parte de ningún gobierno o jerarquía política.Nuestro Departamento de Estado y la CIA, horrorizados por el borrador del discurso de Reagan del“Imperio del Mal”, le advirtieron de las serias repercusiones que podría acarrear en el ámbito inter-nacional. Ese sería el discurso que haría saltar de alegría a Natan Sharansky y a sus compañerosreclusos y aterrorizaría a los líderes soviéticos. Asimismo, cuando preparaba el borrador del famo-so discurso sobre el Muro de Berlín, los principales asesores de Reagan tacharon varias veces lafrase “Sr. Gorbachov, eche abajo el muro”, intentando convencerle de que no pronunciara esa fan-tasía ridícula y peligrosa. Pero Reagan sí que sabía lo que estaba ocurriendo. Sus profundos cono-cimientos, junto con las extensas fuentes de información, que no eran las que elaboraban susmemorandos de decisión, le dieron la confianza necesaria para imponer su opinión.

No sé tanto sobre la Primera Ministra Thatcher. Pero gracias a algunas de mis experiencias per-sonales y a las de los que trabajaron con ella, sé que incluso una conversación distendida conMargaret Thatcher parecía un examen oral en la universidad más competitiva ante el profesor másexigente e incisivo. Era una mujer dotada de fuertes convicciones y de un extraordinario don degentes. Aprovechaba cualquier encuentro para recopilar nueva información y poner a prueba susopiniones y sus juicios. Ella exponía sus propias opiniones de manera muy clara, y con la mismafuerza bombardeaba con preguntas a los demás exigiendo opiniones y argumentos. Quería hechosy le encantaba discutir; podía rebatir casi todo lo que le dijeran con tal de obtener más informa-ción. Su curiosidad insaciable formaba parte de su estrategia de liderazgo, que dependía de man-tener líneas de comunicación fuera de los círculos oficiales.

La lección que saco es que grupos como el AEI, FAES y otros que están surgiendo en Europa ytambién en Asia, no son actividades académicas de entretenimiento para políticos en su tiempolibre, sino que son realmente la vanguardia, el futuro de nuestros políticos. Los “think tanks” noson, a pesar de lo que su nombre indica, compartimentos estancos; son más bien incubadorasdonde maduran y se generan nuevas ideas y nuevos líderes que transformarán la política delmañana. En muchas ocasiones y en muchas democracias, la política ha estado en manos de polí-ticos convencionales, tal y como sucedió en los Estados Unidos en los años noventa y en Españaactualmente. Pero los líderes que marcan la diferencia, que hacen historia, proceden de institucio-nes que gestan nuevas ideas y conciben la política no como un concurso de popularidad, sinocomo un concurso de ideas.

George W. Bush no tiene el mismo background intelectual de Ronald Reagan y MargaretThatcher. Sin embargo, a finales de los noventa, el Gobernador de Texas consultó a escritores,

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académicos y expertos en políticas de diferentes formaciones para hablar sobre los problemasde Corea del Norte, de Irán, la reforma de la Seguridad Social, los impuestos, y una gran varie-dad de temas relativos al bienestar social. Así fue como acumuló información y conocimientosque sirvieran de complemento a sus fuertes convicciones y a su determinación. Y así siguehaciéndolo. Como todos sabemos, durante los últimos dos años, la “estrategia por la libertad”del Presidente Bush en Oriente Medio ha recibido continuos ataques, que a menudo se han con-vertido en insultos, de parte de la izquierda americana y de muchos centros oficiales e intelec-tuales de Europa. Pero lo que no se sabe tanto es que también ha sufrido ataques similaresdentro de su propio gobierno. El Departamento de Estado y la CIA se oponen ahora a las inicia-tivas de George Bush de la misma forma que se opusieron a las iniciativas más importantesen política exterior de Ronald Reagan. Nuestro “gobierno permanente” sostenía una visión dela Guerra Fría que en 1980 resulto ser muy contraproducente y, hoy tiene una visión de OrienteMedio igual de contraproducente. Irónicamente, las ideas desfasadas de hoy en día son un ves-tigio de la Guerra Fría. Buscan por encima de todo la estabilidad y el mantenimiento del statuquo y tienen miedo de los riesgos que entrañan con toda seguridad la libertad y la democraciaen Oriente Medio. Esta situación no sólo ha puesto a prueba la fuerte personalidad delPresidente Bush, sino también el conocimiento profundo de sus políticas a la hora de exponer-las ante una oposición interna tan fuerte que en ciertos momentos también se puede tacharde sabotaje.

