exodo; hacia una nueva tierra p. amatulli

69
Página 1 de 69 ÉXODO: HACIA UNA NUEVA TIERRA La Iglesia en momentos de crisis PRESENTACIÓN Obediencia callada y crítica profética. Dos actitudes posibles Ante situaciones de pecado en la Iglesia Considero que uno de los libros más significativos de la vasta bibliografía de Joseph Ratzinger es «El nuevo pueblo de Dios. Esquemas para una un volumen que recoge diversos trabajos suyos, sobre temas eclesiología» , eclesiológicos, que siguen teniendo una sorprendente actualidad. Pues bien, algunas reflexiones vertidas de este libro nos servirán de guía para comprender porqué, hoy más que nunca, son necesarios libros como los que ha escrito el padre Amatulli a propósito de la realidad eclesial. Santidad y pecado en la Iglesia Es uno de los temas que trata este interesante libro. Joseph Ratzinger señala que los Padres de la Iglesia han reflexionado oportunamente y con mucha profundidad sobre la santidad y el pecado en la vida de la Iglesia. Para los Padres estaba claro que, en su origen histórico, la Iglesia procede de Babilonia, la ramera de este mundo, pero también estaba claro para ellos que el Señor Jesús la lavó con su preciosa sangre en el Calvario y la convirtió de «ramera» en esposa. Este proceso no es algo que sólo se haya dado en un pasado remoto, en los inicios de la Iglesia. La Iglesia, al estar formada por pecadores, vive constantemente en tensión y es llamada constantemente a salir de Babilonia. Una de las expresiones que más les ayudó a los Padres reflexionar sobre este aspecto es una expresión del Cantar de los Cantares: «Soy negra, pero hermosa» (Cant 1, 5).

Upload: jose-reyes-lugo

Post on 30-Nov-2015

87 views

Category:

Documents


10 download

TRANSCRIPT

Página 1 de 69

ÉXODO: HACIA UNA NUEVA TIERRA

La Iglesia en momentos de crisis

PRESENTACIÓN

Obediencia callada y crítica profética.

Dos actitudes posibles

Ante situaciones de pecado en la Iglesia

Considero que uno de los libros más significativos de la vasta bibliografía

de Joseph Ratzinger es «El nuevo pueblo de Dios. Esquemas para una un volumen que recoge diversos trabajos suyos, sobre temas eclesiología» ,

eclesiológicos, que siguen teniendo una sorprendente actualidad. Pues bien, algunas reflexiones vertidas de este libro nos servirán de guía para comprender porqué, hoy más que nunca, son necesarios libros como los que ha escrito el padre Amatulli a propósito de la realidad eclesial.

Santidad y pecado en la Iglesia

Es uno de los temas que trata este interesante libro. Joseph Ratzinger señala que los Padres de la Iglesia han reflexionado oportunamente y con mucha profundidad sobre la santidad y el pecado en la vida de la Iglesia.

Para los Padres estaba claro que, en su origen histórico, la Iglesia procede de Babilonia, la ramera de este mundo, pero también estaba claro para ellos que el Señor Jesús la lavó con su preciosa sangre en el Calvario y la convirtió de «ramera» en esposa. Este proceso no es algo que sólo se haya dado en un pasado remoto, en los inicios de la Iglesia. La Iglesia, al estar formada por pecadores, vive constantemente en tensión y es llamada constantemente a salir de Babilonia.

Una de las expresiones que más les ayudó a los Padres reflexionar sobre este aspecto es una expresión del Cantar de los Cantares: «Soy negra, pero hermosa» (Cant 1, 5).

Página 2 de 69

San Gregorio Magno afirma lo siguiente reflexionando este pasaje bíblico: «Diga la Iglesia: soy “negra”, soy pecadora, porque el sol me ha tostado, pues en el tiempo en que mi Creador se alejó de mí, caí en el error» (In Cant. c.1,5).

Estas reflexiones sobre la historia de Israel les ayudaron a mirar con profundidad la figura misma de Pedro que es, al mismo tiempo, «la roca de la Iglesia» y «la roca de tropiezo (skandalon)». Pedro es la «roca de la Iglesia» cuando el Padre celestial lo toma a su servicio y él se deja convertir en instrumento de Dios y es «skandalon» cuando hablan por él la carne y la sangre, convirtiéndolo en «Satanás» y en «piedra de tropiezo» (cfr. Mt 16, 13-23).

San Agustín de Hipona escribió lo siguiente: «Los santos mismos no están libres de pecados diarios. La Iglesia entera dice: Perdónanos nuestros pecados. Tiene, pues, manchas y arrugas (Ef 5, 27). Pero por la confesión se alisan las arrugas, por la confesión se lavan las manchas. La Iglesia está en oración para ser purificada por la confesión, y estará así mientras vivieren hombres sobre la tierra» (Sermo 181, 5, 7 en PL 38, 982).

Por su parte, el Concilio Vaticano II nos habla de una Iglesia «santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante» (Lumen Gentium, 8,4).

Obediencia y crítica profética

Una pregunta que podemos plantearnos es la siguiente: ¿Cuál debe ser la actitud del cristiano ante la Iglesia que vive históricamente y se encuentra constantemente entre la santidad y el pecado?

Joseph Ratzinger, en «El nuevo pueblo de Dios. Esquemas para una eclesiología» nos ayuda a responder este cuestionamiento. Hay dos respuestas posibles, ambas motivadas por el amor: la obediencia callada, por privilegiar la misión divina de la Iglesia, y la crítica profética, por amor a la pureza de la Iglesia. Se trata, por tanto, de dos polaridades fundamentales: la libertad del testimonio y la obediencia de la aceptación.

Una cosa es cierta: la Iglesia ha recibido la herencia de los profetas, que sufrieron por causa de la verdad. Esta herencia toma la forma de protesta profética contra la interpretación arbitraria de la palabra de Dios y la autosuficiencia de las instituciones, que cambian la moral por el rito y la ceremonia por la conversión (cfr. Is 58), como ocurre en nuestros días con la religiosidad popular y la administración indiscriminada de los sacramentos.

Al asumir esta herencia profética hasta sus últimas consecuencias, la Iglesia se transformó desde el principio en la Iglesia de los mártires, que dan testimonio en medio de las persecuciones, como lo hicieron los Apóstoles (Hch 4, 15-20), llegando incluso hasta el derramamiento de la propia sangre, como en el caso de san Esteban (Hch 7, 54-60).

Por eso, junto a la obediencia filial, se impone otro deber irrenunciable: el deber del testimonio profético, el deber de luchar por la pureza de la Iglesia.

Página 3 de 69

Este testimonio es frecuentemente un testimonio que se ofrece en medio del dolor, que encierra frecuentemente el desconocimiento, las sospechas y hasta la condenación lapidaria por parte de la autoridad eclesiástica. Como el profeta Jeremías

Joseph Ratzinger dice que la palabra de los profetas es una palabra que Dios se reservó en medio de Israel. Es una palabra libre en medio de las instituciones como el templo y el sacerdocio oficial. Por eso el Antiguo Testamento muestra que Dios elige libremente a los profetas.

Una figura paradigmática de la actividad profética, que anuncia la suerte de los profetas a lo largo de la historia, es la figura trágica del profeta Jeremías.

Su itinerario es significativo: fue encarcelado como hereje, atormentado como rebelde contra la palabra y la ley de Dios, perseguido y condenado a muerte, aunque concluyó en el anonimato como deportado. Al final, Jeremías fue reconocido como profeta auténtico, como portador de la verdadera voz de Dios.

Para decirlo en palabras de Joseph Ratzinger: «El profeta es testigo de Dios. Frente a la interpretación arbitraria de la palabra de Dios y frente a la tergiversación clandestina y pública de las señales divinas, el profeta pone a salvo la autoridad de Dios y defiende Su palabra del egoísmo de los hombres. Y así, en el Antiguo Testamento existe -combatida y oprimida por la autoridad, pero cada vez más reconocida como voz de Dios- una crítica que crece en mordacidad hasta la descripción del destructor del Templo como siervo de Dios (Jer 25, 9)».

La obediencia que fecunda a la Iglesia

Conviene decirlo con claridad: la verdadera obediencia no es la de los aduladores, la de los falsos profetas que evitan cualquier confrontación y que prefieren seguir el camino de la propia comodidad y la ruta de preservar los propios intereses.

La obediencia de los profetas auténticos es la que ha fecundado a la Iglesia a lo largo de su historia y que la ha sacado constantemente de la tentación babilónica. Esta obediencia procede de la verdad y conduce a la verdad. Lo que la Iglesia de hoy y de siempre necesita no son los panegiristas de lo existente, sino hombres en quienes la humildad y la obediencia no sean menores que la pasión por la verdad.

Cuando se acalla la voz profética ante las infidelidades de los pastores de la Iglesia no es señal de mejores tiempos. Es, más bien, un signo evidente de que ha disminuido el amor a la Iglesia, de que el corazón no arde ya en el celo por la causa de Dios en este mundo (cfr. 2Cor 11, 2).

No es casual, por tanto, que los santos no sólo tuvieron que luchar con el mundo, sino también con la Iglesia.

Página 4 de 69

Ellos, los auténticos intérpretes de las Sagradas Escrituras, han amado profundamente a la Iglesia; por ello podemos decir que han luchado constantemente contra la tentación de la Iglesia a hacerse mundo, sufriendo bajo la Iglesia y en la Iglesia, sin caer en la tentación de abandonarla, pero afirmándose en Aquel que quiere presentarse a su esposa sin mancha ni arruga (Ef 5, 27), elevando su voz crítica en el momento necesario.

Escuchemos una vez más a Joseph Ratzinger: ¿Quién no recordará aquí el relato de san Pablo sobre su choque con Pedro?: «Empero, cuando vino Cefas a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era reprensible... Pero, cuando vi que no andaban derechos conforme a la verdad del Evangelio, dije a Cefas delante de todos: si tú, que eres judío, vives a lo gentil y no a lo judío, ¿cómo compeles a las gentes a judaizar?» (Gál 2,11-14). Si fue flaqueza de Pedro negar la libertad del Evangelio por miedo a los adeptos de Santiago, su grandeza estuvo en aceptar la libertad de san Pablo que le «resistió cara a cara». La Iglesia vive hoy todavía de esta libertad, que le conquistó el camino hacia el mundo de la gentilidad.

Pues bien, en esta libertad evangélica y en esta tradición profética, en este profetismo que se da en el seno de la obediencia, está plenamente insertado el padre Amatulli, como lo ha demostrado en tantos libros y en sus múltiples intervenciones, que atestiguan su solicitud por todas las Iglesias (2Cor 11, 28) y su amor entrañable al Evangelio (1Cor 9, 16).

Un ejemplo elocuente de este amor sin medida a la Iglesia y un ejercicio de la actividad profética lo constituye su libro más reciente, Éxodo hacia una nueva tierra. La Iglesia en momentos de crisis, donde manifiesta su fidelidad al profetismo, que denuncia el pecado, pero mantiene abierta la perspectiva de la conversión y anuncia la intervención salvífica de Dios.

Este libro me ha fascinado por la capacidad que tiene el padre Amatulli para sintetizar en este libro la situación de la Iglesia en esta hora de gracia. Me ha llamado la atención que, según su costumbre, el padre Amatulli presenta sin cortapisas su diagnóstico sobre la realidad eclesial, en franca bancarrota en amplios sectores del catolicismo, particularmente latinoamericano.

Me ha parecido impactante que, a medida que avanza la narración, el padre Amatulli presenta en el momento preciso y de la manera más oportuna las iniciativas concretas que sugiere para hacer frente a la crisis que enfrentamos en el catolicismo, que aparecen con mucha naturalidad y en el contexto que les corresponden.

Hoja de ruta La primera impresión que tuve es que, antes que nada, el padre Amatulli

nos presenta a los Apóstoles de la Palabra un plan de vuelo, una hoja de ruta que debemos recorrer para hacer realidad un Nuevo Modelo de Iglesia.

Página 5 de 69

Me parece muy atinado el estilo de presentar el itinerario pastoral que

debemos asimilar en nuestro proceso formativo y poner en práctica en nuestro apostolado cotidiano, especialmente en las parroquias y comunidades bajo nuestro cuidado pastoral, para ser verdaderamente levadura en la masa. Ya nos lo ha presentado de forma oral en el diálogo personal, homilías, retiros, reuniones y ejercicios espirituales; lo ha hecho en forma de ensayos y artículos periodísticos, pero ahora nos lo presenta con cierta brevedad y con la magia de la narración, que los hace asequibles y despierta la imaginación y la creatividad pastoral.

Éxodo hacia una nueva tierra

El título de su libro me llevó a revisar la experiencia del Éxodo, de manera particular en el libro de los Números, especialmente el momento tan dramático en que los exploradores fueron enviados por Moisés a echar un vistazo a la Tierra prometida, antes de emprender la conquista de Canaán.

Siempre me había llamado la atención esa prolongada permanencia de los israelitas en el desierto durante largos cuarenta años, cuando estaban ya a las puertas de la Tierra prometida, al alcance de la mano. He aquí la razón.

No entrarán en la tierra que juré darles. Sólo habrá una excepción para Caleb, hijo de Jefoné y para Josué, hijo de Nun. Quienes entrarán serán sus nietos, de los que decían que serían reducidos a la esclavitud; ellos conocerán la tierra que ustedes menospreciaron. (...) sus hijos serán nómadas en el desierto durante cuarenta años. Ustedes emplearon cuarenta días en recorrer el país; pues bien, cada día equivaldrá a un año. Cargarán con el peso de su pecado durante cuarenta años y sabrán lo que es mi cólera (Nm 14, 30-34).

Pues bien, no todos los israelitas que salieron de Egipto entraron a la Tierra prometida (cfr. Nm 14, 20-35), ni todos nuestros contemporáneos están listos para dar inicio y formar parte del Nuevo Modelo de Iglesia que se necesita y que el padre Amatulli perfila en este y otros libros suyos.

Muchos están atados a sus prejuicios y amarrados a los privilegios. Los ata la fuerza de la costumbre. La comodidad de la rutina les impide soñar nuevas formas de vivir la fe, más adecuadas a los tiempos que vivimos, en plena fidelidad al Evangelio, pero también al hombre concreto.

Sólo Caleb y Josué con los suyos conquistaron y saborearon esa tierra que mana leche y miel (Nm 14, 30; Jos 14, 13-15). Sólo los decididos y los valientes podrán vivir y hacer realidad el Nuevo Modelo de Iglesia que el padre Amatulli nos presenta en este interesante libro. Sólo ingresaran aquellos que estén dispuestos a conformar la propia vida y el ministerio a la voluntad de Dios, manifestada en la Sagrada Escritura y en los acontecimientos.

Una cosa es cierta: llegará el día en que esto que el padre Amatulli propone se hará una hermosa realidad, como se hizo realidad la conquista de la Tierra prometida, a pesar del pesimismo y las murmuraciones de los israelitas,

Página 6 de 69

a pesar de la rebelión y la incomprensión del pueblo de Dios en Cadés en contra de Yahvéh y Moisés.

Un catolicismo sui generis En la figura de Don Juan, el padre Amatulli nos presenta de cuerpo entero

la situación del catolicismo latinoamericano, cuyas notas distintivas son la religiosidad popular con marcados tintes supersticiosos, con un bajo nivel espiritual del pueblo católico, familias divididas por el cambio religioso de algunos de sus miembros, un catolicismo de costumbre, con borracheras frecuentes a la menor provocación (bautismos, primeras comuniones, bodas y fiestas patronales, por mencionar sólo algunos ejemplos en el ámbito de la vida sacramental), asistencia irregular a los actos de culto y la visita esporádica a los santuarios de renombre.

Pues bien, este forma de vivir el catolicismo se reproduce y conserva por una catequesis superficial, que no insiste en la importancia de conocer la fe para vivirla cada día, y que no subraya la importancia de la oración personal y comunitaria y la lectura y meditación cotidiana de la Biblia, hasta llegar a considerarla como la principal fuente de inspiración en todos los ámbitos de la vida.

Al mismo tiempo, este tipo de catolicismo insiste en perpetuar la religiosidad popular, vista como un camino paralelo de salvación para las masas católicas y como una fuente segura de ingresos económicos. Por eso se desvirtúa la doctrina del ex opere operato, administrando los sacramentos y los sacramentales de manera indiscriminada, sin proporcionar la debida preparación y entrenamiento para una vida de fe, aunque si se insiste en el estipendio correspondiente.

De este tipo de catolicismo surgen muchos laicos comprometidos y gran parte de nuestro clero y la vida religiosa.

Don Juan, por ejemplo, refleja el perfil de muchos laicos comprometidos, que han dejado su viejo estilo de vida, hecho de parrandas consuetudinarias con todas sus secuelas (infidelidad matrimonial, familias desintegradas, peleas maritales constantes, violencia doméstica, etc.), al participar en un retiro espiritual, organizado generalmente por los movimientos y asociaciones laicales, cuyo liderazgo y membresía han hecho el mismo recorrido. De ahí su sensibilidad e insistencia en impartir este tipo de eventos, que propician cierto cambio de vida y el inicio incipiente de la vida cristiana, muchas veces sin el apoyo decidido de la jerarquía.

Al mismo tiempo, amplios sectores del clero religioso y diocesano y de la vida consagrada femenina se han formado en este tipo de catolicismo. No extraña que lleguen a reproducirlo de manera acrítica, sin contrastarlo con las exigencias del Evangelio en la línea de la conversión. Por eso insisten en celebrar las fiestas patronales, las reuniones de presbiterio, los onomásticos y aniversarios y las convivencias familiares según el estilo que han asimilado desde la infancia.

Página 7 de 69

Un nuevo estilo de catequesis Ante esta situación, el padre Amatulli propone revisar globalmente nuestra

catequesis y sugiere algunos elementos imprescindibles para formar adecuadamente al católico, estructurando un nuevo sistema de catequesis presacramental, bastante novedoso y eficaz, utilizando la Biblia como texto básico y dedicando en cada lección uno diez minutos a la oración, en el marco de una pequeña comunidad cristiana, donde se aprenda a orar y se entrene en la vivencia de la fe.

Me parece útil poner este párrafo, tomado de una conferencia del Cardenal Ratzinger sobre la catequesis:

La catequesis tiene por objetivo el conocimiento concreto de Jesús. Es introducción teórica y práctica a la voluntad de Dios, así como es revelada en Jesús y como la vive la comunidad de los discípulos del Señor, la familia de Dios. Por una parte, la necesidad de la catequesis deriva de la dimensión intelectual, que contiene el evangelio: el Evangelio interpela a la razón; esto responde al deseo profundo del ser humano de comprender el mundo, conocerse a sí mismo y aprender el modo justo para realizar su propia humanidad. En este sentido la catequesis es una enseñanza; los primeros enseñantes cristianos son el verdadero inicio de la condición de catequista en la Iglesia. Pero ya que no se puede separar de esta enseñanza su realización en la vida, puesto que la comprensión humana ve correctamente sólo si también el corazón está integrado en ella, esta enseñanza debe ir unida necesariamente a la comunidad de camino, a la costumbre de vivir el nuevo estilo de vida de los cristianos (“Evangelización, catequesis y catecismo”, conferencia pronunciada por el cardenal Ratzinger en la Comisión Pontificia para América Latina).

Mucho ojo Hay muchas cosas que decir, pero me gustaría resaltar algunos aspectos

que el lector está llamado a mirar con atención. Para empezar, diré que este libro me parece fundamental porque redefine

el papel del obispo y de la catedral, pidiendo «regresar a los primeros siglos de la Iglesia, cuando se vivía en un contexto plural (a veces hasta de persecución) y el obispo era el alma de la Iglesia particular y su sede, que con el tiempo se llamó catedral (cátedra=sede del maestro), el centro propulsor de la vida cristiana».

Otro aspecto relevante es que, además de presentarnos las obligaciones de los fieles cristianos y de los fieles cristianos laicos, también nos presenta sus derechos fundamentales, tomándolos del Código de Derecho Canónico y presentándolos al gran público en un contexto vivencial que nos ayuda a descubrir la importancia de conocerlos y dejar que regulen las relaciones entre el clero y el laicado.

Página 8 de 69

Otra de las aportaciones significativas es el «Decálogo del Evangelizador» y la formación de la comisión de Pastoral Experimental, cuya tarea consiste en «dar un contenido preciso al tema de la Nueva Evangelización, con miras a proponer algo concreto a la comunidad diocesana, avalado por un cierto proceso de experimentación».

De hecho, el «Decálogo del Evangelizador» está compuesto de algunas normas básicas para orientar el comportamiento de los miembros de la nueva comisión, destinada a ensayar nuevas formas de vivir la misión y al mismo tiempo ser estímulo para toda la Iglesia diocesana.

Conclusión

La actividad profética tiene aún mucho que aportar a la vida de la Iglesia, en medio de incomprensiones, prejuicios y sufrimientos.

Concluyamos poniendo estas palabras de Karl Rahner y Bernhard Häring, dos de los teólogos más importantes del siglo XX:

“La Iglesia a la que servimos, a la que hemos consagrado nuestra vida, por la que nos consumimos personalmente, es la Iglesia peregrinante, la Iglesia de los pecadores, la Iglesia que para mantenerse y conservarse en la verdad, en el amor y en la gracia de Dios, necesita el milagro cotidiano y extraordinario de esta misma gracia. Sólo viéndola así podremos amarla en la forma adecuada” (K. Rahner, El sacerdocio cristiano en su realización existencial, Barcelona, 1974, p. 258). “Amo a la Iglesia porque Cristo la ama hasta en sus elementos más externos. La amo incluso allí donde descubro, con dolor, actitudes y estructuras que juzgo no están en armonía con el evangelio. La amo tal cual es, porque también Cristo me ama con toda mi imperfección, con todas mis sombras, y me dan el empuje constante para llegar a ser lo que corresponde a su plan salvador. (…) Caminemos en esta línea y pensemos, agradecidos, en todo el bien que ha brotado y continúa brotando en la Iglesia” (B. Häring, Mi experiencia de Iglesia, Madrid 1989, p. 167-168). De este amor a la Iglesia brota un profetismo que crece en el seno de la

obediencia a la voluntad de Dios y en adhesión al Magisterio de la Iglesia.

