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ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright ________

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ESTUDIO DE LA GUERRA

Quincy Wright

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2 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

AUTOR:

Quincy Wright (1890-1970) fue profesor de Ciencias Políticas (1923) y de Derecho Internacional (1931) de la Universidad de Chicago. En 1926 comenzó con unos colaboradores el “Proyecto causas de la guerra”, que a lo largo de los años 1930 se reflejó en libros, artículos, conferencias y finalizó con el monumental libro Estudio de la guerra, innovador en el empleo de una metodología cuantitativa y multidisciplinar sobre la guerra, de gran influencia en los estudios de la investigación para la paz posteriores.

Fue miembro clave de la Comisión para el estudio de la organización para la paz, una de las diversas organizaciones constituidas a finales los años 1930 por un grupo de británicos y estadounidenses, entre ellos el presidente Roosevelt y el secretario de Estado, para estudiar la creación de un gobierno mundial, denominado. Quincy Wright participó en la sección de dicha comisión en la que se exploró la creación de una organización política internacional, que después sirvió de base para la creación de Naciones Unidas. De ahí, la importancia que Quincy Wright concedía a una organización internacional para solucionar el problema de la guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial fue asesor del Departamento de Estado y en 1945 del Tribunal Militar Internacional en Núremberg.

Como experto en temas internacionales, tras la guerra publicó dos importantes libros, La comunidad mundial (1948) y Estudio de las relaciones internacionales (1955), que supuso un avance significativo en el uso de datos cuantitativos, ya que Quincy fue un innovador en el uso amplio y global de diferentes métodos de investigación y marcó la pauta para los estudios sistemáticos en las relaciones internacionales; asimismo, fue uno de los primeros autores al prestar atención al trabajo matemático de Lewis Richardson sobre el análisis de la política exterior, de la carrera de armamentos y de las guerras y también fue uno de los primeros estudiosos que hicieron un uso significativo de datos de los análisis cuantitativos de los medios de comunicación, particularmente de la prensa y el primero en utilizar numerosos resultados de las “ciencias de la conducta”, particularmente de la psicología.

Cabe destacar que no cesó en sus esfuerzos para integrar todas las clases de pruebas – históricas, legales, de conducta, estadísticas y matemáticas – con los mejores juicios políticos para llegar a una comprensión equilibrada y global de la realidad. Y nunca dejó de insistir discretamente, por las múltiples implicaciones de su trabajo, en que la intuición política realista y la ética política responsable están profundamente relacionadas entre sí.

TRADUCTOR:

Julio Garulo Muñoz, coronel de Artillería, diplomado de Estado Mayor, del Ejército español, en la reserva; paracaidista, psicólogo, experto en inteligencia económica, estadístico, investigador operativo y máster universitario en Paz, Seguridad y Defensa por el Instituto Universitario “General Gutiérrez Mellado” Entre sus destinos destacan la Brigada Paracaidista, la División Acorazada, el Centro Superior de Información de la Defensa, el Estado Mayor del Ejército, el Estado Mayor Conjunto, la Agregaduría de Defensa en Suecia, el Departamento de Infraestructura para Seguimiento de Situaciones de Crisis (DISSC) de Presidencia de Gobierno y la Representación Militar española ante el Comité Militar de la OTAN. Participó en la operación Joint Endeavor en Croacia y Bosnia Herzegovina, como miembro del Cuartel General de la Fuerza de Implementación (I-FOR) de la OTAN en 1995-1996.

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ESTUDIO DE LA GUERRA

QUINCY WRIGHT

Abreviada por

Louise Leonard Wright

The University of Chicago Press Chicago y Londres

Traducida por

Julio Garulo Muñoz

INSTITUTO UNIVERSITARIO GENERAL GUTIÉRREZ MELLADO – UNED

2016

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4 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

Título original: A STUDY OF WAR ISBN: 0-225-90999-9 (tela); 0-225-91000-8 (rústica) The University of Chicago Press Chicago 60637 The University of Chicago Press, Ltd. Londres © 1942 y 1964 por The University of Chicago Press Reservados todos los derechos Publicada en 1942 Versión abreviada 1964 Tercera reimpresión 1970 Impreso en los Estados Unidos © 2016 Traducción e introducción: Julio Garulo Muñoz Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado de Investigación sobre la Paz, la Seguridad y la Defensa c/ Princesa 36 28008 Madrid Teléfono: 91 7580011 Fax: 91 7580030 [email protected] www.iugm.es El IUGM aplica a sus procesos de producción editorial los criterios de calidad establecidos por la ANECA, la CNEAI y la ANEP. La política y la gestión editorial del IUGM garantizan un riguroso proceso de selección y evaluación de los trabajos recibidos. ISBN: 978-84-608-8763-8 Depósito Legal: M-20161-2016 Maquetación e Impresión: Doppel, S.L. c/ Bruselas 46 A - EURÓPOLIS 28232 Las Rozas (Madrid) 91 637 73 49 [email protected]

Edición impresa en papel 100% procedente de bosques sostenibles.

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Dedicatoria:

Para Allison, Peter, Malcolm y Diana

con la esperanza

de que puedan vivir

en un mundo

sin guerras.

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PREFACIO

La Universidad de Chicago inició en 1926 un estudio de las causas de la guerra. Ello supuso consultas con numerosos miembros de la Universidad y la elaboración de unos cincuenta estudios por investigadores y miembros de la Universidad. Varios de estos estudios fueron publicados como libros y artículos. El objeto del estudio fue estimular la investigación en este campo, con la idea de que sus resultados podrían resumirse y, de ser posible, coordinarse con otros y con la amplia literatura existente en este campo. Quincy Wright, a cuyo cargo estaba la supervisión general del estudio, comenzó esta tarea y los resultados se dieron a conocer primero en una serie de conferencias y, posteriormente, fueron publicados en dos volúmenes en enero de 1942.

Este volumen, preparado a petición de la editorial de la Universidad de Chicago (The University of Chicago Press), es un resumen de la edición en dos volúmenes. Se ha utilizado el texto original con algunas pequeñas modificaciones, consecuencia de los acontecimientos ocurridos desde 1941.

Ha sido necesario realizar una reorganización del material para resumirlo en un número menor de páginas. Se han suprimido todas las notas y todos los apéndices, muchos de los cuales contenían los resultados de las investigaciones originales. Esta herejía académica únicamente puede ser compensada si estimula al lector a ir a la obra original, recientemente reimpresa en un volumen con un comentario sobre la guerra desde 1942, para referencias bibliográficas y para confirmar fechas.

En esta edición abreviada, Estudio de la guerra se convierte en un amplio ensayo sobre el fenómeno de la guerra, su historia, sus causas, su control. Es de esperar que esta versión será útil para los que quieren conocer porqué, en una época en que los individuos y los estados están de acuerdo en que la guerra como instrumento de la política nacional está “obsoleta”, los presupuestos militares son de una magnitud sin precedentes y cada año, desde la aparición de la bomba atómica, se han producido conflictos armados – guerras civiles, guerrillas o guerras internacionales.

Louise Leonard Wright

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NOTA DEL AUTOR

En el prefacio de la edición original, publicada en 1942, escribí: “Esta investigación, comenzada en la atmósfera optimista de los acuerdos de Locarno y terminada en medio de una guerra mundial, ha convencido al autor de que el problema de impedir las guerras tiene una importancia creciente en nuestra civilización y de que el problema es esencialmente el de mantener la estabilidad de adaptación al cambio en la comunidad mundial, lo que solo es posible si amplios sectores de la población consideran de forma permanente a la comunidad mundial como un todo. La reducción en tamaño del mundo, como resultado de los inventos en los medios de transporte y de comunicación, y la aceleración en la velocidad de cambio social, como resultado de la organización consciente de técnicas y de la propia política de investigación, han sido tan rápidas que los problemas de sincronización funcional y de ajuste internacional han llegado a ser cada vez más difíciles. Los conflictos son más frecuentes, más difíciles de resolver y tienen más facilidad para extenderse”.

Estas observaciones son precisamente más apropiadas ahora cuando esta edición abreviada va a la imprenta, casi un cuarto de siglo más tarde. La invención de las armas atómicas, el desarrollo de los aviones a reacción, los misiles y las telecomunicaciones; la desaparición de los imperios coloniales y el aumento del número de estados soberanos; la carrera de armamentos atómicos entre las grandes potencias de ideologías opuestas, y la aparición de estados subdesarrollados no alineados en el concierto mundial han convertido el problema de la guerra en uno de los más urgentes y difíciles de resolver. Hay una conciencia creciente en los gobiernos y en las personas de que puede encontrarse una solución. Incluso los defensores del “realismo” en política internacional admiten ahora que la guerra atómica no es un instrumento racional de la política, que guerras de baja intensidad probablemente pueden aumentar de intensidad rápidamente y que una política solamente puede ser realista si puede alcanzarse por medios pacíficos.

Este resumen de las mil quinientas páginas de la primera edición ha sido realizado por mi esposa, Louise Leonard Wright, con habilidad y paciencia y con la suficiente capacidad de persuasión como para vencer mis objeciones a la imprescindible reducción del número de páginas.

Quincy Wright

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INTRODUCCIÓN DEL TRADUCTOR

Estudio de la guerra de Quincy Wright es uno de los libros sobre las causas de la guerra que más interés ha despertado en mí desde que, a finales de los años setenta y coincidiendo con la publicación por el Ejército de Tierra de una nueva colección de libros de estrategia, táctica e historia militares, tuve por primera vez acceso a clásicos tratadistas militares; no obstante, eché de menos la publicación de Estudio de la guerra, obra de la que había tenido conocimiento en el libro de Manuel Fraga Iribarne Guerra y social. En 1979 pude adquirir la versión abreviada del mismo, publicada en primera vez en 1964.

Conforme leía Estudio de la guerra más interés suscitaba en mí sus análisis sobre las causas de la guerra, destacando tres que aún hoy son de gran utilidad: el sistema de equilibrio de poder, el nacionalismo y su influencia en la guerra y la opinión pública y la guerra.

A pesar de los años transcurridos desde la publicación de la obra original, 1942, su importancia es muy grande, tanto por los trabajos posteriores a los que inspiró como por el propio libro. Ejemplo de esa importancia es la recensión de Estudio de la guerra realizada por Robert C. Gray, publicada en la revista Defense Analysis en 1998, en la que indica que la versión abreviada seguía siendo muy solicitada por los lectores, hasta el punto que, en marzo de 1998, era el noveno libro más vendido en Amazon.com en la categoría de guerra y paz. Gray destacaba también que merecía “la pena leer Estudio de la guerra por su síntesis del conocimiento sobre la guerra, por la organización ejemplar del material de muchas disciplinas diferentes, por su influencia en la investigación posterior sobre la guerra y la paz, y por la erudición y los valores de su autor”. Asimismo, señala el compromiso de Quincy Wright con un enfoque interdisciplinario, científico, apropiado a las ciencias sociales y utilizando datos cuantitativos.

Resultaría superfluo realizar un trabajo sobre Estudio de la guerra, dadas estas referencias a la importancia de la obra innovadora para la investigación para la paz de Quincy Wright, así como al comentario de Karl Deutsch publicado en la reedición de Estudio de la guerra en 1964, que también se incluye en la versión resumida y en esta traducción. Sin embargo, creo que es importante destacar determinados aspectos de su biografía y de su obra, que no se recogen en los citados trabajos.

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Quincy Wright nació en 1890; en 1923 fue profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago y desde 1931 de Derecho Internacional en la misma universidad. En 1926 comenzó con unos colaboradores el “Proyecto causas de la guerra”, que a lo largo de los años 1930 se reflejó en libros, artículos, conferencias, finalizando con el monumental libro Estudio de la guerra, innovador, como señala Deutsch, en la metodología cuantitativa y multidisciplinar del esfuerzo realizado, y de gran influencia en los estudios de investigación para la paz. Quincy Wright falleció en 1970.

A finales de los años 1930, a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial, un grupo de británicos y estadounidenses, entre los cuales se encontraban el presidente Franklin D. Roosevelt y el secretario de Estado Cordell Hull, vieron la oportunidad para crear un gobierno mundial al que se refirieron como “Nuevo orden mundial”. Para facilitar la creación de este gobierno mundial se establecieron varias organizaciones, entre ellas, la Comisión para el estudio de la organización de la paz (Commission to Study the Organization of Peace) de la que fue un miembro clave Quincy Wright, entonces profesor de Derecho Internacional de la Universidad de Chicago. Wright supervisó la sección de esta comisión que exploró la creación de una organización política internacional, que después sirvió de base para la creación de Naciones Unidas. De ahí, la gran importancia que Quincy Wright concede a una organización internacional para solucionar el problema de la guerra en su obra. Dicha Comisión para el estudio de la organización de la paz aún estaba en vigor a finales de los años 1990, siendo uno de sus miembros el que fue embajador de Estados Unidos en España entre 1993 y 1997, Richard N. Gardner.

Debido a su prestigio como profesor de Derecho Internacional, las opiniones de Wright fueron ampliamente respetadas. Fue asesor del gobierno estadounidense, primero en el Departamento de Estado durante la Segunda Guerra Mundial y luego en el Tribunal Militar Internacional en Núremberg en 1945.

Otro aspecto de la importancia de Quincy Wright se refleja en la concesión de la Quincy Wright Distinguished Scholar Award que la Asociación de Estudios Internacionales de las universidades del Medio Oeste estadounidense concede a los profesionales que hayan destacado en sus estudios sobre las relaciones internacionales, por trabajos distinguidos para la citada Asociación y a otras organizaciones de asuntos internacionales.

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INTRODUCCIÓN DEL TRADUCTOR 13

Por su contribución a los estudios sobre la guerra, sus causas y su posible prevención y como promotor de la paz por medio de la investigación básica en ciencias políticas, derecho internacional y ciencias sociales, se creó un Comité, presidido por Karl W. Deutsch, para proponer a Quincy Wright para el Premio Nobel de la Paz en 1970. Una carta con dicha propuesta se envió al secretario general del Comité del Premio Nobel de la Paz, Dr. August Schou, en la que se destacaba el papel de fundador de la investigación sistemática para la paz y su activo compromiso personal por la paz en las decisiones políticas de su época, incluso en desacuerdo con la política exterior de Estados Unidos, entre ellas su oposición a la intervención en Vietnam. Entre los patrocinadores de la candidatura de Quincy Wright al Premio Nobel de la Paz figuraban importantes investigadores como Kenneth Boulding, Carl J. Friedrich, Ernst B. Haas, Walter Isard, Majid Khadduri, David Katz, Robert E. Lane, Harold D. Lasswell, Albert Lepawski, Anatol Rapoport, Bert E. A. Roling, J. David Singer, Kenneth W. Thompson y Oscar Schachter. La nominación no tuvo éxito.

La lectura de Estudio de la guerra proporcionará herramientas de análisis sobre las causas de la guerra y será de gran ayuda para los analistas de relaciones internacionales para comprender no solo la complejidad de los factores que causan la guerra sino también la gran importancia que tienen los rasgos personales, psicológicos y de otros tipos de los dirigentes políticos que intervienen en las guerras. También para los militares y los estudiantes de ciencias políticas y todos los interesados en la investigación para la paz, que podrán tener acceso en español a un libro citado siempre en estos estudios como uno de los pioneros de la investigación para la paz.

La traducción de Estudio de la guerra se ha realizado de la tercera reimpresión (1970) de la versión abreviada del mismo, realizada por la esposa de Quincy Wright el mismo año que apareció la segunda edición completa de Estudio de la guerra, 1964. Posteriormente, se ha publicado una segunda edición en 1983. El volumen original consta de 40 capítulos y 44 apéndices, que se han reducido a 25 capítulos, sin apéndices, pasando de 1637 páginas a 451 (en la versión inglesa). Esta reducción pierde, como señala el propio Quincy Wright en su prefacio, parte del material histórico y cuantitativo, pero facilita su lectura, como muestra el número de reimpresiones de la versión abreviada. No obstante, y en línea con la idea del propio autor, se han añadido algunas notas para facilitar la comprensión del texto en ciertos puntos.

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Espero que la publicación de esta traducción permita el acceso a una de las obras más importantes sobre la guerra y sus causas, no solo a los propios militares sino, como he indicado antes, a los estudiantes de ciencias políticas y relaciones internacionales, así como a todos los que quieran comprender de una forma más global las complejidades de la guerra y de sus causas, evitando simplificaciones y estereotipos que pueden conducir a los dirigentes políticos a errores en sus análisis de las situaciones reales. Que sirva como herramienta de análisis y que su conocimiento pueda aumentar las perspectivas de paz en un mundo incierto y sometido a las acciones de tantos factores estrechamente ligados entre sí.

Julio Garulo Muñoz Coronel (Res)

Ejército de Tierra

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LA CONTRIBUCIÓN DE QUINCY WRIGHT AL ESTUDIO DE LA GUERRA

Karl W. Deutsch

La historia de la humanidad ha sido durante mucho tiempo la historia de la lucha contra el sufrimiento y la muerte. Esta lucha comenzó cuando el hambre y la enfermedad dejaron de ser aceptadas como irremediables y ordenadas por el destino, cuando los hombres empezaron a actuar contra ellas. Hoy día, millones de hombres y mujeres investigadores y médicos continúan esta lucha contra la muerte. Pero la guerra es hoy una amenaza mayor para la vida humana que el hambre o las enfermedades. Y en el mundo solo unos cientos o miles de hombres y mujeres están empeñados en una investigación profesional profunda sobre cuáles son las causas de la guerra y sobre cómo se podría eliminar.

El orden del día de nuestro tiempo no es nada menos que esto – la comprensión de la guerra y las posibles vías de su abolición. La guerra se ha distinguido del asesinato básicamente porque se ha realizado en mayor escala, de forma altamente organizada, planeada con antelación y dirigida con medios más costosos y efectivos, y en que ha matado más y con menos previsión y discriminación. Por otra parte, la guerra ha sido considerada legítima por muchos millones de personas en la mayoría de los países, que la han visto como buena y justa, o como un medio necesario para lograr un buen fin o, al menos, como una parte normal y esperada de la vida humana, que se ha repetido en el pasado y que será inevitable en el futuro. Pero hoy, como sabemos, los instrumentos mortíferos del hombre han llegado a ser incomparablemente más rápidos y poderosos que sus instrumentos para salvar vidas. Puede que continúen produciéndose durante muchos años, antes de ser controlados, conflictos limitados y locales con armas convencionales – guerras de guerrillas y contraguerrillas, acciones de policía y guerras civiles con apoyos exteriores para uno o para ambos bandos. Pero una guerra total destruiría hoy, en pocas horas, muchas más vidas de las que se podrían reemplazar en muchos años y generaciones. En la era atómica, la guerra, si no la abolimos, probablemente destruiría a la mayor parte de los seres humanos. En nuestro propio tiempo la investigación sobre las causas de la guerra y las formas para contener, controlar y, finalmente, abolir las guerras totales se ha convertido en la expresión de la voluntad de supervivencia de la humanidad.

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La guerra, para que pueda ser abolida, debe ser comprendida y, para esto, debe ser estudiada. Ninguna persona ha trabajado con mayor dedicación, mayor interés en aliviar los sufrimientos de los demás y mayor sensatez en el estudio de la guerra, sus causas y su posible prevención que Quincy Wright. Lo ha hecho durante más de medio siglo, no solo como defensor de la supervivencia de la humanidad, sino como científico. Quincy Wright ha valorado más la precisión, los hechos y la verdad que la obtención de conclusiones atractivas o especulativas y, en su gran libro Estudio de la guerra, ha reunido, con sus colaboradores, el conjunto más amplio de hechos relevantes, intuiciones y preguntas de gran alcance sobre la guerra que cualquier otro estudioso del tema.

Estudio de la guerra fue publicado por primera vez en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, en una situación análoga a la publicación, durante la guerra de los Treinta Años, del libro de Hugo Grocio De las leyes de la guerra y la paz (1625) y, así como el libro de Grocio fue considerado la base para el estudio de lo que más tarde se conocería como el derecho internacional, el libro de Quincy Wright señala el comienzo de lo que hoy en día ha llegado a ser conocido como “investigación para la paz”1. Y si bien el número de personas implicado en esta investigación es pequeño hasta ahora y el de los organismos públicos y privados es aún bajo, y escasos los medios materiales dedicados a la misma, son considerablemente mayores de lo que eran hace solo unos años. Si la civilización actual quiere sobrevivir, todos estos medios tendrán que aumentar en el futuro. Y, en efecto, creo que está sucediendo así.

Cuando esto suceda, la importancia de Estudio de la guerra de Quincy Wright posiblemente aumentará, ya que resume, cuidadosa y claramente, un amplio conjunto de erudición, investigación y pensamiento dedicados, durante el medio siglo comprendido entre 1890 y 1940, al estudio de la guerra y sus 1 Ver, por ejemplo, Journal of Peace Research (Oslo: Peace Research Institute, 1964)

Quincy Wright, William M. Evan y Morton Deustch (eds.), Preventing World War III: some proposals. Nueva York; Simon and Schuster, 1962. Ver también Research Papers, números 1 al 4, publicados por el Institute for International Order (Nueva York, sin fecha); estos incluyen: Bernard T. Feld, Donald G. Brennan, David H. Frisch, Garry L. Quinn y Robert S. Rochlin, The Technical Problems of Arms Control; Kenneth E. Boulding ( director), Economic Factors Bearing upon the Maintenance of Peace; Arthur Larson, The International Rule of Law; Richard C. Snyder y James A. Robinson, National and International Decision-making; Ithiel de Sola Pool, Communication and Values in Relation to War and Peace; y la revista trimestral Current Thought on Peace and War, publicada por el Institute for International Order.

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causas. En particular, reúne lo esencial de las discusiones sostenidas en ese período sobre el equilibrio de poder, sobre el armamento y la carrera de armamentos y sobre el papel de la prensa y otros medios de comunicación en mantener o aumentar las situaciones de tipo bélico o pacíficas. El libro reúne el trabajo intelectual de esas décadas sobre la importancia del derecho internacional para impedir o limitar la guerra y sobre las contribuciones reales y potenciales de las organizaciones internacionales.

En todos estos campos, Estudio de la guerra ofrece una muestra sin paralelo de hechos y datos relevantes y una revisión única de la bibliografía importante. Toda esta información está claramente organizada y enfocada con un propósito: la comprensión y el control de la guerra y su prohibición final. Este libro ofrece al lector la mejor base para iniciar el estudio en profundidad de los conflictos internacionales que se ha publicado hasta el momento.

LA TEORÍA DE LA GUERRA DE WRIGHT

Quincy Wright ha hecho algo más que acumular información sobre la guerra. Ha desarrollado una teoría básica de la guerra, que, resumiendo y de forma muy simplificada, podría denominarse modelo de los cuatro factores sobre el origen de la guerra2. De manera simple estos cuatro factores son: 1) la tecnología, particularmente aplicada a los temas militares; 2) el derecho, en particular, el que incumbe a la guerra y a su inicio; 3) la organización social, en especial en relación con unidades políticas de carácter general, como tribus, naciones, imperios y organizaciones internacionales; y 4) la distribución de opiniones y actitudes respecto a valores básicos. Estos cuatro factores se corresponden con los niveles tecnológico, legal, sociopolítico y biológico-psicológico-cultural de la vida humana. Es posible que en cada factor se produzcan conflictos y es probable que se produzcan conflictos violentos siempre que exista una sobrecarga o ruptura de los mecanismos o dispositivos que controlan las interacciones de hechos y actores en cualquier factor y que, previamente, han preservado un equilibrio no violento.

La violencia y la guerra, según Quincy Wright, son probables y naturales cuando fallan los ajustes o controles adecuados en uno o en varios de estos factores. La paz, tal como la interpreta Quincy Wright, es “un equilibrio entre muchas fuerzas”. Es improbable que surja por sí misma. Deben establecerse las

2 Ver pp.1284 y ss. y el nuevo capítulo “Comentario sobre la guerra desde 1942”

(pp.1501 y ss.), en la edición no abreviada.

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condiciones para crearla, para mantenerla después y para restaurarla cuando haya sido destruida.

Cuando se produce un cambio importante en cualquiera de estos factores – en la cultura y en los valores, en las instituciones sociales y políticas, en las leyes o en la tecnología – los mecanismos de control y de ajuste previos se ponen en tensión y pueden romperse. Cualquier cambio importante, ya sea psicológico y cultural, o político y social, o legal o tecnológico, incrementa el riesgo de guerra, a menos que se equilibre con los correspondientes ajustes compensatorios. Así pues, la paz requiere siempre nuevos esfuerzos, nuevos acuerdos y, a menudo, nuevas instituciones para preservarla o para restaurarla después de su ruptura total o parcial.

Los años transcurridos desde 1942, en que apareció la primera edición de Estudio de la guerra, han visto cambios sin paralelo que han transformado el mundo. Han sido cambios en todos los niveles – demográficos, tecnológicos, legales, culturales y de valores y en los sistemas sociales y políticos – y, consecuentemente, el riesgo de guerra es ahora mayor que nunca. Por ello, debemos aumentar nuestros esfuerzos para crear una organización internacional y ser capaces de reducir el riesgo de guerra a proporciones muy bajas.

Wright considera que los cambios que se producen en cada uno de estos factores son, en principio, medibles. Los cambios tecnológicos se pueden medir mediante datos estadísticos sobre la potencia destructora de las bombas, la velocidad y el radio de acción de los vectores de lanzamiento y sobre la cantidad total de energía suministrada por las economías nacionales a las fuerzas militares. Los cambios en las actitudes y en los valores sostenidos por la mayoría de la población y, en lo posible, los diferentes valores sostenidos por las élites políticas se pueden medir mediante encuestas de opinión y por el análisis de contenido de los medios de comunicación de mayor tirada o por los discursos políticos. Los cambios en el número y tamaño de los estados de diversos tipos y en el número, alcance y observancia de las leyes, tratados y organizaciones internacionales podrían ser, en principio, igualmente conocidos. De estos datos se podrían extraer conclusiones para estimar la velocidad y el alcance de los procesos que aumentan o disminuyen la probabilidad de conflictos incontrolados a gran escala y, con ello, el tamaño y el poder de las fuerzas que contribuyen a la guerra o a la paz.

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Estas fuerzas están actuando bajo la superficie, en la salud o la enfermedad y en la sabiduría o la locura de los gobernantes, líderes o mandos militares. Las decisiones de estos individuos son todavía importantes para la visión del mundo de Quincy Wright, pero los gobernantes pueden gobernar – a favor o en contra – de la corriente de sucesos más amplios, caracterizados por cambios de sistemas más extensos y de valores y acciones de cientos de millones de personas. En esta presente y peligrosa era de transición, los problemas a los que se enfrentan los gobernantes y el resto de la población son, de alguna forma, similares a los difíciles ajustes que las naciones europeas tuvieron que hacer durante los grandes cambios de los siglos XV y XVI, cada uno de los cuales, como recuerda Wright, fue realizado con éxito.

Como pensador de orientación pragmática, Quincy Wright ha tratado de ser más empírico y generalista que matemáticamente elegante. En el estado actual de las ciencias sociales estos factores no son totalmente operativos. Representan categorías amplias y aspectos de la sociedad y de la política. Cuando tratamos de especificar cada uno de estos amplios factores, su número aumenta rápidamente y su análisis se hace difícil. En este sentido habrá que trabajar mucho, trabajo que será facilitado e iluminado por las grandes ideas de Wright. Los detalles de este pensamiento aplicado al pasado histórico, así como al presente y al futuro, llenan cientos de páginas del Estudio de la guerra, que proporciona sugerencias para la investigación de los próximos años. En efecto, al ver el mundo de esta forma, Quincy Wright se ha convertido, necesariamente, en uno de los principales promotores de la moderna investigación sobre la paz. A su debido tiempo surgirán, indudablemente, modelos más explícitos, detallados y sofisticados en este intento de abrir caminos, que tendrán una deuda con el trabajo de Wright.

QUINCY WRIGHT Y EL DESARROLLO DE LA INVESTIGACIÓN SOBRE LA PAZ

Pero este libro ofrece mucho más que una formación básica. Fue, y es, una guía en temas importantes; y sus preocupaciones esenciales se han desarrollado aún más desde la fecha de su primera edición en 1942. El mismo Quincy Wright lo hizo en 1948, al editar un volumen sobre The World Community, y al escribir su importante obra The Study of International Relations en 1955, que supuso un avance significativo en el uso de datos cuantitativos en un marco de

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análisis amplio3. Su trabajo sobre el estudio del conflicto ha sido el pionero de una serie de trabajos posteriores, como los realizados por la investigación continuada de muchos estudiosos publicados en las revistas Conflict Resolution y Journal of Peace Research y en libros como el de Kenneth Boulding Conflict and Defense y los de Anatol Rapoport Fights, Games and Debates y Strategy and Conscience4.

El capítulo sobre el equilibrio de poder en Estudio de la guerra mostró la forma en que un sistema en equilibrio político puede convertirse gradualmente en una comunidad internacional o supranacional. Su trabajo sobre la naturaleza y formación de comunidades supranacionales señaló, directa e indirectamente, los caminos para la corriente principal de investigación y discusión que ha conducido a importantes trabajos como los libros de Ernest Haas The Uniting of Europe y Beyond the Nation State5 y los trabajos sobre los sistemas internacionales y sobre la formación de comunidades de David Singer, Harold Guetzkow y Amitai Etzioni6; y ha tenido una influencia sustancial sobre mi propio pensamiento7.

3 Wright (ed.), The World Community (Chicago: University of Chicago Press, 1948);

Wright, The Study of International Relations (Nueva York: Appleton-Century Crofts, 1955).

4 Boulding, Conflict and Defense (Nueva York: Harper and Bros., 1962); Rapoport, Fights, Games and Debates (Ann Harbor: Universidad of Michigan Press, 1960); Rapoport, Strategy and Conscience (Nueva York: Harper and Row, 1964).

5 Haas, The Uniting of Europe (Londres: Stevens, 1958); Haas, Beyond the Nation State (Stanford, California: Stanford University Press, 1964).

6 Cf. J. David Singer, “The Level-of-Analysis Problem in International Relations”, World Politics, XIV (octubre, 1961), 77-92; y los futuros estudios históricos de Singer de los indicadores cuantitativos de los conflictos internacionales, dedicados en parte a probar alguna de las variables de Wright. Véase también Harold Guetzkow, Multiple Loyalties (Princeton, Nueva Jersey: Princeton University Center for Research on World Political Institutions, 1954); Guetzkow, “Isolation and Collaboration: A Partial Theory of Inter-Nation Relations”, Journal of Conflict Resolution, I (julio, 1957),48-68; Etzioni, “Paradigm for the Study of Political Unification”, World Politics, XV (octubre, 1962), 44-74; Etzioni, “Dialectics of Supranational Unification”, American Political Science Review, LVI (diciembre, 1962), 927-35; Etzioni, “Epigenesis of Political Communities at the International Level”, American Journal of Sociology, LXVIII (enero, 1963), 407-21; Etzioni, “European Unification: A Strategy of Change”, World Politics, XVI (octubre, 1963), 32-51.

7 Karl W. Deutsch, Political Community at the International Level (Garden City, Nueva York: Doubleday and Co., 1954); K. W. Deutsch y otros, Political

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Quincy Wright ha sido también un innovador en el uso amplio y global de diferentes métodos de investigación. Ha ampliado y profundizado la unidad intelectual del estudio de las relaciones internacionales. Estudio de la guerra se inspira en un prodigioso volumen de hechos y juicios y en un gran arsenal de conocimientos legales. Al mismo tiempo, Estudio de la guerra fue una de las primeras obras en prestar atención al trabajo matemático de Lewis F. Richardson sobre el análisis de la política exterior y de la carrera de armamentos, las guerras y otras formas de lucha cruentas8. Quincy Wright fue uno de los primeros estudiosos que hicieron un uso significativo de datos de los análisis cuantitativos de los medios de comunicación, particularmente de la prensa9. Desde entonces su trabajo ha sido continuado por Harold Lasswell, Ithiel de Sola Pool, Daniel Lerner y sus colaboradores10. Wright fue el primero en utilizar numerosos resultados de las que ahora se denominan “ciencias de la conducta”, particularmente de la psicología. Marcó la pauta para los estudios sistemáticos de medición en las relaciones internacionales. Sobre todo, no cesó en sus esfuerzos para integrar todas las clases de pruebas – históricas, legales, de conducta, estadísticas y matemáticas – con los mejores juicios políticos para llegar a una comprensión equilibrada y global de la realidad. Y nunca dejó de insistir discretamente, por las múltiples implicaciones de su trabajo, en que la intuición política realista y la ética política responsable están profundamente relacionadas entre sí.

Community and the North Atlantic Area (Princeton, Nueva Jersey: Princeton University Press, 1957); K. W. Deutsch y J. David Singer, “Multipolar Power Systems and International Stability”, World Politics, XVI (octubre, 1963), 390-406.

8 Véanse, por ejemplo, las páginas 1268-69,1327-28, Apéndice XLII (pp.1482-83), y otras trece referencias. Véase también L. F. Richardson, Statistics of Deadly Quarrels, editado por Quincy Wright y C.C. Lienau (Pittsburgh: Boxwood Press, 1960; Chicago: Quadrangle Books, 1960); L. F. Richardson, Arms and Insecurity, editado por Nicolas Rashevsky y Ernest Trucco (Pittsburgh: Boxwood Press, 1960; Chicago: Quadrangle Books, 1960); Anatol Rapoport, “Lewis F. Richardson’s Mathematical Theory of War”, Conflict Resolution, I (septiembre, 1957), 249-99.

9 Véanse el apéndice XLI (pp.1472-81) y las páginas 215, 1245, 1269 de la edición no abreviada.

10 Véase Lasswell, Lerner y Pool, The Comparative Study of Symbols (Stanford, California: Stanford University Press, 1952); Pool y otros The Prestige Papers (Stanford, California: Stanford University Press, 1952); y otros en las colecciones de Stanford. Una reimpresión aumentada y revisada de las series de Stanford está siendo preparada por la editorial del Instituto Tecnológico de Massachusetts.

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22 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

Es muy importante para los miembros de la nueva generación de estudiosos estadounidenses de ciencias políticas – y, asimismo, del resto del mundo – familiarizarse profundamente con la obra de Quincy Wright. Tendrán que hacer un pequeño esfuerzo, pero lo encontrarán fructífero. Si hoy escribiese Estudio de la guerra probablemente abreviaría alguno de los argumentos históricos y legales e integraría sus datos de conducta y cuantitativos en el texto principal, en lugar de ponerlos en apéndices, como pensó para evitar a algunos de los primeros lectores de 1942 interrupciones eruditas en el texto. Tenemos menos miedo a los números y a los datos desde aquellos años. Ahora podemos apreciar mejor la audacia de las intenciones de Quincy Wright y fácilmente podemos hacer un pequeño esfuerzo para adaptarnos a su forma de presentación. Para mí, este esfuerzo ha sido ampliamente recompensado.

Estudio de la guerra está disponible en dos versiones. La presente edición, abreviada por Louise Leonard Wright, aspira a presentar el núcleo y la esencia de su pensamiento, despojada de apéndices y de muchas de las pruebas que lo respaldan. Será útil para los estudiantes, para todos aquellos que desean estar al corriente del esquema de un conjunto más completo de ideas y para aquellos que desean emplear la versión abreviada como una guía en su camino para la comprensión de la obra completa.

La segunda versión es una reimpresión de la edición completa de Estudio de la guerra, con todos sus datos, apéndices e índices. Esta edición, en mi opinión, es indispensable para los licenciados y, naturalmente, para los estudiosos, profesores e investigadores en ciencias políticas, relaciones internacionales y en los sectores de las ciencias sociales que tratan de la guerra y de la paz. Los estudiantes interesados pueden beneficiarse del estudio de la versión completa. En algunos casos, se debería comprar la versión completa y no limitarse solamente a pedirla prestada. Debería hacerse para investigar más a menudo sobre ella, anotarla, consultarla en temas específicos y releerla para examinar una vez más su comprensión de este campo de estudio.

Hasta ahora, según tengo entendido, nunca se ha otorgado el Premio Nobel de la Paz a ningún científico social. En contraste con la política de otros comités del Premio Nobel en otros campos, el Parlamento noruego solo ha concedido este altísimo galardón a políticos o a otras personas implicadas en la opinión pública. Los que han recibido el premio normalmente hasta ahora han sido estadistas, miembros de gobiernos nacionales o de instituciones internacionales, o autores, educadores o científicos naturales, que han tratado de influir en las actitudes de la población. En relación con las ciencias sociales,

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la búsqueda de más conocimientos sobre la paz ha pasado desapercibida hasta ahora y no ha sido recompensada a este alto nivel. El día que esto cambie – el día en que el papel crucial del conocimiento y de las ciencias sociales en la investigación para la paz sea más apreciado de lo que lo ha sido en el pasado – la humanidad debería recordar las innovadoras contribuciones de Quincy Wright.

Noviembre, 1964

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ÍNDICE PREFACIO ............................................................................................................. 7 NOTA DEL AUTOR ................................................................................................ 9 INTRODUCCIÓN DEL TRADUCTOR ........................................................................ 11 LA CONTRIBUCIÓN DE QUINCY WRIGHT AL ESTUDIO DE LA

GUERRA, POR KARL W. DEUTSCH ............................................................. 15 PRIMERA PARTE. EL FENÓMENO DE LA GUERRA ................................................. 31 CAPÍTULO I. LOS CONCEPTOS DE GUERRA ........................................................... 33 1. La guerra como problema ......................................................................... 33 2. Definiciones de guerra .............................................................................. 35 3. Formas de manifestarse la guerra .............................................................. 38 CAPÍTULO II. LA HISTORIA DE LA GUERRA .......................................................... 51 1. Origen de la guerra .................................................................................... 51 2. La lucha entre animales ............................................................................. 57 3. La guerra en los pueblos primitivos .......................................................... 65 4. La guerra en el período histórico .............................................................. 74 CAPÍTULO III. LA GUERRA EN LA ÉPOCA MODERNA ........................................... 87 1. Fluctuaciones y tendencias ........................................................................ 87 2. Técnicas .................................................................................................... 100 3. Funciones .................................................................................................. 114 CAPÍTULO IV. CAMBIOS EN LA GUERRA A LO LARGO DE LA

HISTORIA ................................................................................................... 127 1. La guerra y los cambios en las condiciones del entorno ........................... 128 2. Guerra y estabilidad .................................................................................. 135 3. Modernismo y estabilidad ......................................................................... 138 SEGUNDA PARTE. CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA

GUERRA .......................................................................................................... 141 CAPÍTULO V. CAUSALIDAD Y GUERRA ................................................................ 143 1. El significado de “causa” ......................................................................... 143

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2. Supuestos y causas .................................................................................... 148 A.- LA LUCHA POR EL PODER ENTRE GOBIERNOS ................................................ 157 CAPÍTULO VI. EL EQUILIBRIO DE PODER .............................................................. 157 1. El significado del equilibrio de poder ....................................................... 157 2. La estabilidad del equilibrio ...................................................................... 161 3. El equilibrio de poder en la historia .......................................................... 164 CAPÍTULO VII. POLÍTICAS Y PODER ..................................................................... 169 1. Cambios territoriales ................................................................................. 171 2. Alianzas y garantías .................................................................................. 172 3. Neutralidad ................................................................................................ 176 4. Armamento y desarme .............................................................................. 182 CAPÍTULO VIII. CONSTITUCIONES Y POLÍTICA ..................................................... 197 1. Gobierno, estado y sociedad ..................................................................... 197 2. Constituciones y política exterior .............................................................. 198 3. Constitución política y guerra ................................................................... 201 4. Constitución social y guerra ...................................................................... 207 5. Vulnerabilidad y guerra ............................................................................ 211 B. LA TOLERANCIA LEGAL DE LA GUERRA POR LOS ESTADOS ............................ 217 CAPÍTULO IX. DERECHO Y VIOLENCIA ................................................................. 217 1. Derecho, guerra y paz ............................................................................... 217 2. Guerra y duelo ........................................................................................... 218 3. Guerra y ética ............................................................................................ 223 4. Analogías entre la guerra y el derecho privado ......................................... 225 5. La guerra y el derecho internacional moderno .......................................... 227 CAPÍTULO X. SOBERANÍA Y GUERRA ................................................................... 233 1. El concepto de soberanía ........................................................................... 233 2. Soberanía política y soberanía legal .......................................................... 238 3. Soberanía y seguridad ............................................................................... 245 CAPÍTULO XI. DERECHO Y POLÍTICA ................................................................... 249 1. Competencia legal y poder político ........................................................... 249

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ÍNDICE 27

2. Sanciones internacionales ......................................................................... 252 3. Derecho internacional ............................................................................... 253 4. Paz y justicia ............................................................................................. 254 C. LA DIVERSIDAD CULTURAL DE LAS NACIONES ............................................... 259 CAPÍTULO XII. NACIONALISMO Y GUERRA .......................................................... 259 1. Guerras provocadas por el nacionalismo .................................................. 259 2. Características del nacionalismo ............................................................... 262 3. Medición y construcción del nacionalismo ............................................... 267 4. Evolución del nacionalismo ...................................................................... 269 CAPÍTULO XIII. LA FAMILIA DE NACIONES .......................................................... 273 1. Tendencias y formas de las familias de naciones ...................................... 273 2. Concepciones de una sociedad mundial .................................................... 277 3. Condiciones de una sociedad mundial ...................................................... 280 4. Organización de la civilización moderna .................................................. 284 CAPÍTULO XIV. INTEGRACIÓN SOCIAL Y GUERRA ............................................... 287 1. Conflicto y sociedad .................................................................................. 287 2. La creación de comunidades sociales en la historia .................................. 290 3. El proceso de creación de una comunidad social ...................................... 292 4. El papel de los símbolos en la organización social ................................... 296 5. El papel de la violencia en la organización social ..................................... 301 D. LAS PERSONAS Y LA GUERRA .......................................................................... 307 CAPÍTULO XV. OPINIÓN PÚBLICA Y GUERRA ....................................................... 307 1. Símbolos de guerra y de paz ..................................................................... 308 2. Propagandas favorables a la paz y a la guerra ........................................... 314 3. Condiciones favorables para opiniones agresivas ..................................... 322 4. Opiniones, condiciones y guerra ............................................................... 328 CAPÍTULO XVI. CAMBIOS DE POBLACIÓN Y GUERRA .......................................... 331 1. Análisis filosófico ..................................................................................... 333 2. Análisis histórico ....................................................................................... 337 3. Análisis psicológico .................................................................................. 339

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4. Análisis sociológico .................................................................................. 343 5. Influencia de la población en la guerra ..................................................... 347 CAPÍTULO XVII. LA UTILIZACIÓN DE RECURSOS Y GUERRA ................................ 351 1. Competencia por los medios de subsistencia ............................................ 351 2. Tipos de economía .................................................................................... 355 3. Causas de la guerra en el socialismo ......................................................... 361 4. Causas de la guerra en el capitalismo ....................................................... 365 CAPÍTULO XVIII. NATURALEZA HUMANA Y GUERRA .......................................... 373 1. Motivos personales y tipos de personalidad .............................................. 375 2. Actitudes culturales ................................................................................... 378 3. Tipos ideales de personalidad ................................................................... 381 TERCERA PARTE. LA PREDICCIÓN DE LA GUERRA ............................................... 385 CAPÍTULO XIX. ANÁLISIS DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES .................... 387 1. Aspectos de las distancias entre estados ................................................... 388 2. Políticas y distancias ................................................................................. 389 3. Análisis y predicción ................................................................................. 392 CAPÍTULO XX. LA PROBABILIDAD DE UNA GUERRA ............................................ 393 1. Opiniones de los expertos ......................................................................... 394 2. Tendencias de los índices .......................................................................... 397 3. Periodicidad de las crisis ........................................................................... 399 4. Relaciones entre las distancias .................................................................. 402 CAPÍTULO XXI. CAUSAS DE LA GUERRA .............................................................. 407 1. El retraso político ...................................................................................... 407 2. Las funciones sociológicas de la guerra .................................................... 409 3. Los impulsos psicológicos hacia la guerra ................................................ 410 4. La utilidad tecnológica de la guerra .......................................................... 412 5. La racionalidad legal de la guerra ............................................................. 415 CAPÍTULO XXII. CONDICIONES PARA LA PAZ ...................................................... 417 1. Características generales del derecho relativo a la guerra ......................... 419

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ÍNDICE 29

2. Desarrollo del derecho internacional moderno ......................................... 421 3. Derecho internacional y derecho nacional ................................................ 430 4. Procedimientos internacionales y guerra................................................... 434 CUARTA PARTE. EL CONTROL DE LA GUERRA ..................................................... 443 CAPÍTULO XXIII. SÍNTESIS Y PRÁCTICA ............................................................... 445 1. Planificación y política .............................................................................. 445 2. Principios de la acción social .................................................................... 447 3. Fines y medios .......................................................................................... 449 CAPÍTULO XXIV. LA PREVENCIÓN DE LA GUERRA ............................................... 453 1. El gobierno agresivo ................................................................................. 453 2. La rivalidad internacional ......................................................................... 457 3. La crisis mundial ....................................................................................... 459 4. La próxima guerra ..................................................................................... 465 CAPÍTULO XXV. LA ORGANIZACIÓN DE LA PAZ ................................................... 469 1. La estructura de la paz ............................................................................... 469 2. El funcionamiento de la paz ...................................................................... 479 3. Educación para la paz................................................................................ 486 4. Paz en la era atómica ................................................................................. 489 ÍNDICE ANALÍTICO ............................................................................................... 492

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PRIMERA PARTE

EL FENÓMENO DE LA GUERRA

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CAPÍTULO I

LOS CONCEPTOS DE GUERRA

La guerra puede tener significados muy diferentes para diferentes personas. Para algunas es una plaga que debe ser eliminada; para otras, un error que debe ser evitado; para unas terceras, un crimen que debe ser castigado; y, finalmente, para otras, es un anacronismo que no tiene ya ninguna finalidad. Por otro lado, existen personas que adoptan una actitud más receptiva sobre la guerra y la consideran como una aventura que puede ser interesante, un instrumento que puede ser útil, un procedimiento que puede ser legítimo y apropiado, o una condición de la vida para la cual debemos estar preparados. Para las personas de este último tipo la guerra no es un problema. La dan por supuesto, con anhelo, con complacencia o con preocupación. Sus aspectos concretos pueden ser inesperados o desagradables, pero presentan un problema para la guerra en general. Estos aspectos pueden ser analizados satisfactoriamente por historiadores, diplomáticos, expertos en relaciones internacionales o estrategas profesionales. Sin embargo, para las personas del primer grupo la guerra, en general, es un problema y este grupo ha aumentado claramente en el siglo pasado y, especialmente, en los últimos veinticinco años, hasta constituir la mayoría de la raza humana, aunque en algunos países y regiones pueda estar en minoría.

1. LA GUERRA COMO PROBLEMA

Este aumento en la opinión pública de que la guerra es un problema puede atribuirse a cuatro tipos de cambio: (a) el empequeñecimiento del mundo, (b) la aceleración de la historia, (c) el progreso de los inventos militares, y (d) el crecimiento de las democracias.

a) El empequeñecimiento del mundo.-

La tecnología moderna ha hecho que el mundo de hoy sea más pequeño en relación con la duración de los viajes y los desplazamientos de lo que lo eran Europa o Estados Unidos en 1790, y menor el tiempo para transmitir las noticias de lo que lo era o es en la Cámara de los Comunes en Londres o en Independence Hall en Filadelfia (Pensilvania, edificio donde se debatieron y adoptaron la Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos). El resultado ha sido que las personas en cada región del mundo han

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llegado a ser interdependientes en su economía, su cultura y su política. Son más conscientes de las guerras y a la vez están más afectadas por ellas, incluso por las más lejanas. Antiguamente el hombre medio desconocía que se estaba desarrollando una guerra, a menos que se produjese en su proximidad. Ahora, cualquier guerra afecta a la vida diaria de casi todo el mundo.

b) La aceleración de la historia.-

El progreso de la ciencia y de los inventos y la rápida transmisión de ideas y de técnicas se han unido para acelerar la velocidad del cambio social. Mientras antiguamente un hombre podía esperar que las habilidades técnicas y económicas, el código social y moral y el esquema de valores que había aprendido de sus padres durasen toda su vida, hoy cada uno de ellos puede cambiar varias veces en el transcurso de una sola vida. La educación tiene que hacer más hincapié en los procesos de aprendizaje y del trabajo que en las técnicas y los dogmas tradicionales. Pero incluso con la educación moderna, los rápidos y radicales cambios exigidos son difíciles para las personas y para las instituciones. El ritmo de vida difiere entre regiones, clases y grupos, con el resultado de que hay tensiones más elevadas y más conflictos y guerras que en siglos con un ritmo de vida más lento.

c) El progreso de los inventos militares.-

La introducción en el mundo moderno desde el siglo XVIII del servicio militar obligatorio, de una eficaz propaganda nacional y del gobierno totalitario centralizado; la industrialización del transporte y del material militar; y los inventos de nuevos sistemas de armas como el submarino, el avión, los misiles y las bombas nucleares que, en general, han hecho más vulnerables en caso de ataques al comercio, a la industria y a la población nacionales, han dado a la guerra un carácter total sin precedentes en la historia. Como resultado de este cambio en el carácter de la guerra y de la creciente interdependencia económica de las naciones, la guerra ha tendido a propagarse más rápidamente, a destruir mayores cantidades de vidas y propiedades y a desorganizar la economía de los estados más que en el pasado. Asimismo, la preparación para la guerra, el desarrollo de la guerra o la recuperación tras la guerra han tendido a dominar la vida política, económica y social de los pueblos.

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PRIMERA PARTE 35 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

d) El desarrollo de la democracia.-

El aumento de la comunicación y de la alfabetización y el crecimiento general del nivel de vida han tendido a crear una conciencia nacional en las diferentes naciones. Esto ha supuesto que una opinión pública favorable sea una condición necesaria para una política exterior con éxito y que se insista en una mayor participación popular en las tareas de gobierno. Las políticas exteriores y las guerras han dejado de ser misterios y se han convertido en actos humanos en los que las personas pueden influir, si no controlar. Aunque la responsabilidad de hacer la guerra pueda ser difícil de delimitar, la guerra es considerada normalmente como un hecho humano, más que como un castigo de Dios o del demonio. La democracia ha estimulado la voluntad de las personas para eliminar la guerra, aunque aún no haya iluminado sus inteligencias en cuanto a los medios para lograrlo.

Porque el mundo se está haciendo cada vez más pequeño, porque los cambios se suceden más rápidamente, porque las guerras son más destructivas y porque las personas están más impresionadas por la responsabilidad humana en las mismas, la repetición de las guerras se ha convertido en un problema para un número cada vez mayor de personas que, en número creciente. ha llegado a pensar que la eliminación de las guerras en las relaciones internacionales no solo es deseable sino también posible.

2. DEFINICIONES DE GUERRA

En el sentido más amplio, la guerra es un contacto violento de entidades distintas pero similares. En este sentido una colisión de estrellas, una lucha entre un león y un tigre, una batalla entre dos tribus primitivas y las hostilidades entre dos naciones modernas podrían ser consideradas como guerras. Esta amplia definición ha sido elaborada con fines profesionales por abogados, diplomáticos y militares y para discutir científicamente por sociólogos y psicólogos.

Expertos en derecho internacional y diplomáticos han seguido normalmente la definición de guerra de Hugo Grocio como “la situación de aquellos que se enfrentan mediante la fuerza como tal”, aunque a menudo hayan excluido de esta definición los duelos entre individuos y las insurrecciones, agresiones u otras situaciones de enfrentamientos violentos entre personas jurídicas desiguales. Además, han insistido en que “fuerza” se refiere a fuerza militar, naval o aérea, esto es, a “fuerza armada”, excluyendo así de la definición las

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36 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

luchas que solo implican fuerzas morales, legales o económicas. Grocio criticó la definición de guerra de Cicerón como simplemente “un conflicto resuelto por la fuerza” porque, dijo, la guerra “no es una prueba sino una situación”. Sin embargo, los diccionarios modernos han seguido a Cicerón y los sociólogos han aceptado la misma definición popular con la reserva de que la lucha violenta no puede denominarse guerra a menos que implique un enfrentamiento real y constituya una forma reconocida socialmente o una costumbre de la sociedad donde se desarrolla. Desde el punto de vista sociológico, la guerra es, por lo tanto, una forma socialmente reconocida de conflicto entre grupos que implica violencia.

Las definiciones legal y sociológica sugieren que las “situaciones de guerra” están separadas por puntos exactos en el tiempo de las “situaciones de paz” que las preceden o las siguen. Los expertos en derecho internacional han tratado de elaborar criterios precisos para determinar el momento en que comienza y en el que finaliza una guerra, pero no han tenido un éxito completo y, además, se han visto obligados a reconocer la existencia de situaciones tales como intervenciones, agresiones, represalias, expediciones defensivas, sanciones, neutralidad armada, insurrecciones, rebeliones, violencia de masas, piratería y bandolerismo que están comprendidas en algún punto en el continuo entre los estados de guerra y de paz, tal como se entienden popularmente. El reconocimiento de tales situaciones pone en duda la realidad de una distinción nítida entre paz y guerra y sugiere la necesidad de buscar una variable de la que la guerra y la paz sean las condiciones extremas. Una variable de este tipo podría hallarse en las formas externas o en el núcleo central de las relaciones internacionales.

Los autores militares de orientación filosófica han buscado las formas externas, recalcando el grado en que se han empleado métodos militares. Así, Clausewitz definió la guerra como “un acto de violencia pensado para obligar a nuestros oponentes a cumplir nuestra voluntad”, y en otra parte acentuó la continuidad de la violencia en relación con otros métodos políticos. “La guerra – escribió – es la continuación de la política con otros medios”.

Los psicólogos, ignorando la manifestación externa, han encontrado la esencia de la guerra en el grado de actitud hostil en la relación entre estados. Así, Hobbes comparó las cambios entre guerra y paz con los cambios del tiempo: “así como la naturaleza del tiempo variable no depende de un chaparrón o de dos días de lluvia, sino de la tendencia de muchos días seguidos, la naturaleza de la guerra no consiste en la lucha en un momento

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PRIMERA PARTE 37 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

concreto, sino en la disposición constante para ella durante todo el tiempo en que no haya garantía de lo contrario”. Y así como el tiempo puede presentar muchos grados de buen o mal tiempo, las relaciones entre cualquier par de estados pueden ser cordiales, amistosas, correctas, tirantes, estar rotas, hostiles o cualquier otra situación intermedia.

De esta forma, se podrían concebir las relaciones entre cada par de estados como un continuo que está variando constantemente y que a veces traspasan un cierto umbral, en cuyo caso pueden denominarse con el término “guerra”, reconozcan o no jurídicamente otros estados la situación como un “estado de guerra” y se haya o no desarrollado la forma precisa de conflicto que los sociólogos denominan “guerra”. Subjetivamente puede haber un estado de guerra, aunque objetivamente no lo haya.

Cualquiera que sea el punto de vista que se elija, la guerra parece ser una especie de un género más amplio. La guerra es solo una de las muchas situaciones legales anormales. Es solo una de las numerosas formas de conflicto. Es solo un caso extremo de actitudes de grupo. Es solo un recurso a gran escala a la violencia. Un estudio de cada una de estas categorías más amplias, cuando se aplican a las características específicas de la guerra – estados de derecho anormales entre iguales, conflicto entre grupos sociales, hostiles de gran intensidad y violencia deliberada mediante el empleo de fuerzas armadas –, puede arrojar luz sobre el fenómeno guerra, aunque no exista guerra excepto cuando la hostilidad y la violencia sobrepasen simultáneamente un cierto umbral produciendo una nueva situación que el derecho y la opinión pública reconocen como guerra.

Combinando los cuatro puntos de vista, la guerra se ve como un estado legal y una forma de conflicto que implica un alto grado de igualdad legal, de hostilidad y de violencia en las relaciones entre grupos humanos organizados o, más simplemente, la condición legal que permite a dos o más grupos hostiles mantener un conflicto mediante la fuerza armada.

Se observará que esta definición implica una solidaridad social suficiente en toda la comunidad de naciones de la que son miembros los beligerantes y los neutrales para permitir el reconocimiento general de las conductas y de las normas apropiadas a la situación de guerra. Aunque la guerra muestra la debilidad de la comunidad de naciones, también prueba la existencia de esa comunidad.

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38 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

3. FORMAS DE MANIFESTARSE LA GUERRA

Se podría elaborar una definición de guerra no solo mediante un análisis de la bibliografía sino mediante el análisis de las propias guerras. Los hechos históricos que han sido llamados guerras se han caracterizado por los siguientes aspectos: (a) actividad militar, (b) nivel de tensión elevado, (c) derecho especial, y (d) intensa integración política en cada uno de los beligerantes.

a) Actividad militar.-

La forma más obvia en que se manifiesta la guerra es el movimiento y la actividad acelerados de ejércitos, fuerzas navales y fuerzas aéreas. Aunque los estados modernos están en todo momento ocupados en disponer de esas fuerzas, en construir buques de guerra, aviones, misiles y municiones, en organizar y adiestrar estas fuerzas y en adquirir medios militares, la guerra está marcada por una gran aceleración en la velocidad de esas actividades. Hechos tales como movilización, reclutamiento, bloqueos, sitios, luchas organizadas, invasiones y ocupaciones de territorio pueden desarrollarse sin que se haya declarado la guerra; pero se producen más frecuentemente, y en escala mayor, durante la guerra. Los términos “batalla”, “campaña”, “guerra”, “carrera de armamentos” y “actividad militar normal” designan una cierta intensidad de la actividad militar. El tipo de hechos o situaciones designados por cada uno de los términos anteriores indica una intensidad decreciente de actividad militar y, al contrario, implica un área más extensa y un período de tiempo más prolongado en los que se desarrolla dicha actividad militar.

(1) Batalla.-

La forma más característica de manifestarse la actividad militar es la batalla. Puede considerarse como un término genérico que abarca un período de contacto directo continuo entre fuerzas armadas en que al menos una de las partes está realizando una ofensiva táctica. Puede haber una batalla específica de fuerzas terrestres, navales o aéreas. Puede haber una única batalla en la que se combinen los tres tipos de fuerzas, como, por ejemplo, en el sitio de un puerto o en una operación de desembarco. En las guerras de épocas anteriores, normalmente las batallas han sido hechos identificables, raras veces de duración superior, excepto en el caso de sitios, a un día; que pocas veces abarcaban más de veinte kilómetros cuadrados y que rara vez implicaban más de cien mil hombres. Esto ya no es así. El progreso de los inventos en relación

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PRIMERA PARTE 39 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

con los medios de comunicación, de transporte, de defensa y de ataque ha hecho posible un mando militar centralizado, que puede ejercerse sobre grandes masas de hombres, luchando en enormes extensiones de terreno, durante largos períodos de tiempo. Algunos de los hechos designados como batallas en la Primera Guerra Mundial duraron varias semanas, se extendieron a lo largo y ancho de áreas de decenas de miles de kilómetros cuadrados e implicaron a millones de hombres. A causa de la inmovilidad de la guerra de trincheras, las batallas se parecieron más a los sitios del pasado que a batallas campales. En la Segunda Guerra Mundial las nuevas técnicas restauraron la movilidad y las batallas se extendieron por áreas incluso más amplias. Mientras las primeras batallas se denominaron con nombres de ciudades (Saratoga, Waterloo, Gettysburg, Port Arthur – actualmente, Lushun, China), en la Primera Guerra Mundial las batallas se denominaron con nombres de ríos o regiones (Marne, Somme, Flandes), y en la Segunda Guerra Mundial con el nombre de países u océanos (Noruega, Bélgica, Francia, Grecia, Rusia, el Atlántico). Si se produjese una guerra nuclear podría haber una única batalla y, probablemente, debería denominarse con el nombre de un continente. De esta forma, la denominación de una batalla implica un juicio sobre la continuidad del contacto, del ataque y de una dirección centralizada de las fuerzas oponentes.

En la civilización moderna parece que se han producido unas 3.000 batallas [hasta 1942] que han causado bajas (muertos, heridos y prisioneros) de, al menos, 1.000 hombres en las batallas terrestres o de 500 en las navales. Aunque la mayoría de estas batallas se produjeron durante guerras, algunas de ellas no y, por el contrario, hubo muchas guerras en este período en las que no se desarrolló ninguna batalla de esa magnitud. Si se hubiese adoptado un límite de bajas inferior, el número de batallas habría sido mucho mayor. En esas 3.000 batallas y sitios, Estados Unidos participó en 150, y, de estas, la Armada estadounidense solo en 15. Sin embargo, de 1775 a 1900, unidades del Ejército de los Estados Unidos participaron en más de 9.000 enfrentamientos y escaramuzas diferentes. Unidades navales estadounidenses actuaron contra fuerzas navales o terrestres hostiles en 1.131 hechos y, además, capturaron unos 4.000 barcos mercantes. Parece probable que el número de encuentros hostiles distintos entre fuerzas armadas haya sido más de cien veces mayor que la lista de batallas. Ha habido probablemente más de un cuarto de millón de tales acciones hostiles en el mundo civilizado desde 1500, a una media de más de 500 acciones hostiles al año.

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(2) Campaña.-

Un tipo de actividad militar menos intenso que la batalla es la campaña. Este término se emplea para designar un grupo de operaciones militares desarrolladas durante un período de tiempo limitado, relacionado con un plan estratégico y bajo el control de un mando único. Durante la campaña se pueden entablar varias batallas, pero una campaña puede desarrollarse sin ningún contacto real con el enemigo. Sin embargo, una campaña implica movimientos de ejércitos, fuerzas navales o fuerzas aéreas reales, en los cuales al menos una parte está comprometida en una ofensiva estratégica, como intentar ocupar un territorio enemigo, adquirir recursos del enemigo, destruir fuerzas enemigas, bloquear territorios enemigos, destruir la moral de la población mediante ataques militares o conseguir otros objetivos militares. En una campaña es más probable que actúe el ejército con las fuerzas navales que en una batalla, pero normalmente implicará una sola clase de ejército. En el pasado, las campañas eran normalmente acontecimientos identificables, con una duración rara vez superior a seis u ocho meses (“la época de campaña” en las latitudes europeas a menudo terminaba en el invierno) e implicaban solo dos o tres ejércitos de 50.000 a 100.000 hombres cada uno. Las campañas navales cubrían a veces grandes superficies y se prolongaban durante largos períodos de tiempo, pero normalmente implicaban menos hombres. Las condiciones que han aumentado la duración, la extensión y el número de efectivos que participan en las batallas han actuado de la misma forma en relación con las campañas. En las guerras recientes más importantes ha sido tan difícil distinguir e identificar las campañas como distinguir e identificar las batallas. En los conflictos de baja intensidad – guerras coloniales, intervenciones e insurrecciones – la campaña es la unidad normal de la actividad militar. Por eso, muchas campañas se han desarrollado al margen de las guerras reconocidas.

Aunque en el siglo XX (1900-1964) ha habido solo 60 guerras, se han desarrollado unas 700 campañas, de las cuales más de 500 lo fueron al margen de esas guerras. Durante este período han tenido lugar más de 1.000 batallas con más de 1.000 bajas. Es probable que las campañas hayan sido tan numerosas como las batallas de esa magnitud durante la época moderna, aunque muchas campañas no incluyesen ninguna batalla y otras, al contrario, muchas.

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PRIMERA PARTE 41 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

(3) Guerra.-

Desde el punto de vista militar, es más difícil identificar las guerras que las batallas o campañas. La unidad de una guerra se deduce más desde el punto legal o político que del de las actividades militares. El comienzo y el fin de un estado de guerra legalmente reconocido puede comprobarse por declaraciones formales, reconocimientos y tratados, pero pueden existir hostilidades prolongadas en una escala lo bastante amplia como para denominarse guerra sin que haya pruebas de su comienzo ni de su final, excepto del primer y del último “acto de guerra”.

Los períodos de guerra se han caracterizado por movimientos militares de tamaño y frecuencia anormales. Las batallas y las campañas de una guerra están normalmente unidas a través de la continuidad de la dirección política de cada uno de los beligerantes y de la permanencia de un gran objetivo estratégico en, al menos, uno de los estados contendientes. Sin embargo, estas condiciones unificadoras no están siempre presentes. Desde el punto de vista militar, una guerra no tiene normalmente los límites de tiempo y espacio tan claros como una batalla o una campaña. Desde una perspectiva legal, sus límites en tiempo y espacio son normalmente precisos, al menos en relación con la actividad en tierra. La actividad militar en una guerra rara vez ha sido continuada durante más de cinco años; sin embargo, ha habido una guerra de los Cien Años, una guerra de los Treinta Años y una guerra de los Siete Años, así como numerosas otras guerras, como la Revolución francesa y las guerras napoleónicas, en las cuáles se produjo una actividad militar continuada durante más de cinco años. Normalmente, sin embargo, estos períodos han estado separados por la existencia de treguas prolongadas. Algunas de estas guerras continuaron aunque se produjeron cambios revolucionarios en el control político de todos o de algunos de los beligerantes, aunque desaparecieron los primeros contendientes y entraron en la guerra otros nuevos y aunque se produjeron cambios radicales en los fines de la guerra o de los objetivos estratégicos de muchos participantes. De esta forma, el continuo tiempo-espacio, que en sentido legal se denomina guerra, no ha ido necesariamente acompañado de una unidad o una uniformidad de la actividad militar intensa. Aunque en la teoría legal internacional un estado de guerra entre dos estados comienza y finaliza en momentos definidos del tiempo, en la práctica ha sido frecuentemente difícil establecer estos momentos.

