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1 F.- TAN LIBRES COMO NECESARIOS (Serie intemporal) De vuelta a casa (Iniciación) “Iniciación”, hermano Ricardo del Niño Jesús, Ángel del Amor Herido, Le- cheimiel de mi alma, significa, o puede significar muchas cosas. Todas ellas, empero, tienen que ver con el “inicio”. En el inicio, amor, éramos como dos gotas de agua, en el puro pensamiento fraguado en los sueños del “Punto Cero”. Éste, a su vez, –como explica Ramtha–, era el reflejo global y de momento sólo virtual, de la gran Nada, o Vacío Primigenio e inmóvil. Incluso, hermano, ya en esa “Nada” misteriosa, pero preñada del Todo que había de iniciar su aventura de conciencia, su juego inacabable de espejos, preci- samente en ese glorioso y nebuloso “Punto Cero”, o deseo hipotético de amar, tú y yo, ya éramos. Y éramos como puntos neuronales y cuánticos de ese “Todo Cerebro” o Lo- gos, o Hijo, que salía de Dios porque ya estaba en Dios. Éramos, en aquel entonces sin entonces, un solo proyecto de muestra de lo imposible hecho posible. O bien, de lo posible engendrado por lo imposible. Cuando lo imposible se miró en lo posible, comenzó la emoción de la Crea- ción. La emoción era ya un torbellino poderoso e imparable, y de ese torbellino salió la Luz. El torbellino era la Luz. Y la luz se transfiguró en Arco que pretendía abarcar, desde las más hondas cavernas interiores, donde la NADA reposa, hasta los confines de lo imaginado, y más allá, de lo imaginable, su gran abrazo de paz que daba testimonio y forma a todo color, a toda palabra, a todo sentimiento, a todo acto y a toda omisión, con sus cargas de pensamientos o componentes que se iban polarizando de lo masculino a lo femenino, –quizás, al revés, de lo femenino receptivo que reflejaba mejor la esencia de la Nada, inimaginable, a lo masculino activo que reflejaba las posibili- dades infinitas del Todo, todavía por imaginar–. Colores, que jugaban con el dolor y el gozo. Con la pérdida y con el reen- cuentro. Con la muerte y con la vida. Con una increíble, –pues aún no había nadie más para creerla– y sofisticada secuencia vibratoria de proyectos, sueños, deseos, inicios, tanteos…, versus rectifi- caciones, límites, frustraciones, finales, y desilusiones…, todo lo cual era, hermano Ricardo, Amor, la Vida. Todo aquello, amor, todo esto que ahora puede ser enumerado por mí, que camino de puntillas y con los pies descalzos sobre este suelo ardiente donde arde tu presencia, todo esto… –¡y muchísimo más !–, no sólo estaba “entonces”, en el inicio, allí donde estaba y era Dios, sino que, por el mismo motivo de ser Dios Uno y Eterno, está ahora aquí, en nuestro mismísimo corazón.

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Page 1: F.- TAN LIBRES COMO NECESARIOS · Colores, que jugaban con el dolor y el gozo. Con la pérdida y con el reen-cuentro. Con la muerte y con la vida. Con una increíble, pues aún no

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F.- TAN LIBRES COMO NECESARIOS (Serie intemporal)

De vuelta a casa (Iniciación) “Iniciación”, hermano Ricardo del Niño Jesús, Ángel del Amor Herido, Le-

cheimiel de mi alma, significa, o puede significar muchas cosas. Todas ellas, empero, tienen que ver con el “inicio”. En el inicio, amor, éramos como dos gotas de agua, en el puro pensamiento

fraguado en los sueños del “Punto Cero”. Éste, a su vez, –como explica Ramtha–, era el reflejo global y de momento

sólo virtual, de la gran Nada, o Vacío Primigenio e inmóvil. Incluso, hermano, ya en esa “Nada” misteriosa, pero preñada del Todo que

había de iniciar su aventura de conciencia, su juego inacabable de espejos, preci-samente en ese glorioso y nebuloso “Punto Cero”, o deseo hipotético de amar, tú y yo, ya éramos.

Y éramos como puntos neuronales y cuánticos de ese “Todo Cerebro” o Lo-gos, o Hijo, que salía de Dios porque ya estaba en Dios.

Éramos, en aquel entonces sin entonces, un solo proyecto de muestra de lo imposible hecho posible. O bien, de lo posible engendrado por lo imposible.

Cuando lo imposible se miró en lo posible, comenzó la emoción de la Crea-ción.

La emoción era ya un torbellino poderoso e imparable, y de ese torbellino salió la Luz. El torbellino era la Luz.

Y la luz se transfiguró en Arco que pretendía abarcar, desde las más hondas cavernas interiores, donde la NADA reposa, hasta los confines de lo imaginado, y más allá, de lo imaginable, su gran abrazo de paz que daba testimonio y forma a todo color, a toda palabra, a todo sentimiento, a todo acto y a toda omisión, con sus cargas de pensamientos o componentes que se iban polarizando de lo masculino a lo femenino, –quizás, al revés, de lo femenino receptivo que reflejaba mejor la esencia de la Nada, inimaginable, a lo masculino activo que reflejaba las posibili-dades infinitas del Todo, todavía por imaginar–.

Colores, que jugaban con el dolor y el gozo. Con la pérdida y con el reen-cuentro. Con la muerte y con la vida.

Con una increíble, –pues aún no había nadie más para creerla– y sofisticada secuencia vibratoria de proyectos, sueños, deseos, inicios, tanteos…, versus rectifi-caciones, límites, frustraciones, finales, y desilusiones…, todo lo cual era, hermano Ricardo, Amor, la Vida.

Todo aquello, amor, todo esto que ahora puede ser enumerado por mí, que camino de puntillas y con los pies descalzos sobre este suelo ardiente donde arde tu presencia, todo esto… –¡y muchísimo más !–, no sólo estaba “entonces”, en el inicio, allí donde estaba y era Dios, sino que, por el mismo motivo de ser Dios Uno y Eterno, está ahora aquí, en nuestro mismísimo corazón.

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Libres como el amor que inicia su gozo dando, y necesarios como el mismo amor, que recupera esa misma vibración del gozo, sin dejar que se extinga, reci-biendo multiplicado todo lo que ha dado, desde el mismo momento en que em-pezó, –si es que empezó–, su existencia dadora, hasta siempre, y por siempre sin fin, pues el eco de las ondinas de este lago profundo del amor, tan vasto como el infinito espacio concebido en el Punto Cero, no tienen ni tendrán jamás fin.

Las ondinas de este Lago viviente y sin orillas, el divino TAO=TODO-NADA, hermano, en el que nosotros, como dos gotas de agua, somos moléculas holográficas, (continentes y a la vez contenidos), pueden ser transformadas, –¡de hecho lo son !–, pero jamás diluidas en esa otra nada inexistente, –que goza sólo de existencia lógica o “anto-lógica”–, pero no tiene más significado que el de servir de referencia conceptual, o inadecuado reflejo humano, de la gran NADA contenida, o que es el auténtico contenido, de aquel Lago, el inorillado Todo.