P. Jorge Luis Zarazúa Campa, fmap; Ciudad Juárez, Chih.; a 21 de noviembre de 2012,

memoria de la presentación de la Santísima Virgen María.

Página 9 de 69

INTRODUCCIÓN

Don Juan, un católico del montón, sumergido hasta los huesos en la así llamada “Religiosidad Popular”, una mezcla entre cristianismo y paganismo, principal motivo de ataque de parte de los grupos proselitistas. Ya muchos de sus parientes y amigos se habían cambiado de religión. Él siempre se había resistido a dar este paso, más por instinto que por verdadera convicción dictada por la fe o la razón. Sencillamente esos amigos de la competencia le caían mal desde los primeros años de su vida, cuando los oyó expresarse negativamente de la Virgen María. Desde entonces no los quiso ver ni en pintura.

No le importaba si su misma mamá ya se había cambiado de religión. “Allá ella –contestaba invariablemente a los que le hacen notar el detalle–; es su problema. Yo soy católico desde que nací y católico moriré. A mí no me vengan con el cuento de las imágenes, el bautismo de los niños o los hermanos de Jesús, amenazando siempre con la condenación eterna a los que no se van con ellos. Yo de plano prefiero ir al infierno con mi Madre Santísima que al paraíso con esa bola de fanáticos y malhablados”.

Y con eso Don Juan había resistido con éxito a todos los embates de la vida, como todo buen católico (según él), entre borracheras, una que otra fiestecita familiar y alguna peregrinación a la basílica de la Virgen de Guadalupe. Hasta que un día, cuando menos se lo esperaba y mediante un subterfugio, un amigo lo llevó a un retiro espiritual y su vida dio un giro de ciento ochenta grados.

Se metió tanto en las cosas de Dios que llegó a entregarse por completo a la misión, haciendo todo lo posible por “salvar almas”, sin fijarse en los límites parroquiales y tantas otras normas del Derecho Canónico, que contiene las leyes de la Iglesia Católica. Para Don Juan, la única ley era el Evangelio y, para vivir según el Evangelio, estaba dispuesto a todo, hasta a pelearse con los mismos curas, tachándolos de flojos y aprovechados y arriesgando muchas veces con quedar excomulgado (por lo menos así le decían los que no estaban de acuerdo con su manera de proceder).

Una vida muy azarosa la de Don Juan, el fanático, el rebelde o el terco, como muchos le decían. El hecho es que con su terquedad Don Juan logró abrir en la Iglesia muchas brechas, que antes parecían totalmente cerradas. Su ejemplo no deja de animar a unos y cuestionar a otros. Sin duda, puede resultar de gran utilidad para los que quieran sortear la crisis actual con sentido de responsabilidad, al tener que vivir en las postrimerías de un mundo que muere y al mismo tiempo siendo artífices de otro mundo que nace.

¿No te gustaría acompañarme en esta aventura, siguiendo los pasos de Don Juan desde su conversión hasta su misteriosa desaparición? (Siempre que no tengas algún problema de nervios y no trates de imitar su ejemplo, arriesgando de ir a parar en algún manicomio.)

Página 10 de 69

Te garantizo momentos de verdadero solaz espiritual y momentos de… Bueno, ¿por qué, en lugar de entretenernos en tantos preámbulos inútiles, no nos adentramos de una vez en el vivo de la historia de Don Juan, una historia tan original y apasionante?

P. Flaviano Amatulli Valente, fmap.

Phoenix, AZ (E.U.A.), a 12 de julio de 2012.

Capítulo 1

DE LA CANTINA A LA CAPILLA

Don Juan nunca había pensado seriamente en la posibilidad de dejar la botella por las cosas de Dios. De vez en cuando algún amigo le había hablado de la importancia de dar un paso tan importante en su vida:

–Mira, Don Juan: de por sí tú eres buena gente. Si no fuera por el maldito vicio de la botella, tú podrías hacer mucho por tu familia, la patria o la Iglesia. Tú eres un buen líder. Solamente que te falta valor para decidirte a dejar la botella. Por culpa de la botella, estás echando a perder los mejores años de tu vida.

Y Don Juan se salía siempre con lo mismo:

–Después. Algún día me voy a componer. Yo diré cuando.

Y nunca llegaba el día. Hasta que se le hizo. Por casualidad o de pura chiripada, como dicen por ahí; sencillamente por una apuesta. Se trataba de ver si aguantaba un fin de semana sin tomar, acompañando a un amigo a un congreso en uno de los santuarios más famosos de la región. Pensaba que se trataba de un paseo gratis en uno de los lugares más bonitos de la zona y aceptó. Era la trampa que Dios le había tendido (en realidad, se trataba de un retiro espiritual) y cayó redondito.

Desde entonces nunca logró zafarse, aunque en alguna ocasión lo hubiera deseado con toda el alma, como cuando sus mejores amigos lo abandonaron completamente al notar el grande cambio que había realizado en su vida. De hecho Don Juan se metió tanto en las cosas de Dios que llegó a dejar por completo no solamente la botella sino también los paseos a los balnearios y los convivios con sus amigos con ocasión de onomásticos o aniversarios, para evitar el peligro de caer en lo mismo de antes.

Naturalmente, la que más resintió el golpe fue Marisa, la esposa fiel, paciente y sufrida. Nunca se había cansado de pedir a Dios y a la Virgen bendita el milagro y, cuando llegó, pronto se arrepintió.

Página 11 de 69

Es que ya se había acostumbrado a la mala vida (mala hasta cierto punto, con fiestecitas por aquí y por allá, salidas a los balnearios y una que otra amistad poco recomendable en una mujer aparentemente intachable).

Así que, cuando Don Juan empezó con sus largos rezos y frecuentes salidas para “prepararse” o “evangelizar”, Marisa se vio totalmente perdida. Ya no podía comentar con sus hijos, ya casados, como era su costumbre desde hacía años, los continuos extravíos de su papá, haciéndose la eterna víctima y cosechando de su parte cada día más comprensión y afecto. Al contrario, poco a poco ella misma se fue dando cuenta de que los papeles se estaban invirtiendo, pasando de mártir a verdugo.

De hecho, continuamente se quejaba con Don Juan de los largos ratos que se quedaba sola en la tienda a vender abarrotes, insistía en querer regresar a las antiguas fiestecitas familiares que duraban toda la noche y no desperdiciaba ninguna oportunidad para maldecir el día en que lo había conocido y se había enamorado de él, aunque “maloliente, bailarín y borrachín”. “Si hubiera sabido que ibas a dar este cambio –no dejaba de repetirle–, hubiera preferido hacerme monja, antes de hacerte caso”. ¡Pobre Don Juan, entre la espada y la pared! Por un lado quería mucho a su esposa y no la quería ver sufrir y por el otro no quería traicionar a Dios, regresando a la vida de antes.

Lo mismo pasaba con los antiguos amigos de parranda, en el fondo toda buena gente, dedicada al hogar y el trabajo con alguna salida de vez en cuando en busca de aventura como manera de salir de la rutina diaria. Ahora, con el cambio que había dado Don Juan, se sentían a la deriva, privados de su líder natural. Trataban de entender las razones de un cambio tan drástico y repentino y no lo lograban. Según ellos, se trataba de una manera como otra de salir de la rutina, haciéndose el “santo”. Por eso, empezaron a llamarlo “el santito”, “el santito Juan” y con eso pensaban picarlo en el amor propio, para que despertara de su sueño de grandeza y volviera a la normalidad, como antes, siempre rodeado de amigos incondicionales.

“Bueno –podrá pensar alguien–, le fue mal a Don Juan de parte de la esposa y los antiguos amigos de parranda. ¿Y qué tal con los de la Iglesia?” Pues bien, en la Iglesia le fue peor. Es que, debido a su carácter fogoso y arrollador, pronto hizo carrera entre los líderes parroquiales, pasando de simple “servidor” a miembro distinguido del consejo económico parroquial y animador en los eventos masivos. ¿Y qué pasó? Que pronto entró en conflicto con algún líder de la parroquia y algún miembro del consejo económico, puesto que, al verificar las entradas y salidas, descubrió muchas anomalías, con bastante dinero faltante.

Primero trató de arreglar las cosas, hablando personalmente con todos los demás miembros del consejo económico, sin ningún resultado positivo. Nadie quería meterse en problemas: el administrador le echaba la culpa al presidente del consejo y este al administrador. Por fin, Don Juan tuvo que informar al párroco, que cortó por lo sano, deshaciendo el consejo económico y nombrando a gente nueva, dando por perdido el dinero faltante.

Página 12 de 69

Algunos sabían, y no se atrevían a declararlo públicamente, que sea el presidente del consejo que el administrador estaban tratando de conseguir cada uno una casa a expensas de la comunidad. De hecho, al no poder seguir pagando al banco la cuota mensual, tuvieron que desalojar la casa y regresar a vivir en una simple vecindad.

Fue tanta la rabia de esos amigos contra Don Juan, que no descansaron hasta no crearle a su alrededor un completo vacío, inventando cualquier tipo de calumnia con tal de que fuera alejado del grupo de los “escogidos”, es decir de los que, después de un retiro espiritual, eran considerados como católicos de primera categoría, listos para prestar algún servicio de prestigio en la comunidad.

En lugar de defenderse, Don Juan, a ejemplo del divino Maestro, aceptó todo con humildad, causando en el párroco una óptima impresión. Por eso le encargó el barrio más alejado de la parroquia, que aún no contaba con ninguna estructura pastoral. Ni tarde ni perezoso, Don Juan se lanzó a la acción, logrando en cuestión de meses un solar para la capilla y algo de dinero para dar inicio a su construcción.

Mientras tanto se dedicaba a visitar las familias con la ayuda de uno de sus antiguos amigos de parranda, que con trampa (como le habían hecho a él) había logrado llevar a un retiro. Haciendo esto, Don Juan logró crear simpatía entre los vecinos y al mismo tiempo apresurar la construcción de la capilla con algunos anexos para la catequesis.

Una de las novedades que implantó en su método de enseñanza fue el uso de la Biblia como texto y del catecismo como subsidio, algo que había aprendido en una de sus salidas “para prepararse” y que despertó sumo interés entre toda la feligresía. Desde entonces no era difícil ver a niños y jóvenes en la calle o en el parque “jugando a la Biblia” como solía decir la gente, es decir utilizar juegos bíblicos como medio para entrenarse a encontrar las citas bíblicas en el menor tiempo posible y aprendérselas las de memoria.

Tratándose de una capilla localizada en la periferia de la ciudad, entre la gente más pobre y descuidada de la parroquia, a nadie se le ocurrió verificar cómo se llevaban las cosas por allá. El mismo párroco cada sábado por la noche llegaba de prisa, celebraba la misa y se retiraba, sin preguntar nada acerca de las actividades que se realizaban por allá. Así que Don Juan pudo trabajar con toda tranquilidad, entre el entusiasmo de la feligresía y el total apoyo de la autoridad eclesiástica (aunque no estuviera enterada acerca de los pormenores).

El problema se presentó cuando, un año y meses después, los primeros jóvenes tuvieron que ir a la sede parroquial para recibir el sacramento de la confirmación. Al hacer el obispo, como era su costumbre, algunas preguntas acerca del sacramento que estaban por recibir, resultó que los jóvenes de la capilla contestaban mejor que los de la cabecera parroquial, presentando además algún texto bíblico para cada tema, entre la sorpresa y el asombro general.

Página 13 de 69

Así todos se enteraron de que Don Juan, el que había sido alejado del centro parroquial por la intriga de algunos “influyentes”, había estructurado un nuevo sistema de catequesis presacramental, por cierto bastante novedoso y eficaz, utilizando la Biblia como texto básico y dedicando en cada lección unos diez minutos a la oración.

Al mismo tiempo se enteraron de que, antes de la confirmación, habían tenido tres días de retiro espiritual y una noche completa de oración.

–Estupendo –comentó el obispo, dirigiéndose a Don Juan–. ¿De dónde te salió esta idea tan original y efectiva?

–No fue una idea mía –contestó Don Juan–. La aprendí de unos misioneros, que se dedican a dar clases de Biblia.

–Perfecto –fue la conclusión del obispo–. Échale ganas y adelante. Ojalá que en toda la parroquia se pudiera implantar este método. En realidad –siguió comentando con el párroco–, si nuestros feligreses no estudian la Biblia ahora que están preparándose para los sacramentos, ¿cuándo la van a estudiar?

Y así Don Juan, después de un elogio tan grande de parte del obispo, fue invitado por el párroco a regresar a la cabecera parroquial para hacerse cargo de la catequesis presacramental en toda la parroquia. Fue un momento de gloria para Don Juan, que pronto se lanzó en cuerpo y alma a la grade tarea, que le había sido encomendada por el obispo y el párroco.

A quienes le hacían notar los grandes adelantos que se habían logrado en la parroquia desde su “conversión”, contestaba siempre con cierta preocupación:

–No canten victoria. Nadie sabe por dónde el demonio puede meter la cola.

Y así fue. El demonio logró meter la cola por donde menos se lo esperaba y todo se revolvió.

Capítulo 2

DIOS Y EL DINERO

Los primeros que respingaron ante el cambio, fueron los encargados de la catequesis presacramental. Ya estaban acostumbrados a tomar las cosas con extrema superficialidad, sin oración ni nada. Enseñaban (más bien repetían) lo que estaba en el catecismo y ya. ¿Y la práctica de la vida cristiana? ¿Y la Biblia? “¿Qué es eso?”, parecía ser la respuesta de todos. Sencillamente querían seguir como siempre o todos amenazaban con renunciar, hasta los encargados de preparar a los novios para el sacramento del matrimonio.

¿Qué hacer ante esta situación? “Paciencia” fue la decisión que tomó Don Juan, sin quitar el dedo del renglón. Dejó que cada catequista siguiera como siempre, mientras él se dedicaba a impartir cursos bíblicos a todos los que estaban dispuestos a conocer y vivir su fe con más profundidad, de acuerdo con las enseñanzas que había recibido de los misioneros y siguiendo el método que había aprendido de ellos, algo totalmente sencillo y práctico.

Página 14 de 69

Cuando ya contaba con un buen número de gente preparada y decidida, pidió a los catequistas que tomaran una decisión: o aceptar el nuevo método de enseñanza o dejar el cargo. Todos renunciaron, imaginándose que el cambio iba a resultar un rotundo fracaso.

Y no fue así. De hecho, sea los alumnos que sus papás, ante la perspectiva de aprender la Biblia, pronto manifestaron su completa adhesión:

–Por fin los católicos vamos a estudiar la Biblia.

–Ya basta de humillaciones de parte de los atalayos.

Contrariamente a lo que suponían los antiguos catequistas, con el uso de la Biblia desde la niñez, pronto se despertó en toda la comunidad parroquial un grande fervor religioso, nunca experimentado anteriormente. Hasta el párroco, de por sí bastante flemático y por lo tanto poco afecto a las emociones, se dejó fácilmente contagiar por el entusiasmo popular y no opuso ninguna resistencia cuando Don Juan le pidió que se usara la Biblia también durante la misa, en lugar de la hojita dominical.

Mientras tanto los nuevos catequistas no dejaban de seguir preparándose mediante cursillos impartidos por los misioneros acerca de la manera de utilizar la Biblia en la catequesis presacramental. Para que ésta fuera más eficaz, Don Juan no dejaba de reunirse con los papás de los niños y los jóvenes que se estaban preparando para la Primera Comunión o la Confirmación, tratando de orientarlos oportunamente acerca de la manera de apoyar a sus hijos en su esfuerzo por adquirir hábitos realmente cristianos. Su lema era “Teoría y práctica: enseñanza, oración y vida cristiana”.

Como muestra de este nuevo estilo de vida, que Don Juan quería implantar en cada hogar, poco a poco se fue estableciendo en las familias la costumbre de orar juntos utilizando la Biblia, antes y después de tomar los alimentos y antes de acostarse. Era convicción común que, de seguir así, seguramente en pocos años la fe iba a permear profundamente todos los hogares católicos de la parroquia.

Pero lamentablemente no fue así. Dos años después de haberse implantado el nuevo sistema, hubo un cambio de párroco y el recién llegado, como pasa en distintas ocasiones, hizo todo lo posible por borrar desde la raíz todo lo que se había logrado durante los últimos años con el párroco anterior. Para eso, lo primero que hizo fue desautorizar por completo a Don Juan y reinstalar el antiguo consejo económico parroquial (después se supo que su presidente y el párroco durante algunos años habían sido condiscípulos en el seminario).

Inmediatamente después ordenó que se dejara de utilizar la Biblia en la catequesis y en la misa, sin tener en cuenta las protestas generales. Evidentemente no todos los catequistas aceptaron. Algunos prefirieron presentar sus dimisiones y seguir como católicos anónimos, sin cargo alguno, antes de resignarse a volver al antiguo sistema de los pericos, en que bastaba aprenderse de memoria algunas oraciones y algunas enseñanzas doctrinales para acceder a los sacramentos.

Página 15 de 69

Por lo visto, lo único que le interesaba al nuevo párroco, secundado por un grupo de incondicionales, era sacar dinero a la gente con cualquier pretexto, estableciendo una cuota para cada sacramento y hablando de obras que nunca se realizaron.

Para lograr eso, volvieron a implementarse las antiguas fiestas religiosas con baile y borrachera, la venta de comida todos los domingos en el atrio del templo de parte de las asociaciones católicas, las rifas y tantas iniciativas más, con tal de conseguir cada día más fondos económicos, que regularmente se esfumaban en las manos del señor cura y del presidente del consejo, una mancuerna perfecta para trasquilar a los pobres feligreses, que, poco a poco se iban dando cuenta de la trampa y, para no pelearse con los nuevos líderes con el peligro de dar un mal testimonio a la gente, prefirieron alejarse de la parroquia en silencio, sin hacer ruido.

Entre éstos, algunos se enfriaron definitivamente y dejaron de frecuentar la Iglesia, otros se cambiaron de religión y otros decidieron acudir a las parroquias vecinas. Hubo también algunos que le entraron al juego del nuevo párroco, con el señuelo de algún carguito y la esperanza de ser admitidos algún día a repartir el pastel con el grupo de los incondicionales.

Para Marisa, la esposa de Don Juan, había llegado el momento del desquite, con el secreto deseo de hacerlo volver a la vida de antes.

–¿Ya te diste cuenta de cómo son las cosas en la Iglesia? –no se cansaba de repetirle–. Puro negocio. Y tú, ingenuo como nadie, sigues con tu Biblia y tus rezos. Abre los ojos. Vive tu vida ahora que puedes. Mañana, cuando ya se acaban las fuerzas, te entregas a Dios como hace toda la gente.

Hubo momentos en que Don Juan estuvo a punto de hacerle caso a su esposa y dejarlo todo por la paz. Pero no pudo. En él había algo que le impedía regresar a la vida de antes, como un fuego ardiente que no podía apagar. Entonces, regresaba a las Escrituras y recobraba el antiguo entusiasmo.

También algunos de sus antiguos amigos intentaron hacer lo mismo, aprovechándose de algún momento de debilidad y desaliento. Sin embargo, Don Juan, como verdadero líder, les dio agua de su propio chocolate, entreteniéndolos con salidas a los balnearios vecinos y a los santuarios más famosos de la región, hasta que no logró atraparlos por completo, llevándolos a un retiro espiritual.

Y formó su nuevo equipo de evangelizadores, reuniendo a los supérstites entre los antiguos amigos de parranda y los catequistas que había formado personalmente y que más se identificaban con su ideal.

Un día se reunían en una casa y otro día en otra, tratando de profundizar la Biblia mediante folletos, Cds y videos, proporcionados por los misioneros. Más estudiaban, más oraban y más se fortalecían en la fe, descubriendo en la Biblia cosas realmente sorprendentes, que nunca se habían mínimamente imaginado, acerca de su propia realidad, la realidad de la Iglesia y la realidad del mundo.

Página 16 de 69

Fortalecido por estos descubrimientos y después de haber orado largamente, un día Don Juan se armó de valor y pidió una cita con el párroco, que lo había corrido. Éste, suponiendo que le iba a suplicar para ser admitido en el grupo de los incondicionales, lo recibió con gusto, sin siquiera imaginarse lo que iba a pasar. Don Juan, sin tantos preámbulos, sacó la Biblia y leyó:

¡Mi pleito es contigo, sacerdote! Tropiezas de día y de noche tropieza contigo el profeta. … Mi pueblo perece por falta de conocimiento. Pues bien, porque tú has rechazado el conocimiento, yo te rechazaré de mi sacerdocio; puesto que tú te olvidaste de la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos… Cuanto más son, más pecan contra mí. Cambiaré su dignidad en ignominia. Se alimentan del pecado de mi pueblo y con sus culpas matan el hambre. Pueblo y sacerdote correrán la misma suerte (Os 4, 5-9). Los sacerdotes ya no hablan de mí y los doctores de la ley no me conocen (Jer 2, 8).

Huelga decir que, ante tanta insolencia de parte de Don Juan, el señor cura reventaba de rabia. Sin embargo, se contuvo en espera de algún comentario. Don Juan siguió bien campante:

–¿Cómo la ve, señor cura?

–No sé a qué te refieres –contestó el señor cura.

–¿A qué me refiero? A su manera de llevar las cosas en la parroquia, tratando de dejar al pueblo en su ignorancia para seguir explotándolo con fiestas y borracheras. Es lo que el profeta Oseas reprocha al sacerdote cuando dice: “Se alimentan del pecado de mi pueblo”.

–Es que tú no entiendes las cosas y te volviste en un fanático de la Biblia. ¿Has oído hablar alguna vez de la religiosidad popular? Es el camino que yo trato de seguir para alimentar la fe del pueblo.

–¿La religiosidad popular? ¿Sabe usted qué dice la Biblia a propósito de la religiosidad popular?

Otra vez Don Juan sacó la Biblia y leyó: Me abandonaron a mí,

manantial de aguas vivas, y se hicieron cisternas agrietadas, que no retienen el agua (Jer 2,1).