De 1480 a 1964 se han desarrollado al menos 308 guerras. Estas guerras han variado en amplitud desde acciones menores, que han implicado a solo dos

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pequeños países y con una duración de unos pocos meses, hasta hechos como la guerra de los Treinta Años, en la que se vio envuelta la mayor parte del continente europeo; la guerra de los Siete Años, en la que participó la mayoría de los estados europeos e incluyó acciones en América, en India y en alta mar; y la Primera Guerra Mundial, que duró, en el caso de ciertos contendientes, hasta diez años, e implicó a la mitad de los países del mundo, y en la que las acciones se desarrollaron en Europa, Asia, África y en alta mar. La Segunda Guerra Mundial se extendió incluso más. En el siglo XX, antes de 1964, hubo 60 guerras, y casi todos los estados que existían en este período han participado al menos en una.

(4) Carrera de armamentos.-

Un tipo de actividad militar aún menos preciso es la carrera de armamentos. La carrera de armamentos no se caracteriza tanto por movimientos militares y por enfrentamientos hostiles, aunque puedan producirse, como por la rapidez del crecimiento de la proporción del gasto dedicado a los armamentos en todos los países implicados. Los presupuestos militares, el personal militar, el equipo militar y las reservas de guerra se incrementan constantemente. Una mayor proporción de la capacidad productiva de los estados se dedica a asuntos militares. Las carreras de armamentos han tenido, normalmente, una duración de treinta o cuarenta años. Se han caracterizado por una frecuencia creciente de conflictos de baja intensidad, de guerras imperiales y de intervenciones, que generalmente han terminado en una guerra por el equilibrio de poder, durante la cual las fuerzas militares alcanzaban un máximo. Durante los diez o veinte años siguientes a una de estas guerras normalmente ha habido un período de desmovilización y de disminución de los medios militares, estipulado a veces en acuerdos de desarme. Las carreras de armamentos se han producido principalmente a causa de las relaciones políticas entre los estados implicados en un sistema de equilibrio de poder, aunque las presiones de los comerciantes de armamento y de las economías nacionales han ejercido también su influencia.

En los siglos XVII y XVIII se produjeron distintas carreras de armamentos, sin ser exactamente simultáneas, en Europa Occidental, en Europa del Norte y en el Sudeste de Europa. Durante el siglo XIX, Europa fue una unidad en relación con las carreras de armamentos, aunque en América del Norte, en América Central, en el área del Río de la Plata, en el área andina y en el Lejano Oriente se produjeron distintas carreras de armamentos. Una de las carreras de armamentos europea comenzó alrededor de 1787 y duró hasta 1815. Otra

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PRIMERA PARTE 43 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

comenzó hacia 1840 y duró hasta 1871. En el siglo XX las carreras de armamentos han tendido a estar sincronizadas y a ser simultáneas en todo el mundo, tendiendo a la concentración del poder militar en dos grandes alianzas. Se desarrolló una carrera de armamentos general que duró desde 1886 hasta 1919. Otra comenzó hacia 1932 y continúo hasta 1945. Una tercera, denominada “guerra fría”, comenzó en 1946 y no había finalizado en 1964, con una relajación de la tensión después de 1953. Probablemente un estudio de la formación de los ejércitos y de las fuerzas navales, acompañado de un estudio del equilibrio de poder, revelaría la existencia de veinticinco carreras de armamentos diferentes en la historia moderna, aunque los límites en el tiempo o en el espacio podrían no estar claramente definidos. Estas carreras de armamentos estaban relacionadas con la tendencia hacia una periodicidad de cincuenta años en la frecuencia de las batallas.

(5) Actividad militar normal.-

Es un concepto que solo puede ser confirmado estudiando la historia militar de una civilización a lo largo de los siglos para comprobar el volumen de los presupuestos militares y navales, el tamaño del ejército permanente, la proporción del esfuerzo nacional dedicado a temas militares y la frecuencia del empleo mayor o menor de la fuerza militar con carácter normal entre los estados de esa civilización. Aunque es difícil aplicar en las situaciones dinámicas de la civilización moderna, el concepto de actividad militar normal constituye teóricamente una norma de comparación mediante la cual pueden compararse las actividades militares más aceleradas durante las carreras de armamentos, las guerras, las campañas y las batallas. Si se comprobase que las grandes potencias de la historia moderna han estado formalmente en guerra casi la mitad del tiempo y han estado en campañas militares de menor intensidad o enfrentándose en carreras de armamentos una buena parte del tiempo restante, se comprendería que, en la civilización moderna, la actividad militar normal está completamente alejada de una concepción ideal de la paz.

b) Nivel de tensión elevado.-

Otra manifestación de la guerra es el elevado nivel de tensión de la opinión pública en los estados beligerantes. La atención se concentra en los símbolos de la nación y en los del enemigo. Únicamente se expresan actitudes favorables hacia los primeros y desfavorables hacia los segundos. Los gráficos elaborados a partir de los análisis estadísticos de numerosos informes de actitudes sacados de los periódicos indican que, al aproximarse una guerra, las opiniones de la

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población de un país sobre otro país se hacen más hostiles y más homogéneas. Durante la guerra estas opiniones alcanzan niveles de extraordinaria hostilidad.

Gráficos de este tipo presentan la mejor descripción de los cambios en dirección, intensidad, homogeneidad y continuidad de las actitudes de un pueblo hacia otro. Estos fenómenos fácilmente observables hacen posible una clasificación aproximada de la intensidad de tales actitudes. Se pueden definir cinco estados de tensión elevada denominados con las siguientes expresiones: “ataque simbólico”, “amenaza de violencia”, “discriminación”, “desaprobación” y “relaciones normales”.

(1) Ataque simbólico.-

En tiempo de guerra la prensa, las declaraciones públicas, los sermones, las películas, la radio y otros instrumentos de publicidad contienen frecuentemente ataques directos contra el enemigo, acentuando su carácter demoníaco y urgiendo a su destrucción. Este tipo de sentimientos pueden aparecer no solo en las declaraciones extraoficiales sino en las oficiales. Estas últimas eran antiguamente raras, excepto en tiempo de guerra, pero con el desarrollo de la radio, con la que ha desaparecido la distinción entre comunicaciones nacionales y exteriores, son más comunes.

(2) Amenazas de violencia contra otro estado.-

Pueden hacerse públicas en momentos de relaciones tirantes que no alcanzan el nivel de guerra, pero si se realizasen directamente por altos miembros del gobierno es probable que condujesen a la ruptura de relaciones o a la guerra. Las amenazas abiertas, las movilizaciones, los despliegues de fuerzas y los ultimátums han sido siempre considerados mucho más graves que las protestas diplomáticas formales, aunque estas últimas pueden suponer el recurrir al final a la fuerza. Estados Unidos se ofendió por la predicción de “graves consecuencias” en la nota entregada por el embajador de Japón en la crisis de la inmigración de 1923, interpretándola como una amenaza de guerra. Los comentarios insultantes de Hitler hacia el presidente de Checoslovaquia Benes, en su discurso del 12 de septiembre de 1938, indicaron que las hostilidades podrían estar próximas. “Incidentes” relacionados con ciudadanos, buques o funcionarios de un país de los que se considera responsable a otro país, y que pueden tener poca importancia política en épocas normales, son a menudo interpretados en tiempos de tensión elevada como amenazas y pueden provocar la ruptura de relaciones diplomáticas.

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PRIMERA PARTE 45 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

(3) Discriminación.-

Boicots privados y discriminaciones oficiales en aranceles, exportaciones, importaciones y embargos a la navegación y prohibiciones de préstamos y concesiones evidencian relaciones tirantes; pero frecuentemente se producen sin guerra y, normalmente, se consideran menos graves que las amenazas y las exhibiciones de fuerza. Tales discriminaciones económicas se intensifican siempre entre enemigos en tiempo de guerra.

(4) Desaprobación.-

Las expresiones oficiales de desaprobación de la política o de la conducta de otro estado manifiestan una seria tensión en sus relaciones si se refieren a la política interna de un estado o a sus relaciones con terceros estados. Sin embargo, referencias a la política de otro gobierno no se consideran tan graves como las declaraciones irrespetuosas o despectivas sobre la personalidad de los altos cargos o del propio estado. Las actitudes de los gobiernos frente a las críticas de este tipo han variado dependiendo del grado de resentimiento que debería sentirse y de la responsabilidad de los estados por las declaraciones hostiles realizadas por particulares o en publicaciones privadas. Las autocracias son probablemente mucho más sensibles en estas materias que las democracias.

(5) Relaciones normales.-

En las relaciones normales entre estados, las protestas formales generalmente se limitan a los casos en los que un estado, su gobierno o sus ciudadanos han sido lesionados al romper el otro estado sus obligaciones internacionales. Las objeciones a la política de otro estado no se presentan formalmente, aunque puedan ser motivo de queja. Incluso en períodos de normalidad, la prensa privada se mete de vez en cuando con otros estados, pero, a menos que la crítica sea excesiva o que la prensa esté controlada por el gobierno, actuaciones de este tipo no indican tensión en las relaciones entre los países. El nivel normal de respeto que manifiesta el gobierno de un estado respecto a otro varía ampliamente entre distintos estados y en diferentes épocas.

c) Legislación excepcional.-

Una tercera forma de manifestación de la guerra es la entrada en vigor de nuevas leyes, nacionales o internacionales. Se suspenden los contratos con los

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enemigos. Se internan en campos de concentración o se someten a vigilancia a los ciudadanos de países enemigos residentes en el país. Se prohíbe el comercio con el enemigo. Se suspenden o finalizan muchos tratados con el enemigo. Se autoriza a las fuerzas militares a invadir el territorio enemigo y a atacar sus fuerzas armadas, con las limitaciones que imponen las leyes de la guerra. Se obliga a los países neutrales a no permitir el uso por los beligerantes de su territorio o de sus buques con fines militares. Los barcos neutrales en el mar están expuestos a ser inspeccionados e investigados y a ser capturados si ayudan al enemigo.

En caso de guerra, que se haya reconocido en sentido legal, entra en vigor toda esta serie de leyes extraordinarias. Hay otras situaciones que se rigen por una forma modificada de derecho extraordinario. La situación legal que sigue a una ruptura de hostilidades difiere según el lugar donde se produzca la violencia: en el interior del territorio de un estado, en una zona colonial de diferente cultura o en las relaciones entre dos estados legalmente reconocidos. También puede diferir si los estados tienen un estatuto similar o si sus diferencias en estatuto son grandes o pequeñas. En el cuadro adjunto se enumeran las nueve categorías que pueden distinguirse según sea la situación legal extraordinaria que se produzca, aunque, de acuerdo con las convenciones de Ginebra, se aplican todas las reglas humanitarias de la guerra.

Posición relativa de los

combatientes

Conflicto internacional Conflicto colonial Conflicto civil

Igualdad Guerra internacional Guerra imperial Guerra civil

Diferencia moderada

Agresión – Defensa

Revuelta colonial – Expedición punitiva

Insurrección – Represión militar

Diferencia grande Desorden – Intervención

Agitación de nativos –

Pacificación

Desórdenes populares - Policía

(1) La guerra civil, la guerra imperial y la guerra internacional, si son reconocidas como tales, implican que ambas partes están siendo consideradas como iguales por otros estados denominados neutrales. Ambas partes tienen reconocidos derechos y obligaciones como beligerantes mientras dura la guerra. En una guerra civil, y a menudo en una guerra colonial, la rebelión es una violación de la constitución y de las leyes estatales y, si el gobierno legítimo tiene éxito, puede, por supuesto, aplicar sus propias leyes para castigar la traición, una vez que hayan finalizado las hostilidades. En una guerra

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PRIMERA PARTE 47 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

internacional una de las partes puede actuar violando sus obligaciones legales internacionales y este hecho puede influir en la resolución del conflicto, incluso si los estados han reconocido en general la situación como guerra declarándose neutrales.

(2) La insurrección, la rebelión colonial y la agresión no reconocidas legalmente como guerras no implican para terceros países la obligación de tratar a las dos partes como iguales. En el caso de una insurrección o de un levantamiento colonial el gobierno legalmente reconocido ha sido favorecido a menudo por terceros estados. Aunque si la insurrección alcanzase una magnitud tal que el resultado de la contienda fuese incierto, los otros estados no deberían intervenir a favor de ninguno de los dos bandos, como lo ilustró el tratamiento de igualdad que se dio al Gobierno republicano español en relación con los sublevados, según el acuerdo de no intervención de 1936. Si, mediante los procedimientos internacionales apropiados, se declarase a un estado implicado en conflictos internacionales como agresor, en el sentido de que recurrió a la fuerza violando sus obligaciones internacionales, las restantes naciones pueden discriminarle y actuar en favor de las víctimas inocentes de su agresión y que están defendiéndose. Este tipo de discriminación se exigió por los acuerdos de la Sociedad de Naciones y por la Carta de Naciones Unidas y se permite a las partes en otros tratados contra la guerra, como el Pacto de París. Un organismo internacional declaró que Japón fue el agresor en sus enfrentamientos contra China (1931, 1937) y Estados Unidos (1941); Italia lo fue contra Etiopía (1935); Rusia contra Finlandia (1939) y Hungría (1956); Corea del Norte contra Corea del Sur (1950); y Alemania contra Polonia (1939), Holanda (1940) y Noruega (1940).

(3) En los desórdenes populares en un estado, en los alzamientos de nativos en las colonias de un estado y en la intervención en un estado dependiente normalmente no se aplican ni el derecho internacional ni los derechos de terceros estados. El derecho nacional puede admitir en estas situaciones la declaración del estado de sitio o de la ley marcial. El caso de la intervención de una gran potencia en un estado independiente mucho más pequeño para acabar con desórdenes o con actos de delincuencia internacional ha sido considerado a menudo de forma similar. Sin embargo, según la legislación internacional, la justificación de la intervención es estrictamente una cuestión internacional que debe decidirse por procedimientos internacionales, de acuerdo con el derecho internacional. Como en la actualidad los tratados prohíben de forma general las intervenciones, excepto en defensa propia contra ataques armados, hay una presunción de que tales acciones no son legítimas, a menos que estén

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expresamente permitidas por un protectorado, un mandato, un fideicomiso u otro tipo de tratado relacionado con el estado en cuyo territorio se realiza la acción o a menos que el estado haya sido declarado agresor, lo que le impide acogerse a los beneficios de los tratados contra la guerra y permite sanciones militares contra él.

d) Integración política intensa.-

Una manifestación adicional de la guerra consiste en los cambios legales, sociales y políticos en la comunidad beligerante dirigidos a una mayor integración, eliminando los conflictos internos y facilitando la dirección del conflicto internacional. Se regula por ley la industria y se dirige a la producción de guerra. Se aplica la censura y el gobierno se hace cargo de los principales medios de comunicación. El consumo puede racionarse de varias formas. Se subordinan las lealtades a religiones, partidos o profesiones a la lealtad al estado. El grado de control habitual del gobierno sobre las actividades individuales varía mucho entre estados; pero cualquiera que sea el grado de control en una situación normal, en tiempo de guerra es mucho mayor.

En tiempo de guerra o de amenaza de guerra, las primeras actividades económicas en ser reguladas o dirigidas por el gobierno son normalmente la industria de armamento y la producción de materias primas para la fabricación de armamentos. A las que pronto siguen la toma de control de empresas y de agencias de transporte y de comunicación, de educación y de propaganda. Y pueden ser seguidas por un control más general de las actividades económicas y de consumo. Finalmente, se puede exigir la uniformidad ideológica o religiosa. La preparación intensiva que exige la guerra moderna tiende a que gran parte de estos cambios se originen mucho antes de que comience la guerra. Los estados totalitarios muestran esta intensa integración política como característica permanente.

Esta descripción de las manifestaciones militares, psicológicas, legales y sociológicas de la guerra sugiere que todas ellas pueden considerarse variables que alcanzan un cierto umbral de intensidad en la guerra actual. Por lo que la guerra, desde el punto de vista de cada beligerante, puede considerarse como una intensificación extrema de la actividad militar, de la tensión psicológica, del poder legal y de la integración social – intensificación que no es probable que ocurra a menos que el enemigo tenga aproximadamente el mismo poder material. Desde el punto de vista del grupo, que incluye a todos los beligerantes, la guerra puede considerarse como un conflicto simultáneo de

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PRIMERA PARTE 49 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

fuerzas armadas, de sentimientos populares, de demandas legales y de culturas nacionales tan equilibrados como para conducir a una intensificación de cada uno de ellos. Esta definición corresponde a la sugerida en primer lugar. La guerra es una situación legal que permite por igual a dos o más grupos hostiles continuar un conflicto mediante el recurso a la fuerza armada.

Decir que la guerra implica una situación legal significa que la ley o la costumbre reconocen que, cuando existe una situación de guerra, son apropiados unos tipos particulares de conducta o actitudes. La guerra no implica una situación esporádica, caprichosa o accidental, sino que es una situación reconocida. Las creencias de cualquier cultura reconocen muchas situaciones diferentes, cada una con un modelo de conducta apropiado. La guerra supone una de esas diferentes situaciones reconocidas, caracterizadas por la igualdad ante la ley de los beligerantes y por su libertad para recurrir a la violencia.

Decir que esta situación se refiere a grupos hostiles supone que las actitudes implicadas son más sociales que individuales y al mismo tiempo son más hostiles que amistosas. Por lo tanto, esta expresión conlleva una diferenciación entre el grupo interno (endogrupo) y el grupo externo (exogrupo). El individuo quiere a su propio grupo y odia al grupo enemigo. Esta definición excluye del concepto de guerra los duelos y otros tipos de luchas entre individuos y también excluye los enfrentamientos amistosos con armas, como los torneos o los combates de esgrima.

Decir que los grupos están en conflicto significa que el modelo de conducta es un ejemplo del tipo de relación entre grupos que los sociólogos han calificado de “conflicto”. Este modelo incluye juegos competitivos, litigios judiciales, elecciones políticas, riñas familiares, vendettas, contiendas de sectas y otras situaciones en las que grupos opuestos pero similares, conscientes de la existencia de los otros y en contacto con ellos, están dominados por sentimientos de rivalidad y expectativas de ganar mediante el empleo de procedimientos mutuamente reconocidos. Por lo tanto, el modelo supone una combinación de separación y unidad: separación por el antagonismo y la hostilidad entre los grupos; unión por el reconocimiento por todos los grupos implicados de un objetivo común (la victoria) y por el procedimiento mediante el cuál se alcanzará dicho objetivo (la fuerza armada). Por eso, no existe guerra cuando los participantes son tan egocéntricos que cada participante no reconoce al otro como combatiente y lo trata meramente como un obstáculo de la naturaleza a su política, como los hombres tratan a los animales salvajes o a

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las barreras geográficas. De esta forma, la guerra se distingue de actividades armadas como la caza entre los pueblos primitivos o la expansión colonial entre las naciones modernas. Como conflicto, la guerra implica que las actitudes y las acciones dentro de cada grupo participante están influidas por las normas de las relaciones entre grupos o internacionales.

Decir que el conflicto se desarrolla por medio del uso de la fuerza armada excluye otras formas de procedimientos contenciosos en los que solamente se permiten argumentos persuasivos, destreza intelectual o encuentros físicos amistosos, como en las pruebas judiciales, en los debates parlamentarios y en las competiciones atléticas. La técnica militar implica el uso de armas para matar, herir o capturar a miembros del otro bando. La guerra es por consiguiente un tipo de violencia. No obstante, la palabra “violencia” incluye también actividades que no son guerra propiamente dicha, como asesinatos y robos, manifestaciones y linchamientos, actuaciones policiales y ejecuciones, represalias e intervenciones. La guerra, por otra parte, puede llevar consigo actividades distintas de la violencia. En una guerra moderna la propaganda y los frentes económicos y diplomáticos pueden ser más importantes que el frente militar; pero si no se emplea la violencia armada o no se amenaza con su uso, la situación no es de guerra.

De esta forma, la guerra es al mismo tiempo una situación legal excepcional, un fenómeno de psicología social entre grupos, un tipo de conflicto y un tipo de violencia. Mientras cada uno de estos aspectos de la guerra sugiere una aproximación diferente a su estudio, la guerra no debe identificarse con ninguno de ellos.

No debe darse por supuesto que todas las relaciones entre grupos soberanos son guerras o que todos los conflictos o todos los recursos a la violencia son guerras. Estas hipótesis, sostenidas con frecuencia, hacen imposible el control de la guerra. Los anarquistas, que se esfuerzan en eliminar toda coacción legal; los aislacionistas, que luchan para eliminar todas las relaciones entre grupos; los idealistas, que se esfuerzan en eliminar todos los conflictos, y los pacifistas extremos, que tratan de eliminar toda violencia, están empeñados en una tarea imposible. Por otro lado, es posible que, con modificaciones apropiadas de las leyes y de los procedimientos internacionales, de las actitudes y de los ideales nacionalistas, de las condiciones sociales y económicas y de los métodos mediante los cuales los gobiernos se mantienen en el poder, se pueda impedir la repetición de las guerras.

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CAPÍTULO II

LA HISTORIA DE LA GUERRA

1. ORIGEN DE LA GUERRA

El género humano probablemente se mantuvo unido en sus orígenes por sus impulsos biológicos y probablemente se mantendrá unido socialmente hasta que llegue su fin, pero desde los primeros grupos humanos nómadas, aparecidos en algún momento a finales del Mioceno o principios del Plioceno, hasta la era moderna de comunicación mundial, la evolución humana se ha desarrollado a través de un número de canales separados. La diferente evolución de estos canales fue tan completa en tiempos prehistóricos que ha conducido a razas diferentes. En tiempos históricos, estas diferentes evoluciones, menos completas, condujeron a diferentes civilizaciones. Las diferentes evoluciones que se han desarrollado en la era moderna explican la existencia de las diferentes naciones. La historia de la guerra puede, por lo tanto, dividirse en cuatro estadios desiguales, dominados, respectivamente, por los animales, los hombres primitivos, los hombres de las primeras civilizaciones y los hombres que usan la tecnología moderna. Las pruebas disponibles para el estudio de la guerra en cada uno de esos estadios son muy diferentes.

Para el primer estadio, o prehomínido, las pruebas disponibles para el estudio de la guerra se limitan a la estructura de unos pocos restos paleontológicos de los antepasados prehomínidos del hombre y a la conducta de los animales contemporáneos. Estos últimos no están en la línea directa de la descendencia humana y su conducta meramente sugiere lo que podría haber sido la naturaleza de la guerra entre los antepasados del hombre actual.

El segundo estadio, el del hombre primitivo, comenzó con la aparición, hace entre un millón y medio millón de años, de los primates capaces de comunicarse entre sí mediante un lenguaje claro. El último desarrollo de este estadio continuó en áreas limitadas de África, Asia, Oceanía y América hasta tiempos recientes. En este estadio, las pruebas disponibles sobre la relación de la guerra y la paz se encontrarán en los restos arqueológicos de los pueblos antepasados de las comunidades civilizadas y en las observaciones de los pueblos primitivos contemporáneos, aunque las pruebas relativas a estos últimos deben emplearse con precaución. Los hombres primitivos

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contemporáneos han aprendido, en muchos casos, de sus vecinos de mayor cultura. En algunos casos su cultura actual puede ser una degeneración de una civilización más avanzada.

El tercer estadio, o histórico, comenzó en los valles de los ríos Nilo y Eúfrates hace seis mil o incluso diez mil años; en los valles de los ríos Indo y Amarillo hace cuatro o cinco mil años, y en Perú y México quizá hace tres mil o cuatro mil años. Aún continúa el debate sobre si este estadio, que, excepto en Perú, puede datarse mejor debido al uso de la escritura, se originó de forma autóctona en varios puntos o mediante la transmisión de elementos culturales principales (difusión cultural) desde un único o un pequeño número de centros. Este estadio aún se desarrolla en muchos lugares en el momento actual. Las pruebas de la naturaleza de la guerra en este período se encontrarán en escritos contemporáneos o más antiguos, en inscripciones de carácter descriptivo, cronológico y analítico y en los restos arqueológicos.

El cuarto estadio, el de contacto mundial, podría decirse que comenzó con la invención de la imprenta en el siglo XV, seguida inmediatamente por los viajes que, desde Europa Occidental, establecieron contactos permanentes entre los centros de civilización de Europa, Oriente Medio, América y el Lejano Oriente. Desde ese momento casi todas las regiones del mundo han entrado en la órbita de contactos mundiales permanentes a través de la comunicación impresa. Estos contactos se han hecho mucho más intensos con la aparición de la máquina de vapor, de la electricidad y de la energía atómica en los siglos XIX y XX. Las pruebas disponibles en relación con la historia de la guerra y la paz en este período se encuentran en los escritos descriptivos, mucho más extensos que los disponibles de períodos históricos más antiguos y, además, en la riqueza de materiales legales, económicos y estadísticos, recopilados en la época contemporánea con fines de registro y de análisis político, económico y sociológico.

Se ha sostenido que la guerra se originó en un cierto estadio de la civilización y que, de la misma forma que entre pueblos primitivos existen guerras, estos pueblos habrían aprendido a hacerla de sus vecinos más civilizados o la habrían conservado, aunque en otros aspectos su cultura hubiese degenerado desde ese estadio de civilización a su estadio primitivo actual. Esta teoría es apoyada por la escuela antropológica extrema “difusionista” o “histórica” representada por W. H. R. Rivers y G. Elliot Smith y ha sido mucho más elaborada por W. J. Perry. Estos autores sostienen que la guerra fue inventada en el Egipto predinástico, como la agricultura, las clases

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PRIMERA PARTE 53 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

sociales y los sacrificios humanos. Esta civilización “arcaica” fue difundida por los grandes viajes de los egipcios en la época de la construcción de las pirámides. Los nómadas bárbaros que habitaban en los aledaños de esta civilización aprendieron de ella la guerra y desarrollaron los métodos de guerra en ataques sobre sus ciudades. La mayoría de los antropólogos no ha aceptado esta teoría.

Tanto la copia de los pueblos vecinos como la invención independiente son fenómenos que se producen y se pueden presentar pruebas para explicar la presencia de cada rasgo cultural concreto en cada grupo concreto. La prueba disponible de culturas primitivas contemporáneas, de los simios contemporáneos y de los restos del hombre prehistórico sugiere que siempre han estado muy difundidas entre los hombres diversas formas de violencia aunque siempre haya existido una gran variabilidad en la agresividad de los grupos humanos. No ha existido nunca una edad de oro de paz en ningún estadio de la historia humana, ni tampoco una edad de hierro de guerra continua. No son correctos ni el concepto de Rousseau ni el de Hobbes del hombre natural. El hombre fue y es una mezcla compleja de tendencias hereditarias y de condicionamientos sociales, que ha cristalizado, en diferentes momentos y lugares, en culturas diferentes que presentan formas y grados de violencia diferentes.

Por lo tanto, para decidir si la guerra se practicó espontáneamente en los grupos humanos en todas las regiones o fue copiada de una sociedad o de un pequeño número de sociedades es necesario estudiar las pruebas procedentes de muchos grupos. Para hacer esto, es necesario considerar qué se entiende por guerra.

Si por “guerra” se entiende el uso de armas de fuego para promover la política de un grupo, debe admitirse que los pueblos primitivos contemporáneos han copiado la guerra de los pueblos de la civilización moderna. La difusión de muchas técnicas modernas de guerra – armas, formaciones, movimientos tácticos e ideas estratégicas – puede demostrarse mediante pruebas históricas. Sin duda, en este sentido tecnológico, la guerra fue inventada en Europa hace solo cinco siglos y posteriormente se difundió por todo el mundo.

Sin embargo, si por “guerra” se entiende la reacción a ciertas situaciones mediante el recurso a la violencia, la hipótesis de la copia parece más dudosa. Los animales de una misma especie luchan, y lo hacen violentamente, y

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muchas de las cosas por las que luchan – alimentos, territorio , hembras –, son las mismas por las que luchan los hombres. En este sentido psicológico, la guerra es una forma de conducta que corresponde a la mayoría de los hombres y de los animales y probablemente a todos los niños.

Si por “guerra” se piensa en un período de tiempo, que comienza y termina de acuerdo con unas leyes, durante el cual, y solo durante el cual, puede recurrirse legítimamente a la violencia como un instrumento de la política del grupo, sin duda ni los animales ni muchos de los hombres primitivos la practican, aunque haya pueblos primitivos con prácticas beligerantes altamente formalizadas. Parece que es en este sentido en el que Perry utiliza el término “guerra”, y antropólogos de otras escuelas admiten que la guerra como instrumento legítimo para conseguir botín o para realizar conquistas fue poco conocida entre los pueblos primitivos. En este sentido legal, político y económico, la guerra se originó probablemente en las primeras civilizaciones, y acompañó al desarrollo en dichas civilizaciones de organizaciones políticas que implicaban subordinación, propiedad, poblaciones densas y leyes codificadas. Luego se difundieron a sus vecinos menos civilizados.

Finalmente, si “guerra” significa una costumbre social que utiliza la violencia de forma regulada en relación con los conflictos entre grupos, parece haberse originado en sociedades permanentes. Este tipo de sociedades se encuentra en insectos sociales y probablemente fueron características del hombre desde sus orígenes. En este sentido sociológico, la guerra se encuentra en casi todos los grupos humanos existentes, incluso los primitivos.

De esta forma, hay interpretaciones en las que la guerra es un fenómeno orgánico; otras en las que es un fenómeno humano; otras en las que es un fenómeno de la civilización, y, finalmente, otras en las que es un logro de tiempos muy recientes.

En sentido psicológico, la guerra comenzó con la vida orgánica. Los protozoos más primitivos estaban dotados de instintos adaptados para la obtención de alimentos, para la reproducción y para la conservación de la propia vida y estos instintos, cuando se excitan por estímulos que aparecen más o menos frecuentemente en el ambiente del animal, provocan una conducta violenta de todo el organismo. Aunque en animales más especializados los estímulos que provocan una conducta violenta hayan variado mucho en forma y frecuencia y que, en general, la violencia entre animales de la misma especie no haya sido común, se duda, sin embargo, de que haya animales a los que no

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PRIMERA PARTE 55 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

se pueda provocar que luchen mediante algunos estímulos. En sentido sociológico existen rudimentos de guerra especialmente entre insectos sociales y entre algunos de los mamíferos más avanzados; pero, en general, no existe guerra entre los animales salvo el hombre, excepto en el sentido de una conducta violenta de animales individuales provocada por los estímulos específicos de un instinto.

La guerra, en sentido sociológico, no pudo existir como un fenómeno diferenciado antes de la aparición de las sociedades humanas, constituidas permanentemente mediante la comunicación a través del lenguaje y de la acumulación de tradiciones. En estas condiciones fue posible para el individuo identificarse por primera vez con un grupo representado por un símbolo y distinguir su grupo, representado con este símbolo, de otros grupos similares pero que mantenían una relación diferente con él. Así, surgió la moral y esta generó la conciencia en el individuo y la posibilidad de una conducta agresiva en respuesta no a los instintos sino a las costumbres tribales y a las demandas del superego. Aunque existen tribus que raramente luchan, como hay animales que muy pocas veces luchan, parece probable que ello es debido a las circunstancias ambientales que raramente estimulan las costumbres agresivas existentes. No se ha descrito ninguna tribu que no luchase como una unidad en ciertas circunstancias y, en la mayoría de las tribus, las costumbres prescriben conductas violentas en una variedad de circunstancias relacionadas con la solidaridad, la religión, la magia, el matrimonio y el deporte tribales. Sin embargo, la guerra, como medio normal de subsistencia para obtener alimentos, esclavos o botín o para extender los territorios de caza, parece existir entre los cazadores-recolectores, principalmente copiándolos de pueblos de cultura superior, aunque estos tipos de guerra se hayan desarrollado entre un pequeño número de insectos sociales.

La guerra, en el sentido de una situación legal que permite a los grupos extender su riqueza y su poder mediante la violencia, comenzó con la civilización. Hasta que no se desarrollaron la escritura, la agricultura y la domesticación de animales no fue posible organizar un grupo humano permanente o un estado más extenso que el grupo primario o de contacto directo personal, con una diferenciación entre gobernantes y gobernados, con una clara concepción de la propiedad y con un código legal distinto de las costumbres, para regular estas relaciones, para preservar el orden interno y para formular los intereses sociales. Solo en estas condiciones podía llegar a institucionalizarse la guerra como un medio racional para alcanzar fines políticos y económicos. La guerra, como procedimiento legítimo para

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apoderarse de territorio, ganado, esclavos y prestigio político, ha existido entre las naciones civilizadas y ha sido transmitida por ellas a sus vecinos más primitivos. Solo entre los pueblos civilizados la guerra ha sido una institución que servía a los intereses políticos y económicos de la comunidad, definidos por un código legal que determinaba las circunstancias que justificaban su uso, los procedimientos por los que comenzaba y terminaba, y los métodos por los que era dirigida.

La guerra en el sentido técnico moderno comenzó en el período de la civilización mundial. Todas los grupos agresivos – animales, pueblos primitivos y civilizaciones históricas del pasado – han tenido, naturalmente, técnicas de guerra – armamentos, ideas tácticas y estratégicas – pero en el sentido moderno, “guerra” significa el uso de armas de fuego, químicas y nucleares para atacar y el de motores de vapor, de gas y eléctricos para los movimientos militares por tierra, mar o aire. El uso de fuentes de energía distintas de las energías humana y animal en operaciones hostiles ha transformado el carácter de dichas operaciones y las ha convertido en guerra en el sentido moderno. Es verdad que la energía humana ya había sido convertida en el pasado, en forma y dirección, mediante el empleo de medios mecánicos como el arco, el arcabuz {sic} y las máquinas de sitio, pero la fuerza de estos instrumentos estaba limitada por el poder del brazo humano para tensar el muelle del que dependían esos medios mecánicos. Hasta épocas recientes el hombre no tenía métodos fiables para liberar la energía almacenada en otros medios distintos de los músculos humanos o animales con el fin de marchar hacia el enemigo o de atacarle. Este cambio ha hecho que la guerra sea más destructiva, que aumente la probabilidad de que se extienda y, por lo tanto, que el interés de su estudio sea más general. El recurso a la guerra en cualquier parte del mundo ha tendido a ser un tema de preocupación para todos los gobiernos y, por lo tanto, el empleo de este medio debe justificarse en términos del orden mundial, ya sea para sancionar el statu quo o para efectuar las modificaciones que se consideren deseables en dicho orden. Los animales han luchado debido a sus instintos innatos; los hombres primitivos, por las costumbres del grupo; los pueblos de las civilizaciones históricas, por los intereses del grupo, pero los pueblos de la civilización mundial contemporánea luchan por lo que ellas juzgan que debe ser un orden mundial mejor.

Así, el origen de la guerra depende de la definición empleada. En sentido psicológico, la guerra se originó en los animales. En sentido sociológico, se originó en los pueblos primitivos, no contaminados por los vecinos civilizados. En sentido legal, se originó con la civilización. Solo desde el advenimiento de

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PRIMERA PARTE 57 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

los contactos culturales permanentes de carácter mundial en el siglo XV ha existido la guerra en el sentido tecnológico moderno.

En todos estos estadios, la guerra puede analizarse, naturalmente, desde los puntos de vista sociológico, legal y técnico, así como el psicológico. En cada uno de estos cuatro estadios, la conducta violenta ha servido a funciones supraindividuales; ha mostrado regularidades formales de repetición y conducta; se ha realizado mediante técnicas descriptibles y ha surgido de impulsos psicológicos comprensibles. Incluso las luchas animales tienen una función, una teoría y una técnica, pero no son la función, la teoría y la técnica que caracterizan la guerra humana moderna. Mientras la historia de los impulsos psicológicos modernos se remonta a los animales, la de las instituciones sociológicas modernas se remonta al hombre primitivo, la del derecho moderno a las primeras civilizaciones y la de la tecnología moderna a los inventos de la Baja Edad Media. La sociología animal se basa en principios distintos de los de la sociología humana, la ley primitiva se basa en principios distintos de los de la ley civilizada y la tecnología moderna se basa en principios característicos. La guerra ha cambiado su carácter en cada una de estas grandes transiciones. Puede ser que, con la invención de la fisión nuclear, de los misiles intercontinentales y de los satélites artificiales, se haya producido un cambio igualmente trascendente.

2. LA LUCHA ENTRE ANIMALES

El estudio de la lucha entre animales puede contribuir a la comprensión de las bases fisiológicas y de las tendencias sociales de la guerra y a la comprensión de la influencia de técnicas militares específicas y de la guerra en general en la supervivencia de sociedades y razas. Los seres humanos son solamente una pequeña parte del total de seres vivos de la tierra. La gran masa protoplasmática, cuya historia comenzó en la era precámbrica, estaba compuesta de células protoplasmáticas, cada una de ellas adaptadas a un ambiente definido, pero similares a las demás en origen, composición química, organización, y conducta; similares exhibiendo reacciones de movimiento, repetición, respuesta e irritabilidad; similares realizando actividades para su nutrición, reproducción, rivalidad y protección, y quizá similares experimentando sentimientos de hambre, amor, dominio y miedo.

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a) Instintos.-

Las causas psicológicas de la guerra descansan en último término en las características del protoplasma y el estudio de las formas animales más simples proporciona una prueba mejor del modelo básico de estas características que el estudio de una forma tan compleja como el hombre. Un estudio de este tipo sugiere una clasificación de los instintos fundamentales en términos del objeto final, como alimento, sexo, dominio, autoconservación, territorio, actividad, independencia y sociedad.

Entre los animales individuales la violencia está motivada, cuando se trata de animales de distintas especies, principalmente por el instinto para la comida y, cuando se trata de animales de la misma especie, por los instintos de sexo, territorio, dominio y actividad. Todos los animales tienen medios de autodefensa, siendo la huida más común que el enfrentamiento con el agresor. Los animales con sociedades muy organizadas, como las abejas y las hormigas, luchan principalmente por el instinto social. La sociedad en conjunto es impulsada a acciones agresivas por las necesidades de alimento o territorio y, en algunas ocasiones, por el instinto de emigración o el dominio de tipo parasitario. Estas sociedades tienen a menudo miembros o castas especializados para defenderla cuando son atacadas. La necesidad de defensa ha tenido un importante papel en el desarrollo de agrupaciones y sociedades animales.

Entre los animales biológicamente más próximos al hombre, el instinto de dominio está normalmente en la base de la lucha, aunque frecuentemente los instintos de actividad y sexo intervienen en estos incidentes. Debido a la relativamente débil organización social de los primates, la combinación de los instintos de dominio y sexo puede conducir a alianzas contra el macho dominante, especialmente cuando la capacidad de este último está disminuyendo con la edad. Estas alianzas tienen a veces como resultado una lucha por el equilibrio de poder, como las que se producen entre estados soberanos.

Estudios detallados de la conducta de grupos de monos y primates en cautividad y de niños indican que las situaciones que precipitan las luchas son similares. La agresión que conduce a una lucha implica normalmente varios instintos y la lucha, una vez que ha comenzado, tiende a extenderse a todo el grupo. La conducta agresiva surge normalmente por la rivalidad por la

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PRIMERA PARTE 59 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

posesión de algún objeto externo, por la entrada de un extraño en el grupo o por la frustración de una actividad.

El deseo de posesión puede manifestarse en relación con el alimento, con el territorio, con objetos curiosos como juguetes o en relación con otro miembro de la especie. La envidia por la posesión de este tipo de cosas conduce más a menudo a la lucha que la rivalidad por la comida. A menudo, el deseo por la posesión parece aumentar entre primates y niños por la conciencia de que otro miembro del grupo desea la misma cosa. La hostilidad contra un intruso puede surgir por la percepción de que el extraño puede interferir con la satisfacción de otros instintos, particularmente porque puede llegar a ser un rival para obtener objetos valiosos. La hostilidad puede, por lo tanto, considerarse una forma hipotética del deseo de posesión o quizá del deseo de posesión respecto a la situación existente del grupo como un todo. Pueden surgir rabia, agresividad y lucha al frustrarse una actividad normal asociada con cualquier instinto y esas emociones se pueden dirigir contra cualquier persona u objeto que se considere, a menudo erróneamente, culpable de esa frustración. Este tipo de agresión es menos característico de la lucha entre primates que entre niños. Entre estos últimos, la frustración puede incluso atribuirse a su propia incapacidad y a veces conduce al autocastigo.

b) Funciones.-

Las causas sociológicas de la guerra se encontrarán al analizar la función de la guerra en la vida del conjunto más amplio. Entre los insectos que viven en colonias, los hábitos de lucha de ciertos miembros de la sociedad tienen la función de preservar la sociedad, como entre los hombres; pero entre los animales, en general, los hábitos de lucha, aunque varían en intensidad entre los individuos, son característicos de toda la especie. Por lo tanto, la lucha entre animales debe interpretarse funcionalmente en relación no con una sociedad o cultura, sino con una raza o especie. Una tendencia a luchas mortales entre animales de la misma especie podría ser una seria desventaja para la especie y normalmente sería eliminada por la selección natural. Por esta razón la lucha entre animales de una misma especie raramente es mortal. A diferencia de la guerra humana, que es siempre contra miembros de la misma especie y a menudo es más grave entre pueblos de la misma raza, la lucha entre animales disminuye su carácter mortal en función de la proximidad de la relación genética de los luchadores. La violencia animal realmente mortífera existe entre especies ampliamente separadas, como entre el león y el antílope, y se parece más a las actividades humanas de caza o de los mataderos que a la

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guerra. La competencia por el suministro de alimentos escasos entre animales de la misma especie no acaba en lucha ni en combate mortales, sino en la dispersión y en la muerte por hambre de los menos preparados. Normalmente la competencia toma la forma de agresividad por parte del macho, ayudado a veces por la hembra, al defender el territorio y las áreas de nidificación y de alimentación contra otros individuos de la misma especie. La analogía humana en este caso es la competencia económica entre individuos o empresas más que la guerra.

Los individuos y las especies animales en un territorio común muestran una gran dependencia entre sí. La actividad depredadora sin límites y el parasitismo pueden tener un efecto suicida. La supervivencia de las especies depende del mantenimiento prudente del equilibrio de la naturaleza y la selección natural ha mostrado una tendencia constante a limitar el parasitismo y la actividad depredadora incluso entre especies no relacionadas. Las especies con mayor número de miembros y territorios más extensos no emplean normalmente ninguno de estos métodos. Las sociedades de hormigas y las humanas han pasado a través de las etapas de cazadores, pastores y agricultores, y esta última ha demostrado ser la que tiene el mayor valor para la supervivencia.

c) Técnicas.-

Las formas de ataque y de defensa – la especialización en movilidad, en potencia de ataque, en protección, en cooperación y en ataque de masas – son tan diferentes y extremas entre los animales que es más fácil ver sus relaciones en la frecuencia de lucha y en sus efectos sobre la conservación de las especies, que en las variaciones menos extremas que se encuentran en la historia humana.

Entre los animales la especialización en movilidad, como ocurre entre los pájaros, ciervos y monos, conduce a una lucha de maniobra y favorece de forma especial la lucha dentro de la especie (intraespecie), que, sin embargo, acaba más veces en la separación que en la muerte de los luchadores. La tenacidad, que conduce a una lucha de desgaste como sucede con las boas constrictoras y los osos, es muy desfavorable en las luchas entre individuos de la misma especie, ya que termina en la muerte de la víctima y por ello es desventajosa para la especie. La especialización en la potencia de ataque, como sucede con leones y cobras, que conduce a ataques por sorpresa, es también desfavorable a la lucha en la misma especie, aunque sirva como estímulo a la agresión contra otra especie más débil. La especialización en la protección,

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como en las tortugas, los armadillos y las almejas, hace improbable la lucha, salvo que esté acompañada por una potencia de ataque considerable y una movilidad moderada, como en los elefantes, los rinocerontes y los peces espada. En este caso, pueden ocurrir choques incluso dentro de la misma especie, aunque más raramente que en los animales menos protegidos y con más movilidad. Las líneas genéticas, al especializarse en defensas protectoras pesadas, tienden a aumentar el tamaño y disminuir la movilidad y la capacidad de adaptación, hasta el punto del suicidio, como sucedió con los dinosaurios.

La ventaja de un animal al luchar depende de la combinación particular de todos estos tipos de medios militares. Parece que las líneas genéticas que se han especializado en movilidad y tenacidad se han extendido más, aunque las especializadas en movilidad han maximizado la frecuencia de la hostilidad dentro de la especie y las especializadas en tenacidad la han minimizado. La torpeza, que se produce por la especialización en defensas protectoras, y la capacidad depredadora, que se produce por la especialización en potencia de ataque, no caracterizan a las especies más numerosas, especialmente entre los animales superiores.

Ciertos animales, como las hormigas, las termitas y los búfalos, han desarrollado técnicas militares colectivas, que son utilizadas más a menudo para defenderse que para atacar. Las sociedades animales que se especializan en el ataque y en la movilidad, como ciertos tipos de hormigas, tienden a ser depredadoras y parasitarias, características que no favorecen una rápida multiplicación de las mismas. La especialización en protección con muros, como entre las termitas, aunque evita la guerra dentro de la misma especie, impide las posibilidades de adaptación a entornos cambiantes. Por otro lado, la especialización en la lealtad al grupo, como entre las hormigas, tiende a maximizar la guerra en la misma especie. Sin embargo, la gran mayoría de las colonias de hormigas, que tienen más de cincuenta millones de años de experiencia social, normalmente protegen sus propios nidos y territorios de caza y solamente participan en luchas cuando son atacadas por la minoría parasitaria o depredadora de las hormigas.

Un estudio de estas técnicas sugiere que la supervivencia a largo plazo de una especie es el resultado del equilibrio entre la eficiencia, resultante de la integración de la estructura y conducta generales del animal con una técnica especializada, y la flexibilidad, resultante de evitar una especialización e integración tan completas que hiciese difícil o imposible la adaptación a nuevas condiciones ambientales. Los cambios violentos en el clima, en el suministro

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de alimentos o en el hábitat han tenido como resultado la eliminación de las especies y los géneros más especializados, especialmente los especializados en tamaño, en defensas y en capacidad depredadora.

d) Teoría.-

La teoría de la lucha entre animales es la teoría de la evolución de los organismos – la no supervivencia de los no aptos. El equilibrio de la naturaleza orgánica se mantiene principalmente a través de los procesos por los que las especies se alimentan de otras, especialmente de los animales jóvenes, y por los procesos por los que las especies expulsan a otras de las áreas que constituyen para ellas su hábitat. Estas formas de eliminación se compensan, naturalmente, por la reproducción que, cuando es sexual, permite una tremenda multiplicación de combinaciones de mutaciones de genes procedentes de un individuo. Los cambios climáticos, geológicos y geográficos pueden, a veces de forma repentina, alterar el equilibrio y exterminar poblaciones e incluso especies y géneros; pero en un ambiente físico constante, el ser comido o el ser expulsado del suministro de alimentos son las formas de eliminar el exceso de población provocado por la extraordinaria fertilidad de la mayoría de las especies – fertilidad tal que casi cualquier especie podría, si sobreviviesen todos sus miembros y se reprodujesen, ocupar el planeta o el sistema solar en un período de tiempo breve. Solo los insectos sociales que restringen la reproducción de su sociedad a una única hembra, siendo estériles las obreras, han adoptado un proceso de limitación de la población mediante el control de la natalidad.

A veces, los efectos de las formas normales de eliminación de animales pueden aumentar o disminuir mucho por medio de invasiones de un territorio, especialmente por el hombre; pero en la naturaleza el ajuste de la reproducción es a menudo tan preciso que la población de cada especie en un área dada puede variar muy poco de un año al siguiente. Sin embargo, estas poblaciones pueden experimentar de forma normal cambios cuantitativos graduales, a veces de carácter cíclico. Estos cambios cuantitativos de población se ven acompañados por cambios de tipo evolutivo, cuya velocidad depende del equilibrio de factores tales como variaciones al azar, mutaciones, migraciones, cruzamiento de diferentes razas de las especies y la intensidad de la selección, medida por la proporción entre los que mueren y los que sobreviven cada año.

La tasa de evolución de una comunidad biológica, o biocenosis, aumentará por la selección intensa de las especies que la forman, y esta selección se

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PRIMERA PARTE 63 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

intensificará por cambios radicales en el ambiente físico o por la invasión de comunidades biológicas vecinas. Sin embargo, la tasa de evolución de una especie no está determinada por la intensidad de la selección entre los miembros de la especie, como sugieren algunas interpretaciones del darwinismo, sino por selección de razas comparativamente aisladas, que han evolucionado separadamente como consecuencia de endogamia local. Como factor evolutivo, la selección debe actuar sobre comunidades, razas, subespecies o especies más que sobre los individuos de las mismas. Pero, se produzca entre individuos o entre grupos, la lucha por la vida no es un conflicto consciente que se parezca a la guerra, sino que es una competencia inconsciente por el suministro de alimentos.

Entre los insectos sociales, y quizá en otras especies, la ayuda mutua, la cooperación y la especialización de funciones parecen ser significativas para regular la supervivencia y la evolución del grupo. Todos los animales viven en grupos, empleando este término en el sentido más amplio para incluir tanto comunidades de diferentes especies que mantienen relaciones simbióticas y que habitan en el mismo área, como agrupaciones o masas cerradas de animales de la misma especie y familias unidas por relaciones de sexo o parentesco, así como sociedades con cualquier grado de integración y duración. Son relativamente pocos los animales han desarrollado la cooperación social y la especialización de funciones en grupos más pequeños que la comunidad y más extensos que la familia.

Aunque sea discutible la conveniencia de identificar sociedades animales con sociedades humanas, la influencia de las relaciones de cooperación entre animales para su reproducción y su eliminación es importante en la evolución orgánica, pero menos que la selección a través de la lucha por la vida.

En relación con la supervivencia de animales individuales, el papel de la lucha es indeterminado. En los carnívoros sobrevivirán los más hábiles en el uso de la violencia. En los herbívoros sobrevivirán los más rápidos y con mayor nivel de alerta. En relación con las especies, los herbívoros gregarios han tenido ventaja sobre los depredadores carnívoros. La habilidad para atacar mortalmente no ha sido característica de la mayoría de las especies más numerosas. La agresividad, especialmente de los machos, para defender la familia y el territorio contra la intrusión de otros miembros de la misma especie ha sido común en aves y mamíferos. Este tipo de conducta agresiva ha sido valiosa para las especies al dispersar a sus miembros en un área extensa e impedir su extinción. Los animales a los que les falta esta característica, como

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el bisonte americano y la paloma migratoria, han tendido a formar grupos muy numerosos y están en desventaja cuando se enfrentan a nuevos enemigos. En relación con las comunidades biológicas, las luchas entre especies, cazando o siendo cazadas, son un factor importante para mantener el equilibrio entre las numerosas especies que componen la comunidad. Si la mayoría de las especies no fuesen el alimento natural de otras, no podría continuar la gran variedad de vida animal, tan valiosa para la estabilidad de la comunidad. Unas pocas especies expulsarían rápidamente a las demás. De esta forma, aunque las especies herbívoras tienen ventaja en la lucha por la vida entre las especies, desde el punto de vista de la comunidad biológica es importante la existencia de depredadores.

La lucha ha tenido un papel importante en la conservación de las sociedades de muchas especies de insectos coloniales. En algunas de estas sociedades puede haber existido un organismo para promover la solidaridad interna y que indudablemente ha servido para defenderse de enemigos exteriores y para conseguir alimentos.

El estudio de la lucha entre animales tiene mucha importancia para la comprensión de la psicología de la guerra humana y, en este aspecto, el papel del poder, de la actividad y de la sexualidad entre los primates, los parientes más cercanos del hombre, es muy instructivo. La mayor diferencia se basa en la superioridad del hombre para comunicarse por su posesión del lenguaje y, como consecuencia, su amplia superioridad para la organización social. En este último aspecto las hormigas se parecen más a los hombres y se ha señalado muy a menudo la analogía de sus luchas de saqueo y de defensa con las guerras de las naciones. Sin embargo, hay grandes diferencias. Los miembros de la sociedad humana pueden comunicarse a distancia y así la sociedad puede extenderse sobre áreas cada vez más extensas. Mientras que las colonias de las hormigas están compuestas por las puestas de una reina, las sociedades humanas son genéticamente heterogéneas, asegurándolas una mayor variabilidad y duración de la vida. Más aún, a los miembros de la sociedad humana les falta el grado de especialización, de diferenciación y de estratificación hereditarias y estructurales características de las hormigas. De esta forma, la sociedad humana compensa su dificultad para mantener el orden social interno por las posibilidades de progreso y de coordinación universal final de la especie. Aunque el problema de guerra civil siempre será más serio en los humanos que en las colonias de hormigas, el problema de la guerra contra otras sociedades de la misma especie se puede solucionar entre los hombres pero no entre las hormigas.

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Ha de señalarse que el hombre, que ha organizado sus sociedades hacia el aspecto intelectual y el progreso, no convergerá hacia las “sociedades” de hormigas, que acentúan el papel del instinto y de la estabilidad, aunque el totalitarismo despótico conduciría en esa dirección. No obstante, el mecanismo de solidaridad social de las hormigas arroja luz sobre los fundamentos irracionales de las sociedades humanas. La historia de ambos tipos de sociedades indica que minimizar la actividad depredadora, el parasitismo y otras formas de conducta violenta tiene valor para la supervivencia de la especie. En este sentido, puede esperarse una evolución convergente de los tipos de sociedad humana y de los insectos.

3. LA GUERRA EN LOS PUEBLOS PRIMITIVOS

Psicólogos y sociólogos rara vez estudian el tema de la guerra sin dedicar, al menos, un capítulo preliminar a la guerra en los pueblos primitivos y, a veces, parecen creer que el tema de la guerra ha sido adecuadamente tratado sin profundizar más allá del estadio primitivo. Davie escribe al final de su estudio de la guerra en los pueblos primitivos:

En nuestro estudio de la evolución de la guerra en las sociedades primitivas hemos examinado la mayor parte de la historia global de la institución, pues la civilización está aún en su infancia comparada con la gran duración de los tiempos primitivos. A la luz de la perspectiva que hemos adquirido, ¿qué puede predecirse del futuro? Las causas y motivos subyacentes de la guerra estuvieron presentes al principio de la humanidad y aún existen en su mayor parte.

Por otro lado, los autores de obras de estrategia y los juristas no estudian en absoluto la guerra en los pueblos primitivos o únicamente presentan ejemplos decorativos, inexactos y poco convincentes del tema. El Código Oficial del Ejército de Estados Unidos (Art. 381) se refiere a la “guerra de aniquilación total de los salvajes” como una situación atroz a la que llegarían rápidamente los beligerantes civilizados si realizasen represalias injustas o desconsideradas, al alejarlos cada vez más de las reglas que moderan la guerra convencional. Los autores sobre estrategia insisten en la necesidad de métodos “más brutales” al tratar con salvajes que no observan “las formalidades individuales de los soldados regulares civilizados”. Incluso al tratar el tema especializado de las “guerras pequeñas”, esto es, de operaciones de pueblos civilizados contra pueblos no civilizados, estos autores no prestan una adecuada consideración a la guerra en los pueblos primitivos, sino solo a la técnica y a las reglas que han sido o deberían ser empleadas por las naciones civilizadas en tales operaciones.

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Esta diferencia entre autores sugiere que, si el estudio de la guerra en los pueblos primitivos debe contribuir de alguna forma al conocimiento de la guerra contemporánea, será para conocer sus bases psicológicas y sus funciones sociológicas más que para conocer sus leyes y técnicas. Sin embargo, los pueblos primitivos han observado en general reglas en la iniciación y en la dirección de las guerras y han utilizado una amplia variedad de métodos técnicos y estratégicos.

La guerra en los pueblos primitivos, como la lucha entre animales, ha estado evolucionando durante un período de tiempo mucho más largo y en una variedad de organizaciones sociales mucho mayor de lo que lo ha hecho la guerra en los pueblos civilizados. Por ello, si hubiese datos disponibles, podrían presentarse grandes oportunidades para hacer comparaciones, para correlacionar la incidencia de la guerra con las condiciones sociales y materiales variables y para estimar la variabilidad o persistencia de los elementos de la guerra.

a) La concepción de la guerra en los pueblos primitivos. -

El estudio de la guerra en los pueblos primitivos se enfrenta inmediatamente a dos enormes dificultades: ¿Quiénes son los pueblos primitivos? y ¿qué parte de su conducta puede considerarse como guerra?

Es difícil distinguir al hombre primitivo del hombre moderno. Hay muy pocos pueblos “primitivos”, “prealfabetizados”, “simples”, “naturales” o “salvajes” actuales que no hayan recibido algunos de los elementos de su cultura de pueblos civilizados. Parece ser que las prácticas, las armas y las técnicas de guerra están entre las primeras cosas que copian los pueblos primitivos, aunque la rapidez en copiarlas varía ampliamente entre las diferentes tribus primitivas. Por tanto, no puede suponerse que las prácticas de guerra de cualquier pueblo primitivo contemporáneo guarden algún parecido próximo a las prácticas de guerra de los hombres que vivieron en los cientos de miles de años anteriores a que se desarrollase la civilización.

Como una regla adecuada, aunque más bien arbitraria, se pueden definir los pueblos primitivos como seres humanos que viven en comunidades autolimitadas que no emplean la escritura. La ausencia de escritura y de una historia documentada implica, normalmente, otros rasgos culturales. La comunidad está normalmente limitada a un grupo, que se puede dirigir, para su administración y dirección, mediante asambleas generales directas o por

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PRIMERA PARTE 67 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

mensajeros que hayan memorizado mensajes. La ausencia de escritura limita también la educación primaria a lo que la familia y los vecinos pueden transmitir de memoria a los niños. La ley se limita a las costumbres existentes transmitidas por la tradición de generación en generación. La generalización científica se limita a lo que puede desarrollarse en la memoria de una persona con los datos de su propia experiencia, de la experiencia que le hayan contado y repetido de forma no controlada sus conocidos y de la, incluso menos segura, tradición del grupo, transmitida oralmente de generación en generación. Los procedimientos, herramientas, utensilios y máquinas para realizar los trabajos prácticos de la vida se limitan a los que han sido inventados por un proceso de ensayo y error sin el desarrollo de ideas generales. Algunos pueblos primitivos emplearon animales domesticados pero, excepto en el caso del perro, este empleo se ha copiado de pueblos civilizados en tiempos históricos. Los indios de las llanuras, por ejemplo, no emplearon el caballo hasta que los españoles lo introdujeron en América. La mayoría de los pueblos primitivos se limitan a emplear instrumentos que funcionan con energía humana.

Los pueblos primitivos están, en general, integrados políticamente en clanes, aldeas o tribus relativamente pequeños que hablan un lenguaje común. Las relaciones de parentesco juegan un importante papel en su organización. Forman sus modelos de vida por medio de costumbres tribales relativamente fijas e intentan controlar su ambiente por medio de ritos mágicos, por medio de atraer el favor de los seres sobrenaturales, por medio de la hostilidad contra sus vecinos y por medio de técnicas prácticas que utilizan principalmente el poder de los seres humanos. Debido a la ineficiencia de estos controles, los pueblos primitivos se encuentran en el umbral crítico para adaptar sus formas de vida a los ambientes físicos, animal y, especialmente, vegetal circundantes. De esta forma, las costumbres del grupo manifiestan una gran variedad según las diferencias en el entorno físico, pero en cada grupo los modelos de conducta son más uniformes y menos complejos que entre los pueblos civilizados.

Hace menos de diez mil años todos los pueblos eran primitivos en este sentido. Sin embargo, el número total de seres humanos, aunque se habían extendido a todos los continentes, pudo haber sido entonces menor que el de una ciudad actual de tamaño medio. Durante miles de años, la civilización solamente afectó a una minoría de la población mundial. Al comienzo de la era cristiana probablemente la mitad de la población mundial era aún “primitiva”; en el momento del descubrimiento de América la cuarta parte de la población probablemente permanecía en esta situación. Sin embargo, la civilización se ha extendido rápidamente en tiempos recientes y hoy menos del uno por mil de la

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68 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

población mundial es aún primitiva. En cierto sentido, incluso no son primitivos según nuestra definición porque están sometidos nominalmente a estados que utilizan la escritura. Pero, en la medida en que aún gozan de una autonomía práctica, pueden clasificarse como primitivos. Sin embargo, bajo la influencia de misioneros, administradores y comerciantes están siendo rápidamente eliminados, asimilados, civilizados o privados de toda autonomía.

A la dificultad de identificar, en general y en particular, a los pueblos primitivos se añade la dificultad de identificar sus guerras. Solo raras veces los pueblos primitivos mantienen hostilidades formales con el objetivo de obtener un resultado económico y político tangibles. Pocas veces sus hostilidades están dirigidas por una clase militar profesional altamente organizada, que emplea instrumentos y técnicas especializadas reguladas por una ley que se aplica solo durante los períodos de guerra y que está establecida para hacer de la guerra un eficiente instrumento de la política. Estos elementos, que van a completar el concepto de guerra actual, son producto de la civilización y solo sus rudimentos pueden encontrarse entre los pueblos primitivos.

Aunque el concepto de guerra entre los pueblos primitivos es más amplio que entre los pueblos civilizados, es un concepto más limitado que el de lucha entre animales. La lucha entre animales incluye la violencia contra animales de otras especies y la violencia contra miembros del grupo sin importar que sea prohibida o impuesta por el grupo.

Estos tres tipos de conducta violenta – la caza, el crimen y el castigo – aunque considerados como “guerra” entre animales, entre los grupos primitivos son tan diferentes de la violencia prescrita por el grupo contra otros seres humanos ajenos al grupo que pueden excluirse del concepto de guerra. La línea entre la violencia externa, iniciada de forma privada y sancionada por el grupo, como vendettas y caza de cabezas, y la acción en la que el grupo como tal es responsable es menos fácil de trazar. En la mayoría de los casos estos dos tipos de actividad, que pueden denominarse, respectivamente, “represalia” y “guerra”, pueden diferenciarse. Sin embargo, ambos tipos de actividad están íntimamente relacionados y parece aconsejable incluir en el concepto de guerra primitiva todos los tipos de violencia externa contra otros seres humanos sancionada por el grupo.

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PRIMERA PARTE 69 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

b) Características generales de la guerra en los pueblos primitivos.-

Los pueblos primitivos pueden clasificarse racial, geográfica, cultural y sociológicamente. Estas clasificaciones están relacionadas. Pueblos que habitan en la misma área geográfica es probable que sean racial y culturalmente similares, y pueblos de raza y cultura similares están, a menudo, organizados de forma semejante. Pero hay numerosas excepciones y no puede darse por sentada ninguna relación. Estas clasificaciones pueden proporcionar pruebas en relación con la evolución o difusión de rasgos culturales particulares como la guerra, pero es necesaria una gran precaución al generalizar.

Aunque las funciones, los impulsos, las técnicas y las formalidades de la guerra varían ampliamente de tribu a tribu, sería conveniente, en primer lugar, clasificar la guerra primitiva según el grado general de su desarrollo como institución. Hay pueblos primitivos que no luchan en absoluto o luchan raras veces y lo hacen de forma desorganizada y no premeditada; la guerra no es una institución definida en sus costumbres. Otros pueblos luchan frecuentemente en circunstancias muy definidas y con reglas y técnicas bien establecidas; la guerra está claramente establecida en sus costumbres. Naturalmente, hay casos límites. Sin embargo, la mayoría de los pueblos pueden clasificarse de una forma bastante definida en pueblos agresivos y pueblos no agresivos. La distinción familiar entre los tipos militar e industrial de organización política, señalados por Herbert Spencer, H.T. Buckle y otros al comparar los estados civilizados con los no civilizados, se ajusta en un cierto sentido a esta distinción. Entre los pueblos primitivos está más definida esta distinción, ya que todos los pueblos civilizados han interiorizado en algún grado la guerra en sus costumbres. Con el fin de establecer correlaciones esta clasificación doble se ha refinado distinguiendo los pueblos menos agresivos, que luchan solamente en su defensa; los pueblos moderadamente agresivos, que luchan por deporte, por celebrar un rito, por venganza, por prestigio personal o por otros fines sociales; los pueblos más que moderadamente agresivos, que luchan por fines económicos (incursiones para robar ganado, extender los pastos, botín, esclavos); y los pueblos muy agresivos, que, además, luchan por razones políticas (extender el imperio, prestigio político, mantener la autoridad de los gobernantes). La clasificación de los pueblos según su pacifismo o su agresividad se puede relacionar con otras formas de clasificación de los pueblos primitivos.

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Geográficamente, los pueblos pueden clasificarse según el continente en el que viven. Entre los pueblos primitivos la guerra como instrumento para alcanzar fines racionales se ha desarrollado menos en Australia y más en África. La civilización europea parece haber surgido de pueblos primitivos muy belicosos. En América y en Asia existen pueblos muy belicosos y pueblos muy pacíficos.

