Ética del lucro puro y (neo)liberalización: crisis financiera como crisis del capitalismo...

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La última crisis financiera global (subprime) puede comprenderse dentro de la evolución del capitalismo de libre mercado y sus cambios éticos: de un capitalismo productivo a uno financiero en busca del lucro al margen de la producción real. El presente artículo forma parte del libro: La Explosión de la Crisis Global: América Latina yChile en la Encrucijada, 2009, Ed. LOM-ELAP, Stgo.

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ÉTICA DEL LUCRO PURO Y (NEO)LIBERALIZACIÓN: CRISIS FINANCIERA COMO CRISIS DEL CAPITALISMO

PRODUCTIVO∗

Andrés Monares “La maldad deste pecado consiste en hacer parir la moneda siendo más estéril que las mulas” Tomás de Mercado, economista

Presentación La crisis financiera, hoy ya económica propiamente tal, puede explicarse asumiendo que audaces emprendedores elaboraron una serie de ingeniosos artificios especulativos para acrecentar sus ganancias. Cuando perseguir el lucro es un afán tan común y legitimado en nuestras sociedades modernas y/o modernizadas, ¿quién podría culparlos de empaquetar en un único conjunto deudas hipotecarias impagables junto a las viables, dándoles llamativos nombres para hacer más fácil su venta en la anónima maraña de las finanzas mundiales? En otras palabras, ¿quién podría culparlos de ser tan imaginativos y concebir novedosos medios de ganar dinero? Crear instrumentos financieros basados en una especulación sin ningún respaldo material y globalizarlos por medio de una agresiva estrategia de mercadeo, ¿es en verdad algo tan malo en una sociedad economicista? ¿No será que tuvieron la mala suerte de que simplemente esta vez no funcionara su plan y terminaran quebrando importantes bancos de crédito y entidades financieras de países desarrollados? Fatalidad que no se detuvo al extenderse la crisis a todo el mundo, luego a la economía real y tenernos así en medio de un gran problema social a nivel planetario: “En dos años la crisis barrió con 50 millones de empleos y US$ 22 billones en valor bursátil”.1

No obstante, a estas alturas se sabe que si no hubo derechamente dolo, sí existió un nivel de irresponsabilidad difícil de imaginar: de los especuladores y de las entidades encargadas de regularlos. A lo cual se viene a sumar la falta de sentido común de los primeros, al ser incapaces de tomar en cuenta la lección de burbujas financieras que seguían vivas en el recuerdo por su cercanía en el tiempo. Y ni siquiera nos referimos a la de 1929, sino a las de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Pero la constatación de esta situación, lo mismo que toda constatación, no explica en el fondo por qué sucedieron esos hechos. Los cuales, además, todo indica que era factible saber que ocurrirían tarde o temprano. ∗ Capítulo del libro La Explosión de la Crisis Global: América Latina y Chile en la Encrucijada. Editorial Lom – ELAP-ARCIS. Santiago, 2009. 1 Diario Financiero, Lunes 20 de julio de 2009 (www.df.cl).

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Una vez superada la descripción del mero mecanismo y la lógica de hiperespeculación que desencadenó la crisis, las preguntas pertinentes debieran dirigirse al mecanismo y a la lógica en sí. De esa manera se podrá intentar develar cómo se llegó a una situación tal de desregulación financiera y/o falta de autorregulación, donde además los actores de dicho mercado actuaron enceguecidos por las posibilidades de ganancias y al margen de la economía que produce y ofrece bienes y servicios reales. En el fondo cómo se llegó a un escenario donde las finanzas especulativas son más relevantes que la llamada “economía real”, al punto que hasta la llegan a determinar. De hecho y en primer lugar, ¿no debería ser al menos curiosa la existencia paralela de una economía financiera o irreal y de otra productiva o real? Tales dudas nos obligan a revisar el origen de la presente crisis. Pareciera que ya nadie osa dudar que ella sea fruto de la sed de lucro a corto plazo y por (casi) todos los medios posibles derivada del Neoliberalismo. Por la lógica del sistema era algo predecible. Sin embargo, las preguntas nos llevan mucho más lejos en el tiempo o nos deberían llevar. Pues el contexto y las teorías neoclásicas no son más que un peldaño o una consecuencia de una historia que se empezó a escribir hace siglos en Occidente. Un devenir donde la producción necesaria y útil fue siendo dejada de lado por el afán de lucro, hasta que las ganancias se transformaron en el objetivo absoluto del sistema económico. Bajo dicha lógica las finanzas especulativas se alzaron en tanto la forma arquetípica de este tipo de capitalismo lucrativo: posibilitan un retorno más rápido de la inversión y son actividades menos engorrosas que las productivas. Las ganancias terminaron desembarazándose de la producción.2

Por un singular proceso sociocultural dado en Occidente, el dinero pasó de ser consumido en su rol de capital que apoya la producción, a parir dinero... aunque sea “más estéril que las mulas”. La afirmación del economista y sacerdote escolástico tardío Tomás de Mercado que encabeza este escrito —incluyendo el calificar de “pecado” el uso del dinero para hacer dinero—, es gráfica de la visión ética desde la cual se entendió por siglos en Europa (y en sus satélites culturales) el sistema productivo-comercial y el rol de la moneda en él. Ni la moral ni la religión fueron ajenas a lo económico. Muy por el contrario. Eran los ejes centrales de dicho quehacer, de su estudio, regulación y objetivos. Esos acontecimientos del pasado no cambiarán a pesar de que no nos gusten, los creamos inconvenientes, no estuviéramos en conocimiento de su determinante influencia o definamos lo económico de tal forma que los dejemos fuera.

2 El presente artículo tratará en forma resumida y esquemática la evolución de la economía occidental desde una ética del trabajo a una del lucro puro. Esto ya fue expuesto ampliamente en mi libro Oikonomía. Economía Moderna. Economías.

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Por ende, para entender el actual énfasis especulativo del capitalismo moderno hay que volver atrás. Habrá que hacer un ejercicio que parece no tener sentido en estos tiempos de corta o nula memoria histórica. Porque, precisamente, modernidad hace referencia a lo nuevo, a lo que rompió con el pasado o ni siquiera tiene o debe tener relación con él. Y asimismo porque en general los profesionales de la disciplina, sean del signo político y de la escuela que sean, han asumido en plenitud y hasta rabiosamente la Modernidad: la Economía comienza con Adam Smith dirán los (neo)liberales y se completa con la crítica de Karl Marx agregarán sus seguidores. Si es que subsistiera algún atisbo de diferencia, quedará anulada —incluyendo a los economistas del bienestar o de lo que en su momento fue una verdadera tercera vía— por la condición científica de la Economía Moderna. En el fondo hay que entender que cuando aquí se hable de “moderno”, “modernización” o “Modernidad”, no se hace referencia a términos cronológicos que indican lo contemporáneo. Se hace referencia a una singular tradición cultural que tiene su particular economía y ciencia: la europea occidental-angloamericana. Por más que la Modernidad sea un proyecto que ha sido impuesto sobre patrones elaborados por otras tradiciones culturales, no es correcto pretender que es la única forma de vida posible y ni siquiera la mejor. La Economía Moderna, científica y lucrativa, es una teoría económica y una práctica productivo-comercial específica. La ineludible veracidad de ese hecho no alcanza a ser desmentida a pesar de que poco se hable de ello a raíz de una limitada mirada que niega, simplifica o quita relevancia a la historia y a su diversidad. Esa singularidad de la Economía Moderna es evidente respecto de los sistemas productivo-comerciales que desde la aparición del homo sapiens (por lo menos hace unos 150 mil años atrás) han sido dominantes en la gran mayoría de las sociedades. Más aún, la actual economía con su acento en las finanzas especulativas es una ruptura con la que dominó Occidente desde Aristóteles al propio Adam Smith: una economía con un énfasis productivo. Al recorrer el devenir de la humanidad será indudable que no es académicamente posible (ni social ni políticamente deseable) quedarse atrapados en lo que hoy se entiende por Economía. Las maneras en que cada comunidad ha buscado a través del tiempo su sustento, nunca fueron consideradas sólo económicas por esos mismos grupos. Ese intento utópico y en el fondo falaz, ocurrió hace unos pocos siglos en una pequeña y específica zona geográfica. El que con posterioridad el sistema haya sido extendido, no cambia el hecho que sea una cuestión singular de Occidente. De lo cual surge de inmediato la obviedad de que han existido sistemas diferentes del actual; tanto en su práctica como en sus fundamentos ideológicos.3

3 Se aclara que en este texto lo ideológico se entenderá en su acepción general: un conjunto de ideas relacionadas entre sí por un tipo de lógica y que pueden conformar o entenderse dentro de un sistema de ideas más amplio. Se hace la salvedad por la ya corriente relación del concepto con la acepción marxista (una visión falsa de la realidad elaborada por los grupos dominantes para sostener y reproducir sus privilegios) y la consecuente connotación negativa del término. Lo que no niega que un sistema ideológico pueda ser efectivamente una “ideología” en sentido marxista.

