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El monasterio cisterciense de Santa María de Valdei- glesias se localiza en el término municipal de Pela- yos de la Presa, al suroeste de la Comunidad Autóno- ma de Madrid. A pesar de los notables restos conservados y su relativa cercanía a la capital, no es un monumento muy conocido fuera del mundo de los especialistas de la restauración y de la historia del arte y aún para éstos presenta no pocas dudas. Recientemente, el monasterio ha vivido dos even- tos que le han dado un cierto protagonismo: por un lado, su anterior propietario, el arquitecto García Be- nito, hizo entrega del conjunto al ayuntamiento de Pelayos, para uso y disfrute de sus habitantes. Por otro lado, la maestría de restauración arquitectónica del año 2004 del Instituto Juan de Herrera utilizó este edificio para las prácticas de sus estudiantes. Pero por encima de esas prácticas de los futuros restauradores o los disfrutes culturales del público, la importancia de un conjunto como el de Valdeigle- sias, la importancia de cualquier resto del pasado, es su valor como sustento de nuestra memoria. De ahí que resulte pertinente, en un foro como éste, recordar una vez más lo que para todos es evi- dente y, acaso, por ello, a veces olvidamos. En nues- tra especialidad si bien el objeto de estudio es la construcción, el valor de la misma radica sólo en cuanto tiene pasado, posee historia, una historia que hemos de recuperar, entender y transmitir. Este estudio trata sobre la historia del monasterio de Santa María de Valdeiglesias, trazando la evolu- ción sufrida por el edificio a lo largo de su existencia y aportando, en la medida de nuestras posibilidades, los criterios esenciales que permitan abordar una res- tauración respetuosa y una revitalización enriquece- dora. Todo estudio de un acontecimiento del pasado debe apoyarse sobre una serie de fuentes históricas, que en nuestro caso son tanto los documentos escri- tos conservados, como el monumento en sí, fuentes cuya principal característica es el hecho de que pue- dan ser verificables. La necesidad de las fuentes, sin embargo, no debe hacernos caer en la idolatría a las mismas, aceptándolas como verdad absoluta, sino que hemos de mantener un debate abierto y perma- nente con ellas. Tanto los documentos escritos como la ruina exigen un análisis crítico. Para realizar dicho análisis crítico hay que huir no sólo de las falsedades, sino también de ciertas gene- ralizaciones peligrosas, como el intento de ajustar la traza del monasterio a una supuesta planta modelo cisterciense, que, si bien podía existir, siempre esta- ría matizada por las circunstancias locales. Igualmen- te, ha de evitarse el uso abusivo de ciertas categorías históricas, como hablar de arquitectura mozárabe (sin aportar fundamentos) o de estilo mudéjar (todo lo más, motivos decorativos) en Valdeiglesias. DESCRIPCIÓN DEL MONASTERIO El monasterio de Valdeiglesias se haya enclavado so- bre un altozano de pendiente relativamente pronun- Estudio histórico-arquitectónico del monasterio de Santa María de Valdeiglesias (Madrid) Inés Díaz Alberto Garín Lorena Lemus Actas del Cuarto Congreso Nacional de Historia de la Construcción, Cádiz, 27-29 enero 2005, ed. S. Huerta, Madrid: I. Juan de Herrera, SEdHC, Arquitectos de Cádiz, COAAT Cádiz, 2005.

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El monasterio cisterciense de Santa María de Valdei-glesias se localiza en el término municipal de Pela-yos de la Presa, al suroeste de la Comunidad Autóno-ma de Madrid. A pesar de los notables restosconservados y su relativa cercanía a la capital, no esun monumento muy conocido fuera del mundo de losespecialistas de la restauración y de la historia delarte y aún para éstos presenta no pocas dudas.

Recientemente, el monasterio ha vivido dos even-tos que le han dado un cierto protagonismo: por unlado, su anterior propietario, el arquitecto García Be-nito, hizo entrega del conjunto al ayuntamiento dePelayos, para uso y disfrute de sus habitantes. Porotro lado, la maestría de restauración arquitectónicadel año 2004 del Instituto Juan de Herrera utilizó esteedificio para las prácticas de sus estudiantes.

Pero por encima de esas prácticas de los futurosrestauradores o los disfrutes culturales del público, laimportancia de un conjunto como el de Valdeigle-sias, la importancia de cualquier resto del pasado, essu valor como sustento de nuestra memoria.