Las clasificaciones geográficas más significativas se pueden hacer según el ambiente climatológico y topográfico de los pueblos. Los pueblos primitivos en climas extremadamente fríos o cálidos tienden a ser pacíficos, aunque los muy belicosos esquimales del estrecho de Bering viven en un clima tan frío como los muy pacíficos esquimales de Groenlandia, y los belicosos bantúes y los pacíficos pigmeos habitan en las zonas tropicales de África. Sin embargo, en general un clima templado o cálido, algo variable y estimulante, favorece la belicosidad. Sin embargo, también favorece el desarrollo de la civilización. Estas regiones favorecidas han desarrollado civilizaciones o han sido ocupadas por pueblos civilizados, dejando a los pueblos primitivos solo los territorios menos favorables. La mayor parte de los pueblos belicosos entre los pueblos primitivos contemporáneos viven en regiones cálidas o templadas.

Los pueblos primitivos que habitan en desiertos o en la ribera del mar son probablemente más belicosos que los que viven en bosques o montañas, y los que viven en las praderas son los más belicosos de todos. La agresividad parece estar relacionada más con el carácter estimulante del clima y con la falta de barreras a la movilidad que con la dificultad económica del entorno. Los nómadas primitivos del desierto y de la estepa tienen un ambiente inhóspito que conquistar, pero pueden tener un clima estimulante. Este terreno, adaptado para realizar incursiones a gran distancia y sin defensas naturales, les conduce a institucionalizar la guerra para atacar y defenderse. Los que viven en las riberas del mar, por las fáciles oportunidades para viajar, se ven estimulados a lanzarse a la piratería, de la misma forma que los nómadas se ven estimulados para realizar razias. Los esquimales del norte, con un problema económico igualmente difícil pero con un clima demasiado severo y con la protección de estar aislados y con dificultades para viajar, son a menudo, pero no siempre, pacíficos. Los cazadores de bosques y montañas, que están protegidos por barreras naturales, tienden a ser pacíficos. Pero donde el clima es estimulante, como ocurre con los indios americanos del este, pueden ser belicosos. Los habitantes de los bosques de las islas Andamán, de África, de Malasia y de Indonesia, con un clima menos estimulante, son más pacíficos .

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La raza no se correlaciona estrechamente con las prácticas de guerra entre los pueblos primitivos, aunque los pigmeos y los australianos parecen ser los menos belicosos; los negros, los camitas y los blancos parecen ser los más belicosos; y las razas amerindia y asiática y las restantes razas de color se encuentran en una situación intermedia. Algunas subrazas pertenecientes a las razas más belicosas, como los papúes, los drávidas y los esquimales, son bastante pacíficas.

Culturalmente, los pueblos primitivos han sido clasificados a menudo en función de la forma de obtener su sustento: los que obtienen su sustento mediante la recolección de mariscos, frutas y frutos secos; los que lo obtienen mediante la caza de animales; los que lo obtienen mediante el cuidado de animales domésticos, o los que lo obtienen mediante la agricultura. Los que atribuyen un significado evolutivo a estos estadios consideran a los ganaderos, agricultores y cazadores y pescadores superiores como desarrollos paralelos de las culturas inferiores de cazadores y agricultores. Esta descripción no es, por tanto, la de un progreso continuo sino la de un árbol con diferentes tipos de cultura que se desarrollan a partir de un cierto punto. Parece claro que los recolectores, los cazadores inferiores y los agricultores inferiores son los menos belicosos; los cazadores y los agricultores superiores son más belicosos; mientras que los pastores y los agricultores de mayor nivel son los más belicosos de todos.

Sociológicamente, los pueblos primitivos se pueden clasificar, en función de su integración, en los integrados en grupos primarios (clanes), los integrados en grupos secundarios (aldeas), los integrados en grupos terciarios (tribus) y los integrados en grupos cuaternarios (federaciones tribales y estados). En general, los primeros son los menos belicosos y los últimos los más belicosos.

Los pueblos primitivos también pueden clasificarse sociológicamente según como utilizan la división de trabajo entre sexos y grupos de edad únicamente; entre clases involuntarias (castas, siervos, esclavos, nobles) y, además, entre grupos voluntarios, profesionales u ocupacionales (agricultores, ganaderos, diversos tipos de artesanos, soldados, sacerdotes y gobernantes). El tipo de especialización voluntaria está poco desarrollado entre los pueblos primitivos, aunque parece que la especialización voluntaria puede desarrollarse en grupos que nunca han conocido clases sociales. Los soldados profesionales, excepto como grupo de edad y sexo, solo existen entre pueblos semicivilizados y civilizados. En general, cuanta mayor división del trabajo exista, más belicosos

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serán los grupos, siendo los grupos en los que existen clases sociales los más agresivos de todos los pueblos primitivos.

Finalmente, los pueblos primitivos se pueden clasificar sociológicamente según la cantidad de contactos que mantengan con grupos externos, pertenecientes a sociedades con culturas muy diferentes. Algunos pueblos están aislados por barreras naturales o la frugalidad en el suministro de alimentos; otros están en continua comunicación con pueblos civilizados o semicivilizados; otros emigran continuamente y entran en contacto frecuente y directo con esos pueblos. En general, los grupos con contactos más variados y frecuentes son los más belicosos. Hoijer concluye un estudio detallado de las causas de la guerra en los pueblos primitivos con esta afirmación:

La presencia de muchos grupos en un área concreta – siempre que las barreras naturales no interfieran – ofrece oportunidades para numerosos contactos culturales. Al esforzarse en permanecer como entidad tribal y preservar su identidad física, el grupo debe perfeccionar una organización social fuerte y una potente maquinaria de guerra. No es necesario decir que estos esfuerzos son inconscientes. Si fracasan, pierden su identidad de grupo, si, de hecho, no son completamente aniquilados. Los que tienen éxito establecen organizaciones tribales fuertes cuya existencia solo puede mantenerse mediante la hostilidad – la guerra llega a ser el medio inevitable para preservar la identidad del grupo en las sociedades primitivas.

Podría parecer que la gravedad y el grado de institucionalización de la guerra entre los pueblos primitivos están relacionados directamente más con la complejidad de la cultura, con la organización política y con los contactos con grupos externos que con la raza o el ambiente físico, aunque un clima cálido pero estimulante y un ambiente favorable a la movilidad en áreas extensas también parecen favorecer el carácter belicoso.

c) Causas y consecuencias de la agresividad entre los pueblos primitivos.-

Las conclusiones alcanzadas antes en relación con las condiciones estáticas de la belicosidad y el pacifismo entre los pueblos primitivos sugieren las siguientes generalizaciones respecto a los aspectos dinámicos de la situación.

El pacifismo ha sido el resultado de una oportunidad prolongada que han tenido grupos próximos para alcanzar el equilibrio entre ellos y con el ambiente físico. Esta oportunidad solo se ha presentado si el ambiente físico ha sido estable y si no han interferido pueblos de diferentes culturas. Esto último

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ha ocurrido cuando han existido barreras naturales, por falta de medios de transporte o por la inhospitalidad del clima.

Recíprocamente, la agresividad es consecuencia de cambios frecuentes del equilibrio de un grupo respecto a su ambiente físico o a sus vecinos. Lo primero ha ocurrido normalmente por cambios climáticos, por migraciones o por la invención o la adopción de nuevos tipos de técnicas económicas. Lo segundo normalmente ha ocurrido por migraciones, por invasiones o por otras influencias que han llevado al grupo a tener un contacto continuo con una cultura muy diferente.

Entre los pueblos primitivos adoptar o inventar medios de transporte o armas más eficientes que promueven migraciones, invasiones o la expansión de los contactos aumenta la agresividad. Estas adopciones o invenciones se producen muy lentamente en los grupos primitivos a menos que se vean forzados a adoptarlos por el contacto con pueblos mucho más civilizados. De esta forma, cuanto más primitivo es el pueblo, menos belicoso tiende a ser.

La guerra primitiva fue un factor importante en el desarrollo de las civilizaciones. Cultivó las virtudes de valor, lealtad y obediencia; creó grupos integrados y un método para ampliar el territorio de estos grupos, factores indispensables para la aparición de las civilizaciones subsiguientes. Sin embargo, debe resaltarse que la guerra en los pueblos primitivos fue muy diferente de las guerras en las civilizaciones históricas y difiere aún más de la guerra moderna entre los pueblos avanzados. El reconocimiento de las tendencias que favorecen el progreso de la guerra en los pueblos primitivos (suponiendo que el paso desde la barbarie a la civilización sea progreso) no implica que la guerra en los últimos estadios favorezca el progreso. A medida que la sociedad primitiva se desarrollaba y creaba civilizaciones, la guerra comenzó a tomar un carácter diferente. La civilización fue a la vez un efecto y una causa de la belicosidad. La costumbre de la guerra proporcionó una base para una más amplia integración social y para una defensa más segura. La aparición de grupos sociales más extensos y la división del trabajo, la división entre gobernantes y gobernados, crearon condiciones favorables para el desarrollo de la guerra en interés de la clase dirigente. El valor de la guerra en el desarrollo de virtudes sociales y de la organización social fue contrarrestado cada vez más por sus efectos perversos al eliminar la compasión humana, al impedir la cooperación más allá del grupo que hacía la guerra, y al aumentar la destrucción; pero, en conjunto, entre los pueblos primitivos sus ventajas para el progreso compensaron sus desventajas. Marrett escribe:

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Es un lugar común de la antropología que en un cierto estadio de la evolución – el estadio intermedio, por decirlo así – la guerra es el medio más importante de civilización; de hecho, como lo expone Bagehot, “la civilización comienza, porque el origen de la civilización es una ventaja militar”. La razón de esto no hay que buscarla lejos. “Las tribus unidas ganan”, dice Bagehot. Ahora bien, como Spencer explica ampliamente, “desde los orígenes de la humanidad, la conquista de un pueblo por otro ha sido, en lo esencial, la conquista del hombre social sobre el hombre antisocial”.

En los grupos primitivos, como en las especies animales, el valor de la utilización de la guerra para la supervivencia ha variado con la situación específica del grupo o de la especie; pero en los animales, en conjunto, las adaptaciones basadas en la paz y la cooperación han mostrado ser más favorables para la multiplicación de géneros que las adaptaciones basadas en la depredación y el parasitismo. En los pueblos primitivos, por otro lado, los grupos belicosos se han multiplicado tanto individualmente como en conjunto. Los grupos pacíficos no podrían organizarse en grupos con un tamaño suficiente para una extensa división del trabajo sin las virtudes militares y la sensación de solidaridad de grupo creada por el miedo a un enemigo exterior y no podrían proteger su riqueza, ganados y tierras agrícolas de sus agresivos vecinos a menos que ellos mismos institucionalizasen la guerra. La civilización surgió en los pueblos agresivos, mientras los pueblos recolectores y cazadores pacíficos fueron expulsados a los confines de la tierra, donde están siendo exterminados o absorbidos gradualmente, con únicamente la dudosa satisfacción de ver que las naciones que han empleado la guerra tan efectivamente para destruirlos y para convertirse en las más poderosas son ahora víctimas de sus propios instrumentos.

4. LA GUERRA EN EL PERÍODO HISTÓRICO

El estudio de la lucha entre animales y el estudio de la guerra en los pueblos primitivos arroja luz sobre la función del conflicto en un sistema viviente y sobre la naturaleza de los impulsos dirigidos hacia los conflictos mortales entre las entidades que componen ese sistema. Estos estudios únicamente proporcionan ayuda indirectamente o por analogía para entender la influencia de los cambios en las técnicas militares y de los cambios en las teorías o racionalizaciones sobre la incidencia y el carácter de la guerra contemporánea. Un estudio de la guerra en el período histórico, es decir, la guerra en o entre las civilizaciones alfabetizadas desde Egipto y Mesopotamia hasta la era de los descubrimientos en el siglo XV – una extensión de unos seis mil años –, puede proporcionar una comprensión más directa de estas influencias.

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Los esfuerzos para tabular los acontecimientos militares de la historia y para estudiar sus tendencias y fluctuaciones en períodos extensos de tiempo no han sido particularmente satisfactorios por numerosas razones. El registro histórico es extremadamente fragmentario, excepto en los tiempos más recientes. Desde el siglo V antes de Cristo se dispone de un registro razonable de las guerras en Europa Occidental y en la civilización mediterránea clásica, pero para realizar comparaciones deberían estar disponibles, en una base estadística adecuada, las guerras en las civilizaciones egipcia, mesopotámica, siríaca, índica, china y maya y de otras civilizaciones. Una gran parte de este material existe, pero aún no ha sido elaborado para ser utilizado de forma fácil por cualquiera salvo por historiadores especializados. Además, incluso cuando existen documentos sobre batallas y guerras, datos como el número de participantes y el de bajas son poco fiables.

Además, no todas las formas de incidentes militares tienen el mismo significado en los distintos períodos de la historia. La batalla ha sido el tipo más común de acción militar. En algunos períodos, sin embargo, las batallas han sido hechos aislados de los que se derivaron importantes consecuencias políticas. En otros, una batalla ha sido solamente un incidente en una campaña compuesta de complicadas operaciones estratégicas durante una estación o en un asedio o en un bloqueo marítimo. En estas circunstancias las consecuencias políticas no pueden atribuirse a una sola batalla, sino al conjunto de la campaña. A veces las propias campañas no han sido nada más que acciones parciales de una guerra desarrollada en muchos frentes con un número de ejércitos diferentes y que se ha prolongado durante varios años. Ni la batalla, ni la campaña ni la guerra son completamente satisfactorias como unidades para una tabulación estadística.

Es difícil valorar la importancia relativa de cualquiera de estos hechos. El libro Fifteen Decisive Battles of History de sir Edward Creasy sugiere la falta de adecuación de cualquier esquema objetivo de evaluación como duración, número de hombres implicados y número de bajas, puestos de relieve por Bodart, Woods, Sorokin y Richardson. La lista de Creasy contiene la victoria de Juana de Arco en Orleans y la batalla de Valmy en la Francia de la Revolución, en cada una de las cuales las bajas solo fueron unos pocos cientos de hombres, así como las de Maratón, Siracusa, la destrucción de la Armada Invencible y Saratoga, donde solo hubo unos pocos miles de bajas. En el resto de las batallas de su lista – Arbelas, Metauro, la victoria de Arminio sobre Varo en la selva de Teotoburgo, Châlons, Tours, Hastings, Blenheim, Poltava y Waterloo – las bajas alcanzaron decenas de miles, pero Creasy no incluyó

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ninguna de las batallas más sangrientas de las épocas antigua, medieval y moderna, de las que se afirma que hubo cientos de miles de bajas. La clasificación de Creasy se basó en un juicio subjetivo sobre las consecuencias políticas y sociales de las batallas, criterio inadecuado para un estudio estadístico general de las acciones militares. Por otro lado, Richardson ha realizado una recopilación de “acciones con bajas mortales” basada únicamente en el número de bajas. Ha alcanzado algunos resultados estadísticos interesantes, pero su recopilación de datos solo llega hasta 1820 y, así, no trata el período aquí considerado.

Las acciones militares han variado mucho en relación con los fines y la naturaleza de los combatientes. ¿Se deben colocar en la misma categoría las guerras civiles entre facciones del mismo estado, las guerras internacionales entre estados de la misma civilización y las guerras imperiales entre grupos de diferentes civilizaciones? ¿Se deben distinguir los objetivos (guerras, intervenciones, represalias), las características legales (justas o injustas, con declaración formal de guerra o no) y las características técnicas (batallas terrestres, asedios, batallas navales, bloqueos)? Finalmente, ¿qué limitaciones de espacio y tiempo deben adoptarse en una tabulación estadística de las acciones militares? Faltan datos para una tabulación simple de todas las batallas o guerras entre pueblos civilizados desde que surgieron las civilizaciones y es dudoso que una tabla que agrupase las guerras de las civilizaciones egipcia, mesopotámica, china, índica y maya aclarase la situación. Si hubiera tendencias o fluctuaciones regulares entre guerra y paz, parecería probable que estuviesen relacionadas con los grupos de pueblos en contacto más o menos permanente entre sí, esto es, con una civilización.

a) Relación de la guerra con los cambios de civilización.-

¿Cuál ha sido la relación entre los cambios en una civilización y los cambios en la guerra? Es posible que no haya una correlación precisa, porque las civilizaciones no son simples. Durante la mayor parte de su existencia, las civilizaciones han estado constituidas por muchos estados que se han visto inmersos en un proceso incesante de alianzas, federaciones, uniones, desuniones o desintegraciones, y normalmente cada estado perteneciente a una civilización ha estado compuesto por facciones y grupos que también se han unido y separado continuamente. El modelo de historia sería una dimensión temporal que se alzaría sobre un mapa en dos dimensiones. Este espacio tridimensional estaría dividido en civilizaciones con límites temporales y

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espaciales cambiantes, en los cuales estarían vagamente delimitados los estados, compuestos, a su vez, de facciones vagamente delimitadas.

Una historia completa de la guerra en los pueblos civilizados implicaría la identificación de todas estas unidades y la descripción de las características de la guerra en cada una de ellas. Sin embargo, en esta sección de Estudio de la Guerra no se tendrán en cuenta unidades históricas más pequeñas que el de una civilización. Aunque ha habido guerras civiles y guerras entre estados en todas las civilizaciones, normalmente se han considerado más importantes las guerras entre distintas civilizaciones y son las que se han estudiado más en la historia. Por ejemplo, la mayor parte de las batallas anteriores al 1500, incluidas en el Dictionary of Battles de Harbottle, tuvieron lugar en guerras de esta categoría, como sucede en ocho de las quince batallas de Creasy, incluyendo las siete anteriores a la batalla de Hastings.

La actividad militar ha variado en función de la magnitud de la guerra, del tamaño de los ejércitos, del carácter de las operaciones, de las relaciones entre los beligerantes y de los objetivos y justificaciones de las hostilidades. Estas variaciones se pueden relacionar, empleando la clasificación de las civilizaciones de Toynbee, con la antigüedad y tipo de civilización y la fase de una civilización particular en la que tuvo lugar la actividad militar11.

11 [NT]. Según Arnold J. Toynbee (Estudio de la Historia, publicado entre 1933 y

1961, y que posteriormente sufrió modificaciones en función de la evolución de los conocimientos históricos) las civilizaciones han surgido de los pueblos primitivos y pasan por diversas fases: la propia de su génesis, crecimiento, colapso y desintegración. En las tres primeras fases, las civilizaciones no mantienen contactos con las restantes civilizaciones; en la fase de desintegración es cuando las civilizaciones entran en contacto con otras civilizaciones. En esta fase hay un período de luchas entre los estados constituyentes de esa civilización (períodos turbulentos), que termina con la creación de un imperio universal (como ejemplo típico el Imperio romano en la civilización helénica) al que sigue un período de desintegración en el que los imperios son atacados por pueblos “bárbaros” (proletariado externo, según la nomenclatura de Toynbee) y se crean los reinos bárbaros. Los períodos de máxima violencia son, pues, los períodos turbulentos de luchas entre los estados constituyentes de la civilización y los períodos del interregno con luchas entre el imperio universal y los pueblos bárbaros. Unas civilizaciones han sido originales, de las que surgieron otras; algunas se detuvieron en su desarrollo como tales civilizaciones y otras han abortado. Así, las civilizaciones originarias y sus sucesoras serían: la civilización andina; la maya (de la que surgirían las civilizaciones yucateca y mejicana); la sínica (con las civilizaciones del Lejano Oriente y japonesa como civilizaciones sucesoras); la

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(1) Civilizaciones sucesivas.-

La magnitud de la guerra ha oscilado en ciclos amplios durante el período histórico. En Occidente y en Oriente Medio, los ejércitos fueron de mayor tamaño y las guerras importantes fueron más frecuentes en la antigüedad y en la época moderna que durante la Edad Media, aunque se acepta generalmente que se ha exagerado mucho el tamaño de los ejércitos que participaron en las batallas entre las antiguas naciones orientales. Además, cada civilización tiende a alcanzar un máximo de actividad militar en los períodos turbulentos y luego decae hasta que hay un nuevo máximo de actividad militar en su decadencia y desintegración. Sin embargo, teniendo en cuenta estas oscilaciones parece que, comparando las civilizaciones sucesivas, los ejércitos han tendido a tener mayor volumen tanto absolutamente como en proporción a la población; la guerra ha tendido a costar más, absoluta y relativamente, en vidas y en riqueza, y la actividad militar ha tendido a concentrarse más en el tiempo, con intervalos de paz más amplios entre guerras. La guerra ha tendido a extenderse más en el espacio, con menos lugares seguros y con más incomodidades para la población civil. La guerra se ha vuelto ideológica y legalmente más diferente de la paz y ha tendido a ser considerada como un hecho más anormal y que necesitaba más justificación racional. En general, los cambios en la guerra han tendido a favorecer las operaciones defensivas más que las ofensivas. Por consiguiente, la guerra ha tendido a ser menos decisiva y, en relación con otras instituciones, menos influyente en el mundo político.

Hasta la Segunda Guerra Mundial, estas tendencias mostraron una evolución hacia una situación en la que había grandes ejércitos y los costes de la guerra eran enormes; de alternar períodos de operaciones militares concentradas, en todo el planeta, y períodos relativamente pacíficos; de numerosas normas para justificar, condenar y restringir las operaciones

índica (con la hindú como sucesora); la egipcia; la sumeria (con las civilizaciones sucesoras babilonia e hitita, si bien esta última de forma laxa); la minoica (con las civilizaciones siríaca y helénica/clásica como sucesoras de forma también laxa, y de las que han surgido otras civilizaciones). De la siríaca las civilizaciones arábiga e irania, que se fusionaron para producir la islámica; y de la helénica/clásica la cristiana occidental, la cristiana ortodoxa bizantina y la cristiana ortodoxa rusa. También surgidas en el entorno de la civilización helénica, pero abortadas, Toynbee identificó las civilizaciones cristiana del Lejano Oriente (nestoriana), la cristiana del Lejano Occidente (irlandesa) y la escandinava. Asimismo identificó como civilizaciones detenidas la civilización de los nómadas (estepas), la polinesia, la esquimal, la espartana y la otomana.

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militares; y de estrategias que tendían a puntos muertos prolongados, a utilizar el desgaste mutuo y a resultados relativamente indecisos.

(2) Tipos de civilizaciones.-

Debido a las grandes variaciones en las características militares que se producían en la larga vida de cada civilización, no es fácil relacionar las características militares con las características geográficas, ni con las económicas ni con las de ningún otro tipo en la civilización en general. Como todas las civilizaciones han tendido a ser menos agresivas con el paso del tiempo, las civilizaciones deben compararse en las mismas fases de sus evoluciones.

Si se considera la belicosidad como una mezcla de: (i) familiaridad con la crueldad procedente de ritos religiosos, de deportes y de espectáculos sangrientos; (ii) agresividad, manifestada por la frecuencia de invasiones en guerras imperiales o en guerras entre estados; (iii) moral militar, reflejada en la disciplina de los ejércitos y las reservas; y (iv) despotismo político, manifestado por la perfección de la centralización territorial y funcional de la autoridad, sin limitaciones constitucionales ni de las costumbres, parece que las civilizaciones más belicosas fueron la clásica, la tártara, la babilónica, la siríaca, la irania, la japonesa, la andina y la mejicana. Moderadamente belicosas fueron la hitita, la arábiga, la germánica, la occidental, la escandinava, la rusa y la yucateca. Esta lista no parece indicar que exista una alta correlación con la cronología, con la geografía o con la economía. Las civilizaciones más belicosas incluyen civilizaciones primarias, secundarias y terciarias; poblaciones grandes y poblaciones pequeñas; ambientes esteparios, agrícolas, marítimos y mesetarios; economías ganaderas, agrícolas y comerciales. Sin embargo, había una tendencia a que las civilizaciones que habitaban en mesetas o en entornos montañosos, las civilizaciones dependientes de la ganadería y las civilizaciones con población heterogénea y que mantenían contactos estrechos con otras civilizaciones fuesen belicosas.

Con los mismos criterios, las civilizaciones más pacíficas fueron la egipcia, la minoica, la ortodoxa (bizantina), la mesopotámica (sumeria), la nestoriana, la irlandesa, la índica, la china y la maya. Estas civilizaciones también se distribuyen en diferentes períodos y con diferentes tipos de población, entornos geográficos y tipos de economía, aunque parece que las civilizaciones homogéneas y aisladas y las que se extienden a lo largo de ríos y dependen de

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la agricultura de regadío tienden a ser pacíficas. Los aislados japoneses quizás debieron su carácter belicoso a su heterogénea composición racial.

Parece haber existido una tendencia a que las civilizaciones secundarias, como la babilónica, la siríaca, la clásica, la hindú y la mejicana, fuesen más belicosas que las civilizaciones primarias de las que surgieron – la egipcia, la mesopotámica, la minoica, la índica y la maya – y a que las civilizaciones terciarias, como la occidental, la arábiga, la irania y la rusa, sean las más belicosas de todas. Esto puede haberse debido a que las civilizaciones sucesoras comenzaron como un grupo bárbaro o proletario externo que buscaba obtener las ventajas de la civilización establecida mediante la actividad guerrera. Si este grupo bárbaro finalmente tenía éxito, al haberse originado por un triunfo militar, continuaba siendo belicoso. Además, las civilizaciones terciarias, con mejores medios de comunicación, estaban menos aisladas, mientras que su mayor capacidad inventiva las hizo menos homogéneas. Ambos factores tendieron a mantener el espíritu belicoso en dichas civilizaciones.

Es posible que las civilizaciones marítimas, como la escandinava, y las civilizaciones nómadas, como la tártara y la arábiga, tendiesen a ser más belicosas que las civilizaciones agrícolas, como la egipcia, la mesopotámica y la maya, por su mayor movilidad y por su más rápida capacidad de respuesta frente a los cambios climáticos. Sin embargo, está relación no es clara.

Se ha dicho que las civilizaciones en climas fríos han tendido a atacar a las que viven en climas cálidos, como lo muestran las incursiones de mongoles, arios, aqueos, galos y germanos sobre las civilizaciones situadas al sur de ellas. Sin embargo, parece que estas agresiones se han realizado realmente desde las estepas en múltiples direcciones a consecuencia de sequías, de colapsos administrativos de las áreas invadidas o de interrupciones en el comercio.

Quizá haya alguna prueba de la hipótesis de que el carácter marcial se desarrolla en las montañas y la pasividad en las llanuras, cuando se considera la disposición relativamente belicosa de los hititas, iranios, andinos y mejicanos. Las excepciones, como la de los pacíficos nestorianos, pueden deberse a la fase tan temprana de su desarrollo en la que esta civilización fue destruida al ser conquistada.

Sin embargo, rara vez un único factor ha predominado en una civilización. El carácter belicoso ha sido el resultado de la acción de un conjunto de

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circunstancias en la composición interna y en las relaciones y condiciones exteriores de una civilización particular. La combinación peculiar de instituciones sociales, religiosas, políticas y militares y de contactos externos de la civilización ha sido la adaptación a la variedad de circunstancias de su entorno y de su economía básica y no una consecuencia de un conjunto limitado de condiciones.

(3) Fases de la civilización.-

La intensidad de la guerra, medida por la frecuencia de batallas y el número de participantes, ha aumentado progresivamente desde la edad heroica (el período de los reinos guerreros bárbaros), cuando la guerra se utilizaba de forma característica tanto para atacar a otras civilizaciones como para defenderse de ellas. Su intensidad ha continuado aumentando en el período turbulento, pero durante este período las guerras han sido, a menudo, guerras entre estados y guerras civiles, así como imperialistas y defensivas. El período de estabilidad que ha seguido al período turbulento ha sido normalmente más pacífico, aunque el tamaño de los ejércitos no haya disminuido mucho. A medida que se prolongaba este período de estabilidad, se producían frecuentes ataques del exterior. Bárbaros, u otras civilizaciones en sus períodos turbulentos, asaltaban la civilización con una capacidad creciente conforme sus ejércitos aprendían más del arte de la guerra a través de sus contactos con la civilización más antigua. Esto se ve confirmado por los asaltos de los hicsos contra Egipto (1760 antes de Cristo); de los frigios contra los hititas y los babilonios (1780 antes de Cristo); de los escitas contra Persia (500 antes de Cristo); de los aqueos contra los cretenses (1200 antes de Cristo); de los galos y los germanos contra Roma, por primera vez en el siglo IV antes de Cristo y por segunda vez, con más éxito, en los siglos IV y V después de Cristo; y de los escandinavos contra el oeste y sur de Europa en los siglos IX y X. De esta forma la intensidad de la guerra aumentaba en la fase final de la civilización. Los ataques externos, a menudo con éxito, provocaban rebeliones interiores en la civilización hasta que la civilización se desintegraba bajo las presiones conjuntas del exterior y del interior. Estas variaciones en la intensidad de la guerra normalmente han ido acompañadas de cambios en el carácter de los ejércitos y de las operaciones militares.

b) Características y consecuencias.-

La frecuencia y el carácter de las guerras en el período histórico han variado, principalmente, con las fases del desarrollo de la civilización; en segundo lugar

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entre las diferentes civilizaciones y, en un grado más limitado, entre los grupos políticos de una misma civilización. Aunque la guerra entre los pueblos civilizados se puede remontar hasta los mismos instintos orgánicos que influyen en la lucha entre animales y en la guerra entre los pueblos primitivos, estos impulsos se han combinado en modelos de conducta más complejos y flexibles que podrían ser estimulados por líderes para conseguir un apoyo popular mayor para la guerra con objetivos políticos, religiosos o económicos. La guerra en los pueblos civilizados se distinguió de la lucha entre animales y de la guerra entre los pueblos primitivos en que sus técnicas cambiaron más rápidamente y tendieron a ser más destructivas por el avance del conocimiento y de la carrera entre la espada y la coraza (entre los inventos ofensivos y defensivos). La guerra entre los pueblos civilizados se distinguió de la guerra entre los pueblos primitivos porque sus normas se basaban menos en las costumbres y se relacionaban más racionalmente con los objetivos conscientes del estado y con los valores conscientes de la civilización. La guerra sirvió para promover el cambio más que la estabilidad y, a largo plazo, para desintegrar la civilización más que para integrarla.

La guerra entre los pueblos civilizados se parecía a la lucha entre animales en que su influencia fue más dinámica que estática y a la guerra entre los pueblos primitivos en que su influencia fue más social que biológica. Sin embargo, la influencia dinámica de la guerra entre los pueblos civilizados estuvo marcada por una escala de tiempo mucho menor que la de la lucha entre animales. Mientras la lucha entre animales necesitó cientos de miles de años para registrar cambios evolutivos importantes, la guerra entre los pueblos civilizados produjo cambios importantes en el curso de siglos – cambios que se registraron en las fases de la civilización. Estas sucesivas fases, provocadas por la guerra, influyeron, a su vez, en el carácter de la propia guerra. Todas las civilizaciones sostuvieron tipos de guerra similares en sus primeras fases, en su madurez y en su vejez. La función primaria de la guerra fue, aparentemente, asegurar estos cambios en la vida de una civilización.

Sin embargo, había diferencias en las características belicosas de las diferentes civilizaciones. La guerra, por tanto, jugó un papel dinámico en el enfrentamiento entre civilizaciones. Extendió la cultura de algunas civilizaciones a expensas de la de otras. Aquí, una vez más, hubo semejanzas con la función dinámica de la lucha entre animales, la de proporcionar una distribución geográfica más amplia a las especies. Las civilizaciones más belicosas fueron las que tuvieron más éxito en difundir su cultura ampliamente. Las conquistas de Alejandro Magno, de César, del islam y de los descubridores

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PRIMERA PARTE 83 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

del siglo XVI extendieron las civilizaciones griega, romana, arábiga y occidental por amplias zonas del planeta.

Aunque había diferencias, todos los grupos políticos de una civilización emplearon normalmente prácticas y métodos de guerra similares en las mismas fases de la historia de la civilización. Esto tuvo lugar a lo largo de un proceso de competencia e imitación militar, que tuvo como resultado un equilibrio de poder militar. No obstante, este equilibrio se rompió porque los estados civilizados, a diferencia de los pueblos primitivos, inventaron continuamente nuevas técnicas ofensivas y finalmente uno de ellos conquistaba al resto, creando un estado universal; pero la cultura de los estados derrotados prevalecía a veces en extensas regiones, como ocurrió, por ejemplo, con la cultura griega en el Imperio romano.

La importancia de esta influencia dinámica entre civilizaciones y en el interior de las civilizaciones distinguió la guerra entre los pueblos civilizados de la guerra entre los pueblos primitivos. La guerra entre los pueblos civilizados se parecía, no obstante, a la guerra entre los pueblos primitivos en que también tenía una función conservadora, la de preservar la solidaridad cultural y política de los grupos políticos existentes frente a las sediciones internas y las agresiones externas. Analizando la civilización en períodos cortos de tiempo como décadas, esta función conservadora de la guerra parecía la más importante. Los gobernantes creían a menudo que recurrir a la guerra era necesario para impedir o resistir invasiones y para preservar el statu quo. En un análisis a más largo plazo estas creencias frecuentemente mostraron ser erróneas. Los partidarios internos y externos del cambio consiguieron normalmente más a través de la guerra que los partidarios de la estabilidad. El resultado de una guerra rara vez era completamente previsible, por lo que, una vez que comenzaba una guerra, se ponía inmediatamente en peligro la estabilidad porque no se podía predecir su resultado. Cuanto más prolongada y destructiva era la guerra, más cambiado resultaba el mundo al finalizar la misma. Por otro lado, los revolucionarios del interior y los agresores exteriores tenían poco que perder y, frecuentemente, ganaban gloria y lograban los cambios políticos que buscaban mediante la guerra. Con tales expectativas, ambos grupos se dedicaron a la guerra con más perseverancia y, en general, finalmente ganaban. Incluso si su primer intento acababa en un punto muerto o en una victoria de las fuerzas defensoras del statu quo, la propia destructividad de la guerra creaba a menudo un campo abonado para las actividades futuras de los partidarios del cambio. Por ello, los defensores inteligentes del statu quo preferían normalmente, como método para solucionar los desacuerdos, la

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propaganda, los controles económicos o los argumentos legales, evitando hasta el último momento la violencia y la guerra. En la diplomacia y en el pensamiento popular la función de la guerra en una fase dada de una civilización era el logro de ideales, la reforma del statu quo.

Si la guerra entre los pueblos civilizados fue dinámica y favoreció el cambio, ¿favoreció, a lo largo de la vida de una civilización, la integración o la desintegración de la misma? ¿Favoreció a los insurgentes que deseaban dividir las estructuras políticas o al conquistador imperialista que deseaba unirlas? Aunque mediante guerras se constituyeron grandes imperios, solamente pudieron conservarse al organizar la paz. Debido a su destructividad, las grandes conquistas externas produjeron normalmente descontento y sublevaciones internos, al menos en partes del nuevo imperio, y no proporcionaron el entorno adecuado para el constitucionalismo, a pesar de los esfuerzos del imperio universal para crear un estado de derecho. La conquista proporcionó el material para la guerra civil. De esta forma, a largo plazo, la guerra favoreció más la desintegración política que la integración política.

Los estados y las civilizaciones fueron construidos mediante guerras pero con el tiempo también se desintegraron a través de guerras. La comprensión de esto puede explicar en parte la frecuente decadencia del espíritu belicoso de los estados y de las civilizaciones cuando envejecen. Pero, como todas las viejas civilizaciones del pasado tuvieron al lado o dentro de ellas civilizaciones más jóvenes, no fueron capaces de escapar completamente de la guerra y su inflexibilidad hizo difícil que se defendiesen de forma efectiva de los ataques contra ellas.

Se puede recordar la paradoja expuesta en relación con la guerra entre los pueblos primitivos. Una guerra moderada es socializadora, mientras que demasiadas guerras y guerras muy destructoras son desintegradoras. Con el hombre primitivo la guerra contribuyó a la estabilidad y al progreso gradual. Con el hombre civilizado se rompió el equilibrio. Una civilización naciente desarrollaba demasiadas guerras y sellaba su propia muerte. El período turbulento, como dijo Toynbee, señalaba el comienzo del fin de una civilización. Las civilizaciones en las que la guerra fue un instrumento político relativamente poco importante, como las del antiguo Egipto, de Sumeria, de la antigua China, fueron las que más tiempo perduraron. Las civilizaciones militares de Babilonia, la antigüedad clásica, Europa Occidental, Arabia y Turquía tuvieron una vida relativamente breve.

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PRIMERA PARTE 85 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

Aunque la guerra tuvo la función de asegurar el cambio de civilización, su efecto final fue producir cambios en el origen y caída de estados y civilizaciones. Lo que ha habido de evolución continua en la historia humana no ha sido debido a la guerra sino al pensamiento. Los Alejandros, Césares y Napoleones produjeron cambios; los Aristóteles, Arquímedes, Agustines y Galileos favorecieron el progreso. No obstante, paradójicamente, el constante progreso general produjo avances en el arte de la guerra, que facilitaron conquistas y variaciones de amplitud creciente y longitud decreciente.

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CAPÍTULO III

LA GUERRA EN LA ÉPOCA MODERNA

1. FLUCTUACIONES Y TENDENCIAS

La civilización moderna surgió en el Renacimiento europeo con el uso efectivo de explosivos, del reloj y de la imprenta; el descubrimiento de América y de nuevas rutas a Oriente; el desarrollo de la literatura en lengua vernácula, el redescubrimiento de las literaturas antiguas y el renacimiento del arte; la caída del Imperio bizantino, la reforma de la cristiandad occidental y la aparición de dinastías nacionales fuertes en Inglaterra, Francia y España; y la aceptación por los líderes europeos de las ideas de erudición, ciencia, soberanía territorial y contabilidad en los negocios. La interacción de civilizaciones, el espíritu explorador y la eliminación de creencias y autoridades antiguas liberaron las energías humanas y establecieron las condiciones para una civilización plural universal, basada en los valores de humanismo, libertad, ciencia y tolerancia.

Los impulsos esenciales para la guerra no cambiaron pero con las nuevas técnicas, que aumentaban el impacto de la guerra sobre la vida de los pueblos, aumentó la distancia entre los objetivos de los líderes y las actitudes de los pueblos. Puesto que con la nueva tecnología se hizo más necesario el apoyo popular, el control de la opinión pública ha alcanzado una importancia creciente. El desarrollo del sentimiento nacionalista, que identificó al ciudadano con el estado, hizo posible despertar el entusiasmo popular hacia la guerra al sugerir que la guerra era necesaria para la seguridad, el poder y la prosperidad de la nación. La soberanía nacional, definida por el nuevo derecho internacional, se convirtió en el valor predominante, el sentimiento dominante, el objetivo político y la causa principal de la guerra en la era moderna.

La intensidad de la guerra en la época moderna puede medirse por la frecuencia de batallas, de campañas o de guerras. Estas acciones militares pueden ponderarse en función del número absoluto de combatientes implicados en las mismas, del número relativo de combatientes en relación con la población, del número absoluto de bajas de todas clases en las batallas (muertos, heridos, prisioneros) o del número de bajas en relación con el número de combatientes o con la población.

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También puede medirse la intensidad de la guerra por las pérdidas absolutas o relativas de vidas que se pueden atribuir a la guerra en la población militar y en la civil durante un tiempo dado o por las pérdidas absolutas o relativas de riqueza atribuibles a ella. En este tipo de estimaciones siempre hay una pregunta en relación con la amplitud con la que se deben contabilizar las pérdidas indirectas atribuibles a una guerra. La población sufre no solo por las bajas directas en las batallas sino también por enfermedades en los ejércitos, por hambre y por epidemias en la población civil provocadas por la guerra y por la disminución de la tasa de natalidad y el incremento de la tasa de mortalidad por causas más o menos relacionadas con la guerra. La prosperidad sufre no solamente por la destrucción directa de propiedades y de trabajadores por las acciones militares, sino por las perturbaciones de la producción y del comercio que pueden causar grandes depresiones mucho tiempo después de haber finalizado la guerra. Nuestro interés en este punto no está en las consecuencias de la guerra sino en la intensidad relativa de la actividad militar en diferentes tiempos y lugares. Para este propósito la intensidad debe medirse mediante unidades de actividad militar que se realizan en un tiempo y un espacio tan limitados como sea posible. La frecuencia de batallas parece concordar con este requisito de forma más estrecha que cualquier otro de los índices fácilmente disponibles. El número de bajas y otras consecuencias inmediatas de la actividad militar se tendrán en cuenta en algunos análisis.

a) La agresividad de los estados.-

Los países difieren enormemente en la frecuencia en que han estado en guerra. Desde 1480 a 1940 hubo unas dos mil seiscientas batallas importantes con participación de estados europeos. Francia participó en el 47% de estas dos mil seiscientas batallas; Austria-Hungría en el 34%; Alemania (Prusia) en el 25%; Gran Bretaña y Rusia en aproximadamente el 22% de las mismas; Turquía en el 15%; España en el 12%; Holanda en el 8%; Suecia en el 4% y Dinamarca en el 2%. Estos porcentajes se refieren al período total de los cuatrocientos sesenta años. Cuando estos datos se tabulan en períodos de cincuenta años, se observa que el porcentaje de participación de Francia, Austria, Gran Bretaña y Turquía ha sido relativamente constante; que el porcentaje de participación en batallas de Prusia y Rusia ha tendido a aumentar, y que el de España, Holanda, Suecia y Dinamarca ha disminuido en los tres últimos siglos. Los resultados son similares si se toma como criterio la participación en guerras en lugar de la participación en batallas, aunque la diferencia entre estados grandes y pequeños es menos extrema. Claramente, las grandes potencias han participado con más frecuencia en guerras.

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PRIMERA PARTE 89 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

La misma conclusión se desprende del análisis de la proporción de años de guerra en la historia de los distintos estados. F. A. Woods finaliza su análisis con la siguiente afirmación: “Desde 1700 las naciones más fuertes son las que han dedicado más tiempo a la guerra. Además, las naciones más pequeñas fueron en su día grandes potencias. España, Turquía, Holanda y Suecia durante el cual fueron grandes potencias participaron en muchas guerras”. Sus cifras indican que las naciones que podrían clasificarse como grandes potencias durante el período moderno han estado en guerra como media dos veces más que los estados más pequeños, aunque a menudo las guerras en que participaron estos últimos fuesen de mayor duración. Las guerras en las que participó Holanda, por ejemplo, tuvieron una duración media de 5,4 años cada una, mientras la media de las que participó Francia fue de solo 1,8 años. Sin embargo, los franceses han combatido en 147 guerras, mientras que los holandeses lo han hecho en 29. Consecuentemente, los franceses han estado luchando durante una proporción mucho mayor de ese período.

La propensión a combatir de las grandes potencias se muestra por un análisis de los participantes en campañas militares (guerras, intervenciones, supresión de insurrecciones) desde 1900 a 1930. Las siete grandes potencias participaron, como media, en 46 campañas durante estos treinta años y cada campaña tuvo una duración media de catorce meses. Ocho potencias secundarias de Europa y Asia participaron, como media, en 19 campañas, con una duración de ocho meses. Los estados de los Balcanes, de Latinoamérica, de África y de Asia lo hicieron en una media de 10 campañas de seis meses de duración. Los restantes estados, nueve pequeñas potencias no coloniales del norte de Europa, participaron como media en solo una campaña de cinco meses de duración. Varios de estos países – Dinamarca, Suecia, Noruega, Suiza, Estonia – no participaron en ninguna guerra durante este período.

b) El tamaño de las fuerzas armadas.-

El tamaño de los ejércitos en la era moderna aumentó, absoluta y relativamente, respecto a la población. En el siglo XVI los ejércitos mercenarios rara vez alcanzaron los veinte o treinta mil hombres. En el siglo XVII los ejércitos comenzaron a tener un carácter nacional y alcanzaron a menudo cincuenta o sesenta mil hombres. La población europea durante ese siglo alcanzó aproximadamente el mismo nivel que tuvo durante el Imperio romano y con una proporción de población bajo las armas igualmente elevada, un tres por mil. Desde ese siglo hasta la actualidad se ha producido un crecimiento constante, tanto absoluta como relativamente, en el tamaño de los

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ejércitos permanentes europeos. En el siglo XVIII Marlborough, el príncipe Eugenio de Saboya y Federico el Grande tuvieron ejércitos de entre ochenta y noventa mil hombres. En algunas batallas Napoleón tuvo ejércitos de doscientos mil hombres y, en algunos momentos, pudo tener movilizados un millón de hombres, el 5% de la población francesa.

En el período de tranquilidad posterior a 1815 hubo una disminución en el tamaño de los ejércitos, pero después de 1870 se produjo en las grandes potencias un crecimiento constante en el tamaño y en el coste de los ejércitos y marinas. Antes de que finalizase el siglo XIX las ocho grandes potencias tenían en filas, como media, quinientos mil hombres, en el ejército y la armada, y antes del estallido de la Primera Guerra Mundial habían movilizado otros cien mil hombres más. No obstante, los efectivos de los ejércitos no aumentaron tan rápidamente como la población y los presupuestos nacionales. Como media, el cinco por mil de la población estaba en filas y alrededor de un tercio del presupuesto nacional se dedicaba a su mantenimiento. Los presupuestos, sin embargo, aumentaron más rápidamente que la población, y así el gasto militar per cápita de las grandes potencias aumentó de una media de 1,70 $ por año en 1870 a 4,27 $ en 1914. Después de la Primera Guerra Mundial los gastos militares disminuyeron por la influencia de la pobreza y de los acuerdos de desarme, pero el estado de tensión que predominó a partir de 1931 y otra vez a partir de 1947 elevó el gasto per cápita de las grandes potencias, excepto China, a una media de 25 $ en 1937 y de 200 $ en 1963.

En 1937 los ejércitos permanentes existentes en el mundo contaban con unos ocho millones de hombres, el cuatro por mil de la población – considerablemente superior a la proporción mantenida en el Imperio romano bajo Augusto. Las reservas inmediatamente movilizables añadirían dos millones más y otras reservas entrenadas unos treinta millones más. Más de la mitad de los soldados de los ejércitos permanentes estaba en Europa, que, sin embargo, tenía menos de un cuarto de la población mundial. Europa, en 1937, llegó a tener bajo las armas una proporción de población casi tres veces mayor que la que tuvo durante el tiempo de Augusto. Francia, con menos de la mitad de la población del Imperio romano, mantenía un ejército casi el doble de grande.

En el período comprendido entre la Segunda Guerra Mundial y 1964, los ejércitos de las potencias de Europa Occidental no habían alcanzado los niveles de 1937; sin embargo, las fuerzas armadas de China, Rusia y Estados Unidos, y los grandes ejércitos de muchos estados más pequeños de Europa Oriental y

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PRIMERA PARTE 91 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

de Asia, lograron que estuviesen bajo las armas unos veinte millones de hombres, el siete por mil de la población mundial, sin mencionar el número incluso mucho mayor de civiles que trabajaba en industrias de guerra.

Además, los estados modernos aumentan el tamaño de sus ejércitos en tiempos de guerra mucho más de lo que era el caso antiguamente y además la mayor parte de la población civil adulta es movilizada para algún tipo de trabajo relacionado con la guerra. Por lo tanto, el tamaño relativo del ejército en tiempo de guerra ha aumentado incluso más rápidamente que el del ejército en época de paz. Mientras que en el siglo XVII los países raramente movilizaban el 1% de su población para la guerra, los beligerantes originales de la Primera Guerra Mundial movilizaron el 14% de sus poblaciones y los principales beligerantes incluso más. Está claro que durante la era moderna ha habido una tendencia hacia un aumento en los tamaños absoluto y relativo de los ejércitos tanto si se considera el ejército en tiempo de paz, el número de hombres movilizados para la guerra, o el número de combatientes participantes en batallas o el número de militares y civiles dedicados a actividades relacionadas con la guerra.

c) La duración de las guerras.-

Otra tendencia general ha sido a una disminución en la duración de las guerras y en la proporción de años de guerra respecto a los años de paz.

Mientras que las guerras más importantes desde el siglo XVI al siglo XIX duraron a menudo unos diez años, hubo muchas guerras de menor intensidad que duraron menos. La duración media de una guerra en esos siglos fue de cinco años, comparada con tres años en el siglo XIX y con cuatro años en los primeros sesenta años del siglo XX.

En los siglos XVI y XVII los principales estados europeos estuvieron formalmente en guerra alrededor del 65% del tiempo. En los tres siglos siguientes las cifras comparables fueron, respectivamente, el 38%, el 28% y el 18%. Esto se refiere solamente a las guerras reconocidas. Si se contabilizasen las expediciones coloniales y las intervenciones en América, Asia y África, la mayoría de las grandes potencias habría estado en guerra una proporción mayor de tiempo, incluso en el siglo XX. Estados Unidos, que, quizá algo injustificadamente, se ha enorgullecido de su pacifismo, solo ha tenido veinte años de su historia en los que no han participado ni su ejército ni su marina en operaciones militares durante algunos días, en alguna parte del mundo.

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d) La frecuencia de las batallas.-

Una tercera tendencia ha sido a un aumento en la duración de las batallas, en el número de batallas emprendidas en un año de guerra y también en el número total de batallas llevadas a cabo en un siglo. Se ha hecho referencia al número creciente de batallas con una duración superior a un día en los siglos recientes. El número de batallas en la guerra también ha tendido a aumentar. En el siglo XVI, en las guerras entre países europeos se desarrollaron, como media, menos de dos batallas importantes; en el XVII, alrededor de cuatro; en los siglos XVIII y XIX, alrededor de veinte; y en el XX, unas treinta. El número de años de guerra por siglo ha disminuido, pero el número de batallas por año de guerra ha aumentado más rápidamente. Como consecuencia, ha tendido a crecer el número total de batallas que se han desarrollado en un siglo. Harbottle señala 106 batallas en el siglo XVI. Bodart 231 en el siglo XVII, 703 en el XVIII y 730 en el XIX. En el siglo XX, hasta 1940, se habían producido ya 832 batallas. La intensidad de las guerras, medida por la frecuencia y por la duración de las batallas, ha aumentado claramente.

Esta conclusión está confirmada por Sorokin, que ha comparado por siglos el número ponderado de guerras para tener en cuenta la duración de la guerra, el tamaño de las fuerzas en lucha, el número de bajas, el número de países implicados y la proporción de combatientes respecto a la población total. Sus índices para las principales guerras europeas desde 1100 hasta 1938 son:

Siglos XII XIII XIV XV XVI XVII XVIII XIX XX

Guerras 18 24 60 100 180 500 370 120 3.080

La intensidad de las guerras parece haber sido excepcionalmente alta en el siglo XVII y excepcionalmente baja en el siglo XIX. Aparte de estos dos siglos el índice crece continuamente y, de forma extraordinaria, en el siglo XX.

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e) La expansión de las guerras.-

Una cuarta tendencia ha sido un aumento del número de beligerantes en las guerras, en la rapidez con la que se han extendido las guerras y en el área abarcada por la guerra.

En una lista de 308 guerras desde 1450 hasta 1964 el número medio de países participantes en las guerras de fines del siglo XV y en las del siglo XVI fue de 2,4 y en los siglos siguientes fueron, respectivamente, de 2,6; 3,7; 3,2 y 5. Así, aparte del siglo XIX, en el que hubo un mayor número de guerras civiles e imperiales, la tendencia fue a aumentar el número de países participantes. Las guerras entre grandes potencias que afectaban al equilibrio de poder han tenido el mayor número de países participantes. Hasta el momento presente, las guerras entre estados no europeos o las guerras imperiales de las potencias europeas en ultramar han implicado frecuentemente solo a dos potencias, siendo este tipo de guerra especialmente predominante en el siglo XIX. La experiencia del siglo XX sugiere que en el futuro incluso es probable que estos tipos de guerra se extiendan.

A menudo, las guerras han comenzado como guerras civiles o bilaterales. Por consiguiente, el hecho de que, en un grado creciente, hayan finalizado con un número mayor de participantes indica la creciente tendencia de las guerras a extenderse. Excepto durante el siglo XIX, ha sido cada vez más difícil mantener la postura de no beligerancia.

Esta tendencia a aumentar el número de participantes en una guerra parece ser consecuencia de la creciente interdependencia de los estados respecto al comercio, a la opinión pública y a la política y del desarrollo de técnicas que han hecho posible una mayor capacidad de interferencia de los beligerantes en estos campos. Los beligerantes han tratado cada vez más de destruir o regular el comercio del enemigo y de países neutrales por medios navales y de otros tipos; de controlar las opiniones públicas enemigas y neutrales a través de la propaganda; y de influir en la política exterior de los gobiernos no beligerantes a través de llamamientos para formar alianzas, al equilibrio de poder o a la seguridad colectiva. Esto se había desarrollado hasta tal punto que en la Segunda Guerra Mundial casi todos los estados vieron seriamente perjudicados sus intereses comerciales, sus poblaciones fueron provocadas o divididas por la propaganda, sus tasas de mortalidad aumentaron debido a enfermedades extendidas por la guerra y su seguridad estuvo amenazada por una agresión inminente o por los cambios en el equilibrio de poder que se podrían originar

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como consecuencia de la guerra. Las obligaciones legales de los neutrales también habían aumentado.

Los estados pequeños normalmente han preferido soportar estas calamidades en lugar de participar en una guerra que, probablemente, empeoraría su situación y a cuyo resultado podrían contribuir muy poco. Sin embargo, estos estados solo han tenido éxito al actuar de esta forma si estaban alejados de las zonas de operaciones o si los países beligerantes más importantes prefirieron que se mantuviesen neutrales. Las grandes potencias, por otro lado, si una guerra se prolongaba mucho, han considerado generalmente entrar en la misma en su propio beneficio. Han considerado que podían defender sus fronteras y contribuir al resultado de la guerra y que, si participaban, tendrían una oportunidad para influir en la conferencia de paz.

Desde la guerra de los Treinta Años ha habido catorce períodos en los que ha habido guerras en las que han participado en cada bando una gran potencia durante más de dos años. Solo hubo tres de estos principales períodos de guerra – los que incluyen la guerra de Sucesión polaca (1733-38), la Revolución estadounidense (1775-83) y la guerra de Crimea (1854-56) – en los que una de las grandes potencias permaneció en paz durante todo el período. Un análisis más minucioso muestra que, durante estos tres siglos, ha sido cada vez más difícil para una gran potencia mantener su neutralidad.

En el siglo XX, la Guerra Mundial de 1914 se extendió en un año a todas las potencias europeas y dos años y medio más tarde a Japón y a Estados Unidos. Treinta y tres estados, la mitad de los existentes en el mundo, incluyendo varios de Asia, Latinoamérica y África, participaron finalmente como beligerantes. Otros países fueron casi beligerantes y también participaron en la conferencia de paz. En 1931 se reanudó la guerra con hostilidades intermitentes y relativamente aisladas en China, Etiopía, España, Checoslovaquia, Lituania y Albania, pero tras el ataque alemán a Polonia en septiembre de 1939, la Segunda Guerra Mundial dio muestras de que iba a ser general. Francia y Gran Bretaña y sus Dominios, excepto Irlanda, entraron en guerra inmediatamente. Antes de acabar el año 1940, Rusia atacó {sic} e hizo la paz con Finlandia; Alemania invadió Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Rumania; Italia entró en guerra, atacando Egipto y Grecia; y Japón, ya en lucha con China, se unió al Eje y atacó a los Estados Unidos en Pearl Harbor en diciembre de 1941. Después de esto, todos, salvo seis de los restantes países del mundo, participaron como beligerantes.

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PRIMERA PARTE 95 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

La tendencia de las guerras a extenderse puede ilustrarse también trazando la distribución de las batallas en estas guerras. Todas las batallas de la guerra de los Treinta Años se concentraron en Europa Central; las de la guerra de Sucesión española en Holanda, en Europa Central y Occidental y en América; las de la guerra de los Siete Años, en diversas partes de Europa, en India y en América; las batallas de las guerras de la Revolución francesa y napoleónicas en toda Europa, en Oriente Próximo y en América; las de las dos guerras mundiales, en toda Europa, en Oriente Próximo, en el Lejano Oriente, en África y en las aguas de los océanos Atlántico y Pacífico.

La tendencia del sistema de guerra de la civilización moderna a estar menos localizada se puede mostrar también estadísticamente al observar que la lista de batallas de Bodart, considerada importante para la guerra en la civilización moderna, no incluye batallas fuera de Europa antes de 1750. Desde 1600 los porcentajes de batallas extra-europeas en los siglos siguientes fueron del 0% en el siglo XVII, del 2% en el siglo XVIII, del 13% en siglo XIX y del 25% en el siglo XX.

f) El coste de la guerra.-

Una quinta tendencia ha sido al aumento del coste en vidas humanas y económico de la guerra, tanto absoluta como relativamente respecto a la población. Es difícil obtener datos sobre el coste humano de la guerra. Probablemente, la proporción de combatientes que muere en una batalla ha tendido a disminuir. Durante la Edad Media entre el 30% y el 50% de los que participaban en una batalla resultaba a menudo herido o muerto. En el siglo XVI el 40% del lado derrotado podía resultar muerto o herido y alrededor del 10% en el lado victorioso. El vencedor mataba a los miembros del ejército derrotado cuando huían. De esta forma, al comienzo de la era moderna la media de bajas en las batallas fue probablemente del 25% de los participantes. En los tres siglos siguientes la proporción se ha estimado, respectivamente, en el 20%, el 15% y el 10%, y en el siglo XX alrededor del 6%. Antes de 1900 alrededor de la cuarta parte de bajas en una batalla moría y en la Primera Guerra Mundial alrededor de un tercio; así la proporción de combatientes que mueren como consecuencia directa de la batalla parece haber disminuido de un 6% a un 2% en los últimos tres siglos.

Sin embargo, la proporción de la población implicada en los ejércitos ha tendido a aumentar y el número de batallas también ha tendido a aumentar. Por lo tanto, la proporción de la población que ha muerto como consecuencia

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directa de batallas ha tendido a aumentar. Las bajas de los ejércitos a causa de enfermedades han disminuido. Dumas proporciona cifras del período napoleónico que sugieren que del 80% al 90% de las bajas totales del ejército francés lo fueron a causa de enfermedades. Bloch afirma que en el siglo XIX esta proporción fue, como media, el 65%. En la Primera Guerra Mundial, mientras las enfermedades fueron la causa del 30% de las bajas del ejército ruso y del 26% en el ejército norteamericano, en el alemán solo el 10% de las muertes fueron debidas a enfermedades. Se ha estimado que de cada 1.000 muertos en la población francesa en el siglo XVII, unos 11 morían en el servicio militar activo. La cifra correspondiente al siglo XVIII fue de 27; en el XIX, de 30; y en el XX, de 63. Para Inglaterra, las cifras correspondientes para estos cuatro siglos son 15, 14, 6 y 48. Las pérdidas excepcionalmente elevadas del siglo XVII, debidas a las guerras civiles, y las pérdidas excepcionalmente bajas del siglo XIX, debido al dominio británico de los mares, oscurecen la tendencia en el caso británico. No se han obtenido cifras comparables para otras potencias continentales, pero los indicios señalan que se descubriría una tendencia creciente, como en el caso de Francia, aunque, a causa de la guerra de los Treinta Años, las bajas alemanas en el siglo XVII fueron excepcionalmente elevadas y, debido a su relativa frecuente participación en guerras, las bajas en los ejércitos de Francia y Gran Bretaña fueron probablemente superiores a la media general de los países europeos en esos siglos.

Hasta la Segunda Guerra Mundial, las bajas civiles por destrucciones directas de la guerra fueron mucho menores que las bajas militares. Además, hasta esta guerra, las bajas civiles habían tendido a disminuir desde el siglo XVII. En la Primera Guerra Mundial fueron importantes los ataques aéreos, pero no causaron la muerte de una proporción de población civil tan elevada como en la guerra de los Treinta Años, cuando los asedios finalizaban a veces en matanzas de todos los habitantes de la ciudad. Sin embargo, las bajas civiles por bombardeos aéreos aumentaron mucho en las guerras de los años 30 en Etiopía, en España, en China, en Polonia y en Finlandia y alcanzaron un nivel elevado en la batalla de Inglaterra en 1940. Una proporción incluso mayor murió en la destrucción de Dresde por ataques aéreos en 1945 y en la de Hiroshima y de Nagasaki por bombas atómicas en agosto de 1945 – unas trescientas mil personas en estas tres ciudades. Teniendo en cuenta todos estos factores la proporción de muertes atribuible al servicio militar y a las hostilidades ha aumentado probablemente en los países europeos de cerca del 2% en el siglo XVII al 3% en el siglo XX.

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PRIMERA PARTE 97 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

Las guerras siempre han tenido como resultado fuertes pérdidas en la población civil por la disminución de la tasa de natalidad y esta tendencia probablemente ha aumentado debido a la creciente proporción de la población implicada en las guerras. Las tasas de mortalidad alcanzaron máximos absolutos y las tasas de natalidad mínimos absolutos en la mayoría de los países beligerantes en la Primera Guerra Mundial. En el pasado, las guerras han contribuido a propagar epidemias entre la población civil. Es difícil afirmar que la medicina preventiva más efectiva de la época moderna haya disminuido estas pérdidas. La epidemia de gripe de 1918 causó grandes estragos en todos los países, beligerantes y neutrales. Se ha calculado que en Europa durante la Primera Guerra Mundial las bajas en la población por causas indirectas fueron tan elevadas como las pérdidas directas. Y cada una de ellas causó cerca de diez millones. Fuera de Europa las pérdidas indirectas fueron mucho mayores debido a los estragos de la gripe en Asia y en América. Las muertes totales por acciones militares y por enfermedades extendidas por la guerra que se atribuyen a la Primera Guerra Mundial han sido calculadas en más de cuarenta millones y las correspondientes a la Segunda Guerra Mundial en más de sesenta millones. Durante la Segunda Guerra Mundial, las pérdidas de vidas humanas por todo tipo de causas fueron superiores. Es probable que en el siglo XX el total de muertes debidas indirectamente a las guerras haya sido en Europa tres veces mayor que las muertes directas en acciones de guerra y que la proporción de esas pérdidas fuera de Europa y en la propia Europa en siglos anteriores haya sido mayor. Probablemente al menos el 10% de los muertos en la civilización moderna puede atribuirse directa o indirectamente a la guerra.

Aunque es difícil estar seguro del incremento del poder de destrucción de la guerra en relación con el tamaño de la población, hay pocas dudas de que la guerra ha sido cada vez más perjudicial para la calidad de la población. Vernon Kellogg, continuando los argumentos de Herbert Spencer, de David Starr Jordan y de John Bates Clark, ha demostrado la influencia de la guerra moderna en el deterioro de las razas tras estudios de las estadísticas relativas al reclutamiento de los soldados, por el estudio de los efectos físicos mensurables de las guerras napoleónicas sobre la población francesa, y por el estudio sobre la influencia de la guerra en la extensión de enfermedades que deterioran las razas.

Estrechamente relacionados con el coste en vidas humanas de la guerra, pero menos susceptible incluso de medición objetiva, son los costes sociales y culturales de la guerra en el deterioro de las normas sociales y culturales. Las

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guerras de gran magnitud han sido seguidas por movimientos anti-intelectuales en el arte, en la literatura y en la filosofía; por oleadas de crímenes, de licencia sexual, de suicidios, de enfermedades venéreas, de delincuencia juvenil; por intolerancias y persecuciones sociales, raciales y religiosas, por refugiados, por revoluciones sociales y políticas; por el abandono de los procesos pacíficos para resolver disputas y para modificar las leyes; y por una disminución en el respeto a las leyes y a los tratados internacionales. Sin embargo, las normas de algunas personas y grupos han sido estimuladas por la guerra en dirección opuesta. La medida y la evaluación de estos movimientos de posguerra son altamente subjetivas, pero probablemente estas normas sociales y culturales han tendido a deteriorarse seriamente.

También existe poco desacuerdo respecto al creciente coste económico de la guerra por cargas directas sobre el gobierno y por pérdidas indirectas por el mal empleo de las fuerzas productivas. La guerra se ha convertido en una actividad tan completamente capitalizada que es necesario movilizar todos los recursos de un país. Se contraen deudas de magnitud astronómica, tan grandes que no pueden pagarse. Las consecuentes demoras en los pagos y los necesarios reajustes debidos a las malas aplicaciones del capital durante la guerra conducen a depresiones económicas mucho después de la guerra.

Es verdad que algunos expertos militares piensan que el progreso al utilizar costosas máquinas para hacer la guerra puede limitar el poder destructivo de la misma porque la preocupación del alto mando será proteger estos ingenios que son tan caros que no se pueden reemplazar fácilmente. Sin embargo, esta supuesta influencia moderadora del uso intensivo del capital por los ejércitos aún no se ha demostrado en la práctica; al contrario, la capitalización creciente ha aumentado la capacidad de destrucción de la guerra. Se ha alcanzado un consenso en relación a que una guerra que emplee armas nucleares introduciría una nueva magnitud en el coste y en la destrucción provocados por la guerra.

Desde el punto de vista de la pérdida de vidas humanas, del deterioro de la raza y de la pérdida de riqueza económica, la tendencia de la guerra ha sido hacia un coste mayor, tanto absoluta como relativamente, en la población. Se observa que estas tendencias son más evidentes si los datos se refieren estrictamente a guerras internacionales. Las guerras civiles, como las guerras de religión en Francia en el siglo XVI; la guerra de las Rosas en el siglo XV y la Guerra Civil del siglo XVII en Inglaterra; la guerra de los Treinta Años respecto a Alemania; la guerra de Independencia respecto a España; la guerra de Secesión norteamericana, y la rebelión taiping china tuvieron unos costes,

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PRIMERA PARTE 99 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

tanto en pérdidas de vidas humanas como económicas, muy superiores a las guerras internacionales contemporáneas. Este hecho no es sorprendente cuando se considera que una sola nación soporta todas las pérdidas, que ambos contendientes emplean normalmente las mismas técnicas, que ambos bandos emplean grandes ejércitos de tropas no entrenadas y que las zonas de defensa no han sido preparadas, por lo que las campañas se extienden por amplias zonas del país, lo que conduce a bajas civiles excepcionalmente elevadas. Naturalmente, esta observación se aplica solamente a las insurrecciones civiles que alcanzan el estadio de guerra reconocida. Muchas rebeliones, revoluciones e insurrecciones son sofocadas antes de alcanzar ese nivel.