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Cuando se asume la diversidad de los sistemas productivo-comerciales, se entiende que se haya nombrado antes a Aristóteles. Hoy los economistas modernos nos dicen que fue un filósofo incapaz de comprender lo económico y por eso planteó sólo una ética. Para esos economistas todo lo que caiga fuera de su tríada comercio-dinero-mercados son desvaríos, yerros o tempranos e incompletos intentos de hacer economía capitalista moderna. Lo curioso es que los afanes éticos se pueden encontrar hasta en el mismísimo Adam Smith. Este piadoso filósofo moral escocés del siglo XVIII, considerado a la fecha “padre” de la Economía Moderna, elaboró en base a su religión una ética del trabajo y rechazó la pretensión de ganancias al margen de la producción necesaria y útil. O sea, al margen de la economía real. Si bien a esta se la identificará primordialmente con las labores productivas o el trabajo directo, igualmente incluirá las que se pueden entender como labores productivas indirectas: los intercambios y los servicios necesarios y útiles.4

Bajo esas precisiones sobre la historia de lo productivo-comercial en Occidente, se tiene aquí por ineludible reconsiderarla desde la perspectiva de una ética productiva. De esa manera, como antes se dijo, se podrá comprender a cabalidad el momento actual. Este recorrido —que en virtud del espacio obviamente omitirá más de algún punto específico— comenzará en la Grecia clásica, seguirá en el lapso que va de la Baja Edad Media a la Reforma Protestante del siglo XVI, para llegar a la ética económica elaborada por Adam Smith. El camino que ha andado la Economía luego de dejar el regazo de su “padre”, ha sido bastante alejado de los declarados anhelos morales del progenitor. El capitalismo occidental moderno fue mutando desde la producción real, útil y necesaria, a la actual búsqueda de lucro puro a través de las finanzas especulativas. A la fecha la economía real junto a la producción necesaria y útil, han sido desplazadas a un segundo plano. El objetivo primario es ganar dinero en el menor tiempo posible y del modo menos engorroso posible. Al reemplazarse la producción por la especulación, se impuso una ética del lucro puro para la cual el fin justifica los medios. Peor aún. Se la ha impulsado y legitimado socialmente, y hasta se la incentiva a través de la legalidad que le da manga ancha a esas actividades y/o hace la vista gorda con dichos manejos. Esta reconsideración de la evolución económica occidental, al mismo tiempo, cooperará a dar cuenta de las diversas posibilidades productivo-comerciales de que se disponen, basados en las que de hecho existen y han existido. La crisis que a la fecha se vive no es únicamente una 4 Cabe aclarar que el reconocimiento del afán ético y productivo de Aristóteles y Smith no pretende ignorar su clasismo, racismo, ni su desprecio por los trabajadores. En el caso específico del segundo, ello tampoco implica un respaldo o acuerdo con su sistema de mercado autorregulado. Pero, parece conveniente dejar de lado actitudes maniqueas o del tipo todo o nada; con mayor razón cuando en la práctica esas posiciones teóricas las terminan pagando los pueblos.

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cuestión de política o teoría económica. Nunca ha de olvidarse que la economía es el medio en que los pueblos consiguen su sustento, su dignidad y su desarrollo en el más amplio sentido del término. Por ende su solución no es exclusivamente un desafío intelectual. Es ante todo una responsabilidad moral.

El Fundamento Oikonómico Antiguo En la Antigüedad las actividades productivo-comerciales eran eminentemente no lucrativas. Es indesmentible la existencia de dinero, de transacciones comerciales monetarias y hasta de préstamos; pero es necesario recordar que ello está lejos de implicar la tríada comercio-dinero-mercados como la entienden hoy los economistas. A estas alturas parece superfluo señalar que usar dinero en intercambios, no implica de por sí capitalismo. Menos al modo individualista, lucrativo y competitivo del actual. Justamente el poco entendimiento de la economía antigua se origina en la separación de lo productivo-comercial de su escenario sociocultural y específicamente de lo ético. Cuestión impensable en el contexto helénico. A pesar de existir afanes y prácticas lucrativas, no pasaron de ser excepciones al pensamiento y la práctica dominante. Los patrones ideológicos que concebían y fomentaban un énfasis productivo y no lucrativo de lo productivo-comercial, se reflejaban efectivamente en una práctica socioeconómica ad hoc. Y esta práctica retroalimentaba y reproducía a su vez dichos patrones ideológicos.5

Para caracterizar el período antiguo se recurrirá a las ideas que Aristóteles expone en su Política referidas a la búsqueda de sustento. Su interés se centra en la “administración doméstica” u oikonomía.6 Al conocer el contexto no sorprende que las ideas del autor sean obvia y esencialmente oikonómicas, y por ende ético-políticas. La “administración doméstica”, que se relaciona al uso o consumo de las cosas, es la encargada de producir y/o conseguir “los artículos alimenticios” para la familia y la Polis. A través de ella se busca lograr la autosuficiencia o la autarquía de ambas. La consecución del sustento no es posible separarla de la Política y la Ética; la propia autarquía es al mismo tiempo un fin práctico y moral de ellas. Ambas disciplinas son las encargadas de guiar los actos de las personas hacia la “felicidad”, objetivo último al cual coopera la oikonomía en tanto disciplina subordinada a dicha meta superior (se insiste, moral y práctica).7

5 Una buena exposición de la cultura económica antigua se encuentra en los textos de Finley y de Polanyi, y en la recopilación hecha por Polanyi, Arensberg y Pearson. 6 De dicha palabra deriva el término moderno de “economía”, el cual ya no tiene relación al sustento sino al lucro. En adelante, por más que parezca extemporáneo, se usará el concepto griego para referirse a la producción, los servicios e intercambios sustentadores, y así diferenciarlo del concepto y afán moderno. 7 La ideología tras la posición directiva de la Política sobre la Economía debe contextualizarse: “En muchas sociedades arcaicas la riqueza no está constituida por bienes, sino por servicios prestados

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Pero a pesar de que se busque la autarquía, es un hecho que no siempre es posible lograr el sustento por medio de la autoproducción. En esos casos es legítimo y conveniente que la oikonomía se valga del “comercio al menudeo” para “satisfacer los requisitos de la autosuficiencia natural”. Este tipo de intercambio “opera con los frutos de la tierra y con los animales”, es decir, con los bienes “necesarios para la vida y útiles para la comunidad política o doméstica”. Así, este intercambio de excedentes o “comercio al menudeo”, se entiende dentro del ideal y práctica oikonómica: permite obtener la “verdadera riqueza”, es más conveniente al permitir alcanzar la “autosuficiencia natural” y es moralmente superior (además de por los dos aspectos anteriores) al ser una forma de adquisición limitada.8