Página 17 de 69

Odio sus fiestas; se me han vuelto un peso, que no soporto más… aunque multipliquen sus oraciones, no las escucho, porque sus manos están llenas de sangre (Is 1, 14-15). –¿Cómo la ve usted, señor cura? –fue su comentario–. ¿No es ésta una

verdadera fotografía de lo que usted llama religiosidad popular? Para usted la religiosidad popular se volvió en un simple pretexto para seguir como siempre, puesto que todo cabe bajo este disfraz: Dios y el dinero, el aguardiente y el agua bendita, la procesión y el baile. Así piensa usted con sus seguidores; a ver qué piensa Dios; a ver si es cierto que basta eso para alcanzar la salvación. Escuche lo que a este propósito dice el profeta Isaías en nombre de Dios.

Y siguió con su requisitoria bíblica:

Lávense, purifíquense, aparten de mi vista sus malas acciones. Dejen de hacer el mal y aprendan a obrar bien;… Entonces, vengan y hablemos –dice el Señor–. Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo, se volverán blancos como la nieve (Is 1, 16-18).

–Esto tendría que hacer usted, señor cura, con su bola de seguidores ciegos –concluyó Don Juan–: ayudar a la gente a buscar a Dios, en lugar de dedicarse a organizar bailes, rifas y kermeses, dejando al pueblo como está y aprovechándose de su ignorancia. No entran ustedes ni dejan que otros entren. Precisamente como sucedió antiguamente con los fariseos y los maestros de la ley. Ciegos que guiaban a otros ciegos.

Y siguió sacando todo lo que había aprendido mediante el estudio de la Biblia y tenía guardado dentro desde hacía mucho tiempo, mientras el párroco lo miraba como hipnotizado sin proferir palabra alguna. Lo único que éste logró hacer, una vez que Don Juan hubo terminado de desahogarse, fue ordenarle que se saliera del curato inmediatamente, antes de que llamara a la policía.

Don Juan, al escuchar esto, de un momento a otro reaccionó como por encanto y se volvió en el manso cordero de siempre, le pidió perdón de rodillas al señor cura enfurecido y se salió del curato, horrorizado por lo que acababa de hacer. No lograba entender cómo se había atrevido a tanto. Al solo verlo, Marisa y sus amigos intuyeron que a Don Juan le había pasado algo terrible: siempre cabizbajo, encerrado en sí mismo y dominado por una tristeza mortal. Era totalmente irreconocible.

Peor si le hacían alguna pregunta acerca de su situación. Entonces se alejaba de inmediato y demoraba días sin aparecer en público.

Página 18 de 69

Nadie sabía dónde se iba a refugiar, aunque algunos afirmaran haberlo visto errabundo en el bosque, como ido. ¡Pobre Don Juan! ¡Parecía una sombra de sí mismo! No faltaron amigos que llegaron a pensar seriamente en dar parte a la autoridad competente, para que interviniera y lo encerraran en algún hospital siquiátrico.

Capítulo 3

EXCOMULGADO

Por fin se supo la razón de un comportamiento tan extraño en un hombre de la talla de Don Juan. Fue cuando al señor cura, en una conversación informal con el grupo de los incondicionales, se le ocurrió hacer alguna alusión a Don Juan en términos extremadamente severos, posiblemente como advertencia para que a nadie se le ocurriera repetir lo mismo.

–Si alguien se atreve a faltarme al respeto, quedará excomulgado para siempre, como le pasó a Don Juan, el presumido. Mírenlo como anda ahora. Para que vean que con eso no se juega.

Naturalmente el señor cura se imaginaba que la noticia iba a quedar entre ellos, como simple amenaza para prevenir posibles rebeldías y deserciones. Pero no fue así. Pronto se regó por los cuatro vientos y llegó también a oídos de los amigos de Don Juan, que pronto se movilizaron y fueron a ver al señor cura para interceder por él.

Éste, al darse cuenta de que el asunto ya era de dominio público, quedó algo desconcertado. De todos modos, siguió firme en su decisión, limitándose a repetir lo que les había confiado a sus incondicionales:

–Don Juan me faltó al respeto y tiene que pagar. Para que entiendan que faltar al respeto a un señor cura no es cualquier cosa.

–Perdone, señor cura –insistían los amigos–. Es que Don Juan es muy impulsivo: a veces hace cosas sin pensar. De hecho, ahora está muy arrepentido por lo que hizo y nosotros le garantizamos que esto nunca se va a repetir. Le suplicamos que le quite la excomunión.

Al ver que el señor cura quedaba inamovible en su decisión, decidieron acudir al párroco anterior, que siempre había manifestado una gran simpatía por Don Juan, suplicándole que intercediera por él. El antiguo párroco, al enterarse de la situación, quedó muy apenado y aconsejó ir a ver al obispo. De todos modos, para evitar cualquier problema con el señor cura, les exigió que le juraran que a nadie le iban a decir que en alguna manera él estuviera implicado en el asunto, aunque se tratara sencillamente del simple consejo que les dio de ir a ver al obispo.

Lo que les quedó bien claro a todos fue que el antiguo párroco le tenía pánico al señor cura y por ninguna razón quería verse inmiscuido en algo que tuviera que ver con él.

Página 19 de 69

Una vez aclarado cuál era el camino a seguir, con miras a resolver el problema de la excomunión, los amigos de Don Juan lo fueron a buscar y fácilmente lo convencieron a seguirlos donde el obispo. Este los recibió con extrema amabilidad, recordando la experiencia que había tenido con ocasión de la administración del sacramento de la confirmación en su parroquia.

Apenas se enteró del motivo de la visita, el obispo cambió de actitud, sospechando en Don Juan algo realmente grave. Para averiguar bien el asunto y proceder conforme a derecho, se apartó con Don Juan en un cuarto contiguo y le preguntó si acaso hubiera incurrido en actos señalados por los sacros cánones, como abortos, ataques o amenazas contra personas sagradas… Y nada.

El obispo, al notar su buena disposición, le solicitó a Don Juan que de una vez le enseñara algún escrito del señor cura relacionado con el asunto de la excomunión. Nada. Entonces concluyó:

–Dime, Don Juan, con toda sinceridad, ¿qué hiciste para merecer un castigo tan grande?

–Es que yo soy un gran pecador, señor obispo. Fíjese que me atreví a... –y se soltó en un llanto desesperado.

–Calma, Don Juan –siguió el obispo con extrema paciencia–. Cuéntame lo que pasó.

Entonces Don Juan sacó la Biblia, la besó y contó detalladamente como estuvieron las cosas, citando los mismos pasajes bíblicos que le había leído al señor cura. A medida que el obispo lo iba escuchando, su rostro se iba iluminando siempre más hasta explotar en un grito de júbilo, que resonó en todo el obispado: “¡Aleluya! ¡Gloria a Dios! Estos son los verdaderos católicos que yo quiero”. Y lo abrazó efusivamente.

Al escuchar la voz del obispo, los amigos que esperaban en el otro cuarto se sorprendieron grandemente, quedándose sin saber qué pensar.

Por fin salió el obispo, acompañado de Don Juan, para darles la buena noticia: “Aquí no hay ninguna excomunión. Al contrario, tengo que felicitar a mi buen amigo Don Juan por su valentía. Adelante. Dios está con ustedes”. Y siguieron los abrazos y las felicitaciones.

Una vez aclarado el asunto, Don Juan volvió a ser el líder de siempre. Pronto preguntó al obispo cómo proceder con relación al señor cura, teniendo en cuenta su actitud cerrada, impositiva y escandalosa. Se imaginaba que el obispo iba a tomar alguna medida concreta en su contra. Pero no. De inmediato el obispo se volvió nervioso y pensativo:

–Mira, Don Juan. Mejor dejemos las cosas como están. Tú sigue trabajando cómo mejor puedas. El problema es que son muchos los que piensan y actúan como tu señor cura. Hay un serio peligro de que una eventual medida en contra de él pudiera empeorar las cosas, puesto que tu señor cura cuenta con muchos amigos en el presbiterio y estos seguramente tratarían de bloquearte completamente en tu tarea evangelizadora.

Página 20 de 69

Al decir esto, casi se le escurrían las lágrimas de los ojos. A leguas se notaba su sentido de impotencia y frustración. Concluyó:

–Algún día entenderás, mi querido Don Juan. Si yo pudiera… –Y se despidió orando por Don Juan y sus amigos y dándoles la bendición.

Capítulo 4

DEFENSOR DE LA FE

Mientras Don Juan se encontraba en la peor crisis de su vida, su madre, evangélica, no dejaba de orar por él, pidiéndole a Dios por su “conversión”. Según ella, Don Juan estaba poseído por un espíritu maligno, que le impedía hacerle caso a la voz del Señor, puesto que persistía en su obstinado apego a la fe católica, no obstante todos los reveses que había tenido en su experiencia personal con la flor y nata del catolicismo, representadas por el clero y el laicado más comprometido.

Estaba convencida de que se trataba de un caso evidente de resistencia a la voz del Espíritu, que de tantas maneras se le había manifestado, especialmente mediante su testimonio de vida y todos sus intentos por conducirlo a la verdad. Se imaginaba que ya había llegado el momento del enfrentamiento decisivo entre los verdaderos creyentes y los falsos seguidores de Cristo, dominados por el príncipe de este mundo.

Así que un día, bien fortalecida por la oración y con el apoyo de dos exorcistas de la congregación, se fue a ver a Don Juan, lista para el combate definitivo contra Satanás y sus aliados, los católicos. Estaba convencida de que el hecho de liberar a Don Juan del mal espíritu, al cual estaba sometido a causa de su terquedad, iba a representar una prueba irrefutable de la autenticidad de su fe en contra de la falsedad del catolicismo.

Y resultó todo lo contrario. Se encontró frente a un Don Juan totalmente diferente del que había conocido anteriormente, un Don Juan que no tenía nada que ver con el borrachín de una vez o el católico entusiasta y superficial de los últimos años, muy apegado a la Biblia y poco afecto a la oración, ni mucho menos con el desafortunado pordiosero de la calle poseído por el demonio, que se había vuelto en la fábula de todos. Su experiencia de “excomulgado” lo había transformado interiormente y fortalecido tanto que su misma mamá y los supuestos “exorcistas”, al solo verlo, no tuvieron duda alguna de encontrarse ante un “ungido de Dios”.

Al desconocer la causa de tal transformación, los tres quedaron muy confundidos, no sabiendo a qué atribuir un cambio tan evidente y repentino. Aún no lograban reponerse de la sorpresa, cuando uno de los dos “exorcistas”, como invadido por un poder sobrenatural, entró en trance y empezó a dar gloria a Dios, entre convulsiones y gritos, atribuyendo el cambio a las súplicas que desde hacía algún tiempo se estaban dirigiendo a Dios en su favor en el templo evangélico.

Página 21 de 69

Al mismo tiempo, no dejaba de amonestar a Don Juan y su esposa acerca de la impelente necesidad de “convertirse” a la verdad so pena de castigos aún más terribles. Mientras tanto el otro “exorcista” y la mamá de Don Juan les imponían las manos orando en lenguas.

Ante un espectáculo tan inusual y patético, Marisa, de por sí alérgica hacia todo tipo de pietismo, ya no pudo aguantar más y explotó, sacando de una vez todo lo que desde hacía tiempo tenía guardado en contra de la religión, tachándola de pura superchería y fanatismo. Concluyó su desahogo, dirigiéndose directamente a Don Juan:

–Me casé contigo por amor, pensando que íbamos a tener una vida feliz. Pero no; a un cierto momento se te ocurrió ir al maldito retiro y cambiaste por completo, llenándote de rezos y alejándote siempre más del hogar hasta volverte loco. Ahora que apenas volviste a estar bien, llegan esos payasos y lo revuelven todo, llegando al extremo de amenazarnos con tremendos castigos de parte de Dios, si no vamos con ellos a su templo. Mira, Juan: ya estoy harta de ese Dios del cual todos ustedes andan hablando, un Dios que no logro entender. Fíjate qué desastre ha causado en nuestro hogar.

Una vez desahogada, Marisa se retiró, echando pestes contra todos y contra todo. Ante un espectáculo tan doloroso y al mismo tiempo tan inquietante, Don Juan, su mamá y los dos “exorcistas” instintivamente se pusieron en oración, pidiendo a Dios que interviniera para entender lo que estaba pasando y al mismo tiempo señalarles el camino a seguir. Una vez aclarada la situación, los cuatro tuvieron la certeza de que era voluntad de Dios que volvieran a reunirse todas las veces que fuera necesario hasta no encontrar la verdad, para evitar el escándalo de la división entre los mismos discípulos de Cristo y descubrir la manera más correcta de agradar a Dios. Y con eso se despidieron, convencidos de que estaban viviendo una experiencia espiritual extraordinaria, profundamente marcada por el Espíritu.

Eran años que no se abrazaban madre e hijo y lamentablemente en todo esto la fe, sin duda una fe mal entendida, había jugado un papel muy importante.

Fue un abrazo fuerte y prolongado, que salía desde lo más íntimo de su alma. Cada uno tenía la certeza de que por fin la fe en Cristo, ya se había vuelto para los dos en un lazo inquebrantable, más fuerte que la misma sangre, y que ya nadie ni nada lograría separarlos, ni el demonio en persona.

Naturalmente cada uno, pensando estar en lo correcto, no desperdiciaba ninguna oportunidad para acumular pruebas con miras a demostrar la bondad de la propia opción y consecuentemente la falsedad de todas las demás. ¿Y qué pasó? Que, mientras para la mamá de Don Juan sobraban los que hacían todo lo posible por prestarle ayuda, para Don Juan no hubo nadie que se preocupara por darle alguna orientación. Sencillamente el asunto no les interesaba ni a los seminaristas ni a las religiosas ni a los curas que había conocido con ocasión de algún retiro. Así que al pobre Don Juan no le quedaba otra opción que acudir al cura que lo había “excomulgado”.

Página 22 de 69

Con éste le fue como en feria. Estando de antemano enterado de los últimos acontecimientos, al solo verlo, lo embistió:

–Así que ahora te quieres volver en un nuevo San Atanasio, dispuesto a dar la vida por defender la fe católica. ¡Pobre Don Juan tan ignorante y tan presumido!

–Perdone, señor cura –contestó Don Juan con toda humildad–; yo nunca pensé en esto. Yo quiero sencillamente vivir en paz con mi mamá y algunos amigos míos, que ahora son evangélicos y quieren dialogar conmigo sobre el asunto de la fe.

–¿Y cuál es el problema? –rebatió el señor cura levantando el tono de su voz–. Ecumenismo. ¿Oíste hablar alguna vez del ecumenismo? Ecumenismo: todo es lo mismo. ¿Te resulta tan difícil entender que, al fin de cuentas, todos servimos al mismo Dios? Entonces, ¿para qué meterse a pelear el uno en contra del otro? Que yo tengo la verdad, que yo soy mejor…

–Nadie quiere pelear, señor cura. Sencillamente cada uno de nosotros quiere dar razón de su fe, como dice San Pedro en su primera carta, capítulo tres, versículo 15. ¿Quién quita que con eso logremos la plena unidad en Cristo, como vemos en San Juan, capítulo 17, versículo 21: “Que todos sean uno”?

Al escuchar esto, el señor cura se enfureció:

–Otra vez con tu Biblia. Ahora pretendes enseñarme la Biblia a mí, que durante tantos años me quemé las pestañas estudiando filosofía y teología en el seminario. Ahora resulta que la escopeta le quiere tirar al cazador. Por otro lado, si no entiendes qué es la religiosidad popular, ¿qué vas a entender de Biblia y ecumenismo? A ver, contéstame: ¿Es bueno rezar el novenario de difuntos y celebrar la fiesta patronal? Se trata de dos ejemplos sencillísimos de religiosidad popular.

El señor cura se imaginaba que, ante un reto tan concreto, Don Juan se iba a enredar. Pero no fue así. De inmediato y sin titubeo alguno, Don Juan contestó:

–Todo depende de la manera cómo se rece el novenario de difuntos o se celebre la fiesta patronal.

Si se hacen como lo manda Dios, no hay problema; si al contrario se hacen con borrachera y todo tipo de desorden, como es costumbre en nuestra parroquia, está mal.

Ante una respuesta tan contundente, el señor cura perdió los estribos y lo corrió, prohibiéndole estrictamente que por ninguna razón volviera a pisar la sede parroquial. Y una vez más Don Juan quedó triste y desconsolado, sin contar con ningún apoyo de parte de quienes tendrían la obligación de orientarlo en su camino de fe. ¿Qué hacer? Se acordó de su antiguo párroco y lo fue a ver en busca de ayuda. Afortunadamente el antiguo párroco estaba al tanto de los estragos causados por los grupos proselitistas y le regaló un libro de preguntas y respuestas, donde se aclaran muchos aspectos manejados por los amigos de la competencia.

Página 23 de 69

Para Don Juan fue como un maná bajado del cielo, que devoró con ansia y compartió con su mamá y los dos presuntos “exorcistas”, que pronto se volvieron en fervientes católicos al descubrir en la Iglesia Católica a la única Iglesia fundada por Cristo, donde reside la plenitud de la verdad y de los medios de salvación, aparte de contar con los pastores auténticos, dotados de los mismos poderes que Cristo entregó a Pedro y los apóstoles.

Desde entonces Don Juan, secundado por su mamá y los dos recién convertidos, se volvió en un ardiente “defensor de la Fe”, siempre listo para acudir en ayuda de algún hermano atormentado por las dudas o acosado por algún miembro de los grupos proselitistas.

Capítulo 5

MISIONERO

Para profundizar su fe, pronto Don Juan se apuntó en un curso de teología para laicos, sugerido por el antiguo párroco, que lo apreciaba y no desperdiciaba ninguna oportunidad para darle una mano en su deseo de entregarse a Cristo y servir a los hermanos lo mejor posible.

Para él fue una experiencia muy enriquecedora, que lo ayudó a entender muchas cosas que ignoraba acerca de la fe y al mismo tiempo a comprender el porqué de tantas anomalías dentro de la Iglesia.

Pudo constatar con sus propios ojos como el enfoque, que se estaba dando a los estudios en el instituto teológico, era esencialmente científico, como si la teología fuera una materia cualquiera, que no tuviera nada que ver con la vida práctica.

En el fondo, ¿qué es lo que pretendían los estudiantes con esos cursos de teología? Por lo general, lo que buscaban era adquirir algún mérito en orden a subir algún peldaño en el escalafón eclesial, en una especie de competencia para acercarse más a las fuentes del poder. De hecho, ya algunos alumnos del instituto teológico, hombres o mujeres, habían llegado a ser el brazo derecho del señor cura; otros eran los responsables de la catequesis o de la liturgia y no faltaban algunos que aspiraban al diaconado permanente.

¿Y la preocupación por los alejados, los débiles en la fe o los que ya se habían salido de la Iglesia? Nada. Todos se consideraban “ecuménicos”, sin mover ni un dedo. Al contrario, al notar el celo apostólico de Don Juan, pronto lo empezaron a tachar de fanático, fundamentalista y mocho. Les extrañaba ver como Don Juan, apenas se le presentaba alguna oportunidad, corría a la capilla para orar o meditar. Además, les molestaba enterarse de que, cuando se lo permitían las circunstancias, realizaba visitas domiciliarias con diálogos en público o en privado con gente de otro credo religioso con miras a poner las cosas en claro, sin dejarse amedrentar por sus ataques o amenazas.

Página 24 de 69

Poco a poco Don Juan se fue dando cuenta de que la enfermedad que afectaba al cuerpo eclesial era más grave de lo que se imaginaba. En realidad, por lo general, sea para los alumnos que para los maestros, lo importante era “conocer”, no “practicar”, la Palabra de Dios. Para ellos, el “discipulado” era cosa de otros tiempos, reservado para la gente piadosa e ignorante, o una cuestión puramente intelectual reservada para los debates teológicos o los encuentros de espiritualidad, sin una real trascendencia para la vida diaria.

Con eso fue entendiendo que la enseñanza que había recibido de los misioneros, tan vivencial y apegada a la Sagrada Escritura, representaba una excepción dentro del sistema eclesial vigente en un claro desafío al paradigma oficial. De ahí todos los problemas que se habían suscitado y seguramente se iban a suscitar en el futuro.

De todos modos, su testimonio de apóstol ferviente poco a poco empezó a dar sus frutos, no solamente entre amigos y conocidos, sino también entre los alumnos y los maestros del mismo instituto teológico, fascinados por su manera de ser y actuar, tan espontánea en su relación con Dios y tan abierta hacia las necesidades espirituales de la gente. Entre ellos no faltó alguien que empezara a solicitar su consejo y apoyo, especialmente cuando se trataba de auxiliar a un amigo o pariente que estaba por cambiarse de religión por no saber cómo hacer frente a los continuos cuestionamientos de los grupos proselitistas.

Fue tan grande el sentimiento de gratitud que despertó en esa gente (se hablaba de continuas conversiones que se estaban dando por su intervención) que muchos entre los que habían sido auxiliados por él optaron por seguir sus pasos, llegándose poco a poco a constituirse un buen grupo de seguidores de Don Juan, aparte de su mamá y los dos ex exorcistas.

Éstos de vez en cuando se reunían en alguna de sus casas para profundizar algún tema, compartir experiencias y afinar estrategias de penetración en el tejido eclesial, que se presentaba bastante refractario a todo tipo de cambio en la línea de la auténtica evangelización.

Con el pasar del tiempo cada uno, con el auxilio del equipo base (Don Juan, su mamá y los dos ex exorcistas), trató de influir en su propia parroquia empezando con algo en apariencia poco significativo pero al mismo tiempo con un grande valor simbólico, como por ejemplo visitar a los papás de los niños que se estaban preparando para la Primera Comunión o la Confirmación con miras a orientarlos acerca de la manera práctica de apoyar a sus hijos en su esfuerzo por acercarse a Dios.

A estos les impartían un breve retiro espiritual, antes de la celebración del sacramento. Puesto que por lo general se trataba de gente conocida, la novedad no era vista como una imposición de parte de los interesados ni con suspicacia de parte de los demás agentes de pastoral o de los párrocos.

Al contrario, estos pequeños éxitos apostólicos eran vistos con buenos ojos y grande satisfacción de parte de todos, como si se tratara de logros conseguidos por el esfuerzo de toda la comunidad.

