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1 FACULTAD DE HISTORIA MAESTRÍA EN HISTORIA LA REPRESENTACIÓN DEL MUNDO EN LA LITERATURA DURANTE EL CAÑEDISMO: SÍMBOLOS Y FIGURAS TESIS QUE PARA OBTENER EL GRADO DE MAESTRO EN HISTORIA PRESENTA: LIC. SANTOS JAVIER VELÁZQUEZ HERNÁNDEZ DIRECTORA DE TESIS MC. ILDA ELIZABETH MORENO ROJAS CULIACÁN ROSALES, JUNIO DE 2010

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FACULTAD DE HISTORIA

MAESTRÍA EN HISTORIA

LA REPRESENTACIÓN DEL MUNDO EN LA

LITERATURA DURANTE EL CAÑEDISMO:

SÍMBOLOS Y FIGURAS

TESIS QUE PARA OBTENER EL GRADO DE MAESTRO

EN HISTORIA PRESENTA:

LIC. SANTOS JAVIER VELÁZQUEZ HERNÁNDEZ

DIRECTORA DE TESIS

MC. ILDA ELIZABETH MORENO ROJAS

CULIACÁN ROSALES, JUNIO DE 2010

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A Marcela Carrillo,

por impulsarme a emprender este viaje

sin extraviar el Norte

A mi madre Alejandra, y a Juana María,

por sus bendiciones

A Regina y Ximena,

hacedoras de alegría

A mi familia,

por su apoyo y comprensión

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Agradecimientos

Al Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología (CONACyT), por haberme otorgado

la beca para efectuar mis estudios de Posgrado en Historia en la Universidad Autónoma

de Sinaloa (UAS), así como a la Dirección de Intercambio y Vinculación Académica de la

UAS, por otorgarme la beca para realizar una estancia de investigación en la Universidad

de Sonora (USON), en la ciudad de Hermosillo.

A mi asesora M.C. Ilda Elizabeth Moreno Rojas, no sólo por su crítica siempre precisa,

sino también por su amistad y ejemplo. Al Dr. Carlos Maciel Sánchez y al Dr. Fortino

Corral Rodríguez, por sus valiosos comentarios y puntualizaciones.

Al personal del Archivo Histórico de Culiacán y al del Centro Regional de

Documentación Histórica y Científica de la UAS, por la amabilidad y atención brindada

durante la consulta hemerográfica.

A mis maestros y compañeros del posgrado, pues me brindaron horas de saber y

camaradería. En especial a Jean Turpy y Teodoso Navidad, por su amistad, y por libros y

materiales esenciales.

A Hada Rosabel Salazar y al misterioso Dr. Mar Duk, por su amistad y los libros.

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Índice

Introducción………………………………………………………………………………. 5

Capítulo 1. Una forma de historia cultural: la representación en la literatura

1. 1 La literatura: un documento para la historia………………………………………….. 9

1. 2 Trayectoria de la historia cultural: de la mentalidad a la representación………. 11

1. 3 La representación en la literatura……………………………………………………... 17

Capítulo 2. La era del Cañedismo, la era de los literatos

2. 1 El Porfiriato sinaloense……………………………………………………………….. 26

2. 2 ―Los hilos directivos‖ del comercio…………………………………………………. 28

2. 3 Los estratos y los ―trabajadores intelectuales……………………………………….. 31

2.3.1 La cultura y la era de los literatos………………………………………………… 35

2.3.2 Principales grupos autorales………………………………………………………. 39

2.3.3 La morada literaria: periódicos y revistas……………………………………….. 46

2.3.4 Las asociaciones literarias………………………………………………………… 54

Capítulo 3. Grafías de la literatura sinaloense y la representación del literato

3.1 Rasgos generales de la literatura sinaloense…………………………………………... 61

3.1.1 Romanticismo vs Modernismo: censura y subversión…………………………… 72

3.2 El literato: símbolos y luchas caballerescas………………………………………… 83

3.3 El bohemio converso: de maldito a pontífice………………………………………… 98

Capítulo 4. Símbolos y figuras antitéticas en la literatura

4.1 Héroes patrios: los precursores del progreso…………………………………………. 111

4.2 La ciencia y los Estados Unidos: la idealización del progreso…………………….. 122

4.3 El barco de vapor y su carga simbólica……………………………………………….. 131

4.4 El símbolo del crepúsculo y otras imágenes de la decadencia………………………… 138

4.5 La amada dual: virgen blanca versus ángel caído……………………………………. 152

Conclusiones………………………………………………………………………………. 169

Anexo………………………………………………………………………………………. 173

Bibliografía………………………………………………………………………………… 217

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Introducción

La mayoría de los estudios históricos sobre el periodo en que gobernó a Sinaloa el general

Francisco Cañedo Belmonte (1877-1909)1 se han centrado en explicar el contexto

político, económico y cultural.2 Estos estudios han sido realmente útiles y necesarios, y de

ningún modo han desmerecido nuestra atención, por el contrario: creemos que solamente

gracias a estas investigaciones, de firme base histórica, ha sido posible conocer ―a través

de la historia sociocultural― cómo vivió la sociedad durante el Cañedismo: el papel de

los intelectuales como precursores de la revolución, el florecimiento de la prensa y la

ideología que la irradió, la vida cotidiana y los juegos y diversiones durante los ratos de

ocio, por citar algunos ejemplos.3

Sin embargo, siendo el Cañedismo uno de los periodos más estudiados por la

historiografía sinaloense, falta aún por develar el imaginario social de esta época para

vislumbrar sus creencias y costumbres, sus sentimientos, miedos y esperanzas, así como

sus formas de percibir, imaginar y representar el mundo. Ante esta carencia innegable de

este pasaje de la historia sinaloense, nuestra investigación se centró en clasificar,

interpretar y explicar las representaciones del mundo en la literatura expresadas a través

de símbolos y figuras de relieve.

Por tal razón, en el primer capítulo de esta investigación, se realizó una discusión

teórico acerca de cómo la literatura ha sido utilizada como un documento para la historia,

desde el enfoque de la historia de las mentalidades a la nueva historia cultural. Así, nos

1 El general Cañedo gobernó por 32 años a Sinaloa: de 1877 a 1909, pues si bien hubo dos periodos (1881-

1884 y 1888-1892) en que lo hizo el Gral. Mariano Martínez de Castro, quien era su compadre, se considera

que fue él quien detentaba realmente el poder y tomabas las decisiones. 2 Por cuestión de espacio, sólo nos limitaremos a citar las investigaciones profesionales siguientes: Arturo

Carrillo Rojas et al., El Porfiriato en Sinaloa, Comp. Gilberto López Alanís, Culiacán, Difocur, 1991, pp.

234; Félix Brito Rodríguez, La política en Sinaloa durante el Porfiriato, Sinaloa, Difocur-FOECA-

CONACULTA, 1998; Jorge Briones Franco, La prensa en Sinaloa durante el Cañedismo, 1877-1911,

Sinaloa, UAS-Difocur, 1999, 227 pp.; Azalia González, Rumbo a la democracia: 1909, Culiacán, Cobaes-

UAS, 2003, 160 pp.; Samuel Ojeda Gastélum, El mezcal en Sinaloa. Una fuente de riqueza durante el

Porfiriato, Culiacán, El Colegio de Sinaloa, 2006, 171 pp. Ver también Contribuciones a la Historia

Económica, Social y Cultural de Sinaloa, Coords. Arturo Carrillo Rojas, Mayra L. Vidales Quintero,

Rigoberto Rodríguez Benítez, Culiacán, UAS-Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa, 2007. 3 Trabajos de esta naturaleza son los siguientes: María del Rosario Heras Torres, Vida social en Culiacán

durante el Cañedismo. 1895-1909, Tesis de Licenciatura, Facultad de Historia, UAS, 2000; Mabel Valencia

Sánchez, Una mirada sociocultural a la prensa de Sinaloa (1885-1910), Tesis de Maestría, Facultad de

Historia, UAS, Culiacán, 2007; Moisés Medina Armenta, Formas y espacios de diversión en el Culiacán

cañedista, 1885-1910, Tesis de Licenciatura, UAS, 2005.

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propusimos realizar una doble aportación a la historiografía: por un lado, contar con un

conocimiento novedoso del pasado, y por otro, realizarlo por medio de un enfoque poco

practicado, como lo es la teoría de las representaciones propuesta por la historiografía

francesa, y que constituye una nueva forma de historia cultural. Por medio de este enfoque

se conocieron las representaciones que los literatos hicieron de sí mismos, de la propia

literatura y de la realidad que proyectaron en los discursos a través de una explicación e

interpretación de las mediaciones que intervinieron para configurar la visión del mundo

durante el Cañedismo; es decir, se descifraron las figuras y símbolos, modelos y

estrategias, lecturas e ideologías que modelaron estas representaciones.

Porque la literatura durante el Cañedismo, como se demuestra en el capítulo

segundo, fue una fecunda práctica cultural que estructuró una forma de participación social,

pues la poesía por ejemplo, principal vehículo de las representaciones, fue leída en

periódicos (hubo más de 50 en Culiacán), pero también recitada en las escuelas, tertulias,

en plazas públicas y teatros.4 La intensa actividad cultural fue posible por el desarrollo

comercial, así como por la estabilidad política, impulsado por el régimen cañedista. Así,

Sinaloa fue el único estado del noroeste que conformó alrededor de 12 asociaciones

literarias, dos revistas literarias y alrededor de 75 literatos, agrupados en dos generaciones.

En este sentido, en el tercer capítulo, con el análisis de la representación de la

literatura y del literato, se demuestra cómo durante el Cañedismo los escritores fueron

constructores de una realidad, pues marcaron de forma visible su presencia en la sociedad

a través del dominio del saber: figuraron en la vida pública como los orientadores de la

sociedad, autoridades morales y los ideólogos del progreso. Principalmente, los literatos

4 La recopilación efectuada en los periódicos más importantes de las principales ciudades de Sinaloa, así lo

demuestra: se compendiaron poemas de El Correo de la Tarde (ECT), de Mazatlán; de El Monitor Sinaloense

(EMS) y de El Mefistófeles (MEF), ambos de Culiacán; además en revistas y libros. Se recopilaron numerosos

poemas del periódico El Correo de la Tarde, en adelante ECT (1885-1909), de Mazatlán; del Mefistófeles de

Culiacán, en adelante MEF (1904-1909) y de El Monitor Sinaloense, en adelante EMS (1900-1909); de las

revistas Bohemia Sinaloense, en adelante BS (Culiacán, 1897-1899) y Arte (Mocorito, 1906-1909); y de los

libros de Francisco Medina y Enrique González Martínez, así como de la antología Mazatlán Literario

(1889), en adelante ML.

Con la amplia muestra recopilada puede afirmarse que la literatura ocupó un sitio privilegiado en los medios

impresos durante esta época: los lectores conocieron poemas, crónicas y relatos en la primera plana o en las

secciones especiales, dependiendo además de la propia regularidad de las ediciones: diaria, bisemanal o

semanal.

En ECT, los poemas aparecían en primera plana, así como en la sección sabatina ―Albores literarios‖, pero

sobre todo en la edición dominical poesía y literatura ocupaban un sitio preponderante; mientras que en EMS

la sección se llamaba ―Variedades‖. En el MEF se publicaron algunos poemas en la primera plana.

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se concibieron como hombres ilustrados (nuevos Quijotes románticos que lucharon por el

progreso y contra la ignorancia) y como bohemios (pero no decadentes, como los

franceses, sino idealistas y virtuosos). Asimismo, se revela cómo la práctica literaria tuvo

un quehacer rector en la sociedad, por medio de atribuciones sociales específicas en el

área educativa, moralizante e ideológica, las cuales operaron a través de ciertas

representaciones colectivas expresadas en los discursos literarios; y donde la poesía, por

cierto, fue el principal género literario que vehiculó dichos símbolos y figuras, ya que los

poemas gozaron de gran prestigio y la publicación fue prolífica en la prensa de la entidad.

En el capítulo cuarto se tipifican e interpretan las representaciones más relevantes,

siendo los símbolos —más que antitéticos, complementarios— del progreso y la

decadencia los más destacados, y tendientes a conformar un imaginario donde la nación

surgía como desarrollada o en vías de estarlo, estable política y económicamente. De esta

manera, además de contribuir a la conformación de una identidad nacional y de educar a

la población por medio de la literatura, de paso se legitimó un régimen. Así, por ejemplo,

aparece el símbolo del progreso expresado en los héroes patrios, vistos como los

precursores del bienestar que se vivía en el régimen cañedista; también la imagen del

barco de vapor fue visto como el advenimiento de la civilización, pues éste portaba tanto

bienes materiales como espirituales. Mientras que los símbolos de la decadencia

emergieron con la recreación de desastres naturales y enfermedades, ajenas a la voluntad

del régimen: la Naturaleza era algo que escapaba al control político. Aparecen también, no

obstante, las figuras del mendigo y la del loco. Otra figura antitética es la amada (como

virgen o ángel caído), la cual se proyectó para modelar una mujer ideal para el hogar.

Finalmente, con este estudio de las representaciones del mundo en la literatura,

bajo el enfoque teórico de la nueva historia cultural, se pretendió realizar una tarea que no

sólo era necesaria, sino también inaplazable. Paul Valéry decía que ―un poema no se

termina: se abandona‖, así considero que esta obra puede ser proseguida por otros

historiadores que se interesen por esta temática, pues, como también señalaba Borges, ―Lo

que un hombre no puede hacer, las generaciones lo hacen‖.

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Otra categoría de fuentes privilegiadas para la historia de las mentalidades,

la constituyen los documentos literarios y artísticos.

Historia, no de los fenómenos «objetivos»,

sino de la representación de estos fenómenos.

Jacques Le Goff, Las mentalidades, una historia ambigua

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Cap. 1. Una forma de historia cultural: la representación del mundo en

la literatura

1.1 La literatura: un documento para la historia

Por mucho tiempo predominó en los historiadores ―una pobre idea de lo real‖, como ha

dicho Chartier, asimilada en el seno social de la existencia vivida, por lo que se impuso

afirmar ―la equivalencia fundamental de todos los objetos históricos‖ que comportan

grados de realidad distintos: de los materiales-documentos a las producciones de lo

imaginario.5 Uno de esos objetos históricos, producto y evidencia también de lo

imaginario, es la literatura. No hay duda de que ésta, como fuente o vestigio para la

historia, tiene la misma importancia que un evento o un documento histórico. Ya Ricoeur

demostró que el modo de configuración del evento histórico y el del texto literario son

semejantes en más de un sentido: ambos están inscritos en el tiempo, ambos son

configuraciones de sentido con dimensiones dialécticas complejas y ambos constituyen

configuraciones altamente mediatizadas que son, por su propia naturaleza, áreas de

interpretación.6 También el uso de obras literarias por parte de los historiadores nos brinda

la certeza de sus posibilidades como huella historiográfica; pero la multiplicidad de

enfoques a los que está sujeto ese mismo uso, nos obliga a distinguir y precisar los límites

de nuestra investigación.

Los historiadores han acudido a las obras literarias con distintos fines, propósitos,

enfoques y resultados. Por ejemplo, Peter Burke señala que la primera historia literaria se

remonta a la Arte poética de Aristóteles, pero nos dice que fue a partir del Renacimiento

cuando las comunidades o reinos —que más tarde conformaron los Estados naciones—

forjaron sus historias literarias y artísticas con mayor acuciosidad para dejar constancia de

5 Roger Chartier, ―La historia o el relato verídico‖, El mundo como representación. Estudios sobre historia

cultural, Barcelona, Gedisa, 2005, p. 73. 6 Mario J. Valdés San Martín et al., ―Historia de las culturas literarias: alternativa a la historia literaria‖, en

Teorías de historia literaria, (Coord. Luis Beltrán Almería y José Antonio Escrig), Madrid, Arco/Libros,

2005, p. 132.

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una tradición y de un pasado glorioso.7 Dichos estudios no seguían un método sistemático

como no fuera el compilatorio, y su interés era, además de monumental, demostrar bajo la

ideología del progreso y del nacionalismo el desarrollo lento y progresivo de los pueblos

que el arte y la literatura reflejaban.8 Sin embargo, la primera problemática teórica en

torno al uso por parte de los historiadores de las obras literarias como fuente o documento

se encuentra en el debate efectuado entre Lessing y Winckelman a mediados del siglo

XVIII: el punto de vista de Lessing fue estético: ver la obra literaria como monumento; en

cambio para Winckelman, quien representa el punto de vista histórico, ésta constituía un

documento. René Welleck llamó a la primera postura ―historia literaria como historia del

arte‖, y la segunda —que tuvo una amplia preeminencia durante el siglo XIX y gran parte

del XX— ―historia literaria como historia cultural‖.9

Las teorías literarias surgidas en el siglo XX propiciaron una escisión más

evidente, mucho más profunda, entre las dos formas de concebir la historia literaria: el

formalismo ruso estudió el lenguaje de la obra literaria para descubrir su literariedad, su

manifestación estética inmanente (ésta es la historia literaria esteticista), que más tarde el

estructuralismo francés recuperaría, así como el New Criticism, e incluso, una corriente

del marxismo —aunque hubo innegablemente importantes esfuerzos orientados a estudiar

lo extraliterario de la obra. Para Welleck, esta historia esteticista guardaba una resistencia

a la historia, ya fuera porque el cambio literario es explicado por instancias socio-

culturales o ya fuera porque explicaba la historia literaria en términos de tradición

literaria. Mientras que, por otro lado, los historiadores de la historia literaria culturalista

realizaron también esfuerzos significativos en torno a analizar las relaciones de la obra

con la sociedad y la cultura; recientemente los anglosajones (Greenblatt, L. A. Montrose

y otros) han incursionado en esta área, pero ha sido la historiografía francesa —a la que

nos vamos a referir con mayor detalle aquí— la que ha significado un paradigma

epistemológico para los estudios históricos culturales tomando la literatura como vestigio

del pasado.

7 Peter Burke, ―Orígenes de la historia cultural‖, en Formas de historia cultural, Madrid, Alianza Editorial,

2006, pp. 15-39. 8 J. R. McNeill y William H. McNeill, ―Capítulo 7. Se rompen viejas cadenas y se condensa la nueva red:

1750-1914‖, Las redes humanas. Una historia global del mundo, Crítica, 2004, pp. 255-256. 9 Luis Beltrán Almería, ―Introducción. Antiguos y modernos en la historia literaria‖, Teorías de historia

literaria, op. cit., p. 12.

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1. 2 Trayectoria de la historia cultural: de la mentalidad colectiva a la

representación

La histoire des mentalités, practicada en los primeros años del siglo XX y nacida

oficialmente con la fundación de la revista Annales d’histoire économique et sociale

(1929) por parte de Marc Bloch y Lucien Febvre,10

reconoció en las obras literarias una

fuente importante para conocer el imaginario de épocas anteriores. Este tipo de historia,

de la que habremos de retomar algunos postulados, es el precedente directo de la llamada

nueva historia cultural que, con exponentes como Roger Chartier, Carlo Ginzburg, Robert

Darnton y Peter Burke, entre otros, influyó —y sigue haciéndolo— a la historiografía

mundial de las últimas décadas.

Primero fueron Lévi Bruhl, Johan Huizinga y Henri Pirenne —y más tarde Bloch,

Febvre, entre otros—, quienes reaccionaron contra la historia política tradicional que

otorgaba primacía al acontecimiento, a los grandes hombres y a los documentos oficiales

y privados del Estado o de la Iglesia. Lo que hicieron los autores de la historia de las

mentalidades, dice Ariès, fue reconocer en la historia ―otros dominios que aquellos en que

anteriormente estaba confinada, los de las actividades conscientes, voluntarias, orientadas

hacia la decisión política, la propagación de las ideas, la conducta de los hombres y los

acontecimientos‖.11

De manera general, los historiadores de las mentalidades atendieron el tiempo

secular, a los hombres comunes y a su parte afectiva más que intelectual: creencias,

sentimientos, emociones, actitudes —asimismo, algunos encontraron la manifestación de

la mentalidad en lo marginal, en lo atípico significativo o en lo que fue considerado en su

tiempo como irracional: la brujería, los demonios, los milagros, por citar algunos

ejemplos. Para estos historiadores existía una estructura mental colectiva (un campesino y

el rey compartían esa mentalidad),12

la cual duraba largo tiempo en modificarse.

10

Jacques Revel, Las construcciones francesas del pasado, México, FCE, 2002, 159 pp. 11

Philippe Ariès, ―La historia de las mentalidades‖, en Jacques Le Goff et al., La Nueva Historia, Bilbao,

Ediciones Mensajero, s/f. 12

El concepto de mentalidad es sumamente polisémico: diversas disciplinas lo explican desde su propio uso y

perspectiva, siendo el más convencional el de visión de mundo (Goldmann), la famosa Weltanschauung

alemana, que se refiere al cúmulo de creencias, ideas, actitudes y valores colectivos. Los historiadores de las

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Johan Huizinga, para realizar su obra El Otoño de la Edad Media, tomó las obras

literarias y la poesía como documentos históricos para adentrarse en la mentalidad y

sensibilidad de esta época. Aborda así el tono de la vida, las pasiones, los temores, las

actitudes; en lo que respecta a las formas del trato amoroso, por ejemplo, el historiador

refiere: ―Por la literatura llegamos a conocer las formas del amor en aquella época‖,13

aunque más adelante señala la dificultad de percibir con verdad la vida efectiva de aquel

tiempo ―a través de los velos de la poesía, pues aún allí donde se describe, a pesar de todo,

desde el punto de vista del ideal corriente, con el aparato técnico de los conceptos eróticos

usuales y con la estilización del caso literario‖.14

También Robert Mandrou en la historia

de las mentalidades buscó conocer ―tanto aquello que se concibe como lo que se siente,

tanto el campo intelectual como el afectivo‖; así, en su libro Introducción a la Francia

moderna, utilizó a la literatura, entre otros documentos, para reconstruir cómo los

hombres vivieron y sintieron la transición de la Edad Media al Renacimiento. La fuente

historiográfica de los sentidos y las sensaciones, Mandrou la reconocía aquí y allá, pero

―particularmente en los poetas dotados de sensibilidad, la cual no sea quizá más viva que

la del común de los mortales, aunque más rápida su expresión‖.15

Jacques Le Goff

asimismo señaló a las obras literarias y artísticas como una fuente privilegiada para la

historia de las mentalidades.16

En su libro La civilización en el Occidente Medieval, donde

estudia cómo lo concreto (lo material) al estar íntimamente imbricado con lo abstracto

(signos, símbolos) constituye una estructura mental y sensible, además señala que las

colecciones de exempla son una evidencia de que las autoridades regían la vida moral a

través de este tipo de literatura.17

mentalidades lo usaron con un enfoque de la psicología histórica. Véase Jacques Le Goff, ―Las mentalidades:

una historia ambigua‖, en Jacques Le Goff y Pierre Nora (Coords.), Hacer la Historia. Nuevos temas,

Barcelona, Editorial Laia, 1974, Vol. III, s/p. 13

Johan Huizinga, ―Capítulo 9. Las formas del trato amoroso‖, en El otoño de la Edad Media, Alianza

Editorial, p. 171. 14

Ídem, p. 174. 15

Robert Mandrou, Introducción a la Francia moderna (1500-1640). Ensayo de psicología histórica, México,

UTEHA, 1962. En esta obra Mandrou estudió la coyuntura que representó el Renacimiento, atendiendo la

estructura social y la estructura mental (la historia social de las mentalidades). Véase en especial el capítulo

tercero, ―El hombre psíquico: Sentidos, sensaciones, emociones, pasiones‖ donde usó la poesía para estudiar

esa tetralogía anunciada en el propio título. 16

Jacques Le Goff, ―Las mentalidades: una historia ambigua‖, en op. cit., s/p. 17

Jacques Le Goff, ―Capítulo cuarto. Mentalidades, sensibilidades, actitudes‖, en La civilización en el

Occidente Medieval, Barcelona, Paidós, 1999. p. 293.

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De acuerdo con Chartier, los historiadores de las mentalidades más que

reconstituir los sentimientos y las sensibilidades propias a los hombres de una época,

colocaron ―las categorías psicológicas esenciales, las que actúan en la construcción del

tiempo y del espacio, en la producción de lo imaginario, en la percepción colectiva de las

actividades humanas, situadas como centro de observación y captadas en aquello que

tienen de diferente según las épocas históricas‖.18

Sin duda alguna, las obras literarias son documentos de primer orden para acceder

al imaginario de una época. Sin embargo, la principal crítica respecto hacia la teoría de la

historia de las mentalidades es su enfoque, pues se trata de una visión interclasista: es

decir, que parte del reconocimiento de la existencia a priori de una estructura mental

colectiva, concediendo así que todos los hombres percibieron (sintieron, imaginaron,

pensaron) del mismo modo la realidad. En segundo lugar, a partir de esa presunta

homogeneidad, el reconocimiento sólo de las regularidades frente a las atipicidades, así

como el hecho de preferir lo inconsciente o automático frente a lo razonado y consciente.

De esto se desprende el uso erróneo de las fuentes literarias: al extrapolar el contenido de

un texto al resto de la comunidad se olvidó de la figura del autor y su circunstancia, y de

la naturaleza misma de la literatura que, como advertía Huizinga, se basa en la estilización

y en el aparato técnico que le son propios. Finalmente, al otorgarle a esa comunidad una

actitud pasiva en la recepción de esos textos, los historiadores asumieron que la cultura de

la élite había descendido y permeado a la cultura popular.

Así pues, contra esta tendencia se originará, hacia finales de los años 60‘s, lo que

Chartier llamó ―historia social de la cultura‖, una historia interesada -como señaló

Georges Duby-, en la recepción que hacían los distintos estratos sociales de la cultura de

la élite, y en la herencia de esa recepción; asimismo, en estudiar la circularidad del

proceso cultural, por el cual la aristocracia se nutría también de la cultura popular.19

Peter

Burke, en su libro La cultura popular en la Europa moderna historió, con una visión

gramsciana, la ―cultura hegemónica‖ y las ―clases subordinadas‖: para él, las diferencias

18

Roger Chartier, op. cit., p. 24. 19

Georges Duby, ―La historia cultural‖, en J. P. Rioux y J. F. Sirinelli (dirs.), Para una historia cultural,

México, Taurus- Embajada de Francia en México, 1999, pp. 449-455. Explica Duby: ―Resulta fácil darse

cuenta de que la cultura nunca es recibida de manera uniforme por el conjunto de una sociedad, que ésta

última se descompone en distintos medios culturales, a veces antagonistas y que la transmisión de la herencia

cultural está gobernada por la disposición de las relaciones sociales‖, p. 454.

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culturales no sólo se debían a factores sociales, sino también al espacio geográfico: en las

divisiones ciudad/ campo, sierra/ costa, etc.20

Burke además amplió el sentido tradicional

de cultura (constituida sólo por la música, el arte y la literatura), ya que integró en esta

noción los actos más simples y cotidianos tales como beber, comer, hablar, callar, andar,

etc. En resumen, este modo de interpretar la historia obedeció al propósito de relacionar la

sociedad con la cultura, por lo cual se volvió hacia los individuos, rechazó los modelos

explicativos económicos, el concepto de estructura retomado de la sociología, e hizo a un

lado el determinismo económico y geográfico, al mismo tiempo que abrió nuevos temas y

enfoques al estudio de la historia. De acuerdo con Chartier, la historia cultural recibió

como herencia la problemática que le era propia a la historia socioeconómica: la primera

fue la primacía que tenía la serie (realizar una historia cuantitativa);21

la segunda fue la

forma de concebir las relaciones entre los grupos sociales y los niveles culturales, esto es,

los hechos relativos a la mentalidad se clasificaban a través de una jerarquización de los

niveles de fortuna, tipos de ingresos, profesiones. Se supuso que a partir de esta red social

y profesional, dada de antemano, podía ―hacerse la reconstitución de los distintos sistemas

de pensamiento y de comportamientos culturales‖.22

La nueva historia fue llamada por Chartier como ―historia cultural de lo social‖

para hacer énfasis en que los grupos sociales se constituyen culturalmente por razones e

intereses diversos. Una obra fundamental para plantear esta nueva forma de historia fue El

queso y los gusanos,23

de Carlo Ginzburg. En ella la supuesta aporía entre cultura

hegemónica y cultura popular es resuelta, como en el Rabelais de Bajtín,24

por la

circularidad entre una y otra siendo ejemplo de ello el molinero Menocchio, personaje

popular que leía obras literarias y religiosas, y se apropiaba de lo leído a su manera. Más

allá de este caso ―atípico‖, la aportación de Ginzburg es haber observado que hay una

20

Peter Burke, La cultura popular en la Europa moderna, Madrid, Alianza Universidad, 2005. 21

Ejemplo de ello es Michelle Vovelle, La mentalidad revolucionaria, Barcelona, Editorial Crítica, 1989,

donde hace un estudio estadístico de la familia (campo/ciudad) en la época prerrevolucionaria de Francia,

tratando así de encontrar las causas que incidieron en el acontecimiento político-social de 1789. 22

Roger Chartier, op. cit., p. 26. 23

Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, México, Editorial

Océano, 1998. 24

Bajtin, como es sabido, analizó la novela Gargantúa y Pantagruel, encontrando en dicha obra una

constatación de la influencia recíproca entre la cultura popular y la cultura de élite a través de la valoración de

los aspectos antropológicos, lingüísticos y culturales del carnaval del Medioevo que Rabelais representó en

dicha obra literaria. Mijail Bajtin, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento: El contexto de

François Rabelais, Madrid, Alianza editorial, 2002.

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recepción activa y dinámica de la cultura en todos los grupos sociales, una forma de

apropiación que en términos de Chartier significa aquello que ―apunta a una historia social

de usos e interpretaciones, relacionados con sus determinaciones fundamentales e

inscritos en las prácticas específicas que los producen‖;25

otra aportación del historiador

italiano fue demostrar que las dicotomías empleadas por los historiadores sociales de la

cultura: erudito/popular, creación/consumo, realidad/ficción, son falsas. Según Chartier, el

método cuantitativo usado por la historia social de la cultura había borrado el papel activo

del lector, su intelectualidad y forma de apropiarse de aquello que leía; por lo que la

propuesta de esta historia cultura era la necesidad de estudiar ―las formas en las que un

individuo o un grupo se apropian de un motivo intelectual o una forma cultural‖, siendo

estas formas más importantes que la distribución estadística del motivo o de las formas.26

Más allá de la propuesta charteriana, que básicamente es una historia de la lectura,

nos interesa el llamado que hace para atender el campo social por donde circulan los

textos, la clase de impresos o la norma cultural, para abordar la clasificación y ubicación

del grupo social no por medio de sus ingresos o profesiones, sino por sus prácticas

comunes. Este modo de articulación Chartier la ha denominado ―representación

colectiva‖, término que retoma de Marcel Mauss y de Emile Durkheim, y que viene a

sustituir el de ―mentalidad colectiva‖. El término representación colectiva funciona mejor,

señala Chartier, que el concepto mentalidad en el sentido que permite considerar tres

modalidades de relación con el mundo social:

En primer lugar, el trabajo de clasificación y de desglose que produce las

configuraciones intelectuales múltiples por las cuales la realidad está

contradictoriamente construida por los distintos grupos que componen una

sociedad; en segundo, las prácticas que tienden a hacer reconocer una identidad

social, a exhibir una manera propia de ser en el mundo, significar en forma

simbólica un status y un rango; tercero, las formas institucionalizadas y

objetivadas gracias a las cuales los ―representantes‖ (instancias colectivas o

individuos singulares) marcan en forma visible y perpetuada la existencia del

grupo, de la comunidad o de la clase.27

25

Roger Chartier, op. cit., p. 53. 26

Ibíd., pág. 31. 27

Ibíd., pp. 56-57.

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Estas tres modalidades abren dos vías acerca de las identidades sociales: una que piensa

que son resultado —según la fórmula del binomio cultura hegemónica/cultura popular—

de una relación forzada ―entre las representaciones impuestas por aquellos que poseen el

poder de clasificar y designar y la definición, sumisa o resistente, que cada comunidad

produce de sí misma; o por el contrario, y ahí radica el planteamiento original de esta

historia cultural, si la división social objetivada es ―la traducción del crédito acordado a la

representación que cada grupo hace de sí mismo, por lo tanto, de su capacidad de hacer

reconocer su existencia a partir de una exhibición de unidad‖.28

Esta propuesta de historia cultural realizada por Chartier, como se puede observar,

marca un deslinde significativo respecto a la historia de las mentalidades: este historiador

parte del hecho de que un grupo social produce de manera simbólica su estatus y rango a

través de las representaciones, que constituyen modos de apropiación de la realidad; es

decir, la categoría analítica de ―clase‖ retomada por los historiadores de las mentalidades

de la teoría social, es desplazada a través del cuestionamiento de una estructura social

dada de antemano. Asimismo, esta propuesta desacredita el término ―mentalidad‖, pues el

término ―representación‖ otorga un papel activo a un grupo social que adquiere su

identidad a través de roles, sentimientos y lazos creados de modo independiente que,

luego, tratará de incidir en la sociedad. Y finalmente, la historia cultural evita el escollo

por el que atravesó la de las mentalidades: tomar las fuentes literarias como una visión

reflexiva (en el sentido especular) del mundo y como la expresión de toda una

colectividad; en cambio, de acuerdo con Chartier, se trata de entender cómo su potencia e

inteligibilidad dependen de la manera en que ellas manejan, transforman, desplazan en la

ficción las costumbres, enfrentamientos e inquietudes de la sociedad donde surgieron.29

Así, pues, se arriba al planteamiento de nuestra investigación teniendo a la

literatura como documento: conocer el modo en que ha operado la historia de las

mentalidades nos aproximó, en primer término, a estudiar el imaginario durante el

Cañedismo, mientras que la historia social de la cultura por su parte, nos condujo a

plantearnos por la validez de dos culturas expresada en el binomio erudita/popular. Ambas

formas historiográficas contienen una problemática que la nueva historia cultural resolvió

28

Ibíd., pág. 57. 29

Ibíd., p. XIII.

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en gran medida a través del término ―representación colectiva‖, por lo que en el siguiente

apartado se desglosará una propuesta metodológica, así como el uso de los conceptos

centrales en que nos habremos de apoyar.

1.3 La representación en la literatura

Una aproximación al concepto de representación fue hecha por Carlo Ginzburg al

analizar el ritual en torno a la muerte del rey —en Francia e Inglaterra— en la Edad

Media, donde un ataúd vacío sustituía la presencia del cuerpo, es decir, el símbolo

suplantaba al cuerpo, dándose así la representación de una realidad ausente; pero en

ocasiones sucedió que el cuerpo del rey fuera sustituido por objetos físicos distintos al

cuerpo, ya fueran catafalcos, maniquíes de cera, madera o cuero, o por imágenes, dándose

así una realidad presentada a través de la evocación mimética.30

Para Chartier, en términos

parecidos a los de Ginzburg, la representación significa la capacidad de mostrar una

ausencia o bien, de exhibir una presencia; en este sentido, una representación puede ser

una imagen, un objeto físico, o un símbolo efectuados por una apropiación de la

realidad.31

La representación es, pues, una realidad apropiada, una forma de correlación entre

una práctica cultural y el mundo social, determinada sin embargo por diversos grados de

complejidad, que van de lo individual a lo colectivo; de acuerdo con Chartier: 1) Hay

configuraciones intelectuales múltiples de la realidad, es decir, existen variadas

representaciones que cada individuo realiza; 2) dichas configuraciones logran constituir

una identidad social, con un estatus o rango y 3) este grupo social, a través de

representaciones definidas buscan incidir en la sociedad a través de formas

institucionalizadas y objetivadas. Esta modalidad tríadica remite a un primer nivel donde

es el individuo quien actúa a través de una representación; luego, las representaciones

configuran de modo grupal los rasgos de una identidad social que, ya en el tercer nivel,

buscan asignar, adecuar o instaurar una norma, conducta o regla al resto de la sociedad a

través de las instituciones o mediando entre ellas.

30

Carlo Ginzburg, ―Capítulo III. Representación. La palabra, la idea, la cosa…‖, en Ojazos de madera

Nueve reflexiones sobre la distancia, Barcelona, Ediciones Península, 2000. 31

Roger Chartier, op. cit., pp. 57-59.

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De este modo la representación colectiva es un acuerdo tácito entre la sociedad y

una forma elaborada y proyectada —símbolo o figura— por los ―representantes‖ de lo que

es el mundo. Como es notorio, Chartier evitó usar el término hegemonía —en sentido

gramsciano—32

para referirse a una imposición de las representaciones de la cultura de

élite sobre la cultura popular; más bien, destacó el hecho de que los grupos sociales

asumen un papel activo tanto en la producción cultural como en el mismo consumo, lo

cual propicia la diferenciación social, acentuando con ello el hecho de que en la sociedad

hay diversas ―luchas de representación‖ que no necesariamente pasan por el ámbito

político o ideológico, sino también por cuestiones como el prestigio u otro capital

simbólico, lo cual dota de un estatus o rango, que se relaciona con el modo de ejercicio

del poder.33

En este sentido, los literatos marcaron su existencia como grupo social a partir de

las representaciones literarias que elaboraron durante el régimen cañedista. Nuestra

investigación, por tanto, buscará articular la literatura como una forma de ejercicio del

poder según las instituciones y las reglas que gobernaron la producción de las obras y la

organización de las prácticas. De esta manera, buscará explicar, por un lado, las

estrategias discursivas que usaron los literatos para representar su propia identidad social,

es decir, de qué modo construyeron y proyectaron primero, la literatura y la figura de sí

mismos, y después sus demás representaciones, buscando revelar tanto los intereses

políticos, como ideológicos, axiológicos y estéticos, por lo que se analizarán discursos

literarios, poniendo de relieve al género poético, así como ensayos, reseñas o crónicas.

32

Mendieta Vega sostiene que hubo en el Mazatlán decimonónico una ―hegemonía cultural‖ impuesta por los

extranjeros –la mayoría inversionistas. Sin embargo, dicha tesis nos parece errónea: es cierto que el dominio

de los foráneos fue notorio, pero éste se dio sobre todo en el ámbito económico (donde destacaron alemanes y

españoles) y político; la vida cultural del Cañedismo –igual que el Porfiriato- se nutrió de diversas fuentes, y

la principal fue la cultura francesa (curiosamente los comerciantes de origen francés tuvieron poca presencia

en el puerto); Justo Sierra escribió hacia 1898 un artículo revelador sobre esto, titulado ―Francia en México‖.

La presunta hegemonía cultural ―extranjera‖ se debió, creemos nosotros, a las representaciones elaboradas por

los literatos, ideólogos del régimen, quienes retomaron principalmente el positivismo como su horizonte de

expectativas: imaginaron el progreso, lo representaron. Fue este grupo social, más bien el que pugnó por

establecer simbólicamente una visión del mundo que, de acuerdo a los avances materiales propiciados por los

inversionistas extranjeros, cobraba cuerpo. Es decir, vieron que su mundo ideal se realizaba: las

representaciones se construían desde la realidad, pero también la realidad se construía –o éstos buscaban que

se construyeran- desde el universo simbólico. Vid. Roberto Antonio Mendieta Vega, El puerto de Babel:

extranjeros y hegemonía cultural en el Mazatlán decimonónico, Culiacán, UAS, 2010. 33

Roger Chartier, op. cit., pág. 62.

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Para entender cómo el grupo social que hemos llamado ―literatos‖ marcó su

actuación en la sociedad cañedista, debemos acudir a conceptos de la teoría social. En

primer lugar, el del papel social, el cual es definido ―según los patrones o las normas de

conducta que se esperan de quien ocupa determinada posición en la estructura social. Las

expectativas son con frecuencia, pero no siempre, las de los iguales, de los que están al

mismo nivel‖.34

Así pues, cabría preguntarnos qué papel social desempeñaron los literatos

durante el Cañedismo, cómo lo construyeron en el discurso y bajo qué expectativas; dicho

de otro, abordaríamos su espacio de experiencia —el pasado contextual— y el horizonte

de expectativas, aquello que los motivó a obrar, pues de acuerdo con Fernández y Fuentes,

estas nociones "al tiempo que designan realidades establecidas, tales nociones apuntan a

'realidades virtuales' o 'prematuras' que en el momento en que se enuncian no son sino

anticipaciones o proyectos de futuro".35

Reconocer a este grupo un papel social es

significar, como dice Chartier, en forma simbólica un estatus y un rango, lo cual estaría

encaminado a los intentos de justificar sus privilegios.36

Asimismo, esta identidad social

así reconocida instaura una diferenciación social, pues de frente a la tradicional división

de ―clase‖ propuesta por Marx, basada en las relaciones de producción (el poder y el

conflicto) o por Weber, basada en el consumo (los valores y estilos de vida),37

Chartier

instituyó una alternativa basada en las prácticas comunes y en la manera de representarse

a sí mismos, esa ―capacidad de hacer reconocer su existencia a partir de una exhibición de

unidad‖. En resumen, los literatos han de ser vistos como un grupo social diferenciado por

su práctica escrituraria, el cual trazó sus propios caracteres y asumió un papel social frente

a sí mismos y frente a la sociedad; por ejemplo, actuaron no sólo de forma individual, sino

también a través de asociaciones literarias, tan características en el siglo decimonónico

mexicano, y aun en las primeras décadas del siglo XX, identificadas por Perales Ojeda

como aquellas reuniones literarias, tanto formales como informales, que recibieron

34

Peter Burke, ―El papel social‖, Historia y teoría social, México, Instituto Mora, 1992, p. 60. 35

Juan Francisco Fuentes Aragonés y Javier Fernández Sebastián (Directores), ―1. Historia, lenguaje,

sociedad: conceptos y discursos en perspectiva histórica‖, Diccionario político y social del siglo XIX español,

Alianza Editorial, España, 2002, p. 28. 36

Peter Burke señala la manera en que Marx y Weber usan este concepto: el primero, con el modelo de clases

tuvo una visión de la sociedad como esencialmente conflictiva, mientras que el segundo, a través del modelo

de los órdenes tuvo una visión de la sociedad esencialmente armoniosa, interesado en sus valores y estilos de

vida; en Peter Burke, ―Estatus‖, Historia y teoría social, op. cit., pp. 76-78. 37

Ibíd., pp. 73-75,

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diversas agrupaciones, tales como academias y liceos, arcadias, asociaciones, alianzas,

ateneos, bohemias, círculos, falanges, clubes, salones, sociedades, uniones y veladas.38

Líneas arriba hemos señalado que un grupo social participa en ―luchas de

representación‖ de frente a los demás grupos sociales, en aras de imponer o modelar una

visión del mundo. Esas pugnas se dan por el ordenamiento, motivadas por ―la

jerarquización de la estructura social en sí‖, es decir, debido a las estrategias simbólicas

que determinan ―posiciones y relaciones y que construyen, para cada clase, grupo o

medio un ser-percibido constitutivo de su identidad‖.39

Esta consideración, formulada con

mayor claridad por la historia intelectual implica considerar a la historia política como a la

historia cultural, ya que las luchas fueron por el poder y el saber, inscritas en un ―campo

intelectual‖ —término acuñado por Bourdieu para situar en ese espacio a los agentes que

adoptan diversas posiciones intelectuales, constituyéndose una configuración o red de

relaciones.40

En donde cada agente, además, tiene un ―peso‖ de autoridad específica, de

manera que el campo es también una distribución de poder:

Los agentes en él se traban en un conflicto recíproco. Compiten por el derecho a

definir o codefinir lo que se considerará como intelectual establecido y

culturalmente legitimado. Los participantes del campo pueden ser individuos, o

bien pequeños grupos, ―escuelas‖ y hasta disciplinas académicas.41

Es en este campo intelectual donde debemos ubicar a las representaciones literarias, pues

éstas no son meros reflejos de la realidad, sino que desplazan —de acuerdo con

Chartier— enfrentamientos e inquietudes de la sociedad en que surgieron. Pérez Vejo ha

señalado, incluso, que una imagen también participa en la construcción de esa realidad. La

imagen, dice el historiador, puede no informar, o informar de forma marginal, de la

realidad. ―En principio de lo que nos está informando es de la forma en que una

determinada realidad fue vista y de cómo esa realidad fue construida hasta convertirse en

38

Alicia Perales Ojeda, ―Introducción‖, en Las asociaciones literarias mexicanas en el siglo XIX, México,

UNAM, 2000, pp. 29-30. 39

Roger Chartier, op. cit., p. 57. 40

Fritz Ringer, ―El campo intelectual, la historia intelectual y la sociología del conocimiento‖, en Prismas,

Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, No. 8, 2004, p. 99. 41

Fritz Ringer, op. cit., p. 100.

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real; incluso de la forma en que alguien, el autor o el comitente, quiso que fuera vista‖.42

Bénichou, por ejemplo, y a partir de escritores clásicos como Racine o Moliére, estudió la

imagen del hombre durante el clasicismo francés: el debate entre lo ideal y lo real, el

mundo de lo sublime, por un lado, y el de la naturaleza, por el otro, y, de manera más

radical, sobre la excelencia o la mediocridad de la naturaleza humana; descubriendo que

esta imagen dual proyectada por los literatos moralistas informa sobre el debate social de

la época y, al mismo tiempo, registra la pugna entre la Francia feudal y la Francia

moderna.43

Más allá de la proposición de que la realidad construida, imaginada, se convierta o

no en real como expresa Pérez Vejo, sí en cambio puede señalarse el hecho de que

participa como coadyuvante a la construcción de una realidad y, en este sentido, se puede

acceder al mundo de lo imaginario: cómo los literatos se apropiaron, con base en su

percepción y su formación intelectual (las ideas, las instituciones, el régimen), de la

realidad. Así, un poema o un cuadro no es la realidad o el reflejo del mundo, es la imagen

de otro mundo: el imaginado. Sobre esto, Pérez Vejo en otra parte ha expresado los

universos simbólicos son construcciones mentales que permiten a los hombres dotar de

sentido al mundo en que habitan;44

donde esos universos mentales, el imaginario, están

construidos con imágenes, las cuales son ―el vestigio principal, cuando no único, de los

imaginarios colectivos del pasado, de la forma en que el mundo fue vivido y imaginado.

Son el espejo enterrado que guarda, no la imagen del que se miró en él por última vez,

sino lo que imaginó que veía, la imagen de sus sueños‖.45

Es a través de las imágenes

como se puede observar la forma en que una sociedad ordena las representaciones que se

da a sí misma y de las demás:

Un imaginario social, entendido como la ordenación de las representaciones que

una sociedad se da a sí misma y de su estructura socio-política, se construye con

42

Tomás Pérez Vejo, ―El uso de las imágenes como documento histórico. Una propuesta teórica‖, en

Gumersindo Vera Hernández, et al, Memorias del simposio. Diálogos entre la Historia Social y la Historia

Cultural, México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2005, p. 157. 43

Paul Bénichou, Imágenes del hombre moderno en el clasicismo francés, Trad. Aurelio Garzón del Camino,

México, FCE, 1984. 44

Tomás Pérez Vejo, op. cit., p. 158. 45

Tomás Pérez Vejo, ―Espejos enterrados‖, en Imágenes cruzadas. México y España, siglos XIX y XX,

(Comp. Ángel Miquel, Jesús Nieto Sotelo y Tomás Pérez Vejo), Cuernavaca, Universidad Autónoma del

Estado de Morelos, 2006, pp. 7-8.

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imágenes mentales, cuya recuperación sólo es posible a través del testimonio de

las imágenes visuales.

[…]

Pintores, fotógrafos, grabadores… toda una pléyade de creadores de

imágenes nos dejaron en sus obras, no la imagen de cómo una sociedad era, sino

las representaciones que esa sociedad se dio a sí misma y con la que construyó

sus imaginarios sociales; no la sociedad que fue sino la que los individuos

vivieron. Y aquí las imágenes del pasado se convierten en una fuente, o vestigio,

absolutamente preciosa e imprescindible, nos sirven, no para reconstruir la

realidad, sino para reconstruir el universo mental en que los hombres de una

determinada época vivieron. La imagen, y yo no hablaría tanto de imagen visual

como escrita, no refleja la realidad, es el material con el que la realidad fue

construida.46

En el caso de la literatura como documento, desde la perspectiva de esta forma de historia

cultural, existen ―representaciones literarias‖ expresadas a través de símbolos o figuras

textuales elaboradas por medio de recursos técnicos (la retórica y la existencia de una

tradición literaria); las obras dejan de ser así meros reflejos de la realidad, como sostenían

algunos historiadores de las mentalidades: ya Le Goff había referido que este tipo de

documentos representaban fenómenos objetivos; sin embargo, la postura charteriana va

más allá, pues argumenta que la realidad se construye a partir de los modos de

apropiación que los grupos sociales realizan de ésta pues, como también ha explicado

Jean-Claude Abric, toda realidad es representada, es decir ―apropiada por el grupo,

reconstruida en su sistema cognitivo, integrada a su sistema de valores, dependiendo de su

historia y del contexto ideológico que lo envuelve‖, y es esta realidad apropiada y

estructurada lo que constituye para el individuo o grupo la realidad misma.47

Así, pues, la literatura, y sobre todo la poesía escrita durante el Cañedismo, se erige

en un entramado de representaciones que habrán de ser desglosadas y tipificadas para

analizar aquellas que son de relieve, esto es, explicar su información ideológica,

cognoscitiva, axiológica y estética a partir de su contexto en que fueron hechas por los

literatos. Nuestro objeto de estudio, por tanto, serán figuras y símbolos configurados por

un grupo social —el de los escritores— en la poesía de acuerdo a sus intereses, propósitos

y nivel de conocimiento: pues a través de esas representaciones el grupo proyectó su

46

Pérez Vejo, ―El uso de las imágenes como documento histórico. Una propuesta teórica‖, en op. cit., pp.

158-159. 47

Jean-Claude Abric, Practiques sociales et representationes, París, Presses Universitaire de France, 1994,

pp. 12-13.

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propia identidad y, al mismo tiempo, buscó incidir en la vida pública. Arribamos así a

interrogarnos por la manera en cómo los literatos representaron la literatura, por las

atribuciones o funciones sociales que le otorgaron en diversos ámbitos: el estético, el ético

y el político-ideológico. Karl Mannheim ha hecho una distinción del concepto de

ideología: por un lado, lo que él llama la concepción ―total‖ de la ideología y por otro, la

concepción ―particular‖ de ésta. La primera sugiere la existencia de una asociación entre

una particular visión de mundo y un determinado grupo o clase social; la segunda —la

cual habremos de retomar, pues creemos que los literatos durante el Cañedismo ocuparon

un papel social fundamental para la conservación y legitimación del régimen— es la idea

de que los pensamientos o sus representaciones pueden ser utilizados para mantener un

determinado orden social o político.48

Figuras y símbolos son convenciones sociales que consisten en asociar ideas

generales que determinan su interpretación (la cruz simboliza al cristianismo, la paloma a

la paz, por ejemplo);49

dicho de otro modo, a través de esas mediaciones que fueron las

representaciones los literatos trataron de formular —y reformular- una visión del mundo

en la sociedad. Pérez Vejo ha señalado que las imágenes, tanto visuales como textuales,

tienen un carácter comunicativo, pues ―toda imagen cuenta una historia, de que es un

mensaje en el tiempo, un texto que fue compuesto para ser leído‖.50

Asimismo, al tomar la

literatura como fuente para la historia, se trabajará directamente con la textualidad:

símbolos e imágenes están construidos de manera verbal de un modo específico; por tal

razón, debemos atender el llamado realizado por Chartier para situar a estos documentos

en su especificidad, en la estrategia de su escritura. Dice este historiador que la relación de

un texto con la realidad ―se construye según modelos discursivos y divisiones

intelectuales propias a cada situación de escritura‖. Las ficciones por tanto no son reflejos

realistas de una realidad histórica, sino que un texto tiene su particularidad al encontrarse

relacionado con otros textos

cuyas reglas de organización y de elaboración formal tienden a producir algo

diferente de una descripción. Esto nos lleva entonces a considerar que los

48

Peter Burke, Historia y teoría social, op. cit., p. 113. 49

Helena Beristáin, ―Signo, símbolo‖, Diccionario de retórica y poética, México, Porrúa, 2001, p. 468. 50

Tomás Pérez Vejo, ―El uso de las imágenes como documento histórico. Una propuesta teórica‖, en op. cit.,

pp. 147-160.

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«materiales-documentos» obedecen también a procedimientos de construcción

donde se emplean conceptos y obsesiones de sus productores y donde se marcan

las reglas de escritura particulares al género que señala el texto. […] Lo real

adquiere así un sentido nuevo: aquello que es real, en efecto, no es (o no es

solamente) la realidad que apunta el texto sino la forma misma en que lo enfoca

dentro de la historicidad de su producción y la estrategia de su escritura.51

Pérez Vejo ha mencionado, en la misma dirección, que se debe realizar una

reconstrucción arqueológica del lenguaje en que fueron escritas para comprender el

código usado en la época en que están situadas, pues un texto literario obedece a reglas y

convenciones propias de su género y de su época, además de que, como señaló Le Goff, el

contenido no siempre proviene del pasado ni de una conciencia colectiva, sino que las

obras literarias y artísticas obedecen a códigos más o menos independientes de su medio

ambiente y temporal.52 Por tanto, para un mejor uso de la poesía como documento hemos

de recurrir al análisis e interpretación propuesto por Helena Beristáin en su libro Análisis

e interpretación del poema lírico,53

en el cual estudia los niveles estructurales del lenguaje

poético, pero nosotros habremos de atender primordialmente al nivel semántico, pues en

éste donde se examinan los recursos retóricos que conforman a las figuras literarias: las

metáforas, la prosopopeya, la alegoría, los símbolos, entre otros tropos de la retórica, a la

vez que se ubican en el marco de la propia tradición literaria; esto último nos remite a

considerar las convenciones literarias existentes en la época, como son los movimientos

culturales denominados romanticismo y modernismo, por lo que acudiremos también a la

historia conceptual. La historia conceptual nos conducirá, por un lado, a saber qué

preceptos literarios estaban en boga y, por otro, a evitar el encasillamiento de las distintas

expresiones en categorías analíticas (como Romanticismo y Modernismo, por ejemplo)

que velarían la complejidad del fenómeno, pues no permitirían ver cómo los escritores se

apropiaron de las obras que leyeron; de acuerdo con Valdés San Martín la historia

literaria debe tomar en cuenta ―los términos tópicos referidos a los periodos históricos

(Renacimiento, Barroco, Romanticismo, Modernismo y otros) como sistemas culturales de

ideas y no como categorías‖ para estudiar las interferencias de la cultura material en el

51

Ibíd., pp. 40-41. 52

Jacques Le Goff, ―La historia de las mentalidades: una historia ambigua‖, op. cit., s/n. 53

Helena Beristáin, Análisis e interpretación del poema lírico, México, UNAM, 1997.

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sistema discursivo.54

Así, los conceptos guía serán «poesía», «literatura» y «arte»; de esta

manera podremos analizar las representaciones que los individuos hicieron de sí mismos:

la figura del literato y sus atribuciones, así como los factores que intervinieron para

configurar las representaciones del mundo en la literatura y, en especial, en la poesía.

54

Mario J. Valdés San Martín, op. cit., p. 136.

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En ninguna otra época había contado Sinaloa

con mayor número de escritores.

Francisco Gómez Flores, Narraciones y caprichos, 1889

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Capítulo 2. La era del Cañedismo, la era de los literatos

2. 1 El Porfiriato sinaloense

La historiografía respecto al régimen del presidente de la república mexicana Porfirio Díaz

(1877-1911) coincide en señalar que se trató de un periodo histórico donde los derechos

ciudadanos no se reconocieron y, sobre todo, que fue una etapa marcada por claroscuros:

hubo pacificación, pero con ―rifle sanitario‖, como le llamó con puntería Luis González a la

eliminación de bandoleros y enemigos políticos; la economía prosperó, aunque la miseria

se mantuvo e incluso se hizo más pronunciada; la agricultura tuvo un despegue, mas se

presentaron crisis alimentarias; hubo un mayor nivel cultural, sin embargo la tasa de

analfabetismo se conservó alta; se consolidó el nacionalismo, no obstante que la moda

francesa fue importada. Pese a todo, se ha reconocido que fue durante el Porfiriato que el

país entró en la era de la modernidad —aunque en el campo de las ideas sucedió antes, con

el modelo de Paz, Orden y Progreso iniciado en 1877 y cuya afirmación se dio en el

cuatrienio de Manuel González (1880-1884).55

El gobierno central basó su eficacia y control político en los cacicazgos regionales,

el déficit democrático se hizo extensivo a todo el país: Porfirio Díaz repartió el poder

entre sus allegados, e incluso entre sus adversarios. Francisco Cañedo Belmonte fue uno

de los protagonistas de esas dictaduras a menor escala. Amigo de Díaz, el general Cañedo

rigió el estado de Sinaloa por un periodo de 32 años: de 1877 a 1909; además, si bien

Mariano Martínez de Castro gobernó dos cuatrienios: 1880-1884 y 1888-1892, se

considera que el verdadero mandatario fue Cañedo. Por derivación de su apellido, a esta

época los historiadores le denominaron como Cañedismo. Así pues, en sincronía con el

Porfiriato, este periodo atravesó dos etapas claramente definidas: la primera, situada entre

1877 y 1890, se caracterizó por una lenta reactivación de la economía y un saneamiento

de las finanzas públicas, así como por el éxito contra las rebeliones y el desempeño de los

caudillos militares; la segunda, que va de 1892 a 1910, se distinguió por una fase de

55

Luis González, ―El liberalismo triunfante‖ y José Luis Martínez, ―México en busca de su expresión‖, en

Daniel Cossío Villegas et al., Historia general de México, 2 vols., México, El Colegio de México, Vol. 2,

1988, pp. 897-1015 y 1019-1071.

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infraestructura, invirtiéndose cuantiosas sumas al ferrocarril, la minería y la agricultura,

dándose el despegue de la economía y un crecimiento poblacional.56

Desde temprano, el coronel Cañedo hizo gala de su estilo personal de gobernar. En

el primer periodo de su gobierno (1877-1880), al que había llegado a la edad de 38 años,

hubo gran número de asesinatos y ejecuciones de delincuentes y opositores. En enero de

1878 Cañedo ordenó matar al periodista José C. Valadés, director del periódico La

Tarántula, debido a las críticas constantes contra su régimen. En 1879 hizo exactamente lo

mismo con el coronel Jesús Ramírez Terrón, ex compañero en la revuelta tuxtepecana

librada en Sinaloa, debido a que éste se levantó en armas en Copala, tras darse cuenta que

se impondría en la gubernatura a Mariano Martínez de Castro. ―Desde el punto de vista

político —ha dicho Ortega Noriega—, la era de Cañedo se caracterizó por la represión

eficiente y sin escrúpulos, que para el pueblo sinaloense significó un retroceso notable en el

ejercicio de sus derechos para participar en la vida pública del estado‖.57

También Cañedo

realizó un entramado político que le permitió preservar el poder: supo conciliar y sumar

voluntades, ya de sus amigos, ya de sus opositores; armó así, entre 1876 y 1892 su

maquinaria de poder, además logró prestigiarse más por su combate al bandolerismo y a la

delincuencia, pero sobre todo su éxito más significativo fue ―haber logrado disciplinar a las

oligarquías regionales, subordinando bajo su mando a los cacicazgos locales‖ en toda la

geografía sinaloense.58

Más allá de la coincidencia temporal, ambos regímenes presentaron la preocupación

por conservar la paz y el orden bajo la égida ideológica del positivismo y el propósito de

estrechar los vínculos comerciales con el extranjero según los dictados de la expansión

capitalista.

2. 2 “Los hilos directivos” del comercio

Y es que si hubo un factor que dinamizó a una capa de la sociedad durante el Cañedismo,

ese fue el comercio. De frente a unas vías terrestres deplorables, los puertos sinaloenses

56

Félix Brito Rodríguez, ―II. Francisco Cañedo: el Porfiriato en Sinaloa‖, La política en Sinaloa durante el

Porfiriato, Culiacán, Difocur, 1998, p. 27. 57

Sergio Ortega Noriega, ―X. La era de Francisco Cañedo, 1877-1909‖, Breve Historia de Sinaloa, México,

FCE-CM (Sección de obras de historia), 2005, pp. 248-249. 58

Félix Brito Rodríguez, op. cit., p. 27.

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fueron los focos nodales para el estrechamiento de las redes humanas: por Mazatlán, Altata

y Topolobampo circularon no solamente mercancías e inversiones provenientes del

territorio nacional y de otras partes del mundo, sino también ideas y libros, artistas y

modas, costumbres y tecnología. Es decir, la cultura circuló por las poblaciones

sinaloenses, y en primer grado por las ciudades principales como lo eran Mazatlán y

Culiacán.

La minería, como asentó Eustaquio Buelna en 1877, había sido uno de los

elementos fundamentales de la riqueza estatal y estaba siendo desplazada por el pujante

comercio. Buelna destacó la existencia de quince explotaciones mineras en los distritos de

El Fuerte, Sinaloa, Mocorito, Culiacán, Cosalá, San Ignacio, Concordia y El Rosario.

Mientras que la industria de la transformación estaba representada por tres fábricas de

hilados y tejidos, dos fundiciones, siete imprentas, fábricas de fósforos, entre otras.59

Por otro lado, la agricultura durante este periodo fue básicamente de autoconsumo,

con productos como el maíz y frijol; en el periodo del Cañedismo la población enfrentó con

frecuencia —como ya se mencionó- crisis alimentarias ocasionadas por la destrucción de

los sembradíos a causa de desastres naturales (sequías, lluvias, heladas y plagas), lo cual

afectaba la escasez de productos y el alza de los precios.60

Y si es cierto que la producción

agrícola aumentó en este periodo, lo hizo principalmente en los productos de exportación,

como el tabaco, el algodón y el azúcar, debido a que en Sinaloa había haciendas, aunque

pocas, con una considerable cantidad de hectáreas. La industria azucarera, gracias a la

incorporación tecnológica, fue la que más prosperó.

Puede afirmarse que el sistema capitalista modernizó a Sinaloa a través de las

inversiones extranjeras, ya que la economía se transformó al recibir la tecnología avanzada

y las inversiones provenientes de Estados Unidos, así como de Francia, Alemania y España.

El objetivo no era de ningún modo el bienestar social, sino las ganancias de los dueños del

capital, pues en esta época la pobreza fue palmaria.

Desde la segunda mitad del siglo XIX, se fueron definiendo tres núcleos que

concentrarían la actividad económica en Sinaloa: en el norte, Benjamín F. Johnston fue

59

Eustaquio Buelna, Compendio histórico, geográfico y estadístico del estado de Sinaloa, 2da. ed., Culiacán,

1978. 60

Miguel Ángel Higuera Félix y Milagros Millán Rocha, ―La otra cara del Cañedismo: una sociedad

amenazada por calamidades y penurias‖, Culiacán, Facultad de Historia-UAS, tesis de licenciatura, 2009.