Sin embargo, el filósofo macedonio nombra otro tipo de forma de adquisición: la “crematística que consiste en el cambio”, la cual se expresa en el “comercio lucrativo al menudeo” y en el “préstamo con interés”.9 Ambos tipos de crematística de cambio buscan la “abundancia de dinero” para producir “riquezas y bienes económicos”, y en las dos “todos los que trafican tratan de aumentar al infinito su dinero”. De esta forma llegan a pretender que todas las artes humanas deben enfocarse o deben estar en función del lucro. Desde la concepción oikonómica, la persona que manifiesta afanes lucrativos deja al descubierto su deficiente calidad moral. Para Aristóteles no habría duda sobre que la crematística de cambio (con sus dos tipos) es condenable por ser antinatural, innecesaria, ilimitada y viciosa. El motivo es que la “causa de esta actitud [lucrativa] es el afán de vivir, pero no de vivir bien”. No tiene nada que ver con el alto objetivo helénico de la vida buena. Quienes persiguen el lucro se guían por un “deseo de vivir” que “no tiene límite” y en consecuencia desean “sin límite las cosas que estimulan la vida”. Buscan “lo conducente a los placeres del cuerpo, y como éstos parecen depender de la propiedad, toda su energía la aplican a hacer dinero”. De tal modo, el lucro es una consideración errónea del objetivo de la vida. Es un manifiesto sinsentido. Si según Aristóteles la crematística de cambio en general es “justamente censurada”, en particular el “préstamo con interés es odiado con plenitud de razón”. En esta condenable práctica se llega incluso al extremo de reemplazar el “cambio” por el “interés”. Se traiciona así el

por esclavos, criados y jornaleros. Pero el hacer que los hombres estén dispuestos a servir como consecuencia de su rango es algo que requiere poder político (y no económico) (...) Así pues, mientras la mano de obra dependiente predomina como elemento de riqueza, la economía [en tanto actividad diferenciada y autónoma al modo moderno] tiene sólo una existencia borrosa” (Polanyi, Arensberg y Pearson 1976: 123). 8 La limitación de los deseos humanos es para Aristóteles una relevante cuestión moral. Sobre los afanes que no tienen límite dirá en la Ética Nicomaquea: “sería tanto como remontar al infinito, y nuestro anhelo sería vano y miserable”. 9 Según Aristóteles el “comercio lucrativo al menudeo” se habría desarrollado a partir del “comercio al menudeo” no lucrativo, pues con el tiempo se habría requerido el uso de la moneda por el incremento de las transacciones. Por esa vía llegó a primar la para él execrable búsqueda del “máximo lucro”.

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objetivo natural del dinero que es ser consumido en la producción y se lo substituye por el desnaturalizado afán de que produzca más dinero. Además, prestar con interés sería la práctica más contraria a la naturaleza, al contradecir la búsqueda del sustento y obviar la virtud que ella conllevaba. Por si fuera poco, se contrapone al trabajo (en su sentido productivo u oikonómico) y a lo que en el contexto era su inherente y evidente superioridad ética. En una postura absolutamente afín con la cultura griega, el filósofo prefiere la “autosuficiencia natural” y por eso estima más los “tipos de vida (...) en que el trabajo es productor por sí mismo, sin haber menester del cambio y del comercio para procurarse el alimento”. En la materialización de ese caro anhelo de autarquía, los bienes sustentadores debían conseguirse idealmente por medio de la autoproducción. Pero, como se dijo, de ningún modo se desechaba en la práctica el trueque e incluso el intercambio en su forma de “comercio al menudeo”. Tampoco existía oposición a ello desde los principios morales. El propio Aristóteles habría usado en pasajes de su Política y Ética Nicomaquea el término “crematística” en su significado literal: “arte del abastecimiento”. No de acuerdo a su significado habitual de “hacer dinero” (Polanyi, Arensberg y Pearson 1976). Uso que igualmente hace el filósofo, militar e historiador griego Jenofonte al exponer en su Economía los dichos de su maestro Sócrates. Todos ellos entienden el concepto de “crematística” en relación a los bienes necesarios, lo que sirve o es utilizado para la vida. Se recalca entonces que en la tradición helena no toda crematística es negativa. En la Grecia antigua, la riqueza —verdadera, en realidad útil y moralmente aceptable— la conforman los bienes consumibles y consumidos en comunidad. No el dinero. Menos el acumulado individualmente, por y para una sola persona. Según la moral dominante la riqueza no debe ser lucrativa; y hubiera sido difícil que lo fuera dada la estructura socioeconómica imperante. Las situaciones y actos inaceptables desde la perspectiva moral, en general y en este caso, no tienen los conductos institucionales para materializarse.10

Es necesario hacer notar que Aristóteles no se queda en una crítica moral de lo lucrativo, pues para él es evidente la superioridad de la oikonomía en la práctica. Más cuando se está refiriendo al ámbito agropecuario. El autor ve con claridad que la sola riqueza monetaria puede en ocasiones no cubrir las necesidades humanas: quienes poseen mucho dinero fallecerán igualmente de inanición si no disponen de alimento. Y de producirse lo que hoy se llamaría una devaluación, la que antes era riqueza se torna de modo ineludible en pobreza. En cambio las actividades

10 Sobre la mirada ética griega respecto a las riquezas, cuenta Jenofonte que cuando Sócrates preguntó a Isómaco acerca de las características de un buen mayordomo, ambos concordaron en que deben tener un “deseo sabio y moderado de enriquecerse” y “abstenerse de las sórdidas ganancias”.

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oikonómicas, en especial el trabajo productivo, supera absolutamente al dinero en el cumplimiento de la meta primordial de conseguir el sustento. En consecuencia, el dinero deberá usarse sólo a modo de “instrumento de cambio”; fuera de lo cual no “es útil para ninguna de nuestras necesidades”. Antes de concluir este apartado es muy importante señalar que a pesar del indudable carácter oikonómico de la propuesta aristotélica, ella no supone un total rechazo del dinero. Aún desde dicha perspectiva, es posible situarlo al servicio o en tanto auxiliar del trabajo productivo y sustentador. Por ejemplo, eso es lo que sucede en el caso del “comercio al menudeo” no lucrativo. Luego, al definir al dinero en cuanto un factor oikonómico, será natural, necesario, limitado y virtuoso. Al ser complemento del trabajo directo, se hace también sustentador. Será un dinero oikonómico, que no tiene ni debe tener conexión con la “crematística de cambio” o la pretensión de infinitas ganancias monetarias. Cuando es usado cual instrumento en la “crematística natural”, puede ser un medio de intercambio con fines de sustentación y/o dinero aplicado a fines productivos.11

El evidente dominio oikonómico en la Grecia antigua (y también en la Roma republicana e imperial) no implica negar para el período el uso de dinero, los afanes lucrativos, ciertas actividades financieras y hasta la usura. Por supuesto que se pueden encontrar expresiones de todo ello. Pero una vez más se insiste en que el contexto sociocultural cohibió dichas prácticas al punto de que fueron marginales. En el caso de los préstamos, bien lo describe Finley, estos fueron en su gran mayoría no productivos y una cuestión eminentemente social: el prestador cedía su dinero en condiciones tales que era una evidente muestra de su liberalidad. Buscaba prestigio social, no lucro personal. Muestra del juicio que se tenía de la crematística de cambio es que era un asunto de no ciudadanos; y puntualmente, de personas con un estatus muy bajo: esclavos y extranjeros.

De la Baja Edad Media a la Reforma Protestante En el período de la Baja Edad Media europea la ideología sobre lo productivo-comercial en general y el dinero en particular, no había variado mucho en comparación a la Antigüedad. Sin temor a errar se puede afirmar que el contexto sigue siendo oikonómico. Pero desde antes del siglo XVI se venían introduciendo ciertas variaciones, las que se asientan y/o legitiman con la Reforma Protestante.

11 Resulta interesante señalar que el filósofo planteaba que los intercambios y los aportes sustentadores a la comunidad, debían mantener su autosuficiencia y cohesión. En el mundo helénico, tal como se seguirá afirmando en la Edad Media, se piensa que el uso de la moneda en una lógica lucrativa justamente quiebra o altera la necesaria y debida unidad grupal.