De ahí que resulte pertinente, en un foro comoéste, recordar una vez más lo que para todos es evi-dente y, acaso, por ello, a veces olvidamos. En nues-tra especialidad si bien el objeto de estudio es laconstrucción, el valor de la misma radica sólo encuanto tiene pasado, posee historia, una historia quehemos de recuperar, entender y transmitir.

Este estudio trata sobre la historia del monasteriode Santa María de Valdeiglesias, trazando la evolu-ción sufrida por el edificio a lo largo de su existencia

y aportando, en la medida de nuestras posibilidades,los criterios esenciales que permitan abordar una res-tauración respetuosa y una revitalización enriquece-dora.

Todo estudio de un acontecimiento del pasadodebe apoyarse sobre una serie de fuentes históricas,que en nuestro caso son tanto los documentos escri-tos conservados, como el monumento en sí, fuentescuya principal característica es el hecho de que pue-dan ser verificables. La necesidad de las fuentes, sinembargo, no debe hacernos caer en la idolatría a lasmismas, aceptándolas como verdad absoluta, sinoque hemos de mantener un debate abierto y perma-nente con ellas. Tanto los documentos escritos comola ruina exigen un análisis crítico.

Para realizar dicho análisis crítico hay que huir nosólo de las falsedades, sino también de ciertas gene-ralizaciones peligrosas, como el intento de ajustar latraza del monasterio a una supuesta planta modelocisterciense, que, si bien podía existir, siempre esta-ría matizada por las circunstancias locales. Igualmen-te, ha de evitarse el uso abusivo de ciertas categoríashistóricas, como hablar de arquitectura mozárabe (sinaportar fundamentos) o de estilo mudéjar (todo lomás, motivos decorativos) en Valdeiglesias.

DESCRIPCIÓN DEL MONASTERIO

El monasterio de Valdeiglesias se haya enclavado so-bre un altozano de pendiente relativamente pronun-

Estudio histórico-arquitectónico del monasterio de Santa María de Valdeiglesias (Madrid)

Inés Díaz Alberto Garín Lorena Lemus

Actas del Cuarto Congreso Nacional de Historia de la Construcción, Cádiz, 27-29 enero 2005, ed. S. Huerta, Madrid: I. Juan de Herrera, SEdHC, Arquitectos de Cádiz, COAAT Cádiz, 2005.

ciada, en el lado norte del pequeño arroyo de la Pre-sa. El monasterio es un rectángulo irregular confor-mado por tres sectores claramente diferenciados:

– la iglesia situada al norte, de planta de cruz la-tina, con una cabecera triple, transepto y unaúnica nave.

– el claustro cerrado del sur, de planta romboidaly con sus crujías divididas en diferentes de-pendencias, entre las que destacan la sala capi-tular, en la crujía este, y la cocina y el refecto-rio en la sur.

– el claustro oeste, en forma de ele y abierto, conla hospedería en su crujía sur, rematada poruna torre campanario.

De estos tres sectores, el mejor conservado es elclaustro oeste, donde instaló su residencia García Be-nito. La iglesia ha perdido la mayor parte de sus cu-biertas, mientras que en el claustro cerrado ha desa-parecido la totalidad de los niveles superiores, asícomo casi todas las cubiertas y los muros interioresdel nivel inferior.

EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL MONASTERIO

El origen del monasterio de Valdeiglesias se haya in-merso en ciertas tradiciones que hablan de un pasadohispanogodo (Manuscrito 1650), si bien las primerasreferencias al mismo no aparecen hasta mediados delsiglo XII cuando Alfonso VII concedió un privilegiopara la fundación de un monasterio benedictino en elvalle de las Iglesias (Tumbo 1644: 2).

Este topónimo parece referirse a una larga docenade ermitas que se desparramaban por la zona y cuyoshabitantes habían de ser reagrupados en el nuevomonasterio. El origen de estas ermitas puede situarseen el empeño por la repoblación de la zona tras laconquista de Toledo a finales del siglo XI. El uso decomunidades religiosas con esa finalidad era prácticahabitual en los reinos cristianos (González 1975). Elprivilegio de Alfonso VII acaso invitara a agrupar alos hasta entonces desperdigados ermitaños, aunqueno se hace referencia a éstos, ni a ese empeño por re-agruparlos.