Un excelente ejemplo de la extraordinaria y peculiar inteligencia del Presidente Bush es sureciente encuentro con Natan Sharansky, que ya he mencionado con anterioridad. El pasado mesde diciembre, Sharansky publicó un libro muy controvertido llamado The Case for Democracy(Alegato por la democracia). Un viejo amigo texano del Presidente Bush leyó el libro, se lo envió yle pidió que lo leyera inmediatamente, y así lo hizo. Unas semanas después, Sharansky se encon-traba en Washington, hablando en el AEI sobre el libro, cuando recibió una llamada de la CasaBlanca en la que le preguntaban si podría reunirse con el presidente. Hablaron más de una hora,y George Bush le dijo a Natan Sharansky: “Este libro describe a la perfección los objetivos de mipolítica exterior. Usted la ha comprendido y la ha expresado mejor que nadie”. Al final de la reu-nión, Sharansky abrazó al presidente y le dijo: “Sr. Presidente, ¡usted es el primer disidente delmundo!”. Viniendo de Natan Sharansky, este es el mayor elogio que se puede hacer. Imaginen loque significa que el Presidente de los Estados Unidos sea considerado un disidente. Significa quees un hombre que entiende la importancia de mantener la independencia intelectual ante la pre-sión constante de las diferentes corrientes políticas. Una de los cometidos más importantes quepueden llevar a cabo grupos como FAES y el AEI es cultivar la independencia respecto a los líde-res políticos.

IIILa tercera lección que podemos sacar de los años Reagan-Thatcher es que la libertad tiene

enemigos poderosos, y que la lucha por mantener y extender las instituciones libres no acabanunca. Ronald Reagan y Margaret Thatcher fueron en su día políticos tan controvertidos, y en algu-nos aspectos tan vituperados, como George Bush, José María Aznar y Tony Blair lo son hoy en día.Cuando sus ideas triunfaron, aquellos que se habían opuesto a ellas no reconocieron su error, nose retractaron de sus antiguas posiciones. De hecho, se limitaron a racionalizar los resultados.Muchos de ellos dijeron que el imperio soviético habría caído por sí solo y que lo habría hechoantes si Reagan y Thatcher no hubieran prolongado el final con su beligerante retórica y sus pro-vocaciones militares. Después de declarar sin ningún tipo de remordimientos que era un aconte-cimiento inevitable –lo que antes habían calificado de imposible- se reagruparon y se dedicaron aotros asuntos y causas que expresaban de forma diferente su hostilidad hacia la idea de la liber-

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tad individual. A medida que avance la “estrategia de la libertad” en Oriente Medio, veremos cómoaquellos que se opusieron balbucean las teorías más surrealistas.

La causa de la libertad se enfrenta permanentemente a tres obstáculos que debe superar cadageneración. El primero está constituido por las ideologías totalitarias –ideas sobre la constituciónde una sociedad que defienden que el Estado controle totalmente la vida de las personas–. Ayerfue el comunismo, hoy es el islamismo radical. El segundo está constituido por los grupos de inte-rés –grupos comerciales, sindicatos, agricultores, profesorado, jubilados, etc.– que logran obtenersubvenciones y otros beneficios del gobierno y que trabajan sin descanso para mantener sus pri-vilegios. Y el tercer obstáculo es la opinión pública en sí. La mayor parte del tiempo, la mayoríade las personas no presta atención a la política. Están ya bastante ocupados con sus trabajos,familias, comunidades locales, aficiones, deportes, y otros aspecto de su vida personal. Esto espositivo, pero esto pone en manos de los grupos de interés y de los ideólogos el control del pro-ceso político. Los grupos de interés sí están pendientes de lo que hace el gobierno y son espe-cialistas en defender las políticas que les benefician a costa del resto de la sociedad. Los ideólo-gos también son expertos en dar respuestas simples y rápidas a los problemas complejos e inex-tricables de forma a hacerlos atractivos a gente que tiene otro tipo de preocupaciones. La demo-cracia puede resultar realmente complicada y las sociedades libres no conocen con exactitud susresultados, pero muchas personas querrían que el gobierno les diera respuestas, y no meros pro-cedimientos para obtener respuestas.

A pesar de que las enseñanzas de la era Reagan-Thatcher están suficientemente claras en elcaso de Oriente Medio y a la hora de hacer frente a otras tiranías en el mundo, la revolución dela libertad presenta hoy tres asuntos particulares que forman parte de nuestro tiempo. En primerlugar, nosotros, liberales clásicos (llamados conservadores o libertarios en Estados Unidos, libe-rales en Europa) debemos determinar con exactitud hasta dónde queremos reducir el Estado debienestar nacional, incluidos los programas de seguridad social y regulación económica. Reagany Thatcher lograron detener el crecimiento del gobierno, reduciendo los impuestos, el gasto y lasregulaciones, pero no llegaron tan lejos como realmente querían y, aparte de las iniciativas de pri-vatización de la Primera Ministra Thatcher, ninguno de sus logros perduraron. No hemos tratadoestos problemas con más rigor debido a que existen desacuerdos entre nosotros (decir que unoes liberal no equivale a opinar sobre la política de pensiones) y debido a que no sabemos hastaqué punto serían bien recibidas nuestras ideas por parte de nuestros conciudadanos.

