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III. EXIGENCIA DE LO POLÍTICO Freddy Urbano-Astorga 1. SUBJETIVIDAD, POLÍTICA Y PERIFERIA La democracia triunfaba, pero había que comprender todo lo que su triunfo significaba: dar la democracia a un pueblo no es sólo darle los beneficios del Estado constitucional, las elecciones y la prensa libre. Es también darle desorden. Jaques Rancière, “El odio a la democracia” 1 En las últimas décadas las sociedades latinoamericanas han tenido que reconstruir su cultura democrática tras las experiencias traumáticas de gobiernos dictatoriales y guerras civiles. En el Cono Sur, la escena que se constituye a partir de la segunda parte de los años 80, caracterizada como la época post-dictatorial, está marcada por la necesidad de re-establecer vínculos entre cierta "tradición republicana" y los escenarios de la globalización 2 . Se ha señalado que la experiencia de la joven democracia implementada en diferentes países del Cono Sur bajo la pancarta de "transición" ha producido una tensión entre la excesiva condición del discurso sobre la democracia de las élites 1 Rancière, Jacques, “El odio a la democracia” (Buenos Aires: Amorrortu, 2006) 6 2 Este ensayo observa cómo las democracias de América Latina posteriores a dictaduras militares buscan conciliar cierta apertura política con la continuación del modelo económico heredero del período autoritario. Ver la compilación de Gladis Lechini, La globalización y el consenso de Washington. Sus Influencias y el desarrollo en el Sur (Buenos Aires: CLACSO, 2008). 25-44.

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Page 1: Exigencia de lo Político - en Vértigo de lo Política. Formas de pensar izquierda - Freddy Urbano Astorga

III. EXIGENCIA DE LO POLÍTICOFreddy Urbano-Astorga

1. SUBJETIVIDAD, POLÍTICA Y PERIFERIA

La democracia triunfaba, pero había que comprender todo lo que su triunfo significaba: dar la democracia a un pueblo no es sólo darle los beneficios del Estado constitucional, las elecciones y la prensa libre. Es también darle desorden.

Jaques Rancière, “El odio a la democracia”1

En las últimas décadas las sociedades latinoamericanas han tenido que reconstruir su cultura

democrática tras las experiencias traumáticas de gobiernos dictatoriales y guerras civiles. En el Cono Sur,

la escena que se constituye a partir de la segunda parte de los años 80, caracterizada como la época

post-dictatorial, está marcada por la necesidad de re-establecer vínculos entre cierta "tradición

republicana" y los escenarios de la globalización2.

Se ha señalado que la experiencia de la joven democracia implementada en diferentes países del

Cono Sur bajo la pancarta de "transición" ha producido una tensión entre la excesiva condición del

discurso sobre la democracia de las élites gobernantes y la ilusión que la ciudadanía se ha construido

sobre la participación social y política en la sociedad. Esta colisión entre discurso democrático y

expectativas ciudadanas ha sido regulada durante los años de la post-dictadura por dispositivos de

control sustentados en concepciones tecnocráticas que ponen énfasis en la responsabilidad política, la

desideologización de la participación social y la despolitización de la actividad cultural y económica en

general3.

En estos años, la democracia liberal ha tenido que sortear variados obstáculos que proceden del

malestar ciudadano y de la insatisfacción con los procesos de apertura política y de participación social.

Las experiencias de gobernabilidad desde las estructuras de poder han enfatizado la producción de una

subjetividad vaciada de los fueros políticos y críticos que habrían definido su rol protagónico en la

modernidad política occidental. Y sin embargo, esto no significa que la producción de antagonismos haya

quedado desplazada por un supuesto fin de lo político. Por el contrario, nuevas formas de producción de

1 Rancière, Jacques, “El odio a la democracia” (Buenos Aires: Amorrortu, 2006) 62 Este ensayo observa cómo las democracias de América Latina posteriores a dictaduras militares buscan conciliar cierta apertura política con la continuación del modelo económico heredero del período autoritario. Ver la compilación de Gladis Lechini, La globalización y el consenso de Washington. Sus Influencias y el desarrollo en el Sur (Buenos Aires: CLACSO, 2008). 25-44. 3 Los balances de fines de siglo en América Latina muestran que la relación entre democracias en transición y modelo económico han incrementado y profundizado los niveles de desigualdad en el continente. Ver Strasser, Carlos, Democracia – Desigualdad: Sobre la Democracia real a fines del siglo XXI (Buenos Aires: CLACSO, 2000). Capitulo II y IV.

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subjetividad, estética y cultural, contra-atacan la condición pasiva del horizonte post-político

contemporáneo.

En este sentido, los balances que realizan instituciones intergubernamentales evidencian las

precariedades y deterioros que ha sufrido la subjetividad dentro de estas sociedades. Un ejemplo de esta

situación es la comparación entre dos diagnósticos distanciados en 10 años. Es el caso del Informe de

desarrollo humano (PNUD 1998) que da cuenta del deterioro de lo público, el miedo de la población al

desorden, la profundización de la desconfianza y el incremento del malestar, entre otros aspectos 4. Por

otro lado, el informe de la situación de la juventud de América Latina (CEPAL 2008) que invita a la

reflexión en torno al sostenido incremento de la violencia juvenil pone atención en la disonancia cognitiva

entre consumo simbólico y consumo material, eje de tensión y promoción del malestar social5.

En este escenario, las distintas experiencias de construcción democrática de los países de

América del Sur, han tomado caminos variados para enfrentar las tensiones que se producen entre

sistemas políticos democráticos estrechos y subjetividades demandantes de protagonismo dentro de las

sociedades post-dictatoriales. Ecuador y Bolivia son experiencias que están en un proceso de

construcción, con la intención de diluir la tensión entre discurso democrático gobernante y expectativas

subjetivas frente a la participación. En caminos opuestos se encuentran Uruguay, Brasil, Argentina y

Chile, los cuales han puesto menos énfasis en el protagonismo que la sociedad debe tener en el

desarrollo del país. Resulta interesante detenerse en las experiencias de Brasil, Argentina y Chile, ya que

en estas sociedades los procesos políticos no han conducido a profundizar la democracia sino, más bien,

a sostener y perpetuar la epistemología política instituida en tiempos de dictadura. En este sentido,

pareciera central examinar qué configuraciones subjetivas se han producido dentro de las prácticas

sociales condicionadas por modelos políticos que tutelan la participación social.

En los últimos años, hay un énfasis justamente en las configuraciones subjetivas que han

emergido en escenarios políticos que han reforzado el paradigma autoritario. Estas configuraciones son el

reflejo de prácticas sociales orientadas al deterioro de los espacios públicos y al repliegue de la

ciudadanía hacia el mundo privado. Esto ha provocado un aumento de la desconfianza de la población en

los ritos colectivos6. La desconfianza responde a una operación que—desde el nacimiento de las

dictaduras del Cono Sur—busca la transformación de la subjetividad política sobre dispositivos de

contención policial en los espacios públicos (uso de la violencia por parte del Estado) y posteriormente 4 En PNUD, Informe de desarrollo humano. Las paradojas de la modernización (Santiago de Chile: PNUD, 1998). 58-61.5 La Comisión Económica para el desarrollo (CEPAL) y la Organización Iberoamericana de la Juventud (OIJ) han desarrollado una serie de informes sobre la situación de los jóvenes en el hemisferio en que la relación entre desempleo y desesperanza social han provocado aumentos significativos de la violencia en las calles. En este sentido, tanto el informe sobre Juventud en Iberoamérica: Urgencias y Tendencias (Buenos Aires: CEPAL y OIJ, segunda edición 2007), 241-261, y Juventud y cohesión social en Iberoamérica: Un modelo para armar (Santiago: CEPAL y OIJ, 2008), 87-116, nos muestran una situación social cada vez más aguda de la relación de los jóvenes y el espacio público.6 Sennett, Richard. El declive del hombre público (Barcelona: Ediciones Península, 1978). 20-35.

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sobre dispositivos jurídico-institucionales (nuevas cartas constitucionales). El resultado de esta operación

apunta a desconectar la escena contemporánea de las concepciones tradicionales de la representación

política7.

La necesaria reflexión sobre la relación entre lo que podríamos llamar subjetividad y periferia

dentro de los escenarios políticos actuales, apunta justamente a la profundidad que ha alcanzado la

desconexión entre escena y representación política. Hay aquí una correspondencia entre una subjetividad

política que se privatiza y desaloja los espacios públicos, y la tendencia mundial hacia la despolitización

de la actividad política. Este escenario se muestra favorable para los intereses de las élites gobernantes

que logran implementar políticas públicas impopulares sin tener la presión de la ciudadanía. La

conjunción entre vaciamiento de los espacios públicos populares con la despolitización de la actividad

partidaria en el Cono Sur ha permitido que los gobiernos de la transición no requieran realizar

trasformaciones profundas en la sociedad heredada de las dictaduras. Por ejemplo, a las élites

gobernantes de la posdictadura chilena, no les fue incómodo este escenario y más bien, fueron sus fieles

intérpretes. Durante los años 90, el sistema político nacional recrea una escena social distinta de las

escenas sociales recientes. A diferencia de los años 80 los ciudadanos tenían un mayor protagonismo en

los espacios públicos. Ahora, la tarea de los gobiernos democráticos es la de introducir en el imaginario

colectivo un sentimiento de responsabilidad política y de ciudadano de la democracia. Las advertencias

recurrentes de los actores políticos en el poder del Estado, basadas en el resurgimiento del desorden y el

miedo a reflotar propuestas de gobierno manchadas con sangre en el periodo dictatorial, refuerzan los

pilares de la transición política en una aparente democracia que requiere tiempo para solidificar su

estructura.

Un ejemplo que ilustra significativamente esta situación es la reciente elección en el balotaje

presidencial en Chile (enero del 2010). Los discursos de las élites políticas de la Concertación, reflejan la

combinación entre cierta sensibilidad progresista con la necesidad de cuidar la democracia. El discurso de

los actores políticos es ilustrativo para advertir a sus adherentes sobre los peligros de perder la elección.

Este llamado en particular, se traduce en un chantaje a la sensibilidad de izquierda para votar por quienes

han impedido que la derecha pinochetista retorne al poder del Estado. De esta manera, la subjetividad

política de izquierda se encuentra esclavizada bajo prácticas sociales que la mantienen condicionada

sobre un doble temor. Por un lado, el llamado insistente en la responsabilidad política sobre el cuidado de

la democracia y, por otro lado, la exigencia de depositar sus sueños en políticas sobre conglomerados

que se encuentran lejos de asumir un proyecto de país basado en la igualdad y la justicia social. Así, los

proyectos de trasformación social, asumidos en programas presidenciables febles, quedan consumidos

bajo una operatividad política que se defiende de fantasmas autoritarios del pasado.7 Thayer, Willy. Fragmento repetido: Escritos en estado de excepción (Santiago: Metales pesados, 2006). 17-21.

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La escena política poselectoral nos enfrenta a cambios significativos desde la perspectiva de los

actores políticos. La derecha asume el poder del Estado después de 20 años de Concertación. Este

nuevo panorama de la gobernabilidad chilena modifica en su superficie los diseños de administración

gubernamental, pero en su profundidad sigue perpetuando el modelo dictatorial. Quizás la dimensión más

relevante de esta modificación (aquella que los actores políticos de la derecha han denominado como “la

alternancia en el poder”), es la disolución del velo político entre administración política con matices

progresistas y gestión de la economía desde el libre mercado, sin pudor ideológico.

La escena política que se abre sitúa la relación entre Estado y ciudadanía no ya bajo la

contradicción entre un discurso bien intencionado de la participación democrática y una práctica social

policial de contención del espacio público. Por el contrario, el sistema político se evidencia en su máxima

transparencia al restablecer la relación sentimental entre modelo económico neoliberal y modelo político

conservador. Este escenario quizás, alienta por primera vez en los últimos 20 años un proceso

desculpabilizador entre Gobierno y ciudadanía8. Lo ilustrativo de este proceso de desculpabilización no

sólo se da en el desprendimiento sentimental de la ciudadanía de las políticas del Gobierno, sino también,

en un cambio sustantivo de políticas de contención policial de la participación a políticas de militarización

del espacio público.

Resulta interesante incursionar en la dinámica que han tomado las prácticas políticas en un

contexto en que los imaginarios colectivos de la izquierda han sido erosionados en su base ideológica

tradicional hasta el punto de condicionar los referentes ideológicos de la izquierda a acciones

instrumentales que reducen la política a pura operatividad y funcionalidad. Esto genera una apertura

siempre y cuando la subjetividad tenga una detención sobre su itinerario de transformación cultural a

propósito de la emergencia de un modelo político militar que ha capturado para sí el modelo económico

neoliberal.

La disyuntiva está puesta en la ilusión de restablecer el vínculo familiar entre subjetividad política

y mundo popular frente a una escena política que se proyecta con transparencia entre lo económico y lo

político. El dilema está en las posibilidades de desmontar los dispositivos culturales que se han

depositado para controlar la práctica social de la subjetividad política. La complejidad de esta situación es

que enfrenta un escenario de lo político en que las subjetividades no tendrán la carga de la culpabilidad.

8 Dos acontecimientos significativos de la política se manifiestan en las primeras semanas del gobierno de derecha en Chile. Uno de los acontecimientos está dado por la militarización de la seguridad pública posterior al Terremoto del 27 de febrero, 2010. La instauración del estado de excepción producto de las asonadas de la población hacia los supermercados (en particular Concepción) detonó las latentes formas de conducir la política de la derecha. Esta derecha ahora en el poder vuelve a tentarse con los militares en la calle bajo una aparente explosión del desorden social. Las consecuencias del terremoto sitúan otro acontecimiento de manera continua, esto es, cuando el Jefe de Estado Mayor de Concepción decreta estado de sitio por la celebración del día del joven combatiente.

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Sin embargo, no hay claridad sobre la profundidad que ha alcanzado la fractura entre espacio popular y

sujeto.