Página 25 de 69

De hecho en los encuentros de decanato no se hablaba más que de esta nueva manera de evangelizar, aprovechándose de los niños para acercarse a los adultos.

En algunos casos, los seguidores de Don Juan lograron avances más significativos, especialmente cuando se trató de sustituir algún maestro de catequesis por motivo de enfermedad o renuncia espontánea al cargo. Entonces se aprovechaban para impartir alguna clase de Biblia o apologética a los mismos alumnos de la catequesis, rompiendo así moldes establecidos desde antaño y creando cada día más simpatía por su manera tan peculiar de transmitir la fe, conjugando oportunamente teoría y práctica, conocimiento y vida, estudio y oración.

Fue tanto el interés que la novedad despertó en los ambientes eclesiales que en alguna parroquia se llegó a implantar por completo el sistema de la catequesis presacramental, que anteriormente Don Juan había utilizado en su parroquia de origen y había sido aprobado por el mismo obispo, un sistema totalmente novedoso, en que se hace de la Biblia el texto básico y del catecismo un subsidio para entenderla mejor. Y así con toda naturalidad uno se va familiarizando con el texto sagrado, entrando paso a paso en el mundo de Dios.

Parecía que todo marchaba sobre ruedas, cuando de golpe todo se atoró: se suspendió el nuevo sistema de catequesis presacramental en las pocas parroquias en que se había implantado y fueron sustituidos todos los catequistas del grupo de Don Juan. ¿La causa? Nadie supo explicarla con claridad. Parecía que, obedeciendo a órdenes superiores, se hubiera establecido una cacería sistemática contra Don Juan y sus seguidores. ¿Qué hacer? Acudieron al obispo.

La noticia no lo tomó de sorpresa.

–Me lo imaginaba –fue su primera reacción–. Mi querido Don Juan, estoy seguro de que en todo esto no falta la mano de tu señor cura. ¿No te lo dije la última vez que nos vimos? Posiblemente tu señor cura te había perdido la pista. Por eso pudiste trabajar con cierta libertad. Pero ahora que se enteró de lo que estás haciendo, movió todos los hilos hasta no conseguir lo suyo.

–Ultimadamente – le preguntó Don Juan al obispo–, ¿qué es lo que mi señor cura quiere de mí?

–Que desaparezcas del mapa, tan de sencillo. El otro día en un encuentro del presbiterio comentó lo que le dijiste acerca de la religiosidad popular. Estaba furioso.

–Furioso ¿por qué? Lo que yo le dije estaba en la Biblia.

–Precisamente por eso estaba furioso. Y es por eso que muchos no quieren saber nada del nuevo método de catequesis que estás intentando implantar en la Iglesia. Así lo que dicen ellos es la última palabra, no lo que dice la Biblia. ¿Entendiste, mi querido Don Juan? Aquí está el gran problema.

Página 26 de 69

Cada uno quiere ser el árbitro supremo en el campo de la fe. Para lograrlo, ven necesario eliminar cualquier obstáculo, empezando por la Biblia.

–Entonces, si los curas nos cierran la puerta, ¿qué vamos a hacer?

–¿Acaso ustedes están para servir a los curas?

–Queremos ayudar a la gente a conocer a Dios y a servirlo.

–Entonces, si los curas les cierran las puertas del templo, para dar a conocer la Palabra de Dios vayan a los mercados, a las tiendas, a los parques; vayan de casa en casa. Ustedes tienen que ser “Misioneros de la calle”, dispuestos a todo con tal de dar a conocer a Cristo. A ver Don Juan: en el instituto de teología ¿acaso no te hablaron del derecho y deber que tiene todo católico de hacer el apostolado por iniciativa propia?

–No.

–Por favor, Don Juan, de mi parte dile al director del instituto que les enseñen a todos los alumnos lo referente a los “Derechos y Deberes de los laicos”. Se trata de algo realmente importante para su formación como agentes de pastoral. Y para lo que se refiere a ti en particular y a tu grupo, no se olviden de leer y meditar Jer 1, 17-19, Mt 10, 16-23 y Jn 16, 2-4. Es bueno que se vayan familiarizando con este estilo de vida, propio de los profetas y los apóstoles. Ni modo. Si quieren ser de veras discípulos y misioneros de Cristo, no les queda otra salida.

–¿De qué se trata, señor obispo?

–Léanlo y verán.

Lo leyeron y quedaron profundamente fortalecidos. Un nuevo panorama se iba abriendo ante sus ojos.

Capítulo 6

DERECHOS Y DEBERES DE LOS LAICOS

Dada la importancia de los estudios teológicos para poder transmitir con más precisión los contenidos de la fe católica, también la mamá de Don Juan se apuntó en el instituto teológico. Su anhelo era profundizar la Palabra de Dios para vivirla en profundidad y anunciarla con fidelidad. Y quedó decepcionada. En las clases no se hablaba más que de compromiso social o político, con denuncias de las injusticias presentes en la sociedad y participación activa en los mítines y desfiles en pro o en contra de tal o cual propuesta legislativa o acción de gobierno. Ante esta situación, pronto la mamá de Don Juan se retiró del instituto, decepcionada de la manera cómo se enseñaba, sin fundamentarse casi nunca en las Escrituras.

De todos modos, siguiendo las orientaciones de Don Juan, logró aclarar los aspectos principales de la fe católica, teniendo en cuenta para todo su relativo fundamento bíblico.

Página 27 de 69

Se aprovechó también del tiempo que le quedaba libre para ayudar en la tienda a Marisa, la esposa de Don Juan, y al mismo tiempo intimar con ella hasta convencerla, con el testimonio y la palabra, acerca de la excelencia de una vida de fe. En esto, intervino también el mismo Don Juan dando la debida importancia a ciertos detalles de la vida familiar, que antes había descuidado por completo, como llevarle un ramo de flores el día de su onomástico y en el aniversario de bodas, o participar más activamente en el trajín diario de la tienda y los quehaceres domésticos.

Pasaron unos meses para que el director del instituto se decidiera a cumplir con el deseo del obispo con relación al asunto de los “Derechos y deberes de los laicos”. Evidentemente había que superar alguna dificultad para que se procediera a tratar un tema tan inquietante, como los acontecimientos en seguida demostraron largamente. De hecho, el maestro encargado de la materia, en lugar de avocarse a comentar los respectivos artículos del Derecho Canónico, se dedicó a subrayar la diferencia que existe entre los laicos y lo clérigos, atribuyendo a los laicos todo lo relativo a los asuntos de este mundo y a los clérigos todo lo relacionado con el culto y la transmisión de la fe.

No se cansaba de repetir:

–Lo propio de ustedes como laicos es influir en el vasto mundo de la cultura, la política y el trabajo, con miras a promover en la sociedad los valores del reino, y lo propio de nosotros los curas consiste en ayudar a los feligreses a relacionarse con Dios de una forma correcta.

Evidentemente Don Juan no quedaba conforme con esa manera de ver las cosas, tan diferente de lo que había dado a entender el obispo. Hasta que no aguantó más y de una vez manifestó su inconformidad:

–Entonces, ¿para qué sirve este instituto teológico? ¿No sería mejor un instituto que se avocara directamente a preparar a los laicos en el aspecto político, económico y social con miras a influir en la sociedad?

–Mira, Don Juan; así están las cosas –fue la respuesta del maestro, bastante molesto–. Si no estás de acuerdo, puedes retirarte tranquilamente. ¿O acaso quieres quitarnos la chamba a los curas, metiéndote en asuntos que no te corresponden?

–De todos modos –rebatió Don Juan–, de hecho también los laicos estamos metidos en los asuntos espirituales, ayudando a la gente a conocer, amar y servir a Dios.

–Entiéndelo de una vez, Don Juan: se trata de una simple suplencia, actuando siempre en estricta dependencia y obediencia a los pastores de la Iglesia, los únicos que tienen el derecho y el deber de manejar la esfera espiritual del pueblo de Dios.

–Y si los curas no nos quieren dar el permiso de evangelizar, ¿qué tenemos que hacer?

–Obedecer y callar, ni más ni menos.

Página 28 de 69

No obstante el rechazo generalizado de parte del maestro y la mayoría de los condiscípulos, Don Juan no desistió del propósito de aclarar bien las cosas, rechazando rotundamente esa manera tan anti bíblica de definir el papel de los laicos en orden a la misión de la Iglesia.

Así que, ni tarde ni perezoso, fue a ver a su antiguo párroco en busca de una orientación segura. Éste, que no se sentía competente en el asunto, de una vez le prestó el libro del Derecho Canónico, invitándolo a buscar en él la respuesta a sus interrogantes.

Y descubrió algo realmente asombroso, que superó toda expectativa. Con una paciencia de cartujo, buscando por aquí y por allá según la intuición del momento, descubrió un montón de anomalías al interior de la Iglesia, que por casualidad eran siempre en favor del clero y nunca en favor de los laicos. Al hacerle notar su hallazgo, el antiguo párroco comentó:

–Y tú ¿qué te imaginabas? Es por eso que en el instituto de teología no se lleva la materia de Derecho Canónico. Precisamente para que el pueblo no se entere de tantas cosas que andan mal entre nosotros.

–¡Nunca me hubiera imaginado algo semejante al interior de la misma Iglesia de Cristo! Siempre había pensado que se trataba de mañas propias de los políticos, los abogados y los policías. ¡Y ahora me entero de que también entre nosotros pasa lo mismo!

–Es la fuerza de las costumbres, mi querido Don Juan. No siempre se trata de mala voluntad. En realidad, cuando uno ve que todos hacen lo mismo, automáticamente, sin fijarse en detalles, uno piensa que así están las cosas y es inútil tratar de cambiarlas. De ahí la importancia de lo que estás haciendo tú, tratando de meter las narices donde no debes, según tus maestros. Según mi opinión, al contrario, si de veras queremos purificar la Iglesia, tenemos que acostumbrarnos a meter las narices por todas partes para ver cómo están las cosas y tratar de mejorarlas.

Ahora bien, ¿cómo lograr esto de una forma rápida y segura? Implantando en la Iglesia, a nivel masivo, el conocimiento de la Palabra de Dios y de las normas básicas que tienen que regir la conducta de cada feligrés, lo que corresponde al Derecho Canónico.

Solamente así poco a poco se irán borrando de entre nosotros muchas costumbres que no tienen nada que ver con nuestra fe, aunque estén muy arraigadas en nuestro vivir diario.

–Como la costumbre de celebrar las fiestas religiosas con baile y borrachera o distribuir los sacramentos al por mayor a cambio de dinero.

–No solamente esto. En muchas parroquias no hay consejo económico ni consejo pastoral. Todo se hace a la buena de Dios, sin ninguna preocupación por involucrar a los feligreses en el quehacer de la comunidad y sin informar a nadie acerca de los resultados de las decisiones que se toman. Y el pueblo sufre las consecuencias sin saber el porqué.

Página 29 de 69

Además, como tú mismo te habrás dado cuenta, por lo general entre nosotros hay la mala costumbre de delegar todo lo que tiene que ver con la formación catequética del pueblo de Dios a gente incompetente y con una vivencia de la fe muy raquítica, mientras los que estudiamos para eso, los curas, nos dedicamos casi por completo al culto, realizado de una manera casi siempre rutinaria. Por eso es tan bajo el nivel espiritual de nuestra feligresía católica.

–Y todo lo que está comentando usted ¿está escrito en el Derecho Canónico?

–Claro que sí. Estúdialo y verás.

Alentado por una perspectiva tan halagadora, Don Juan, que desde su conversión siempre había soñado con hacer algo realmente valioso en la Iglesia, de inmediato se dedicó a leer detenidamente el libro del Derecho Canónico, apuntando todo lo que le parecía digno de consideración con miras a comunicarlo a sus condiscípulos más comprometidos con el bien de la Iglesia, por cierto muy escasos. Empezó con copiar todo lo referente a “Las obligaciones y derechos de todos los fieles” (Cann. 208 - 223) y “Las obligaciones y derechos de los fieles laicos” (Cann. 224 -231), añadiendo a cada canon un breve comentario personal, en que se hacía notar la diferencia entre la enseñanza de la Iglesia y la praxis pastoral y se sugerían propuestas concretas para mejorar las cosas.

Tres cánones le llamaron la atención de una manera muy particular:

–Canon 211: “Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de salvación alcance más y más a los hombre de todo tiempo y del orbe entero”;

–Canon 215: “Los fieles tienen derecho a fundar y dirigir libremente asociaciones para fines de caridad o piedad, o para fomentar la vocación cristiana en el mundo; y también a reunirse para procurar en común esos mismos fines”;

–Canon 225 § 1: “Puesto que, en virtud del bautismo y de la confirmación, los laicos, como todos los demás fieles, están destinados por Dios al apostolado, tienen la obligación general, y gozan del derecho tanto personal como asociadamente, para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; obligación que les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo”.

Fue tanta la satisfacción de Don Juan al hacer este descubrimiento que lo primero que se le ocurrió fue distribuir entre los maestros y los alumnos del instituto copia del escrito, solicitando una opinión personal al respecto. Estaba seguro de que con eso se iba a sacar un diez, puesto que hasta la fecha nadie se había imaginado que en un documento de tanta importancia, como es el Derecho Canónico, hubiera una doctrina tan avanzada acerca del papel del laico en la vida y la misión de la Iglesia.

Página 30 de 69

Pero no fue así; sea entre los maestros que entre los alumnos hubo reacciones contradictorias, según la manera de pensar de cada uno.

El mismo director, que de por sí simpatizaba con muchas ideas de Don Juan, un día le reclamó su manera impulsiva de proceder, al alborotar el ambiente sin contar con la debida autorización de parte de la autoridad correspondiente. La respuesta de Don Juan fue precisa y concisa:

–Teniendo en cuenta el canon 212 § 3, es mi derecho hacer lo que hice.

–¿Y qué dice el canon 212 § 3?

–”Los fieles tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia”.

–De acuerdo, Don Juan; es evidente que todos tenemos el derecho de expresar la propia opinión acerca de tal o cual asunto en la Iglesia. De todos modos, tenemos que ser prudentes. No vaya a pasar que, en lugar de mejorar la situación, la empeoremos.

–¿Cómo?

–Provocando una reacción contraria a lo que uno se esperaba. ¿No has oído hablar de curas que han llegado a negar los sacramentos a los inconformes?

–Todo depende del motivo de la inconformidad, si se trata de algo justo o injusto.

–De todos modos, el cura es el cura. Si no quiere darte los sacramentos, no te los da.

–Esto está en contra del canon 213: “Los fieles tienen derecho a recibir de los Pastores sagrados la ayuda de los bienes espirituales, principalmente la Palabra de Dios y los sacramentos”.

–Y si no te los quiere dar, ¿qué puedes hacer?

–Llamarlo a juicio. Canon 221 §1: “Compete a los fieles reclamar legítimamente los derechos que tienen en la Iglesia, y defenderlos en el fuero eclesiástico competente conforme a la norma del derecho”.

–Bueno –concluyó el director del instituto teológico–; yo te lo advertí. Ten mucho cuidado. Ya sabes que hasta en el mismo instituto hay muchos que no te quieren ver ni en pintura. Solamente te pido que seas prudente.

El director se imaginaba que con eso Don Juan se iba a volver más precavido. Y fue todo lo contrario. Al tomar conciencia del clima de chantaje presente en muchos ambientes eclesiásticos, Don Juan se armó de valor y como un nuevo Don Quijote de la Mancha se lanzó al ataque, subiendo al internet el escrito que tenía preparado acerca de los Derechos y Deberes de los laicos y abriendo un debate al respecto.

Página 31 de 69

De parte de los más reaccionarios entre los curas y los laicos comprometidos ese gesto fue interpretado como un reto. Y pronto llegó su respuesta: –Don Juan quiere guerra y guerra tendrá.

Y así, de un momento a otro, sin habérselo nunca propuesto ni siquiera imaginado, Don Juan se encontró en el ojo del huracán.

Capítulo 7

EN LA CALLE

Para muchos el debate que Don Juan abriera en internet representó una óptima ocasión para reafirmar ideas y sueños que desde hacía tiempo estaban rumiando en el secreto de su conciencia y no se atrevían a sacar a la luz pública por respeto hacia las autoridades eclesiásticas o por miedo a sus posibles represalias. Para otros el debate dio origen a un drama de conciencia, al descubrir dentro de la Iglesia una realidad que nunca se habían imaginado o al no explicarse el motivo por el cual gente muy entregada a las cosas de Dios, como en el caso de Don Juan, se atreviera a dar a conocer al gran público cosas que ponían en tela de juicio muchos aspectos de la institución eclesiástica.

Fue tanto el interés que el debate suscitó en el gran público que a veces le resultaba imposible a Don Juan dar respuesta a todos los que le solicitaban algún consejo acerca de cómo comportarse ante tal o cual atropello que estaban sufriendo de parte de algún cura o anomalía que descubrían dentro de la Iglesia. En estos casos y cuando no se sentía capacitado para hacer algún comentario acerca de las propuestas que surgían para solucionar algún problema presente en la Iglesia, se limitaba a reenviar el correo electrónico al director del instituto teológico, a un maestro de teología que simpatizaba con su postura o al mismo obispo.

Cuando al contrario se trataba de un simple desahogo por la conducta irregular de algún clérigo o agente de pastoral, sencillamente le reenviaba el correo al causante de la queja, invitándolo a remediar las cosas so pena de hacer el asunto de público dominio.

La situación se puso al rojo vivo, cuando el señor cura de la parroquia de Don Juan se movió al contrataque con una proclama en que lo declaraba “apóstata, renegado y lobo rapaz con piel de oveja”, cuyo único objetivo era “acabar con la Iglesia de Cristo”.

¿Las pruebas? Algunas fotografías del pasado en que se veía a su madre predicar en un templo protestante (efectivamente antes su madre había sido protestante). Según él, Don Juan era un protestante disfrazado y, por lo tanto, el menos indicado para juzgar la actuación de los católicos en general y mucho menos la de los clérigos, “elegidos por Dios para apacentar a su pueblo santo”.

Página 32 de 69

Lo comparaba con Lutero y con el mismo Judas, el traidor. Concluía enfáticamente: “Mejor hubiera sido para él no haber nacido” (Mc 14, 21).

El escrito, por su tono áspero y contenido altamente agresivo, representó para muchos una advertencia para que no se metieran en un callejón sin salida al tratar de seguir el ejemplo de Don Juan, denunciando cosas que no les correspondía. Al mismo tiempo fue para otros como un balde de agua fría, que de un momento a otro dio al traste con todas las ilusiones y expectativas que se estaban creando al intentar mejorar la realidad eclesial.

Fue tan certero el golpe que el señor cura le infligió a Don Juan que casi todos sus seguidores y simpatizantes se dispersaron, prefiriendo el camino seguro y cómodo de la obediencia y el silencio al camino incierto y escabroso de la reflexión personal y la opinión manifestada públicamente.

Otros se disgustaron tanto por el tipo de represión y persecución de las que estaba siendo objeto Don Juan que llegaron a dejar toda práctica de vida cristiana, asqueados por una manera tan inhumana de enfrentar el problema de la disidencia en la Iglesia, máxime cuando estaba relacionada con situaciones eclesiales realmente insoportables.

Para cortarle totalmente las alas y de una vez acabar con él, desde entonces en los círculos más vinculados al clero reaccionario se empezó a hablar de “la secta de Don Juan”, mientras la mayoría del pueblo seguía guardando con enorme simpatía su intento de introducir en la Iglesia el derecho a la opinión y la inconformidad, especialmente cuando se trataba de fustigar costumbres y actitudes a todas luces antievangélicas, como la práctica de la simonía en la administración de los sacramentos, la manera pagana de celebrar las fiestas religiosas o ciertas formas de idolatría relacionadas con el culto a las imágenes.

En todo el asunto, lo que más impactó entre los agentes de pastoral fue la actitud de Don Juan, que, en lugar de molesto, se le veía totalmente quitado de la pena, hasta contento. A quienes le pedían alguna explicación acerca de una manera de comportarse tan fuera de lo común, les contestaba invariablemente:

–Es que me gané la lotería.

–¿Cuál lotería?

–La de Jesús –y proseguía leyéndoles Mateo 5, 11-12:– “Felices ustedes cuando los injurien, lo persigan y los calumnien por mi causa. Alégrense y pónganse contentos porque grande es el premio que les espera en el cielo. De ese mismo modo trataron a los profetas anteriores a ustedes”.

Y si alguien expresaba alguna perplejidad acerca de la manera correcta de interpretar este texto bíblico, les leía un detalle explicativo que presenta san Lucas:

–¡Ay de ustedes cuando todos los alaben! Del mismo modo sus padres trataron a los falsos profetas (Lc 6, 26).

Página 33 de 69

¿Qué más? Bastaba un mínimo de familiaridad con el texto sagrado para entender que así están las cosas y así deben de ser, siempre que uno quiera estar en la línea de Cristo, los profetas y los apóstoles. Que si uno se quiere servir del nombre de Cristo para buscar otra cosa, ni modo, es su problema. Como en el caso de uno de los ex exorcistas, que, cuando se dio cuenta de que ya no le convenía seguir con Don Juan por los problemas que continuamente estaban surgiendo por su manera muy peculiar de actuar, se escabulló regresando a su antigua congregación evangélica y a su oficio de exorcista.

Y con eso el grupo de Don Juan se fue reduciendo a lo mínimo: Don Juan, su mamá, su esposa Marisa y el otro ex exorcista. ¿Qué hacer? Volvieron a leer los pasajes bíblicos, señalados por el obispo, cuando empezó todo el lío.

Entre ellos, uno les llamó más la atención, Juan, capítulo 16, versículos 2-4: “Los expulsarán de las sinagogas. Incluso más, llegará un tiempo en que el que los mate pensará que está dando culto a Dios. Y eso lo harán porque no conocen al Padre ni a mí”.

–¿Se fijaron? –comentó Don Juan a su grupito de incondicionales– “Lo harán porque no conocen al Padre ni a mí”.

–¿Cómo es posible que tantos curas no conozcan a Jesús ni al Padre Celestial? –preguntó Marisa.