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En términos conceptuales, desde su introducción en Europa a través de los árabes, un Aristóteles ahora cristianizado tenía plena vigencia en la sociedad medieval. Lo productivo-comercial continuaba siendo un medio para asegurar el sustento necesario de la comunidad y esa cuestión práctica todavía era inseparable de lo moral. A su vez, la producción también buscaba la autarquía y las labores productivas se entendían como una forma de amor al prójimo y de alabar a Dios. Así las cosas, se cernía un manto de recelo sobre las actividades lucrativas o que parecían serlo: el comercio y las finanzas. Sospecha que se reforzaba por la concepción imperante acerca del trabajo: un esfuerzo físico transformador de la materia para crear bienes útiles y necesarios a la comunidad. Desde ese punto de vista, el comercio y las finanzas no eran trabajos al no agregar nada a las cosas. Peor aún. Lindaban peligrosamente con el pecado capital de la avaricia, al tener a cada momento la tentación de transformar al dinero —por definición un medio— en un fin absoluto de la vida. El devenir que desde aproximadamente el siglo XIII se dio en las actividades comerciales, las que requirieron del capital procurado por las finanzas, introdujo un problema: ¿era posible ignorar una realidad cada vez más evidente de las urbes europeas? La solución vino de la propia moral y de la teología, desde donde se buscó la integración de dichas actividades al sistema ideológico. Si bien era manifiesto que comercio y finanzas no transformaban la materia, se podían concebir desde el cristianismo en tanto una forma de amor al prójimo. Así se empezó a comprender que el comercio brindaba a la comunidad bienes que ella no poseía y las finanzas facilitaban capital a los trabajadores productivos. En función del fin superior que era procurar el sustento, se terminó homologando los que se pueden llamar trabajos indirectos con los directos o productivos. Se constituyó así oficialmente un sistema oikonómico productivo-comercial. Esa forma de definir lo productivo-comercial no varió el fondo ético del asunto. El sistema oikonómico estaba enfocado a la producción necesaria y útil; no a la acumulación y menos a la acumulación monetaria. El dinero todavía era considerado oikonómico, o sea, un medio de cambio en la legítima búsqueda de sustento y por tanto un bien consumible. Tomás de Aquino, el principal aristotélico del período, no deja dudas al respecto cuando niega que la “bienaventuranza del hombre” consista en las “riquezas” y afirma lo incontable que es el número de “necios” para quienes todo lo puede el “dinero”. Debe quedar en claro que no estaba poniendo reparos al deseo de “bendiciones temporales”, salvo cuando se las situaba “en primer término, como si a ellas supeditásemos todo lo demás”. Dichas bendiciones materiales, dinero incluido, eran “una ayuda a la exaltación, cuando apoyan nuestra vida corporal y sirven de instrumentos para actos virtuosos”. No hay dos opiniones al respecto: lo material en general y el dinero en particular eran un medio. Situarlos cuales fines de la vida repugnaba a la religión y a la moral dominante.

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Debe aclararse que el dinero no era objetado por una cuestión de purismo o idealismo extremo. Si bien la oposición es ideológica, surge asimismo de la cotidianidad: la persecución individual del lucro suponía el antagonismo entre prójimos y, en consecuencia, el fin de la comunidad cristiana. Sobre esa base la cuestión resistida era puntualmente el préstamo con interés o usura. Esta era condenada desde la moral y la legalidad en su forma de préstamo con “interés puro”, o sea, “interés a manera de pago fijo por un empréstito en dinero o efectos sin riesgos para el prestamista, que se estipula por adelantado” (Tawney 1959). De la definición se concluye que prestar con interés representa dos cuestiones censurables: en términos estrictos el usurero consigue dinero de una cuestión de suyo gratuita y sus ganancias son resultado de los frutos del trabajo ajeno. En ambos casos el prestamista se transforma en un personaje antisocial por antonomasia: rompe la armonía y buen vivir de la comunidad, al buscar su provecho abusando de la necesidad de los demás. Se insiste, la oposición a la usura no era una mera cuestión moral (léase con la negativa connotación moderna en general y económica en particular). Era de fundamental importancia social, religiosa y oikonómica. Los escolásticos medievales tardíos estudiosos de lo productivo-comercial se dedicaron a los temas del dinero y el lucro, del comercio y de las finanzas, desde la letra y el espíritu oikonómico aristotélico. Aún en el espinoso ámbito financiero, tan cercano a la condenación eterna, supieron diferenciar en la teoría y en la práctica el préstamo productivo de la usura. El trabajo podía apoyarse en las finanzas y usar el dinero para la producción sustentadora de la comunidad y, por medio de esa forma de amor al prójimo, alabar a Dios y seguir su voluntad. En palabras de Aristóteles este tipo de crematística seguía siendo natural, necesaria, limitada y virtuosa. Todavía se concebía que el dinero era y debía ser oikonómico.12

Mas, avanzado el tiempo y puntualmente para fines del siglo XV y comienzos del XVI, en Europa se estaba desarrollando con fuerza una economía basada en el capital y en la persecución de lucro. Sus expresiones más típicas serán el capitalismo comercial y el financiero. Este último progresivamente tomará un rol relevante a modo de base monetaria de la expansión del primero. Las doctrinas oikonómicas greco-medievales serán cuestionadas. Tanto por los grupos que veían coartado su afán de lucro por ellas, como por la propia Iglesia romana que por siglos había amparado usureros y había sido la mayor institución financiera de Europa.

12 En Tawney y Widow se pueden encontrar ejemplos de finanzas oikonómicas medievales; por ende, no censuradas ni legal ni moralmente, y convenientes en cuanto a productividad y ganancias.

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Ese fue el escenario que recibió a la Reforma Protestante. En un siglo que fuera testigo de una “revolución económica”, las iglesias que se separaron de Roma mostrarán un gran ímpetu religioso. Ese será el medio para su proyecto de renovación y purificación del cristianismo. Aquí se tomará en cuenta la acción y doctrina de Juan Calvino, cuya reforma fue la más exitosa e influyente de entre los teólogos del movimiento.13 Su doctrina fue bien recibida por los sectores urbanos que hoy llamaríamos medios (artesanos, comerciantes y miembros de las profesiones liberales e independientes). Aunque ella vino a legitimar las nuevas conductas y afanes productivo-comerciales, no se trató finalmente de una revolución. Al analizar la postura de Calvino, se puede ver que sigue en el camino andado por la escolástica en cuanto a una postura oikonómica. El trabajo, fuera directo o indirecto, es un medio de glorificación y de servicio al prójimo. Su remuneración nunca ha de ser considerada un fin, es el justo premio a la labor honesta y bien realizada. Cuando a Dios le agrada la glorificación a través del trabajo, utiliza a los compradores cuales medios para premiar con dinero a los fieles-productores.14

Respecto a las finanzas, el reformador francés tampoco será un

revolucionario. Pese a todo, introducirá ciertos criterios que servirán para que la persecución de lucro siga avanzando y legitimándose. Como novedad aceptó el “interés puro”, pero mantuvo el tradicional rechazo a la usura (para él “renta” y “usura” no son lo mismo). Prestar dinero con interés de hecho puede ser un servicio a la comunidad, tiene una “utilidad común”. Desde ese punto de vista propone el deber de “suprimir el dinero ocioso y hacerlo fructificar”. El reformador aún considera que el dinero es oikonómico: es capital para ser usado productivamente por quien lo solicita. Además, es una contribución del prestamista al bienestar del prójimo-deudor y de toda la comunidad de prójimos-consumidores de los productos de aquel. En tal circunstancia el interés es legítimo y al mismo tiempo una contribución al fondo disponible para futuros préstamos oikonómicos.

No obstante el paso dado por Calvino, en cuanto a legitimar el préstamo con interés, ello no debe llamar a equívoco. Al ser cristiano y más todavía por ser un decidido purificador de la religión mancillada por los papistas, para el reformador el dinero nunca podrá ser el fin de la vida. Asimismo, debe ser la “caridad” (el amor cristiano) el principio irrenunciable cuando se considera el uso de los bienes materiales; entre

13 Martín Lutero —aunque pionero, tenaz y valiente— fue sobrepasado por la herencia de Calvino. Esta la hemos descrito extensamente en Reforma e Ilustración. Los Teólogos que Construyeron la Modernidad. 14 Es imposible no traer a colación aquí a Max Weber y su texto La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. Pero a pesar de no poder obviarlo en cuanto un buen inicio, el autor se queda en la superficie del problema con su en todo caso fructífero concepto de “ascetismo intramundano”. Como he mostrado en mis dos textos citados en la Bibliografía, ello es una parte secundaria respecto al fondo del asunto: la Economía Moderna y la propia Modernidad son sistemas ideológico-prácticos elaborados en base a la teología de Calvino.

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los cuales el dinero es uno más.15 Cualquier otra actitud respecto a lo material, no pasa de ser pecaminosa y en el fondo idolatría. En cualquier caso —todo indica que sin quererlo— Calvino dio un paso más en la legitimación del préstamo con interés y de todo el ámbito lucrativo en general. Puntualmente en Ginebra, se supone que a modo de freno y no de estímulo, determinó restricciones en el porcentaje del cobro: mantuvo el 5% fijado con anterioridad hasta 1544 y lo subió luego al 6,6%. En otras palabras, aunque moralista, para la posteridad lo que quedará será el traspaso del préstamo con interés a la esfera civil. Ya no sería una cuestión moral, sino legal. Y ambas esferas, nunca se debe olvidar, no pocas veces están en conflicto o son definitivamente contradictorias.