De modo que no será hasta fines del siglo XII, yaen tiempos de Alfonso VIII, cuando se pueda hablardel comienzo de la construcción del monasterio. Ha-

cia 1178, la orden cisterciense es la encargada deedificar la nueva abadía (González 1960, I: 517),para cuyo mantenimiento se le entregarán numerosaspropiedades a lo largo de la primera mitad del sigloXIII. Estas propiedades habrían de permitir la exis-tencia del cenobio, pero también fueron la causa deno pocos pleitos con los habitantes del valle e, inclu-so, con algunos nobles personajes, como Álvaro deLuna, ya en la primera mitad del siglo XV (Foronda1902).

A finales de este siglo XV, gracias al impulso re-formador propiciado por los Reyes Católicos, Val-deiglesias va a mejorar su situación (Yáñez 1978:589), una mejora que habrá de mantenerse a lo largode los siglos XVI y XVII, como demuestra el aumen-to del número de monjes y el propio crecimiento deledificio. Esto no habría de evitar que la ley de desa-mortización impulsada por Mendizábal, a partir de1834, acabara con la abadía, entrando en el procesode ruina que sigue avanzando hoy.

En 1968, la Real Academia de Bellas Artes de SanFernando incoó el expediente para la declaración delmonasterio como monumento (Conde de Yebes1968), siendo declarado en 1984 bien de interés cul-tural con carácter nacional (Real Decreto 3901, BOEnº 38, de 14 de febrero).

FUENTES Y ESTUDIOS SOBRE VALDEIGLESIAS

Las fuentes escritas conservadas sobre Santa Maríade Valdeiglesias son muy escasas y de desigual va-lor. A los privilegios reales y sus confirmaciones detiempos medievales, podemos añadir varios docu-mentos de los siglos XVI al XVIII, que, por su pro-pia modernidad, resultan poco clarificadores sobrelos primeros tiempos del monasterio. Destacan elTumbo del monasterio y la Crónica de fray Bernardode Sandoval, ambas de mediados del siglo XVII yque informan con bastante rigor sobre la historia delmonumento desde mediados del siglo XVI hasta losaños de redacción de documentos, al final del granperiodo de ampliación del edificio.

A partir de estas escasas fuentes, curiosamente losestudios sobre Valdeiglesias, o, al menos, las refe-rencias, han sido numerosos, si bien es cierto que nocon la profundidad que exigía el edificio conservado.Los cronistas de la historia benedictina ya hablabande esta abadía (Yepes 1617, Manrique 1642), como

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lo harán los diferentes autores de catastros, dicciona-rios geográficos, itinerarios de excursiones y catálo-gos histórico-artísticos de fines del siglo XVIII, todoel XIX y buena parte del XX (Ponz 1788, Madoz1845, Pérez Regio 1918, Rodríguez Marín 1921,Sainz de Robles 1966, Azcárate 1970, Brandis1980). Por lo general son referencias escasas, des-cripciones del estado del momento, a las que seacompañan breves reseñas históricas, la mayor partede las veces copiándose unos a otros.

A decir verdad, los primeros estudios históricoscon algo de enjundia han sido relativamente recien-tes. Bien es cierto que ya Foronda (1902) mostró suinterés por Valdeiglesias, aunque de forma colateral,pues el objeto de sus pesquisas era don Álvaro deLuna. Pero no fue sino hasta finales de los años 70,con el trabajo del padre Yáñez (1978), cuando loshistoriadores comenzaron a centrar su atención en elabadengo medieval de Valdeiglesias y sus vicisitu-des. En esta línea hallamos los trabajos de Corella(1982) y Rodríguez-Martín (1986), hasta llegar a latesis doctoral de Tejela (1990), en verdad el primerestudio amplio sobre el monasterio de Santa Maríade Valdeiglesias. A esta tesis, habríamos de añadir lapublicación de García Benito (2002) y las memoriasde la maestría de restauración concluida en julio del2004.

De todo este magma de estudios, llama la atenciónla repetición sistemática de ciertas ideas sobre el edi-ficio sin entrar en una crítica rigurosa del mismo,algo que, realmente, sólo se propuso Tejela, y encuya línea de trabajo nosotros queremos profundizar.