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desplazando a antiguos hacendados y comerciantes en la industria azucarera; en el sur, los

Echeguren, Melchers y Reynaud, entre otros, pasaron a controlar el comercio, la industria y

la minería; mientras que en el centro los Almada, Martínez de Castro y los Redo operaron

ingenios o especularon con los suelos, pero principalmente se dedicaron al comercio y a la

minería. El conflicto por la hegemonía entre los del sur y los del centro era constante; sin

embargo, durante el Porfiriato la situación se fue perfilando, pues al ser Culiacán el centro

del poder político, las familias prominentes poco a poco influyeron en las principales

decisiones gracias a que supieron coexistir y extender sus redes a través de lazos con otros

empresarios y políticos.61

Para la época del Cañedismo, el comercio ya había desplazado a la minería como

actividad central. Las principales casas comerciales se localizaban casi todas en Mazatlán

y Culiacán; sin embargo, el puerto mazatleco tuvo por mucho tiempo el dominio debido a

que fue ahí donde se establecieron la mayoría de comerciantes y dueños de la industria,

siendo españoles, alemanes, franceses y algunos norteamericanos;62

el puerto se convirtió

en el centro del mercado regional, y fue una de las bases para el comercio con Europa y

Estados Unidos. Carrillo Rojas afirma que esta gama de comerciantes vio protegidos y

favorecidos sus intereses durante el Porfiriato, por lo que llegó a controlar las vías de

comercialización de productos de importación y exportación más significativas.63

El

comercio fue visto por los intelectuales como el activo transformador de las ciudades; de

esta manera, el ingeniero Francisco Sosa y Ávila afirmaba que ―en manos del comercio de

Mazatlán están los hilos directivos de todos los negocios de importancia de Sinaloa‖.64

El desarrollo económico alcanzado por el estado sinaloense no se puede comprender

sin el mejoramiento de los transportes y de las comunicaciones, gracias sobre todo al

ferrocarril, al telégrafo y ya entrado el siglo XX, al teléfono. En 1883 operó el primer

ferrocarril en Sinaloa, llamado Ferrocarril Occidental de México y mejor conocido como

Tacuarinero, cuya ruta era Culiacán-Altata; para tener una idea de lo tortuoso que era viajar

61

Arturo Carrillo Rojas, ―Importancia de los sectores económicos y empresariales antes de la revolución‖, en

Situación de la economía sinaloense durante la revolución, 2010 (artículo inédito). 62

Véase ―La participación de comerciantes extranjeros de Mazatlán en la economía regional, 1877-1919‖, de

R. Arturo Román Alarcón, en El Porfiriato en… op. cit., p. 157 y ss. 63

Arturo Carrillo Rojas, ―Los principales vínculos económicos entre Sinaloa y los Estados Unidos durante el

Porfiriato‖, en El Porfiriato en... op. cit., p. 20-29. 64

Francisco Sosa y Ávila, ―¿Qué es Mazatlán? Artículo escrito para este álbum‖, en ML, 1889, p. 248.

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en las diligencias de Culiacán a Navolato, el siguiente testimonio de Francisco Gómez

Flores es muy elocuente, pues éste escribió la crónica de cuando acompañó al general

Cañedo, entre marzo y abril de 1888, a una gira que éste hiciera a Topolobampo:

Y á propósito del arca, debo decir entre paréntesis que los carruajes de la línea

de Diligencias Generales de Occidente, caminan con un solo juego de

guarniciones, sin elementos de refacción de ninguna especie, y con tanto exceso

de carga, que los viajeros, en los pasos difíciles, tienen que echar pié á tierra. Es

cierto que esto interrumpe la monotonía del viaje y ayuda á veces á hacer la

digestión, pero no obstante, entiendo que la Empresa está obligada á tratar al

público con más galantería.65

Por otra parte, en 1903 se construyó la segunda vía férrea que comunicó a Topolobampo

con El Fuerte (pasando por San Blas), conocido como ferrocarril Kansas City Mexico and

Oriente; y entre 1900 y 1910 se construyó el ferrocarril Southern Pacific, que comunicó al

estado directamente con Sonora y la frontera estadounidense. Antes de las vías terrestres, la

marítima había jugado —y lo siguió teniendo— un rol de primer orden para la actividad

comercial de Sinaloa con otros estados de la república y sobre todo con Estados Unidos,

debido a los puertos de Mazatlán y Altata. De Mazatlán, los barcos conectaban

directamente con San Francisco, California. De Altata salían sobre todo los vapores del

ferrocarril Occidental de México, los cuales conectaban este puerto con Mazatlán, Guaymas

y La Paz; en ese tiempo Guaymas se conectaba con Nogales gracias al ferrocarril, y de ahí

se enlazaba con EU.66

2. 3 Los estratos y los “trabajadores intelectuales”

Hacia 1877 Sinaloa era eminentemente rural, su población sumaba 190 mil personas que se

encontraba distribuida en 384 localidades. Para 1910 ascendía ya a 323 mil, gracias a que

se habían operado cambios mínimos en áreas como de la salud y los servicios, así como al

incipiente crecimiento de la economía. Asimismo, al impulsarse la colonización interna de

la región, las localidades aumentaron para 1910 a 3 mil 341, lo que no significó un cambio

65

Francisco Gómez Flores, ―Viaje á Topolobampo. (Cartas á El Correo de la Tarde)‖, en Narraciones y

Caprichos. Apuntamientos de un viandante. Cartas diversas y artículos varios, Primera parte, Culiacán, 1889,

pp. 101-131. 66

Arturo Carrillo Rojas, op. cit., p. 29.

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esencial en la composición rural de la población sinaloense. Para 1910 —señala Maciel

Sánchez—, ―solamente Culiacán y Mazatlán contaban con más de 10 mil habitantes y estos

dos distritos, junto con los de Sinaloa y El Fuerte concentraban más del 50% de la

población del estado‖, situación que acentuaba aún más la tendencia rural.67

Aunque hubo desarrollo económico, los beneficios logrados no se reflejaron en

todos los estratos de la sociedad. La mayor parte de la población durante el Cañedismo

estaba compuesta por los trabajadores, casi todos peones, a quienes el crecimiento

económico de la región no favoreció: en las haciendas, los peones percibían un salario de

25 centavos diarios por jornadas laborales de 12 horas.

En el año de 1895, había en Sinaloa alrededor de 258 mil 915 personas, siendo el

Distrito de Sinaloa el que concentraba la mayor tasa poblacional (15,9%), seguido por el de

Culiacán (14,6%) y Mazatlán (13%).68

Para 1900, de acuerdo con el segundo censo

nacional de población levantado el 28 de octubre, esta escala no había variado (había 296

mil 701 personas) como sí ocurrió ya para 1910, cuando Culiacán ocupó el primer lugar,

seguido por El Fuerte y Mazatlán, y había una población total de 323 mil 642; el notable

ascenso poblacional en el norte en estos años se debió a la colonización realizada por los

norteamericanos —en Los Mochis—, gracias al esfuerzo de Albert K. Owen. Estos tres

distritos fueron, por otro lado, los que mayor crecimiento económico alcanzaron. Mientras

aquellos distritos crecían, como ha apuntado Ortega Noriega, los de Cosalá y San Ignacio

quedaron excluidos del desarrollo porfiriano, no obstante que habían sido muy importantes

durante la época colonial y la primera mitad del siglo XIX.69

Ahora bien, en lo que respecta a la población económicamente activa, se tiene según

el censo de 1900, había 136 mil 111 individuos que desempeñaban diversas labores, done

casi un 50% eran ganaderos, agricultores y peones, siendo estos últimos los que

predominaban: de cada 10 personas que trabajaban en el campo, siete eran jornaleros. La

minería, por su parte, ofrecía pocos empleos directos (representaba sólo el 2,8%); también

el número de trabajadores industriales era mínimo (11,4%), en cambio era relativamente

grande el número de servidores domésticos (9,24%). Ortega Noriega ha señalado que si en

67

Carlos Maciel Sánchez, ―Sinaloa en la antesala del siglo XX‖, revista Clío, núm. 16, Culiacán, Facultad de

Historia, Enero-Abril de 1996, p. 118. 68

Héctor Leal Camacho, ―Sinaloa durante la Revolución: el papel de los intelectuales en la transformación

social‖, Culiacán, Facultad de Historia-UAS, tesis de maestría, 1997, p. 15. 69

Sergio Ortega Noriega, op. cit., p. 256.

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conjunto se toman las ocupaciones de escaso prestigio y poco remuneradas (peones,

agricultores, mineros, obreros, dependientes, servidores domésticos y pescadores), se

tendría que representaban el 69% de la población ocupada, lo que significa ―que en la

sociedad sinaloense de 1900 el grupo social bajo era muy amplio, que de cada 10

sinaloenses ocupados, siete pertenecían al grupo de los desposeídos‖.70

A lo anterior hay que agregarle que, según la investigación realizada por Higuera y

Rocha, eran los desamparados los que más padecieron la escasez de alimentos y la carestía,

así como fueron víctimas frecuentes de las enfermedades tanto endémicas como

epidémicas. Eran el ―populo bárbaro‖, como le llamó Amado Nervo a quienes no tenían

nada, ni siquiera esperanzas. En efecto, aunque Nervo decía que era muy difícil abordar la

cuestión de las clases sociales, reconocía que en Sinaloa había tres divisiones muy

marcadas en la sociedad, que eran las siguientes:

1º. Clase alta.- High life creme, nata: (en castellano vulgar los que tienen mucho.)

2º. Clase media.- A esta no se le aplican nombres ingleses ni franceses. ¿Para qué? ¡le basta con

el suyo! Y se compone de los que tienen poco y quieren mucho.

3º. Clase baja.- (Populo Bárbaro.) A esta se le aplica un latinajo capaz de espantar á Cicerón;

¡al fin y al cabo, el latín es un idioma muerto! Muerto como las esperanzas de los pobres.71

La high life creme estaba compuesta por aquellos que la expansión capitalista había

favorecido, es decir, por un reducido número de personas que se desempeñaban como

propietarios rurales y urbanos, así como los comerciantes y otros empresarios,

conformando entre ambos conjuntos un 3,13%. Tiene razón Ibarra, por su parte, en

designar a esa porción como una oligarquía,72

la cual concentró el poder económico así

como el político durante el Cañedismo. Esta oligarquía, precisamente, constituyó una elite

cultural que ocupó en una larga duración las posiciones políticas principales. Al indagar

acerca del nivel educativo que poseían los diputados locales, por ejemplo, Brito Rodríguez

encontró que predominaron los abogados, los médicos y los ingenieros; se percató además

70

Ibíd., p. 259. 71

Amado Nervo, ―¡No es de mi clase! Cuadros de actualidad‖, en Mayra Elena Fonseca Ávalos, La obra

periodística de Amado Nervo en El Correo de la Tarde, (1892-1894), Tepic, Consejo Estatal para la Cultura y

las Artes de Nayarit-Universidad Autónoma de Nayarit-Ayuntamiento de Tepic, 2002, p. 141. 72

Jesús Ignacio Ibarra Carmelo, ―El Porfiriato, capitalismo y oligarquías regionales‖, en El Porfiriato en

Sinaloa..., op. cit., p. 50.

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que los cargos del Poder Legislativo de 1878 a 1910 se concentraron en 94 personas, las

cuales repitieron entre una y 15 legislaturas.73

Por su parte, a la clase media la integraban los empleados públicos (funcionarios y

militares) y los trabajadores intelectuales (profesores, clérigos, profesionistas y artistas) que

juntos conformaban apenas un 2%; por intelectual se entendía, según lo definió el

diccionario español a fines del siglo XIX, hacía referencia a aquel individuo ―dedicado al

estudio y meditación‖.74

Esta última clase fue censada sin distinción, por lo que no

podemos saber cuántos pertenecían a cada rama, sobre todo porque algunos cumplían más

de una función; no obstante, Maciel Sánchez —basado en las Estadísticas sociales del

Porfiriato—, señala que para 1910 existían 318 profesores, 49 abogados, 42 médicos, 36

sacerdotes y 35 militares.75

En esta sociedad contrastante, donde había una pequeña élite política y económica y

una mayoritaria clase baja, las costumbres, creencias e ideas se diferenciaban también de un

modo destacado. Crónicas periodísticas, relatos literarios, notas informativas, e incluso

poemas, dan cuenta de las atribuciones que de manera maniquea se le otorgaron al

populacho en oposición a la refinada clase alta (la high life creme nerviana) o a la misma

clase de los ―trabajadores intelectuales‖, la que residía principalmente en Mazatlán y

Culiacán, sitios donde se desarrollaron tertulias literarias, kermeses de filantropía donde se

leían discursos y poesías; asimismo, se daban algunas representaciones teatrales, conciertos

musicales con bandas militares o del estado que interpretaban mazurcas, valses, saraos,

entre otros géneros musicales; las señoritas de familia acomodada eran instruidas en el

canto y la ejecución de algún instrumento musical como el piano o el violín.

En las cuestiones relacionadas con el ambiente intelectual, había publicaciones de

poesías y artículos literarios en los periódicos, en los cuales se daban a conocer las

novedades, se elogiaban escritos y se polemizaba. En estas dos ciudades se desarrolló

principalmente un circuito cultural (había una circulación de ideas) durante, e incluso antes,

el Cañedismo, y aunque también Mocorito se convertiría en un referente cultural debido a

la residencia que tuvo ahí el médico y poeta Enrique González Martínez, esto sucedió a

inicios del siglo XX.

73

Félix Brito Rodríguez, op. cit., pp. 39-45. 74

DRAE, Academia Usual, 1884, p. 603; 1899, p. 562. 75

Carlos Maciel Sánchez, op. cit., p. 122.

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2. 3.1 La cultura y la era de los literatos

El tedio de los días calurosos en la mayor parte del año en las pequeñas ciudades

sinaloenses era interrumpido, es cierto, por las actividades del comercio, la minería y la

agricultura, pero también por actividades de artísticas. A fines del siglo XIX la élite

social, en la cual participaban los literatos, realizaba ciertas actividades para reafirmar su

posición: serenatas, bailes de salón, conciertos operísticos y paseos diurnos o la luz de la

luna. Frente a unas ciudades —Mazatlán y Culiacán— que crecían de manera irregular, el

paradigma del progreso en relación con el romanticismo dio como resultado obras

arquitectónicas singulares; así, durante el Cañedismo existió una atracción por la

naturaleza, transformándose las plazas en parques y jardines con sus respectivos quioscos,

―se crearon calzadas o bulevares arbolados a manera de paseos, casas de veraneo con

amplios jardines‖, cobrando relevancia lo pintoresco o exuberante, y inclusive se pueden

considerar ―como elementos románticos en la arquitectura del siglo XIX, las corrientes de

los neos: neogótico, neoislámico, y en general la mezcla de estilos en oposición al

academicismo‖.76

Es cierto, bajo el primer mandato del gobernador Mariano Martínez de

Castro (1880-1884), las principales ciudades rehabilitaron los espacios públicos, como las

plazas y sus kioscos: en Mazatlán se mejoró el paseo de Olas Altas, se creó la plaza

Machado; en Culiacán, la plaza de Armas y la plaza Rosales; además, en ambas se

alinearon y empedraron las calles.77

Aparte de estas obras, se hicieron otras de mayor

importancia: mercados, puentes, escuelas y uno o dos teatros que los literatos reclamaban

para estar a la altura de la civilización.

Las actividades sociales y recreativas que aliviaban el letargo eran las fiestas o

bailes de salón o en la calle, según la clase social; en ocasiones era el sobresalto por las

fiestas patrias, otros días había tertulias donde el aburrimiento se mitigaba con juegos de

mesa o de tiro al blanco, jornadas taurinas y peleas de gallos, y de vez en cuando el

letargo se sacudía con la llegada de los circos o la recurrencia del carnaval a la vuelta de

76

René A. Llanés Gutiérrez, Luis F. Molina, el arquitecto de Culiacán, Culiacán, COBAES-La Crónica de

Culiacán, 2002, p. 19. 77

Martín Sandoval Bojórquez, Luis F. Molina y la arquitectura porfirista en la ciudad de Culiacán, Culiacán,

Difocur-H. Ayuntamiento-La Crónica de Culiacán, 2002, pp. 54-60.

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cada año. Había, aunque eran pocas, representaciones de breves dramas y lecturas

literarias; los teatros Alegría y el Teatro Rubio en Mazatlán y el Apolo en Culiacán,

funcionaron de vez en cuando.

Las actividades culturales eran, aunque escasas, bastante significativas. Amado

Nervo, quien vivió en el puerto mazatleco trabajando como periodista de El Correo de la

Tarde, señalaba que el año nuevo de 1893 no iniciaba mal pues se habían tenido ―dos

tertulias en ocho días es algo‖ y puesto que el frío de esta época no había cancelado el

entusiasmo por el baile, avizoraba que en la temporada de verano habría repetidas

fiestas.78

Siendo su oficio el de cronista, al año siguiente y en el mismo mes suspiraba

porque en comparación con la capital donde domingo a domingo se reseñaban las fiestas

celebradas en la semana, en la provincia nada ocurría que pudiera mostrar a sus lectores. E

ironizaba:

En nuestro triste Teatro Rubio no se representa en la actualidad más tragedia que

la de la araña que devora á la mosca, en los tenebrosos rincones de los palcos

terceros ó del proscenio, y como se representa siempre ante un reducido número

de insectos y termina con idéntico desenlace nada ofrece de notable.

En la Plaza e Gallos, estos bípedos, no implumes como el hombre de Platón,

se matan todos los domingos ante regular concurrencia: y aquí tenemos otra

tragedia en que son actuantes sultanes… de corral, uno de los cuales riega

invariablemente con su negra sangre la arena, del circo.

Y eso es todo?

Esto es todo si Udes. no lo llevan á mal.79

Sin embargo, a pesar del ritmo semilento de la vida y las pocas actividades culturales, los

hombres letrados de esta época no dudaban de que Sinaloa fuera a paso seguro hacia el

progreso. En 1888 Francisco Gómez Flores, quien consideraba al teatro como la diversión

favorita de los pueblos cultos, se lamentaba que, a causa de su situación geográfica, la

ciudad de Culiacán fuera poco visitada por las compañías dramáticas, y eso que, añadía

con gran optimismo, ―en su progresista sociedad hay evidentemente gran afición al teatro,

como lo prueba la circunstancia de que un grupo de personas distinguidas, se haya

propuesto dar una série de representaciones, con un fin además filantrópico‖.80

78

Amado Nervo, ―La tertulia del casino‖, ECT, enero 9 de 1893, en Mayra Elena Fonseca Ávalos, op. cit., p.

74. 79

Ibíd., ―Enero‖, ECT, enero 29 de 1894, p. 107. 80

Francisco Gómez Flores, ―Teatro‖, Narraciones y caprichos, op. cit., p. 63.

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La incipiente cultura literaria de Sinaloa estuvo jalonada, como ya se visto, por el

dinamismo del comercio, considerado por los pensadores iluministas como el motor de la

civilización y del progreso. El comercio, al ser despojado de su simple fin de lucro, fue

calificado como el mecanismo civilizatorio más eficaz: las relaciones sociales crecían y se

complejizaban, lo cual conllevaba a que el hombre descubriera expresiones nuevas y

estimulantes para el florecimiento del arte y la ciencia; y también al revés: ―Cuanto más

avanzan estas refinadas artes [la ciencia, la literatura y la poesía], más sociables se tornan

los hombres‖, decía David Hume en la Inglaterra capitalista y burguesa de fines del siglo

decimonónico.

Esta cultura literaria sinaloense, no obstante, no fue extensiva a todo el estado ni la

practicó la generalidad de los habitantes, pues si bien hubo vida literaria en los distritos

del norte, El Fuerte y Mocorito, fue en la región centro-sur, donde se encontraban los

distritos de Culiacán y Mazatlán, respectivamente, la que más participación tuvo al contar

con un mayor índice de literatos y población que sabía leer. Ambos espacios destacaron

por contar con una regular actividad cultural y literaria como ningún otra región de la

parte noroccidental de la república; de este modo, en este espacio geográfico se

conformaron por lo menos tres constelaciones autorales, varias asociaciones literarias,

numerosos periódicos y dos revistas literarias.

Se tiene que para 1900, los trabajadores intelectuales sumaban, según el censo

aplicado el 28 de octubre de 1900, cerca de 1175 individuos esparcidos en el territorio

sinaloense; de ellos podemos sugerir que la minoría la representaron los clérigos, así como

los artistas; de estos últimos no se especifica qué rama del arte desempeñaban, por lo que

quizá eran músicos y cantantes dadas las orquestas que había en Culiacán y Mazatlán, dado

que no hay referencias de la existencia de pintores, exceptuando la intención de Salvador J.

Agraz de abrir una Academia de Pintura.81

Por consiguiente, la mayoría estaba concentrada

en la actividad del magisterio, y acaso en grado parecido, en desempeñar una profesión:

médicos, ingenieros, arquitectos, abogados, periodistas, entre otros.

Sin duda el esplendor del Cañedismo —una réplica del Porfiriato—, se manifestó en

la última década del siglo XIX, pues la estabilidad política, lograda a través de la represión,

y el próspero comercio cuya base eran las inversiones extranjeras, sentaron las bases para la

81

―Esbozos‖, BS, Culiacán, núm. 11, Febrero 15 de 1898, p. 88

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consolidación cultural, y de este grupo social diferenciado de los demás por laborar con el

conocimiento especializado. Esto se puede comprobar tan sólo si se compara la

composición de este grupo apenas un lustro atrás, en 1895, los llamados trabajadores

intelectuales eran 541 individuos de un total de 107 mil 262 personas ocupadas; cinco años

después, este grupo se había duplicado.

Lo anterior puede comprenderse, como un primer factor, debido a la incorporación a

la sociedad de las primeras generaciones de egresados del Liceo ―Rosales‖, fundado en

Mazatlán por Eustaquio Buelna en 1872 e inaugurado en 1873, año en que fue trasladado a

Culiacán; dicho liceo significó que los egresados de la primaria pudieran continuar sus

estudios. A lo anterior habría que sumarle que el número de escuelas también se incrementó

sobre todo en el periodo de gobierno de Buelna: en 1872 había 14 escuelas primarias, al

finalizar su periodo en 1875 dejó funcionando alrededor de 200 planteles escolares, así

como 3 preparatorias repartidas en El Fuerte, Mazatlán y Culiacán. El nivel de alfabetismo,

por otro lado, era del 47% en 1900, cuya cifra era superior a la media nacional, la cual era

tan sólo de 23%.82

Las escuelas no dejaron de multiplicarse; Díaz recibió más de 5 mil con

140 mil alumnos, para 1887 el número de primarias se había duplicado y el de alumnos,

cuadruplicado; señala González: ―Junto a la diversión creció la escuela, la nueva escuela

que se propuso como ideal sustantivo la difusión de los amores a la patria, al orden, a la

libertad y al progreso‖.83

Hacia 1910 había 16 mil 910 alumnos del nivel primario,

repartidos en 345 escuelas, aunque el analfabetismo seguía siendo un problema presente.

En resumen, los factores económicos y políticos, a pesar de la miseria que la

población padecía, permitieron que existiera un grupo claramente diferenciado por sus

prácticas sociales: los literatos, personas que por su nivel de conocimiento y manejo de la

escritura ejercieron en la parcela del poder un rol importante para la vida pública de la

entidad. Los literatos, cuya inclusión cabe perfectamente en la clasificación de

―trabajadores intelectuales‖, categoría empleada en el censo de 1900, asumieron un papel

trascendental desde las bellas letras, dotándolas de diversos fines: educativos, éticos e

instructivos. La estabilidad política dentro de un régimen autoritario, y por ende la

necesidad por obtener de legitimidad y consenso, además del empuje del comercio y la

82

Héctor Leal Camacho, op.cit., p. 22. 83

Luis González, op. cit., p. 950.

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posibilidad de que la prensa –principal tribuna de opinión, pero también de la expresión

estética- se consolidara, fueron factores fundamentales para que los literatos dispusieran

de espacios idóneos para subsistir: desde los cargos públicos hasta el de cronistas o

articulistas en los periódicos.

De esta manera, si se toma en cuenta el tiempo que comprendió el Cañedismo, se

tiene que entre 1877 y 1909 existieron poco más de 75 literatos, entendiéndose por literato

a la persona que, independientemente de su profesión —como la de ingeniero, médico,

abogado, profesor o cualquier otra―, practicó la escritura literaria, la cual dio a conocer

principalmente en los periódicos. La mayoría no eran en realidad literatos formales, es

decir, no se dedicaban por entero a este quehacer ni vivían de ello; su formación era más

bien autodidacta, y cultivaron la literatura para adquirir un saber, pero también para

conseguir prestigio dentro del régimen. De la cantidad señalada, no todos vivieron en

Sinaloa al mismo tiempo, y además de esa movilidad, hubo en este periodo algunos

decesos. Asimismo, un poco más de la mitad practicaron el género de la poesía por lo que,

no sin sorna, Francisco Gómez Flores llegó a decir: la palabra poeta ―anda en boca de

todos y se prodiga con una facilidad que pasma, al grado de que si uno tropieza con

alguien, resulta poeta, y de los que hayan tropiezos en vez de consonantes‖.84

2.3.2 Principales grupos autorales

La vida literaria en Sinaloa, si no boyante, sí era por lo menos destacada durante el

Cañedismo. En un balance que Francisco J. Gómez Flores hacía en la penúltima década del

siglo XIX, mencionaba con satisfacción: ―Los que hemos trabajado sin cesar por levantar el

prestigio de Sinaloa por medio de las letras, nos consideramos felices con que su nombre

suene ya por lo menos con decoro y crédito‖.85

84

Francisco Gómez Flores, ―Apuntes para la historia (sacados de un libro inédito)”, Humorismo y crítica.

Monólogos de Merlín, Mazatlán, Tip. De ―La Voz de Mazatlán‖ a cargo de Villalobos y Delgado, 1887, p. 49. 85

Francisco Gómez Flores, ―La Opinión‖, Narraciones y caprichos, Apuntamientos de un viandante, Cartas

diversas y artículos varios, Primera parte, Culiacán, Tipografía de Ignacio M. Gastélum, 1889, p. 163.

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Precisamente, Gómez Flores86

―quien firmó con el pseudónimo Merlín algunos

escritos― fue el mayor intelectual de las letras sinaloenses del siglo XIX que articuló en

torno suyo a una pléyade de literatos; el único que llegó a disputarle su hegemonía fue

Adolfo O‘Ryan, conocido con el pseudónimo de Zenón. Gómez Flores fue profesor,

periodista y un certero e ingenioso crítico literario. De pensamiento liberal, lo que a

menudo le ocasionó problemas sobre todo con la Iglesia, poseía un amplio conocimiento de

la literatura universal, tanto del pasado como contemporánea. Había nacido en San Luis

Potosí, aunque existe la versión de que nació en Sinaloa, pues sus padres radicaron en esta

entidad, en el año de 1856. Su carrera literaria la inició en la ciudad de México al lado de

Agustín Verdugo, Peón Contreras y Manuel Gutiérrez Nájera; este último recuerda que

traía uno o dos libros de versos muy malos, por lo que se dedicaría de lleno a la crítica: en

1881 publicó Bocetos literarios, un compendio de artículos críticos, motivo por el cual

Gutiérrez Nájera dijo que este autor gozaba de ―grandes aptitudes y no comunes

cualidades‖.87

Gómez Flores fue director del periódico La Voz de Mazatlán, y colaborador

asiduo de periódicos sinaloenses como El Eco Popular, La Opinión y de El Correo de la

Tarde, entre otros; en 1881 fue regidor del ayuntamiento de Culiacán. En 1887 publicaría el

libro Humorismo y crítica que compendiaba notas de política, filosofía y literatura, y dos

años después daría a conocer Narraciones y caprichos I, un libro de cartas y artículos

varios que había publicado en la prensa; en 1888 fue redactor del periódico oficial. En la

ciudad de México, a donde se había ido a residir a fines de 1891, preparaba el segundo

volumen de artículos, una novela y un drama, cuando la muerte lo sorprendió el 22 de enero

de 1892. De manera póstuma se afirmó que Gómez Flores ―fue el alma de una época de

asombroso movimiento periodístico en el Estado; á su influjo aparecieron los principiantes

y entraron de nuevo á la lucha los veteranos. Él era el jefe; nosotros obedecíamos y

confiábamos en su pericia‖.88

Se debe justamente a Gómez Flores una visión panorámica de los grupos literarios

existentes en la década de 1880, donde identificaba dos generaciones: una antigua, que

86

Francisco Gómez Flores nació en San Luis Potosí en 1856 y murió en la ciudad de México en 1892.

Gustavo Jiménez Aguirre, Lunes de Mazatlán, Crónicas 1892-1894, (Obras de Amado Nervo), México,

Océano-UNAM- Conaculta, 2006, p. 43. 87

Manuel Gutiérrez Nájera, ―Bocetos literarios, de F. J. Gómez Flores‖, en Obras, México, Vol. 6, UNAM,

1985, p. 202. 88

Anónimo, ―Francisco Gómez Flores‖, ECT, Mazatlán, lunes 25 de enero de 1892, núm. 2,004, p. 1

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escasamente escribía, y otra contemporánea, la suya. Consideraba a dichos literatos como

sinaloenses por el hecho de que habían nacido en la entidad o porque, como argumentaba,

habían ―nacido en Sinaloa para las letras‖.

La antigua generación de escritores, donde casi todos habían enmudecido, estaba

integrada por Gabriel F. Peláez, Pedro Victoria y Santiago Calderón, siendo ―El Sr. Lic.

Buelna es el único que de vez en cuando publica algún trabajo histórico ó erudito‖.89

Franco Briones afirma que estos escritores pertenecieron a la época de la Reforma, periodo

en que hubo una gran actividad en la prensa sinaloense: el zacatecano Antonio Rosales

fungió como redactor del periódico oficial, así como Ignacio Ramírez, El Nigromante.90

Respecto a su trama biográfica, de Gabriel F. Peláez se sabe que nació en Matamoros,

Tamaulipas y que se desempeñó como contador de la Aduana Marítima en Mazatlán, así

como de diputado en el Congreso Local; fue también Tesorero general del estado. 91

Pedro

Victoria, un destacado poeta, fue secretario de gobierno interino del coronel Jesús Ramírez

en 1877, puesto que repitió con el general Cañedo al ganar este las elecciones en junio del

mismo año y posteriormente Porfirio Díaz le confirió un cargo a nivel federal; en 1892

fungía como administrador de la aduana marítima.92

De Santiago Calderón se desconocen

sus datos generales aunque él, así como Victoria, Peláez y Gómez Flores, fueron incluidos

en la antología Mazatlán Literario de 1889. Otros escritores —omitidos por Gómez

Flores— fueron los participantes del álbum Mazatlán Literario, cuyos artículos se

retomaron de las colecciones de periódicos, para buscar en sus columnas las

―composiciones dispersas de los escritores más conocidos y estimados‖.93

En esta antología

figuraron también Alonso Morgado, Apolonio Sáinz, Casimiro E. Alvarado, José Salcido

E. Imaz, M. Sánchez Tirado, Jorge A. Wilhelmy, Adolfo Wilhelmy y Benjamín Vidal.

Todos ellos publicaban en periódicos sinaloenses como La Voz de Mazatlán, El Monitor

del Pacífico, El Occidental, La Voz del Pueblo, entre otros periódicos de las últimas

décadas del siglo XIX.

89

Francisco Gómez Flores, ―La Opinión‖, en Narraciones y caprichos. Apuntamientos de un viandante, 1889,

p. 162. 90

Jorge Briones Franco, op. cit., p. 49. 91

Félix Brito Rodríguez, op. cit., p. 160 92

Ibíd., pp. 168-169. 93

―Prólogo‖, Mazatlán Literario, Mazatlán, Imprenta y Casa editorial de Miguel Retes, 1889, p. 1.

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Por otra parte, la nueva generación la conformaban, según el criterio de Gómez

Flores, los siguientes literatos: José Ferrel, Ángel Beltrán, Daniel Pérez-Arce, Leopoldo

Valencia, Ignacio M. Gastélum, Francisco Sosa y Ávila, Ruperto L. Paliza, Herlindo Elenes

Gaxiola, Alberto Arellano, Carlos Ramírez, Manuel Salas, Eduardo Betancourt, Agustín

Hernández y Francisco J. Gaxiola.94

D. López retomó esta clasificación en su artículo ―Literatura‖ que publicó en El

Correo de la Tarde en 1891. Según Daniel López, en esta época reinaba una esterilidad

casi absoluta en las letras sinaloenses, pues señalaba que mientras unos se fueron de

Sinaloa, los que permanecieron parecían también ausentes, ya que habían caído ―en una

apatía atroz y dejáronse arrebatar por una indiferencia completa: el hecho es que no

escriben ni pizca‖. Con este señalamiento se refería al Lic. Ayón, cuyo fuerte había sido la

oratoria, pero que, a causa de falta de práctica, había perdido el hábito de la

improvisación: escribía de tarde en tarde, pero ―sólo para decir que los toros de la última

corrida eran corniveletos‖; es decir, se volvió reseñista de la tauromaquia. Aludía también

a Pedro Victoria, poeta que estaba más atento a los intereses fiscales, pues ―en la

actualidad desempeña un importante empleo lejos de aquí [de Mazatlán]‖, e incluyó a

Samuel Híjar y Haro, quien ―encontró que le producía más la tarea de revolver

expedientes de Juzgado‖ que seguir escribiendo alguna crítica. La ―gente nueva‖ la

integrarían –de acuerdo con López- el ya mencionado Ferrel, pero también Manuel

Bonilla, Jorge Ulica (anagrama de Julio G. Arce) y Juan B. Ruiz, quienes son ―jóvenes

entusiastas, trabajadores y modestos […] Los mencionados jóvenes fundan y alientan la

esperanza de una resurrección intelectual en nuestro Estado‖. Pese a que Gómez Flores

mencionó como literatos noveles a Luis Blanco, el Dr. Mateos, Arturo García, Ernesto

Pérez, Enrique Pardo y Ricardo Carricarte, para Daniel López —a la vuelta de pocos

años— estos escritores contaban escasamente debido a que ya no escribían o se habían

dispersado con rumbos distintos; inclusive el propio Gómez Flores para 1891 era

considerado por López como una voz silente, sobre todo porque se había ido a vivir a la

ciudad de México, y añadía: De allá, de la capital del país, decía López, ―nos enviará de

94

Francisco Gómez Flores, op. cit., p. 163.

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seguro la segunda parte de esa obra, pues no creemos que nos olvide á los que lo hemos

aplaudido muchas veces y admirado siempre‖.95

Ciertamente, los nuevos literatos estaban teniendo una presencia que habrían de

sostener hasta la implosión del régimen cañedista. José Ferrel Félix, nacido en Hermosillo,

Sonora en 1865,96

dirigió en Mazatlán el periódico El Pacífico de Mazatlán y La Voz de

Mazatlán, así como El Progreso Latino y El Demócrata Mexicano, en la capital mexicana;

en 1891 dio a conocer su novela La caída de un ángel, la que generó polémica en los

principales diarios del país. Ferrel fue un sistemático opositor al Porfiriato y pisó la cárcel

múltiples ocasiones: al frente de El Pacífico escribió un artículo en contra de Cañedo, lo

que le valió un año de prisión en el cuartel de Mazatlán; y después, cuando emigró a la

Ciudad de México, y a través de El Demócrata, atacó al gobierno de Díaz, lo que le valió

de nueva cuenta a ―sufrir persecución y cárcel‖ teniendo hasta doce procesos en su contra.

En 1909, a la muerte de Cañedo, se registró como candidato a la gubernatura de Sinaloa,

perdiendo las elecciones con Diego Redo, en un presunto fraude.97

Por otro lado, hacia 1890 Leopoldo Valencia se desempeñaba como director del

periódico El Sur de Sinaloa, en El Rosario; en tanto que Daniel Pérez Arce era un reputado

licenciado en derecho y un periodista reconocido: hacia 1897 tenía su despacho en el puerto

mazatleco, en la calle Principal número161, y en 1898 compartió la redacción de El Correo

de la Tarde con Carlos F. Galán, Dr. Martiniano Carvajal (cuyo pseudónimo era Fray

Agatón), Esteban Flores y Adolfo O‘Ryan.98

Francisco J. Gaxiola, quien nació en 1869 en

Sinaloa de Leyva, fue historiador, diplomático y político, así como profesor de estudios

superiores; de Ignacio M. Gastélum se sabe que fue abogado y colaborador de varios

periódicos; en tanto Francisco Sosa y Ávila era ingeniero y ocupó por un corto periodo de

tiempo (dos años: de 1892-1893) la dirección del Colegio Rosales en Culiacán; se dice que

fue destituido por confrontar sus ideas liberales con las religiosas de un estudiante, llegando

el caso al Legislativo. Por su parte el Dr. Ruperto L. Paliza (México, 1857) ocupó la

95

Daniel López, ―Literatura‖, ECT, martes 3 de junio de 1891, p. 1. 96

Carlos Grande, Biografías sinaloenses, (Prontuario 1530-1998), Culiacán, Caryalci, 1998, p. 57. Acerca de

la novela de Ferrel véase ECT, miércoles 27 de mayo de 1891, p. 1. 97

Azalia López González, ―José Ferrel Félix‖, Rumbo a la democracia, Culiacán, COBAES-UAS, 2003, p.

41.

98 Infra., Gustavo Jiménez Aguirre, op. cit., p. 265.

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dirección de dicho colegio por espacio de 18 años: de 1893 a 1911, donde impartió diversas

cátedras; a él se debe la fundación de la Casa de Beneficencia y la Casa de Asilo, ambas en

Culiacán, y por largo tiempo dirigió también el Hospital Civil; su profesión de médico la

compaginó con la política, pues fue regidor de Culiacán durante siete años, fue diputado

local por dos ocasiones, así como magistrado del tribunal de justicia. Finalmente, Herlindo

Elenes Gaxiola, oriundo de Culiacán, fue periodista y redactor de El Monitor Sinaloense

(1892-1911); egresado del Colegio Rosales, se afilió a la causa de Eustaquio Buelna,

cuando el historiador se rebeló contra la dictadura de Porfirio Díaz.

De los literatos mencionados por López se tiene que Manuel Bonilla, cuyo nombre

literario era Marcial, fue afín a las ideas de José Ferrel. Nació en San Ignacio en 1867;

Bonilla estudió ingeniería en Estados Unidos, desempeñó varios cargos públicos: fue

regidor de Culiacán, fue miembro del Tribunal de Justicia y administró la fábrica El

Coloso, de Diego Redo, y trabajó en la Compañía Naviera del Pacífico. Asimismo, fue

director de El Correo de la Tarde y de La Píldora; y en 1897 publicó su novela por

entregas Espinas y amapolas. Estampas nacionales en El Correo de la Tarde. En 1909,

tras conocer el supuesto fraude contra Ferrel, renunció al puesto de visitador de Hacienda

y se afilió al año siguiente a la candidatura de Madero. Esteban Flores, quien fue coetáneo

de Julio G. Arce y de Francisco J. Gaxiola, nació en 1970 en Chametla, ubicada en el

Distrito El Rosario;99

se educó en el colegio ―Jesús Loreto‖, y se graduó como profesor de

educación primaria en la escuela Lancasteriana; colaboró en El Correo de la Tarde, del

que sería su director de 1895 a 1905, y participó en los diarios El Mefistófeles y El

Monitor Sinaloense, y en las revistas literarias Bohemia Sinaloense y Arte en la primera

década del siglo XX; fue funcionario del gobierno de Cañedo, regidor y presidente

municipal de Culiacán; asimismo, como profesor del Colegio Civil Rosales impartió las

materias de historia, matemáticas y literatura.

Por su parte Julio G. Arce había nacido en Guadalajara, donde había estudiado en

Liceo de Varones, siguiendo con la carrera de farmacia; en 1889 llegó a Mazatlán, y

pronto se trasladó a Culiacán donde, en sociedad con su suegro Antonio Moreno, adquirió

la Botica Alemana. En 1897-1899 dirigió la revista literaria Bohemia Sinaloense, en 1899

99

―Esteban Flores (1870-1927)‖, ―Julio G. Arce (1870-1926)‖, ―Francisco J. Gaxiola (1870-1933)‖, en Carlos

Grande, op. cit., pp. 60-62.

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fue jefe de la sección de estadística y de instrucción pública; de 1898 a 1909 fue director y

propietario de El Mefistófeles, primer diario de Culiacán, donde publicaba con regularidad

la columna ―Crónicas diabólicas‖ con el seudónimo de Cyrano; fue también director

general de la Mexican Pacific Mining Company en 1906, además de que por esas fechas

se desempeñaría como diputado local.

A fines del siglo XIX se fue conformando una nueva pléyade de escritores en

Sinaloa. Eran jóvenes inquietos, interesados en sobresalir en las letras, pero también de

cobrar notoriedad social. Entre ellos destacaban Francisco Medina, Jesús G. Andrade,

Francisco Verdugo Fálquez, Enrique González Martínez, Amado Nervo, Luis Hidalgo

Monroy, Haydée Escobar de Félix Díaz, entre otros.

Medina nació en el poblado de Tierra Blanca, al otro lado del río Humaya, el 20 de

abril de 1879, yéndose a estudiar a Culiacán en su adolescencia al Colegio Rosales; a

temprana edad —a los 15 años— comenzó a publicar en periódicos de la capital sinaloense,

principalmente poemas.100

Jesús G. Andrade (Culiacán, 1880) fue hijo del prefecto del

distrito, Francisco M. Andrade, uno de los favoritos del régimen; en 1895 Jesús Andrade se

trasladó a Guadalajara para estudiar en el Liceo de Varones, desde donde colaboró en

diversas revistas y periódicos del país.101

Por su lado Verdugo Fálquez (Culiacán, 1876), se

tituló como abogado en 1901, en el Colegio Civil Rosales; fue notario público y regidor por

el ayuntamiento de Culiacán en 1906, presidente de la sociedad mutualista de Occidente,

así como catedrático del colegio Rosales.102

González Martínez (Guadalajara, 1871),

publicó su obra inicial en Sinaloa a donde había llegado a laborar de médico; y dio a

conocer los siguientes poemarios Preludios (1903), Lirismos (1907) y Silénter (1909), fue

prefecto del Distrito de Mocorito, así como director de la revista Arte (1906-1909). El poeta

Nervo (Tepic, 1870), por otro lado, se desempeñó como cronista de El Correo de la Tarde

en el periodo 1892-1894, a la par que publicó varios de sus poemas; también Monroy

escribió para El Monitor Sinaloense y como profesor fue el encargado de la educación en

Navolato. Pero de toda esta constelación sobresale el caso de Haydée Escobar de Félix

Díaz, más conocida por su pseudónimo de Cecilia Zadi, quien nació en Mazatlán, en 1868,

100

Agustín Velázquez Soto, El romántico amigo de la imparcialidad. Preludios de vida literaria en

Francisco Medina (1896-1900), Culiacán, Difocur, 2005, p. 14. 101

Gabriel Agraz García de Alba, Bibliografía de los escritores de Jalisco. T- I. México. UNAM–IIB, 1980,

p. 390 102

Félix Brito Rodríguez, op. cit., p. 168.

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y se convirtió en la primera mujer de la entidad en publicar un libro de poesía, Versos a un

ángel. Ya en la primera década del siglo XX otros nuevos literatos, como Genaro Estrada,

Sixto Osuna, Carlos Filio y Juan L. Paliza, empezarán a darse a conocer.

2.3.3 La morada literaria: periódicos y revistas

La prensa en la etapa independiente de México fue, mediada por el liberalismo, un espacio

exclusivo para la manifestación de las ideas principalmente políticas, pero también sociales,

filosóficas y literarias; fue en este espacio donde los intelectuales de manera mayoritaria

ejercieron la incipiente opinión pública, el sitio donde buscaron adoctrinar, educar o

moralizar a la plebe a través de editoriales o artículos, así como de discursos literarios, ya

fueran relatos o poemas.

En lo que respecta al rubro de los libros, éstos fueron un producto de poca edición

en la entidad debido a que era el autor quien debía sufragar los costos, además de que no

tenían la misma circulación ni igual trascendencia que los periódicos, los cuales podían

llegar a diversas manos. Son contados los autores que vieron publicada su obra individual,

entre ellos se encuentran: Gómez Flores, dueño de las tres obras ya citadas (que eran

recopilaciones de sus artículos periodísticos); José Ferrel, con su novela La caída de un

ángel; Cecilia Zadí, con Versos a un ángel; Francisco Medina, con su poemario Visiones;

Enrique González Martínez, autor de tres poemarios; y algunas antologías, como son

Literatura sinaloense, que eran discursos pronunciados en el aniversario del Gral. Rosales,

y el álbum Mazatlán Literario, un compendio de, ahí sí, poemas y relatos, así como escritos

que versaban sobre historia o crítica literaria.

Este último libro, Mazatlán Literario, posee gran importancia, pues se trata del

primer esfuerzo por reunir obra que fuera de calidad literaria, incluyendo a diversos autores

dueños de una voz personal o de reconocida trayectoria. Decimos ―de calidad‖, pues fue

precisamente ese un criterio que se estableció, llamados como estaban, a participar en la

Feria Mundial de París, en 1889. Esta convocatoria de reunir la obra de los literatos

sinaloenses fue un reconocimiento visible de que Mazatlán manifestaba un progreso

económico reflejado en su cultura; por tal razón se tuvo esmero en la selección de los

textos, así como en su parte material, ya que su tipografía y encuadernación fueron

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encargadas a la imprenta y casa editorial de Miguel Retes, en tanto que el papel fue

fabricado en Jalisco. Mencionar, como se hacía en el prólogo, a esas ―industrias

complementarias del arte literario‖ tenía como propósito dar una idea ―de la cultura

intelectual de esta ciudad, llamada por antonomasia la Perla del Pacífico‖.103

Sin embargo, como se ha dicho anteriormente, la prensa mantuvo la supremacía en

el terreno editorial. Después de su más o menos larga tradición, iniciada a inicios del XIX,

a fines del siglo ocurrió la modernización de la práctica periodística —como señala Del

Castillo—, pues del predominio del editorial político se pasó a la hegemonía de las noticias

y los reportajes,104

así como a la inclusión de secciones literarias. Dicha renovación se

debió a la estabilidad política y a los cimientos del comercio conseguidos por el Porfiriato,

lo que a su vez motivó el desarrollo de las vías férreas, la red telegráfica, los adelantos

técnicos en las máquinas de escribir y la introducción de innovadoras rotativas. Del Castillo

se refiere a lo acontecido en la prensa de la capital del país, sin embargo cabría destacar que

lo mismo aconteció en algunas zonas que vistas de cerca no eran tan periféricas, como

Mazatlán o Culiacán, por ejemplo.

A partir de los años sesenta del siglo XIX ―sostiene Briones Franco―, fue cuando

se comenzaron a notar cambios en los formatos y los contenidos de los rotativos,

―apareciendo los periódicos independientes, críticos; luego, los literarios, industriales,

mercantiles‖, entre otros. En esta época la mayoría de las publicaciones tuvieron una vida

efímera, y ―en el caso de los periódicos literarios y de variedades (muy pocos, por cierto),

aparecían y desaparecían por no ser costeables o por falta de lectores‖. En Culiacán, al ser

la capital de la entidad, el Periódico Oficial tenía fuerte presencia, aunque con frecuencia

cambiaba de nombre; y debido a los cambios en la prensa, este tipo de periódicos incluyó

en sus páginas, además de ―disposiciones gubernamentales, escritos políticos, selecciones

literarias y hasta hechos extraordinarios o relevantes‖.105

103

Francisco Gómez Flores et al., Mazatlán Literario, Mazatlán, Imprenta y casa editorial de Miguel Retes, 1

de enero de 1889. 104

Alberto del Castillo Troncoso, ―El surgimiento de la prensa moderna en México‖, La República de las

Letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, 3 vols., Eds. Belem Clark de Lara y Elisa

Speckman Guerra, México, UNAM, Vol. II. Publicaciones periódicas y otros impresos, 2005, p. 106. 105

Jorge Briones Franco, La prensa en Sinaloa durante el Cañedismo, 1877-1911, Sinaloa, UAS-Difocur,

1999, pp. 52-55.

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Fue durante el Porfiriato, ciertamente, que esta actividad tuvo su edad dorada en

Sinaloa, pues se lograron editar 128 periódicos que se distribuyeron del siguiente modo en

las principales ciudades: Mazatlán tuvo 62, Culiacán, 37; El Rosario, 13; y 16 diseminados

en otras localidades. Asimismo, Briones Franco expresa que

Uno de los rasgos más acusados de esta situación fue el incremento del número

de periódicos que se fundaron y circularon, y su diversificación. Lo prolífico de

la producción periodística en esta fase no tiene nada que ver, hasta donde

sabemos, con alguna medida administrativa o de gobierno que se haya propuesto

alentar la producción editorial. Los cambios estuvieron favorecidos, sin duda,

por la experiencia editora y técnica acumulada en los años previos, y muy

probablemente por la esperanza que suscitaba la nueva era que inaugura el

triunfo de los liberales porfiristas.106

Es posible considerar, no obstante, las subvenciones gubernamentales que el régimen

dictatorial de Díaz destino a la prensa a partir de la década de 1890 para golpear a las

publicaciones opositoras, las cuales se vieron obligadas a cerrar sus imprentas ante la

incapacidad de competir con un nuevo periódico que ofrecía mejores servicios por el

módico precio de un centavo.107

En Sinaloa este patrocinio es probable que haya existido,

pues solamente hubo un diario ―independiente‖ (El Correo de la Tarde), que respondía no

obstante a los intereses de los comerciantes del puerto mazatleco; así pues, las

subvenciones —ya fueran abiertas u ocultas— habrían sido un poderoso factor, además de

la estabilidad política y económica, que indujo y reforzó el quehacer de la prensa en la

entidad.

Lo notable de todo esto es que, a la par que había un interés por modernizar el

formato del impreso, existía también uno por innovar el contenido, siendo el literario uno

que fue ganando espacio gracias al prestigio que su inclusión revestía. Este desarrollo de la

prensa convirtió a la entidad a fines del siglo XIX, además, en un polo atractivo para

literatos y periodistas de otras entidades que quisieran desempeñarse como trabajadores

intelectuales; una muestra de ello fue la presencia del nayarita Amado Nervo, el capitalino

José Juan Tablada, el queretano Heriberto Frías, y los jaliscienses Carlos Filio, Julio G.

Arce, Sixto Osuna y Enrique González Martínez, por citar algunos connotados literatos que

106

Ibíd., p. 227 107

Alberto del Castillo Troncoso, op. cit., p. 109.

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radicaron por un tiempo en el suelo sinaloense. Fue a través de la prensa donde los literatos

estrecharon vínculos con otros de diversos estados de la república, así como con los de la

capital mexicana.

Durante el Cañedismo, a pesar de que la expansión periodística abarcó varias

localidades, los principales periódicos siguieron siendo los de Culiacán y Mazatlán debido

al número y la calidad. En el puerto mazatleco Miguel Retes fundó El Correo de la Tarde,

en 1885, teniendo como director a Carlos F. Galán, el mismo que desde abril de 1869 había

dirigido El Occidental. Este nuevo periódico respondió a los intereses comerciales, por lo

que informaba del precio de los productos y del movimiento aduanal, pero destacó por

informar de la cultura, y en específico por brindar un espacio a la literatura, pues mantuvo

la columna fija titulada ―Variedades‖ en la cuarta plana, donde se publicaban diariamente

poemas, así como novelas por entregas; y en su edición dominical, la primera plana era

completamente literaria. Refiriéndose a una lectora imaginaria, Nervo hacía un resumen del

contenido de dicho diario:

Estábamos en que te diste á leer ―El Correo;‖ ó mejor dicho á recorrer los títulos

de los diversos párrafos, deteniéndote sólo en aquellos más llamativos y cortos,

porque tú, lectora, rara vez prestas atención al editorial […]; el cultivo del café ó

de la piña te tiene muy sin cuidado […] Las cuestiones financieras te preocupan

menos aún […]. Eso sí: la lista de pasajeros no la perdonas; la nota del Registro

Civil tampoco; las noticias de Dentro y fuera de la ciudad… mucho menos, y la

novela… esa es la parte más dorada del bollo.

Pues como te iba diciendo, corriste los diversos títulos de las diversas

secciones y tropezaste con éste, muy llamativo: ―Semblanzas‖. Leíste en un

santiamén los versos… 108

En torno a este periódico, que fue el primero en mantener una publicación diaria, se forjó

una generación de literatos; en 1897 se integraron a su redacción Daniel Pérez-Arce,

Esteban Flores y Florentino Arciniega y Ledesma; en 1899 lo harían Adolfo O‘Ryan y

Julio G. Arce; asimismo figuraron como editorialistas José Ferrel, Sixto Osuna, Juan

Puga, José Rentería, Jesús Orozco, Francisco Medina, Haydée Escobar de Félix Díaz,

108

Amado Nervo, ―¿Quién es el Conde Juan?‖, ECT, marzo 12 de 1894, en Mayra Elena Fonseca Ávalos, op.

cit., p. 113.

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María de Jesús Neda Bonilla, Manuel Bonilla, Rosendo R. Rodríguez, Manuel Manzo,

Heriberto Frías y Enrique González Martínez, entre otros.109

En Culiacán también el periódico El Mefistófeles (1898-1909) aglutinó a diversos

literatos. Su director era Julio G. Arce, mientras que el jefe de redacción era Esteban

Flores; y como redactores José Rentería, Enrique González Martínez, Francisco Medina,

Antonio Moreno, Jesús G. Andrade, Carlos Filio, Sixto Osuna, Juan L. Paliza y Fernando

Martínez. Asimismo, entre 1892 y 1911 el bisemanario El Monitor Sinaloense agruparía a

otros tantos literatos. Herlindo Elenes Gaxiola era el redactor responsable; como

editorialista, Ignacio M. Gastélum; y como colaboradores figuran González Martínez,

Esteban Flores, Francisco Sosa y Ávila, Francisco Verdugo Fálquez, Manuel Bonilla y

Jesús G. Andrade.110

A la par que los periódicos, hubo dos revistas de gran trascendencia para las letras

de Sinaloa: la Bohemia Sinaloense (1897-1899) y Arte (1907-1909). Desde luego, al ser la

ciudad de Culiacán la capital del estado, concentró la mayor parte de actividades que los

literatos podían realizar: cargos públicos, el periodismo y el magisterio, principalmente.

Por tal razón, en las postrimerías del siglo XIX Julio G. Arce, escritor jalisciense, profesor

del colegio civil ―Rosales‖ y propietario de una botica, dirigió la revista Bohemia

Sinaloense entre 1897 y 1899, la cual se convirtió en un vínculo entre los literatos locales

y nacionales. Su antecedente se encuentra, desde luego, en la revista que fundó Manuel

Gutiérrez Nájera en la ciudad de México, la Revista Azul, cuya duración fue de 1894 a

1896 y de la que se editaron 128 números. La Bohemia, pese a que apenas editó 24

números ―las dificultades se hicieron patentes en el último número, pues se publicó por

única vez en Mazatlán―, es la única revista con un carácter literario cuyo propósito fue

dar a conocer a los literatos ya reputados, así como a los de nuevo cuño, de distintas

latitudes. Por ejemplo, en la columna titulada ―Esbozos‖ y firmada por Jorge Ulica, éste

se refería a las nuevas publicaciones de los literatos, como el libro Místicas y el de Perlas

negras, de Amado Nervo; de los libros recibidos de otros estados del país, como Oro y

negro, de Francisco M. Olaguíbel; de la incorporación de nuevos colaboradores como

Manuel Rocha y Chabre, de Chihuahua; Eduardo J. Correa, de Aguascalientes; de Juan B.

109

Jorge Briones Franco, op. cit., p. 104. 110

Jorge Briones Franco, op. cit., pp. 63-64.

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Villaseñor, poeta de Guadalajara; entre otros, así como traducciones notables de poemas o

cuentos de la literatura inglesa y francesa: Enrique González Martínez publicó la

traducción de El cuervo, poema del norteamericano Edgar Allan Poe, y por su parte Jorge

Alberto Zuluoga cuentos del francés Catulle Mendés.

Los vínculos de la Bohemia sinaloense con periódicos y revistas del país son

evidentes. En cuanto a su relación con revistas literarias, se encuentran las siguientes: de

Guadalajara, Flor de Lis y El verbo rojo, esta última dirigida por José Alberto Zuluaga -

traductor de los cuentos del francés Catulle Mendés, obra que le envió a Julio G. Arce en

1898; a su vez algunos literatos publicarían en El Verbo Rojo. También la Bohemia

compartió colaboraciones con la revista literaria Crisantema, de Morelia, dirigida por José

Ortiz Rico y Alfonso Aranda y Contreras, quienes junto a Severo I. Aguirre, Guadalupe

Artalejo del Arellano, Silvestre Terrazas y Leonardo F. Rodríguez, llegarían a colaborar

con la Bohemia, así como con la revista Lira Chihuahuense. Respecto a sus vínculos con

los periódicos, Arce menciona que artículos de la Bohemia estaba teniendo aceptación y

reconocimiento por parte ―de la prensa ilustrada del país‖. Algunos de los periódicos con

lo que se tuvo contacto son los siguientes: El Mundo, de la ciudad de México, de donde le

mandaban fotograbados de algunas señoritas de Sinaloa, hechos por Rafael Guereña, que

ilustraron algunos números de la revista (posteriormente El Mundo tendría una edición

jalisciense); La Estrella Occidental, de Jalisco, editada y dirigida por Manuel Caballero;

El Correo de Sonora, bajo la dirección de Juan de las Heras; el semanario La Voz de la

Niñez, de San Juan de los Lagos, cuyo director José S. de Anda le envió a Arce el

monólogo titulado ―El último insurgente‖, entre otros.

Para 1904 varios de los anteriores literatos orbitarían en torno a la figura del poeta

y médico jalisciense Enrique González Martínez, quien había llegado al poblado Sinaloa

en 1896, y poco después viviría en Mocorito, sitios desde donde colaboró con El Correo

de la Tarde. Pero no el único medio en el que publicó, pues de hecho su nombre aparece

ligado a diversos proyectos periodísticos, entre ellos se encuentra El Eco del Fuerte,

fundado en 1891, y donde escribieron también José Ferrel, Herlindo Elenes Gaxiola, así

como Ignacio M. Gastélum, Francisco J. Gaxiola y Enrique Pardo. Pero su labor más

destacada se encuentra en Mocorito: en 1903, José Sabás de la Mora fundó ahí el

semanario Voz del Norte, y tiempo después, aprovechando que González Martínez se

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había radicado en esa ciudad —fue nombrado prefecto de distrito por el gobernador

Cañedo—, en1907 Sabás de la Mora lo invitó para que dirigiera una revista literaria; sin

embargo, éste pidió que el director fuera su amigo Sixto Osuna; al final fue una co-

dirección. A esta empresa se sumarían José S. Conde, Antonio Echeverría, Adolfo Avilés,

Manuel J. Esquer y Luis Monzón, quienes más tarde publicarían el periódico quincenal

Iris.111

Dicha revista literaria se llamaría Arte y fue publicada de forma mensual del 1 de

julio de 1907 a marzo de 1909, lográndose editar 14 números. González Martínez habría

de recordar:

Aprovechando la buena voluntad y el entusiasmo de José Sabás de la Mora, que

acababa de adquirir una imprenta y redactaba un periodiquito llamado La Voz

del Norte, discurrimos publicar una revista literaria. La bautizamos con el

nombre de Arte, y aprovechando mi amigo Sixto Osuna y yo nuestras relaciones

literarias de la capital y las provincias, pedimos y conseguimos copiosa

colaboración, más copiosa de lo que la capacidad de la revista permitía. Lo

principal de ésta eran los originales nuestros. Sixto Osuna publicó cuentos y

versos; De la Mora, relatos breves; yo, como Sixto, poemas y novelas cortas, y

los tres, notas de crítica que llegaban más en cantidad que calidad.112

Efectivamente, los únicos escritores sinaloenses que publicaron, además de Osuna,

González y Sabás de la Mora, fueron Esteban Flores, Francisco Verdugo Fálquez y

Francisco Medina. Amado Nervo (Tepic) y Rodrigo Gamio (Guaymas) entraron también en

esta nómina exclusiva. La revista fue cosmopolita y enteramente contemporánea; en sus

páginas desfilaron, es cierto, narradores mexicanos y poetas como José Juan Tablada,

Balbino Dávalos, Francisco M. de Olaguíbel, Salvador Díaz Mirón, Luis G. Urbina, Jesús

E. Valenzuela, Luis Rosado Vega, Severo Amador, Joaquín Arcadio Pagaza, Rafael de

Alba, Miguel Ángel del Campo (Micrós), Jesús Urueta, Enrique Fernández Ledesma, Juan

B. Delgado, Efrén Rebolledo, Victoriano Salado Álvarez, Celedonio Junco de la Vega y

Mariano Azuela.

Pero sobre todo la galería se conformó por literatos extranjeros de actualidad:

Anatole France, Paul Bourget, Marcel Prevost, Max Nordau, Sully-Prudhomme, Alfred

Capus, Adolfo Brisson y Julio Lemaitre (Francia); Giovani Papini y Edmundo de Amicis

111

Ídem, p. 63. 112

Enrique González Martínez, El hombre del búho. El misterio de una vocación, Ediciones Cuadernos

Americanos, México, 1944, pp. 203-207 y 208, en Arte (1907-1909) y Argos (1912). Revistas Literarias

Mexicanas Modernas, México, FCE, edición facsimilar, 1981, p. 11.