Teniendo en cuenta esto, las dimensiones de lo espacial con relación a la subjetividad generan

una apertura hacia la reflexión de lo político bajo escenarios de contención militar de la práctica política.

La posibilidad de desarrollar una línea de pensamiento que apunte a profundizar la relación entre sujeto y

periferia, debe ir más allá de cierta geopolítica que tienda a ubicar la subjetividad sólo en un espacio

territorial determinado, sin considerar aspectos políticos y culturales. La línea argumental que intento

desarrollar no se coloca en la idea de desechar la relación entre sujeto y espacio territorial, sino más bien

en proponer una reflexión continua que permita analizar la subjetividad desde el espacio visual al espacio

imaginario de la política. De esta manera la reflexión sobre el sujeto y su relación con el espacio se daría

como punto de partida y no como punto terminal.

El itinerario de transformación de la subjetividad política, confirma un sujeto que desarrolla

prácticas sociales desprendidas de cierto vínculo afectivo con los espacios populares. La

despopularización aleja al sujeto de imaginarios de emancipación, en que el protagonismo del pueblo

como espacio físico determinado, se diluye frente a predominantes imaginarios instrumentales que

modifican la acción política. En este sentido, la metamorfosis de las prácticas militantes de izquierda

durante los años 90, no sólo contribuyen a su desmovilización del trabajo político poblacional, sino que

una parte de ellas (militancia de izquierda en la Concertación) modifica su acción política, hacia una

militancia funcional con el sistema político. De este modo la militancia pierde contenido doctrinario para

llevar a cabo su misión política en el territorio y es remplazada por una militancia de servicio a los

intereses de las políticas públicas de la Institucionalidad.

En este sentido, no resulta extraño que el mapa social en que se afinca la política en estos años

profundice una política del subsidio en desmedro de políticas de desarrollo de lo popular. Es de esta

manera que la configuración de una subjetividad política bajo prácticas sociales desalojadas de lo

ideológico, activan un sujeto político militante desvinculado de cierta pertenencia al espacio público

popular.

Las configuraciones de la subjetividad dentro de procesos de transformación cultural producidos

en la dictadura y reforzados por gobiernos de transición democrática muestran una relación de

desprendimiento e indiferencia del sujeto de la política con el espacio público popular. Sin embargo, este

sujeto no puede desprenderse de su condición periférica ya que no habita el espacio público a pesar de

que vive en el lugar. Lo periférico, así, delinea un horizonte de la subjetividad política militante tentado por

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un imaginario que promueve la movilidad social del sujeto sin que necesariamente éste se mueva de su

territorio9.

Se puede entender esta situación como un proceso de alienación social y política. Lo que aquí se

observa como un denominador común es la emergencia de cierta subjetividad periférica que se

acondiciona a prácticas sociales delineadas sobre el eje de la desideologización y la instrumentalización

política. Algunos antecedentes de la relación de sujeto y periferia se encuentran en el hombre

unidimensional de Herbert Marcuse. La denominación de lo unidimensional está caracterizada por una

escena que recrea nuevas formas de control social que alimentan una convivencia sin antagonismos en

la sociedad industrial; lo que Marcuse llama la parálisis de la crítica en una sociedad sin oposición. De

esta manera, los sueños están pero habitan en senderos sin rumbos porque de alguna manera existe un

Estado social de conformismo. En la misma línea se aborda la subjetividad periférica en Carlos Pérez

Soto desde la concepción de postergación en su texto Sobre la condición social de la Psicología. El

sujeto estaría dejado de lado o no tomado en cuenta por el poder. No es un sujeto prioritario y por tanto,

puede esperar10. Lo que, quizás, está por verse es si esta subjetividad política periférica se enfrenta a una

configuración distinta bajo un escenario en que las prácticas sociales revitalizan lo político.

La concepción de lo periférico no sitúa al sujeto en una relación de pertenencia irrestricta con el

espacio público de lo popular. Las perspectivas geopolíticas que tradicionalmente ubican al sujeto con

relación al espacio físico han quedado estrechas frente a una escena política en que el

acondicionamiento social del sujeto se supedita a las coordenadas emanadas desde la institucionalidad

política y social. Por ejemplo, en estos años de construcción de la democracia los gobiernos de la

Concertación han alentado la cohabitación política y la eliminación del adversario. Esto ha delineado el

paisaje de una subjetividad que viaja simbólicamente entre la marginalidad y la integración. De esta

forma, el sujeto periférico está en el espacio físico popular pero no camina por sus calles porque

imaginariamente este espacio no representa una trinchera política para la adquisición de prestigio social.

La ubicación de una subjetividad política integradamente marginada, marca con fuerza las

dinámicas que adoptan los partidos de centro izquierda de la Concertación. La militancia de origen

popular diluye esa condición en su actividad interna debido a que, para estos partidos políticos, el sujeto

popular no tiene la preponderancia de otras épocas. Así, la subjetividad política militante—sin el halo de lo 9 La subjetividad política de izquierda (militante o no militante), en particular la denominada centro-izquierda de la Concertación recrea nuevos imaginarios simbólicos que se desprenden de aquellos imaginarios antiguos en que lo popular estaba bajo el halo del prestigio. La despopularización justamente se da aquí bajo la fantasía de la subjetividad política por apropiarse del halo simbólico de la clase dirigente. Un ejemplo gráfico de esta situación se da con la representación simbólica de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, sujetos políticos con sensibilidad sobre lo popular pero que no viven en el mundo popular. Es decir, no son ricos pero no son pobres ya que representan aquella clase media que mira con simpatía a la subjetividad de las poblaciones. Uno de los aspectos de la transformación de la subjetividad política es la mimetización con estos actores de la política. Lo curioso es que adoptan el modelo, pero estos sujetos siguen viviendo en la población.10 Véase Marcuse, Herbert. El hombre Unidimensional (Buenos Aires: Editorial Planeta, 1993). 31-49. Pérez Soto, Carlos. Sobre la condición social de la Psicología (Santiago: ARCIS-LOM, Segunda edición, 2009). 89-104.

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popular—participa activamente de las tareas de gobierno y de los eventos partidarios, pero no logra

traspasar la frontera de las decisiones partidarias11. En este sentido lo periférico emerge en la escena

política de la construcción democrática sobre la base de un desmantelamiento doctrinario del sujeto

popular que pierde protagonismo frente a un contexto político que exige a los partidos del centro izquierda

desprenderse de imaginarios emancipadores vinculados a la noción pueblo12.

La subjetividad periférica y la despopularización de lo político logran conectarse dentro del

periodo postdictatorial. El sujeto popular pierde estatus político debilitando su preponderancia doctrinaria

en los partidos de la Izquierda. La consecuencia de este debilitamiento se traduce en la desmovilización

de la militancia en las poblaciones durante los años 90. De este modo la periferia también sufre una

transformación, dado que la subjetividad política pasa de una concepción del margen (en que el territorio

tiene sentido de vida) a una vivencia del margen como excepcionalidad.

Si la escena actual retoma la idea del adversario en política, debemos entonces reflexionar en

torno a la relación entre lo político, la subjetividad y el espacio público. Esto puede permitir alguna vía de

acceso para comprender qué configuración puede tomar la subjetividad política en un contexto de

modificación de las prácticas sociales. La culminación de un vínculo neurótico entre un discurso sobre el

estimulo a la participación social en los espacios públicos y una práctica ligada a lo policial (Concertación)

abre paso a una política sin trastornos para abordar la presencia de la subjetividad política en las calles

(la derecha y la militarización). La tendencia en estos años seguramente va a explicitar un discurso

gubernamental y una práctica política sin contradicciones, en que el paso de lo policial a lo militar será la

formula de contención de la ansiedad ciudadana por copar los espacios públicos.

Parece una aventura de la política pensar que la disolución de la neurosis entre discurso y

práctica para abordar la participación social conlleva como efecto el ablandamiento de los dispositivos de

transformación de la subjetividad política (desmovilización, despopularización, desideologización e

instrumentalización de la actividad política). A pesar de la debilidad que muestran las ideas de consenso y

cohabitación política, recomponer una relación estrecha entre sujeto y espacio popular no parece una

empresa sencilla. Aquí se hace necesario detenerse en dos aspectos. Por un lado, se requiere una

11 El PS (Partido Socialista) y el PPD (Partido Por la Democracia) durante los años 90 incrementaron sus registros de militantes formales que ingresaron a sus filas. Esta militancia cambia su figura de acción política para abordar lo social. Las tareas de Estado son enfrentadas por esta militancia cuyo imaginario doctrinario se desvanece y aparece como imaginario funcional. La funcionalidad de la militancia en los sectores populares adquiere presencia pero carece de movilidad social. La situación en estos años es gráfica; hay presencia militante en las poblaciones pero desmovilizada de lo político.12 El pueblo y lo popular son conceptos que sufren una erradicación de los horizontes discursivos del imaginario político de la izquierda. Fundamentalmente arrastrados por la escena poscomunista de los años 90 que se comienza a interrogar sobre la crisis. Aquí lo interesante en el tiempo es percibir que estos conceptos son suplantados por concepciones de lo popular que intentan escindir la relación entre sujeto y pertenencia política espacial sobre la idea fantasiosa de una integración a la sociedad que incorpora la diversidad. Esta concepción en su dispositivo es fuertemente asistencialista y subsidiante. En particular ver, Laclau, Ernesto. La razón Populista, (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2005). 91-160. Ipola, Emilio. Ideología y Discurso Populista (Buenos Aires: Folios Ediciones, 1993). 93-134.

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reflexión más acabada sobre el espacio público en Chile para indagar en la manera en que se ha

abordado la relación entre el sujeto y el espacio desde lo político. Esto puede abrir algunas interrogantes

pertinentes para comprender la desmovilización de lo político en los sectores populares. Y, por otro lado,

es necesario incursionar en una reflexión sobre la subjetividad política con relación a los imaginarios

militantes.

Para abordar el vínculo entre militancia y exigencia de lo político debemos pensar en cómo la

concepción sobre los márgenes dentro de los análisis de la política en estos años ha promovido cierta

subjetividad que ha divagado en torno a una línea confusa entre la exclusión y la inclusión. Esta

subjetividad ha estado condicionada entre un afán nostálgico de una práctica política perdida en un

pasado festivo y un afán instrumental de una práctica política operativa que se acomoda a las

expectativas que el escenario político espera de ellos.

En consecuencia, la posibilidad de un análisis en torno a la subjetividad política bajo escenarios

que trasparentan el vínculo entre el modelo económico y el político permite avizorar que la transformación

de la subjetividad política puede cambiar el itinerario que hasta ahora ha mostrado ser invulnerable.

2. FENOMENOLOGÍAS DE LO ESPACIAL: LO PÚBLICO Y LO PRIVADO EN TORNO A LA

SUBJETIVIDAD POLÍTICA EN CHILE.

Los años 60 en Chile marcaron una fuerte tendencia a abordar la relación entre sujeto-espacio y

el mundo de la política. Las investigaciones vinculadas a la temática de la marginalidad situaron el debate

de la época sobre las condiciones de marginación que vivía una inmensa mayoría de la población que no

tenía acceso a las ventajas que ofertaba el centro13. Dichas formulaciones se contextualizaron bajo un

escenario político candente en que las visiones sobre la sociedad confrontaron modelos ideológicos

marcados entre un liberalismo económico capitalista liderado por la alianza para las Américas y un

socialismo estatista fuertemente influenciado por la Revolución Cubana y el modelo Soviético.

La relación sujeto-espacio adquiere vital importancia en la escena política ya que la disputa por la

subjetividad que está al margen de la sociedad representa beneficios sustantivos a los actores políticos

frente a las alternativas ideológicas del país. Así, la población que habita la periferia se transforma en el

personaje central de las apuestas programáticas, obligando a los partidos políticos (en particular los del

centro político) a incorporar en sus plataformas iniciativas de integración a la población distanciada de la

toma de decisiones de las políticas de Estado. En este sentido los aportes de Wekemans colaboran en la

13 Wekemans, Roger e Ismael Silva. Marginalidad, promoción popular e integración latinoamericana. Folleto DESAL. Cuaderno de discusión IV (Buenos Aires: Ediciones Triquel, 1970). 57-79. También, Agurto, Irene, “Marginalidad y modernización”, Dimensiones actuales de la sociología. Eds. Manuel Antonio Garreton y Mella Orlando, (Santiago: Bravo y Allendes editores, 1995). Capítulo I.

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tarea del centro político para acercar el mundo popular a sus postulados14. Las tesis sobre la marginalidad

generan un nexo importante entre investigación y acción en las poblaciones, y con las políticas públicas

del gobierno, el concepto de promoción popular llega a constituir una pieza clave de la administración de

Frei Montalva, es decir, la integración de la subjetividad social descontenta con el modelo económico

liberal llega a constituir una necesidad del gobierno15.

La concepción geopolítica del espacio bajo la escena política de la época ubica a un sujeto

territorialmente y lo dota de cierto poderío político. El mundo popular es muy sugerente para las

estructuras partidarias y la escena social adquiere fuerte influencia. En la década de los sesenta las

fronteras de quienes tienen acceso al centro espacial del poder y de quienes no lo tienen forman parte de

las preocupaciones programáticas del sistema de partidos políticos. De esta manera, la relación de lo

público y lo privado tiene fuertes influencias arquitectónicas ya que la ubicación espacial de la subjetividad

no sólo habita en los espacios privados, sino que se socializa en los espacios públicos. La relación

dialéctica entre lo privado y lo público proyecta cierta subjetividad dotada de pertenencia al lugar. La

relación estrecha entre sujeto y población ubica en la escena social de la política a una subjetividad

poderosa en la periferia. Esto fue reconocido bajo la etiqueta social de “el poblador”. Éste, con toda la

carga simbólica que representa para lo político, ingresa en los imaginarios de lo público incrustándose

como una especie de fenomenología poética en la que ser sujeto del territorio es igual a ser sujeto de lo

político. Aquí se estrechan los lazos entre un sujeto apropiado de su contexto social y un espacio que se

adhiere a los sueños de la subjetividad en el mundo exterior. Es así cómo lo describe con maestría

Gastón Bachelard en la poética del espacio:

Precisamente, la fenomenología de la imaginación poética nos permite explorar el ser del hombre como ser de una superficie, de la superficie que separa la región de lo mismo y la región de lo otro. No olvidemos que en esta zona de superficie sensibilizada, antes de ser hay que decir. Decir, si no a los otros, por lo menos a nosotros mismos. Y anticiparse siempre. En esta orientación, el universo de la palabra domina todos los fenómenos del ser, los fenómenos nuevos, se entiende. Por medio del lenguaje poético, ondas de novedad discurren sobre la superficie del ser16.