METODOLOGÍA DE LA INVESTIGACIÓN

Para realizar este estudio sobre la historia arquitectó-nica del monasterio de Valdeiglesias comenzamospor recuperar toda (o, al menos, la mayor parte) de labibliografía relacionada con esta abadía. Dicho traba-jo nos hizo saber cuáles eran los documentos origina-les conocidos, que fueron completados con aquelloslocalizados durante la realización de la maestría.

El análisis de estos documentos y esta bibliografíapermitió establecer una primera cronología que so-metimos al análisis derivado de la observación delmonumento.

Para ello, se efectuaron varias visitas durante laduración de la maestría de la restauración, se hizo un

levantamiento general del edificio y se tomaron algu-nos centenares de fotos.

Reunido todo este material, organizamos el trabajosiguiendo el esquema de investigación habitual enlos estudios históricos arquitectónicos:

– dividimos el monasterio en zonas que no habí-an de responder a una realidad constructivaprecisa, sino a cuestiones prácticas.

– al interior de cada una de estas zonas, distin-guimos y numeramos las diferentes unidadesarquitectónicas localizables (muros, vanos, pi-lares, arcos, bóvedas…).

– cada unidad arquitectónica era descrita si-guiendo una serie de parámetros: material, di-mensiones, aparejo, elementos singulares(marcas, decoración…), estado de degrada-ción…

– a continuación, las unidades eran agrupadas enentidades arquitectónicas de carácter cronoló-gico-funcional. Es decir, reuníamos todasaquellas unidades que habiendo sido hechas almismo tiempo, cumplían una misma funciónen su conjunto (todos los muros y vanos queconforman una habitación, los pilares, arcos ybóvedas que cierran una estancia… siempreque sean contemporáneos unos a otros).

– las entidades arquitectónicas resultantes se or-denaban formando una cronología relativa, esdecir, qué iba antes y qué iba después.

– esa cronología relativa se convertía en absolutaa través del análisis fino de las fuentes: datosaportados por los documentos, determinadosrasgos constructivos o decorativos . . .

– de esta manera pudimos establecer las fasesconstructivas sufridas por el monasterio.

– igualmente, este análisis nos permitió avanzaralgunas hipótesis sobre el uso que se dieron alas diferentes estancias y que pudieron evolu-cionar con el tiempo.

Curiosamente, buena parte de estas observacioneslas realizamos al concluir la maestría, cuando la vi-sión sosegada del historiador se impuso a la premuradel diseñador de restauraciones. Acaso esa fue unade las lecciones más jugosas que aprendimos de lamaestría: enfrentarse al pasado exige, sobre todo, unapaciente dosis de tiempo.

El monasterio de Santa María de Valdeiglesias (Madrid) 331

LA CRONOLOGÍA DE LA CONSTRUCCIÓN

La construcción del monasterio de Santa María deValdeiglesias puede ser dividida en seis grandes fa-ses, con varias etapas algunas de ellas, extendiendosu historia desde el siglo XII, con la repoblación deValdeiglesias mediante monjes ermitaños, hasta lasúltimas reformas del siglo XVIII. Una séptima fasecorrespondería a las labores de restauración actuales.

La primera fase pertenece, en realidad, a un mo-mento anterior al propio monasterio, pero que habíade marcar el desarrollo de éste. En esta primera fase,en algún momento de finales del siglo XI o comien-zos del XII, se habían de levantar las ermitas que die-ron nombre a Valdeiglesias, algunas de las cualesaún son descritas en el siglo XVII (Manuscrito1650). En torno a una de estas ermitas, la de la SantaCruz, habría de erigirse el cenobio algunas décadasmás tarde.

Actualmente no quedan vestigios de esta fase,pero sería interesante plantear una excavación arque-ológica que permitiera avalar o desmentir nuestra te-oría, que exponemos a continuación, sobre la trazadel monasterio.

La segunda fase de la construcción se desarrollóen, al menos, dos etapas.

En la primera etapa (fig. 1), con la llegada de loscistercienses, se comenzó la construcción de la igle-sia, edificándose su cabecera. Levantado el presbite-rio, el monasterio habría de trazarse entre éste y laermita de la Santa Cruz, situada al sur del mismo.Seguida a esta ermita, se hallaba la cocina. Es proba-ble que la parte baja de la gran chimenea fuera cons-truida en esta fase segunda, como parece denunciarla singular talla de sus dinteles. A continuación, si-guiendo la crujía sur, había de edificarse una sala quese identifica con el primitivo refectorio y de la que seconservan dos arcos de medio punto.