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(Italia); Edward Soederberger (Suecia); Salvador Rueda, Pedro de Répide, Ramón del

Valle-Inclán, Pío Baroja, Guillermo Ferrero, Francisco Villaespesa, Eduardo Marquina,

Nilo Fabra, Enrique Díez Canedo, Manuel y Antonio Machado (España); Alejandro

Swientochowski (Polonia); así como el norteamericano Marc Twain (EU) y los

latinoamericanos, representantes de la literatura modernista: Ricardo Jaimes Freyre,

Leopoldo Lugones y Rafael Obligado (Argentina), Andrés A. Mata (Venezuela); Guillermo

Valencia, Ricardo Arenales y José Asunción Silva (Colombia), Rafael López (Honduras),

Rubén Darío (Nicaragua), Enrique Gómez Carrillo (Guatemala), Julián del Casal y Manuel

S. Pichardo (Cuba).

Al parecer el criterio en la selección de los textos había sido, en primer lugar, que

los escritores fueran contemporáneos, reconocidos y universales. En segundo lugar, que

representaran la nueva dirección del arte: el modernismo o, visto de otra manera, el

abandono del anquilosado romanticismo. Pero el trasfondo de este cosmopolitismo, de

conformar una élite cultural, al parecer se centró en el deseo de Enrique González Martínez

por figurar en las letras mexicanas, sobre todo si se tiene en cuenta que en 1905 había ido a

la capital en busca de forjar su carrera literaria, pero no lo había logrado. Como sea, desde

Mocorito estuvo pendiente de las novedades literarias que se suscitaban en la capital de la

República, así como en otras partes del mundo. Poco a poco fue cobrando notoriedad, pues

en el número 3 de la revista informaba: ―varios periódicos de la república se han servido á

saludar a la nueva publicación con frases alentadoras y cariñosos elogios‖. Asimismo,

recibieron varios libros de diversas latitudes, como los siguientes: La doctrina de Monroe,

de Carlos Pereyra; Rumores de mi huerto, de María Enriqueta; El amor de las sirenas, de

Heriberto Frías; Breve noticia de algunos manuscritos de interés histórico para México, de

V. Salado Álvarez; Maquetas y Megalomanías, de Francisco González de León,

Procelarias, de J. Suárez Pino.

En 1909, año en que publicó Enrique González Martínez su tercer libro, Silénter,

ingresó a la Academia Mexicana. El término de la revista se debió a un motivo político: en

marzo dejó de publicarse, y tres meses después moriría el gobernador Francisco Cañedo,

arrastrando tras de sí la paz y el orden que había permitido el surgimiento de una cultura

literaria.

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2.3.4 Las asociaciones literarias

Durante las dos primeras décadas del Porfiriato se conformaron en la ciudad de México, así

como en algunos estados, diversas asociaciones literarias, tanto formales como

informales,113

cuya vida fue esporádica en la mayoría. Ya la Academia de San Juan de

Letrán, como una primera época, había marcado un hito en la conformación de estas

asociaciones, sin embargo se debilitó a raíz de las pérdidas morales y materiales que trajo

consigo la intervención norteamericana de 1847; una segunda época se ubica de 1867 hasta

1870, cuyo fruto más prominente fue el semanario El Renacimiento (México, 1869) y de las

revistas que le siguieron, donde Ignacio Manuel Altamirano publicó sus prédicas

nacionalistas. Finalmente, la creación del Liceo Mexicano Científico y Literario, en 1885,

supuso una renovación literaria, cuya publicación más valiosa del siglo XIX fue la revista

quincenal El Liceo Mexicano (México 1885-1892), pues reunió a las plumas más

connotadas de la cultura.

Uno de los principales propósitos fue la creación de una literatura nacional, por lo

que la literatura patria (poesía, novelas y relatos de historia patria) predominó durante este

siglo y aún en el siguiente. De acuerdo con Perales Ojeda, podrían advertirse en tres

épocas distintas de la literatura mexicana (el neoclasicismo, el romanticismo y el

modernismo) otros tantos impulsos renacentistas que surgieron de las agrupaciones

literarias.

Además de su interés literario, estas asociaciones respondieron a una necesidad

social, la clase media asistió a la mayor parte de estos centros literarios: fueron un centro de

descanso, de ilustración y de camaradería; de hecho fueron verdaderos centros de docencia

literaria: talleres literarios donde se leían las composiciones y se emitían juicios de crítica.

Dice Perales: ―Estas discusiones fueron verdaderas cátedras de donde recibieron lo mejor

de su formación muchos escritores mexicanos‖.114

Por otra parte, desde el punto de vista

sociológico, estas asociaciones al verificar veladas literarias, acompañas de música,

113

Por asociación literaria –de acuerdo con Perales Ojeda- se entienden las reuniones literarias, tanto formales

como informales, que recibieron diversas agrupaciones, tales como academias y liceos, arcadias, asociaciones,

alianzas, ateneos, bohemias, círculos, falanges, clubes, salones, sociedades, uniones y veladas, en Alicia

Perales Ojeda, ―Introducción. 2. Las asociaciones literarias mexicanas en el siglo XIX. Denominación y

características‖, Las asociaciones literarias mexicanas en el siglo XIX, México, UNAM, 2000, pp. 29-30. 114

Ibíd., p. 41.

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declamación y representaciones teatrales funcionaron como válvulas de escape para una

sociedad de escasos recursos y privada de espectáculos debido a la inseguridad pública

durante los primeros cincuenta años del siglo.

El hecho de compartir los códigos de ser liberales y progresistas, compartir

profesiones comunes (como el periodismo) les permitió a los literatos sinaloenses

reconocerse, agruparse y buscar satisfacer intereses comunes a través de estas

asociaciones. Igual que las asociaciones del centro del país, las sinaloenses tenían la

función social, dado su carácter científico-literario, de dotar de prestigio a los escritores

que, reunidos, intentaban conseguir un sitio en el mundo de las letras. Otras finalidades

fueron conseguir la amistad de los literatos más célebres, que también lo eran en la

política, para obtener con ello un beneficio personal; conseguir la aprobación de las obras

y conquistar un lugar de privilegio; o tan sólo conseguir crédito o prestigio intelectual al

asistir a las veladas, sesiones y actos literarios. Pero sobre todo, con estas asociaciones los

literatos sortearon las dificultades para escenificar o publicar la obra, pues a través de

éstas consiguieron que los periódicos y las revistas se ocuparan de ellos.115

Durante el siglo XIX sobre todo, pero también a inicios del XX, Sinaloa es el

único estado del noroeste del país que conformó varias asociaciones literarias. Ningún

otro estado de esta zona geográfica vivió con esmero la actividad literaria, ni se convirtió

en un importante centro de actividad cultural que estableciera un circuito con otras

entidades de la república: por ejemplo, Baja California no contó con ninguna publicación

literaria durante esta época, en Durango se tiene noticia solamente del Club Literario,

conformado en 1876, mientras que en Sonora sólo existió la Sociedad Literaria organizada

en Guaymas.116

De acuerdo con R. Olea,117

la primera asociación que aparece en Sinaloa data de

1870, cuando el entonces director de la Casa de la Moneda en Culiacán, el ingeniero

Ismael Castelazo, organizó una asociación denominada Sociedad Científica y Literaria

que reunió al licenciado Eustaquio Buelna ―en ese momento candidato a la

gubernatura―, al ingeniero Luis G. Orozco, al profesor José Rentería, al licenciado Ángel

115

Alicia Perales Ojeda, Ob. cit., pp. 34-35. 116

Ibíd., pág. 201, 204, 227. 117

Héctor R. Olea, La imprenta y el periodismo en Sinaloa, 1826-1950, Culiacán, UAS, Difocur, 1995, pp.

78-202.

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Urrea y a Francisco Armenta. No obstante, Perales Ojeda señala que de la primera que se

tiene noticia es la que surgió en Mazatlán en 1875 con el nombre de Sociedad Artístico-

literaria. 118

Y destaca: ―Al siguiente año se estableció, en el mismo puerto, otra

corporación llamada Filarmónica Artísticoliteraria, que se propuso establecer un plantel

de instrucción pública sostenido por la asociación, para lo cual organizaría conciertos y

funciones dramáticas‖.119

El propósito anterior era más o menos común, pues la Sociedad Científica

Literaria del ingeniero Castelazo logró que se crearan, en 1872, tres escuelas

preparatorias (una en cada distrito: Culiacán, Mazatlán y El Fuerte), aprovechando que

Buelna ya era gobernador (1871-1875). Además, de existir sólo 14 escuelas primarias al

inicio de su periodo gubernamental, al término de éste ya había alrededor de 200 centros

educativos. Una de esas escuelas preparatorias fundadas en el año mencionado fue el

Liceo Rosales, llamado así en honor al héroe de San Pedro, aquel que luchó contra la

invasión de los franceses. Este espacio fue definitorio en gran medida para forjar una

cultura literaria que en ese momento era incipiente: muchos de los literatos pasaron por

sus aulas, ya fuera como alumnos o como profesores; en 1873 se instituyó su Junta

Directiva de Estudios, siendo el cargo de Presidente para Francisco Gómez Flores (padre).

De manera paralela, como resultado de las reuniones de esta asociación, sus miembros

lograron publicar el periódico semanario Adelante, de corta duración, y después, El

Porvenir de Sinaloa.

En 1875, aunque las fuentes son dudosas, se creó la agrupación científica Sociedad

Unión, de destino incierto. En Culiacán se constituyó, el 22 de noviembre 1877, la

Sociedad Río de la Loza,120

en honor del recién fallecido Leopoldo Río de la Loza, un

médico destacado, ingeniero y militar que había impartido clases en colegios de la Ciudad

de México. Fue fundada por profesores y alumnos del Liceo Rosales con una intención

científico-literaria. Entre otros de los integrantes aparecen Gómez Flores (hijo), el

ingeniero Luis G. Orozco y el médico Ramón Ponce de León.

118

Alicia Perales Ojeda, op. cit., p. 226. 119

Ídem. 120

El Estado de Sinaloa, órgano oficial del gobierno, T. I, núm. 37, folio 293, 24 de noviembre de 1877, en

Héctor Leal Camacho, ―Sinaloa durante la Revolución. El papel de los intelectuales en la transformación

social. 1909-1922‖, Tesis de Licenciatura, Facultad de Historia, UAS, Culiacán, 1997, p. 24.

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Un factor de gran peso que influyó para la conformación de estas asociaciones no

sólo en Sinaloa sino en el país, fue el político. En esta época era común que las facciones

políticas, liberales y conservadores, se agruparan. De acuerdo con Perales, ―Los partidos

dominantes —expresa Perales— rigieron las conciencias de los literatos por mucho

tiempo. Vencedores y vencidos convivían‖, donde los primeros dirigieron, de forma

tolerante o intransigente, los grupos literarios; mientras que los segundo, fieles a sus

ideales, soportaron el triunfo del enemigo trabajando en común.121

Aunque la Sociedad

Continental,122

fundada en Mazatlán el mes último de 1877, era una asociación literaria

integrada por los liberales Gregorio Acuña, Jorge L. Canalizo, Raymundo Alduenda, el

periodista José C. Valadés y los empresarios Antonio, Francisco y Enrique Díaz de León,

al parecer sus propósitos literarios sólo justificaban las reuniones que realmente eran para

discutir ideas políticas contrarias al recién inaugurado régimen de Francisco Cañedo

(quien había llegado al poder de manera ilegítima). Quizá por ello su duración fue

efímera, y quizá por ello también dos años más tarde, quien fuera director del periódico

La Tarántula, José C. Valadés, cayó asesinado presuntamente por órdenes del general.

El ya mencionado Liceo Rosales fue el recinto académico donde los futuros

literatos recibieron no sólo una instrucción acerca de las matemáticas o la física, sino

también acerca de los rudimentos de la literatura: oratoria, filosofía, gramática, e historia

patria. En Culiacán, para 1887, con el arribo de Francisco Sosa y Ávila, en lugar del

ingeniero Luis G. Orozco a la administración de dicho liceo, se fundó la Asociación

Científica Rosales, en la que participaron tanto por miembros de la Junta Directiva de

Estudios y catedráticos, como estudiantes. Esta asociación estuvo integrada por el mismo

Sosa y Ávila, Ramón Ponce de León, Francisco Gómez Flores, Ruperto L. Paliza y

Evaristo Paredes, así como por los alumnos José A. Ortiz, Bernardo Vázquez, Mariano

Peimbert, Florentino Arciniega y Ledesma, entre otros.123

Su existencia, sin embargo, fue

fugaz debido a la destitución de Sosa y Ávila como director del liceo debido a discusiones

religiosas que éste (liberal) sostuvo con algunos alumnos, asunto que llegó a oídos de la

legislatura local.

121

Ibíd., p. 38. 122

Ibíd., p. 24. 123

El Estado de Sinaloa, órgano oficial del gobierno, T. XV, núm. 5, p. 1, 5 de marzo de 1887, ibíd., p. 25.

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Para 1888, alumnos también rosalinos, fundaron en Culiacán la Sociedad Juvenil

Juárez con el propósito de discutir conocimientos de actualidad, así como realizar

actividades literarias y musicales. Su inauguración, realizada en el Salón de Actos del

Colegio, estuvo presidida por el gobernador Cañedo, el director del instituto y los

catedráticos. En el siguiente año publicarían el semanario El Progreso, cuyo director sería

Rafael Cañedo Bátiz (hijo del gobernador), Juan Francisco Vidales y Ramón Ponce de

León hijo.124

En las postrimerías del siglo XIX, Mazatlán ya era un importante foco cultural. En

1895 se registró la sociedad Aurora,125

integrada por el doctor Juan Jacobo Valadés y sus

hijos, uno de ellos Francisco, de formación farmacéutica, y el otro Juan Jacobo Valadés

Félix, ingeniero agrimensor; el minero Andrés Avendaño, el ingeniero Manuel Bonilla

(autor de algunos poemas y estampas literarias), el doctor Martiniano Carvajal, los

profesores J. Felipe Valle, José F. Galán y Aurelio Gómez Llanos, y los literatos Amado

Nervo, Manuel Manzo, Esteban Flores, José Berumen, Vicente González Valadés, Ángel

Beltrán, Juan y Benito Sarabia, Francisco Gómez Flores y Horacio Cortés, así como José

Ferrel Félix (periodista crítico del régimen, autor de una novela y pariente de los Valadés)

y el presbítero Dámaso Sotomayor.

Las finalidades de esta organización fueron, entre otras, organizar fiestas patrias,

obras de caridad para ayudar al patronato del Hospital Civil, pero también para comentar

la obra literaria propia y ajena, así como asuntos de interés político. Pero ya desde antes,

en 1892, la Sociedad Aurora, había ofrecido un banquete a finales de julio donde se

efectuó una tertulia literaria.126

Las reuniones se llevaban a cabo en la Botica Central de la

calle Ceres y Carnaval.

A través de la sección ―Esbozos‖ de la revista Bohemia Sinaloense sabemos que

también se fundó la asociación Crisantema, una sociedad de mujeres, donde se realizaban

veladas literarias y musicales, organizaban representaciones teatrales y se llegó a

organizar algún baile de fantasía. Para este tiempo Culiacán gozaba ya de una relativa

actividad cultural, como puede verse con la intención del pintor Salvador J. Agraz de abrir

124

El Estado de Sinaloa, órgano oficial del gobierno, T. XVI, núm. 48, p. 1, 14 de noviembre de 1888, ibíd.,

p. 26. 125

José C. Valadés, Memorias de un joven rebelde, Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1985. 126

ECT, 28 de julio de 1892, p. 1.

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una Academia de Pintura, mientras que en el Teatro ―Apolo‖ se presentaban eventos

artísticos, como el realizado por la Compañía de Zarzuelas de Arturo Buxéns, con artistas

como Gil del Real, Clara Ureña, Parra,Vargas y Castell; este mismo teatro se

acondicionaba también con un cinematógrafo para proyectar películas. 127

Como una asociación de carácter informal puede señalarse la función del teatro

―Apolo‖, donde se organizó un evento para premiar a los artistas sinaloenses que

estuvieron en las ferias mundiales de Chicago y Atlanta,128

celebradas en 1893 y 1896

respectivamente (Estados Unidos desde 1876 había iniciado la organización de distintas

ferias con motivo de celebrar el centenario de su independencia). Alicia McCartty cantó

una composición de la poetisa Cecilia Zadí, en tanto Norberto Domínguez y Jesús M.

Cuén pronunciaron sendos discursos; el del primero, publicado por la Bohemia129

se

exalta las letras y el nacionalismo, haciendo énfasis en que estas exposiciones de carácter

universal eran ―una de las hermosas manifestaciones de la civilización contemporánea‖.

Finalmente, se encuentran los clubes culiacanenses: el de los Jacobinos y el de los

Girondinos, de finalidades político culturales. El primero fue instituido en 1900 por el

doctor Ruperto L. Paliza, director del Colegio Civil Rosales, Ramón Ponce de León y

Cipriano Hernández de León, así como por los licenciados Heriberto Zazueta, Evaristo

Paredes y Francisco Verdugo Fálquez, el farmacéutico Antonio H. Moreno, el ingeniero

Luis F. Molina, y los literatos y profesores del colegio Carlos Filio, Julio G. Arce y

Esteban Flores, así como el editor Faustino Díaz. Sus puntos de reunión fueron bien las

oficinas del periódico El Monitor Sinaloense, cuyo propietario era Díaz, bien en la Botica

del Comercio, cuyos propietarios eran Moreno y su yerno Arce.130

El segundo club fue

fundado en 1904, pero con un interés netamente político y ya no literario, pues nació

como apoyo para que Cañedo se reeligiera en la gubernatura; sus miembros fueron

licenciados, que también eran literatos, como Ignacio M. Gastélum, el teniente Ricardo

Carricarte (que llegaron a publicar algunos poemas en los periódicos), así como algunos

empresarios azucareros.131

127

BS, noviembre 15 de 1897, núm. 5, p. 40; diciembre 1 de 1897, núm. 6, p. 48; febrero 1 de 1898, núm. 10,

p. 80; febrero 15 de 1898, núm. 11, p. 88. 128

Ibíd., junio 1 de 1898, núm. 17, p. 136. 129

Ibíd., noviembre 1 de 1898, núm. 22, pp. 169-171. 130

Héctor Leal Camacho, op. cit., p. 29. 131

MEF, núm. 672, 16 de marzo de 1905, ibíd., p. 30.

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Los que hemos trabajado sin cesar por levantar el prestigio de Sinaloa por medio de las letras, nos

consideramos felices con que su nombre suene ya por lo menos con decoro y crédito.

Francisco Gómez Flores,

Narraciones y caprichos, 1889

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Capítulo 3. Grafías de la literatura sinaloense y la representación del literato

3.1 Rasgos generales de la literatura sinaloense

A finales del siglo XIX, el concepto de literatura se complejizó. Según el Diccionario de la

Academia Usual de la lengua española, entre 1734 y 1834, aludía al ―conocimiento de las

letras humanas‖, lo cual englobaba los diversos ámbitos del saber; sin embargo, en la época

finisecular su significado se resemantizó, influido esencialmente por la filosofía positivista

y la ideología nacionalista; así, para 1884, este concepto concentraba ya una orientación

estética (las belles lettres) y, al mismo tiempo, designaba al ―conjunto de todas las

producciones literarias de un pueblo ó una época‖.132

Esta directriz se observa en México, donde los literatos pos-independentistas fueron

del estilo neoclásico al romántico, con la finalidad de construir y consolidar una identidad

nacional. Fernández de Lizardi, por ejemplo, se propuso operar ―una reforma social para

que los mexicanos combatieran los vicios coloniales, como el gobierno autoritario, los

privilegios de los peninsulares y la instrucción defectuosa‖;133

y, hacia la segunda mitad del

siglo, después del llamado Segundo Imperio, Manuel Ignacio Altamirano, entre otros, y ya

con un estilo entre romántico y realista/naturalista, secundó el esfuerzo por ―encontrar la

senda de la literatura nacional, lo cual no quería decir folklorismo puro o indigenismo a

ultranza; sino tener la capacidad de beber lo mejor de lo ajeno para aplicarlo felizmente a lo

nuestro, dándole un cariz propio, artístico y razonado‖.134

La finalidad de fortalecer el

nacionalismo se debía principalmente por el temor a las invasiones extranjeras.

132

Diccionario Academia Usual, 1780, 1834 y 1884, en Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española,

http://buscon.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0.

Dicha finalidad estética obedeció al interés gestado en el siglo XVII cuando se escinde la cultura de élite de

la popular (escisión en forma de «renuncia» por parte de la primera) debido a que la nobleza, ante la pérdida

gradual del capital económico, buscó adquirir capital simbólico a través del refinamiento en sus modales y

costumbres, así como por la posesión del saber; y fue sólo a fines del siglo XVIII e inicios del siguiente,

cuando esa élite se interesó de nuevo por lo popular, pero ahora apoyada en las teorías de la evolución social,

buscando «reformar» esa tradición, es decir, hacerla más civilizada con los instrumentos selectos como eran el

arte y la erudición. Peter Burke, La cultura popular en la Europa moderna, op. cit. 133

Eva Lydia Oseguera de Chávez, Historia de la literatura mexicana. Siglo XIX, México, Alhambra

Mexicana, 1990, p. 24. 134

Ibíd., p. 82

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En la época del Cañedismo, los literatos sinaloenses practicaron el romanticismo y

el realismo/naturalismo, con el enfoque moralizante que Lizardi había trazado y el del

nacionalismo propuesto por Altamirano. La doble función social otorgada a la obra literaria

era evidente: educar al pueblo y, al mismo tiempo, politizarlo por medio de inculcar el

sentimiento patriótico. Así, Gómez Flores idealizaba una literatura doméstica: un conjunto

de conocimientos necesarios para que el pueblo fuera libre, pues señalaba que sería muy

fructífero ―si se estableciera un género literario, que bajo forma ligera, al alcance de todo

linaje de lectores, encerrara útiles enseñanzas en todos los ramos del saber humano, para la

práctica común de la vida‖.135

Refiriéndose en específico a la poesía,136

Gómez Flores

pedía ―aludiendo al proyecto de la literatura nacionalista― que se registraran las

pulsaciones de la época, las de un siglo ―el decimonono― rico en descubrimientos y

doctrinas filosóficas, donde el progreso intelectual y material transformaba las conciencias;

en suma, exigía que el poeta diera una visión del mundo en que vivía a través de la

recreación de sentimientos, ideas, desengaños y esperanzas: ―El poeta lírico, al expresar

sentimientos propios, debe también expresar sentimientos que encuentren eco, recuerdo ó

esperanza en todos los séres humanos‖.137

Asimismo, en un artículo de 1878, Gómez Flores señalaba que uno de los objetivos

del crítico literario era ―dar un vistazo á todas las materias, examinar todas las obras,

135

Francisco Gómez Flores, ―Literatura doméstica‖, Bocetos literarios, op. cit., p. 22.

Como es sabido, para consolidar el nacionalismo se recurrió al teatro, la música, los museos, las marchas y

las celebraciones rituales, así como el servicio militar, la educación de las masas y la literatura patriótica. J. R

McNeill y William H. McNeill, ―Capítulo 7. Se rompen viejas cadenas y se condensa la nueva red: 1750-

1914‖, Las redes humanas. Una historia global del mundo, Crítica, 2004, pp. 255-256.

En este tenor, la primera labor de inculcar los valores patrios fue hecha por los literatos independentistas,

como Servando Teresa de Mier, Carlos María de Bustamante y Lorenzo de Zavala, y fue continuada –durante

la segunda mitad del siglo XIX- por Fernández de Lizardi, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez e Ignacio

Manuel Altamirano, entre otros. En esta segunda etapa el nacionalismo se reforzó a raíz de las intervenciones

extranjeras, la norteamericana y, primordialmente, la francesa. La República de las Letras. Asomos a la

cultura escrita del México decimonónico, 3 vols. (Eds. Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra),

México, UNAM, 2005, Vol. III, Galería de escritores, 623 pp. 136

El concepto de poesía transitó por el mismo sendero que el de literatura. En 1737, según el diccionario de

la lengua española, se definía como la ciencia que enseñaba a componer y hacer versos a través de la

descripción, representando ―las cosas al vivo, excogitando y fingiendo lo que se quiere‖, ―Poema‖,

Diccionario Académico Usual, 1737, p. 310. La mimesis, como recurso retórico, fue ensalzada: el poema

debía imitar la naturaleza. Empero, hacia 1884 su concepto se complejizó, pues fue definida por sus

subgéneros —lírica, épica y dramática—, además exigía belleza, rigor métrico y originalidad; pero sobre todo

se volvió indefinible: servía para sugerir ―cierto indefinible encanto que en personas, obras de arte y aun en

cosas de la naturaleza física, halaga y suspende el ánimo, infundiéndole suave y puro deleite‖, ―Poesía‖, op.

cit., p. 844. 137

Francisco Gómez Flores, Humorismo y crítica…, op. cit., p. 41.

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describir todas las fiestas, narrar todos los acontecimientos; ascender á las áridas cuestiones

de la vida social y política, y descender á las juguetonas y alegres descripciones de las

costumbres populares‖.138

En suma, este tipo de literatura, interesada por la cosa pública,

buscaba recrear los caracteres definitorios del pueblo mexicano: el lenguaje, el folclore y

los paisajes, su historia y sus costumbres.139

Aunado a ello, se proponía que el país o la

región fuera reconocido como un locus civilizado, donde la cultura tenía ya su

manifestación más palpable: las obras escritas. El referente cardinal fue la obra Histoire de

la littérature anglaise (1864), que Hipólito Taine desarrolló bajo la perspectiva de la

doctrina positivo-nacionalista.

La cimentación de este programa de literatura nacional ocurrió en el Porfiriato, la

cual se hizo más evidente en la participación mexicana en la Feria Universal de París

(1889),140

donde los sinaloenses presentaron el álbum Mazatlán literario. En aras de

presentar la imagen de una nación moderna, que progresaba pese a su heterogénea

composición, las entidades fueron convocadas para que expusieran productos, obras

materiales e intelectuales. Sinaloa presentó así la antología Mazatlán Literario cuyo

prólogo es una síntesis de cómo el positivismo y el nacionalismo repercutieron en la

representación de la literatura. En dicho prólogo anónimo —aunque ha sido atribuido a

Gómez Flores— se afirmaba que, en primer lugar, la literatura servía para medir el grado

cultural y civilizado de un pueblo, pues las condiciones materiales y sociales (el medio)

permitían que hubiera este tipo de manifestaciones; y en segundo lugar, se reconocía que si

bien Mazatlán no podía competir aún con la civilización europea, se encontraba en una

evolución irrefrenable:

Vulgar ha venido á ser con el transcurso del tiempo, el repetido proloquio de que

la Literatura es el termómetro de la civilización de los pueblos: allí donde

florecen prósperas las letras, es porque existen en suficiente cantidad los

elementos indispensables á su florecimiento.

[…]

138

Francisco Gómez Flores, ―La lectura fuera de la Capital‖, Bocetos literarios, op. cit., p. 74. 139

El polígrafo Ignacio Manuel Altamirano fue el primero en comprender ―que era necesario un programa

coherente para que la literatura mexicana llegara a ser auténticamente nacional y original y para que,

rindiendo culto a las tradiciones y a los héroes, contribuyera a la formación de nuestra conciencia cívica‖,

José Luis Martínez, ―México en busca de su expresión‖, op. cit., p. 1053. 140

Mauricio Tenorio-Trillo, ―Hacer a mano una nación moderna‖, Imaginar la nación, François Xavier

Guerra y Mónica Quijada (Coord.), México, Cuadernos de historia latinoamericana, No. 2, 288 p.

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Mazatlán ha querido dar muestra, no sólo de su progreso en el orden

puramente físico, acudiendo con su parte á la gran exhibición universal, sino que

como un homenaje extraordinario al gigantesco pueblo que ha sabido marchar á

la vanguardia de la moderna civilización, ha querido darla también del estado

actual de su cultura.

No se ufana de poder todavía entrar en liza con otros centros

intelectuales del propio país, menos aún con los focos europeos de donde irradia

la ideficiente (sic) luz del adelanto científico; pero modestos sus trabajos, los

presenta reverente y solícito ante los altares del Progreso, tal como ante la ara de

Dios la pobre campesina una olorosa flor de su huerto; que la humildad de la

ofrenda no amengua ni debilita el fervor del creyente.141

París aparecía así como el epicentro de la civilización; y la religión ―ahora secular― era la

adoración del Progreso a cuyo altar asistían nuestros literatos con la humildad y devoción

de una ―pobre campesina‖: la nativa de un suelo en vías del progreso. Esta representación

asoció a la literatura sinaloense con la ingenuidad, cuyo telón de fondo era el

reconocimiento tácito de estar peldaños abajo de la escala evolutiva: valía más la acción de

ofrendar que el voto mismo. ¿Qué podía brindar, si no una flor de su huerto, una

campesina? Este enunciado posiblemente buscó transmitir modestia ―una falsa

modestia―; sin embargo, lo que se reconocía con ello era que la literatura sinaloense,

tasada con los cánones europeístas, aún le faltaba desarrollarse, pues dicha imagen remite a

la convención decimonónica que contraponía los términos ciudad/ campo para aludir al

progreso o al atraso. Es probable que haya sido Gómez Flores quien pergeñara este prólogo,

ya que se repiten frases típicas de otros textos suyos, y ere él quien decía además que la

literatura estaba en su infancia, o incluso, en su fase embrionaria.

Una primera exigencia hecha por Gómez Flores a los literatos, en concordancia con

la directriz positivo-nacionalista y con el programa trazado por Altamirano, era la

originalidad;142

es decir, al criticar a los imitadores de Víctor Hugo y de Bécquer, lo hacía

porque juzgaba que era pernicioso para ―nuestra literatura infantil‖; por lo que recalcaba la

necesidad de buscar y rastrear un modelo de literatura nacional en las cualidades peculiares

del carácter mexicano, en las costumbres e ideas de la sociedad y en la belleza física de la

patria. En una clara apropiación de la tesis de Taine, Gómez Flores también llegó a afirmar:

141

―Prólogo‖, Mazatlán Literario, op. cit., p. 1. 142 En el prólogo al Romancero nacional (1885) de Guillermo Prieto, Altamirano reiteraba su tesis

nacionalista: ―La poesía y la novela mexicanas deben ser vírgenes, vigorosas, originales, como lo son nuestro

suelo, nuestras montañas, nuestra vegetación‖, José Luis Martínez, ―México en busca de su expresión‖, op.

cit., p. 1054.

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―Yo he venido sosteniendo que […] cada nación debe tener su literatura espontánea y

original, reflejo fiel de su carácter y representación artística de su cultura. De esto á opinar

por que nos encerremos dentro de muros chinescos, hay mucha diferencia‖.143

Sin

explicitarlo, Gómez Flores se adhería a la corriente estilística del realismo, aquella que bajo

el influjo de la ideología positivista irradió el pensamiento epocal: la literatura debía

reflejar la realidad de los pueblos; en estos términos, la observación fue erigida en un paso

fundamental del método científico: de acuerdo al positivismo, el conocimiento entraba por

el ojo avizor.144

Igual criterio era válido para la poesía. Un poeta era, y Gómez Flores retomaba la

definición dada por el diccionario español, el que imitaba la naturaleza en verso, con

inversión y entusiasmo; por naturaleza, remitía al sentido aristotélico: a todo lo existente y

lo posible inverosímil tanto del mundo físico como el moral; y para ser buen imitador, el

poeta debía decir algo nuevo, o modificar con originalidad ideas antiguas, así como

transmitir al lector el sentimiento de arrebato.145

Algunos vates sinaloenses como Gabriel F.

Peláez y Ángel Beltrán, compartieron y practicaron esta poética, la cual fue puesta en boga

por los literatos nacionalistas como Ignacio Ramírez, Manuel M. Flores, Manuel Acuña,

Juan de Dios Peza, entre otros. Pues, en efecto, una revisión al contenido del álbum

Mazatlán Literario nos revela que en la selección de los textos imperó el criterio de que

éstos estuvieran apegados más al realismo que al romanticismo: se incluyeron relatos

históricos; de costumbres y prácticas sociales; ensayos de crítica literaria, así como poemas

dedicados a divas de la ópera; y en una muestra intencionada por exhibir lo que realmente

era el puerto, el Ing. Francisco Sosa y Ávila escribió el artículo ―¿Qué es Mazatlán?

Artículo escrito para este álbum‖, donde detalló el progreso material de la ciudad en sus

diversos ramos.

143

El autor precisaba que no se oponía a las culturas extranjeras, sino a que se forjara una literatura imitativa,

por lo que explicaba: ―Yo quiero que entre todas las naciones haya libre y recíproco cambio de cultura, no

invasiones á forciori; que el comercio intelectual y material no tenga trabas, y que cada pueblo, funcionando

en su órbita, cumpla su misión histórica‖, Francisco Gómez Flores, ―Primicias literarias (1877)‖, Bocetos

literarios, México, Tipografía de Gonzalo A. Esteva, 1881, p. 9-16. 144

La palabra realismo apareció en Francia en 1826, siendo el escritor Champfleury quien señaló como una

condición la ‗sinceridad en el arte‘, mientras que la revista francesa Le Réalisme destacó que el arte ―debía dar

una representación exacta del mundo real y, por tanto, estudiar las costumbres contemporáneas a través de la

observación meticulosa y el análisis cuidadoso mediante actitudes desapasionadas, impersonales y objetivas‖,

en Celina Márquez, ―Hacia una definición del realismo en La rumba de Ángel de Campo‖, La República de

las Letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, Vol. I, op. cit., pp. 245-246.

145 Francisco Gómez Flores, Humorismo y crítica…, op. cit., p. 41.

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En este sentido, otra característica de la literatura sinaloense que adoptó el estilo

realista ―como fue usual en Hispanoamérica―, fue la equiparación de la práctica

escrituraria con la fotografía o la pintura, otorgándosele con ello una clara supremacía al

recurso descriptivo; es decir, optaron por la mimesis: se debía trazar en la página los

caracteres particulares del suelo mexicano; con lo que, además, se debía deleitar y educar.

En México, Luis G. Urbina expresó sobre Miguel Ángel del Campo: ―Micrós poseía una

facultad retentiva verdaderamente estupenda. Lo que él veía quedaba para siempre grabado

en su cerebro como una placa fotográfica‖;146

y, en este misma dirección, Gómez Flores

afirmaba que las obras de un individuo podían ser calificadas como originales: ―cuando

retratan fielmente su individualidad‖ y que las obras de una nación también merecían ese

epíteto ―cuando pintan con exactitud su fisonomía moral y sus hábitos, preocupaciones,

tendencias y pensamientos‖;147

no fue casual, por tanto, que su primer libro se titulara

Bocetos literarios. Asimismo Nervo, al ser un cronista del puerto de Mazatlán, comparaba

su pluma con un pincel, y por ende, sus palabras eran dibujos: ―Fuerza es alistar la pluma,

limpiarla cuidadosamente como se limpia un pincel, y dejarla luego que corra sobre el

papel inmaculado, sobre el papel terso, sobre el papel que aguarda con la muda

impasibilidad de la materia inerte, el trazo, el bosquejo, la línea‖.148

La página era, pues, un

lienzo donde se habrían de trazar, bosquejar y delinear las palabras para pintar la realidad.

Tanto para la crónica como para la novela ―como se pretendió para la poesía―,

justamente, los requisitos eran, además de un uso correcto y elegante del lenguaje, la

exactitud en la recreación de los personajes y los espacios, como se aprecia en el siguiente

pasaje de un crítico anónimo:

Vea Ud. las condiciones de una buena novela: ―[…] Es la obra donde más

trabaja la imaginación, sensibilidad exquisita, conocimiento profundo del

corazón y de las costumbres; […] exige un gran caudal de erudición para

delinear con exactitud el carácter de los hombres célebres; y hace además

indispensables las galas del lenguaje, exigiendo facilidad en el manejo de todos

los estilos. Instruir y deleitar debe ser su lema; instruir y deleitar el fin que se

proponga en todas sus producciones‖.‖149

146

Luis G. Urbina, ―Micrós‖, en Hombres y libros (1923), p. 145, citado por Celina Márquez, ibíd., p. 248. 147

Francisco Gómez Flores, ibíd., p. 10. 148

Amado Nervo, ―Words, words, words‖, ECT, marzo 26 de 1894, en Mayra Elena Fonseca Ávalos, op. cit.,

p. 115. 149

Un aprendiz, ―Yo quiero ser un literato‖, ECT, mayo 19 de 1891, núm. 1797, p.1. (Las cursivas son mías).

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67

Un sinaloense que concentró esa tentativa por tomar ―fotografías‖ fue Manuel Bonilla,

autor de la novela por entregas titulada Espinas y amapolas. Fotografías nacionales.150

El

señalamiento de que se tratan de ―fotografías‖ es revelador, puesto que en la prensa éstas

cumplían con la función de constatar que el acontecimiento descrito por el reporter

realmente había pasado, y en este caso Bonilla buscó señalar que su narración, si bien

literaria, pretendía ser objetiva. La trama de dicha novela giraba en torno a la vida de los

habitantes de Sapiori (Durango), pueblecito ubicado en la sierra Occidental, y el autor

describió con precisión sus fiestas, costumbres, carácter, así como sus viviendas, tipo de

vegetación e incluso trazó con minuciosidad su geografía; y un buen día estos habitantes,

cansados de las fechorías de Don Patricio —cacique que hizo fortuna en la intervención

francesa, y que recurrió al crimen para adquirir el rango que había perdido al triunfo de los

liberales―, decidieron levantarse en armas, apoyados por los indios de Otatlán (Jalisco).

Lo fuerte de la crítica ―con claras alusiones al Porfirismo―, era atenuado por el tiempo

histórico alusivo al Segundo Imperio, el cual ya había sido superado; esto explica el porqué

Bonilla se salvó de la represión, aunque también influyó su prestigio y posición en la

estructura cañedista.

La función moralizante otorgada a la literatura, impidió que realismo no cristalizara

plenamente en México, pese a la voluntad manifiesta de pintar o fotografiar la realidad;

pues seguir con exactitud dicho programa significaba transitar a la denuncia social, además

de que la miseria que asolaba al país era insoslayable: se imponía, entonces, tener que

ocuparse de la cara sórdida de la realidad, e intentar describirla tal como era, lo que, por

supuesto, tenía sus riesgos en un régimen autoritario como el de Porfirio Díaz. Al contrario,

se planteó la necesidad de inculcar valores positivos a la sociedad para que abandonara los

vicios, las malas costumbres, las malas acciones.

En esa función social se encuentra imbricada la axiología cristiana, pues se imponía

condenar el pecado y expiar las culpas, ofrecer héroes que se salvaban del infierno gracias

al poder del arrepentimiento. Si hubo una crítica social fue sólo para condenar aquello que

impedía el progreso; así, los escritores sinaloenses, al tiempo que recrearon las condiciones

paupérrimas de los sectores marginales, buscaron justificar, explicar o coadyuvar en la

150

Manuel Bonilla, Espinas y amapolas. Fotografías nacionales, ECT, julio 7 de 1891, núm. 1838, p. 3

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problemática social ―donde anidaban los vicios y el crimen―, y poder continuar dentro de

la estructura porfirista. Ya José María Vigil, en una nota introductoria a un libro de poemas

de 1866, había revelado los matices que debían adoptarse al escribir sobre el bajo mundo

(él imitaba en ese momento al romántico Espronceda, pero después esa sería una de las

acotaciones comunes para quienes escribían una literatura nacional):

La pintura del vicio hecha en términos convenientes y dirigidos a excitar horror

y aversión hacia él, es el objeto moral que debe constituir el fondo en

composiciones de esta naturaleza.

En la condenación absoluta del vicio es preciso también ofrecer al

delincuente los medios del arrepentimiento y la expiación, por los cuales, si no

se rehabilitan en una sociedad que ha contribuido tal vez a su pérdida, se hace

nacer en los corazones desgraciados la consoladora esperanza de una vida mejor.

Éstos son los dos objetos que me he propuesto y que están bastante

determinados en la presente composición.151

Quien supo de la represión, por lo que tuvo que moderar después su discurso, fue Heriberto

Frías, director de El Correo de la Tarde en Mazatlán entre 1906 y 1909. Frías estuvo a

punto de ser fusilado por revelar información militar en la novela por entregas ¡Tomóchic!

Episodios de la campaña en Chihuahua, 1892, relación escrita por un testigo presencial;

después de esa vivencia, el autor modificó su postura: ―En [El triunfo de] Sancho Panza

―dice Sandoval― sigue intentando atenuar la crítica inicial (de Tomóchic) y declara su

adhesión al ejército, al gobierno, y a Díaz‖.152

Frías, pese a practicar el estilo naturalista en

El Naufragio (1895), que a la postre se llamaría El amor de las sirenas (1908), incluyó la

exigida moraleja romántica: el protagonista Federico Argüelles se salva de las sirenas

(alegoría de los vicios: el alcohol, el juego, la carne y la morfina, entre otros) gracias al

amor y al trabajo de una mujer. Algo parecido sucede en El triunfo de Sancho Panza

(1911), cuyas acciones transcurren en Mazatlán, donde es probable que la haya escrito; en

esta novela el autor se propuso desnudar los vicios sociales y políticos en la provincia, no

151

José María Vigil, Flores del Anáhuac, Composiciones poéticas (1866), citado por Manuel de Ezcurdia,

―La Meretriz‖, en La república de las Letras…, Vol. I, op. cit., p. 227. 152

El director del periódico El Demócrata, donde se había publicado la novela, alegó que el modelo de Frías

había sido La debacle, de Emilio Zolá, salvándolo de ese modo; vid. Adriana Sandoval, ―Introducción‖, en

Heriberto Frías, El triunfo de Sancho Panza (Mazatlán), continuación de Tomóchic (1a. ed.: Imprenta de Luis

Herrera, 1911) y Miserias de México (1a. ed.: Andrés Botas y Miguel Editores, 1916), México,

CONACULTA (Lecturas Mexicanas), 2004, p. 18.

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de un modo real, sino simbólico (acaso como un subterfugio para evitar recriminaciones);

pues asentó en su oportuna y apresurada introducción:

Cierto que los personajes que aquí pinto son, como de novela, hijos de mi libre

fantasía; pero simbolizan los vicios sociales y políticos de muchos ―influyentes‖

―de provincia‖. El licenciadito pícaro y enredador, maestro en la intriga; el

financiero rapaz y audaz; el profesionista aventurero que esconde las uñas bajo

el título de la sapiencia oficial, llevan del brazo a sus ambiciones y a sus mujeres

para dar el asalto.153

En dicha novela Frías introdujo ―por medio de la intertextualidad― un pasaje acerca de

Tomóchic, en el capítulo siete titulado ―Flor de redención‖, donde relató cómo el periodista

Miguel Mercado fue rescatado del alcohol gracias al amor de una mujer: ―Y ella fue la

salvación de Miguel; ella detuvo el suicidio y evitó la catástrofe. Vivieron juntos en una

breve casita rodeada de huertas de duraznos y membrillos […]. Ella hizo el milagro de una

resurrección extraordinaria‖.154

Nótese en el empleo de la palabra resurrección, o en el

título mismo empleado por Frías, el sentido religioso. Asimismo, más que una indefinición

hacia el realismo, el autor acudió como otros escritores de su época, al estilo romántico

para evitar posibles represalias; aunque no menos cierto es que el naturalismo de Emile

Zolá, en su pretensión de cientificidad, también buscó un equilibrio: ―Enseñamos ―decía el

francés― el mecanismo de lo útil y de lo nocivo, desligamos el determinismo de los

fenómenos humanos y sociales a fin de que un día se pueda dominar y dirigir esos

fenómenos‖;155

bajo esa luz, cuando el periodista yanqui John K. Turner publicó México

Bárbaro (1908), una crítica social acerca de la explotación de los indígenas en la región

maya, el autor de Tomóchic objetaría ya en los albores de la revolución: ―de seguro que

[Turner] no se lanzó á tal pintura de México Bárbaro con la impasibilidad fría y austera de

Emile Zola, que describe la vida tal como es, ó mejor dicho, tal como la siente y la ve,

buena y mala, y no sólo mala‖.156

153

Heriberto Frías, ibíd., p. 37. 154

Ibíd., p. 111. 155

Émile Zolá, ―La novela experimental‖, en El naturalismo, Ensayos, manifiestos y artículos polémicos

sobre la estética naturalista, (Comp., intr. y n. Laureano Bonet, Trad. Jaume Fuster), Barcelona, Ediciones

Península, 2002, p. 70. 156

Heriberto Frías, ―Sobre el México Bárbaro de Mr. Turner, según el American Magazine de Nueva York.

Nuestro comentario‖, ECT, jueves 13 de enero de 1910, núm. 7950, p. 2.

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En conclusión, si los escritores iban a delinear los vicios sociales, la crítica literaria

exigía que hubiera de por medio una moraleja o, como Vigil ―con los valores religiosos de

por medio― había dicho, que existiera una condena contra el vicio y se ofrecieran los

medios del arrepentimiento. Se pedía, en suma, la producción de novelas ejemplares. Esto

se comprueba, en efecto, con el recibimiento que mereció por parte de la crítica la novela

de José Ferrel Félix, La caída de un ángel (1891), la que versaba acerca de dos personajes:

Julio Morel y el Filósofo, donde el primero simbolizaba al vicio sin dignidad, mientras que

el segundo la dignidad viciada. Una vez más, la dimensión religiosa emerge: la alusión a la

caída de Lucifer, el ángel rebelde. Y a pesar de que Ferrel no había buscado moralizar, el

crítico Azuaga quería ver a fuerza arrepentimiento y redención en los personajes:

Morel es un pervertido. El Filósofo un desgraciado que si hubiera Ferrel querido

ponerle un poco más de fuerza de voluntad, la redención era segura.

De los labios de Morel, no se hubiera desbordado una palabra de

arrepentimiento. En el alma del Filósofo, ardió siempre la llama de la

regeneración, sofocada primero por el vicio, apagada después por el despecho,

pero dejando las cenizas calientes del arrepentimiento.157

¿La redención era segura? Sí, pero Ferrel no lo hizo. Su intención habría sido, desde mi

punto de vista, rendir culto a De Lamartine, autor del extenso poema épico ―de 15 mil

versos― titulado, precisamente, La chute d'un ange (1838). El personaje del filósofo sería

un oculto homenaje, un guiño secreto, a quien fue considerado como el primer romántico

francés y reconocido por Verlaine y los simbolistas como una influencia decisiva.

Asimismo, a pesar de que Azuaga observó que las de la novela eran figuras simbólicas, no

vaciló en señalar que eran retratos sociales: ―La fotografía del filósofo está admirablemente

sacada […], al negativo de Morel, faltó tiempo de exposición; carece de contrastes de luz y

tal vez por eso no quiso el fotógrafo perder el tiempo en retocarlo y pasado al papel, resultó

el retrato regular solamente, pudiendo haber sido obra maestra‖.158

José Ferrel, quien en el

momento de la publicación purgaba una condena en el cuartel ―Rosales‖ de Mazatlán por

haber criticado al régimen cañedista, había logrado despistar a sus críticos haciéndoles

creer que se proponía moralizar con La caída de un ángel, siendo que en realidad adoptó el

157

Arcadio M. Azuaga, ―El libro de José Ferrel‖, ECT, mayo 27 de 1891, núm.1804, p. 1 158

Ídem.

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estilo decadentista, corriente que estaba en boga en Francia y que había cobrado fuerza en

la prosa, pero sobre todo en la poesía.

El decadentismo ―tendencia literaria y actitud artística surgida en las principales

ciudades de Europa, como París― fue en efecto una rebelión contra la moral burguesa y el

materialismo capitalista, por lo que abrazó el pesimismo, recreó zonas y personajes

marginales, halló fugas existenciales en las drogas, el alcohol o el suicidio. Se trataba del

spleen, un estado de ánimo que asolaba a las urbes, del mal du siécle caracterizado por

nuevas enfermedades, sobre todo de la psiquis ―la ansiedad, el stress, la depresión―,

propiciadas por los progresos de individuación, debido a que éstos engendraron nuevos

sufrimientos.159

La literatura francesa habría de nutrirse en esa realidad social, aunque es

cierto que, como menciona De Villena, el decadentismo fue más bien una intuición

personal que el fin de un periodo histórico, pues Francia e Inglaterra en ese tiempo estaban

en franca expansión colonialista y no sufrían aún sus crisis económicas y políticas.160

Visto el fenómeno en el suelo sinaloense, se tiene que el modernismo fue en

realidad una prolongación del romanticismo; e incluso la escritora Emilia Pardo Bazán,

considerada como la introductora del naturalismo a España, pensaba que era más exacto

denominar al movimiento literario como neo-idealismo o neo-romanticismo, como bien

habría de recordar Sixto Osuna en un artículo de 1907.161

En la fuente de esta literatura

algunos escritores mexicanos —como ocurrió en Hispanoamérica—162

habrían de abrevar

en el periodo finisecular, sobre todo los jóvenes avecindados en la capital de la República,

pero también los asentados en la periferia, como fue el caso de los sinaloenses; no obstante,

la apropiación del decadentismo —que funcionó como un sinónimo de modernismo— fue

singular, pues hubo una pugna por frenarlo, por subvertirlo, por despojarlo de su carga

semántica negativa.

159

La investigación tuvo como fuente los diarios íntimos, así como la literatura de la época, en Philipe Ariès y

George Duby, ―Gritos y susurros‖, Historia de la vida privada: De la Revolución francesa a la Primera

Guerra Mundial, España, Taurus, 2003, T. IV, p. 531. 160

Luis Antonio de Villena, ―Introducción. El decadentismo/ La decadencia‖, en Poesía simbolista francesa,

Introducción, selección, traducción y notas del mismo autor, Madrid, Gredos, 2005, p. 14. 161

Sixto Osuna, ―A propósito de un libro‖, revista Arte, núm. 4, 1de octubre de 1907, p. 62. 162

Jorge Olivares, ―El decadentismo en Hispanoamérica‖, Hispanic Review, Vol. 48, No. 1, Otis H. Green

Memorial Issue (Winter, 1980), University of Pennsylvania Press, pp. 57-76.

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3.1.1 Romanticismo vs Modernismo:163

censura y subversión

La década de 1890 significó una reorientación estética para las letras no sólo

latinoamericanas ―con Rubén Darío, José Martí, Leopoldo Lugones, José Asunción Silva,

Julián del Casal, entre otros―, sino también mexicanas. En nuestro país, de frente al

realismo ―nacional‖ a lo Altamirano, vuelto ya pintoresquismo y color local, surgió una

nueva generación capitaneada por Manuel Gutiérrez Nájera y José Juan Tablada que se

inscribió en una poética decadentista, cosmopolita, moderna. Un artículo decisivo para esta

nueva propuesta fue escrito por Gutiérrez Nájera en 1876 titulado ―El arte y el

materialismo‖, donde abogó por la libertad artística, rebelándose así contra el realismo y el

―asqueroso y repugnante positivismo‖ debido a la imposición de cantar al progreso, a la

industria y a los héroes. Si bien el Duque Job se había pronunciado contra la mimesis y

defendido en cambio la libertad artística, había aclarado que el arte debía ser bello, bueno y

verdadero; es decir, quería un arte moral e idealista, pues afirmaba que por fortuna: ―Al

lado de Las flores del mal de Charles Baudelaire, podemos ver aun Las contemplaciones de

Víctor Hugo‖.164

Pero, ¿no fue Baudelaire quien dijo que el arte positivista era una blasfemia? Más

allá de la razón por la que Gutiérrez Nájera ocultó su predilección por dicho poeta, en la

década de 1890 sí hubo quienes prefirieran a Baudelaire de modo abierto. Ellos fueron los

integrantes de la generación de poetas decadentistas ―Tablada, Jesús Urueta, Couto

Castillo, Olaguíbel, Dávalos, entre otros―, la cual, ―además de pugnar por los mismos

cambios que años antes Gutiérrez Nájera propuso (el idealismo del arte, el rechazo rotundo

a la mimesis, la búsqueda constante de la belleza, la renovación verbal, la transmisión de

sensaciones e impresiones…), fue un grupo que representó el ‗hastío‘, ‗las convulsiones

163

Antes que ofrecer una explicación del término en su función de categoría analítica utilizada por la crítica y

teoría literaria, nos proponemos esbozar su historia conceptual, es decir, tal como los literatos sinaloenses se

apropiaron de su sentido, así como sus relaciones con lo social. Como es sabido, además de su musicalidad

rítmica (la preferencia del verso alejandrino), el modernismo se caracterizaba por su nostalgia del pasado, por

su preferencia a lo exótico y por la heterogeneidad de prácticas, pues éste se encuentra constituido por

diversos ―ismos‖: parnasianismo, intimismo, simbolismo, misticismo, cosmopolitismo, decadentismo,

provincialismo, individualismo, etc. Vid. Álvaro Ruiz Abreu, Modernismo y Generación del 98, México,

Trillas, 1987. 164

La serie de artículos fue una réplica a una crítica hecha por P. T. (Pantaleón Tovar). Manuel Gutiérrez

Nájera, ―El arte y el materialismo‖, en Belem Clark de Lara y Ana Laura Zavala Díaz (Intr. y rescate), La

construcción del modernismo (Antología), México, UNAM (Biblioteca del Estudiante Universitario, 137),

2002, p. 12, 28. Vid. José Luis Martínez, op. cit., p. 1061 y ss.

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angustiadas‘, la duda existencial y religiosa de fin de siglo‖.165

En 1893, en la víspera de la

aparición de la Revista Azul, Tablada fue objeto de censura en El País, pues su poema

erótico ―Misa negra‖ fue considerado decadente y por lo tanto, contrario al pudor y la

moral; antes, sin embargo, se publicaron artículos donde se discutió sobre el nuevo

movimiento artístico; en general, Tablada distinguió un decadentismo literario ―un

refinamiento estético que huía de los lugares comunes― y uno moral, con el cual se

percibía lo suprasensible, de tal modo que esta nueva sensibilidad representaba en los textos

los trastornos de la cambiante vida moderna. Frente a esto, algunos literatos condenaron

dicha propuesta por juzgarla vulgar y de mal gusto, ininteligible, extranjerizante y por lo

tanto inadaptable al suelo mexicano. En resumen, señala Clark de Lara, a esta generación se

le denostó por haberse opuesto ―a los discursos hegemónicos proclamados por la escuela

nacionalista; así como por el miedo de la sociedad ante una propuesta escritural artificial y

extranjerizante, alejada no sólo del proyecto ilustrado de educar al pueblo a través de las

letras, objetivo fundamental de los intelectuales decimonónicos, sino incluso apartada de la

moral ‗sana‘ y ‗viril‘ del México porfiriano‖.166

Los literatos sinaloenses siguieron con cierta atención el debate suscitado en la

ciudad de México en torno al decadentismo, pues algunas discusiones fueron retomadas por

la prensa de 1897 y 1898, sobre todo por el diario mazatleco El Correo de la Tarde, así

como por la revista Bohemia Sinaloense, de Culiacán. En el transcurso de 1897 algunos

artículos que especialmente censuraban al modernismo, fueron reproducidos por El Correo,

siendo uno de ellos el del guanajuatense Rubén M. Campos donde defendía la existencia y

lozanía de una poesía realista; naturalista no en el sentido de Zolá, sino en su apego por la

mimesis de los paisajes naturales. Esta subversión planteaba la construcción de una

literatura ―regional‖ que los poetas mexicanos debían adoptar, y no aquella poesía

parisiense contemporánea ―que ―juzgó― no se adaptará nunca con nuestro medio actual y

no pasará de un pequeño cenáculo de apasionados admiradores, porque es el producto de

una civilización refinada, de la decadencia de una gran nación latina y nosotros somos el

165

Belem Clark de Lara y Ana Laura Zavala Díaz, op. cit., p. XX. 166

Dichos poetas eran José Juan Tablada (1871-1945), Amado Nervo (1870-1919), Ciro B. Ceballos (1873-

1938), Francisco M. de Olaguíbel (1874-1924), Balbino Dávalos (1871-1923), Jesús Urueta (1867-1920),

Bernardo Couto Castillo (1880.1901), José Peón del Valle (1866-1924). Vid. Belem Clark de Lara y Ana

Laura Zavala Díaz, op. cit., pp. XX-XXI, XXVIII-XXIX.

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resultado de una nación que nace‖.167

Como ejemplo de este tipo de poesía, Campos

mencionaba a poetas de distintas entidades, entre ellos a Esteban Flores, Benjamín Retes Jr.

y Sixto Osuna, quienes vivían en Sinaloa. Un mes después se publicó un texto de J.

Baranda McGregor titulado ―El decadentismo‖, en el que, citando al crítico positivista

español Pompeyo Gener, señalaba que se trataba de una patología, una verdadera vesania y

no una simple neurosis, por lo que agregaba: ―En México, la delicuescencia se ha

desarrollado por espíritu de imitación, que sólo tenemos dispuesto para lo malo y nunca

para lo bueno: el modernismo nos atrae con oculta potencia de imán y nos arrastra en su

procelosa corriente. Así somos; es preciso que dejemos de ser así‖. Después de haber

llamado degenerados a los poetas, aducía que a México le correspondía la primavera, no el

invierno, y ―cuando debiéramos estar naciendo, estamos agonizando. Nos corresponde el

oriente, y ya vamos por el ocaso. En lugar de ir con nosotros vamos con el siglo‖.168

En 1897, cuando la polémica en torno al decadentismo estaba en auge, en Mazatlán

se parodió el poema ―Abrojos‖ de Rubén Darío: apareció publicado como ―Arrojos‖, y al

calce el nombre del nicaragüense. Si en aquél Darío expresó cómo había engendrado sus

coplas llenas de amargura, en éste se aconsejaría ―con sarcasmo― a un joven para que

pudiera escalar socialmente, recomendándole guardar silencio ante la crítica, así como

arrastrarse en el pantano: ―Y con que befe al que baje, / Y al que suba inciense, / El día en

que menos piense, / Será usted un personaje‖.169 Y pese a que el modernismo no fue una

práctica tan extendida en el suelo sinaloense, el profesor Luis H. Monroy, de Culiacán,

escribió un poema titulado ―Azul‖. Se trata de una ácida crítica, aunque con humor, en

contra de los rubendarianos:

Azul era la estancia en que se hallaba,

Azul era el banco desde el cual veía,

Como una mancha azul á la bahía

Donde una barca azul se balanceaba.

[…]

Azul era el papel en que, risueño,

Trazaba estos renglones por antojos,

Azul la tinta que compré á Juan Sueño

Y es, lector, que me pelas ya los ojos

167

Rubén M. Campos, ―La Literatura Realista Mexicana. La poesía naturalista‖, El ―Nacional‖ de México,

ECT, domingo 4 de julio de 1897, núm. 3879, p. 1. 168

J. Baranda McGregor, ―El decadentismo‖, ECT, Domingo 1 de agosto de 1897, núm. 3907, p. 1. 169

Rubén Darío, ―Arrojos‖, ECT, jueves 4 de marzo de 1897, núm. 3763, p. 4

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Al oír tanto azul sin ton ni dueño,

Que tengo azul la vista y los anteojos.170

Pero fue a fines de 1897 e inicios de 1898, como un preludio de la publicación de la

Revista Moderna, cuando la polémica alcanzó su cresta. Ésta tuvo su inicio el 29 de

diciembre con la publicación del artículo ―Los modernistas mexicanos. Oro y negro‖, una

crítica de Victoriano Salado Álvarez al poemario de Francisco M. Olaguíbel, la cual puso

de relieve que la discusión acerca del decadentismo aún no estaba zanjada. Dicha querella,

cuyo principal contendiente fue Amado Nervo (pero incluyó a Tablada, Jesús E.

Valenzuela, Aurelio González Carrasco y a Manuel Larrañaga Portugal), fue reproducida

en las páginas de El Correo de la Tarde. Para Salado Álvarez, este estilo era una

extravagancia, poco bello y sin ninguna relación con el medio social, pues ―de acuerdo

con las dependencias y condiciones de un pueblo determinado, en un momento dado y en

circunstancias especiales, se consigue hacer vividora la obra artística‖, mientras que hacer

lo contrario sólo se lograrían escribir ―hermosas paráfrasis, lucidas imitaciones, parodias

que produzcan la ilusión del original; nunca trabajos espontáneos y potentes que

perpetúen el verbo de una raza al través de las edades‖. El argumento de Nervo fue

contrario a la tesis de Taine, y al realismo/naturalismo, pues señaló que la literatura no era

producto del medio sino de autores singulares, asentó que los grandes fines del

modernismo eran el símbolo y la relación, donde las grandes obras ―cuyas almas eran los

símbolos― no revelaban un estado social; precisó la muerte del decadentismo, el cual

había sido no una escuela, sino un ―grito de rebelión del Ideal, contra la lluvia monótona y

desabrida del lloro romántico‖. Y si se reconoció imitador, fue sólo del procedimiento

artístico, pues adujo: ―No queremos ser poetas autóctonos y aborígenes, como decía con

tanto ingenio Tablada refiriéndose á no sé cuál de nuestros vates caseritos y nacionales, de

esos que cantan al zempoalxochitl […], pero tampoco tenemos padres intelectuales; nos

engendramos a nosotros mismos‖.171

Posteriormente Nervo, tras recibir respuesta de

170

Luis H. Monroy, ―Azul‖, ECT, domingo 17 de enero de 1897, núm. 3719, p. 1. 171

Victoriano Salado Álvarez, ―Los modernistas mexicanos. Oro y negro‖, El Mundo, t. II, núm. 390 (29 de

diciembre de 1897), p. [3]; Amado Nervo, ―Los modernistas mexicanos. Réplica‖, en El Mundo, t. IV, núm.

394; Victoriano Salado Álvarez, ―Los modernistas mexicanos. Réplica a Amado Nervo‖, ECT, 13 de febrero

de 1898; publicado en El Mundo, t. IV, núm. 406 (16 de enero de 1898), p. [4]; Amado Nervo, ―Los

modernistas mexicanos. Réplica a Victoriano S. Álvarez‖, ECT, febrero 20 de 1898; publicado originalmente

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Salado Álvarez, daría por concluida la discusión; de ello informaría El Correo de la

Tarde: ―La contienda del modernismo toca á su fin […] Pasada la borrasca el árbol

modernista ha quedado en pié, lozano y vigoroso, y la juventud gustará como siempre de

sus frutos extraños que perturban y enloquecen‖.172

Sobre este debate, Julio G. Arce,

desde la columna ―Esbozos‖ de la Bohemia, diría buscando el punto medio:

Victoriano Salado Álvarez y Amado Nervo, han entablado discusión sobre el

modernismo, con motivo de la publicación de Oro y Negro, poesías

decadentistas de Francisco M. Olaguíbel. La discusión, sostenida dentro de los

límites de la caballerosidad y de la decencia, ha servido para que ambos

contendientes derrochen sus talentos.

Por mí yo creo que la belleza debe buscarse en todas las fuentes.