En este sentido, la apuesta política por la integración de la población a los beneficios del centro no

considera eliminar los significados que tiene para la subjetividad en la periferia su pertenencia al lugar,

más bien, busca plantear el concepto de acceso sin la intención de perjudicar los afectos del sujeto por

los espacios que éste habita. La geopolítica en este ámbito tiene una fuerte correspondencia entre

imaginario colectivo y arquitectura espacial17. Sin embargo, para la subjetividad política de la periferia la

14 Yocelevsky, Ricardo, Democracia Cristiana y el Gobierno de Frei (México: UAM, 1987). 106-108. 15 Gazmuri, Jaime. Eduardo Frei Montalva y su época (Santiago de Chile: Aguilar Ediciones, 2000).16 Bachelard, Gastón. La poética del Espacio (México: Fondo de Cultura Económica, 2000). 192.17 En el escenario político de fines de los años 60, la relación sujeto-espacio es incorporada a un debate global en que la marginalidad y la integración de la masa poblacional se piensa a través de proyectos de regionalización. En el camino que ha

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relación entre sujeto y lo otro dentro del espacio exterior representa un universo intrínseco de vinculación

comunitaria. En otras palabras, hay un sentido poético consolidado, en el cual el hacer política y el lugar

donde se habita confluyen en una misma frecuencia de espacios y en una similar sintonía de tiempos.

Los grandes anhelos políticos planteados en la época de la Unidad Popular, en este sentido, son

el resultado en parte de la incapacidad del modelo económico liberal y la ambigüedad del programa

político del centro por vincular el imaginario colectivo de la periferia con los propósitos de las políticas

públicas de integración al sistema capitalista. De esta manera, el programa de la Izquierda coloca un

fuerte énfasis en el trabajo de las poblaciones sobre la base de la relación entre el imaginario colectivo de

la periferia y el modelo socialista, lo que denomina Salazar y Pinto como la presencia histórica del sujeto

popular en los espacios públicos; es decir, el protagonismo aquí es entendido desde una concepción de

moverse en la historia a una de mover la historia18.

La experiencia de la vía democrática al socialismo ha sido bastamente estudiada, quizás sea

necesario señalar como un aspecto interesante que la relación sujeto-espacio y escena política adquieren

sintonía plena, ya que esta época muestra a un sujeto popular con poderío político. La Unidad Popular

traslada al sujeto de la periferia desde el palco de la historia hacia el escenario de la historia. Después de

años de lucha popular, el sujeto se transforma en personaje dejando en el pasado su estado de

espectador permanente del acontecer político chileno. Esta experiencia política sostiene, como nunca

antes en la historia de Chile, la idea de un sujeto de la periferia espacialmente desbordado en lo público

cuyo “andar” por las avenidas ya no requiere certificados de autorización. En otras palabras, la periferia

sin dejar de ser periferia, se pierde en el centro del escenario político19.

Es por eso que el Golpe de Estado, dentro de la variedad de significaciones que tiene este

hecho, resulta ser decisivo en la separación espacial entre el centro y la periferia. La dictadura restablece

un orden de espacios a través del uso de las armas y la violencia que se desencadena desde el Estado

hacia la población. Esta maniobra busca arrinconar al sujeto en el espacio público y alentar su

desplazamiento hacia el mundo privado. Los estados de sitio por lo general son representativos de

medidas que buscan castrar la relación estrecha entre sujeto privado y sujeto público20.

inspirado Roger Wekemans, Garreton plantea diseños globales de integración de la población a través de estrategias gubernamentales globales. Ver Garreton, Manuel Antonio y Armand Mattelard. Integración Nacional y Marginalidad (Ensayo sobre Regionalización de Chile) (Santiago de Chile: Editorial del Pacífico, Segunda edición, 1969). Capítulo I. 18 Salazar, Gabriel y Julio Pinto. Historia de Chile contemporánea II: Actores, Identidad y Movimiento (Santiago de Chile: LOM Ediciones, 2002). 93-97.19 La posesión que adquiere la subjetividad política en la periferia transforma lo público en una festividad. La fiesta se desparrama para el poblador durante los tres años de la Unidad popular. Sin embargo, aquello pronto sería parte de un drama en que la subjetividad política se ve forzada a retornar a la periferia. Lo público desde ese momento se transforma en un espacio trágico producto de la derrota. Ver Moulian, Tomás. La forja de ilusiones: el sistema de partidos políticos 1932-1973 (Santiago de Chile: ARCIS-FLACSO, 1993). Ver en particular “Fiesta, Drama y Derrota”. 20 Schmitt, Carl. La dictadura desde los comienzos del pensamiento moderno de la soberanía hasta la lucha de clases (España: Alianza Editorial, 1999).

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El periodo de la dictadura militar en Chile fortalece una política estratégica que apunta a la

disolución de la relación dialéctica de lo público y lo privado. En esta relación, precisamente, se

comienzan a socavar las significaciones históricas que el sujeto de la periferia recrea en el imaginario

colectivo como adhesivas a su sentido de vida21. La violencia desatada por los militares no sólo buscó la

eliminación corporal del adversario político sino que, además, también intentó separar las esferas de lo

público y lo privado como proceso de disolución de lo político. La disolución tuvo como consecuencia la

pérdida de fuerza de la subjetividad protagónica frente a una subjetividad que se repliega y se trasforma

en espectadora. Esto sólo era posible bajo la idea de mantener a la sociedad chilena en un permanente

estado de excepción, el cual Giorgio Agamben lo define como la tierra de nadie entre el derecho público y

el derecho político o entre el orden jurídico y la vida22. Las trasformaciones que se llevan acabo durante la

dictadura militar afectan directamente a la subjetividad política y en particular a la que se encuentra en la

periferia. Los diseños implementados al calor de la violencia Estatal buscan disciplinar un sujeto

protagónico en la política pública y arrastrarlo a la escena privada. Esto forma parte de la estrategia de

conciliar un modelo económico neoliberal precoz con un sistema político desmantelado de la participación

y la promoción popular. Tales trasformaciones son la figura de la tendencia contemporánea a la disolución

del sujeto público, esto es, activo en lo social y desmovilizador en lo político. En el fondo es el paso del

testigo de los acontecimientos al espectador de los hechos:

Se había vuelto lógico para las gentes considerar como hombres de personalidad especial y superior a aquéllos que podían exhibir activamente sus emociones en público, ya fuesen artistas o políticos. Estos hombres debían controlar al público, más que interactuar con él, frente al cual aparecían. Paulatinamente el público perdió su fe en sí mismo para juzgar a estos hombres; se transformó en un espectador más que en un testigo. Por lo tanto, el público perdió un sentido de sí mismo como una fuerza activa, como un “público”.23

Los diseños económicos y políticos de la dictadura militar apuntaron hacia la trasformación profunda de

una subjetividad habituada a la ocupación del espacio público como lugar de convivencia y como símbolo

de lucha frente a las injusticias del sistema político. Los mecanismos de disciplinamiento, corporales en

su intensidad (la desaparición y la tortura) y ambientales como proceso (restricción de los espacios

públicos) socavan los cimientos históricos del sujeto de las periferias acostumbrado a desplegar la

subjetividad sin traumas políticos ni complejos sociales.

Por otra parte, difícil es la lectura que se puede realizar de la época de los años 80 con la

irrupción de los pobladores en los espacios públicos, es decir, a través de las protestas y paros

21 Urrutia, Miguel y Sergio Villalobos, “Memorias antagonistas, excepcionalidad y biopolítica en la historia social popular chilena”, De-Rotar 1 (2009).22 Agamben, Giorgio. El Estado de Excepción, Homo sacer II, 1 (Valencia-España: Pre-textos, 2004).10.23 Sennett, Richard. Ibid, 323.

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nacionales que comienzan a convocarse a partir del año 83. Una lectura posible es el restablecimiento de

la subjetividad periférica heredera de los movimientos históricos de lucha social, precisamente porque

revela al sistema dictatorial bajo un escenario incipiente de oposición política. Se podría señalar que aquí

se manifiestan los primeros indicios de resistencia de una subjetividad en peligro de extinción frente a los

procesos de exterminación que a través de la violencia estatal buscan establecer los límites de lo público

y lo privado para la actividad social y política.

Dentro de este escenario, se podría señalar también que la unión entre una élite política

opositora y una subjetividad periférica logra mantener con vida cierta unión entre sujeto de la política y

espacio público. Los movimientos de pobladores durante los años 80 muestran no sólo la oposición a la

irracionalidad militar, sino también la resistencia a la trasformación del imaginario colectivo empoderado

de lo público24. De esta manera, los intereses de la élite política son recuperar el poder bajo la idea de

reconstruir la democracia. Por otro lado caminan los intereses de la subjetividad política de la periferia

bajo la idea de recuperar la comunión entre protagonismo histórico y ocupación del espacio público.

En este sentido, los propósitos de la transición democrática delineados al calor de las protestas y

paros nacionales en la década de los 80 son los primeros indicios en que la élite gobernante intenta

conciliar recuperación de la democracia con la aceptación de las transformaciones a la subjetividad en el

espacio público. Es por esta razón que la situación de los movimientos sociales en la década puede ser

entendida como un chivo expiatorio que las estructuras políticas de la centro-izquierda utilizan como

fuente de negociación para ablandar los cimientos en que se sostiene el sistema dictatorial25. Por lo tanto,

una de las facetas del llamado acuerdo democrático entre los partidos opositores y la dictadura es

disminuir la intensidad que los movimientos sociales y poblacionales tenían en el espacio público.

Las estructuras políticas de la naciente Concertación dan señales de disolución de los

movimientos populares como una forma de evitar conflictos y tensiones sociales en la llamada

reconstrucción democrática de Chile. Así, la periferia, por de pronto, pierde preponderancia en su vínculo

entre imaginario colectivo y pertenencia espacial. El paso de la dictadura a la élite política de la

Concertación confirma que las trasformaciones del escenario político quedan postergadas, asumiendo

una estrategia de gobierno que comienza a consolidar los pilares diseñados por la dictadura bajo una

24 La Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) realiza diversas investigaciones en territorios de la periferia de Santiago sobre iniciativas de resistencia al modelo dictatorial y que vinculan la unión entre sujeto y espacio público. Las ollas comunes, los comprando juntos, los festivales de la cultura, el teatro poblacional, etc., representan para la época la manifestación de un movimiento poblacional que retoma la relación con el espacio público de la población. Ver Gallardo, Bernarda, “El redescubrimiento del carácter social del hambre. Las Ollas comunes”, Espacio y Poder: Los pobladores. Ed. Jorge Chateau, (Santiago de Chile: FLACSO, 1987). 25 Los historiadores sociales indican que los movimientos sociales y en particular, los movimientos de pobladores son socavados en su base por los partidos de la naciente Concertación. Esta operación se lleva acabo como un requisito para que el sistema de transición democrática no sufra alteraciones que vuelvan a alentar a los militares a intervenir en el sistema político. Ver Garcés, Mario, “Izquierda y movimiento popular: Viejas y nuevas tensiones de la política popular Chilena”, Revista Proposiciones 24 (1994).

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cosmética de apertura a la participación de la población en los desafíos de la democracia 26. De esta

manera, los movimientos sociales y poblacionales en los años 80 pueden ser leídos como un

acontecimiento político que contrarresta la expansión política de la dictadura (en lo electoral), pero no

altera las bases que la dictadura diseñó (en lo político) para la transformación de la subjetividad en el

espacio público. Desde una mirada retrospectiva no resulta extraño que la periferia popular pierda

contenido político a partir de los años 90. Esta pérdida es remplazada por un contenido criminalizante de

la actividad poblacional en los espacios públicos. La relación de pertenencia con el espacio va,

paulatinamente, diluyendo una subjetividad apropiada a lo público y va consolidando una subjetividad que

se refugia en los espacios privados. La experiencia chilena de castración de los espacios públicos es la

fiel tendencia mundial en los países occidentales que tienden a disminuir la importancia del sujeto

político/periférico dentro de los imaginarios de convivencia colectiva. Según Sennett “actualmente, el

desarrollo de la personalidad es el desarrollo de la personalidad de un refugiado. Nuestra fundamental

ambivalencia hacia la conducta agresiva es el resultado de esta mentalidad de refugiado: la agresión

puede ser una necesidad en las cuestiones humanas, pero hemos llegado a considerarla como un rasgo

personal detestable”27.

La construcción democrática en los años 90 bajo el ángulo de la ocupación de los espacios

públicos encierra su más profunda paradoja. Los diseños institucionales a través de políticas estatales

ponen los énfasis en los aspectos arquitectónicos y espaciales de lo público. Lo que se denomina la

recuperación de los espacios públicos no apunta a una concepción de lo político de una subjetividad que

activa colectivamente sentidos en el mundo exterior, sino, más bien, es una concepción que entiende el

rescate de los espacios de cierta subjetividad que criminaliza lo público. Es decir, la subjetividad en la

periferia ya no es invitada a copar los espacios del exterior para tensionar el sistema político sino, por el

contrario, es “invitada” a enfrentarse a una supuesta subjetividad lumpérica y marginalizada que vive en

su propio lugar y que amenaza la convivencia comunitaria28.

Según Thayer estas prácticas son el resultado de subjetividades que han mutado su figura

producto de las transformaciones culturales implementadas con posterioridad al golpe de estado de 1973.