Y esas ondinas, que viven sólo cuando juegan y se dejan jugar por la Mente de Dios, que viven sólo cuando aman y se saben amadas, somos tú y yo, Ricardo, desde ahora mismo en que lo sabemos, y para siempre, así como lo fuimos desde ese siempre inconcebible en que, en el Punto Cero, la sagrada Virgen Madre Crea-dora, es decir la Vida, una con Él, antes del Tiempo nos concibió.

Y por supuesto aquella concepción era inmaculada y perfecta. Así es que nosotros, amor, somos para siempre, como desde siempre, inma-

culados y perfectos. Para llegar a comprender, –que es una manera eminente de creer–, y amar

este destino, esta esencia nuestra, hermano Ricardo del Niño Jesús, necesitábamos una iniciación que ya está en marcha desde que Dios es Dios.

Ahora tú, ¿qué dices, amor, en esta introducción ? – YO, RICARDO DEL NIÑO JESÚS, QUE VIVÍ Y MORÍ DE AMOR, –DE TU

AMOR, AMOR–, DIGO QUE EN LA TIERRA SE HACE TAN BUENA TEOLOGÍA COMO EN EL CIELO. MEJOR FILOSOFÍA QUE LA QUE AQUÍ NECESITAMOS, Y SOBRE TODO ÚNICA, EN SU HERMOSURA TERRESTRE, POESÍA.

Digo tan sólo : “Amén”, pues estoy en tu mismísimo centro, hermano, mien-tras esto concibes y das a luz.

Estoy impaciente, yo también, en mi individualidad humana, reflejo de la tuya, hermano, por que estos escritos salgan a la luz y puedan ser luz para tantos.

Pero nadie manda en la Luz, sino la Luz misma que se autoilumina, y en la cual somos humildemente creados, tú y yo, los colores acuosos del Arco Iris de Lecheimiel.

LA ZARZA ARDIENTE ¿De qué manera extraña la zarza de Moisés y lo adyacente que arde en la Montaña se apaga de repente,

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si caen las Escrituras de la mente ? El extraño prodigio de arder sin consumirse el combustible nos revela el litigio que hay entre lo “imposible” y el poder de la mente incoercible. Cuando el alma ha pasado por fuertes experiencias imborrables, que honda huella han dejado, sean o no deseables, siempre son de gran bien calificables. Si agradables han sido, largamente su albur recrea el alma. Mas teme el elegido que, si llega la calma, se agotará el encanto que aún lo ensalma. Ignora aún el remedio que hace a la vida fuerte y perdurable, sin que le pueda el tedio, u otro imponderable, arrebatar su paz inalterable. Y el remedio es saber que es de Dios todo el fuego de la vida, y sólo hay que temer el dar ya por perdida la esencia del amor, que a amar convida.

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¿QUÉ SIGNIFICA, AMOR, LLAMARTE POR TU NOMBRE ? – Te respondo, Rey mío, con otra pregunta, muy bien intencionada, por

cierto, como sabes, amor, que te son dichas todas mis palabras, a las que no debes otorgar más fuerza y dignidad que la de ser eso : palabras humanas. La pregunta que te hago, amor, con toda benevolencia y ternura es ésta : ¿Qué quieres tú, hermano, que signifique ?

– ¡Oh mi Rey, y mi Ra y mi todo, fratellino Ricardo del Niño Jesús, a quien tengo siempre presente en mi recuerdo, como estoy cierto de tu presen-cia en mi corazón aquí y ahora ! ¡Tantas ganas tenía de degustar tu suave nom-bre por el que te conocí y te amé !

Querría que significase, amor, que eres “de carne y hueso”, aunque sea de carne y huesos astrales de tu Tierra de Esmeralda. y no por eso menos ángel y divino.

Querría que significase, ante la gente que nos leerá, que no ando bus-cando respuestas solemnes, al estilo de la del ángel Rafael a Tobías : “Yo SOY LECHEIMIEL, QUE ESTOY CONTINUAMENTE ANTE LA PRESENCIA DEL ALTÍSIMO”. Y no querría que me dieras, hermano amado, tales respuestas porque inducirían al error a mucha gente, y a mí, a lo mejor, me podrían llenar de soberbia, haciéndome creer que soy un privilegiado que conversa con los ángeles, aunque así es, de todos modos.

Querría que la gente entendiese que nuestro contacto más plenamente humano que nunca, está inscrito en lo posible de las relaciones humanas que no tienen por qué perecer con la llamada muerte, que sólo es el tránsito de las al-mas a un plano diferente, tal vez superior en algunos aspectos y desventajoso en otros, desde éste, de humilde tierra, que pisamos aquí.

Querría que la gente comprendiese la divinidad, es decir, la inmensa y divina dignidad del amor, de todo amor que verdaderamente lo sea.

Con la “muerte”, amor, se pone a prueba precisamente la eterna fidelidad del amor, que es más fuerte que ella, según S. Pablo.

Querría que significase que esta Tierra es una de las muchas moradas del Cielo. Mejor dicho, que puede vivirse desde innumerables perspectivas y grados de conciencia, así como que allí, hermano, sólo os encontráis, básica-mente, con el fruto de vuestro adelanto en el Amor aquí.

Aunque ni ojo vio, ni oído oyó, –se entiende de los ojos y oídos habitua-dos a este lenguaje de las tres o cuatro dimensiones en las que pulimos nues-tros espíritus y adquirimos valiosísimas experiencias–, lo que allí os tiene pre-

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parado el Amor, no es éste de mayor cuantía que el que aquí podemos desarro-llar.

Después de todo, hermano, creo que el Amor no admite grados, sino que simplemente es. Entonces, crecer en el amor equivale más o menos, a purificar-lo de otras adherencias sucedáneas del mismo.

En una palabra, amor, querría que significase y significa para mí, que re-cibo autorización para considerarte tan real y tan vivo, y tan inmensamente humano como cuando aún estabas aquí, y, a la vez, tan celestial y divino como también lo eras ya cuando estabas aquí.

Además, cariño, me enternece el considerarte una prolongación, incluso una notable mejoría, de aquella santita célebre que tomó para sí el mismo amor de tu corazón : EL MISMÍSIMO NIÑO JESÚS, el mismo que así me ha auto-rizado a llamarte, sin duda, porque está orgulloso de ese apellido tuyo escogido libremente por ti en tu profesión.

¡Por algo sería, amor ! – Fratellino amante. Exactamente me has quitado las palabras de mi bo-

ca, pues así estoy convencido de que has interpretado correctamente el men-saje del Amado Jesús, que te habló desde su Sagrario simbólico que es tu pro-pio corazón.