No soy de los que piensan que la poesía del porvenir deba vaciarse

exclusivamente en los moldes del decadentismo; pero tampoco creo que deban

proscribirse de nuestro credo literario las ideas de Baudelaire y Paul Verlaine; ni

rechazo con horror las rimas triunfales de Rubén Darío ó las harmoniosas

estrofas de Nervo, Olaguíbel y Tablada. 173

Para las letras sinaloenses, la atención al debate influyó en la forma de apropiarse el

modernismo. Hubo unos que, igualmente a como había sucedido en la capital mexicana, lo

condenaron por considerarlo inadecuado para el pueblo por ser inmoral, obsceno o vulgar;

por pensar que la recreación de la decadencia era absurda ya que la entidad y el país entero

estaba si no en Jauja, sí en la vía del progreso; así como por defender la literatura mexicana

del presunto coloniaje cultural. Detrás de este razonamiento se encontraba la trama

compleja en la que los literatos estaban inmersos: al vivir en ciudades pequeñas se

encontraban expuestos a la sociedad, por lo que debían tener vidas y obras ejemplares; en

esa sociedad tenían prestigio y un estatus, y cumplían con diversos roles (educaban,

legislaban, administraban); además, una razón de mayor peso era que temían que el

régimen dictatorial de Cañedo los excluyera, sancionara o incluso reprimiera. Además, esa

presión social los llevó a erigirse en jueces de la moral y guardianes del arte, algunos

literatos erigieron severas condenas hacia la nueva estética; uno de ellos fue, precisamente,

Samuel Híjar y Haro (Petronio) quien reprochó a los modernistas por creer, decía, que la

en El Mundo, t. IV, núm. 418 (30 de enero de 1898), p. [4], en Belem Clark de Lara y Ana Laura Zavala Díaz,

op. cit., pp. 203-212, 215, 225-230 y 249-258. 172

Sección ―Dominicales‖, ECT, marzo 6 de 1898. 173

Julio G. Arce, ―Esbozos‖, BS, Febrero 15 de 1898, núm. 11, p. 88.

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facultad creadora y la inspiración los liberaba de reglas y principios de la ―crítica oficial‖,

produciendo personajes extraordinarios, cosas inverosímiles traídos de ignorados mundos

creyendo que todo ello constituía ―el mérito de la concepción artística, por más que sea sólo

el producto desordenado de una imaginación calenturienta‖; echó mano además del

socorrido argumento de que se vivía la etapa del progreso:

Preciso es confesar que nosotros, sin estar en ruina, andamos muy mal en cuanto

á literatura, y sólo falta que con el decadentismo nos invada también el

asqueroso y repugnante naturalismo de Zolá. Queremos á la humanidad bien

vestida y no harapienta. Cuando se aplauden libros del género de Teresa Raquín

y L’Assommoir, se está muy cerca de producir obras como Beggar, comedia del

cínico Gay, en la cual, según M. de Chateaubriand, figuran como protagonistas

un ladrón y una ramera.174

La mojigatería del crítico es palmaria; aparte, no sólo censuró las novelas de Zolá, sino que

le impidió la lectura del libro Pordiosero, de Gay de Maupassant, y si lo leyó, hizo notar

que sabía de su contenido por Chateaubriand, autor romántico a quien veía como una

autoridad. En 1901, Híjar y Haro volvería a la carga contra los modernistas en su artículo

―Quistes literarios‖, tildando sus producciones, según el título, como un error en el

desarrollo literario. Francisco Medina aludido por el crítico, replicaría airado con su texto

―Desquites‖ ―evidenció además la brecha generacional―, y recordaría aquella acusación

contra Beggar, comedia de Maupassant:

Híjar es un anticuado, una especie de fósil literario, para él Zolá, Goncourt

[hablo de los dos hermanos unidos en uno solo al producir], Flaubert y el gran

Balzac, son unos chiflados que han cometido la locura de derribar por completo

las viejas fórmulas y abrir amplios horizontes a la literatura de su patria. […]

Asienta Híjar que Gay es un cínico porque en una de sus obras figuran un

ladrón y una ramera y con eso demuestra que sabe tanto del arte experimental,

como un aguador de decir misa, cuando la novela moderna no es otra cosa que

un hospital donde se hace disección de las enfermedades morales de la

humanidad.175

Para Medina, como era común en la mayoría de sus contemporáneos, la intencionalidad de

la novela naturalista no era la crítica social, motivo por la cual era condenada, sino que

174

Samuel Híjar, ―Pinceladas‖, BS, septiembre 15 de 1897, núm. 1, p. 3 175

Francisco Medina, ―Desquites‖, ECT, domingo 26 de mayo de 1901.

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contribuía ―en su pretensión cientificista― a exhibir los vicios humanos, sin que el

narrador tomara parte en ello. Pero, por otro lado, eso no lo eximía de admirar y leer a los

poetas modernistas: ―en breve ―decía Medina― Lugones, Darío, etc., llevarán el eco de

las masas, porque ellos son los precursores de un movimiento intelectual; que benéfico o

fatal, se va desarrollando y echando raíces, como una manifestación evolutiva de la

inteligencia; díganlo si no las modernas revistas europeas y americanas‖. 176

Sin embargo, puede decirse que en Sinaloa, como seguramente sucedió en otras partes

del país, la práctica modernista se circunscribió, además de retomar las formas métricas

(versos alejandrinos) y ciertas imágenes parnasianas, a la apropiación de dos máximas ya

establecidas: la prosecución de la belleza y la verdad; es decir, las letras sinaloenses, a

pesar de que algunas se inscribieron en la práctica modernista, no dejaron de ser románticas

ni positivistas. Aquella apreciación respecto al arte dada por Gómez Flores en la década de

1870 no había sido abandonada; para él, el fin exclusivo del arte era ―la creación de

hermosura‖ a través de ―lo real imitado con ámplia y completa libertad‖, además debía ser

también útil, pues el arte influía ―mucho en la mejora y pulimento de las costumbres [por lo

que] se deduce que cuando ménos debe estar obligado á no alzar cátedra de vicio ó

desmoralización‖.177

Gracias a Francisco Medina, quien en 1904 cuestionó a los literatos a cerca de lo que

pensaban del arte, podemos verificar que la definición dada por Gómez Flores ―a pesar de

la presencia del modernismo― no se había modificado, o bien, se le había hecho pasar por

el tamiz de la moral.178

José Rentería, basado en el ideal platónico reactualizado por el

neoclasicismo, afirmaba: ―es la expresión de la verdad inmanente bajo formas diversas

aplicado al bien material, puede limitarse al orden y armonía de las partes. Para sustento del

alma, ha de ir de belleza en belleza hasta la suprema; ha de ser el sentimiento de lo infinito

dirigido al infinito‖. Julio G. Arce, por un lado citó al modernista Jesús Urueta para afirmar

que el arte era una oración (el arte es ―la hostia de los elegidos‖, decía éste en una carta que

le escribiera a Tablada a propósito del decadentismo), y por otro, Arce expresó ―con

humor― que consistía en hacer preguntas a través de tarjetas postales; más allá de la

broma, la representación que se hizo del arte fue construida con el elemento burgués de la

176

Ídem. 177

Francisco Gómez Flores, Bocetos…, op. cit., p. 145. 178

Francisco Medina, ―¿Qué es el arte?‖, MEF, 6 de octubre de 1906.

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vida social que se cimentaba en la entidad: Eutimio B. Gómez diría, por ejemplo, que era

―una bella distracción de la gente que no tiene mucho que hacer; y Carlos Urrea mencionó

que se trataba de sentir una vibración solemne ante la presencia —como decía Zolá— de

―un girón de la vida visto a través de un temperamento‖, mientras que Jesús G. Andrade,

también lector de la reciente tendencia, señaló un tanto burlón: ―Siento el Arte con más

profundidad y con más fanatismo que los chinos el budismo esotérico‖; y aunque de la

nueva generación, Abelardo Medina reveló a través de un poema que el romanticismo, en

realidad, se negaba a morir:

El arte para mí será la nota,

Con que se queja el corazón más triste.

Será el gemir del que sus penas dora

Al despertar la refulgente aurora;

Del astro rey el postrimer destello,

Del cielo azul los místicos fulgores;

Será el perfume con que ungió el cabello

La virgen de los últimos amores.179

En cambio Carlos Filio, jalisciense que llegó a Culiacán, desempeñándose como

periodista de El Monitor Sinaloense y profesor del Colegio Civil Rosales, manifestaba

cierta propensión al modernismo, pues con motivo de los Juegos Florales que el Colegio

Rosales organizó, escribió su concepción del arte: ―El arte es trabajo y es dolor: es trabajo

porque dobla el cuerpo, es dolor porque atormenta el alma […] Qué dolor tan insinuante

es el colorido enfermo de la dulce vida de Genoveva la Santa y que dolor tan engrillado

enseñan las curvas del mármol de Margré-tont‖.180

Así pues, los literatos sinaloenses,

algunos, leyeron a los poetas modernistas pero sólo para retomar aquello que la presión

social, principalmente, les permitía: la recreación de lo bello y progresista. Como otra

prueba de que estaban pendientes de las nuevas producciones son los comentarios vertidos

por Julio G. Arce, quien replicó un artículo publicado en el periódico El Monitor

Sinaloense, donde felicitaban a la revista Bohemia Sinaloense por el hecho de que no se

hubieran ―contagiado de la infeliz y ridícula escuela literaria llamada modernista‖; Arce,

179

Abelardo Medina, ―Mi opinión acerca del arte. Al Sr. Francisco Medina‖, EMS, jueves 1 de diciembre de

1904, núm. 927, p. 2. 180

Carlos Filio, ―Con motivo de los Juegos Florales. A los alumnos del colegio civil ―Rosales‖, EMS, 22 de

diciembre de 1904, núm. 933, p. 2.

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ofendido, señalaba que no compartía dicho criterio, pues estos literatos habían producido

bellas obras. Entre ellos mencionaba a Baudelaire y a Jean Richepin, de Francia, así como

a los latinoamericanos Darío y José Juan Tablada, Nervo, Francisco M. Olaguíbel, Ciro B.

Ceballos, Honorato Barrera, Eduardo J. Correa y Pedro R. Zavala, algunos de estos

últimos colaboradores de la revista que dirigía, por lo que solicitaba:

Esperemos pues que nuestro querido colega, tan juicioso como sensato, se

servirá modificar el juicio que de la escuela moderna se ha formado, juicio que

ni los más ardientes cultivadores del clasicismo se habrían atrevido a lanzar. Si

la escuela moderna tiene sus deficiencias, cuántas bellezas en cambio nos

presenta!181

Una de esas deficiencias fue, para algunos literatos sinaloenses, el decadentismo; su

condena fue de hecho la nota predominante. Como un caso paradigmático puede señalarse

la publicación de dos poemas ―uno al lado del otro― en El Monitor de 1904, el primero

perteneciente a Manuel Machado, poeta español representante de la nueva sensibilidad, y el

otro de Efrén del Castillo, poeta hasta ahora no identificado, pero cuyo texto señala que su

envío exclusivo al periódico de Culiacán, y además tiene la dedicatoria para Machado.

Como dos espejos enfrentados, el segundo poema se valió de la antinomia para refutar la

serie de versos e imágenes del primer poema, el cual manifiesta la ruina de un jardín, el

tiempo sombrío, la pesadez del espíritu; además, es notable que mientras el de Machado

alude a un estanque de aguas yertas, Efrén del Castillo recurrió a la ―vitalidad‖ marmórea

del parnasianismo. Así, pues, el de Machado se titula ―El jardín gris‖, y el otro ―El jardín

blanco‖;182

por citar un ejemplo, las estrofas iniciales expresan:

Jardín sin jardinero,

Viejo jardín,

Viejo jardín sin alma,

Jardín muerto. Tus árboles

no agita el viento. En el estanque el

agua

yace podrida. ¡Ni una onda! El pájaro

no se posa en tus ramas.

Jardín que apenas brota,

Joven jardín,

Joven jardín radiante

Jardín nuevo. Tus retoños

No agita el aura. En la marmórea fuente el

agua

límpida yace. ¡Cuántos rumores! El pájaro

cantando está en tus ramas!

181

Julio G. Arce, ―Esbozos‖, BS, noviembre 1 de 1898, núm. 22, p. 176. 182

Efrén del Castillo, ―El jardín blanco‖ (Para ―El Monitor Sinaloense‖), EMS, domingo 22 de mayo de 1904,

núm. 872, p. 1.

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La réplica / paráfrasis del poema de Machado realizada por Del Castillo es sintomática:

concentra la pugna entre la ideología del progreso con su némesis, la decadencia. Como se

demuestra, el programa nacionalista seguía vigente, así como también el imperativo de

escribir y tratar de una realidad bella, ideal y progresista a fuerza de representarla. Se

suponía así que, como la nación mexicana acababa de nacer, le correspondía una literatura

acorde con su realidad: una literatura vital, radiante, en crecimiento, por lo que no debía

adoptar los puntos de vista de la literatura de otras civilizaciones que, algunas, ya estaban

en declive.

En ese mismo año, en 1904, desde Culiacán, A. Hernández y Cid escribiría un

artículo titulado ―Modernismo‖, donde iniciaba diciendo que muchos de sus lectores

habrían escuchado esa palabra y no sabrían ―lo que tal palabra representa en el arte‖, y se

preguntaba: ―¿Es el progreso? ¿Es la degeneración?... Lo ignoro. Quédese para personas

más inteligentes dar una contestación categórica á estas preguntas‖; sin embargo, añadía

que, en lugar de eso, iba a presentar a uno de los prosélitos del ―algebrismo literario‖ y acto

seguido describía a una persona de melena larga, sombrero de lado, con una pipa y que leía

el libro Gris, de Rubén Darío.183

Otra manera de cómo la vertiente decadentista del modernismo fue contenida,

atajada, se encuentra en un poema de 1903, de Enrique González Martínez titulado ―A un

poeta‖, donde critica de manera corrosiva dicha tendencia pues le cuestiona al sujeto lírico

―a través de un vocativo― por qué cantaba como un cisne moribundo si el sol apenas

despuntaba, y proseguía:

Qué ¿no hay un ideal para tu anhelo?

¿Todo es miseria, podredumbre y lodo?

Ve el campo, mira el mar, contempla el cielo:

allí hay belleza, inspiración y todo!

[…]

¡Deja el canto irrisorio y decadente,

ludibrio del amor, del arte mofa,

y del cristal de la castalia fuente,

como Venus del mar, surja la estrofa!184

183

A. Hernández y Cid, ―Modernismo‖, EMS, 1 de mayo de 1904, núm. 866, p. 2. 184

Enrique González Martínez, ―A un poeta‖, Preludios, Mazatlán, Imprenta y casa editorial de M. Retes y

Cía. Sucs., 1903 (Edición facsimilar), Poesía I, México, El Colegio Nacional, 1995, pp. 26-28.

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González Martínez fue sobre todo un poeta simbolista cuya finalidad era, según la poética

que también compartió Nervo, encontrar relaciones del mundo físico con el espiritual. No

obstante, es claro que este poema expresa una evasión de la realidad: el desvío de la vista

de lo social hacia lo natural; asimismo, prócer del Ideal ―un ideal positivista según se

ve―, para calmar las ansias de la mente, decía en otro poema que tenía un tesoro: ―un cielo

azul, sereno y esplendente, / y un sol de fuego cuya lumbre adoro‖.185 Su mayor riqueza

era, pues, la naturaleza; de ahí que produjera una poesía, como decía Rubén del Campo, del

paisaje regional. Hacia 1907, cuando dio a conocer su segundo libro llamado Lirismos, el

poeta se manifestó más decantado hacia el simbolismo, pues fijó en ―Lo que dice el poeta‖

su propia poética, la cual, en aras de hallar una relación entre las cosas y el alma, glosaba

acerca de lo indecible: ―En vano martirizo la mente porque ahonde / Enigmas y misterios;

en vano el alma vuela / De un astro persiguiendo la fugitiva estela… / ¡El rastro se me

pierde y el luminar se esconde!‖.186

Es verdad que para 1907, como decía Sixto Osuna a propósito del poemario Libro

de ensueño y de dolor de Luis Rosado Vega, el modernismo ya era un movimiento literario

aceptado por las autoridades literarias, como Emilia Pardo Bazán o Miguel de Unamuno, y

además señalaba que si bien el pesimismo no era laudable, este tópico no era nuevo en el

arte; finalmente, que un poeta no fuera popular sería motivo de orgullo, pues el número de

analfabetas en los países latinoamericanos era demasiado alto.187

Por su parte, el español

Pedro de Répide, hacia 1908, lo expresaría de mejor manera: ―Modernista es el que marcha

con su tiempo‖, y añadía: ―Yo confieso que creo en la imbecilidad de las masas, y

desprecio el criterio de generalidad de las gentes. Seamos los sacerdotes de la Belleza, y

preocupémonos de ella sobre todo‖.188

En resumen, puede señalarse que el modernismo fue paulatinamente reformado: de

haber sido, vía el decadentismo, un grito de rebelión contra la moral burguesa, estas aristas

se le fueron limando hasta dejar tan sólo la preocupación por la Belleza y ya no una crítica

contracultural. En Sinaloa, el modernismo no logró florecer de la misma manera que en el

185

Ibíd., ―Opulencia‖, p. 39. 186

Enrique González Martínez, ―Lo que dice el poeta‖, Lirismos, Mocorito, Imprenta Editora de Voz del

Norte, 1907 (Edición facsimilar), ibíd., p. 163. 187

Sixto Osuna, ―A propósito de un libro‖, Arte, Octubre 1 de 1907, núm. 4, pp. 72-76. 188

Pedro de Répide, ―El Modernismo‖, Arte, Mayo de 1908, núm. 5, T. II, pp. 195-196.

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centro del país, ya que la férrea moral que imperaba, así como las condiciones políticas

subyacentes, censuraron este movimiento literario; asimismo, el estilo que prevaleció fue el

romántico que, incluso, modificó la perspectiva del realismo/naturalismo al implementar

una función moralizante. Así, todas aquellas expresiones que hicieran referencia a la

decadencia, física o moral, merecía una dura condena por parte de la crítica literaria.

3.2 El literato: símbolos y luchas caballerescas

Una de las figuras del literato proyectada durante el Porfiriato, dentro del proyecto

romántico de crear una literatura nacional, es aquella surgida de la imagen francesa del

filósofo y retomada luego por la Ilustración española: la del homme ilustré, o escritor

público, cuyos caracteres más relevantes son la erudición, el espíritu liberal y, sobre todo,

su opinión, valorada como verdadera, imparcial y objetiva.189

Un literato, según la definición usual en lengua española, era un hombre erudito,

―docto y adornado de letras‖; y aunque en el siglo XIX designó también al abogado, se

aplicó especialmente al que tenía dominio de materias como la gramática, la retórica, la

filosofía y otras ramas del saber.190

Sensu strictu, de los escritores sinaloenses de la época,

Francisco Gómez Flores es quien más encarna la figura del literato y quien mejor trazó sus

principales rasgos; al emitir sus juicios en materias diversas en los periódicos y enfrentar a

los poderes (el del Estado, el eclesiástico, el de la prensa), describió también las cualidades

que debía tener el escritor público, basando su capacidad crítica en la razón, en la actitud

desapasionada y bajo la divisa del bien social.191

189

Para Darnton, J. J. Rousseau se convirtió en el primer antropólogo al criticar la sociedad en la que vivía y

descubrir las formas simbólicas del poder, pues renunció ingresar a la alta sociedad al darse cuenta de la

corrupción y descomposición moral que la afligía. Rousseau escribió así su Discurso sobre las artes y las

ciencias, el Discurso sobre el origen de la desigualdad y El contrato social. Robert Darnton, ―La vida social

de Jean-Jacques Rousseau. La antropología y la pérdida de la inocencia‖, El coloquio de los lectores, FCE,

2003, pp. 255-268. 190

Diccionario de la Academia de Autoridades, 1729, pp. 389, 2-417, 1. 191

Su trabajo intelectual Gómez Flores lo desarrolló en la prensa y, aunque no fue un creador literario, su

conocimiento de la literatura lo convirtió en un reputado crítico. No sin cierta desazón expresó que el mayor

enemigo de la literatura era el periodismo, al que calificó ―obra fugitiva y baladí, hecha á escape, que no vive

más que un día, como las rosas de Malherbe, y en la que se gasta y despilfarra acaso la cantidad de talento

necesario para escribir una biblioteca‖. Vid. Francisco Gómez Flores, ―Cabos sueltos‖, Humorismo y Crítica,

p. 127.

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Recién llegado al puerto mazatleco donde desempeñaría su oficio periodístico,

Gómez Flores se acreditó como ―Merlín ante sus amigos‖. La elección de este seudónimo

se debió al personaje del mago Merlín, hijo del demonio Asmodeo, según la novela

medieval Lanzarote y Ginebra, quien fue un guía espiritual, versado en el saber y maestro

de la poesía y la literatura. De este modo Gómez Flores se representó como un hombre

instruido ante una prensa sinaloense que, según su punto de vista, se encontraba en un

estado primitivo, pues en el artículo mencionado se comparó con un instruido explorador

que descubría un sitio prehistórico: ―-Señores, no sé lo que se entiende por periodismo en

este rincón del mundo. Parece terreno virgen, selvoso, donde casi no hay huellas de planta

humana ni rumores de voz articulada‖.192

Esta equiparación, donde se encuentra la antítesis

cultura-naturaleza, hacía surgir la figura del hombre ilustrado con mayor fuerza; y para

marcar de forma aún más visible su presencia, Gómez Flores inquiría: ―¿Es costumbre por

acá decir siempre la verdad, sin miramientos ni melindres, ó tiene uno que morderse los

lábios y sangrárselos en caso de apuro, antes que proferir un solo vocablo capaz de lastimar

susceptibilidades quebradizas?‖.193

Decir la verdad, defenderla a toda costa, habría de ser

su lema en el tratamiento de los asuntos más disímiles: de la esfera política a la religiosa,

comercial y militar, pasando por temas literarios y filosóficos; por ello expresaba: ―Merlín

declara solemnemente, á la faz del mundo entero, que como periodista no tiene amigos, ni

deja de tenerlos, y dirá su parecer liso y llano sobre todas las cosas, cuando se lo pidan, y

muchas veces sin este requisito‖.194

El atributo esencial del escritor público era criticar de modo inflexible y severo, si

bien debía ser comedido y cortés, aún con las personas más allegadas; y señalaba: ―Elogio o

censuro, cuando creo de justicia hacer lo uno o lo otro‖.195

Y es que para él, la crítica debía

ser racional, para ser llamada así y cumplir con su objeto; pero sobre todo, como un

pensador positivista, la consideró como un instrumento idóneo para revelar la verdad más

recóndita: de forma simbólica, comparó a la crítica con tres herramientas científicas: el

bisturí del médico, el microscopio del naturalista y el ojo del astrónomo o del oceanógrafo,

192

Ibíd., p. 38. 193

Francisco Gómez Flores, ―Merlín a sus amigos (confidencias infernales)‖, Humorismo y crítica, op. cit., p.

35. 194

Ibíd., p. 38. 195

Francisco Gómez Flores, ―Observaciones sobre el drama ‗Bienaventurados los que esperan‘ del Lic.

Alfredo Chavero, Bocetos literarios, op. cit., p. 154.

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todos ellas regidas y aureoladas por la objetividad. La crítica, pues, era igual a esas

herramientas científicas:

La crítica es el bisturí que sin piedad ni conmiseración rasga los músculos y

tejidos del organismo humano; es el microscopio solar que refleja en la pantalla

la imagen aumentada del insectillo que aprisiona en su foco; es el ojo

escudriñador del buzo que sondea audazmente las profundidades del océano, ó la

imperturbable mirada del astrónomo que escudriña las leyes inalterables del

universo.

La crítica no se detiene ante ninguna traba religiosa: vence todos los

obstáculos, traspasa todos los límites, salva todas las distancias, y se cierne

inflexible en las fúlgidas regiones de la verdad.196

La exigencia de veracidad impuesta a la crítica ―según señalaba Gómez Flores―, se debía

a que, desde la prensa, los literatos influían en la sociedad, pues en ellos recaía parte de la

responsabilidad de ilustrar al pueblo, ―no dejando todo el peso de esta obligación al

gobierno, que falto de recursos y distraído por múltiples atenciones de su resorte, no puede

llenarla con la eficacia y solicitud indispensables‖.197

Así pues, a través de la crítica

ejercida en las distintas publicaciones en las que colaboró, empezó a destacar como un

literato de relieve, siendo la crítica y el periodismo parte indisoluble de su personalidad. En

él, estos dos rasgos aparecen claramente imbricados, como bien lo describió Francisco

Medina:

Gómez Flores es para mí un crítico de bastante significación: un juicio claro y

sereno; una amplia comprensión del Arte; una vasta erudición y una ilustración

enciclopédica, formaban sus más valiosas prendas, aparte de su estilo donairoso

y lleno de gracejo. Sólo le faltaron tiempo o voluntad para escribir alguna obra

seria. Sus Bocetos Literarios, sus Narraciones y Caprichos y su Humorismo y

Crítica, revelan sus cualidades que he enunciado, pero en asuntos la mayor parte

de oportunidad, en esa labor forzada del periodista de profesión.198

Otra cualidad inherente a esta figura del literato era el uso del lenguaje de forma correcta,

poseer ese ―estilo donairoso y lleno de gracejo‖. Este atributo pertenecía más al viejo

periodismo, aquel que tenía ―como señalaba desdeñoso Rafael Reyes Spíndola― ―esa

196

Francisco Gómez Flores, ―Cartas literarias de D. Victoriano Agüeros‖, Ibíd., p. 30. 197

Francisco Gómez Flores, ―Literatura doméstica‖, Ibíd., p. 24. 198

Francisco Medina, ―Charlas ligeras (con sus puntas y ribetes de política y literatura)‖, ECT, sábado 14 de

septiembre de 1901.

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misión casi divina, doctrinaria y sagrada, que la obligaba a tomar la entonación magistral y

la frase altisonante y pomposa para el asunto más baladí‖.199

Fue en esa prensa en donde

Gómez Flores se había formado, y desde la cual pretendía la tarea de educar al pueblo y

opinar asuntos de trascendencia social; por lo que, para educar al pueblo, debía observar

estrictamente las normas del lenguaje. Imitó así, de los literatos a quienes admiraba, el

―estilo castizo, elegante y la belleza de la forma‖, según sus palabras; además, juzgaba que

se tenía el deber de conocer el idioma, si no al grado de poder situarse entre los académicos

de la lengua, ―sí por lo menos lo suficiente para no bastardearle con dicciones y giros

viciosos‖, asimismo, no podía permanecer impasible viendo como algunos escritores poco

escrupulosos contribuían ―con su óbolo de zafiedad y rustiquez al estrago y la

corrupción‖.200

Fue, pues, un purista de la lengua española.

Carro alegórico de la prensa

Todos los rasgos delineados por Gómez Flores, finalmente, confluyen y se concentran en

la identidad de una figura literaria: en el Quijote, personaje extraído de la novela de Miguel

Cervantes de Saavedra, que, por antonomasia, simbolizó al hombre idealista que luchaba

por la humanidad. No obstante, se trata de un Quijote distinto trazado por el autor español,

ya que ocurrió una apropiación por parte de los románticos: es, en este sentido, un Quijote

ilustrado, un caballero que luchaba por el saber y la verdad; una figura con un carácter casi

199

Lo lapidario del juicio de Reyes Spíndola correspondía a la aparición reciente del reporter, cazador de

noticias sensacionales, recién afiliado al periodismo moderno. Rafael Reyes Spíndola, El Imparcial, 6 de

marzo de 1897, p. 1, en Alberto del Castillo Troncoso, ―El surgimiento de la prensa moderna‖, La República

de las Letras, Vol. II, op. cit., p. 111. 200

Francisco Gómez Flores, ―Á diestra y siniestra (cabos sueltos)‖, Humorismo y crítica, op. cit., p. 175.

En el carnaval mazatleco de 1891 desfiló un carro

alegórico representando a la prensa. Pese a la mala

calidad de la imagen se puede observar a cuatro

personas: una, sentada sobre el mundo; otra, en la

retaguardia, porta una bandera; y dos más al frente, de

pie, donde una de ellas toca un clarín. Los periodistas

se presentaron así, ante la sociedad, como los

guardianes del mundo y los anunciadores del porvenir,

es decir, como los profetas del progreso. (Foto: ECT,

1891).

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científico, armado con su pluma y su conocimiento. Por tal razón, Gómez decía: ―el escritor

público está obligado a defender sus convicciones y a combatir las que en su concepto

perjudiquen la cultura humana‖.201

Su misión era noble e incomprendida. Como un nuevo

Quijote en el campo de las letras, nadie le agradecía al periodista ―sus servicios a una causa

quimérica como es la de la humanidad‖ y, al mismo tiempo, era víctima de ―uno que otro

zángano ó moscardón, de los que nunca faltan en la colmena de la envidia, zumbe a sus

oídos palabras de odio y de despecho‖.202

Se configuró así la representación del literato desde una visión romántica,

idealizada, que se inspiró en la célebre novela cervantina. El literato-periodista, pues, debía

decir la verdad, aunque hiriera; de corazón puro, su única intención era producir el bien;

honrado, no atacaba a las personas, sino a sus obras, siempre con buena fe y respetando la

dignidad humana. Estas cualidades que exigía al periodista, le fueron reconocidas al propio

Gómez Flores por Adolfo Avilés y D. V. Sandoval en un poema escrito al alimón por estos

mocoritenses, donde se revela con mayor nitidez la imagen del homme ilustré quijotesco.

En esta composición destacan las líneas configurativas de esta representación, pues lo

describieron —en los dos cuartetos— como el ―apóstol incansable de la idea‖, y, a través

de la prosopopeya, fue erigido en la personificación misma del conocimiento: ―Has sido

siempre una esplendente tea‖; se le reconocía su entrega y sacrificio, pese a que los necios

no creyeran en sus nobles esfuerzos. Pero es en los dos tercetos donde la nueva figura del

Quijote surge con claridad:

Por la ciencia y virtud luchas tan sólo;

Que el espíritu humano no esté preso,

Y en los recios combates contra el dolo

Que aunado a la ignorancia y retroceso

Anhelan dominar de polo a polo,

Estad siempre del lado del progreso.203

En este tenor, aparecieron también en los textos literarios y periodísticos símbolos

relacionados con la caballería medieval. La pluma fue uno de estos símbolos. Ésta fue

201

Francisco Gómez Flores, ―Sobre la brecha‖, ibíd., p. 137. 202

Ibíd., 127. 203

Adolfo Avilés y D. V. Sandoval, ―Al periodista Francisco Gómez Flores‖, La Opinión de Culiacán, 24 de

marzo de 1888.

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comparada por los cronistas o narradores con el pincel o la cámara fotográfica, en aras de

señalar que buscaban copiar o imitar de manera fidedigna la realidad, mientras que los

poetas usaban ―la lira‖ al escribir; sin embargo, los críticos habrían de equipar este objeto

con una lanza para resaltar, en primer grado, que eran luchadores del ideal: la verdad; y en

segundo lugar, para mostrarse como escritores quijotescos, es decir, como unos idealistas

incomprendidos. De este modo, a través de la crítica librarían debates desde el campo de la

prensa; estas polémicas, como era convencional durante la época, adquirieron los motes de

luchas, lizas, peleas, batallas, regidas por el código del honor y el respeto, aunque no

siempre fueron caballerescas. Un caso significativo de esta simbolización lo constituye

Francisco Medina, quien se envistió como el caballero Juan Montañés para atacar con su

pluma-lanza los poemas de David I. González, Florentino Arciniega y Ledesma, Rafael

Serrano, entre otros; por lo que diría:

Era tanta la pujanza

De Maese Juan Montañés

Que ensartó á doscientos tres

En su puntiaguda lanza!204

Medina, situado en el campo intelectual, pugnó por ser un representante literario ante su

propio grupo. Sin embargo, para que fuera legítima, la lucha debía ser entre pares, pues

como Esteban Flores, redactor de El Correo, le explicaba a Medina, había omitido su

crítica a la obra de Herlindo Elenes Gaxiola porque éste ―no escribe, no lucha, está

aplacado por su fracaso político, y creo poco caballeroso (perdóneme Montañés) los

ataques que se le dirijan. ¡Esa robusta mano, querido Juan, sólo debe herir a los que están

en pie!‖.205

En este sentido, la pluma designó, metonímicamente, el conocimiento como un

arma, el cual fue uno de los bienes más valorado e incluso publicitado por los mismos

literatos; pues aparte de la pluma, el símbolo más significativo, la frente y la vista cansada

fueron dos partes del cuerpo humano que se mencionaron con reiteración para aludir que la

frente amplia representaba el habitáculo del saber, mientras que la miopía era prueba de las

muchas lecturas y de los vastos conocimientos adquiridos; sobre esto último, Gómez Flores

reconoció, desde la portada de su libro Narraciones y caprichos, que tenía ―mala vista‖;

204

Francisco Medina, ―Charlas ligeras‖, ECT, sábado 14 de septiembre de 1901, núm. 5163, p. 2 205

Esteban Flores, ―Respuesta‖, ECT, julio 22 de 1901. (Las cursivas son mías).

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asimismo, Francisco Medina al observar un retrato de Ciro B. Ceballos hecho por Julio

Ruelas, expresó: ―los lentes denunciadores de la miopía de los que viven encorvados sobre

el libro o sobre la nítida cuartilla de los cerebrales que parecen empeñados en agotar la

virtud visual de las pupilas para recogerse, con sus ensueños, a la delectación de la vida

interior‖.206

Pero fue la pluma el objeto más aludido. Ésta representó un arma para luchar por los

ideales, y fue usada la locución adjetiva: ―pluma en ristre‖, para aludir a que estaba

empuñada y lista para ser utilizada, como decía don Quijote de su lanza; de esta forma,

después del deceso de Adolfo O‘Ryan (ocurrió el 13 de noviembre de 1900), se afirmó de

él que

No se jactó nunca de literato y la crítica de la forma encontraría gazapos en sus

escritos; pero periodista sí lo fue y de los luchadores, de los que llevan como

armas, juntamente con la pluma y las gotas de tinta, la conciencia recta, el

juicio sereno y la frente alta.207

El arma de la pluma había sido, en Gómez Flores, un bisturí, un instrumento de ciencia: ―si

a veces brota de ella, candente, la sátira, o picamos con el escalpelo algún defecto social o

alguna ridiculez literaria, guardamos el debido respeto a la dignidad humana‖;208

pero una

representación hecha por Ciro B. Ceballos de la pluma de José Ferrel, ésta apareció como

un arma poderosa, similar al mitológico tridente del Júpiter tonante, quien, si bien era sabio

y justo, poseía un gran temperamento. En su reseña, Ceballos identificó a Ferrel con

Lanzarote, aquél caballero de las leyendas artúricas:

Sucedió casi á la mitad del primer sexenio del siglo pasado que, armado de todas

armas, como un verdadero Lanzarote, arribara á la ciudad un lírico aventurero,

que venía á sustentar, contra un hábil esgrimista, en un lance de los llamados de

honor, las teorías literarias que, en nervioso estilo, había proclamado en los

renglones de cierto libro de crítica, publicado y suscrito con su firma, en un

pintoresco puerto del mar Pacífico.

206

Francisco Medina, ―Intelectuales mexicanos. Ciro B. Ceballos‖, MEF, 10 de mayo de 1905, núm. 717, p.

1. 207

Anónimo, ECT, jueves 14 de febrero de 1901, núm. 5204, p. 1 (Las cursivas son mías). 208

Francisco Gómez Flores, Humorismo y crítica…, op. cit., p. 265.

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Y enseguida subrayó el crítico implacable que era Ferrel, destacando el símbolo de la

pluma como un arma fulminante:

De su pluma, preñada de centellas, saltaban las fulminaciones, las cláusulas

corrosivas, las cáusticas excomuniones, las fogosas filípicas que hacían huir

despavorido y en vergonzosa derrota al rebaño de sayones, á la grey de los

asnerizos, á la piara de los abyectos ensoberbecidos por los hedores del estiércol.

209

Asimismo, ―romper lanzas‖ significó entablar una polémica: una declaración de ―guerra‖;

pero también simbolizó la rendición con honor o el sacrificio. Julio G. Arce, tras cumplir

cinco años como director de El Mefistófeles, señaló en la nota editorial que se había ceñido

a un programa de honradez y justicia, y añadía: ―En él hemos perseverado, forma de

nuestra divisa y romperemos en mil pedazos la pluma antes que abandonarlo‖.210

Por medio

de la metonimia, la pluma también representó al escritor, pues años atrás el mismo Arce

había dicho: ―Mi pluma rechaza la hospitalidad que se le brinda con ultrajes poco generosos

y con ironías punzantes‖, para referirse a una crítica hecha por El Monitor Sinaloense y

para solicitar que su nombre fuera retirado del directorio, donde aparecía como

colaborador.211

Por otro lado, a propósito de las críticas vertidas por Faustino Díaz y Antonio

Moreno en El Monitor Sinaloense contra la antología Letras Sinaloenses ―una serie de

alocuciones escritas con motivo del aniversario de la batalla de San Pedro―, Esteban

Flores hacía referencia, a través del símbolo de la serpiente para aludir que no albergaría su

pluma sentimientos rastreros: ―¿Qué el primer tomo de Letras es un adefesio? Enterados y

al archivo. Por eso no he de fruncir el ceño, perder el apetito y sentir que se me enrosca en

la pluma la víbora del despecho á laborar una venganza miserable‖.212

T. Camacho, casi

igual que la metáfora de Flores, comparó la pluma del crítico con una serpiente que

destilaba odio por sus colmillos:

Siempre adversario del talento ajeno,

209

Ciro B. Ceballos, ―Fragmento de un artículo de Ciro B. Ceballos, José Ferrel‖, ECT, martes 3 de octubre

de 1901, s.n., p. 1 210

―El primer lustro, un año más‖, EMF, septiembre 26 de 1906, núm. 1139, p.1 211

ECT, ―El Monitor Sinaloense‖, jueves 8 de agosto de 1901, núm. 5130, p. 1. 212

Esteban Flores, ―Crónica‖, ECT, domingo 29 de septiembre de 1901, núm. 147, p. 2 Las cursivas son mías.

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En la obra bella sin piedad se cela,

Y entre los dientes de su pluma lleva

Gotas de sangre, esputo de veneno.213

En un poema netamente romántico, Flores habría de dotar de poderes divinos a la pluma:

―combates, matas con el verso/ que es dardo y proyectil, espada y trueno!‖, y concluía:

―¡Dios quita lo que obstruye tu camino/ y lo que no hace Dios lo hace tu pluma!‖.214

E

incluso, como un verdadero fetiche, la pluma fue vista por un autor anónimo como una

―amiga‖ que le socorría ante la soledad de la página: ―¡Oh, tu, la inseparable compañera de

mi vida, la sincera y cariñosa amiga […] tú eres mi única confidente, la novia a quien

quiero mucho‖.215

Todas estas connotaciones no emergieron de forma aislada, por supuesto, sino que

se inscriben en la tendencia literaria que estaba en boga en Hispanoamérica a finales del

siglo decimonónico y en la primera década del XX, y a la que los literatos sinaloenses no

eran de ningún modo ajenos. Una muestra de ello es el poema titulado ―El periodista‖, del

salvadoreño Calixto Velado (1855-1927), en donde se refleja que estos símbolos ―de

orígenes románticos, aunque también imbricados con la ideología positivista― eran

compartidos; en este texto aparece el periodista como un luchador que sólo escuchaba la

voz de la razón, e incluso, agregó un símbolo más, la página como escudo:

Luchador incansable de la prensa,

Una hoja de papel tiene de escudo,

Y en ella llora, profetiza y piensa.216

Ahora bien, si por un lado se configuró la representación del Quijote, por otro lado se

desarrolló también la de su contraparte, la de Sancho Panza. Ésta otra figura reunió los

atributos negativos del literato, aquél que se puso al servicio del poder y que, en lugar de

decir la verdad, mentía o la ocultaba; en lugar de ser idealista, era práctico o convenenciero;

y en lugar de luchar por la sociedad, era presa del egoísmo. Se acuñó así el adjetivo

―pancista‖ para denominar a este tipo de literato, el cual se aplicó a los artículos

213

T. Camacho, ―El criticador‖, EMS, 14 de enero de 1900, núm. 475, p. 3. 214

Esteban Flores, ―A un bardo‖, ECT, domingo 21 de mayo de 1899, núm. 21, p. 2 215

Ignoto, ―Mi pluma‖, Letras sinaloenses, MEF, septiembre 29 de 1906, núm. 1142, p. 1 216

Calixto Velado, ―El periodista‖, ECT, viernes 30 de agosto de 1901, núm. 5149, p.3

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periodísticos o a la prosa misma. Los literatos idealistas veían a la prensa como un espacio

corruptor, donde la literatura casi no tenía cabida. Gómez Flores dijo que el peor enemigo

de la literatura era el periodismo, pues distraía a los talentosos que podrían conformar una

biblioteca con sus obras; mientras que Miguel Mercado, personaje de la novela Los triunfos

de Sancho Panza de Heriberto Frías, habría de señalar: ―El éxito de mis articulejos no se

deben a otra cosa [la verdad], porque convendrás que como literatura son detestables‖.217

La novela Los triunfos de Sancho Panza de Heriberto Frías, revela desde el título su

intención: señalar que el fiel escudero se había impuesto, con su criterio y su sabiduría

popular, al Quijote. Frías escenificó en su relato la pugna interior de la que fue víctima el

protagonista, Miguel Mercado: siendo un periodista crítico (había relatado la guerra de

exterminio contra los indios tomoches, por lo que estuvo a punto de ser fusilado), arribó

proveniente de la ciudad de México al puerto mazatleco para dirigir el periódico El Faro,

con la única esperanza de llevar una vida tranquila y no meterse más en problemas, pues

sabía que no podía hacer ya un capital y que de seguir así sería siempre un ser

insignificante, por lo que

Pensó esconder las brasas que aún quedaran vivas de su temperamento ardiente

y sentimental, echando cenizas frías de sentido práctico, de las muchas que había

en torno sobre las chispas que aún restasen de su alma cívica. Determinó abolir

lo que él llamara sus quijotismos, resolvió no meterse nunca más por cuenta

propia en lo que no le importaba, sabiendo ya a qué atenerse respecto a tantas

palabras que en su pesimismo juzgaba con Nordeau, mentiras convencionales:

religión, política, periodismo, honradez, libertad y justicia.

Triunfaba en él Sancho Panza. Quería vivir lo más sano y libre de

preocupaciones que fuera posible, vivir tranquilo aunque fuese cuidando gansos,

vivir y morir en paz, lejos del enorme teatro político donde representábase por la

vasta corte del dominador la gran comedia de una república de sarcasmo.218

Desde esta perspectiva, el pragmatismo había dominado al idealismo positivista: la lucha

por la civilización, y de paso, también señalaba que las palabras directrices que rigieron al

siglo decimonono atravesaban su propia crisis, según lo había manifestado Max Nordau en

su obra Las mentiras convencionales de nuestra civilización (1883). Sobre todo descubría,

con una visión desencantada, una república de engaño, similar a un escenario teatral donde

se representaba una gran comedia. Sin embargo, esta situación no fue fácil de aceptar por el 217

Heriberto Frías, El triunfo de Sancho Panza (Mazatlán)…, op. cit., p. 80. 218

Ibíd., pp. 132-133.

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protagonista, como se aprecia en ciertos pasajes de la novela donde Mercado se debate

entre denunciar el mundo social de corrupción, engaños y mentiras que predominaba en

Mazatlán, o mantenerse callado y ser así un cómplice.

Por tal razón el periodista-literato Mercado aparece como un ser escindido, de

personalidad dual: la indecisión de ser un Quijote o un Sancho. Recordando sus ―artículos

contra el servilismo de esta época, contra la actual tiranía, contra estos caciques, contra el

gobierno…‖, diría que era productor de emociones y no de belleza, emitía chispazos de

verdad y no de arte, por lo que el doctor Santiesteban, su interlocutor, le dirá: ―—¡Le ladras

a la luna, perro quijote!... Sí, ¡eres un Don Quijote en cuerpo de Sancho Panza!‖.219

Pero es

en otra escena donde la lucha de su espíritu contradictoria, aparece con mayor crudeza:

Y pensaba en el fondo de su espíritu lírico que acaso él, el pobre diablo de

bohemio periodistilla, pudiera evitar la catástrofe; salvar en lo posible a

Mazatlán de aquel hervidero de víboras y lombrices; más aún, pensó que él

debía evitarla; o por lo menos intentar la defensa. En vano su egoísmo gritábale

cual un Sancho Panza: ―¿Qué te importa?... el que se mete a redentor resulta

crucificado‖ —en vano, porque tornaba a alzarse en su mente el quijotesco

anhelo de interponerse entre las víctimas y la caterva de malandrines, magüer su

caballo de batalla no fuese mejor que Rocinante ni sus armas más recias que las

de su caballero.220

La prosa de Frías fecunda en adjetivos y sustantivos de carga semántica negativa, pues

señalan menosprecio (V. gr. espíritu ―lírico‖, ―pobre‖ diablo, ―bohemio‖ periodistilla),

acentuó la debilidad y la presunta imposibilidad del idealismo para enfrentar una catástrofe

que aparecía como inevitable. Asimismo, el conflicto interno es evidente, y pese a que su

egoísmo ―representado por la figura de Sancho― le gritaba, se interponía su anhelo de

erigirse en un defensor de causas ajenas. Sin embargo, provisionalmente resolvió la ardua

cuestión: ―-Es cierto… no escarmiento… ¡que cada cual se rasque con sus uñas!, ¡salud!

―y Don Quijote convencido de súbito por Sancho Panza bebió con fruición la fría

cerveza‖.221

La resolución fue provisional pues, ante la trama de corrupción que se ciñó

sobre la ciudad mazatleca, decidió denunciar los vicios sociales como el timo fraguado

contra el ingeniero Muileón por diversos personajes picarescos. De manera persistente, la

219

Ibíd., p. 80. 220

Ibíd., p. 84. 221

Ibíd., p. 85.

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obligación de realizar una denuncia se imponía en Mercado, pues ―Recordaba la canción:

―Joven soldado, ¿dónde vas? A luchar por la Justicia, la Libertad y el Honor‖… a ser

caballero andante del publicismo nacional, con la Justicia por Dulcinea y la Verdad por

lanza!...‖;222

no obstante, una vez que decidió hacerlo, se habría de arrepentir, pues fue

acusado de difamación, autodenominándose como el ―ingenuo Caballero de la Triste

Pluma‖, y también añadiría: ―¡Idiota Quijote!… ¡Qué tristeza y qué sarcasmo caer al golpe

de las mismas víctimas que pensó defender‖.223

Al salir de Mazatlán, como un prófugo, el

literato vio el sol, cuyo disco le pareció un ―magnífico escudo de oro‖, y en un juego de

palabras aludió así a la moneda, al ―dinero omnipotente, manantial de vida y de muerte,

corruptor y creador‖ y, al mismo tiempo, por asociación, se le figuró el escudo de Sancho,

pues enseguida ―miró el rostro bellaco de Sancho Panza, el victorioso, coronado de laureles

eclipsando el sol‖.224

De forma simbólica, el rostro de la mentira cubría al sol de la verdad,

lo eclipsaba.

Finalmente, estas dos figuras, la del Quijote y la de Sancho Panza, antitéticas,

simbolizaron, además, la pugna intelectual entre los liberales adeptos al régimen y los

periodistas independientes, que eran los idealistas. Gómez Flores, un purista de la idea,

había dicho, a raíz de la limitación de la libertad de prensa, que se había ―inventado ya el

expediente de corromper á los escritores por medio de subvenciones dispendiosas, que con

cargo á partidas imaginarias se llevan a buena parte del presupuesto‖.225

Así pues, en parte

por las subvenciones, y en parte por adquirir un estatus social, los literatos se representaron

como luchadores en pro de la sociedad, pero también disputaron el saber y el poder entre

ellos, en el espacio público de la prensa. Por ejemplo, cuando Julio G. Arce fundó en

octubre de 1901 el periódico El Mefistófeles, un redactor de El Correo de la Tarde con el

que Arce colaboró, recordó cómo ellos habían peleado contra un diario ―pequeño‖, no de

tamaño, sino de calidad, exaltando que lo habían hecho por ―el buen nombre‖ del régimen:

Porque durante algún tiempo vivió, aunque no con vida propia, y vociferó,

aunque con boca de ebrio, esa prensa pequeña, soez é inmunda que nosotros

222

Ibíd., p. 202. 223

Ídem. 224

Ibíd., p. 203. 225

Francisco Gómez Flores, Humorismo y crítica…, op. cit., p. 361.

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combatimos con brío hasta verla desaparecer, convencidos de que era indigna de

nuestra sociedad y del buen nombre de la administración de Sinaloa.

[…]

La prensa se corrige con la prensa.226

Aparte de estas luchas de representación, otra que se dirimió fue por parte de los literatos

mayores contra los jóvenes, donde estos últimos fueron vistos por los literatos viejos como

una amenaza contra el oficio, criticando la inexperiencia y la falta de estudios; en 1891

fueron calificados por ―Jorge‖ como una plaga social que tomaban por asalto a la prensa, y

se apoyaba en Manuel Acuña para mejor argumentar su percepción, pues decía que era un

castigo de Dios: ―Esa turba de mocosos/ Sin quehacer ni ocupación,/ Que a falta de otra han

tomado/ La carrera de escritor‖.227

De igual modo Gómez Flores veía a los poetas neófitos

como una avalancha terrible que se avecinaba en la prensa, y debido a que Adolfo O‘Ryan

se propuso defenderlos, Gómez, además de realizar una crítica certera, compuso un poema

lapidario en el que decía:

De novísima invención

hay una casta de pollos

que llena con sus embrollos

á toda la población.

Literatos botarates,

bardos y escritores módicos,

abastecen los periódicos

de chismes y disparates.228

Y tras señalar que con sus poemas quizá encontraran un laurel en el fondo del pesebre, y

que cantaran, pero lejos donde nadie los escuchara, concluía con mayor énfasis:

No. Señor, esto no cuela,

ni á más neófitos me nombres.

¡A su trabajo los hombres!

¡Los muchachos, á la escuela!

226

―Un periódico pequeño‖, ECT, Octubre de 1901, s.n., p. 2 (Las cursivas son mías). 227

―Jorge‖, ―Una plaga social‖, ECT, mayo, viernes 8 de 1891, núm.1789, p. 2. 228

Francisco Gómez Flores, ―Cuestión zenónica, o sea el proceso de los neófitos‖, Humorismo y crítica…,

op. cit., pp. 220-222.

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Otra sátira la publicó ―Boby‖ en 1892, con el título ―Literatos noveles‖, donde si bien

reconocía unos tenían éxito y otros no, eran iguales por ―su modo de obrar y sobre todo en

el alto concepto que de sí mismo tienen‖. En suma, los representó como numerosos: ―a la

vuelta de la esquina se encuentra Usted con un aspirante a académico‖; como ahítos de

vanidad: ―que porque ha escrito dos o tres articulejos cree que lleva al rey de las orejas‖;

como desdeñosos con la crítica: ―¿Los críticos? Bah! los mira con el más profundo

desprecio, porque son la rémora del adelanto literario‖, y como carentes de sentido común

y, por si fuera poco, aferrados a la imprenta, lo cual era un verdadero peligro: ―¡Lástima

que a invento tan glorioso resultaran unidos, como el molusco a la concha, los literatos

noveles!‖.229

Por su parte, Antonio Prieto llamaría a quienes apenas se internaban por el

sendero de la poesía como ―Byron de mostrador‖ y ―pobrecitos románticos cursis‖, y con

un tono paternal sugirió: ―Pues como yo pudiera, yo les recomendaría á los papás de los

románticos que si éstos, tratados por la vía húmeda no se curaban con duchas escocesas,

recurrieran á la vía seca: nalgada limpia‖.230

Gómez Flores, más enfático aún, ironizaba con el hecho de que los jóvenes

intentaran escribir poesía, pues decía: ―si Dios me concede en su infinita misericordia la

edad de Matusalén, á fines del siglo venidero, cada muchacho que nazca en Sinaloa, nacerá

provisto de su correspondiente cítara‖;231

asimismo aseguraba que en Sinaloa no había

poetas, lo que había eran poetas ramplones, copleros incipientes, vates trasnochados, bardos

ridículos, trovadores de callejuela; y prolongando el comentario de un crítico del periódico

La Libertad, quien recomendó a los poetas que se dedicaran a la agricultura pues no servían

para nada, aquél añadió: ―Pues ya se han dedicado á una industria más productiva: á los

empleos públicos‖.232

Se terminó así por representar al literato como un auténtico buscador

de cargos públicos. Hacia 1902, con gran dosis de sarcasmo ―Apocalíptico‖ escribió un

retrato de Julio G. Arce, parodiándolo a través de un monólogo:

Ahora tengo firmes propósitos: que no me oiga nadie, voy a ser el primer poeta

[…] ¿Quién puede resistir a un hombre que pertenece a la segunda reserva del

229

―Boby‖, ―Los literatos noveles‖, El Occidental, martes 26 de abril de 1892, s. n., p. 2 230

A. Prieto, ECT, Lunes 19 de junio de 1891, núm. 1831, pág. 2. 231

Francisco Gómez Flores, ―Apuntes para la historia (Sacados de un libro inédito)‖, Humorismo y crítica…,

op. cit., p. 49. 232

Ibíd., p. 110.

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ejército, que tiene la esperanza de una curul, que es redactor, editor y

propietario del periódico de mayor circulación en el país y que es amigo de

Martiniano Carvajal, dispensador de glorias y de sonrojos? Entonces, cuando

llegue a esa meta, cantaré con mi hermosa voz:

Ya soy reservista, ya soy diputado

¿Hay otro poeta cual yo en el Estado?233

Por último, donde se satiriza a los aprendices de literato de una forma radical es en el

artículo ―Yo quiero ser literato‖, el cual fue construido como un diálogo entre un joven y un

veterano, donde el primero es el aspirante y el segundo, un conocedor del oficio. De

entrada, se le representó como un hombre ávido de conquistar fama y dinero, así como el

prestigio que esta ocupación había adquirido ante la sociedad:

-Señor, señor, yo quiero ser literato.

-¿Quién es usted?

-Yo soy un hombre de tantos que quiere alcanzar fama, gloria y fortuna, aunque

dicen que literatos y poetas siempre han sido pobres.

-Ud. se equivoca. Los literatos hoy día son hombres de pró; son como los

tendones de los Gobiernos; los niños mimados de la sociedad; son los

predilectos de las actrices y de las que apenas lo son; y en fin…

-Dispense Ud., y por eso, yo quiero ser literato, vengo á tomar sus sabios y

grandes consejos.234

Después de haber expuesto el escritor experimentado de forma puntual cada uno de los

requisitos, el aspirante a escritor, rendido, dirá:

-¡Qué sé yo de erudición, de flexibilidad de ingenio ni de galas del lenguaje. Yo

quiero ser literato!

-¿Sin ningún requisito ni estudios?

-Sí, señor, como hay muchos!

Este tipo de representaciones, donde los nuevos literatos fueron duramente criticados,

obedeció posiblemente al aumento considerable de profesionistas que emanaban de los

colegios. Aunque no fueron muchos los letrados, es considerable si se compara con la

pequeñez de las ciudades principales, donde estaban las principales fuentes de trabajo: los

periódicos. Además, hay que subrayarlo, durante el Cañedismo los intelectuales tuvieron

233

―Apocalíptico‖, ―En el Olimpo. Julio G. Arce‖, El Popular, jueves 7 de agosto de 1902, núm. 1, p. 1. 234

Un aprendiz, ―Yo quiero ser un literato‖, ECT, op. cit.

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importante participación, sobre todo porque el general Cañedo no tenía muchos estudios;235

un incremento de escritores, en este sentido, desestabilizaba el establishment y los literatos,

ya consagrados y con posiciones importantes, los vieron como un peligro que debía ser

atajado.

3.3 El bohemio converso: de maldito a pontífice

En la época finisecular sinaloense la representación del bohemio sufrió una brusca y radical

metamorfosis, como sucedió posiblemente igual en otros lugares de la provincia de

Hispanoamérica. De ser una figura de la contracultura del mundo cosmopolita de París

―catedral de la cultura occidental―,236

los literatos de las pequeñas ciudades de Mazatlán

y Culiacán se la apropiaron de un modo peculiar: le quitaron su carga negativa y la

erigieron como la imagen idílica del artista o del poeta: un trabajador de la belleza, un

moralista, un pontífice de la virtud.

Poetas y artistas franceses, es cierto, se habían apropiado de la cultura gitana (de la

región Bohéme) para protestar contra la sociedad burguesa y sedentaria: el viaje, la escasez

de bienes y vivir de la música o del arte del timo, los inspirarían para configurar su propia

representación. La imagen del bohemio en la literatura francesa fue homogénea: se trató de

un hombre mísero, con libertad absoluta, vicioso y de mala reputación, pero sobre todo su

vida la consagraba al arte y a la belleza, únicas virtudes en las que creía. Un poema de

Maurice Rollinat, poeta considerado como el iniciador del decadentismo y autor del

poemario Les néuroses (1883), expresa con exactitud los rasgos identitarios de esta figura:

Aterido fantasma en pútridos harapos,

residuo de residuos y de los pecios, pecio,

a los perros espanto con mi aire funesto.

Soy horrible, reseco, renqueante y torcido,

pero me burlo aún al pensar que me queda

235

Félix Brito lo ha señalado: ―No se tiene conocimiento del nivel de estudios alcanzado por Cañedo, pero es

lógico suponer que fueron escasos y que no rebasaron los primarios‖, op. cit., p. 31. 236

Según el romántico Henri Murger, primero en emplear el término, la bohemia no era posible sino en París;

asimismo, Giacomo Puccini retomaría su obra para realizar el libreto de ―La Bohème‖. Acerca del prestigio

de la cultura de París, vid. Jacques Dugast, ―El prestigio de París en Europa‖, en La vida cultural en Europa

entre los siglos XIX y XX, Madrid, Paidós, 2003, p. 81.

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un orgullo tan grande como la eternidad.237

Asimismo, la figura textual tuvo una correspondencia plena con la vida social de los

artistas. Les poetes maudits fue un término acuñado por Verlaine en 1888 para designar a

poetas cuya juventud sin freno los volvió antisociales, además de su sino trágico.238

Esta

pléyade de poetas malditos ―a la que otros más se agregarían― transgredió la moral de la

época, y encarnaron el mundo marginal de la Literatura. Las representaciones del bohemio

en el transcurso del siglo XIX tuvieron su expresión más acabada en el personaje Duc

Floressas des Esseintes, protagonista de la novela Al Revés de Joris Karl Huysmans (París,

1848-1907). Este personaje, ante el proceso industrial, se volvía al arte y sobre sí mismo

para convertirse en un esteta cerebral; asimismo, su abulia le impedía participar en

cualquier actividad; su pesimismo crónico lo hundía en la melancolía y el hastío; ante el

supuesto progreso, su actitud estética se volvió superrefinada, exquisita, alejada de lo

vulgar, teniendo como credo la belleza y el arte.

Asimismo, vidas y obras de los bohemios se volvieron una meta ideal en la cultura

occidental. De hecho, puede decirse que la imagen construyó una realidad.239

En la ciudad

de México algunos poetas se asumirían como bohemios: los modernistas, tachados de

decadentes, departieron en cantinas, consumían droga, además de alcohol. Heriberto Frías,

refiriéndose a su relación con redactores y escritores de la célebre Revista Moderna, aunque

sin dar nombres, representó en su novela Miserias de México las tertulias en ―cantinas

elegantes‖ donde el periodista Miguel Mercado llegó a departir con ―poetas patricios,

artistas de cartel, empleados de la Secretaría de Instrucción Pública, la corte de un

millonario fronterizo‖.240

Según Sandoval, este último era Jesús E. Luján Gutiérrez,

chihuahuense que patrocinó la revista; otro personaje era Bernardo Couto Castillo, ―un

237

Maurice Rollinat, ―Un bohemio‖, Poesía simbolista francesa, (Intr., Comp., trad. y notas de Luis de

Villena), Madrid, Gredos, 2005, p. 74. Vid. también ―Mi bohemia‖, poema de Arthur Rimbaud donde expresa:

―Andaba por ahí, los puños en los bolsillos rotos;/ y hasta mi abrigo se volvía ideal;/ andaba bajo el cielo,

Musa, y te era leal;/ con cuántos espléndidos amores te soñaba‖, ibíd., p. 67. 238

Estos poetas eran Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Auguste Villiers de L‘isle-Adam, Marceline

Desbordes-Valmore, Stéphane Mallarmé y Pauvre Lelian (anagrama de Paul Verlaine). 239

De Prada, en su documentada novela histórica Desgarrados y excéntricos, relata la manera en que quince

poetas españoles de fines del XIX, sin ser geniales o talentosos, tuvieron vidas de leyenda –eran alcohólicos y

miserables- al luchar contra el desdén de escritores como Unamuno o Valle-Inclán. Vid. Juan Manuel de

Prada, Desgarrados y excéntricos, Madrid, Seix Barral, 2001. 240

Heriberto Frías, El Triunfo de Sancho Panza (Mazatlán), continuación de Tomóchic, Miserias de México,

Introducción de Adriana Sandoval, México, CONACULTA, Lecturas Mexicanas, 2004, pp. 236. Primera

edición de Miserias de México, Andrés Botas y Miguel Editores, 1916.

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precoz y gentil adolescente que había tenido la desgracia de apropiarse en pleno París los

vicios parisienses, y que al paso que iba entre ajenjo, éter y morfina‖ daría fin a su

existencia; había ahí también ―un simpático joven pintor de enorme talento‖, que era Julio

Ruelas, quien pintaba siluetas de delirium tremens; en tanto que el ―atolondrado y

magnánimo poeta, rico un tiempo y adulado también por una corte de artistas‖ podría ser

Jesús Valenzuela; y finalmente, había un ―morfinómano cuyas estrofas nadie entendía‖. En

alusión a sí mismo, Mercado señalaba a través de una prosa cargada de adjetivos que buscó

la fidelidad del realismo:

Solíanle invitar un vaso de cerveza que él tomaba en silencio, en actitud

ambigua, que unos declaraban altiva y otros humildísima, oyendo discutir y

mofarse a los demás que le miraban con un desdén infinito de pontífices, pero

con cierta benevolencia. El enfermo bohemio encontraba vil consuelo al

comprender que todos aquellos estaban profundamente gastados, por la crápula

nocturna, que todos eran alcohólicos, también, y eterómanos y extravagantes y

miserables como él.241

Vida social y figura textual en la ciudad de México, en suma, fueron semejantes a las

parisinas. Muñoz Fernández ha señalado, acerca de lo primero, que los modernistas ―Todos

eran jóvenes, impulsivos, vanidosos y algunos de ellos fuera de contexto‖ pues, en efecto,

abrevaron de ―toda aquella generación francesa tan dada al escándalo y a las vivencias

atormentadas‖.242

Acerca de lo segundo, los atributos corresponden al del personaje

decadente: artistas viciosos, miserables, desgastados física y moralmente. El periodista

Guillermo Aguirre Fierro describió en su poema ―El brindis del bohemio‖ la atmósfera

urbana de estos escritores marginales: ―En torno de una mesa de cantina/ una noche de

invierno,/ regocijadamente departían/ seis alegres bohemios‖. En resumen, las vivencias se

volvieron también poéticas; el estilo de vida fue también apropiado, pues los poetas

mexicanos no sólo estuvieron atentos a la escritura de la poesía francesa, sino también a las

prácticas ordinarias de un grupo social que marcó su existencia a partir de vivir desde la

heterodoxia, en donde la morfina y el ajenjo ―llamada ésta ―bebida de Musset‖―

emergieron como símbolos de la inspiración o forma iniciática del arte, pero también como

símbolos de la decadencia moral y como preludio del fin de un periodo histórico. 241

Heriberto Frías, op. cit., pp. 236-237. 242

Ángel Muñoz Fernández, ―Bernardo Couto Castillo‖, en La República de las Letras. Asomos a la cultura

escrita del México decimonónico, Vol. III, op. cit., pp. 600-601.