Detrás de estas transformaciones hay una especie de refuerzo de la instalación de la democracia sin el

contenido de lo público (lo político) y, por otro lado, la instalación de la participación sin el contenido de la

26 Moulian, Tomás. Las contradicciones del desarrollo político chileno (Santiago de Chile: ARCIS-LOM, 2009). 117-128.27 Ibid, 322. 28 En los inicios de la década de los años 90, una serie de instituciones y profesionales son convocados a analizar los posibles problemas que va a enfrentar la transición democrática. El denominador común de estos trabajos apunta a problemas sociales vinculados al consumo de drogas, tráfico, delincuencia callejera, etc. En este sentido, las poblaciones pierden el vínculo político con el espacio público que se había descrito en los años 80. Ver en particular Vío Grossi, Gonzalo, “Expresiones de violencia juvenil”, Expresiones de la violencia juvenil, un desafío para la democracia (Santiago: PIIE, 1991). Auth, José, “Afirmaciones, hipótesis, preguntas e invitaciones a un actor virtual”, Jóvenes en Chile hoy (Santiago: CIDE, 1990).

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colectividad (lo social) y la potencialidad de una subjetividad en apariencia demandante, pero sujetada por

la institucionalidad (lo cultural). Es lo que Thayer denomina, “La escena sin representación política”29.

La participación política de la ciudadanía en la transición democrática, no altera la agenda

diseñada en la dictadura, ya que la militancia de izquierda (heredera de una tradición protagónica en la

escena política chilena) sigue conservando su sitial de espectador a la que fue arrastrada a partir del

Golpe de estado de 1973. La confirmación de una cierta episteme autoritaria está en las venas de los

gobiernos concertacionistas. Esto con frecuencia es mostrado a través de un discurso de participación

ciudadana de los actores institucionales y a la vez, la puesta en marcha de una práctica policial basada

en la contención represiva de la subjetividad en los espacios públicos30. El nudo neurótico del discurso

transicional no ha logrado resolver el contenido teórico que alienta a la subjetividad política hacia un rol

protagónico en la escena social y, a la vez, a vivir del temor latente de una subjetividad que desborda los

espacios públicos31.

La escena postdictatorial confirma que las transformaciones de la subjetividad social y política

delineadas en la dictadura han sido profundizadas y no erradicadas por las administraciones de la

Concertación en estas últimas décadas. Hay detrás de las políticas estatales una operación de

disciplinamiento de la subjetividad en la periferia, ayudado por la profundidad que ha adquirido el modelo

económico neoliberal en Chile y que ha permeado los tejidos sociales confirmando, así, que las prácticas

sociales en estos tiempos requieren de la configuración de una subjetividad apegada a las aspiraciones

que el libre mercado requiere. Por lo tanto, el disciplinamiento político de la subjetividad tiene una fuerte

correspondencia con los requisitos que el modelo neoliberal exige de la población para ejercer los pilares

de la oferta y la demanda32.

La geopolítica clásica, que observa al sujeto con relación a un espacio físico concreto, pierde

fuerza frente a una subjetividad que comienza a desprenderse de la pertenencia simbólica al espacio de

la periferia. La concepción del ciudadano como sujeto parte de una ciudad y no de un lugar específico en

la escena social de los años 90, y recrea una ciudadanía desterritorializada que bajo la idea de acceso al

mercado de bienes puede igualar simbólicamente lo que otros sectores de la sociedad tienen 33. La

masificación del crédito, el aumento del endeudamiento ciudadano y la intensidad del consumo son los

soportes en los cuales se sostiene la transformación de la subjetividad, cuya característica es que se

29 Thayer, Willy. Ibid, 15-46.30 Rancière, Jacques. El odio a la democracia (España: Amorrortu, 2006). 60-75. 31Rancière analiza la relación de la subjetividad y el poder sobre dos esferas de lo político en que gobierno y ciudadanía confluyen o colisionan dentro de la sociedad. Así, expresa que lo político es el encuentro de dos procesos: el policial (ligado al gobierno) y el igualitario (ligado a la organización y reunión de los hombres en comunidad). Ver Política, policía y democracia (Santiago de Chile: LOM Ediciones, 2007). 17- 18. 32 Guattari, Felix. La cartografía del deseo (Buenos Aires: Ediciones La Marca,1995). 37-61. 33 Negri,Toni y Michael Hardt. Imperio (Cambridge-Massachussets: Harvard University Press, 2000). 17-23.

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despopulariza y asume una configuración fantasiosa de protagonismo social dentro del modelo

neoliberal34.

La escena social parece promisoria de un modelo neoliberal incrustado en el imaginario colectivo

de la sociedad, ya que la subjetividad recrea ilusoriamente un protagonismo en el mercado y a la vez,

asume una posición de espectador de la escena política. La relación se muestra como ideal para el

avance del modelo económico que necesita contención política y desregulación económica. Quizás este

aspecto resulte sustancial para comprender dentro de la Concertación la habitabilidad de una concepción

progresista de centro izquierda que inspire principios socialistas en lo político y administre el país

económicamente desde el libre mercado. Para el capital chileno y la inversión extranjera esta

combinación ha permitido que el malestar latente de la ciudadanía con medidas que benefician a los

sectores privilegiados de la sociedad sea contenida por cierta culpabilidad del imaginario político de

izquierda. Esto está destinado a evitar la tensión entre movimiento ciudadano y gobiernos de

administración progresista.

De este modo, llama la atención que durante los años de transición las políticas públicas hayan

estado orientadas a los aspectos espaciales de lo público cuando las transformaciones que va sufriendo

la subjetividad apuntan en la dirección contraria. La pérdida de preponderancia sobre la pertenencia al

lugar justamente facilita la construcción de una subjetividad—a pesar de que habite ese espacio desde la

vida privada—que se desprende del espacio público de la periferia. Es a través de descartar una

pertenencia a la población cómo el poblador construye su propia fantasía de habitante de la ciudad. En el

fondo, ser sujeto de la ciudad parece menos pecaminoso que ser sujeto de la población, de esta manera

la periferia pierde su frontera con el centro35.

Los tiempos de la postdictadura han mostrado el peor rostro de los espacios públicos populares

ya que estos lugares solamente se vinculan con la delincuencia. La diversidad de diagnósticos realizados

por instituciones privadas y del gobierno han puesto los énfasis en la seguridad pública y en los riesgos

que enfrenta la comunidad en las calles y plazas de los barrios, incentivando a que la población se refugie

en sus casas36. Este tipo de política pública ha profundizado el proceso de trasformación de la

34 Moulian, Tomás. Chile actual: anatomía de un mito (Santiago de Chile: ARCIS-LOM, 1997).35 Es significativo el cambio del imaginario colectivo de población periférica de los años 60 y el que emerge en los años 90. La tendencia hacia la criminalización de las calles de la población conlleva a que el sujeto erosione su relación con el espacio público gatillando con ello un desprendimiento social con el lugar. Es ilustrativo visualizar poblaciones como La Victoria, La Legua, y Pablo de Rocka que pierden su vínculo de lo espacial y lo político. Estos lugares en los años 90 representan un desprestigio para la población que las habita ya que dificulta su inserción en el mercado laboral. Por lo tanto, muchos pobladores comienzan a desvincularse socialmente de los espacios públicos de la población a pesar de que siguen viviendo ahí. 36 Durante los años 90 el centro de investigación de temas de seguridad pública vinculada a la Derecha (Paz Ciudadana) realiza de manera permanente diagnósticos sobre los peligros y la inseguridad en los espacios públicos de las poblaciones de Chile. Los problemas de la delincuencia y el temor comunitario son los temas prioritarios de las agendas gubernamentales de la época.

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subjetividad que ahora ve en los espacios públicos lugares que no tienen el sentido comunitario de

épocas anteriores.

Hay, en la concepción espacial de lo público, una perspectiva fenomenológica que atraviesa la

discusión en torno a las transformaciones de la subjetividad política; la periferia ingresa en los marcos de

análisis como un fenómeno que asocia lo público a espacios peligrosos y de inseguridad social. Las

ilustraciones en estos años son sustanciosas en la relación entre crimen y espacios públicos

poblacionales. En la propagación de esta imagen (población=crimen) la periferia popular ha arrastrado a

la subjetividad habitante a desactivarse de un sentido de pertenencia al lugar. De esta manera, esta

fenomenología opera como un dispositivo en que el sujeto recrea la vida privada como un ensueño. La

ilusión es que la casa sea el lugar ideal para desarrollar la vida en protección y seguridad. En este

sentido, la idea del espacio en Bachelard nos ayuda a comprender esta tendencia:

En esas condiciones, si nos preguntaran cuál es el beneficio más precioso de la casa, diríamos: la casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz. No son únicamente los pensamientos y las experiencias los que sancionan los valores humanos. Al ensueño le pertenecen valores que marcan al hombre en su profundidad. El ensueño tiene incluso un privilegio de autovalorización. Goza directamente de su ser. Entonces, los lugares donde se ha vivido el ensueño se restituyen por ellos mismos en un nuevo ensueño. Porque los recuerdos de las antiguas moradas se reviven como ensueños, las moradas del pasado son en nosotros imperecederas37.

Por cierto que la dimensión espacial resulta relevante e incidente para comprender fenómenos asociados

a la desactivación de la relación entre lo público y lo privado dentro de la sociedad postdictatorial. Las

políticas orientadas hacia la construcción y revitalización de espacios públicos en las poblaciones

colaboran en mejorar los estados de convivencia comunitaria. Sin embargo, no basta con masificar las

poblaciones de plazas, parques y canchas deportivas aludiendo con ello a que la subjetividad que habitan

estos sectores tendrá una equilibrada relación entre lo privado y lo público. Parece en este caso

importante profundizar en la esfera de lo político para comprender algunos aspectos que inciden en el

deterioro de la relación sujeto-espacio dentro de la escena social de estos tiempos. La preponderancia

que ha adquirido la esfera privada sobre la esfera pública ha producido un efecto nocivo en la relación del

sujeto con lo político ya que justamente esta situación ha fortalecido el proceso de desmovilización del

imaginario subjetivo de la política. Esta es la idea que señala Sennett para sostener la pérdida de

equilibrio entre lo público y lo privado:

En respuesta al temor al vacío, las gentes conciben a la política como un dominio en el que la personalidad será declarada vigorosamente. Entonces se transforman en los espectadores pasivos de un personaje político que le ofrece sus intenciones, sus sentimientos, más que sus actos, para que los consuman. O, cuanto más consideren las

37 Bachelard, Gastón. Ibid, 29.

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gentes al dominio político como la oportunidad para rebelarse entre ellas a través de compartir una personalidad común y colectiva, más se apartan de emplear su fraternidad para cambiar las condiciones sociales.38

La tendencia de los años 90 al repliegue de la población hacia los espacios privados ha sido

caracterizada como la época de la despolitización de la práctica social. Lo que se ha tendido a llamar “la

pospolítica de la escena social chilena”, ha estado asociada a una relación estrecha entre desactivación

del sujeto de lo público y fortalecimiento de la autorrealización personal afincada en una subjetividad que

se refugia en lo privado. La política como imaginario colectivo en la avenida pública se desvanece

perdiendo credenciales como espacio de recreación de lo exterior39. Esto es lo que Norbert Lechner

asocia con la infelicidad social; es decir, al no tener espacios de libertad para desarrollar una subjetividad

plena, aumenta el miedo y la desconfianza de la ciudadanía con respecto a la comunidad fortaleciéndose

un proceso sostenido de vaciamiento de los espacios público-poblacionales40. Esto tiene como resultado

el deterioro del espacio público.

¿Qué subjetividades se manifiestan bajo un escenario que da cuenta de tal deterioro de lo

público? ¿Qué implicancias tiene para lo político el desalojo de los espacios públicos de las poblaciones?

En una aproximación general vale sostener que la trasformación de la subjetividad política que hemos

descrito en estas páginas se da bajo el escenario de perpetuación de la episteme autoritaria de los

diseños políticos de la Concertación. Esto ha facilitado en sus prácticas sociales, la configuración de

subjetividades que se han acondicionado a políticas restrictivas del espacio público. Entonces las

configuraciones que ha adoptado la subjetividad dentro de las prácticas sociales de la escena política

postdictatorial han modificado la forma en que tradicionalmente se ha considerado la relación sujeto-

espacio.

La relación estrecha que se tenía en décadas anteriores entre el sujeto y el espacio público de la

periferia se ha diluido. La subjetividad política bajo los contextos señalados de incertidumbre y peligro de

los espacios públicos ha girado hacia un desarrollo de la esfera privada. Aquí ha buscado el equilibrio

entre lo público y lo privado al calor de la sala de estar como lo describe Humberto Giannini al figurar un

desbalance entre un sujeto íntimo dotado de una existencia para el dormitorio y un actor debilitado en lo

público que se acoge a un escenario exterior, modelado por una comunidad demandante que exige cierta

imagen social. En la reflexión de Giannini esta tendencia hacia la vida íntima arrastra a la subjetividad a

componer una relación con el mundo exterior basado en la construcción de una imagen social que no

38 Sennet, Richard. Ibid, 323.39 Esposito, Roberto. Categorías de lo impolítico (Buenos Aires: Ediciones Katz, 2006). 158-174.40 Lechner, Norbert. Las sombras del mañana: La dimensión subjetiva de la política (Santiago de Chile : LOM Ediciones, 2002). 43-60.

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necesariamente tiene una correspondencia interna con la imagen privada. De esta manera, la

configuración de la subjetividad queda atrapada en un complejo desequilibrio entre lo que podemos

denominar la disponibilidad “de sí” para copar los espacios y la disponibilidad de un “para sí” de

apropiación política de los espacios41.