En los últimos cuatro siglos, las guerras han tendido a implicar una proporción mayor de la población y de los recursos de los estados beligerantes y, aunque menos frecuentes, han tendido a ser más intensas, más extensas y más costosas. Las guerras han tendido a ser menos funcionales, menos deliberadas, menos ordenadas y menos legales. Antes de la Primera Guerra Mundial los estados despóticos intentaron una utilización más eficaz de la guerra como instrumento de la política, lo que condujo a las naciones a una organización más directa de los recursos, de la economía, de la opinión y del gobierno de los estados para la guerra, incluso en tiempo de paz. Los estados se transformaron en estados militaristas y la guerra se convirtió en una guerra total en una extensión sin paralelo.

Estas tendencias de la guerra se han relacionado con las tendencias ideológicas, económicas, sociales y políticas de la civilización moderna. La aceleración del cambio tecnológico y social en el mundo moderno, la difusión geográfica más rápida de ideas y de métodos, la creciente interdependencia económica y social de las distintas regiones del planeta, el crecimiento de la población y de los niveles de vida y el aumento de la importancia de la opinión pública y de la iniciativa popular en política han tendido, al mismo tiempo, a concentrar la actividad militar en el tiempo y a extenderla en el espacio; a hacer que sea menos fácil de comenzar, localizar y finalizar; a hacer que sea materialmente más destructiva y moralmente menos controlable; a hacer que parezca psicológicamente más catastrófica y menos racional; a hacer más difícil para cualquier estado aislarse de la militarización en tiempo de paz y de las hostilidades en tiempo de guerra, una vez que los controles del derecho y de las organizaciones internacionales hayan sido desafiados con éxito.

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2. TÉCNICAS

A través de la larga historia de la guerra se ha producido un desarrollo acumulativo de las técnicas militares. La invención de instrumentos defensivos ha ido generalmente pisando los talones a la invención de armas ofensivas. Este equilibrio tecnológico ha tendido a apoyar el equilibrio de poder, pero este equilibrio no ha conducido a una creciente estabilidad. Por consiguiente, el efecto político de los inventos militares no ha sido continuo. Ha habido momentos en los que los inventos han dado una ventaja a la ofensiva y los conquistadores han sido capaces de superar las defensas de sus vecinos y de construir grandes imperios. Otras veces la carrera de los inventos y el arte de la guerra han favorecido la defensiva. Ciertas regiones han sido capaces de resistir opresiones, de rebelarse y de defenderse para evitar ser conquistadas. Y se han desmoronado imperios, han aumentado las libertades locales y, a veces, se ha producido un período de anarquía internacional.

Durante los últimos cinco siglos los inventos militares se han concebido con mayor rapidez que en ningún período anterior. Se han producido cambios importantes entre la fabricación y la utilización de tales inventos. En general, los inventos han favorecido la ofensiva y ha habido una tendencia a que el tamaño de las unidades políticas aumentase. Sin embargo, esta tendencia se detuvo durante la mayor parte del siglo XIX por el desarrollo de inventos que favorecieron la defensa y, por ello, tuvieron éxito muchos movimientos de autodeterminación. A pesar de la tremenda, y probablemente permanente, ventaja de la ofensiva en la era atómica, la autodeterminación de nuevos estados ha continuado a un ritmo creciente. El efecto suicida de una ofensiva con armas nucleares contra un estado con armas similares ha creado un punto muerto similar al creado por la ventaja de la defensa en el pasado.

a) Desarrollo de la técnica militar moderna.-

“Hasta hace pocos años”, escribió el Vicealmirante Bradley A. Fiske en 1920, “el cambio más importante en las circunstancias y métodos de la guerra en la historia fue provocado por la invención del cañón; pero ahora vemos que la invención del avión provocará con seguridad cambios aún mayores”. La civilización moderna comenzó en el siglo XV con la utilización del primero de esos inventos y ha presenciado la mejora constante en su empleo a través del desarrollo de la precisión y de la velocidad de tiro de los propios cañones; la capacidad de penetración y potencia de los proyectiles; el equilibrio, la velocidad y la seguridad de los vehículos que los transportan por tierra y por

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mar hacia el enemigo, y la adaptación de las organizaciones militares a su empleo.

Aunque el avión continuó su desarrollo proporcionando un medio de transporte aún más rápido para el transporte de los cañones, también introdujo la tercera dimensión en la guerra. Esto hizo posible el empleo de la gravedad para lanzar explosivos, la posibilidad de reconocimientos más precisos y de zonas más amplias y la realización de acciones militares detrás de las líneas enemigas, en zonas extensas y cruzando todas las barreras del terreno. Ambos inventos, una vez entendida su forma de empleo, aumentaron enormemente el poder de la ofensiva, aunque, en el caso del cañón, la defensa comenzó inmediatamente una carrera para alcanzarla y la tendencia general de la guerra entre beligerantes equipados con medios similares fue a llegar a un punto muerto. Una tendencia similar se observó en el caso de la bomba atómica y el misil, aunque el punto muerto no se alcanzó por la invención de nuevas defensas contra ellos, sino por la inaceptable capacidad de destrucción de la guerra nuclear.

Estos inventos son solamente los más sorprendentes de las numerosas aplicaciones a la guerra de los avances técnicos característicos de la civilización moderna. En las civilizaciones del período histórico los hombres y animales proporcionaban la energía para el movimiento y la propulsión militares. En la era moderna, el viento y las velas, el carbón y la caldera de vapor, el petróleo y el motor de combustión interna, la propulsión a chorro y los misiles han revolucionado, sucesivamente, el transporte naval, terrestre y aéreo, como la pólvora, la pólvora sin humo, los altos explosivos y las bombas nucleares han revolucionado, sucesivamente, la potencia de fuego. La historia de la técnica militar moderna se divide en cuatro períodos, cada uno de los cuales se inició al desarrollarse ciertos inventos físicos o sociales y que condujeron a determinadas consecuencias militares y políticas:

(1) Adaptación de las armas de fuego (1450-1648).-

Durante el período de los descubrimientos y de las guerras de religión, se abandonó la armadura medieval; los piqueros, los alabarderos y la caballería pesada fueron desapareciendo. La organización de los jenízaros turcos, bien disciplinados, equipados con alfanjes y arcos, y apoyados por caballería y artillería ligeras, fue copiada en toda Europa. A principios del siglo XV la artillería pesada había comenzado a reducir los castillos feudales y la técnica de ataque y defensa con carromatos blindados y armados con cañones de los

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husitas (Wagenburg) revolucionó la táctica de campaña. Las armas de fuego portátiles, usadas en primer lugar por españoles, husitas y suizos en el siglo XV, fueron adoptadas por todos los países en las guerras generales de principios del siglo XVI. La experiencia de la guerra de los Treinta Años acabó este período de adaptación experimental de las armas de fuego por parte de los ejércitos de mercenarios y comenzaron a surgir los ejércitos modernos.

Durante este período se mejoró mucho la construcción naval. Los lentos galeones de la Armada Invencible, que diferían poco de los de Colón de un siglo antes y que recordaban las galeras de remos de la Edad Media, fueron sustituidos a mitad del siglo XVII por barcos más largos, más rápidos y más armados, que difirieron poco de los de Nelson, casi dos siglos más tarde.

Equipados con la nueva técnica de las armas de fuego, los europeos habían ocupado puntos estratégicos en América, África, y Asia, superando fácilmente a los indígenas que encontraron en ellos. La tendencia de esta nueva técnica fue a la integración política interior y a la expansión fuera de Europa.

(2) Profesionalización de los ejércitos (1648-1789).-

Los siglos XVII y XVIII presenciaron el desarrollo del ejército profesional leal al rey y preparado para suprimir las rebeliones interiores o para luchar en guerras exteriores si era pagado puntualmente y si los oficiales eran adecuadamente recompensados con honores y sueldos por la victoria. Luis XIV y Cromwell contribuyeron en gran medida al desarrollo de este tipo de ejército, que, sin embargo, en el siglo XVIII tendió a estar más interesado por su seguridad y por el botín que por la victoria. En consecuencia, los inventos militares se centraron en la defensa y la fortificación. El arte de la guerra prescribió reglas elaboradas de estrategia y de habilidad en los asedios. Las reglas también versaron sobre el trato a los prisioneros, con capitulaciones, con honores militares y con derechos para los civiles. El ejército prusiano con su fuerte disciplina, agresividad y nuevas ideas estratégicas bajo Federico el Grande rompió por un tiempo esta técnica defensiva y llevó este tipo de ejército a su nivel más elevado.

La capacidad de destrucción de la guerra fue limitada al eximir de forma general de las acciones de la guerra terrestre a burgueses y a campesinos, que constituían la mayor parte de la población. Los burgueses tenían una actitud antimilitar y tenían poca influencia en la política de la mayoría de los países. El monarca prefería dejar a sus propios burgueses y campesinos para tareas

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productivas, siempre que pagasen impuestos, y prefería reclutar sus ejércitos con la chusma improductiva, encuadrada por la nobleza, en cuya lealtad podía confiar. Con las técnicas existentes el ejército no podía atacar fácilmente a las clases medias enemigas, a menos que fuese destruido primero su ejército y conquistadas sus fortalezas. En este caso era innecesario atacar a las clases medias porque estas aceptarían normalmente cualquier paz que se les impusiese. Careciendo de patriotismo o de nacionalismo, estaban poco preocupadas de si el territorio en el que vivían tenía un nuevo soberano, siempre que pudiesen mantener sus propiedades.

En el siglo XVII los navíos alcanzaron el límite posible del tamaño para barcos de madera y experimentaron pocos cambios hasta que se desarrolló el barco de acero, doscientos cincuenta años más tarde. Durante la última parte de este período, el problema de las materias primas adecuadas para construir los instrumentos de guerra se presentó en Inglaterra de forma grave, como una escasez de madera de roble para las vigas del casco y de grandes pinos para los mástiles desarrollados. Estados Unidos se aprovechó durante la Revolución francesa de esto al bloquear a los británicos sus fuentes canadienses de madera para mástiles. Los británicos nunca hicieron frente a este problema con una política consistente de reforestación hasta después de las guerras napoleónicas, cuando se plantaron robles, demasiado tarde para que madurasen antes de que la madera fuese sustituida por el acero en la construcción naval.

Esta negligencia no indicó, sin embargo, una falta de interés en los temas navales en Gran Bretaña durante este período. La importancia creciente del comercio, la vulnerabilidad de las islas británicas a un bloqueo y la invulnerabilidad de Gran Bretaña a los ataques terrestres indujo a este país a adoptar una política de superioridad naval y a confiar en el control de los mares como el instrumento principal de la guerra. Mediante este control, en un tiempo en que el transporte en carromatos por malas carreteras era muy lento, se podía negar a las fuerzas enemigas los suministros militares y los de materias primas necesarios para su fabricación, se podían apoyar los asedios mediante bloqueos marítimos y se podía inducir a los burgueses, en tanto que tuviesen influencia, a actuar en favor de la paz para evitar las pérdidas de sus propiedades y beneficios. Los británicos se adelantaron al insistir en el derecho a inspeccionar y a registrar todos los buques mercantes y a capturar y confiscar todos los barcos y propiedades del enemigo y los barcos y propiedades de los neutrales cuando se descubría que estaban ayudando al enemigo. Sin embargo, estaban preparados para dar a estas actividades todas las garantías legales de los procedimientos de los tribunales que no solo preservaban la parte real (el

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quinto real) de las ganancias sino que también podían impedir que los que habían obtenido una patente de corso se convirtiesen en piratas y causasen tales dificultades a los neutrales que los convirtiesen en enemigos.

(3) Capitalización de la guerra (1789-1914).-

La Francia revolucionaria y el período napoleónico desarrollaron la idea de la “nación en armas” a través del entusiasmo revolucionario y el reclutamiento de ejércitos de masas. La idea de guerra total fue desarrollada en los escritos de Clausewitz, que racionalizó los métodos de Napoleón. Después de estas guerras se produjo un debate en Europa sobre el tema de tener ejércitos profesionales con servicio militar de larga duración y mandados por oficiales aristócratas o ejércitos democráticos de reclutamiento y servicio militar de corta duración, con un retorno general al primer tipo de ejército durante la larga paz de la era Metternich. El ascenso del nacionalismo, de la democracia y de la industrialización y de la mecanización de la guerra a mitad de siglo restableció la tendencia hacia la nación en armas y la guerra total.

El uso de la máquina de vapor para el transporte militar terrestre y marítimo se desarrolló en la primera mitad del siglo XIX y su primera prueba seria fue la Guerra Civil estadounidense. Moltke apreció el valor militar de estos inventos y su talento al usar los ferrocarriles para la rápida movilización de masas permitió a Bismarck ganar tres guerras con extraordinaria rapidez, contra Dinamarca, contra Austria y contra Francia. El acorazado y la artillería pesada naval también fueron probados en la guerra de Secesión estadounidense. La era de la mecanización militar y de las armas de fuego de precisión y alcance superiores progresó rápidamente, aumentando mucho los presupuestos militares y navales y la importancia de la riqueza y de la industria nacional durante las guerras. Los nuevos medios fueron probados otra vez en las guerras hispano-estadounidense, bóer y ruso-japonesa.

Los grandes inventos navales del siglo XIX – máquina de vapor, hélice, buque acorazado, buque de casco de acero, artillería pesada – fueron, en un principio, favorables al dominio marítimo británico porque la superioridad británica era más acusada en acero y carbón y en la industria pesada que en bosques y astilleros para barcos de madera. Pero esta ventaja no perduró. Los nuevos barcos fueron más vulnerables que los barcos de madera porque la artillería ganó la carrera contra la coraza y la reparación en el mar era imposible. Además, la mina, el torpedo, el submarino y el avión añadieron nuevos riesgos a la flota de superficie, especialmente en la proximidad de bases

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enemigas. Por tanto, los barcos de guerra se volvieron más dependientes de bases seguras y bien equipadas para repostarlos y repararlos y la aproximación a un enemigo incluso muy inferior se volvió peligrosa. Con la industrialización de otras potencias y el desarrollo de sus fuerzas navales, Gran Bretaña encontró cada vez más difícil mantener una superioridad triple, o incluso doble, en barcos y sus bases lejanas se volvieron menos seguras.

Gran Bretaña abandonó el esfuerzo de dominar el Caribe después de la disputa con Estados Unidos sobre Venezuela en 1896, aceptó la conquista por Estados Unidos de las islas españolas y estuvo de acuerdo con un canal de Panamá estadounidense fortificado. También aceptó bien la adquisición norteamericana de las Filipinas y en 1902 estableció una alianza con Japón, lo que indicaba dudas sobre su capacidad para mantener su posición en el Lejano Oriente con sus propios medios. La entente con Francia mostró su conciencia de que los intereses británicos en el Mediterráneo ya no podrían ser defendidos sin ayuda.

Gran Bretaña reconocía así que el desarrollo de las técnicas navales había tendido a la regionalización del poder naval y, como consecuencia, redujo su compromiso de control marítimo unilateral de todos los mares al de aquellos mares que podía controlar desde bases en las islas británicas y portuguesas y desde Gibraltar, Suez y Singapur. El extenso Imperio británico, las vías marítimas en el Mediterráneo, el Caribe, el mar de la China y el Pacífico ya no se podían defender únicamente por la Armada británica. Debían defenderse por los propios dominios británicos y por alianzas y la amistad con otros países, especialmente con Estados Unidos, con Francia y, quizá, con Japón. Estaba claro que la capacidad británica para mantener un orden razonable, el respeto por la ley y por las obligaciones comerciales y para limitar y localizar las guerras mediante el mantenimiento del equilibrio de poder en Europa se había reducido enormemente. Los inventos navales y la extensión de la industrialización habían acabado con la Pax Britannica.

Esta situación fue reconocida por las potencias continentales. Desarrollaron sus ejércitos y sus armadas con velocidad creciente tras la guerra ruso-japonesa y después del fracaso de las conferencias de La Haya para lograr el desarme. Estas potencias prestaron una atención especial a las potencialidades del fusil, ametralladora y artillería mejorados, así como al arte de la fortificación. Las posibilidades de minas, torpedos y submarinos se desarrollaron, especialmente por Francia, que señaló el camino para la utilización de estas armas por Alemania en la Primera Guerra Mundial. Se dieron los primeros pasos para

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adaptar el avión y el dirigible a fines militares, especialmente por Francia y Alemania. Se produjeron los resultados previstos por el banquero polaco, Ivan Bloch, en su libro publicado en 189812. La guerra llegó a un punto muerto en las trincheras batidas por ametralladoras y en los mares infestados de minas y de submarinos de la Primera Guerra Mundial. Este punto muerto no se rompió hasta que el desgaste agotó a los beligerantes iniciales y la aportación al lado aliado por Estados Unidos de nuevos reclutas y recursos hizo imposible la causa de las Potencias Centrales.

(4) La guerra total13 (1914-).-

El advenimiento de la guerra aérea en el siglo XX acabó con la invulnerabilidad relativa de las islas británicas frente a invasiones. La disminución del control de la superficie del mar por el empleo de minas, submarinos y aviones deterioró aún más la posición de Gran Bretaña, que durante la década de los años veinte aceptó la tesis de que la integridad de su imperio dependía de la seguridad colectiva. Las posibilidades de los aviones y de los carros de combate, aunque no totalmente explotadas durante la Primera Guerra Mundial, apoyaron la esperanza de algunos y el miedo de otros de que aumentaría el poder de la ofensiva, de que la movilidad en la guerra sería posible otra vez y de que se rompería el punto muerto [de la guerra].

Estas posibilidades alentaron la agresión de Japón, Italia y Alemania a partir de 1930. El descontento con los resultados políticos de la Primera Guerra Mundial, el resentimiento por las políticas económicas egoístas de las democracias, el fuerte deterioro de las clases medias y la extensión de las ideologías revolucionarias engendradas por el coste de la guerra y el extenso 12 [NT] Ivan Bloch, banquero, cuya obra La Guerra Futura denunciaba los perjuicios

de la guerra económica. Su influencia logró que el zar Nicolás II convocase la conferencia de La Haya de 1899.

13 [NT] El autor emplea la palabra Totalitarianization, que no figura en los diccionarios de inglés y que fue utilizada por el psicólogo Edgar Schein, en un artículo en World Politics (Vol. 11, No. 3, Abril 1959): “Brainwashing and Totalitarianization in Modern Society”. Tiene un sentido descriptivo de la capacidad de los estados totalitarios a desarrollar una militarización general y utilizar los nuevos medios militares para realizar agresiones a otros países y para organizar las vidas de sus estados para la guerra total. Por esto, he preferido traducir por total, aunque el sentido de guerra total, como se verá más adelante, se refiera a la extensión de la guerra a todo el territorio de un estado, haciendo desaparecer la diferencia entre militares y civiles, que se han convertido en objetivos militares por su contribución al mantenimiento del esfuerzo y voluntad de lucha de las naciones.

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desempleo que siguió a la gran depresión de 1929 proporcionaron motivos para las agresiones; pero si hubiese estado mejor organizada la seguridad colectiva y no se hubiesen inventado ni el avión ni el carro de combate, las perspectivas no habrían sido suficientemente alentadoras para provocar la agresión. Tal como sucedió, los éxitos iniciales de Japón en Manchuria, de Alemania en Renania y de Italia en Etiopía alentaron a estos países a asociarse y a continuar las agresiones en áreas débiles, utilizando la aviación con un rápido éxito, mientras que todos los aspectos de la vida nacional fueron organizados para la guerra total.

Así como el desarrollo del cañón por las grandes potencias europeas en los siglos XVI y XVII extendió su control imperial a los países de ultramar, que fue seguido por la imitación de sus técnicas y la rebelión final por los países de ultramar, el desarrollo del avión por los estados totalitarios en el siglo XX extendió en primer lugar sus imperios y luego obligó a las democracias a adoptar sus técnicas. De esta forma, las grandes potencias, democráticas o autocráticas, de carácter terrestre o marítimo, europeas, americanas o asiáticas, se sintieron obligadas, en un mundo desorganizado, a seguir la iniciativa de la potencia más avanzada en el arte de la guerra.

La tendencia a la militarización general iniciada por el cañón se retrasó, sin embargo, en los siglos XVIII y XIX, por el ascenso del poder naval, comercial, industrial y financiero de una relativamente liberal y antimilitarista Gran Bretaña; por la falta de resolución y por la capacidad de destrucción crecientes de la guerra; por la profesionalización de las fuerzas armadas; y por las filosofías antimilitaristas de la burguesía ascendente. Es posible que el miedo universal a una guerra nuclear, el sentido de la solidaridad humana mediante la comunicación de masas universal y la organización de la paz y la cooperación internacional en Naciones Unidas puedan tener una influencia similar en la última parte del siglo XX.

b) Características de la técnica militar moderna.-

(1) Mecanización.-

La característica más destacada por la que la guerra moderna se ha diferenciado de todas las formas anteriores de guerra ha sido el grado de mecanización. El empleo de medios de ataque a gran distancia (fusiles, ametralladoras, artillería, misiles), de medios de transporte propulsados por energía mecánica (ferrocarriles, camiones, buques, carros de combate, aviones)

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y con cubiertas protectoras pesadas (placas blindadas sobre fortalezas, carros de combate y buques) ha implicado que el problema de la industria de guerra haya alcanzado una importancia primordial. En las civilizaciones del período histórico el soldado proporcionaba su propio equipo, que duraba generalmente tanto como el soldado. Ahora se debe emplear una docena de hombres en los servicios de producción y de transporte en la retaguardia para mantener el suministro a un soldado.

(2) Mayor tamaño de los ejércitos.-

Un segundo cambio importante ha sido en el volumen de las fuerzas armadas, en forma absoluta y en relación con la población. Podría parecer que, si cada soldado necesita esa gran cantidad de apoyo civil, habría menos soldados, pero este no ha sido el caso. El transporte con medios mecánicos y la comunicación por medios eléctricos han hecho posible movilizar y controlar desde el centro político de un estado una proporción de la población mucho mayor que antes. Los hombres pueden ser transportados rápidamente por ferrocarril, en camiones o en aviones y se les puede suministrar la comida en conserva. Cuando antiguamente un 1% de la población era un número elevado para movilizar, ahora se puede movilizar más del 10%, de los cuales una cuarta parte puede estar simultáneamente en el frente. Pero ese 10% movilizado necesita que la mayoría del resto de la población adulta le proporcione lo esencial para continuar las operaciones. De esta forma, en lugar del 1% que estaba anteriormente implicado en la guerra mientras el resto continuaba sus ocupaciones comerciales o agrícolas de tiempo de paz, ahora el total de la población trabajadora debe dedicarse al servicio directo o indirecto de la guerra.

(3) Militarización de la población.-

Un tercer cambio, consecuencia del segundo, ha sido la organización militar del conjunto de la nación. Las fuerzas armadas han dejado de ser un servicio autónomo separado del resto de la población. Soldados, marinos y aviadores se reclutan entre hombres cuyos servicios pueden ser sustituidos más fácilmente por mujeres, niños y personas de edad. Los expertos en servicios de transporte e industriales deben en gran parte estar exentos [de la movilización directa] para que puedan continuar sus servicios “civiles” que, en las condiciones modernas, no son menos esenciales para la guerra. Este tipo de imbricación de la población agrícola, industrial y profesional con las fuerzas armadas exige la organización militar del conjunto de la población. Puesto que el

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perfeccionamiento de una organización de este tipo se hace imposible una vez comenzada la guerra, las situaciones de guerra se han mezclado cada vez más con las de paz. La organización militar del conjunto de la población en tiempo de paz se ha vuelto necesaria como preparación para la guerra, más especialmente en el período de “guerra fría” posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Este tipo de militarización de la población se debe distinguir del sistema de milicias, ejemplificado por Suiza. En este sistema el deber del servicio militar, aunque es considerado una obligación universal para los ciudadanos, solo ha implicado un adiestramiento militar limitado, que no ha separado a las personas de sus ocupaciones civiles normales durante largos períodos. Además, en el sistema de milicias las actividades civiles han sido consideradas normales todo el tiempo y las militares extraordinarias. Ambos sistemas pueden denominarse “la nación en armas”, pero mientras el primero ha implicado una militarización de la población total, el segundo ha implicado una civilinización14 del servicio militar. La diferencia ha dependido del grado en el que los militares han dominado al gobierno civil en tiempo de paz, del grado en el que la instrucción militar ha dominado sobre la actividad civil en la vida de las personas y del grado en el que la preparación para la guerra ha dominado sobre el bienestar general en la política nacional.

Ambos sistemas de defensa se pueden distinguir del sistema de ejércitos profesionales característico de Estados Unidos y Gran Bretaña y de la mayoría de los estados europeos del siglo XVIII. En este sistema el ejército se ha reclutado de forma voluntaria para largos tiempos de servicio y ha existido con su propia organización, disciplina, legislación y normas profesionales, completamente separado de la población civil. Debido al énfasis puesto en sus calificaciones profesionales, su tamaño no ha aumentado mucho en tiempo de 14 [NT] La palabra que utiliza Wright es civilianization, traducida por Rafael Bañón y

José Antonio Olmeda (La institución militar en el Estado contemporáneo, Alianza Universidad, Madrid, 1985, pág. 11) por “civilinización”, que es la empleada por el traductor. No obstante, hay una diferencia de matiz entre la utilización de civilianization por Wright y por Olmeda y Bañón. Wright contrapone dos modelos de sociedad y fuerzas armadas, como explica a continuación, en el que predomina la militarización de la sociedad y en el que se mantiene la sociedad civil, pero sin que haya habido una crisis de valores militares. Para Olmeda y Bañón, siguiendo a Janowitz, el término civilinización se refiere a una crisis de los valores y de las tecnologías militares y su sustitución por valores y tecnologías civiles, y cómo se refleja esa crisis en los cambios en las fuerzas armadas a partir de la Segunda Guerra Mundial.

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guerra, aunque cuando han surgido situaciones de emergencia el reclutamiento voluntario ha dejado paso a menudo al servicio militar obligatorio y a la leva forzosa.

Aunque los tres sistemas han tenido su papel en la historia de la mayor parte de los estados modernos, el desarrollo de la técnica militar moderna ha tendido hacia la militarización de todos los estados.

(4) Nacionalización del esfuerzo de la guerra.-

Un cuarto cambio, característico de la técnica militar moderna, ha sido el aumento del control de la economía y de la opinión pública por el gobierno. El estado militar ha tendido a convertirse en un estado totalitario. Otras fuerzas de la vida moderna han tenido, ciertamente, una tendencia similar. La democracia, por la influencia del nacionalismo, ha provocado que el individuo identifique todas las fases de su vida con las del estado, mientras que el estado socialista, bajo la influencia de la depresión, ha provocado que el estado intervenga en todas las fases de la vida del individuo, pero las necesidades de la guerra moderna han dirigido y acelerado el proceso. La guerra moderna ha necesitado programas de defensa civil y de propaganda para sostener la moral de la población civil, que ya no puede esperar estar libre de ataques enemigos. La guerra moderna también ha exigido una adaptación de la economía de la nación a sus necesidades. El sistema de libre mercado, que depende de los beneficios, se ha mostrado menos adecuado que la disciplina militar para reducir el consumo privado y dirigir los recursos y la energía productiva a las necesidades de la guerra. Como la transición de una economía libre a una economía dirigida sería difícil durante la guerra, la preparación para la guerra tiende a un cambio de este tipo en tiempo de paz. Además, la autarquía es necesaria como defensa contra bloqueos. Antes de la guerra deben aplicarse los controles necesarios para limitar la vida económica de la nación a aquellas áreas cuyos recursos y mercados estarán disponibles en tiempo de guerra. La técnica moderna de guerra ha influido, por lo tanto, en el surgimiento de los estados totalitarios autárquicos y ha tendido a perjudicar la economía libre y la libertad de expresión en todos los estados.

(5) Guerra total.-

Un quinto cambio, característico de la técnica de guerra moderna, ha sido la creciente capacidad de destrucción de todas las armas modernas y la desaparición de la distinción entre fuerzas armadas y población civil en las

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PRIMERA PARTE 111 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

operaciones militares. La identificación moral del individuo con el estado ha dado prioridad a la voluntad nacional frente a las consideraciones humanitarias. La moral de la población civil y la industria sostienen la voluntad nacional. Así, la población civil, las fábricas y los centros de transporte se han convertido en objetivos militares. Los aviones de bombardeo y el bloqueo hasta provocar la inanición han hecho posible atacar estos objetivos pasando por encima de ejércitos y fortificaciones; en consecuencia, el principio de necesidad militar ha tendido a ser interpretado en una forma que deja de lado las normas tradicionales de la guerra para la protección de la vida y de la propiedad de los civiles.

Los tratadistas de derecho internacional del siglo XVII, aunque admitían que toda la población del enemigo estaba, en sentido estricto, sometida a ataques, distinguían entre los combatientes y los no combatientes, afirmando que los usos aceptados de la guerra deberían en general exceptuar a los últimos. Con el progreso de la técnica militar moderna en el siglo XIX, las “fuerzas armadas” llegaron a incluir a numerosos no combatientes, como transportistas y unidades de trabajadores para cavar trincheras, pero a los civiles ajenos a las fuerzas armadas en general se les exceptuaba de ataques directos, aunque sus propiedades en el mar estuviesen expuestas a ser capturadas y ellos y sus propiedades estuviesen sometidos a requisas en las zonas ocupadas. La práctica militar y las reglas de la guerra estaban también, de alguna forma, influidas por la distinción general entre la vida política y la vida económica del estado, distinción que se desarrolló sobre todo como resultado de las escuelas económicas fisiocrática y clásica y de la creciente influencia de los neutrales. La propiedad privada terrestre fue generalmente considerada exenta de ser capturada, y hubo un fuerte movimiento, especialmente en Estados Unidos, para extender esta exención a la propiedad privada en el mar – un movimiento que fue aceptado en 1858 en relación con este tipo de propiedades que fuese transportada en barcos neutrales. Aunque la exención total de la vida económica de los estados de los rigores de la guerra no fue aceptada, por la oposición de Gran Bretaña y otras grandes potencias navales, la idea de que la guerra debe dirigirse únicamente contra la vida política y militar de los estados tuvo una influencia considerable durante el siglo XIX, especialmente en aquellos países, como Alemania, vulnerables a los bloqueos.

Aunque estas distinciones otorgando exenciones generales a los no combatientes, a la población civil y a la economía nacional aún podrían apoyarse en referencia a las fuentes del derecho internacional, especialmente a

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las convenciones de Ginebra de 1949, la práctica de la guerra ha tendido a volverse total. Esto ha sido especialmente cierto de las tácticas de la guerra de guerrillas, ampliamente desarrolladas desde la Segunda Guerra Mundial.

El hambre, los bombardeos, la confiscación de propiedades y el terror mediante la destrucción de ciudades enteras se emplearon en la Segunda Guerra Mundial contra la población y el territorio enemigos. El peligro de represalias y el deseo de utilizar a la población de las zonas ocupadas fueron las únicas inhibiciones. Toda la vida del estado enemigo se convirtió en objetivo de los ataques. La doctrina de conquista fue incluso ampliada por algunos estados a la eliminación de la población y de los derechos de propiedad para abrir el espacio ocupado a la colonización. La perspectiva de una guerra nuclear con misiles intercontinentales, si fracasase la disuasión, presenta la posibilidad de una destrucción aún mayor de los beligerantes, si no de todo el género humano, por la lluvia radiactiva.

(6) Intensificación de las operaciones.-

Una sexta característica de la técnica militar moderna ha sido el gran aumento de la intensidad de las operaciones militares en el tiempo y de su extensión en el espacio.

Las operaciones de guerra siempre han buscado concentrar una fuerza militar mayor que la del enemigo en un punto dado, cuyo control se considera importante. Estos puntos podían ser plazas fortificadas, centros gubernamentales o comerciales, nudos de transporte o de comunicaciones, o campos de batalla seleccionados por el enemigo o un campo de batalla al que podían ser atraídas sus fuerzas. Los beligerantes con fuerzas inferiores tratarían de retrasar la acción mientras traían reservas y mejoraban sus posiciones, pero si un beligerante adquiría una superioridad marcada en un momento dado comenzaría normalmente la batalla o el asedio. Este episodio finalizaría con la retirada o con la rendición de uno de los adversarios después de un día o, en el caso de asedios, tras varios meses y sería seguido por meses o años de maniobras durante los cuales surgiría otro punto de importancia, se concentrarían las fuerzas y se produciría otra batalla o asedio. De esta forma, las campañas estarían divididas en episodios distintos y separados, pero, debido a la lentitud de las comunicaciones y a las dificultades de las acciones en invierno, las campañas en áreas separadas o en años diferentes estarían, en una proporción importante, aisladas unas de otras. La guerra se componía

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PRIMERA PARTE 113 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

normalmente de un número de batallas y de campañas distintas separadas por largos períodos de paz relativa en amplias áreas.

Los inventos en mecanización y en movilidad, la organización de toda la población y el aumento en el número de objetivos importantes a atacar han hecho posible concentrar fuerzas enormemente superiores en un punto dado, proporcionar reservas y continuar el ataque y la defensa en ese punto por un período de tiempo mucho mayor, aumentar el número de objetivos que son atacados simultáneamente, ampliar el teatro de campaña por los esfuerzos mutuos para desbordar al contrario, y coordinar operaciones en todos los frentes en todas las épocas del año durante toda la duración de la guerra. La consecuencia fue que la Primera Guerra Mundial tendió a convertirse en una única y continua campaña, y la campaña a convertirse en una batalla o una serie de batallas tan solapadas y unidas que apenas eran distinguibles. El modelo de guerra, en lugar de un grupo de puntos en un mapa, se transformó en una gran mancha negra de tinta sobre el mapa que se extendió rápidamente hasta que todo el mapa se volvió negro. Aunque este modelo no fue reproducido en un principio en las guerras que comenzaron en 1931, la guerra relámpago y la ocupación, el bloqueo y las estrategias de bombardeo de la Segunda Guerra Mundial se sucedieron en una intensa y continua batalla en todo el frente.

Estas seis características de la técnica militar moderna tienden en conjunto a una organización militar total de los beligerantes y a operaciones militares de carácter total durante la guerra. Aunque la tendencia en esta dirección comenzó en el siglo XVI, se ha acentuado cada vez más en el siglo XX, con una acusada aceleración desde los años 30.

Estos cambios han sido más acentuados en las características de los armamentos, menos acentuados en las de organización y operaciones y de significado incierto en los campos de la política y de la estrategia. El arte de utilizar una preparación superior, la reputación de ser implacable y las amenazas de guerra para obtener victorias incruentas, utilizadas durante la guerra fría, son tan viejos como la historia y fueron expuestos por Maquiavelo. Estas políticas, sin embargo, van en contra de la estabilidad por la disuasión mutua que las propias potencias pretenden favorecer.

Algunos autores modernos de estrategia creen que si se produjese una guerra podrían extraerse aún lecciones de las campañas de Aníbal, César, Federico el Grande y Napoleón; sin embargo, otros autores creen que ha

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habido un cambio en los principios estratégicos básicos. El objetivo general de la guerra, dicen, no es ya desarmar al enemigo destruyendo o capturando sus fortalezas y sus ejércitos, sino eludirlos y atacar directamente al gobierno, a los centros nerviosos económicos y a la moral del enemigo. Los defensores de la “disuasión mínima”, que amenazan las ciudades del enemigo, y los de la “estrategia contrafuerzas”, que amenazan solamente su capacidad de respuesta, sostienen los mismos puntos en la era nuclear pero con la diferencia de que el objetivo se dice que es disuadir de la guerra más que obtener la victoria en la misma.

La disuasión mínima, se dice, disuadirá realmente porque la población de cada estado es rehén en manos del otro si ambos estados cuentan con una adecuada capacidad de represalia, mientras que la estrategia contra fuerzas es peligrosa porque sugiere un intento para dar el primer golpe, destruyendo la capacidad de represalia del enemigo e induciéndole así a realizar un primer ataque preventivo. Por otro lado, se dice que la estrategia contrafuerzas es más humana, que preserva la credibilidad de la amenaza nuclear como un instrumento de la política, y que hace posible la victoria.

3. FUNCIONES

¿Cuál ha sido la función de la guerra en la civilización moderna? En la era moderna, las guerras las han iniciado gobiernos nacionales o partidos nacionales y no instituciones o partidos mundiales. Las guerras han tenido por finalidad servir a los estados soberanos o a grupos más pequeños, más que a la comunidad mundial. ¿No deberíamos preguntarnos, por lo tanto, cuál ha sido la función de la guerra en la historia de Francia?, ¿en la historia de Gran Bretaña?, ¿en la de Alemania? Estas preguntas son sin duda relevantes para la historia de la guerra y han sido tratadas en numerosas historias nacionales. Sin embargo, la función de una actividad puede ser más amplia que su propósito. La historia de la guerra toma la civilización moderna como un todo. Por lo tanto, debe considerar el efecto de la guerra en el mantenimiento de los valores existentes o en la obtención de nuevos valores en esta civilización. Para hacer esto, será necesario, sin embargo, hacer algunas reflexiones sobre la función de la guerra en la historia de las diferentes naciones porque, si la guerra ha favorecido a algunas naciones o tipos de naciones a expensas de otras, habrá afectado de algún modo los valores dominantes en la civilización en conjunto.

La civilización moderna no se ha vuelto ni uniforme ni se ha unificado, aunque a veces ha mostrado una tendencia a la uniformidad y a la unidad. La

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PRIMERA PARTE 115 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

civilización ha cambiado continuamente, y estos cambios se han originado en diferentes zonas a distintas velocidades. Las características de la guerra también han cambiado mucho durante los últimos siglos, especialmente durante el siglo XIX. La relación entre guerra y cambios políticos, económicos, sociales y culturales ha sido, por tanto, extremadamente variable en la historia moderna. Esta variabilidad continúa en el presente entre naciones y regiones diferentes. La guerra entre las grandes potencias ha funcionado de forma diferente en los siglos XVI, XVIII y XX. La guerra también ha funcionado de forma diferente en Europa, en el Lejano Oriente y en América, en Gran Bretaña, en Alemania, en Polonia, en Italia y en Japón.

Debido a esta variabilidad, la generalización más obvia sobre la función de la guerra en la civilización moderna es que es difícil de saber cuál ha sido. Sin embargo, existe una opinión, más extendida actualmente que en cualquier otra época de la historia, de que la guerra no ha funcionado bien en el siglo XX. De ser un instrumento generalmente aceptado del arte de gobernar, lamentado solamente por unos pocos, durante la era moderna la guerra ha llegado a ser considerada cada vez más como un problema.

a) La utilización de la guerra en la Era Moderna.-

La guerra, sin embargo, ha sido el método realmente utilizado para conseguir los cambios políticos más importantes en el mundo moderno y para mantener la estabilidad en el mismo.

Los reyes en los siglos XV, XVI y XVII utilizaron la guerra para obligar a los pequeños principados feudales a aceptar una legislación común y, tras establecer su autoridad en los siglos siguientes, crearon naciones mediante el poder que el control militar les dio sobre la administración civil, la economía nacional y la opinión pública. No obstante, no siempre tuvieron éxito en crear y mantener un sentimiento nacional en el conjunto de la población sometida a su poder. De hecho, a veces mantuvieron su control promoviendo la división local de las opiniones y sentimientos. Como consecuencia, minorías y nacionalidades disidentes desarrollaron a veces y, de vez en cuando lo lograron, un estado, en muy raras ocasiones sin guerra, a menudo con el apoyo militar de otros estados, nunca sin el apoyo pasivo de algún estado. Estos movimientos separatistas han necesitado centros, fuera del alcance de los gobiernos atacados, en los que podían organizar la propaganda y obtener armas. Los colonos norteamericanos establecieron un centro de este tipo, dirigido por Franklin, en París. Los griegos tuvieron ese centro en Inglaterra y

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los irlandeses en Estados Unidos. Los cubanos establecieron una junta [sic] en Nueva York, los checoslovacos en Pittsburgh y los sirios en El Cairo. En general estos movimientos tuvieron la finalidad de separarse de los estados establecidos, pero a veces la de unificarse, como en el Risorgimento italiano, el Imperio alemán y el movimiento árabe. Comenzando en Francia y en Inglaterra en la Edad Media, el nacionalismo se extendió por Europa Central y Oriental, América, Asia y África en los siglos siguientes, con el resultado de llegar a surgir más de ciento veinte estados soberanos hacia 1960.

La expansión de la cultura y de las instituciones de la civilización moderna desde sus centros de Europa se hizo posible mediante guerras imperialistas. Esto fue un proceso relativamente fácil mientras las potencias europeas gozaron de una gran superioridad en las técnicas militares sobre los pueblos no europeos y mientras hubo bastantes territorios fuera de Europa para todos los países europeos. Las disputas entre España y Portugal marcaron, ciertamente, los primeros descubrimientos; y la expansión imperial desde entonces ha estado acompañada por enfrentamientos diplomáticos y a veces militares. Pero la ambición colonial tuvo oportunidades para obtener tierras aún no ocupadas por una potencia europea hasta la ocupación de Abisinia por Italia tras la Primera Guerra Mundial. Las oportunidades, sin embargo, se redujeron después y, al mismo tiempo, las poblaciones de los territorios aún no ocupados por potencias europeas comenzaron a adoptar técnicas militares europeas. Los turcos ya tenían esas técnicas incluso antes que los europeos. Pero al principio los indios de América, los hindúes, los chinos y los japoneses, aunque capaces normalmente de presentar fuerzas mucho más numerosas que las expediciones enviadas contra ellos desde los países europeos, carecieron de armas de fuego y de organización táctica y, a menudo, estaban divididos entre sí. Cortés, con cuatrocientos hombres, dieciséis caballos, tres cañones y mosquetes y el estímulo diplomático de los tlascaltecas contra los opresores aztecas, conquistó a ocho millones de mejicanos. Pizarro tuvo un éxito similar en Perú y Clive en la India. Más tarde los británicos y los norteamericanos abrieron China y Japón mediante el uso moderado de la fuerza. Es verdad que misioneros y comerciantes participaron en el trabajo de extender la civilización mundial, pero siempre con el apoyo, inmediato o en un segundo plano, de ejércitos y armadas. Comenzando con la Declaración de Independencia estadounidense, la desintegración de imperios ha superado a la creación de nuevos imperios.

La guerra ha contribuido, además, a los cambios históricos de intereses e ideas humanos durante la era moderna. Esto se ha realizado normalmente facilitando la síntesis de las opiniones en conflicto más que por el triunfo de

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PRIMERA PARTE 117 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

una de ellas. La guerra de los Treinta Años no terminó con la victoria de los protestantes ni de los católicos, sino con la victoria de los estados soberanos y de la familia de naciones. Las guerras napoleónicas tampoco terminaron con la victoria del absolutismo hereditario ni con el triunfo de la democracia revolucionaria, sino con la del nacionalismo constitucional. La Primera Guerra Mundial tampoco terminó con la victoria del nacionalismo agrario ni con la del imperialismo industrial, sino con la de nuevas estructuras políticas. La Segunda Guerra Mundial tampoco terminó con la victoria del nazismo ni la del nacionalismo occidental, sino en una “guerra fría” entre la democracia libre estadounidense y el comunismo soviético y con la creación de Naciones Unidas y de muchas naciones nuevas en Asia y África.

La guerra también ha tenido un papel al mantener la posición consolidada de las naciones y el orden internacional establecido. La guerra ha servido al estado protegiendo sus fronteras, simbolizando su unidad y recordando a la población la necesidad de lealtad política como el precio de la inmunidad frente a invasiones. Esta función de la guerra ha sido más importante en algunos estados que en otros, pero no existe ningún estado en el que la guerra o la preparación para la guerra no hayan sido empleadas en algún grado, durante algún tiempo, como instrumento de estabilidad y orden nacionales.

La guerra ha sido uno de los medios para mantener el equilibrio de poder sobre el que ha descansado en gran medida la organización política y legal de la comunidad mundial. El equilibrio de poder es un sistema diseñado para mantener en cada estado una creencia continua de que si ese estado intentaba atacar a otros se encontraría con una combinación invencible de otros estados. La voluntad manifiesta de los estados amenazados de ir a la guerra ha contribuido a mantener esta creencia. Cuando un estado ha desarrollado sus armamentos demasiado poco o mucho, y cuando no se han formado rápidamente alianzas para restablecer el equilibrio, normalmente se ha producido una guerra. En un mundo cargado de violencia, el mantenimiento de una relación constante entre el potencial militar de todos los países ha sido el precio de la independencia de los estados y de la paz. Debido a la variedad de factores que afectan al potencial militar y a la dificultad de medir sus cambios con precisión y de compensar rápidamente esos cambios, el equilibrio de poder se ha mantenido hasta ahora con una fragilidad insuficiente para preservar la paz. Pero, a pesar de toda su crudeza, el sistema de equilibrio de poder ha impedido que cualquiera de los estados modernos fuese lo suficientemente poderoso como para absorber o dominar a los otros, como Roma absorbió a los

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estados de su época. Es dudoso que en la era atómica el equilibrio de poder tenga una función útil.

La guerra o el peligro de guerra han contribuido, por tanto, a construir los modernos estados nación, a extender y a desarrollar la civilización moderna, a preservar la paz y la estabilidad de los estados y a mantener el sistema internacional de estados independientes. Estos resultados, sin embargo, no son enteramente consistentes entre sí. Además, la guerra ha contribuido a veces a destruir naciones, civilizaciones, la estabilidad y el sistema internacional.

La función dinámica de construir nuevos estados nación y de extender e intercambiar ideas culturales ha sido incompatible a menudo con la función estática de preservar los estados nación y el sistema mundial existente en un momento dado. La discrepancia entre los partidarios del cambio y los partidarios de la estabilidad ha sido constante y el hecho de que cada uno de ellos haya considerado, de vez en cuando, la guerra como un instrumento útil explica, en alguna medida, la permanencia de la guerra.

b) Estabilidad y cambio.-

A corto plazo, la estabilidad política es la ausencia de cambios repentinos. La estabilidad es compatible con cambios graduales, incluso aunque la acumulación de los mismos pueda ser muy importante e, incluso, aunque en un futuro lejano e imprevisible pueda dar lugar a reacciones violentas. La evolución puede ser el preludio de una posible revolución y una revolución puede ser un paso en una evolución si se toma un plazo de tiempo suficientemente largo; pero a corto plazo se pueden distinguir las dos – la revolución muestra inestabilidad y la evolución estabilidad.

En este sentido, la influencia estabilizadora de la guerra en la era moderna parece haber estado en relación inversa con su intensidad. Las guerras de gran intensidad han destruido los valores, las instituciones y las normas políticas existentes, abriendo el camino a cambios radicales. La destrucción y las penalidades resultantes de este tipo de guerras han proporcionado el caldo de cultivo a los movimientos revolucionarios.

La intensidad de la guerra aumentó en los siglos XV, XVI y XVII, declinó en los siglos XVIII y XIX, con un crecimiento notable en el siglo XX. Arnold J. Toynbee, a partir de la información histórica general, comenta la notable ferocidad de las guerras de religión en los siglos XVI y XVII y la violencia aún

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mayor de las recientes guerras provocadas por el nacionalismo. Aunque no puede establecerse una correlación precisa entre estas variaciones en la intensidad de la guerra y las variaciones en el grado de inestabilidad política, parecería que el orden político de Europa cambió más radical y rápidamente en los siglos XVII y XX cuando las guerras alcanzaron la más elevada intensidad. El siglo XVII presenció la sustitución del feudalismo y del Sacro Imperio Romano Germánico por estados soberanos seculares como las instituciones políticas predominantes de Europa. El siglo XX parece estar presenciando la sustitución de los estados seculares soberanos por un nuevo orden.

Es verdad que se produjeron importantes cambios durante los menos belicosos siglos XVIII y XIX. Se desarrollaron la ciencia y la tecnología; se industrializaron muchas zonas; aumentaron el comercio internacional, las comunicaciones internacionales y la población. Pero estos cambios, aunque considerados a veces como revolucionarios y que implicaron violencia algunas veces, avanzaron por pasos tan graduales que serían descritos mejor como cambios evolutivos. Los cambios políticos significativos de estos siglos – la expansión ultramarina de la civilización moderna y el ascenso de la democracia y el nacionalismo – avanzaron a menudo a velocidad revolucionaria, pero estas revoluciones estuvieron normalmente muy vinculadas a guerras. La guerra de los Siete Años marcó la cumbre del expansionismo colonial. Las guerras de la Francia revolucionaria y las guerras napoleónicas señalaron el advenimiento de la democracia en Europa. Las guerras de Bismarck señalaron el ascenso del nacionalismo.

De esta forma, aunque no pueda decirse que durante los períodos de tranquilidad relativa hubiese menos cambios en la civilización mundial que durante los períodos de guerra, parece que las instituciones políticas fueron más estables durante estos períodos de tranquilidad y que los cambios de carácter revolucionario ocurrieron normalmente en períodos en los que la guerra fue intensa, principalmente en el período de las dos Guerras Mundiales.

c) Integración y desintegración.-

En las primeras civilizaciones, la guerra, a largo plazo, favoreció la desintegración política más que la integración. Los estados y las civilizaciones surgidos de la guerra fueron finalmente destruidos por guerras. Esto parece haberse debido a la tendencia en el pasado a que la experiencia en la guerra aumentaba el poder de la defensiva sobre la ofensiva, haciendo posible de esta forma la rebelión de grupos locales; a que aumentase la capacidad de

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destrucción de las hostilidades debido a los puntos muertos en las mismas y al desgaste, promoviendo así la inestabilidad política; y a que se militarizasen todos los estados, promoviendo la inflexibilidad y la incapacidad para adaptar la organización política y social a las nuevas condiciones. Los esfuerzos para integrar la civilización a través de una organización política general nunca anduvieron a la par con el efecto desintegrador de la guerra.

La civilización mundial actual está aún en sus primeras fases y, por su universalidad y por la superioridad de su dominio de la ciencia, es notablemente diferente de las civilizaciones anteriores. La tendencia de la civilización a finales del siglo XIX fue a la integración política. Los miles de principados feudales de Europa que se hicieron independientes por la desintegración de la iglesia y del imperio medievales y los numerosos estados indígenas de América, Asia, África y el Pacífico fueron integrados, en gran parte mediante la guerra, en sesenta estados nación e imperios.

Ha existido, sin embargo, una tendencia contraria. Comenzando con la Revolución estadounidense, ha habido una tendencia a que los imperios modernos se desintegren a velocidad creciente a medida que los nacionalismos se han extendido desde la moderna Europa. Los imperios español, portugués, francés, otomano, de los Habsburgo, ruso, chino, japonés, británico, holandés, belga y americano han dado nacimiento a nuevos estados nación. A fines del siglo XIX el proceso de desintegración era más rápido que el de integración.

Es cierto que en el período entre guerras Japón, Italia, Alemania y Rusia intentaron integrar en imperios, mediante conquistas, un número de estados previamente independientes, pero tras la Segunda Guerra Mundial, el proceso de desintegración de los imperios se aceleró y el número de estados independientes se duplicó. Al mismo tiempo la integración política continuó, no a través de la creación de imperios sino a través del establecimiento pacífico de organizaciones internacionales continentales y universales.

Que la civilización entró en un “período turbulento” en el siglo XX se hizo evidente por las dos Guerras Mundiales, por propaganda de ideologías opuestas y por un período prolongado de “guerra fría”. Hasta ese momento, había una tendencia a que las operaciones militares se concentrasen en el tiempo con intervalos de paz mayores entre ellas. La guerra y la paz se alternaban en oscilaciones de amplitud creciente. Hacia 1890 aumentaron las preocupaciones sobre la guerra y se hicieron esfuerzos activos para eliminarla. Ivan Bloch, un banquero polaco, escribió:

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...Como la popularidad de la guerra disminuye en todas partes, no es imposible prever que llegará un momento en que los gobiernos europeos no puedan confiar ya en la recaudación normal de impuestos para cubrir los gastos militares... Estos cambios tienden a hacer las convulsiones económicas causadas por la guerra mucho más grandes que las que se habían experimentado en el pasado... Pero incluso si la paz estuviese asegurada durante un tiempo indefinido, las grandes preparaciones militares hechas, el mantenimiento de las fuerzas armadas y los rearmes constantes requerirían cada año sacrificios cada vez mayores si cabe. Pero cada día surgen nuevas necesidades y las viejas necesidades se han hecho más evidentes a la mente popular. Estas necesidades permanecen insatisfechas, aunque el peso de los impuestos crezca continuamente. Y el reconocimiento por el pueblo de estos perjuicios constituye un serio peligro para el estado... La predisposición clara de las masas en relación con los armamentos se observa por el aumento del número de los que se oponen al militarismo y de los predicadores de la propaganda socialista... Así, junto al crecimiento de las cargas militares, crecen las oleadas de descontento popular amenazando con una revolución social. Estas son las consecuencias de la así llamada paz armada de Europa – destrucción lenta como consecuencia del gasto en la preparación para la guerra, o destrucción rápida en caso de guerra – hechos ambos que conmocionan el orden social.

La sugerencia de Bloch de que la guerra real o potencial había llegado a tener un coste más allá de cualquier valor tanto para los estados nacionales como para la civilización mundial, indujo al zar Nicolás II a convocar la primera Conferencia de Paz de La Haya. La idea fue apoyada por economistas como Norman Angell y Francis Hirst antes de la Primera Guerra Mundial y fue ampliamente aprobada después de la guerra en la Sociedad de Naciones. A pesar de esta opinión creciente, la falta de voluntad de los estados para modificar su soberanía económica, política y legal lo suficiente para asegurar un funcionamiento adecuado de la Sociedad de Naciones condujo a nuevas tensiones entre, por un lado, los estados partidarios del statu quo y, por el otro, los estados que insistían en que la revisión territorial era necesaria para sus necesidades económicas en un mundo de barreras económicas crecientes. El resultado fue la organización de despotismos y totalitarismos en los estados revisionistas y la iniciación por ellos de la Segunda Guerra Mundial.

Antes de que finalizase la Segunda Guerra Mundial, los “pueblos de las Naciones Unidas” que, después de Pearl Harbor, habían prometido derrotar al Eje, expresaron su “determinación para salvar a las generaciones futuras del azote de la guerra” y establecieron una organización permanente “para mantener la paz y seguridad internacionales” más efectivamente de lo que lo había hecho la Sociedad de Naciones. Pero los mismos factores que habían

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obstaculizado a la Sociedad de Naciones indujeron a Estados Unidos y a la Unión Soviética a acentuar las diferencias ideológicas y políticas, a formar alianzas opuestas y a comprometerse en una “guerra fría” que se manifestó por una propaganda provocativa, por una carrera de armamentos, por conflictos políticos y por varias guerras de baja intensidad.

Juzgada por las normas de la civilización moderna, la guerra ha tendido a aumentar su coste y a disminuir su valor. Se debería esperar una creciente aversión en los hombres de estado a recurrir a ella. El aumento general en el intervalo de tiempo entre guerras así como las declaraciones de los políticos hizo pensar a muchas personas a comienzos del siglo XX que se había alcanzado esta esperanza. Sin embargo bastó solamente un estado poderoso para que estallase una guerra y había bastantes inventos nuevos y políticos temerarios para provocar dos guerras mundiales y muchas guerras de baja intensidad antes de llegar a la mitad del siglo. Para muchos la perspectiva parece espantosa.

d) Dictadura y democracia.-

En un mundo en que los estados estuviesen convencidos de que podrían mantenerse o ganar solo a través del empleo de la guerra o de amenazar con su empleo, las democracias se encontrarían en desventaja al enfrentarse con estados totalitarios. Por consiguiente, las democracias normalmente proclamaron su deseo de aumentar el papel del derecho y de las negociaciones en los asuntos internacionales y de reducir el papel de la guerra y de las amenazas al mínimo. La aversión de las democracias a restringir la soberanía de la nación, su desconfianza de otras naciones y de autoridades lejanas y su frecuente incapacidad para percibir las repercusiones internacionales de medidas tomadas con fines internos impidieron a menudo la puesta en práctica de esos deseos. Sin embargo, los estados totalitarios, dándose cuenta de su ventaja relativa en el juego del poder y conscientes de que la propia guerra sería menos peligrosa para sus principios e ideales básicos que para los de las democracias, ejercieron esfuerzos para disminuir el papel del derecho y de las negociaciones y para aumentar el de la violencia y las amenazas. Para ellos, la guerra continuó siendo útil tanto en política interior como en política exterior; de hecho, a medida que el número de democracias aumentaba, el valor de la guerra para los estados totalitarios aumentaba. Cuántas más ovejas, más caza para los lobos.

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PRIMERA PARTE 123 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

Por tanto, los períodos de guerra y de tensión generales tendieron a aumentar el número de estados totalitarios y a aumentar la influencia en la civilización mundial de las normas apropiadas para estos regímenes. Los largos períodos de paz, especialmente los de los siglos XVIII y XIX, por otro lado, presenciaron un notable desarrollo de la idea y de la práctica de la democracia. Las naciones protegidas por barreras marinas y otras barreras naturales se sintieron a menudo libres para desarrollar la libertad y la democracia, pero las naciones con fronteras extremadamente vulnerables, especialmente cuando recordaban la experiencia de invasiones pasadas, fueron en dirección opuesta. La población de estas naciones prefería normalmente la disciplina a la libertad. La preparación militar llegó a ocupar más atención que el bienestar popular, con la consiguiente tendencia a la dictadura y al totalitarismo. La influencia variable de la vulnerabilidad militar, de las tradiciones nacionales, de la infiltración de las ideas liberales, del desarrollo industrial y del progreso económico produjo diferentes grados y formas de democracia y de autoritarismo entre las grandes potencias. Los estados más pequeños, defendidos por el celo de sus vecinos más poderosos más que por sus propias defensas, encontraron más fácil abandonar la militarización y aceptar la democracia. Las guerras del siglo XX desalentaron el progreso de la democracia y aumentaron el número y la influencia de los estados autocráticos, pero el desarrollo de Naciones Unidas fue en la dirección opuesta a pesar de la “guerra fría”.

e) Tradicionalismo y progreso.-

Frecuentemente, la guerra ha sido caracterizada como destructiva siempre y nunca como constructiva. Sin duda, la guerra por sí misma nunca ha construido nuevas instituciones o prácticas políticas, económicas, sociales o culturales y a menudo ha destruido las viejas organizaciones y costumbres. Sin embargo, al hacer estas destrucciones ha clarificado a veces un campo en el que lo nuevo podría desarrollarse si estuviese presente la inteligencia creativa del hombre. La guerra ha sido como un fuego que, si no es demasiado severo, puede facilitar el crecimiento de la nueva vegetación al remover la acumulación de hojas, matorrales y leños muertos. Sin embargo, si el fuego es demasiado intenso puede destruir las raíces, las semillas e, incluso, la fertilidad de los suelos. Quizá mejor, la guerra se puede comparar al personal de servicio que facilita el crecimiento de la ciudad destruyendo los edificios viejos para que puedan construirse otros nuevos en su lugar. Estas analogías, así como la analogía con los procesos catabólicos y anabólicos en un organismo, que son esenciales para su vida, pueden conducir a conclusiones no justificadas.

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En la civilización moderna la guerra no fue el único método de eliminar los obstáculos al progreso. La educación y la legislación se emplearon para destruir lo viejo y para construir lo nuevo y era menos probable que ambas se fuesen de las manos y se convirtiesen en peligrosas y destructivas como lo era la guerra. Ambas, educación y legislación, mantuvieron una relación constante entre los aspectos destructores y creadores de un progreso político razonable.

La guerra estuvo contribuyendo a resultados históricos imprevistos, algunos de los cuales fueron posteriormente considerados como buenos y otros como malos. Fue también un instrumento empleado para mostrar resultados históricos esperados, a veces a un precio elevado y otras veces a bajo precio. Estos hechos sugieren que la guerra, tal como ha existido en la historia moderna, no puede considerarse de forma inequívoca totalmente destructora ni totalmente constructiva.

Se ha señalado que la guerra contribuyó a la construcción de las modernas naciones estado, a su organización en un sistema europeo, al desarrollo de ideas, a veces inconsistentes, propias de este sistema y a sembrar las semillas de aquellas ideas en todo el mundo. Estas contribuciones, sin embargo, se hicieron principalmente en los siglos XV, XVI y XVII.

En los siglos XVIII y XIX la guerra fue menos intensa en Europa, pero los estados europeos por medio de la guerra o por la amenaza de guerra extendieron su dinámica civilización a expensas de las culturas tradicionales de América, de África y del Pacífico e inyectaron el virus de su civilización en las antiguas civilizaciones de China, Japón y la India. En este período el tradicionalismo fue destruido por la guerra y las ideas progresistas se aprovecharon de la guerra, aunque hubo un considerable toma y daca entre los estados occidentales y orientales en los que los últimos contribuyeron mucho a la civilización mundial iniciada por los primeros. La guerra contribuyó al rápido aumento de los contactos mundiales y, de esta forma, a la extensión de las ideas europeas de humanismo, liberalismo, ciencia y tolerancia así como a la extensión de las ideas europeas de estrategia, imperialismo y nacionalismo.

En el siglo XX los aspectos militares, diplomáticos, económicos y propagandísticos de la guerra han experimentado una transformación. La mayor parte de los estados, por miedo a la guerra, han tendido a aumentar los armamentos, a someter a sus pueblos a más disciplina, a organizar sus economías y opiniones nacionales en interés de una guerra eficiente sin darse cuenta de que sus esfuerzos disminuyeron su seguridad e incrementaron su

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PRIMERA PARTE 125 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

miedo. El resultado fue la pérdida de la confianza en las normas de la civilización mundial tal como habían sido entendidas a mediados del siglo XIX. Estas normas fueron barridas por los violentos vientos de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, sobrevivieron y parecieron alcanzar una extensión y aceptación más amplia que nunca en los años inmediatamente siguientes. Esta fase, sin embargo, tuvo una corta vida. Vientos aún más violentos fueron esparcidos por la gran depresión y las agresiones totalitarias de los años treinta, la Segunda Guerra Mundial de los cuarenta y la “guerra fría” de los cincuenta. Las desviaciones de lo que se había considerado normas civilizadas fueron notables no solo en los estados totalitarios sino en todas partes.

El análisis precedente sugiere que en la fase más reciente de la civilización mundial la guerra ha facilitado la inestabilidad, la desintegración, el despotismo y la inadaptación, haciendo menos previsible el curso de la civilización y menos probable el progreso constante hacia el logro de sus valores. En los años sesenta hubo indicios de que la misma gravedad de la situación estaba convenciendo al hombre de que, a menos que destruyese la guerra, esta le destruiría. El antropólogo Malinowski escribió incluso antes de la era atómica:

Solo con la formación de unidades políticas independientes en las que el poder militar se mantiene como medio de política tribal, la guerra realmente contribuye a la construcción de culturas y al establecimiento de estados mediante el hecho histórico de la conquista. En mi opinión hemos acabado de pasar este estadio de la historia humana y la guerra moderna se ha convertido en nada más que una profunda enfermedad de la civilización.

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CAPÍTULO IV

CAMBIOS EN LA GUERRA A LO LARGO DE LA HISTORIA

Entre los animales la lucha entre especies fue un elemento en el equilibrio de la naturaleza y contribuyó al equilibrio estático entre especies y sociedades en la comunidad biológica. Entre los humanos, la guerra ha tendido, desde sus comienzos en la historia de los hombres primitivos, a tener cada vez más capacidad de destrucción de vidas y de desorganización de la estructura social. Pero este aumento de la capacidad destructora y desorganizadora fue lento y gradual durante la primera época cuando la guerra era una costumbre constante y normal de la vida social primitiva. Con el desarrollo de las economías ganadera y agrícola, los cambios en la técnica militar fueron más rápidos y tendieron a mantener la sociedad en un equilibrio dinámico.

Durante el período histórico la guerra contribuyó a cambios importantes de la historia, marcados por el ascenso y caída de las civilizaciones, pero los cambios sucesivos tendieron a aumentar en amplitud y a disminuir en longitud. En el período moderno de civilización mundial las fluctuaciones entre períodos de guerra y paz han tendido a estabilizarse en unos cincuenta años, aunque la gravedad de cada período de guerra ha tendido a aumentar.

Aunque la guerra se ha vuelto cada vez más destructora y desorganizadora, otras plagas periódicas que anteriormente trastornaban la sociedad humana, como la peste y el hambre, han tendido a ser controladas. De esta forma, la guerra ha destacado cada vez más como una catástrofe recurrente en la existencia humana civilizada.