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En lo que respecta a los bohemios sinaloenses, si bien es verdad que José Juan

Tablada confesó que fue en Mazatlán donde se dedicó ―a volar‖, y que fue él quien le

reveló ―a la jeunesse dorée del puerto […] el secreto de las fresas al éter y del coctel

suave‖,243

se desconoce quiénes fueron los poetas sinaloenses que escribieron bajo los

influjos de los ―paraísos artificiales‖, como Baudelaire llamara a los alcoholes y a las

drogas. Por desgracia, no hay información acerca de esos poetas o aspirantes a serlo. Lo

cierto es que la representación del bohemio, al ser resemantizada en el Cañedismo, se

convirtió en una ortodoxia: la del ―buen‖ bohemio; en cambio, la vida social al modo

decadente no tuvo ninguna expresión, pues si bien hubo una cantina a la que Julio G. Arce

concurría junto con otros funcionarios del gobierno estatal, en general el vicio del alcohol

fue severamente censurado. Esto no obstó, sin embargo, para que los literatos se

representaran como bohemios, aunque se trató de una figura bastante peculiar.

En las páginas de la literatura sinaloense la figura del bohemio fue caracterizada

como la de un hombre soñador que trabajaba con las palabras de manera afanosa y

abnegada para producir belleza. El bohemio, antes miserable y sufriente, fue proyectado

como un hombre virtuoso, pulcro y de altos ideales. Lo que había sido malditismo y

contracultural en la poesía francesa, en la literatura sinaloense se subvirtió y fue sacralizado

por los adeptos del credo positivista. Sin embargo, esta conversión atípica fue un resultado

de factores políticos y económicos, así como de la justificación misma que hicieran

intelectuales franceses. En efecto, una de las excusas para apropiarse de esta imagen y

transfigurarla, la tuvieron en un artículo del periodista Maurice Talmeyr, reproducido por

El Correo de la Tarde con el título de ―La Bohemia‖, en 1897. Para estas fechas Talmeyr

ya era autor de Les possedés de la morphiné, una obra reaccionaria que calificó a dicha

droga como el nuevo opio y como una plaga que causaba daños físicos y morales. Bajo su

singular óptica, Talmeyr decía:

Lo que ha cambiado más notablemente, es la posición pecuniaria del Bohemio,

quien para serlo perfecto debía tener siempre el bolsillo vacío. El romance y la

pintura se han convertido hoy en capitales y es de celebrarse mientras no

243

José Juan Tablada, La feria de la vida, México, CONACULTA, Lecturas Mexicanas, 1992, pp. 289-290.

Citado por Adriana Sandoval, en Heriberto Frías, op. cit., p. 24.

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contribuya á influir sobre la libertad de inspiración, la independencia artística de

esos amantes de lo bello, de lo nuevo, de lo imprevisto.244

Lo que el periodista constataba es que, en efecto, el capitalismo había operado un cambio

radical en la forma de percibir el arte: si los creadores lo imaginaron sin un fin utilitario (―el

arte por el arte‖), la burguesía pronto le otorgó una forma de consumo suntuario al

considerarlo como de buen gusto, una forma de refinamiento y por ende, de distinción. Se

comprende entonces que el periodista francés, en lugar de condenar al artista bohemio,

celebrara el hecho de que su economía hubiera mejorado. Así pues, la fundación de la

revista Bohemia Sinaloense, efectuada en septiembre de 1897 concentra la asimilación de la

otrora figura decadente dentro de una ideología positivista y aún romántica. Ahí, en la

primera página de dicha revista, su director Julio G. Arce pontificaba desde las sagradas

aras del Arte:

La BOHEMIA SINALOENSE surge al fín del mundo de los sueños, para

convertirse en una realidad halagadora.

[…]

Aquí está la ―Bohemia,‖ donde un grupo de soñadores, viene á desplegar

sus energías, á cultivar su inteligencia, con el estudio y el ejemplo y á recibir con

la aprobación del público ilustrado, nuevos bríos y entusiasmos nuevos.

[…]

Queremos que nuestra ―Bohemia,‖ sea un lazo de unión entre los

escritores sinaloenses que, sin rencillas, sin odios, sin orgullos, luchen por la

misma causa: el adelanto intelectual de Sinaloa.

[…]

Pasad, pues, paladines de la idea, soñadores! Somos vuestros heraldos.ר

Ya el rojo cortinaje, el elegante portier se ha descorrido. En el regio salón os

esperan, ansiosas de aplaudiros, las rubias beldades, inspiradoras de vuestros

cantos.

Poetas, soñadores: pasad!245

La convocatoria, al mismo tiempo que contiene una orientación programática, expone la

nueva representación del bohemio. Frente al deseo de unir a los escritores, cuyas

confrontaciones eran frecuentes, Arce trazó los caracteres de esta nueva figura: éste era

ahora el intelectual que, enmarcado en la filosofía positivista del progreso, debía luchar por

244

Maurice Talmeyr, ―La Bohemia‖, ECT, miércoles 13 de octubre de 1897, núm. 3,978, p. 1 Vid. Maurice

Talmeyr, Les possédés de la morphine, E. Plon, París, 1892; en http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/

bpt6k62841g.image.f13.pagination [Consultado el 16 de diciembre de 2009]. 245

Julio G. Arce, ―Proemio‖, BS, septiembre 15 de 1897, Núm. 1, T. I, Culiacán, Imprenta de Faustino Díaz,

p. 1.

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el ―adelanto intelectual de Sinaloa‖. En la perspectiva de Arce, al expresar que un ―grupo

de soñadores […] viene á cultivar su inteligencia, con el estudio y el ejemplo‖, el bohemio

aparece como un hombre ilustrado y soñador, preocupado por la evolución social de su

entidad. Asimismo, el otrora ser marginal que vivía siempre en la periferia, en la calle o en

la cantina de mala muerte, ahora era transportado al centro, al escenario de un salón

elegante donde el bohemio pasaba a interpretar un papel, es decir, se volvió un actor: en un

―representador‖ del otro bohemio. Se construyó así una imagen sublimada. Asimismo, una

visión de conjunto del contenido de la revista demuestra que el epíteto bohemio fue

sinónimo de literato. Dicha representación, como ya se ha dicho, obedeció a razones

políticas y, más ampliamente, a motivaciones sociales y económicas, pues dotar con una

nueva investidura al poeta ―la del hombre ―errante‖, ―vagabundo‖―, significaba darle un

extraño prestigio a la práctica escritural. Se era bohemio, y por lo tanto se adquiría un rango

cosmopolita; por eso esta representación debía ser elegante, para poder aspirar a un estatus

social más elevado, como sucedía con la representación general del literato. Resulta

explicable entonces que en Sinaloa ―una entidad jalonada por el comercio― la

representación del bohemio fuera también trastocada.

Sería el propio Julio G. Arce quien, al trazar el proyecto de un libro que se titularía

Los Bohemios, quien develó los rasgos peculiares de esta figura. Arce publicó una serie de

―apuntes‖ en los que delineó los perfiles singulares de Cecilia Zadi, Ángel Beltrán y

Esteban Flores. Se tiene que, de forma inédita en las letras sinaloenses y acaso mexicanas,

una mujer ―se trataba de la señora Haydée Escobar de Félix Díaz― fue calificada como

una ―bohemia‖. Cecilia Zadí era una poetisa, y su condición de mujer fue lo que imperó en

la valoración de su obra:

Hay en los versos de Cecilia, algo que en vano trataríamos de explicar: tienen tal

colorido, están saturados de tal manera de cariño que parece, que un ángel

invisible, —el ángel del hogar,— ha vertido en ellos todas sus ternezas.

[…]

No pertenece Cecilia á esa pléyade de vates gemebundos, que caminan

con el alma llena de amarguras y que lloran en variedad de metros, supuestos

desdenes. Su musa tampoco ha rodado por esa pendiente de la poesía

decadentista que aunque produce verdaderas orfebrerías, aunque seduce por la

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forma no es sino la expresión de uno de los caprichos de la moda, que no pára

mientes en invadir un terreno que le debía estar vedado.246

El segundo párrafo son dos oraciones adversativas que acentúan, por antítesis, aquello que

la poetisa sí era: no era una decadentista, sino una romántica genuina, pues sus versos más

sentidos ―son plegarias, no quejas‖, y añadía: ―A través de sus cantos parecen aletear, las

ilusiones infantiles: tienen esos versos, algo del perfume de un hogar risueño santificado

por la virtud!‖. Sin apartarse un ápice del patrón axiológico de considerar a la mujer como

el ángel del hogar,247

el crítico la situó ―por un momento― en una condición de igualdad

con el hombre, pues de forma inusual le confirió el mismo estatus al decir: ―lleva sobre sus

sienes la aureola luminosa del génio […] con su ilustración y talento dá honra y préz a las

letras sinaloenses‖, aunque enseguida la calificó como ―el ornamento principal de nuestra

Bohemia‖ (retornó a la ponderación de la mujer-objeto). Acerca de la obra de Esteban

Flores y Ángel Beltrán, el director de la Bohemia Sinaloense elogió y designó a ambos

como ―soñadores‖; acerca de la obra de Beltrán, señaló: ―Su inspiración ardiente, la

facilidad para concebir, su estilo delicado y sencillo, le valieron bien pronto un lugar

distinguido en el mundo de las letras‖.248

En términos más o menos similares se refirió a

Flores, pues de éste dijo que en El Correo de la Tarde ―deja allí los productos de su genio

fecundo‖ y también ―Esteban es artista, viste las ideas con clámides hermosísimas, en sus

Crónicas siempre hay algo nuevo, algo bello que admirar‖.249

Lo que prevalece en esta

figura del bohemio ofrecida por Arce es, pues, la dedicación a la escritura, el idealismo, la

búsqueda y consecución de la belleza y, sobre todo lo anterior o como resultado de ello, el

prestigio otorgado a Sinaloa con la práctica de la escritura. El estado sinaloense, tierra

lejana del centro cultural del país, tenía también a sus bohemios.

Y es que si algo se habían propuesto los literatos de Sinaloa era, justamente, darle

prestigio al estado. Que su nombre sonara por lo menos, como había dicho Gómez Flores,

―con decoro y crédito‖. Y para ello laboraban, que era también laborar para sí mismos. No

246

Julio G. Arce, ―Los Bohemios (Apuntes para un libro), I Cecilia Zadi‖, BS, diciembre 1 de 1897, núm. 6,

p. 42. 247

Vid. Lilia Granillo Vázquez y Esther Hernández Palacios, ―De reinas del hogar y de la patria a escritoras

profesionales. La edad de oro de las poetisas mexicanas‖, en La República de las Letras. Asomos a la cultura

escrita del México decimonónico, Vol. I, op. cit., pp. 121-152. 248

Julio G. Arce, ―Los Bohemios (Apuntes para un libro), II. Ángel Beltrán‖, BS, enero 1 de 1898, núm. 8, p.

58. 249

Ibíd., ―III. Esteban Flores‖, BS, 15 de febrero de 1898, núm. 11, p. 83.

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es casual, pues, que el bohemio fuera representado como un trabajador de la palabra y el

intelecto. Estas virtudes aparecen con mayor claridad en ―La Tienda de los Bohemios‖,

título con el que Pedro R. Zavala aludió a la revista, dándole una triple significación, pues

es una tienda que ―es taller, que es bazar y que es basílica‖. A finales del XIX, una tienda

era un pabellón levantado sobre el campo que era usado para aposentamiento; Zavala

seguía así en la lógica de considerar a los poetas como vagabundos que habían encontrado

un sitio seguro para alojarse. Sin embargo, ésta era un albergue peculiar, pues servía para

laborar:

La tienda es taller…

Allá, entre fulgores de fragua, Jorge Ulica con su cabeza hirsuta, está

cincelando, porque es un Benvenuto. Graba medallones antiguos, monta ricas

pedrerías en los pomos de las dagas medio-evales y funde estatuas en bronce.

Más allá, Medina, en un trágico sacudimiento de melena, espolvorea en el

polvo de la tarde, el polvo blanco de los mármoles pulidos.

Y á veces, por el taller de los cíclopes, por la incendiada pompa vulcánea,

atraviesas, con toda la osadía de las cosas bellas, coronada de mirthos y

azucenas y pulsando tu lira, donde has puesto todos los nidos!...250

Se trata, como es notorio, de un taller de escultores. La referencia extratextual de Cellini

―figura por antonomasia de la perfección escultórica― fue para dotar de prestigio el oficio

de estos poetas; detrás de esta descripción coexistió la identificación de los literatos con la

tendencia estilística parnasiana, de ahí que se mencionen objetos como espadas, estatuas y

mármoles; realizando así un deslinde de las otras tendencias modernistas que habían sido

censuradas. Posteriormente, añadía Pedro R. Zavala, la tienda servía para exponer los

trabajos esculpidos, exhibirlos y así venderlos, es decir que, quienes los adquirían, eran los

hombres ilustrados, pertenecientes estos en su mayoría a la alta sociedad, única clase capaz

de apreciar el Arte:

La tienda es bazar…

Allí están los bronces de Ulica, los mármoles de Medina, las raras

porcelanas de Rocha y Chabre y las delicadas orfebrerías de Esteban Flores y

Eduardo J. Correa.

Allí están las mayólicas de Tablada; los copones deslumbrantes, las

custodias resplandecientes del místico Nervo!...251

250

Pedro R. Zavala, ―La Tienda de los Bohemios‖, BS, enero 16 de 1899, núm. 24, p. 186. 251

Ídem.

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106

Un último sentido, el más alto a nuestro juicio, es el de la sacralización del bohemio. Ya se

ha dicho, antes marginal, ahora el espacio donde se desplazaba era el templo; el poeta

maldito, aquel que se había rebelado contra la sociedad puritana, había sido finalmente

convertido por esa misma sociedad:

La tienda es basílica…

Allí se rinde culto al Dios Arte y se venera La Belleza-madona de ojos

cual luceros.

Allí oficia un apóstol: Peláez.

Y medita un filósofo: el Dr. Paliza.

Allí resuena el gran coro de los troveros modernos.

Allí oran las monjas de albas tocas: Cecilia Zadí que es la priora; Omega,

que es profesa y tú [Teresa Villa], que eres novicia.252

Esta última descripción contiene elementos que señalan una jerarquía dentro del grupo

social de los literatos, retomada del orden religioso: Gabriel F. Peláez era el apóstol, el

mensajero o evangelista de la poesía: el poeta mayor; de manera extraña, hay un filósofo,

que resultaba ser el Dr. Ruperto L. Paliza, acaso el reconocimiento devenía por su labor

magisterial y por dirigir al Colegio ―Rosales‖; los demás poetas eran ―el coro‖ y, en menor

rango, estaban las ―monjas‖ que, incluso, también estaban divididas en grados: la priora, la

profesa y la novicia. La apropiación de un orden religioso elevó a la poesía mundana a la

región de lo sagrado. Ahora el término tsigane, forma gala de referirse a los gitanos,

adquiría prestigio: ―Oh, hermanos tsiganes, si pudiera seguir con vosotros la misma

bandera, con qué placer emprendería la jornada por las polvorosas carreteras inundadas de

sol!‖, concluía Zavala.

Precisamente, la ―priora‖ Cecilia Zadí, había construido una alegoría sobre la

bohemia. La autora habla, en uno de sus relatos, de una joven nacida en cualquier parte: su

Patria era la tierra, toda la tierra‖, quien era acompañada de ―triángulos y tamboriles‖; ella

tiene un amante, Erim, a quien le revela que quiere ser reina, por lo que ―La bohemia se

alejó seguida por los gitanos‖. En efecto, ella conoce a un sultán, quien le regala tesoros

que no logran satisfacerla. La bohemia anhelaba el infinito, por lo que le revela al sultán

que tiene un amante, Erim, conquistando así su libertad. El relato concluye diciendo que

252

Ídem.

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Erim y la bohemia se unieron, consiguiendo la felicidad: ―Y el sultán? El sultán era la

realidad, Erim la ilusión y la bohemia la juventud‖.253

Como orientador de lectura, Zadí

puso como epígrafe unos versos de André Chénier, que expresan: ―Mora en mi blando seno

fecunda ilusión/ en vano de una cárcel los muros me detienen/ Dame alas la esperanza […]

De este camino hermoso lejos estoy del fin‖; versos que fueron retomados del poema La

joven cautiva, escrito por Chénier en la prisión antes de ser guillotinado en 1794 en la

época del terror de la Revolución francesa. Pero, ¿por qué Zadí usó esos versos del francés?

Justamente, en la parte final del relato se descubre el significado que Zadí le daba a la

bohemia: un apartarse de la realidad, y un entregarse a la ensoñación; por lo que a la

libertad que Chénier le concedió a la poesía, como una protesta política, Zadí edulcoró esa

protesta, despojándola de su sentido original; de este modo, bajo un estilo modernista a la

Rubén Darío (pues recurrió a elementos orientales), la representación del bohemio hecha

por Zadí, así como otros literatos durante el Cañedismo, fue sublimada.

Si el decadentismo francés trazó sin tapujos la cruda realidad, los poetas sinaloenses

evitaron esa forma de escribir y, en cambio, procuraron cantar sólo a lo bello e idílico que

toda ensoñación podía producir. En gran medida el régimen represivo en el que vivían

contribuyó a que la autocensura regulara y transfigurara este tipo de representaciones. Otra

muestra de la autocensura se encuentra en el hecho de que los autores hicieron uso de

títulos que servían como indicadores de que lo escrito no era ―real‖. Un ejemplo sobre esto

último, el mazatleco Esteban Flores le dedicó a Julio G. Arce un poema titulado

―Incoherencias‖, como para dejar constancia de que era una divagación y no un poema

pensado de manera consciente; sin embargo, en dicho texto el poeta expresa con claridad:

¿Combatir?... ¿Para qué? Soy un vencido

Y sólo quiero calma:

A la sima he caído

Y está triste mi alma.

Del reino azul de la ilusión, proscrito,

La fé me niega sus fulgores mágicos

Y un hastío infinito

Prende en mi vida sus crespones trágicos.254

253

Cecilia Zadí, ―Bohemia‖, BS, octubre 1 de 1897, núm. 2, pp. 9-10. 254

Esteban Flores, ―Incoherencias‖, BS, 15 de julio de 1898, núm. 19, p. 146.

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Y es que para los poetas sinaloenses, viviendo en un régimen autoritario y una sociedad

moralista, sumamente católica, fue bastante problemático representar al bohemio decadente

sin poner en riesgo su propia reputación y prestigio alcanzados por el manejo del saber.

Cecilia Zadí, ferviente lectora del romanticismo, escribió el poema ―Grito bohemio‖ donde

la figura, si bien es un ser desgraciado, es puro sentimiento. Se trata de un personaje

abatido por la tristeza, un espíritu maldito cuyas imposibilidades eran:

Hay almas que nacieron

con tan aciago sino

que nunca en su camino

hallaron una flor.

[…]

Labios que nunca apuraron

el adorado vaso

en donde guarda acaso

sus mieles el placer.255

Como es evidente, la figura del bohemio, que ya había sido transformada de raíz, sufrió otra

modificación: pues de ser la del hombre sin casa, miserable e idealista, se fusionó con los

resabios románticos que aún había en poesía española. Otro resultado de esta imbricación

fue la figura híbrida del amante-nómada, el que no encuentra hogar; así, Enrique González

Martínez, poeta que vivió y escribió su obra inicial en Sinaloa, expresaría ―en versos

octosílabos, métrica de las canciones populares, pues era un ―trovador‖―, lo siguiente:

Fatigado, jadeante,

En busca de asilo y calma,

Al castillo de tu alma

Llamé, trovador errante;

Se abrió tu puerta al instante,

Entré sañudo y sombrío

¿Por qué al mirarte, bien mío,

Latió pujante y despierto

Mi corazón, casi yerto

De dolor, cansancio y frío?256

255

Cecilia Zadí, ―Grito bohemio‖, ECT, noviembre 17 de 1901, núm. 154, pp. 1-2. 256

Enrique González Martínez, ―Trova‖, Preludios, Mazatlán, Imprenta y casa editorial de Miguel Retes y

cía. sucs., 1903, pág. 47; en Poesía I, México, El Colegio Nacional, 1995.

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A esta figura apeló Francisco Medina, por cierto, cuando proyectó la escritura de un poema

que se titularía ―El Bohemio‖, pues perfiló sus rasgos netamente románticos:

¡El Bohemio!

Diré de una vez que no aplico el nombre gratuitamente.

Me refiero al ser que, enguantado o haraposo, se desliga por necesidad interna,

de todos los acomodamientos sublunares; que huye, poseído de hastío profundo

de todas las bajezas miserables que se revuelcan en la prosa de la vida, y llevan

en la mente, como don de Dios, un azul infinito, y en el corazón, una rosa blanca

del amor; que vive sólo para la existencia pura del sentimiento inmaculado y del

pensamiento límpido, existencia que forma un ambiente incorruptible, donde la

idea es algo como una gema imponderable, sin precio, y todo ideal es una

belleza que se impone a toda adoración.257

Si bien reniega del confort, el de Medina es también un bohemio sublimado: crédulo aún de

la belleza y no, como el de Rimbaud, que la sintió amarga; creyente de la pureza del amor

(―una rosa blanca‖) y totalmente idealista (la idea ―como una gema‖). En conclusión,

adherirse a esta otra representación, asumirse como tal, obedeció a una forma de envestirse

como literatos modernos, exquisitos y sensibles a la mirada de la sociedad.

257

Francisco Medina, ―Hebdomadarias‖, MEF, 23 de noviembre de 1907.

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Comprendió México eso:

y rompiendo su pasado,

háse también embarcado

en la nave del progreso.

Pedro Victoria,

―La Instrucción‖, 1889

Contemplas en derredor todo sombrío

Cuando ves que del mundo en el desierto

No encuentro una esperanza… ¡Padre mío!

Soy el bajel y he de buscar el puerto!

Francisco Medina,

―XXXII. A mi padre‖, 1897.

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4. Símbolos y figuras antitéticas en la literatura

4.1 Héroes patrios: los precursores del progreso

Los hijos que de la patria

el progreso representan.

Cecilia Zadí, Estrofas, 1898

Como en el resto del país, la literatura en Sinaloa en este periodo de estudio tematizó

sucesos y personajes históricos, particularmente los de la Independencia y algunos

relacionados con la historia regional. En términos generales retomaron a los protagonistas

del relato nacional que había empezado a construirse en el centro, como Miguel Hidalgo,

Morelos, Aldama, Allende, entre otros, ya canonizados en la obra de México a través de los

siglos, en cuyas descripciones se va perfilando un personaje heroico, guerrero, que

combatió a los extranjeros con arrojo, que, como auténticos redentores, ofrendaron su vida

para otorgarle al pueblo patria y libertad. Aunque Gómez Flores criticó con dureza las

ceremonias cívicas donde sólo participaban los funcionarios y se quemaban ―media docena

de cohetes, diciendo cuatro frases de estampilla en la tribuna‖, decía que los literatos debían

aprovechar el tiempo de paz para glorificar a ―nuestros héroes inmortales y […] vuestras

sublimes hazañas‖.258

De esta manera, la literatura que se escribió tuvo el propósito de

educar a la nación para transmitir valores patrios, reafirmar el nacionalismo y crear una

cohesión social. Así pues, los escritores sinaloenses de la vieja guardia, y sólo algunos

jóvenes, fueron quienes llevaron a cabo esa tarea que Ignacio Manuel Altamirano, después

de 1867, se había propuesto.

Por ejemplo, en el poema ―Evocación a los héroes de la Independencia mexicana‖,

que Ángel Beltrán declamó en el Teatro Rubio de Mazatlán un 16 de septiembre de 1887,

describe como redentores del pueblo mexicano a Mina, Morelos, Abasolo e Hidalgo, cuya

misión de liberar a la patria estaba predestinada: ―Estaba escrito, sí; también lo estaba/ que

fin tuviera el atentado inmundo‖; es decir, como si la divinidad actuara en el destino de este

258

Francisco Gómez Flores, ―Romancero de la Guerra de Independencia‖, Bocetos literarios, op. cit., pp. 98-

99.

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país, como si se tratase del pueblo elegido. También en el poema Hidalgo, en la visión de

Beltrán, éste era el Cristo capaz de resucitar a Lázaro, metáfora con la que aludía al pueblo

de México: ―exhumando un pueblo de la tumba/ le rasga luego el fúnebre sudario‖, sin

importarle, añadía, que con ello preparaba su propio martirio, la crucifixión: ―¡El

suplicio!... ¡ay! Hidalgo conocía/ que a veces el patíbulo redime‖. Una figura semejante

encontramos en la representación de Agustina Ramírez de José Ferrel, mujer mocoritense a

quien le mataron doce de sus trece hijos en la guerra contra la intervención francesa,

afirmaba que su misión había sido divina: ―Los redentores olvidan y hasta inmolan á la

familia, por la patria y la humanidad. Jesús cuando se siente inspirado ya no duda que es el

propagador de la doctrina salvadora [se entrega] por la familia universal‖.259

La literatura nacionalista, iniciada por la generación de Altamirano, fue reafirmada

por los literatos sinaloenses del Porfiriato quienes representaron esta época como

políticamente estable, de pasiones apaciguadas. Sin embargo, la recreación de sucesos y

personajes sirvió, en otra instancia, para legitimar al régimen porfiriano al presentarlos

como precursores de un régimen estable y progresista.

Beltrán, en su evocación de los héroes, reconocía que el país vivía ya en un periodo

de paz, pues le decía ―al pueblo‖ mexicano: ―En medio de la paz que te rodea,/ recuerda la

fructífera Odisea/ que su prólogo tuvo allá en Dolores‖.260

Asimismo, dicha paz se

representó como la posibilidad de instaurar el progreso en sus diversos sentidos, por aquello

que, según Gómez Flores, Hidalgo había luchado: ―la emancipación física, moral e

intelectual del pueblo‖.261 Como fue común en la época, el comercio —sobre todo el

practicado por los extranjeros— significó la vía para lograr el desarrollo de la nación. Estos

tópicos se encuentran concentrados en un poema de Cecilia Zadí, con el que conmemoró

también la Independencia mexicana, y donde señaló que los héroes representaban al

progreso, pues habían permitido que el comercio floreciera de una costa mexicana a otra,

del Golfo de México al Océano Pacífico:

Hoy nuestro suelo al comercio

259

José Ferrel, ―Agustina Ramírez‖, ECT, Lunes 4 de mayo de 1891, núm. 1785, p. 1. 260

Ángel Beltrán, ―Evocación a los héroes de la Independencia mexicana‖, en Martha Lilia Bonilla Zazueta

(Comp.), La Bella Época de la literatura sinaloense, Culiacán, Imprenta Once Ríos Editores, 2000, pp. 120-

123. 261

Francisco Gómez Flores, ―Dos palabras‖, Narraciones y caprichos…, op. cit., pp. 2-4.

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de los países extraños,

bajo seguro gobierno

ábre generoso campo;

y México no es ya nombre

de esclavitud ni de atraso:

¡qué libre, feliz, glorioso;

por el órbe saludada

sobre dos mares ondea

nuestra enseña sacrosanta!262

Según nuestra recopilación de documentos literarios, el episodio más recreado por los

literatos sinaloenses bajo la misma tónica que el de Independencia, y para dar la razón con

ello de que el país estaba sosegado y encaminado hacia el progreso, fue el fin del Segundo

Imperio (1863-1867), que había sido encabezado por Maximiliano de Habsburgo. De este

episodio de la historia más o menos reciente, dos pasajes fueron los más descritos y

poetizados por los literatos: la exaltación del Gral. Mariano Escobedo, quien logró la

rendición de Maximiliano I, en la ciudad de Querétaro el 15 de mayo de 1867 y la batalla

de San Pedro, en 1864, cuando el Gral. Antonio Rosales rindió a las tropas francesas el 22

de diciembre en las cercanías de Culiacán.

La figura de héroe, construida en torno al Gral. Mariano Escobedo en la literatura,

está situada en un contexto singular: a finales de marzo de 1898 el general estuvo en

Culiacán debido a que el Congreso Local lo nombró ―ciudadano sinaloense‖, en

reconocimiento a la ayuda que prestó a los damnificados por un huracán que azotó la zona

centro de Sinaloa en 1896. En su breve estancia, los literatos le tributaron aplausos,

pronunciaron discursos y declamaron poemas en su honor. En estos textos, la figura del

héroe adquirió rasgos sobrehumanos; fue divinizado. La gloria fue su aura, sus sienes las

ciñeron laureles o palmas, himnos le fueron prodigados: ―Troca la negra penumbra/ en

meteoro que abrillanta‖, decía el poema ―A Escobedo‖; y otro, ―Al héroe de San Jacinto‖,

decía: ―tras el himno triunfador/ y la hazaña portentosa,/ tu alma, siempre generosa/; tuvo

otra gloria mejor‖; y ―A Escobedo‖: ―son las palmas cortadas para tu frente‖.263

―La tierra sinaloense se ha estremecido de júbilo a vuestro paso y las encrespadas

olas del Golfo de Cortés, rumorosas y sentidas, cantando están vuestra apoteosis‖, expresó

262

Cecilia Zadí, ―Estrofas‖, BS, 18 de septiembre de 1898, núm. 21, pp. 164-166. 263

―A Escobedo‖ (El Monitor Sinaloense); ―Al héroe de San Jacinto‖, (Bohemia Sinaloense); ―A Escobedo‖

(La prensa), ECT, miércoles 13 de abril de 1898, n. 4146, p. 4.

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Julio G. Arce, en nombre de la sociedad ―Artesanos Hidalgo‖.264

Para Arce, el heroísmo de

Escobedo no tenía límites, e hiperbólicamente decía: ―Nuestros bosques darán laureles para

alfombrar vuestro camino y esculpiremos en perennes bronces, vuestras magníficas

hazañas‖. Más allá de los elementos retóricos, propios de una oratoria ampulosa, Arce

señaló un hecho que para la ideología del régimen era esencial: los héroes habían luchado

para que México gozara de la situación de bienestar y paz, como la que se vivía. Sus

batallas y sacrificios había sido necesarios para conquistar el progreso con gobernantes

―probos é ilustrados‖, como los de su tiempo:

Hoy que todo explende; que la Paz ha derramado sus beneficios en la inmensa

extensión de nuestro territorio, que tenemos gobernantes probos é ilustrados que

nos conducen al engrandecimiento, y que en toda la República, es República que

defendió vuestro brazo, se escucha el gigante himno de los talleres, las

sociedades obreras os acogen con júbilo: es el homenaje de los hijos del trabajo

al hijo de la Gloria!265

Situación similar fue descrita por Verdugo Fálquez para señalar la paz que reinaba en

Sinaloa, pues poco antes del huracán de 1896: ―Sinaloa se adormecía al canto grandioso del

trabajo: El labrador, concluida ya su tarea, dejaba, tranquilo, azadón y arado; el minero

ascendía, satisfecho, del hoyo en donde robaba sus tesoros á la Madre Naturaleza, y el

comerciante, cerraba con alegría la caja repleta de monedas‖.266

La simbiosis entre el

paisaje y las actividades humanas —la agricultura, la minería y el comercio— es evidente:

Sinaloa era arrullada por la armonía entre el hombre y la naturaleza, cuyo único resultado

no podía ser otro más que el progreso.

Por su parte Cecilia Zadí también glorificó al general con un artículo de título

elocuente: ―Hosanna!‖, en clara alusión a la liturgia cristiana y, esencialmente, a la entrada

de Jesús a la ciudad de Jerusalén; en dicho artículo, Zadí trazó al héroe como la

representación de la patria, ataviado por los símbolos de la nación –la banda tricolor sobre

el pecho y seguido por la bandera:

264

Julio G. Arce, ―Alocución dirigida al Sr. Gral. Mariano Escobedo, en nombre de la sociedad ‗Artesanos-

Hidalgo‘ en la manifestación que tuvo verificativo la tarde del 28 del pasado‖, BS, abril 1 de 1898, n. 14, p.

108. 265

Ídem. 266

Ibíd., Francisco Verdugo Fálquez, ―Al Sr. Gral. Mariano Escobedo, discurso pronunciado en el instituto

‗Rosales‘‖, p. 111.

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Quién es, -dice la multitud-, ese hermoso guerrero que avanza en su fogoso

corcel por el campo de sus contrarios? Cruza impasible por entre los batallones

franceses; noble es su continente; gallarda su apostura y su espada, alzada en

alto, reluce á los rayos del sol como bruñida de plata. Una banda tricolor lleva en

su pecho y el pabellón mexicano sigue tras él como un pendón de gloria. –Quién

es? Quién es?267

Las cualidades físicas, descritas por la escritora, destacan su porte gracias a la función de

los adjetivos: impasible, noble y gallardo; asimismo, es la imagen de su espada la que, de

manera simbólica, lo aproxima a una visión arcangélica: su espada, al relucir con el sol,

brilla como si estuviera bañada en plata. Desde el psicoanálisis, ciertamente, la espada

refulgente y enhiesta sería una muestra de su virilidad: no muestra miedo ante los

enemigos, antes bien, pasa altivo. Además, su figura fue simbolizada como la de un

patriarca: el padre fecundo que, para los literatos, los mexicanos eran sus hijos. Así lo vio

Arce, en el citado artículo, cuando mencionó: ―ha venido á besar vuestra frente,

aclamándoos mil y mil veces!‖ y rememorando la ocasión en que aquél ayudó a los

sinaloenses, señaló de forma explícita: ―donoso, como un padre bueno, tendísteis la

generosa mano implorando caridad para nosotros. Después esa misma mano supo curar

nuestras heridas, fue bálsamo bienhechor vuestra palabra!‖; por cierto, la frente representó

el repositorio de los ideales, de los altos pensamientos: ―Tu frente sin mancilla está

nimbada/ del sol de Libertad por los fulgores;/y tu historia en la Historia deificada/ hace

más y más excelsos tus honores‖,268

versificó Alfredo López Ibarra desde Cosalá. En el

mismo sentido, también Verdugo Fálquez lo identificó como un padre generoso: ―un

hombre de cabeza cana, de mirada serena, espejo fiel de su alma, y de frente magestuosa,

sagrario de elevados pensamientos‖,269

aunque es en el artículo de Zadí donde los atributos

del patriarca resaltan con mayor detalle: ―¿Quién es, -preguntan los niños y los viejos,- ese

anciano de noble aspecto ante el cual todos se inclinan? Blancos cual finísimo lino, son sus

cabellos; dulces como apasible lago, sus pupilas‖. Es, empero, el poema ―Al vencedor de

267

Cecilia Zadí, ―Hosanna!‖, op. cit., p. 106. 268

Alfredo López Ibarra, ―Al Gral. Escobedo‖, martes 19 de abril de 1898, n. 4152, p. 4. 269

Ibíd., Francisco Verdugo Fálquez, ―Al Sr. Gral. Mariano Escobedo, discurso pronunciado en el instituto

‗Rosales‘‖, p. 111.

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Querétaro‖, donde la imagen concentra —con mayor sentido e intensidad- la figura del

padre engendrador:

Fecundo tu esfuerzo ha sido

Y las rachas del olvido

No han de aterrar ¡oh guerrero!

El ancho surco de gloria

Que abriste en la patria historia

Con la punta de tu acero!270

El héroe de Querétaro, pues, había fecundado a la patria; la analogía entre la ―patria

historia‖ con la diosa-tierra se hace evidente en el poema: el guerrero abrió, con la punta de

su ―espada‖, un ancho surco para germinarla. Y es que la tierra, como ha señalado

Florescano, fue representada por la mitología —americana, europea o africana— como una

diosa madre, la cual, tiempo después, derivó en la imagen de la patria: ―La madre tierra se

convirtió en la PATRIA, el territorio de la comunidad heredado de los padres fundadores‖.271

Y de esa herencia, pues, los porfiristas se sintieron dueños. Las rachas del olvido, por otro

lado, no podrían aterrar aquel ancho surco; es decir, y en un juego de palabras, llenarlo de

tierra, pero tampoco horrorizarlo.

Por otra parte, la figura del Gral. Antonio Rosales alcanzó los mismos rasgos. Su

valentía no tenía límites: a pesar de no contar con un ejército preparado, hizo frente al

enemigo; su generosidad y nobleza era única: a pesar de vencer, supo perdonar. Desde el

Órgano Oficial del Gobierno, en 1887, Francisco Gómez Flores contribuyó a configurar

esa imagen romántica del héroe: la del caballero, implacable en la lucha, que brinda la vida

por la Patria, pero generoso en la victoria:

Cábele al Estado de Sinaloa la gloria inmarchitable de haber prestado el

escenario á uno de los más grandiosos é inmortales sucesos de nuestra historia

contemporánea: en un humilde lugarcillo, cercano á esta Capital, un intrépido

soldado, émulo de Leónidas, há tres años más de dos décadas, realizó un

prodigio de heroicidad patriótica.

270

El Correo de la Tarde, ―Al vencedor de Querétaro‖, ECT, miércoles 13 de abril de 1898, n. 4146, p. 4. 271

Enrique Florescano, ―La tierra, la patria y la diosa madre‖, en Imágenes de la Patria, México, Taurus,

2006, p. 31.

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Gómez Flores equiparó a Rosales con un guerrero griego: el espartano Leónidas, quien sin

posibilidad de triunfar contra los persas, ofrendó vida en defensa de las Termópilas. Y

como a un Proteo, le identificó además con Temístocles, Milciades, Morelos, Bolívar y

Washington; tal conjunción de nombres tenía la intención de igualar al héroe con

personajes antiguos y modernos, y de latitudes distintas. Rosales estaba, pues, a la altura de

cualquier héroe:

Rosales, con un puñado de patriotas, bisoños en la guerra, sin elementos

militares, sale denodado al encuentro de la hueste invasora, en defensa del honor

nacional hollado, la justicia ultrajada y la patria herida en el corazón; y, como

César, llega, ve y vence. Aquí termina la proeza del héroe y comienza la

magnanimidad del vencedor. Rosales, después de su victoria increíble, perdona

la vida á todos los prisioneros y los trata con la clemencia de un verdadero

paladín republicano; pues que las buenas causas son las que tienen siempre de su

lado los espíritus enteros y generosos.272

Rosales, según Gómez Flores, tenía las virtudes liberales: defensor del honor, la justicia y

la patria; como vencedor, su carácter fue magnánimo: perdonó, tuvo clemencia, fue

generoso. Su proeza como héroe, en esta representación, aún tenía su dimensión humana.

Fue un hombre singular, cierto, pero un hombre de carne y hueso.

En la misma línea que Gómez Flores, ciertos poetas representaron al héroe de San

Pedro similar a un guerrero griego. Ángel Beltrán expresó en un soneto: ―En exámetros

tersos y viriles/ un émulo de Homero otra Iliada/ podrá cantar, sin que le envidie nada/ la

gloria tuya á la del mismo Aquiles‖.273

Asimismo, aparecen las mismas características que

Gómez Flores delineó: además del valor, la piedad; de forma parecida, con una referencia a

los luchadores helenos, Cecilia Zadí también diría en otro soneto:

No Grecia antigua, mas fulgente brillo

guerrero unir á la virtud sublime

logra, cual muestra el vencedor caudillo

que une al laurel con que su sien corona,

la floreciente oliva que redime

y la piedad augusta que perdona.274

272

Francisco Gómez Flores, ―22 de diciembre de 1864‖, Narraciones y caprichos…, op. cit., pp. 33-34. 273

Ángel Beltrán, ―Al General Rosales‖, BS, n. 24., p. 187. 274

Cecilia Zadí, ―Al héroe de San Pedro‖, BS, enero 1 de 1898, núm. 8, p. 57.

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Zadí, de hecho, se revela como una lectora de Gómez Flores. Este literato había escrito en

1887 acerca de Rosales: ―Cuando el tiempo transcurra y los siglos hayan depurado los

sucesos todavía tan recientes, Rosales y sus compañeros tomarán en la fantasía popular

proporciones más gigantescas que la de la mayoría de los héroes que la antigüedad legó a

los hombres‖.275

La poetisa Zadí, en otro soneto, diez años después asentaría en los dos

tercetos, sobre todo en el último, parecida conclusión:

Monumento es vívidos fulgores

el pueblo de San Pedro dó tu planta

besaron los altivos invasores!

Y á medida que el tiempo se adelanta

y hace la patria excelsos tus honores,

la fama de tu nombre se agiganta.276

Pero también la figura de Rosales fue divinizada en la poesía sinaloense. José Antonio

Gaxiola, en una alocución de 1892 pronunciada en el escenario de la batalla, señalaría aquel

lugar como sagrado: ―Arrodillaos!... hemos llegado al santuario del combate. Oremos por

aquellos que sintiendo arder en su alma la vivificante llama del amor, el amor a la Patria, no

vacilaron un instante en sacrificar sus vidas [por salvar los derechos y la libertad]‖.277

Además, en esta descripción la naturaleza –con un recurso del romanticismo-, cobra vida:

el bosque era testigo del acontecimiento: ―entre sus ramas vibraron las notas del clarín, sus

hojas se estremecieron al silbido de las balas, sus bosques temblaron al estallido de los

cañones y fueron envueltos por los espesos nubarrones de humo de la guerra. Preguntadles

algo acerca de la lucha; y ellos os responderán con la elocuencia de sus cámaros (sic)‖.278

En 1907, en el soneto de Francisco Medina, ―Héroe‖, se localiza una representación

similar. Ahí describió sus cualidades físicas y sus virtudes personales. Sin embargo, su

figura adquiere otro matiz, el del hombre idealista; Medina lo proyectó como a un guerrero,

pero también como a un poeta: si fiero, también sensible; si rudo, también capaz de amar:

275

Francisco Gómez Flores, ―El héroe de San Pedro. carta al Director de ‗La Opinión‘ ‖, Narraciones y

caprichos, pp. 38-39. 276

Cecilia Zadí, ―22 de diciembre‖, BS, enero 1 de 1898, núm. 8, p. 57. 277

José Antonio Gaxiola, ―Alocución. A Pedro P. Villaverde‖, ECT, 12 de enero de 1892, en Agustín

Velázquez Soto, El corazón del espíritu…, op. cit., p. 61. 278

Ibíd., p. 62.

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A veces tempestuoso, colérico, rugiente,

como turbión que azota las cimas, altanero;

extraño ser que siendo dominador y fiero,

oculta transparencias de cristalina fuente.

Es dualidad excelsa de soñador y atleta:

frente a las huestes, único; frente al amor, poeta;

nostálgico insaciable de libertad y gloria.279

Asimismo, este héroe fue representado, como si él se lo hubiera propuesto, como un

colaborador del régimen porfiriano. Figuró así como un héroe que luchó por el progreso;

ello se demuestra cuando al señalar de traición a los conservadores, por haber estado de

parte de Maximiliano, Gaxiola mencionó que aún había quienes conspiraban contra las

instituciones, pero éstas ―no peligran debido a la recta dirección de los buenos gobernantes,

augurando un porvenir grandioso y floreciente a la nación, bajo el doble influjo del trabajo

y la enseñanza popular‖.280

El autor situó así, tanto el trabajo obrero como el intelectual,

bajo la tutela de un régimen progresista. Ambas actividades, además, tenían la misma

importancia –y el literato aparece aquí representado como una pieza indispensable en la

maquinaria del sistema, pues emerge como un héroe, un soldado del saber cuya misión era

el avance intelectual de la sociedad:

Obreros: abrid vuestros talleres, trabajad y cumpliréis vuestra misión, pues bien

sabéis que el trabajo redime al hombre. Y vosotros, soldados del saber, atacad al

enemigo con el libro en la mano y la mente en el libro, proseguid, proseguid

siempre adelante, que aún está muy distante la corona de rosas que os espera.281

El sitio de la lucha fue erigido en altar, como se aprecia en la perspectiva de Gaxiola; hubo

excursiones ex profeso en cada aniversario. Julio G. Arce, en la columna ―Esbozos‖ de la

revista que dirigía, informaba a los lectores que en el año de 1897:

La Sociedad de Artesanos ―Hidalgo‖ prepara para el aniversario de la batalla de

San Pedro, una excursión al histórico sitio de la lucha, regado con sangre de

héroes.

279

Francisco Medina, ―Héroe‖, MEF, 31 de diciembre de 1907, en Agustín Velázquez, El corazón del

espíritu…, op. cit., p. 88. 280

Ibíd., p. 63. 281

Ídem.

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120

Allí, bajo la sombra de los seculares árboles heridos por las balas, junto al

poético Humaya, testigo de aquel episodio, se levantará el himno gigante en

honor del héroe mártir.282

Se realizaba además una feria popular, fiesta tradicional en honor a Rosales. El mismo Arce

consignó que había el rumor de que ―el héroe de San Pedro‖ sería ―mejor festejado‖, y que

la explanada Rosales sería ―elegantemente dispuesta y que no se omitirá esfuerzo para que

la feria sea digna del general aplauso‖.283

Precisamente, Manuel Bonilla representó esa

fecha como un día de fiesta, donde la alegría subía del pueblo como la espuma del ―neutle‖

o pulque: ―La ciudad está de gala/ dispuesta á regocijarse/ […]/banderas, flores y risas/ en

las plazas y en las calles./ y como espuma de neutle/ sube ufano y se esparce/ el contento de

las almas/ en los alegres semblantes‖.284

Así pues, el liberalismo combatió a la religión

católica para tratar de erigir su credo: la espada republicana sustituyó a la cruz; el

conservadurismo –el acto de preservar, y en todo caso construir, una tradición- tuvo así un

nuevo cariz: los héroes fueron los nuevos santos de una religión secular; Rosales fue un

héroe que también fue deificado, cristalizando la imagen redentora del prohombre. Como

en la religión, fueron sacralizados por su papel de mártires.

Sin ninguna ingenuidad, finalmente, la figura del héroe se amalgamó con la del

Gral. Díaz o a la del Gral. Cañedo. Ambos fueron representados como benefactores del

pueblo, hombres abnegados que recurrían al sacrificio en aras de la sociedad y, desde

luego, que luchaban por el progreso. Eran héroes vivos. Por ejemplo, en un periódico de

Culiacán, Orestes comparó al Presidente de la República con un genio y con la figura de un

redentor: ―puedo afirmar que Porfirio Díaz, el gobernante admirado por todos los

pensadores del Universo, jamás imaginó […] redimir á un pueblo que caminaba con

rapidez á su aniquilamiento‖, y enseguida añadía: ―En Díaz hemos de mirar no sólo á un

hombre de genio superior, cual lo son los grandes benefactores de los pueblos‖.285

Años

atrás, en consonancia con esa perspectiva que se iba construyendo de forma paulatina, en

1892 un alumno del Liceo de Niños de Mazatlán expresó: ―Hoy el horizonte está limpio, la

paz consolidada y debido al entendido Piloto que dirige el timón de la nave, navegamos

282

Julio G. Arce, ―Esbozos‖, BS, 1 de diciembre de 1897, núm. 6, p. 48. 283

Julio G. Arce, ―Esbozos‖, BS, 1 de noviembre de 1897, núm. 4, p. 32. 284

Manuel Bonilla, ―22 de diciembre‖, BS, 15 de diciembre de 1897, núm. 7, pp. 55-56. 285

Orestes, ―El genio y la crítica‖, EMS, 15 de abril de 1900, núm. 488, p. 1.

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vientos en popa en un mar bonancible‖.286

Según esta imagen, la nave del Progreso —un

buque vapor, como se verá más adelante—, iba bien conducida por un mar en calma.

En 1904, cuando el Gral. Cañedo se reeligió por quinta ocasión, se anunció con una

semana de antelación, un ritual cívico en su honor que, en realidad, fue una exhibición del

poder. Las ―manifestaciones‖ hacia el prohombre iniciarían a las diez de la mañana: al

tomar protesta en el Congreso, en el Palacio de Gobierno se izaría la bandera nacional,

mientras que en los demás edificios públicos las bandas tocarían a diana, las campanas

repicarían y habría una salva de veintiún cañonazos; al mismo tiempo, por las calles de la

ciudad desfilarían las fuerzas del Estado. Después, sería felicitado por corporaciones

oficiales, las sociedades civiles y demás gremios. Por la tarde habría una batalla de flores y

confeti en la calle Rosales y Plaza de la Constitución; a las siete de la noche, una gran

cabalgata con hachones (para demostrar regocijo público) recorrería las calles; y a las 9 de

la noche habría una gran serenata.287

Y, en efecto, ese programa fue seguido con rigor el 27

de septiembre. En los discursos pronunciados, la figura de Cañedo –al frente de la

administración-, surgió con los rasgos del héroe patriarcal: su presencia era confortante y

alentadora, una ―garantía de justicia‖, de ―abnegación‖, fue llamado vigilante de la salud y

la vida, protector de la niñez desde la educación; asimismo, era un reivindicador de los

derechos y moralizador de las costumbres ―por medio de leyes justas, inspiradas en los más

sanos principios y en los más nobles propósitos‖, honrado, inteligente y, sobre todo, guía

del progreso. En resumen, se trataba de un héroe, pues había logrado, como un estadista,

sacar a Sinaloa de una época luctuosa.288

La figura del Gral. Cañedo, simbólicamente,

representó la luz: los organizadores de la fiesta, el ingeniero Luis F. Molina, el licenciado

Evaristo Paredes, entre otros, ornamentaron el salón de tal modo que lo más destacado fue

la iluminación y, en el centro, el retrato del gobernador. Cuenta el cronista: ―En el lugar

más visible del salón se ostentaba un magnífico retrato del Sr. Gral. Cañedo. El marco

desaparecía bajo los artísticos pliegues de blancos cortinajes de seda, y estaba rodeado por

innúmeros focos de luz eléctrica‖. Desde el ojo del cronista, hubo un ―derroche de luz‖:

286

F. R. M. –alumno del ―Liceo de Niños‖, ―Un recuerdo. A las víctimas de las batallas del 19, 20 y 21 de

marzo de 1866. En Villa Unión‖, ECT, marzo de 1892, en Agustín Velázquez Soto, op. cit., p. 66. 287

―El Señor General Cañedo. Fiestas en su honor‖, MEF, septiembre 19 de 1904, núm. 524, p. 3 288

Manuel Alatorre, Francisco Sánchez Velázquez, Francisco Verdugo Fálquez, María Luisa Cuevas,

―Discursos de felicitación dirigidos al Sr. Gral. Francisco Cañedo, Gobernador del Estado, el día 27 del

actual‖, MEF, septiembre 28 de 1904, núm. 531, p.1

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En el centro del salón se colocaron dos grandes focos de arco de 1,200 bujías de

intensidad; alternaban en los corredores, vistosas estrellas y flores de lys,

revestidas con luces incandescentes de colores, y otras seis grandes estrellas,

formadas también con luces incandescentes, fueron colocadas en el centro y á

los lados del improvisado techo del salón.289

Encarnó el Gral. Cañedo la figura del hombre iluminador; al mismo tiempo, se le identificó

con la modernidad dada la ornamentación con base en la electricidad. Después de todo, los

literatos que lo representaron de esa forma no estaban desligados de una preocupación que

les parecía vital: el papel de la ciencia y la necesidad de instruir al pueblo, iluminarlo, para

alcanzar la redención.

4.2 La Ciencia y los Estados Unidos: la idealización del progreso

La exaltación de la ciencia –el conocimiento en general- y la tecnología, hecha por los

escritores sinaloenses, también conformó representaciones significativas durante el

Cañedismo. La ciencia, que funcionó a veces como sinónimo de saber o educación, y

algunos inventos como la electricidad y el buque de vapor, fueron tomados en esta entidad

con símbolos de que el progreso se materializaba y, sobre todo, que cobraba carta de

naturalidad durante el Porfiriato.

La ciencia, ésta fue vista como la única vía para combatir los dogmas religiosos,

develar los misterios de la naturaleza y erigir un mejor país. Los atributos de la ciencia eran

la razón y la verdad, ambas cualidades que fueron retomadas por los liberales para

contraponerlas a los dogmas de los conservadores, provenientes de la religión y vistos

como causa fehaciente del oscurantismo y retardatarios del avance de la sociedad. Aún

más, la experiencia colonial fue representada como una época sombría, debido –como

afirmaba Gómez Flores-, a la vida eclesiástica.290

A esta situación aludió Pedro Victoria en

un poema llamado significativamente ―La instrucción‖, el cual fue declamado en la

distribución de premios a las alumnas de las escuelas de Guaymas. Dicho poema estaba

conformado por diez décimas; destacando en una de ellas la importancia que tenía el saber

289

―La fiesta en honor del Gral. Cañedo‖, MEF, octubre 5 de 1904, núm. 537, p. 1. 290

Francisco Gómez Flores, ―Nueva España en su aspecto literario‖, en Bocetos literarios, op. cit., p. 332.

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para el mexicano, pues decía ―y el pueblo más grande, es,/ el pueblo que sabe más‖; pero

sobre todo, expresó que México se había dado cuenta de que el único camino para el

desarrollo era la educación, por lo que había roto con su pasado y optó por subirse a ―la

nave del progreso‖:

Comprendió México eso:

y rompiendo su pasado,

háse también embarcado

en la nave del progreso.

Bajel que surcando ileso

al impulso de sus velas,

se oye, al mirar sus estelas,

el himno á cuyos acentos

se clausuran los conventos

y se abren las escuelas.291

El barco de vapor, en el siguiente apartado se verá con detalle, simbolizó el Progreso

durante la época finisecular decimonona. La alegoría de esta décima está llena de

significado; sobre todo porque el Progreso, vuelto un barco, al surcar las aguas producía un

rumor, un himno, que expresaba la clausura de conventos y, al mismo tiempo, como un

contrapunto, cantaba la apertura de las escuelas. Esta imagen no hace más que afirmar el

hecho de que la literatura asumió no sólo una función educativa, sino también doctrinaria,

pues hubo una visión ideológica que la orientó. No sólo se inculcaron valores cívicos y

morales a través de relatos y poemas, sino que de paso se censuró a la ideología

conservadora. Siendo la tarea urgente educar a las masas —para no repetir la experiencia

del imperio de Maximiliano (1863-1867)—, la instrucción escolar fue vista como la vía

idónea para afrontar las demandas de la República: se consolidó una pléyade de profesiones

y oficios.

Esta vigencia del conflicto entre liberales y conservadores, aun a finales del siglo

XIX, se observa también en una crónica de Gómez Flores quien, habiendo entrado a

observar la construcción de la basílica de Mazatlán, identificó a la Iglesia con la

superstición, pues señaló que al salir de ella se sacudió ―por precaución el polvo de los

zapatos, para trasponer de nueva cuenta las fronteras que separan la mentira de la verdad‖,

por lo que recomendaba a las generaciones venideras que de cada templo hicieran una

291

Pedro Victoria, ―La instrucción‖, ML, op. cit., p. 92.

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biblioteca, y de cada capilla, un taller;292

es decir, exaltó el progreso intelectual y el trabajo.

En este sentido, su perspectiva era la del literato positivista y liberal, para quien el altar

debía estar dedicado al progreso, y sólo la ciencia, basada en la verdad y la razón, era capaz

de conducir a esa tierra prometida.

En otra ocasión, habiendo entablado una polémica con un diario religioso de

Culiacán, Gómez Flores señaló: ―Hoy la ciencia conduce a la verdad y aparta de la religión.

Y si no, díganos el colega dónde ha visto a una Madame Stael de beata o a un Mr. Darwin

de sacristán‖; por medio del absurdo, hacía notar que gracias al pensamiento científico y a

la razón había sido posible el surgimiento de la escritora francesa y del científico inglés;

pero, además, es una clara evidencia de que en el fondo la pugna ideológica entre liberales

y conservadores seguía estando presente a finales del XIX, pues este escritor identificó a

los religiosos como ―los enemigos irreconciliables de nuestras instituciones‖.293

En otra

décima del mismo poema de Pedro Victoria, puede leerse aseveración parecida:

Probó la ciencia a porfía

que esta tierra hermosa y vária,

no es el ara estacionaria

que fraguó la teología.

La luz que el sol nos envía

y se apaga tras las moles,

no es sola en sus arreboles

que en los espacios profundos,

visten miríadas de mundos,

luz de miríadas de soles.294

Con claridad se revela en esta composición la postura inconciliable que los liberales tenían

contra los conservadores —cuya ideología se sustentaba en la religión católica—, al criticar

el mito teológico de la inmovilidad de la Tierra. Esta posición, es cierto, se había

radicalizado en el siglo XIX por los avances científicos y tecnológicos, pues se depositó

una fe ciega en los descubrimientos, pero sobre todo porque esa fe se sustentó en la

ideología positivista; por ejemplo, Gómez Flores sostenía que las doctrinas religiosas

oprimían el espíritu humano, sin embargo, como Bacon, creía que la ciencia aproximaba a

Dios.

292

Francisco Gómez Flores, ―La basílica de Mazatlán‖, Humorismo y Crítica, op.cit., p. 444. 293

Ibíd., ―Sobre la brecha‖, p. 136-138. 294

Pedro Victoria, ―La instrucción‖, ML, 1889, p. 91.

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En este tenor, Estados Unidos sería visto como el territorio donde la ciencia y los

inventos estaban teniendo su apogeo; y además emergía como ―la gran República

americana, el país de la democracia‖.295

Nervo, con una visión romántica cercana a la de

Gutiérrez Nájera, se oponía al positivismo, señalando que su invasión al puerto mazatleco

impedía apreciar el arte: ―En medio de un siglo eminentemente práctico, rodeado por la

atmósfera del más rudo positivismo, el hombre necesita, de cuando en cuando, la vida del

arte‖.296

Pero sobre todo, cuando informa la llegada de una pieza musical proveniente de

Estados Unidos al puerto mazatleco, a través de un diálogo ficticio, es cuando emerge en su

crónica, en primer lugar, cómo el positivismo se apoderaba de la concepción estética, y en

segundo lugar, la imagen de aquél país como la cuna de las invenciones tecnológicas:

-Nos ha llegado de los Estados Unidos, algo muy bello.

-¿Acaso un motor de nueva invención?

-¿Tal vez una segadora modelo?

-¿Quizá un yacht que supera en velocidad al ―Vigilant‖ o al ―Valkyrie‖, esos

reyes del océano, que rozan la superficie de las ondas, como aves marinas de

inmensas y níveas alas; que se alejan, que se pierden como ilusiones blancas?297

La mención de algo estético, ―algo bello‖, le hacía suponer al interlocutor que se trataba de

un invento relacionado con alguna máquina. Señaló Nervo así la expectativa hacia lo

práctico, y el poco aprecio que se tenía al arte. Pero además, la naturaleza aparece

conquistada por el imperio de la tecnología: los yates cobran vida, pues adquieren

animación al ser comparados con la agilidad, hermosura y velocidad de las aves marinas

que reinaban también sobre el océano. En la cosmovisión de Nervo, las máquinas habían

pasado a ser parte inherente del paisaje y, más aún, se fusionaban hasta perderse ―como

ilusiones blancas‖. La visión positivista se vinculó, pese al antagonismo, a una visión

romántica: había la certeza, cuando no la esperanza, de que los cambios introducidos por la

ciencia eran buenos y perfeccionaban el entorno físico y, con ello, al género humano. Se

295

Amado Nervo, ―Dentro de pocos días‖, ECT, abril 7 de 1893, en Mayra Elena Fonseca Dávalos, op.cit., p.

155. 296

Amado Nervo, ―Algo de música‖, ECT, octubre 30 de 1893, op. cit., p. 99. Acerca del positivismo versus

el arte, vid. el apartado ―3.2 De la poesía realista a la modernista, subversiones y censuras‖, del capítulo

anterior en esta investigación. 297

Ibíd., ―Mis lunes‖, ECT, noviembre 20 de 1893.

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creaba confort para habitar un mundo moralmente mejor; y lo que antes parecía quimérico,

la ciencia lo hacía posible.

Estados Unidos representó, a finales del siglo XIX, el pragmatismo que parecía ser

la entrada triunfante de la civilización a la era del bienestar social. Aquel país, a la vista de

los mexicanos, había revolucionado su historia, pues los yanquis, con base en la ciencia y el

trabajo constante, se iban forjando como un país modelo ―lleno de riquezas‖. Mexicanos y

españoles manifestaban asombro acerca de los Estados Unidos; Flacro Irayzor expresaba

acerca de una supuesta invención de un médico de Nueva York: ―El invento, según

cuentan,/ Tiene rasgos atrevidos/ Como todo lo que inventan/ En los Estados Unidos‖.298

Asimismo, cuando faltaban pocos días para que iniciara la Exposición Universal de

Chicago, donde habrían de participar los sinaloenses, Nervo contrastó los rasgos, para él

esenciales, de Francia y Estados Unidos, puntualizando: ―París, cerebro del mundo

civilizado, foco de todas las grandes revoluciones intelectuales y políticas, demostró al

mundo hace muy poco lo que puede la inteligencia: Chicago mostrará a su vez, lo que

pueden la industria, la riqueza y el trabajo‖.299

París era, en la concepción del cronista

tepiqueño, el epicentro del intelecto, mientras que Chicago era el suelo de la producción: de

artefactos, dinero y trabajo. Más tarde, ya iniciado el siglo XX, Julio G. Arce habría de

evidenciar las diferencias proporcionales entre un estadunidense y un ranchero sinaloense:

tras señalar el cronista que había llovido por treinta horas, inundando y convirtiendo en

fangales las calles, visitó a don Tadeo Aguayo quien, proveniente de Mojolo, estaba en

Culiacán con su familia en una visita al médico. Y teniendo que ir su rancho Tadeo y dejar

a su familia, Arce ironizó:

La despedida fue tristísima y hubo besos, abrazos, recomendaciones y encargos

al por mayor.

Cinco días empleó Don Tadeo en recorrer los dos kilómetros que hay de

aquí á Mojolo, y á no ser por la ayuda de algunos otros viajeros, aún estuviera,

caballero en manso rocín, atascado en uno de tantos lodazales que invaden la

carretera.300

298

Flacro Irayzor, ECT, lunes 12 de julio de 1897, núm. 3887, p. 4. 299

Amado Nervo, op. cit., p. 155, ―Dentro de pocos días‖, ECT, abril 7 de 1893. 300

Cyrano (Julio G. Arce), ―Crónicas diabólicas‖, MEF, octubre 17 de 1904, núm. 547, p. 2.