–Ni modo –contestó Don Juan–; todo es posible, cuando uno toma el ministerio como profesión y no como vocación, como es el caso de nuestro párroco. Lo que le importa es el dinero y, cuando está en juego el dinero, está dispuesto a todo, como se vio claramente desde su llegada a la parroquia.

Así que, una vez que se les cerraron las puertas de los templos, a Don Juan y su equipo no les quedó otra salida que lanzarse a la calle, a los mercados y a las casas de la gente, como había sugerido el mismo obispo. Y empezó otra aventura.

Capítulo 8

SIGNO DE CONTRADICCIÓN

Don Juan se imaginaba que desde entonces se iba a pasar toda su vida hablando de Jesús y su santo Evangelio en las calles, las tiendas, los mercados y los hogares, anunciando la Buena Nueva de la salvación a los católicos más alejados y a los que ya habían abandonado la Iglesia, dando respuesta a sus dudas e inquietudes, orando por ellos e invitándolos a la conversión. Según él, por fin había llegado el momento de trabajar como siempre había deseado, es decir, como un simple discípulo de Cristo, profundamente enamorado de su Palabra y contando con la libertad de los hijos de Dios, sin tener que justificarse continuamente por cada paso que diera.

Página 34 de 69

De hecho, también en esta nueva experiencia pronto empezó a saborear las satisfacciones propias del apóstol, al cosechar abundantes frutos de conversión generalmente entre gente sencilla, que le quedaba inmensamente agradecida por el grande descubrimiento que había hecho al encontrarse con Cristo mediante su ministerio. En estos casos, para evitar cualquier confusión, Don Juan repetía lo que había aprendido de san Pablo: “Yo sembré, Apolo regó, pero el crecimiento lo dio el Señor” (1Cor 3, 6).

En realidad, terminada su labor como laico comprometido, Don Juan sistemáticamente invitaba a la gente a completar la obra emprendida en la calle acudiendo cada uno a su parroquia, con la recomendación de no mencionar nunca su nombre para evitar problemas, puesto que en muchas ocasiones por envidia algunos agentes de pastoral, al solo escuchar su nombre, se indisponían y complicaban más las cosas.

Mientras tanto, por internet continuaba el debate acerca de la realidad eclesial, involucrándose cada día más gente interesada en los asuntos internos de la Iglesia. Ya se hablaba de algún éxito conseguido gracias a la “campaña de purificación”, emprendida por Don Juan. En algún lugar ya se estaba implantando el nuevo sistema de la catequesis presacramental, tomando la Biblia como texto y utilizando todo lo demás como subsidio. Hasta en los periódicos de algunos lugares ya se empezaban a tratar temas religiosos sacados de la página de internet abierta por Don Juan, temas relacionados casi siempre con los cambios necesarios a nivel pastoral para que la acción de la Iglesia se volviera más eficaz a la luz de la Palabra de Dios.

Normalmente los que intervenían en el debate eran gente común, poco familiarizada con el ambiente clerical, que veía con buenos ojos ciertas propuestas encaminadas a crear en la Iglesia un nuevo paradigma, más acorde con el Evangelio y los tiempos actuales, dejando a un lado estructuras y prácticas anquilosadas, propias de otras épocas históricas.

Ante tantas novedades, no faltaba alguna alma piadosa que se quejaba:

–De seguir así, ¿adónde vamos a parar?

–Al Evangelio –contestaba Don Juan con toda sencillez–. ¿Han pensado alguna vez qué pasaría si volvieran Cristo, san Pedro o san Pablo? ¿Cómo verían el sistema actual de administrar los sacramentos a todos, a cambio de algún emolumento económico y sin ninguna garantía de vida cristiana? ¿Y qué tal el culto a las imágenes, que en muchos casos raya en una auténtica idolatría? Como ven, hay muchas cosas que andan mal en la Iglesia y necesitan ser cambiadas en nombre de la fidelidad a Cristo y su santo Evangelio.

Estaba en esto, cuando Don Juan recibió de parte del obispo una invitación a formar parte de la comisión preparatoria para la celebración del Sínodo Diocesano. Obediente como siempre, se presentó al primer encuentro, en que participaron una veintena de personas por lo general señores curas, religiosas y dirigentes de los movimientos apostólicos, bajo la coordinación del director del instituto teológico, auxiliado por el señor cura de la parroquia de Don Juan, flamante ecónomo diocesano.

Página 35 de 69

Este, antes de iniciarse los trabajos de la comisión, quiso poner en claro un detalle muy importante:

–Sepan claramente ustedes que mi conciencia no me permite sentarme a la misma mesa con un hereje. Así que ustedes dirán: o Don Juan o un servidor.

–Es que el mismo obispo quiso que Don Juan se integrara a esta comisión –aclaró el director del instituto teológico como presidente de la comisión.

–No me importa saber si Don Juan se encuentra aquí por disposición del obispo o por instigación del mismo demonio en persona. Lo que quiero es que sepan de una vez que mi conciencia no me permite sentarme a la misma mesa con un lobo con piel de oveja como es Don Juan. Fíjense que a nosotros católicos pretende meternos la Biblia hasta en la sopa.

Ya basta: con un solo Lutero ya tenemos bastante. Y por favor, a mi no me vengan con el cuento de la tolerancia o el ecumenismo. Yo soy católico a la antigüita y nadie me va a cambiar.

–Bueno –intervino el dirigente de un movimiento apostólico –, lo que por el momento nos compete a nosotros es sondear el ambiente para hacer propuestas concretas en orden a la celebración del Sínodo Diocesano, que se encargará de dirimir las controversias a medida que vayan surgiendo en orden a la formulación de un nuevo Plan Diocesano de Pastoral. Aquí no vamos a decidir nada.

Al ver la resistencia generalizada del ambiente acerca de su propuesta, el señor cura de la parroquia de Don Juan, recién nombrado ecónomo diocesano, se levantó, se despidió de todos y se retiró con una advertencia–amenaza:

–Vamos a ver hasta dónde van a llegar ustedes sin contar con mi presencia.

De hecho, pronto se dieron cuenta de que, sin la presencia del ecónomo diocesano, no había comida y, como es sabido, donde no hay comida, no hay ni reunión ni nada. Así que pronto tuvieron que dar por terminado el encuentro sin haberlo ni siquiera iniciado. Sin embargo, antes de dispersarse, el director del instituto teológico, encargado de presidir la comisión preparatoria, extremadamente molesto por lo sucedido, quiso hacer el punto de la situación:

–Queridos hermanos, antes de retirarnos, quisiera que reflexionáramos un instante acerca de lo que acabamos de presenciar: un cura, metido hasta el cuello en todo tipo de intrigas con tal de sacar provecho, ahora pretende darnos cátedra de teología acerca de la auténtica fe católica, mientras lo que busca en realidad es chantajearnos, como siempre ha hecho en su vida. ¡Fíjense hasta qué punto hemos llegado! La pregunta es: ¿Se tratará de un caso límite de endurecimiento espiritual o de una simple muestra del abismal alejamiento que como Iglesia tenemos de las Escrituras? Me temo que la segunda hipótesis sea la correcta. De todos modos, veamos qué dice la Biblia con relación a cierta manera de llevarse las cosas en la Iglesia, que, dicho entre paréntesis, representa la regla general, aunque, como siempre, admita alguna loable excepción.

Página 36 de 69

¿Recuerdan el caso del joven rico, que encontramos en Mateo, capítulo 19, del versículo 16 al versículo 22? Pues bien, un joven rico se le acercó a Jesús y le preguntó:

“Maestro, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?” ¿Cuál fue la respuesta de Jesús? “Si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos”. “¿Cuáles?”, preguntó el joven rico. “No matar, no cometer adulterio, no hurtar, no levantar falsos testimonios, honrar al padre y a la madre y amar al prójimo como a sí mismo”. Contestó el joven: “Todo esto lo he guardado desde siempre. ¿Qué más me falta?” Entonces Jesús continuó: “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, reparte el dinero entre los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme”. Ante una propuesta tan inesperada, el joven rico se dio la media vuelta y se retiró triste. ¿Por qué? Porque no estaba dispuesto a dar en su vida un giro de tal magnitud. Ahora bien, ¿cuál es al respecto nuestra situación actual como Iglesia?

Que hemos tergiversado tanto el Evangelio que, en lugar de venderlo todo para seguir a Cristo, seguimos a Cristo con miras a conseguir todo lo que sea posible: carros lujosos, casas y tierras. ¿Con qué dinero? Con el dinero de los pobres, vendiéndoles sacramentos y bendiciones al por mayor. Es que empezamos mal desde un principio, con una promoción vocacional mal enfocada, ofreciendo a los jóvenes todo tipo de lujos y comodidades como señuelo para que entren al seminario o abracen la vida consagrada: cuartos particulares, alberca y carros último modelo. Todo lo contrario de lo que Jesús solía ofrecer a los que pretendían seguirlo, soñando en una vida fácil al amparo de un tal profeta y taumaturgo: “Los zorros tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza” (Lc 9, 58). Claro que, ante una perspectiva tan poco halagadora, muchos optaban por otro camino menos complicado.

–Bueno –intervino el líder de un grupo apostólico–. Nosotros laicos, ¿qué tenemos que ver con todo eso?

–Claro que todo lo que acabo de señalarles tiene mucho que ver no solamente con los curas y las monjas, sino también con cualquier discípulo de Cristo. A ver: teniendo en cuenta la experiencia que cada uno de ustedes tiene acerca del seguimiento de Cristo, por lo general ¿qué busca uno al integrarse a un grupo apostólico después de un curso de conversión? ¿Acaso no busca, antes que nada, un provecho personal como son la salud, un buen trabajo o un lugar de prestigio en la comunidad cristiana?

El otro día encontré a un señor que estaba participando en un curso de iniciación en el Espíritu Santo con el secreto deseo de recibir el don de curación para hacerle la competencia al curandero de su comunidad.

Me pregunto: este caso ¿representa la excepción o la regla? ¿Cómo se explica, entonces, el abandono masivo de parte de los seguidores de Don Juan, cuando el señor cura de su parroquia (el mismo que acabamos de ver y escuchar) lo atacó de una forma tan inmisericorde, inventando en su contra todo tipo de calumnias?

Página 37 de 69

¿Y qué tal tantos predicadores católicos, especializados en tal o cual don espiritual, como el don de lenguas o del descanso en el Espíritu? ¿O los expertos en dar testimonio de su conversión u ofrecer mensajes del más allá? ¿Se han fijado en la lista interminable de requisitos que presentan para prestar sus servicios como conferencistas en tal o cual evento (hotel de cinco estrellas, carros especiales y honorarios con cifras estratosféricas)?

Y los que se dedican a realizar conciertos con música religiosa ¿acaso no se parecen a cualquier artista mundano, traficando con las cosas del Espíritu con tal de volverse ricos y famosos?

–¿Qué sugiere, entonces, usted para remediar estos males presentes en la Iglesia? –preguntó un cura muy preocupado de la situación.

–Un regreso al estilo y a los valores propios del Evangelio, retomando el texto sagrado como base en todo el quehacer eclesial, a la luz de la experiencia de las primeras generaciones cristianas.

A medida que el director del instituto teológico iba avanzando en su perorata a favor de una Iglesia renovada al calor de la Palabra de Dios, se hacía siempre más evidente la insatisfacción de parte de la mayoría de los presentes, que veían todo esto como un regreso a ciertas formas exageradas de puritanismo o integrismo del pasado. Así que, al terminar su intervención, casi todos arrancaron de inmediato con sus carros y desaparecieron. Aparte del director del instituto teológico, se quedaron solamente Don Juan, un cura y dos laicos comprometidos. Comentaron algo acerca de la triste situación en que se encontraba la Iglesia y tomaron una decisión unánime: ir a ver al obispo en busca de una orientación precisa acerca de cómo comportarse en un ambiente de tanta dejadez y confusión.

Capítulo 9

REFORMA DEL CLERO

Al enterarse de lo que había pasado, el obispo hizo el siguiente comentario con el presidente de la Comisión Preparatoria y sus acompañantes:

–Ya me imaginaba que el asunto no iba a estar exento de dificultades. Sin embargo, nunca se me había ocurrido pensar que se hubiera podido llegar a tanto. Pues bien, para que no se vaya a repetir lo mismo, ¿qué tal si un servidor se encarga de dirigir personalmente los trabajos relacionados con la celebración del Sínodo Diocesano?

Claro que todos estuvieron de acuerdo. Así que pronto el obispo envió una carta-circular a todos los presbíteros, las comunidades religiosas y los líderes de los movimientos apostólicos y de las asociaciones piadosas, solicitando sugerencias acerca de los temas a tratar y la manera de llevarse a cabo los trabajos sinodales.

Lo que más le llamó la atención desde un principio, fue el poco interés por el tema de la evangelización.

Página 38 de 69

¿La causa? Sin duda, la poca experiencia al respecto de parte de casi la totalidad de los interpelados, que normalmente se limitaban a repetir algún concepto genérico acerca de la urgencia de la evangelización, citando tal o cual documento conciliar o pontificio.

Por lo general, cuando presentaban alguna sugerencia concreta, se enfocaban al aspecto litúrgico y devocional: celebración de las fiestas patronales, triduos y novenas, retiros espirituales, preparación y organización de los monaguillos y las catequistas, cursos de música sacra, organización de la adoración perpetua al Santísimo Sacramento, concursos de canto, etc.

Sin embargo, hubo algunos que tuvieron el valor de salirse fuera del cliché acostumbrado, abordando temas muy actuales pero al mismo tiempo considerados tabú, muy atrevidos o de mal gusto de parte de la generalidad del pueblo católico por tratarse de asuntos relacionados por lo general con la actuación del clero, considerado intocable por decreto divino.

La primera carta que llegó al obispo ponía en tela de juicio la misma celebración del Sínodo.

Entre otras cosas, decía: “¿Para qué otro Sínodo con otro Plan Diocesano de Pastoral, si aún no hemos puesto en práctica el primero? Y mucho cuidado con la manía que tienen los organizadores, que son verdaderos “expertos” en el arte de la manipulación.

Ahora ¿qué garantía tenemos de que no se vaya a repetir lo mismo de siempre, es decir, que los encargados de redactar el nuevo Plan (curas por lo general) no vayan a meter lo que les dé su bendita gana, sin tener en cuenta las aportaciones de nosotros los laicos? Si primero no se aclara este detalle, no cuenten conmigo para nada.”

En otra carta un cura (uno de los más ancianos de la diócesis), escribió: “Es inútil irnos por las ramas: si queremos dar un paso firme en adelante en nuestro quehacer pastoral, tenemos que empezar por nosotros mismos, es decir, por los curas. Como dice el refrán: ’Las palabras convencen pero el testimonio arrastra’. O todo quedará letra muerta.”

Lo más sobresaliente de su aportación fue con relación al aspecto económico. “Para muchos feligreses –afirmaba–, la vida humilde, sencilla y austera de sus pastores representa el mejor signo y la mejor garantía de la autenticidad del mensaje que anuncian.

Si, al contrario, se encuentran ante curas dinereros, que para cualquier servicio tienen establecida una determinada cuota y cuentan con sus buenas casas particulares (aparte del curato), sus buenos carros y sus buenas vacaciones hasta en el extranjero, ¿qué pasa? Que nuestros feligreses pierden su confianza en nosotros y se alejan. Nos ven como unos farsantes, muy lejos del ejemplo que nos dejó el divino Maestro, del que somos ministros: decimos una cosa y hacemos otra”.

Página 39 de 69

Para resolver este problema, presentaba alguna sugerencia concreta:

–Comité de asuntos económicos para cada parroquia, supervisado por el comité de asuntos económicos de la diócesis; manejados por laicos sea los comités de asuntos económicos parroquiales que el comité de asuntos económicos de la diócesis.

–Informes precisos de todas las entradas (celebración de los sacramentos, limosnas, rifas, kermeses, venta de comida, etc.) y salidas (sueldos a los curas y empleados, construcciones, enfermos, pobres, etc.).

–Normas claras acerca de cómo administrar la economía a nivel parroquial y diocesano.

“En realidad –concluía–, es urgente acabar con el sistema actual de considerar la parroquia como una parcela personal, que cada cura puede manejar a su antojo, haciendo del ministerio un negocio para salir de pobre y levantar de la pobreza a toda la familia.

De ahí la manía de adulterar las cuentas, tomar como personal lo que se recibe como ayuda para la parroquia y endosar a la parroquia gastos personales. Es tiempo de empezar a trabajar en serio, con sinceridad y honestidad.”

Las demás aportaciones más o menos iban por la misma línea, subrayando uno que otro aspecto particular en la actuación del clero, como su excesivo autoritarismo y exclusivismo en todo el quehacer eclesial, y sugiriendo alguna pista de solución. Entre éstas, una en particular le llamó la atención al obispo, enviada por un distinguido canónigo de la catedral y titulada: “Pensar globalmente y actuar localmente”.

“Como saben –se leía en ella–, se trata de un principio general, que tiene que estar a la base de la formación de todos los agentes de pastoral y en especial del clero. Y sin embargo, ¿qué está pasando? Que en la práctica lo único que interesa en la formación que se imparte en los seminarios (formación que es paradigmática para toda la Iglesia) es el aspecto global, que es esencialmente doctrinal o teórico, hecho de conceptos, principios y normas generales de conducta, sin el aval de la confrontación con la realidad. De ahí el choque cuando alguien sale del seminario y tiene que enfrentarse a la realidad, sin un previo entrenamiento al respecto.

Se nos educa a ser gentes de ideas, más que a ser pastores, preparados para enfrentar la problemática concreta de cada día, cada lugar y cada persona. De ahí deriva gran parte de nuestro fracaso pastoral.

Veamos el caso del pluralismo religioso. En el seminario se aprende todo lo relativo al ecumenismo y el diálogo interreligioso, como si viviéramos en el país de las maravillas.

Página 40 de 69

¿Y qué tal si mañana un feligrés, confundido por la acción demoledora de los grupos proselitistas, nos pide alguna orientación? “No sé –es la respuesta normal–; yo aprendí a respetar y dialogar con todos; no sé qué decirte al respecto. Todo depende de tu manera de ver las cosas.

En el fondo, para mí es lo mismo, si te quedas católico o te vas con los protestantes, los budistas o los musulmanes. Lo que más me importa, es que tú puedas decidir con toda libertad, sin ningún tipo de presión”. Me pregunto: “¿Es esta la respuesta de un pastor? ¿Acaso un feligrés, en el momento de la duda, no tiene derecho a recibir una orientación precisa y oportuna de parte de su guía espiritual? Pero ¿cómo es posible que le demos una respuesta, si no estamos preparados al respecto?

Es que no hemos sido educados a ser realistas, sino ideólogos, viviendo en el mundo de las ideas, un mundo gratificante, que no molesta a nadie, hecho de honores, títulos académicos y seguridades adquiridas en los libros. En el mundo de las ideas, cada quien elige el camino que quiere, volviéndose “experto” en tal o cual aspecto, sin que nadie lo moleste.

En el mundo real, al contrario, las cosas son muy diferentes, puesto que la realidad en muchas ocasiones molesta por ser desafiante, llegando a veces hasta quitar el sueño. Entonces uno se sale por la tangente, buscando cualquier pretexto para escabullirse: la libertad religiosa, la promesa de Cristo de quedarse con su Iglesia hasta el fin de los tiempos (Mt 28, 20), la importancia de fijarse más en la calidad que en la cantidad, etc.

¿Y si no hay nadie con quién dialogar? (Que quede claro que no estoy en contra del diálogo ecuménico o interreligioso) No importa. Se sigue adelante como si nada.

El principio es: o ecumenismo o nada. ¿Y la apologética? Ya pasó de moda. ¿Y si, por carecer de una debida orientación al momento oportuno, se cambian de religión hasta los mismos papás? No importa: al fin de cuentas lo que vale no es la religión, sino cómo uno se porta: si se porta bien o se porta mal. Y si uno se porta bien y ama a todos, seguramente alcanzará la salvación. En el fondo, lo que importa no es la religión sino es el amor y el testimonio.

Como es fácil notar, por la misma formación que se recibe en el seminario, puramente teórica, con tal de no dejarse cuestionar por la realidad, se llega a la manipulación y el sofisma, con las consecuencias que todos conocemos: un catolicismo en bancarrota. No nos olvidemos: pensar globalmente y actuar localmente (no locamente), sin fanatismos ni idealismos estériles, haciendo el esfuerzo por detectar y resolver los problemas concretos, a medida que se vayan presentando”.

Una vez aclarada la situación, el obispo se lanzó a preparar la celebración del Sínodo Diocesano, organizando un encuentro previo con la participación de los miembros de la extinta Comisión Preparatoria, más algunos que habían manifestado un cierto interés por intervenir en un evento de tal trascendencia para la diócesis. El director del Instituto Teológico se encargó de la logística y la alimentación.

Página 41 de 69

Así que el día señalado el obispo dio inicio al encuentro, presentando un cuadro bastante realista de la situación eclesial, iluminándola con el dato bíblico e invitando a todos a dar un salto de calidad en el quehacer pastoral. Concluyó comentando Oseas, capítulo 4, versículo 4. Preguntó:

–Cuando en una sociedad nos encontramos ante situaciones de arbitrariedades, asesinatos y todo tipo de injusticia, ¿a quiénes antes que nada les echamos la culpa: al pueblo o a las autoridades?

–A las autoridades.

–Ahora bien, ¿por qué no hacemos lo mismo en la Iglesia? Si entre nuestra gente hay tanta ignorancia acerca de la Ley de Dios y por consiguiente tanto desorden moral, ¿por qué le echamos la culpa siempre al pueblo? Veamos qué dice al respecto el profeta Oseas: “¡Mi pleito es contigo, sacerdote!”. ¿Por qué? Porque el sacerdote es el principal responsable si el pueblo, al desconocer la Palabra de Dios, vive a su modo. Muchos presbíteros apelan a la Religiosidad Popular como camino de salvación a secas y con eso pretenden justificar su falta de responsabilidad en la formación y el cuidado del Pueblo de Dios. Absolutizando la doctrina del “ex opere operato” (el sacramento es válido de por sí), se dedican a repartir sacramentos al por mayor, sin fijarse ni en el origen ni el alcance de dicho principio teológico ni en las condiciones necesaria para la eficacia del sacramento, atraídos más que nada por el relativo emolumento económico. Les pregunto:

–¿Acaso antiguamente, en los tiempos bíblicos, no existía el fenómeno de la Religiosidad Popular?