Originalmente, la guerra era función de la estructura interna de cada unidad de lucha y, como había muchas unidades de este tipo, la probabilidad de que cualquier unidad de una clase participase en una guerra en un momento dado podía haberse calculado a partir de la media estadística. Se ha producido un cambio en el sentido de que ha disminuido el número de unidades de lucha, de modo que hay una menor base estadística para cálculos de este tipo. También se ha producido un cambio en el sentido de integrar este número de unidades menores en una única unidad, de modo que la guerra ha tendido a convertirse en una función no de las unidades de lucha sino de toda la comunidad humana

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de la que forman parte todas las unidades de lucha. Así, el problema de la guerra ha cambiado del problema de clasificar las unidades de lucha al de analizar la organización del conjunto de la sociedad humana. Aceptando la conclusión de Mead, “cuanto mejor puedan describirse los procesos naturales en términos de leyes, mayor será la libertad del hombre”, la tendencia ha sido reducir la libertad de la unidad de lucha individual para evitar la guerra mediante la inteligencia y aumentar la libertad del conjunto de la raza humana para evitar la guerra, siempre que puedan descubrirse las leyes que gobiernan su organización actual. La predicción, de estar basada en el análisis y la medida de numerosos organismos independientes no susceptibles de un control central, ha llegado a basarse en el análisis de un número pequeño de personalidades que ejercen ese control central. Los factores morales y subjetivos han tendido a hacerse más importantes que los factores materiales y objetivos. La guerra puede tratarse cada vez menos desde un punto de vista determinístico. La guerra debe tratarse cada vez más desde un punto de vista constructivo. Las personas pueden estar interesadas, de forma menos provechosa, en el estudio de las causas históricas de la guerra para decidir una política para ellas o para su grupo. En cambio, pueden estar interesadas, de forma más provechosa, en la ingeniería de la paz para el conjunto de la raza humana.

1. LA GUERRA Y LOS CAMBIOS EN LAS CONDICIONES DEL ENTORNO

La historia de la guerra sugiere ciertas relaciones generales de la guerra con los cambios económicos, políticos, militares y culturales.

a) Cambios económicos y sociales.-

Cuando grupos independientes, con técnicas militares marcadamente diferentes, han entrado en estrecho contacto económico y social, la situación normal ha sido de guerra continua hasta que el grupo con técnicas menos eficientes ha sido exterminado o conquistado o ha adoptado técnicas más eficientes. Entre los animales el equilibrio entre especies carnívoras y herbívoras en la misma área se ha mantenido por la mayor rapidez de cría de las últimas, que compensaban la rapacidad de las primeras. Un equilibrio similar ha predominado a menudo durante largos períodos entre nómadas agresivos y agricultores pacíficos. Donde existe un equilibrio de este tipo, las hostilidades han sido continuas y de intensidad invariable. Entre los pueblos primitivos el desarrollo de contactos externos nuevos ha roto este tipo de equilibrio y ha aumentado el número de guerras que a veces han tenido como resultado importantes cambios políticos y sociales. El desarrollo de contactos

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PRIMERA PARTE 129 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

entre civilizaciones ha estimulado, de forma similar, la guerra de conquista imperial de los estados civilizados. Estos contactos surgieron, por ejemplo, por la expansión de exploraciones, misioneros y comercial de los estados europeos en las hasta entonces desconocidas zonas de América, Asia y África a partir de 1500. En estos casos, largos períodos de guerra acabaron en conquistas y en formas de organización imperial en los que el grupo con técnica militar superior dominó, hasta que los pueblos sometidos adquirieron con éxito los suficientes conocimientos de esas técnicas para rebelarse.

Cuando grupos independientes, empleando técnicas militares similares, han entrado rápidamente en contactos económicos o sociales más estrechos entre sí, se han producido normalmente guerras periódicas de importantes proporciones, separadas por períodos de paz relativamente largos. La rápida expansión de las comunicaciones, de los viajes y del comercio internacionales ha tendido a aumentar el número de guerras. Aunque a menudo se ha intentado en estas circunstancias una organización política entre esos grupos independientes, rara vez ha avanzado con suficiente rapidez para resolver pacíficamente los problemas producidos por tales contactos. Entre las ciudades estado griegas y los principados feudales medievales el desarrollo de una organización política internacional, que se intentó en las ligas anfictiónicas y en el Sacro Imperio Romano Germánico, quedó tan retrasado respecto al desarrollo de los contactos económicos y culturales que guerras cada vez más graves destruyeron esas civilizaciones. Entre los estados helénicos este retraso fue menor. Roma desarrolló una técnica militar superior, absorbió todos estos estados en un imperio y mantuvo la estabilidad política durante varios siglos. Las guerras de destrucción, antes de que se lograse esa organización política universal, pueden, sin embargo, haber sembrado las semillas de la decadencia final. En la época moderna, el Imperio británico desarrolló una técnica naval superior y mantuvo una paz precaria durante la mayor parte de los siglos XVIII y XIX, pero en el siglo XX este sistema se mostró inadecuado para resolver los problemas que surgieron por la interdependencia económica y social más estrecha de las naciones, estimulada por los inventos modernos.

Aunque los crecientes contactos económicos y sociales tienden a guerras de unificación, los contactos decrecientes tienden a guerras de secesión. Cuando grupos asociados políticamente, utilizando técnicas militares similares, han disminuido sus contactos económicos y sociales, debido al desarrollo de barreras tecnológicas, ideológicas o de otras clases, se han visto implicados en guerras de rebelión, a menos que la descentralización política haya mantenido el ritmo del desarrollo de la autonomía económica y cultural. El fracaso del

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Imperio romano en descentralizarse políticamente con suficiente rapidez pudo haber contribuido a las rebeliones de Armenia, Mesopotamia, Palestina, Mauritania, Palmira, Egipto, Bretaña y otras partes a partir del siglo I. El fracaso del Imperio británico en descentralizarse condujo a la Revolución estadounidense, una experiencia que fue evitada durante mucho tiempo con las otras colonias británicas mediante la aplicación de una política descentralizadora, concediéndolas el estatuto de dominio.

Las diversas guerras de independencia de las colonias españolas y portuguesas, de los dominios turcos y de los Estados Confederados de América en el siglo XIX y la violenta desintegración de los imperios de los Habsburgo y de los Romanov en el siglo XX ilustran el mismo principio. El desafío de Japón, Italia y Alemania contra el derecho internacional a partir de 1931 pueden atribuirse en parte a la sumamente rápida centralización bajo la Sociedad de Naciones. Estas proposiciones pueden exponerse de otra forma: es probable que estallen guerras intermitentes siempre que, entre grupos que emplean técnicas militares similares, las fuerzas del cambio económico y social superen la capacidad de los procedimientos pacíficos reconocidos para llevar a cabo una adaptación entre las normas que implican estos cambios y las establecidas en el derecho existente. Los procedimientos para mantener constantemente la organización internacional y constitucional de acuerdo con los cambios sociales y económicos son tan necesarios como los procedimientos para una mejor imposición del derecho vigente.

El mantenimiento de una relación entre centralización o descentralización política y legal en relación exacta con el ritmo de integración o desintegración económica y social ha sido hasta ahora el precio de la paz. Esta coordinación puede, naturalmente, mantenerse no solo a través de la adaptación del derecho y de la organización al cambio social y económico sino también a través del control de la opinión y la economía por la autoridad política y legal.

b) Cambio político.-

Las políticas de equilibrio de poder, practicadas por grupos de estados que emplean técnicas militares similares, han tendido a la polarización de todos los estados hacia los dos más poderosos del grupo, conduciendo a guerras de gran intensidad que han implicado a todos los estados. Normalmente se ha producido este tipo de polarización cuando se han utilizado alianzas, contra alianzas y carreras de armamentos para mantener el equilibrio de poder. Estas prácticas han tendido no solo a agrupar a todos los estados mediante alianzas

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PRIMERA PARTE 131 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

en uno u otro de los dos grupos, sino también a crear una convicción de la inevitabilidad de la guerra entre estos grupos. Esta tendencia está ejemplificada en la historia de las antiguas ciudades estado griegas, los estados helenistas, las ciudades estado medievales italianas y los modernos estados europeos y, en el siglo XX, por las tendencias de la historia mundial antes de las dos Guerras Mundiales y durante la “guerra fría”.

Relacionada con la tendencia de un sistema de equilibrio de poder a generar guerras generales periódicas, se encuentra su tendencia a hacer que cada civilización sea el campo de batalla de la siguiente. Una vez que el equilibrio de poder ha alcanzado un estado de polarización en una civilización dada, cada facción trata de atraer a otros estados no alineados del exterior. Como resultado, cuando los contactos económicos y sociales han progresado suficientemente, se ha desarrollado alrededor del área original un equilibrio de poder más amplio, dominado por estados de una civilización diferente. Los estados del área original, aun cuando utilizan técnicas militares más avanzadas, permanecen divididos por enemistades históricas y son incapaces de defender su civilización como unidad. En consecuencia, la civilización es aplastada. Las antiguas civilizaciones de Siria y Palestina se convirtieron en el campo de batalla de las monarquías que las rodeaban de Egipto, Mesopotamia, Anatolia y Persia. Las antiguas civilizaciones griegas del Egeo, Grecia y Sicilia se convirtieron en el campo de batalla de las guerras entre los estados helenísticos de Macedonia, de Roma y de Cartago. El área del antiguo Imperio romano, tras su decadencia y división, llegó a ser el campo de batalla de las guerras de las cruzadas entre el islam y la cristiandad en la Edad Media. El área cubierta por las altamente desarrolladas ciudades estado italianas de la Baja Edad Media se convirtió en el campo de batalla de las guerras entre Francia, España, Austria y Gran Bretaña en el siglo XVI. El Sacro Imperio Romano Germánico en desintegración fue el campo de batalla de las guerras de toda Europa en el siglo XVII. Europa, absorta aún en su equilibrio de poder, fue el campo de batalla de las guerras que implicaron a Estados Unidos, Japón, Rusia, China y el Imperio británico. Con un equilibrio de poder mundial establecido entre estos estados, este proceso no puede continuar ya sin guerras interplanetarias.

c) Cambio militar.-

Las guerras entre un grupo de estados que han utilizado una técnica militar común, sin cambios radicales durante un largo período de tiempo, han tendido a acabar en un punto muerto o en el desgaste mutuo. Sin cambios en las normas, el armamento o las tácticas la defensiva estratégica ha tendido a

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prevalecer sobre la ofensiva estratégica y las guerras han tendido a acabar solo por el desgaste mutuo. Las guerras se han vuelto más excepcionales y más graves. Como corolario a esta tendencia, la gravedad de la guerra entre estos estados ha tendido a estar inversamente relacionada con su frecuencia. Cuando una civilización ha progresado, sus guerras han tendido a ser absoluta y relativamente más destructoras y menos frecuentes. En su cenit puede haber un período de relativa tranquilidad. Cuando una civilización ha empezado a decaer, a veces ha tenido guerras más frecuentes pero menos destructoras, iniciadas por grupos que se rebelaban en el interior o que atacaban desde el exterior de la civilización pero que empleaban técnicas militares inferiores. En estas circunstancias, sin embargo, los atacantes han adquirido gradualmente las técnicas avanzadas y se ha vuelto a desarrollar una tendencia al desgaste, que normalmente destruía la civilización. El punto muerto nuclear, que se ha desarrollado desde la Segunda Guerra Mundial y que está basado no en la capacidad de defensa mutua sino en la disuasión mutua, puede tener un resultado diferente porque los efectos destructores de la guerra son más evidentes.

Estrechamente relacionada con esta tendencia a aumentar y a disminuir la gravedad de la guerra en largos ciclos durante la vida de una civilización, ha existido una tendencia a períodos de guerras muy graves seguidos por movimientos por la paz. En Grecia, durante y después de la guerra del Peloponeso, surgió un fuerte sentimiento pacifista, pero los movimientos a favor de crear una federación fueron insuficientes. El anhelo de paz después de las graves guerras imperiales y civiles al final de la República romana creó las condiciones para la acertada organización del Imperio. En la Edad Media la destructividad de las correrías de los nómadas de las estepas y de los vikingos desde el mar creó un fuerte anhelo de paz, utilizado por la iglesia en instituciones tales como la tregua de Dios y la paz de Dios. En la Baja Edad Media las penalidades de las Cruzadas y las guerras de rivalidad dinástica condujeron al pacifismo de los humanistas y de las sectas reformistas y a muchas propuestas para una organización mundial en los siglos XVI y XVII. Las devastadoras guerras napoleónicas condujeron a la Santa Alianza y a numerosas organizaciones de paz a partir de 1815. Las guerras nacionalistas de mediados del siglo XIX condujeron a un poderoso movimiento para el arbitraje y la codificación del derecho internacional después de 1870. La Primera Guerra Mundial condujo a la Sociedad de Naciones, la Segunda Guerra Mundial a las Naciones Unidas y la “guerra fría”, con la carrera de armamentos nuclear, a movimientos por la paz y por el desarme de magnitud sin precedentes.

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PRIMERA PARTE 133 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

Esta reacción natural al pacifismo después de guerras muy crueles ha tendido a ampliar el intervalo entre guerras de este tipo, así como también ha generado la necesidad de que hubiese alguna forma de recuperación económica antes de que fuesen posibles nuevas hostilidades, especialmente en la época moderna de guerras con empleo de medios de gran coste. Los antropólogos han señalado que incluso los pueblos primitivos, cuyo equipo militar es muy simple, pueden hacer guerras de intensidad cada vez mayor hasta que se produce una “guerra para acabar con las guerras” que, a causa de su gran capacidad de destrucción de vidas, es seguida por un período considerable de paz.

d) Cambio cultural.-

Conforme progresa una civilización la justificación para recurrir a la guerra ha tendido a ser más abstracta y más objetiva. Cuando la civilización se ha integrado económica y culturalmente, el deseo subjetivo de un pequeño grupo parece que constituye una razón cada vez menos adecuada para recurrir a la violencia. Se invoca cada vez más el interés del conjunto de la civilización, que se manifiesta objetivamente en los principios del derecho. De justificarse como una protección de los “derechos naturales” interpretados por el propio grupo en lucha, la guerra ha sido justificada sucesivamente como un “duelo” o “juicio mediante lucha” para reivindicar el honor o para establecer derechos, de acuerdo con el interés general de resolver definitivamente disputas y vendettas; como un instrumento de política autorizada por la autoridad legítima para mejorar el bienestar de la comunidad; y, finalmente, como una sanción para imponer la paz y la justicia en la civilización global.

Pero cualquiera que sea la teoría o la racionalización, en la práctica se ha recurrido a la guerra en respuesta a la interpretación subjetiva de los intereses de los grupos que realmente tienen poder político. Normalmente los estadios iniciales del desarrollo de una civilización han estado marcados por la integración de las unidades más pequeñas en otras mayores. El poder político ha tendido a expandirse, de esta forma la evolución de las justificaciones legales de la guerra ha estado unida a las realidades de la política. La guerra, de hecho y de derecho, se ha iniciado en interés de comunidades que estaban expandiéndose. Pero en los últimos estadios de una civilización ha tenido lugar su desintegración. Las unidades políticas efectivas se han vuelto más pequeñas, aunque la unidad política teórica se haya vuelto tan amplia como la propia civilización. Las tendencias de los pretextos legales y de los objetivos políticos han ido de esta forma en sentidos opuestos.

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Esta tendencia de los pretextos de la guerra a desviarse cada vez más de las razones para la guerra, cuando una civilización decae desde su cenit, está estrechamente relacionada con la normal falta de habilidad de la civilización para desarrollar una organización política que vaya al mismo ritmo que la integración de su economía y de su cultura. Ambas tendencias, como se observó en la Baja Edad Media y en el Renacimiento, contribuyeron a la perpetuación de la guerra y a la destrucción de la civilización. Durante esos períodos las guerras emprendidas en nombre de la solidaridad cristiana o para promover la justicia normalmente tuvieron la única intención de engrandecer a los soberanos o de conseguir botín.

Estas tendencias, junto con las que provienen del desarrollo de una técnica militar concreta (ver la sección c) arriba), han producido una secuencia normal al carácter de la guerra durante la vida de una civilización. Normalmente, las civilizaciones han comenzado con un período de guerras imperiales y de guerras para mantener el equilibrio de poder descritas en estos términos de hecho y en derecho. Estas guerras han tendido a ser cada vez más destructivas, después de las cuales ha habido, a veces, un período de tranquilidad, seguido por guerras de rebelión internas y de defensa de la civilización contra invasiones externas. Normalmente ambas partes han tratado de justificar el recurso a la guerra en nombre de la autoridad política y legal de la civilización. Sin embargo, realmente esas guerras las han iniciado autoridades políticas no interesadas ni en la estabilidad interna ni en la defensa contra los enemigos exteriores de la civilización. De hecho, esas autoridades han estado iniciando una nueva civilización, aunque a menudo afirmaban su lealtad a los principios de la civilización que estaban destruyendo. Estas guerras también han aumentado en gravedad, dando lugar a la completa desintegración de la civilización.

Si se contempla la evolución orgánica en conjunto, las causas que inician una guerra han tendido a estar más de acuerdo con su justificación teórica. La lucha entre animales, basada en las respuestas a los instintos del animal individual, ha funcionado, en primer lugar, en interés de ese animal pero, debido a la selección natural, ha tendido también a servir a la especie a la que pertenece, aunque este servicio no sea percibido por el animal que la inicia. La guerra entre los pueblos primitivos, emprendida por los dictados de las costumbres del grupo, ha servido en primer lugar al grupo de lucha primario – el clan o la aldea – pero con la integración en una tribu o en una federación tribal o en un reino como unidad de lucha, la guerra ha servido a la unidad social más extensa. La guerra en el período histórico, emprendida en respuesta

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PRIMERA PARTE 135 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

al concepto de los intereses del grupo, ha servido, en primer lugar, al jefe militar. Sin embargo, con la integración política la guerra ha servido al reino, al imperio o, incluso, a la civilización como conjunto hasta que esta última se ha desintegrado. La guerra en la era moderna, que se ha emprendido en respuesta a la autoridad otorgada por el derecho nacional, ha servido en primer lugar al príncipe o a la facción ambiciosos, luego al estado nacional o a la alianza. La idea de que hacer la guerra sirve principalmente a la comunidad mundial se ha desarrollado en teoría pero aún no en la práctica. La guerra, aunque solo en un grado limitado, ha llegado a ser la actividad de policía de Naciones Unidas al servicio de la comunidad mundial.

Los fracasos para alcanzar una coordinación entre los motivos de la guerra y las necesidades del continuamente creciente grupo social han tenido como resultado el exterminio final de la mayoría de las especies animales, de la mayoría de los pueblos primitivos y de la mayoría de las civilizaciones, pero el proceso de evolución ha estado más cerca de lograr una coordinación de este tipo en cada intento sucesivo. Si los esfuerzos contemporáneos para poner la guerra al servicio de la comunidad mundial fracasan, en el futuro habrá esfuerzos similares si sobreviviesen algunos seres humanos.

2. GUERRA Y ESTABILIDAD

Catástrofes, conquistas, corrupción y conversiones pueden, por sí solas o combinadas, actuar para destruir el equilibrio social y para acabar con una civilización. Estos cuatro procesos son importantes para explicar, respectivamente, el cambio físico, biológico, sociológico e ideológico. Estos procesos se dan más en el terreno de la probabilidad que en el del determinismo. No son fáciles de predecir pero, relacionados con las ideas de estabilidad estática, dinámica, cíclica y de adaptación, pueden explicar la historia de la guerra. La lucha entre animales, aunque contribuyó a la estabilidad dinámica de la vida durante períodos geológicos, ha tendido a mantener una condición de equilibrio estático durante la vida de especies, comunidades y sociedades biológicas concretas. Cambios fundamentales en los equilibrios de grupos orgánicos y períodos de evolución rápida se han producido normalmente por catástrofes como formación de montañas que han separado razas, extensas glaciaciones, elevaciones o hundimientos de tierras que condujeron a migraciones y a extinciones en gran escala. Se ha considerado que la última glaciación en Europa fue la principal responsable de la aparición de los tipos humanos modernos desde los más primitivos primates

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y de la transición de la lucha entre animales a la guerra entre los hombres primitivos.

La guerra entre los hombres primitivos ha ayudado a preservar una situación de estabilidad dinámica entre los pueblos primitivos. Las tradiciones y los inventos importantes – el uso del lenguaje, ideas, herramientas, fuego, agricultura, fidelidad a las costumbres, subordinación social – se acumularon y difundieron lentamente a través de la estimulación y de los contactos en guerras. La población humana total aumentó y se extendió por todo el planeta. Aunque catástrofes como las inundaciones de los valles del Nilo o de Mesopotamia pueden haber estimulado a los supervivientes en la zona, contribuyendo a la evolución social y a la aparición de las civilizaciones, parece más probable que los inventos en los campos de la escritura, agricultura, gobierno y técnica militar y las guerras que acompañaron a estos cambios fueran la causa inmediata de la transición de la cultura primitiva a las civilizaciones históricas. Estas invenciones no solo intensificaron los contactos entre grupos sino que también aumentaron el valor de la tierra para ser atacada o defendida, el tamaño y la coordinación de los grupos políticos y la eficiencia de los instrumentos de conquista. Las guerras de conquista y de unificación política iniciaron la civilización y la extendieron.

La guerra en el período histórico ha contribuido a la estabilidad cíclica que ha caracterizado el curso de la civilización en los últimos cinco o seis mil años. Las civilizaciones han surgido y han decaído y, en su decadencia, la raza humana ha perdido a menudo tradiciones e inventos de gran valor; a veces de forma permanente, a veces con la esperanza de recuperarlas siglos o milenios más tarde. No obstante, la reacción de la humanidad ha sido siempre adecuada para inventar o redescubrir los instrumentos, instituciones e ideas necesarios para construir una nueva civilización. Las catástrofes – sequías, epidemias, hambrunas – han contribuido a veces a la parte descendente de estos grandes ciclos. Las guerras también han contribuido a ello. Las conquistas militares y las migraciones han extendido las civilizaciones. Las guerras de desgaste han destruido civilizaciones. Pero probablemente más importantes que las catástrofes o las conquistas para provocar la desintegración de las civilizaciones históricas ha sido el efecto acumulativo y corruptor de los cambios graduales internos de población e institucionales. La población ha crecido más que el suministro de alimentos; la excesiva endogamia ha deteriorado la raza; se han desarrollado diferencias de riqueza y de influencia, que han conducido a conflictos y revoluciones; y las instituciones, por

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PRIMERA PARTE 137 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

influencia de la tradición, se han vuelto inflexibles e incapaces de hacer los ajustes necesarios.

En los cambios de civilización más recientes, la conversión a través de la propaganda consciente ha sido quizás más importante que las catástrofes, las conquistas o la corrupción. Las personas con una religión o una ideología han buscado conscientemente modificar la opinión pública, cambiar las instituciones y remodelar la sociedad en la dirección de un ideal. Los primitivos cristianos, como señaló Gibbon, pueden haber contribuido a la caída de Roma, junto con las epidemias del siglo II, el agotamiento del suelo italiano, las invasiones bárbaras, la decadencia de las instituciones romanas y la disminución de la población. Ciertamente, la más importante transición reciente, la de la civilización medieval a la moderna de carácter mundial, aunque fue debida en parte a las epidemias de los siglos XIV y XV, al desgaste de las últimas guerras medievales, a los descubrimientos y a las conquistas militares en el siglo XVI y a la decadencia de las instituciones seculares y religiosas medievales, fue en parte debida también a la propaganda consciente de la filosofía de la ciencia y del liberalismo por sociedades y autores ayudados por la imprenta. En tiempos recientes la alfabetización general, la prensa, la radio, la televisión y el cine han aumentado enormemente la importancia de la educación, de la propaganda y de la conversión como mecanismos de cambio.

Durante los últimos cuatro siglos de contactos mundiales, todas estas influencias para cambiar han estado actuando, pero, en conjunto, la influencia de las catástrofes naturales ha disminuido con el progreso de la medicina y de la tecnología, mientras que ha aumentado la influencia de las guerras y de las conquistas. La guerra ha sido un importante instrumento en la construcción de la interdependencia y la civilización mundiales, pero los cambios en sus técnicas, unidos a la mayor interrelación de la economía mundial y a la interdependencia cultural, amenazan con hacerla un medio para destruir lo que ha creado. Aunque la influencia absoluta de la guerra ha aumentado, su influencia relativa probablemente haya disminuido. El cambio ha proseguido más rápidamente que nunca en el pasado y probablemente sus agentes más importantes hayan sido la corrupción de las instituciones antiguas y la construcción de nuevas instituciones, el abandono de las antiguas creencias y la conversión a nuevas creencias y el ritmo acelerado de la ciencia y los inventos.

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3. MODERNISMO Y ESTABILIDAD

Cada una de las civilizaciones históricas alcanzó finalmente un punto en el cual alguno de sus miembros reconoció que la seguridad de cada uno de ellos dependía de la estabilidad del conjunto. A menudo se hicieron intentos para organizar toda la civilización en una comunidad política en la que cada uno podría preservar su identidad. Estos intentos no lograron crear instituciones adecuadas, normalmente debido a influencias externas a la civilización o debido a comunicaciones internas inadecuadas. Después de la Primera Guerra Mundial, con medios de comunicación instantánea disponibles en la mayor parte del mundo, se hizo, por primera vez en la historia humana, un intento para organizar políticamente el mundo como un todo.

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, un comité especial de la Sociedad de Naciones llamó la atención sobre la creciente interdependencia de todas las regiones del planeta y sobre los problemas que habían aparecido porque los estados trataron de adaptarse a esta situación mediante acciones independientes. “De hecho, intentar un aislamiento de este tipo es una de las primeras reacciones naturales al impacto más frecuente y más intenso de estas fuerzas mundiales. Pero refleja más un instinto ciego para evitar estos impactos que un deseo de las partes de un mundo en cambio para adaptarse a lo que, a largo plazo, debe demostrar el irresistible dinamismo de estos cambios; y no puede haber desarrollo sin adaptación”.

Esta afirmación sugiere que la causa histórica de la guerra ha sido el “instinto ciego” de un grupo para preservar su identidad aislándose del “dinamismo irresistible” de los contactos cada vez más frecuentes e intensos. El instinto ciego de las comunidades civilizadas ha sido la fe, transmitida desde el pasado de las comunidades, que constituye su unidad y que establece los valores por los cuales sus miembros guían sus vidas. En el pasado, el funcionamiento de las creencias ha dependido de la creencia general en su validez eterna; en consecuencia, la comunidad se ha resistido a todo lo que parecía que perjudicaba la integridad de la fe.

El dinamismo inevitable de los crecientes contactos mundiales ha sido consecuencia del desarrollo y la difusión de la ciencia y la tecnología, que han modificado continuamente el significado humano del tiempo, del espacio y de la materia, que han elevado constantemente el horizonte de los hombres y que han descubierto continuamente nuevas formas de vida, desconocidas a las creencias históricas. El desarrollo acumulativo de la ciencia y de los inventos

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PRIMERA PARTE 139 EL FENÓMENO DE LA GUERRA

ha ofrecido a los hombres la oportunidad de elevarse sobre las limitaciones de las creencias anteriores. Por otro lado, las tradiciones políticas, sociales y religiosas y la continuada existencia de la propia comunidad han exigido continuamente que las creencias se mantengan dentro de esos límites.

Por lo tanto, los contactos crecientes han sido causa tanto de progreso como de guerra – de progreso porque los contactos humanos son la condición para la ciencia, los inventos y el cambio; de guerra porque las instituciones, las costumbres y las creencias humanas se han resistido siempre a los cambios. Entre los pueblos primitivos la guerra se volvió muy grave cuando al copiar de otros pueblos o al inventar se destruyó el control de la costumbre. Entre las civilizaciones el lento avance de la ciencia, aun sugiriendo nuevas políticas, no podía al principio modificar las políticas sancionadas por las creencias tradicionales y apoyadas por las instituciones poderosas. De esta forma, en cada civilización la disparidad entre las políticas basadas en lo que ha sido y las basadas en lo que podía ser creció hasta que se cerró la discrepancia a través de largos períodos de violencia en los que la civilización a menudo se colapsó.

En la civilización moderna el crecimiento acumulativo y acelerado en éxitos y en prestigio de la ciencia ha hecho más rápida que nunca la obsolescencia de las creencias tradicionales, aunque el poder tanto de los defensores del futuro como de los del pasado se haya vuelto mayor. La ciencia, tratando de eliminar las catástrofes humanas y preparada para convertirse a nuevas ideas, ha estado en conflicto con la fe, que buscaba impedir la corrupción de las formulas e instituciones antiguas y estaba preparada para conquistar un área más amplia en la que podrían florecer. El modernismo ha tratado de desarrollar un marco de referencia más elevado en el que pudieran incluirse tanto la ciencia como la fe. El modernismo ha considerado la sociedad como un proceso por el que instituciones y creencias se ajustan continuamente a las previsiones más precisas que del futuro puede ofrecer la ciencia. El modernismo ha esperado eliminar las catástrofes y las conquistas humanas mediante procedimientos sociales y científicos probando continuamente el valor real de ideas y creencias. Sin embargo, ha reconocido que estos procedimientos solamente pueden ser efectivos si la humanidad se vuelve menos renuente a aceptar lo nuevo y a abandonar lo viejo de lo que lo ha sido en el pasado.

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SEGUNDA PARTE

CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

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CAPÍTULO V

CAUSALIDAD Y GUERRA

1. EL SIGNIFICADO DE “CAUSA”

La frase “causas de la guerra” ha sido utilizada en muchos sentidos. Distintos autores han sostenido que la causa de la Primera Guerra Mundial fue la movilización rusa o la alemana; el ultimátum austriaco; el asesinato de Sarajevo; los objetivos y las ambiciones del káiser, de Poincaré, de Izvolsky, de Berchtold, o de algún otro estadista; el deseo de Francia de recuperar Alsacia y Lorena o el de Austria de dominar los Balcanes; el sistema europeo de alianzas; las actividades de los fabricantes de armas, las de los banqueros internacionales o las de los diplomáticos; la falta de un orden político europeo adecuado; las carreras de armamentos; las rivalidades coloniales; las políticas comerciales; el sentimiento de nacionalidad; el concepto de soberanía; la lucha por la vida; la tendencia de las naciones a crecer; la distribución desigual de población, de recursos o de niveles de vida; la ley de los rendimientos decrecientes; el valor de la guerra como instrumento de solidaridad nacional o como instrumento de política nacional; el etnocentrismo o egoísmo del grupo; el fracaso del espíritu humano; y otras muchas.

Para unos, la causa de la guerra es un hecho, una situación, un acto o una personalidad implicados únicamente en una guerra particular; para otros, es una proposición general aplicable a muchas guerras. Para unos, es una clase de motivos, ideales o valores humanos; para otros, una especie de fuerzas, circunstancias, procesos, modelos o relaciones impersonales. Para unos es la entrada de un factor perturbador en una situación estable; para otros, la falta de condiciones esenciales de estabilidad en la propia situación o el fracaso humano en desarrollar sus potencialidades. Estas diferencias de opinión reflejan distintos significados de la palabra “causa”. Los científicos sociales, los historiadores y los políticos a menudo atribuyen diferentes significados a la causalidad y, de esta forma, tienen puntos de vista diferentes sobre las causas de la guerra.

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a) Causas científicas de la guerra.-

Los científicos, al investigar las causas de los fenómenos, suponen que lo universal y lo particular son aspectos de una única realidad. Tratan de clasificar, combinar o analizar los hechos particulares en conceptos o ideas generales que representen fenómenos mensurables, controlables, repetibles y observables capaces de ser tratados como variables o constantes en una fórmula. Aunque los científicos se dan cuenta de que en cualquier campo de estudio hay hechos que aún no han sido incluidos en clases que puedan definirse o medirse con precisión, se muestran reacios a creer que algunos factores sean permanentemente “vagos” o “imponderables” – una creencia sostenida con frecuencia por las personas pragmáticas, los historiadores y los poetas.

Las personas con mentalidad científica han intentado describir el funcionamiento normal de las fuerzas, los intereses, los controles y los motivos implicados en las relaciones internacionales y han tratado de formular proposiciones abstractas relacionándolas, respectivamente, con el equilibrio de poder, el derecho internacional, la organización internacional y la opinión pública. Aunque a veces han incluido la guerra como un hecho que se repite periódicamente en el funcionamiento normal de las relaciones entre estados, y previsible hasta cierto punto mediante análisis matemáticos o estadísticos, más a menudo los científicos han atribuido la guerra, hasta cierto punto, a la dificultad de medir los factores que han estudiado, a la falta de control sobre esos factores, al estado incompleto de los mismos o a la incertidumbre sobre esos factores. Los científicos han considerado probable que, aunque no sea completamente previsible, se pueda producir de vez en cuando una guerra, si un número de estados soberanos, en estrecho contacto entre sí, están influidos por una visión egoísta controlada en gran parte desde el interior de los propios estados. Han considerado que la paz es función de la situación en su conjunto. Consecuentemente, los científicos han creído que la paz siempre estaría en peligro si las decisiones más importantes de los estados no estuviesen guiadas por una valoración correcta de la situación global. Por lo tanto, los científicos han identificado las causas de la guerra con las circunstancias que han hecho difícil, y por tanto improbable, una valoración correcta de la situación global por parte de los estados.

Al analizar estas circunstancias, los científicos han atribuido la guerra: (1) a la dificultad de mantener un equilibrio estable entre las inciertas y variables fuerzas políticas y militares existentes en el sistema mundial de estados; (2) a

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la dificultad de utilizar las fuentes y las sanciones del derecho internacional para convertirlas en un instrumento efectivo para determinar los intereses variables de los estados, los valores cambiantes de la humanidad y una solución justa a las disputas internacionales; (3) a la dificultad de organizar un poder político de carácter mundial que pueda mantener el orden en una sociedad universal, no amenazada por otras sociedades externas al sistema mundial; y (4) a la dificultad de hacer que la paz sea, en la opinión pública mundial, un símbolo más importante que los símbolos locales que pueden favorecer local, temporal o generalmente la guerra. En resumen, los investigadores científicos, teniendo en cuenta la consideración debida a la inercia histórica y al genio inventor de la humanidad, han tendido a atribuir la guerra a la insuficiente madurez del conocimiento y control sociales, como se podrían atribuir las epidemias al insuficiente conocimiento médico o a los inadecuados servicios públicos de sanidad. En opinión de los científicos, la causa básica de la guerra es el fracaso de la humanidad para establecer las condiciones para la paz. Consideran que la guerra es inevitable en la jungla mundial; y que la paz es una construcción artificial.

b) Causas históricas de la guerra.-

Los historiadores suponen que el futuro es la evolución del pasado que incluye, sin embargo, intenciones y aspiraciones con visión de futuro. Los historiadores intentan clasificar los hechos en ideas que representen los procesos de cambio y desarrollo que se observan de forma general. Debido a la experiencia común de los pequeños incidentes que liberan las fuerzas acumuladas – el fuego y la estopa – los historiadores distinguen frecuentemente el hecho de la guerra de sus causas. Como las personas piensan que conocen la naturaleza humana, los intereses económicos y políticos, los procesos y las organizaciones sociales, políticas y legales, y los compromisos religiosos e ideológicos, los historiadores han clasificado a menudo las causas de la guerra con estas denominaciones.

Este método de análisis puede ilustrarse con el ejemplo del análisis de las causas de la guerra franco-prusiana expuestas en el Manual de Historia Universal de Ploetz. Las causas de esa guerra están divididas en “causas inmediatas”, “causas especiales” y “causas generales”. Las primeras se referían a ciertos hechos que sucedieron poco tiempo antes de la guerra, incluyendo la elección al trono de España del príncipe de Hohenzollern, la exigencia francesa de que el rey de Prusia no debería permitir la candidatura del príncipe de Hohenzollern a la corona española y el telegrama de Ems de Bismarck

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anunciando el rechazo del rey de Prusia a aceptar dicha exigencia. Las causas especiales se relacionaban con las dificultades internas del Gobierno francés, con la controversia relativa a la compensación a Francia por el engrandecimiento prusiano de 1866 y con las noticias de las nuevas armas de infantería alemana que amenazaban la superioridad del fusil chassepot francés. Las causas generales eran la idea francesa de fronteras naturales, que incluía el margen izquierdo del Rin, y la larga lucha de la nación alemana por la unificación, junto con la ansiedad francesa por la unificación alemana.

De esta forma, los historiadores han tratado de demostrar las causas de la guerra extrayendo de un conocimiento detallado de los antecedentes de una guerra concreta los hechos, circunstancias y condiciones que pudiesen relacionarse con la guerra mediante afirmaciones prácticas, políticas y jurídicas sobre los motivos, los impulsos y las intenciones humanos. Cuando los historiadores han escrito de forma más general sobre las causas de la guerra, simplemente han intentado una clasificación de las causas de las guerras concretas de un período dado de la historia. De esta forma, algunas de las causas de la guerra franco-prusiana se han descrito con palabras como “políticas agresivas”, “cambios en las técnicas militares”, “dificultades internas”, “controversias no resueltas”, “reclamaciones dinásticas”, “aspiraciones a la unificación nacional”, “rivalidades históricas” y “comunicaciones insultantes”. Incluso se han hecho generalizaciones más amplias clasificando las causas de la guerra en el mundo occidental como causas políticas, jurídicas, ideológicas y psicológicas.

Cuando la generalización ha alcanzado esta fase, el resultado no es diferente del logrado por el enfoque científico, porque palabras como “política”, “ley”, “ideología” o “actitud” representan conceptos que, aunque limitados por el historiador a una época histórica, son universales y pueden manifestarse en grados variables en todos los tiempos y lugares. De hecho, son variables susceptibles, en teoría, de un tratamiento matemático, a pesar de lo difícil que pueda ser medir sus variaciones en la práctica.

c) Causas prácticas de la guerra.-

Políticos, expertos en temas públicos y juristas pragmáticos suponen que los cambios se producen por personas libres que operan en un entorno dado. Intentan clasificar los hechos de acuerdo con los motivos y propósitos de los que parecen provenir. Sus hipótesis se parecen así a las de los historiadores, aunque hayan elaborado sus problemas hacia fines prácticos y con frecuencia

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hayan excluido hechos y fuerzas impersonales que los historiadores consideran frecuentemente. Como a los seres humanos les gusta racionalizar sus acciones, los expertos en asuntos públicos a menudo han distinguido los pretextos de las guerras de sus causas. Como reconocen que una persona con libre albedrío realmente no actúa nunca sin antecedentes y que el origen de una serie de hechos causales, por lo tanto, tiene que fijarse arbitrariamente, han distinguido entre causas inmediatas y causas remotas. Aunque a veces han atribuido las guerras al fracaso de la sociedad en adoptar reformas concretas o en modificar ciertas condiciones del entorno, los pragmáticos han distinguido normalmente las causas que se pueden atribuir a una persona responsable de las circunstancias impersonales y de las reformas potenciales. De una forma similar a la que los médicos atribuyen con más frecuencia la enfermedad de un paciente a un germen o a un fallo en la toma de las debidas precauciones que a una susceptibilidad debida a la herencia o a una condición de debilidad o al fracaso de la sociedad en proporcionar medidas sanitarias públicas.

Además, las personas pragmáticas han considerado normalmente la guerra como una manifestación de la naturaleza humana, con su complejo de ambiciones, deseos, propósitos, animadversiones, aspiraciones e irracionalidades. Han insistido en que el grado de conciencia o responsabilidad que se atribuye a esas manifestaciones es un factor importante al diseñar medidas para tratar el problema. La clasificación de los motivos humanos desde este punto de vista es conocida en derecho y en economía. Con frecuencia los expertos en asuntos públicos han distinguido, en la iniciación de una guerra, actos necesarios, actos racionales, actos habituales y actos caprichosos. Y sugieren que las guerras se originan en las siguientes situaciones: (1) Hombres y gobiernos se encuentran en situaciones en las que creen que deben luchar o dejar de vivir, y así luchan por necesidad. (2) Hombres o gobiernos quieren algo – riqueza, poder, solidaridad social – y si conocen el instrumento de la guerra y han fallado otros medios, emplean la guerra como un medio racional para obtener lo que quieren. (3) Hombres y gobiernos tienen una tradición de luchar cuando su cultura exige luchar cuando se presentan ciertos estímulos y por eso, en situaciones apropiadas, luchan. (4) Hombres y gobiernos se sienten a gusto luchando porque son agresivos, están aburridos o son víctimas de frustraciones o complejos y, por lo tanto, luchan espontáneamente para desahogarse o relajarse.

De esta forma, entre los distintos tipos de autores, ya se hayan esforzado en construir una fórmula que relacione los factores mensurables, o en narrar un proceso comprensible de cambio o en describir las reacciones por las que los

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motivos humanos reconocidos de forma general afectan a la acción del estado, el proceso de generalizar las causas de la guerra desde hechos concretos ha producido categorías similares. Sin embargo, el historiador se ha mantenido normalmente más cercano a los hechos y los científicos han sido más osados al generalizar, apoyándose con frecuencia y en proporción considerable, en los trabajos de historiadores y divulgadores. (1) Científicos, historiadores y publicistas han generalizado por su parte sobre las fuerzas materiales en el sistema internacional de estados, aunque se han referido a las mismas respectivamente como equilibrio de poder, factores políticos y necesidad. (2) Así también cada grupo ha generalizado sobre las influencias racionales, denominándolas, respectivamente, derecho internacional, intereses nacionales y razón. (3) Asimismo, han generalizado respecto a las instituciones sociales, denominándolas, respectivamente, organización internacional, ideología, y cultura o costumbre. (4) Finalmente, científicos, historiadores y publicistas han generalizado sobre las reacciones de las personas con los nombres de opinión pública, factores psicológicos o económicos, y capricho o emoción.

Ya se busquen evidencias de las causas de la guerra al estudiar las propias guerras o se busquen en el estudio de generalizaciones adecuadas sobre la guerra, se ha sugerido la misma clasificación de las causas de la guerra. Las guerras se producen por circunstancias político-tecnológicas, por circunstancias jurídico-racionales, por condiciones socio-ideológicas y por circunstancias psico-económicas. Cada una de estas condiciones implica ciertas hipótesis sobre el significado de la guerra.

2. SUPUESTOS Y CAUSAS

Las causas de la guerra dependen no solo del significado del término “causa”, sino también del significado del término “guerra”. La definición de guerra utilizada en este libro reconoce que la guerra tiene sentidos tecnológicos, legales, sociológicos y psicológicos, cada uno de cuales implica diferentes supuestos. Además, la aparición de la guerra, cualquiera que sea su significado, puede explicarse por la hipótesis de que la guerra está determinada por las circunstancias o por la hipótesis de que la guerra es un acto de libre elección. Las causas de la guerra aparecen de forma diferente según se dirija el análisis hacia una u otra de las hipótesis relativas a la naturaleza de la guerra y del entorno en que surge.

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a) Punto de vista tecnológico.-

Desde el punto de vista tecnológico la guerra es un encuentro violento entre potencias, cada una de las cuales se concibe como un sistema físico con tendencias expansivas. El conjunto de todas las potencias se considera como un sistema físico más amplio o de equilibrio de poder. La guerra tiene lugar siempre que la tensión, que surge de presiones y de resistencias en una frontera dada, sobrepasa el punto de tolerancia y se produce una invasión. Cada potencia beligerante se concibe como una jerarquía militar, cuyas unidades son soldados y trabajadores individuales que, mediante la disciplina, responden automáticamente a las voces de mando, elaborando materiales y suministros militares en granjas, minas y fábricas, transportándolos al frente y lanzándolos contra el enemigo. Cada potencia se asemeja a una única máquina grande, cuya eficiencia en una guerra dada puede calcularse en términos de su propio poder en hombres, materiales, moral, capacidad industrial, población y recursos; en términos de la resistencia del enemigo; y en términos de las distancias en kilómetros y de los obstáculos naturales que los separan.

Como se puede medir en los mismos términos la eficiencia de todos los beligerantes reales y potenciales, el grupo de potencias puede verse como un sistema de equilibrio de poder análogo al equilibrio de los cuerpos celestes. Si se pudiese calcular la eficiencia de las maquinarias militares de los distintos países como se pueden calcular las masas y distancias de los cuerpos celestes y si fuese cierta la hipótesis de que los gobiernos están motivados solamente por consideraciones de poder, como lo es la hipótesis de que los cuerpos celestes se mueven solo por la inercia y la gravedad, entonces se podría predecir la aparición de guerras de forma tan precisa como la de los eclipses. Tal como está la situación, difícilmente pueden sobrestimarse las dificultades de predicción de las guerras.

Muchas personas aún ven la política mundial como un equilibrio de poder. Si todos adoptasen este punto de vista de forma absoluta, la guerra no presentaría problemas legales o morales. El poder, tal como se manifiesta en la política, la organización, el armamento y las operaciones militares, sería la única influencia en las relaciones internacionales. Respecto a estas relaciones, cada individuo sería un soldado potencial, cada potencia un ejército potencial y el mundo en su conjunto una lucha real o potencial por el poder. Las hostilidades finalizarían únicamente con la conquista o con el restablecimiento del equilibrio de poder y se reproducirían siempre que el equilibrio de poder se viese seriamente perturbado.

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b) Punto de vista legal.-

La hipótesis de que los gobiernos están motivados únicamente por consideraciones de poder en realidad ha estado muy lejos de los hechos. Los gobiernos racionalizan sus decisiones para iniciar una guerra o para oponerse a una guerra iniciada por otro gobierno en nombre del estado y en términos legales. Los estados entran en guerra mediante un procedimiento constitucional para defenderse, para resistir la injusticia, para cumplir un deber, para exigir un derecho, para reivindicar el honor nacional o para desarrollar su política. Las guerras, sean defensivas o sean ofensivas, no son realmente conductas irreflexivas como sugieren las analogías físicas. Son decisiones deliberadas de acuerdo con el derecho del estado.

La guerra, por tanto, puede concebirse como la consecuencia de la diversidad de sistemas legales. Cada estado, porque reclama su soberanía legal, asume que su derecho debe prevalecer donde quiera que se extienda, incluso en alta mar, en territorio exterior o sobre extranjeros. Sin embargo, las consideraciones prácticas del poder han hecho necesario que cada estado reconozca limitaciones a su jurisdicción. Estas limitaciones, de acuerdo con la tendencia codificadora del pensamiento legal, se han transformado en el derecho internacional. Este código legal, cuando es reconocido por los gobiernos, tiende a adquirir una autoridad jurídica independiente. No solo proporciona pretextos o racionalizaciones para la guerra, sino también las razones para ella. Sus reglas, en la medida en que se basan en costumbres y normas morales generalmente aceptadas y en que pueden interpretarse en apoyo de la política deseada, son útiles a los gobiernos como símbolos de propaganda para la opinión pública, tanto nacional como exterior. En la medida en que se basan en consideraciones realistas del fin y de la naturaleza del estado en las condiciones actuales, estas reglas explican la razón para la política y la acción del estado.

El objetivo de una guerra, sea económico, político, religioso o dinástico, debe basarse en una sistematización de ideas, o leyes en el sentido más amplio, que da valor a dicho objetivo. Los valores no provienen de los hechos sino de las ideas. La tierra empleada por otra tribu se debe considerar valiosa para que paste el ganado y el ganado se debe considerar valioso en la economía de una tribu, o esta tribu no puede decidir conscientemente expulsar a las otras tribus para proteger a su ganado. Un estado moderno debe considerar valioso el mantenimiento o el logro de su independencia o su soberanía, o no podrá ir conscientemente a la guerra para alcanzar este objetivo. La definición y la

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organización de estos valores por el estado constituyen sus intereses y su legislación, que tienen que ser impuestos en el interior por la policía y en el exterior mediante la guerra. Una síntesis más amplia, que incluya los valores de todos los estados, constituye el fin del derecho internacional. En la medida en que es posible esta síntesis y en que está realmente expresada en las normas del derecho internacional, la política de cada estado llega a ser el mantenimiento y desarrollo del derecho internacional.

La guerra, como el duelo, es consecuencia de una situación en la que las sanciones legales se muestran incapaces de mantener un sistema aceptado de leyes. La defensa personal violenta es, en principio, incompatible con la idea de derecho. El derecho implica reglas y principios que deben ser observados y que tendrán como resultado la justicia y el orden en la comunidad. Las concepciones de la soberanía absoluta y de la guerra como un procedimiento permisible han interferido con la evolución de los procedimientos legislativos y sancionadores adecuados para desarrollar un derecho efectivo en las relaciones internacionales. Sin embargo, es posible desarrollar una concepción de soberanía compatible con la proscripción de la guerra.

Si todos los estados adoptasen el punto de vista legal y lo siguiesen hasta su conclusión lógica, la guerra como violencia legítima entre iguales desaparecería. Todos los actos de violencia serían o bien crímenes, o bien actos de defensa o bien acciones de policía, como lo son en los sistemas desarrollados de derecho nacional. El derecho sería la única influencia en las relaciones internacionales y, respecto a estas relaciones, cada individuo estaría sometido al derecho nacional de algún estado, todo estado estaría sometido al derecho internacional, y el mundo sería una sociedad de naciones en la que todos los conflictos se solucionarían de conformidad con el derecho.

c) Punto de vista sociológico.-

Los hombres y los grupos no actúan únicamente, ni incluso en gran medida, para alcanzar sus objetivos conscientes. Tampoco la civilización se mueve ya únicamente por el desarrollo lógico de ideas. Los sistemas legales son únicamente el aspecto consciente de las culturas del grupo. Las actitudes y los modelos de conducta, inconscientes o subconscientes, constituyen su aspecto más importante. La cultura en conjunto influye profundamente en la aplicación del derecho a casos concretos y modifica gradualmente las propias leyes. Detrás del estado está la nación. Esta última supone un grupo cuyos miembros se sienten como una unidad por una cultura, unas costumbres, unas prácticas y

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unas respuestas comunes y reaccionan espontáneamente como una unidad contra ataques. Por lo tanto, las guerras pueden ser consideradas consecuencias de los contactos entre culturas diferentes.

De la misma forma en que los sistemas de derecho nacional, cuando entran en contacto entre sí, desarrollan y están a su vez influidos por el derecho internacional, las culturas nacionales, cuando están en contacto entre sí, desarrollan y están influidas por la cultura mundial. La guerra es un conflicto de culturas, pero es también una ruptura de una cultura superior. En el mundo moderno esto es un poco menos cierto de las guerras internacionales que de las civiles. Los conflictos entre comunidades que no tienen una cultura en común, tales como pudieron producirse durante la organización de los territorios coloniales recientemente descubiertos, no deben llamarse propiamente “guerras”. El pionero no lucha contra los animales salvajes que dificultan sus planes de desarrollo. Los extermina o domestica. Lo mismo es cierto, a veces, en la actitud de los hombres civilizados hacia las tribus salvajes. El reconocimiento mutuo por parte de los beligerantes de que tienen algo en común es un elemento esencial del concepto “guerra”.

Desde el punto de vista sociológico la propaganda de símbolos del internacionalismo y del nacionalismo son ejemplos del proceso general de integración y de diferenciación de grupos. La guerra ha sido el método predominante para la integración de los grupos políticos. La identificación del nacionalismo cultural con la soberanía legal ha concentrado el poder político y militar en los gobiernos nacionales y ha aumentado la gravedad de las guerras.

Si todos adoptasen el punto de vista sociológico, las guerras se percibirían como formas de conflicto social que se producen espontáneamente de acuerdo con modelos de conducta de los grupos o por el esfuerzo de líderes para preservar estos modelos intensificando la lealtad a los símbolos del grupo o extendiendo la influencia de los símbolos preferidos a nuevas áreas. La actividad militar sería considerada un incidente en el permanente conflicto de propagandas de cuyo desarrollo dependen los valores, los intereses, las culturas, las actividades y, en definitiva, las condiciones de la vida humana.

Para el sociólogo la nación es solo uno de los muchos grupos políticos posibles, y las hostilidades son solo una de las muchas formas que pueden presentar los conflictos entre grupos. La forma, tanto de los grupos y como de los conflictos, depende en último término de los tipos de construcción simbólica que son aceptados como importantes. En el pasado se han producido

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cambios en las construcciones simbólicas, marcando el ascenso y la caída de instituciones y de civilizaciones. El ingenio humano puede hacer mucho mediante la interpretación jurídica, la educación, la propaganda, la política y la administración para efectuar cambios en las construcciones simbólicas según un diseño consciente y sin violencia. El “mundo”, la “humanidad”, la “raza humana” y las “Naciones Unidas” podrían convertirse en símbolos más importantes que Francia, Japón y Estados Unidos, de la misma forma en que Estados Unidos, a lo largo de un siglo, llegó a ser un símbolo más importante que los diferentes estados como Massachusetts, Virginia y Nueva York; pero factores sociológicos hacen difícil que las personas se identifiquen con un grupo universal, al que, por definición, no puede oponerse ningún grupo externo al mismo.

d) Punto de vista psicológico.-

Las culturas no son más que abstracciones de elementos psicológicos comunes en grupos de seres humanos. Las guerras, en último término, son choques no de ejércitos, leyes o, incluso, culturas sino de masas de individuos, cada uno de los cuales tiene una personalidad diferente, cuya conducta, además de estar afectada por la orden de un superior, por las leyes y por símbolos significativos, está afectada también por la herencia y la experiencia individuales. Sobre estos elementos individuales se basa el poder de las superestructuras sociales, legales y políticas.

El hecho de que las opiniones, más que las condiciones, provoquen la acción política, la facilidad con que la opinión puede ser manipulada por intereses particulares y la presencia de impulsos irracionales de aventura, persecución, huida y crueldad explican la normal irracionalidad de la guerra y la correlación relativamente baja de su aparición con una población o con unos cambios económicos definibles. La tendencia de los individuos a concentrar sus lealtades en un grupo concreto y a dirigir sus predisposiciones agresivas a un grupo externo hace posible que un incidente en las relaciones de los dos grupos adquiera un significado simbólico y estimule reacciones de masas que pueden provocar la guerra. Las reacciones de las masas, dividiendo las conciencias privadas y públicas de los individuos, también han sido importantes para crear grupos sólidos capaces de asegurar la paz interior. Los intentos para prevenir la guerra mediante el aumento de la autonomía de la personalidad y de su responsabilidad para elegir entre grupos que compiten por su lealtad en cada crisis presentan peligros para la paz nacional. Se necesita un elevado nivel de inteligencia en una sociedad liberal si se quiere que las

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naciones no se vuelvan tan fuertes como para amenazar con la anarquía internacional, ni tan débiles como para amenazar con la anarquía nacional. Estas condiciones podrían florecer con el ideal del “hombre racional” de personalidad humana y con el ideal democrático de organización política. En las condiciones actuales ambos ideales dependen de una organización mundial razonablemente segura contra la violencia.

Si todo el mundo adoptase el punto de vista psicológico, la guerra existiría siempre que, como durante la “guerra fría” que siguió a la Segunda Guerra Mundial, haya una actitud de hostilidad muy difundida entre la población dirigida contra otra población que tenga una actitud de hostilidad recíproca. Como la raza humana es biológicamente una unidad, todas las hostilidades podrían, por lo tanto, ser consideradas como rebeliones contra la solidaridad humana.

Las actitudes, aunque sean interpretadas desde el punto de vista sociológico como funciones del grupo, derivadas de su cultura y sus símbolos, se interpretan psicológicamente como deseos del individuo, que provienen de su herencia y de su experiencia. En la raíz de las actitudes hostiles se encuentran frecuentemente deseos incompatibles para dominar. Las guerras son el resultado de la intensificación progresiva de actitudes y conductas hostiles en dos poblaciones a través del estímulo recíproco de la ansiedad de cada una de ellas cuando sus relaciones se interpretan como relaciones de rivalidad.

Impresionados por la tremenda variabilidad en el condicionamiento de las respuestas humanas, la mayoría de los psicólogos perciben posibilidades de buscar desahogos adecuados para los impulsos hereditarios en formas diferentes a la guerra. La división de la humanidad en razas, clases, naciones, etc. influye en la conducta humana debido a sus significados sociales y no debido a ningún impulso hereditario específico.

Hay razones sociológicas para explicar por qué la raza humana, a falta de grupos externos, haya sido una unidad social menos importante que muchas de sus subdivisiones, pero no hay razones psicológicas para explicar por qué, en condiciones sociológicas deseables, los conflictos de actitud en poblaciones vecinas no se podrían resolver sin recurrir a la violencia.

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e) Puntos de vista deterministas y voluntaristas.-

Cada uno de los significados de la guerra examinados puede ser considerado desde un punto de vista determinista o desde un punto de vista voluntarista.

El punto de vista determinista, que ha sido aceptado con frecuencia en el análisis científico, sostiene que cada hecho puede ser explicado por leyes naturales que manifiestan la continuidad y la homogeneidad esenciales del universo en el que tiene lugar. Con una fórmula que exprese la relación de tales leyes y con el conocimiento completo del estado del universo en un momento dado, sería posible predecir lo que ocurriría en cualquier parte del universo en cualquier tiempo futuro. Puesto que todas las partes del universo están en relación, ninguna predicción podría ser totalmente segura en ausencia de este tipo de omnisciencia.

El análisis científico de la guerra surge de un punto de vista determinista, pero los científicos sociales siguen la práctica normal de historiadores y publicistas de dejar margen a imprevistos y a la elección de opciones. La guerra ha sido definida como “una condición legal que permite a dos o más grupos hostiles desarrollar un conflicto mediante la fuerza armada”. Esto sugiere que los requisitos legales, las condiciones de hostilidad, el proceso del conflicto y la tecnología del armamento establecen el marco de la guerra, dejando a la libre elección solo un papel menor. Simplificando mucho, y con una precisión decreciente a medida que se desarrolla la civilización, puede decirse que normalmente las guerras se originan (1) tecnológicamente, por la necesidad del poder político, que está constantemente haciendo frente a rivales, de crecer para sobrevivir, (2) legalmente, por la tendencia del sistema legal de asumir que el estado es completamente soberano, (3) sociológicamente, por la utilidad de la guerra exterior como medio para integrar sociedades en tiempo de crisis, y (4) psicológicamente, porque las personas no pueden satisfacer el impulso humano de dominio excepto a través de la identificación con un grupo soberano.

El punto de vista voluntarista sostiene que las guerras pueden ser causadas por la política del estado que las inicia. Este punto de vista supone un universo plural con muchos agentes libres. En lugar de que el conjunto determine la conducta de las entidades más pequeñas, estas entidades, por su conducta independiente, influyen en el conjunto. Los autores que han escrito sobre la guerra se han inclinado a adoptar este punto de vista. Los historiadores han insistido con frecuencia en que la guerra es el principal acontecimiento en la

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historia. El camino hacia la guerra es un acto de libre albedrío y sus consecuencias cambian el curso de la historia. Aunque nadie niega que las condiciones, circunstancias, tendencias y generalizaciones antecedentes de la experiencia de guerra ejerzan alguna influencia, los autores prácticos y los juristas consideran con frecuencia que la iniciación de la guerra es, en gran medida, un acto libre de al menos una de las partes.

Desde el punto de vista voluntarista, la guerra se podría definir como la utilización por un grupo de medios violentos para eliminar los obstáculos políticos que se presentan en el camino de la política del grupo. La guerra es simplemente política cuando se considera necesaria la rapidez y los obstáculos políticos no cederán a la persuasión. Desde este punto de vista, las causas de la guerra constan de fines, intereses u objetivos políticos particulares de los diferentes estados, de las políticas de unos estados que otros estados consideran que obstruyen el logro de sus fines y de las circunstancias que hacen que la violencia parezca el procedimiento más conveniente al gobierno que la inicia.

Las explicaciones de la guerra desde los puntos de vista determinista y voluntarista difieren en grado más que en clase y tienden a aproximarse cuando el conocimiento y la inteligencia de la entidad que inicia la guerra se aproximan a cero o al infinito. El determinismo es una función o bien de la materia o bien de Dios. El hombre, ser superior a la materia inconsciente e inferior a la de los ángeles, puede realizar elecciones dudosas. Si un gobierno no tuviese ningún conocimiento del mundo exterior, sus reacciones estarían determinadas completamente por la ley natural que define los comportamientos de entidades de esta clase en contacto con un ambiente del tipo en el que existe esa entidad. No tendría más libertad que la que tendría una partícula material que obedece las leyes de la gravedad y de la inercia. Por otro lado, si un gobierno tuviese un conocimiento perfecto del universo en el que existe, sería capaz de formular políticas y de adoptar métodos que le asegurarían el éxito sin costes que lo dejasen incapacitado. No se aceptarían propuestas que no se ajustasen a estas condiciones.

Las guerras surgen de forma imprevisible porque los gobiernos saben algo pero no todo. La imagen que tienen de otros gobiernos, de la situación mundial e, incluso, de ellos mismos, en las que basan sus políticas, decisiones y acciones, están siempre, en alguna medida, distorsionadas.

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A.- LA LUCHA POR EL PODER ENTRE GOBIERNOS

CAPÍTULO VI

EL EQUILIBRIO DE PODER

1. EL SIGNIFICADO DEL EQUILIBRIO DE PODER

Una de las hipótesis que se han sugerido para explicar la repetición de las guerras es la dificultad de mantener un equilibrio estable entre las inestables y cambiantes fuerzas políticas y militares en el sistema internacional de estados. La frase “equilibrio de poder” ha designado unas veces el hecho de haber alcanzado esa difícil situación y otras veces el esfuerzo para alcanzarla. En sentido estático “equilibrio de poder” es una condición que explica la coexistencia continuada de gobiernos independientes en contacto. En sentido dinámico, “equilibrio de poder” caracteriza las políticas adoptadas por los gobiernos para mantener esa condición.

El término “equilibrio de poder” implica que los cambios en el poder político relativo pueden ser observados y medidos. En los cálculos aproximados de la política mundial la transferencia de territorio ha sido la evidencia más importante de los cambios en poder político, de la misma forma que en los negocios los cambios en riqueza han sido la evidencia más importante de los cambios en poder económico. Esto es así en parte porque el territorio, con sus potencialidades de población, impuestos, recursos y estrategia, aumenta normalmente el poder militar, pero lo es aún más porque el valor del territorio se ha admitido en las costumbres internacionales y, por consiguiente, el hecho de adquirir territorios muestra el poder conseguir no solo territorios sino algo más, mientras que el hecho de la cesión muestra lo contrario.

El término equilibrio de poder se basa en el supuesto de que los gobiernos tienen tendencia a luchar tanto para aumentar su poder como por su propia supervivencia. Solo si esta última tendencia controla la primera los gobiernos seguirán siendo independientes. Cuando uno aumenta su poder relativo, aumentará su capacidad para volver a aumentarlo. En consecuencia, cualquier desviación del equilibrio tiende a iniciar un proceso creciente de conquista.

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La prueba de que ha dejado de existir un equilibrio estático de poder se evidencia cuando ciertos gobiernos comienzan a desaparecer o a perder territorio y otros a aumentar su territorio, un proceso que puede continuar hasta que solo sobrevive un único gobierno que engloba a los otros, como lo ilustran los imperios macedonio y romano en el mundo antiguo.

Oppenheim suponía que el poder del derecho y la organización internacionales sería siempre menor que el poder militar de los estados soberanos y, por consiguiente, solo si las fuerzas militares nacionales estaban en equilibrio estable podrían existir los otros dos. Con esta hipótesis las discusiones sobre el equilibrio de poder han ignorado normalmente las consideraciones de derecho, solidaridad social y opinión pública excepto cuando atañían al poder militar, inmediato o potencial, de los estados implicados en el sistema.

Sin embargo, análisis recientes del concepto de poder político plantean dudas sobre esta hipótesis. Charles E. Merriam escribe:

El poder no se basa en los cañones, o en los barcos, o en las murallas o en las fundiciones de acero. Por importantes que sean estos, el poder político real descansa en un modelo común definido de impulso. Si los soldados eligen desobedecer o, incluso, disparar a sus oficiales, si los cañones se vuelven contra el gobierno, si los ciudadanos se confabulan para desobedecer la ley, e, incluso, lo consideran una virtud, entonces la autoridad es impotente y puede arrastrar a la perdición al detentador de la misma.

El que la dirección de las fuerzas militares dé a un individuo o a una institución más “poder” que el que le corresponde de acuerdo con las leyes o más control de los símbolos sociales o más influencia sobre la opinión pública depende de las circunstancias históricas y del intervalo temporal considerado. Aunque en algunos períodos históricos la estabilidad internacional ha dependido del equilibrio de las fuerzas militares, en otros pueden haber sido más importantes factores de un tipo totalmente diferente. Aunque puede ser cierto que el desequilibrio militar ha constituido en todas las épocas históricas una amenaza inmediata a la estabilidad internacional, en ciertos períodos, quizás en la mayoría, han sido más importantes otros factores a largo plazo.

David Hume escribió: “Como la fuerza está siempre en el lado de los gobernados, los gobernantes no tienen nada más para mantenerse que la opinión pública”. Alexander Hamilton afirmó: “La opinión, esté bien o mal fundada, es el principio que gobierna los asuntos humanos”. Abraham Lincoln

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dijo: “El que forma la opinión pública va más allá que quién promulga estatutos o toma decisiones”. H. D. Lasswell describe un efecto similar: “La supremacía de los dirigentes, la élite política, depende de la aceptación por las masas de un cuerpo común de símbolos y prácticas”. “Repito – escribió Maquiavelo – para un príncipe es necesario tener al pueblo contento, de otra forma no tiene seguridad”.

Cualquier concepto de estabilidad, sea en política, en biología, en sociología o en psicología, se basa en algún tipo de equilibrio, pero la naturaleza de los factores que están en equilibrio puede variar mucho. Sin embargo, cuando se utiliza en política internacional el término “equilibrio de poder” supone que el poder se mide principalmente por los armamentos y el potencial militar.