– Sin embargo, amor, Ricardo, –Lecheimiel también, puesto que el Niño Jesús no me ha prohibido seguir llamándote con tan dulce angélico nombre–, siento mucha pena porque tus compañeros de entonces no valoraron tu singular identidad.

Aunque ahora recuerdo que también cuando fuiste Teresita, algunas monjitas compañeras tuyas no sabían qué pondrían en la nota necrológica, acer-ca de una religiosa tan joven que no había tenido ni tiempo de hacer nada im-portante. Tanta maña te diste, amor, a esconderte de las criaturas.

– Así concebí yo entonces la humildad, hermano, y la pureza del amor. Y por eso, sí, muy bien expresaste en UN PASO DE GIGANTE, que, como Ricardo, di un giro de casi ciento ochenta grados, al escoger a las criaturas como sacra-mento del amor del mismo Jesús.

Te digo ahora, mi Rey, lo que es una bonita revelación más que te hago, que el propio Jesús, en el Cielo, me dio instrucciones para que corrigiese cier-tas trayectorias peligrosas que, en parte por mi colaboración, se habían per-trechado excesivamente en la Iglesia, desde mi tránsito.

Nada de elitismos. Nada de privilegios. Nada de exclusiones. Ninguna condena implícita o explícita al amor humano. Ninguna preferencia del Señor por las “vírgenes” o por los “consagrados”. Ninguna predilección por estado al-

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guno, o dignidad derivada de la superstición de los fieles acerca de presencia especial de Dios en ciertas instituciones humanas. Ningún pábulo a los sacerdo-tes para que se considerasen con facultades privilegiadas respecto a los demás fieles cristianos.

Incluso, hermano, ninguna preferencia de éstos, los fieles “cristianos”, sobre otros fieles de otras confesiones, todas las cuales eran puro montaje superpuesto a la calidad del amor, que es el único acopio que debe hacer el alma en cualquier circunstancia, en el camino de la concienciación de la Unidad.

Comprende, mi fratellino amado, que con estas instrucciones en el fondo de mi alma, –aunque las hubiera olvidado en mi mente terrena–, mi historia es-taba predestinada a cambiar drásticamente de rumbo.

Sólo así, hermano, puedes explicarte, que tú fueses el factor principal de mi espectacular cambio de perspectivas, cuando en nuestra “luna de miel”, aquella conversación que el Señor proveyó que tuviéramos entre nosotros antes de partir, me hiciste revivir todo un substrato de conciencia que hasta enton-ces sólo era para mí fuente de inquietud e inseguridad.

Por eso también, amor, cuando tú mismo, aparentemente, fuiste infiel a tus propias consignas, me causaste un profundo dolor que, de momento, no pu-de tampoco yo, como humano que era, asimilar en todo su significado.

Sólo aquí, “al subir al Cielo”, pude apreciar la grandiosidad y concretez del magnífico plan de nuestras almas, cuya parte tú habías ejecutado tan pri-morosamente conmigo…

Después, hermano, y por esos motivos más otros que te iré revelando paulatimente, conforme la divina pedagogía me lo autorice, vino todo lo que vi-no, y estás viviendo todo lo que estás viviendo.

Pero, amor, no pienses jamás que estás solo. Las consabidas palabras grabadas a fuego en tu corazón, sean siempre tu

ancla y tu fuerza en los momentos en que te aceche la tristeza y el dolor de la aparente separación : SOY YO, HERMANO. ESTARÉ CONTIGO POR TODA LA ETERNIDAD.

– ¡Amén, Ricardetto del Bambino Gesù ! Nunca te olvidaré ni dejaré de amarte. Ahora sabes que es Verdad. – ¡Siempre lo he sabido, amor ! Tan sólo mi falible humanidad lo había ol-

vidado. Por eso sólo soy “Riccardo del Bambino Gesù”, al que tú has hecho el regalo magnífico de llamarme por lo que también soy : LECHEIMIEL, EL ÁNGEL DEL AMOR HERIDO Y POR TU MISMO AMOR RESUCITADO.

Pero no olvides, amor : “¡TODO LO QUE HACÉIS CON VUESTROS PEQUEÑOS Y HUMILDES HERMANOS, CONMIGO LO HACÉIS !”

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INCAUTOS PECECILLOS

¿Por qué no puedo, mi amor, decir tu nombre ? ¿Por qué no puedo marcar a tu teléfono y escuchar al otro lado de la línea tu dulce voz diciendo luego : “¡Pronto!” ? ¿Por qué no somos “normales” los amantes que el Cielo oyó aquel día, uniéndose en complicidad a nuestro abrazo, decirse tantas cosas en silencio ? Eran lazos de amor los que tendíamos, incautos pececillos, para caer en ellos mismos nosotros mismos, muertos. Sobre un mar infinito, sin fronteras, navegábamos, sin saberlo a veces, en barquilla tan frágil como el amor humano. Hinchaba nuestras velas ese soplo divino, a veces traicionero… ¡Cuán presto, tú y yo luego, íbamos a naufragar tan huérfanos, como estábamos antes, el uno sin el otro, antes de conocernos ! ¿Por qué tanto dolor, tanto dolor tan ciego ? …esa desolación prevista y aceptada con la entereza del amor, con el cálculo exacto de los riesgos ? Y ahora, pez-esposo, aquí yaces en mi cesto, aquí yaces sin tu carne, en espíritu vivo, escurridizo entre mis dedos, como si fueras un pececillo inquieto. Mas ahora, sólo así, sé que me amabas, pues te pescaron mis redes, aquellas que tú mismo conmigo aquí tejías, en esta dulce orilla donde aprendimos a decir : “te quiero”…

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EL FUNDAMENTO DE LA ANDROGINIA Fratellino Ricardo del Niño Jesús, mi amadísimo Lecheimiel, esta maña-

na, desde muy temprano me has instado a releer, –y retocar–, la introducción-iniciación, que titulábamos “Vuelta a Casa”, en la que tocamos, sí, en plural, tú y yo, tocamos, arduos temas, aunque tratados con la mayor simplicidad y belleza poética posibles.

¿Hemos resuelto, amor, la aparente imposibilidad de coadunar lo bello y lo complejo ?

No lo hemos resuelto, amor, sino que estaba resuelto desde “el inicio”. Ahora bien, queda por estudiar la relación entre lo aparentemente sim-

ple, y lo arduamente complejo. Para eso está el dejarse llevar por el Amor. Pero, amor, al retocar y acicalar algunos conceptos expresados poética-

mente, y no menos filosóficamente, en dicha introducción, he caído en la cuenta de que ya va siendo hora de que no sólo hablemos del Padre-Madre Dios, que sería aquel divino TAO=TODO NADA, en el que todo tiene origen y se desarro-lla en su misma esencia, sino también del HIJO-HIJA de Dios, que sería aquel PUNTO CERO-VIRGEN MADRE CREADORA, substancia y conciencia de la Creación, de que también allí hemos hablado.