Smith y su Ética del Trabajo La Gran Bretaña del siglo XVIII, en medio de los últimos estertores de un mercantilismo herido de muerte, vería surgir de modo gradual el industrialismo que terminaría por imponerse (aunque por un tiempo seguirá conviviendo con la industria doméstica). Se podría afirmar que Smith fue un espectador privilegiado y muy perspicaz de su tiempo. Lo que no quita que su descripción implicara un proyecto a todas luces religioso y moral. Estaba lejos de ser un científico que describía objetivamente su sociedad y mucho más cerca de ser un reformador moral, socioeconómico y político. Hay que tener en cuenta que el autor vivió en una nación y época en especial devota, perteneció a la Iglesia Nacional Escocesa o Presbiteriana (calvinismo escocés) y fue un piadoso profesor de moral reformada. A pesar de que a la fecha se le reconozca como economista por su Riqueza de las Naciones (1776), dicho texto no es más que una aplicación de su sistema moral calvinista descrito antes en La Teoría de los Sentimientos Morales (1759). Este fue el libro más relevante para él y el que le diera fama entre sus contemporáneos. El filósofo escocés realizó una síntesis de su fe presbiteriana y su filosofía moral con las tendencias materialistas y utilitarias del período, para elaborar una ética del trabajo reformada. Como buen calvinista, para él lo espiritual y lo material debían constituir una sola esfera mística. Puntualmente, su ética sería la manera más eficaz con que Dios hace cumplir su mandato de fructificar y multiplicarse expresado en el libro bíblico del Génesis (1, 28).16 Este tipo de utilitarismo no debe malinterpretarse asumiéndolo cual cruda expresión materialista. Es de hecho un estilo de vida devoto y un medio de alabanza. Para Smith

15 Sobre el fundamento bíblico de la alusión a la caridad del reformador, ver del apóstol Pablo su Primera Carta a los Corintios (13, 4-7). 16 Escapa a este texto adentrarse en la teología calvinista, pero baste decir que ella supone un dios que por su providencia dispone constantemente de los medios para hacer cumplir sus designios al universo y a una humanidad pecadora necesitada por ello de ese control y gobierno.

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cualquier trabajo útil es expresión de la “vocación” de cada individuo, de su misión mundana determinada y dirigida por Dios. Las labores sustentadoras, productivas y comerciales, son una forma de glorificación; y los bienes, fabricados e intercambiados, son medios para cooperar al mantenimiento de la sociedad. En su Riqueza de las Naciones el autor expone que el “trabajo productivo” es la única base de la riqueza de una nación, la cual da lugar a un “fondo que en principio la provee de todas las cosas necesarias y convenientes para la vida”. Pero esta definición, que hoy se toma por económica en su sentido moderno, no puede ser comprendida cabalmente si no se considera la razón de fondo por la cual Smith le otorga una alta relevancia a las labores productivas. El que ahora estas satisfagan no sólo necesidades sino además deseos, es una marca de la teología reformada. El antiguo concepto greco-medieval de sustento fue ampliado por Calvino y sus continuadores: el uso de los bienes terrenos podrá y deberá rebasar el mero nivel de la subsistencia o de las necesidades, dictado por el ideal medieval, para abrirse a la satisfacción. En esta línea John Locke había sido explícito al definir que, por designio divino, los individuos persiguen de forma natural la comodidad. Si la fe del devoto pueblo de las islas británicas no era suficiente, el inmenso prestigio de Locke terminó con las pocas dudas que pudieran quedar en un ambiente desde ya materialista. Para Smith, a pesar del transcurso de los siglos y de sus enérgicas críticas a la escolástica aristotélico-tomista, el sistema productivo-comercial debe producir y/o proveer “todas las cosas necesarias y convenientes” para la sociedad. En la consecución de ese objetivo en base al trabajo directo e indirecto, el dinero será un apoyo al emprendimiento; y consecuentemente, un premio a una labor útil bien realizada. Es y debe ser dinero oikonómico. Las propias finanzas debían ser oikonómicas y por consiguiente el préstamo con interés todavía era concebido cual complemento o apoyo al trabajo sustentador. El capital no debía perderse en el juego especulativo. Corresponde ponerlo a disposición de los “trabajadores productivos” que elaboran y/o proveen de “todas las cosas necesarias y convenientes”. Eso explica las afirmaciones del moralista escocés sobre que las tasas de interés han de fijarse para facilitar que el dinero llegue a manos del “hombre sobrio”, el cual le dará un “uso razonable y provechoso” en tanto capital de trabajo. Esos hombres sobrios no son otros que los “fabricantes” y “comerciantes”. Cuando el autor hablaba de dinero no estaba haciendo referencia al especulador financiero. Y no porque las finanzas estuvieran en su época poco desarrolladas, pues se sabe de diversos precedentes.17 El punto es 17 Si bien hasta la primera mitad del siglo XVII no existían en Inglaterra bancos al modo de las instituciones actuales, sí es posible hallar personas que recibían depósitos de dinero y prestaban con interés. En cuanto a las grandes compañías comerciales por acciones, a mediados del siglo XVI se empiezan a conformar y para fines del siglo XVII se pueden identificar unas 140 en Inglaterra y Escocia.

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que su oikonomía o ética del trabajo, está en conflicto con quienes poseyendo capital eluden “cualquier obligación o riesgo”. Los accionistas, quienes no emplean ellos mismos su dinero directamente en la producción ni en los intercambios, van en contra de su ética productivo-comercial reformada. Según Smith, “la mayor parte de los titulares de las acciones apenas se interesan en los negocios de la compañía”. Cuando no se mezclan en pugnas facciosas, “ni siquiera se toman incomodidad alguna”. En vez de producir, estos inversionistas ociosos “de buen grado se contentan con los dividendos anuales o semestrales que les pagan los directores de la sociedad”. En pleno siglo XVIII todavía se puede reconocer en Smith la oikonomía al estilo aristotélico y tomista. Al igual que lo hacía el filósofo macedonio, se tiene que el moralista escocés sigue oponiéndose a aquellos quienes “toda su energía la aplican a hacer dinero”, a quienes cifran su goce en el “exceso”, a quienes se afanan en “vivir”, pero en realidad no buscan “vivir bien”. Smith sigue creyendo, al igual que el monje de Aquino, que está “permitido desear bendiciones temporales”, mas no colocándolas “en primer término, como si a ellas supeditásemos todo lo demás”. Sencillamente son un apoyo a la “vida corporal” y deben ser consideradas “instrumentos para actos virtuosos”. Y sobre el comercio en particular (y por supuesto la industria) queda manifiesta su coincidencia con Tomás, quien afirmara que se “ejerce en vista de la utilidad pública”. El dinero es la justa “remuneración del trabajo”; no su objetivo. Si bien las palabras citadas no son del filósofo escocés, su concordancia con ellas dejan en evidencia su postura oikonómica. Es más, Smith explicita que la “mano invisible” dirige a los individuos a utilizar trabajo y/o intercambiar artículos necesarios y útiles. No a especular en las bolsas.18

Al ser Smith un moralista cristiano, su concepción productivo-

comercial seguía siendo oikonómica. Lejos de su intención está un sistema lucrativo puro, uno donde el beneficio esté desligado de las labores necesarias y útiles. La suya es una sistematización teórica que describe y plantea una ética del trabajo que usa capital o dinero oikonómico. Dicha ética es natural al guiarse por los impulsos con que la divinidad determinó a los individuos; es necesaria al proveer los productos requeridos y útiles para la sociedad; y es virtuosa al ser un medio de cumplir la voluntad de Dios. Sin embargo ahora no buscará un objetivo limitado. Por el contrario, la meta se transformó en ilimitada. Pues a pesar de sostener el calvinismo la austeridad, la voluntad individual de perseguir el lucro a través de lo productivo-comercial no tendría freno.

18 La “mano invisible” es la forma en que el autor explica cómo Dios se sirve del egoísmo de los individuos a fin de que concreten Sus benéficos fines. Desde la mirada ética de Smith no será casual que para graficar ese mecanismo metafísico, recurra en La Teoría de los Sentimientos Morales a los “latifundistas” que contratan trabajadores y en la Riqueza de las Naciones a los “comerciantes” que al mercar benefician a la sociedad. Si bien los especuladores también serían gobernados por Dios, su egoísmo no daría frutos productivos y/o benéficos.