En sentido dinámico, el término se refiere no a la condición de fuerzas ciegas – como, por ejemplo, el equilibrio de inercia y gravedad que mantiene a los planetas del sistema solar girando en unas relaciones fijas entre ellos – sino a una política activamente perseguida por los gobiernos miembros del sistema político para preservar el equilibrio. El equilibrio de poder no es algo que se produzca de repente, sino algo que se busca y mantiene de forma activa. Así, se dice con frecuencia que las políticas de rearme y de desarme, la anexión o la pérdida de territorios, las alianzas y las contraalianzas, la intervención y la no intervención intentan preservar el equilibrio de poder. Canning afirmó que desarrolló un nuevo orden mundial para restablecer el equilibrio de poder. Varios tratados de los siglos XVIII y XIX declaraban en sus preámbulos que se firmaron para preservar el equilibrio de poder. La ley constitutiva del ejército británico autorizaba a la Corona a reclutar fuerzas para mantener el equilibrio de poder.

Las políticas de equilibrio de poder son, a veces, seguidas por estados individuales; otras veces, por grupos de estados y otras por todos los estados, de acuerdo mutuo o mediante agrupaciones de estados. Se ha afirmado de algunos estados que hacen del equilibrio de poder el fin de su política más que otros estados. En algunos períodos de la historia los estados han sido más influidos por políticas de búsqueda del equilibrio del poder que en otros períodos históricos.

Sin embargo, es importante destacar que cuando el mantenimiento del equilibrio de poder se convierte en la guía para la política de un gobierno, este gobierno está a punto de reconocer que la estabilidad de la comunidad de estados es un interés superior a sus intereses internos. Sin duda reconoce esto

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solo porque cree que la estabilidad es una condición sine qua non de su propia supervivencia. Este reconocimiento es, sin embargo, un ejemplo de egoísmo que se aproxima al altruismo o a la inmersión del yo en un conjunto mayor. En el empleo dinámico del término “equilibrio de poder” hay ya indicios de una situación en la que el derecho, la organización y la opinión pueden llegar a ser más importantes que el poder militar.

El equilibrio de poder en sentido estático, el de la analogía física, únicamente puede aplicarse de forma literal cuando los estados luchan por la propia supervivencia y el engrandecimiento directa e inmediatamente, sin un esfuerzo consciente para mantener el equilibrio de poder. El momento en que un gobierno formula conscientemente sus políticas considerando la estabilidad del conjunto mayor ha dejado de comportarse como “poder” en sentido físico. Mantener el equilibrio de poder es, en palabras de los científicos políticos del siglo XVII, el primer paso para formular el contrato social entre naciones.

Vattel lo consideró así. “Europa forma un sistema político en el que las naciones que habitan en esta parte del mundo están unidas en un cuerpo único por sus relaciones y sus distintos intereses. Ya no es, como en tiempos pasados, un montón confuso de piezas separadas, cada una de las cuales tenía poco interés por la suerte de las demás y rara vez se inquietaba por lo que no le afectaba inmediatamente. La constante atención de los soberanos por todo lo que pasa, la costumbre de los ministros residentes y las continuas negociaciones que tienen lugar hacen de la moderna Europa una especie de república, cuyos miembros – cada uno independiente, pero todos unidos por un interés común – se unen para el mantenimiento del orden y la preservación de la libertad. Esto es lo que ha dado origen al bien conocido principio del equilibrio de poder, por el cual se quiere significar un acuerdo en los temas para que ningún estado esté en una posición que tenga una autoridad absoluta y domine a las otras potencias”.

Cuando se usa el término “equilibrio de poder” el énfasis se pone siempre en el sentido estático del mismo. Los gobiernos insisten en que el estado es independiente, en que actúa solo por el interés propio, y en que el interés propio atañe solo a la supervivencia y al aumento de poder. El equilibrio de poder es una forma de pensamiento que surgió del interés del posrenacimiento en física y astronomía y que puede contrastarse con las formas de pensamiento sobre política que fueron inauguradas más tarde por la jurisprudencia de Bentham, la biología de Darwin y el psicoanálisis de Freud. Aunque la política de equilibrio de poder puede conducir a la conciencia de formar parte de un

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grupo de estados, a la sociedad internacional y al derecho internacional y aunque el equilibrio de poder estable puede haber sido una condición esencial para el derecho internacional durante los siglos pasados, en el futuro, no obstante, una organización internacional efectiva podría resultar ser una condición esencial tanto para el equilibrio de poder estable como para el derecho internacional.

2. LA ESTABILIDAD DEL EQUILIBRIO

Desde el punto de vista del equilibrio de poder, la probabilidad de paz o de guerra en un momento dado depende del grado de estabilidad de este equilibrio. La investigación de las condiciones de este equilibrio depende de ciertas hipótesis relacionadas con los motivos y capacidades de los estados, con la posibilidad de medir su poder y su distancia y con la inteligencia de los hombres de estado.

En primer lugar, la diplomacia del equilibrio de poder supone que todo estado soberano tiende a imponer su voluntad a los otros estados, eligiendo primero al menos capaz de resistir; que todo estado tiende a resistir la imposición de la voluntad de un tercer estado sobre él o sobre cualquier otro estado del sistema; y que se producirá un ataque cuando la presión de la imposición de esa voluntad supere la capacidad de resistir, a menos que otros estados estén deseando, por su propia supervivencia, ayudar a la potencia amenazada para impedir el peligroso engrandecimiento del otro estado.

En segundo lugar, la diplomacia del equilibrio de poder supone que la capacidad de un estado para resistir o para atacar, en cualquier momento y en cualquier punto de su frontera, es función del poder relativo de los dos estados separados por la frontera y del grado de su separación. Esta hipótesis implica una movilidad completa del poder militar de los estados dentro de su territorio, haciendo posible una rápida movilización a cualquier punto de la frontera y el mantenimiento de una constante alerta respecto a los peligros de un ataque.

La tercera hipótesis, muy difícil de reconocer en la práctica, sostiene que el poder de cada estado soberano y el grado de su distancia de cualquier otro estado puede medirse. Aunque en un sentido amplio el “poder político” incluye factores legales, culturales y psicológicos, desde el punto de vista del equilibrio de poder “el poder político” normalmente se ha limitado al poder militar, real y potencial. El poder militar real incluye los armamentos terrestres, navales y aéreos. Esto incluye el personal, el material, la organización y la moral de las

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fuerzas armadas. También incluye los ferrocarriles, los vehículos de motor, los aviones civiles y otros medios de comunicación y de transmisión que, aunque empleados en situaciones normales con fines civiles, están disponibles de forma inmediata para fines militares. El poder militar potencial incluye la población disponible, las materias primas, la capacidad industrial y las fábricas capaces de producir poder militar. La moral de la población civil y la capacidad de conseguir aliados han demostrado con frecuencia ser elementos de poder más importantes que el armamento que se puede fabricar o que el potencial económico, pero son tan difíciles de medir que frecuentemente han sido ignoradas en los cálculos sobre el poder relativo de los estados.

No es menos difícil medir el grado de distancia militar entre dos estados. Este concepto implica estimaciones de la importancia de la distancia en kilómetros, del tipo de barreras geográficas que hay en el espacio entre ambos, como mares, lagos, ríos, desiertos, montañas, y de la longitud de las fronteras que estén en la proximidad o contiguas a ambos países. Con el desarrollo de los medios de transporte marítimo y aéreo, países separados por amplios océanos pueden estar militarmente más próximos que países fronterizos con montañas elevadas en la frontera y, con el desarrollo de los misiles, la separación entre países se ha reducido prácticamente a cero.

Finalmente, se supone que los gobernantes persiguen una política de equilibrio de poder y lo hacen de forma tan inteligente que miden con precisión los factores implicados en el equilibrio de poder y guían su conducta por estos cálculos. Esta hipótesis es especialmente difícil que se convierta en realidad en las democracias porque la opinión pública probablemente estará más interesada en los asuntos internos que en los externos y en estos estará influida por consideraciones de nacionalidad, justicia, o amistades y enemistades tradicionales, que pueden ser inconsistentes con el mantenimiento del equilibrio de poder. Este último exige con frecuencia cambios en las relaciones políticas, gestos amenazadores o, incluso, la guerra, que la opinión pública probablemente mirará como peligrosos.

El análisis de las relaciones entre los factores variables que influyen en el sistema de equilibrio de poder parece justificar las siguientes conclusiones, siempre que todos los estados actúen de acuerdo con los supuestos de este sistema:

Primero, a medida que aumenta el número de estados del sistema, aumentará la estabilidad y disminuirá la probabilidad de guerra. Evidentemente

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una tendencia a restringir las relaciones entre estados sería equivalente a reducir el sistema, en un caso particular, a un número pequeño de estados y, por ello, iría contra la estabilidad. De la misma forma, la agrupación de estados en alianzas permanentes que estén comprometidos a actuar juntos tendería también a reducir el número de entidades independientes en el sistema y también disminuiría la estabilidad. Como consecuencia, en las hipótesis de equilibrio de poder, las políticas de neutralidad estricta y de alianza permanente actúan a favor de la inestabilidad. Con todo el poder concentrado en dos alianzas, la estabilidad se reduce a un mínimo y se puede esperar una guerra a menos que intervengan otros factores diferentes de los supuestos por el sistema de equilibrio de poder.

Segundo, la estabilidad aumentará cuando aumente la paridad en el poder de los estados. Si solo hubiese dos estados, habría una gran inestabilidad salvo si los dos fuesen muy semejantes en poder o sus fronteras estuviesen muy alejadas o fuesen muy difíciles de traspasar. Lo mismo sería cierto si se hubiesen polarizado todos los estados en dos alianzas rivales. Incluso con un elevado número de estados actuando de forma independiente, la igualdad comparada de poder tendería a aumentar la capacidad de cada uno para defenderse y, de esta forma, a aumentar la estabilidad. Con la gran desigualdad en los armamentos que existió en el período de los descubrimientos, cuando solamente las potencias europeas tenían armas de fuego, y en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando solo unos pocos estados tenían armas nucleares, los estados con armamento inferior tendían a perder su independencia por ser conquistados o por establecer alianzas desiguales, y la inestabilidad siguió existiendo por la rivalidad entre el pequeño número de centros de poder que quedaron.

Tercero, la estabilidad será promovida por una separación moderada entre los estados. Si todo estado estuviese separado de los restantes estados por barreras infranqueables, habría una estabilidad completa entre estados pero no existiría un sistema internacional de estados. Los estados no tendrían con los otros estados más relaciones que las que tiene la Tierra con Marte. Si, por otro lado, estados de diferente poder se enfrentasen entre sí en ciertas fronteras, entonces la mayor distancia entre estados actuaría a favor de la inestabilidad porque otros estados serían incapaces de ayudar al estado más débil de forma inmediata si fuese atacado. Sin embargo, si los estados estuviesen tan poco separados que, para su seguridad, tuviesen que confiar principalmente en la ayuda de otros estados, su independencia estaría limitada y no tendría validez el primer supuesto del sistema de equilibrio de poder. Este sistema daría lugar

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bien a un imperio o bien a un sistema de seguridad colectiva. De esta forma, la estabilidad en un sistema de equilibrio de poder se facilitaría por medios artificiales, tales como zonas desmilitarizadas o con fuertes fortificaciones, que incrementan la separación de las fronteras especialmente vulnerables. Si todas las fronteras fuesen vulnerables a un ataque repentino, lo que provoca una ansiedad constante, sería imposible un sistema de equilibrio de poder estable, situación inevitable en la era de los misiles.

Cuarto, la estabilidad se fomentará por la seguridad en relación con los estados que entran en el sistema de equilibrio de poder. Únicamente cuando hay una seguridad de este tipo es posible realizar un cálculo preciso. Si hay una posibilidad de que de vez en cuando intervengan estados exteriores al sistema a favor de un lado o del otro, con motivos diferentes de los supuestos en la política de equilibrio de poder, la situación se volvería inestable. Así, la entrada de países como Francia, España y Austria en el sistema de equilibrio de poder italiano durante el Renacimiento produjo inestabilidad en ese equilibrio. De la misma forma, la entrada de Estados Unidos y Japón en el equilibrio europeo en el siglo XX lo ha hecho menos estable. Sin embargo, a largo plazo, al igual que el aumento del número de estados hace más estable el sistema de equilibrio de poder, la completa incorporación de estados no europeos en el sistema, creando un equilibrio mundial, debería influir en sí y en último término a favor de la estabilidad. Esto no ha sucedido porque han actuado otros factores a favor de la inestabilidad.

3. EL EQUILIBRIO DE PODER EN LA HISTORIA

Aunque han influido otros factores, el concepto de equilibrio de poder proporcionó la explicación más general de las fluctuaciones de paz y guerra en Europa desde la guerra de los Treinta Años hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de las guerras europeas durante este período, incluyendo todas las más importantes, fueron guerras de equilibrio de poder, aunque no comenzasen como tales. Federico el Grande escribió:

La política exterior abarca todo el sistema de Europa, los esfuerzos para consolidar la seguridad del estado y para extender tanto como sea posible, por medios tradicionales y permitidos, el número de sus posesiones, el poder y la consideración del Príncipe... La Europa cristiana es como una república de soberanos que está dividida en dos grandes bandos. Inglaterra y Francia han dado durante un siglo el impulso a todos los movimientos. Cuando un príncipe belicoso desea emprender algo, si ambas potencias están de acuerdo en mantener la paz, le ofrecerán su mediación y le obligarán a aceptarla. Una vez

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establecido, el sistema político impide todos los grandes robos y hace que la guerra sea improductiva, a menos que sea sostenida con grandes recursos y se tenga una suerte extraordinaria.

No solo fue esta concepción aclaratoria, sino que su amplia aceptación por los gobernantes tendió a su realización constante en la práctica. En general, los gobernantes dirigieron la política exterior para conservar o aumentar el poder relativo del estado. Como medio para lo primero todos los gobernantes reconocieron la conveniencia de unir sus fuerzas para impedir el engrandecimiento de otros estados y, como medio para lo segundo, reconocieron la conveniencia de aprovecharse de las luchas entre otros países para engrandecerse ellos. “Frena al más fuerte” y “divide y vencerás” – fueron los dos dogmas incompatibles del juego de la política mundial.

Esto es debido en parte a la contradicción intrínseca de los supuestos del sistema de equilibrio de poder que no proporcionaba una estabilidad permanente. Si los estados hubiesen estado interesados únicamente en su propia conservación y en el mantenimiento de su poder relativo, se podría haber mantenido la estabilidad durante largos períodos, aunque en estas condiciones los cambios generales en tecnologías, ideas, leyes, economías y políticas la habrían hecho saltar finalmente. Sin embargo, cada una de las potencias, especialmente las grandes potencias, estuvieron interesadas no solo en conservar sino también en aumentar su poder relativo; por consiguiente, nunca mantuvieron una lealtad incondicional al principio del equilibrio de poder entre ellas. Cada gobernante consideró el equilibrio de poder bueno para los demás pero no para él. Y trató de salirse del sistema para “mantener el equilibrio” y establecer una hegemonía, o quizá un imperio sobre los restantes. Finalmente la gran potencia se encontró rodeada por otros estados pero no se rindió sin guerra.

Entre los estados europeos, solo Inglaterra fue capaz de “mantener” el equilibrio por mucho tiempo, pero únicamente debido a su relativa invulnerabilidad frente a los ataques y a la memoria permanente de la guerra de los Cien Años. Como su Armada fue suficiente para su defensa, Gran Bretaña no necesitó un gran ejército de tierra que habría amenazado a otros y, debido al fracaso del largo esfuerzo para conquistar Francia, no intentó engrandecerse en el continente. El hecho de que las empresas ultramarinas en comercio y las colonias ofrecieran abundantes oportunidades hizo más fácil para Gran Bretaña seguir una política pacífica en relación con Europa. Durante un período limitado después de la Armada Invencible y en gran medida durante el siglo

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que siguió a Waterloo, Inglaterra dominó el mundo extra-europeo mediante su poder naval y comercial y mantuvo el equilibrio en Europa.

Aunque hubo grandes cambios en las armadas durante el siglo posterior a Trafalgar, todos ellos – navegación a vapor, propulsión por hélice, casco de hierro, coraza, cañones navales rayados – proporcionaron, al principio, un mayor predominio a los británicos, aunque a veces se apoderó el pánico de la opinión pública británica antes de darse cuenta del efecto de estos inventos. Sin embargo, la consecuencia a largo plazo de estos inventos fue debilitar el poder naval que operaba lejos de sus bases. Estos inventos, junto con la relativa disminución del comercio y finanzas británicas, debilitaron el poder británico en ultramar. La invención del avión aumentó considerablemente la vulnerabilidad de las propias islas británicas. Como resultado de ello, Gran Bretaña ya no pudo mantener el equilibrio de poder. En 1903 fue obligada a unirse a una de las grandes alianzas continentales y desde entonces no ha sido capaz de crear en Europa un equilibrio de poder estable del que pudiese quedarse al margen con seguridad.

Sin embargo, el predominio del sistema de equilibrio de poder en la práctica de los gobernantes durante tres siglos no debería oscurecer el hecho de que, a través de la historia mundial, los períodos en los que han predominado las políticas de mantenimiento del equilibrio de poder no han sido la regla. Antes de 1500, el equilibrio de poder apenas existió en ninguna parte como principio consciente de la política internacional e, incluso, apenas puede estudiarse su funcionamiento explícito excepto entre los estados italianos de los dos siglos anteriores, entre los estados helenísticos del Mediterráneo en los tres primeros siglos antes de Cristo, entre las ciudades estado griegas durante los tres siglos anteriores a este período, entre las ciudades estado chinas del período Ch'un-Ch'iou (Ch'uen Tsieu, Primaveras y Otoños, del 700 al 480 antes de Cristo) y quizá en los períodos turbulentos de las civilizaciones de la India, Babilonia y Egipto.

En los largos períodos del Imperio romano y de la iglesia medieval, otros factores distintos del equilibrio de poder tuvieron mayor importancia para controlar la actuación de los gobernantes y para dar forma política a la civilización. Incluso en el siglo XIX y a comienzos del siglo XX, aunque la política de equilibrio de poder fuese indudablemente importante, muchos historiadores consideran que otros factores, ideológicos y económicos, asumieron una importancia mayor.

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Con la aparición de los explosivos nucleares y de los misiles intercontinentales, la situación del sistema de equilibrio de poder tendió a la bipolaridad debido a la gran disparidad en poder entre los estados nucleares y los no nucleares y a la completa vulnerabilidad de todos los estados a los ataques con misiles. Esta condición de inestabilidad desarrolló una “guerra fría”, que no terminó finalmente en una guerra caliente porque todas las potencias nucleares reconocieron que la iniciación de una guerra nuclear sería suicida y que una guerra convencional entre ellas probablemente se intensificaría. No obstante, la “guerra fría” se prolongó porque cada bando pensó que las amenazas de un ataque nuclear era un instrumento útil de la política. El equilibrio de terror, propenso a accidentes, ataques anticipatorios, decisiones irracionales o intensificación de luchas civiles o de hostilidades fronterizas, no ha conducido a la estabilidad; por consiguiente, los estados han buscado cada vez más el desarme y la estabilidad por otros medios diferentes del equilibrio de poder militar.

Teniendo en cuenta lo anterior, es posible resumir las razones del colapso de los sistemas de equilibrio de poder y su sustitución por períodos más o menos largos de guerra, de desorden o de dominio por un imperio. El colapso puede producirse debido a hechos imprevisibles, como la aparición de un genio conquistador que establece un imperio tiránico; la invención de una nueva arma o de una nueva formación militar que facilite la agresión; la aparición de una nueva religión o ideología que despierte un entusiasmo popular que conduzca a una lucha civil y a una cruzada internacional; o la intervención de estados poderosos de la periferia del sistema de equilibrio de poder.

En un sistema de equilibrio de poder también existen tendencias intrínsecas que finalmente lo destruyen. Hay tendencias a la reducción del número de estados incluidos en el sistema debido a una unión voluntaria o por la conquista de los estados más pequeños; a la polarización del equilibrio de poder alrededor de los dos estados más poderosos; al desarrollo de la democracia y del constitucionalismo en algunos estados; y a una debilidad general de la confianza en las políticas de equilibrio de poder como un medio de seguridad.

Un sistema de equilibrio de poder estable, a través de la estimulación del comercio internacional, de las comunicaciones y de la difusión cultural, desarrolla condiciones favorables al constitucionalismo, a la democracia, al derecho internacional y a la organización internacional, que tienden a unificar la civilización y a crear una preferencia por el bienestar sobre el poder,

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debilitando con ello la disposición de los gobiernos a prestar la atención principal al poder.

Sin embargo, estas actitudes pueden no ser universales. Su predominio ofrece una oportunidad a los pocos que prefieren el poder al bienestar, la aventura a la seguridad. El derecho, sin una fuerza efectiva, no puede frenar a esa minoría. Los estados que se basan en una legislación que ha dejado de ser apoyada por un sistema efectivo de equilibrio de poder pero que aún no están apoyados por un poder colectivo organizado pueden ser destruidos mediante su conquista. Como los esfuerzos para federar los estados de una civilización han fracasado normalmente, a los períodos de equilibrio de poder les ha seguido normalmente un imperio universal o la anarquía.

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CAPÍTULO VII

POLÍTICAS Y PODER

El supuesto básico de un sistema de equilibrio de poder es que el mantenimiento de la posición del poder relativo del estado y, si es posible, la mejora de dicha posición constituyen los intereses más importantes del estado, a los que están subordinados los intereses en el bienestar económico y en el progreso cultural de su población. Los intereses de un estado están determinados por los de los políticamente influyentes. Por consiguiente, este supuesto está justificado únicamente si la opinión del público políticamente importante exige, de forma general, en primer lugar seguridad; en segundo lugar engrandecimiento, y, en menor medida, otras ventajas económicas y culturales; si se hubiesen desarrollado tradiciones nacionales de la experiencia de los Ministerios de Asuntos Exteriores en satisfacer estas importantes necesidades en función de las peculiares condiciones geográficas, culturales, económicas y políticas del estado; y si únicamente se respetase el derecho en la medida en que sirve a estos importantes intereses. Estas condiciones han sido llevadas a cabo de forma general por las grandes potencias con el resultado de que la política de equilibrio de poder ha dominado las relaciones internacionales en la historia moderna.

Si los estados van a desarrollar políticas de equilibrio de poder, los gobernantes deben tener presente los indicios de desequilibrio del mismo y los procedimientos para restaurar el equilibrio. Indicios de desequilibrio se han encontrado, por un lado, en los movimientos de los índices de poder político y, por otro, en las manifestaciones de intenciones agresivas. Estas últimas incluyen las declaraciones políticas que tratan de expandir y aumentar los armamentos y los actos de los poderes legislativo y ejecutivo anexionando territorios, estableciendo alianzas, ampliando programas militares, lanzando amenazas o ultimátum, e iniciando hostilidades.

En diferentes períodos históricos se han considerado significativos diferentes índices de poder. En los siglos XVII y XVIII el índice de poder principal fue el cambio territorial en Europa. La población era principalmente campesina y analfabeta. Cualquier territorio europeo ocupado por un estado suponía un aumento aproximadamente similar de reclutas y de impuestos por superficie. Se consideraba que el equilibrio se vería afectado desfavorablemente por cada adquisición territorial en proporción a su

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extensión, con los correspondientes ajustes por las grandes diferencias en densidad de población. Fue difícil estimar el valor, en términos de poder, de las adquisiciones coloniales ultramarinas y estas adquisiciones, de forma sorprendente, apenas entraron en los cálculos para el equilibrio de poder.

La observación de J. R. Seely de que “nosotros (los británicos) parece como si hubiésemos conquistado y poblado la mitad del mundo en un momento de distracción” sugiere que el resto del mundo estaba incluso más despreocupado sobre el valor de las colonias. Seely, que miró las colonias como un factor importante en el sistema de equilibrio de poder, estaba preocupado por demostrar que su valor no fue completamente ignorado en el siglo XVIII. Los economistas mercantilistas normalmente consideraron las colonias como un añadido al poder del estado, pero esta visión no fue aceptada universalmente. Adam Smith, los economistas liberales y especialmente la escuela de Manchester consideraron las colonias como una desventaja política.

Sin embargo, con el ascenso de la industrialización y del nacionalismo, los recursos económicos, las plantas industriales y los armamentos manufacturados adquirieron un valor mayor. Después de que la población, primero de Europa Occidental y luego de Europa Oriental y, finalmente, de Asia y África, se contagió con el virus del nacionalismo, la adquisición de un territorio con una minoría de población considerable podía debilitar más que reforzar al estado. De esta forma, en la última parte del siglo XIX las adquisiciones territoriales se convirtieron en un índice menos importante para medir las perturbaciones en el equilibrio de poder. En su lugar, los presupuestos para armamento, los cambios en la legislación militar y naval, las acumulaciones de medios militares y navales, y el tamaño de los ejércitos permanentes y de las reservas adiestradas tendieron a ser la medida del poder de un país. El desarrollo de un nuevo invento militar, la propuesta de un presupuesto militar y naval mayor o una ley de reorganización militar en una de las grandes potencias provocarían normalmente una conmoción en todas las demás. En el período entre 1870 y la Primera Guerra Mundial la alta política consistió principalmente en la reacción de las grandes potencias europeas a hechos de estos tipos. El equilibrio de poder se mantuvo con crecientes dificultades. Durante la era de expansión colonial después de 1880 surgieron disputas, se acumularon armamentos militares y navales en cada país en respuesta a aumentos de los mismos en los demás países, y las naciones se organizaron en dos grandes alianzas rivales.

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El procedimiento seguido para corregir las desviaciones en el equilibrio de poder ha estado relacionado normalmente con los fenómenos que han provocado la perturbación. La respuesta de otros países a los programas de aumento de armamento ha sido, normalmente, aumentar sus programas de armamento. La respuesta a una alianza ha sido una alianza de signo contrario. Ante el engrandecimiento territorial la respuesta ha sido, unas veces, una guerra preventiva para obligar a la renuncia al territorio anexionado; otras veces, un acuerdo sobre anexiones que sirviese como compensación. Ante la agresión, la respuesta ha sido la resistencia de la víctima y la ayuda, la neutralidad benévola o la intervención colectiva de otros países. A veces, sin embargo, se han intentado diseñar acuerdos internacionales para lograr una estabilización general del equilibrio, como garantías de la integridad territorial y la independencia de ciertos estados, limitaciones de los armamentos, compromisos a mantener consultas y conferencias periódicas y a sistemas de seguridad colectiva para asegurar procedimientos pacíficos para el acuerdo y el cambio.

En la modificación o en el restablecimiento del equilibrio de poder ¿cuál ha sido la influencia : (1) de cambios territoriales, (2) de alianzas y garantías, (3) de la neutralidad y la localización de la guerra, y (4) del rearme y el desarme?

1. CAMBIOS TERRITORIALES

Los cambios en el mapa político han estado perturbando siempre el equilibrio de poder. Estos cambios y las exigencias para hacerlos han sido el principal problema al que se ha enfrentado la política de equilibrio de poder durante los últimos cuatro siglos. El problema se ha presentado también en el reparto de América durante los siglos XVI, XVII y XVIII; en el reparto de África y de las islas del Pacífico en el siglo XIX; en la influencia de los territorios del Oeste en la rivalidad entre los estados del Norte y los del Sur antes de la guerra de Secesión estadounidense y en la preocupación general de los estados hispanoamericanos sobre las luchas relacionadas con los límites indeterminados entre estados en Tacna y Arica [entre Chile y Perú], en el Gran Chaco [Paraguay y Bolivia], en Leticia [Colombia y Perú] y en otras zonas.

Debido a que normalmente se piensa que la adquisición de un territorio aumenta la posición del estado que la realiza en el sistema de equilibrio de poder, muy pocas veces los estados ceden un territorio de forma voluntaria. Cualquiera que sea la aparente justicia de las peticiones para el cambio, basadas en circunstancias económicas, raciales, culturales, lingüísticas,

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geográficas o cualesquiera otras, los gobernantes normalmente sostienen que mantener la integridad del estado es una obligación superior a hacer justicia a los demás estados. Por ello, los gobiernos son reacios a ceder, incluso en asuntos aparentemente pequeños, especialmente cuando se involucra un territorio.

Los esfuerzos para obligar a un estado agresor, que ha conquistado un territorio, a renunciar a sus ganancias, como en el caso de la reclamación de Luis XIV a la sucesión a la corona española, o a proporcionar un territorio para compensar por ello al principal rival del estado en el sistema de equilibrio de poder, como en la disolución gradual del Imperio otomano durante el siglo XIX, han implicado normalmente hostilidades. La renuncia rusa a sus conquistas de territorios turcos en la Conferencia General de Berlín en 1878, el reparto de África a finales del siglo XIX y el reparto de Polonia a finales del siglo XVIII fueron nominalmente pacíficos.

Es de esperar que el territorio continuará siendo un importante índice de poder y que el equilibrio de poder continuará siendo perturbado por reclamaciones de cambios territoriales. Puesto que no hay un principio único, sea “nacionalidad”, “necesidades económicas” o “fronteras naturales”, cuya aplicación pueda satisfacer completamente el sentimiento de justicia en todas las discusiones sobre territorios; puesto que las reclamaciones históricas latentes durante mucho tiempo pueden volver a tener rápidamente gran importancia si las condiciones políticas parecen favorables y puesto que las nuevas condiciones precipitan nuevas exigencias, es improbable que el problema de la distribución justa de territorios se pueda resolver alguna vez de forma permanente o se pueda asegurar en el futuro una solución pacífica en un sistema de equilibrio de poder.

2. ALIANZAS Y GARANTÍAS

Las alianzas y las coaliciones regionales entre los países débiles para defenderse de los fuertes han sido el método típico para mantener el equilibrio de poder. Una combinación de este tipo puede tomar la forma de (a) una alianza ad hoc para enfrentarse a una crisis concreta o para luchar en una guerra determinada; (b) una garantía permanente a un estado o territorio determinado que goza de una posición estratégica, a menudo como un estado tampón entre dos potencias; (c) un bloque, coalición, confederación o federación regional permanente que coordina la política exterior de varios estados; o (d) un sistema general de seguridad colectiva.

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SEGUNDA PARTE 173 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

a) Alianzas.-

El primero de estos sistemas, la alianza ad hoc, es probablemente el más favorable para el mantenimiento de un sistema de equilibrio de poder. Las alianzas de este tipo no reducen el número de estados independientes que participan en el sistema pero dejan a cada estado libertad para sumar, en cualquier momento, su potencia contra el estado que amenaza destruir el equilibrio. En la historia europea moderna las alianzas han sido empleadas de forma general. Las alianzas se han establecido por dos o tres años o por la duración de una guerra y, cuando lo han sido por una duración temporal mayor, no han sido, con frecuencia, respetadas. De hecho, la conveniencia, de acuerdo con la política del equilibrio de poder, ha valido más que el respeto a las obligaciones de la alianza.

Las alianzas y confederaciones que se han formado con la intención de ser permanentes raras veces han sido fiables, a menos que se hayan transformado en una federación, transfiriendo gran parte de la soberanía legal y de la dirección de la política exterior a órganos centrales. Un desarrollo de este tipo pocas veces ha sido posible, salvo que factores geográficos y culturales hayan contribuido a unir el grupo. Las alianzas puramente defensivas se han dividido cuando el estado contra el que se habían formado ha dejado de ser una amenaza. Por el contrario, las alianzas han sido utilizadas normalmente por una de las partes como una oportunidad para realizar una agresión contra un estado externo y han conducido a la guerra. Incluso si las alianzas no se utilizaron de esta forma, han tendido a una polarización del sistema de equilibrio de poder, y esto ha terminado normalmente en una guerra general.

Por lo tanto, parece que un sistema de equilibrio de poder es más estable si se evitan alianzas permanentes; si todos los estados son libres para definir sus acciones hasta que surja realmente una crisis y si en una crisis los estados no amenazados directamente por la agresión tratan de deshacer combinaciones peligrosas en lugar de establecer alianzas opuestas. Sin embargo, estas normas son difíciles de llevarse a la práctica. El gobierno británico, teniendo en cuenta la experiencia de las alianzas previas a la Primera Guerra Mundial, trató de aplicar esta idea a la crisis provocada por la ocupación de Renania por Hitler en 1936. Trató de romper el Eje satisfaciendo a Mussolini a expensas de Etiopía y España. Pero como las amenazas y las gestiones basadas en las amenazas tuvieron éxito, los socios en la agresión no tuvieron interés en separarse. Se mantuvo temporalmente la paz, pero se destruyó la confianza en la Sociedad de Naciones y la política de apaciguamiento había fomentado

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nuevas exigencias. Se volvió a intentar, una vez más, una política de apaciguamiento, esta vez en beneficio de Hitler a expensas de Checoslovaquia. Y otra vez fracasó, y en 1939 Gran Bretaña volvió a la política de alianzas opuestas y pronto comenzó una guerra general.

Esta experiencia sugiere que es probable que los estados satisfechos con el statu quo, al aplicar políticas de equilibrio de poder, tengan que hacer frente a la alternativa entre apaciguar o amenazar a los estados insatisfechos. La política de apaciguamiento fomentará la agresión hasta que alcance un punto en que amenace la independencia de todos los estados, pero las amenazas contra los insatisfechos puede unirlos y no dejar otra alternativa salvo alianzas opuestas y el aumento de la tendencia a la polarización del sistema de equilibrio de poder. Cualquiera de las dos alternativas conducirá a una guerra general, que pondrá en peligro la seguridad de todos. De esta forma, en las condiciones modernas, las políticas de equilibrio de poder frustran sus propios fines. Actúan no solo contra la paz sino también contra la seguridad de los estados.

b) Garantías.-

Dar garantías para mantener el statu quo en áreas tampón han sido comunes y se han concebido para estabilizar el equilibrio de poder al aumentar la separación de los estados dominantes de sus vecinos. Son ejemplos representativos los casos de Suiza (1815), Bélgica (1839), Luxemburgo (1867), las islas Åland (1921) y las islas del Pacífico según el Tratado de Washington (1922). El peligro de tales garantías reside en la incertidumbre de su cumplimiento. A menudo los estados garantes son los únicos estados que probablemente serían los que violarían el territorio garantizado y cuando un estado garante se convierte en agresor, probablemente los otros estados actuarán de acuerdo con los dictados de la política de equilibrio de poder del momento más que observando las obligaciones de la garantía. De hecho, es legalmente dudoso precisar cuál es la responsabilidad de los estados garantes si uno de ellos infringe su compromiso. Así se han renovado frecuentemente de forma expresa garantías de este tipo cuando surgen crisis y en las condiciones de la política de equilibrio de poder esas renovaciones parecen convenientes.

c) Acuerdos regionales.-

Ligas, confederaciones y “principios regionales como la doctrina Monroe” contemplan la seguridad colectiva en áreas limitadas. Estos acuerdos han sido

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normalmente acuerdos inestables, en los que sus miembros, debido a una emergencia de carácter defensivo o debido a lazos geográficos, históricos o culturales, han aceptado el liderazgo de uno de ellos o han unido sus políticas mediante acuerdos, con reserva completa de su soberanía. A menudo han tendido a una unión imperial o federal más estrecha o se han disuelto por discrepancias internas.

Los acuerdos regionales han unido unas veces a estados potencialmente hostiles en un acuerdo regional común, como en Locarno; otras veces han consolidado un grupo geográfico, como los países americanos, mediante la aceptación de políticas comunes hacia el mundo exterior; unas veces han unido a estados en defensa contra un peligro concreto, como en el caso de la Pequeña Entente contra Hungría, de la Liga Árabe contra Israel y de la OTAN y del Pacto de Varsovia cada uno contra el otro. Acuerdos de esta clase han tenido a veces como resultado una federación en la que la dirección de las relaciones exteriores se ha otorgado a un organismo único. A menudo, como fue el caso de la Pequeña Entente y de los estados escandinavos y bálticos, el espíritu de la independencia nacional ha retardado tanto la unión que sus diferentes miembros pudieron ser invadidos de uno en uno. Una vez más, como en los casos de Locarno y del Tratado de las Nueve Potencias, los estados miembro han fracasado en hacer frente a sus responsabilidades en un caso de emergencia y el acuerdo se ha vuelto obsoleto. Finalmente, como en el caso de la Confederación Germánica de 1815, las discrepancias internas han tenido como resultado su disolución formal. Los acuerdos regionales establecidos desde la Segunda Guerra Mundial, aunque tolerados por la Carta de Naciones Unidas como organizaciones de defensa colectiva, han tendido a polarizar el poder y a debilitar la seguridad colectiva proporcionada a través de las Naciones Unidas.

d) Seguridad colectiva.-

Alianzas universales o sistemas de seguridad colectiva fueron contemplados vagamente en la diplomacia de Wolsey y de Enrique IV de Francia; se iniciaron de forma vacilante en los tratados de Westfalia y Utrecht; se probaron de forma real en la “confederación europea” postnapoleónica, el “concierto europeo” del siglo XIX y la “confederación de las Conferencias de La Haya”, y se dotaron de instituciones permanentes en la Sociedad de Naciones y en las Naciones Unidas. En el pasado han sido dependientes de un equilibrio de poder estable. Ninguna de ellas tuvo éxito en subordinar el equilibrio de poder a sus postulados jurídicos e ideológicos. Por consiguiente, no fueron capaces de sobrevivir a los cambios importantes del equilibrio de poder.

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Las relaciones entre el sistema de equilibrio de poder y la seguridad colectiva han sido al mismo tiempo complementarias y antagónicas. Han sido complementarias puesto que ambos reconocían la estabilidad de la comunidad internacional como un interés importante de cada nación, ya que la seguridad colectiva ha sido capaz de desarrollarse solo durante períodos de equilibrio de poder estable y puesto que un equilibrio de poder estable no ha sido capaz de existir sin, al menos, una pequeña organización internacional. Han sido antagónicas puesto que las políticas necesarias para restablecer el equilibrio de poder cuando estaba seriamente amenazado han sido a menudo inconsistentes con las obligaciones de la seguridad colectiva.

Los supuestos fundamentales de los dos sistemas son diferentes. El sistema de equilibrio de poder depende de las políticas nacionales de aliarse contra la potencia dominante, mientras que la seguridad colectiva depende de una obligación internacional para colaborar contra cualquier agresor. Un gobierno no puede actuar al mismo tiempo de acuerdo con los supuestos maquiavélicos del sistema de equilibrio de poder y los wilsonianos de una organización internacional. Durante la era moderna, aunque en general ha predominado el sistema de equilibrio de poder, ha habido períodos, de duración creciente, particularmente durante los siglos XIX y XX, en los que se ha modificado este sistema por el funcionamiento de la seguridad colectiva dirigida por una organización internacional.

3. NEUTRALIDAD

La idea de neutralidad se ha demostrado (a) en políticas ad hoc de no participación en guerras; (b) en la neutralidad garantizada de estados o áreas; (c) en reglas o principios generales tendentes a la restricción de la guerra; (d) en organizaciones colectivas para obligar al cumplimiento de los derechos de los neutrales y a impedir que las guerras se extiendan, y (e) en políticas permanentes de abstención de participar en alianzas.

a) La Política de Neutralidad.-

Resaltada por Estados Unidos y en menor grado por Gran Bretaña entre las grandes potencias, pero característica también de muchas potencias menores, especialmente Suiza, Holanda y los países escandinavos en Europa, no ha sido siempre hostil al equilibrio de poder. La neutralidad es, de hecho, la política que han tratado de conseguir en el sistema de equilibrio de poder todos los estados, particularmente aquellos con intereses comerciales marítimos. Ser

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capaz de permanecer neutral es sostener el equilibrio de poder. Tome la forma característica estadounidense de sacar partido de las guerras de otros estados, la británica de dividir (el continente europeo) y de gobernar (en otras partes) o la forma característica de paz a casi cualquier precio de los países escandinavos, la neutralidad ha asumido el sistema de equilibrio de poder y los países neutrales han moldeado su política consecuentemente.

Los pequeños estados neutrales normalmente tratan de mantenerse al margen de las guerras, pero su habilidad para hacerlo depende de los intereses de los beligerantes. Las grandes potencias dudan entre permanecer neutrales o entrar en la guerra en un lado o en el otro.

Cualquiera de estas políticas puede promover el equilibrio de poder, incluso la política de subirse al carro del ganador, en caso de que el estado más fuerte en una guerra dada sea un estado relativamente débil cuyo fortalecimiento sea necesario para contener a un vecino más fuerte. Sin embargo, cuando se han implicado las grandes potencias, se ha considerado generalmente que una política de posición de debilidad se adapta a la política de equilibrio de poder y ha sido seguida, de forma general, por las grandes potencias no comprometidas. La política excluyente exigida por la Sociedad de Naciones y más tarde por Naciones Unidas, salvo que se hiciese una excepción, normalmente tendría un resultado similar, en el supuesto de que el estado más débil pocas veces habría iniciado un ataque ilegal a un vecino poderoso. Las naciones han supuesto normalmente que el débil tiene la justicia de su lado. Sin embargo, en principio hay una gran diferencia entre estas políticas. La política de debilidad tiende a la perpetuación del sistema de equilibrio de poder, la política de exclusión tiende a la seguridad colectiva, la política de subirse al carro del ganador tiende a la absorción de todos los países en un imperio universal y la política aislacionista puede fomentar la agresión.

Por su posición geográfica, Estados Unidos y los países hispanoamericanos han sido particularmente propensos a convertir las políticas de neutralidad en un paradigma de aislamiento. Sin embargo, en el caso de Estados Unidos, en particular desde que se convirtió en una gran potencia, el aislamiento como consecuencia de la neutralidad se ha proclamado más de lo que realmente se ha practicado. De hecho, Estados Unidos ha manifestado interés en el desarrollo de los acontecimientos mundiales y ha participado normalmente en las guerras europeas cuando las consideraciones de la política de equilibrio de poder exigían esa acción, aunque normalmente sin una conciencia completa de las razones para esa acción. El descontento popular con la pasividad frente a

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humillaciones y a la propaganda beligerante ha sido un factor en el crecimiento de los sentimientos de inclinación a la guerra, que se ha sumado a la preocupación sobre las perturbaciones del equilibrio del poder y a las quejas legales, que tendían a arrastrar a Estados Unidos a participar en las guerras europeas generales. Su posición de creciente poder y sus crecientes compromisos en la política mundial condujeron a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial a abandonar su tradicional política de neutralidad.

b) La neutralidad garantizada.-

Ha acompañado a menudo a la garantía de un statu quo territorial y, como en el caso anterior, puede crear estados o áreas neutrales estabilizando el equilibrio de poder. Sin embargo, acuerdos de este tipo han sido inestables, salvo cuando los estados garantizados estaban preparados adecuadamente para defender sus fronteras y salvo cuando los estados garantes renovaban su promesa en cada crisis.

c) Estatuto de Neutralidad.-

Las normas generales del derecho internacional que establecen la neutralidad como un estatuto que prescribe derechos y obligaciones han sido una fase en la transición del sistema de equilibrio de poder a una organización internacional en la civilización moderna. Este desarrollo tiende a la neutralidad colectiva y a la organización internacional. De forma inmediata, puede hacer menos estable el sistema de equilibrio de poder al fomentar la agresión. Si se puede prever que una guerra permanecerá limitada, los estados poderosos no dudarían, guiados por los principios del sistema de equilibrio de poder, en atacar a sus vecinos más pequeños. Los estados pequeños han seguido existiendo solo debido a la esperanza de que si fuesen atacados serían ayudados, según el principio de equilibrio de poder, por vecinos más poderosos. En tanto que el derecho internacional, al formalizar la neutralidad, ha creado una expectativa contra ese tipo de ayuda, el sistema de equilibrio del poder se ha vuelto menos estable.

De hecho, la institución legal de neutralidad no ha tenido mucha influencia sobre el funcionamiento del sistema de equilibrio de poder entre los grandes estados europeos. Todos han participado normalmente en guerras en las que al menos una gran potencia participó en cada uno de los bandos y que por tanto amenazaban al sistema de equilibrio de poder, si la guerra duraba al menos dos años. El estatuto de neutralidad puede haber ayudado a los estados más

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pequeños, que han sido los beneficiarios más que los actores en el equilibrio de poder, para mantenerse al margen de la guerra. Las normas de neutralidad pueden aumentar la seguridad de los beligerantes poderosos, que perderían más de lo que ganarían al invadir a un neutral. Por otro lado, a veces pueden haber llevado a los neutrales a un falso sentido de seguridad, conduciéndoles a descuidar sus defensas más importantes. Puesto que los estados más pequeños, en cualquier caso, podían contribuir con fuerzas militares pequeñas más allá de lo necesario para su propia defensa, su abstención de participar en guerras no ha afectado mucho a la estabilidad del equilibrio de poder y su neutralidad ha hecho posible a veces que contribuyesen a la paz mediando entre los beligerantes.

El estatuto de neutralidad alcanzó su clímax en el siglo XIX con el apoyo especial de Gran Bretaña y de Estados Unidos, que, por su invulnerabilidad geográfica, fueron indiferentes a la comunidad mundial y, por sus intereses comerciales y navieros, favorecieron la limitación de las guerras y la libertad de los mares. Sus raíces se encontrarían, sin embargo, en los escritos de los publicistas del siglo XVIII y en prácticas que se remontan a la Baja Edad Media; y sus reglas fueron codificadas en convenciones generales en el siglo XIX y comienzos del XX. La experiencia de la Primera Guerra Mundial y el desarrollo de la organización mundial tendieron a socavar estas reglas en los años 1920. En los años treinta, los intereses de los estados dinámicos agresores, los intereses de Estados Unidos, comprometido en su política de aislamiento, y los fracasos de la seguridad colectiva tendieron a revivir temporalmente la idea de la neutralidad.

En Estados Unidos surgió un movimiento para hacer de la neutralidad una política de aislamiento más positiva al apartarse de la doctrina anterior de libertad de los mares. Esto siguió a los fracasados intentos de poner en práctica el Pacto de París y de ayudar a las sanciones de la Sociedad de Naciones realizando embargos discriminatorios contra los países agresores. Las leyes de 1935 y 1936, inspiradas por una investigación realizada sobre la influencia en la guerra de los traficantes de armas y de los financieros, embargaron la exportación de armas, municiones y equipos de guerra y prohibieron la extensión de préstamos y créditos a todos los beligerantes.

En 1937 se adoptó la política de permitir el comercio a los beligerantes que pagasen al contado sus compras y, cuando comenzó la guerra en Europa en 1939, se revocó el embargo de armas. Esto constituyó una evidente discriminación a favor de las potencias que dominaban los mares y se

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manifestó una discriminación posterior favorable a Gran Bretaña en la aprobación de la Ley de Préstamo y Arriendo en marzo de 1941, basada en la teoría de que Alemania comenzó las hostilidades violando el Pacto de París y por ello no tenía derecho a los beneficios de la neutralidad. De esta forma, se unió la neutralidad a la seguridad colectiva.

A pesar del desarrollo del estatuto legal de neutralidad durante el siglo XIX, la política de los estados no beligerantes estaba determinada menos por las normas del derecho internacional que por la conveniencia y la opinión pública. En las grandes potencias la opinión pública, influida por la propaganda interesada, las preferencias sentimentales, las ideas jurídicas y las consideraciones del sistema de equilibrio de poder, generalmente llegó a tomar partido de forma rápida y proporcionó toda la ayuda, excepto entrar en guerra, al beligerante favorecido, a menudo participando en la propia guerra.

d) Neutralidad colectiva.-

Fue contemplada en las neutralidades armadas de 1780 y 1800, en varias propuestas para una liga de neutrales durante la Primera Guerra Mundial, en las cláusulas del tratado contra la guerra de Argentina y en las propuestas que surgieron en las conferencias de las potencias americanas y de las potencias de Oslo desde 1936. Este sistema podía tender a una organización internacional. Los neutrales están destinados a ser afectados desfavorablemente por la guerra, así que una liga de neutrales tendería a ser una liga contra la guerra, aunque su objetivo inmediato podría ser asegurar los beneficios mientras evitan los riesgos del comercio neutral con los beligerantes, mantienen alejadas las hostilidades de regiones específicas o impiden o frustran las agresiones. Sin embargo, si una liga se limita a los países neutrales, puede no tener influencia para evitar las hostilidades y su influencia para detenerlas es limitada. Si solo está dirigida a la protección de los derechos comerciales de los neutrales, es probable que una liga de este tipo no sea efectiva a menos que los neutrales estén preparados para entrar en la guerra para defender sus derechos. Si está dirigida a mantener la guerra alejada de una región, su efectividad dependerá de la situación geográfica así como de la voluntad de los neutrales para usar la fuerza.

La solidaridad manifestada por los países americanos en las reuniones celebradas en Panamá, La Habana y Río de Janeiro desde 1939 a 1942 fue notable. Parece probable que si hay suficiente solidaridad entre los neutrales para crear una liga, difícilmente permanecerán en esta fase no efectiva sino que

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tenderán a una sociedad de naciones, no solo para limitar sino para evitar la guerra. Los estados americanos hicieron eso. Una vez que entraron en la guerra, desarrollaron la Organización de Estados Americanos como un acuerdo regional dentro de Naciones Unidas.

Los países neutrales de Europa del Norte trataron de desarrollar un compromiso entre la seguridad colectiva y la neutralidad colectiva tras el fracaso de las sanciones en el caso de Etiopía. Esta “neoneutralidad” propuso abandonar la imparcialidad y la pasividad como la esencia de la neutralidad y resaltar la determinación para permanecer al margen de la “psicosis colectiva” de la guerra. Como medio para este fin, la neutralidad iba a exigir esfuerzos activos contra la guerra, incluyendo, quizá, embargos comerciales contra uno o ambos beligerantes. Se iba a evitar señalar a un país como el agresor ya que probablemente exacerbaría las hostilidades, aunque se sugirió una discriminación contra el beligerante que de forma no razonable continuase la guerra. La diferencia entre “neoneutralidad” y seguridad colectiva parecía ser, en gran medida, terminológica; pero el retorno de las potencias de Oslo a la terminología de neutralidad debilitó la seguridad colectiva y ninguna definición de neutralidad las salvó de la invasión en 1940.

e) No alineamiento.-

Un concepto similar a “neoneutralidad” fue la política adoptada por la India y seguida después de la Segunda Guerra Mundial por muchos estados asiáticos y africanos, conocidos como los estados no alineados porque no pertenecían ni al bloque comunista ni al occidental, dirigidos respectivamente por la Unión Soviética y Estados Unidos. Difiere de otras formas de neutralidad en que se refiere a la política en tiempo de paz más que a la política en tiempo de guerra. Tiene como objetivo evitar guerras rehusando participar en grandes alianzas para permanecer imparciales y estar en posición de mediar entre ellas. Sin embargo, los estados no alineados son miembros de Naciones Unidas y están preparados para cumplir las obligaciones de la Carta de Naciones Unidas para cooperar contra cualquier estado que sea definido como agresor.

La posición de los no alineados no está definida por el derecho internacional, como lo está la de neutralización o neutralidad en tiempo de guerra, pero es una posición política similar a las políticas de George Washington y de Thomas Jefferson de evitar las “alianzas permanentes”. Difiere de ellas, sin embargo, al mirar no hacia el aislamiento de la política

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mundial o “neutralismo” sino a la participación activa para la paz a través de Naciones Unidas.

4. ARMAMENTO Y DESARME

En el siglo XIX, con la industrialización y la capitalización de la guerra, los armamentos se convirtieron en la medida normal del poder del estado. Por consiguiente, el rearme y el desarme asumieron un papel de gran importancia en el sistema de equilibrio de poder. Normalmente, los aumentos de armamento en un estado han estado motivados, principalmente, por la ansiedad provocada en los países por los aumentos reales o potenciales de armamento o por la manifestación de políticas agresivas en los estados vecinos. De esta forma el equilibrio de poder, influido siempre por la tecnología de la guerra, ha llegado a depender especialmente de ella en el siglo XIX.

a) La influencia de los inventos militares.-

La historia del arte de la guerra ha estado dominada por el esfuerzo de los estrategas para diseñar nuevas armas, nuevas tácticas y nuevas organizaciones con las cuales obtener una rápida victoria. A este esfuerzo se opone la tendencia de la guerra a alcanzar un punto muerto en el que la victoria solo puede alcanzarse al cabo de años de desgaste mutuo, tan costosos al vencedor que la guerra deja de ser un instrumento eficiente de la política. Ha habido una carrera continua entre las mejoras de las armas ofensivas y las defensivas, las formaciones y las combinaciones tácticas. En un nivel táctico la calidad ofensiva o defensiva de una unidad se puede estimar considerando su utilidad en un ataque a una unidad enemiga similar o en un ataque a algún otro objetivo enemigo concreto, como un territorio, el comercio o la moral.

El poder ofensivo de los buques de superficie contra otros buques similares ha aumentado en la era moderna. El alcance y la capacidad de perforación de la artillería naval y de los torpedos han aumentado más rápidamente que la capacidad de resistencia de la coraza de los barcos; hasta la fecha una batalla naval tiene como resultado normalmente la eliminación de la fuerza inferior. El empleo de submarinos y de aviones en acciones navales ha aumentado aún más el poder de la ofensiva táctica.

Sin embargo, el objetivo principal de la guerra naval es el control del comercio. La ofensiva contra la flota enemiga tiene la finalidad de defender nuestro comercio y hacer vulnerable el suyo. En relación con la guerra contra

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el comercio probablemente también ha triunfado la ofensiva táctica. Antes del siglo XIX un buque mercante armado tenía una gran probabilidad de escapar o de defenderse con éxito de un corsario o de una fragata enemigos. Sin embargo, la resistencia de un buque mercante frente a un crucero se volvió imposible en la última parte del siglo XIX. El estado con una fuerza de superficie superior podría destruir convoyes y controlar todo el comercio marítimo del enemigo.

La utilización de submarinos, minas y aviones en la guerra contra el comercio ha aumentado aún más el poder ofensivo táctico contra el comercio. Incluso un estado con una fuerza de superficie inferior puede destruir mucho comercio en las aguas cercanas a sus bases. Comparados con la época napoleónica, los riesgos para el comercio marítimo de los beligerantes y de los neutrales han llegado a ser mucho mayores. El país beligerante con menos buques de superficie puede ser bloqueado completamente, pero incluso el beligerante con una fuerza de superficie más fuerte está en grave peligro de ser bloqueado. La superioridad de la ofensiva táctica en la guerra marítima tiende a reducir la guerra al desgaste. El beligerante con los recursos económicos y la moral civil mayores ganará, aunque solo después de que ambos beligerantes se hayan arruinado. En la guerra naval, el progreso en el poder relativo de la ofensiva táctica aumenta la proporción de desgaste mutuo.

La guerra aérea, como acción independiente, tiene el objetivo de destruir las fuerzas navales, astilleros, bases, concentraciones de tropas, depósitos de municiones, centros de transporte y fábricas de armamento enemigos. El ataque aéreo sobre la fuerza aérea enemiga dará al atacante libertad de acción en el aire como el ataque naval sobre las fuerzas navales enemigas dará libertad de acción en el mar. La invención de la aviación dio una ventaja inmediata a la ofensiva táctica, pero durante la Primera Guerra Mundial la defensiva, con el desarrollo de aviones de caza y de cañones antiaéreos, venció a los bombarderos ofensivos y a los aviones de ataque. Sin embargo, en la Segunda Guerra Mundial la aviación ofensiva obtuvo una ventaja tal sobre la defensiva que la única defensa llegó a ser el miedo a las represalias. A pesar de esta disuasión, la destrucción mutua desde el aire tanto de objetivos terrestres como marítimos se hizo cada vez más importante y sería intolerable con el uso general de armas nucleares. En la guerra aérea, como en la naval, la superioridad de la ofensiva táctica tiende a reducir la guerra en conjunto a una acción de desgaste. Pero en la guerra aérea el ritmo del desgaste mutuo es mucho más rápido.

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El objetivo principal de la guerra terrestre es la ocupación del territorio enemigo. La captura o destrucción de sus ejércitos y fortificaciones es un medio para este fin. Si la infantería, que siempre ha sido considerada el núcleo de las fuerzas terrestres, se considera aisladamente, desde el siglo XV ha aumentado, en conjunto, el poder de la defensa. Una fuerza más pequeña con fusiles, ametralladoras y enterrada en trincheras puede resistir de hecho y de forma efectiva a una fuerza mucho más numerosa equipada de forma similar.

En relación con el ataque a posiciones terrestres preparadas, es difícil detectar una tendencia. Los castillos medievales fueron casi invulnerables a los ataques directos hasta que se inventó la pólvora. La ventaja que la artillería dio a la ofensiva en las operaciones de sitio en los siglos XVI y XVII se perdió, sin embargo, por los métodos superiores de fortificación inventados en el siglo XVIII. La ofensiva obtuvo una ventaja con las nuevas formas de la artillería pesada móvil en el siglo XIX, pero el punto muerto de la Primera Guerra Mundial creó la impresión de que la defensiva tenía otra vez ventaja; sin embargo, la invasión alemana en la Segunda Guerra Mundial mostró la superioridad atacante en el campo de batalla de los ejércitos altamente mecanizados. Una fuerza conjunta, integrando contingentes de aviones, carros de combate, motocicletas, infantería y artillería ligera, tenía una gran ventaja sobre todas las defensas y fortificaciones ligeras del campo de batalla. En la guerra terrestre, al contrario que en las guerras naval y aérea, el aumento en el poder relativo de la ofensiva táctica tiende a evitar la guerra de desgaste y a terminar las hostilidades mediante la ocupación rápida del territorio del estado con fuerzas terrestres inferiores.

Está claro que ningún estudio de la potencia defensiva u ofensiva relativas de unas armas concretas, de unos movimientos tácticos concretos o de las distintas armas del ejército puede indicar la ventaja relativa de la ofensiva o de la defensiva en el conjunto de la guerra en un nivel dado de la tecnología. Una ventaja táctica muy grande de la ofensiva no puede compensar las ventajas estratégicas, políticas y económicas menos evidentes de la defensiva, tales como la capacidad para resistir el bloqueo mediante la organización de la industria, de la agricultura y el uso de productos sustitutos; ni los menores costes humanos y materiales de la defensiva comparados con los de las operaciones ofensivas; ni la capacidad de resistencia pasiva y de la táctica de guerra de guerrillas incluso en territorios ocupados.

En el sentido más amplio es difícil juzgar el poder relativo de la ofensiva y de la defensiva excepto mediante una revisión histórica para determinar si, en

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conjunto, en un estado dado de la tecnología militar, la violencia militar ha demostrado ser o no ser un instrumento útil de cambio legal y político. Las potencias satisfechas favorecen el statu quo. No recurren a las armas excepto en defensa propia. Durante los períodos en los que las potencias insatisfechas han alcanzado, en general, sus fines mediante el recurso a las armas, puede suponerse, en el nivel de la gran estrategia, que el poder de la ofensiva ha sido mayor. Durante los períodos en los que no han sido capaces de actuar así, se puede suponer que ha sido mayor el poder de la gran estrategia defensiva.

Una gran superioridad de la defensiva en la guerra puede tener como resultado la estabilidad o la destrucción de la civilización según sea conocida o no previamente esta superioridad y se obre en consecuencia. Por otro lado, la superioridad de la ofensiva tendrá como resultado los cambios deseados por las potencias insatisfechas mejor preparadas para la guerra. Puesto que por hipótesis aquellas potencias estimulan el uso de las armas, es evidente que la superioridad de la gran ofensiva estratégica tiende a aumentar la belicosidad de una civilización.

El progreso de la organización social se ha combinado con el progreso en el arte de la guerra para hacer más difícil el éxito de la agresión. Sin embargo, este progreso ha hecho a las civilizaciones más vulnerables a su destrucción mediante el empleo interno o externo de una técnica militar completamente nueva por los partidarios del cambio. Este desarrollo ha contribuido a la destrucción final de la mayoría de las civilizaciones.

b) Aspectos políticos del desarme.-

La tendencia natural durante el crecimiento de una civilización ha ido en la dirección de un equilibrio de poder estable. Para reforzar esta tendencia se ha propuesto la política de desarme, pero a ella se ha opuesto la política de los estrategas nacionales, cuyo objetivo es romper el punto muerto del equilibrio de poder y alcanzar, para su propia nación, el monopolio temporal de una estrategia o una técnica nuevas con las que dominar. Por lo tanto, ha habido un conflicto de objetivos entre, por un lado, las conferencias de desarme y, por otro, los ministerios militares nacionales. Unas han buscado estabilizar el equilibrio de poder y asegurar que cualquier recurso a las armas tuviera como resultado, al menos, un punto muerto temporal. Los otros han buscado romper el equilibrio de poder y asegurar una rápida victoria de sus armas o, al menos, crear la convicción entre los demás estados de que el riesgo es demasiado grande para justificar la resistencia a una política agresiva.

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Es, por supuesto, cierto que, a menudo, consideraciones financieras así como políticas han constituido una importante motivación en los esfuerzos de desarme. Los movimientos de desarme han sido normales tras las grandes guerras, cuando las naciones estaban prácticamente en bancarrota y deseaban ahorrar dinero. Tras las guerras napoleónicas, el zar Alejandro de Rusia dirigió un movimiento de esta clase. Cuando a finales del siglo XIX se estaba haciendo muy intensa la carrera de armamentos, otro zar de Rusia, Nicolás II, inspirado por los escritos pacifistas de Ivan Bloch y de Berta von Suttner y asesorado por su ministro de Hacienda de que el tesoro público no podría soportar la tensión de mantener la competencia con Alemania para desarrollar la artillería de campaña de tiro rápido, convocó la Primera Conferencia de La Haya en 1899. Después de la Primera y de la Segunda Guerras Mundiales fueron evidentes las mismas motivaciones.

Se ha afirmado que el desarme no puede afectar a la frecuencia de las guerras, porque las personas lucharían con puños o con palos si se les negase el acceso a armas más avanzadas. Es cierto que las guerras pueden desarrollarse entre personas desarmadas, pero esto no demuestra que no puedan ser menos frecuentes o menos destructivas. Mark Twain cuenta que, como padrino en un duelo según el modelo francés, iba a sugerir las armas a emplear. Su primera sugerencia fueron hachas. El padrino de la otra parte pensó que podrían causar derramamiento de sangre y que, en cualquier caso, estaban prohibidas por el código francés. Twain después sugirió, sucesivamente, ametralladoras, fusiles, escopetas y revólveres. A todas les pusieron pegas, y propuso entonces luchar a ladrillazos a tres cuartos de milla. Esto fue considerado satisfactorio excepto por el peligro que representaría para los transeúntes. Finalmente, estuvieron de acuerdo en realizarlo con pistolas comparativamente pequeñas a una distancia comparativamente grande y el duelo acabó a satisfacción mutua de los duelistas. La anécdota indica que el tipo de arma puede afectar a la probabilidad de hostilidades. Si las armas son del tipo que ambos países están seguros de destruirse mutuamente, será menos probable que se produzca una guerra que si son de características tales que cada país considera que tiene una oportunidad de ganar a un costo comparativamente bajo. Por esta razón, las armas nucleares crearon una “paz de terror mutuo” tras la Segunda Guerra Mundial.

Se ha sugerido también que los acuerdos de desarme no tienen valor porque serán violados. Se supone que las naciones en guerra prestarán poca atención a trozos de papel. Sin duda, si dos países quieren entrar en guerra, comenzarán a fabricar armamentos tan rápidamente como puedan, sin prestar atención a los

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tratados que pudieran existir. Sin embargo, “retrasos en la producción” pueden impedir el cambio de su posición militar durante un período de tiempo considerable. Estos retrasos varían según los diferentes tipos de armamento, pero la creciente mecanización de la guerra tiende a aumentarlos. Aunque Estados Unidos se había estado preparando durante un año antes de entrar en la Primera Guerra Mundial en abril de 1917 y aunque después de esa fecha aceleró todos los procesos de producción militar al máximo, hasta la primavera de 1918 no empezaron a llegar al frente en Francia equipos militares estadounidenses además de los explosivos. El tratado de desarme podría incluso afectar a los medios de producción de armamentos. En lugar de limitar la cantidad de fusiles o misiles, podría limitar el número y tamaño de las fábricas de producción de estas armas. Un tratado de este tipo haría que el “retraso en la producción” fuese incluso mayor, pero no podría resolver la insuperable dificultad de que fábricas de productos no militares pudiesen producir equipos militares. Hay también un retraso para formar al personal de los ejércitos. Se necesita un tiempo considerable para formar pilotos eficientes. Si el tratado no permite que funcionen organizaciones militares ni que sean adiestradas reservas en tiempo de paz, deben transcurrir meses desde que estalla la guerra hasta que se puedan desplegar en el campo de batalla organizaciones militares adecuadas.

El valor sancionador del “retraso en la producción” depende de la eficiencia de las inspecciones internacionales en tiempo de paz. El tratado debe asegurar que un organismo imparcial visite periódicamente todas las naciones afectadas y asegurar así que será conocida inmediatamente cualquier violación del mismo. Este problema fue el principal responsable de la dificultad de alcanzar acuerdos de desarme después de la Segunda Guerra Mundial. El acuerdo de 1963 para eliminar las pruebas nucleares en todos los entornos salvo el subterráneo fue posible porque tales pruebas podían conocerse desde el exterior del territorio del estado que realizaba las pruebas.