Si la cabecera de la iglesia marca el ángulo noro-este del monasterio, la pareja ermita-refectorio habíade señalar el extremo sur del mismo. Sólo faltaba in-dicar el ángulo nordeste para cerrar el conjunto. Estafunción la cumpliría la pequeña habitación de cúpulaoctogonal que ha sido denominada capilla mozárabey que consideramos que era la portería del cenobio.

Esta primera etapa, y así se refleja en los restosconservados tanto de la cabecera, como del viejo re-fectorio o de la portería, estaría caracterizada por eluso de la piedra, con una talla muy regular, y la utili-

zación de elementos propios del románico. Entre es-tos elementos tenemos el grosor de los muros, los ar-cos de medio punto, los vanos de estrechas dimensio-nes, los capiteles historiados o los canecillos bajo lascornisas de los ábsides. La parquedad decorativa re-fleja el espíritu cisterciense de los monjes recién lle-gados, aunque resulta difícil catalogar a esta partecon el adjetivo de arquitectura de esta orden.

La segunda etapa de la primera fase (fig. 2) estámarcada por un cambio radical en el modo construc-tivo que, acaso, denuncia una disminución de los re-cursos para la obra.

Es probable que esa parquedad financiera hicieraque el espacio dedicado al monasterio se cerrará concierta brusquedad, limitándose a levantar un muroque uniera la cabecera de la iglesia con la zona de laermita-refectorio, un muro inclinado con relación aambos ejes y que había de dar la forma de romboideque dominó al claustro posterior. En efecto, a partirde este muro, como veremos, se trazarán tanto lascrujías, como los corredores levantados en direcciónnorte-sur. Por su parte, el eje establecido en el con-

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Figura 12ª fase, 1ª etapa

junto ermita-refectorio había de organizar las estruc-turas levantadas en la dirección este-oeste. De estaforma, la iglesia había de quedar ladeada respecto alresto de la construcción. Resulta evidente que estefenómeno se anunciaba desde el principio de la obra,cuando el eje principal de la iglesia no era paralelo aldel refectorio, probablemente por la topografía delterreno, pero ahora quedó agudizado con ese nuevomuro inclinado.

Nos atrevemos a pensar que entre el refectorio y laportería se pudo trazar otro muro que cerraba el ce-nobio por el oeste. De dicho muro no queda ningunatraza, pues había de ser suprimido en las ampliacio-nes de los siglos XV y XVI, por lo que sólo la arque-ología permitiría corroborar la pertinencia de nuestraobservación. A favor de ella hay que señalar que nohemos encontrado ninguna estructura más allá deeste teórico muro anterior al final del siglo XV.

Durante esta segunda etapa de la segunda fase, seavanzó por el transepto de la iglesia, levantando losmuros con un encofrado a base de hiladas de ladrillorellenas de mampuesto. En el lado norte del transeptose construyó una torre perfectamente adosada, de

planta semicircular y con dos ventanas que servíanpara iluminar la escalera que permitía el acceso, através de una puerta situada sobre el ábside norte, altejado de la iglesia y, probablemente, a su campana-rio.

El transepto estaba coronado por una hilera de ca-necillos escalonados de ladrillo, que fueron destrui-dos en una ampliación posterior. Otro detalle a rete-ner es la puerta llamada de los muertos, abierta aloeste del transepto sur. Esta puerta, también en ladri-llo, presenta al exterior un arco de herradura enmar-cado por un alfiz.

Concluido el transepto, la obra prosiguió por lagran nave de la iglesia, un gigantesco cajón apareja-do con el mismo encofrado de ladrillo y mampuestoy en el que se abren, a cada lado, cinco ventanas depiedra, construidas con sillares, abocinadas hacia elinterior y con arcos de medio punto (fig. 3). Inicial-mente, la nave tenía prevista una altura superior, enalgo más de un metro, a la alcanzada por el transep-to. Pero el desnivel existente entre el transepto y lospies de la iglesia (este sector más elevado que aquel)debieron empujar al maestro de obras a añadir dosniveles más de encofrados, además de la hilera de ca-necillos escalonados. Este recrecimiento es fácilmen-te discernible al observar el muro norte de la nave ypuede explicar la destacada diferencia en alturas queal final se produjo entre el transepto y la nave.