–Claro que existía –fue la respuesta unánime.

–De todos modos, los profetas no se sintieron satisfechos ante esta realidad. Al contrario, se lanzaron a denunciar sus fallas, en nombre de la Alianza. Es lo que nosotros hoy en día necesitamos hacer para salir de la profunda crisis en que nos encontramos como Iglesia: en nombre del Evangelio, tenemos que denunciar las fallas presentes en nuestro catolicismo con miras a formar a verdaderos discípulos de Cristo. Ya basta de caricaturas de Cristo. Por lo tanto, es urgente empezar a desparasitar nuestro catolicismo, para que pueda madurar oportunamente hasta volverse en árbol robusto y frondoso a la medida de Cristo. De entre nosotros tienen que surgir los verdaderos profetas y apóstoles, para que nuestras comunidades cristianas vayan transformándose cada día más al calor de la Palabra de Dios y cada bautizado pueda volverse realmente en “luz del mundo y sal de la tierra” (Mt 5, 13-16).

El obispo se imaginaba que con esas palabras iba a encender los ánimos de los presentes, considerados como la flor y nata de la diócesis, dando origen a un profundo despertar religioso en todo el Pueblo de Dios, preludio de un Nuevo Pentecostés. Y no fue así.

Página 42 de 69

Con excepción del director del instituto teológico, Don Juan y unos cuantos más, la mayoría de los presentes quedó impasible ante tal perspectiva, más escéptica que nunca, juzgando al obispo como un visionario, un idealista puro con aspiraciones mesiánicas, o un ingenuo al no contar con el soporte de una verdadera experiencia pastoral.

Después de unos momentos de desconcierto, el obispo solicitó alguna opinión acerca de lo que acababa de comunicarles. Contestaron:

–Utopía pura.

–Imposible.

–Sueños y nada más.

–Buenos propósitos.

Un maestro del seminario tomó la palabra, tratando de interpretar el sentir común:

–Lo que Usted, señor obispo, acaba de expresar, es digno de todo elogio, pero no tiene en cuenta nuestra realidad diocesana, hecha por lo general de curas y laicos cansados y acostumbrados a lo de siempre. Lo que Usted propone, es algo demasiado grande para nosotros. Para eso se necesitan jóvenes idealistas como Usted. Así que, estando así las cosas, posiblemente solamente unos cuantos estarían dispuestos a seguir sus pasos, secundando sus deseos y aspiraciones.

–Además, señor obispo –interrumpió un abogado, presidente de un movimiento apostólico–, no se olvide del derecho que todos tenemos a la objeción de conciencia, un derecho que la misma Iglesia reconoce. Por lo tanto, de una vez le comunico con todo respeto que un servidor no tiene madera ni de profeta ni de apóstol. Así que… definitivamente no cuente conmigo para sus planes de reforma.

–Ni a mí me metan en la lista, por favor –añadió otro cura en tono irónico– Todo esto a mí me huele a revolución, un término que aborrezco por instinto.

El obispo escuchó todo con mucha atención y calma, tomó nota en una agenda y concluyó:

–Sí, precisamente de eso se trata: de una reforma y una revolución. Les agradezco su sinceridad. De todos modos, si queremos una Iglesia pujante como en los inicios, no nos queda otro camino que una verdadera revolución dentro de la Iglesia, empezando por la Reforma del Clero. El que quiera, que me siga.

Y dio por terminado el encuentro.

Página 43 de 69

Capítulo 10

BOICOT

Un mes después se dio inicio a los trabajos sinodales con un total de unos cien participantes entre presbíteros, religiosas y laicos comprometidos. Bastaba ver los rostros de la mayoría de los presentes, para darse cuenta de que seguramente no se iba a tratar de un Sínodo tranquilo como en los casos anteriores. De hecho, dirigidos por el ecónomo diocesano y bien situados en los puntos estratégicos, unos líderes entre curas, laicos comprometidos y religiosas dominaban la escena, dispuestos a boicotear cualquier iniciativa que pudiera poner en peligro derechos y privilegios adquiridos a lo largo de los siglos.

Un hecho de manera especial le llamó la atención al obispo apenas tomó el micrófono: en un ángulo de la sala se encontraban el director del instituto teológico, Don Juan y unos cuantos más, totalmente aislados, como si se tratara de unos apestados. Después de unos momentos de turbación y pedir a Dios la fortaleza y prudencia necesarias para enfrentar la situación con serenidad, el obispo empezó:

–Hermanos en Cristo, le doy gracias a Dios por este momento de gracia que el Señor nos concede vivir como iglesia particular. Sin duda, se trata de un acontecimiento que va a marcar profundamente el futuro de nuestra diócesis. Pues bien, como introducción a este magno acontecimiento, voy a presentarles brevemente dos principios, que considero fundamentales para garantizar el éxito de nuestros trabajos sinodales: la sencillez evangélica, íntimamente relacionada con la sabiduría divina, y la verdad en el amor, que tiene mucho que ver con la honestidad intelectual y representa una de las condiciones esenciales para una auténtica acción pastoral.

Antes que nada veamos qué dijo Jesús a los setenta y dos discípulos, al regresar felices de su experiencia misionera y contarle con asombro lo que les había pasado: ‘Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y se las revelaste a la gente sencilla’ (Lc 10, 21). Pues bien, permítanme que se lo diga con toda franqueza y con un profundo sentido de pena y vergüenza, uno de los grandes obstáculos que he encontrado en el ejercicio de mi ministerio pastoral, y creo que han encontrado también ustedes, ha sido la tentación de dejarme guiar más por la sabiduría humana que por la sabiduría divina (1Cor 1, 10ss).

De hecho, entre nosotros ¿quién puede afirmar con toda sinceridad haber actuado con la misma fe de los setenta y dos discípulos y haber tenido su misma experiencia, sometiendo hasta a los demonios?

–Exorcista, te hablan –gritó alguien en tono irónico.

–Cosas de otros tiempos –añadió otro participante molesto.

–Ahí está el problema –continuó el obispo, tratando de mantenerse sereno–: falta de fe, sabiduría humana.

Página 44 de 69

Estudios, títulos, estrategias pastorales, como si la evangelización fuera un asunto puramente humano. ¿Y el sello de Dios? ¿Qué dijo san Pedro cuando el paralítico le pidió la limosna? ‘No tengo ni oro ni plata pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, levántate y anda’ (Hech 3, 6). Esto es lo que hoy en día necesitamos nosotros en la Iglesia, para cumplir cabalmente con nuestra misión de evangelizadores: confiar plenamente en nuestra elección como “enviados” de parte de Dios a proclamar sus maravillas y por lo tanto estar plenamente convencidos de contar con el mismo poder que Jesús dio a los apóstoles y a los setenta y dos discípulos cuando los envió a la misión. Solamente así nuestra acción pastoral podrá ser eficaz, alcanzando el éxito que Dios espera de nosotros. O todo se vuelve en palabrería inútil, como lamentablemente hemos experimentado en muchas ocasiones.”

Al sentirse aludidos, muchos manifestaron su evidente desagrado ante la actitud del obispo que les pareció de tinte claramente fundamentalista. Alguien gritó:

–¿Cuál es el segundo punto?

–Ahí les va –siguió el obispo con extrema serenidad–: “Veritatem facientes in caritate” = haciendo la verdad en el amor (Ef 4,15). ¿Recuerdan lo que había dicho Jesús al respecto? “La verdad los hará libres” (Jn 8,32). Pues bien, de eso se trata: actuar siempre con la verdad, sin segundas intenciones. ¿Qué es eso de aparentar una cosa y anhelar otra para satisfacer la propia sed de poder y dominio? ¿Ser impecables en los actos litúrgicos y al mismo tiempo dedicarse a la rapiña como verdaderos lobos con piel de oveja? ¿Qué es eso de hacer profesión de pobreza y al mismo tiempo nadar en la abundancia, preocupados antes que nada por acumular riquezas para sí mismos o la propia institución, explotando la credulidad de la gente? ¿Cómo es posible confundir la búsqueda de la gloria de Dios con el deseo de poder?

Por lo que se refiere al tema de la Nueva Evangelización, me pregunto: ¿Existe entre nosotros una verdadera preocupación por conocer la situación real en que se encuentra nuestra comunidad o la Iglesia en general, para poderla mejorar mediante una adecuada acción pastoral? Al contrario, parece que entre nosotros lo que más se aprecia es el arte de camuflar y manipular la realidad, utilizando cualquier subterfugio, en búsqueda de una paz ficticia y distrayendo la atención de los problemas reales que amenazan el fiel cumplimiento de nuestra misión. De ahí la manía de inflar los informes, haciendo alarde de éxitos pastorales, puramente imaginarios. Y así cada día vamos de mal en peor, echándole sistemáticamente la culpa de todos los males a la calamidad de los tiempos en que vivimos.

Al notar tanta sinceridad de parte del obispo, una religiosa, metida en cuerpo y alma en la evangelización, levantó la mano y pidió la palabra:

–El problema es que, al tratar de ser sinceros, muchas veces se corre el riesgo de molestar a ciertas personas, con las consecuencias que todos conocemos.

Página 45 de 69

–Por eso –aclaró el obispo– san Pablo nos invita a tener siempre presente la ley del amor, “haciendo la verdad en el amor”. Por otro lado, tenemos que entender que la verdad y el amor no son valores, que están peleados entre sí. Al contrario, el mismo hecho de buscar la verdad y actuar en consecuencia es un acto de amor.

–De todos modos –siguió la religiosa–, a veces, no obstante que uno haga todo lo posible por no molestar a nadie, no falta alguien que, al sentirse aludido y ver amenazada su propia seguridad, reacciona con agresividad, buscando alguna oportunidad para vengarse. Fíjese que esto sucede hasta en las mismas comunidades religiosas.

–Ni modo –concluyó el obispo–; es la suerte de los verdaderos profetas. ¡Una verdadera suerte!

Aclarado esto, el obispo invitó al vicario general a tomar en sus manos las riendas del encuentro. Todos aplaudieron. Era lo que esperaban desde un principio. Se oyeron algunos gritos:

–Comisiones.

–¿Cuáles? –preguntó el vicario general.

–Las mismas de la otra vez.

Gritos y aplausos generales, provocados por el ecónomo diocesano y sus achichincles, que parecían alborotadores profesionales, siempre listos para azuzar a la gente, aprovechándose de cualquier oportunidad. El vicario general, su líder natural, dio media hora de descanso, para ir al baño, intercambiar alguna opinión acerca de la marcha del encuentro y apuntarse en la comisión de su preferencia: pastoral social, pastoral penitenciaria, pastoral litúrgica, pastoral profética, catequesis presacramental, diálogo ecuménico e interreligioso, etc. El obispo añadió una nueva: “Pastoral Experimental”, a la que pronto se apuntaron Don Juan, el director del instituto teológico, un diácono transitorio, dos diáconos permanentes, tres religiosas y tres laicos comprometidos. Fue la comisión que más llamó la atención de todos.

Antes de dispersarse cada quien para su comisión, el vicario general solicitó al obispo que explicara el sentido de la nueva comisión.

–Algo sencillo –comentó el obispo–; queremos hacer algo parecido a lo que se hace en cualquier empresa que quiere progresar, evitando el peligro de dejarse rebasar por la competencia. Como se habrán enterado, cualquier tipo de empresa cuenta siempre con algunas personas, que se dedican a la investigación y la experimentación. Hoy en día se utiliza mucho la palabra “innovación”.

Ahora bien, eso es precisamente lo que pretendemos hacer nosotros con la comisión de Pastoral Experimental: dar un contenido preciso al tema de la Nueva Evangelización, con miras a proponer algo concreto a la comunidad diocesana, avalado por un cierto proceso de experimentación.

–¿Nos puede anticipar algo al respecto? –preguntó el vicario general.

Página 46 de 69

–Con mucho gusto. Uno de los asuntos que sin duda nuestra comisión va a profundizar a la luz de la Palabra de Dios será el de los ministerios en la Iglesia con miras a proporcionar a todos los católicos su debida atención pastoral.

A este propósito, de una vez les quiero adelantar la decisión que he tomado de hacerme cargo personalmente, coadyuvado de una manera especial por los miembros de la nueva comisión, de todos aquellas comunidades o actividades, que actualmente han quedado sin la debida atención pastoral por falta de personal suficiente o por el tipo de dificultades que representan (excesivo aislamiento o falta de los servicios básicos).

Por lo tanto, invito a todos los párrocos a comunicarme cuáles son los poblados que no logran atender por cualquier motivo. Nos haremos cargo nosotros.

–Prácticamente la Pastoral Experimental –comentó el vicario general– se volvería en una supercomisión, lista para resolver cualquier problema.

–No precisamente. Se trataría sencillamente de un órgano más en la diócesis, dedicado a detectar problemas y experimentar soluciones en orden a proporcionar a todos la debida atención pastoral. Una especie de voluntariado, sin honores especiales ni privilegios. Puro servicio para la gloria de Dios y el bien de las almas.

Antes de que el obispo terminara de hablar, ya muchos habían dejado de prestarle atención y se dirigían hacia el lugar destinado para las comisiones. El mismo vicario general, extremadamente molesto, dio la media vuelta y se alejó, sin despedirse siquiera. Era una declaración de guerra.

Capítulo 11

A LA SOMBRA DE LA CATEDRAL

Lo primero que hicieron los miembros de cada comisión al reunirse, fue elegir a su coordinador y secretario. Don Juan quedó como coordinador de la comisión encargada de la Pastoral Experimental y una religiosa como secretaria.

Al ver esto, el obispo se llenó de una inmensa alegría: era lo que había soñado desde hacía mucho tiempo. Por fin podía contar con un grupo de gente decidida a todo con tal de anunciar el Evangelio sin cortapisas, siempre y en todo lugar. Por fin podía pensar en voz alta y desenvolverse con toda naturalidad entre gente de confianza, que contara con sus mismos ideales.

Página 47 de 69

Un nuevo horizonte se abría delante de sus ojos. Parecía rejuvenecido.

Y con el entusiasmo de un joven y la experiencia de un anciano (estaba por entrar en los sesenta) dio rienda suelta a sus sueños, sacando una libreta de su portafolio y dictando algunas normas básicas, que iban a orientar el comportamiento de los miembros de la nueva comisión, destinada a ensayar nuevas formas de vivir la misión y al mismo tiempo ser estímulo para toda la Iglesia diocesana:

–Regla número uno: lo que sabes hacer, enséñalo a otro y deja que lo haga, mientras tú te dedicas a implantar lo mismo en otro lugar o descubrir algo nuevo, en una cadena sin fin.

–Regla número dos: no des nada por descontado. En un momento de crisis, como el que estamos viviendo actualmente, hay que poner todo en tela de juicio.

–Regla número tres: si los demás avanzan, ¿por qué nosotros no podemos avanzar? Claro, para poder avanzar, necesitamos cambiar muchas cosas en nuestra manera de proceder. En concreto, ¿cuáles son los cambios más urgentes que hoy en día necesitamos realizar en la Iglesia para poder avanzar en forma significativa?

–Regla número cuatro: ¿es correcto liquidar el problema del proselitismo religioso, que está carcomiendo nuestro catolicismo, con la simple receta ecuménica? Cuando nos topamos en alguien que se acaba de cambiar de religión, antes de dar ya por descontado su cambio de religión y dedicarse a practicar el diálogo ecuménico, ¿no sería más correcto ayudarlo a reflexionar sobre la importancia de pertenecer a la única Iglesia que fundó Cristo, que bíblica e históricamente se demuestra ser la Iglesia Católica?

–Regla número cinco: sea para vivir la fe en plenitud, sea para dialogar con los miembros de otras confesiones cristianas y sea para sentirse seguros ante los cuestionamientos y los ataques de los grupos proselitistas, es indispensable un adecuado manejo de la Palabra de Dios. Sin Palabra de Dios, hoy en día un católico se sentirá siempre inseguro y acomplejado.

–Regla número seis: unidad en la diversidad. No somos todos iguales, puesto que no todos contamos con los mismos dones del Espíritu Santo ni la misma capacidad para vivirlos. Cada quien tiene lo suyo y de eso va a responder delante de Dios y su conciencia. Por lo tanto, es un error querer juzgar a los demás a la luz de la propia experiencia. Solamente Dios sabe cómo realmente están las cosas y por lo tanto solamente Dios tiene el derecho a juzgar a todos.

–Regla número siete: dar y recibir. Nadie es tan pobre que no tenga nada que dar y nadie es tan rico que no tenga nada que recibir. Todos nos necesitamos mutuamente.

Página 48 de 69

–Regla número ocho: nadie puede ser feliz a solas. De ahí la importancia de aprender a dialogar y convivir con todos, lo que representa el ABC para madurar como ser humano, discípulo de Cristo y evangelizador.

–Regla número nueve: nadie es perfecto; todos tenemos virtudes y defectos. Feliz el que toma conciencia de su realidad y lucha por mejorarla.

–Regla número diez: el que encuentra un amigo, encuentra un tesoro. En el momento de la prueba, el amigo podrá representar la única tabla de salvación.

A medida que el obispo iba presentando lo que fue definido como el “El Decálogo del Evangelizador”, se notaba en el rostro de todos los oyentes un profundo sentido de satisfacción. Todos se sentían orgullosos de pertenecer a la nueva comisión, contagiados por el entusiasmo y el celo apostólico de su pastor.

Al pedir el obispo alguna opinión al respecto, de inmediato se levantó Don Juan y comentó:

–Ahora entiendo muchas cosas, que antes no lograba entender. Antes me imaginaba que todos los que no tomaban la Palabra de Dios como regla suprema de vida, estaban perdidos. Ahora empiezo a entender que cada uno está llamado a realizarse según la situación concreta en que se encuentra y que por lo tanto solamente Dios puede juzgarlo sin peligro de equivocarse.

–Claro –contestó el obispo–; así es.

–También me llamó mucho la atención la regla número uno: “Lo que sabes hacer, enséñalo a otro y deja que lo haga”. Fíjese que, sin conocer esta regla, la he practicado desde siempre, aunque en muchas ocasiones, en lugar de conseguir amigos, he conseguido rivales, que se presentan como los autores de tal o cual iniciativa, que aprendieron de mí. De todos modos, en lugar de desanimarme, esto me llena de una profunda satisfacción, puesto que mi único deseo es que la obra de Dios avance. A este propósito, recuerdo siempre la enseñanza de san Pablo: “Unos proclaman a Cristo por envidia o por molestarme; otros lo hacen con buena intención… ¡Qué me importa! De todos modos, en buena o mala fe, Cristo es anunciado. Y esto me alegra y seguirá alegrándome” (Flp 1, 15.18).

Mientras estaban en esto, tocó la campana y se dirigieron hacia el comedor. Algo curioso: mientras aparentemente todos manifestaban una cierta indiferencia hacia los miembros de la nueva comisión, en la práctica todos se morían de la curiosidad por conocer los detalles del primer encuentro que habían tenido, contando con la presencia del mismo obispo. Al enterarse, algunos pronto manifestaron su deseo de integrarse a la nueva comisión, apenas les resultara posible liberarse de la presión ejercida por el ecónomo diocesano y sus incondicionales. A leguas se notaba que no se sentían satisfechos por la extrema superficialidad con que en sus respectivas comisiones normalmente se trataban los asuntos de la Iglesia, con el único objeto de evitar problemas y seguir como siempre.

Página 49 de 69

Por la tarde el obispo tuvo que ausentarse algún tiempo para atender otros asuntos y Don Juan quedó al frente de la comisión. Para que pudieran salir del encuentro con alguna conclusión, Don Juan invitó a todos a formar pequeños grupos de reflexión, que llegaron a los siguientes acuerdos:

–Las tres religiosas se comprometieron a perfeccionar el sistema de catequesis, con miras a implantarlo donde les fuera posible.

–Los tres laicos comprometidos decidieron profundizar el tema de la apologética, en orden a ensayar algún método práctico, enfocado a prevenir la acción destructora de los grupos proselitistas e intentar revertir la situación, donde ya los de la competencia fueran mayoría.

–Los dos diáconos permanentes se enfocaron al grave problema del narcotráfico.

–El director del instituto teológico y el diácono transitorio se comprometieron a “mover las aguas estancadas” sea en el clero que en el seminario y los centros de formación para las religiosas y los laicos comprometidos, editando un boletín, que relatara los trabajos de la nueva comisión, y distribuyéndolo entre ellos. Al mismo tiempo, el director del instituto teológico expresó su deseo de empezar a enfrentar el problema de los no creyentes, tratando de establecer algún diálogo con ellos, secundando la iniciativa del papa Benedicto XVI, llamada “Atrio de los gentiles”.

–Don Juan se comprometió a enfrentar el problema de la Religiosidad Popular, preocupado por ayudar a la gente a pasar de un catolicismo de tradición a un catolicismo de convicción. En concreto, se comprometió a imprimir y difundir:

*una estampita con una imagen de la Virgen y las oraciones para antes y después de tomar los alimentos;

*un tríptico para la “Oración de la Noche, en familia y con Biblia”;

*un tríptico con el examen de conciencia detallado para hacer una buena confesión.

Para fortalecerse interiormente, decidieron reunirse un día al mes para intercambiar opiniones y orar juntos. Al mismo tiempo, cada uno se comprometió a convencer algún simpatizante a integrarse al propio grupo.

Quedaba una incógnita: ¿dónde reunirse? Regresando el obispo, pronto dio la respuesta:

–Por el momento, podremos reunirnos y actuar con toda libertad en el obispado, que es su casa, en las instalaciones del instituto teológico y en la casa destinada a los ejercicios espirituales. Allá podremos realizar cualquier tipo de evento con miras a crear un Nuevo Modelo de Iglesia, que en el fondo no es tan nuevo. Se trata sencillamente de regresar a los primeros siglos de la Iglesia, cuando se vivía en un contexto plural (a veces hasta de persecución) y el obispo era el alma de la Iglesia particular y su sede, que con el tiempo se llamó catedral (cátedra=sede del maestro), el centro propulsor de la vida cristiana.