También se ha afirmado que los estados no reducirán los armamentos a menos que se les dé un equivalente en garantías políticas de seguridad. Se supone que, debido a la presión de los contribuyentes, los gobiernos mantienen armamentos a un nivel no mayor del que consideran necesario para su seguridad o, si están descontentos con el statu quo, a un nivel no superior al que consideran necesario para efectuar los cambios deseados. Por lo tanto, los gobiernos no estarán de acuerdo en desarmarse hasta que se hayan asegurado un método alternativo de seguridad o de cambio. Hay ciertamente evidencias que apoyan este argumento. Los tratados de desarme que han tenido éxito han

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ido acompañados siempre por acuerdos políticos que las partes creían que aumentarían su seguridad política o que solucionarían sus problemas políticos pendientes. Ambos tratados se han acordado simultáneamente y, considerando las condiciones para el éxito de una negociación, es improbable que se alcance alguna vez un acuerdo sobre problemas técnicos del desarme a menos que las partes hayan disminuido las tensiones mediante acuerdos políticos o mediante la aceptación general de procedimientos internacionales para crear la confianza de que tales acuerdos puedan desarrollarse pacíficamente.

Sin embargo, está claro que el armamento exigido por un país por seguridad es función del armamento de los otros países, aunque los gobernantes hayan percibido más fácilmente la influencia que tiene el aumento de armamento de los otros países sobre sus propias necesidades que la influencia que provocan sus medidas sobre las necesidades de los otros países. Por lo tanto, teóricamente es posible concebir un tratado de aplicación directa que estabilice el equilibrio de poder y reduzca la probabilidad de guerra, aunque solo trate de los programas de armamento de los estados y de un sistema de inspección.

c) Parar la fabricación de armamentos.-

Ha tenido gran valor para disminuir tensiones. Es la clase de tratado de desarme más fácil que se puede negociar y son ejemplos del mismo los tratados argentino-chileno de 1902, de Washington de 1922 y de Londres de 1930. Sin embargo, no es probable que el efecto psicológico de tales tratados dure mucho tiempo. Normalmente después de cuatro o cinco años, los cambios en las condiciones del entorno convencerán a alguna de las partes de que el statu quo existente sobre el armamento ya no es equitativo.

d) El desarme cuantitativo.-

Implica una reducción general de los armamentos hasta un nivel especificado. Una reducción de este tipo podría aumentar la frecuencia de la guerra. Un factor que tiende a reducir la frecuencia de las guerras ha sido la probabilidad de que una guerra tenga como resultado un grado de destrucción mutua inaceptable para cualquiera de ambos bandos. Si el nivel de los armamentos de todos los beligerantes es muy grande, es más probable el resultado de destrucción mutua que si el nivel de armamentos es pequeño.

Una reducción cuantitativa de armamentos afecta inevitablemente al tamaño relativo de los armamentos en diferentes países. Las propuestas para la

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reducción cuantitativa han tratado normalmente de resolver primero el problema de las proporciones. La fuerza relativa de los países en el momento en que entra en vigor la convención puede aceptarse, como ocurrió en la Conferencia de Washington. Una proporción de fuerzas puede definirse en base a alguna consideración teórica, como las poblaciones relativas de los estados, sus superficies, la longitud de sus costas o consideraciones similares que se piensa pueden medir las necesidades defensivas. Un acuerdo sobre proporciones de fuerzas es sumamente difícil de alcanzar y mantener. Japón denunció los tratados de Washington y de Londres en 1934 porque le fue negada la igualdad con Estados Unidos y Gran Bretaña. Consideraciones políticas y de prestigio hacen siempre difícil que un estado acepte cualquier proporción inferior a la igualdad, mientras que consideraciones defensivas, así como de prestigio, hacen difícil para un estado que tiene una superioridad relativa abandonarla. Incluso si el statu quo existente es la base de la relación de fuerzas, una reducción de armamentos significará de forma casi segura un cambio real en el equilibrio de poder porque aumentará la importancia de los recursos no militares de los estados. Si se reducen las fuerzas navales, tendrá más importancia una marina mercante de mayor tamaño. Si se reducen los depósitos de armas y municiones, contarán más las industrias de acero y de química de mayor tamaño. Si se reducen los efectivos, será más valorada una mayor población.

Si se alcanzase un acuerdo sobre las proporciones de las fuerzas, sigue existiendo el problema de medir los armamentos. ¿Deberían contarse solamente los armamentos o debería estimarse el poder militar total, incluyendo recursos, fábricas y población? Francia sugirió, durante las conversaciones de Ginebra, que debería tener más armamento que Alemania para compensar la ventaja de Alemania en población e industria. Debido a las dificultades de las medidas y de las proporciones, se ha sugerido que el desarme podría seguir permitiendo a cada estado alcanzar la igualdad no en armamentos sino en seguridad. Cada país informaría de programas que, en cada tipo de equipo y personal, considera esenciales para mantener el orden interno y para defender sus fronteras. Estos programas serían incorporados más tarde a un tratado. Sin embargo, este procedimiento descuida la dependencia del componente de defensa sobre el armamento de los otros. Ningún estado podría decir que es esencial para su seguridad hasta que no haya visto los programas de todos los demás. Así el problema de las proporciones, aunque puede ocultarse tratando separadamente las categorías de armamentos, apenas puede evitarse.

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Un acuerdo sobre armamentos puede influir, por tanto, en el equilibrio de poder. Mediante proporciones y categorías ajustadas adecuadamente puede ser posible promover la perspectiva de alcanzar un punto muerto en caso de que se desarrollasen operaciones militares y, de esta forma, reducir la perspectiva de una guerra. Durante las discusiones de desarme de 1932, se aceptó que Francia y sus aliados gozaban aún de una superioridad tal de armamentos que podrían invadir Alemania, a pesar de las probables violaciones de Alemania en cumplir las exigencias del Tratado de Versalles. Alemania quería igualdad, por la que interpretaba no solo igualdad entre sus armamentos y los de Francia sino la igualdad entre sus armamentos y los de sus aliados, por un lado, y los de Francia y sus aliados, por otro. Francia temía que Alemania, deseosa de una guerra de venganza, entrara en campaña, incluso aunque las perspectivas de victoria fuesen solo de empate. El argumento francés, por lo tanto, negaba que la paz pudiese promoverse por el desarme y con una lógica aplastante Francia solicitaba más bien un reforzamiento de la seguridad colectiva.

Los abogados del desarme han replicado que mientras la situación militar fuese tal que Francia pudiese ganar fácilmente una “guerra preventiva”, Alemania no cesaría de militarizarse en nombre de la “necesidad defensiva”; pero que esta actitud agresiva de Alemania, siendo consecuencia del desequilibrio militar, desaparecería si se alcanzaba un verdadero equilibrio.

Los hechos subsiguientes difícilmente apoyan esta hipótesis. Alemania se rearmó en 1935 y acabó con la desmilitarización de Renania en 1936, logrando por ello la “igualdad”. Pero aumentaron las tensiones en Europa. Las agresiones y el rearme alemanes continuaron hasta que en 1938 Gran Bretaña y Francia inauguraron amplios pero insuficientes programas de rearme para restaurar la “igualdad”. Estos hechos sugieren que, en la práctica, la igualdad cuantitativa por sí misma no asegurará necesariamente un equilibrio de poder estable.

e) El desarme cualitativo.-

Cuando se desarrolló el concepto en la Conferencia de Desarme de Ginebra de 1932 significaba la eliminación de ciertos tipos de instrumentos y métodos militares que se consideraban particularmente importantes para atacar. Su objeto es aumentar la adquisición de armas defensivas y disminuir la de armas ofensivas a un nivel tal que cada país alcance una defensa perfecta contra cualquier probable ataque. La invasión será entonces físicamente imposible. La concepción de que el objetivo del desarme es impedir la posibilidad de una

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invasión territorial fue especialmente acentuada por la delegación estadounidense en la Conferencia de Ginebra.

¿Es posible alcanzar una perfección total de las defensas? La respuesta depende no solo de las características del armamento sino también de las características de los objetivos a defender. La defensa del territorio, la defensa del comercio ultramarino, la defensa de los ciudadanos en el exterior y la defensa de políticas exteriores expansionistas pueden exigir equipos muy diferentes. La interpretación de la defensa de una nación particular depende de sus circunstancias económicas, políticas y psicológicas, así como de las leyes internacionales vigentes. Sin embargo, en las discusiones de Ginebra se asumió generalmente que estaba prevista la defensa del territorio al que un estado tenía derecho según la legislación existente.

Se ha puesto en duda que se pueda hacer una distinción válida entre armas defensivas y ofensivas. Aunque normalmente se diría que el escudo es un arma defensiva y la espada es un arma ofensiva, es evidente que, incluso en este simple caso, la distinción es relativa. El escudo aumenta la efectividad ofensiva de la espada y la espada puede ser utilizada para parar así como para cortar o asestar un golpe. Entre los materiales que podrían examinarse para comprobar las armas consideradas como especialmente ofensivas están las disposiciones de los tratados unilaterales de desarme, las discusiones de las conferencias de desarme y el análisis de los autores militares. La conferencia de desarme más importante de 1932 presentó una fórmula vaga y un acuerdo incompleto sobre su aplicación. Una mayoría estuvo de acuerdo en que los ejércitos profesionales, la artillería pesada móvil, los carros de combate pesados, los acorazados, los portaaviones, los submarinos, los bombarderos, los gases venenosos y las bacterias eran armas predominantemente ofensivas. La efectividad de estos instrumentos para facilitar la invasión del territorio y la destrucción de civiles parece haber sido el criterio principal.

Las discusiones de desarme tras la Segunda Guerra Mundial se concentraron en primer lugar en las armas nucleares y sus vectores de lanzamiento con el objetivo de impedir una destrucción inmensa. Las últimas propuestas para un desarme general y completo abarcaron todas las armas, excepto las necesarias para la policía interior, con la esperanza de eliminar la posibilidad de agresión.

Escritores militares han estudiado el problema de forma funcional y analítica. Funcionalmente han distinguido la ofensiva y la defensiva en varios

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niveles. En los niveles legal, político y de la gran estrategia la ofensiva consiste en la intención de cambiar el statu quo legal por la fuerza; la defensiva, en preservarlo. En los niveles estratégico y táctico la ofensiva consiste en un movimiento hacia el enemigo; la defensiva, en esperar que el enemigo ataque una posición. Claramente, tanto la ofensiva como la defensiva en los niveles político y legal serán estratégicamente ofensivas, en determinados lugares y momentos, y serán estratégicamente defensivas en otros lugares y momentos. En los niveles de armamento y de organización, los instrumentos más útiles para las ofensivas estratégica y táctica pueden considerarse armamento ofensivo o agresivo. Los autores militares reconocen que todas las armas pueden ser empleadas tanto ofensiva como defensivamente. Incluso las fortificaciones, aunque fundamentalmente defensivas, pueden proporcionar una pantalla para movimientos ofensivos. Las armas para ser más valiosas en la ofensiva táctica deben, sin embargo, ser capaces de moverse hacia el enemigo, rápidamente y en terrenos variados. Una ofensiva política no puede desarrollarse mediante una estrategia puramente defensiva ni una ofensiva estratégica puede desarrollarse mediante una táctica puramente defensiva. Puesto que algunas armas son más útiles que otras para una ofensiva táctica, es evidente que, de acuerdo con la teoría militar, una reglamentación de las armas puede tener influencia sobre la capacidad de la ofensiva política para desarrollarse mediante el recurso a las armas.

Los analistas militares han considerado que un arma ofensiva consiste en la combinación de cuatro elementos: movilidad, protección, potencia de choque y capacidad de conservar el terreno. La potencia de choque en sí misma no hace un arma ofensiva. Un cañón firmemente asentado en una fortaleza puede defender la fortaleza, puede defender una cierta área circundante y puede defender a una fuerza que avanza a una distancia limitada, pero no puede moverse y conquistar al enemigo. Un cañón llevado por un medio de transporte que está al mismo tiempo protegido es una poderosa arma ofensiva. Una ametralladora en una trinchera es un arma defensiva, pero un carro de combate equipado con ametralladoras es una potente arma ofensiva, como lo es un portaaviones o un bombardero. Un misil intercontinental con una cabeza nuclear es la más poderosa arma ofensiva jamás diseñada. Todas estas armas tienen movilidad, protección y potencia de choque combinadas, pero les falta la capacidad de conservar el terreno. La infantería tiene mayor capacidad de conservar el terreno que las otras armas y de esta forma continúa siendo un elemento indispensable para la ofensiva si el objetivo de la guerra es la ocupación del territorio más que destruir y aterrorizar con la esperanza de inducir a la rendición.

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El problema del desarme cualitativo, en tierra, mar, aire o en el espacio exterior, implica complejas cuestiones técnicas así como cuestiones políticas y psicológicas. Pero en su dominio descansa el camino más importante para alcanzar una mayor estabilidad a través del desarme.

f) Las reglas de la guerra.-

Pueden reconocer el desarme no de materiales sino de métodos. Tales normas han existido incluso entre las tribus salvajes, pero el sistema moderno, que fue codificado finalmente en las Convenciones de La Haya de 1899 y 1907, se desarrolló de la caballería medieval, del honor del siglo XVI, de la disciplina militar del siglo XVII, de los tratados comerciales del siglo XVIII y del humanitarismo del siglo XIX.

Las reglas de la guerra del tipo que abundó en los siglos XVII y XVIII, diseñadas para promover la seguridad, el honor y la prosperidad de los dirigentes y de los altos oficiales, tendían a hacer de la guerra un juego más que una forma de destrucción, fácil de comenzar y fácil de terminar; pero por esta razón tales normas tendieron a desaparecer con la nacionalización y democratización de los ejércitos.

Este tipo de reglas, que abundaron en los siglos XVIII y XIX y diseñadas para moderar las dificultades de la guerra para los no combatientes y neutrales en la medida que las necesidades militares lo permitiesen, tendían a confinar las hostilidades a las fuerzas armadas, a impedir guerras de desgaste, a localizar las hostilidades, a favorecer a los agresores y a hacer guerras de corta duración y frecuentes. Como ha aumentado la proporción de la población que contribuye directa o indirectamente a la realización de la política y del esfuerzo militar del enemigo, las medidas económicas y de propaganda han aumentado su importancia relativa. Han aumentado los ataques a civiles y neutrales con la excusa de que las normas tradicionales deben aplicarse a la luz de la “necesidad militar”, como se han desarrollado según las condiciones técnicas cambiantes.

En general, una regulación de gran alcance de la guerra, limitando su destrucción a objetivos militares definidos, ha tendido a reducir la amargura y el poder de destrucción de la guerra, a hacer más fáciles el recurso a la guerra y la restauración de la paz y, consiguientemente, a provocar una situación en la que las guerras son cortas y baratas, pero frecuentes. Una modificación de la guerra en este sentido se considera favorablemente por muchos autores

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militares que creen que ha sido una desgracia la guerra total, que se originó en tiempos de Napoleón con el servicio militar obligatorio, la propaganda y la multiplicación de los objetivos de la guerra y que se desarrolló desde ese período por la mecanización del transporte militar y la movilización industrial nacional. Consideran que puede mejorarse la situación volviendo al tipo de guerra más caballerosa y más limitada característica del siglo XVIII.

Este programa busca invertir la tendencia natural de la guerra a utilizar todos los medios disponibles para provocar el sometimiento completo del enemigo. Las reglas de la guerra han tenido normalmente poca importancia práctica cuando han fracasado en prestar suficiente atención a la “necesidad militar” – cuando han tratado de impedir métodos y armas que, en el estado existente de técnicas militar y política y con la debida consideración a las posibilidades de represalia del enemigo y de la entrada en la guerra de neutrales, prometen resultados militares. La experiencia con la reglamentación convencional de la guerra submarina, del bombardeo aéreo y de los gases venenosos en los períodos de preguerra y de entreguerras da pocas razones para creer que estos esfuerzos para regular la guerra serán efectivos en el futuro. Aún no han tenido éxito los esfuerzos para prohibir el empleo inicial de las armas nucleares aunque fue aceptada ampliamente en 1963 una prohibición limitada de pruebas nucleares.

Las sanciones de las reglas de la guerra han sido inadecuadas entre pueblos de civilizaciones similares y, de forma general, el cumplimiento de estas reglas ha faltado casi por completo en las guerras entre pueblos de civilizaciones muy diferentes. Entre las ciudades estado griegas, por ejemplo, las reglas reconocidas durante las hostilidades entre ellas eran consideradas inaplicables en guerras contra bárbaros. Las naciones occidentales manifestaron pocos escrúpulos en las luchas contra los indios americanos, los aborígenes australianos, las tribus asiáticas y los nativos africanos e, incluso a veces, afirmaron que las reglas normales no eran aplicables en las luchas contra entidades políticas reconocidas como China, Sudán, Siria y Abisinia. Los británicos, en la Conferencia de La Haya de 1899, estuvieron en contra de la adopción de una norma que prohibía las balas dumdum basándose en que era necesaria una bala que no solamente penetrase en un hombre sino que lo parase cuando se enfrentaban con las tribus fanáticas del Sudán y de la frontera noroeste de la India. Más recientemente se ha sugerido que las limitaciones convencionales sobre el bombardeo aéreo no deberían aplicarse en hostilidades contra tribus primitivas. Con el crecimiento de formas extremas de nacionalismo, que se adhieren ardientemente a doctrinas revolucionarias, todos

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los grupos políticos extranjeros vienen a ser considerados como civilizaciones inferiores a las que se niega el beneficio de las reglas de la guerra en el momento en que se considere conveniente. La regulación de la guerra, incluso aunque esté principalmente sancionada por el propio interés militar de los beligerantes, implica también el reconocimiento por todos los beligerantes de su pertenencia común a una comunidad más elevada o familia de naciones.

g) El desarme moral.-

La discusión del desarme material ha conducido normalmente a una consideración del “desarme moral”. Con este término se entiende la limitación o calificación de la voluntad de luchar como un requisito previo de la limitación de los instrumentos de lucha. Esta discusión ha incluido, por un lado, la consideración de regular la propaganda internacional y del problema político de seguridad y, por otro, la posible revisión del statu quo internacional. El desarme moral desde el punto de vista de aquellos países satisfechos con sus posesiones actuales significa la creencia sincera de que serán capaces de mantenerlas sin recurrir a las armas. Pero, desde el punto de vista de aquellos que están deseando modificar el statu quo territorial, significa la creencia sincera de que serán capaces de adquirir lo que quieren por procedimientos pacíficos. El problema del desarme moral es psicológico más que tecnológico, pero está relacionado con el problema del desarme material porque las estadísticas de este último proporcionan evidencias del primero y porque el progreso en el desarme psicológico contribuye al progreso en el desarme tecnológico. Cuando los presupuestos de armamentos, personal y material están aumentando a un ritmo acelerado, puede suponerse que están creciendo las tensiones internacionales y que los estados están moral, así como materialmente, rearmándose. Las carreras de armamentos, puestas de manifiesto por las estadísticas, constituyen una forma de relaciones internacionales estrechamente relacionadas con la guerra y que, a menudo, terminan realmente en guerra.

Los esfuerzos desde la Segunda Guerra Mundial para establecer inspecciones aéreas o de otro tipo para asegurarse contra ataques sorpresa han tenido la finalidad de disminuir las tensiones internacionales, un objetivo del desarme moral. El establecimiento de comunicaciones directas entre la Casa Blanca y el Kremlin en 1963 con el fin de evitar errores o malas interpretaciones tuvieron un objetivo similar.

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CAPÍTULO VIII

CONSTITUCIONES Y POLÍTICA

Los gobiernos deben pensar, en primer lugar, en conservar el poder. Incluso aunque perciban que, debido al equilibrio de poder, es seguro que una determinada política exterior va a fracasar, pueden, no obstante, continuar con esta política si están convencidos de que el derecho nacional, la tradición nacional o la opinión pública nacional están comprometidos firmemente con esa política exterior. Los gobiernos tienden a poner las necesidades internas por encima de las necesidades internacionales porque la influencia de los aspectos internos sobre la existencia del gobierno es más inmediata. Los gobiernos pueden estar obligados a intentar lo imposible para conservar el poder.

Los gobiernos pueden subestimar la implacable eficacia de la situación de poder exterior y confiar demasiado en la fuerza de su firme voluntad y en la indolencia de otros estados. A pesar de que exista un sistema internacional relativamente estable, un gobierno puede iniciar una guerra bien por una presión irresistible, real o aparente, de fuerzas internas o bien debido a sus propias dudas sobre la fuerza de las resistencias externas.

1. GOBIERNO, ESTADO Y SOCIEDAD

En el sentido más simple del término, el gobierno es el grupo de personas que deciden como funcionará un estado en un momento dado. La estructura constitucional, que en un estado dado determina el tipo de personas que estarán en el gobierno y las consideraciones que limitan su libertad e influyen en sus decisiones, afecta claramente a la probabilidad de que el estado participe en una guerra. Una guerra no comienza a menos que un gobierno la inicie deliberadamente o cometa el error de entrar en ella. Por lo tanto, es importante el análisis de la relación entre los sistemas constitucionales y la guerra.

El estado difiere de otras entidades sociales porque tiene soberanía, o la capacidad para promulgar y hacer cumplir la ley en la sociedad. Esta capacidad implica un control fundamental sobre la vida de los individuos y de las otras entidades sociales. El estado, o la sociedad en su aspecto político, puede, por

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tanto, identificarse por su derecho al monopolio de la violencia legal contra las personas y a la protección de las mismas de la violencia.

El estado exige el privilegio de ajusticiar a las personas por delitos como traición, sedición y asesinato y el de matar en acciones como guerras, represalias y pacificaciones. El estado también trata de impedir que cualquier otra persona u organización pueda matar en su jurisdicción haciendo cumplir leyes contra homicidios, insurrecciones e invasiones y de que en el extranjero maten a sus ciudadanos mediante la protección diplomática y la intervención. Puesto que este monopolio de la violencia legal es concebido como una característica del estado en abstracto, el reconocimiento por todo estado de otros estados implica el reconocimiento del mismo derecho de cada estado para ejercer el monopolio en su jurisdicción. Sin embargo, no es fácil definir esta jurisdicción por la movilidad de ciudadanos y ejércitos y el frecuente adiestramiento de los ejércitos para matar extranjeros en el exterior y para proteger a sus ciudadanos en el exterior de ser asesinados. Delimitar, interna y externamente, la jurisdicción de los estados para que puedan evitarse los conflictos es el cometido insuficientemente alcanzado del derecho internacional.

El gobierno ejerce en el interior la autoridad del estado para coordinar los distintos elementos que constituyen la sociedad nacional y en el exterior para adaptar la sociedad a las siempre cambiantes situaciones. La forma y la eficacia con las que un gobierno lleva a cabo esta difícil tarea dependen de los modelos de comportamiento implícitos en la estructura y relaciones de las organizaciones e instituciones que constituyen, en el sentido más amplio, la constitución de la sociedad. La constitución del estado consta de esa parte de la constitución de la sociedad formulada en la legislación pública. Esta última puede denominarse la “constitución política” y puede distinguirse del resto de la estructura de la sociedad denominada “constitución social”.

Diferentes estados han modificado su belicosidad al mismo tiempo y el mismo estado ha cambiado su belicosidad en diferentes momentos. ¿Pueden relacionarse estas variaciones con las variaciones en las constituciones nacionales?

2. CONSTITUCIONES Y POLÍTICA EXTERIOR

Estudios detallados han mostrado que estados con constituciones muy diferentes han tendido a reaccionar de forma similar ante presiones externas

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similares. Las políticas exteriores han sido más influidas por la situación exterior, especialmente por las actividades políticas y económicas de otras naciones, que por la constitución interna de la sociedad. No obstante, esta última también ha influido. Aunque a largo plazo los estados deben adaptar sus constituciones a las presiones externas que no pueden cambiarse, pueden, sin embargo, mediante políticas prudentes, adaptar en alguna medida el ambiente exterior a la constitución en vigor. Las democracias presionadas por emergencias pueden tener que convertirse en dictaduras, pero mediante la previsión pueden organizar un mundo seguro para la democracia.

La constitución, así como también la política exterior, de un estado es el resultado de la interacción de las condiciones internas y externas, pero la constitución no necesita y, normalmente, no reacciona a una situación de cambio mundial tan rápidamente como lo hace la política exterior. Como consecuencia, los órganos del gobierno responsables de la política exterior del estado están bajo una tensión continua, especialmente en tiempos de rápidos cambios en el exterior. La constitución interior propugna una política basada en las tradiciones nacionales y en la opinión pública nacional, mientras que las condiciones y los hechos exteriores, como se revela en la información de los servicios diplomáticos, instan a una política de adaptación inmediata a los cambios en el equilibrio de poder mediante preparativos de defensa o el aprovechamiento de oportunidades favorables.

Esta tensión se ha escenificado en Estados Unidos porque la Constitución, basada en un sistema de controles y equilibrios, acentúa el conflicto entre el presidente, en contacto continuo con las condiciones exteriores, y el Congreso, influido principalmente por la opinión interior. Joseph Alsop y Robert Kintner escribieron en 1940:

El presidente y el secretario de Estado juntos proponen, y el Senado, hablando con la voz de la opinión pública de los estadounidenses, dispone a largo plazo. No obstante ni el presidente ni el secretario de Estado ni el Senado hacen realmente la política exterior estadounidense. La hacen los telegramas oficiales. Los senadores, que no leen los telegramas oficiales, pueden ser aislacionistas. Pero los hombres que ven entrar los telegramas, semana tras semana y mes tras mes, están bien informados o tienen una deformación profesional, como se prefiera denominar. Esas largas hojas fotocopiadas, con sus marcas de clasificación, proclaman de forma demasiado insistente que este país será un miembro único en la comunidad de naciones; de forma demasiado terrible sugieren que lo que amenaza a la comunidad de naciones nos amenaza. La historia reciente no tiene constancia de ningún presidente en ejercicio ni de

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ningún secretario de Estado que creyesen que Estados Unidos podría de forma segura ser indiferente al destino del resto del mundo.

Sin embargo, una creencia de este tipo no determina, necesariamente, la política. Los senadores con estrecho contacto con los ciudadanos y que miran al pasado pueden ignorar las necesidades de la política exterior que parecen obvias al ejecutivo y puede producirse un desastre. El mismo conflicto existe en todos los países, aunque se manifiesta normalmente en la intimidad de las reuniones del gobierno o de los gabinetes de crisis.

El desfase de la constitución nacional respecto a las cambiantes condiciones internacionales puede ser un factor importante en las oscilaciones entre guerra y paz. En momentos de esperanza general de paz, los políticos tienden a ser demócratas. Los gobiernos tienden a ser los agentes para la ejecución de la opinión pública nacional más que líderes en formarla. La opinión pública, que surge de fuentes distintas del gobierno, tiende a dominar la política y esta opinión, en la medida que se refiere a asuntos exteriores, refleja la actitud del ciudadano medio y de los grupos de interés. El ciudadano medio tiene tendencia a ser suspicaz frente a lo extranjero, a estar más interesado en los asuntos internos que en los externos, a estar educado en el nacionalismo, limitando sus intereses al horizonte nacional, y a estar más dispuesto a molestarse por las reclamaciones de gobiernos extranjeros que a entenderlas. Los grupos de intereses buscan la protección de sus intereses particulares, y es más probable que tengan como resultado una acción del gobierno cuando se busca proteger esos intereses contra acciones de extranjeros que cuando se busca la protección contra algún otro grupo nacional. El comercio exterior y las inversiones en el exterior tienden a ampliarse, dando origen con frecuencia a fricciones en el área de expansión y a solicitar protección diplomática o militar.

Como consecuencia, en tiempo de paz, los gobiernos tienden a seguir políticas que surgen de la opinión pública nacional, que abandonan el equilibrio de poder y que tienen el doble efecto de aumentar la vulnerabilidad del estado a un ataque económico y militar y de aumentar el número de disputas con otros estados. Los estados se hacen más interdependientes materialmente y están más distanciados moralmente. Con el paso del tiempo ciertos estados pueden superar un umbral de vulnerabilidad o de irritación o de ambas, lo que conduce a cambios constitucionales. Los gobiernos de estos estados asumirán un liderazgo que se dedicará principalmente a integrar la opinión pública detrás de una agresiva política exterior. La falta de preparación

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de otros estados proporcionará la oportunidad para utilizar la propaganda exterior, las amenazas diplomáticas y la coacción militar con efecto.

Como resultado de este proceso, como se vio en los años 1930, pueden surgir tensiones en todos los estados, pueden generalizarse los preparativos militares, pueden intensificarse las quejas diplomáticas y, finalmente, se desarrollarán guerras menores y después guerras mundiales. Estas pueden agotar tanto a todos los participantes que a las mismas seguirá un período de paz.

La alternancia de las constituciones nacionales entre autocracia y democracia puede, por lo tanto, relacionarse como causa y como efecto de las alternancias de paz y guerra. Sin embargo, en la historia las expectativas de guerra han predominado en la mayoría de las épocas y lugares. Por consiguiente, la autocracia, al menos en la gestión de los asuntos exteriores, ha sido la forma constitucional predominante.

3. CONSTITUCIÓN POLÍTICA Y GUERRA

Entre los factores que parecen influir en la belicosidad de un estado se encuentran los grados de constitucionalismo, federalismo, división de poderes, y democracia establecidos en su constitución política.

a) Constitucionalismo.-

Implica que las competencias de todo poder político están limitadas por ley. Se distingue del absolutismo, que implica que el poder político está organizado jerárquicamente bajo una autoridad suprema que está por encima de la ley. El derecho es interpretado como las órdenes de la autoridad suprema.

Los primeros defensores de la soberanía del estado, como Bodin y Althusius, consideraron que el poder del estado en conjunto estaba limitado por el derecho internacional y por los principios constitucionales. Sin embargo, la tendencia de la teoría democrática, tal como fue desarrollada por los románticos y por los utilitarios, fue hacia la soberanía absoluta del estado, aunque con limitaciones a la autoridad del gobierno mediante la constitución política. El estado como organismo corporativo era absoluto, aunque el monarca estuviese limitado.

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Los déspotas modernos han combinado el absolutismo democrático del estado del siglo XIX con el derecho divino del absolutismo de los monarcas del siglo XVII. Han puesto al déspota por encima del derecho, no, sin embargo, por un derecho hereditario, sino por la capacidad, descubierta por ellos, de moldear la voluntad nacional.

Es evidente que el constitucionalismo es más favorable a la paz que el absolutismo. Al concebir el derecho en términos abstractos como superior a la organización, el constitucionalismo tiende a una universalización del derecho y facilita, de esta forma, la armonización entre el derecho internacional y el derecho local mediante la aplicación del primero en los tribunales nacionales. Evita suponer la existencia de conflictos permanentes entre las soberanías legales de los diferentes estados. El absolutismo se enfrenta al dilema de suponer, como hizo Dante, un imperio soberano único que promulga leyes para el mundo, reduciendo así los estados nacionales a meras circunscripciones administrativas, o de suponer, como hizo Maquiavelo, un número de estados soberanos cada uno con una autoridad ilimitada para promulgar leyes, eliminando de esta forma completamente el derecho internacional y reduciendo las relaciones internacionales a relaciones de poder.

b) Federalismo.-

La influencia de la centralización geográfica del gobierno sobre la paz y la guerra es similar a la del totalitarismo o a la expansión de las funciones del estado. Un gobierno altamente centralizado tiende a prepararse para la guerra y combate más eficientemente que una federación descentralizada y es probable que esté bajo una necesidad mayor de actuar así para distraer la atención del descontento, que ciertamente surgirá en algunas áreas locales, por la gran intensidad de la centralización.

Las dificultades para concluir y poner en práctica compromisos internacionales, a las que se han enfrentado con frecuencia las federaciones, especialmente las formadas por la unión de estados soberanos, han causado fricciones diplomáticas pero han tenido poca importancia directa para provocar guerras. Sin embargo, estas dificultades pueden haber obstaculizado la participación de los estados federales en organizaciones internacionales.

Los estados están experimentando continuamente procesos de centralización o de descentralización, según sean más fuertes las tendencias centrípetas o las centrífugas. Si la centralización y la descentralización no se

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acompasan con la integración o la disolución de la sociedad y de la cultura, es probable que conduzcan a una guerra civil sea de autodeterminación contra la interferencia centralista o de sanciones contra las rupturas locales de la constitución. Además, mientras el proceso de descentralización puede estimular los ataques desde el exterior, debido a la impresión de debilidad, la rápida centralización puede alarmar a otros estados y conducir a guerras preventivas, si de hecho el fortalecimiento político que la centralización proporciona al estado no le induce a embarcarse en agresiones.

c) Separación de poderes.-

Sea centralizado o federal, el gobierno nacional puede tener una unión funcional o una separación funcional de los poderes del gobierno. Parecería que el sistema de separación de poderes, mantenido a través de controles y equilibrios, aumentaría las tendencias del liberalismo y del federalismo. Incluso cuando los gobiernos tienen una considerable separación de poderes para los temas internos, es común para el control de las relaciones exteriores que esté centralizado en una única autoridad. Una política de este tipo fue defendida por los primeros profetas de la separación de poderes, como Locke o Montesquieu. Estados Unidos ha sido un ejemplo característico al extender el sistema de controles y equilibrios en las relaciones exteriores, y el continuo antagonismo entre el Senado y el presidente ha hecho extremadamente difícil la existencia de una política exterior continua y eficiente. Este sistema ha influido sin duda en las tendencias aislacionistas de la política exterior estadounidense y en la falta de voluntad de Estados Unidos para participar activamente en el sistema de equilibrio de poder o en la organización internacional. Cuando la política aislacionista estaba basada en un alto grado de invulnerabilidad estratégica y económica, el esfuerzo para sacar las mayores ventajas de estas condiciones puede haber sido una política prudente. Pero en un mundo que se contrae rápidamente, estratégica y económicamente, se puede dudar de que el sistema de controles y equilibrios, con su extrema ineficacia, se haya mostrado adecuado para la dirección de la política exterior. Ha aumentado el desinterés de Estados Unidos para participar en guerras, pero también ha disminuido la posibilidad de que Estados Unidos tomase medidas constructivas para prevenir las guerras. Sin embargo, no ha disminuido la vulnerabilidad de Estados Unidos a un ataque o la vulnerabilidad de su población a la fiebre de la guerra inducida por la propaganda de intereses especiales y por falsas imágenes. Aunque la centralización funcional, al menos en asuntos exteriores y militares, es una condición previa para la preparación eficaz para las guerras y para combatir en las guerras modernas y puede ser el

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precio para sobrevivir en un mundo salvaje, también aumenta la belicosidad del estado.

d) Democracia.-

¿Cuál es la influencia de la democracia sobre la guerra y la paz? En sentido político se entiende por democracia la convicción general de que la fuente de la autoridad del gobierno y del deber de obediencia debe ser el consentimiento libremente expresado de la población gobernada y la puesta en práctica de esta convicción a través de instituciones apropiadas. La democracia se distingue de la aristocracia, de la oligarquía y de la autocracia, que afirman que la autoridad del gobierno y el deber de obediencia surgen de la habilidad, del estatuto o del rango superiores de una persona o de un pequeño grupo de personas. Al reconocer que la libertad y la igualdad, ambas elementos de ese consentimiento, se hacen incompatibles si se llevan al extremo, la democracia ha insistido normalmente en que ambas deben ejercerse de acuerdo con el derecho que evoluciona con las condiciones cambiantes de la cultura y la tecnología. Aunque sospechosa de totalitarismo y de centralización, la democracia ha reconocido normalmente que las condiciones cambiantes del entorno pueden exigir un aumento en las funciones del estado y en la centralización de su gobierno. La democracia ha tratado de combinar la libertad individual con el progreso social.

Durante la Primera Guerra Mundial un tema favorito de las potencias aliadas fue afirmar que la democracia tiende a la paz. Las masas populares que tienen que combatir, se había dicho, nunca quieren la guerra y que si controlasen el estado no consentirían hacer guerras. Esta teoría ha sido llevada a su extremo lógico mediante propuestas para un referéndum sobre la guerra.

Es difícil presentar estadísticas que muestren que las democracias han estado implicadas en guerras con menos frecuencia que las autocracias. Francia fue casi tan beligerante cuando era una república como cuando fue una monarquía o un imperio. Reino Unido está en los primeros puestos de la lista de países beligerantes, aunque durante la mayor parte del tiempo se ha aproximado a una democracia en su forma de gobierno sino en sus actitudes sociales. Pueden encontrarse correlaciones estadísticas más convincentes comparando la tendencia hacia la democracia en períodos de paz general y contra la democracia en períodos de guerra generalizada. Sin embargo, esta correlación puede mostrar que la paz produce democracia más que la democracia produce paz.

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SEGUNDA PARTE 205 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

Parece probable que aunque las democracias han estado frecuentemente implicadas en guerras esto ha sido normalmente porque fueron atacadas por gobiernos no democráticos. No obstante, las democracias han desplegado algunas características agresivas. El secretario de Estado Root escribió:

En la actualidad los gobiernos no hacen la guerra a menos que estén seguros del apoyo general y completo de su población, pero a veces ocurre que los gobiernos se ven impulsados a la guerra contra su voluntad por la presión de un sentimiento popular fuerte. No es extraño ver dos gobiernos esforzándose, de la forma más conciliadora y paciente, en resolver pacíficamente algún tema de discrepancia mientras una gran parte de las poblaciones de ambos países mantienen una actitud intransigente y beligerante, insistiendo en sus superiores y extremos puntos de vista de su propio derecho de una forma que, si fuesen a controlar las actuaciones nacionales, harían imposibles los acuerdos pacíficos.

Tanto en las democracias como en las autocracias existen probablemente tendencias hacia la paz y hacia la guerra – tendencias que se neutralizan aproximadamente entre sí y que, en las circunstancias presentes, hacen que las probabilidades de guerra para los estados en cualquiera de ambas formas de gobierno sean aproximadamente iguales. Quizá no estaría lejos de la verdad afirmar que las democracias, aunque en principio se oponen a la guerra, en la práctica se oponen con frecuencia a la organización de la paz; mientras que las autocracias, aunque en principio no están dispuestas a abandonar la guerra como un instrumento de la política, en la práctica alcanzan con frecuencia sus fines sin violar realmente la paz.

Normalmente las democracias exigen que las decisiones importantes se tomen solamente después de una amplia participación popular y mediante procedimientos deliberados que aseguren el respeto por el derecho y la libertad de crítica antes y después de que se haya tomado la decisión. Están, por lo tanto, mal adaptadas para emplear con éxito amenazas y violencia como instrumento de la política exterior. Por otro lado, las autocracias están acostumbradas a dirigir autoritariamente en el interior y son capaces de tomar decisiones rápidas, que parecerán ser aceptadas porque se elimina a la opinión contraria. En consecuencia, en el juego de la diplomacia de poder, las democracias están en desventaja cuando se enfrentan a las autocracias. No pueden proferir amenazas efectivas a menos que realmente tengan la intención de ir a la guerra; raras veces pueden convencerse a sí mismas o convencer al potencial enemigo de que realmente tienen la intención de entrar en guerra; y siempre son vulnerables a las disensiones de grupos de oposición internos, capaces de ser estimulados por ese enemigo potencial, cualquiera que sea la

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decisión. Así no es sorprendente que las democracias normalmente hayan deseado abandonar la guerra como instrumento de la política, mientras que las autocracias hayan deseado continuar empleándola.

No obstante, cuando estalla la guerra, las democracias luchan con efectividad, muestran igual resistencia y sobreviven incluso mejor que las autocracias a los golpes del desastre y de la derrota. En la Primera Guerra Mundial fueron las autocracias, más que las democracias, las que sufrieron revoluciones violentas, incluso las del bando victorioso. Las democracias probablemente serán más prósperas en épocas de paz porque su economía es probable que se dirija al bienestar más que a la invulnerabilidad militar, y en las guerras de desgaste sus superiores economías les dan una ventaja. Por lo tanto, han sobrevivido, incluso en condiciones de diplomacia de poder, pero a costa de dictaduras temporales para la dirección de la guerra y otras emergencias. Puede resultar difícil deshacerse de una dictadura de este tipo, especialmente si es de gran duración y es seguida inmediatamente por otra. El mundo moderno parece estar amenazado por una sucesión de tales emergencias, que se originan por el desarrollo extremadamente rápido de la interdependencia tecnológica y de la falta de adaptación política.

Resumiendo, parece que los estados absolutos con gobiernos geográfica y funcionalmente centralizados bajo un liderazgo autocrático serán probablemente más beligerantes, mientras que los estados constitucionales, con gobiernos geográfica y funcionalmente federales bajo un liderazgo democrático, serán probablemente más pacíficos. Los tipos de gobierno que tienden a ser agresivos son también los que tienden al funcionamiento eficiente del sistema de equilibrio de poder, mientras que los tipos de gobierno que quieren la paz tienden, a largo plazo, a un sistema internacional basado en el derecho y la organización. Los gobiernos del tipo pacífico tienden a desarrollarse en un equilibrio de poder estable, pero estos gobiernos no han tenido éxito ni en organizar el mundo para la paz ni en mantener el equilibrio de poder. Los gobiernos pacíficos han creado condiciones favorables para el ascenso de gobiernos belicosos. Por lo tanto, ha habido una sucesión histórica de períodos dominados por gobiernos pacíficos a otros dominados por gobiernos agresivos.

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SEGUNDA PARTE 207 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

4. CONSTITUCIÓN SOCIAL Y GUERRA

Entre los elementos de la constitución social que parecen influir en la belicosidad de un estado se encuentran su edad, su composición cultural, su economía, su carácter progresista y su integración.

a) Edad.-

Hay evidencias de que la belicosidad de un estado cambia con su edad. Holanda, Suecia y Dinamarca, por ejemplo, fueron mucho más beligerantes en el siglo XVII que lo fueron en los siglos XIX y XX. Incluso Francia y Austria, las potencias más beligerantes durante la mayor parte de la era contemporánea, perdieron algo de su beligerancia en el siglo XIX. Por otro lado, Rusia, Prusia e Italia han aumentado su beligerancia. Estos estados fueron también los últimos en llegar al complejo sistema de poder general de Europa.

Se ha sugerido que los estados tienen una historia vital semejante a la de los individuos. En la juventud, la población aumenta rápidamente y, por consiguiente, hay una mayor proporción de jóvenes y una menor proporción de ancianos. Esto induce una tendencia aventurera y belicosa. Al cabo de un tiempo la población se estabiliza, la proporción de jóvenes es menor, la cultura se centra más en la economía y en el bienestar y menos en la aventura y en la expansión, y hay menos inclinación a participar en guerras. Al aumentar la edad del estado, se hace mayor la proporción de los ancianos en la población, se estabiliza la posición del estado en el sistema de equilibrio de poder y se hace progresivamente menor su interés en arriesgar su posición mediante la guerra.

La revolución lleva a los jóvenes a primera fila e implica normalmente una guerra civil, preparando el terreno a un régimen autocrático y a guerras en el exterior, seguida por la restauración de muchos aspectos del antiguo régimen y del gobierno de personas mayores que moderan la ideología de la revolución si realmente no la abandonan. De esta forma la beligerancia puede medirse por el tiempo transcurrido desde la última revolución.

b) Composición cultural.-

La heterogeneidad cultural en un estado tiende a implicarlo en guerras de dos tipos: revueltas civiles de las minorías culturales para resistir la opresión o para establecer la independencia nacional y guerras imperialistas para extender el

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imperio o distraer la atención de los problemas internos. Como los estados de gran extensión, especialmente aquellos con imperios ultramarinos, han tendido a ser los menos homogéneos, esta heterogeneidad es un factor que explica la mayor belicosidad de las “grandes potencias”. Las guerras para eliminar revueltas coloniales y para extender el imperio en áreas atrasadas, aunque han sido numerosas, raras veces han implicado aspiraciones nacionales o de equilibrio de poder y normalmente se han quedado en “pequeñas guerras”.

Si hay una gran heterogeneidad cultural en el territorio nacional del estado, como lo fue en el Imperio de los Habsburgo, pueden producirse guerras de autodeterminación o de diversión. Se dice que el remedio para una incipiente guerra civil es una guerra exterior. En la historia hay ejemplos de todas las grandes potencias donde esta estratagema ha sido considerada o utilizada, notablemente por el Imperio de los Habsburgo en 1914. Con frecuencia estas guerras se extienden porque afectan normalmente al sistema de equilibrio de poder.

Otro medio para evitar los peligros de una cultura heterogénea ha sido la propaganda del nacionalismo. El esfuerzo para aumentar la homogeneidad cultural ha provocado, sin embargo, más guerras que la existencia de heterogeneidad cultural. El nacionalismo ha provocado guerras más graves que el imperialismo. Sin embargo, las características de las culturas nacionales difieren respecto a belicosidad. Estas diferencias cualitativas son probablemente más importantes que el grado de uniformidad de la cultura en todo el territorio del estado.

c) Economía.-

El sistema de producción económica o de utilización de recursos ha tenido una influencia importante en la belicosidad. Los estados con economías basadas en la agricultura, aunque menos belicosos que los basados en la ganadería, han sido generalmente más belicosos que aquellos cuya economía estaba basada en el comercio y la industria. Esta tendencia ha sido destacada por economistas, sociólogos e historiadores e iba observarse en el contraste entre el oeste agrícola y el este más comercial de Estados Unidos durante el período napoleónico; en el existente entre el sur agrícola y el norte industrializado de Estados Unidos antes de la Guerra Civil; en el existente entre el este agrícola y el oeste industrializado de Alemania antes de la Primera Guerra Mundial; y en el existente entre el este agrícola y el oeste industrial de Europa en el siglo XIX.

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SEGUNDA PARTE 209 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

Esta diferencia parece estar en las condiciones inherentes de ambos tipos de economía. La agricultura autosuficiente en la civilización moderna surgió en el feudalismo y en el asentamiento de conquistadores nómadas o de colonizadores con espíritu de aventura y autoconfianza en el que cada hombre defiende su casa con sus armas; el espíritu del feudalismo ha continuado en el primer caso y ha tendido a evolucionar en el último con una desigualdad creciente en la posesión de tierras. Los propietarios de tierras defienden sus propiedades con sus propias fuerzas, exaltan las virtudes militares, practican la caza para alimentarse y como deporte, y continúan siendo expertos en el manejo de las armas de guerra. Además, en una civilización agrícola, la tierra es la mercancía de mayor valor y es algo que puede adquirirse mediante guerras. El crecimiento de población, que es normalmente más rápido en las áreas rurales que en las urbanas, hace evidente una necesidad constante de más tierras si la nueva generación va a tener un mismo número de hectáreas.

Por otro lado, las actividades industriales tienden a la urbanización y a la desmilitarización de los líderes y de la sociedad y a la exaltación de la capacidad para los negocios, que en el comercio y en la industria son un instrumento más eficiente que la guerra. Es cierto, naturalmente, que los estados altamente industrializados deben importar alimentos y materias primas, deben exportar productos manufacturados para pagarlos y pueden aprovechar las oportunidades para invertir capitales y utilizar las habilidades técnicas y de gestión en el exterior. En ausencia de barreras comerciales excesivas y de un excesivo control del comercio por el gobierno, estas necesidades y oportunidades pueden asegurarse, sin embargo, más provechosamente mediante una negociación pacífica que mediante conquistas. El crecimiento del industrialismo, del capitalismo y de la libertad de empresa en Europa fue probablemente la causa y el efecto del siglo de paz relativa en el continente entre las batallas de Waterloo y del Marne.

El feudalismo, al subordinar la economía a la política, aumentó la belicosidad de las primeras economías agrícolas. La excesiva planificación gubernamental ha tendido a menudo a subordinar el bienestar económico al poder político y a aumentar la belicosidad de los estados con una economía industrial. Las economías socialistas han producido los estados más agresivos de la historia.

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d) Progresismo.-

La guerra moderna parece haber tenido una influencia contraria al progreso social. La preparación militar y la guerra tienden a la rigidez, a la falta de adaptación y al tradicionalismo. Sin embargo, los estados progresistas y dinámicos, que continuamente se esfuerzan en despertar en la sociedad como conjunto una conciencia de los valores nacionales y en adaptar las instituciones y actividades sociales para poner en práctica estos valores, son más belicosos que los estados tradicionales y estáticos, que dejan la definición y puesta en práctica de los valores sociales a la interacción de las ideas y propagandas de individuos y de organizaciones privadas. El esfuerzo del gobierno para cambiar rápidamente la sociedad tiende a producir disensiones internas y, para eliminar estas disensiones, los gobiernos recurren a menudo a la reglamentación estricta de la opinión y a la creación de chivos expiatorios. Se emplean los mecanismos psicológicos de represión, desplazamiento y proyección para servir a los propósitos del gobierno. En la medida que tienen éxito, el estado se convierte a socialista en economía y a agresivo en política exterior.

e) Integración.-

Juventud, homogeneidad cultural, planificación económica nacional y dinamismo son características que conducen a menudo a la guerra y son características de las que han estado orgullosas las sociedades totalitarias. No es, por tanto, sorprendente que el totalitarismo haya conducido a la guerra. De la sociedad liberal, que limita las funciones del gobierno al mantenimiento de la ley y el orden y que reconoce la autonomía de las minorías nacionales, de las iglesias, de las empresas económicas y de las organizaciones educativas, de investigación y de publicidad, puede esperarse que exija una lealtad menos unida entre su población y dirija una máquina administrativa menos perfecta con la que movilizar sus recursos para la guerra que la sociedad totalitaria que enseña a su población a creer que el estado es el valor supremo. Por lo tanto, los líderes de los estados liberales han necesitado más tiempo para prepararse para combatir, incluso después de haber tomado esa decisión, y han sido menos eficientes en las primeras fases de la lucha. Además, la sociedad liberal, por su liberalismo, presenta una oportunidad para las propagandas desintegradoras y, por su falta de preparación, presenta un objetivo tentador para ser atacado por vecinos agresivos. Estas relaciones fueron ejemplificadas por las agresiones de los estados totalitarios a partir de 1931 y sugieren que tanto la integración social excesiva como la integración social inadecuada en un estado presentan peligros para la paz. Además, el grado de integración

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puede ser, en este sentido, menos importante que el método por el que se alcanza la integración.

Los cambios en la constitución social de los estados pueden ser responsables, en parte, de los cambios en la belicosidad de una civilización durante su historia. La juventud y dinamismo de los estados conduce a la belicosidad en la era heroica. La homogeneidad e integración crecientes de los estados en épocas de dificultad sostienen su belicosidad a pesar de la mayor edad de los mismos. Sin embargo, en el período del estado universal, la mayor edad de los estados, así como la uniformidad e integración crecientes de la civilización como conjunto tiende hacia la paz. El pacifismo de los estados maduros en el período de decadencia hace al conjunto de la civilización vulnerable a ataques del exterior y son frecuentes las guerras defensivas.

5. VULNERABILIDAD Y GUERRA

La constitución interna de los estados ejerce menos influencia sobre su política exterior que la que ejercen las condiciones externas a las que se enfrentan. El estado debe adaptarse a esas condiciones, incluso a costa de sus teorías, o puede dejar de existir. Entre estas condiciones se encuentran el poder relativo de los estados y su vulnerabilidad militar y económica.

a) Poder relativo.-

Parece existir una correlación positiva entre la belicosidad de un estado y su poder relativo. En todos los períodos de la historia las “grandes potencias” han estado en guerra con más frecuencia y los estados pequeños han sido los más pacíficos. Las grandes potencias no solo han participado en guerras para mantener el equilibrio de poder entre ellas sino también han entablado con frecuencia pequeñas guerras y expediciones militares contra estados más pequeños y comunidades semicivilizadas. Algunos países de gran superficie y muy poblados, como India y China, no participaron como protagonistas en el sistema de equilibrio de poder durante la era moderna. No eran, sin embargo, “grandes potencias” en el sentido político. Durante la mayor parte de este período Francia y el Imperio de los Habsburgo fueron las más importantes de las potencias, sobre las que giró el sistema de equilibrio de poder y estuvieron con más frecuencia en guerra. Las siguientes potencias en el rango de belicosidad durante el período de 1480 a 1940 fueron Gran Bretaña, Rusia, Prusia, España y Turquía; las potencias menores – Holanda, Suecia,

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Dinamarca, y Noruega – estuvieron en guerra comparativamente menos tiempo.

Esta relación es debida parcialmente al hecho de que cuanto más poderoso es un estado más piensa que puede ganar una guerra concreta, aunque las estadísticas muestran que, a causa del funcionamiento del sistema de equilibrio de poder, el estado mejor armado al comienzo de una guerra ha sido derrotado en una mayoría de casos. Un estado débil, si lucha, se enfrentará probablemente a un estado más poderoso y, por consiguiente, no es probable que entre en guerra a menos que sea atacado. Cuando han tenido lugar estos ataques, el estado pequeño a veces no ha logrado sobrevivir; pero frecuentemente ha sido protegido por el funcionamiento del equilibrio de poder y, en guerras generales, las dos partes beligerantes pueden aprovechar en su beneficio el mantenimiento de la neutralidad de los vecinos pequeños para proteger esas partes de sus fronteras con medios menos costosos que la defensa militar. Sin embargo, la razón más importante para la excesiva beligerancia de las grandes potencias radica en la estructura del equilibrio de poder, que prácticamente asegura que todas las grandes potencias participarán en guerras que amenacen el equilibrio de poder para preservarlo, una responsabilidad que no tienen los estados pequeños.

b) Vulnerabilidad estratégica.-

Tiende a implicar al estado afectado por la guerra. Los estados con territorios ampliamente separados son más difíciles de defender en todos los puntos que los estados con un territorio compacto y, al mismo tiempo, están bajo presión para extenderse a más lugares para alcanzar fronteras estratégicas más satisfactorias. Los estados con el territorio más concentrado, como Suiza, Suecia y Noruega, han estado en guerra menos tiempo durante la era moderna.

Las barreras naturales frente a invasiones probablemente hacen que el estado así protegido se implique con menor probabilidad en guerras, aunque la influencia de ser invulnerable en el propio territorio, para crear disensiones internas y un espíritu agresivo, no puede ser pasada por alto. Japón, Gran Bretaña y Estados Unidos, separados por océanos o por estrechos de las otras grandes potencias, estuvieron en guerra menos que los estados de la Europa continental durante la era moderna, particularmente en su primera fase. La tendencia de los inventos modernos ha hecho que las barreras naturales proporcionen cada vez menos seguridad, aunque incluso en épocas anteriores, Aníbal y Napoleón cruzaron los Alpes. Océanos extensos no preservaron al

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imperio de los aztecas ni al de los incas y no protegieron a Japón, ni a la India ni a China de los ataques militares de las potencias occidentales. Debe advertirse también que las fronteras geográficas naturales pueden favorecer más a un estado que al que está al otro lado de las mismas. La propia frontera se ha convertido a veces en una manzana de la discordia, como lo ha sido, por ejemplo, la frontera tirolesa entre Italia y Austria y la frontera del Rin entre Alemania y Francia.

Entre las comunidades aisladas o protegidas por barreras de este tipo, que no temen a vecinos hostiles, hay una tendencia a dividirse incluso cuando no tienen una heterogeneidad cultural grande. La población de algunas de las pequeñas islas polinesias se separó en dos grupos enfrentados; Gran Bretaña, al retirarse de Europa tras la guerra de los Cien Años, se dividió por una guerra civil. Durante su aislamiento en los siglos XVII y XVIII Japón se dividió en numerosas baronías feudales que luchaban continuamente entre sí. China, durante el período en que estuvo comparativamente aislada, fue frecuentemente víctima de guerras civiles. Incluso Estados Unidos, que después de las guerras napoleónicas se mantuvo en un aislamiento relativo, se dividió en dos partes y tuvo la sangrienta guerra civil. De esta forma la inmunidad a guerras exteriores, que surge como consecuencia de la invulnerabilidad estratégica, puede aumentar el peligro de guerra civil. Este peligro tiende a ser compensado por un espíritu agresivo, inclinado a participar en guerras exteriores para desviar la atención de los problemas internos.

c) Vulnerabilidad económica de un estado.-

Exige mantener contactos económicos con territorios exteriores en períodos de paz y neutralidad. Entre los pueblos primitivos la belicosidad se encuentra estrechamente relacionada con el número de contactos; entre los pueblos civilizados la relación es menos clara. Es cierto que los contactos económicos implican de vez en cuando fricciones y pueden conducir a guerras en ausencia de un mecanismo internacional de ajuste, pero la civilización implica una capacidad superior para realizar estos ajustes. De hecho, se ha sugerido que la contracción del mundo, por el transporte y las comunicaciones rápidas y el aumento de la interdependencia entre estados, ha tendido a la paz. Esto puede ser verdad a largo plazo, pero el primer efecto del aumento de los contactos económicos y culturales entre estados ha sido aumentar la probabilidad de guerra.

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Por lo tanto, se ha recomendado, en interés de la paz, la autosuficiencia económica. Esta política, sin embargo, también contiene en sí misma las semillas de la guerra, porque un estado que ha estado desarrollando un amplio comercio, al buscar aumentar su invulnerabilidad económica mediante barreras comerciales, es seguro que cause perjuicios a otros estados que, por ello, estarán privados de mercados. Los esfuerzos para alcanzar la invulnerabilidad económica o la autarquía pueden provocar también el descontento interno al disminuir el nivel de vida y al desorganizar muchas empresas económicas, creando así una exigencia para la expansión territorial. Se establece así un círculo vicioso de autarquía, conquista y economía que se deterioran. El carácter expansivo de Alemania, de Italia y de Japón en el período entreguerras surgió en parte de sus esfuerzos hacia la autosuficiencia económica como medida de defensa militar. Las dificultades que las poblaciones de ciertos países habían sufrido por el bloqueo durante la Primera Guerra Mundial y la desorganización económica mundial que la siguió hicieron populares este tipo de políticas aunque fueron seguidas a un coste elevado.

La autosuficiencia económica, incluso cuando no se desarrolla desde una situación de comercio más extenso, puede ser desfavorable para la paz. Entre las culturas dinámicas tiende a crear un espíritu de conquista, como lo muestran los esfuerzos, en la Baja Edad Media, de la relativamente autosuficiente Inglaterra para conquistar Francia y de Japón para conquistar Corea. Quizá debido a la gran invulnerabilidad de la población a un ataque económico, la autosuficiencia tiende a crear una confianza excesiva en la invencibilidad del estado. Las autosuficiencias económica y cultural también tienden a producir una divergencia entre las normas culturales y las económicas y los métodos militares del estado aislado y sus vecinos. Cuando se producen realmente los contactos, probablemente serán una oportunidad y un impulso para la conquista de un lado o del otro debido a estas diferencias. Por otro lado, países que están en constante contacto se copiarán los avances militares y, por consiguiente, si no son muy diferentes en tamaño, es improbable que se produzca una rápida victoria de cualquiera de ambos lados.

La autosuficiencia, si se alcanza únicamente al precio de destruir un sistema de comercio mundial complejo, contribuye indudablemente a la guerra, como muestran los períodos de anarquía de los siglos V y XX que siguieron, respectivamente, a la ruptura del sistema comercial del Mediterráneo establecido durante la Pax Romana y al del sistema comercial mundial establecido bajo la Pax Britannica. Los problemas internacionales de los estados económicamente vulnerables son difíciles; pero si están guiados por

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mentes comerciales y financieras, es más probable que estos estados reconozcan la ventajas económicas de conciliar o arbitrar las discrepancias que los estados guiados por militares y mentes centradas en el control de la tierra, que normalmente influyen en los estados autosuficientes. El libre comercio, que fomenta la interdependencia económica y comercial de los estados más que los valores militares entre la población, fue considerado la clave para la paz por los economistas liberales como Richard Cobden y Cordell Hull.

Las condiciones de la civilización moderna han tendido ciertamente a volverse progresivamente menos favorables a un sistema político internacional basado exclusivamente en el equilibrio de poder. El advenimiento de la democracia y del constitucionalismo ha hecho extremadamente difícil que los gobiernos emprendan acciones dedicadas exclusivamente a rectificar el equilibrio de poder. El desarrollo del nacionalismo, del liberalismo y de la interdependencia que se deriva del comercio y las comunicaciones internacionales ha desviado gran parte de la opinión influyente de los problemas de poder a los problemas de bienestar. Las nuevas invenciones militares, el ascenso del industrialismo, el aumento de la alfabetización y el sentimiento de nacionalidad han aumentado la importancia de las actividades económicas, diplomáticas y de propaganda como instrumentos de la guerra y de la política y han hecho menos fácil el cálculo del poder relativo de los estados. El desarrollo del derecho internacional y la red de tratados y de organizaciones internacionales han creado barreras morales y consuetudinarias a la acción independiente basada en la política de poder. La creciente capacidad destructora de las hostilidades y la rapidez con que pueden extenderse han planteado dudas sobre si recurrir a la guerra, incluso cuando es necesaria para restaurar el equilibrio. Los objetivos económicos de los estados se han vuelto menos capaces para progresar mediante guerras de lo que lo fueron en un mundo menos interdependiente y menos industrializado.

Estos factores actúan contra el dominio de la política de equilibrio de poder en los asuntos internacionales y tienden a desarrollar el derecho internacional, la organización internacional y la opinión pública mundial como nuevas guías de política exterior. Sin embargo, estas últimas instituciones aún no se han desarrollado suficientemente para dar una sensación de seguridad a los satisfechos y de confianza en la posibilidad de cambio a los insatisfechos. Como consecuencia, el equilibrio de poder se ha mantenido como la base de las relaciones internacionales. Mientras el equilibrio de poder siga siendo esa base, los estados intentarán ajustar sus constituciones y políticas a sus exigencias y la guerra será considerada como el árbitro final. La diplomacia, la

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presión económica, la propaganda, los pleitos, las consultas y la investigación pueden ser utilizadas para alcanzar objetivos particulares, pero el problema de qué estado es más poderoso continuará dominando hasta que el cambio radical provocado por el misil con cabeza nuclear sea perfectamente comprendido.

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B. LA TOLERANCIA LEGAL DE LA GUERRA POR LOS ESTADOS

CAPÍTULO IX

DERECHO Y VIOLENCIA

1. DERECHO, GUERRA Y PAZ

Entre las hipótesis sugeridas para explicar la repetición de las guerras estaba la insuficiencia de las fuentes y de las sanciones del derecho internacional para mantener continuamente que el derecho era un análisis eficaz de los intereses variables de los estados y de los valores cambiantes de la humanidad. Aunque ciertas ramas del derecho tienen como fin la definición y reglamentación de la violencia lícita (leyes de la guerra y de la ocupación militar) y la organización de la violencia colectiva (derecho militar y ley marcial) y todos los sistemas legales toleran ciertas clases de violencia en ciertas circunstancias (derecho de defensa propia y acción policial), el fin normal del derecho – el mantenimiento del orden y de la justicia – es contrario a la violencia. Cuando Cicerón escribió Inter arma silent legis (cuando las armas entran, las leyes callan) puso de relieve esta antítesis generalmente aceptada entre el derecho y la violencia. Los filósofos políticos han acentuado la misma antítesis cuando han sugerido el contrato social, que establece el derecho y la sociedad, como el proceso de la emancipación del hombre del estado de la naturaleza que, si no era una perpetua bellum omnium contra omnes (guerra de todos contra todos), era al menos una situación en la que cada hombre juzgaba su propio caso y la violencia era frecuente. La violencia ha sido considerada sinónima de desorden y de injusticia, que son eliminadas en la comunidad legal ideal. El concepto de guerra ha incluido derecho y violencia. Lo mismo es cierto del concepto de paz que, según san Agustín, es “tranquilidad en el orden”. Pero en la práctica el orden nunca se ha mantenido sin una violencia discrecional contra los malhechores. La paz puede definirse, entonces, como la condición de una comunidad en la que el orden y la justicia prevalecen, entre sus miembros en el interior y en sus relaciones con otras comunidades en el exterior.

La función del derecho es crear esta situación – del derecho nacional mantener la paz interior en cada estado y del derecho internacional mantener

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la paz exterior entre todos los estados. De forma análoga a como los crímenes, las rebeliones y las insurrecciones son muestras de la imperfección del derecho nacional, también las intervenciones, las represalias y las guerras son muestras de la imperfección del derecho internacional. La existencia de una legislación extraordinaria para regular esas situaciones no desmiente esta tesis. Lo mismo que la medicina curativa es necesaria para rectificar las imperfecciones de la medicina preventiva, así la legislación extraordinaria es necesaria para corregir las imperfecciones de la ley ordinaria o, si no las corrige, al menos mejorar los males que se derivan de ellas.

2. GUERRA Y DUELO

La posición legal de la guerra fue discutida por juristas y filósofos de las civilizaciones clásicas de Grecia y Roma y de la civilización cristiana occidental de la Edad Media, así como por autores de otras civilizaciones. Se ha tratado de responder a preguntas como: ¿Quién puede emprender una guerra y contra quiénes? ¿Cuándo, dónde y en qué circunstancias es justificable recurrir a la guerra? ¿Cómo se debería comenzar y dirigir la guerra? ¿Qué actitudes hacia la guerra pueden tomar los no participantes?

En diferentes tiempos y distintos lugares juristas y filósofos han comparado la guerra a un acto de defensa propia, a la ejecución de una sentencia, a una medida política, a un crimen y a un duelo o combate legal. Muchos autores del Renacimiento debatieron la conveniencia legal de la guerra y se utilizaron todas estas analogías. Sin embargo, parece que en aquel tiempo la idea dominante de la guerra era la de un duelo entre príncipes.