Al mismo tiempo que avanzaba la obra de la igle-sia, se producían algunas construcciones en el inte-rior del convento. Amén del muro que cerraba aleste, del que conservamos claros vestigios, y del teó-rico muro del oeste, fueron acondicionadas algunas

El monasterio de Santa María de Valdeiglesias (Madrid) 333

Figura 22ª fase, 2ª etapa, y 3ª fase

Figura 3Fachada septentrional de la iglesia

piezas. Así la cúpula octogonal de ladrillo que cubríala portería o las tres puertas conservadas en la crujíaeste y que servían de acceso a la enfermería. Una fuemuy modificada con posterioridad, añadiéndole undintel y jambas de piedra, pero eso no nos impidedistinguir su morfología precedente, construida en la-drillo, con un arco con alfiz rematado por un frisodecorado con motivos quebrados. Las otras dos puer-tas, también en ladrillo, cuentan con arcos de mediopunto y una de ellas está enmarcada por un alfiz.

Todos estos motivos decorativos en ladrillo nosestán hablando de una cierta moda islamizante, unadecoración mudéjar, que no una arquitectura de esteestilo, que vino a incorporarse, durante la primeramitad del siglo XIII, al románico dominante.

Esta segunda fase se cierra a mediados delsiglo XIII con el, al parecer, aparatoso incendio quesufre el monasterio hacia 1258 (Tumbo 1644: 11). Dehaberse dado, es posible que afectara, sobre todo, alas cubiertas, lo que explicaría las modificaciones su-fridas por parte de éstas y que reflejamos en nuestratercera fase constructiva.

Ésta cubre un largo periodo de tiempo, desde me-diados del siglo XIII hasta finales del siglo XV, y sereduce a un par de modificaciones reseñables. Laparquedad de los cambios puede deberse a un ciertoestancamiento en la economía del monasterio.

Esas dos modificaciones reseñables se sitúan en lazona de la cabecera y el transepto de la iglesia. Sobreel ábside central se levantó un campanile en un estilogótico algo primitivo. Si bien es cierto que se utilizanarcos ojivales, las molduras, cornisas y capiteles aúntienen un fuerte sabor románico.

Al mismo tiempo que se construye este campana-rio, se recrecen los muros del transepto, añadiendohasta tres hileras de sillares sobre los que se sitúanuna fila de canecillos, de nuevo, a modo de últimocoletazo románico.

Resulta difícil de precisar la datación de esta terce-ra fase, acaso a finales del siglo XIII.

La cuarta fase arranca casi dos siglos después, aremolque de la gran reforma monástica auspiciadapor los Reyes Católicos en la última década y mediadel siglo XV, una reforma que exigía, entre otras co-sas, la habilitación de nuevos ambientes, como lasceldas individuales de los monjes, lo que requeríauna mayor cantidad de espacio (Yáñez 1978: 589).

En una primera etapa (fig. 4), el trabajo se centraesencialmente en la cubrición de la iglesia. Probable-

mente, las nuevas bóvedas de piedra vienen a susti-tuir a un viejo techo de madera, acaso un artesonado(no hay evidencias de otras bóvedas hasta éstas delsiglo XV).

Los trabajos comenzaron desde el transepto hacialos pies de la nave. La evolución tanto en la técnicade aparejar los arcos como en el tratamiento de susmotivos decorativos así lo indican (los baquetonescentrales pierden sus capiteles, ganando en perpendi-cularidad).

Los pilares fueron levantados sin tener en cuentalos vanos románicos, algunos de los cuales se cega-ron, y, además, fueron reforzados por contrafuertesexteriores que presentan una variación en su fábricasimilar a la de los soportes interiores.

Sobre estos pilares se construyeron las bóvedas deterceletes, cinco tramos, cubriendo, los dos últimos,el coro alto, sustentado por un sotocoro de bóvedasbahidas (fig. 5).

El transepto probablemente fue cubierto por unacúpula, de la que aún se conservaban los arcos tora-

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Figura 44ª fase, 1ª y 2ª etapas

les en las fotos tomadas a comienzos del siglo XX.Para salvar la diferencia de alturas entre el crucero yel presbiterio, en el muro que dividía ambos se colo-có un óculo de piedra. También se abrieron sendosóculos en los muros norte y sur del transepto.