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La pertenencia del autor a la corriente oikonómica tradicional de Occidente, no será obstáculo para que introduzca una variación que significará avanzar hacia un sistema lucrativo puro y su consiguiente legitimación. Ese paso lo dio al sostener que el egoísmo materialista de la humanidad pecadora no tenía freno, al tiempo que afirmaba que quienes eran conscientes de estar glorificando a Dios a través de su profesión, tampoco ponían límites a su virtuoso afán sustentador, productivo y/o comercial. A su vez, se fundaba en la doctrina de Calvino que había desechado la premisa medieval de procurarse sólo lo necesario y había admitido perseguir la satisfacción. Ese carácter ilimitado más la que pareciera una inexorable necesidad de dinero para lograr el sustento en las sociedades capitalistas occidentales, terminarían por dar un giro hasta hoy vigente. No deja de ser paradójico que para explicar y legitimar la búsqueda de lucro puro se use a Smith, un oikonomista.

El Triunfo del Lucro Puro No terminaría el siglo XVIII cuando se podrán encontrar diversos intelectuales que defendían, sin ambigüedades ni eufemismos, la búsqueda de lucro puro e incluso la usura. En los albores de la Revolución industrial y con el poderoso despliegue del capitalismo liberal que impuso un sistema productivo-comercial monetario (individualista y competitivo), se llegó al convencimiento de que procurarse el sustento dependía forzosamente de la disposición de dinero. En un contexto que hacía parecer evidente dicha conclusión, el lucro puro será además validado apelando a la fama y al supuesto legado de Smith. Eso sí, se dejó de lado su religiosidad y su propuesta de una ética del trabajo u oikonomía. Uno de esos abogados del lucro puro fue el filósofo utilitarista y economista Jeremy Bentham. Este, a pesar de afirmar que la obra del moralista escocés no era del todo científica, no duda en llenarlo de elogios y se identifica como su continuador. Según el autor, al ser “necesario el trabajo para la adquisición de la riqueza, y al mismo tiempo, igualmente indispensable para la conservación de la existencia”, a fin de proteger la búsqueda de dinero del exceso de escrúpulos se lo ha “disfrazado con el nombre de deseo de trabajo”. De esa manera la persecución de lucro se libraba del prejuicio y las censuras, al ser el real objetivo de los afanes humanos por ser una conducta natural.19

La lucrativa franqueza del autor se extiende hasta su Defensa de la Usura (1787), donde respalda dicha práctica fundado en la libertad de

19 Locke había dado vida teórica al “hombre económico” cuando expuso que los individuos poseen una tendencia natural (racional) a lo material; línea que continuó Smith a medio camino entre lo oikonómico y lo moderno laico. En la tradición anglosajona el deseo ilimitado de ganancias monetarias será natural, una característica inherente de la especie que determina su conducta. Si bien se utilizará la palabra “naturaleza”, no se corresponde con el significado aristotélico de una finalidad obvia y correcta o ética de los actos humanos y las cosas.

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comercio y el individualismo, y en su férrea oposición a la intervención estatal en general y respecto a los préstamos con interés en particular. De su postura se entiende su oposición a Aristóteles, quien a su juicio “estableció un imperio despótico sobre el mundo cristiano” en cuanto a una tenaz y duradera desaprobación de los préstamos con interés y de lo lucrativo en general. El pensador macedonio negó una cuestión obvia para Bentham: que el dinero es fértil para producir más dinero. Con lo cual habría imposibilitado el progreso —entendido como el lucro y sus potenciales consecuencias materiales— durante toda la Edad Media y hasta el mismo siglo XVIII.20

Para el individualista radical que era Bentham, los empréstitos son una cuestión privada que incumbe a dos personas responsables y que negocian en igualdad de condiciones. No es posible ni debido coartar a “ningún hombre en la edad madura y en su sano juicio, que actúe libremente y tenga los ojos abiertos”, para que “considerando su propio beneficio” realice una transacción para obtener dinero. Tampoco es debido impedir a otro “proporcionárselo en las condiciones que juzgue conveniente aceptar” quien solicita el préstamo. Se asume que se trata de un negocio privado, donde el resultado surge de un acuerdo libre. De un plumazo se borraban siglos de advertencias sobre el poder del usurero sobre el deudor y la evidente necesidad que lleva al último a pedir prestado. Por más que Bentham no sea un autor preferido de quienes suman nombres a lo que se ha llegado a llamar la corriente principal de la Economía Moderna, no deja de ser relevante su influencia. El historiador inglés George Trevelyan lo llama “padre de la reforma legal inglesa” y señala que entrado el siglo XIX “fueron cambiando rápidamente nuestras leyes, de acuerdo con los principios utilitarios y llenos de sentido común que Bentham había establecido”. Al tenor de lo expuesto, es obvio que esos cambios se encaminaron a facilitar los negocios de carácter lucrativo, en un ambiente donde desde hace tiempo venían siendo habituales. Justamente a comienzos del siglo XIX, con un capitalismo moderno aún más extendido y validado, nacerá la científica Economía Moderna con su cálculo costo-beneficio de estricto tenor económico y centrándose en la maximización lucrativa como su problema distintivo. El trabajo productivo será ahora una cuestión secundaria, un simple medio de conseguir el verdadero fin económico: los beneficios monetarios. David Ricardo, un millonario que justamente hiciera su fortuna especulando, será un importante impulsor de esta nueva economía. Una que ya nada tiene que ver con lo natural, virtuoso y necesario al modo oikonómico. El motor del 20 El autor ironiza sobre los escrúpulos de Aristóteles, al recordar “el gran número de piezas de dinero que habían pasado por sus manos (más, quizás, de las que pasaron antes o después por manos de filósofo alguno)”. En todo caso, no es posible que el filósofo macedonio haya influido durante toda la Edad Media, pues recién a partir del siglo XI los árabes lo tradujeron al latín y fue conocido por la intelectualidad europea.

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sistema será la ambición ilimitada de ganancias, en otras palabras, el “deseo continuo por parte de los capitalistas de abandonar un negocio poco provechoso por otro más ventajoso”. Los sentimientos egoístas y avariciosos conformarán la “racionalidad económica”. Curiosamente, al igual que Bentham, explicita Ricardo la “admiración que la obra profunda de este célebre autor excita con tanta justicia”. Dicha celebridad no es otra que Smith. El lucro en tanto fin absoluto del proceso productivo-comercial era legitimado y reproducido, apelando a quien siempre concibió las ganancias cuales medios para conseguir “todas las cosas necesarias y convenientes”. El aval de los autores nombrados sumado al de otros que también ponían de su parte a un Smith traicionado e incapaz de defender su propuesta desde la tumba, ha de haber bastado para demostrar la inexorable realidad y validez de los afanes lucrativos que en la práctica guiaban el sistema productivo-comercial. La autoridad intelectual y la venia de la ciencia venían a dar fe de la naturalidad, corrección y beneficios de la avaricia. No es difícil adivinar la satisfacción del nuevo empresariado, uno que a esas alturas no era exclusivamente productivo sino inversionista. Una vez liberado el lucro puro de toda crítica, es más, al ser elevado a valor absoluto, se pudo seguir sin trabas el camino más expedito hacia la riqueza: las finanzas especulativas. Lo que se vio con total claridad a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, tendría que esperar todavía un poco para que llegara la hora del intento más sistemático de materializar la utopía. Serán las políticas neoliberales de la segunda mitad del siglo XX las que legalmente darán rienda suelta al afán de lucro puro. Se emprenderá la purificación del sistema económico en base al empequeñecimiento del Estado —con el consecuente desamparo de la ciudadanía— y a una agresiva y totalitaria política de desregulaciones. Por supuesto que dentro de ese proyecto el mercado financiero será una prioridad.21 Una vez (neo)liberalizadas las finanzas no pasó mucho tiempo para que demostraran su poder de acumulación y se tomaran la economía mundial en detrimento de la economía “real”. ¡Esta pasó a depender de las finanzas especulativas, del movimiento de papeles de la economía irreal! El corredor de bolsa y el inversionista especulativo fueron consagrados como los nuevos héroes que vinieron a reemplazar al antiguo emprendedor productivo. Lo peor es que ese tipo de finanzas ni siquiera son de alguna utilidad o contribuyen al crecimiento de los países y menos a su desarrollo. Se insiste en que no proporcionan capital productivo y son meramente especulativas. Las inversiones (incluso las llamadas “directas”) y los 21 Los mercados financieros europeos empiezan a ser liberalizados recién a mediados de los setenta del siglo XX, pues dichos países siempre fueron concientes de los peligros de unas finanzas liberalizadas del todo. No obstante, por medio de las instituciones financieras internacionales que dominan a través de cargos directivos, han presionado a los países pobres para que desregulen rápida y totalmente sus mercados financieros.