Al parecer se está frente a la presencia de una modificación de las prácticas sociales en que se

configura la subjetividad política. La relación de lo interno y lo externo no sólo estaría supeditada a una

condición espacial del sujeto, sino también a una cierta movilidad imaginaria de la subjetividad que

permite relacionar estrechamente el repliegue del sujeto hacia la vida privada con una conformación de

prácticas sociales en las que la subjetividad adquiere una doble corporalidad. Lo exterior y lo interior

formarían parte, en tiempos de la transición, de una complejidad mayor en la trasformación de esta

subjetividad. Según Bachelard esta relación no se da en una oposición franca, ya que lo interno y lo

externo están en una disimetría:

Ante todo hay que comprobar que los dos términos, fuera y dentro, plantean en antropología metafísica problemas que no son simétricos. Hacer concreto lo de dentro y vasto lo de fuera son, parece ser, las tareas iniciales, los primeros problemas, de una antropología de la imaginación. Entre lo concreto y lo vasto, la oposición no es franca. Al menor toque, aparece la disimetría. Y así sucede siempre: lo de dentro y lo de fuera no reciben de igual manera los calificativos, esos calificativos que son la medida de nuestra adhesión a las cosas. No se pueden vivir de la misma manera los calificativos que corresponden a lo de dentro y a lo de fuera42.

En otras palabras, habría una agudización en las formas de vida sobre la construcción de un muro entre

lo público y lo privado. La vida estaría en una bipolaridad entre un individuo íntimo (escondido) y un actor

fabricado para lo social. Aquí habría un sujeto sujetado en lo exterior y un individuo aprisionado-contenido

en lo privado43. De esta forma es relevante considerar nuevamente la dimensión subjetiva para

comprender la compleja relación entre sujeto y política en la época de la transición. Según Lechner la

caída de los mapas mentales para pensar y soñar una sociedad mejor dificultan a las personas la idea de

asumirse como sujetos de su historia y de recrearla en conjunto. Las lecturas que se realizan de la

subjetividad en los escenarios de la política en los años 90 dan cuenta de que pensar lo político en

contextos de disturbio ideológico tiene una fuerte correspondencia con la desocupación de los espacios

públicos44. Así, los escenarios del Chile de hoy ubican en el mapa social cierta subjetividad que penetra

los imaginarios comunitarios atemorizados de una noción de colectividad en el espacio exterior. La

debilidad que han mostrado las manifestaciones ciudadanas en los últimos años con la creencia a

41 Giannini, Humberto. La reflexión cotidiana: hacia una arqueología de la experiencia (Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1996). 95-117.42 Bachelard, Gastón. Ibid, 188.43 Sennet, Richard. Ibid, 321-331. 44 Lechner, Norbert. Ibid, 23-50.

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reactivar los movimientos sociales en los espacios públicos se ha encontrado con la desacreditación de la

calle como lugar de lo político. Lo más gráfico de esta situación es la llamada revolución de los pingüinos

(paro de estudiantes secundarios), movimiento que en sus inicios tuvo fuerte apoyo ciudadano pero que

en el transcurrir del tiempo sus acciones en la calle fueron perdiendo crédito por parte de la opinión

pública.

Una de las dificultades que deben enfrentar los movimientos sociales en sus demandas al

gobierno es sostener en los espacios públicos la presión social para negociar sus reivindicaciones, cuyo

enemigo principal es la duración del conflicto en las calles. La debilidad que deben contrarrestar estos

movimientos es la desacreditación que el sistema político ha alentado de la participación política en los

lugares públicos. La pérdida de protagonismo de un sujeto político, concebido en los años 60 como un

actor central de la escena política, queda en la actualidad situado en roles secundarios, sin capacidad

política de incidir en la agenda nacional. Ahora, el sujeto de la periferia debe esperar y no demandar las

señales del Estado.

En este sentido, la configuración que ha ido acogiendo la subjetividad política bajo un contexto de

prácticas sociales cuestionadas en el espacio público ha diluido la relación sujeto-espacio desde la

arquitectura espacial. Las transformaciones a la subjetividad periférica desde lo político han lateralizado

su movimiento, sin embargo, esta lateralización no tiene un territorio específico de pertenencia 45. Esta

subjetividad que se lateraliza busca disminuir los impositivos de un escenario en permanente transición

política que regula y cautela los movimientos de los sujetos en el centro del espacio público. La periferia

aparece por de pronto, como una oportunidad más que un defecto para el sujeto. En tal sentido, la

lateralización de la subjetividad relaja la sujeción sobre el control normativo que ejerce el sistema

institucional político del país.

La subjetividad periférica adquiere fuerza en la sociedad postdictatorial bajo un contexto que

promueve un ambiente ambiguo y dubitante en torno a la participación social y política. La democracia

está siempre en construcción, pero a la vez la subjetividad esta siempre en constitución. Sólo basta

recordar que los gobiernos de la Concertación han desarrollado un discurso ciudadano de participación

pública que permanentemente colisiona con esporádicos reventones en las calles. Los temores de la

45 La idea de sujeto lateralizado no sólo considera la posición que la subjetividad adopta en términos de habitar la frontera de la inclusión-exclusión, sino que además ejerce una visión panorámica de la sociedad. Lateralizarse significa también una visión óptica, en que la torre del panóptico no está en el centro sino en los bordes del círculo. Habitar los bordes del círculo sin entrar ni salir da una perspectiva global. Sin embargo, en los tiempos de la transición política esta dinámica subjetiva ha estado ligada a cierto acondicionamiento del sujeto para no sufrir con la ambigüedad del sistema. Es interesante observar la novela Mano de Obra de Diamela Eltit sobre la vida en el supermercado donde el panóptico vive con su contra-panóptico y la subjetividad ahí esta sujetada. El supermercado es el templo del consumo que diluye al sujeto social y precariza su condición. Sin embargo, es una subjetividad panorámica (desde lo óptico) que es absolutamente promiscua al control pero que a la vez, juega con él para sacar ventajas. Eltit, Damiela. Mano de Obra (Santiago de Chile: Seix Barral, 2002).

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institucionalidad se evidencian y con ellos aparecen los dispositivos de contención social y represión

policial.

El desafío parece poderoso porque la instituida aparición de la subjetividad periférica bajo

escenarios donde ha predominado la práctica policial en los espacios públicos queda abierta frente a una

escena que se observa distinta a la forma en que se cautela el espacio público. Las concepciones sobre

la seguridad pública, que afectan directamente a la subjetividad política desplegada en lo público,

adquieren una práctica militarizada. En este sentido, la comprensión sobre las transformaciones del

espacio público, las cuales han penetrado en la subjetividad política, necesitan de un tiempo para percibir

si el cambio en la política de enfrentamiento de la relación entre sujeto y espacio tendrá una nueva

configuración en la escena social.

3. SUBJETIVIDAD Y EXIGENCIA DE LO OTRO.

En Chile asistimos a la decadencia de una forma de hacer la política, la cual ha sido puesta en

duda en la última elección presidencial del año 2010. La ciudadanía puso un freno a las aspiraciones de

las élites concertacionistas por seguir perpetuando la receta que la mantuvo en el poder durante veinte

años (relación entre sistema político progresista y sistema económico neoliberal). Lo interesante de esta

nueva etapa de la política nacional es la disolución de cierta hipocresía de las clases dirigentes al

administrar el modelo político con tintes progresistas, pero con un modelo económico librecambista. En

adelante, la presencia de la derecha pinochetista en el poder ejecutivo abre nuevas perspectivas para la

subjetividad política ya que la perpetuación de la llamada gobernabilidad ahora transparenta su

continuidad. En este sentido, la escena política pierde su velo y se ve enfrentada a un ejercicio de

transparencia frente a la ciudadanía. La derecha logra hacer convivir en un mismo escenario las

apetencias de un mercado abierto y sin regulaciones con la práctica de una política de gobierno

conservadora. En este ámbito la interrogante que se viene es saber cómo se va a movilizar el imaginario

político militante sin el velo de una política vestida sobre el ropaje de la responsabilidad y el cuidado de la

democracia.

La tendencia de estos años ha sido la de diluir en lo espacial la relación sujeto-espacio dentro del

escenario actual y la de debilitar la relación con el territorio que pone a la subjetividad política en la

frontera. Hay muchos que ya han pensado que esta situación tendrá un cambio sustantivo. Por ejemplo,

se piensa que la subjetividad política retomará una relación intrínseca con el espacio público de la

periferia porque los militantes que antes ocuparon funciones en el Estado ahora retornarán al trabajo en

las poblaciones. A pesar de que esta situación pueda dares, con militantes masivamente rearticulando

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organización poblacional, esto no garantiza que la relación sujeto-espacio retome cursos de épocas de

antaño por el sólo hecho electoral que la derecha asuma el poder global.

Una de las razones que dificultan este proceso es la argumentación que manifiesta cierta lógica

política en que vuelve a colocar al sujeto popular en el centro. Sin embargo, las buenas intenciones de

reposicionar a la subjetividad en papeles políticos protagónicos, justamente, colisionan con las

trasformaciones que ha sufrido la subjetividad política y el espacio público. La idea que sostienen Negri y

Hardt sobre la desterritorialización de las esferas del poder da algunas luces sobre la dirección que toman

los acontecimientos de la política chilena. Es decir, hay una transparencia entre modelo político y

económico, pero esto no va a provocar un efecto simultáneo sobre la concepción tradicional de la relación

entre sujeto y espacio territorial en tanto sujeto popular protagonista de lo político46. La complejidad está

ahí, es decir, en el lugar donde por lo general el poder ya no habita.

En tal sentido, el desafío de la relación sujeto-espacio dentro de esta modificación del escenario

político no debiera llevar a la tentación de pensar que se repone una convivencia entre subjetividad

política y periferia territorial. Puede ser que, en adelante, el trabajo poblacional retome dimensiones

organizativas de periodos del pasado, sin embargo, aquello no asegura la descomposición de los

dispositivos culturales (desideologización de la actividad partidaria, despopularización, criminalización de

la participación) implementados por la dictadura y perpetuados por los gobiernos concertacionistas.

La cuestión de la militancia y su labor política tiene que ver hoy con resolver la forma en que se

aborda la relación con el otro (o con los otros), ya que éste no es el sujeto abierto a una evangelización,

como en los años 60. Esto requiere pensar sobre lo que hay ahí afuera, con sus complejidades y

obstáculos. De este modo, un camino posible que restituya lo político y permita desmotar las

complejidades que pueden manifestarse en la relación del sujeto y el espacio público aparece en una

reflexión más detenida en la relación entre subjetividad y el otro político. Sí el escenario actual permitiera

una convivencia distinta entre la política y lo político sin los chantajes de la élite política concertacionista—

la cual durante estos años ha condicionado la movilidad social de la militancia—entonces, sería necesario

una mirada reflexiva al sujeto militante con respecto a imaginarios en los que lo otro forma parte de la

exigencia de lo político.

Si las lecturas de esta subjetividad se pensaran como posibilidad de desprendimientos de

configuraciones basados en las exigencias de responsabilidad política (que hasta la fecha han

predominado) y se trasladaran a una condición en que la exigencia retomara imaginarios basados en lo

político, entonces, aquí hablaríamos de una subjetividad que configura sus propias prácticas políticas en

el escenario social. Sin embargo, para no caer en un idealismo atarantado sobre la subjetividad y lo

político es relevante que la reflexión tenga una dirección sobre los componentes en que el existente de lo 46 Negri, Toni y Michael Hardt. Ibid, 28-34.

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político ha delineado sobre el existir una existencia47. Tal y como expone Levinas “la aparición de un

existente es la constitución misma de un poder, de una libertad en un existir que, en cuanto tal,

permanecería radicalmente anónimo. Para que pueda haber un existente en este existir anónimo es

preciso que sea posible una salida de sí y un retorno a sí, es decir la acción propia de la identidad”48.

Tomando en cuenta el análisis sobre los existentes que configuran la exigencia de lo político, se

observa que la década de los años 90 muestra que la militancia desestima lo doctrinario y que asume la

acción política de manera instrumental. Esta exigencia se ubica en un contexto en que la tendencia

mundial hacia la despolitización de la actividad política se conjuga con los propósitos de las transiciones

democráticas latinoamericanas. Así es como la época de la despolitización impacta en la casa de los

propios partidos de izquierda que comienzan a acomodarse a formas organizativas, en las cuales lo

doctrinario pierde centralidad y la estructura se adecua a propósitos técnicos electorales. En

consecuencia, la militancia adquiere nuevas exigencias que ya no están en la misión ideológica sobre el

otro, sino más bien en la función y la utilidad.

De este modo la exigencia como un “existente” muestra cómo los escenarios de la década de

los 90 promueven un ejercicio de la actividad política desmantelada de una concepción de lo político.

Aquí la pérdida de equilibrio entre lo político y la política impacta con fuerza en el “existir” de la militancia.

La época es bastante gráfica como para observar que los conceptos de responsabilidad e

instrumentalización predominan en los imaginarios militantes y las prácticas sociales de la vida política

generan participación partidaria, aunque se trate de una participación vaciada de contenidos49.

Lo político y la política tienen una correspondencia fundamental para entender la importancia

que tiene la distinción entre lo público y lo privado dentro de las sociedades occidentales. Cuando lo

público es cercenado en nombre del control y el orden social, la afección es profunda hacia lo político. Por

ejemplo, Hanna Arendt enfatiza sobre la idea de un equilibrio entre el afán individual y el afán hacia el

bien común. La esencia de la actividad política se juega en lo público de ahí que el horizonte es el bien

común y lo colectivo. Sin embargo, dentro de la actividad política lo privado forma parte del universo de lo

político cuando el afán individual comprende lo trascendental de la vida que está en la convivencia

humana50. Lo político se constituye en el sentido de la política y la vida pública adquiere significado sobre

sujetos que comprenden lo público como la trascendencia del bien colectivo. En este sentido, la

despolitización es la negación de esa trascendencia ya que privatiza lo político y desaloja la subjetividad 47 Levinas, Emanuel. Ética e infinito (Madrid: Ediciones La Balsa de la Medusa,1991). 43-51. También del autor ver El tiempo y el otro (España: Paidos, 1993). 67-92.48 Levinas, Emanuel. El tiempo y el otro. Ibid, 89.49 Podríamos usar el concepto de sustracción para observar la tendencia en los 90 hacia una subjetividad en apariencia activa desde la política pero que sufre la extracción de la esencia de lo político. Es decir, la sustracción como algo que tira por abajo y que no es visible desde su superficie. De este modo la subjetividad recrea lo político bajo una seducción sin concepto y legitima la actividad política sin la idea. Badiou, Alain. Condiciones (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2002). 171-186.50 Arendt, Hanna. La condición Humana (España: Paidos, 1993). Capítulo II, “La esfera pública y la privada”.