En segundo lugar, ¿hasta qué punto es intenso nuestro compromiso con la democracia, nosólo en Iraq y Siria, sino en nuestros propios países? Decir que uno está a favor de la demo-cracia no es decir lo que uno piensa sobre la Constitución europea o sobre las muchas formasde gobierno supranacional, como las Naciones Unidas, la Organización Mundial del Comercio, yel Protocolo de Kyoto, que sólo tienen una sutil relación con el sentir popular y el control de lademocracia. No especifica si es mejor una representación proporcional o el sistema electoralmayoritario, y no dice qué poderes deberían tener los gobiernos centrales y locales en los sis-temas federales.

Y por último, ¿pueden los ideales del liberalismo clásico, que se han abierto camino en las polí-ticas prácticas y en algunos grupos de la esfera intelectual, comenzar a ganar terreno en las ins-tituciones culturales de elite y populares, es decir en los periódicos y revistas, en la televisión y elcine, en la universidad, y en el mundo del arte y la literatura? Es un hecho destacable que des-pués de 25 ó 30 años de revolución de la libertad, casi toda la cultura occidental siga siendo claray manifiestamente de izquierdas y anti-liberal. Y es francamente vergonzoso que las sociedades

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que han logrado altos niveles de prosperidad económica y pluralismo social permanezcan tancerradas e inamovibles en el ámbito cultural. A los liberales como yo les gusta lamentarse de quelos medios son muy tendenciosos y de los caprichos ideológicos del profesorado y de las estre-llas de Hollywood. Pero avanzar en este camino exige algo más que lamentarse: tendríamos quedesarrollar nuestras propias instituciones y nuestros propios talentos, nuestros equivalentes cul-turales de Reagan, Thatcher y Aznar.

Creo que una forma fructífera de hacer frente a estos tres retos es abordarlos desde la pers-pectiva de la libre competencia. La libre competencia es algo distinto de la libertad, la democra-cia o la iniciativa privada. Propongo que todas las cosas que tienen valor deberían ser ofertadaspor distintos proveedores y así nadie podrá hacerse con un monopolio. Muchos se muestranescépticos ante los grandes negocios y el mercado libre, y muchos no confían en los intelectua-les de ninguna corriente, ya sean liberales o socialistas; pero casi todo el mundo entiende el prin-cipio de competencia gracias al deporte y a la vida cotidiana, y comprende que competir es un ali-ciente muy poderoso para trabajar más y obtener buenos resultados y un poderoso antídoto con-tra la corrupción y el trato de favor que es una verdadera plaga en muchos programas de gobier-no. Permítanme sugerir cómo se debe aplicar el principio de competencia a los retos que he espe-cificado previamente.

En lo referente al Estado de bienestar, creo –y estoy seguro de que la mayoría de los ciudada-nos también lo cree– que en unas sociedades tan ricas como las nuestras el gobierno debe apo-yar la educación de los jóvenes y ayudar con generosidad a los enfermos o a los que se enfren-tan a otros problemas serios de los que no tienen culpa. Pero eso no significa que dichos servi-cios deban ser monopolios del Estado. Sería mucho mejor que estos servicios se ofrecieran encondiciones de competencia. En Estados Unidos estamos en pleno debate sobre la reforma delas escuelas públicas, especialmente en las comunidades urbanas más pobres, que son cada vezmás caóticas e improductivas. La propuesta de reforma más prometedora consiste en entregar alos padres cheques escolares que podrán utilizar para enviar a sus hijos a la escuela que elijan,ya sea pública o privada. Ése es el principio de la competencia en acción. Cuando los padres ten-gan la posibilidad de negar recursos a una escuela y dárselos a otra, todas las escuelas tendránque esforzarse para sobrevivir. El mismo principio se puede aplicar a las pensiones, la asistenciasanitaria, la formación laboral, y otros servicios de tipo social. Uno puede ser igual de generoso ala hora de proporcionar una pensión o asistencia médica a personas con pocos recursos sin tenerque recurrir a los monopolios del Estado. Los planes de pensiones privados y los cheques paracomprar seguros médicos privados tienen potencial suficiente para corregir muchos de los proble-mas fiscales y económicos que asuelan al Estado del bienestar, al mismo tiempo que proporcio-nan una red de seguridad más sólida a los más necesitados.