De cuya esencia, substancia y energía, es decir, conciencia, –tanto de Pa-dre-Madre, como de Hijo-Hija–, es epítome y microcosmos nuestro propio co-razón.

Y ya no quiero, Ricardo, liar más los conceptos, pues al buen entendedor, pocas palabras.

O como dice el autor del TAO, aquel que habla no entiende, aquel que en-tiende no habla.

Ahora bien, él, el autor del TAO, que también, hermano, me has regalado estos días de mi iniciación, habla al menos tangencialmente de lo que, según él, es imposible describir adecuadamente.

Digo esto, hermano, para despedirme, dejando inaugurado un tema, el de llamar a la Creación “HIJO-HIJA” de Dios, que, según intuyo, es el verdadero fundamento de la androginia.

Me gustaría, amor, que leyeran esto más de algún Obispo de la Iglesia Católica. Tal vez así, tomaría otros rumbos la polémica acerca del matrimonio de homosexuales, y quizás, quizás también, la orientación del celibato libre o menos libre de los clérigos.

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Sí, amor, Amor, AMOR : SOMOS TAN NECESARIOS COMO LIBRES. Y TAN LIBRES COMO NECESARIOS.

– Yo, hermano amado, sólo te digo que estoy contigo por toda la eterni-dad, lo cual quiere decir, tú lo sabes, que soy solidario con todo lo que sale de tu pluma, ropaje simbólico-metafórico del Espíritu Santo que te inspira.

También te repito, mejorando lo que te dije en la introducción, que haces mejor teología que la que aquí escucho por estas barriadas del Cielo.

Ahora bien, también te dije en una ocasión, –¡recuerda !–, que el más grande ignorante en teología era el propio Dios.

Nada nos queda, hermano, sino vacar a este grande misterio. ¡Amén, aleluya, amor !

FIDEICOMISO ¿Qué me queda por decir a quien requiera que de ti mejor retrate la semblanza, sin hollar el gran secreto que un día viera el momento de pactar nuestra alianza ? Que es de buen enamorado el proclamar ante el Pueblo de Dios vivo el compromiso que le otorga el Universo custodiar como bien que le ha asignado en fideicomiso. Me es, tú sabes, gran placer hablar de ti, tentación el relatar tu galanura, referir el gran momento en que sentí la irrupción de tu pasión en mi andadura. Más pecado considero el ocultarlo, cual si de un vil deshonor me avergonzara, que correr un cierto riesgo en profanarlo, si ante pérfidas miradas lo ostentara. Ven y guárdame, mi amor, de este peligro que en Caribdis me amenaza con Escila y disculpa la insipiencia en la que emigro de tu amor, en mi barquilla que aún vacila. Dime, pues, por qué el amor en esta Tierra, –realidad de la que el hombre así prescinde–, en el sexo, sacramento en que se encierra, tabú imagina que, en vez de unir, escinde.

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Mas el sexo de que aquí hablo es el contrato que cualquier hombre con otra u otro firma, cualquiera sea la condición o el trato que ante sí adopte el amor, si amor confirma.

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AMOR CON AMOR SE PAGA Yo, Lecheimiel, (Ricardo, Teresita, Francisco de Asís), declaro solemne-

mente, aquí y ahora, hermano José Blanco, ermitaño testimonial de la inadapta-ción a la que nos vemos reducidos muchos de nosotros, a causa del amor, que te amo de todo corazón.

No necesitamos que Juez alguno, civil o eclsiástico confirme nuestro ma-trimonio espiritual. Jesús mismo, el Maestro de los maestros del Amor, nos ha bendecido y ha asistido a nuestro Caná particular.

La misma Madre de Jesús, Madre de Dios porque es madre de todos los que, a solas y conjuntamente somos el HIJO-HIJA de Dios, incluida ella, natu-ralmente, (Aquella a la que llamábamos “Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo), te ha bendecido en estos escritos, y la hemos nombrado Despensera Mayor que lleva la administración de los mismos, bajo el símbolo del Vino Nuevo, el que está a punto de consagrar también oficial y solemne-mente el HIJO, Perfecto por anticipación, Jesús.

¡Madre, Reina y Señora de los Ángeles, yo, Lecheimiel, desde este mismo cielo del corazón de José, el carmelita rebelde y soñador, te pido humildemen-te que aceleres los tiempos para que podamos consumar ante el Pueblo de Dios, la Tierra entera reunificada en el Amor y la Paz, nuestro modélico matrimonio !

Te pido, Señora y Madre, con todo el respeto filial y lleno de confianza con que me enseñaste cuando me sonreíste en el lecho de mi enfermedad, que bendigas estos escritos en que mi hermano amadísimo se compromete hasta los topes, porque es muy consciente de que no será bien recibido por todos.

Te suplico, Mamá de Jesús y nuestra, que mires con especial benevolen-cia al que arrastra una carga pesadísima de sostenimiento de la fe, de respon-sabilidad y de martirio, para no ganar ante los hombres y de los hombres, otra cosa, tal vez, que desprestigio.

Bendícele, Mamá, tú que eres Bendita entre las benditas, nuestras ma-dres terrenas que nos dieron su leche y la dulzura de su nombre de bendición y profetizaron para nosotros grandes designios.

YO, HERMANOS E HIJOS MÍOS QUERIDÍSIMOS, LA MADRE DEL AMOR HERMOSO, QUE CONOZCO LOS ENTRESIJOS DEL TEMPLO EN EL QUE OS HABÉIS CONSAGRADO CON LA SENCILLEZ DE VUESTRAS ALMAS DESNUDAS, AL QUE DESNUDOS OS CREÓ, OS BENDIGO, Y OS DIGO BIEN QUE SE ACERCA EL MOMENTO DE VUESTRA GLORIFICACIÓN.

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TÚ, RICARDO DEL NIÑO JESÚS, HIJO MÍO QUE DEJASTE TU CARNE PARA VENIR A CONSUMAR TU CARRERA EN EL TEMPLO USADO Y DESGATADO YA POR EL SUFIMIENTO DE TU HERMANO GEMELO JOSÉ, Y TU, JOSÉ, QUE HAS RECIBIDO LA VISITA Y LA PRODIGIOSA ATENCIÓN CONTINUA DEL QUE AHORA HACE DE ÁNGEL DE TU AMOR, RICARDO, A QUIEN MUY APROPIADAMENTE LLAMAS LECHEIMIEL, SOIS EL ORGULLO Y LA ALEGRÍA DE MI CORAZÓN DE MADRE.