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de lo público. Esto se traduce en que el afán individual predomina en la política y, con ello, destituye lo

político.

Esta es la tensión entre el afán individual y el afán hacia el bien común que evidencian las

democracias liberales como paradigmas exclusivos de sociedades de convivencia humana plena. Las

dificultades que en el transcurrir de la historia moderna enfrenta este modelo, están dadas por el

antagonismo entre una democracia real y otra formal ya que esta tensión ha estado presente en las

experiencias de democracias latinoamericanas posteriores a las dictaduras que han realzado los valores

de la democracia liberal a un costo alto de injusticia social.

Las buenas intenciones para abordar un ideal de democracia sobre las formas es el campo

abierto a las contradicciones de las élites progresistas. La experiencia muestra que el sujeto de la

democracia en tanto pueblo sólo existe por medio de representaciones. En este sentido, cabe darse

cuenta de que en la historia de las democracias, la política y su relación intrínseca con lo político sólo han

visto desvíos y que la aspiración a la libertad individual colisiona con el ímpetu de ejercer poder sobre los

otros. Esto es precisamente lo que Rancière sentencia como los ahogos latentes de la democracia:

La democracia parece tener dos adversarios. Por un lado se opone un enemigo claramente identificado, el gobierno arbitrario. El gobierno sin límite que se llama según los tiempos, tiranía, dictadura o totalitarismo. Pero esta oposición evidente recubre otra, más íntima. El buen gobierno democrático, es el que es capaz de controlar un mal, que se llama simplemente vida democrática51.

La democracia formal está siempre en tensión entre la cualidad humana hacia el bien común y los

dispositivos que intentan organizar esa cualidad. Así la forma consume lo real por la obsesión al control

del orden social, es decir, las democracias tradicionales se observan en cierta armonía cuando logran

establecer la coexistencia de antagonismos y como éstos se supeditan al orden52. Es así que lo político

concebido como el horizonte de antagonismos que fluyen naturalmente en la sociedad hace de la vida

democrática un paisaje de participación fidedigna. Es aquí que las democracias formales conciben la

política como mecanismo de control frente a los desbordes de la subjetividad53. Si observamos la escena

política en estas últimas décadas se verá el discurso fantasioso de la democracia como modelo formal

sobre el que la élite política llama “la gobernabilidad”.

Dentro del campo de la subjetividad política emerge la necesidad de comprender las

dinámicas que se establecen entre militancia y exigencia de lo político bajo un escenario que se muestra

agotado en los valores de la responsabilidad y la instrumentalidad. En efecto, es de vital importancia

51 Rancière, Jacques. El odio a la democracia. Ibid, 7.52 Mouffe, Chantal. El retorno de lo político (España: Paidos, 1993). 89-101.53 Ibid, 183-203.

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saber si el desgaste de un modelo tecnocrático de la política incide en la modificación de la relación entre

sujeto y exigencia de lo político.

En este ámbito el análisis sobre la subjetividad y la exigencia de lo político debe pensarse en

este caso sobre la escena por venir. Es decir, hay que saber si las condiciones de la escena política

actual permitirán una restitución de la relación dialéctica entre la política y lo político. En la misma línea,

deberíamos percibir si los acontecimientos de la actividad política chilena revierten la tendencia mundial

de estos tiempos de despolitización. Si esa es la situación, probablemente, los partidos de la izquierda

deberían retomar el sentido ideológico como fuente de la actividad orgánica.

Las interrogantes emergen sobre cuál configuración adquirirá la subjetividad política en la escena

postconcertacionista (nos referimos a esta nueva etapa, en que la derecha política asume el gobierno).

Así una primera interrogante encuentra sentido sobre las exigencias del sujeto en una escena que

revitaliza lo político. Por lo tanto, una segunda interrogante abre a la posibilidad de constituir una

subjetividad que desde lo político altere las condiciones en que las prácticas sociales han sido

delineadas. Es decir, cómo la fuerza de la subjetividad movilizante de lo político logra deshabilitar a cierta

subjetividad envuelta en el conformismo.

El desafío no parece sencillo ya que una de las características de la época es la pereza que

invade a la subjetividad política (en particular a la militante). Entonces, una tercera interrogante tiene que

ver con el inmovilismo social a través de la posibilidad de revitalizar la configuración de una subjetividad

que retome lo político, se desprenda del conformismo social y, por consiguiente, en su práctica militante,

se vuelque hacia el espacio territorial. Sin embargo, la dificultad trascendental que debe superar la

subjetividad militante está en una cuarta y quinta interrogante. En este sentido, puede ser infructuoso

revitalizar la relación entre el sujeto y lo político si no se previene antes la tentación de que la exigencia

de lo político vuelva a demandar del sujeto una militancia épica y sacrificial, y por lo tanto, sujeto y

emancipación puedan darse en lo político sin tener en la exigencia la evangelización como condición de

la política.

En estos tiempos, una vía de comprensión es la constatación de que la relación sujeto y periferia

muestra una adhesión que va más allá de lo espacial. La subjetividad política en estos años se ha

desprendido de un imaginario militante evangelizador de la sociedad. Nos referimos a una subjetividad

política épica, pasional y sacrificada que, por ejemplo, en los años 60 tenía un fuerte vínculo con el

espacio territorial. En este sentido, las exigencias de lo político para la subjetividad están en las no

exigencias para vivir la política. Por lo tanto, la transformación de esta subjetividad muestra todavía un

callejón oscuro sobre la incapacidad de los imaginarios de izquierda para comprender el paso rápido que

sufre la militancia entre la épica y la mesura política.

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En tal sentido, la relación del sujeto y la exigencia de lo político ya no están en el territorio sino,

más bien, en el imaginario de la subjetividad golpeada por las trasformaciones culturales de estos últimos

tiempos. La situación actual configura una subjetividad acondicionada a las prácticas sociales donde

prima la responsabilidad y la mesura, entonces, esta subjetividad política aparece en un estado de

conformismo social. Aquí, sin embargo, se evidencia un aspecto paradójico; la subjetividad parece estar

totalmente sujetada a las condiciones del escenario y sin capacidad de resistencia, pero esta subjetividad

dentro del escenario de la transición demuestra cierta capacidad de lectura del entorno. Es una

subjetividad que comprende los signos de la escena que le toca vivir, pero no le interesa construir

resistencia54.

¿Cómo llegó la subjetividad política en su condición de militancia de izquierda a desmantelar su

imaginario histórico? En este sentido, es necesario dar un vistazo a la configuración de la subjetividad

política en su condición de militancia en los tiempos de partidos políticos articulados a través de

programas ideológicos.

Si en épocas anteriores, la subjetividad en su relación con el escenario nacional contenía una

vinculación entre exigencia e imperativo (aquí nos referimos a la configuración de una subjetividad

marcada con el sello de la misión) se entiende que lo imperativo apunta a un “existente” que pone el

énfasis sobre un contexto en que la subjetividad desarrolla la política como lo imprescindible de lo

político. Así, lo político como condición de la política sitúa al sujeto y su relación con el otro desde el

ángulo de la conciencia ideológica lógicamente; sobre esta relación, lo otro pierde soberanía. Este

elemento ha sido el que la izquierda ha reflexionado con profundidad bajo el escenario poscomunista. La

crisis de los metarrelatos desvanece en el imaginario subjetivo de la militancia la relación entre exigencia

e imperativo, y toda la discusión en este ambiente está dada por una crítica severa al “manualismo”

político como herramienta para la concientización del otro. Detengámonos en un análisis más a fondo

sobre la relación entre subjetividad política y exigencia imperativa de lo político. Una dimensión

interesante, es la configuración de cierta subjetividad en que la exigencia esta supeditada a lo ineludible,

lo necesario y lo inevitable, y que esta exigencia coloca como horizonte develar las condiciones

existenciales en que vive el otro. La subjetividad militante, de esta manera, cumple la misión política de

ser un pasaporte para que los otros comprendan las contradicciones de la vida social. La consecuencia

es la emancipación del sujeto y su movimiento hacia la transformación de lo social. El hombre nuevo es

ante todo la destrucción del hombre viejo, sin embargo, este nuevo hombre adquiere el sello de la misión

para que la cadena de la develación permita el ingreso del otro sobre el otro.

54 La idea de una subjetividad periférica en tiempos de transición política coloca los énfasis en un sujeto despierto y capaz de leer el contexto social que vive, pero en vez de activar una resistencia frente a un modelo ambiguo (en lo político) y precario (lo económico), el sujeto se acondiciona. La paradoja que envuelve a esta subjetividad es su permanencia en la periferia como modus operandi para mantener ventajas comparativas con un modelo que intenta absolverlo en su marco normativo.

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La discusión en torno a la revisión que comienza a darse en los imaginarios de la izquierda pone

el acento en la paradoja que encierra la relación de subjetividad e imperativo. La exigencia imperativa de

lo político promueve a la subjetividad sobre lo trascendente de la emancipación humana y la

transformación social, pero sitúa al sujeto en una condición rígida sobre la salvación del otro. Aquí,

posiblemente, el evangelizador debe sujetarse a la misión y si es necesario sacrificarse por ella. Por

cierto que esta subjetividad busca poner en evidencia los antagonismos que alienan al hombre y, por lo

tanto, la toma de conciencia es también la apertura hacia un hombre distinto55. Lo que hace compleja la

relación entre subjetividad que evangeliza y subjetividad evangelizada, es la pérdida del otro como

horizonte de lo político56. Basta con señalar que el fin de los decálogos de la política partidaria de

izquierda, antes de los años 90, es formar doctrinariamente en los postulados del socialismo a la

militancia; sólo después de esta formación el militante partía hacia los territorios57. La labor militante

apunta a un trabajo de “toma de conciencia” de una población o poblador que se encuentra en estado de

enajenación y que perturba su mirada frente a la vida que le toca vivir.

La intensidad para enfrentar las contradicciones sociales y políticas en la preparación formativa

de la subjetividad militante sitúa la exigencia sobre un imperativo consustancial. Lo político como

horizonte de la emancipación humana es inalterable frente a las condiciones sociales que vivencia la

subjetividad. De tal manera que la política como dispositivo adquiere la fisonomía de una forma de vida

que no tiene matices ni contradicciones. Es decir, la configuración de la subjetividad política dentro de

practicas sociales recreadas en el halo de la lucha social colocan al sujeto en el imperativo irrenunciable

de que las estrategias de la política sólo tienen sentido a partir de una concepción acabada del sujeto por

lo político58.

Otra dimensión relevante está en los aspectos que se desprenden de lo que llamamos “la misión

militante” y tiene que ver con la figura que adopta la subjetividad en el contexto político de una exigencia

imperativa. Por ejemplo, la figura de la subjetividad en los años 60 (a nivel mundial) y en los años 80 (en

Chile) nos muestra cómo lo imperativo está marcado por una visión heroica de la política. Este aspecto

recrea prácticas sociales en que el sacrificio es la condición ineludible del sentido de la actividad militante

y la idea de un sujeto político heroico constituye dentro de las estructuras partidarias de izquierda un

55 Laclau, Ernesto. Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (Buenos Aires: Nueva Visión,1993).19-31.56 Bauman, Zygmunt. La modernidad liquida (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2006). 21-58. 57 Los frentes sociales, esa denominación a un área de la orgánica partidaria, demuestra la importancia que tiene el trabajo partidario en las zonas poblacionales. Este trabajo no es posible llevarlo a cabo sin la preparación ideológica del militante y éste debe tener una formación ideológica que permita la misión política. 58 Dentro de la imaginería política de los 80 (para cierta militancia de izquierda), un fin militante era llevar las contradicciones sociales y existenciales de la sociedad chilena al último rincón de la casa. Muchos militantes se veían enfrentados a establecer aquellas esquirlas pegadas en la relación familiar que la situaban como un lugar donde habita el capitalismo. La vida militante con el manual en la mano y en plena convivencia cotidiana muchas veces generó tensiones en la propia existencia de la vida familiar. Ver Urbano, Freddy. El Puño Fragmentado: Las subjetividades militante de la izquierda del chile post-dictatorial (Santiago de Chile: Ediciones Escaparate, 2008).

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ejército de militantes dispuestos a la entrega de la vida por el sueño de justicia e igualdad social. Este

activismo militante cargado del imaginario sacrificial, coloca lo político en un estado celestial y la política

en la herramienta que construye el sendero de la utopía social59. A partir de esto la pregunta que puede

formularse es la siguiente; ¿qué paso con esa militancia heroica de los años 80 en los años 90? Algo de

esta situación está en la determinación de las estructuras políticas por decantarse internamente a una

subjetividad con formación ideológica y orientar el cambio hacia una militancia con formación en

herramientas sociales (formulación de proyectos). Durante los años 90, la agenda nacional apuesta por la

desactivación de los movimientos sociales y por un cambio profundo en las formas de hacer política. Es

ilustrativo, por ejemplo, en la escena de la transición, la eliminación del adversario en política y el alentar

el olvido por la historia reciente. Estas estrategias modifican las agendas de los partidos de centro

izquierda, los cuales apuestan por la desactivación de una militancia doctrinaria. Sin embargo, la

transformación de la subjetividad política militante no puede sufrir automáticamente una configuración

diferente sólo por la circunstancia de que las prácticas sociales están recreando nuevas formas de

convivencia de lo político.