Junto a la obra de la iglesia, al mismo tiempo de-bió construirse el nuevo refectorio, en el que se con-servan dos contrafuertes muy similares a los de laiglesia. Por las fuentes sabemos que las bóvedas le-vantadas en este momento serán sustituidas por otraspoco después (Tumbo 1644: 217).

La construcción de este refectorio, además, supo-nía rebasar los límites teóricos que habíamos señala-do al monasterio medieval, en ese muro trazado entrela portería y el refectorio viejo. Curiosamente, cuan-do se produzca la ampliación del siglo XVI, el límiteeste del refectorio nuevo no encajará con ninguno delos grandes muros del edificio, lo que viene a avalar,en cierta manera, nuestra hipótesis de que fue cons-truido antes de esta gran ampliación, así como que

hasta ese momento el monasterio no había alcanzadola zona de lo que había de ser la crujía oeste delclaustro.

Sin duda el rasgo más significativo de esta primeraetapa de la cuarta fase son las esferas aplicadas a lospilares y los nervios de las bóvedas de la iglesia, ele-mentos decorativos característicos del gótico isabeli-no de fines del XV y comienzos del XVI.

La segunda etapa de esta cuarta fase hubo dearrancar muy poco después con el diseño del claustro(fig. 6). Hasta ese momento, el monasterio contabacon un patio interno caracterizado por una superficieirregular e inclinada, como puede observarse por losdiferentes niveles entre estancias. Ahora ese espaciohabía de homogeneizarse.

A partir de las crujías este y sur y mediante una se-rie de líneas paralelas a éstas se fueron trazando loscorredores y las nuevas crujías oeste y norte. Es pro-bable que en el caso de la crujía oeste, en principiono fuera más que un muro de cierre del claustro, so-bre el que apoyar las bóvedas de los corredores.

El claustro estaba configurado por una sucesión depilares de planta rectangular reforzados por contra-fuertes exteriores que soportaban bóvedas de tercele-tes. Estas presentaban una talla y un aparejo más aca-bado que las de la iglesia. Actualmente sólo seconserva intacta una de esas bóvedas y fragmentosde otras dos en el ángulo nordeste.

El monasterio de Santa María de Valdeiglesias (Madrid) 335

Figura 5Interior de la iglesia (Rodríguez Marín 1921)

Figura 6Claustro viejo

Gracias al Tumbo (1644: 217) sabemos que cuan-do Jerónimo I es nombrado abad en 1528, la obra delclaustro ya se haya prácticamente terminada (Jeróni-mo I se encargó del enlosado), de modo que pode-mos fecharla en el primer cuarto del siglo XVI, den-tro de un estilo plateresco. En este mismo estilo seproducirán la mayor parte de las reformas que em-prenda el dicho Jerónimo I, la tercera etapa de lacuarta fase (fig. 7). Las primeras serán las bóvedasque cubren la zona de la sacristía, muy parecidas alas del claustro. A continuación, se llevarán a cabo laampliación de la sala capitular, que creció hacia eleste, superando el viejo muro románico, y la reformadefinitiva del refectorio nuevo (fig. 8). En ambos ca-sos, se construyeron arcos rebajados para sostener lasbóvedas de crucería.

Hemos de llamar la atención sobre la composiciónde las cubiertas en este nivel bajo, tratando de salvarel desnivel de tal modo que el futuro piso superiorpudiera presentar una perfecta continuidad en su al-tura.

Es bastante probable que Jerónimo I también ini-ciará las reformas del ángulo noroeste del claustro,

en la vecindad de la vieja portería, unos trabajos queterminarían por aislar a ésta y hacerla perder su pri-migenia función.

Los trabajos de Jerónimo I continuaron con laerección del segundo nivel del claustro. Los restos delos corredores de este segundo nivel (hoy amontona-dos al exterior del monasterio), con columnas sopor-tando zapatas de piedra sobre las que se desarrollanfrisos decorados, recuerdan que nos seguimos mo-viendo en los mismos parámetros del plateresco queya veíamos antes.

Sin embargo, la apuesta por los sistemas adintela-dos sobre los abovedados se convirtió en un rasgodistintivo de las nuevas construcciones y llama laatención que las puertas interiores dejarán de cons-truirse con arcos para utilizar sólo el sistema de din-teles.

