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El cómplice L. FRITZ Columnista RHI. Filósofo Universidad El Bosque. —Desde hoy vivirá del pueblo— le dije a Balto en nuestra despedida final mientras caminaba con una pila de ropa en sus manos hacia el otro lado de los barrotes. —Llevo un mes haciéndolo— me respondió. El tipo siempre ha sido un enclenque, pero esa importuna fisionomía y excepcional torpeza era remediada con su agilidad mental, muy perspicaz, especialmente con los números. Tampoco es que fuera un genio ni que su habilidad descrestara al mundo, simplemente logró hacer su camino a partir de ello. Aunque sería injusto desvirtuar sus defectos, pues a fin de cuentas los defectos no son ajenos a la constitución de una identidad ni demeritan sino que participan de cada uno de nuestros logros. Así lo entendí cuando una vez que acepté el caso, hablé con quien no solo fue su jefe en el banco sino quien, COLUMNA LITERARIA PUBLICADO 21 febrero 2021 69 2.7

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El cómplice L. FRITZColumnista RHI. Filósofo Universidad El Bosque.

—Desde hoy vivirá del pueblo— le dije a Balto en nuestradespedida final mientras caminaba con una pila de ropa ensus manos hacia el otro lado de los barrotes. —Llevo un meshaciéndolo— me respondió.

El tipo siempre ha sido unenclenque, pero esaimportuna fisionomía yexcepcional torpeza eraremediada con su agilidadmental, muy perspicaz,especialmente con losnúmeros. Tampoco es quefuera un genio ni que suhabilidad descrestara almundo, simplemente logróhacer su camino a partir de

ello. Aunque sería injustodesvirtuar sus defectos,pues a fin de cuentas losdefectos no son ajenos a laconstitución de unaidentidad ni demeritan sinoque participan de cada unode nuestros logros. Así loentendí cuando una vezque acepté el caso, hablécon quien no solo fue sujefe en el banco sino quien,

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por ocurrencias de la vida, lo entrevistó ycontrató. Este honorable ciudadano con untono inquieto en su voz y con el pulso algoalborotado, como intentando sacudirdesesperadamente sus esporas de inocencia,me insistía que no le había dado el trabajopor algún tipo de aptitud sobresaliente sinoque sencillamente cumplía con los requisitosy tenía una impericia corporal que le daba laimpresión de alguien confiable, de que esalguien incapaz de perpetuar semejantedesfalco al arca banquera.

A pesar de dichas palabras, me dejó claroque no podríamos contar con él para dartestimonio a favor de la inocencia de micliente. —Las cámaras lo pillaron, ni mipalabra ni la de nadie podría hacerle frente aese video… es increíble, pero Balto… ¡Baltoes un pillo, un hijoputa que nos ha timado atodos!— fueron sus palabras.

Si soy sincero, cuando lo vi por primera vez,luego de repasar el expediente y susirrefutables pruebas, tuve una impresiónsimilar. Pensaba que debía haber algunaexplicación, un malentendido, algún traspiéde este canijo. Tuve la sensación de queestaba frente a alguien inocente. Así lo creíay así lo sigo creyendo, solo que ahora sé quesu inocencia es de otro orden al que suponía.Balto es un tipo paradójico, débil pero deenorme fortaleza, no habla mucho pero suspocas palabras lo dicen todo, cabizbajo perooptimista, culpable pero inocente. Es elhomónimo de un husky siberiano muyfamoso con el que comparten esa cualidaddel heroísmo oculto en el humo de suaparente inaptitud. Cuando de entrada meconfesó su correspondencia con los cargosde complicidad que se le impugnaban sentíque el cuerpo se me estremeció, como si lacontradicción entre mi presentimiento de su

inocencia y la realidad de su confesióncongelara mis entrañas y condensara mialiento. Me recompuse como pude,manumiso de ese desbarajuste logré seguirla conversación con desparpajodesplegando conceptos jurídicos yrebuscando alguna excusa para noabandonar el caso y huir de una vez portodas de ese encuentro. Para colmo de tantaparadoja, en todo lo que dije no pudeencontrar argumento alguno que memotivara a defender a ese rufián, no fue sinohasta cuando callé y escuché, que la luz delcamino se encendió. Normalmente un tipoen su estado de captura y culpa sería presadel esplín, estaría hastiado del hedor con elque la muerte arropa las sombras en lacárcel y que ya en ese momento debíaempezar a sentir. Empero, el hombre sesentía más vivo que nunca, decía conoptimismo que si él pudo hacerlo entoncescualquiera puede y eso le encendía la llamade la vida y la esperanza.