La competencia es igualmente un principio importante a la hora de determinar los poderesrelativos de los gobiernos local, nacional, y supranacional. Desde luego, el gobierno es por defini-ción un monopolio de poder coactivo, pero el grado de monopolio es el verdadero meollo: ungobierno puede hacer cumplir sus normas a todos los ciudadanos, pero los ciudadanos, a su vez,pueden “votar con sus pies” o con sus carteras, trasladándose ellos mismos o trasladando susempresas a otras jurisdicciones que tengan normas distintas. En Estados Unidos, las normas demayor éxito son aquellas que se introducen en condiciones de máxima competencia entre losgobiernos de los Estados (como las leyes corporativas, donde las compañías eligen si quierenregirse por las leyes de un Estado, sin tener en cuenta donde se encuentran sus oficinas centra-les). En el ámbito internacional, el fenómeno de la globalización –la creciente movilidad de las per-sonas, el capital y las transacciones comerciales por todo el mundo– ha intensificado enormemen-

LA REVOLUCIÓN DE LA LIBERTAD

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Page 135: FAES Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales no ......Presidente Ronald Reagan: “Mientras esta puerta continúe cerrada, mientras la cicatriz que es el Muro siga en

te la competencia de las normas entre las distintas naciones con respecto al pasado y ha propi-ciado un sinfín de reformas muy positivas. Algunas iniciativas recientes realizadas a nivel supra-nacional así como ciertos tratados son iniciativas encaminadas a proteger a los poderes naciona-les tradicionales de los efectos de la globalización, creando “convenios normativos” que impidena los ciudadanos escapar de estas desafortunadas normas.

Como muchos extranjeros, soy reacio a opinar sobre la Constitución europea. Se trata de unaConstitución tan ligada a la situación política, y tan orgánica en cuanto a la experiencia y las aspi-raciones de cada país, que una opinión externa posee un valor limitado. Pero sí hay algo de lo queuna persona ajena a este tema puede hablar, y es el potencial de abusos que puede cometer ungobierno demasiado centralizado. En mi opinión, los detalles de dicha Constitución carecen deimportancia en comparación con el poder político que ha acumulado Bruselas. Hoy en día, enmuchas áreas de las políticas gubernamentales, se da una sana competencia entre las nacioneseuropeas. Por ejemplo, en el caso de la política fiscal, Irlanda introdujo hace diez años drásticasreducciones en los tipos de interés (especialmente en aquellos aplicados a las rentas del capital),lo que provocó una avalancha de inversiones extranjeras, un enorme incremento de la productivi-dad laboral y, por consiguiente, un gran incremento en los salarios medios. En 1998, la reducciónde los tipos de interés en España generó un incremento significativo de la oferta laboral y otrosbeneficios similares a los de Irlanda. Estas innovaciones en las políticas fiscales despertaron lasprotestas de otras naciones europeas, pero también generaron muchas otras mejoras a lo anchoy largo del continente.

En cuanto al gobierno europeo de Bruselas, la supresión de la competencia fiscal –que siem-pre prometió que no aplicaría, pero a la que ha ido cediendo poco a poco– sería muy perniciosapara la prosperidad económica. Y existen muchas otras propuestas, como la que pretende esta-blecer un órgano regulador de la Bolsa a nivel europeo que vendría a sustituir a las prácticas actua-les que reconocen la legalidad de las leyes nacionales y que sería igualmente dañina. Hace unosdías sentí una profunda decepción al enterarme del aplazamiento y posible abandono de las pro-puestas de libre competencia en servicios como la asistencia sanitaria más allá de las fronterasnacionales. Para el gobierno de Bruselas –que comenzó con el Tratado de Roma y el gran sueñode un mercado único europeo– el hecho de rendirse a las presiones del proteccionismo nacionalsería realmente lamentable.

En tercer lugar, y abordando el reto de la cultura, permítanme citar al gran novelista y ensayis-ta peruano Mario Vargas Llosa, que la semana pasada dio una conferencia en el AmericanEnterprise Institute. Afirmó que lo que diferencia la civilización de la barbarie no es la economía,sino las ideas y la cultura. Creo que la creación de una cultura global de libertad es el reto másimportante de todos los que tenemos hoy en día. La democracia y el capitalismo sólo pueden triun-far en una cultura que informe a los hombres libres de las distintas opciones y que otorgue sen-tido a las consecuencias sociales de sus decisiones. Pero una cultura de éxito, al igual que unademocracia o un sistema de mercado con éxito, debe basarse en la persuasión y no en la coac-ción: debe estar dispuesta a competir abiertamente con otras ideas, otros ideales y otras normas.Cuando nuestras instituciones culturales, populares o de elite, sean tan pluralistas y competitivascomo nuestras instituciones políticas y comerciales, habremos dado un gran paso en la revoluciónde la libertad.

3. EL FUTURO DE LA REVOLUCIÓN

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