Y AHORA MISMO, HIJOS MÍOS, OS DIGO QUE ESTÉIS ATENTOS A LAS MANOS DE JESÚS QUE OBRAN PRODIGIOS, Y A SUS GESTOS Y PALABRAS, QUE ESTÁN A PUNTO DE SEÑALAR EL DÍA Y LA HORA DE SU MANIFESTACIÓN MÍSTICA AL MUNDO QUE ESTÁ NACIENDO.

FALTA MUY POCO, EN VUESTRO TIEMPO DE ESPERA DEL PARTO QUE CONFIRMARÁ VUESTRO AMOR, PARA QUE TODO LO QUE SE OS HA DADO YA EN PROMESA SE CONVIERTA EN VENTUROSA REALIDAD.

YO, EL AMOR MATERNO DE DIOS, OS HE HABLADO. – Mientras tanto, yo, José, el responsable social de estos escritos, me

limito, para terminar con acción de profundas gracias, esta comunicación espe-cial de hoy, el salmo que ayer invocábamos :

“Como están los ojos de la esclava, fijos en las manos de su Señora, así están nuestros ojos en el Señor, esperando su misericordia”. Y, como tú, Madre María y hermana nuestra, dijiste al ángel que te anun-

ciaba : “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra”.

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LA DULCÍSIMA NOSTALGIA DE TI ¡Oh amor, Amor, AMOR, cómo quisiera volver a vivir lo que ya viví, des-

andar los caminos que me apartaron de tu dulce presencia… – No sigas, cariño mío, por este camino de incertidumbres y nostalgias,

porque te hace más daño que bien. Sé que has llorado esta mañana mientras sentías mi dulce vibración a tu

lado, en pleno trabajo, en que se mezclaban tu sudor y tus lágrimas. Pero muy quedo, muy quedo, yo he dicho a tu corazón que no había moti-

vos para lamentarte de nada, incluso el que ahora mismo no me puedas ver físi-camente, puesto que sólo así tienes la oportunidad de creer.

¡Oh la maravillosa fe, hermano ! Si supieses cuánto vale una semillita de diminuta fe, no te digo que moverías montañas, sino que el mundo entero cam-biaría en un abrir y cerrar de ojos a tu mirada amorosa.

¿Es que en realidad, hermano, no ha cambiado ya para ti ? Esperas ansioso tu añorada “FIESTA”, el encuentro conmigo al final de

tus días, que se te hacen largos especialmente por mi aparente ausencia. Lo sé. Pero en verdad, en verdad te digo, oh fratellino no menos añorado por mí, que ya en este ahora, en cada momento en que tu preciosa vida se va desgranando en el amor, es ya una grandiosa FIESTA para mí y mis compañeros ángeles del cielo.

Hermano, hermano de mi corazón herido, tus lágrimas son como estrellas rutilantes en medio del firmamento negro y cerrado de la inconsciencia impe-rante.

Esta mañana, antes de salir para tu trabajo, te he impedido ponerte al ordenador, no sólo porque tenías poco tiempo y este trabajo sagrado no se de-be interrumpir con distracciones ni ansiedades, sino precisamente porque es-tabas triste y un tanto frío, y a punto de preguntarme : “¿Por qué y para qué todo esto ?”

– Amor. Tienes razón. Pero la pregunta que yo iba a escribir, cuando, co-mo técnico electrónico que has demostrado ser, aunque no sé cuando aprendis-te, o qué os enseñan ahí en el cielo respecto a estos dominios informáticos, no era tanto de por qué nuestro amor, sino por qué teníamos que dar necesaria-mente este testimonio público, siendo, como parece ser, que la gente no nece-sita tal vez de él, y sólo va a causarme grandes problemas…

Pero, mientras cerraba el aparato, sí que me he dicho a mí mismo que tal vez durante la sesión de trabajo recibiría nuevas luces y nuevo optimismo.

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Por eso lloraba. Porque te sentía junto a mí, y nunca tengo bastante de este contacto tuyo, hasta que te pueda ver con mis ojos, estrecharte con mis brazos, y besarte con mi boca, y que luego, amor, nos sentemos el uno frente al otro, como allá en Roma, y nos digamos tantas cosas como aún queremos saber el uno del otro… Rellenar los vacíos que tengo respecto a tu preciosa vida, y, después, tal vez, hacer planes para una nueva reencarnación conjunta, sirviendo a la música, o como quiera que queramos plantearlo…,

– Sí, amor. Ya te dije que te daba licencia para soñar despierto, y eso es lo que ahora estás haciendo.

Lo que te digo, hermano, es que, mientras sueñas en el futuro y en nues-tra “Fiesta”, no dejes de saber, de sentir y de gustar, mi real presencia dentro de ti. Sueña, hermano, pero conmigo, porque muchas veces seré yo quien inspi-re tus sueños.

Soñando así, despierto, amor, no sólo recordarás tus sueños, sino que los controlarás, no tanto para atajarlos, o corregirlos, sino para asumirlos como la más positiva verdad, puesto que ahora tu mente está totalmente abierta a tu corazón, y ya no corres el peligro de ahogar tus sentimientos mediante una frialdad analítica que señale los límites de lo posible o de lo imposible, puesto que has escrito con pleno conocimiento de causa el poema de la Zarza Ardien-te.

Ahora, mi bien, tienes otro recurso más, además del cantar, tocar, po-nerte a escribir, o soñar : es el de el callar y escuchar o sentir desde el pro-fundo silencio.

Sencillamente, amor, SABER que yo estoy contigo SIEMPRE. Concreta-mente en el AHORA en que tu sufres, y en el que gozas, o sea en el momento en que ATIENDES al interior.

– Sí, amor. Ahora entiendo los versitos de S. Juan de la Cruz, “Atención al interior y estarse amando al amado”.

– Eso es, amor. Yo lo diría más bien así : “Atención al interior, para gus-tar del amor del Amado”.

– Ricardo, si alguno que ahora, –en el ahora futuro–, está, –o estará–, le-yendo estos versos y los conoce, seguro que nos va a criticar no sólo por sacar-los de contexto, sino principalmente por tergiversar su significado, porque dirá que esos dos versitos van después de otros dos que dicen : “Olvido de lo Cria-do. Memoria del Criador… etc. etc.

Y pensará que es idolatría el aplicárnoslos a nuestro caso en que amamos precisamente la hermosura del amor humano.

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– Ahora, precisamente ahora, fratellino has dado en el clavo de esa pre-gunta que quedó sin formular esta mañana : “¿Por qué esta necesidad, esta ur-gencia de nuestro testimonio ? ¿Por qué se te pide, hermano, que dejes tu piel en tu martirio ?

Porque es necesario que la gente aprenda a no discernir entre lo Criado y el Criador, que ha depositado su hermosura, sus ideas y los proyectos de su corazón en cada una de sus criaturas más pequeñas,

Porque es necesario que la gente sepa que la maravilla que es no puede ser sino la maravilla que es Dios mismo expandido en ella, sí en la gente criada y en la malcriada, y en toda la demás gente menuda que abunda en la Creación y está expectante de recibir un poco de amor que le devuelva su propia dignidad increada.