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Arce ridiculizó al personaje del ranchero exagerando la escena; por un lado, exaltó su

dimensión tímica: los sentimientos filiales afloran, y por otro lado, de manera hiperbólica,

mostró su ignorancia y falta de pericia: ante una travesía sumamente corta, apenas dos

kilómetros, Tadeo tardaría cinco días en recorrerla, y sólo porque había recibido ayuda. En

cambio, el personaje del norteamericano fue construido de manera, también hiperbólica,

pero diametralmente opuesta, pues se encontraba apoyado por la ciencia y por un sinfín de

inventos y herramientas que le asistían en sus viajes a tierras sinaloenses: ―Más práctico y

previsor es Mr. Fundengonden, yankee de raza pura, que cuando viaja por los caminos de

Sinaloa trae consigo botes de seguridad, numerosos salvavidas, puentes provisionales,

sondas marinas, bombas desaguadoras y enormes cantidades de bastimento‖.301

Por

supuesto, Arce expresó que era un yanqui, pero enseguida aclaró que éste era de ―raza

pura‖, para explicar así el porqué de su carácter pragmático y su actitud previsora. Del

mismo modo, añadía que la capacidad técnica y de ingenio rayaba en el asombro:

Y quién lo diría! Hombre tan precavido como Mr. Fundengonden, que desagua

pantanos, navega en las grandes lagunas que forman las lluvias, tiende puentes

sobre los barrancos y se echa a nado donde no es posible hacer otra cosa, tuvo

un gran contratiempo para ir de este lugar a Tepuche, porque uno de tantos

terratenientes ambiciosos y egoístas declaró de su propiedad el camino nacional,

le hizo poner una cerca, que era verdadera fortaleza, é impidió todo tránsito. 302

Pero sobre todo, representó al norteamericano como un hombre que aprovechaba la

situación para extraer ganancias gracias, además, a su sentido jurídico, poniendo de relieve

con ello que se trataba de un auténtico ciudadano que conocía de leyes: viéndose impedido

de llegar a su destino, se encontraba ya en Washington ―gestionando que se reclamen al

Gobierno Mexicano cincuenta millones y medio de pesos como indemnización de los

perjuicios que sufrió por no haber llegado á Tepuche‖.303

A Estados Unidos los literatos lo representaron también como el país de la riqueza

pródiga, y además fácil de obtener si se esgrimían leyes para resarcir presuntos daños. Al

ser el país de la democracia, como señalara Nervo, lo era de las instituciones. Esta idea se

pone de manifiesto en la literatura cuando Bernabé, un personaje del cuento ―El beso del

301

Ídem. 302

Ídem. 303

Ídem.

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128

rico‖ de José Ferrel, casado con una mujer pudiente en Sinaloa, se imaginaba aquél país

como lleno de maravillas:

Había leído, entre otros libros, varias impresiones de viaje y desde luego se

despertó en él, la gana de conocer países extraños, llamando poderosamente su

atención las maravillas que oyó contar de la vecina República del Norte.

Los Estados Unidos, eran su constante pesadilla; le encantaba escuchar

relaciones de gringos, y cualquier simpleza referida de ellos, casi lo hacía

morirse de risa.304

Tras lograr su sueño de pasar la luna de miel en Nueva York, la mujer de Bernabé, llamada

Magdalena —y que remite al personaje bíblico, pues es señalada como casquivana—,

tropezó en una calle con un gentleman, quien al no entender las disculpas de ella, le plantó

un beso, por lo que Bernabé se dispuso a golpearlo, pero fue reconvenido por un abogado,

pues de ese hecho podía obtener dinero:

El bastón de Bernabé hendió el aire al elevarse violentamente sobre la cabeza de

su amo, disponiéndose á caer con pesantez sobre la del yankee; más un tinterillo

que vió en el asunto un gran negocio, detuvo el brazo del irritado marido,

diciéndole al oído:

-Ese hombre es millonario; puede pagarle muy caro el beso.

Bernabé, que entre las muchas historietas que había oído referir de sus

primos, recordaba algunas de besos pagados á subido precio, comprendió al

momento que su fortuna estaba hecha y calmó su furor.

El tribunal condenó al millonario á pagar cincuenta mil duros por el beso

dado á Magdalena.305

Por otra parte, Thomas Alva Edison, inventor prolífico de Estados Unidos, sería

representado como un demiurgo por un poeta sinaloense. En el poema ―La instrucción‖ de

Pedro Victoria, el hombre fue representado —siguiendo la poética del romanticismo—,

como la equivalencia del Dios cristiano, al haber creado la luz eléctrica:

El vivo relampagueo

con que Dios iluminó

la cumbre donde inició

al jefe del pueblo hebreo:

lo hace el hombre á su deseo

304

José Ferrel Félix, ―El beso del rico‖, ML, op. cit., p. 189. 305

Ibíd., pp. 190-191.

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y lo doma de tal suerte;

en motor del cuerpo inerte,

en conductor de la idea,

en antorcha gigantea

que la noche en día convierte.306

Es notoria la desacralización del relato bíblico del Génesis, pues el poeta equiparó la luz de

Dios, cuando se le manifestó éste a Abraham, con la luz domada por el hombre. Lo

sacrílego de esta comparación se debió, desde luego, por el espíritu liberal: así pues, el

hombre era capaz de insuflarle vida al ―cuerpo inerte‖ y, en un juego de palabras, era

―conductor‖ de la idea: aludiendo con ello, por un lado, al objeto que, puesto en contacto

con un cuerpo cargado de electricidad, transmite ésta a todos los puntos de su superficie y,

por otro lado, aludió también al intelectual, al homme ilustré que emergía como una

antorcha gigante para alumbrar a la humanidad y sacarla así de las tinieblas de la

ignorancia. Victoria se apropió del relato bíblico para ―deflacionarlo‖, pasándolo por el

tamiz de su ideología liberal. Julio G. Arce, asimismo, escribió una versión profana del

padrenuestro relacionado con la electricidad. Cyrano, como firmaba sus ―Crónicas

diabólicas‖, relató que ―un hijo de Confucio‖ –un chino- recorría las calles de Culiacán,

escalera en mano, cortando la luz, pues la empresa había sido rescindida. También a él, a

Cyrano, estuvieron a punto de ―cortarle los alambres‖, y como era Cuaresma, decía que

noche a noche rezaría el siguiente salmo penitencial:

Empresa púdica y pía

no te muestres vengadora,

Tu luz deslumbrante envía

desde que agonice el día

hasta que surja la aurora.

[…]

Más a mí, que con el sol

comparo, -fíjate bien,

tu luz- faro y arrebol,

líbrame de ese mongol

y de todo mal, Amén!

306

Pedro Victoria, op. cit., p. 91.

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En resumen, Estados Unidos surgía en las representaciones de los literatos como un país

modelo, caracterizado por sus inventos científicos y tecnológicos, amén de su riqueza y su

sentido práctico. Asimismo, la ciencia, como el cultivo del conocimiento en cualquier

ámbito, emergía como la única herramienta capaz de emancipar a los hombres de los

atavismos del pasado. Gómez Flores fue el literato que manifestó con mayor claridad esas

ideas. En el artículo ―De la enseñanza pública‖ expuso la necesidad de la educación para

hacer un pueblo libre, obediente y respetuoso de la ley, como lo hacían los pueblos

civilizados. La democracia, aseguraba, debía ―surgir de la educación científica que se

imparta á la juventud en los colegios‖.307

Para sustentar su argumento, el literato reprodujo

el discurso pronunciado en 1869 por su padre. Este otro Gómez Flores reconocía la

importancia que estaba adquiriendo Estados Unidos, precisamente por su dominio

científico, y la amenaza de que una nueva invasión al país mexicano por este imperio que

alcanzaba un desarrollo industrial y mercantil prodigioso:

En pocos años la raza activa que constituye esa nación admirable, ha cubierto la

vasta extensión de su territorio con una red de ferrocarriles, ha aplanado las

montañas, canalizado los ríos y levantado espléndidas y populosas ciudades, en

los llanos y en los montes, donde antes pacían los rebaños y cruzaban los

salvajes.

[…]

Ese es el gran peligro que nos amenaza, y contra el cual debemos

precavernos, no esforzando ni exaltando nuestro espíritu guerrero, sino en una

lucha de artesanos, mineros y agricultores; porque las armas de que hará uso la

gran falange americana que se prepara á invadirnos no serán otras que el

ferrocarril, la fábrica de tejidos y el arado de vapor.308

Los gobernantes debían concentrarse en educar al pueblo; sólo el dominio del saber y de la

técnica haría de México un país competitivo, pues, al estar en iguales condiciones que

Estados Unidos, la invasión por medio de sus inventos sería menor o nula. Sin embargo, de

la advertencia lanzada por aquel hombre liberal, recién terminado el imperio de

Maximiliano, a finales del siglo XIX y durante la primera década de la siguiente centuria,

quedó la representación que se había forjado del norteamericano: lo dinámico, lo práctico y

su espíritu conquistador, llevado todo ello a cabo por medio de actividades industriales en

307

Francisco Gómez Flores, ―De la enseñanza pública‖, Narraciones y caprichos, op. cit., p. 207. 308

Ibíd., p. 212.

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diversos ámbitos. Pero del miedo a dicha amenaza en aquella época, se pasó en la siguiente

generación al asombro y reconocimiento.

Finalmente, si bien la transmisión de conocimiento al pueblo fue presentada como la

solución de los vicios y males sociales, ello obedeció no obstante a una forma de promover

la estabilidad del régimen. Así, por ejemplo, en una editorial periodística de 1904, se

afirmó:

La activa campaña, emprendida actualmente en favor de la ilustración de la clase

obrera; el anhelo que se nota en las esferas oficiales y en determinada porción

social del país por provocar una saludable reacción entre los ignorantes, nos

parece un gran paso en el camino de la prosperidad nacional.309

Detrás de esa representación había, en el escritor del artículo en cuestión, el propósito de

asumirse como un hombre ilustrado: con la capacidad de reconocer y señalar el rumbo

conveniente para el pueblo; y por otro lado, el deseo oculto de que nada cambiara pues, al

representar el amo el capital, el obrero representaba el del trabajo y ―Entonces es cuando

queda establecido el equilibrio de la sociedad, nivelando el poderío de las fuerzas que

producen. No son más que dos factores iguales, el capital que necesita brazos y los brazos

que necesitan capital. Amo y obrero están frente a frente y están iguales‖.310

4.3 La máquina: el barco de vapor y su carga simbólica

A diferencia de lo sucedido en la capital de la República, así como en la literatura española,

donde se escribieron poemas y relatos al imponente ferrocarril y se le representó como el

introductor de la civilización, en Sinaloa ocurrió de forma distinta, pues predominó la

imagen del barco de vapor, la cual operó como un símbolo del progreso: era el triunfo de la

ciencia, dada su repercusión positiva en ámbitos diversos; de lo económico a lo político, y

de lo social a lo moral.

En la ciudad de México, es cierto, los literatos vieron en el tren la posibilidad del

adelanto nacional. Francisco Zarco, un liberal de 1867, imaginó que por medio del decreto

de ferrocarriles y caminos el país se iba a comunicar espiritual y materialmente, teniendo

309

Editorial, ―El gremio de los obreros. Lo que necesitamos‖, MEF, agosto 1 de 1904, núm. 483, p.1 310

Ídem. (Las cursivas son mías).

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una fe ciega en la capacidad redentora y lucrativa de dicha innovación; mientras que

Zamacona también idealizaba al señalar: ―los caminos de hierro resolverán todas las

cuestiones políticas, sociales y económicas que no han podido resolver la abnegación y la

sangre de dos generaciones‖.311

Tanto la fe como la esperanza no eran espontáneas, pues la

Ilustración española ya antes había alabado las proezas del tren, por ejemplo, el poeta

Manuel de la Revilla (1846-1881) lo representó como un signo evolutivo —ya imparable—

de la humanidad, la cual iba a destino seguro, ya que el conductor de la máquina era Dios.

Construido con versos octosilábicos —con hemistiquios en su mayoría de 5 y 3 sílabas—,

De la Revilla expresaba:

-¿Cómo se llama?

-Progreso.

-¿Quién va en él?

-La humanidad.

-¿Quién le dirige?

-Dios mismo.

¿Cuándo parará?

-Jamás.312

Dios, de acuerdo con esta visión era un maquinista, y la humanidad, como la naturaleza,

según explicaban y sostenían las teorías sociales, obedecía a leyes inmutables: funcionaba

de una forma mecánica, por lo que el futuro era promisorio. Asimismo, subyacían

yuxtapuestos en esta representación el dogma cristiano y el positivista; pues la fe cristiana,

por un lado, prometía un lejano Paraíso, mientras que por otro, el credo positivista ofrecía

la seguridad de que la civilización evolucionaba para bien, y que se estaba en el mejor de

los mundos posibles. Estas ideologías, en el fondo, eran apologistas del statu quo, pues

sugerían de forma implícita que el cambio social era lento, pero seguro.

Acaso por tener Sinaloa una vocación marítima, así como por contar con vías

terrestres intransitables, pues el tren se introdujo tardíamente en comparación con otros

lugares del país, los escritores de estos lares representaron más la máquina del barco en sus

escritos. Es cierto, sólo entrado el siglo XX se escribió acerca del tren, aunque poco, y se

hizo sólo con la intención de señalar cómo el país, casi de manera mágica, se

311

Luis González, ―El liberalismo triunfante‖, Historia general de México, Vol. 2, op. cit., p. 911. 312

Manuel de la Revilla, ―El tren eterno‖, ECT, viernes 2 de 1897, n. 3790, p. 4.

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industrializaba; por ejemplo, se señaló: ―Grandes extensiones de terrenos, eriales y

desiertos se pueblan de colonos agrícolas, se canalizan y se comunican con las líneas

ferrocarrileras, levantándose humeantes chimeneas sobre aquellos horizontes antes sin

caseríos y sin cultivos, se escucha el grave rumor de la maquinaria‖.313

Años atrás, a raíz de

la participación de los sinaloenses en la Feria Universal de Chicago, haciendo un uso de la

retórica de la época y del lugar común, un orador expresaba: ―El Progreso es un tren

lanzado á todo vapor y ¡ay del que pretendiere detener su marcha!‖.314

Ambas figuras de la

máquina aparecen en una décima de un poema firmado por J. Antonio Gaxiola, en el cual

reconocía también que ―hoy el progreso y la paz/ levantan nuestra nación‖:

La nueva generación

Marcha entusiasta y feliz,

Porque vé nuestro país

Libre de toda opresión.

Ahora, en vez del cañón

Formidable, asolador,

Se oye el solemne rumor,

La férrea locomotora

Y el silbato del vapor.315

Aunque todavía en la primera década del siglo XX, Heriberto Frías con pesimismo

representó a la región occidental mexicana como ―aislada del resto del país (triplemente

aislada: por el océano, por la sierra y por la distancia)‖,316

otra era la idea de los literatos

ligados al régimen de Cañedo; como el poeta Pedro Victoria, por ejemplo, quien asentó que

el mar mantenía un estrecho lazo con los avances científicos, pues si antes la distancia era

abismal entre un continente y otro —o entre los extremos de uno de estos—, ahora la red

humana se reducía debido a la tecnología; pues en otra décima del poema titulado ―La

instrucción‖, expresó:

De los mares al través

el vapor suple a la vela

de la tarda carabela

313

Editorial, ―México industrial. Obreros y máquinas‖, MEF, febrero 21 de 1905, núm. 653, p.1 314

Norberto Domínguez, ―En la distribución de premios a los expositores sinaloenses en Chicago‖, BS,

noviembre 1 de 1898, núm. 22, p. 170. 315

J. Antonio Gaxiola, ―Canto patriótico‖, ECT, jueves 6 de mayo de 1897, núm. 3821, p. 1. 316

Heriberto Frías, op. cit., p. 168.

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del náutico genovés.

La distancia ya no es

Aquel infranqueable muro;

pues de la ciencia al conjuro

la devoran jadeantes,

esos palacios flotantes

que van a puerto seguro.317

El conocimiento, proyectó el poeta ante su audiencia, también evolucionaba; no sólo eso,

era el auténtico motor que hacía avanzar a la sociedad. La carabela (anunciada con la

metonimia de ―la vela‖) era percibida, en este sentido, como el primer eslabón de la cadena

evolutiva del transporte marítimo, mientras que ―el vapor‖ (que aludía al buque), figuraba

como el último y decididamente moderno: no solo eran veloces (devoraban la distancia),

sino también lujosos: eran ―palacios flotantes‖ y, sobre todo, el poeta los presentaba como

de lo más confiable: ―van a puerto seguro‖. Todo ello había sido logrado por la ciencia, y

en el fondo de este razonamiento, el buque surgía como el símbolo mismo del progreso

intelectual que se materializaba en algo tangible y evidente. No había, pues, lugar a dudas:

la vista no engañaba. En este sentido, el mar y el puerto fueron concebidos como las

entradas naturales de la modernidad. Asimismo, con énfasis parecido, en otro poema habría

de señalar cómo el saber dominaba a la naturaleza, desentrañando la ley de los elementos,

alcanzando el hombre un rango similar al de Dios:

Ya sin temor y con la ciencia armado,

Los elementos mira cara á cara,

y los pone á su antojo, porque ha hallado

la ley á que el Criador los sujetara.318

El liberalismo del autor lo llevó, una vez más, a aproximar al hombre de ciencia con el Dios

bíblico y a enfrentarse, con tal postura, a los conservadores. Armado con el saber, el

hombre domeñaba la naturaleza y, por medio del empleo del vapor, recorría valles, cerros y

el océano mismo:

En alas de vapor que con su mano

en tubo estrecho de metal encierra,

317

Pedro Victoria, ―La instrucción‖, ML, 1889, p. 91. 318

Pedro Victoria, sin título, ML, op. cit., p. 99.

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recorre las llanuras del océano,

los valles y collados de la tierra.319

Por otro lado, la distancia que antes separaba a las naciones (―infranqueable muro‖), decía

el poeta, era vencida para estrechar los lazos humanos en ámbitos diversos, principalmente

mercantiles, pues en otra décima del mismo poema, expresará que la época de paz se había

inaugurado, lo que permitía el intercambio de productos:

Ya los pueblos que vivían

de contínuas invasiones,

hoy en vez de sus legiones

sus productos sólo envían.

Así trabajando, ansían

cada cual ser el primero;

y surge el rico venero

de bienes que se prodigan,

y unos y otros se ligan

con sus vínculos de acero.320

Y es que los poetas, además de ver en el mar un elemento de inspiración, quisieron también

señalar que por el ancho sendero de agua, las novedades de distinta naturaleza llegaban al

puerto y de ahí a tierra adentro: bienes materiales y bienes espirituales. Ángel Beltrán, del

mismo modo que Victoria, enfatizó que la maravilla del barco de vapor era posible gracias

a la ciencia,321

ese otro puerto que se atisbó como deparador de certidumbre e ilusiones a la

humanidad. Escrito en endecasílabos, el poema titulado ―El progreso‖ no deja lugar a dudas

de la identificación de esa idea con el barco de vapor:

Realiza Fúlton su glorioso anhelo:

el ―Clérmont‖ corta la corriente airada

en que refleja su cobalto el cielo;

y la vista, en el alma concentrada,

hoy mira por millares

los buques de vapor sobre los mares,

llevando a remotísimas regiones

del comercio y la industria los pendones.322

319

Ídem. 320

Pedro Victoria, ―La instrucción‖, ML, p. 91. 321

El barco de vapor fue puesto en práctica en el río Sena por Robert Fulton en 1803. 322

Ángel Beltrán, ―El Progreso‖, ML, p. 94.

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La ciencia, al obrar el milagro de la multiplicación, hacía posible el progreso. Hay, por otro

lado, un verso que perturba: ―y la vista, en el alma concentrada‖. ¿En qué alma se concentra

la vista? Es posible que se refiera al alma del mar, pues enseguida añade que por él surcan

miles de vapores; sin embargo, quizá de manera inconsciente, el poeta haya aludido al alma

interna y visto en ella a los buques como símbolos de la civilización. De lo que no hay duda

es que el vapor era percibido y representado como elementos introductores del adelanto,

sobre todo por la alta valoración que se tenía del comercio y de la industria y, además,

había una certeza: tarde o temprano debía llegar el progreso a cualquier región, por más

remota que ésta se encontrara. El fenómeno de la globalización a través de las

comunicaciones, aunque incipiente, comenzaba a ser formulado.

Como es notorio, el barco de vapor aparecía ligado no sólo a la ciencia, sino

también al comercio: pues éste lo transportaba, como señalara Beltrán, a remotísimas

regiones. Una muestra de cómo la representación del comercio está imbricada con el puerto

es la siguiente escena recreada por Heriberto Frías, quien describió de manera

cinematográfica el movimiento portuario:

Férrea y ardiente vida de puerto. No había juventud áurea ni ocio diurno; durante

la jornada a pesar del calor resonaba el estrépito del trabajo; percibíase el rumor

de los talleres; escuchábase el palpitar de los motores de las fábricas, estruendo

insistente que de lejos confundíase con el perenne clamor del mar, del mar que

en todo su irregular perímetro (excepto estrechísima faja) ceñía amorosamente

aquel peregrino Mazatlán.323

El movimiento laboral está enfatizado por los adjetivos, los cuales denotan adversidad:

―férrea y ardiente‖. Pese a lo rudo del trabajo, sumado a la atmósfera calurosa, aquél no se

detenía: no había joven que, de día, no trabajara. Asimismo, la dinámica del trabajo es, más

que visual, totalmente auditiva, puesta de manifiesto por los verbos y los propios adjetivos:

―resonaba el estrépito‖, ―percibíase el rumor‖, ―escuchábase el palpitar‖, el ―estruendo

insistente‖ y el ―perenne clamor‖; el autor recreó así —con el uso de la aliteración que se

apoyó por el fonema /r/, vibrante múltiple— una atmósfera sonora.

El barco, por otra parte, también habría de estar vinculado con el aspecto cultural y,

en ese sentido, con la parte espiritual de la población. En un par de poemas, Victoria aludió

323

Heriberto Frías, ―X. Mazatlán por fuera‖, en El triunfo de Sancho Panza (Mazatlán), op. cit., p. 139.

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al mar como el espacio por donde la cultura hacía su arribo. En el soneto titulado

―Despedida‖, el poeta hizo referencia al mar que se llevaba a la artista italiana Carolina

Civili, dejando al puerto mazatleco con su vida ―monótona, sin goces ni consuelo‖, es decir,

su presencia había sido capaz de sacudir el tedio de la pequeña, pero culta, ciudad; y

añadía:

Ya el marinero en su bajel te espera

levando el ancla con canción sonora:

¡adiós mujer! nuestra afección sincera

te acompaña por siempre desde ahora:

y tú al cruzar el mar, y por doquiera,

recuerda á Mazatlán que por ti llora.324

Pero es en un soneto de Julio G. Arce, titulado ―Cuadro‖, donde la carga simbólica del

barco de vapor aparece de un modo diáfano. Dicho poema está dividido, de forma

implícita, por dos temporalidades: una, donde lo que reina en el mar es la quietud, pues ni

siquiera hay olas; el segundo momento es cuando, de improviso, todo es ruido y

movimiento: surge el barco de vapor, imponente. Así pues, dicen las primeras dos estrofas

del poema dedicado a Rafael Cañedo, hijo del general y gobernador de Sinaloa:

Tranquilo el mar. En la extensión distante

estalla en tintas la naciente aurora

y el hirviente oleaje se colora

con los áureos matices del Levante.

No revienta la onda, murmurante

va á morir á la playa abrasadora:

y en la gallarda barca pescadora

canta sus infortunios al amante.325

El título del soneto, como fue usual por parte de la literatura ―positivista‖, pretendió por

medio de la mímesis copiar la realidad. Sin embargo, hay un simbolismo que emerge de la

propia subjetividad. Por principio, el amanecer dorado remite al momento inaugural de la

civilización; ahí donde la mexicana se encontraba naciendo en un ―mar tranquilo‖, es decir,

sin agitación ni sobresaltos de ninguna índole. Sinaloa, como el país, se encontraban en una

324

Pedro Victoria, ―Despedida‖, ML, op. cit., p. 92. 325

Julio G. Arce, ―Cuadro‖, BS, 1 de noviembre de 1898, núm. 22, p. 172.

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aurora de oro: llena de riqueza y porvenir; con el resto del día por delante. Se trataba de una

alusión al plano material, pero también al espiritual. El régimen porfiriano había

atravesado, por fin, la noche alegórica: la del atraso e ignorancia, de las luchas civiles y del

déficit financiero. Asimismo, los últimos versos enmarcan el ―cuadro‖ regional, bucólico:

un pescador es arrullado, de forma armónica, por las suaves olas. De repente, no obstante:

Turba aquella quietud rumor cercano

y en el fondo, sin sombras, del paisaje

aparece altanero y soberano

raúdo vapor que hiende el oleaje

y en espumas revienta el océano,

al Progreso rindiendo vasallaje.326

Lo único que podía quebrantar la armonía e interrumpir la paz era la Máquina, en este

contexto, el signo del progreso. El paisaje ―sin sombras‖ señalaba la absoluta claridad para

ver, pero también para oír, cómo surgía el vapor ―altanero y soberano‖, quien, sin embargo,

siendo un rey mostraba sumisión ante otro más fuerte y más alto: el Progreso, a quien le

rendía vasallaje. Desde la perspectiva del autor, el barco era lo que dinamizaba a la región.

Por el puerto, gracias a la máquina, entraban y salían capitales y mercancías, viajeros y

libros, cultura e ideas. La tónica positivista, en resumen, es notoria: el progreso se

materializaba durante el régimen porfirista; solamente la paz debía ser interrumpida por el

trabajo, el cual prometía, como la fe en la máquina misma, la redención. En conclusión, el

barco de vapor operó durante el cañedismo como un símbolo del progreso.

4.3 El símbolo del crepúsculo y otras imágenes de la decadencia

Durante esta época, el decadentismo en Sinaloa como actitud estética, si recreó lo sórdido

de la sociedad fue sólo para condenarlo o para hacer sentenciosamente sensibles a los

lectores; aunque dentro de esa actitud consciente y programática, emergieron en la

literatura símbolos y figuras expresivas de una corriente minoritaria y subterránea: los

indicios de ser una época infeliz, marcada por temores a los desastres naturales y los

326

Ídem.

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139

problemas sociales que destruían a la civilización y producían una decadencia física e

incluso moral.

Los vicios, la pobreza e incluso los desastres naturales —que exhibían lo precario y

deplorable de la entidad—, se recrearon para moralizar, educar, impresionar, pero no para

criticar o denunciar. Así, se efectuaron representaciones con el recurso estilístico del

romanticismo/realismo —por lo que a veces su escritura coincide con fechas de desastres-,

fenómenos meteorológicos que diezmaron a la población: sequías, heladas, ríos crecidos;

así como enfermedades; pero se trataban de factores naturales, ajenos a la voluntad del

régimen. Porque lo único más allá de la jurisdicción de Cañedo o de Díaz, era el poder

divino expresado en la impredecible Naturaleza.

El 6 y 7 de octubre de1887, un huracán azotó el sur de Sinaloa. Por tal razón, en

Mazatlán, se organizaron tres kermeses para recaudar fondos, pues se debía socorrer a los

desvalidos como un rasgo de la civilización, según decía Gómez Flores, depositando ―el

óbolo generoso en el ánfora de la filantropía‖.327

Con la finalidad de conmover al auditorio,

Pedro Victoria declamó ―Poesía leída en una fiesta filantrópica‖, en la que edificó una

doble representación de Sinaloa. Por un lado, y como introducción, aparecía una entidad

próspera y productiva debido a la actividad humana, cuya riqueza la debía a tres principales

ramas de la economía: la minería, la agricultura y el comercio. Antes del meteoro, todo era

paz y progreso:

Las labores, los campos y las minas,

atraviesan innúmeros atajos

con que el comercio próspero reparte

á los diversos pueblos separados,

el bienestar que el cambio proporciona

de los variados frutos del trabajo.328

Pero después, en el ínterin del poema, la acción del huracán desenlazaría la tragedia, pues

después del chubasco, los ríos —el San Diego y el Rosario— se desbordan y arrasan con

todo a su paso, igual en la ciudad que el campo. Aparece así una imagen contrapuesta del

progreso, la Sinaloa devastada por la irracional fuerza del Medio:

327

Francisco Gómez Flores, ―Las kérmesse de Mazatlán‖, Narraciones y Caprichos…, op. cit., pp. 16-17. 328

Pedro Victoria, ―Poesía leída en una fiesta filantrópica‖, ML, p. 95.

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Allí tenéis; mirad esas riberas

que convirtió en un páramo el estrago

sin choza el labrador y sin cosechas;

laméntase el pastor sin sus ganados;

el minero inundadas ve sus minas,

perdido su caudal y su trabajo;

el comerciante en la común desgracia

con crédito insolvente y arruinado.329

En estos versos endecasílabos se concentran los pilares productivos para señalar su

destrucción: agricultura, minería y comercio; la adversidad recorre toda la estrofa, pues el

universo semántico denota daños, desolación y carencias. Además, para patentizar la

magnitud de la tragedia, la muerte aparece en la parte final del poema: ―Allí la viuda

inconsolable llora/ la eterna ausencia del esposo náufrago;/ y la madre infeliz no ve a sus

hijos‖. Si el poder humano no evitó la desgracia, sí en cambio podía aliviarla. Una vez que

el cuadro realista había sido expuesto, Pedro Victoria concluyó el poema con dos versos

que surgen con fuerza expresiva, pues este escenario de decadencia física era ideal para

poner en práctica lo natural de una sociedad civilizada y progresista: ―¡Acudid á enjugar

lágrimas tantas!/ ¡Socorred por piedad al desgraciado!‖.

Los literatos sinaloenses forjaron un mundo maniqueo, oscilante entre el bien y el

mal. Desde esta perspectiva, por ejemplo, Jesús G. Andrade escribió el poema ―Al

Humaya‖ —uno de los ríos de Culiacán—, en el que está delineado en primera instancia un

paisaje bucólico y sereno, como un remanso espiritual (―Émulo de los mares, en tu seno/ La

eternidad se encierra‖); no obstante, después —y por antítesis—, surge la imagen de un río

crecido, provocador de estragos, y si bien guarda atributos humanos, estos son terribles e

irracionales. Se trataba, más que realista, de una visión romántica, donde Andrade buscó

copiar al río no sólo desde un enunciado verbal, sino también con el ritmo métrico —usó el

patrón de la silva—, proyectando con ello una imagen tanto visual —en el papel impreso—

como auditiva —al ser leída—, pues combinó versos de arte mayor (endecasílabos) con de

arte menor (heptasílabos), lo que propiciaba cesuras que se fortalecen con los

encabalgamientos:

Mas otras veces, cuando airado, horrible

329

Ídem.

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Eres monstruo terrible

Y te revuelves en tu propio seno

En convulsiones de titán herido.

[…]

Así pasas revuelto é imponente

Semejando un torrente;

Y en tu grandiosa y eternal batalla,

Luchas contra ti mismo y es tu acento

El del rayo violento.

[…]

Cuando sus mil horrores

Lanzan los cielos, y su horrible grito,

Tu retumbante voz, tu voz que truena,

Parece que resuena,

En la obscura región del infinito.330

No hay neutralidad en la descripción. La serie de adjetivos muestran asombro y pavura, así

como impotencia. La Naturaleza, sin duda, fue admirada a la vez que temida. En un el

soneto ―Acuarela‖ Julio G. Arce, igualmente recurrió a la partición del mundo —lo bueno y

lo malo—, como un recurso retórico que le diera efectividad a su descripción realista de la

llegada de un huracán. De manera contrapuesta, la primera parte —los dos cuartetos— hace

referencia a un paisaje marino en calma, en donde un pescador se dirige a la orilla en una

barca ―envuelta en nubes de ligera bruma‖, sin embargo, en los dos tercetos la segunda

parte escenifica el modo en que esa paz es quebrantada por el viento fiero y nubes

borrascosas:

De pronto el huracán azota fiero;

una nube ennegrece el firmamento;

se alborota la mar, la luz desmaya,

y ve llegar, el rudo marinero

á sus hijos, en santo arrobamiento

orando, de rodillas, en la playa.331

Contra los acometidos de la Naturaleza, sugiere el poema de Arce, sólo la Providencia

podía acudir en auxilio del hombre. La imagen de los hijos orando por la salvación del

padre remite, desde esa visión religiosa, al elemento ideológico del conservadurismo: la

330

Jesús G. Andrade, ―Al Humaya‖, BS, 1 de diciembre de 1897, núm. 6, pp.47-87. 331

Julio G. Arce, ―Acuarela‖, BS, 1 de febrero de 1898, núm. 10, p. 74.

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veneración del pilar de la familia. Después de todo, frente a los poderosos influjos de la

naturaleza, a lo único que se podía apelar era a la voluntad de la Divinidad.

Por otra parte, contrario a la abundancia de agua y sus desastres infligidos, está la

representación de otros fenómenos meteorológicos: la sequía veraniega y la invernal

helada. Recién estrenado el siglo XX hubo una sequía, según documentos históricos, que

propició escasez de alimentos y alza de precios.332

Un soneto del médico y literato Enrique

González Martínez dibujó en dos cuartetos la situación crítica de los campesinos, cuyos

ojos son alzados al cielo por una nube en el horizonte:

Junto al maizal, la gente campesina,

los turbios ojos levantado al cielo,

ve de la nube gris el amplio vuelo

que allá por el oriente se avecina.

Tristes sus tallos el maizal inclina,

muere de sed el abrasado suelo;

mas un hálito dulce de consuelo

en cada humilde corazón germina.333

Pese al estilo realista, gracias a la destreza del poeta, hay un juego de correspondencias

entre las metáforas: los turbios ojos de los campesinos están revueltos y tristes como el

maizal inclinado; y, al mismo tiempo, hay dos planos que contrastan: un arriba, el cielo y la

esperanza, y un abajo, la realidad, el suelo y su desolación. Debido al yermo terreno,

sediento y abrasado, lo único que puede germinar es el consuelo, la posibilidad de que

llueva. Sin embargo, pese a los augurios, los caprichos de la naturaleza se erigían

inapelables:

Preñada de favores, ya la nube

ligera y rauda por el éter sube

y gigantesca por el cenit avanza…

¡Mas, ay, que el norte su furor subleva

y con su aliento funeral se lleva

a un tiempo mismo nube y esperanza!

332

Miguel Ángel Higuera Félix y Milagros Millán Rocha, op. cit., p. 94 y ss. 333

Enrique González Martínez, ―Sequía‖, en Preludios, 1903, op. cit., p. 93.

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La representación es completamente funesta. El norte, con que está designado el viento,

aparece —logrado por el recurso de la prosopopeya— como una personificación de la

muerte: el norte sopló ―su aliento funeral‖ para alejar a la nube, que simbolizaba no sólo la

esperanza, sino la vida misma. Esto comprueba el arquetipo de la polaridad: cada polo

conlleva un significado que proyecta un metalenguaje cargado de valores. En consonancia

con esa visión aciaga, Francisco Medina publicó con un título significativo, ―Las ruinas de

la aldea‖ en 1897. En este poema, los estragos y la desolación son ocasionados por una

helada, que afectó por igual árboles y endebles chozas:

¡Cómo queda sin hojas el manguero

que ayer exuberante florecía;

mustio quedó bajo el impulso fiero

y agostador de la nevada impía.

[…]

Hoy todo es soledad, en el bohío

concluyó aquel hogar feliz y tierno;

todo quedó desecho por el frío

de las heladas noches del invierno.334

Aunque presenta un matiz bucólico, el poeta suprimió de ese paisaje campirano cualquier

acción humana, e incluso animal: ―Ya no se oye la endecha placentera/ del labrador

volviendo del sembrado,/ Ni el balar de la oveja en la ribera‖. Todo ha sido tocado, en

suma, por la desolación. De manera hiperbólica, Medina construyó la imagen de una helada

catastrófica, la cual no sólo desnudó árboles frutales, sino que hizo desaparecer cualquier

rastro de vida. La imagen, además, aborda el pesimismo desde un espíritu romántico: la

Naturaleza es aciaga; y si bien había prodigado felicidad, terminó por clausurar esa

manifestación en el hogar campesino. Las noches heladas, como una alegoría del

romanticismo, remiten de hecho a la muerte; múltiples son las imágenes construidas bajo

ese tópico. Incluso la imagen de la noche es polisémica, pero lo más común es la relación

de lo oscuro con el mal; así, por ejemplo, Fernando Vizcarra diría: ―Aparece, cual grande

murciélago,/ Satanás, protector de tinieblas/ Que dibuja su forma en las nieblas‖.335

334

Francisco Medina, ―Las ruinas de la aldea‖, ECT, 15 de agosto de 1897, núm. 3920, p. 1. 335

Fernando Vizcarra, ―La noche‖, ECT, jueves 7 de enero de 1897, núm. 3709, p. 4.

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Se tiene así, de este modo, que el atardecer simbolizó la declinación de la vida y,

más allá, la de una época. De forma histórica, las estaciones o las fases del día se

relacionaron por correspondencia con el ciclo vital. El crepúsculo significó el fin de la

esperanza y el principio del fin. El decadentismo se nutrió de la tradición romántica, como

lo hizo también de la teoría complementaria al positivismo, la cual sostenía —como señaló

Rousseau— que todo en manos del hombre degeneraba. Si existió una teoría del progreso,

entonces existió una sobre la decadencia, según Herman.336

En este sentido, la

representación de la esperanza en un futuro promisorio —que los adeptos al régimen

porfiriano recrearon con demasía— fue desplazada por la de sentimientos sombríos y

tristes; incluso el futuro se representó como un espacio desierto, estéril por excelencia.

Honorato Barrera, escritor jalisciense vinculado a los de Culiacán, expresaría: ―Marcho,

atisbo y todo es fango: que llanuras más desiertas,/ Cuántos tristes pordioseros con las

frentes ulceradas‖;337

Manuel Rocha y Chabre, de Chihuahua, también diría: ―De sombras

lleno el porvenir contemplo,/ apuro el cáliz del presente amargo‖.338

E igualmente

Francisco Medina, quien fue de los pocos poetas sinaloenses que, en su fase inicial, se

decantó por escribir en este estilo, escribiendo el poemario Juventud lóbrega (inédito), en el

que la angustia, el desencanto, la desolación y el hastío son temas recurrentes; por ejemplo,

en el soneto ―VIII. Fe‖, decía: ―Del bien no busques el destello claro,/ Todo es crespón en

este siglo, advierte‖.339

Pero es en un poema dedicado a su padre —por lo que dimensión

autobiográfica explica en cierta medida la significación del poema—, abordó el tópico de la

vida con una visión pesimista y representó ésa con la metáfora del crepúsculo:

Contemplas en derredor todo sombrío

Cuando ves que del mundo en el desierto

No encuentro una esperanza… ¡Padre mío!

Soy el bajel y he de buscar el puerto!

El mundo nos combate inexorable;

No respeta tu angustia y tu agonía…

Ya no sufras por mí: no eres culpable

336

Arthur Herman, ―1. Progreso, caída y decadencia‖, La idea de decadencia en la historia occidental,

Barcelona, Editorial Andrés Bello, 1998. p. 23. 337

Honorato Barrera, ―Sur la breche‖, BS, 21 de septiembre de 1898, núm. 18, pág. 162. 338

Manuel Rocha y Chabre, ―En la heredad‖, BS, 1 de septiembre de 1898, núm. 20, p. 158. 339

Francisco Medina, ―VIII. Fe, de Juventud lóbrega‖, BS, núm. 18, julio 1 de 1898, p. 140.

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De que concluya en mi existir el día!340

El poema, en voz del sujeto lírico, presenta una doble perspectiva: la del padre y la del hijo.

El primero ve a su vástago errar sin esperanza por un mundo metaforizado con el desierto;

mientras que para el segundo el mundo es el océano, donde él es un bajel que naufraga y

busca un lugar seguro para pisar suelo firme. El mundo, de esta forma, es un desierto —de

tierra o agua— donde no existe la esperanza, y la vida, un eterno naufragio. Es, además, un

espacio hostil y agresivo: ―El mundo nos combate inexorable‖; y la dimensión patémica341

se explicita con claridad: el padre sufre al ver padecer al hijo, de ahí que éste le diga: ―Ya

no sufras por mí…‖. Por último, el verso final es sumamente significativo: el día concluye

en el cuerpo del hijo: es en sí mismo un crepúsculo, un cuerpo que se consume y declina.

En otro poema, Medina igualmente retomó la tarde como un símbolo de la decadencia

espiritual, y el futuro también fue representando como un paisaje desierto:

Quiero que la tristeza me consuma

Sin que mi mal se agite con alarde:

Tal vez será esa pena cual la bruma

Que muere con las luces de la tarde.

Tal vez no sea así… mas nada anhelo,

Ni siquiera curar mi vida enferma:

Que desciendan más témpanos de hielos,

A la llanura intransitable y yerma.342

La poesía francesa —con Baudelaire como figura tutelar—, es cierto, recreó el sentimiento

del fin du siécle, caracterizado por el tedio —el spleen— de la vida burguesa e industrial,

así como el refugio en el arte de frente al positivismo, donde finalmente ―El estudio de lo

bello es un duelo en el que el artista grita de miedo antes de ser vencido‖.343

Esta bruma del

poema era, pues, aquella niebla parisina, apropiada por el poeta sinaloense en su texto; ello

340

Francisco Medina, ―XXXII. A mi padre‖, ECT, 3 de junio de 1897. 341

Fontanille se refiere a esta dimensión como el comportamiento pasional que irrumpe en lo ―somático‖; en

este caso, el padre sufre los padecimientos del hijo, pero lo siente tanto en lo físico, como en lo moral.

Algirdas J. Greimas y Jacques Fontanille, Semiótica de las pasiones. De los estados de cosas a los estados de

ánimo, Siglo XXI-BUAP, México, 2002, p. 140. 342

Francisco Medina, ―En días de lucha –A mi padre. De Juventud lóbrega‖, BS, julio 15 de 1898, núm. 19,

p. 147. 343

Charles Baudelaire, ―III. El confiteor del artista‖, El spleen de París, México, Fontamara, 3ª edición, 1998,

3ª edición, p. 20.

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se hace evidente cuando dice: ―Tal vez no sea así…‖, esto es, indicó que esa representación

podía no ser suya, mas el sentimiento de vacuidad, sí; por cierto, la metáfora final es por

demás paradójica: ¿témpanos de hielo deslizándose por una llanura desierta? A menos que

éstos simbolicen la frialdad del mundo, pues la historia, expresa versos más adelante el

poeta, ―debe ser una historia de crespones‖. La muerte, el luto, son referencias que el

símbolo del crepúsculo conlleva en su carga semántica; ello se revela asimismo en un

poema del mazatleco Esteban Flores, quien no se libró de los influjos de la estética

decadente. En ―Incoherencias‖ –título que denota un síntoma de delirio-, Flores expresa de

manera tácita una representación de la zozobra, la cercanía de la Muerte y la pérdida de la

fe; para el sujeto lírico todo era vano, banal:

¿Combatir?... ¿para qué? Ya mis anhelos

Huyeron en tropel… La Muerte avanza…

Y en el negror profundo de los cielos,

-Luz efímera,- se hunde mi esperanza!344

Ligado al tópico del crepúsculo está el sentimiento de tristeza; se trata, desde luego, de la

expresión del estilo romántico que, entre otros, el español Francisco Villaespesa practicó

(―Asómate al balcón; cesa en tus bromas/ la tristeza de la tarde siente‖, Ocaso). En esta

tesitura, Medina —en ―II. Perfiles— recreó la caída del sol sobre la aldea: ―Desfalleció

tristísima la tarde/ […]/ ¡Todo yace cubierto por la sombra!‖;345

de forma casi idéntica

Benjamín Vidal, años atrás, había escrito: ―Mas cuando tiende el sonrosado velo/ la triste

tarde por la esfera umbría,/ llora, perdido el fin, mi alma vacía/ aquel placer trocado en

desconsuelo‖.346

Hay detrás de toda esta representación, sin duda, el imaginario religioso, la

idea del hombre como un ser condenado a sufrir en la tierra. Por tal razón, la imagen del

crepúsculo también fue asociada con el sentimiento de evasión, de fuga de la prisión

terrenal; expresaba Ángel Beltrán: ―Son ansias de volar. Es nostalgia/ por algo que no

existe, que no toco‖: se trató de la figura del hombre como un ser escindido, en busca de

restaurar su pasado, de retornar al Paraíso, pues añadía:

344

Esteban Flores, ―Incoherencias‖, BS, julio 15 de 1898, núm. 19, p. 146. 345

Francisco Medina, ―De Campestres, II. Perfiles‖, BS, 15 de diciembre de 1897, núm. 7, p. 50. 346

Benjamín Vidal, ―Mi esperanza‖, ML, 1889, p. 167.

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147

Es atroz desaliento cuando veo

en el mundo miseria tras miseria:

es ¡ay! que mi alma en su inmortal deseo

quiere el lazo romper de la materia.

[…]

Pereza, laxitud, enervamiento,

frío en el cuerpo y en el alma frío;

y sin embargo vegetar me siento

en un mundo falaz que no es el mío.347

Se trataban, los referidos por Beltrán, de los males del siglo que el capitalismo produjo en

el proceso de individuación: el ocio, la debilidad y la preocupación o angustia.348

No

obstante, la visión platónica del alma errante —que el cristianismo se apropiaría—, está

patente. Se trata de un alma dislocada, fuera de sitio, que no reconoce el mundo como suyo,

de ahí su deseo de morir: el ―inmortal deseo/ quiere el lazo romper de la materia‖. De modo

similar Teresa Villa escribió acerca del deseo de volar, junto con su familia, hacia el

firmamento; llama la atención, además, por ser una prosa autobiográfica: ―A esta hora, en

que la luz crepuscular desfallecía ante nuestra vista y la naturaleza estaba magníficamente

bellísima, me encontraba sobre la arena de unas de las riberas encantadoras del Humaya‖.

Este escenario, las orillas del río de Culiacán, le haría anhelar reunir a sus seres queridos ―y

con ellos, cual aves, poder volar y remontarnos en rauda ascensión al infinito, rasgar la

etérea gasa y perder en la azul inmensidad, para no tornar a tierra jamás‖.349

La prosa,

aunque realista en la descripción del paisaje, recrea también un paisaje interior: el del alma

dispuesta a huir, e buscar un bienestar fuera del mundo.

El crepúsculo fue, pues, un símbolo de la decadencia física, así como espiritual,

presente –aunque poco visible- en la literatura del cañedismo. Por ejemplo, el final de la

novela de Los triunfos de Sancho Panza, de Frías, cuando el periodista Miguel Mercado se

marcha de Mazatlán –fue acusado de difamación por revelar en un reportaje las

maquinaciones para estafar al ingeniero Manuel Muileón-, el atardecer, el crepúsculo, se

convierte en el escenario de la consumación de la decadencia, pues el sol que cae es, al

mismo tiempo que un escudo, una moneda, es también el rostro de Sancho Panza

347

Ángel Beltrán, ―Sombras‖, ML, p. 213. 348

Véase la p. 73 de esta investigación, donde se alude al trabajo histórico realizado por Ariés y Duby

respecto a las enfermedades propiciadas por la era industrial. 349

Teresa Villa, ―Crepúsculo‖, BS, 1 de junio de 1898, núm. 7, pp.131-132.

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eclipsando la verdad e instaurando el reino de la mentira.350

Es cierto, Frías fue uno de los

que criticó, ya en las postrimerías del cañedismo, al régimen porfiriano; ridiculizó el

discurso del progreso, como se muestra en la siguiente escena donde el orador busca

convencer al ingeniero Muileón para que radicase en Mazatlán e invirtiera todo su dinero

en empresas fantasmas:

—Porque aquí los profesionistas –declamaba en tanto el del brindis-

representados por dos eminencias médicas, el Dr. Merwink y el Dr.

Santiesteban, os dicen: señor ingeniero, reposa y confía; porque aquí el alto

Comercio, la alta Industria y la alta Banca representados dignamente por Mr.

Orland Fields, os dicen: señor ingeniero, reposa y confía; porque aquí la

juventud masculina representada por esos alegres jóvenes que son el porvenir

físico y moral de la Patria, consagrados de día al trabajo en el puerto o en sus

oficinas, y de noche a la música y a la galantería, paseando en abiertos carruajes

al son de melifluas orquestas, desgranando serenatas a sus bellas, os dice: ¡señor

ingeniero, reposa y confía!... 351

De este modo, los sectores ―representativos del progreso‖ –el comercio, la industria y los

profesionistas- eran causa de mofa, desprecio y rabia en el periodista Mercado, según lo

revela el autor a través del narrador que, desde la perspectiva del personaje, expuso lo que

éste pensaba:

Aquello era intolerable y no parecía terminar nunca. ¡Cuánta mentira, y qué

sereno, qué pomposo cinismo! ¡Con qué tranquila audacia veía que el adulón

abogadito aquel calumniaba a Mazatlán! Porque estaba seguro de que en el

paseo no había ningún representante de su alto Comercio, ni de su alta Industria

y mucho menos de sus profesionistas, pues el Dr. Merwink era un charlatán que

se decía el mejor sabio oculista del mundo, y el Dr. Santiesteban un calavera

cuyo título sospechoso sólo amparaba al fracasado, al destripado…352

Por otra parte, si bien la censura, o la autocensura, determinó que la expresión

―decadentista‖ fuera poco recurrente, sin embargo los literatos construyeron algunas

estrategias –ya inconscientes o deliberadas- para recrear el tópico de la crisis moral. Por

ejemplo, Julio G. Arce tituló una prosa como ―Fantaseos‖, en señal de que se trataba de una

mera invención, para señalar que la felicidad no existía: el personaje es un peregrino –un

350

Véase el apartado. 3.3 de esta investigación. 351

Heriberto Frías, ―I. Proa a la luna‖, op. cit., pp. 42-43. 352

Ídem.

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bohemio- que busca la dicha en bosques y selvas, en palacios y chozas, sólo para

confirmar: ―-La dicha no existe! Con razón se ha dicho que estamos en un valle de

lágrimas!‖.353

Como es evidente, predomina en esta visión la imaginería religiosa: la tierra

como un valle de lágrimas, es decir, de sufrimientos por haber perdido el paraíso. De un

modo atípico, por ser terrible, Adolfo O‘Ryan creó un personaje para quien las virtudes

cristianas (la fe, la esperanza y la caridad) estaban extraviadas, y afirmaba: ―Si vemos que

sobre la tierra no hay probabilidad alguna de mejorar nuestra suerte, nuestro único consuelo

es… el suicidio‖. Si la frase era fuerte, no lo era menos su denuncia, ya que señalaba que la

caridad había sido corrompida, pues servía para el engaño y el timo en todos los niveles

sociales, desde los caballeros hasta los falsos mendigos:

No tardé en descubrir que abusaban de mis sentimientos. Varias instituciones

que protegía empleaban los fondos que colectaban en operaciones bancarias. La

mayor parte de caballeros á quienes creía en realidad ayudar en un mal paso,

usaban mi donativo en algún baile ó fiesta. Infinidad de viudas que socorría,

tenían dos ó tres maridos; numerosos ciegos, cojos y mancos que consideraba

como mis protegidos predilectos, resultaron ver, correr y robar como los pícaros

más listos.354

Asimismo, las enfermedades realmente diezmaron a la población sinaloense durante el

periodo del cañedismo. Cuando el dictador ya había muerto y gobernaba Diego Redo, el

año de 1910 era avizorado como un cúmulo de padecimientos, como si la temible caja de

Pandora se hubiera abierto de forma irremediable. Haciendo un balance de 1909, Raúl

Jazbacan, asentaba en un poema:

Fecundo en enfermedades

y otras mil calamidades

el año anterior fue

¿Y el actual cómo será?...

Por lo que pasando está,

Más o menos ya se ve.355

Se trata de un poema popular (octosilábico), escrito más para entretener, pues contiene una

dosis de humor, si bien de humor negro. La visión del autor era fatalista, pues aseguraba

353

Julio G. Arce, ―Fantaseos‖, BS, 15 de abril de 1898, núm. 15, p. 119. 354

Zenón, ―La fe, la esperanza y la caridad‖, BS, 15 de noviembre de 1898, núm. 23, p. 180. 355

Raúl Jazbacan, ―De actualidad‖, ECT, martes 18 de enero de 1910, núm. 7955, p. 1.

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que los pobladores estaban ―fritos‖, y a los únicos que les iría bien, sería a los médicos y

boticarios. Y ofrecía un listado de todas las enfermedades que asolaban al apenas iniciado

año 1910:

Tos ferina, consunción,

Varioloide, sarampión,

Fiebres, murria, languidez

Y una que otra pulmonía

Son, hasta el presente día,

Los gajes del año diez.356

Añadía Jazbacan que enfermos y dementes eran productos, a la vez que símbolos, de la

ruina y el malestar, pues había tísicos y dementes: ―Todo es ruina y malestar‖. Y es que,

finalmente, amén de los enfermos, hubo otras dos figuras representativas de la decadencia:

el mendigo y el loco. En torno a éstas, la tradición literaria europea ya había forjado una

imagen bastante secular, pero a finales del XIX se resemantizaron para ser convertidas en

antihéroes (piénsese, por ejemplo, en Jean Valjean, de Víctor Hugo, o en el Raskolnikof de

Dostoievski). El decadentismo francés exaltó estas figuras —e incluso se imbricaron con el

mundo social (véase la figura del bohemio en el apartado 3.4) —, pero como ya se ha dicho

también, la literatura sinaloense las subvirtió: las despojó de su sentido contestatario,

usándolas para moralizar.

De esta forma, los periódicos informaban de la miseria prevaleciente a través de sus

propias representaciones: ―Ya es una verdadera calamidad el gran número de mendigos que

pululan por la ciudad, pues hasta en la noche es uno sorprendido por ellos en los paseos‖,

decía El Correo de la Tarde, en 1910. Estas personas fueron representadas como una

molesta plaga social que, irrespetuosa, se atrevía a interrumpir los paseos nocturnos. Por su

parte, los literatos también notificaban de ella, pero lo hacían para transmitir un mensaje:

ayudarlos, practicar la caridad. Así, Jesús G. Andrade escribió ―Un miserable‖, donde un

anciano pide limosna en una calle para llevar alimento a sus hijos, pero padece hambre, frío

y el desdén de los transeúntes. La descripción de la figura es minuciosa pues, con un estilo

naturalista, se encuentra construida con adjetivos semánticamente negativos.

356

Ídem.

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Víctima del furor invernal, sintiendo sobre su endeble y huesoso cuerpo todos

los inclementes rigores del frío, está acurrucado en el ángulo de un vetusto

edificio, un anciano doliente.

Apenas lo cubren miserables harapos. Su voz es débil, los pómulos salen

de su rostro enflaquecido y pálido, y se revela su inmensa tristeza en la infinita

languidez de sus pupilas.357

La intención, por supuesto, era conmover a los lectores; y la debilidad del anciano está

remarcada por los adjetivos con que su cuerpo está caracterizado: endeble, huesoso,

doliente, débil, enflaquecido, pálido, infinita languidez; por la calificación hecha a su ropa:

miserables harapos; así como por los epítetos aplicados al clima, inclemente, y al edificio,

vetusto; como elemento romántico, edificio y personaje se mimetizan, pues ambos, viejos y

frágiles, son azotados por el frío. En seguida, el anciano pide una limosna, y ―al encapotado

se le eriza el cabello, y prosigue su marcha veloz; sin escuchar las súplicas del mendigo‖.

La crítica social es clara: el encapotado alude a alguien con dinero, bien abrigado, quien

sintió miedo o aversión (―se le eriza el cabello‖); sobre todo, porque más adelante, el

narrador emite un juicio moral, llamándole ―malvado‖: ―—Piedad por Dios! ¡Señor,

señor!— gime con voz cada vez más fuerte, —como intentando hacerse oír del malvado

que se aleja‖. El final, que es donde se erige sobre todo la lección moral, es trágico: el

miserable muere tras haber comido carne envenenada, la cual recogió de la calle pero que

estaba destinada a los perros. De esta forma, al proyectar la imagen de un mendigo

desamparado, Andrade hacía notar la necesidad de socorrer a los pobres y, al mismo

tiempo, criticaba a los ricos que no eran caritativos.

Asimismo, la clase baja fue representada como un lastre atávico, la retardataria del

progreso, y a menudo se le identificó como la clase donde tenía lugar el crimen y los vicios.

Como era usual en la literatura nacional, Francisco Medina, en ―Tragedia de vecindad‖,

relató la vida de una costurera cuyo novio, celoso, le dio muerte a un sujeto en un baile;

pero es en ―Un epílogo‖ donde el mismo autor expone una moraleja simple: los hijos

debían ayudar a los padres —ancianos— y, al mismo tiempo, condena el alcohol: la historia

transcurre en una choza pobre; el padre convalece en la cama, mientras que su esposa se

lamenta de las deudas y del hijo ingrato que, en lugar de apoyar a su familia, se divierte:

―Ahora, si vivimos ó morimos, no le importa; él por el paseo, por el baile ¡digno modo de

357

Jesús G. Andrade, ―Un miserable‖, BS, 1 de mayo de 1898, núm. 16, p. 123.

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pagar los sacrificios que hemos hecho para que se instruya‖. El desenlace es trágico, ya que

el hijo, ahogado de vino, fue herido y llevado moribundo por los gendarmes a la casa, y el

padre, al verlo, habrá de sentenciar: ―—¡Quién creyera, que hoy que pensaba morder el pan

adquirido con tu trabajo, tenga que venderme yo para comprarte un pedazo de tierra…

¡Infeliz!‖.358

Históricamente, el alcohol durante el Porfiriato fue criticado, como por

ejemplo se leía en un periódico: ―Obreros, hijos del trabajo! Si queréis que vuestro espíritu

sea grande y puro, trabajad y estudiad, abandonad la taberna y poblad el taller y, en vez del

alcohol que destruye, tomad el licor del Evangelio interpretado por la ciencia‖.359

Por otro lado, la figura del mendigo fue complementada con otras dos visiones. La

de ser criminales por el hecho de su condición, así como la de representar, por su

precariedad, como seres incorruptibles. Ambas imágenes son de Medina. En la primera,

expresa: ―Habló con palabra trémula/ El moribundo mendigo:/ ¡Señor! ¿Por qué me

condenas/ A lavar de otro el delito?‖; donde la justicia divina hace eco de la justicia

humana: el mendigo muere en su cuarto sombrío: ―¡El infeliz harapiento/ Quedó en el suelo

tendido‖. 360

En la segunda, el poeta dirá, a la manera de Calderón de la Barca, que la vida

era ilusoria y el triunfo, sueño, y añadió: ―Es ficticia la victoria/ Que en la lucha alcanza al

hombre,/ Al deseo de renombre/ Jamás mi pecho da abrigo:/ Me resigno a ser mendigo/

¡Antes que manchar mi nombre!‖.361

Desde luego, este último poema se inscribe en un

contexto particular, pues Medina mantenía por estas fechas una batalla personal por hacerse

notar en el medio intelectual, y fue acusado por sus detractores de querer conquistar fama a

costa de ellos (véase la polémica con Híjar, González, entre otros, en el apartado 3.2).

Aunque apenas esbozada, se encuentra la figura del loco. De forma histórica, la

demencia en el Porfiriato fue usado como mecanismo de control social y, en las vísperas

del centenario de la Independencia, de ―limpieza‖ urbana, pues el moderno hospital

psiquiátrico asiló a indigentes, prostitutas, toxicómanos y delincuentes.362

Así, a fines de

358

Francisco Medina, ―Un epílogo‖, BS, 15 de noviembre de 1897, núm. 5, p. 36. 359

Sin autor, ―El taller y la taberna. Son dos grandes enemigos‖, ECT, viernes 14 de enero de 1910, núm.

7951, p. 3. 360

Francisco Medina, revista Flor de Lis, Guadalajara, 1 de mayo de 1897, en Agustín Velázquez Soto, El

romántico amigo… op. cit., pp. 79-80. 361

Francisco Medina, ―En días de lucha‖, EMS, 10 de octubre de 1897. 362

Vid. v. gr. Carlos Olivier Toledo, ―Higiene mental y prácticas corporales durante el Porfiriato‖, Revista

Electrónica de Psicología Iztacala, UNAM, Vol. 12, No. 2, junio de 2009, en http://www.ojs.unam.mx/-

index.php/repi/article/viewFile/15462/14691 (Consultado el 17 de mayo de 2010).

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1909, el profesor del colegio ―Rosales‖, Francisco Cuervo Martínez compuso un poema, en

donde delineó la figura del demente con elementos de la cultura popular y del

romanticismo: el sujeto lírico —quien dice ―yo‖ en el poema‖— le expresa al loco, al

personaje: ―¡Te olvida tu amigo, te engaña tu amada‖ y más adelante le dice ―Te olvida tu

madre, tu madre adorada‖, obteniendo tan sólo por respuesta una carcajada. Resaltan

también sus aspectos físicos: demacrado, de tez macilenta y mirada extraviada: ―En ángulo

obscuro destácase un loco,/ De tez macilenta, mirada indecisa‖; y añadía luego:

¡Te olvida el amigo, te engaña tu amada,

El negro infortunio tras ti se desliza!

El loco desgrana glacial carcajada

Y luego prosigue su eterna sonrisa.

¡Te olvida tu madre, tu madre adorada,

Tu grato pasado sin tregua agoniza!

Se incendian tus ojos, al hombre que invoco,

Fulguran felinos en la ancha morada;

Se yergue en espasmos el mísero loco,

Su tez macilenta se torna rojiza,

Dos lágrimas surcan su tez demacrada…

Y súbita estalla feroz carcajada

Y luego prosigue su eterna sonrisa…363

De igual forma, la ideología imperante se deja entrever. La vista fue el instrumento natural

del positivismo. El sujeto lírico practica el método de la observación —se detiene a

―verlo‖—, por lo que él es el lúcido, quien emite un juicio cuasi objetivo. Por su parte, el

loco es descrito con la ―mirada indecisa‖, es decir, no ve con claridad, trae la razón

extraviada. La mirada perdida es metáfora de la locura, mientras que el observador lo es de

la razón. En otro sentido, la locura fue deificada por el romanticismo: el enfermo mental era

un ser iluminado y que, pese a ser un mendigo, no imploraba ayuda. Su identidad es la del

bohemio francés que la poesía modernista construyó. Así pues, Dagoberto —seudónimo de

un autor mazatleco no identificado—, hacía mencionar a su personaje lo siguiente:

Transita por las calles más céntricas del puerto, gesticulando y pronunciando

palabras incoherentes. Su raído traje le da el aspecto de un mendigo; pero ni aun

363

Francisco Cuervo Martínez, ―El loco…‖, EMS, sábado 6 de junio de 1909, núm. 2214, p. 2

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tiene suficiente luz en el cerebro para implorar la caridad de que tanto ha

menester.