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“capitales golondrina” viajan de un país a otro en busca de la mejor opción de lucro, a la velocidad de una llamada telefónica o de la virtualidad de internet. Lucro que en la gran mayoría de las veces no tiene nada que ver con la creación de bienes, menos con la creación de empresas y por ende tampoco de empleos. No se estaría hablando hoy de crisis sin el dominio arrollador de las finanzas especulativas y sus agentes. Fruto de la relevancia de las finanzas especulativas en este nuevo capitalismo eminentemente lucrativo, fue que también se le dio preeminencia a la especulación en muchas grandes empresas. Estas se enfocaron de forma preferente a lo financiero y a satisfacer a los accionistas: por medio de la gestión se busca elevar el precio de las acciones. Lejos de sus propósitos está el crear nuevas empresas productivas o competir con servicios y bienes de calidad al mejor precio. Menos todavía buscan crear nuevos puestos de trabajo y ni siquiera mantener los existentes. Lo central es la gestión para conservar alto el precio de las acciones y/o tener elevados niveles de retorno del capital invertido. Los gerentes, publicistas y expertos en mercadeo han desbancado a los ingenieros, técnicos y obreros. Las fusiones de empresas se entienden en esta misma lógica financiera y no productiva, lo mismo que las anheladas inversiones extranjeras.22

La nueva economía lucrativa —nueva al considerar que viene a quebrar un continuo oikonómico que se extiende desde Aristóteles a Smith— y su sublimación del dinero, han llegado a transformar lo productivo-comercial en una actividad a tal grado autónoma, que ya no pretende y/o no necesita relacionarse a la producción o intercambio de “todas las cosas necesarias y convenientes”. No deja de ser irónico que Smith, un filósofo moral y oikonomista, haya sido elevado a prócer fundador de un sistema que sin embargo emplear formalmente la estructura que propuso, desnaturaliza y traiciona su espíritu y objetivos. Así las cosas, ¿quién podría extrañarse de que se terminara creando una economía de papel y situándola por sobre la real?

Comentario Una vez finalizado este breve y simplificado recorrido a través de los siglos que vieron la evolución de lo productivo-comercial en Occidente, se entenderá que no se puede hacer cuadrar la historia con nuestros intereses, deseos o con lo que sabemos para salvar nuestra ignorancia de lo que desconocemos. De no tener una mínima claridad metodológica e

22 El dominio del capitalismo financiero hace que las fusiones de compañías inexorablemente impliquen un gran número de despidos; y las que aún pueden llamarse productivas, dado que de todas maneras tienen un fuerte énfasis financiero y/o lucrativo puro, se relocalizan en busca de países donde puedan pagar sueldos mínimos y las cobije una débil legalidad laboral. De más está decir que tanto las fusiones y sus despidos como las relocalizaciones, elevan el precio de las acciones de las empresas dada su exitosa gestión.

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histórico-cultural, se terminarán cuestionando enfoques económicos del pasado por incompletos o erróneos. Enfoques que en su momento nunca pretendieron solucionar lo que el mal informado crítico actual pretende que deberían haber intentado remediar. No se puede acusar de fracaso en algún asunto, a quienes nunca quisieron emprender su estudio o solución. Justamente porque su sociedad no estimó que aquel tópico fuera un problema. Para la oikonomía lo estrictamente económico no existía o era una desviación extraña, indigna, antisocial y por tanto peligrosa.23

Esa perspectiva amplia, se comprenderá, requiere abandonar el dogmático cientificismo económico moderno. Los fenómenos socioculturales rebasan con mucho ese limitado y rígido enfoque, el cual termina encontrando lo que busca. Una mirada que hasta contrariando los datos empíricos, concluye que sólo recientemente se ha desarrollado la verdadera y correcta teoría económica; y que sólo recientemente se ha materializado el verdadero y correcto sistema productivo-comercial. Ambas cuestiones desarrolladas y materializadas en Europa occidental, una muy pequeña zona geográfica y cultural. Así las cosas, parece manifiesto que el estudio de la producción y los intercambios materiales, no puede ni debe quedar encerrado en los estrechos marcos cientificistas y lucrativos. Precisamente, la Antropología, la Historia y la Historia Económica (la historia económica en realidad empírica, no aquella que se mira el ombligo al preocuparse sólo del capitalismo burgués occidental) han contribuido a dejar en evidencia los errores de la concepción economicista moderna. En base a cuantiosos datos dichas disciplinas han demostrado que a través de gran parte del devenir de la humanidad y en la gran mayoría de las sociedades, los incentivos de la producción material y del intercambio de bienes y servicios han sido socioculturales. En general no han existido móviles de estricto carácter económico o materialista; menos todavía meramente lucrativos. Acertaba Polanyi al decir que si se comprendiera un “sistema económico” a modo de un conjunto de conductas individuales basadas en la esperanza de ganancias monetarias, se debería concluir que nunca ha existido uno. Sopesando la historia y la diversidad cultural que aquella nos descubre, el afán de lucro puro y las finanzas especulativas son una estrambótica y novedosa desnaturalización de una corriente productivo-comercial general y con una lógica relativamente homogénea. Es un hecho que nunca ha existido la economía en sí o por sí sola. Si bien la actividad productivo-comercial y los intercambios materiales son cuestiones ineludibles de la vida colectiva, han sido consecuencia de la expresión y/o los incentivos de otras instituciones no económicas. Lo mismo ocurre con la Ciencia, la cual tampoco nunca ha existido en sí o

23 Sobre las graves consecuencias de no tomar en cuenta la Historia en cualquier campo de la investigación, el físico austriaco Erwin Schrodinger afirmaba que cualquier conocimiento pierde “su carácter científico” cuando se ignoran “las condiciones en que fue originado, las preguntas a las que respondió y las funciones para las cuales fue creado”.

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por sí sola. De donde se comprenden las deformaciones a que puede llegarse cuando se terminó aunando el economicismo y el cientificismo en una sola disciplina: la científica Economía Moderna.24

El que el proyecto autonomista de la Economía Moderna sea utópico, no ha implicado que no se lo haya intentado materializar. Tentativa de la que han sido protagonistas los liberales laicos y los neoliberales. Por lo cual más allá de la veracidad de los presupuestos y de la posibilidad de llevar a cabo ese ideal, del mismo modo ha servido de guía para la teoría y la acción política, social y económica. Para las ingenierías sociales no son parámetros a tomar en cuenta la verdad; menos aún la bondad. Y aquella utopía buscaba la consolidación de una sociedad individualista y materialista, mediada exclusivamente por el mercado autorregulado. Se sabe que Smith fue deformado y traicionado, primero por los liberales laicos y luego por los neoconservadores. Todos ellos olvidaron la oikonomía del moralista escocés y la transformaron en la búsqueda de lucro cual fin absoluto del sistema productivo-comercial. En verdad en el objetivo de todo el sistema sociocultural. A la ética del trabajo o productiva se la hizo mutar a una del lucro puro. Esta, en su sublimación de lo privado, terminó olvidando o dejando expresamente de lado la producción y el bien público.25

Por los principios originales de ese afán lucrativo y por su desarrollo específico en las sociedades modernas y/o modernizadas, se fue avanzando hacia la separación entre la economía real y la financiera especulativa. Los mismos factores fueron luego influyendo en que a la real se la hiciera tener menor relevancia en comparación a la irreal, que fuera sometida a sus objetivos y hasta que en cierto modo llegara a ser reemplazada por aquella. La propia lógica del sistema y el marco normativo (o la falta de él) eran el mejor incentivo para hiperespeculación. Pero asimismo para la creación, diversificación y multiplicación de productos financieros cada vez más riesgosos. En esos azarosos casinos llamados “bolsas”, la inseguridad implica esperanza de mayores ganancias.26

Nadie puede desconocer ahora que esa peligrosa e irresponsable hiperespeculación se venía dando desde hace décadas. Ese conocimiento 24 Es común encontrar opiniones cientificistas sobre que la ciencia (la occidental moderna que se hace pasar por universal) se ha visto contaminada por factores no científicos. ¡Cómo si pudiera ser posible una ciencia aislada de su contexto sociocultural, y al margen de las creencias y objetivos de la sociedad que la desarrolló! 25 En curiosa contraposición a la rigidez y fanatismo de los tecnócratas, el mundo reformado y protestante contemporáneo ha sido muy crítico de las desviaciones lucrativas de la Economía Moderna. Quienes se llaman a sí mismos científicos, han resultado ser mucho más fundamentalistas que los creyentes. 26 En una reunión donde participara el autor, un exitoso corredor de bolsa explicaba que el punto al especular era seguir siempre las tendencias del mercado y saber cuándo dejar de hacerlo. Sobre el azar y el riesgo inherente de la actividad, agregaba que si alguien le pasaba unos millones al día siguiente le podía devolver el doble... o nada. Un académico monetarista intentó dar más seriedad a la especulación sacando a colación las matemáticas financieras; pero a decir verdad, no tuvo mucho éxito en su empeño.