Aunque su relato fue jurídicamente inútil,me resultó particularmente conmovedor,tanto así que decidí acompañarlo hasta elfinal y encontrar la mejor manera depresentar su caso para que la deliberacióndel jurado tuviera en cuenta al hombre queel video captura pero no muestra. Este tipoes de corazón grande, metafóricamentehablando. Entre el matoneo y rechazo vividoen sus años escolares había florecidomisteriosamente un sentido humanitario yun raciocinio bondadoso, cuando a Gonzalolo echaron del colegio por andar estafando asus compañeros, Balto vivió unos días deamargura entre suspiros de tristeza y senegó a volver a esa institución, pues Gonzalono solo era una de las pocas personas que lotrataban bien sino que le había contado loque hacía con sus ganancias.

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Al parecer, Gonzalo era el Robin Hood de sucolegio y era una realidad amarga que laautoridad intercediera para perjudicar almenos favorecido y beneficiar a esa élitepudiente y matona. Más adelante durante suépoca universitaria tuvo la oportunidad decruzárselo un par de veces y su modusoperandi aunque no había cambiado, símejoraba. La primera vez Balto eraespectador pasivo de una arremetida sinpudor de un sinvergüenza que no paraba consu lenguaje soez de acosar con preguntas yafirmaciones despectivas a una mujer que sehabía arriesgado a tomar sola un café entreclases. La escena no lo repugnaba tantocomo la idea normalizada de que esadecisión de la mujer fuera un riesgo para ella.Se exaltó y derramó su capuchino sobre elplato del croissant, en ese momento sumente cambió de foco y cuando regresó a laescena vio como este encapuchado de cejarota y ojos claros se acercó al abusivo que seinclinaba cada vez más cerca sobre la mujery con brillante sagacidad logró enredar losabrigos y las pertenencias del susodicho y unindiferente cliente del café que ya seretiraba. Lo hizo de tal forma que estoshombres se increparon mutuamentemientras el encapuchado se retiraba no sinantes dejar un billete grande, que habíasacado de la billetera del primer hombre,sobre la caja. La cajera, administradora ydueña del café tomaron inmediatamenteacción frente al pleito de estos dos tipos y lossacó de su establecimiento sin darlesoportunidad de nada, enseguida recibió elagradecimiento tímido de la mujer queestaba siendo vituperada y quien le contó amedias lo que estaba sucediendo antes delpleito, a lo que la dueña del lugar lerespondió —tienes que hacerte valer mujer,me tenías a mí, te tenías a ti, espabila que yano estamos para seguir ahogadas en la

sumisión—. Balto, a unos metros dedistancia, sonrió y se fue. Pocos díasdespués salió con un grupo de su carrera apasar un buen rato y distraerse un poco de lajornada académica. Fue en un baño raro deuna discoteca muy extravagante que tuvo susegundo encuentro con Gonzalo. En aquellugar extrañamente repleto de espejos pudoser testigo de dos hombres enzarzados conun chico menudo al que patearon contra elorinal en el que meaba tranquilamente,entre golpes e insultos vio salir de uncubículo sin puerta a Gonzalo, esta vez noestaba encapuchado sino muy bien vestido.Este dejó a un lado la micción y pasó a laacción, empezó a gritar tan duro como pudo,fue como el estruendo de una ciclogénesisjusticiera, un aullido lo suficientementefuerte para alertar a uno de los de seguridadcuya fuerza y corpulencia pudo contra losviolentos.

Esa noche quedaron solos Gonzalo y Baltoen aquel baño, el primero era un héroe quesiempre buscaba la mejor manera deimpactar al mundo con un saldo positivopara la humanidad y le contó al segundo,cuya impávida mirada develaba miles depreguntas, sobre su filosofía de vida, sobreser bueno y mejor cada día para el restoincluso cuando eso pueda significar locontrario para ellos. —es lo malo de serbueno, Baltico— fue lo último que le dijo.

Esos encuentros fueron suficientes para queel día en el que quién sabe quiénesorquestaron un enorme robo al banco en elque Balto llevaba un mes trabajando, esteno dudara en cooperar al ver laheterocromía en la vista con la ceja rota delasaltante frente a él, quien le gritaba lasinstrucciones a seguir mientras se ponía unamáscara igual a la de sus cómplices.

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Fue un robo excepcional, con un propósitoincluso más espectacular. Todo salió a laperfección a pesar de que Balto terminaráfrente al tribunal siendo la única posibilidadde dar con el botín y los otros tres criminales.

El día del juicio, mientras subíamos lasescaleras de la entrada del edificio repletasde insultos que gritaba la gente alrededor enrepresalia contra un hombre de quien nadasabían más allá de lo que se decía en losmedios, Balto González miró a esas personasladrando todo tipo de vilipendios y lanzó unsuspiro que me dejó tan impertérrito comoen nuestro primer encuentro, —ellos noestán listos para entenderlo, abogado. Leagradezco pero déjeme comparecer solo—me dijo, y esta vez no tuve reacción, lo últimoque vi antes de dar media vuelta y esperarloen la penitenciaría, fue a tres tipos con elpuño levantado que le gritaron ¡Vamo, Gonzalo!

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