Página 50 de 69

Después (en los inicios del segundo milenio, cuando toda la sociedad era católica) el obispo se volvió en un príncipe y el obispado se transformó en una pequeña corte a imitación de la sociedad civil (muchas veces los que ostentaban el poder en la sociedad y en la Iglesia eran parientes entre ellos). Fue cuando surgieron las parroquias, que se avocaron al cuidado del pueblo de Dios. Con el pasar de tiempo, a imitación de la sociedad civil, el obispo y sus más cercanos colaboradores se volvieron en burócratas, teniendo como sede la curia.

Para que entendieran mejor el sentido de la enorme tarea que los aguardaba, el obispo se comprometió a impartirles un curso acerca de la Historia de la Iglesia, en que les explicaría todo esto en detalle, subrayando de una manera especial el origen y el desarrollo de ciertas desviaciones en el aspecto pastoral, que poco a poco se fueron dando en la Iglesia y aún le están causando enormes perjuicios.

Antes de concluir el encuentro, quiso anticiparles una decisión que había ido fraguando desde hacía mucho tiempo: delegar las confirmaciones al vicario general y a otro canónigo de la catedral y reservarse para sí solamente las confirmaciones de los que fueran preparados según el nuevo método, promovido por Don Juan y las religiosas.

–Es tiempo de salir de la rutina –confesó el obispo sin reticencia–. Si otros no están de acuerdo, es su problema. Sigan como crean conveniente, según su conciencia. Por mi parte, ya estoy cansado de confirmar a desertores, es decir a gente que de antemano se sabe que no van a volver a la Iglesia. Ya me cansé de realizar puros ritos. Quiero algo auténtico, a la luz de la experiencia de la Iglesia primitiva, como la vemos dibujada en el libro de “Los Hechos de los Apóstoles” y las cartas de san Pablo, san Pedro y san Juan.

–Con el riesgo de ver disminuir drásticamente el número de los confirmandos –comentó Don Juan.

–Claro –contestó el obispo–. Pocos pero buenos. De todos modos, para los demás están el vicario general y el canónigo de la catedral que ya designé. Que actúen según su conciencia.

–¿Por qué no hacer lo mismo con los demás sacramentos? –preguntó una religiosa.

–Por supuesto –contestó el obispo–. De hoy en adelante, la catedral se volverá en parroquia, de la que un servidor será el párroco y el director del instituto teológico será el vicario. Tendremos registros propios y como sede central la catedral y sedes subsidiarias el mismo instituto teológico y la casa de ejercicios espirituales. ¿Cómo la ven?

–Me parece soñar –contestó Don Juan, interpretando el sentir común.

–Claro que es un sueño –contestó el obispo–. Dependerá de nosotros volverlo realidad.

Página 51 de 69

CONCLUSIÓN

Alguien me preguntará:

–¿Qué pasó con el Sínodo? ¿Ya se concluyó? ¿Y qué tal la Pastoral Experimental?

–Solamente Dios sabe si algún día se va a cerrar el Sínodo –contestó el obispo en cierta ocasión.

Así que, si no lo sabe ni el obispo, ¿qué va a saber un servidor? Lo único que sé, es que ya se ven algunos cambios en la diócesis: ya se esfumó el ecónomo diocesano con una de sus catequistas incondicionales, según cuentan las malas lenguas; el antiguo párroco de Don Juan ya se integró a la Pastoral Experimental y fue nombrado párroco de la catedral;

el seminario cuenta con más elementos, distintas parroquias adoptaron el nuevo método de catequesis… algo nuevo está naciendo.

¿Y Don Juan, su esposa y su madre? Sencillamente desaparecieron. Parece que se integraron al grupo de los misioneros, con los cuales siempre habían estado en contacto, y se fueron a evangelizar en otro lugar, haciendo perder la pista. Se ve que entendieron muy bien la primera regla del evangelizador: “Lo que sabes hacer, enséñalo a otro y deja que lo haga”.

P. Flaviano Amatulli Valente, fmap Castellana Grotte (Bari-Italia),

a 19 de octubre de 2012.

PUNTOS DE REFLEXIÓN –personal o en grupo–

1. Describe a los principales personajes de esta historia: Don Juan, el obispo, el antiguo párroco, el ecónomo diocesano, el director del instituto teológico, la esposa de Don Juan, su mamá y los ex exorcistas, añadiendo alguna reflexión.

2. Platica de alguna experiencia parecida que te haya tocado vivir o de la cual te hablaron.

3. ¿Cuál es el mensaje de esta historia?

4. ¿A quiénes aconsejarías la lectura de esta historia?

Página 52 de 69

Apéndice 1

DERECHOS Y DEBERES DE LOS LAICOS

CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO

LIBRO II. DEL PUEBLO DE DIOS

PARTE I DE LOS FIELES CRISTIANOS

(Cann. 204 – 207)

204 § 1. Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el pueblo de Dios, y hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo.

§ 2. Esta Iglesia, constituida y ordenada como sociedad en este mundo, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él.

205 Se encuentran en plena comunión con la Iglesia católica, en esta tierra, los bautizados que se unen a Cristo dentro de la estructura visible de aquélla, es decir, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del régimen eclesiástico.

206 § 1. De una manera especial se relacionan con la Iglesia los catecúmenos, es decir, aquellos que, movidos por el Espíritu Santo, solicitan explícitamente ser incorporados a ella, y que por este mismo deseo, así como también por la vida de fe, esperanza y caridad que llevan, están unidos a la Iglesia, que los acoge ya como suyos.

§ 2. La Iglesia presta especial atención a los catecúmenos y, a la vez que los invita a llevar una vida evangélica y los inicia en la celebración de los ritos sagrados, les concede ya algunas prerrogativas propias de los cristianos.

207 § 1. Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el derecho se denominan también clérigos; los demás se denominan laicos.

§ 2. En estos dos grupos hay fieles que, por la profesión de los consejos evangélicos mediante votos u otros vínculos sagrados, reconocidos y sancionados por la Iglesia, se consagran a Dios según la manera peculiar que les es propia y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia; su estado, aunque no afecta a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, a la vida y santidad de la misma.

Página 53 de 69

TÍTULO I DE LAS OBLIGACIONES Y DERECHOS

DE TODOS LOS FIELES

(Cann. 208 – 223)

208 Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo.

209 § 1. Los fieles están obligados a observar siempre la comunión con la Iglesia, incluso en su modo de obrar.

§ 2. Cumplan con gran diligencia los deberes que tienen tanto respecto a la Iglesia universal, como en relación con la Iglesia particular a la que pertenecen, según las prescripciones del derecho.

210 Todos los fieles deben esforzarse según su propia condición, por llevar una vida santa, así como por incrementar la Iglesia y promover su continua santificación.

211 Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de salvación alcance más y más a los hombres de todo tiempo y del orbe entero.

212 § 1. Los fieles, conscientes de su propia responsabilidad, están obligados a seguir, por obediencia cristiana, todo aquello que los Pastores sagrados, en cuanto representantes de Cristo, declaran como maestros de la fe o establecen como rectores de la Iglesia.

§ 2. Los fieles tienen derecho a manifestar a los Pastores de la Iglesia sus necesidades, principalmente las espirituales, y sus deseos.

§ 3. Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas.

213 Los fieles tienen derecho a recibir de los Pastores sagrados la ayuda de los bienes espirituales de la Iglesia principalmente la palabra de Dios y los sacramentos.

214 Los fieles tienen derecho a tributar culto a Dios según las normas del propio rito aprobado por los legítimos Pastores de la Iglesia, y a practicar su propia forma de vida espiritual, siempre que sea conforme con la doctrina de la Iglesia.

Página 54 de 69

215 Los fieles tienen derecho a fundar y dirigir libremente asociaciones para fines de caridad o piedad, o para fomentar la vocación cristiana en el mundo; y también a reunirse para procurar en común esos mismos fines.

216 Todos los fieles, puesto que participan en la misión de la Iglesia, tienen derecho a promover y sostener la acción apostólica también con sus propias iniciativas, cada uno según su estado y condición; pero ninguna iniciativa se atribuya el nombre de católica sin contar con el consentimiento de la autoridad eclesiástica competente.

217 Los fieles, puesto que están llamados por el bautismo a llevar una vida congruente con la doctrina evangélica, tienen derecho a una educación cristiana por la que se les instruya convenientemente en orden a conseguir la madurez de la persona humana y al mismo tiempo conocer y vivir el misterio de la salvación.

218 Quienes se dedican a las ciencias sagradas gozan de una justa libertad para investigar, así como para manifestar prudentemente su opinión sobre todo aquello en lo que son peritos, guardando la debida sumisión al magisterio de la Iglesia.

219 En la elección del estado de vida, todos los fieles tienen el derecho a ser inmunes de cualquier coacción.

220 A nadie le es lícito lesionar ilegítimamente la buena fama de que alguien goza, ni violar el derecho de cada persona a proteger su propia intimidad.

221 § 1. Compete a los fieles reclamar legítimamente los derechos que tienen en la Iglesia, y defenderlos en el fuero eclesiástico competente conforme a la norma del derecho.

§ 2. Si son llamados a juicio por la autoridad competente, los fieles tienen también derecho a ser juzgados según las normas jurídicas, que deben ser aplicadas con equidad.

§ 3. Los fieles tienen el derecho a no ser sancionados con penas canónicas, si no es conforme a la norma legal.

222 § 1. Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga de lo necesario para el culto divino, las obras de apostolado y de caridad y el conveniente sustento de los ministros.

§ 2. Tienen también el deber de promover la justicia social, así como, recordando el precepto del Señor, ayudar a los pobres con sus propios bienes.

223 § 1. En el ejercicio de sus derechos, tanto individualmente como unidos en asociaciones, los fieles han de tener en cuenta el bien común de la Iglesia, así como también los derechos ajenos y sus deberes respecto a otros.

§ 2. Compete a la autoridad eclesiástica regular, en atención al bien común, el ejercicio de los derechos propios de los fieles.

Página 55 de 69

TÍTULO II DE LAS OBLIGACIONES Y DERECHOS DE LOS FIELES LAICOS

(Cann. 224 – 231)

224 Los fieles laicos, además de las obligaciones y derechos que son comunes a todos los fieles cristianos y de los que se establecen en otros cánones, tienen las obligaciones y derechos que se enumeran en los cánones de este título.

225 § 1. Puesto que, en virtud del bautismo y de la confirmación, los laicos, como todos los demás fieles, están destinados por Dios al apostolado, tienen la obligación general, y gozan del derecho tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; obligación que les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo.

§ 2. Tienen también el deber peculiar, cada uno según su propia condición, de impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente en la realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas seculares.

226 § 1. Quienes, según su propia vocación, viven en el estado matrimonial, tienen el peculiar deber de trabajar en la edificación del pueblo de Dios a través del matrimonio y de la familia.

§ 2. Por haber transmitido la vida a sus hijos, los padres tienen el gravísimo deber y el derecho de educarlos; por tanto, corresponde a los padres cristianos en primer lugar procurar la educación cristiana de sus hijos según la doctrina enseñada por la Iglesia.

227 Los fieles laicos tienen derecho a que se les reconozca en los asuntos terrenos aquella libertad que compete a todos los ciudadanos; sin embargo, al usar de esa libertad, han de cuidar de que sus acciones estén inspiradas por el espíritu evangélico, y han de prestar atención a la doctrina propuesta por el magisterio de la Iglesia, evitando a la vez presentar como doctrina de la Iglesia su propio criterio, en materias opinables.

228 § 1. Los laicos que sean considerados idóneos tienen capacidad de ser llamados por los sagrados Pastores para aquellos oficios eclesiásticos y encargos que pueden cumplir según las prescripciones del derecho.

§ 2. Los laicos que se distinguen por su ciencia, prudencia e integridad tienen capacidad para ayudar como peritos y consejeros a los Pastores de la Iglesia, también formando parte de consejos, conforme a la norma del derecho.

229 § 1. Para que puedan vivir según la doctrina cristiana, proclamarla, defenderla cuando sea necesario y ejercer la parte que les corresponde en el apostolado, los laicos tienen el deber y el derecho de adquirir conocimiento de esa doctrina, de acuerdo con la capacidad y condición de cada uno.

Página 56 de 69

§ 2. Tienen también el derecho a adquirir el conocimiento más profundo de las ciencias sagradas que se imparte en las universidades o facultades eclesiásticas o en los institutos de ciencias religiosas, asistiendo a sus clases y obteniendo grados académicos.

§ 3. Ateniéndose a las prescripciones establecidas sobre la idoneidad necesaria, también tienen capacidad de recibir de la legítima autoridad eclesiástica mandato de enseñar ciencias sagradas.

230 § 1. Los varones laicos que tengan la edad y condiciones determinadas por decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio estable de lector y acólito, mediante el rito litúrgico prescrito; sin embargo, la colación de esos ministerios no les da derecho a ser sustentados o remunerados por la Iglesia.

§ 2. Por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de lector en las ceremonias litúrgicas; así mismo, todos los laicos pueden desempeñar las funciones de comentador, cantor y otras, a tenor de la norma del derecho.

§ 3. Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho.

231 § 1. Los laicos que de modo permanente o temporal se dedican a un servicio especial de la Iglesia tienen el deber de adquirir la formación conveniente que se requiere para desempeñar bien su función, y para ejercerla con conciencia, generosidad y diligencia.

§ 2. Manteniéndose lo que prescribe el c. 230 § 1, tienen derecho a una conveniente retribución que responda a su condición, y con la cual puedan proveer decentemente a sus propias necesidades y a las de su familia, de acuerdo también con las prescripciones del derecho civil; y tienen también derecho a que se provea debidamente a su previsión y seguridad social y a la llamada asistencia sanitaria.

Página 57 de 69

Apéndice 2

MATERIAL DIDÁCTICO RECOMENDADO

1. Para hacer realidad lo que se presenta en este folleto, los Apóstoles

de la Palabra contamos con el siguiente material didáctico: * dos separadores que contienen las oraciones para antes y después de tomar

los alimentos; * un tríptico para la “Oración de la Noche con Biblia y en familia”; * un tríptico con el examen de conciencia detallado para hacer una buena

confesión. 2. Acerca de la Religiosidad Popular, impregnada de Biblia, los Apóstoles

de la Palabra contamos con el siguiente material didáctico: * El Santo Rosario. * Posadas Bíblicas. * Viacrucis Bíblico * Novenario de Difuntos. 2. Para una catequesis presacramental, destinada a fortalecer la fe del

pueblo católico, utilizando la Biblia y la apologética, los Apóstoles de la Palabra contamos con el siguiente material didáctico:

- Primera Comunión. * Curso Bíblico para niños. * Pan de Vida. * Soy Católico. - Entre la Primera Comunión y la Confirmación. * Aprender la Biblia Jugando. - Confirmación. * Historia de la Salvación. * Ven, Espíritu Santo. * La respuesta está en las Escrituras. Preguntas y respuestas. - Matrimonio. * Un pacto de Amor. - Bautismo de los niños (para la familia). * Hijos de Dios y Herederos de la Gloria

Página 58 de 69

4. Para tener una visión más amplia de la problemática que se presenta en este libro, puede ser de mucha utilidad la lectura de los siguientes libros:

* La Iglesia y las Sectas. ¿Pesadilla o reto? * Hacia un Nuevo Modelo de Iglesia. * Documento de Aparecida. Extracto operativo. * Charlas de Sobremesa entre Curas. * Inculturar la Iglesia. Un reto para el siglo XXI. * ¡Alerta! La Iglesia se desmorona. * ¡Ánimo! Yo estoy con ustedes. * ¡Adelante! Les enviaré mi Espíritu. * Fotografías de la realidad eclesial.

Apéndice 3

Recomendaciones Para una lectura provechosa

Estilo Sin duda, hay diferentes formas de presentar una enseñanza. Puede ser por

un documento, un artículo, un catecismo, un cuento o una novela. Toda forma tiene su valor, sin embargo el cuento o la novela, tiene una grande riqueza, ya que nos hacen echar a andar a lo máximo la imaginación y se suma a su valor cuando la obra que se está leyendo tiene que ver con la realidad en que se vive, donde uno muchas veces puede estar metido o por lo menos decir “Me ha tocado conocer casos parecidos” y en ocasiones hasta poner nombres de lugares o personas donde se ha presenciado esta realidad. Y esto es lo que se presenta en el escrito Éxodo: Hacia una nueva tierra.

En los últimos meses, me he dedicado a presentar, en diferentes momentos, ya sea en la homilía, conferencias o clases en el seminario, la situación actual de la Iglesia y noto siempre que cuando comento ciertas cosas que no se están haciendo bien dentro de la Iglesia, en general los oyentes mueven la cabeza asintiendo lo que estoy comentando, otros se voltean a ver unos a otros y expresan: “Es verdad lo que dice”, “Hasta que un padre está hablando de la situación real de la Iglesia”. Lo mismo sucede al leer este folleto, cuando una pasa hoja por hoja, mueve la cabeza y en su interior dice: “Es verdad lo que el Padre Amatulli está comentando sobre la realidad en que vive la Iglesia”.

Se trata de una historia con un estilo muy peculiar que al empezar parecería ser una historia ficticia; sin embargo, al leerla vemos expresada una fotografía de la realidad de la Iglesia. Por otro lado, su estilo es tan ameno e inquietante que cuando uno empieza su lectura, no puede parar hasta terminarla y al final se queda uno con incertidumbre de esperar la continuación de la historia.

Página 59 de 69

Título de la historia Sin duda el título de la historia refleja el contenido de la obra. El título Éxodo:

Hacia una nueva tierra nos recuerda la situación que vivió el pueblo de Israel, una etapa difícil para el pueblo. Se vivía la marginación, el pueblo se estaba olvidando de Yahvéh, había coqueteo con los dioses de Egipto. Cuatrocientos años estuvo Israel en esta situación hasta que Dios envía a un libertador, Moisés, y él será el que llevará al pueblo a la libertad. Después, con la ayuda de Josué, llevará al pueblo hacia la tierra prometida. Dar el paso de la situación en que vivía el pueblo de Israel fue muy duro, porque era cambiar todo un paradigma. Muchas veces el pueblo quería regresar a Egipto, añoraba el pasado, sin embargo con grandes sacrificios el pueblo de la mano de Moisés y después de Josué dio el paso hacia la tierra prometida.

El acontecimiento del Sinaí, cuando Dios entrega la Ley a Israel marcó y ayudó al pueblo para que tuviera una dirección y así es como el pueblo, viviendo al amparo y bajo la dirección de la ley, entra en esta nueva etapa de su historia.

En este misma línea trato de descubrir una intuición del padre Amatulli. Estamos en un momento muy crucial dentro de la historia de nuestra Iglesia. Hoy la Iglesia se encuentra en un grande bache. Un pueblo abandonado, sin rumbo, con mucha confusión a nivel de fe, sumergido en la religiosidad popular, alejado de las Escrituras; sus pastores distraídos en cosas banas y aprovechándose de las ovejas.

Hay situaciones entre clero y laicado, donde se reflejan injusticas, abusos, explotación, etc. Esta realidad que vive la Iglesia cuestiona y se está haciendo la invitación a dar un cambio de paradigma, se debe fraguar un Éxodo de muchas situaciones que hoy está viviendo la Iglesia. Y así como Moisés llevó al pueblo al Sinaí para recibir instrucciones a través de la ley. Nosotros tenemos que ir al encuentro de la Palabra de Dios y hacer que la Iglesia reciba instrucciones de la Palabra de Dios y camine bajo su guía para lanzarnos a la construcción de un nuevo modelo de Iglesia.

Hacia la tierra prometida, nos recuerda el momento en que el pueblo de Israel tuvo que enfrentar una nueva etapa de su historia. Todo fue con un espíritu de conquista, creatividad, para llegar a poseer esa tierra que Dios había prometido. El pueblo bajo la guía de la ley se estableció en Canaán, surgieron nuevas instituciones, guías que ayudaron al pueblo a establecerse, organizarse y tomar posesión de esa nueva tierra.

Logro descubrir que esta historia hace caer en la cuenta de que estamos en un momento crucial de la Iglesia. Se trata de un cambio época. Muchas cosas en cuanto a la institución, estructura y costumbres de la Iglesia tienen que hacer cambios profundos. Muchas prácticas en las que vive el pueblo católico tienen que ir cambiando. Pensemos el pueblo sumergido en la Ignorancia, relación de explotación entre clero-laicado, muchos abusos del clero. En fin, se trata de ir creando una nueva realidad eclesial donde la Biblia ocupe el centro de todo el ser y quehacer de la Iglesia, donde como se le decía a Josué no te apartes ni a derecha, ni a Izquierda y tendrás éxito (Jos 1,7).

Página 60 de 69

Recomendación para leer el escrito Como se trata de una historia muy rica, en su estilo y contenido considero que

hay mucho mensaje subliminal que uno tiene que ir descubriendo y descifrando, por eso recomiendo leer y releer el escrito, tratando de que en cada lectura se haga con lentes diferentes. Algunas veces fijarse en los personajes, otras en las situaciones que presenta, otras en los temas, otra en las propuestas de cambio que presentas etc. En cada una de los personajes o temas, puedes formular preguntas como estas ¿Qué enseñanza nos da este personaje? ¿Dónde has encontrado una situación similar que le sucedió a Don Juan? ¿Qué se está cuestionando a nuestra Iglesia actual?

Fue como hice la lectura y quisiera ahora compartirte lo que descubrí, pero mi intención es motivarte a que te lances a su lectura encontrando una diversidad de enseñanzas, te aseguro que será una aventura interesante.

Personajes En los personajes podemos encontrar varios mensajes que se nos presentan,

brevemente presento algunos, pero comentaré más en la figura de Don Juan.

El párroco que le hace imposible la vida a Don Juan Aquí vemos la realidad de un tipo de clero, injusto, que se aprovecha del laico,

amenazando, explotando. Un clero que no ha entendido el sentido del ministerio que es el servicio.