El inicio del segundo nivel del claustro debió rea-lizarse por encima de la sala capitular. Esto abría unnuevo acceso al tejado de la iglesia, lo que permitiócegar la vieja torre de la escalera románica, habilitán-dose una pequeña capilla que fue cubierta por unabóveda de terceletes finamente labrada.

Tras el área de la sala capitular, el segundo niveldel claustro prosiguió sobre el refectorio y la cocina,hasta llegar a la zona de la enfermería, donde sóloquedaban algunos restos de la primitiva ermita de laSanta Cruz.

Es probable que se le puede atribuir también a Je-rónimo I, ya al final de su mandato, la construccióndel nivel superior de la crujía norte, una construcción

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Figura 74ª fase, 3ª etapa

Figura 8Refectorio nuevo

que había de oscurecer de tal manera a la vieja porte-ría que se vieron en la necesidad de abrir la ventanaque se vuelca hoy sobre el claustro.

Con la retirada de Jerónimo I (1554), las obras nocesaron, pero se abrió una fase distinta en la que pri-maron nuevas formas estilísticas. Las diferentes va-riedades del tardogótico dejan paso a la corriente ma-nierista que recorre la Península Ibérica durante lasegunda mitad del siglo XVI.

Los nuevos espacios generados en una primeraetapa de esta quinta fase (fig. 9) vuelven a recuperaruna talla muy fina en sus aparejos y el uso de cano-nes clásicos. Esta mayor fineza en los acabados yesta nueva proporción de los elementos nos permitendistinguir los dos añadidos colocados en las crujíaseste y sur, que ya habían sido comenzadas por Jeró-nimo I. Estos añadidos son la llamada torre del abad,cuerpo sobresaliente de la crujía sur y que se caracte-riza por los tres arcos de medio punto que a modo debalcón presiden su fachada meridional, y el accesomonumental situado en la crujía este, también defini-do por tres grandes arcadas de medio punto (fig. 10).

Durante los abadiatos de Jerónimo II, elegido tresveces entre 1587 y 1602, prosiguieron las obras deampliación del monasterio, en lo que constituiría lasegunda etapa de la quinta fase, siempre dentro delas formas manieristas. Se terminaron entonces losdos niveles de la crujía oeste del claustro viejo y setrazó el claustro nuevo (fig. 11), situado al occidentedel monasterio, incluyendo las nuevas estancias si-

tuadas al suroeste y rematadas por la torre campana-rio que aún se conserva hoy (Tumbo 1644: 218).Además, se levantó la portada del muro exterior quecircunvalaba al monasterio, de claro sabor herreria-no, que fue desmontada en 1960 (Gaya 1961: 278).

Los grandes trabajos emprendidos por Jerónimo IIse remataron a comienzos del siglo XVII, aún dentrode las formas manieristas, cuando se concluye, en1613 (Escritura 1613), la escalera que había de faci-litar el acceso hacia los ambientes recién construi-dos.

El monasterio de Santa María de Valdeiglesias (Madrid) 337

Figura 95ª fase

Figura 10Fachada este del monasterio

Tras más de un siglo de grandes trabajos, la laborparece interrumpirse hasta finales del siglo XVII ocomienzos del XVIII, cuando se efectúan las últimasobras de enriquecimiento de la abadía, en la que de-nominamos sexta fase. La fachada de la iglesia es

sustituida por la que se contempla hoy (fig. 12) y sehabilita una puerta monumental entre el transepto yla sacristía. Tanto la fachada como esta puerta se en-troncan dentro de un estilo barroco moderado propiodel arranque de la decimoctava centuria.

Tras el abandono del monasterio, a partir de 1836,hubo que esperar a la paciente labor iniciada por elarquitecto García Benito, a partir de los años 70 delsiglo XX, pero poder volver a hablar de trabajos de,en este caso, restauración del edificio. En esta sépti-ma fase se acondicionó parte de la ampliación de Je-rónimo II como vivienda, mientras se trataba de ha-cer una consolidación general del monumento.

Pero los esfuerzos de García Benito sólo han lo-grado ralentizar un tanto la ruina del conjunto, quesigue avanzando y provocando, con ello, la pérdidacontinua de los indicios del pasado del conjunto y, ala larga, de su historia y de nuestra memoria.

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Figura 11Claustro nuevo

Figura 12Portada de la iglesia

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