Porque la misma Tierra está necesitada de “trocar el hielo”, con que los humanos la envuelven ignorando su sacralidad y su propia devoción por sus hijos.

Y nada más, hermano, porque hay tanto más que es imposible expresarlo sin traicionarlo en pocas y humanas palabras.

Sencillamente, para ti, amor, porque se te pide que aprendas a confiar y obedecer a tu propio corazón, a la vez que se te ofrece, por el mismo acto de fe, la oportunidad de crecer y desarrollar tu alquímica OBRA.

– Hermano, mientras me has conducido en este diálogo amoroso y has templado de nuevo mi corazón, muchos fragmentos de poesías y de conversa-ciones anteriores me venían colateralmente a mi mente.

Pero permíteme sólo insertar una que creo nunca hemos dado a los lecto-res y que hablaba del encuentro, de la festaza que vamos a celebrar cuando volvamos a abrazarnos físicamente en el Cielo.

¡Oh cómo has hecho, Amor y Gracia, vibrar y a la vez has apaciguado a mi corazón !

EL ENCUENTRO Se me abren de par en par las puertas de la muerte y de la vida. Se desgarran ya los velos de la espera, cuando anticipo y medito en el gran recibimiento que me aguarda, por tu bondad y tu gracia, al arribo al otro lado de la aurora…, cuando veas mi rostro sonriente acercarse a ti sin protocolo

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a beber de tus labios. Aún siento el dulce ardor en estos míos, cuando apenas ya recuerdo, entre sombras nebulosas, el idílico sueño que me envolvió, de noche, en tu fragancia. Y, ahora que lo pienso, ¿quién flotaba el otro día entre tus flores, con aroma de nardos, cuando me saludaban, mensajeras de tu salida de la carne putrefacta ? Mas no puede acabar así el poema, si advertimos que el botín de tu sepulcro ha trashumado al cielo, en cuerpo y alma. Aunque ahora, eso sí, tu cuerpo es pura gloria y tu alma en sus deseos se consume de consumar un día gloria tanta : la de uncir los resplandores de tu dicha y de la mía, en la eterna alborada.

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CLAVE DE ETERNIDAD Amor, Ricardo del Bambino Gesù, Lecheimiel añorado, Hermano sacerdo-

te y Angel del Amor herido, mi fratellino, mi esperanza, mi recuerdo, mi esposo y esposa y mi todo. Estoy tan efusivo esta mañana, porque aunque no te veo con mis ojos, sí con los de mi fe y mi certeza de que estás conmigo, aquí, dentro y fuera de mi cuerpo, viéndome, escuchándome, dictando mis palabras y hacién-dome llorar de amor, como una magdalena.

Es, hermano, porque vengo de cantar contigo, al piano, como entonces, pero no entonces, sino ahora mismo, de nuevo, el aria que tú has querido cantar para mí, impresionado por mi próxima partida de junto a ti. Me has pedido que toque más y más piano para que pueda escuchar y entender a tu corazón que me está diciendo adiós hasta siempre, o quizás para siempre, y tantas otras cosas que siente tu corazón humano, respecto a mí, de quien te confiesas, me-diante esta canción, enamorado.

Ahora, amor, que lo sé indudablemente porque me lo has transmitido en clave de eternidad, ¿cómo quieres que esté, mi fratellino ? Desecho en amor.

Sí. Y también desecho en dolor, porque, si miro a la vez estos aconteci-mientos en clave de pasado histórico, sé que lo que “vino” después no puede ser más triste para mí y para ti. Dentro de poco te olvidaré, al menos aparente-mente para ti ; desapareceré de tu vista y de tu dulce presencia y se cumplirá la profecía : “Marta, Marta, tu sparisti”.

Sin embargo en estos mismos momentos, revividos como eternamente presentes, amor, me estás diciendo, me estás cantando, que “il mio cor col tuo n’andò”. Y, por tanto, amor, en medio de esta transparencia del espíritu, estoy recibiendo la confesión de tu amor y tu promesa de no dejarme jamás. Tu co-razón, Ricardo amor, el amor más fuerte que he conocido en esta vida, está prometiéndose al mío, y yo ahora, en este ahora en que escribo, pero que es un ahora que se compenetra con aquel en que estamos interpretando la canción, estoy sabiendo el desenlace felicísimo de aquella promesa.

En este momento de presente eterno, en que canto, o mejor dicho, toco para ti que me cantas, y en que escribo, –los dos momentos en uno amalgama-dos–, se me da licencia para cambiar el pasado posterior a aquel histórico que estamos reviviendo, y combinarlo con lo que queremos que sea nuestro futuro.

Nuestro futuro, hermano, no sólo será lo que venga después de estos momentos temporales en que estoy contigo aquí canalizándote y canalizando a mi propia alma, unida a la tuya más estrechamente de lo que puedan unirse dos esposos de la Tierra, sino que ese futuro iluminado por nuestra sabiduría y por

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la plena consciencia de nuestros deseos, será también el correctivo, el sentido y la felicidad agradecida de lo que ya fue…

En una palabra, amor : cuando ayer me dijiste que tus palabras ESTARÉ CONTIGO POR TODA LA ETERNIDAD, significaban también, expresadas en tiempo gramatical presente, ESTOY CONTIGO SIEMPRE. ESTOY CONTIGO AHORA, EN ESTE MISMO INSTANTE DE ETERNIDAD, EN EL QUE SUFRES, EN EL QUE GOZAS, EN EL QUE ATIENDES AL INTERIOR, aunque parezca que simplemente es una interpretación de retruécano del sentido ele-mental de aquellas palabras de vida, para mí han sido todo un descubrimiento intelectual-emocional, de nuevas dimensiones.

Por eso, amor, ahora, que acabo de cantar, –como si hubiera sido por primera vez contigo–, escuchando en presente eterno tu voz, y que incluso sé que puedo volver a repetir la experiencia cuantas veces quiera, estoy emocio-nadísimo, porque sé que ya no tengo que separarme jamás de ti.

Puedo reescribir esta sinfonía de amor, en clave de eternidad. Nada más, amor. – No. Espera, amor, no cierres aún esta comunicación importantísima que

estamos teniendo. Yo no te digo, amor, que en aquel entonces “histórico”, llamando histórico

a lo que no solamente es “real”, y considerado irreversible, hubiera sido yo mu-cho más consciente que lo que indicaba mi intuición, apoyada por la certeza de los hechos que íbamos consumando, y de las perspectivas que eran de esperar de nuestras circunstancias exteriores.