Aquí se necesita un marco de comprensión de mayor profundidad sobre la metamorfosis de la

militancia para analizar el periodo entre el fin de la dictadura y el nacimiento de la transición a la

democracia. La metamorfosis de la militancia no parece estar sólo en el tránsito entre el fin de la

dictadura y la democracia. La transformación de la subjetividad arranca con el Golpe de Estado y la

exigencia imperativa comienza su extinción de los imaginarios de la política cuando la violencia de Estado

ejecuta su exterminación. Pero, ¿cómo puede leerse la irrupción de la subjetividad en los años 80,

cuando la escena política pone en evidencia resistencias sociales cargadas con el imaginario de la

exigencia imperativa de lo político en los territorios? y ¿cómo puede manifestarse una subjetividad

política épica y heroica cuando las trasformaciones de las prácticas sociales apuntan a dividir lo político

de la política?

Para los gobiernos de la transición no resulta complejo desarticular los movimientos sociales y

populares, simplemente reafirman la continuación del proyecto de la dictadura de separar la práctica

política de cualquier elemento de lo político. La continuación del modelo dictatorial no hace más que

confirmar que la época poscomunista, como tendencia mundial, es asimilada en Chile como el tiempo en

que la subjetividad militante de los partidos políticos de centro-izquierda asume la práctica política a

través de un activismo de responsabilidad con el sistema de transición democrática y de conformismo con

el modelo económico heredado del pinochetismo.

59 En las investigaciones realizadas a los militantes de las generaciones de los años 60, 70 y 80, puede percibirse esta relación estrecha entre subjetividad y exigencia-imperativa sobre lo político. El aspecto heroico y sacrificial de la política pone en contexto a una militancia entregada a las circunstancias sociales. Los militantes querían ser héroes, formar parte del rayado en la pared y del grito al calor de la marcha. Ibid, 79-88 y 105-117.

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La facilidad en la implementación del modelo de transición política en Chile, con relación a la

instrumentalización y el conformismo que adopta la actividad militante de centro izquierda, contrarresta

con aquella militancia de los años 80 tributaria de una actividad política fuertemente ideologizada. El paso

de la dictadura hacia la democracia confirma dos dimensiones del proyecto de trasformación de la

subjetividad política que se evidencian con la puesta en marcha del modelo de participación de la

transición. Una de ellas es la desmovilización de la actividad militante y la otra es la criminalización de los

sectores populares. Lo paradójico es que el retorno de la democracia y la derrota electoral de la dictadura

se dan con un fuerte trabajo ideológico del militante y una vinculación política de los sectores populares a

la agenda nacional.

Es posible pensar que el protagonismo que adquiere la subjetividad política popular en los años

80 se debe más a un contexto político que alienta la lucha social en torno al dictador. Detrás de este

contexto, el movimiento que resurge en los territorios de la periferia está más cerca de la instrumentalidad

política que de la búsqueda de sentidos de lo político. En este sentido, no resulta extraño que los

movimientos populares y sociales perdieran fuerza en los años 90, cuando ya no está la figura del

dictador. Se puede pensar que el resurgimiento de cierta exigencia imperativa de la militancia en los

territorios poblacionales (en los años 80) no es más que un espejismo de la política y que debajo de este

espejismo, la subjetividad política sigue con su proceso de transformación.

Esta una de las razones por la que, a fines de los años 80, se genera la discusión al interior de

partidos de la izquierda no integrados al centro político (PC, MIR, Corrientes Socialistas, FPMR, entre

otros). Estos sectores se enfrentan a una variedad de posiciones frente al evento electoral que van desde

la llamada guerra insurreccional (FPMR, MIR y Mapu Lautaro) hasta la postura de participar del rito

electoral con una votación rupturista (PC). La ambigüedad de esta última postura es sostenida por el

Partido Comunista bajo la idea de no legitimar el evento pero tampoco llamar a sus militantes a que se

excluyan de votar60. Toda esta discusión queda atascada bajo la circunstancia efímera del acto electoral

en que el triunfo del “No” en el plebiscito genera una explosión de la subjetividad política en las calles

recreando la idea de que el retorno del sujeto al espacio público realiza la sentencia visionaria del

presidente Allende de que las alamedas recuperen al hombre libre para construir su historia.

A comienzos del gobierno de la Concertación, rápidamente se confirma que las políticas de

restricción de los espacios públicos retoman el curso de la época dictatorial y, con ello, se profundiza la

escisión entre lo político y la política. Esto queda reflejado en el discurso transicional a la hora de abordar

60 La diversidad de posturas que se generan a fines de la década de los años 80 dentro de la izquierda no alineada al centro político genera tensiones sobre el rol que debe cumplir la izquierda frente al plebiscito. Este escenario confronta por lo menos tres posturas. Un sector de sensibilidad socialista toma la posición de ingresar en la Concertación haciéndose parte del llamado a votar “No” en el plebiscito. El Partido Comunista asume la opción política de participar en el evento pero considerando que su voto es de índole rupturista. Finalmente, un sector de la izquierda radical toma una postura de confrontación con el sistema y la escena electoral de la época.

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el posible desborde de la militancia crítica del proceso político de la transición democrática. En el lenguaje

de la transición, la época muestra que los focos de resistencia en los sectores poblacionales

automáticamente fueron ubicados como meros hechos delictuales y carentes de sentido político. La mesa

de disección ya no era la misma, pues, las palabras pierden significado épico quedando al margen, y las

cosas ya no están en su sitio porque hay otras cosas que dotan de sentido el nuevo contexto61. Las

políticas institucionales para contener la resistencia se depositaron sobre la desacreditación de conceptos

emblemáticos para la izquierda tradicional. Así, por ejemplo, la idea de pueblo y lucha de clases quedan

descontextualizadas.

En los años 90 otra dimensión que confirma la transformación de la subjetividad política está

constituida por el debilitamiento del sujeto en el espacio público. Este proceso sólo es posible debido a

que la transición profundiza la operación de desarticular al sujeto con el espacio territorial de las

poblaciones. A esta operación de desarticulación la denominamos como la despopularización de lo

político y la emergencia de la política de lo popular. Se trata de una maniobra de la derecha política por

desacreditar un trabajo de identificación del sujeto con el espacio popular y a la vez, trabajar

políticamente en los sectores poblacionales a través de la asistencia y el servicio. A diferencia de los años

90, se puede decir que lo que hay en los 80 es una revitalización de la relación sujeto y espacio

poblacional producto de que las trasformaciones culturales tardan en madurar, ya que están

fundamentalmente asociadas a un contexto político dictatorial y cuyas relaciones de fuerza ubican al

adversario político de manera clara en el espacio público.

Esto ofrece algunas respuestas sobre la desaparición automática de la subjetividad épica durante

los años 90. Quizás la eliminación del adversario político como condición de resistencia y lucha social

debilita al sujeto en el espacio público y, por lo tanto, acelera la trasformación cultural de la subjetividad

política. Por ejemplo, la reflotación temporal de cierta subjetividad política cargada de imaginario épico

sólo se da en la condición de que la vida se entregue para derrotar al dictador. El imperativo está en la

victoria y en la eliminación del enemigo. Removido el dictador del poder se diluye la épica porque ya no

hay una figura a la que derrocar. De este modo, se puede sostener que la despopularización del sujeto

desde lo político comienza a construirse a partir del golpe de Estado cuando los diseños estratégicos de

la dictadura apuntan a la reducción de la subjetividad política a los espacios privados. La tarea de

desalojar los espacios públicos no solamente busca la restricción del espacio físico, sino también

constituir un paisaje cultural que diluya la relación del sujeto entre exigencia e imperativo de lo político.

En la década de los 90, la despopularización del sujeto como proceso de consumación trae

consigo que la división entre lo político y la política modifique la relación del sujeto con la actividad

61 Foucault, Michel. Las palabras de las cosas: Una arqueología de las ciencias humanas (Argentina: Siglo XXI Editores,1993). 26-52.

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militante. Las exigencias hacia la subjetividad ya no están depositadas sobre imaginarios imperativos sino

que comienzan a configurase sobre la instrumentalidad. El recorrido de la subjetividad política durante la

postdictadura se afinca bajo prácticas sociales basadas en los dispositivos de la política coyuntural

desprendida del horizonte de lo político. Por lo mismo, no es extraño que la puesta en marcha de la

llamada transición democrática genere un cierto espejismo de participación social que toma alguna

preponderancia, producto de la diferencia entre una administración militar y otra de origen civil. Sin

embargo, el proceso que comienza a desarrollarse, a partir de los años 90, no altera la agenda diseñada

por la dictadura. La continuación del proceso de división entre lo político y la política no sólo mantiene

“arrinconado” al sujeto en su vínculo con el espacio público sino que, además, profundiza la configuración

de una subjetividad política que se ajusta a prácticas sociales despolitizadas.

La profundización del paradigma autoritario en la escena democrática obliga a los dispositivos

policiales del Estado a intervenir sobre la disminuida, pero todavía incómoda, resistencia a los proyectos

de los ingenieros de la transición. Se busca por medio de la infiltración, descomponer a los sujetos que

mantienen una relación estrecha entre actividad política y exigencia imperativa de lo político62. El llamado

es a deponer una visión ortodoxa y sacrificial de la política bajo la compensación de integrar a esta

subjetividad a los nuevos escenarios en construcción. Se busca la participación en la política, pero

desmantelada de la lucha sacrificial y de la aspiración al poder de lo político.

La subjetividad política militante de izquierda se encuentra, por un lado, bajo la disyuntiva de

ingresar en los diseños que la administración del Estado ofrece para hacer política y, por otro, resignarse

a asumir una retirada hacia los espacios privados. En este sentido, la puesta en evidencia de la división

de la política y lo político en los escenarios de la postdictadura abren—al interior de la subjetividad política

de izquierda—visiones encontradas a la hora de enfrentarse a los desafíos de la construcción

democrática. La mirada retrospectiva a los años 90 muestra cómo una parte se aparta de los intereses del

gobierno asumiendo una postura crítica frente a la escena social, mientras que otros asumen sin pudor

labores de militancia política apegadas al funcionalismo del Estado.

La época de la pospolítica entra en operación sobre la configuración de una subjetividad política

en que exigencia e instrumento recrean una práctica social basada en una militancia funcional y

adecuada a las condiciones del escenario. Se trata de una concepción de la política que remplaza la

práctica militante tradicional (basada en el adoctrinamiento ideológico) hacia una práctica que sólo le

atribuye dispositivos y herramientas a la actividad política (basada en la responsabilidad política). Esta

visión teleológica ahora debe configurar un sujeto descomprimido de pasiones políticas y argumentos

62 La Oficina de inteligencia creada en los inicios de la Concertación trabaja sobre el lema de la pacificación de Chile. Los mecanismos de infiltración en los movimientos políticos contaron con la colaboración de militantes redimidos y arrepentidos de un pasado de lucha social.

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ideológicos. Este sujeto de la política sin alma ideológica tiene la exigencia del funcionalismo del sistema.

La labor es política en el máximo sentido del concepto en que hay activación y participación social, pero

ésta sólo se circunscribe a las funciones que la militancia tiene en los diseños de intervención del Estado.

El trabajo está desevangelizado ya que lo otro pierde connotación de sujeto de emancipación y pasa a

transformarse en un sujeto cliente que está a la vista de posibles adherencias electorales del futuro. Una

forma de ilustrar la penetración de la exigencia instrumental en la política es la disolución en los partidos

de izquierda (con tradición ideológica en el marxismo y el leninismo) de las estructuras centralizadas de

participación y la aparición de estructuras de participación democráticas formales63. Es así que los

eventos partidarios giran en torno a la discusión sobre los procedimientos para mejorar su relación con la

administración del Estado diluyendo con ello cualquier intento de discusión doctrinaria entre los

militantes64.

La desideologización de la subjetividad militante advierte que la exigencia y la instrumentalidad

están puestas en la política como un dispositivo operativo de intervención social, y la subjetividad asume

una formación técnica que la prepara para satisfacer la urgencia que demanda la población. Los partidos

de la izquierda concertacionista dejan los antiguos formatos de la educación política en una clara señal de

vaciar las estructuras de toda discusión doctrinaria.

El escenario en que esta subjetividad desarrolla el trabajo militante está bajo un estado de

deterioro de los espacios públicos poblacionales. La despopularización de la subjetividad que habita la

periferia se ve reforzada por una concepción de la intervención social y política en que predominan la

ayuda y el subsidio. Paradójicamente, la despopularización se da bajo un escenario en que la subjetividad

militante arriba a las poblaciones con el respaldo del Estado. En este sentido, puede ser interesante

interrogarse si la despopularización de la subjetividad en las poblaciones tiene relación con la

modificación de la subjetividad militante en los años 90, la cual pasa de la exigencia imperativa de la

lucha por lo político a la exigencia instrumental de la pura funcionalidad del sistema. En efecto, la

instrumentalidad de la política se constriñe a que la subjetividad sea operativa sin disimulo, y la tarea está

programada sobre planes ajustados que se evalúan sobre criterios técnicos del trabajo de intervención en

el lugar. De esta manera, el trabajo estrictamente técnico tiene como objeto desvanecer en los territorios

una práctica militante asociada a develar en el otro, las contracciones sociales en las que viven (toma de

63 Es interesante observar la transformación de la figura del encargado de organización de los partidos de centro izquierda ya que pasan de cumplir una labor fundamental de captación y formación de la militancia desde lo ideológico hacia una función instrumental basada en el registro masivo de inscritos en la estructura partidaria, aquello como condición fundamental para aumentar el poder en el partido. Este sujeto deja la concepción doctrinaria y se trasforma en un experto electoral.64 La mayoría de los eventos partidarios de la izquierda concertacionista abordan en conferencias y congresos temas vinculados a la tarea del partido en labores de Gobierno. La discusión ideológica y doctrinaria por lo general, queda amarrada a los intereses de la élite política para mantener los espacios de poder en la coalición de Gobierno. Por ejemplo el PS en los años 90 busca desprenderse de cualquier relación con el marxismo y el leninismo.