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hace aún más impresentable que en Europa y Estados Unidos se haya llevado adelante un salvataje con dineros de los contribuyentes. Quienes no gozaron de las millonarias ganancias de la hiperespeculación, y a quienes desde el neoliberalismo se les venía exigiendo responsabilidad y emprendimiento en medio del abandono estatal. Por otra parte, no obstante quedar en evidencia que la especulación nunca tuvo una base sólida y respondía a la irresponsabilidad o al dolo, es a lo menos curioso que a la fecha las finanzas sigan estando en el centro de las preocupaciones de los políticos, economistas y de la prensa. Por increíble que parezca, se las sigue tomando como el indicador del pulso de la actividad económica a través del mundo.27

En el caso de Chile, durante la crisis de la década de los ochenta del siglo pasado se vivió la hiperespeculación y sus consecuencias. En plena dictadura se pudo observar y sufrir esa transición de la economía real a la financiera, junto a la paradoja ética que ello supone. Ese fue un ejemplo manifiesto de lo que ocurre cuando se usa la estructura libremercadista de Smith vaciada de su contenido y guía moral. Peor aún. Cuando se estimula y facilita el lucro puro por un contexto moral y legal que termina transformando los negociados en negocios válidos y legales. En esas condiciones el individualismo radical que busca utilidades, no toma en cuenta el bien público y/o lo perjudica de forma deliberada. En un marco legal/moral donde (casi) todo vale, el capitalismo especulativo llega al extremo de doblarle la “mano invisible” al propio sistema de libre mercado. La ganancia individual que se alcanza incluso con fraude, está lejos de obtener fines benéficos para la sociedad. En Chile esa situación no ocurrió únicamente por la naturaleza arbitraria y corrupta de la dictadura, sino por la propia lógica del sistema. Y la presente crisis ha demostrado que en países democráticos, la ética hiperespeculativa le sigue doblando la “mano invisible” libre mercado.28

Desde la mirada lucrativa y con mayor razón desde la perspectiva tecnocrática neoliberal, para la cual no hay nada más allá ni más importante que la Economía —y que la Economía financiera especulativa—, se llegó a un punto en el cual se podían obtener ganancias sin realizar labor sustentadora alguna. Así, ni los trabajadores ni la producción

27 No deja de ser irónico que el salvataje o derechamente la nacionalización, vaya en contra del discurso oficial sobre la competencia que por años hemos escuchado y de las consecuentes políticas que se han implementado. En todo caso, al tiempo que pocos hablan de nacionalización, nadie toca el asunto de si esas instituciones serán devueltas a sus actuales dueños una vez saneadas con dineros fiscales o si alguna vez y de alguna forma pagarán esas “inyecciones de liquidez”. No sería la primera vez que se socializan las pérdidas luego de que las ganancias fueran privadas. 28 Eso sí, cabe señalar que en Chile la facilitación legal de la apropiación de lo ajeno y su legitimación moral, no funciona igual para todas las capas de la población. A un “cogotero”, “lanza” o “monrrero” le espera la cárcel y la condena de la opinión pública. Mientras los estafadores de “cuello blanco” mantienen su alto estatus, se les llama por los respetables términos de “banquero”, “inversionista” o “ejecutivo”, a lo más son multados con cifras ridículas y hasta reciben la comprensión de la autoridad (como ha quedado en evidencia en la colusión farmacéutica y el rol mediador-asistente del Sernac).

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necesaria y útil son lo primordial en este nuevo tipo de proceso productivo-comercial. Es tal la importancia del lucro puro, que los capitalistas-inversionistas podrán llegar a desligarse de los molestos asalariados. Trabajo y beneficios no son hoy ese complejo inseparable que por siglos fueron en Occidente. Han llegado a ser ámbitos diferentes y, dado el dominio de la nueva ética lucrativa, no hay ni debiera haber reparo alguno a esa situación. Los acontecimientos de los cuales a la fecha estamos siendo testigos y protagonistas, hacen necesario que los economistas modernos amplíen su perspectiva. Y ni siquiera se hace aquí referencia a ideas que no por críticas dejan de representar el más puro sentido común. El objetivo es avanzar para que aquellos sean parte de la solución y no del problema... o el problema. Todo indica que sería mucho más fructífero que volvieran a su origen de oikonomistas y dejaran de ser abogados e impulsores de las actividades de la economía irreal. Más allá de los anuncios de que ésta es la crisis terminal del capitalismo moderno —muerte que se viene anunciando cada vez que el supuesto cadáver estornuda—, se plantea aquí que a estas alturas no se trata de una cuestión de política partidista. A pesar de que obviamente lo es, los problemas sociales que se vienen dando a raíz del dominio del lucro puro y de las finanzas especulativas, pareciera que no serán nada comparados con los que se suponen nos esperan con la actual crisis. La oikonomía al servicio de la Política y el profundo sentido ético de ambas, parece ser un camino realista y factible de andar. Uno que mantiene unido al trabajo útil y necesario con su justo premio; cuestiones que nunca se debieron separar y menos hasta hacerlas antagónicas. Uno que busca lo benéfico por medio de acciones benéficas directas; no por chorreos indirectos y por lo demás falaces. Uno que protagonizan los mismos pueblos y para su propio bien. Uno que acepta diversas miradas y no se atrinchera en dogmas y presupuestos. En la perspectiva del trabajo productivo caben desde los marxistas a los liberales religiosos y laicos pasando por los socialdemócratas, de los ateos a los creyentes y agnósticos, e igualmente caben los occidentales y quienes pertenecen a otras tradiciones culturales. La oikonomía suma y busca nuevas síntesis. Los únicos que se automarginan son los neoliberales por su empeño de “hacer parir la moneda siendo más estéril que las mulas”. Darle un giro a la actual economía y volver al énfasis productivo no es un desafío menor. Pero al tenor de los actuales sucesos, es uno que vale la pena intentar. Aunque se debe tener la claridad suficiente para entender que a pesar de que socialmente hablando el trabajo necesario y útil es fructífero, no se pretende aquí idealizarlo. Tampoco sugerir la oikonomía

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cual panacea.29 Justamente la política racional (al modo greco-medieval, no en cuanto “racionalidad instrumental” moderna) fruto de un debate y de una participación generalizados, debe ser mediadora y guía del proceso socioeconómico. Se estima aquí que oikonomía y democracia deben ser partes de un mismo e inseparable conjunto. Debería ser suficiente lección las consecuencias de haber dejado que decidieran por millones de personas, unos cuantos irresponsables y afiebrados jugadores de casino. Quienes poca o nula idea tienen de lo que es el trabajo productivo, y que por sus ingresos y quehacer viven en una burbuja aislados de la inmensa mayoría de la población del planeta. En estos tiempos de crisis los instrumentos y las medidas técnicas requieren la guía de un fundamento explícito. No la inconsciente inercia de la costumbre. Tampoco será conveniente resucitar visiones teóricas sin contar con la institucionalidad que permita su materialización y/o que no sean coherentes con las formas de vida de las sociedades donde se las pretende aplicar. Deben además tomarse en cuenta los incentivos socioculturales (ideológicos y materiales) de las comunidades, a fin de que esos proyectos se encarnen en ellas y convoquen la mayor cantidad de gente posible. No es la idea cambiar una ingeniería social por otra. Desde esa perspectiva realista, amplia y participativa debe avanzarse en la construcción de un sistema en verdad democrático que dé énfasis a cubrir el sustento de la ciudadanía y de un sistema productivo-comercial que sea democrático. Hoy la democracia oikonómica o la oikonomía democrática se transforma en una urgencia.

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29 Es evidente que por sí sola o de modo automático no es capaz de enfrentar problemas como la degradación ambiental, la sobreexplotación de la naturaleza, la redistribución o la propia alienación del trabajo que se ha sufrido en los propios sistemas oikonómicos.

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