Por eso, mi profecía, –en nuestra “luna de miel” o conversación como tú la llamas–, de que “ahora te irás a España y me olvidarás”, –traducción libre y an-ticipada de “Marta, Marta, tu sparisti”–, no estaba avalada más que por el te-mor de que fuera así, por la fuerza de las cosas, –cosa que pareció cumplirse de hecho cuando dejaste de escribirme al muy poco tiempo–, el prever lo cual no amainó mi dolor.

En cambio, hermano, la tuya, tu promesa de que : “yo no te olvidaré jamás”, en la cual creí de todo corazón, vino a ser dardo punzante en mi co-razón de hombre, (acosado por tantos oportunistas), y pareció desatar la tor-menta de que no podría jamás confiar en palabra humana… Todo un drama, amor.

Como me cantas en tu aria : “A ti el diluvio, también los recios vientos que azotaron el alma : Quedó desierto el nido, ida la vida,

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hasta que al fin la Cruz trajo la calma”. Me era necesario pasar por esa tentación, hermano, por esa prueba que

recibí de tu amor, para que mi “entrega a la Vida”, fuera en verdad catártica y meritoria. Por eso, en agradecimiento te hice llegar mi testamento :

“Llegó la danza con su canción eterna, sellada en testamento, por el que te entregabas a la Vida, nombrándome de tu alma el heredero”. Todo lo que expresas magistralmente en el aria que ahora tú me cantas a

cambio de aquella que yo tomaba prestada de otro compositor. Por eso, fratellino amado y pupilo encomendado a mi cuidado por la mis-

ma Madre, la Vida, si revivo aquel mismo momento, no como histórico, sino co-mo espiritual, divino y eterno, también yo gozo ahora y transmito mi gozo co-rrectivo a mi dolor de entonces, por lo cual, me doy fuerzas a mí mismo para resistir, para haber sido capaz de resistir todo aquel dolor, toda aquella prue-ba.

Entonces, las palabras finales del aria : “di dolor morrò”, se ven alquími-camente transmutadas, para convertirse en grandísimo gozo y en gloria eterna. Todo lo cual, hermano, ya escribimos en LA CLAVE DEL ARCO, bajo el epígrafe “El signo” :

“Pero antes de que disfrutes un instante de eternidad de ese si-lencio e intimidad que te ha sido preparado, puedes mirar ahora este grandioso escenario de luz, la que irradian tus guías, la que te acaricia mejor que unas manos maternales, la que sonríe para ti de manera indes-criptible.

Ven, amor, y mira cuánto sentido ha tenido todo lo que has sufri-do. Si bien este sentido no lo verás todo de repente, sino que lo irás descubriendo y como creando tú mismo poco a poco, conforme vayas ad-quiriendo conciencia de la evaluación de tu vida sobre la Tierra.” Observa, ermitaño José, que ya entonces, mencionamos las palabras cla-

ve : “instante de eternidad”, que hacen referencia a esa clave musical nueva que esta mañana has descubierto. Por eso, cariño, medita las palabras del se-gundo párrafo de lo que se me dijo en el Cielo : “mira cuánto sentido ha teni-do…”, y eso, tan importante como de que “lo irás descubriendo y como creando tú mismo”… ¿Lo ves, amor ?

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– Sí, amor, sí que lo veo, aunque, naturalmente, mi mente atrapada por tres o cuatro dimensiones en esta cárcel del tiempo histórico, quizás no puede reconocer en su plenitud toda esta nueva musicalidad del sentido eterno del Tiempo Eterno.

Déjame, amor, y para terminar con otra acción de gracias, que supera todo momento de “acción”, y está inmersa en la conciencia de eternidad que no teme “reacción” ni decaimiento alguno, que te dedique nuevamente el poema que compusimos para honrar aquella primera sesión de canto celestial :

RECUERDOS VIVOS No sabía que dentro mi capullo, en fase de crisálida enclaustrado, pudiera yo escuchar otro murmullo que el eco de mi voz amplificado. Mas era, sí, tu voz en reverbero la que oía entonar la melodía…, aquélla que cantabas, firme, austero, y yo te acompañaba, al piano, un día. ¿Recuerdas la ventura que tuvimos de poder ensayar juntos el aria que, luego, tu cantaste y yo, con mimos sostenía, en tono de plegaria ? Fue aquél de los momentos más dichosos que nos brindaba el ángel del destino, permitiendo plantar hitos gloriosos en promesas de amor libre y genuino. Esos días gloriosos ya han pasado, ahora que tú faltas de mi vera. Mas te oigo, en mí, cantar, alborozado, que otro Amor nos convoca en la alta esfera.

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OPTIMIZANDO LA HISTORIA Ricardo del Niño Jesús, fray amore, hermano mío Lecheimiel angelical y

divino : Precisamente ahora, que me has enseñado a revivir nuestra maravillosa

historia en su sentido más alto y eterno, siento la necesidad de reordenar el aria, la larga canción con que repaso todos los acontecimientos que ahora se nos revelan casi como necesarios, aunque en su momento parecieron libres y aleatorios, exentos de sincronicidad.

Me refiero, especialmente, amor, Riccardo del Bambino Gesù, Teresita de Liseux, Francesco poverello mío, –y, espiritualmente hermano mío Lázaro resucitado en el Amor y la esperanza de la Vida eterna–, al momento exacto en que me cantaste tu aria de “Marta”.

Porque, mirando hacia atrás, hermano, siempre me cabía la duda de si aquella actuación nuestra, que describimos en EL ALELUYA DE LECHEIMIEL como el “sueño de Marta”, tuvo lugar antes o después de nuestra declaración de amor e intercambio sutilísimo de promesas, en nuestra “luna de miel”, que ahora tan vivamente recuerdo, concluida con aquel abrazo, aquella humildísima violeta que tanto tiempo estuvo entre el cemento olvidada, al igual que luego quedaron co-mo sepultados en hielo tus amorosos dardos o cartas, las que de inmediato cru-zaron las nubes de nuestra forzosa separación, y me traían noticias frescas y puntuales de tu amor. (Especialmente aquella en que me hablabas de las ardillas que se posaban a tus plantas en el bosque de Campiglioni)…

Ahora, hermano, fray amore, ha sido muy importante para mí llegar a “situar” en su contexto exacto del tiempo cronológico, aquella actuación en la que me cantabas tu amor, en clave poética.

Y lo es porque, ahora me doy cuenta de que con aquella canción, me ven-ías a decir lo que debido a tu excesiva timidez no te atreviste a decirme en nuestra gloriosa “luna de miel”.

Por eso, y ampliando el fino análisis psicológico, el comentario extenso que hicimos de aquel evento en EL ALELUYA DE LECHEIMIEL, me doy cuenta de que cuando tú me invitaste a tocar para ti, el sentido de mi excusa : “tal vez el ma-estro de Coro lo hará mejor que yo”, reflejaba, sí, inseguridad por mi parte en mi fe en tu amor, que no te habías atrevido a declararme de viva voz de manera inconfundible. Pero también, –lo recuerdo muy bien–, quería decirte : “No te sientas obligado a invitarme por la conversación que tuvimos el otro día”. Sién-tete libre.