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conciencia) y orientar el trabajo político hacia la satisfacción de necesidades demandadas por la

población (subsidio).

La presencia de una subjetividad política embarcada en prácticas sociales despolitizadas

aproxima una actividad política sostenida sólo en los dispositivos y no en los contenidos. Este dispositivo

es la intervención que realiza el sujeto en el territorio, pero es de carácter contractual ya que está basado

en el subsidio que entrega el Estado y a cambio se exige retribución en lo electoral. De esta manera lo

popular pierde lo que tiene de “pueblo” porque la militancia está en el lugar pero ya no trabaja con la

subjetividad en el espacio público popular. Así, la participación de la comunidad se sostiene sobre un

discurso vacío porque por participación sólo se entiende la entrega de ayuda sin ninguna exigencia de

organización colectiva. Se puede concluir así, que se pasa del ideal político “pueblo-popular” al

colaboracionismo realista de lo “ciudadano-popular”65. De este modo, la relación estrecha entre sujeto y

exigencia instrumental da cuenta de la dinámica militante de una izquierda que pierde contenido

doctrinario en el trabajo social.

Durante los años 90, la preeminencia de la concepción ciudadana popular sobre una subjetividad

política instrumentalizada de acuerdo a la función gubernamental, va diseñando un paisaje de lo político

vaciado de contenidos ideológicos. Esto acelera en el mundo de la centro-izquierda la idea de

incrementar sus registros, y se hace urgente que los partidos crezcan en cantidad sin darle importancia a

la calidad. La necesidad es contar con una militancia descomprimida doctrinariamente y dispuesta a una

labor técnica de lo social sin complejos ideológicos. La importancia que adquiere la militancia instrumental

en contextos de despopularización de la subjetividad poblacional se ve fortalecida por la profundidad de

este ejército de militantes novatos que con la marca de la izquierda estrechan relaciones con la

comunidad sobre la base del clientelismo66. En virtud de esto, se puede pensar que la concepción de lo

ciudadano popular se ve favorecida por la transformación que sufre el espacio público de las poblaciones.

El sujeto ciudadano se deja querer por este Estado que ahora lo subvenciona, pero, a la vez, no le exige

una pertenencia específica al lugar. El sujeto poblador que en décadas anteriores era la representación

del imaginario de la izquierda ya no cuenta con su participación en el espacio comunitario. En otras

palabras, la despopularización se da bajo la modificación de las prácticas sociales en que lo político se ve

65 En los años 90 la Unión Democrática Independiente (UDI) acrecentó su arraigo en las poblaciones producto de una política estratégica de colaboración y subsidio hacia los pobladores. Este trabajo desde la mirada de la Derecha apunta a la captura del electorado poblacional, asumiendo una concepción de lo Popular sustentada en la participación ciudadana. En el caso de la militancia de la Concertación y particularmente del centro-izquierda, su trabajo en las poblaciones se funcionaliza a través del trabajo del Estado. La militancia pierde capacidad de misión doctrinaria y sólo se remite a la función. Dicho en otras palabras, realizan su trabajo y se van a sus casas. Aquello demuestra el ascenso electoral de la derecha en las poblaciones y el déficit de participación comunitaria a pesar del dinero que invierte el Estado en participación social. 66 En los inicios de la década de los años 90 los partidos de centro-izquierda, en particular los socialistas, acogieron nuevas militancias sin los requisitos internos antiguos que situaban al militante como simpatizante en la etapa inicial de un militante. Ahora el ingreso es libre.

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desterrado del trabajo militante. En este caso, la política, sin la preponderancia de lo político, acelera el

desapego del sujeto al espacio poblacional.

En este ámbito dentro de los últimos 20 años se da la combinación perfecta entre desalojo del

espacio público, subjetividad política instrumental y despopularización de los espacios populares. Los

antecedentes ponen en evidencia que en estas dos décadas el deterioro de lo público va acompañado de

indiferencia hacia lo político y el aumento creciente de la violencia en los espacios públicos67. Esto no

hace más que confirmar que estamos en presencia de una operación jurídico-institucional de

perpetuación de la episteme autoritaria heredada del pinochetismo, de tal manera que una subjetividad

política militante que se instrumentaliza según los propósitos del Estado sólo tiene que adecuarse a las

pautas delineadas para abordar lo social. El escenario es perverso porque la resistencia no tiene otra

opción que retirarse a los márgenes del sistema político, y las alternativas que la subjetividad militante

tiene no son otras que el refugio en la vida privada. Esta subjetividad busca en el refugio y la meditación,

pensar los caminos posibles y el retiro a los márgenes, lo cual no es síntoma de una soledad

desamparada sino de una soledad con soberanía. Según Levinas: “se precisa tal soledad para que exista

la libertad del comienzo, el dominio del existente sobre el existir, es decir, en suma para que haya

existente. Así pues, la soledad no es solamente desesperación y desamparo, sino también virilidad,

orgullo y soberanía”68.

La potencia que desarrolla la imaginería instrumental en los territorios no deja espacios para una

militancia que siendo tributaria de una tradición de trabajo social en los espacios poblacionales, queda sin

herramientas frente a una poderosa operación de intervención de lo social. Quizás, de alguna manera, el

inmovilismo social que sufre la subjetividad política resistente al modelo neoliberal queda atrapada en la

necesidad de una revisión de los postulados con respecto a sus sentidos de lo político y además, sin los

dispositivos de la política para abordar lo social. La maquinaria institucional trasforma los dispositivos de

la política y estos son usados sin cuestionamientos por sus nuevos militantes sobre la base de la urgencia

que demanda la clientela ciudadana. El subsidio es en sí una operación de la política instrumental que

trasforma la urgencia en una medida eterna para intervenir en lo social.

En las páginas anteriores hemos puesto la atención sobre una serie de problemas que

responden a las siguientes preguntas: ¿Existe la posibilidad de configurar una subjetividad que desactive

la instrumentalidad y que retome senderos de emancipación? ¿El escenario actual puede contribuir a esta 67 Los estudios mencionados responden a una secuencia de análisis de la situación de América Latina en los últimos 15 años. La idea que se recoge en estas investigaciones es el denominador común de la violencia creciente en los espacios públicos de América Latina en la escena poscomunista. El deterioro de lo público, el miedo al desorden, la distancia de los jóvenes con los procesos políticos y la aparición fuerte de un consumo simbólico que desborda el consumo material contribuyen a procesos acelerados de frustración social. En este sentido la frustración de la ciudadanía se enfrenta a las expectativas del modelo neoliberal (lo económico), la violencia como crisis de convivencia comunitaria en los espacios públicos (lo social) y un espacio público desolado y sin pretensión de lo político (lo cultural). Ver Informe CEPAL y PNUD. Ibid, 127-132.68 Levinas, Emmanuel. El tiempo y el otro. Ibid, 92.

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desactivación? ¿El escenario actual permite la emergencia de una subjetividad que conjugue la política y

lo político como propósito de trasformación social?

La militancia de Izquierda se enfrenta a su mayor desafío, esto es, recrear lo político bajo una

escena que se presenta como post-instrumental. Así, la subjetividad debe configurar sus nuevas formas

dentro de las prácticas sociales promisorias para la búsqueda de la trasformación social. Por eso no basta

con retornar a imaginarios militantes, en que lo político tenga como exigencia lo imperativo. No se puede

descartar que en la esencia del marxismo la toma de conciencia es un estado superior del desarrollo

humano que logra desactivar las condicionantes alienantes que impiden su transformación69. En este

sentido, para Marx no basta con cavar en la superficie para llegar al fondo y descubrir las contradicciones

de la sociedad capitalista, también hay que desmontar las propias contradicciones que el sujeto acarrea

en su movimiento. Esta idea de Marx tan latente en la época postcomunista es el instrumento de la crítica

revisionista para analizar las fragilidades de la política pastoral de izquierda. Es decir, la pregunta que re-

surge es la que sigue: ¿Puede ir la desalienación acompañada de una subjetividad en plena soberanía?

Los escenarios de la política que se vienen van a recrear prácticas sociales alentadas a ocupar

los espacios públicos. Sin embargo, esta nueva escena no desvanece las configuraciones de las

subjetividades políticas de los años 90 en adelante. En lo público, seguramente, habitarán subjetividades

militantes nostálgicas convencidas de la recuperación de un pasado heroico y también habitarán

subjetividades militantes redimidas que no tienen la pretensión de la emancipación, sino, más bien, la

esperanza de recuperar el sitial de la función en el gobierno. Por cierto, que también habrá espacio para

una subjetividad política desbordante que buscará en el espacio público lo político como condición de una

política radical.

La característica fundamental de la subjetividad periférica es que emerge en un escenario de

desmontaje de la subjetividad política sacrificial bajo un contexto de revisión de los soportes ideológicos

de la izquierda y la presencia de una sociedad tecnocrática. En este sentido, la subjetividad periférica

queda habitando la política sin los paternalismos ideológicos del sacrificio que permitían a la militancia

esperar del otro las señales de la conducción política. Esta subjetividad se crea sin líderes y debe

hacerse en el camino tratando de vivir y acomodándose a un sistema ambiguo. Ya no hay grandes líderes

que le digan a uno qué hacer, liberándole así de la responsabilidad de las consecuencias de sus actos;

en el mundo de los individuos, sólo hay otros individuos de quienes se puede tomar el ejemplo de cómo

moverse en los asuntos de la vida, cargando con toda la responsabilidad de haber confiado en ese

ejemplo y no en otro70.

69 Marx, Karl. La ideología Alemana (Barcelona: Grijalbo, 1970). 30-35.70 Bauman, Zygmunt. La modernidad Liquida. Ibid, 35

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La potencialidad de la subjetividad periférica en un escenario que se presenta sin el velo de la

hipocresía y en la fase post-instrumental se da en la experiencia de vida de hacerse la vida de todos los

días. Esa autonomía que en ciertos aspectos es relativa porque está supeditada a la adecuación y el

conformismo, también esconde la vitalidad de que se puede seguir viviendo a pesar de la complejidad de

una vida sin contenidos. Si estamos en presencia de una época que se abre a la transparencia de la

política, esto debería entonces incidir sobre las prácticas sociales. Se puede sostener que la relación

entre sujeto y periferia nos pone ante el desafío de que lo político puede ser pensado en su condición de

radicalidad ya que la subjetividad política mantiene la habilidad de vivir en los bordes sin que

necesariamente esto la mantenga al margen. La política se abre al universo de los contenidos y esto

genera una apertura hacia la búsqueda de nuevas exigencias de lo político. Lo interesante está en el

proceso de una subjetividad que se lateraliza como un recurso óptico que permite observar la política

desde la periferia. Usemos la denominación de lo “impolítico” como una categoría que alienta a pensar el

ejercicio de lo político saliéndose justamente del centro hacia el borde. Este movimiento permite al sujeto

desprenderse de categorías ya viciadas para comprender la política y desde la orilla pensar en las

categorías no pensadas de lo político. Para Esposito es devolver la política al corazón mismo de lo

político y esto significa moverse al borde71.

En este sentido se abre una discusión tremendamente potente sobre la relación entre

subjetividad política y exigencia de lo político bajo el escenario que se viene. Si las posibilidades de

restablecer la relación sujeto y espacio territorial se muestran complejas y, a la vez, desde los imaginarios

de la izquierda se ve difícil el retorno de una militancia sacrificial, lo que queda es pensar sobre esta

subjetividad lateralizada y sus posibilidades de recrear lo político.

Las debilidades de la izquierda han estado en la ausencia de proyectos de sociedad y ahí la

subjetividad ha tenido que lidiar con el vacío ideológico. Durante las décadas de los 90 en adelante, la

negación ha sido el recurso de la militancia para hacerse la vida de todos los días, a veces desde la

instrumentalidad y a veces desde la resistencia y la crítica. La izquierda requiere pensar proyectos de

sociedad en donde la subjetividad y su relación con la exigencia de lo político tengan un sitial privilegiado

y de esa manera puedan evitar construir espejismos izquierdistas asociados a la nostalgia por un pasado

heroico y la construcción fantasiosa del enemigo.

Si hasta hoy, la ausencia de proyectos de sociedad carecen de sustentabilidad en el mundo de la

izquierda, esto ocurre porque todavía se requiere tiempo para pensar la derrota y la crisis. Quizás una

apertura a la discusión sobre la subjetividad política pueda abrir caminos para pensar las nuevas

exigencias que en adelante revitalizarán lo político. Una subjetividad que se moviliza hacia los bordes

para desprenderse de las categorías convencionales y pensar ahí, desde lo periférico, lo que no está 71 Esposito, Roberto. Categorías de lo impolítico. Ibid, 29-43 y 110-138.

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pensado en el centro configura una subjetividad en búsqueda de lo político. Los tiempos vuelven a

requerir una militancia ideológica en que la pasión esté en el porvenir y en el encuentro con el otro. Algo

de autonomía debe movilizar a la subjetividad para que la vida sea radicalmente sorprendente.

Soñar con un mundo mejor está aquí de nuevo como un recurso vital y necesario para hacer de

la vida una cosa con sentido en que lo sorprendente esté ahí, en la actividad de la subjetividad política.

Quizás sea prudente retornar al sujeto y desde ahí pensar las exigencias de lo político, es decir, la

exigencia de un retorno a la pasión por lo político. Una subjetividad que piensa lo político debería estar

por un lado lejana a la nostalgia por lo perdido, sin que ello amenace el valor de la memoria, y por otro,

alejada de la construcción paranoica sobre el enemigo, sin que ello diluya el trabajo por los antagonismos.

No es posible pensar proyectos sin la subjetividad política. Ahí está el desafío en el sujeto y la exigencia.

El desafío está en pensar lo otro como vehículo colectivo para soñar ese mundo que aún no está. La

subjetividad ya está en el borde habitando la orilla. Quizás ahora sea necesario pensar lo político desde

ahí y justamente ahora que la hipocresía del modelo transicional ha sido puesta en evidencia.