[…]

Ya, al mirarle ensimismado en la lectura, le compadezco infinito, pues

comprendo que siento el mismo afán, el mismo anhelo que él, al tratar de borrar

de mi cerebro las negras sombras de la duda. ¡Ambiciono como él descubrir los

ocultos arcanos de las ciencias, y tengo como él sueños muy altos de

grandezas!364

La locura era símbolo de la lucidez. Y, de acuerdo con esta visión, vivir ensimismado le

apartaba del mundo real, le hacía vivir una vida distinta. Por otro lado, Francisco Medina

proyectó en ―Crimen en la sombra‖ la imagen de un hombre que pierde la razón debido a

una brusca impresión en su ánimo: por una confusión fue despedido del trabajo. José

López, tras perder su empleo por una confusión suscitada por otro trabajador de mismo

nombre, pierde el prestigio y es repudiado por la sociedad, por lo que: ―Poco á poco fue

perdiendo la razón y […] como un idiota; iba por la calle casi sin conciencia; nada le

importaba; a veces le gritaban por las ventanas ¡ladrón! y tal como nada le dijeran; el hielo

de la miseria y del desencanto le habían arrancado todos sus sentimientos…‖.365

En conclusión, los locos y los mendigos comparten, en este tipo de

caracterizaciones, el mismo denominador: vivían en la pobreza, despreciados por la

sociedad e incluso por la familia. Representaban, salvo la visión romántica de Dagoberto,

la descomposición social de la época; los locos eran, junto a las imágenes de las

calamidades y de los mendigos, los indicios de la decadencia que se manifestaba, pese al

monolítico y hegemónico discurso del progreso que irradió al Porfiriato. Como decía

Jazbacan: ―Los tísicos menudean,/ Los dementes no escasean,/ Todo es ruina y

malestar…‖.

364

Dagoberto, ―Un pobre loco, como yo‖, ECT, domingo 1 de mayo de 1910,núm. 8051, p. 3 365

Francisco Medina, ―Crimen en la sombra‖, BS, núm. 10, febrero 1 de 1898, pp. 77-80.

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4.4 La amada dual: virgen blanca versus ángel caído

La literatura sinaloense, que cofundó la literatura mexicana, estuvo inscrita en la literatura

occidental. Muchos de los tópicos presentes en los escritos de los sinaloenses revelan que

los literatos abrevaron en la tradición literaria española, así como en la francesa, en donde

sobresale la bipolaridad femenina: santa o pecadora, recatada o libertina. Esta dicotomía

deviene de la época medieval y renacentista, donde asumió características de maldad o de

pureza; el poeta español Juan Ramón Jiménez, a fines del XIX, la representó como la

―novia de nieve‖ en los Jardines místicos, donde aparece como la mujer pura, casta, virgen

y etérea; asimismo, representó la contraparte, la imagen de la ―mujer serpiente‖, un ser de

naturaleza híbrida, animal y humana, símbolo del deseo; asimismo, similar dicotomía se

encuentra en relatos y poemas del español Valle-Inclán.366

En la literatura mexicana, así como en Sinaloa, las prácticas sociales en torno al

amor, desde la influencia romántica o del modernismo subvertido, configuraron en gran

medida un tipo de representación literaria de la amada. El imaginario masculino reprodujo

las cualidades de la tradición española, particularmente de la poesía. A finales del siglo

XIX fue usual en Sinaloa que los literatos —o los meros aficionados— escribieran poemas,

pensamientos o lieders (canciones) en la prensa, pero también en abanicos o álbumes

femeniles. En esas publicaciones, la imagen de la mujer tuvo una condición dicotómica:

una virgen o ángel, y la de la mujer ―caída‖.367

El maniqueísmo, decantado sobre todo desde el universo moral imperante durante el

Porfiriato, constituyó, por un lado, una imagen apolínea de la mujer. Ésta fue representada

plena de virtudes, encanto físico y poseedora de atributos divinos. Por otro lado, desde la

censura, se criticó la inmoralidad y los vicios que la degradaban y la arrastraban al infierno;

alcanzaba así una condición demoniaca. Se trató, pues, de dos visiones más que

enfrentadas, complementarias: ambas estaban soportadas y unidas por la mirada moralista

366

La imagen de la mujer es similar, de hecho, a la construida en la literatura española. Teresa Gómez Trueba,

―Imágenes de la mujer en España de finales del XIX: ‗santa, bruja o infeliz ser abandonado‘‖, en

http://www.lehman.cuny.edu-/ciberletras/v06/gomeztrueba.html (Consultado el 23 de abril de 2010). 367

Acerca de la representación de la mujer desde una perspectiva de género, vid. Mayra Lizzete Vidales

Quintero, ―El matrimonio y las relaciones de género en la sociedad de fines de siglo XIX‖, en Arturo Carrillo

Rojas et al. (Coord.), Contribuciones a la Historia Económica, Social y Cultural de Sinaloa, Culiacán, UAS-

Archivo Histórico, 2007, pp. 233-251.

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de la época porfiriana. La literatura, ya se ha dicho, pretendió no solamente deleitar, sino

también educar a la población. Las costumbres se debían de pulir; la ideología positivista

del progreso supuso que las prácticas sociales debían evolucionar también.

En este sentido, la representación de la mujer virgen-angelical, que guarda diversos

atributos, tanto físicos como morales y espirituales, fue construida para modelar a la

realidad: no como la mujer era vista, sino como se quería que fuera en el mundo social. Se

edificó así una imagen ideal. Y, al mismo tiempo, se convirtió en un objeto; en una cosa

deseada. Las cualidades más recreadas, y por tanto más exigidas, eran la bondad, la

inocencia y la belleza. Los discursos literarios son reiterativos, pero hay uno que llama la

atención: el de Cecilia Zadí, quien puso de relieve aquella norma social que era común.

En un esbozo de ensayo literario, la autora asentó que la mujer no debía ser egoísta

ni avara pues en ella, más que en los hombres, los vicios y los malos instintos eran más

notorios; le atribuyó también una naturaleza propia, unas cualidades de origen, una

condición que le venía de nacimiento: ―La naturaleza blanda y débil de la mujer, rechaza

instintivamente cuanto no sea bondad, sensibilidad y dulzura, porque ella ha sido hecha

para amar aun más que para ser amada‖. Todavía más: su constitución le había sido

impuesta por Dios y sus leyes naturales, evolutivas, y era medida con la escala del

sentimiento, ―que es la escala superior de los séres‖, por lo que faltar a su ley era bajar,

convertirse en un ser inferior.368

Hubo, pues, un prototipo femenino que la literatura recreó

con creces, pues hacia allá se encaminó dicha representación: la mujer ideal para ser

desposada. También Artemisa, en un ensayo literario, sintetizó el pensamiento epocal: ―En

la esposa tiene el hombre el ángel de la guarda de su hogar‖.369

Si la mujer era un ángel

doméstico, el hogar debía ser su santuario. De este modo Esteban Moreno escribió en el

álbum de la señorita Emilia Rivas un poema donde señaló sus cualidades físicas: un bello

rostro, una mirada dulce, la frente inmaculada y un ―aliento de virgen‖; así como sus

atributos espirituales, donde su alma era ―un paraíso‖: gracias, virtud, talento y simpatía. En

la estrofa final, el poeta expresó la intención de su alabanza:

Y tú serás feliz; sí muy dichosa

Que es la virtud magnífica presea

368

Cecilia Zadí, ―La mujer egoísta y avara‖, BS, Mazatlán, 15 de noviembre de 1898, núm. 23, p. 177. 369

Artemisa, ―Grata vida del hogar‖, BS, 15 de diciembre de 1897, núm. 7, p. 49.

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Y en torno suyo el bienestar se crea

¡Feliz quien pueda venerarte esposa

Feliz quien como madre te posea!370

Esa mujer, idealizada, sería la esposa y madre perfecta. Por otro lado, Moreno sólo nombró

una parte del cuerpo, y la más visible: el rostro. Rafael Serrano omitió cualquier referente

físico, pues en un poema dedicado a Berta Gómez Gallardo, escrito ―en un álbum‖, sólo

delineó algunas características morales. En la primera estrofa interrogó a su laúd si ella era

―numen poético‖ o un ―ángel‖, y fue en la siguiente en la que añadió:

No me responde y yo digo:

Consuelo, esperanza, amor,

Inocencia, bienandanza,

Eso eres tú.371

Serrano ponderó las virtudes de la mujer: la inocencia y el consuelo, cimentadas en la

religión cristiana; así como los sentimientos que denotan un estado de ánimo dichoso: la

esperanza, el amor y la bienandanza. Destaca, desde luego, la condición femenina de

pureza: un ángel o, como el numen poético, inefable y divino. De este modo, aparece ligado

lo físico con lo moral, lo estético con lo axiológico: la mujer era bella y buena. El universo

de la religión católica, como un río subterráneo, apareció vinculado a los anhelos

positivistas de instruir, y de paso moralizar, a la sociedad. Donde lo prioritario era, además,

conservar las buenas costumbres; de ahí que Nervo pidiera a las muchachas ―de buen tono‖

para que no creyeran todo lo que los ―jóvenes de sociedad‖ les escribieran en los álbumes,

pues no sólo descubría faltas a la gramática o a la retórica, sino también a la verdad.372

Nervo pretendió educar así a las señoritas de sociedad: debían saber distinguir entre lo

correcto y lo inapropiado. Decir la verdad, escribir con sinceridad, fue una exigencia a los

poetas. Antonio Moreno no sólo reconoció su falta de talento: ―Sólo escribo estas líneas

mal forjadas/ para complacerte a ti‖, sino que también se declaró ―enemigo de ficciones/

propias solo de gente baladí‖; no obstante, de sus versos emanan algunos rasgos de la

representación femenina, igualmente virtuosos y apolíneos:

370

Esteban Moreno, ―En el álbum de la Srita. Emilia Rivas, BS, 15 de septiembre de 1897, núm. 1, p. 2 371

Rafael Serrano, ―A Berta Gómez Gallardo‖, EMS, 15 de abril de 1900, núm. 489, p. 2. 372

Amado Nervo, ―Los albums de autógrafos (Artículo que aún es de actualidad)‖, ECT, 15 de enero de 1894,

en Mayra Elena Fonseca Ávalos, op. cit., pp. 176-177.

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No es esto que no admire tu belleza,

Tus gracias sin igual y tu pudor,

Ni que yo sea insensible á tus encantos,

Ni de tus lindos ojos al fulgor.373

La belleza, la gracia y el pudor constituyen una trilogía de rasgos inherente a la imagen de

la mujer que, de piel blanca o pálida, representaba a una virgen. De la anatomía femenina,

el rostro fue una de las partes más mencionada por los literatos; era el espejo del alma.

Otros aspectos nombrados fueron los ojos, los labios, la cabellera, el talle, las manos y,

sobre todo, los pies. La sensualidad fue reprimida; por lo que los textos que abiertamente

explicitaron otras partes corporales fueron escasos, casi nulos, siendo uno de ellos

―Visión‖, poema del médico González Martínez, quien expresó: ―Entregada a sus sueños de

amores,/ al tenderse en la lírica alfombra,/ resaltaban erguidos sus pechos/ como una pareja

de blancas palomas‖.374

Pese a su claridad, se trató de una sensualidad abstracta, decantada

en los moldes marmóreos del parnasianismo, pues la figura femenina se asemejó a una fría

estatua: ―se bañaba desnuda y tranquila/ luciendo sus clásicas formas‖, decía el poeta. La

moral porfiriana impuso zonas corporales indecibles; en cambio, los pies de la amada

fueron la parte más citada y explícita.

La figura de la mujer, al atribuírsele una identidad angelical, fue recreada como si

estuviera suspendida en el aire, en el cielo, por lo que los pies eran la parte visible y, al

mismo tiempo, lo que la situaba como un ideal inalcanzable. Estaba en la altura, sobre las

aspiraciones del amante quien, adolorido y triste, le cantaba. El muy prolífico Francisco

Medina compuso una treintena de poemas al ―bello sexo de Culiacán‖, dedicados a las

señoritas de la sociedad en donde fueran representadas como ángeles o vírgenes; por

ejemplo, de Dolores de la Peña, señaló: ―Los ángeles sumisos te adoraron‖ y ―La luz del

cielo aún tu frente dora‖; y de Concepción Gudiño: ―En tu hogar eres paz y consuelo…/ Y

en el templo te adoro con calma,/ Y eres ángel que baja del cielo‖.375

Se trata así de una

figura sacralizada por la moral y la religión cristiana. Además, siendo una figura angelical,

rara vez condescendía a pisar el suelo. El romanticismo la delineó como un ideal imposible

373

Antonio Moreno, ―En un álbum‖, BS, 1 de enero de 1898, núm. 8, p. 59. 374

Enrique González Martínez, ―Visión‖, Preludios, 1903, en Poesía I, op. cit., p. 44. 375

Francisco Medina, ―Bosquejos‖, en Agustín Velázquez Soto, El romántico amigo de la imparcialidad, op.

cit., pp. 26-27.

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de conquistar. Por ejemplo José Antonio Gaxiola, refiriéndose a la beldad de una mujer,

expuso la imposibilidad del lenguaje por realizar una minuciosa y cabal descripción: ―No

tiene el arpa mía/ Notas para cantar vuestra hermosura‖. Es cierto que se trató de un recurso

retórico: el arte era trascendido por la realidad; lo cual permitía exaltar aún más las

cualidades físicas y morales (―bella y virtuosa‖) que aparecen vinculadas en el poema:

Tenéis en vuestros labios ambrosía

Vuestros ojos revelan alegría

E irradian de placer y venturanza,

Y como sois tan bella y tan virtuosa

Tenéis á vuestras plantas una diosa

Con los brazos abiertos: la esperanza.376

Esta imagen revela, por un lado, una figura apolínea, parnasiana: la ambrosía, en el mítico

mundo griego, era el alimento de los dioses. Nadie más, pues, era digno de besar sus labios.

Por otro lado, aparece suspendida en el aire: una deidad, la esperanza, que le circunda sus

pies con los brazos abiertos. La figura de la amada aparece como una diosa o, incluso, se

asemeja a la imagen de la Virgen de Guadalupe, la cual está sostenida por un ángel de alas

abiertas. Esta vinculación no tendría nada de casual, ya que al estar asociada la figura

femenina con una virgen o una diosa (la virgen de Guadalupe de hecho está relacionada con

la diosa azteca), la religión dentro del régimen porfiriano emerge como un elemento

fuertemente arraigado. Siendo un gobierno conservador, la religión, la moral y la familia

fueron, además del nacionalismo, elementos cohesivos del tejido social.

Otros poemas igualmente contienen la representación angelical o virginal. Antonio

Villalpando, poeta de El Rosario, describió a la amada como un ángel situado en el aire,

entre nubes: ―Allá, al través de vaporosa nube/ parecióme entrever sus formas de hada‖,

para destacar que se trataba de un ideal, pues al aproximársele, se esfuma: ―Y al buscar su

mirada refulgente,/ aire toqué nomás‖.377

También Florentino Arciniega y Ledesma transitó

por esta imagen con parecidos elementos en un poema dedicado ―a Natalia‖. En éste, sólo

la frente y, por supuesto los pies, fueron nombrados. El poeta trazó, en todo el poema, una

serie metafórica de anhelos que expresan claramente una dimensión romántica: desear darle

lo imposible a la mujer siempre sería poco; así, el sujeto lírico señalaba querer ser un lampo

376

J. Antonio Gaxiola, ―Para un álbum‖, BS, 1 de julio de 1898, núm. 18, p. 144. 377

Antonio Villalpando, ―Fascinación. A Pedro Macías‖, EMP, 16 de noviembre de 1879.

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de luz, para besar su frente por la noche; la esencia del iris, la vibración del éter, el eco de

una nota, el perfume de las flores; pero sobre todo, decía:

Y luego ser celaje

Cubierto de arreboles,

Y luz que el orbe inunda

Del éter al través;

La fuerza que regula

El giro de los soles,

Para poner lo creado

Inmóvil á tus pies.378

El sujeto lírico del poema quería ser un dios, y que ella –la amada-, fuera su diosa para

poner un Universo fijo, inmóvil, a sus pies. En la cosmovisión de los literatos, los pies

fueron la única parte que estaba al alcance de ser alabados; elevada, suspendida en el aire,

los poetas disponían a los pies de la amada una ofrenda. El poeta Pedro Victoria pondría la

ofrenda de sus versos, en una acción de humildad, a los pies de la mujer de ―blancas

sienes‖:

Yo también daré tregua á mis dolores

Y gozaré anheloso la ventura

De poner á tus pies, bella criatura

Esta flor aunque mustia y sin colores.

¿La aceptarás? Bendeciré al destino

Adornar no podrá tus blancas sienes;

Pero alfombra será de tu camino.379

Ofrenda y amante aparecen disminuidos para, desde un estilo puramente romántico, resaltar

la distancia entre el oficiante –un ser sufriente- y la amada. El poema es así metaforizado

como una flor mustia, sin color, que sólo puede ser puesta a los pies de ella; y sin la certeza

de que la acepte, sólo puede servir como una alfombra. Por otro lado, la blancura de las

sienes no fue casual: correspondió a una mirada clasista, la que supuso que la raza blanca

era signo de mayor evolución y de supremacía; de ahí que la mayoría de los poemas, de

distintas latitudes, se refieran a las mujeres como blancas o rubias e incluso, como pálidas o

378

Florentino Arciniega y Ledesma, BS, febrero 15 de 1898, núm. 11, p. 86. 379

Pedro Victoria, ―En un álbum‖, BS, octubre 1 de 1897, núm. 2, p. 10.

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cloróticas (aún el decadentismo, que recreó a las musas enfermizas, contiene esa dosis de

clasismo). Pero, y más allá de esta visión hegemónica, el color blanco como símbolo de

pureza se asoció, esencialmente, con la castidad de la mujer; por lo que la representación de

la mujer-virgen fue literal: la amada, para ser imaginada como sacra –en una dimensión

religiosa-, debía conservarse pura, intocada por el hombre —en la dimensión mundana—.

En este sentido, los literatos se refirieron a las mujeres como vestales: guardianas y

oficiantes del tesoro de su propia pureza para así ser aceptadas como esposas. Francisco

Medina, en ―Canción del bohemio‖, donde el sujeto lírico surge como un ser derrotado por

la vida, señaló: ―Una virgen de mística blancura/ me señaló la altura/ Que buscaba mi

mente visionaria‖.380

Por su parte, Juan B. Villaseñor, jalisciense, expresó en un poema la

valoración del candor femenino: ―Porque el rubor en la mujer es todo/ su más grande virtud

y alta hermosura‖ y se figuraba a la amada como ―un áureo pebetero radiante/ en el templo

sin par de la familia‖.381

Se trató, según se aprecia, de un conservadurismo recalcitrante en

el régimen porfiriano. Pedro R. Zavala, en la misma dirección, escribió:

Oh! virgencita de la trenza rubia!

Oh! virgencita del ebúrneo cuello…

Para grabar mi nombre en tu memoria

Yo quisiera violar tu pensamiento

[…]

Besar tu blanca y pensativa frente

Y ante tus plantas desflorar mis versos!382

La figura femenina es apolínea; y su pureza está ligada, desde luego, a su blancura. Pero lo

que más llama la atención es el título del poema: ―Deseos‖, pues remite a una tensión entre

la carga erótica y el amor puro, el deseo contenido y sublimado. Puede verse así que la

amada es un objeto deseado: él quiere violar su pensamiento para dejar huella en su

memoria y, asimismo, desflorar sus versos ante sus pies; donde estos versos —violar y

desflorar— conllevan una fuerza sexual muy marcada. Los halagos ocultan la intención. La

estética oculta, pues, una ética ya asimilada y ya vuelta un lugar común en la sociedad

380

Francisco Medina, ―Canción del bohemio‖, EMS, 25 de septiembre de 1898. 381

Juan B. Villaseñor, ―A mi Dolores‖, BS, 1 de marzo de 1898, núm. 12, pp. 94-95. 382

Pedro R. Zavala, ―Deseos‖, BS, 15 de noviembre de 1897, núm. 5, p. 37.

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porfiriana. Otro poema donde emerge la mujer como una ―virgen blanca‖ es el titulado

―Toque‖; una pincelada ligera que delineó una imagen singular:

Oh niña que despiertas á la vida!

Oh virgencita blanca

Cuya pupila húmeda parece

Una gota azulada

[…]

Tu que aún sabes los cantos vibradores

Que te enseñó la infancia

Y aún conmovida esperas en la alcoba

La caricia impalpable de las hadas;

Tu que llegas al mundo y eres buena,

Oh virgencita blanca,

Deja flotar mis sueños en la dulce

Diafanidad azul de tu alborada!383

La niña en tránsito de ser mujer, la adolescente que ―despierta a la vida‖, fue para el poeta

la expresión más pura y acabada de la inocencia. La castidad fue así más que un eufemismo

o una metáfora. Sin embargo, el poema es ambiguo. No se sabe si hay un sentido paternal,

o si la perspectiva patriarcal corresponde a la relación ejercida durante esta época, pues era

común llamar ―niña‖ a la amada (Manuel del Rincón, imitando al español Antonio Trueba,

escribió: ―Me gustan, niña, tus ojos; […] Me gusta tu blanca frente,/ tu boquita, tus

cabellos, Tus miradas, tus sonrisas,/ Tus piececitos pequeños‖).384

De lo que no hay duda es

que, de manera literal el sujeto lírico le expresa a la mujer su deseo de soñar a su lado, de

en la transparencia del amanecer, pero también estar azulado en la claridad de sus ojos. En

todo caso, se trató de la representación que devino del estilo romántico, el modelo de la

amada: el de la mujer-virgen, la mujer-niña, poseedora aún de la gracia infantil, bondadosa

y dueña de un cuerpo inmaculado.

Por otra parte, y con menor regularidad, el universo moral porfiriano configuró un

estereotipo de la mujer ―caída‖; desde la apropiación de la simbolización religiosa, se

trataba de un ángel caído, aquella que había dejado de ser virgen sin ser desposada. Si la

estética decadentista francesa exaltó la figura de la femme fatale, en cambio la literatura

sinaloense –como gran parte de la mexicana-, recreó esa figura pero sólo para elevar una

383

Esteban Flores, ―Toque‖, BS, 15 de octubre de 1897, núm. 3, p. 23. 384

Manuel del Rincón, ―¿Por qué me gustas?‖ (El Siglo XIX), EPAC, Mazatlán, sábado 17 de octubre de

1868, núm. 12, p. 4.

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condena moral. Se creó una literatura educativo-didáctica similar a las exempla medievales:

a través de lo ilustrado se transmitió una moraleja. De forma maniquea, se alabaron las

virtudes –de la virgen buena- y se condenaron los vicios. La estética fue convertida en la

expresión de la ética imperante, la femme fatale fue exculpada: expió sus culpas al servir de

ejemplo a la sociedad. Así pues, esta postura estética –un modernismo subvertido-, basada

en una ideología positivista, una axiología religiosa y un programático nacionalismo, quiso

combatir los vicios –atribuidos al pueblo bajo- con la instrucción. Con la representación de

la mujer ―caída‖, la que ya no era virgen y no había sido desposada, se proyectó una

realidad que debía ser atajada.

En este sentido, se configuró una imagen de la mujer adúltera; ya hubiera sido por

voluntad o por haber sido engañada. El denominador común, no obstante, era el sinónimo

de prostituta y del repudio social que recaía no sólo sobre la víctima, sino también sobre la

familia. En Los triunfos de Sancho Panza, donde un personaje es el portavoz de la

―desgracia‖, Frías mencionó: ―Para comentar los enredos amorosos de alguna gentil señora

o de cualquier muchacha que caía, o a quien se calumniaba de ligera y coqueta, el Loro

chasqueaba la lengua como un látigo, y azotaba con ella no sólo a la víctima, sino a toda su

familia‖; y, de hecho, los versos siguientes supuestamente acompañaban a la murmuración

y calumnia:

¡Pulga la madre,

Pulga la hija,

Pulga la sábana

Que las cobija!385

Asimismo el cantor del hogar, Juan de Dios Peza, cuya mujer en la vida real lo abandonó

por otro, le atribuyó una serie de rasgos perversos, diabólicos: ―Tienes como Luzbel formas

tan bellas/ el hombre olvida al verte, enamorado,/ que son tus ojos negros dos estrellas/

veladas por la sombra del pecado‖; se trata del poema ―Adúltera‖ (1882), cuya carga

semántica es sumamente negativa, pues está inmersa en una serie de epítetos y sustantivos

despectivos: la llamó traidora, hipócrita, de alma envilecida, manchada, ―reina del mal‖, de

385

Heriberto Frías, ―XII. Los malandrines‖, op. cit., p. 165.

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conciencia negra, infame; y sobre todo se trataba de la mujer-objeto, una mercancía. La

dura condena, finalmente, le señaló un destino fatal imposible de evitarse:

En este siglo en que el honor campea

no te ha de perdonar ni el vulgo necio;

hieren más que las piedras de Judea

los dardos de la burla y el desprecio.

Mañana, enferma, pobre, abandonada,

de la mundana compasión proscrita,

el honor, cuando mueras, humillada,

sobre tu fosa escribirá: ―¡Maldita!...‖386

La mujer pecadora iba tener, de forma irremediable, su castigo: lapidada por la condena

social, además de que sus días serían solitarios, sin dinero y sin salud. Por si ello no bastara,

su epitafio sería también condenatorio. Al mismo tiempo que Peza censuró el adulterio de

la mujer, expresó cuál sería el destino de quien lo ejerciera.

Así pues, la naturaleza femenina aparece llena de maldad per se; el sinaloense

Adrián O. Valadés, en un punzante epigrama, mencionó que el hombre debía estar siempre

en guardia, pues la mujer era como un animal:

VIII. Feliz al corazón de Eva quien mira

Como alacrán que acecha y que conspira.387

Desde el mundo del catolicismo, Eva había sido la culpable de la expulsión del paraíso; la

mujer, pues, tenía por corazón un alacrán: con ponzoña y dispuesto a atacar en cualquier

momento. En suma, de acuerdo con esta valoración, la mujer no era digna de confianza.

También Francisco Medina le haría decir a un personaje: ―—Nada más natural que eso —

decíame un amigo mío […]— que esa mujer te haya engañado, nada tiene de raro;

generalmente así son todas. A las mujeres se les debe ver como son y nada más‖.388

En su

obra dramática ―Quien bien ama nunca olvida‖, Ángel Beltrán pone en labios de un

personaje, Fernando, las siguientes palabras:

386

Juan de Dios Peza, ―Adúltera‖, Recuerdos y esperanzas, Flores del alma y versos festivos, México, Porrúa,

1998, pp. 28-29. 387

Adrián O. Valadés, ―Océano‖, EMS, 11 de febrero de 1900, núm. 478, p. 2. 388

Francisco Medina, ―Vida solitaria (Autobiografía de un paria)‖, EMS, 19 de diciembre de 1897.

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El hombre que no haga caso

de eso que llaman mujer,

esté cierto de no ver

ni un obstáculo á su paso;

pues ese bicho traidor

en quien nadie debe fiar,

debe en mi concepto estar

mientras más lejos mejor.389

En el mismo sentido, Fernando dirá que la mujer tenía dos corazones (una vez más el

maniqueísmo está presente): uno para amar y otro para aborrecer; y si había una con

cualidades y virtudes, como Roberto le replicara, añadía que entonces no era una mujer,

sino un hombre con enaguas:

No la hay, ¡no puede ser!

si alguna en tu mente fraguas,

esa excepción no es mujer:

es un hombre con enaguas.390

Asimismo, Luis H. Monroy representó, enmarcado en el naturalismo (Zolá o Maupassant) a

la mujer adúltera como perversa: si en un momento había significado la redención para el

hombre —era alcohólico—, después habría de ser su ruina: terminaría enloquecido por el

ajenjo. En dicho relato, con una prosa romántica, un narrador heterodiegético —que se

inmiscuye en la conciencia del personaje—, construye la figura de una mujer idealizada por

Emilio, el protagonista: ―Así la había soñado: blanca, esbelta, ideal‖; y luego, desde la

conciencia del personaje, el narrador añade: la felicidad sería ―amarla, poseerla, ser suyo‖;

Eglantina, tras días de desdén, le pidió que dejara de beber y se casaría con él. En efecto,

cambió, y a los meses se casaron. Sin embargo, el narrador juzga: ella era ―coqueta‖ y no le

gustaba la vida en el campo; ante las demostraciones de amor: ―Ella, inflexible, terca,

orgullecida, contestaba aquellas frases amantes, aquellas súplicas con desdeñoso mohín‖,

por lo que Emilio volvió a beber, y una noche ―vió á ella, Eglantina, su amor único, en

brazos de otro amante! Ah! el tálamo nupcial que bendijo el sacerdote estaba manchado…

Ella… era adúltera‖; el final transmite la moraleja: Emilio bebía ―hasta enloquecerse, la

389

Ángel Beltrán, ―Quien bien ama nunca olvida‖, ML, p. 221. 390

Ídem.

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bebida de Musset‖, ―mientras ella, concurre al lenocinio donde encuentra qué comer…!‖.391

La visión de Monroy destaca su maniqueísmo en la cuestión del género: el alcoholismo del

personaje lo justificaba, mientras que la culpa la hizo recaer, con todo su peso, sobre la

ligereza de la mujer, cuya capacidad natural de perder al hombre quedaba evidenciada.

Por último, se encuentra la figura de la mujer ―caída‖, desvirgada, mediante

engaños. En la obra de Frías, la tragedia de Aurora Locaña cimbra el hogar, como si un

vendaval maléfico lo hubiera azotado:

Vuelta a Mazatlán, Carmen [su hermana] encontró su hogar desmantelado, su

padre sin empleo; hipotecada la última casita que poseía; vendido el piano nuevo

que era el orgullo de doña Flavia, y a Aurora eternamente encerrada,

escondiendo la vergüenza del embarazo, rezando, pidiendo a Dios perdón del

pecado de que le hicieran ignorar lo que toda mujer debe saber para cuidarse,

para poder ponerse en guardia contra las acechanzas del macho.392

El aire de la tragedia desoló el hogar, incluso el piano –un símbolo de distinción social- fue

vendido. La inocencia de Aurora, quien había sido educada en un convento, derivó en

ignorancia del mundo: cayó en la trampa. Entre líneas se revela que la religión, desde la

perspectiva liberal del autor, enceguecía la conciencia, y el saber, representado en la figura

del médico, es rechazado: Aurora se dedicaba a rezar, ―obstinada en asirse, en el vértigo de

su caída, sólo a la protección extraterrestre, rechazando a su médico ‗por hereje‘, aferrada

en pedir al cielo lo que el cielo mismo podrá jamás volver a una mujer: la virginidad

perdida‖.393

Esta escena es significativa, pues descubre la antítesis tenaz entre

conservadores y liberales: el médico —desde el punto de vista del personaje, que lo

califica—, era un ―hereje‖; por tanto, la ideología conservadora propiciaba que las señoritas

no fueran educadas. La figura del ángel caído, finalmente, destaca por su sentido religioso:

ella se obstinaba en asirse, ―en el vértigo de su caída‖, sólo a Dios. La novela de Frías es de

crítica social, aunque moralizó al criticar aquella moral caduca.

Por su parte Francisco Medina, en el poema extenso titulado ―Lola‖, que dedicó a

Luis G. Urbina, habría de representar a la figura del a mujer como un ángel caído que, por

culpa de la sociedad, habría de prostituirse, alcoholizarse y volverse una criminal. El poema

391

Luis H. Monroy, ―Adúltera‖, BS, núm. 1, 1897, pp. 7-8. 392

Heriberto Frías, ―XV. Las fiestas de Olas Altas‖, op. cit., pp. 194-195. 393

Ibíd., p. 195.

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está dividido en dos partes: ―Confesión‖ y ―Venganza‖. Y mientras que el modernista El

viejecito Urbina, en ocasiones representó a la mujer caída como digna de compasión (Véase

―A Erigone‖, donde expresó: ―Vengo a cubrirte de brillantes galas,/ a ser tu protección y tu

consuelo‖), Medina habría de recrear a Lola —en una primera instancia—, como mujer

engañada, pero no obstante pecadora, según se infiere por el rezo del sacerdote que la

asistía en su lecho de muerte: ―—Señor, prolonga su expirante vida;/ Ella es culpable por

deber maldito;/ Entrégala á la muerte, redimida‖. Desde esa visión religiosa imperante,

vivir juntos sin estar casados era amasiato, adulterio: vivir en pecado mortal; por ello, Lola

habría de contar su desgracia al párroco: la de un hombre que la sedujo para poseerla,

rompiéndole sus sueños y dejándole dos criaturas:

―Mi seductor, Roberto, me decía:

Amémonos, entrégate á mis brazos

Y dame el goce de llamarte mía.”

Únete a mí con eternales lazos;

Muéstrame de tu ser la exuberancia…

Y me ahogaba con férvidos abrazos.‖

[…]

―Hoy con un mundo de dolores cargo,

Y en vez de hallar en el ayer, consuelo,

Viene el recuerdo matador y amargo!‖.394

Por tal motivo, el deseo de venganza —ante el pavor del sacerdote— poco a poco, y a los

meses, la alzaría de su lecho. En la segunda parte del poema, la representación de la mujer

será la de un ser diabólico, con ansias malévolas, rencoroso, al borde de la locura; así,

llegará a decir:

―¡Oh temible Satán, si tú me ayudas

Triunfaré y mis ansias pasionales

Se mostrarán tenaces y desnudas!‖

Ciertamente, el maniqueísmo moral influyó para construir una diferenciación social: las

bajas pasiones, las mujeres ―caídas‖, provenían mayormente de la clase baja; el modelo

394

Francisco Medina, ―Lola. I. Una confesión, II. Venganza‖, BS, 1 de marzo de 1898, núm. 12, pp. 92-94.

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procedía del naturalismo, pues remite, aunque de forma tangencial, al personaje Naná, de

Zolá. El personaje de Medina, Lola, vivía en un antro, alcoholizada: ―Mis labios saturados

por el vino…‖; y con el más puro estilo romántico, lo irracional e inhumano —la mujer

demoniaca—, aparecen, así como el espacio marginal: iba por calles y avenidas a dar

muerte a Roberto: la pobreza es el escenario del patético drama: llega a un ―caserón

obscuro‖ de ―carcomida puerta‖, en suma, a un ―cuarto estrecho‖, en donde habría dar

muerte no a su victimario, sino a la mujer de éste. Para cerrar el cuadro, Medina concluyó

que mientras Lola sonreía, satisfecha de su obra: ―La moribunda ensangrentada espira…/

Duerme una niña en su haraposo lecho‖.

En resumen, puede afirmarse que los literatos configuraron la representación de la

amada como figura simbólica de la virgen o ángel ―caído‖, no para señalar como era la

realidad, sino para modelar el mundo social en que estaban inmersos, desde diversos

ámbitos culturales e ideológicos, aunados a los prejuicios. Desde el positivismo, en aras de

forjar un mejor medio social; desde el liberalismo, para combatir las ideas religiosas, pero

también para, a través del ―ángel doméstico‖, preservar a la familia y dotar de soporte

social la idea de nación; y desde luego, desde una corriente estética —el romanticismo o un

modernismo sublimado—, como muestra irrefutable de una ética ya apropiada y

convencional.

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Conclusiones

La literatura de Sinaloa, como un documento para la historia cultural, nos permitió explicar

e interpretar la forma en que fue representado —en tanto apropiación de la realidad— el

mundo durante el periodo del Cañedismo.

Gracias a la apertura de la historia hacia nuevas fuentes, temas y enfoques, hemos

podido conocer y demostrar la manera en que las obras literarias configuraron una visión

del mundo; pues los literatos, al representarse así mismos, así como de aquello que los

circundaba, construyeron un imaginario social expresado en símbolos y figuras.

La literatura, desde su propia naturaleza estética, tuvo un papel rector en la

sociedad, ya que a través de funciones ético-política, educativa y didáctica, contribuyó a la

construcción, proyección y consolidación de la imagen de un régimen progresista; sin

embargo, pese a los esfuerzos por atajar expresiones estilísticas como el naturalismo,

emergió también el icono de un régimen en decadencia.

Los literatos más representativos de este periodo, que nacieron o residieron en la

entidad, son Francisco Gómez Flores, Gabriel F. Peláez, Pedro Victoria, Ángel Beltrán, de

la vieja generación; y de la nueva guardia se encuentran Esteban Flores, José Ferrel, Julio

G. Arce, Enrique González Martínez, Francisco Medina y Jesús G. Andrade. Mención

aparte merecen las únicas mujeres que escribieron literatura: Artemisa, Teresa Villa y

Cecilia Zadi, siendo esta última la que publicó con más regularidad.

En gran medida, estos escritores ―y muchos otros que fueron poetas de ocasión,

dado que la práctica literaria gozó de prestigio― se inscribieron en la tradición literaria

occidental, principalmente de la literatura española y francesa, por lo que estuvieron

pendientes de los movimientos estilísticos que estaban en boga, tales como el

romanticismo, el modernismo y el realismo/naturalismo.

En sus textos se reflejan sus preferencias bibliográficas como lectores, donde lo

clásico y lo contemporáneo no les era ajeno. Por ejemplo, los más eruditos como Gómez

Flores y Ferrel, leyeron a los griegos ―Homero, Sófocles, Herodoto― y a los latinos

―Ovidio, Virgilio, Dante, Horacio―, pero en mayor medida a españoles como José

Zorrilla, Mariano José de Larra, Espronceda; franceses como Lamartine, Víctor Hugo,

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Balzac, Madame Stäel, Zolá, Baudelaire y Verlaine;

así como a los propios mexicanos, como Juan de Dios

Peza, Ignacio Manuel Altamirano y otros.

De esta forma, sus escritos revelan cómo se

apropiaron de tópicos y estilos literarios de la

tradición occidental para circunscribirlos a su propia

realidad. Es decir, no fueron lectores pasivos ni meros

reproductores de las obras, más bien, les asignaron

características particulares a sus escritos literarios,

configurando símbolos y figuras que se enmarcaron

con elementos ideológicos y circunstancias políticas,

morales y religiosas.

Principalmente se concibió a la literatura como

realista/naturalista, por lo que novelas, poemas y

crónicas debían retratar el carácter local de lo

mexicano describiendo el folclore, el lenguaje, los

paisajes y las costumbres. Se asumió que la literatura

debía arraigar una identidad colectiva: construir el

imaginario de la nación.

Asimismo, como ocurrió en otras partes de

Hispanoamérica, el discurso naturalista y el

modernista (decadentista) fueron vistos como un

elemento desestabilizador para el proyecto de la idea

de nación que se pretendía construir en el imaginario,

por lo que fueron modificados y sublimados.

La ideología positivista y la expectativa del progreso configuraron símbolos y

figuras que, al mismo tiempo, construyeron la cosmovisión de vivir una época progresista y

de futuro promisorio. Asimismo, el régimen cañedista ―igual que el Porfiriato― se

representó como el impulsor de una entidad pacificada, productiva y desarrollada cultural e

intelectualmente.

Esquema de los símbolos

y figuras antitéticas en la

literatura del Cañedismo

Del progreso:

1. El literato

-El Quijote ilustrado

-El bohemio

2. El héroe patrio

3. La ciencia y Estados

Unidos

4. El barco de vapor

De la decadencia:

1. El crepúsculo

2. Desastres naturales

3. Locos

4. Mendigos

Del amor:

1. La amada dual:

-Ángel o virgen

-Un ángel caído

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Como ya se demostró, el literato se representó a sí mismo a través de dos figuras, el

Quijote ilustrado ―y su némesis de Sancho Panza― y el bohemio, ambas modeladas por el

positivismo, y la tradición española y francesa. Estas figuras dotaron de prestigio y de un

estatus al escritor, quien marcó así de forma visible su presencia en la sociedad. Además,

las disputas intelectuales fueron mecanismos para regular el campo del saber, donde los

viejos literatos representaron a los noveles como auténticas amenazas para la prensa,

debido a su inexperiencia y mal uso del lenguaje; en gran medida, los representaron como

la decadencia.

Asimismo, los literatos proyectaron el símbolo de la ciencia como la vía idónea para

hacer prosperar al país, pues el conocimiento ―transmitido en la instrucción escolar― era

el impulsor de los pueblos civilizados. Así, si Francia había sido construida históricamente

en el imaginario a inicios del siglo XIX como el foco de la ilustración; en la época

finisecular ―en los albores del Cañedismo― Estados Unidos fue representado por los

sinaloenses como la nación pragmática, la que había logrado concretar las ideas por medio

de los inventos.

En este sentido, el barco de vapor simbolizó explícitamente el Progreso durante este

periodo. Este símbolo fue una apropiación que los literatos de la entidad hicieron de otra

máquina, la del tren, que había sido desarrollada por la literatura española; sin embargo, los

sinaloenses proyectaron la imagen del barco de vapor para aludir a lo que identificaba a la

región: el mar, representado a su vez como la puerta de entrada del proceso civilizatorio.

Por otro lado, existió también de modo latente la contraparte de la ideología

positivista, pues en los discursos literarios aparece la ideología de la decadencia física y

moral, representando a esta época del Cañedismo como infeliz. Hubo, en este sentido,

símbolos y figuras que también emergieron, aunque de forma subvertida.

Los símbolos de la decadencia edificaron esta época como marcada por temores a

desastres naturales, los que producían daños materiales y causaban estragos en los ánimos

de la población: sequías, heladas, ríos crecidos; así como enfermedades. No obstante, estas

imágenes fueron representadas como ajenas a la voluntad del régimen, y bajo la corriente

estilística del realismo, afincada en la tradición literaria occidental: describir de forma

mimética la naturaleza.

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En esta tesitura, el símbolo principal fue el crepúsculo, que provenía de la literatura

decadentista francesa. Así, fue imaginado como la declinación física, pero también de la

moral, pues fue erigido como un lugar donde se perdía la esperanza, o bien, como un

espacio ideal para abandonar el mundo.

Aparecen también dos figuras provenientes de la literatura occidental ―la del

realismo/naturalismo― para señalar la degradación: el loco y el mendigo. Sin embargo,

estos personajes literarios se recrearon para moralizar y educar, pero no para criticar o

denunciar socialmente al gobierno; asimismo, se constata que la ideología positivista

influyó de forma notoria estas figuras, pues si en las novelas de Víctor Hugo o de

Dostoievski aparecen como antihéroes, la literatura sinaloense ―inserta en la tradición

hispanoamericana― las subvirtió, usándolas más bien para moralizar y sensibilizar a los

lectores.

Una figura antitética que está presente en la literatura sinaloense es la relacionada

con el tópico del amor: la representación de la mujer amada. Desde la tradición de la

literatura occidental, en especial la española, ésta aparece como santa o pecadora; el poeta

Juan Ramón Jiménez llamó a la primera ―novia de nieve‖, pero también como la ―mujer

serpiente‖ (o femme fatal, en la literatura francesa). En la literatura de la entidad, desde un

estilo romántico o modernista, esta figura dicotómica fue resemantizada y se le representó

como una virgen o un ángel caído. La perspectiva masculina es patente, así como la

moralidad religiosa. Los términos bipolares, de buena versus mala, están retomados de la

religión cristiana, no obstante, su uso fue para ilustrar las leyes sociales imperantes, cuya

obediencia o inobservancia remitían a esta clasificación. El común denominador de esta

dicotomía fue el estereotipo de la esposa ideal, imaginándola como un ser bondadoso,

recatado y físicamente bello, y por el contrario, condenando a la mujer que había sido

desvirgada antes del matrimonio, dándole atributos de fealdad e inmoralidad.

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ANEXO

Corpus de los poemas del Cañedismo

Adolfo Avilés y D. V.

Sandoval

Anónimo

Florentino Arciniega I.

Ledesma

Ángel Beltrán

Manuel Bonilla

T. Camacho

Francisco Cuervo

Martínez

―Rubén Darío‖

Efrén del Castillo

Esteban Flores

Jesús G. Andrade

Julio G. Arce

J. Antonio Gaxiola

Francisco Gómez Flores

Enrique González

Martínez

Luis H. Monroy

Raúl Jazbacan

Alfredo López Ibarra

Abelardo Medina

Francisco Medina

Antonio Moreno

Esteban Moreno

Pedro R. Zavala

Rafael Serrano

Pedro Victoria

Benjamín Vidal

Fernando Vizcarra

Antonio Villalpando

Cecilia Zadí

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Adolfo Avilés y D. V. Sandoval

Al periodista Francisco Gómez Flores

Apóstol incansable de la idea,

Tú, de la idealidad en el camino

Que ascendente la lleva a su destino,

Has sido siempre una esplendente tea.

Nada os importe que tal vez os sea,

El más negro de todos, vuestro sino;

Ni que el necio, creyendo un desatino

Vuestros nobles esfuerzos nunca os crea.

Por la ciencia y virtud luchas tan sólo;

Que el espíritu humano no esté preso,

Y en los recios combates contra el dolo

Que aunado a la ignorancia y retroceso

Anhelan dominar de polo a polo,

Estad siempre del lado del progreso.

(La Opinión de Culiacán, 24 de marzo de 1888)

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Anónimo

Al vencedor de Querétaro

Para vencer cual venciste

Y poner dique seguro

Al crimen audaz, surgiste

Del pueblo humilde y obscuro.

Y en el campo y ante el muro

De Querétaro, la triste,

Temblar de pavor hiciste

Al invasor y al perjuro.

Fecundo tu esfuerzo ha sido

Y las rachas del olvido

No han de aterrar ¡oh guerrero!

El ancho surco de gloria

Que abriste en la patria historia

Con la punta de tu acero!

*** El Correo de la Tarde

A Escobedo

Patriótico verbo, canta;

Luz del pensamiento, alumbra,

Troca la negra penumbra

En meteoro que abrillanta;

Y tú de cada garganta

Recoje su himno de gloria;

Registra de nuestra historia

Las páginas luminosas

Y de allí toma las rosas

Que adornarán su memoria.

[El Monitor Sinaloense]

Al héroe de San Jacinto

Tras la lucha victoriosa

donde brilló tu valor;

tras el himno triunfador

y la hazaña portentosa,

tu alma siempre generosa

tuvo otra gloria mejor

cuando al soplo destructor

de catástrofe angustiosa

se alzó triste y pesarosa

la voz de nuestro dolor!

[Bohemia Sinaloense]

A Escobedo

Héroe: si escuchas la nota

Del popular alboroso;

Si entre palabras de gozo,

La canción sentida brota;

Si cual de playa remota

Fuerte viento borrascoso,

A tu trono de coloso

Un soplo de gloria azota……

No temas, pues son las palmas

Cortadas para tu frente,

Por adhesión justiciera.

Es el himno de las almas,

De la gratitud; la fuente

De un pueblo que te venera.

[La Prensa]

El Correo de la Tarde, 13 de abril de 1898

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Florentino Arciniega y Ledesma

Para su álbum

A Natalia

Quisiera cuando brillan

Los ojos de la aurora

Poderme convertir

En el lampo de su luz,

Para besar tu frente

Tranquila y soñadora,

Cuando la noche plega

Su fúnebre capuz.

Quisiera ser del íris

La esencia misteriosa,

Del éter impalpable

La vibración sutil;

El eco de una nota

Sublime y cadenciosa,

Perfume de las flores

Que adornan el pensil.

Las gratas harmonías

Los plácidos rumores,

La niebla de los lagos

La voz del ruiseñor;

El ritmo de la lira

De excelsos trovadores

Para cantarte siempre

Lo inmenso de mi amor.

Y luego ser celaje

Cubierto de arreboles,

Y luz que al orbe inunda

Del éter al través;

La fuerza que regula

El giro de los soles,

Para poner lo creado

Inmóvil á tus piés.

Culiacán, Febrero 8 de 1898.

(Bohemia Sinaloense, febrero 15 de 1898)

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Ángel Beltrán

Sombras

Es en vano buscar! No sé el origen

de esta horrible inquietud, de esta agonía,

de estas penas insólitas que aflijen

con encono tenaz al alma mía.

Es inútil buscar! No sé de dónde

procede el torcedor que me avasalla;

si le interrogo al cielo, no responde:

si al mundo le interrogo, el mundo calla…

Yo examino afanoso una por una

las escenas sin fin de mi pasado,

y alcanzo á columbrar la humilde cuna

en que fui tantas veces arrullado.

Presa entonces de amargo desconsuelo

me pregunto á mí mismo con porfía,

¿por qué no quiso Dios llevarse al cielo

aquel niño infeliz que allí dormía?...

Mi memoria después avanza ansiosa,

evocando los cuadros más recientes,

y contemplo mi nave magestuosa

resbalando en las férvidas corrientes.

En seguida me miro desgarrando

mi propio pecho de amarguras lleno,

cabe aquel lecho donde ví respirando

á la mujer que me llevó en su seno.

¿Por qué en la mar indómita y airada

no se hundió por mi bien la nave aquella?

¿Por qué cuando espiró mi madre amada

no espiré yo, para volar con ella?...

Son secretos del cielo, y es locura

descifrar el enigma á tal distancia:

bebe el hombre la copa de amargura,

mas no sabe jamás quién la escancia!

Y sin embargo, al descubrir la herida

que hacer en mi alma á mi Criador le plugo,

olvidando al Criador, busco en mi vida

las fatídicas formas del verdugo.

¿Es mi misma maldad? ¿Acaso el crímen,

la vil perfidia, el vicio degradante,

al corazón fustigan y le oprimen

sin volverle la calma un solo instante?

Oh! no: jamás! El torcedor que siento

no nació de Luzbel á la influencia;

no me inquita ningún remordimiento,

ni me acusa tampoco la conciencia.

Son ansias de volar. Es nostalgía

por algo que no existe, que no toco,

que tal vez engendró la mente mía

en un arranque indefinible, loco.

Es febril impaciencia. Es una bruma

que me envuelve en sus sombras intangibles

y al través de la cual, vaga y se esfuma

el edén de mis sueños imposibles.

Es atroz desaliento cuando veo

en el mundo miseria tras miseria:

es ¡ay! que mi alma en su inmortal deseo

quiere el lazo romper de la materia.

Anhelos sin medida. Sed que en vano

procuro yo saciar en la esperanza,

en esa fuente en que hallará el cristiano

el bienestar que con la fe se alcanza.

Ímpetus locos que á mis labios llevan

la forzada sonrisa del sarcasmo;-

¡Ilusiones que mi ánimo sublevan

al contacto fugaz del entusiasmo!

Pereza, laxitud, enervamiento,

frío en el cuerpo y en el alma frío;

y sin embargo vegetar me siento

en un mundo falaz que no es el mío.

Quiero a veces llorar; pero mi llanto,

no pudiendo brillar en mis pestañas,

acrecienta mi tétrico quebranto

al caer gota á gota en mis entrañas…

Se evapora al amor de mis anhelos;

y ese llanto, de súbito nacido

por mis labios brotando, va á los cielos

en profundos sollozos convertido.

¿Es que asalta á mi mente fatigada

el recuerdo tenaz de otra existencia,

de una tierra feliz iluminada

por la luz celestial de la inocencia?

¿Será acaso que en medio de su hastío

mi alma despierta al presentir ufana,

tras el sepulcro solitario y frío,

un bello edén a donde irá mañana?

Nadie en el mundo la respuesta espere;

yo sólo sé que en mi letal quebranto,

como el cisne infeliz que el fauno hiere,

despreciando el dolor, alzo mi canto!...

Mazatlán Literario, 1889

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Evocación a los héroes de la

Independencia mexicana

Poesía leída en el Teatro Rubio de Mazatlán,

el 16 de septiembre de 1887

Egregios héroes que a la patria mía

glorioso ser con vuestros hechos disteis,

alzad la losa de la tumba fría

donde la tierra consumir debía

lo que en el mundo de mortal tuvisteis.

Mina, Morelos, Abasolo, Aldama,

Hidalgo, Matamoros,

el son discorde de mi lira os llama.

¿En dónde estáis? ¿Cuál rápido meteoro

que un instante no más admira el mundo,

conmovisteis el suelo mexicano

cediendo luego al golpe furibundo

del destino falaz?

¡Ay! Es en vano

que os haya hundido la implacable Parca:

cuanto mi vista en su redor abarca

diciendo está con elocuente frase

que no en la tumba yace

el que en defensa de su patria muere.

Entre nimbos de gloria

de nítido fulgor, que jamás hiere

de la envidia procaz la ruin escoria,

vive, al abrigo de la augusta historia,

el que en defensa de su patria muere!

En torno del altar que el patriotismo

en vuestro honor levanta,

se agrupa un pueblo que entusiasta canta

que no evitaba el criminal intento?

La libertad con resignado acento,

me contesta tan sólo: ¡Estaba escrito!...

Estaba escrito, sí; también lo estaba

que fin tuviera el atentado inmundo,

pues todo su ―hasta aquí‖ tiene en el mundo

y acaba el llanto como el goce acaba.

Tres siglos transcurrieron. Dominando

de la noche los lúgubres rumores,

en el humilde pueblo de Dolores

escuchóse una voz que, resonando

en alas de los ecos voladores

de uno al otro confín del Continente,

anunciaba que al fin la patria mía

gozosa renacía la vida de pueblo independiente.

¿Y quién fue el temerario

que un poder secular mina y derrumba,

y que exhumando un pueblo de la tumba

le rasga luego el fúnebre sudario

y, como Cristo a Lázaro, le dice:

―Levántate y camina‖ ¿El infeliz

acaso no pensaba

que al arrojar el guante a los tiranos,

él, con sus propias manos,

su infamante suplicio preparaba?

¡El suplicio!... ¡ay! Hidalgo conocía

que a veces el patíbulo redime,

que si la suerte impía

al noble ser su libertad oprime,

debe el que es digno combatir la suerte

arrostrando con ánimo la muerte;

pues no es vida ni es nada

la vida a la opresión encadenada!

Por eso fue que el esforzado anciano

que en el templo cristiano

predicaba la paz sobre la tierra,

lanzó el grito de guerra

que allá en su trono estremeció al tirano!

Así como las flores

se yerguen en sus tallos cimbradores

cuando las hieren, el nacer el día,

del amo sol los vívidos fulgores;

del mismo modo un pueblo que gemía

al desprecio falaz de su grandeza

se yergue y despereza

ante el mágico grito de Dolores.

Y aquel grito tremendo,

con acento viril repercutiendo,

se escucha por doquier. Un cataclismo

conmueve al Continente Americano;

obcécase el tirano

oyendo el ruido de cadenas rotas,

y ruedan al abismo,

para elevarse al cielo, mil patriotas.

Patriotas de indomable bizarría

que al sentir vacilante su existencia,

proferían aún en su agonía

este grito sublime: ¡INDEPENDENCIA!

Moristéis ¡ay! perínclitos varones

al limar los odiosos eslabones

con que a Anáhuac el déspota oprimía;

más no en campos estériles sembrasteis

la fecunda simiente

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que no muy tarde germinar debía

vosotros las regásteis

con el púrpuro humor de vuestras venas,

el águila caudal de nuestro escudo

mostrarse al fin independiente pudo

sacudiendo las bárbaras cadenas!

¡Dormid en paz! Que la oración ferviente

que hoy en los labios de los libres bulle,

en inmensa espiral su vuelo tienda

y hasta la gloria do moráis ascienda

y vuestro sueño arrulle.

Y tú, pueblo entusiasta que me escuchas,

conserva con honor la Independencia

que aquellos héroes, tras fecundas luchas,

como preciada herencia

a costa de su vida te legaron.

Los que en un tiempo tu patria profanaron

hoy la justicia y la lealtad comprenden,

y a través del Atlántico te tienden

su mano cariñosa.

Estréchala cual signo de hidalguía;

relega ya al olvido

la época azarosa

en que esa misma mano te ofendía

y a la voz del rencor no des oído.

En medio de la paz que te rodea,

recuerda la fructífera Odisea

que su prólogo tuvo allá en Dolores;

y cuando cubras el altar de flores

cantando de tus próceres la gloria,

muéstrate siempre ante la augusta historia

sin inquinas, sin odios, sin rencores!

Mazatlán Literario, 1889

El Progreso

A ti, brillante Juventud que un día

serás la gloria de la patria mía:

á ti, que estás llamada

á disfrutar en breve.

como la herencia de la edad pasada,

las conquistas del siglo diez y nueve;

á ti dirijo el apagado acento

desde estas playas do rodó mi cuna…

yo admiro tu talento,

y aplaudo al mismo tiempo tu fortuna!

No te es lícito, no, quejarte de ella;

pues nacistes en tiempos que el Progreso

sobre los orbes el fulgor destella,

enviándole al mortal beso tras beso

en sus rayos de luz ingente y bella!

No te debes quejar, pues tú naciste

cuando la ciencia que transforma al mundo,

ya no gemía, conmovida y triste

del error en el báratro profundo…

Abre la historia; tus miradas lleva

un instante á las páginas malditas,

allí do reprodúcense las cuitas

contra las cuales el mortal subleva

su justa indignación. Savonarola,

en un rapto de ciego fanatismo,

arroja al fuego ―do sucumbe él mismo

al faltarle el apoyo de un monarca―,

los escritos que forman la aureola

de Boccacio, de Dante y de Petrarca!

Ante el odiado tribunal acude

á abjurar sus doctrinas Galileo;

y aunque cobarde el sacrificio elude

cumpliéndole al verdugo su deseo,

nadie su gloria inmarcesible robe:

al material instinto de la vida

su cabeza humilló; pero en seguida

la misma voz de la conciencia escucha,

y tras tremenda lucha

profiere su inmortal ¡E pur si muove!

El torpe fanatismo

que en la ignorancia su poder fundaba,

á las fauces obscuras del abismo

las conciencias viriles arrojaba.

En nombre de una fé que escarnecían

y en defensa de un dios hecho á su antojo,

los frailes su poder establecían,

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y en torno de sus templos esparcían

la deshonra, la muerte y el despojo!

Por doquiera sus crímenes llevaban,

sus insidias llevaban por doquiera;

las cimerias su triunfo aseguraban,

y tan sólo la sombra disipaban

las fatídicas llamas de la hoguera!

No era el dios de esa turba delincuente

aquel Dios de bondad que allá en el cielo,

constituye á los ojos del creyente

en tesoro inexhausto de consuelo.

No era su dios el Dios de los cristianos

que quiere, en la igualdad sus ojos fijos,

que se miren los hombres como hermanos

porque todos los hombres son sus hijos.

Aquel Dios cuyo espíritu fecundo,

de su amor paternal en el exceso,

ha encendido en los ámbitos del mundo

las ráfagas fulgentes del Progreso!...

Es el Progreso resplandor divino

que en la humana conciencia centellea,

y que afirma en su trono diamantino

al glorioso reinado de la idea.

Él derriba los viejos monasterios,

él derriba la ergástula sombría,―

y se abate en los pútridos imperios

á su aliento inmortal, la tiranía.

A su amparo recobra sus derechos,

libre de trabas la conciencia humana;

y mira el mundo portentosos hechos

que el hombre al fin en realizar se afana,

pues se abren del Progreso á la influencia

horizontes más vastos á la ciencia.

Por él concibe el atrevido náuta

la luminosa idea

en que un delirio vió la grey incauta:

Colón se arroja al piélago profundo

y ve surgir, cual Vénus Citerea,

del seno de la mar un nuevo mundo!

Shoéffer y Fust y Guttemberg, su genio

consagran al invento portentoso

que eternizar al pensamiento debe;

y de sus aguas el raudal copioso

que el humano saber acrecienta,

sobre los orbes llueve

esa nube de Dios llamada Imprenta!

Realiza Fúlton su glorioso anhelo:

el ―Clérmont‖ corta la corriente airada

en que refleja su cobalto el cielo;

y la vista, en el alma concentrada,

hoy mira por millares

los buques de vapor sobre los mares,

llevando a remotísimas regiones

del comercio y la industria los pendones.

Los Montgolfier aprestan las barquillas

en que su genio colosal despliegan

y, sobre el mundo levantados, bregan

en ese mar sin fondo y sin orillas

donde sólo las águilas navegan!

Y Franklin aprisiona

los fluidos del rayo que aniquila;

y Volta con su pila

ciñe á sus sienes la inmortal corona;

y Edison y Morse hacen que se abra

un edén á las ansias giganteas:

los hilos que se animan á su aliento

dilátanse en el viento,

y el primero transmite la palabra,

y el segundo transmite las ideas!

Realízase todo eso

al influjo bendito del Progreso

que presta al hombre su calor fecundo.

Él lleva por doquier sus resplandores

y, emanado de Dios, va por el mundo―

cual la vara de Aarón― brotando flores!

Mas también á su empuje vigoroso

rompe la Francia el cetro ignominioso;

el régimen antiguo se conmueve:

destruye el pueblo la fatal Bastilla,

y al orgullo feudal vence y humilla

la gran revolución de ochenta y nueve!

Del Progreso el espíritu despierta

al que duerme en el lecho de Procusto:

él hace que en soldado se convierta

para vengar un cúmulo de agravios,

un ministro de Dios en cuyos labios

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vibra tremendo, aterrador, robusto,

ese grito que á México liberta,

ese grito que dice al continente

que el dolor de mi patria contemplaba,

que ya México no es la antigua esclava,

que ya México es libre, independiente!...

La libertad, hermana del Progreso,

en el Progreso sus derechos funda:

ella mira feliz su honor ileso,

si en sus fúlgidos rayos él la inunda.

Por eso cuando Guaymas

excitó la ambición de un conde iluso,

el intrépido pueblo de Sonora

á la voz del Progreso se dispuso

á combatir. La espada vengadora

sobre la frente de Raousset esgrime,

y al rechazar las pérfidas cadenas

una efeméride en la historia imprime.

Era el 13 de Julio. Allí Larenas,

Martinón, Barsozábal, Híjar, Yáñez,

Arce, Mesa, Chacón, Iberri, Cáñez,

y otros muchos valientes que la historia

consagra para ejemplo de los hombres,

cubriéronse de gloria

y dieron lustre á sus humildes nombres!...

Y después, cuando un ente vagabundo

llamado por el clero,

se atrevió á profanar con su pié inmundo

la patria de Cuauhtemoc y Guerrero, ―

y levantó, á la faz del mundo entero,

el teatral aparato de su corte

en medio de un país que sólo mira

la libertad por norte;

surje Juárez, el indio que se inspira

en las leyes eternas del Progreso,

el indio que en su frente

el porvenir de un pueblo lleva impreso,

y que firme, constante y diligente,

en el alma del pueblo su alma esfuma:

su fuerte empuje á la reacción abruma,

al archiduque su justicia inmola,

y al fin triunfante su pendón tremola

sobre el alcázar real de Moctezuma!...