El párroco que lo apoya y el obispo Sin embargo, no todo el clero se encuentra en esta situación. Estos personajes

representan a sacerdotes y obispos sensibles a la situación que viven muchos fieles y están atentos para ayudarlos a discernir los signos de los tiempos.

La esposa Un tipo de catolicismo, sumergido en la costumbre y hecho a su conveniencia. La mamá y su hermano Un tipo de personas que realmente están hambrientos de conocer la palabra

de Dios, muchas veces al no haberla encontrado en la Iglesia, se han salido, pero cuando encuentran a alguien preparado que cuestiona con facilidad pudieran regresar a la Iglesia, desgraciadamente muchas personas no han regresado, ni regresarán porque en sus comunidades hace falta muchos Don Juanes.

Página 61 de 69

La figura de Don Juan El protagonista central es Don Juan; su figura es paradigmática. Su

personalidad, su temperamento, sus diversas experiencias son muy sugestivas y nos presentan mucha enseñanza, quisiera comentar algunas.

El temperamento que refleja Don Juan es muy propio para enfrentar retos como los que vive la Iglesia. Se necesita gente valiente, atrevida. Las personas con otro temperamento y que se dejan llevar por los demás, no son aptas para aportar cambios a la Iglesia actual.

El profetismo que presenta la figura de Don Juan es muy interesante, el haber tenido un encuentro con la palabra de Dios ha marcado su vida. En ocasiones vemos una persona fuera de sí, como loca. Otras veces vemos su persona con un grande celo por la verdad, denuncia tantas anomalías que se le van presentando y en otras notamos esa persona humilde sencilla, en fin el personaje como tal es ideal para enfrentar situaciones tan adversas.

Hoy necesitamos muchos Don Juanes, cuya única ley sea el evangelio y esforzarse por vivir según el evangelio con todas sus consecuencias.

Otro aspecto importante que se refleja en el personaje de Don Juan, en sus actitudes, sus gestos, sus cuestionamientos es toda una lucha de conciencia. Dentro de la Iglesia hay conciencias aletargadas y se necesita que alguien con la palabra de Dios, espíritu profético venga a cuestionar y despertar este tipo de conciencias, por eso bien dice el escrito es un drama de conciencias.

Algunos temas que se presentan en el escrito Hay una diversidad de temas que se manejan a lo largo del escrito entre ellos

podemos mencionar los siguientes: La ignorancia que vive el pueblo, sumergido en la religiosidad popular; abandono del pueblo de parte de sus pastores; la pobreza de la catequesis pre-sacramental que se imparte en parroquias; Clericalismo, relaciones de injusticia entre clero y laicado; la poca práctica de la vida cristiana, la formación deficiente de los pastores y de los evangelizadores laicos; la reforma del clero; la función del obispo como el catequista por excelencia; Importancia de enseñar los derechos y deberes de los laicos, según el derecho canónico; el abandono de la Sagrada Escritura; la simonía dentro de la Iglesia, costumbres paganas en la praxis de la Iglesia, entre otros.

Cuestionamientos Los temas anteriormente mencionados, llevan a estar cuestionando la Iglesia

con mira a un cambio. El padre está cuestionando sobre todo el abandono de la Escritura.

Gran parte de los pastores de la Iglesia se ha desbordado por hacer énfasis en la religiosidad popular, dejando el pueblo con sus costumbres, creencias y hundidos en una profunda ignorancia. Otro cuestionamiento fuerte que se presenta en la historia es la reforma del clero. Mucho de los estancamientos por los que vive la Iglesia es precisamente por la mentalidad de muchos sacerdotes. Tenemos sacerdotes no convertidos, desequilibrados, sacerdotes que viven de la religiosidad popular, se aprovechan de ella.

Página 62 de 69

Hoy la Iglesia necesita urgentemente una reforma del clero como lo trabajaron muchos santos como San Carlos Borromeo, entre otros.

Estamos en un momento trascendental en la historia de nuestra Iglesia, este escrito aparte que nos hace darnos cuenta de la situación en que vivimos nos está lanzando a dar un paso gigantesco en nuestro caminar como Iglesia.

Si el pueblo de Israel, no hubiera realizado el Éxodo, nunca hubiera

conquistado la tierra prometida. El momento actual nos apremia para hacernos protagonistas en hacer cambios

en la Iglesia. El modelo está en la figura de Don Juan. Para el cambio actual necesitamos obispos, sacerdotes, religiosas y laicos con el espíritu de Don Juan, sólo así se puede lograr abrir brecha en el caminar actual de la Iglesia.

Enhorabuena, padre Amatulli: le felicito por tener esta capacidad de captar el meollo de muchos problemas que vive nuestra Iglesia y, sobre todo, saberlo trasmitir de una forma y estilo muy peculiar, provocativo y sugerente e inyectar ese deseo de convertirnos en protagonistas en los cambios que necesita hoy la Iglesia. Por lo menos eso es lo que me ha despertado a mí su escrito.

P. Octavio Díaz Villagrana, fmap

Apéndice 4

ÉXODO: HACIA UNA NUEVA TIERRA: APOLOGÍA MODERNA DEL LAICO

–Hacia un marco jurídico del laicado-

Ya desde hace años, escritos como el presente suelen espantar a muchas

almas “piadosas”. Al parecer estos escritos son tachados de “revoltosos”, “anarquistas” e, incluso, “anticatólicos”. La comparación llega al grado de asemejar escritos como este a los de la Reforma protestante surgidos en el siglo XVI (Lutero y Calvino especialmente) a causa de una crisis eclesial en que se vivía en aquellos tiempos.

Entonces, como ahora, la religiosidad popular mal entendida y convertida, aún en pleno siglo XXI, en un arca de salvación única y casi absoluta. Sin duda que textos como este, representan, no sólo para la Iglesia en general sino para los laicos, una luz de esperanza, una voz que se levanta para hablar lo que otros tienen miedo a decir.

Considero que son injustificados los motes antes mencionados hacia los escritos del p. Flaviano Amatulli Valente, fmap. Primero porque el mismo hecho de desconocer sus últimos escritos y artículos (desde hace casi 6 años) muestran en el fondo una intención mal formada.

El estilo con que es escrito Éxodo: Hacia una nueva tierra puede sonar para muchas mentes intelectuales elevadas como simples historias y cuentitos infantiles, o bien proyecciones de traumas propios a lo largo de un ministerio sacerdotal de más de 40 años, acostumbrados, como están, al estilo jurídico y exhortativo, propio de los documentos eclesiales.

Página 63 de 69

Ante esto hay que decir que Éxodo: Hacia una nueva tierra no pretende mostrar la verdad personal de un sacerdote misionero de origen italiano, sino la experiencia de muchos laicos, misioneros, presbíteros y, en general, de un pueblo que languidece ante problemas al interior de la Iglesia.

Si bien es cierto, el lenguaje es sencillo, pero no por ello despreciable. Se vuelve accesible a cualquier lector que por amor a la Iglesia.

Al menos, por mera curiosidad, puede leerse de una sentada con una taza de café en la mano.

Se trata no sólo de decir cosas por decirlas, sino de mover las aguas estancadas al interior de la Iglesia, como bien lo ha hecho Su Santidad Benedicto XVI que, al comenzar su pontificado, ha procurado hacer la limpieza primero en casa y después en la casa del vecino.

Leyes dentro de la Iglesia La historia de Don Juan no sólo es la experiencia de muchos laicos que viven

un completo calvario en sus parroquias o diócesis, sino en su propio entorno comunitario. Por ello la “historia de Don Juan” no es ajena a seminaristas, presbíteros u obispos. Si algo compete al bien de la Iglesia, nos compete a todos los bautizados y se vuelve una obligación el hablar cuando algo no anda bien.

A este respecto dice el Código del Derecho Canónico: Tienen el derecho (todos los fieles cristianos, N. de la R.), y a veces incluso el

deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia lo Pastores, y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas. (c.212)

Por eso no hay porqué condenar el texto Éxodo: Hacia una nueva tierra sin

antes echar una mirada a la misma realidad que vive la Iglesia y a las Sagradas Escrituras que, finalmente son en donde encuentra su sostén el presente escrito del P. Amatulli. Es tan paradójico que en pleno siglo XXI los hombres de Iglesia hablen de “respeto por los derechos humanos”, “respeto a la dignidad de la persona humana”, y presenten pertinentes denuncias por las injusticias que se cometen contra personas u grupos sociales en la sociedad (ad extra).

A veces se llega a apoyar mítines, huelgas, manifestaciones y reclamos legítimos. Pero cuando un laico intenta levantar la mano para opinar algo sobre la marcha de la Iglesia o muestra su inconformidad ante las mismas injusticias dentro de la Iglesia (inter ecclesiae), todo mundo se pone a la defensiva, poniendo como barrera la famosa frase: “Es que lo dijo el padrecito y así debe ser” o también “Yo soy el párroco y se hará como yo diga”.

Mucha gente pregunta (claro, discretamente, por miedo a represalias): ¿El

laico puede opinar? ¿Acaso todo lo que el padrecito diga es palabra de Dios? Muchas son las experiencias que, al menos, ilustran esto.

Página 64 de 69

Me pregunto: ¿Por qué nunca se habla de un marco jurídico a favor del laico ante injusticias sufridas dentro de la Iglesia? Habrá quien diga que si lo hay, que en el Código del Derecho Canónico (las leyes de la Iglesia) se explicita, pero como bien lo dice el p. Amatulli, esto no se dice al pueblo, se quedan en meras leyes escritas, inoperativas y conocidas sólo por algunos. ¿Qué hacer entonces? Empezar por hablar, conocer los propios derechos y no sólo las obligaciones. El Código de Derecho Canónico sigue diciendo:

Puesto que, en virtud del bautismo y de la confirmación, los laicos, como todos los demás fieles, están destinados por Dios al apostolado, tienen la obligación general, y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; obligación que les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo. (c. 225)

Una historia reflejada La historia de Don Juan que se presenta en Éxodo: Hacia una nueva tierra

refleja la realidad que hay en la Iglesia, mientras unos intentan hacer algo en favor de la Iglesia, otros no permiten que los mismos laicos puedan desenvolverse con cierta libertad en el ámbito evangelizador. La vida de don Juan es el vivo reflejo de tantos laicos que sufren injusticias a causa de su celo apostólico que los inunda. ¿Pero qué hacer de parte del laico? ¿Callar? ¿Dejar todo en manos de los clérigos hasta esperar a tocar fondo para hacer algo?

Recuerdo un caso hace poco de un seminarista que, invitándonos a su hogar, nos presentó a su madre. Ella está encantada con el trabajo de los apóstoles de la Palabra, preguntó que podía hacer para invitar al P. Amatulli a su parroquia (ella es parte del consejo parroquial). De inmediato su hijo (seminarista también) la reprendió frente a nosotros diciéndole que a ella no le competía eso, que ella no tenía por qué meterse en esas cosas, que al señor cura le correspondía decidir y que ella no tenía por qué sugerir cosas de las que no le importaban. Evidentemente este seminarista fue formado en un seminario en donde la ideología es: “lo que diga el Señor Cura es palabra de Dios irrevocable”. Aquí se ve que hay algo que no anda bien en cuanto a la formación de los futuros sacerdotes.

La Biblia en la formación sacerdotal Muchas de las actitudes de los sacerdotes contrarias al trabajo laical, refleja

toda la formación que llevaron durante su estancia en el seminario (propedéutico, filosofía y teología). Es como si el sacerdote viera la Biblia de manera distinta a como la ven los laicos, la gente sencilla.

Mientras uno fue formado en las aulas y estudia los “géneros literarios”, “la inerrancia de la Biblia”, la “exégesis bíblica”, etc. Los otros, al leer la Biblia, se encuentran fascinados por su lectura, procurando en la medida de lo posible, vivir la fe a luz de la Palabra de Dios. Y no es que sea malo estudiarla como se hace en los seminarios; el problema está cuando se estudia y se cae en estudios meramente teóricos, sin referencia a la vida personal y al ministerio.

No se estudia para vivir la fe y acrecentarla y con ello poder transmitir este fervor a la feligresía, sino para “saber más de la Biblia” y aprobar el examen.

Página 65 de 69

En algunas ocasiones se ve más el fervor hacia la Biblia de parte de los laicos que la leen sin muchos preámbulos, que en los mismos sacerdotes o religiosas. Y mucha de la culpa recae en los que son formadores de seminaristas y religiosas que antes de formarlos en la fe, los forman en el ámbito sapiencialmente humano y se meten a estudiar lo que dijo tal o cual santo, tal o cual teólogo, abandonando así a fuente de todo: La Palabra de Dios. Con esto no se quiere decir que todos los sacerdotes van de mal en peor, de hecho hay sacerdotes celosos de su ministerio, trabajadores y desgastados por el evangelio, los cuales entrega cuerpo, mente y alma a lo suyo.

Fanático y fundamentalista en campo bíblico Es la frase que suelen aplicarle al P. Amatulli, ¿Por qué? Porque ven que habla

de la Biblia por aquí y por allá. Hay quienes hablan de un fanatismo absurdo ¿Qué con eso? Si leer la Biblia todos los días, si utilizar la Biblia en un retiro espiritual, en la religiosidad popular: rosario, posadas, viacrucis, etc. Si usar la Biblia en la predicación, en la oración personal y en la vida diaria le, llaman algunos un fanatismo, pues entonces que así sea. Pero hay que entender que una cosa es el fanatismo religioso y otra el amor incondicional a la Palabra de Dios. Dos ámbitos totalmente distintos.

Dicen que hacer lo anterior, es ser fundamentalista. ¿Es ser fundamentalista cuando se usa la Biblia para dar “razón de la propia

esperanza” (1Pe 3, 15) y dar seguridad a la propia fe? ¿Es ser fundamentalista cuando se busca que la Biblia sea la guía de todo el quehacer eclesial? Aún más ¿es ser fundamentalista extremo cuando se procura llevar la palabra de Dios a cabo? Si eso es ser fundamentalista, entonces San Francisco de Asís lo fue, Santa Teresa de Ávila también y tantos santos que leyeron la Biblia y creyeron que aquellas palabras sagradas eran la brújula de su vida. En el fondo quienes esgrimen estos argumentos, muestran con ello un temor a que cumplir la Palabra de Dios, afecte su status de vida actual, muchas veces cómodo y llevadero.

¿Apostar por algo inseguro? Cuando uno lee escritos como el presente Éxodo: Hacia una nueva tierra

puede llegar la tentación de pensar: Son simples utopías, sueños irrealizables y fantasiosos. ¿Cuál es el trasfondo de esta manera de pensar? Que hay un temor a apostar por algo que no se ha hecho por mucho tiempo. Pues bien, el sistema o estructura actual de la Iglesia es movido por una praxis a la medida de la época medieval, donde al ser todos católicos, no había peligros para la fe del pueblo.

Sin embargo ya no estamos en esos tiempos, los tiempos han cambiado y estamos en una sociedad pluralista donde hay familias disfuncionales, familias donde el padre puede ser evangélico, la mamá católica, tener un hijo ateo. La fe ya no se presupone, la fe es un don divino con el que no se nace, sino que es dado por Dios en su infinita bondad.

Por ello no se debe dar algo por sentado cuando no lo hay. Regresar a la primera comunidades cristianas de la que habla los Hechos de los Apóstoles y las comunidades inmediatas a los Apóstoles.

Página 66 de 69

Basta recordar cuando el cristianismo se abrió paso en medio de las persecuciones generadas por el imperio romano en los primero cuatro siglos de la era cristiana y el pluralismo religioso. ¿Cómo enfrentó el problema la Iglesia?

Teniendo comunidades pequeñas, que permitían una visión de conjunto. Que

permitía vivir la fe injertada en una comunidad, no a solas en medio de un mar de confusiones. Esto garantizaba la permanencia fiel del cristiano.

La palabra de Dios da seguridad, no inseguridad. En el momento en que al creyente se le priva del manjar de la Palabra de vida, se le quita la seguridad y viene con ello oleadas de propuestas peligrosas: sectas, indiferentismo religioso, supersticiones, etc.

Finalmente hay que decir que Éxodo: Hacia una nueva tierra no es una historia que tenga una conclusión. Lo que se pretende es suscitar reflexiones, iniciativas y acciones concretas y con ello escribir nosotros la conclusión de todo esto. ¿Para qué? Para poder hacer de la misión un sueño hecho realidad.

Precisamente su Santidad Benedicto XVI ha tenido a bien convocar al “Año de la fe” que tuvo comienzo el 11 de octubre de 2012 a través de su Carta apostólica “Porta Fidei” ¿Cuáles son las directrices a seguir si se desea un nuevo modelo de Iglesia?

Considero que esencialmente dos: Las Sagradas Escrituras como guía y fundamento de todo el quehacer eclesial y la seguridad de que al apostar por la Palabra de Dios, el Señor sabrá guiar los pasos de nuestra amada Iglesia. ¿Qué movió al P. Flaviano Amatulli Valente escribir Éxodo: Hacia una nueva tierra? Gracias al contacto que he tenido con él personalmente, su mentalidad y sus escritos, no dudo al afirmar con ello lo que el profeta Isaías dijo: “Por amor a Sión no callaré, por amor a Jerusalén no descansaré, hasta que salga como un resplandor su justicia y su salvación brille como una antorcha” (Is 62,1).

Hno. Emmanuelle Cueto Ramos, fmap

Apéndice 5

Los recientes escritos del padre Amatulli: ¿Carecen de rigor científico?

P. Amatulli, muchos esperan con entusiasmo cada una de sus publicaciones,

pues en ellas encuentran plasmadas parte de su historia; otros ven en cada obra suya un motivo para afirmar que lo que han sembrado y defendido durante muchos años, ahora se está desmoronando; otros manifiestan que es un iluso y que todas sus obras carecen del respaldo de los grandes pastoralistas y no tiene rigor científico. Por lo tanto, son buenas creaciones literarias que distan de la realidad y del sentir del Magisterio. Me pregunto: ¿Sus obras carecen de rigor científico? Si por rigor científico entendemos un cúmulo de citas al pie de página o el respaldo de citas bibliográficas de los grandes teólogos y pastoralistas, posiblemente.

Página 67 de 69

Aunque muchos obispos, entre ellos su excelencia, Rino Fisichella, manifiestan su agradecimiento por la obra que Usted ha hecho y su visión sobre la realidad eclesial.

Objetividad, no ilusión Si se habla de objetividad, confiabilidad y consistencia en sus afirmaciones

entonces sí que tiene rigor científico y eso nadie lo puede negar. No se puede tapar el sol con un cabello, como bien dice el adagio latino: “frente a la realidad no hay argumentos que valgan”.

Muchos buscan todo tipo de argumentos para no aceptar la realidad que vive

el pueblo católico; maquillando la realidad, buscan calmar el reproche de su conciencia. Usted está dejando huellas y está sacando a relucir las vivencias de muchas personas. Creo firmemente que lo que ha escrito no son metáforas o ilusiones que nacen de una mente enfermiza; más bien es fruto de su experiencia y el contacto continúo con el pueblo católico.

La última obra que ha escrito, “Éxodo: Hacia una nueva tierra” es tan certera que a veces me pregunto si le habrán contado la historia de determinada persona que conozco, pero al compartir esta misma obra con otros hermanos también manifiestan el mismo sentir. La objetividad de sus obras parte de la realidad, no parten de detrás de un escritorio ni de la imaginación.

Los temas que afronta en el libro antes mencionado serán un aliciente para muchas personas que durante mucho tiempo han vivido a la sombra de la sumisión e, incluso, cuando sus derechos son pisoteados, no les queda más que aceptar la autoridad de sus pastores.

Gracias, padre Amatulli, por entrelazar tantas experiencias que ha escuchado, que ha visto y con su gran sabiduría y su capacidad literaria nos da obras tan gratas que entusiasman y motivan a luchar por la Iglesia que Cristo ha dejado.

¿Martín Lutero o Erasmo de Rotterdam? Muchos dicen que será el nuevo Lutero, otros vemos en usted un padre

apologista. Nadie defiende lo que no ama y usted ha defendido y sigue defendiendo la Iglesia, y puedo afirmar que todo lo que hace es por amor a Cristo y a su Iglesia. No obstante, el amor a la Iglesia no excluye el profetismo, sino que lo exige. Usted es un profeta, denuncia las injusticias dentro de la misma. Más que compararlo con Lutero, diría que usted es un Erasmo de Rotterdam pues con sus escritos elegantes y agudos, trata de mover las aguas estancadas, como usted lo ha expresado, con el ideal de buscar una reforma al interior de la Iglesia.

P. Jaime José Menchú Chutá, fmap

Página 68 de 69

Indice

PRESENTACIÓN Obediencia callada y crítica profética, dos actitudes posibles Ante situaciones de pecado en la Iglesia........................................ 1

INTRODUCCIÓN.....................................................................................9 Capítulo 1 DE LA CANTINA A LA CAPILLA...............................................................1 0 Capítulo 2 DIOS Y EL DINERO................................................................................ 13 Capítulo 3 EXCOMULGADO.................................................................................... 18 Capítulo 4 DEFENSOR DE LA FE............................................................................ 20 Capítulo 5 MISIONERO......................................................................................... 23 Capítulo 6 DERECHOS Y DEBERES DE LOS LAICOS.............................................. 26 Capítulo 7 EN LA CALLE........................................................................................ 31 Capítulo 8 SIGNO DE CONTRADICCIÓN............................................................... 33 Capítulo 9 REFORMA DEL CLERO........................................................................ 37 Capítulo 10 BOICOT............................................................................................... 43

Página 69 de 69

Capítulo 11 A LA SOMBRA DE LA CATEDRAL......................................................... 46 CONCLUSIÓN........................................................................................ 51 PUNTOS DE REFLEXIÓN........................................................................ 51 Apéndice 1 Derechos y deberes de los laicos.......................................................... 52 Apéndice 2 Material didáctico recomendado........................................................... 57 Apéndice 3 Recomendaciones para una lectura provechosa................................... 58 Apéndice 4 Éxodo hacia una nueva tierra: Apología moderna del laico....................62 –Hacia un marco jurídico del laicado- Apéndice 5 Los recientes escritos del Padre Amatulli; ¿carecen de rigor científico?......66 Índice………………………………………………………………………………………..68