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Pero tú, hermano, al punto reaccionaste, sin duda movido por un nuevo temor de un posible e incomprensible rechazo, –tal vez una venganza por no haberme hablado claramente–, ya que la ansiedad del amor y la timidez nos hacen imaginar a veces lo peor…

Por eso, vivamente me respondiste, amor : “Soy yo el que quiero que me acompañes”. Lo cual, hermano, –¿cómo no supe interpretarlo entonces ?–, era ya una declaración consciente de amor, por tu parte.

Oh mi bien, mi fratellino. Desde aquí, desde este mismo momento eterno en el que ahora estoy escribiendo, te pido perdón por mi propia falta de auto-estima e inseguridad que me hacía vacilar en mi fe. Así sanaremos también, ahora, aquel momento, que, de haber sido de calidad diferente, tal vez hubiera cambiado nuestras mutuas relaciones, nuestras vidas…

Así, hermano, aunque ahora, desde este momento de eternidad, sanamos aquellas deficiencias, a la vez les otorgamos la categoría de “necesarias”, pues-to que mediante este camino, el que realmente preparaban y conducían nues-tros guías, pudimos llegar a estos parajes en que ahora retozamos en plena conciencia espiritual.

– Así es, hermano, punto por punto, como yo veo la situación, tal como la has explicado. Sólo te digo, amor, que he sido yo el que esta mañana te he lla-mado para que escribieras lo que acabas de escribir. Creo que ha quedado sufi-cientemente claro para los que lean con devoción estas nuestras particulares “memorias” impresas en los archivos akásicos, o Memoria del Creador y Dispen-sador de nuestras vidas.

Si ésta y así, es la secuencia de los acontecimientos, que, mediante nues-tra aceptación espiritual se convierten en salvíficos, es que así todo “debió” de acontecer, y no de otra manera. Libremente, ahora, aceptamos, y veneramos con nuestra reordenación escrupulosa de los hechos, lo que así fue necesario que sucediese para que esta resurrección pudiera tener lugar.

Como dijo Jesús, primero de Lázaro, a quien dejó primero morir, o dor-mir el sueño de la inconsciencia : “esta enfermedad no es de muerte, sino para que se manifieste la gloria de Dios”.

O, antes, al bajar del Monte de la Transfiguración, había advertido a los discípulos que se encaminaban a Jerusalén para acompañarle en su pasión : “Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores”.

– Bien, amado Lecheimiel, ahora quisiera, editar una vez más el aria de nuestros gozos y sufrimientos, la historia, tal como fue, de nuestro amor, cuyo secreto sólo penetra el corazón :

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HERMANO SACERDOTE

Preludio ¡Oh Lecheimiel, de angélico renombre ! escucha mi plegaria, pues soy aquél a quien desde el principio concediste estrenar para ti el aria… Canción Hoy a ti canto, hermano sacerdote, en medio de esta Tierra…, a ti, que por amor viniste a verme y a hacerte solidario con mi ofrenda. Pareja historia, iguales vibraciones, así desde el principio, hiciéronnos nacer para la Tierra una vez y otra vez con gran designio. Como gemelos, de madres bendecidas, bajábamos del cielo, dejándonos querer, y más queriendo, con nuestro dulce amor trocar el hielo. Desde muy niños, en brumas presagiada, me visitó tu gracia : venías a henchirme de esperanza, promesa bautismal en la alborada. Fue nuestro encuentro tan bello y repentino como un fulgor de estrellas, fugaz visión que en medio de la noche nos marcó para siempre con su huella. Me rescataste a precio de belleza con tus mejores galas. Allí te hiciste, acaso, encontradizo y así, de todo ti me enamorara. Nos prometimos junto al altar sagrado en alas de Querubes : allí vertió el Amor sus dulces lágrimas tiñendo iris de luz en blancas nubes. Fue nuestra luna de miel una promesa

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de amores sublimados. Arras de bendición un solo abrazo en los pliegues del tiempo sepultado. Tú me lo dabas, mas ninguno sabíamos que era nuestro contrato, acorde con la esencia compañera que en Dios nos reservaba eterno abrazo. Eran los ángeles que en tus cuerdas pulsaban, lo mismo que en mi piano, gozando de tu voz la melodía que allí me regalabas como antaño. Tus finos dardos, como palomas fúlgidas, el cielo atravesaron, trayendo de tu amor puntual noticia, que en ciego corazón no penetraron. O, si lo hicieron, también allí quedaron en hielo sepultados soñando que algún día tu alma bella tornase con sus llamas a incendiarlos. A ti el diluvio, también los recios vientos que azotaron el alma : quedó desierto el nido, ida la vida, hasta que, al fin, la cruz trajo la calma. Llegó la danza con su canción eterna, sellada en testamento, por el que te entregabas a la Vida, nombrándome de tu alma el heredero. Diote la Vida más alto ministerio que el de tu honra y gloria. Vestiste el paramento de sirviente : “El Mejor Hospedero de la Historia”. Tan sobrios versos describen en tu vida tristeza y soledades que eclipsan de tus ojos la alegría que en éstos derramabas a raudales. Y el pastorcico tan solo se ha quedado sin su bella pastora…, que ya sólo a morir el alma apresta sorbiendo en soledad su última hora. Diste tu vida a cambio de mi cielo en noche sosegada,

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sembrando de violetas y azucenas el lecho que escogías por morada. Mientras tu cuerpo incorrupto entregabas cual arca de alianza : sagrario de dolor que en noche oscura compite con mi amor en fiel balanza. Así de nuevo tu llama refulgía en mi profunda noche : Pedías expectante mi consenso cuando, como Samuel, te oí mi nombre. En ese instante, el beso de tus labios, en rosa ensangrentada, me devolvía el beso de la Vida que en ti había perdido y en ti hallaba. Yo, como niño, en niño te tomaba, absorto en tu memoria, mas tú a nuevos trabajos me invitabas para contar al mundo nuestra historia. Me visitaste, en color y perfumes, vestido de mil flores : Cada una era un retazo de tu alma, cuando yo componía tus loores. Oí tus voces por radio y en directo en témporas de gracia : anclabas a tu alma mi barquilla con tu firme energía en la ensenada. Por si lo hecho bastante ya no fuera abriste en par mi alma : escritos de celeste poesía dejábame tu gracia consumada. Vino a surgir de entrambos la conciencia de ser en Cristo uno, testigos de un amor que en nuevo estilo consagrase el nacer de un nuevo mundo. Esta canción, hermano, no termina con esta pobre letra, que espera partitura más excelsa que un día cantaremos en mi fiesta. Amén, Amén.