Juventud sonorense que te lanzas

en pos de tus doradas esperanzas,

no cejes ni un momento:

á la gloria inmortal tus pasos guía,

y no olvides jamás que á tu talento

su bello porvenir la patria fía.

Siempre la voz de tu deber escucha,

y si un instante el óbice te abate,

recobra tu entereza, y lucha, y lucha,

que siempre vence el que con fé combate!

Detesta al clerical, pues él avieso

los sagrados derechos invalida,

y recuerda que al brillo del Progreso

la humana libertad se consolida.

Te da el Progreso su esplendente escudo

para el que sabia y con poder te veas,

por eso, Juventud, yo te saludo…

egregia Juventud, ¡bendita seas!

(Mazatlán Literario, 1889)

Al General Rosales

En exámetros tersos y viriles

un émulo de Homero, otra Iliada

podrá cantar, sin que le envidie nada

la gloria tuya á la del mismo Aquiles.

Los cinceles, los plectros, los buriles,

podrán decir con efusión sagrada,

las admirables luchas de tu espada,

tu pundonor, tus hechos varoniles.

Pero existe algo en ti que mucho excede

á la gloriosa fama del soldado

y que la humana voz cantar no puede:

Tras de la lid, el triunfo consumado,

tu gran corazón su puesto cede

á la piedad el ímpetu indomado!

(Bohemia Sinaloense, enero 16 de 1899)

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Manuel Bonilla

22 de diciembre

La ciudad está de gala

dispuesta á regocijarse

como las niñas bonitas

que celebran sus natales:

repiques, dianas, cohetes,

ensordeciendo los aires;

banderas, flores y risas

en las plazas y en las calles,

hacen visos las aceras

por la confusión de trajes,

y como espuma de neutle

sube y ufano se esparce

el contento de las almas

en los alegres semblantes.

Gratos rumores se escuchan

perfume, luz y donaire

embargan nuestros sentidos

en éxtasis agradables.

Hoy hace veintinueve años

que los buenos habitantes

de Culiacán, esperaban

con ansiedad palpitante

un grave acontecimiento,

una derrota….. quién sabe!

porque oían, como suelen

á lo lejos escucharse

los sordos ecos del rayo,

el rumor de los combates,

y temían con justicia

los patriotas liberales

saber muy pronto las nuevas

del presagiado desastre

del improvisado grupo

que mandado por Rosales,

salió a contener al campo,

del invasor los avances.

¡En tanto los fratricidas,

los ilusos imperiales,

seguros de la victoria

impacientes por menguarse

preparaban las coronas

y los lauros que adornasen,

del Francés las rubias sienes

teñidas de noble sangre

vertida por los intrépidos

defensores de estos lares!

De pronto se ve un ginete

á toda rienda acercarse;

rápido llega y al pueblo

que ansioso llena las calles,

anuncia el triunfo increíble

de las tropas liberales:

después, entre el regocijo

y el asombro populares,

desfilan los vencedores

que entre sus columnas traen

al ejército enemigo

rendido en su mayor parte,

y con su Estado Mayor

la persona interesante

del héroe de la jornada,

el magnánimo Rosales.

Rosales, sí, cuyo porte

á la vez serio y afable,

revela el genio que anima

á los hijos inmortales

de la gloria, en la mirada

triste, soñadora, grave,

como buscándolo ignoto

de los cielos eternales.

Es el soldado-poeta

es el sabio gobernante

de cuyo plectro inspirado

cantos patrióticos nacen

que libérrimas ideas

lanza al mundo en cada frase,

El que indicó á la Patria

desde pequeño su sangre:

génio cual Netzahualcoyotl.

Cuauhtemoc en lo indomable,

prudente como Tenoch

pero más que todos grande,

porque á sus dotes reúne

otra de mayor realce

la de saber perdonar,

¡la virtud más admirable!

1893

(Bohemia Sinaloense, dic. de 1897)

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T. Camacho

El criticador

Siempre adversario del talento ajeno,

En la obra bella sin piedad se cela,

Y entre los dientes de su pluma lleva

Gotas de sangre, esputo de veneno.

Del mérito enemigo y de lo bueno

Contra todo el que vale se subleva

Y envidioso del genio que se eleva,

Lo grazna revolcándose en el ceno.

Genio procaz de estultas intenciones.

Ensarta y lanza sátira sin cuento,

Burlas de Zoilo, insultos de bufones.

¡Y en las obras no ve de su talento

Destacarse con vanas pretensiones

La soberbia figura de un jumento!

(El Monitor Sinaloense, 14 de enero de 1900)

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Francisco Cuervo Martínez

El loco…

En ángulo obscuro destácase un loco,

De tez macilenta, mirada indecisa…

Detúveme a verlo, detúveme un poco:

Vagaba en sus labios eterna sonrisa.

¡Te olvida el amigo, te engaña tu amada,

El negro infortunio tras ti se desliza!

El loco desgrana glacial carcajada

Y luego prosigue su eterna sonrisa.

¡Te olvida tu madre, tu madre adorada,

Tu grato pasado sin tregua agoniza!

Se incendian tus ojos, al hombre que invoco,

Fulguran felinos en la ancha morada;

Se yergue en espasmos el mísero loco,

Su tez macilenta se torna rojiza,

Dos lágrimas surcan su tez demacrada…

Y súbita estalla feroz carcajada

Y luego prosigue su eterna sonrisa…

(El Monitor Sinaloense, 6 de junio de 1909)

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―Rubén Darío‖

Arrojos

Joven, acérquese acá

¿Estima usted su pellejo?

Pues escúcheme un consejo

Que me lo agradecerá.

[…]

Al torpe déjele hablar

Sus torpezas disimule

Y adule, adule y adule

Sin cansarse de adular.

Como algo no le acomode,

Chitón y tragar saliva,

Y en el pantano en que viva

Arrástrese aunque se enlode.

Y con que befe al que baje,

Y con que al que suba inciense,

El día en que menos piense

Será usted un personaje.

(El Correo de la Tarde, 4 de marzo de 1897)

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Efrén del Castillo

El jardín blanco

(Para ―El Monitor Sinaloense‖)

EL JARDÍN GRIS

Jardín sin jardinero,

Viejo jardín,

Viejo jardín sin alma,

Jardín muerto. Tus árboles

no agita el viento. En el estanque el

agua

yace podrida. ¡Ni una onda! El pájaro

no se posa en tus ramas.

La verdinegra sombra

De tus hiedras contrasta

Con la triste blancura

De tus veredas áridas…

Jardín, jardín! ¿qué tienes?...

Llegando a ti se muere la mirada!

Cementerio sin tumbas…

Ni una voz, ni recuerdos, ni esperanza,

Jardín sin jardinero,

Viejo jardín,

Viejo jardín sin alma.

Manuel Machado

De ―Revista Moderna‖.

EL JARDÍN BLANCO

A Manuel Machado

Jardín que apenas brota,

Joven jardín,

Joven jardín radiante

Jardín nuevo. Tus retoños

No agita el aura. En la marmórea fuente el

agua

límpida yace. ¡Cuántos rumores! El pájaro

cantando está en tus ramas!

La luz del astro

Rey de los reyes, contrasta

Con la innoble negrura

De tus veredas fértiles…

Jardín, jardín! Despierta…

Que estando en ti, las energías renacen!

Paraíso sin flores…

Cuanta luz, qué colores, qué bellezas,

Jardín que apenas brota,

Joven jardín,

Joven jardín radiante.

Efrén del Castillo

(El Monitor Sinaloense, 22 de mayo de 1904)

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Esteban Flores

Incoherencias

A Julio G. Arce

¿Combatir?... ¿Para qué? Soy un vencido

Y sólo quiero calma:

A la sima he caído

Y está triste mi alma.

Del reino azul de la ilusión, proscrito,

La fé me niega sus fulgores mágicos

Y un hastío infinito

Prende en mi vida sus crespones trágicos!

Sigue tú por el agrio derrotero

Tras la pujante lid que ruge y arde,

Para mí el son de tu clarín guerrero,

Llega tarde, muy tarde.

Sigue! batalla! Y mientras débil yazgo

Sobre la arena y mi revés deploro,

Logre tu esfuerzo con heroico rasgo

Para tu testa la corona de oro.

¿Combatir?... ¿para qué? Ya mis anhelos

Huyeron en tropel… La Muerte avanza…

Y en el negror profundo de los cielos,

―Luz efímera,― se hunde mi esperanza!

(Bohemia Sinaloense, 1898)

A un bardo

La infamia te befó… Y hubo un instante

en que hirsutos, soberbios,

tus impulsos rugieron… y pujante

deshebró la ira por tus nervios.

Una nube sangrienta

Pasó por tu cerebro estremecido

Entre sordos fragores de tormenta;

Y de tu seno henchido

De cóleras inquietas,

estallando injurias y clavando mofas,

surgieron las estrofas

como un haz coruscante de saetas!

Que otros hinquen la garra

en el tropel adverso

y se arranquen girones; tú, sereno,

en la olímpica barra

de los combates, matas con el verso

que es dardo y proyectil, espada y trueno!

Vanamente en su loca

…cancia, la maldad, desde su abra

de sombras, te provoca:

tú tienes en la boca

un rayo fulminante: tu palabra,

que marca a fuego todo lo que toca!

¿Qué torvo sobresalto

puede sobrecogerte

si cada tempestad te halla más fuerte

y cada perversión te ve más alto?

Cumpliendo tu destino

vas impelido por la fuerza suma

¡Dios quita lo que obstruye tu camino

y lo que no hace Dios lo hace tu pluma!

(El Correo de la Tarde, 1899)

Toque

Oh niña que despiertas á la vida!

Oh virgencita blanca

Cuya pupila húmeda parece

Una gota azulada!...

Oh, lirio floreciente cuyo aroma

Como un perfume de los cielos, pasa

Y que el candor, angelical, del niño

Como bruma de luz llevas en tu alma;

Tu que aún sabes los cantos vibradores

Que te enseñó la infancia

Y aún conmovida esperas en la alcoba

La caricia impalpable de las hadas;

Tu que llegas al mundo y eres buena,

Oh virgencita blanca,

Deja flotar mis sueños en la dulce

Diafanidad azul de tu alborada!

(Bohemia Sinaloense, 1897)

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Jesús G. Andrade

Al Humaya

Oigo tu voz ¡oh río caudaloso!

Oigo el rugido fiero

Que arrojas de tu abismo pavoroso;

Es el grito potente y altanero

De un atleta indomable

Que siente hervir la sangre de sus venas

Y que gime y que ruge encadenado

Luchando sin cesar, desesperado,

Por romper sus cadenas.

Emulo de los mares, en tu seno

La eternidad se encierra;

Lleno de horrores y de encantos lleno,

Eres un cáos de esplendor sublime

Y á las entrañas mismas de la tierra

Llega tu acento que iracundo gime.

Á veces, cuando en calma

Corres bajo los cedros en la sombra,

Con qué placer el corazón te nombra,

Cuánta dicha despiertas en el alma!

Y al empezar el día,

Cuando aparece el sol en el oriente

Y rasga el velo de la noche umbría

Con los efluvios de su augusta frente,

Entonces el boscaje

Que se levanta en tu ribera hermosa

Entona su epopeya gloriosa

Su epopeya magnífica y salvaje!

Y al declinar el día,

Cuando se hunde el sol en occidente

Dejando en tu redor niebla sombría

Al ocultar los rayos de su frente,

Los pálidos reflejos

De la espuma que salta entre tus ondas

Semeja de tus linfas, á lo lejos,

Las encantadas cabelleras blondas.

Y al brillante derroche

De luz, que rasga el tenebroso velo

Que tiende en tu redor la augusta noche,

Copias los astros del divino cielo;

Mas otras veces, cuando airado, horrible

Eres monstruo temible

Y te revuelves en tu propio seno

En convulsiones de titán herido.

Lanzas al cielo el sin igual rugido

Lleno de encantos y de horrores lleno,

Así pasas revuelto é imponente

Semejando un torrente;

Y en tu grandiosa y eternal batalla,

Luchas contra ti mismo y es tu acento

El del rayo violento

Que entre los senos de la nube estalla.

De ciega tempestad á los fulgores,

Cuando sus mil horrores

Lanzan los cielos, y su horrible grito,

Tu retumbante voz, tu voz que truena,

Parece que resuena,

En la obscura región del infinito,

Sigue tu curso ¡oh río! hácia los mares,

Da gloria universal á esa sultana

Cuyas plantas tu besas, y mañana

Cuando te admire el hombre en tus altares,

Tal vez habré caído

A las eternas sombras del olvido.

Bañada por tus brisas fue mi cuna

En mis tiempos de paz y de fortuna;

Y así cual me arrulló con su cariño

Tu voz atronadora que retumba

En mi lecho purísimo de niño,

Con tu rumor arrúllame en la tumba!

(Bohemia Sinaloense, 1 de diciembre de 1897)

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Julio G. Arce

Cuadro

Tranquilo el mar. En la extensión distante

estalla en tintas la naciente aurora

y el hirviente oleaje se colora

con los áureos matices del Levante.

No revienta la onda, murmurante

va á morir á la playa abrasadora:

y en la gallarda barca pescadora

canta sus infortunios al amante.

Turba aquella quietud rumor cercano

y en el fondo, sin sombras, del paisaje

aparece altanero y soberano

raúdo vapor que hiende el oleaje

y en espumas revienta el océano,

al Progreso rindiendo vasallaje.

(Bohemia Sinaloense, 1 de noviembre de 1898)

Acuarela

A Soledad Paliza

Quiebra la luz sus rayos ondulantes

contra las olas de la mar bravía,

y allá tras la remota serranía

oculta el sol su disco de diamantes.

Envuelta en nubes de ligera bruma,

una barca dirígese á la orilla

y va dejando la luciente quilla

anchos regueros de rizada espuma.

De pronto el huracán azota fiero;

una nube ennegrece el firmamento;

se alborota la mar, la luz desmaya,

y ve llegar, el rudo marinero

á sus hijos, en santo arrobamiento

orando, de rodillas, en la playa.

(Bohemia Sinaloense, 1 de febrero de 1898)

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J. Antonio Gaxiola

Para un álbum

No tiene el arpa mía

Notas que cantar vuestra hermosura,

Exento de harmonía

De ritmos de cadencias y dulzura

El rumor de sus cuerdas se levanta,

Rumor que gime cuando yo estoy triste,

Y con mi dicha y mis placeres canta.

La palidez que mi cantar reviste

Nació con mi dolor y mis pesares,

Cuando huyeron mis blancas ilusiones…

No os extrañe al leer estos renglones…

Encontrar palidez en mis cantares.

Sois la cándida y tímida violeta

Que duerme con la brisa y con las flores,

Tenéis en vuestro rostro los colores

Que el pintor nunca tuvo en su paleta.

Sois la cautiva mariposa inquieta

Caída entre la red de los amores,

El hada de los bardos soñadores

Y la expresión más dulce del poeta.

Tenéis en vuestros labios ambrosía

Vuestros ojos revelan alegría

E irradian de placer y venturanza,

Y como sois tan bella y tan virtuosa

Tenéis á vuestras plantas una diosa

Con los brazos abiertos: la esperanza.

(Bohemia Sinaloense, 1 de julio de 1898)

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Francisco Gómez Flores

Los néofitos

De novísima invención

hay una casta de pollos

que llena con sus embrollos

á toda la población.

Literatos botarates,

bardos y escritores módicos,

abastecen los periódicos

de chismes y disparates.

El listo Zenón ¡pardiez!

para á su lado tenerlos,

se ha ofrecido á defenderlos

uno á uno, ó diez á diez.

Y los bautizó, no lego,

poniéndoles cual perito,

un nombre raro y bonito,

de puro abolengo griego.

NEÓFITO. ¡Miren qué nombre

tan chulo y tan relamido!

¡Un bebe recién nacido!

¡Un pedacito de hombre!

Hierba ó planta significa

en lengua griega phyton;

neos, nuevo. En conclusión:

neófito, una hierba chica.

Contra esta fé de bautismo

de ridiculez no escasa

deben protestar en masa

los nenes del periodismo.

Rechacen la amable ofensa

de su defensor gratuito;

levanten al cielo el grito

los neófitos de la prensa.

Disfruten derecho llano

para escribir y gritar,

y para sacrificar

á todo el género humano.

Disfruten derechos mil

para hacer versos perversos,

aunque sean de los versos

que han de arder en un candil.

Publiquen sonetos romos,

acrósticos, madrigales,

leyendas, editoriales,

y folletines, y tomos.

En el rigor de la fiebre

hagan obras á granel…

Y hallarán quizá el laurel

en el fondo de un pesebre.

Que muchas veces también

la loca fortuna ciega

el lauro del triunfo entega

sin saber cómo ni á quién.

Y si la historia registro

encuentro con estupor

á un caballo senador

y á algún borrico ministro.

………………………….

………………………….

………………………….

………………………….

Sobre los neófitos radie

el sol sus vivos reflejos.

Que canten… Pero tan léjos

que no los escuche nadie.

Y en cuanto al listo Zenón

que movido de piedad,

tuvo de ellos caridad,

tuvo de ellos compasión;

con qué horripilante gesto,

de versos hasta el cogote,

dirá alguna vez al trote:

¡ay, amor, cómo me has puesto!

No, Señor, esto no cuela,

ni á más neófitos me nombres.

¡A su trabajo los hombres!

¡Los muchachos, á la escuela!

El otro Zenón

Humorismo y Crítica, 1887

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Enrique González Martínez

Sequía

Junto al maizal, la gente campesina,

los turbios ojos levantado al cielo,

ve de la nube gris el amplio vuelo

que allá por el oriente se avecina.

Tristes sus tallos el maizal inclina,

muere de sed el abrasado suelo;

mas un hálito dulce de consuelo

en cada humilde corazón germina.

Preñada de favores, ya la nube

ligera y rauda por el éter sube

y gigantesca por el cenit avanza…

¡Mas, ay, que el norte su furor subleva

y con su aliento funeral se lleva

a un tiempo mismo nube y esperanza!

(Preludios, 1903)

A un poeta

¡Deja caer la amanerada lira

―ludibrio del amor, del arte mofa―

despierte ya la musa que te inspira

y cual rayo de luz surja la estrofa!

¿Dónde aprendiste el enfermizo canto

que lanzas como cisne moribundo?

¿Quién habla ―dime― de morir en tanto

que el sol, el almo sol, incendia el mundo?

¿Buscas inspiración, te falta numen,

todo lo encuentras árido y sombrío,

y tus ansias tiritan y se entumen

como las aves al llegar el frío?

Qué ¿no hay ideal para tu anhelo?

¿Todo es miseria, podredumbre y lodo?

¡Ve el campo, mira el mar, contempla el

cielo:

allí hay belleza, inspiración y todo!

En cauce que le oprime y le sofoca,

el hondo río su caudal desata

y desde el filo de elevada roca

se desprende en inmensa catarata;

ostenta lujuriosa la ribera

floridas hierbas y tupida fronda,

y náyades de rubia cabellera

en el cristal se miran de la onda;

el ancho mar con ímpetu salvaje

azota las arenas de la orilla

y, a los rayos del sol, el oleaje

en mil penachos espumosos brilla.

Naturaleza por doquier ostenta

de inspiración el germen encendido

lo mismo en el fragor de la tormenta

que en el piar del pájaro en el nido.

Es pompa en la pradera de colores

armonía en los trinos del boscaje,

perfume en los efluvios de las flores

y poema de luz en el celaje.

Del bosque milenario en la espesura,

finge rumores místicos el viento,

y el sol como una lámpara fulgura

en la bóveda azul del firmamento.

Después, huye la luz, viene la tarde,

se oculta el sol tras el lejano monte,

las nubes dora, y reverbera y arde

como incendio voraz el horizonte;

y cuando el ángel de la noche extiende

su dulce paz, su oscuridad discreta,

inspirado y feliz las alas tiende

al mundo de los sueños el poeta…

¡Deja el canto irrisorio y decadente,

ludibrio del amor, del arte mofa,

y del cristal de la castalia fuente,

como Venus del mar, surja la estrofa!

(Preludios, 1903)

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Trova

Fatigado, jadeante,

en busca de asilo y calma,

al castillo de tu alma

llamé, trovador errante.

Se abrió tu puerta al instante;

entre ceñudo y sombrío…

¿Por qué al mirarte, bien mío,

latió pujante y despierto

mi corazón, casi yerto

de dolor, cansancio y frío?

Desde tu ojival ventana

¡oh, compasiva señora!

apenas brille la aurora,

me verás partir mañana.

No me culpes, castellana,

de ingratitud ni un instante;

alguien me grita: ¡adelante!

Obedezco a mi destino,

y hay que seguir el camino

como trovador errante.

Lo que dice el poeta

Llamando voy al ritmo y el ritmo no responde,

la idea se me escapa y el numen se rebela

y soy Colón iluso que en frágil carabela

bogando va sin brújula y sin saber a dónde.

En vano martirizo la mente porque ahonde

enigmas y misterios; en vano el alma vuela

de un astro persiguiendo la fugitiva estela…

¡El rastro se me pierde y el luminar se esconde!

Apágase del estro la llama engañadora

y el corazón en ansias se desespera y llora

de la lira torpe y el numen impotente;

mas los anhelos tornan con desusados bríos

y el rumoroso enjambre de los ensueños míos

vuelve a besar mis ojos y a acariciar mi frente.

(Lirismos, 1907)

(Preludios, 1903)

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Luis H. Monroy

Azul

Azul era la estancia en que se hallaba,

Azul era el banco desde el cual veía,

Como una mancha azul á la bahía

Donde una barca azul se balanceaba.

Azul era la cumbre que se alzaba

A la región azul donde lucía

Un astro que sus luces extendía

Por toda la creación que se azulaba.

Azul era el papel en que, risueño,

Trazaba estos renglones por antojos,

Azul la tinta que compré á Juan Sueño

Y es, lector, que me pelas ya los ojos

Al oír tanto azul sin ton ni dueño,

Que tengo azul la vista y los anteojos.

(El Correo de la Tarde, 17 de enero de 1897)

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Raúl Jazbacan

De actualidad

Francamente, á como van

Las cosas en Mazatlán,

No es posible la quietud;

Hay bastante que decir

Y mucho más que sentir

En materia de salud.

Fecundo en enfermedades

Y otras mil calamidades

El anterior año fué

¿Y el actual cómo será?...

Por lo que pasando está,

Más o menos ya se ve.

Tos ferina, consunción,

Varioloide, sarampión,

Fiebres, murria, languidez

Y una que otra pulmonía

Son, hasta el presente día,

Los gajes del año diez.

Estamos fritos… ¡no hay duda!

Cada quien el quilo suda

En busca de salvación.

Médicos y boticarios

Se van á hacer millonarios

En esta linda ocasión.

Los tísicos menudean,

Los dementes no escasean,

Todo es ruina y malestar…

¡Hasta hidrófobos tenemos!

Lo cual es á los extremos

Del infortunio llegar.

(El Correo de la Tarde, 18 de enero de 1910)

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Alfredo López Ibarra

Al Gral. Escobedo

Noble hijo de México! tu espada

azote de los crueles invasores,

hace la Patria sea respetada

de extraños enemigos y traidores.

Tu frente sin mancilla está nimbada

del sol de Libertad por los fulgores;

y tu historia en la Historia deificada

hace más y más excelsos tus honores.

Egregio paladín! con la victoria

le das a nuestra Patria eterna gloria,

y a tu nombre perenne nombradía,

Egregio paladín! por tus virtudes

igual que por la guerra, los laudes

más himnos te prodigan cada día.

–Cosalá

(El Correo de la Tarde, 19 de abril de 1898)

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Abelardo Medina

Mi opinión acerca del arte

Al Sr. Francisco Medina

Poeta que lleváis luz en la frente

Como la estrella hermosa de la tarde,

¿Cómo quieres que mi opinión presente;

Si en mi cerebro no arde

Ni aún el fuego que en la noche flota

Sobre la tumba del que ya no existe?

El arte para mí será la nota,

Con que se queja el corazón más triste.

Será el gemir del que sus penas dora

Al despertar la refulgente aurora;

Del astro rey el postrimer destello,

Del cielo azul los místicos fulgores;

Será el perfume con que ungió el cabello

La virgen de los últimos amores.

(El Monitor Sinaloense, 1 de diciembre de 1904)

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Francisco Medina

Las ruinas de la aldea

De una choza dormida y olvidada

el rústico esqueleto apenas queda;

ya sólo es hojarasca la enramada

perdida en el ramal de la arboleda.

Ya no se oye la endecha placentera

del labrador volviendo del sembrado,

ni el balar de la oveja en la ribera,

ni el canto de las aves en el prado…

¡Cómo queda sin hojas el manguero

que ayer exuberante florecía;

mustio quedó bajo el impulso fiero

y agostador de la nevada impía.

Ya no se ve enlazado el alto encino

el débil manto de la verde hiedra,

ni perdida en las cuevas del camino

la envejecida cruz de tosca piedra.

Hoy todo es soledad, en el bohío

concluyó aquel hogar feliz y tierno;

todo quedó desecho por el frío

de las heladas noches del invierno.

(El Correo de la Tarde, 15 de agosto de

1897)

XXXII. A mi padre

Padre mío, consuela tus dolores;

Déjame batallar aunque sucumba;

Sigue la senda por do encuentres flores,

¡Que las mías me esperan en la tumba!

Contemplas en derredor todo sombrío

Cuando ves que del mundo en el desierto

No encuentro una esperanza… ¡Padre mío!

Soy el bajel y he de buscar el puerto!

El mundo nos combate inexorable;

No respeta tu angustia y tu agonía…

Ya no sufras por mí: no eres culpable

De que concluya en mi existir el día!

(El Correo de la Tarde, 3 de junio de 1897)

En días de lucha. De Juventud lóbrega

Me hirió la suerte con brutal cinismo;

A mi esperanza arrebató sus alas,

Y hoy desciendo hacia el fondo del abismo

¡Donde se agitan las pasiones malas!

Quise llevar por triunfador enseña,

Las victorias de muchas tempestades,

Mas hoy mi fe de niño se despeña

A un océano de odios y ruindades.

La lucha de la vida ya no existe,

De mi edad en el débil entusiasmo;

Llevo en mi faz descolorida y triste

¡Las hondas cicatrices del sarcasmo!

Quiero que la tristeza me consuma

Sin que mi mal se agite con alarde:

Tal vez será esa pena cual la bruma

Que muere con las luces de la tarde.

Tal vez no sea así… mas nada anhelo,

Ni siquiera curar mi vida enferma:

Que desciendan más témpanos de hielos,

A la llanura intransitable y yerma.

Efímeras se van de mi memoria

Las páginas henchidas de ilusiones

Dejando sólo sombras pues la historia

¡Debe ser una historia de crespones!...

¿Qué importa? De los hombres el ultraje

Jamás se apartará de la existencia:

¿Qué importa que me pierda en el oleaje

Si queda a flote el barco; mi conciencia?

(Bohemia Sinaloense, julio 15 de 1898)

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Héroe

Sobre la faz tostada por nuestro sol ardiente

fulguran sus pupilas lumínicas de acero;

por su altivez estoica diríase un guerrero

de aquellos de mil lauros de triunfos en la

frente.

A veces tempestuoso, colérico, rugiente,

como turbión que azota las cimas, altanero;

extraño ser que siendo dominador y fiero,

oculta transparencias de cristalina fuente.

Es dualidad excelsa de soñador y atleta:

frente a las huestes, único; frente al amor,

poeta;

nostálgico insaciable de libertad y gloria.

Al humillar las ansias de la invasión injusta

conquista dos coronas para su frente augusta:

¡de bravo en la pelea, de noble en la

victoria…!

(Mefistófeles, 31 de diciembre de 1907)

Lola A Luis G. Urbina

I

Una confesión

En la estancia tristísima y desierta

Están solos; orando el religioso,

Ella en el lecho inmóvil como muerta

De una lámpara el brillo tembloroso

Aviva la miseria del asilo

Que yace muerto en funeral reposo.

El cristiano tan tétrico sigilo

Alza la voz como implorando al cielo

Bendición para su ánimo intranquilo

¡Oh, cómo inspira compasión y duelo,

Ante aquella mujer desfallecida,

Del sacerdote el cariñoso anhelo!.....

--Señor, prolonga su expirante vida;

Ella es culpable por deber maldito;

Entrégala á la muerte, redimida—

Dice á la enferma como doliente grito:

--Despierta de tu sueño, Lola, Lola;

Implora la piedad del infinito—

Ella despierta……..se juzgaba sola,

Y queriendo abrazar al compañero,

Vuelve á caer como muriendo ola.

Habla y con el arrullo plañidero

De la tórtola enferma que suspira

Dice con débil voz: ¡Padre, me muero!

―Dios desde lo alto mis dolores mira;

Hoy quiero relatar mi amarga historia;

Escúchela con calma, no es mentira.‖

―No es mentira, no es página ilusoria,

Inventada por loco desvario;

Es espectro que vive en mi memoria.‖

―Hoy me llama la muerte padre mio;

Hoy contemplo ante mi el fiero bulto

Que nos arroja al bárato sombrío.‖

―Y como miasma en el pantano, oculto,

Yo no quiero dejar en mi conciencia

Este cáncer que en ella va sepulto.‖

―Ha sido miserable mi existencia;

Perdí la fé desde edad temprana

En que se afirma ó niega la creencia.‖

―Me atrajo la vorágine mundana;

Bajé del goce al insondable seno,

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Donde quedó mi juventud lozana;‖

―Donde fatal y loco desenfreno,

A caba con los vírgenes amores

E inunda nuestra sangre de veneno.‖

―De casto amor las inocentes flores

Un hombre me ofreció; de pasión viva

Me presentó los claros resplandores;‖

―Y ante mi dura decisión esquiva,

Juraba amarme sin cesar, llorando,

Y con sus frases me dejó cautiva.‖

―Y con su acento cariñoso y blando,

Eco sentido de doliente queja,

Me decía: ¿Mi Lola, cuándo, cuándo?

―Así cual nube que veloz se aleja

Huyó del corazón el egoísmo

Que á la mujer en aislamiento deja;‖

―El amor, ese extraño paroxismo

De la razón, con inconciente mano

Me abrió de las locuras el abismo;‖

―Ese fatal é incomprensible arcano,

Donde se oculta tempestad bravía

Que fiera azota al corazón humano!‖

―Mi seductor, Roberto, me decía:

Amémonos, entrégate á mis brazos Y dame el goce de llamarte mía.”

Únete a mí con eternales lazos;

Muéstrame de tu ser la exuberancia…

Y me ahogaba con férvidos abrazos.‖

De nuestro amor la celestial fragancia

Concluyó al despertar de mi letargo;

Nos separa hoy del odio la distancia;‖

―Hoy con un mundo de dolores cargo,

Y en vez de hallar en el ayer, consuelo,

Viene el recuerdo matador y amargo!‖.

―¡Quién creyera que aquel á quién el cielo

Destinó mis quiméricas ternuras,

Tendiera sobre mi alma obscuro velo!‖

―El se llevó mis ilusiones puras

Y de mi hogar la dulce venturanza

Dejándome en herencia dos criaturas;‖

―Dos criaturas, dos hijos, la esperanza

De mi vida monótona, que horrible

Me presenta la idea de venganza.‖

―¡Venganza! grita mi pasión terrible;

¡Esa mujer que te robó á tu amante!

Y detenerme, padre, es imposible…‖

―De mi aterido corazón, distante

Está el deseo de borrar la huella

De mi pasada perdición constante.‖

―Esta es mi ruta, mi fatal estrella;

Seguír del mal el áspero camino

Sin pronunciar mi tímida querella.‖

Mis labios saturados por el vino

No deben profanar lo tierno y santo

No existe para el vicio lo divino.‖

―Y por eso prefiero el desencanto

De esta misión; seguir indiferente

En esta vida á la que odiaba tanto.‖

―¿Quién podrá comprender que tras mi frente

Manchada por el ósculo perjuro,

Hay castas reflexiones de inocente?‖

―¿Alguien comprenderá que en este obscuro

Antro en que vivo, el resplandor existe

De recta reflexión, aunque inseguro?‖

―¿Y qué á mi cuerpo bacanal reviste

La repugnancia por el torpe vicio?

¿Qué tengo el alma sin creencia y triste?‖

―¿Qué a veces siento flaquear mi juicio

Cuando el hambre mis carnes debilita,

Y por eso desciendo al precipicio?‖

―Así estaba mi suerte, padre, escrita;

Es inútil odiar al sufrimiento;

Si la bondad de Dios es infinita,‖

―¿Por qué no me detuvo en el momento

En que de unirme al que causó mis males,

Por mi mente pasaba el pensamiento?‖

―El goce y el dolor me son iguales,

Por eso mis desdichas ya no gimen,

Aunque sean grandísimos mis males.‖

―Comprendo que las lágrimas redimen,

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Pero ya es tarde para hallar la fuente

Que deshaga la mancha de mi crimen.‖

―Quiera Dios que se apague esta candente

Fiebre que inexorable me devora,

Para mostrar con altivez mi frente….‖

―Alimento otra idea redentora;

Breves instantes faltan al ingrato

De hacer justicia se acercó la hora!‖

El clérigo tembló; con insensato

Pavor luchaba y con fatal idea,

Mientras Lola decía: ¡ó muero ó mato!

Aquel como el marino que desea

Asirse del madero que lo lleve

A salvo del furor de la marea,

Precipitado en derredor se mueve;

Habla con melancólica entereza

Que inspira risa y á la vez conmueve.

―¡Adiós!― dice el asceta con tristeza;

―¡Adiós!― gime la frase sollozante

De la enferma; aquel sale de la pieza;

La lámpara fulgura agonizante….

II

Venganza

Pasaron muchos meses; la terrible

Enfermedad que atormentado había

A Lola con su llama irresistible,

Entonaba sus cantos de agonía,

Dejando de aquel sér sólo despojos,

Cual de una nave, tempestad bravía;

Aun quedaban en ella los enojos

De su pasión, cual quedan en Ocaso

Después de hundirse el sol, destellos rojos.

Con torpe celo y con valor escaso

Abrigaba la idea de venganza

Y hacia el crimen volvía paso á paso.

―Seré feliz, decíase, si alcanza

Mi espíritu á curar su devaneo

Veré la realidad de mi esperanza.―

Con la pasmosa timidez del reo

Que oye la decisión de la justicia,

Sintiendo el aguijón de su deseo;

Dando al problema solución propicia

A sus ansias malévolas, temblaba

Ante la voz fatal de la malicia.

Y en sus noches de insomnio, acariciaba

Sus ilusiones de perdida gloria,

Y un giro amargo á sus desvelos, daba.

Traía con despecho á su memoria

El desastroso ayer, página horrenda

Del libro ensangrentando de su historia.

Soltó á su grito de rencor la rienda;

Su sangre se agitó rauda y potente,

Y dió principio su moral contienda;

Salió de su mutismo, y de repente

Sintió que vacilaban las pasiones

Que encendían su cólera rugiente…

De la sombra los lúgubres crespones

Que cubrían la estancia con su manto

Fingían mil espectros y visiones…

Con flébil voz que parecía llanto,

Recitó este monólogo sombrío

Expresión de inclemente desencanto:

―Ya que existe en mi espíritu el vacío,

Hondo como el abismo de mis penas

Y donde sólo me consume el frío,‖

―Daré á mis horas de amargura, llenas,

El deleite brutal que no dilata

En romper de la vida las cadenas.‖

―¿Qué importa que del ábrego la ingrata

Corriente azote sin piedad mi vida?...

¡Al hambre inexorable diré: mata!

―Descenderé al recurso de homicida

O inspiraré á Roberto crueles dudas

Cuál estas que me tienen consumida?‖

―¡Oh temible Satán, si tú me ayudas

Triunfaré y mis ansias pasionales

Se mostrarán tenaces y desnudas!‖

En su mente ideas infernales

Alzábanse, fantasmas indecisos

Cual del caos las sombras espectrales.

Llegó una noche; de rencor, precisos

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Fines, la hicieron disponerse á un viaje;

A sus deberes humilló, sumisos.

En sus acciones la pasión salvaje

Presentaba sus llamas encendidas

Y le infundía irracional coraje.

Abandonó su estancia; detenidas

Las blasfemias rugían en su pecho

Mientras iba por calles y avenidas.

¡Cómo deseaba entonces que deshecho

El corazón calmara su latido,

Y así rodar á funerario lecho!

Su pasado propósito, rendido,

Iba á caer ante emoción extraña,

Cuando sonó una voz ante su oído;

Rugió cual si rompiéranle una entraña,

Con el rugido dominante y fiero

De la pantera en la feraz montaña.

¿Qué idea la marcaba el derrotero

Que seguía con ansia tentadora,

O qué seguía con afán artero?

Detúvose indecisa… de una hora

Resonaron las lentas campanadas,

Inspirando tristeza abrumadora.

Del Invierno las ráfagas heladas,

Sumbaban en las calles, la incierta

Tea nocturna de luces esfumadas,

Iluminaba la ciudad desierta…

Lola, observando un caserón obscuro,

Fuése á empujar su carcomida puerta.

Penetró! cual fatídico conjuro,

Oyó la voz de una mujer que altiva

Quiso estrecharla contra el tosco muro;

Y con palabra ruda y decisiva,

Gritó: ―Detente… ¡infame, es necesario

Que alguna de las dos desde hoy no viva…

El corazón que antes temerario

Sólo sufría ante su mal, hoy quiere

El nuncio de mi viaje funerario;

Paga tu infamia ó resignada muere;

Si pretendes huír… queda tu hija…

Ya no puedo esperar: ¡habla, prefiere!

Será vana tu súplica y prolija. ―

Y en terrible actitud vió a la criatura

Y puso en ella su mirada fija.

Un instante de hórrida pavura

Sucedió; la casera meditaba

En aquella actitud fatal y dura.

Quería hablar y aliento le faltaba…

―Roberto ―dijo― acude a mi defensa;

No me mates, mujer, seré tu esclava―

―Que no respeto tus recursos, piensa,

Y empuñó un acero que lucía,

De una farola ante la luz intensa.

Y Roberto al llamado no acudía,

Y pasaba momento tras momento,

Con los que en Lola la pasión crecía.

Esta se avalanzó con cruel intento;

Aquella grita exasperada y loca,

Y cae desplomada, al pavimento.

Lola ese grito de dolor, sofoca;

Observa en derredor, ¡nadie la mira!

Y una sonrisa muévese en su boca….

La moribunda ensangrentada espira…

Duerme una niña en haraposo lecho,

Y danza tetra de tinieblas gira

Sobre los muros de aquel cuarto estrecho.

(Bohemia Sinaloense, 1 de marzo de 1898)

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Antonio Moreno

En un álbum

Me has pedido que escriba en este álbum

Y tengo que escribir,

Mas no puedo engañarte hermosa niña

Porqué no sé mentir:

En un álbum se escriben muchas cosas

De diverso sabor,

Se habla de la fragancia de las flores

Y de su suave olor;

Se compara el perfume que desprende

El soplo virginal

Que respiran las aves con delicia

En brisa matinal,

Y de mil y mil cosas, muy bonitas,

Todas á cual mejor,

Sin dejar que se quede en el tintero

La palabrita amor;

¿Pero sabes cual es el fin de aquesta

Manera de escribir

Ya que así lo has querido niña hermosa

Te lo voy á decir.

No es dejar el recuerdo de un cariño

Que á veces no sintió

Por la dueña del álbum en que escribe

Aquel á quien se dio,

Sino sólo a lucir sus aptitudes

Como buen escritor

Y como nunca he sido ni pretendo

Ser poeta ó prosador,

Sólo escribo estas líneas, mal forjadas,

Por complacerte á ti

Y aun pienso que al leerlas los curiosos

Se burlarán de mí…

No es esto que no admire tu belleza,

Tus gracias sin igual y tu pudor,

Ni que yo sea insensible á tus encantos,

Ni de tus lindos ojos al fulgor;

Pero soy enemigo de ficciones

Propias solo de gente baladí,

Por cuanto lo que siento, sin rodeos

Cuando sea tiempo, lo sabrás por mí.

(Bohemia Sinaloense, 1 de enero de 1898)

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Esteban Moreno

En el álbum de la Srita. Emilia Rivas

¿Qué te puede ofrecer mi humilde lira

Que digno obsequio á tu beldad se crea,

Si cada númen, que tu ser admira,

En conceptos bellísimos se inspira,

Y te brinda un ideal en cada idea?

Pues pródiga te dio Naturaleza

Gracias, virtud, talento, simpatía;

¿Cómo puede mi mustia poesía,

Siendo digna del Dante tu belleza,

Canta en tu loor, amiga mía?

Mas me pides que escriba, y rebosando

De dicha el alma porque tú lo ordenas,

De tu álbum en las páginas amenas

Flores silvestres dejaré temblando…

¡Que tus manos las tornen azucenas!

¿No las ves ateridas por el hielo…

Que un afán malogrado las consume?

¡Cuánto mejor que olvido las abrume

Es que hallen en tus ojos, bello cielo

Y en un aliento de vírgen, su perfume!

Frases que en mi cariño te consagro

Que encuentren en tu aprecio su victoria,

No del aplauso en la mentida gloria;

Que la dicha mejor que en ellas labro

Es vivir un instante en tu memoria.

Que debe ser la dicha, la ventura

Asomarse á tu alma, en un momento

De esos que ves al claro firmamento,

Fija en los astros tu pupila oscura

Y elevado hasta Dios tu pensamiento.

Parece que penetras lo infinito

Con la dulce expresión de tu mirada,

Tu frente inimitable, inmaculada

Y el seráfico ceño, son el grito

Que lanza tu alma á su primer morada!

¿Por qué tan impaciente en el planeta

Si á tu paso embelleces cuanto miras,

Si en Dios se piensa cuando tú suspiras,

Si transformas al geómetra en poeta,

Y es feliz el hogar donde respiras?

¡Quién ver me diera, tu misión cumplir

Antes que en sus caprichos mi destino

Me haga emprender de nuevo mi camino

No sé yo á dónde, en busca de mi vida,

Navegando sin brújula y sin tino!

Tu bello rostro, su serena calma

Sin sombra de temores é inquietudes,

Heroína te aclama en las virtudes,

Un paraíso se me antoja tu alma

Y al proscenio del bien con ella acudes.

Y tú serás feliz; sí muy dichosa

Que es la virtud magnífica presea

Y en torno suyo el bienestar se crea

¡Feliz quien pueda venerarte esposa

Feliz quien como madre te posea!

(Bohemia Sinaloense, 15 de septiembre de 1897)

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Pedro R. Zavala

Deseos

¡Oh!, virgencita de trenza rubia

¡Oh!, virgencita del ebúrneo cuello

Para grabar mi nombre en tu memoria

Yo quisiera violar tu pensamiento,

Como violan los rayos de la luna

De tu alcoba de virgen, el misterio,

Como vierte sus lágrimas la aurora

Sobre el áureo botón del crisantemo

Sobre la blanda cabellera de oro.

Quiero verter mis lágrimas de duelo

Y quisiera en tu frente pensativa

Posar mis labios y dejar mis besos,

Como en la nieve de la excelsa cumbre

Deja la tarde su postrer reflejo.

¡Oh!, virgencita de las crenchas de oro

Yo quisiera violar tu pensamiento

Besar tu blanca y pensativa frente

Y ante tus plantas desflorar mis versos.

¡Oh virgencita de la trenza rubia!

¡Oh virgencita del ebúrneo cuello!

Quiero grabar mi nombre en tu memoria,

Ante tus plantas desflorar mis versos,

Y morir como muere la violeta

Sobre tu blanco y perfumado seno.

(Bohemia Sinaloense, 15 de noviembre de 1897)

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Rafael Serrano

A Berta Gómez Gallardo (En su álbum)

¿Qué, dime, ¡oh numen poético!

Será o, ángel cuyo nombe

Grato y puro Berta es?

Pregunto yo á mi laúd.

No me responde y yo digo:

Consuelo, esperanza, amor,

Inocencia, bienandanza,

Eso eres tú.

(San Francisco de California,

17 de noviembre de 1898)

(El Monitor Sinaloense, 15 de abril de 1900)

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Pedro Victoria

La instrucción

La instrucción es la potencia

que al Universo conmueve;

y en el siglo diez y nueve

agranda la inteligencia.

Propagándose la ciencia

en uno y otro hemisferio,

van implantando su imperio

la razón y la verdad,

y avanza la humanidad

penetrando en el misterio.

Nos guía en nuestras jornadas

cual colosal monumento,

la experiencia y el invento

de las edades pasadas.

Tenemos aseguradas

esas conquistas que son,

la larga elaboración

del pensar de sabios hombres,

cuya lista dan los nombres:

Galileo! Flammarión!

Probó la ciencia a porfía

que esta tierra hermosa y vária,

no es el ara estacionaria

que fraguó la teología.

La luz que el sol nos envía

y se apaga tras las moles,

no es sola en sus arreboles

que en los espacios profundos,

visten miríadas de mundos,

luz de miríadas de soles.

El vivo relampagueo

con que Dios iluminó

la cumbre donde inició

al jefe del pueblo hebreo:

lo hace el hombre á su deseo

y lo doma de tal suerte;

en motor del cuerpo inerte,

en conductor de la idea,

en antorcha gigantea

que la noche en día convierte.

De los mares al través

el vapor suple a la vela

de la tarda carabela

del náutico genovés.

La distancia ya no es

Aquel infranqueable muro;

pues de la ciencia al conjuro

la devoran jadeantes,

esos palacios flotantes

que van a puerto seguro.

En todos los componentes

del planeta en que vivimos,

do con frecuencia sufrimos

males los séres vivientes;

van los sabios diligentes

de vida el germen buscando,

y á la muerte disputando

sus presas en la existencia,

vemos por doquier la ciencia

á la humanidad salvando.

Ya los pueblos que vivían

de contínuas invasiones,

hoy en vez de sus legiones

sus productos sólo envían.

Así trabajando, ansían

cada cual ser el primero;

y surge el rico venero

de bienes que se prodigan,

y unos otros se ligan

con sus vínculos de acero.

Toda esa transformación

que alcanza al siglo presente,

la alcanza porque á su frente

hay un lema: ¡LA INSTRUCCIÓN!

La actual civilización

nos enseña pertinaz,

que el saber, de tiempo atrás

es el supremo interés,

y el pueblo más grande, es,

el pueblo que sabe más.

Comprendió México eso:

y rompiendo su pasado,

háse también embarcado

en la nave del progreso.

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Bajel que surcando ileso

al impulso de sus velas,

se oye, al mirar sus estelas,

el himno á cuyos acentos

se clausuran los conventos

y se abren las escuelas.

Hoy sin que á nadie le asombre,

al templo de la instrucción,

penetra, á la comunión,

la compañera del hombre.

En la cátedra su nombre

inscribe en su asiduidad,

buscando ciencia y verdad

para instruirse, y útil ser,

que así honra la mujer

á Dios y á la humanidad!

(Mazatlán Literario, 1889)

Poesía leída en una fiesta filantrópica

Allá en las vegas que el San Diego baña

y en la margen umbrosa del Rosario,

ayer no más la dicha sonreía

en medio de la paz y del trabajo.

El labrador sus campos los contempla

llenos de espigas que forjó el verano

en las flexibles cañas que crecieron

sobre las huellas que dejó su arado.

El humilde pastor bajo la sombra

sin cuita entona su armonioso canto,

revistando sus reses que pululan

en derredor, sobre abundantes pastos.

Al pié de la colina entre el murmullo

de alegres voces é incesante tráfago,

el golpe se oye de acerada pica,

con que el minero con nervudo brazo,

arranca los tesoros que se ocultan

en las duras entrañas del peñasco.

Las labores, los campos y las minas,

atraviesan innúmeros atajos

con que el comercio próspero reparte

á los diversos pueblos separados,

el bienestar que el cambio proporciona

de los variados frutos del trabajo.

En los quietos lugares, satisfechas

su prole estrechan con amantes brazos,

las esposas de aquellos que ya vuelven

provistos al hogar, para el descanso.

Las amorosas madres, las hermanas,

las amantes, ansiosas esperando,

cada cual algún sér que á su llegada

dicha mayor acarreará á su lado.

Aquel cuadro feliz, el seis de Octubre

se iluminó con el postrero rayo

del sol poniente, que entre rojas nubes

se hundió en el mar en el distante ocaso;

y la quietud con que la noche brinda

se esparció por los pueblos y los campos…

más ¡ah! Mientras aquellos moradores

al descanso y al sueño se entregaron,

sin que á turbarles su reposo fueran

los ódios, las envidias, los cuidados;

se alzó del mar en el espacio oscuro

la negra nube que anunció el chubasco,

y desatado el huracán, azota

el mar, la playa, la ciudad, el campo!

Todo á su paso ante su furia cede:

la débil choza, el corpulento árbol;

y arrasa por doquier el torbellino

del labrador las cercas y sembrados.

Atónita despierta aquella gente:

los niños buscan maternal regazo;

tiemblan las madres, los abrazan, lloran;

consuelo el hombre les prodiga en vano.

Entre tanto en la falda de la sierra,

vapores de la costa condensados,

se transforman en grandes cataratas

que aumentan el caudal ya desbordado,

de las revueltas aguas que alimentan

los cauces del San Diego y el Rosario.

Así desciende el bramador torrente

en su curso hacia al mar: va desbordado,

rebasando los diques y barreras

que fueron por los siglos respetados.

Invade la llanura, y arrebata

su corriente impetuosa por los campos,

plantas, árboles, casas, y separa

los séres que el amor había juntado;

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209

y entre sus ondas sepultarse mira

aquellos hijos que estrechó en sus brazos

el padre amante, que también sucumbe

en su inútil esfuerzo por salvarlos.

Allí teneís; mirad esas riberas

que convirtió en un páramo el estrago:

sin choza el labrador y sin cosechas;

laméntase el pastor sin sus ganados;

el minero inundadas vé sus minas,

perdido su caudal y su trabajo;

el comerciante en la común desgracia

con crédito insolvente y arruinado.

Allí la viuda inconsolable llora

la eterna ausencia del esposo náufrago;

y la madre infeliz no vé a sus hijos;

y corre desolada preguntando

por aquellos que ayer su dicha fueron;

y sólo encuentra al detener su paso,

al huérfano inocente que en el mundo

quedó también sin deudos! ¡sin amparo!...

¡Acudid á enjugar lágrimas tantas!

¡Socorred por piedad al desgraciado!

(Mazatlán Literario, 1889)

Despedida

Estás pronta á partir ¡ah! cuánto duelo

dejará en Mazatlán tu despedida,

sin escuchar tu voz, será la vida

monótona, sin goces ni consuelo.

En vano buscaremos con anhelo

quien alegre nuestra alma entristecida,

pues sólo tú cantando conmovida

pudiste abrirnos de placer un cielo.

Ya el marinero en su bajel te espera

levando el ancla con canción sonora:

¡adiós mujer! nuestra afección sincera

te acompaña por siempre desde ahora:

y tú al cruzar el mar, y por doquiera,

recuerda á Mazatlán que por ti llora.

(Mazatlán Literario, 1889)

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Benjamín Vidal

Mi esperanza

Cuando despierta en el oscuro cielo

la blanca y pura luz del nuevo día,

suelo decir á la esperanza mía:

―¿vendrás tal vez á coronar mi anhelo?‖

Mas cuando tiende el sonrosado velo

la triste tarde por la esfera umbría,

llora perdido el fin, mi alma vacía

aquel placer trocado en desconsuelo.

¡Esperar! Esperar, es la sentencia

que la fatalidad aterradora

marca á el alma que débil se le humilla:

pero me equivoqué, la Providencia

le ofrece á mi alma que sus cuitas llora,

el bien de tu amistad, pura y sencilla.

(Mazatlán Literario, 1889)

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Antonio Villalpando

Fascinación

A Pedro Macías

Allá al través de vaporosa nube

Parecióme entrever sus formas de hada:

Trémulo me acerqué, y enajenada

Mi alma buscó su rostro de querube.

Cual perfume de amor que al cielo sube,

Cual suspiro del áura enamorada,

Cual hálito de brisa perfumada

Extinguióse el vapor y...Nada detuve.

Porque al tocar la gaza transparente

Que al parecer sus gracias envolvía

Y al buscar su mirada refulgente,

Aire toqué nomás. Espacio había

Donde creyera mi ardorosa mente

Sus encantos hallar y mi alegría.

(El Monitor del Pacífico, 16 de noviembre de 1879)

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Fernando Vizcarra

La noche

Canta el búho y del ángulo oscuro

Que allá lejos se forma en el muro,

Sale triste el chirrido del grillo

Que salmodia su eterno estribillo-

A la luz de la luna aparecen

Los naranjos que suave se mecen

Con los besos de céfiro blando

Que suspira y se aleja cantando…

Muchas flores cerraron su broche

Bajo el manto de pálida noche;

La Natura no ostenta sus galas,

De Febetor la cubren sus alas…

En las ondas tranquilas del lago

Se destaca el contorno muy vago,

Como densa y opaca neblina

De la Náyade triste ú Ondina

Que ha surgido entre blancas espumas

Como Vénus del mar, las brumas

La calleja de cedros termina

En las tristes orillas del piélago…

En la altura, entre parda neblina,

Aparece, cual grande murciélago,

Satanás, protector de tinieblas

Que dibuja su forma en las nieblas;

Se oye luego, sarcástica y fría,

Su maldita feroz carcajada…

¡Calló el búho; mas ya no chirría

Triste el grillo en su oscura morada;

Solamente la parda corneja

Vuela y chilla, tenaz aletea…

En el viento Satán balancea

Y perdiéndose luego, se aleja…

Ya la Aurora sonriente despierta:

Con su pálida luz, bella, incierta,

De Natura presenta el paisaje

Que es de Faunos eterno hospedaje.

Ya cesó de chirriar, triste, el grillo

Su maldito, su eterno estribillo.

Entre horribles graznidos se aleja

La medrosa y oscura corneja;

Triste el búho en el ángulo obscuro

Que allá lejos se forma en el muro,

Ticurúz, ticurúz, ya no canta,

Por la luz matinal sorprendido

Asustado su vuelo levanta

Y velóz se dirige á su nido….

Ya las flores abrieron su broche;

Se alejó hacia el averno la noche;

Suspirando despiértase Flora

Y saluda, sonriendo, a la Aurora.

(El Correo de la Tarde, 7 de enero de 1897)

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Cecilia Zadí

Grito bohemio

Hay almas que nacieron

con tan aciago sino

que nunca en su camino

hallaron una flor;

espíritus que viven

por el pesar ungidos

por siempre sumergidos

en sombra sin fulgor.

Labios que nunca apuran

el adorado vaso

en donde aguarda acaso

sus mieles el placer,

séres en cuya frente

pálida, se ha marcado

el signo ―desgraciado‖

desde antes de nacer.

Y yo soy uno de esos

espíritus malditos

para el placer proscritos;

soy hijo del dolor!

En su regazo amargo

mis venas se nutrieron,

y amargos como él fueron

mis sueños y mi amor,

La dicha fue en mi cielo

no el rayo que fulgente

con su caricia ardiente

el alma iluminó:

fue un rastro leve y pálido

que corriendo á su ocaso,

ni huellas de su paso

en mi existir dejó.

Antes de haber cantado

la alegría y la vida,

mi voz enternecida,

de la muerte cantó;

y mis canciones fueron

como un largo lamento

que en sus alas el viento

al labio arrebató.

¿Fui poeta? Lo ignoro.

Pero sentí en mi seno

un corazón que lleno

de grandeza latió:

Sentí alas, y al mirarlas

apenas extendidas,

por la traición heridas,

su vuelo se abatió.

El refrescante soplo

de inspiración sublime

que del dolor redime,

mis sienes oteó:

y traducir pudieron

en vibrantes sonidos,

mis cantos, los gemidos

que el pesar me arrancó.

Hoy en silencio estéril

mi espíritu se esconde;

el eco me responde

si canto o lloro yo:

como el murmullo débil

de una voz que se aleja,

mi última amarga queja

el aire se llevó.

Peregrino cansado,

que, perdiendo el camino

ya sin fe en su destino

ni él sabe dónde vá;

y moviendo con pena

la desgarrada planta,

no siente si adelante

o retrocederá.

Ideal! Si en la ruta

del alma, tus estrellas

no riegas ya; ¿qué huellas

el hombre seguirá?

Como el bruto hacia el suelo

la cerviz inclinada,

pisada tras pisada

hasta la muerte irá.

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Dé el raudal poderoso

su caudal á la fuente,

que en hilo transparente

de peña en peña va

y en la vega florida

su corriente dilata,

y ancha cinta de plata

el hilillo será.

Exigua luz que apenas

ha erectado su flama,

crece y crece, y es llama

que radiante arderá;

sin el beso del aire

que fecunda su seno,

entre el vaho del cieno

su fulgor morirá.

Así el alma que arde,

como signo del cielo,

en el vívido anhelo

de su origen: subir!

es o llama refulgente

si el alma lo arrebola,

o ruin lumbre que sola

se condena á morir.

(El Correo de la Tarde, nov. 17 de 1901)

Estrofas

De nuestra Pátria en el cielo

se álzan las sombras insignes

de los mártires sublimes

que por ella perecieron,

y en esta fecha gloriosa

no hay pecho que noble sea

que no sienta enardecerse

la sangre de sus arterias

ante el caudillo, que quiso

librarla de sus cadenas!

¿Qué son, ante la memoria

los velos que teje el tiempo

si á través de ellos brillando

están hazañas, portentos,

de los héroes esforzados

que son del valor ejemplo?

¿Si con respeto profundo,

Ascender entre humo denso

desde el cadalso á la gloria

vemos sus álmas augustas?

El escuadrón luminoso

va de caudillos surgiendo

ante el recuerdo, que finge

los pasos de sus corceles

y el tóque de sus clarines

que al opresor estremecen,

mientras se alegran los pechos

de los pobres insurgentes

que pátria libre, há tres siglos,

en vano piden gimiendo!

El ángel del exterminio

sus álas de fuego extiende,

y vá de los paladines

las pisadas presidiendo,

que del furor de los déspotas

y sus traidoras falanges,

ni las ciudades se escapan,

ni se libertan los campos,

y ¡fuego,! Venganza,! Muerte,!

ván trás ellos pregonando!

¿Más qué de la tiranía

pueden al ódio y la saña,

contra principios tan santos

que del mismo cielo bajan?

¡Núnca en el ánimo altivo

de los héroes há logrado,

el infecundo exterminio

hacer morir la esperanza,

¡y donde cáe un caudillo

mil al punto se levantan!

Hidalgo, Allénde, Jimenez

y Aldama, como holocausto,

el corazón palpitante

dejaron sobre el cadalso;

pero esas cuatro cabezas

que la infamia clavó en alto,

surgir sobre el campo vieron:

Rayones, Galeanas, Bravos

y á Morelos, el suriano

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más heroico y denodado!

Epica trompa tan solo

acaso cantar pudiera

sucesos que débil labio

en vano narrar intenta!

que la contienda sombría

de un pueblo que á muerte lucha

por defender sus derechos

de un rey que se los usurpa,

¡es el suceso mas grande

que ha conmovido la tierra!

Cuando sobre el ancho seno

de los mares, se levanta

horrenda nube que llena

de obscuridad el espacio;

y sobre el mundo indefenso

lanza centellas y rayos:

causa oculta y poderosa

su mole conmueve y razga

y fecundizante lluvia

sobre el campo la deshace.

Así el insolente trono

de los crueles opresores,

romper en menudos trozos

un germen glorioso logra,

y los caudillos conquistan

en vez de humillante férula

con su grandeza, el respeto

de sus mismos enemigos

y libertad y derecho

nos dán en véz de cadenas.

Hoy nuestro suelo al comercio

de los países extraños,

bajo seguro gobierno

ábre generoso campo;

y México no es ya nombre

de esclavitúd ni de atraso:

¡que libre, feliz, glorioso;

por el órbe saludada

sobre dos mares ondea

nuestra enseña sacrosanta!

Miradla! de sus colores,

sobre el águila soberbia,

parece que se destaca

una colosal silueta;

¡una figura sublime

que va creciendo, creciendo….

hasta perderse en los cielos

en álbos pliegues envuelta.

¡Es nuestro padre

de la santa Independencia!

¡Antes perezca mil veces,

en olas de fuego presa,

el Anahuác, que humillada

miremos nuestra bandera

y ántes bárbaro cuchillo

cual débil espiga siegue

nuestra cabeza y el cuello

rosado de nuestros hijos,

que planta extranjera vuelva

á pisar nuestros derechos!

Más ya como ántes los écos

no son del tambor guerrero,

los que presiden y marcan

el triunfo de nuestros héroes:

hoy á la sombra apasible

de La Paz, árbol sagrado,

que con su sangre y sus huesos

los mártires fecundaron;

elevan férvido hossana

la Libertad y el trabajo!

De gratitud y amor prenda,

alzad conmovidos pechos,

cantos de paz á los nobles

caudillos que nos la legan;

hoy que entre gratos acordes

y entre banderas que ondean,

el óptimo fruto vienen

á recoger reverentes

los hijos que de la patria

el progreso representen….!

Honor á nuestros caudillos!

á sus nombres venerandos,

que con reflejos divinos,

irradian en nuestros fastos!

Cantan! voces juveniles

Nuestro himno sacrosanto!

¡sus notas en el espacio

Marciales cual nunca vibren

y ante la imagen de Hidalgo

todas las frentes se inclinen!

(Bohemia Sinaloense, 18 de septiembre de

1898)

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Al héroe de San Pedro

Épicos génios, héroes inmortales

que admiró el mundo y deificó la historia,

y nímbados de luces siderales

dormís en el regazo de la gloria:

escuchad nuestros cantos, los triunfales

cantos que, eternizando la memoria

de nuestro egregio paladín Rosales,

consagra reverentes la victoria!

No Grecia antigua, mas fulgente brillo

guerrero unir á la virtud sublime

logra, cual muestra el vencedor caudillo

que une al laurel con que su sien corona,

la floreciente oliva que redime

y la piedad augusta que perdona.

(Bohemia Sinaloense, enero 1 de 1898)

22 de diciembre

Cuando tu espada, vencedor Rosales,

grabó esta fecha con fulgor de estrellas,

como el sol de resplandores inmortales,

dejó tu génio refulgentes huellas.

No de venganza con funestos males,

heróico, generoso el triunfo sellas:

que, asombro de enemigos parciales,

como en la guerra en la virtud descuellas.

Monumento es vívidos fulgores

el pueblo de San Pedro dó tu planta

besaron los altivos invasores!

Y á medida que el tiempo se adelanta

y hace la patria excelsos tus honores,

la fama de tu nombre se agiganta.

(Bohemia Sinaloense, enero 1 de 1898)

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