Las palabras bellum y duellum tienen el mismo origen (de la palabra duo, “dos”) y en la Edad Media las dos fueron a menudo tratadas juntas, como hizo Legnano. La opinión medieval dominante, sin embargo, consideró la guerra como una medida propia de la autoridad del soberano para promover la justicia y corregir el mal. La guerra solo podía ser justa para un bando y este bando era normalmente el que actuaba bajo la autoridad superior de Dios, del papa o del emperador. Aunque la guerra entre iguales se debatió, los iguales estaban necesariamente, en la teoría predominante de una cristiandad unida, sometidos a alguna autoridad superior. Un beligerante, si no ambos, estaría probablemente desobedeciendo a esta autoridad; si no sus órdenes directas, al menos a la ley divina o a la ley de la naturaleza que dicha autoridad sancionó.

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Sin embargo, las doctrinas de la igualdad de los estados soberanos y del absolutismo de los monarcas se habían estado desarrollando en la Baja Edad Media y en el Renacimiento habían alcanzado un estado tal que autores políticos y juristas (que, con el mayor desarrollo de la alfabetización y la imprenta, dejaron de ser exclusivamente eclesiásticos) las tuvieron en cuenta y presentaron la guerra como un combate entre príncipes iguales. Incluso eclesiásticos como Vitoria y Molina, que se aferraban a la tradición medieval de que la guerra solo podía ser justa para un bando, modificaron de hecho esta tradición mediante la doctrina de la “ignorancia invencible”. Esta doctrina sostenía que si el bando equivocado, tras un estudio adecuado, seguía desconociendo la injusticia de su causa, la guerra debería ser considerada como justa para ambos bandos. Los eclesiásticos también comenzaron a considerar el honor como una causa de la guerra. Juristas laicos, como Gentili y Grocio, encontraron que estos circunloquios eran innecesarios y afirmaron simplemente que en los casos dudosos “ningún bando puede ser declarado injusto”. De forma coherente con la analogía de la guerra con el duelo, la neutralidad, que había sido incoherente con la concepción medieval de sociedad, comenzó a arraigar y autores laicos como Maquiavelo y Hobbes, así como reformadores como Lutero, percibieron la guerra como la consecuencia natural de discusiones entre iguales, no sometidos a una autoridad común, y también un estado de la naturaleza.

Más significativa que esta semejanza lógica de la relación de la guerra con el duelo fue la suposición de que la guerra era un asunto personal del príncipe. Solo el príncipe podía iniciar la guerra (excepto quizá en casos de defensa). Y, aunque debía consultar a los grandes del estado, tenía la posibilidad de rechazar su consejo. Aunque las costumbres medievales, según las cuales a veces los príncipes habían resuelto realmente polémicas internacionales mediante un duelo personal (y normalmente habían iniciado la guerra lanzando un desafío mediante un heraldo para un reto), habían caído en desuso en el Renacimiento, estas prácticas mostraban que la guerra moderna y el duelo eran en su origen lo mismo, aunque las dos instituciones se habían separado. Solo las personas con una cierta capacidad legal podían combatir en duelo. En la Edad Media el rey era solo primus inter pares, pero en el Renacimiento el ascenso de la monarquía le colocó en una clase propia. Los caballeros y los nobles continuaron participando en duelos, pero solo los reyes podían hacer la guerra. El hecho de que los duelos se desarrollasen normalmente de forma personal, aunque podían emplearse sustitutos, y de que en las guerras se combatiera normalmente con ejércitos acentuó la diferenciación de las dos

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instituciones, especialmente cuando los ejércitos alcanzaron tamaños formidables.

El desarrollo de la teoría social del estado, con su acompañamiento de constitucionalismo, nacionalidad y democracia, condujo a una concepción de la guerra como un medio para conseguir fines políticos o económicos o como una manifestación espontánea de los impulsos culturales o biológicos y oscureció su relación genética con el duelo. No obstante, su semejanza hace que la historia del duelo tenga aún interés para explicar la guerra. Muchas de las convenciones curiosas del duelo surgen de factores psicológicos que también están presentes en la guerra.

Los historiadores del duelo reconocen tres formas – el duelo de estado, el duelo judicial y el duelo por honor. En el primero, un campeón combate en nombre del estado. Es así una guerra en miniatura. En el duelo judicial, o juicio mediante un combate, el duelo se convierte en un procedimiento prescrito por la autoridad del estado para probar la culpabilidad o la inocencia. En el duelo por honor los caballeros defendían su honor mediante un combate, de acuerdo con las condiciones prescritas por la práctica y la convención.

Estas formas de duelo están relacionadas entre sí; de hecho, se desarrollaron, con algún solape, en la secuencia citada, y todas están relacionadas con la guerra. La guerra era un duelo de estado en que el ejército luchaba como representante del príncipe. Era un juicio celebrado mediante un combate en que se decidía la justicia de la causa según el reglamento del derecho internacional. Era un duelo por honor en el que el “honor nacional” era y continúa siendo una de sus causas principales.

Se batía en duelo en defensa de la reputación, del prestigio o del honor. No estaba relacionado directamente con hechos ni con daños materiales. Así el insulto que “señalaba una falsedad” (siendo la acusación de falsedad el desaire empleado contra el honor) no indicaba necesariamente que la afirmación expresada fuese falsa, ni necesariamente mencionaba a la persona acusada. El ofensor podía decir, “Fulano ha mentido”, o podía decir, “Alguien dijo que fulano miente”. No había discusión sobre la verdad de esta declaración. El hecho de que se hubiese pronunciado esa afirmación era un insulto o una mancha al honor y, si la persona así insultada no desafiaba al ofensor, dejaría de ser un caballero, circunstancia que podría acarrear graves desventajas. Que el tema fuese no sobre una cuestión de hecho sino sobre palabras, que uno afirmaba que estaban manchado su honor, significaba que cada uno podía estar

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defendiendo su honor. El problema que preocupó a los autores medievales sobre la guerra – ¿Cómo podían ambas partes estar actuando en defensa de la justicia? – podía no presentarse. En un duelo por honor no había ninguna cuestión que pudiese ser sometida a algún tipo de juicio. La única defensa contra un insulto era la voluntad de arriesgar la vida para probar el honor propio.

En situaciones en que la administración de justicia era inadecuada, la libertad de una persona para no ser molestado dependía, en no pequeña medida, de su reputación para vengar insultos. Una vez que el honor se había perdido, se perdía la reputación; nadie tendría miedo de ofender al deshonrado, que rápidamente desaparecería del mundo.

Por lo tanto, el duelo por honor era, en realidad, un modo de defender los intereses materiales cuando no se había establecido un código religioso, moral, legal o de costumbres adecuado para movilizar la autoridad social. La reputación, el prestigio y el honor eran, en esas circunstancias, el camino práctico para la seguridad y el ascenso social.

Al desaparecer los controles tradicionales en la Baja Edad Media, se dieron las condiciones favorables al duelo. Situaciones similares han conducido a luchas como una protección entre niños contra el acoso, a guerras entre tribus primitivas, a duelos a tiros entre vaqueros del primer Oeste estadounidense, a duelos entre monarcas medievales, a odios hereditarios, vendettas, linchamientos y a grupos de vigilantes, y a guerras entre estados modernos, especialmente cuando estaban gobernados por regímenes despóticos que despreciaban el derecho internacional.

Hay una tendencia a que el duelo por honor desarrolle convenciones similares en todas estas diferentes situaciones. Cada una de las partes está motivada por dos impulsos fuertes pero antagonistas – un deseo de preservar la reputación mediante el valor para que nadie se arriesgue a ofenderle y un deseo de preservar la vida. Para reconciliar estos motivos opuestos hay una tendencia a desarrollar convenciones que hagan posible a cada bando decir que el otro es el cobarde sin luchar realmente. En el duelo italiano del siglo XVI los expertos discutieron temas tales como: ¿Qué tipos de palabras constituían una mentita, o insulto? ¿Qué clases de palabras constituían un desafío?

La analogía de estas prácticas con las negociaciones diplomáticas de hoy es evidente. Todo estado desea mantener su reputación de combatiente y,

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mediante esta reputación, adquirir territorios o mantener los que tiene sin tener que luchar realmente. Todo estado desea impresionar al mundo por su voluntad para luchar si es atacado, pero al mismo tiempo trata de evitar provocar un desafío real que pueda precipitar la lucha. El proceso es ejemplificado en el intercambio de insultos entre Alemania y Polonia en 1939 y en el esfuerzo de las potencias nucleares para hacer que sus amenazas de “respuesta masiva” fuesen tan creíbles que no hubiese guerra.

El duelo privado fue eliminado gradualmente por el ascenso del temperamento burgués, que prefería los pleitos en los tribunales a luchar, que reconocía la adquisición de riqueza como el medio apropiado de influencia y prestigio y que consideraba el asesinato como inmoral, y por el ascenso simultáneo de un gobierno más eficiente, que proporcionó tribunales y policías adecuados. De la misma forma, la dependencia en el honor, el prestigio y la reputación militar nacionales como instrumentos de la política nacional podía disminuir gradualmente si los gobernantes desarrollaban un espíritu comercial, una moral humanística y unas instituciones internacionales eficientes. Hasta que no se establezcan actitudes e instituciones de este tipo, quizá por el miedo universal a una guerra nuclear y por unas comunicaciones internacionales más extensas, los estados darán un mayor valor a la reputación militar como medio esencial para preservar la existencia nacional y encontrarán difícil mantener esta reputación sin arriesgarse a veces a una guerra.

En algunas ocasiones, el duelo ha sido una institución legal. Pero fue característico del duelo por honor que floreciese más cuando en principio era ilegal. En este aspecto también la guerra y las amenazas de guerra de hoy se parecen al duelo. El duelo por honor surge en un estadio en el desarrollo de una comunidad legal en que la idea se adelanta a su realización institucional. Esto sucede a menudo durante períodos en los que las instituciones antiguas se han derrumbado o en los que las personas han aprobado concepciones avanzadas en un ambiente atrasado. El sistema de los estados modernos, con concepciones legales copiadas de sistemas avanzados de derecho nacional y cuya puesta en práctica no era posible en el atrasado estado de organización internacional, presenta una situación paralela. En estas circunstancias hombres y naciones buscan prestigio para asegurar el respeto a los derechos que la comunidad no tiene capacidad para proteger. La lucha por el prestigio es un avance legal en relación con la lucha por el poder. La lucha por los derechos legales señala un avance mayor pero depende de una sociedad mejor organizada. Sin embargo, en las relaciones internacionales la distinción entre derechos, prestigio y poder está desdibujada. Los derechos soberanos del

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estado, como cuerpo colectivo, se mantuvieron mediante su prestigio y mediante el poder de su gobierno para imponer interiormente la ley y defender sus fronteras. La guerra por el honor, la guerra por los derechos y la guerra por el poder fueron englobadas mediante la frase “razón de estado”.

3. GUERRA Y ÉTICA

La ruptura del derecho y la religión medievales y la aparición de monarcas poderosos crearon una situación en la que caballeros y príncipes mantuvieron sus posiciones defendiendo el honor con la espada. Sin embargo, la literatura y las ideas de la Edad Media se mantuvieron en los escritos de Vitoria y otros juristas eclesiásticos y continuaron influyendo en la posición de la guerra en el derecho internacional que estaba desarrollándose. De hecho, a la tradición medieval de “guerra justa” se añadió la actitud pacifista característica de los estoicos y de los primitivos cristianos que había sido renovada en el estudio de las fuentes clásicas y de la literatura cristiana de los primeros siglos por Erasmo y otros autores renacentistas.

Ambas tradiciones, que centraban su atención en los ideales humanistas o cristianos de bienestar individual, tendieron a ignorar los intereses políticos, las prerrogativas de los nobles, el prestigio y el honor. Clasificaron la guerra por sus manifestaciones destacadas, mutilaciones, matanzas y empobrecimiento de los seres humanos, y la valoraron éticamente de acuerdo con el sexto15 mandamiento y el Sermón de la Montaña. Para esta forma de pensamiento, no había distinción entre ética del estado y ética privada. Había una única comunidad – la cristiandad – que para un cristiano era potencialmente universal. El derecho internacional era por lo tanto idéntico al derecho privado, basándose ambos en el “derecho natural”, que reflejaba la naturaleza humana. La naturaleza, señaló Grocio, es la madre del derecho natural, del que es hijo el compromiso con las promesas que dieron origen la sociedad civil. Por consiguiente, “la naturaleza puede ser considerada la bisabuela del derecho nacional”.

Los estoicos, los primitivos cristianos y los humanistas del Renacimiento se saltaron una de estas generaciones y decidieron que la guerra era contraria a la naturaleza humana, preparando así el terreno al pacifismo pasivo. 15 [NT] En el catecismo de la Iglesia católica el mandamiento “No matarás” figura

como el quinto mandamiento; en otras versiones de los mandamientos, figura como el número 6 (en el Talmud, en la versión de la Biblia de los setenta y en la calvinista).

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La tradición católica, iniciada por san Agustín en el siglo IV, matizó esta postura mediante una consideración más realista de la necesidad de mantenimiento del orden en las sociedades humanas reales y de la necesidad de defender la cristiandad de sus enemigos externos. Afirmó que la guerra estaba permitida para promover la paz, esto es, el orden y la justicia, con tal que la guerra fuese iniciada por una autoridad apropiada y con tal que esta autoridad hubiese encontrado inadecuados en esa situación los procedimientos pacíficos y se hubiese asegurado que las injusticias que se originasen en la guerra no fuesen mayores que las injusticias que iba a remediar la guerra. Una elaboración posterior aclaró que la guerra no promovería la paz a menos que fuese una “causa justa”, normalmente limitada a defenderse de agresiones, a remediar un mal y a castigar un crimen, y a menos que esta causa constituyese el motivo real, no un mero pretexto, de la autoridad que la iniciaba. Esta tesis fue apoyada por la exégesis bíblica que mostró que el Nuevo Testamento toleraba la guerra justa y permitía a soldados y ciudadanos conceder al gobernante el beneficio de la duda en relación a una guerra concreta. Esta teoría de la guerra, cuidadosamente equilibrada, figuró en los escritos clásicos sobre el derecho internacional, continuó como teoría oficial de la Iglesia Católica, e influyó en el derecho internacional moderno, aunque sus hipótesis eran diferentes de las de la teoría que asimiló la guerra al duelo por honor.

La teoría católica fue adaptada a la cristiandad medieval dominada por la religión, que carecía de una fuerte organización política y a menudo degeneraba en una anarquía feudal. Sin embargo, esta teoría fue difícil de aplicar en el mundo posterior al Renacimiento, con príncipes poderosos que exigían autoridad soberana para organizar sus estados internamente según líneas nacionales. Con la materialización de una comunidad económica y cultural mundial en los siglos XIX y XX, la teoría católica atrajo más atención. Sin embargo, los juristas, cuando consideraron el problema de comprobar el recurso a la guerra, tendieron a desarrollar analogías con el derecho nacional más bien que a volver a la teoría medieval. El derecho positivo y la ética se habían separado demasiado para unirse fácilmente, aunque la teoría católica de la guerra justa y el pacifismo del Renacimiento eran una advertencia continua para los juristas internacionales de que el derecho y la ética nunca pueden estar completamente separados. Ambos se derivan de las necesidades e intereses humanos más que de casualidades de la soberanía. Apreciando que la ley al fin y al cabo está hecha para el hombre, y no el hombre para la ley, el papa Juan XXIII en su encíclica de mayo de 1963 ignoró la vieja tradición católica y se cuestionó si una guerra podría ser “justa” en la era nuclear.

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4. ANALOGÍAS ENTRE LA GUERRA Y EL DERECHO PRIVADO

El derecho internacional moderno es un sistema primitivo de derecho. Carece de la riqueza de fuentes, de la precisión de proposiciones y de la eficiencia de procedimientos que caracterizan el derecho de los estados modernos. Sus defensores, normalmente formados en alguna especialidad del derecho nacional, debido a sus hábitos de pensamiento y a la oportunidad que se les ofrece, tienden a desarrollar su tema mediante analogías con las reglas de esos sistemas más maduros. Entre los autores clásicos el derecho romano fue una fuente importante de analogías, pero los juristas más recientes las han extraído de los sistemas contemporáneos y, concretamente, de las normas o principios que son comunes a la mayoría de ellos. Esta práctica fue permitida por los “naturalistas”, para quienes el derecho internacional era fundamentalmente un derecho para los individuos y el estado era solo un instrumento para beneficio de sus ciudadanos. Los “positivistas” también utilizaron analogías similares, aunque consideraron el derecho internacional solo como derecho entre estados, que ya no eran príncipes soberanos sino corporaciones soberanas con constituciones complejas.

Muchos juristas internacionales pusieron en duda la analogía entre el individuo, que podía ser llevado físicamente ante los tribunales, encarcelado o, si fuera necesario, ejecutado, y el estado, al cual no se podía aplicar ninguno de estos tratos. Por consiguiente, ha habido muchas advertencias sobre la aplicación descuidada de las analogías del derecho privado, pero la práctica continúa. Los tratados bilaterales se consideran análogos a los contratos y los tratados multilaterales al derecho. Los protectorados y mandatos se consideran análogos a las relaciones de tutela, mediación y fideicomiso. El dominio estatal es comparado a los bienes raíces, los estados a las personas naturales y las uniones internacionales a las corporaciones. Por lo tanto, no es sorprendente que, al tratar de la guerra, hayan sido utilizadas las asimilaciones familiares legales de violencia interna con las categorías de crimen, insurrección, defensa y policía. El Pacto de la Sociedad de Naciones, el Pacto de París y otros tratados similares aceptaron esta analogía como comentó el autor de este libro en 1930:

Lo que se ha denominado hasta ahora un acto de guerra se volvió, bajo el Pacto, bien una violación criminal de la paz, bien un acto de autodefensa o bien un acto de policía internacional. Como las consecuencias legales de cada uno de estos actos serían muy diferentes, la situación de los estados comprometidos en estos diferentes actos no debería describirse ya por el término común, guerra. De forma similar, lo que hasta ahora se ha denominado neutralidad se convierte

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en la situación de los estados, no comprometidos activamente con la violencia ilegal o en su supresión, obligados a, para parafrasear a Grocio, “no hacer nada para fortalecer al bando” del estado que ha violado los pactos “o que pueda dificultar los movimientos” de su adversario.

La influencia de esta analogía se vio en las numerosas sugerencias para la revisión o la eliminación de la idea de neutralidad que apenas presenta analogías con alguna situación reconocida en el derecho privado. La analogía del no beligerante con el testigo de un crimen fue desarrollada en los artículos de Budapest de la interpretación del Pacto de París y en el borrador de investigación de Harvard sobre los derechos y deberes de los estados en caso de agresión. Se hicieron sugerencias de que a los no beligerantes se les debería permitir participar en una forma primitiva de seguridad colectiva, análoga a la de la “protesta clamorosa” o a la de los vigilantes, incluso en ausencia de una organización internacional. La analogía también ha figurado en el esfuerzo continuo para definir la agresión de Naciones Unidas.

Aunque está claro que no pueden reconciliarse las ideas de justicia con la tolerancia legal de actos declarados de guerra, mediante procedimientos aceptados por todos los estados implicados, que hayan violado la obligación internacional, está claro también que el problema de controlar a los estados mediante el derecho internacional es muy diferente del problema de controlar a los individuos mediante el derecho nacional. Las unidades son proporcionalmente más extensas y la coacción puede conducir a la iniciación de una guerra más que a un ejercicio efectivo de policía. El sentimiento nacional obstaculiza la creación de una fuerza de policía internacional unificada; el castigo a las naciones culpables mediante multas, indemnizaciones o pérdidas de territorio probablemente socavarán la estructura económica de la sociedad en perjuicio de todas las naciones; y la responsabilidad moral no puede atribuirse normalmente a una nación y casi nunca al conjunto de la población de una nación.

El hecho de que el problema sea diferente no significa que no tenga solución. Ni tampoco la falta de analogía respecto a las sanciones de una norma vicia necesariamente la analogía respecto a la norma. En esta teoría tendría que rechazarse la analogía entre la interpretación de los tratados y de los instrumentos escritos del derecho privado. No obstante, la dificultad de imponer sanciones efectivas contra los estados ha inducido a muchos autores a considerar si los individuos o los funcionarios, contra quienes se podrían imponer sanciones más fácilmente, no deberían ser sujetos del derecho internacional. Semejante responsabilidad, que se impone desde hace mucho

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tiempo a los enemigos capturados acusados de violar las leyes de la guerra, se extendió mediante los juicios contra los crímenes de guerra tras la Segunda Guerra Mundial a los altos miembros de los gobiernos responsables de iniciar una guerra agresiva. Las confederaciones, si sobreviven, desarrollan normalmente una relación directa entre el individuo y el gobierno central, como hizo Estados Unidos en la unión más perfecta de 1789. Naciones Unidas, en principio, está comprometida a proteger los derechos humanos, como, en la práctica, lo está la comunidad de Europa Occidental al establecer el Tribunal de Derechos Humanos con jurisdicción sobre las violaciones de los derechos humanos por los estados miembro.

Un desarrollo de esta clase sería una vuelta a la teoría ética de la Edad Media, que tendía a reducir los estados y sus soberanos de entidades de un valor preeminente en sí mismos a una posición de conveniencia administrativa relacionando al individuo con la humanidad.

5. LA GUERRA Y EL DERECHO INTERNACIONAL MODERNO

¿Cuál es la posición de la guerra en el derecho internacional moderno? No puede darse una respuesta categórica. El derecho internacional es un sistema dinámico y un examen cuidadoso de sus fuentes – tratados, costumbres, principios generales y la autoridad de juristas y jueces – da respuestas diferentes a esa pregunta al examinar las respuestas dadas en las sucesivas décadas del siglo XX.

En 1924, el autor de este libro examinó los cambios en los conceptos de guerra desde la Edad Media con la conclusión:

En el actual derecho internacional los “actos de guerra” son ilegales a menos que sean cometidos en tiempo de guerra o de otra necesidad extraordinaria, pero la transición de un estado de paz a un “estado de guerra” no es ni legal ni ilegal. Un estado de guerra se considera como un hecho, cuyo origen está fuera del derecho internacional, aunque este derecho prescribe normas para su dirección que difieren de las que prevalecen en tiempo de paz. La razón de esta concepción, diferente de la existente en la antigüedad y en la Edad Media, se halló en la complejidad de las causas de la guerra en el estado actual de las relaciones internacionales, en la dificultad de localizar la responsabilidad en el presente régimen de gobierno constitucional y en el predominio de la costumbre científica de atribuir los acontecimientos a causas naturales más que a un propósito. Sin embargo, se recordó que el problema de eliminar la guerra ha ganado en importancia, mientras que la posibilidad de resolverla mediante la

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aplicación del derecho ha mejorado con el desarrollo de la ciencia jurídica. Así se han hecho esfuerzos para eliminar la guerra (1) definiendo la responsabilidad de provocar un estado de guerra, (2) definiendo la defensa propia justificable y (3) estableciendo las sanciones a imponer.

Diez años después, el autor examinó el concepto de agresión, que entonces aparecía más en la práctica jurídica, llegando a las siguientes conclusiones:

Un estado que está comprometido a no recurrir a la fuerza, que está aplicando la fuerza contra otro estado y que rehúsa aceptar un armisticio que le ha sido propuesto de acuerdo con un procedimiento que el propio estado ha aceptado para poner en práctica su compromiso de no emplear la fuerza, es un agresor y puede ser sometido a medidas preventivas, disuasorias o reparadoras por parte de otros estados obligados por ese mismo compromiso. No puede haber un agresor en sentido legal a menos que haya un compromiso anterior de no recurrir a la fuerza. Sin duda existen algunos compromisos de esta clase en el derecho internacional consuetudinario; así los textos anteriores a la {Primera} Guerra {Mundial} definían limitaciones sobre el recurso a la intervención y a las represalias, sobre el uso de la fuerza durante un estado de guerra, e incluso sobre la iniciación de un estado de guerra, aunque durante el siglo XIX esto último se consideró más un tema moral que legal. Sin embargo, los tratados, especialmente los tratados de posguerra {de la Primera Guerra Mundial}, han impuesto amplias obligaciones para no recurrir a la fuerza, y se ha desarrollado el concepto de agresión principalmente en conexión con la interpretación y aplicación de estos tratados, de los que el Pacto de la Sociedad de Naciones y el Pacto de París han sido los más ampliamente ratificados...

Incluso si un estado viola una obligación de no recurrir a la fuerza, no sería considerado aún agresor según la definición propuesta, a menos que el derecho saque algunas consecuencias prácticas de ella. Varios textos oficiales han descrito la guerra de agresión como un crimen, pero la definición propuesta aquí no exige que la consecuencia de la agresión tenga el carácter de responsabilidad criminal. Las medidas consecuentes a una agresión pueden ser preventivas, disuasorias o correctivas más que punitivas, y su aplicación puede ser discrecional, más que obligatoria, para otros estados, pero a menos que haya alguna sanción, alguna consecuencia legal de la violación, el violador no es, según esta definición, un agresor.

Aunque se cree que la prueba de la agresión propuesta aquí se ajusta a las normas de factibilidad y de justicia, no puede aplicarse satisfactoriamente sin discreción. Aunque sea tan automática como pueda serlo en las distintas situaciones de las relaciones internacionales, no se puede esperar que se

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aplique una prueba de forma mecánica. El organismo que propone el armisticio no puede ordenar meramente a las partes que dejen de luchar. Debe proponer una línea de separación, debe proporcionar una comisión para observar la retirada de las tropas detrás de esa línea y debe actuar rápidamente, siempre con la debida consideración a los problemas militares de transporte y del terreno, al determinar el período necesario para la retirada. Aunque probablemente se tendría que dar la máxima consideración a la línea de contacto en ese momento, deberían presentarse varias pruebas de agresión al formular los términos del armisticio. ¿Cuál fue la actitud respectiva de las partes hacia el acuerdo pacífico de la disputa antes de que comenzasen las hostilidades? ¿Quién violó primero de facto la frontera? ¿Cuál estaba mejor preparado para una ofensiva estratégica? Estas preguntas, si se contestan fácilmente, podrían dar argumentos adecuados para determinar los términos del armisticio. Sin embargo, se cree que las pruebas básicas de una agresión deben ser la actitud y la conducta de las partes en respuesta al armisticio, una vez que se ha presentado.

Estos principios que prohíben la agresión, que establecen criterios para determinar quién es el agresor y que permiten a los estados discriminar al agresor fueron aplicados en un número de casos, incluyendo la disputa greco-búlgara (1925), la guerra del Chaco (1929) y las hostilidades en Manchuria (1931), Etiopía (1935) y China (1937), pero en los casos más serios las sanciones se mostraron inadecuadas. En las agresiones de Alemania a Austria (1938) y a Checoslovaquia (1939), no se realizó ningún esfuerzo para aplicar el Pacto de la Liga. La agresión alemana a Danzig (Gdansk) y a Polonia fue la ocasión para la declaración de guerra por Gran Bretaña y Francia pero lo fue menos sobre la base de los principios generales de la ley que sobre la base de las garantías especiales dadas a Polonia de acuerdo con los principios del equilibrio de poder. Con las posteriores agresiones de Alemania e Italia en 1940, la mayoría de los estados en condiciones de ejercer un juicio independiente denunciaron estos actos como agresiones, y Estados Unidos justificó su acción discriminatoria a favor de Gran Bretaña por este motivo.

Después de Pearl Harbor la mayoría de los estados firmó la “Declaración de Naciones Unidas” condenando a las potencias del Eje como agresoras, una postura confirmada por los tribunales de crímenes de guerra después de la guerra. Estos juicios y la Carta de Naciones Unidas, que prohibió la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales con ciertas excepciones, clarificó la “nueva ley internacional”, pero se carecía aún de una definición

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precisa de agresión. Refiriéndose a los esfuerzos de los órganos de Naciones Unidas para proporcionar esta definición, el autor comentó en 1956:

Estas discusiones han mostrado que son necesarias diferentes definiciones según sea el problema si prevenir violaciones de la paz, si restaurar la paz, si determinar la responsabilidad internacional por las violaciones de la paz, o si determinar la responsabilidad criminal de los individuos por crímenes contra la paz... El debate en Naciones Unidas ha tratado la cuestión de si es posible o deseable una definición precisa de agresión; de si, si fuese deseable, una definición de agresión debería ser una enumeración concreta de actos de agresión o debería ser una definición abstracta; si la agresión debería incluir solo las amenazas ilegales o el uso de fuerzas armadas o si debería incluir también la “agresión indirecta” mediante la presión económica o la infiltración ideológica; si la agresión debería limitarse a la acción internacional o debería, en algunas circunstancias, incluir conflictos civiles; si la agresión debería incluir solo la agresión real o también amenazas de agresión o debería incluir también “amenazas potenciales de agresión”; y si el agresor sería siempre un estado o podría ser también un gobierno o un grupo de individuos.

La conclusión fue que, tal como se empleó en la Carta, un acto de agresión

es la amenaza de emplear o el empleo de la fuerza armada a través de una frontera internacionalmente reconocida, del que, de facto o de jure, es responsable un gobierno por el acto o por negligencia, a menos que esté justificado por la necesidad de defensa propia individual o colectiva, por la autoridad de Naciones Unidades para mantener la paz y seguridad internacionales, o por el consentimiento del estado en cuyo territorio se está empleando la fuerza armada.

Mientras que las hostilidades en Irán (1946), Grecia (1947), Indonesia (1947), Cachemira (1948), Palestina (1949), Suez (1956), Líbano (1958) y el Congo (1961) finalizaron mediante medidas provisionales o de vigilancia del alto el fuego sin necesidad de determinar quién había sido el agresor, Naciones Unidas declaró a Corea del Norte y a China comunista agresoras en las hostilidades en Corea (1950) y a la Unión Soviética agresora en las hostilidades en Hungría (1956). Naciones Unidas no tomó acciones en las hostilidades del sudeste asiático, en el estrecho de Formosa (Taiwán) desde 1954, en Argelia desde 1955, en Goa en 1961, en el incidente chino-hindú de 1962, o en la cuarentena a Cuba en 1962 porque fueron miradas bien como conflicto civil, bien como emancipación colonial, bien como competencia de otros organismos, bien como conflicto entre países no miembros de Naciones Unidas, o bien como situaciones susceptibles de acuerdo diplomático.

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SEGUNDA PARTE 231 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

Los desarrollos de 1920 a 1964 sugieren que el derecho internacional consuetudinario, que toleraba y regulaba el recurso a la guerra y que había existido antes de 1914, había sufrido importantes modificaciones durante el período por tratados, por la interpretación jurídica y por la práctica diplomática, influidos por consideraciones éticas y analogías con el derecho privado. El derecho internacional había comenzado a diferenciar los conceptos de agresión, defensa y sanción, que podían implicar el uso de fuerza armada, del concepto de guerra y había diferenciado los conceptos de procedimientos pacíficos y de cambio pacífico de los conceptos de intervención y agresión.

También está claro que estos nuevos conceptos no habían influido en las opiniones de todos los juristas, y mucho menos en las de los gobernantes. No habían conseguido la consagración de la costumbre, no habían sido completamente desarrolladas sus ramificaciones lógicas, ni tampoco hubo instituciones capaces de imponerlas. Aunque el derecho internacional luchó para mejorar sus sanciones mediante la aclaración de sus normas, mediante procedimientos de resolución, mediante la educación de la opinión pública y haciendo que la opinión pública mundial centrara su atención en las amenazas a sus principios, no creó durante este período expectativas de que sus normas fueran observadas e impuestas. Los gobernantes estaban convencidos de que el estado que estuviese fortalecido por el poder y el prestigio militares tenía un estatuto superior al estado amparado por derechos y poderes legales. Estos últimos tenían valor, pero no el suficiente valor para sustituir a los primeros.

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CAPÍTULO X

SOBERANÍA Y GUERRA

El derecho internacional moderno adquirió su forma en el siglo XVI mientras los príncipes estaban reivindicando, y en algunos casos manteniendo, el monopolio de la violencia en territorios más extensos que los dominios feudales pero más pequeños que la cristiandad. La teoría política estaba afirmando que los príncipes podían construir estados estables mediante el uso de la fuerza y del fraude. Se estaba desarrollando el supuesto ético de que la sociedad estatal era superior a la comunidad religiosa. Se estaba aplicando la doctrina económica de que el comercio debía ser regulado en interés del poder del estado. Estas condiciones y doctrinas se combinaron para crear la soberanía como un hecho en desarrollo y una idea incipiente. La característica distintiva del derecho internacional era su afirmación de la competencia exclusiva del estado soberano para hacer la guerra. Según Arnold Brecht, “hay una causa de las guerras entre los estados soberanos que sobresale por encima de todas las otras – el hecho de que hay estados soberanos, y un número muy elevado de ellos”. Quizá sería no menos preciso atribuir la guerra al hecho de que no hay estados soberanos en el sentido político sino muchos que quieren serlo.

1. EL CONCEPTO DE SOBERANÍA

En sentido legal se ha definido soberanía como “el estatuto de una entidad sometida al derecho internacional y superior al derecho nacional”. Según esta definición en 1964 se podría atribuir soberanía a unas ciento veinte de las miles de organizaciones políticas existentes en el mundo. Eran la fuente de autoridad para la negociación de tratados, para el reconocimiento de nuevas condiciones, para someter las disputas internacionales a juicio o a arbitraje, y para iniciar la guerra, así como para promulgar, aplicar e imponer el derecho nacional. Sin embargo, la definición no arroja mucha luz sobre las características de soberanía, excepto a personas familiarizadas con el derecho, tanto internacional como nacional. Como el derecho internacional y los distintos sistemas de derecho nacional no son necesariamente coherentes entre sí, las características de una entidad soberana concreta podrían parecer muy diferentes desde uno u otro punto de vista.

Como toda entidad soberana puede modificar su propio derecho nacional simplemente siguiendo los procedimientos internos adecuados, puede

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otorgarse los derechos y poderes que le interese según ese derecho. Pero, visto desde el interior, el derecho nacional es el único derecho que existe. Las normas del derecho internacional no son leyes a menos que se “adopten” en el derecho nacional y las normas de otros sistemas de derecho nacional no son leyes a menos que se reconozcan. Por lo tanto, desde el punto de vista del derecho nacional todo estado soberano es omnipotente en el universo jurídico.

Por otro lado, desde el punto de vista del derecho internacional, todo estado soberano está obligado por el derecho, y ninguno lo puede, por su propia voluntad, cambiar. Además, estados soberanos diferentes tienen diferentes derechos según los tratados, y algunos han estado más limitados que otros en relación con sus capacidades para conseguir derechos, creando así variaciones en estatuto. Además, como el derecho internacional se está desarrollando continuamente a través de tratados, costumbres y análisis jurídicos, la esfera en la que la entidad soberana normal puede actuar libremente está sufriendo continuas modificaciones. Así, desde el punto de vista del derecho internacional, la soberanía está limitada por el derecho y el alcance de estas limitaciones ha variado en el tiempo y en el espacio.

En el siglo XVI Bodin definió soberanía como “el poder supremo sobre los ciudadanos y súbditos no limitado por el derecho”. Grocio la definió como “el poder cuyos actos... no pueden ser declarados nulos por actos de cualquier otra voluntad humana”. Bodin concebía la soberanía como una relación entre un gobernante personal y sus súbditos y solo dedicó una atención ocasional a la relación de estos gobernantes entre sí. Grocio dedicó una atención detallada a estas relaciones pero las consideró como relaciones de monarcas individuales. Ambos eran conscientes de la tradición medieval según la cual la sociedad estaba concebida como una jerarquía orgánica de individuos gobernantes. Ellos modificaron esta idea a la luz de los cambios en las condiciones internacionales dando un énfasis extraordinario a un nivel de la jerarquía que denominaron “soberanía”.

En la Edad Media se había atribuido igual importancia a cada uno de los estados, señoríos y títulos eclesiásticos existentes en las jerarquías feudal y eclesiástica desde el vasallo o el sacerdote hasta Dios, que era el Señor Supremo y gobernaba sobre la tierra a través del emperador, ya fuese mediante su autoridad directa o por medio de su vicario, el papa. Los autores renacentistas acentuaron un nivel de esta jerarquía como el de mayor importancia suprema, el del príncipe soberano en el orden internacional. Las autoridades de la jerarquía feudal inferiores a ese nivel se convirtieron en

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súbditos del príncipe y los propios príncipes únicamente estuvieron sometidos a la ley natural y al derecho de las naciones, que se basaban sobre el acuerdo y la costumbre. La secularización gradual de la vida y del pensamiento redujo la influencia del papa y de la ley divina respecto al gobierno temporal.

Este cambio fue importante pero apenas más importante que el último cambio, que transfirió las prerrogativas del príncipe al estado. Este último cambio fue iniciado por las confederaciones suiza y holandesa, fue estimulado por las revoluciones estadounidense y francesa y fue aceptado de forma general tras la Segunda Guerra Mundial.

No menos importante que cambiar el significado de soberanía ha sido el aumento en la objetividad y en el alcance del derecho internacional. El ius naturale y el ius gentium, que definían teóricamente la esfera de los príncipes desde el punto de vista internacional en el siglo XVII, se mantuvieron en un número pequeño de documentos, poco prácticos, y en instituciones no permanentes, aunque se mantuvieron por los estamentos supranacionales en decadencia del clero, de la nobleza y de los mercaderes. Hoy el derecho internacional es un cuerpo de normas relativamente precisas, definidas en tratados generales y particulares, en precedentes judiciales y en cuatro siglos de análisis jurídicos, que establecieron las instituciones internacionales, capaces de aclarar su aplicación en casos particulares, aunque no siempre tuvieran éxito en prevenir su violación o en aplicar remedios.

No solo ha cambiado el significado y aplicación de soberanía, sino que su posición en la jerarquía del gobierno humano también ha cambiado. Cuando Dante escribió su De monarchia al comienzo del siglo XIV, no empleó la palabra “soberanía”, sino que estaba convencido que solo podía haber un “monarca” en el mundo, aunque está bien recordar que solo tenía en mente el mundo cristiano. Dos siglos más tarde Maquiavelo situó el poder supremo, o al menos la competencia para rivalizar por ese poder, en los miles de príncipes, duques, condes y repúblicas que continuamente luchaban entre sí. Sin duda, la diferencia de hecho entre estos dos períodos no fue tan grande como sugieren estas descripciones de la situación del poder supremo. En el siglo XIV había baronías en guerra y en el siglo XVI había aspiraciones para la unidad, pero había más base para atribuir soberanía a los muchos aspirantes en el último período que en el primero. Esto sugiere que el concepto de soberanía ha tenido siempre una relación con la organización real de la autoridad política. Aunque esta organización esté influida por muchos factores, administrativos,

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económicos y sociológicos, en general ha estado relacionada más estrechamente con la actividad y la organización militares.

Los teólogos y canonistas de la Edad Media se preguntaron si las guerras de príncipes y barones eran “guerras privadas” o “guerras públicas”. Todos estaban de acuerdo en que la bellum Romanorum o guerra contra el infiel autorizada por el papa y desarrollada en las Cruzadas era una guerra pública, pero discrepaban en relación con otras guerras. Según la teoría de ese período, una guerra pública solo podía ser autorizada por un gobernante que tuviese los atributos legales que más tarde habrían sido considerados como soberanía. Algunos pensaban que solo el emperador o el papa tenían esos atributos. Otros reconocían que ciertos reyes los tenían, pero todos los autores medievales supusieron que el derecho a hacer la guerra era previo al hecho de estar en guerra. Que uno estuviese luchando, o incluso que estuviese luchando con éxito, no probaba que tuviese el derecho a luchar.

La edad de la ciencia, inicialmente, cambió este orden. En lugar de preguntar quién podía declarar una guerra justa, los autores comenzaron a preguntarse “¿A quién obedece el ejército?” Aquel al que el ejército obedecía realmente hacía la guerra y era realmente un soberano, cualesquiera que pudiesen ser su derecho o su moral.

En ambos períodos, entonces, el poder para hacer la guerra se asoció con la soberanía, pero en la Edad Media el poder para hacer la guerra provenía del derecho legal del monarca. En el Renacimiento los derechos legales provinieron de hacer la guerra con éxito. La situación anárquica del mundo de Maquiavelo, aunque no fue eliminada completamente, disminuyó durante los siglos XVIII y XIX, tanto porque los hechos de la vida política europea parecían concordar mejor con el nuevo derecho internacional que se había desarrollado como porque este derecho parecía desarrollar una cierta capacidad para controlar la conducta de los gobernantes.

A finales del siglo XVI el concepto jurídico de soberanía podía aplicarse a los príncipes territoriales de forma menos dudosa que en los siglos XIV o XV. Por un lado, el papado había perdido prestigio y el imperio había perdido sus vagos derechos a territorios situados fuera de Alemania y del norte de Italia. Por otro, muchos de los principados menores habían sido unidos por la fuerza de las armas, y así Bodin podía “organizar Europa” distinguiendo un número moderado de soberanos que merecían ese título según su definición jurídica.

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Tras la guerra de los Treinta Años, el problema de identificar las soberanías en Europa fue aún más simple, porque las formalidades de las relaciones diplomáticas y de la elaboración de tratados, por no mencionar a los autores de manuales jurídicos, habían proporcionado los criterios para ello. Pero ya estaban presentándose complejidades por la ampliación de la familia de naciones y por la sugerencia de que los gobernantes americanos, orientales y africanos eran “soberanos”. Era difícil aplicar una definición basada en conceptos del derecho europeo a comunidades cuyo derecho interno era de una clase diferente y que nunca habían oído hablar del derecho internacional como había sido expuesto por Vitoria, Gentili y Grocio. Surgieron nuevas dificultades cuando se invocaron los principios del derecho natural para justificar a pueblos y nacionalidades oprimidos que querían separarse de forma violenta. Cambios sociales y económicos acompañaron a cambios políticos. Las bases sociológicas de la soberanía eran una cosa en comunidades campesinas analfabetas sometidas a un príncipe autocrático y otra en estados dominados por una bourgeoisie comerciante y culta que insistía en el constitucionalismo.

Sin embargo, tanto el derecho internacional como el derecho nacional se adaptaron a estos cambios y en el mundo del siglo XIX no era difícil identificar los estados soberanos con poder para elaborar una legislación nacional, tratados y hacer la guerra pero sometidos al derecho internacional. Este último regulaba la relación de los estados en paz y limitaba los métodos de la guerra, pero no imponía límites precisos sobre la iniciación de la guerra.

Después de 1918, el mundo tendió a reconocer un nuevo ius ad bellum (derecho a la guerra) que recordaba la idea medieval de “guerra justa”, pero diferente de ella, y distinguía “guerra pública”, o sanciones autorizadas por la Sociedad de Naciones, de “guerra privada”, o agresión no autorizada. De esta forma hubo una tendencia para que el acento de la soberanía jurídica cambiase del estado nacional a la comunidad mundial, pero el auge de estados totalitarios, fascistas y comunistas, la autodeterminación de las colonias y el desarrollo de los sentimientos nacionales en todos los estados moderaron esta tendencia. No obstante, la comunidad internacional era, en teoría, competente para mantener la coexistencia pacífica de estados soberanos iguales.

La función de la soberanía también ha cambiado durante los últimos cuatro siglos. Bodin apreciaba la soberanía real porque tendía hacia la paz entre la nobleza en las áreas relativamente amplias sometidas a la “soberanía” y de esta forma promovía el orden en un período de transición. Grocio la valoraba

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porque regulaba las relaciones internacionales y centralizaba la responsabilidad en interés de la paz y de la humanización de la guerra en la comunidad europea en conjunto. Otros valoraban la soberanía como un factor dinámico, capaz de hacer saltar en pedazos el statu quo en beneficio del poder político o del bienestar popular de un grupo, o de asegurar el progreso humano mediante la competencia o la cooperación entre grupos distintos. No han faltado opiniones que, en interés de iglesias, sindicatos u otros grupos, molestos por las limitaciones de la soberanía o en interés de la paz mundial, han criticado la idea de soberanía como obsoleta y nociva y han instado a abandonada.

¿Cuál sería la función de la soberanía si se aplicase a las naciones en un mundo organizado para la paz?

Entre las comunidades primarias y el mundo podría ser útil tener una separación definida en la continuidad del derecho y de la organización. La soberanía, al distinguir las fuentes y las sanciones del derecho internacional de las del derecho nacional, convierte al estado en mediador indispensable entre el individuo y la comunidad internacional y asegura que los dos derechos no serán idénticos, que ninguno dominará al otro, y que siempre habrá entre los dos un área de adaptación política flexible. Esto podría amortiguar la presión de la comunidad mundial hacia la unidad y la uniformidad y podría permitir la experimentación y la diferenciación jurídicas en secciones de la población humana, bajo su propia responsabilidad y riesgo, sin comprometer o poner en peligro al conjunto de la raza humana.

La diversificación en derecho y, como resultado, en ideales y normas de todas clases podría perpetuarse de esta forma, permitiendo un progreso continuo.

En sentido legal, la soberanía nacional, al preservar el dualismo de los derechos internacional y nacional y la independencia de los sistemas de derecho nacional, incluso a expensas de la armonía lógica y con algún peligro de conflicto jurídico, facilita la experimentación legal nacional, la competencia internacional y el avance gradual de la civilización.

2. SOBERANÍA POLÍTICA Y SOBERANÍA LEGAL

El problema de reconciliar la soberanía legal de los estados con la paz es el problema de evitar que estos desacuerdos y conflictos lógicos, útiles si se mantienen dentro de unos límites, degeneren en violencia y guerra.

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Los autores que han acentuado los atributos de la soberanía como causante de guerras han ignorado normalmente el derecho internacional y han supuesto que soberanía implica competencia ilimitada para tomar decisiones políticas, incluso decisiones para ampliar su territorio a expensas de otros.

Si, sin embargo, la soberanía se limita a una concepción legal, tales decisiones políticas no son inevitables. Si la soberanía significa libertad según el derecho internacional, el problema de reconciliar soberanía con paz es meramente el del desarrollo e imposición adecuados del derecho internacional. Sin embargo, este problema es difícil de resolver porque a menudo el derecho internacional se ha deducido de supuestos atributos de la soberanía. La soberanía política ha controlado el derecho internacional no solo en la práctica sino también en la teoría y, como resultado, el derecho internacional ha apoyado doctrinas que son incompatibles con un sistema legal.

Se ha dicho que soberanía implica que el estado no está legalmente obligado por un juicio o por una nueva norma sin su consentimiento expreso, que es libre para recurrir a la guerra y a permanecer neutral durante las hostilidades entre otros estados, y que es libre para gobernar su territorio y seguir su política exterior, únicamente sometido al deber de pagar reparaciones a otro estado que haya sido perjudicado por sus actos u omisiones al violar las obligaciones internacionales. Si las resoluciones se basan en el consentimiento de las partes y la legislación en el consentimiento de todos los estados, no se puede desarrollar un sistema judicial o legislativo efectivo en la comunidad de naciones. Si están permitidos la adquisición o destrucción de derechos por medio de la violencia y el trato imparcial del agresor y de la víctima, es imposible un sistema internacional ejecutivo efectivo. Si todo gobierno y toda toma de decisiones se dejan a los estados, sometidos solo a responsabilidades compensatorias, es muy difícil diseñar un sistema administrativo efectivo. En resumen, estas deducciones del concepto de soberanía impiden el desarrollo de instituciones esenciales para un sistema legal efectivo.

El derecho internacional no ha sido tan impotente como sugiere esta teoría. En períodos de tranquilidad se han desarrollado sentencias, leyes, órganos ejecutivos y administrativos internacionales a partir de tratados, costumbres, principios generales del derecho, precedentes judiciales y análisis jurídicos. Sin embargo, la idea de que soberanía es algo distinto del derecho ha impedido un desarrollo continuo de esas instituciones. Si las naciones y la población mundial llegasen a aceptar de forma general que la soberanía sometida al derecho es una libertad más amplia y más deseable que la soberanía que está

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por encima de la ley, el derecho internacional podría desarrollarse en un sistema efectivo. El germen para aceptar un sistema de este tipo fue consignado en el Pacto de la Sociedad de Naciones, en el Pacto de París, en la “cláusula facultativa” del Estatuto de la Corte Permanente de Justicia Internacional y en la Carta de Naciones Unidas, pero este germen no ha madurado aún.

a) Derechos Humanos.-

Se ha sugerido que el derecho internacional se enfrenta a un dilema entre dos fines contradictorios – promover el bienestar humano protegiendo unos derechos humanos mínimos y preservar la independencia de las distintas naciones protegiendo la soberanía estatal.

Aunque hasta ahora el derecho internacional no ha reconocido en teoría los “derechos del hombre” sometidos a su protección directa y a menudo no ha otorgado personalidad legal a los individuos autorizándoles a tener acceso directo a los procedimientos internacionales, de hecho ha definido e impuesto muchos de estos derechos. La práctica de la protección diplomática de los nacionales en el exterior ha tenido a menudo como resultado la utilización del arbitraje para resolver las reclamaciones, cuyos beneficiarios reales, si no teóricos, son individuos. Los estados han tenido el doble interés de mantener la soberanía en su territorio y de proteger a sus súbditos en el exterior. Entre estados que tienen un considerable número de súbditos en el exterior existe reciprocidad. Cada estado está preparado para calificar su soberanía territorial por el deber de conceder ciertos derechos legales a los residentes extranjeros, con tal que otros estados actúen del mismo modo. Además, entre estados con una civilización y organización del gobierno similares no ha habido grandes dificultades en definir los derechos mínimos legales que el derecho internacional exige que cada estado conceda a los residentes extranjeros. Se ha definido una norma internacional extrayendo los elementos comunes existentes en las normas nacionales. Antes de la Primera Guerra Mundial, el espíritu humanitario produjo varios tratados generales concediendo protección internacional a los individuos particularmente susceptibles de ser sometidos a abusos por su propio gobierno, como nativos en zonas coloniales, miembros de minorías raciales, lingüísticas y religiosas y obreros.

Sin embargo, debido a la gran diversidad de culturas y normas, ha habido dificultades para lograr el reconocimiento universal de los derechos humanos mediante este desarrollo del interés recíproco de los estados para proteger a sus

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súbditos. Aunque Naciones Unidas, en cumplimiento de los principios de la Carta, ha aceptado la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” como un fin a conseguir, no ha sido capaz de lograr un acuerdo sobre los convenios precisos de los derechos humanos con procedimientos para su imposición, aunque así lo ha hecho la sociedad de Europa Occidental.

A menos que todos los estados respeten un mínimo de derechos humanos, especialmente los que aseguran el acceso del individuo a la opinión mundial y a los mercados mundiales, los gobiernos a veces corromperán la opinión pública con unos objetivos ilegales, y se producirán violaciones del derecho a gran escala. Una opinión pública mundial es la sanción definitiva del derecho internacional y esta opinión no puede desarrollarse a menos que se respeten los derechos humanos mínimos en todas partes. Pero los esfuerzos para obligar a todos los estados a respetar los derechos individuales peculiares a una cultura o ideología particulares no dejan de producir alegatos de falta de respeto a la jurisdicción nacional y a la soberanía de los estados, lo que conducirá a conflictos peligrosos para la paz.

b) Delitos internacionales.-

El hecho de que los estados estén obligados por el derecho internacional implica que tienen la responsabilidad de pagar las reparaciones oportunas a los perjudicados como consecuencia de sus violaciones de ese derecho. Aunque los juristas han desarrollado muchas teorías sobre la responsabilidad y se ha desarrollado, mediante la práctica diplomática y las sentencias internacionales, un importante número de reglas concretas, ha seguido siendo difícil explicar cómo un estado, si sus poderes provienen únicamente del derecho, puede cometer un acto que viole el derecho. ¿No sería un acto ilegal ultra vires16 y por consiguiente atribuible no al estado sino al gobernante? La explicación se basa en el hecho de que el estado es el producto de dos derechos. Desde el punto de vista del derecho internacional, de facto sus poderes derivan de su propio derecho nacional pero de iure derivan del derecho internacional. Los actos autorizados por el derecho nacional pueden violar el derecho internacional. No son actos ultra vires para la constitución del estado aunque lo sean para el derecho internacional.

16 [NT] El principio ultra vires es el principio jurídico que considera nulos los actos de

las entidades públicas o privadas que rebasan el límite de la ley y cuyo objetivo es impedir que una autoridad administrativa actúe más allá de su competencia o autoridad.

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En la práctica, el derecho internacional ha reconocido las dos responsabilidades, criminal y civil, de los estados. Los estados han sido considerados responsables ante la comunidad de naciones como un todo y susceptibles de sanciones preventivas y disuasorias por agresiones que violen las obligaciones generales contra la guerra. Sin embargo, normalmente el término “crimen internacional” se ha referido no a actos que implicaban responsabilidad de los estados sino a actos que implicaban responsabilidad de individuos y que ponían en peligro los procedimientos e instrumentos de las relaciones internacionales. Los actos de piratería, los ataques a personal diplomático, los libelos sobre soberanos extranjeros, la falsificación de monedas extranjeras y las rupturas de la obligación de neutralidad han sido considerados “delitos contra el derecho de las naciones”. Esta práctica ha surgido, sin duda, debido a la percepción de que las sanciones penales por su naturaleza están más adaptadas para controlar la conducta de los individuos que la de los estados.

Por otro lado, la responsabilidad civil de los estados por perjuicios a los súbditos, territorio, gobierno o prestigio de otros estados ha sido impuesta en numerosos casos mediante la diplomacia y el arbitraje.

Si el derecho internacional adoptase la postura, como ha tendido a hacerlo, de que un estado, aunque pudiese cometer un agravio o incumplir un contrato, no puede cometer un crimen, estaría dejando en la ilegalidad una amplia esfera de relaciones internacionales, a menos que, al mismo tiempo, reconociese que un individuo que en nombre del estado recurre a la violencia con desprecio a las obligaciones del estado respecto al conjunto de la comunidad de naciones es responsable penalmente ante esta comunidad. Este reconocimiento de la responsabilidad de los altos cargos de los gobiernos por el derecho internacional modifica la doctrina tradicional de que solo los estados están sometidos al derecho internacional y ha sido criticada porque tiende a acabar con la solidaridad y la unidad del estado y a abrir la puerta al desorden civil al separar al gobierno de su pueblo.

La doctrina de la unidad legal del estado ha sido sin duda valiosa al asegurar la autonomía de las culturas nacionales y la continuidad de las diversas culturas en el mundo, así como al asegurar la paz y el orden en el interior del territorio de los estados. Sin embargo, las consideraciones de unidad nacional quizá podrían sacrificarse a las consideraciones de orden internacional si gobernantes, funcionarios o individuos de un estado han cometido acciones suficientemente perjudiciales contra el conjunto de la

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familia de naciones como para ser caracterizadas como delito o agresión internacionales y si el gobierno de ese estado, lejos de intentar detener esta irregularidad, es su principal propagador.

De hecho, esto es exactamente lo que ha ocurrido cuando una gran parte del mundo ha considerado la conducta del gobierno de un estado como un delito internacional. La Declaración del Congreso de Viena de 13 de marzo de 1815 declaró que “Napoleón Bonaparte se ha situado fuera de los límites de las relaciones civiles y sociales y que como enemigo y perturbador de la tranquilidad del mundo se ha expuesto a la venganza pública”. Por el Artículo 227 del Tratado de Versalles “los Aliados y las potencias asociadas acusan públicamente a Guillermo II Hohenzollern, anterior Emperador de Alemania, por un delito sumo contra la moralidad internacional y la inviolabilidad de los tratados”. El presidente Wilson, en su alocución al Congreso el 2 de abril de 1917, declaró a Estados Unidos amigo del pueblo alemán y enemigo exclusivamente del gobierno alemán. En la Segunda Guerra Mundial el gobierno británico y los de otros países declararon que estaban luchando solo contra el gobierno nazi y, después de la guerra, el tribunal de Núremberg y otros tribunales contra crímenes de guerra declararon culpables de crímenes contra el derecho internacional a altos cargos del gobierno.

Desde un punto de vista práctico el primer paso para hacer efectivas las sanciones es separar al gobierno culpable de su población y esto se facilitaría por la existencia de una teoría legal que mantuviese que, si un gobierno ha recurrido a la violencia contra las obligaciones internacionales del estado, se debería considerar que ha violado no solo el derecho internacional sino también la constitución del estado, que, al deber su autoridad a su reconocimiento por la familia de naciones, no se puede suponer que permita violaciones de las leyes fundamentales de esa sociedad. Un acto de este tipo de un gobierno no debería, por tanto, imponer responsabilidades al estado como tal, sino que debería hacer responsable al gobierno de ese estado no solo frente a sanciones internacionales sino también frente a sanciones nacionales tal como se estipula en caso de traición a las leyes fundamentales del estado. Un gobierno culpable de agresión debería ser también culpable de traición. Con esta teoría, las sanciones contra un gobierno culpable podrían ser apoyadas no solo por la opinión pública de los otros países preocupados por mantener el derecho internacional sino también por la propia opinión patriótica en el estado que ha sido traicionado por el gobierno que ha cometido el delito.

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Una teoría de este tipo sería comparable a la práctica común de tratar a las compañías cuyos actos han violado el derecho penal a proceder no contra la compañía como tal sino contra sus directivos. Esta era también la teoría de Estados Unidos al tratar con la violencia apoyada por los gobiernos de los estados del sur en la Guerra Civil. Aunque se ha sostenido que el gobierno federal tiene la autoridad para tomar medidas contra un estado para hacer cumplir las obligaciones federales del estado, en la práctica se ha considerado inconveniente utilizar esta autoridad. Cuando se ha recurrido a la coacción, no ha sido contra los estados como tales sino contra los gobiernos, individuos o asociaciones hostiles de ese estado. La conveniencia de esta práctica fue claramente reconocida en la Convención Constitucional Federal de 1787 y en la constitución final se suprimió una disposición, incluida en un borrador previo, que permitía la actuación del gobierno federal contra un estado culpable.

En la presente era de grandes contactos internacionales hay un alto grado de irrealidad al insistir en el dogma de que solo los estados están sometidos al derecho internacional. La responsabilidad final del estado según el derecho internacional no es suficiente para preservar el respeto por ese derecho en el dinámico e interdependiente mundo moderno. Se debe establecer más inmediata y más concretamente la responsabilidad si la supremacía del derecho va a sustituir al sistema de equilibrio de poder. La Carta de Naciones Unidas y las decisiones del Tribunal Internacional de Justicia reconocen que no solo los estados sino también gobiernos, funcionarios, individuos, Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales, algunas compañías privadas y asociaciones internacionales pueden tener un estatuto en el derecho internacional. En ocasiones, se ha concedido estatuto internacional a entidades de todas estas clases. El derecho internacional ha tendido a convertirse en derecho mundial. Este desarrollo implica que los intereses de estas entidades no estatales así como los intereses de los estados soberanos deberían tener influencia en el desarrollo del derecho internacional, que deberían ser competentes para invocar procedimientos internacionales apropiados para proteger sus derechos y que, según ese derecho, deberían ser directamente responsables por la violación de sus deberes.

No obstante, la diversidad de culturas y la fuerza de los sentimientos nacionales retrasarán el progreso en esta dirección. Durante un largo período de tiempo la paz necesitará, como ha dicho el Tribunal Internacional de Justicia, que el derecho internacional reconozca que un estado goza de soberanía en tanto en cuanto ha aceptado expresa o tácitamente las

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obligaciones del derecho internacional. Esto deja a cada estado una gran discreción para desarrollar sus propios valores, instituciones e ideologías en su territorio.

3. SOBERANÍA Y SEGURIDAD

La seguridad a través de la soberanía es el sistema por el que la familia de naciones se ha regido en general desde la Edad Media. Este sistema ha sido destruido por su incapacidad para impedir la recurrencia de las guerras y por el carácter crecientemente intolerable de la guerra con el progreso de los inventos y de la producción industrial. Este sistema se apoyaba en la corpus del derecho internacional consuetudinario que permitía la guerra y la neutralidad, aplicado mediante la diplomacia y el arbitraje ad hoc, sancionado por el esfuerzo de las propias naciones y por el equilibrio de poder. El derecho internacional solo podía adaptarse a situaciones cambiantes mediante procesos graduales de cambio de costumbres, comentarios jurídicos y firma de tratados, pero siempre estaba retrasado respecto a las peticiones de estados dinámicos que querían extender sus derechos más allá de lo que el derecho les otorgaba en ese momento. Para este propósito esos estados empleaban la negociación y el arbitraje justo si era posible. En caso contrario, recurrían a las amenazas y a los hechos consumados con la esperanza de que la mayoría de los estados permanecerían neutrales y se legitimarían los frutos de la agresión por un posterior reconocimiento. Era un sistema de seguridad limitada para los estados militarmente fuertes y de inseguridad ilimitada para los estados militarmente débiles. El derecho gobernaba las transacciones sin importancia, la fuerza las importantes. El sistema impedía la creación de un estado mundial, preservaba la independencia de algunos estados, conseguía la independencia de otros y destruía la independencia de muchos. Se proclamaba a todo volumen la soberanía y se ejemplificaba en la práctica pero siempre estaba en peligro.

La seguridad colectiva mediante una organización internacional había propuesto ampliar la definición del derecho internacional a través de la codificación de tratados generales y por la acumulación de precedentes de fallos del Tribunal Internacional de Justicia. Esta organización internacional propuso perfeccionar la aplicación del derecho mediante un juicio obligatorio ante ese tribunal y sustituir la prevención o detención de la violencia por la sanción de defensa propia mediante la acción colectiva.

Ni la Sociedad de Naciones ni Naciones Unidas contemplaban la imposición de todas las normas del derecho internacional. Solo se impondrían

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sanciones para impedir o para detener hostilidades ilegales y, en Naciones Unidas, para imponer las sentencias del Tribunal Internacional de Justicia. Estas sanciones tenían la finalidad de preservar la paz más que de mantener el derecho pero, incluso para este propósito, las exigencias de los procedimientos hacían dudosa su aplicación.

Acompañando estos procedimientos colectivos de definir leyes y derechos y para preservarlos contra la violencia, se establecieron acuerdos no menos importantes para su modificación. Se celebraron muchas conferencias para mejorar el derecho internacional mediante la firma de tratados generales con efectos legales. Además, se establecieron procedimientos de consulta, conciliación y recomendación para resolver quejas legales, revisar tratados o rectificar situaciones peligrosas. Estos procedimientos presentaban alguna semejanza con los procedimientos de la policía y tenían una importante posición en los sistemas de derecho nacional, pero la autoridad de la comunidad mundial como conjunto para subordinar los derechos de los estados particulares a los intereses generales importantes no fue completamente establecida, y los procedimientos resultaron inadecuados aunque Naciones Unidas contribuyó mucho para facilitar la autodeterminación de pueblos coloniales y el respeto general por los derechos humanos contra las exigencias de soberanía.

Ninguno de estos procedimientos colectivos perjudicaba la soberanía en sentido jurídico. Ninguno de ellos proponía someter a ningún estado al derecho nacional de otro, ni a modificar el derecho internacional que obligaba legalmente a los estados, excepto mediante procedimientos internacionales establecidos. Se mantuvieron diferenciadas las fuentes del derecho internacional y las del derecho nacional. Solo se aplicaron sanciones a las violaciones de la paz para proteger a los más débiles de ser sometidos al derecho nacional del país conquistador.

La intervención en la jurisdicción interna de los estados fue expresamente prohibida por el Pacto de la Sociedad de Naciones y por la Carta de Naciones Unidas. Las intervenciones o consultas colectivas para preservar la paz estuvieron muy cerca de privar a los estados de derechos contra su voluntad; pero en ambos instrumentos se limitó la competencia de los órganos colectivos a hacer recomendaciones o asesoramientos. Sin embargo, consagraron el principio enunciado por el presidente Wilson de que “la paz del mundo tiene mayor importancia que cualquier cuestión de jurisdicción o límites políticos” y el principio enunciado en la Carta de que los acuerdos políticos deben ser no

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solo pacíficos sino también justos. Estos principios no son contrarios a la soberanía que actúa como la guardiana de la distinción entre derecho internacional y derecho nacional, pero son contrarios a la soberanía que actúa como el derecho a hacer la guerra. El ejercicio de este derecho, creando disciplina en el interior y miedo al enemigo exterior, ha sido el contexto sociológico más importante en el que se ha desarrollado el concepto legal de soberanía, aunque en el siglo XIX el fenómeno psicológico histórico del nacionalismo ha tenido casi la misma importancia. De esta forma, en la medida en que el derecho internacional, apoyado por instituciones colectivas que consideran a los gobiernos responsables de las agresiones y protegen los derechos humanos en los estados, previene la guerra, modificará el contexto político de soberanía, si no su forma legal.

La soberanía legal no evita la paz mediante el derecho; la soberanía militar sí lo hace. ¿Puede existir soberanía legal sin soberanía militar? La pregunta se parece a la que fue contestada hace mucho tiempo “¿Puede existir la libertad individual sin armas?”

Es evidente que las nacionalidades no soberanas pueden alcanzar la independencia más fácilmente bajo la seguridad colectiva que bajo la seguridad mediante la soberanía. Las nacionalidades han conseguido a veces la independencia a través de la guerra, pero los procedimientos pacíficos para la autodeterminación, desarrollados mediante el sistema de mandatos de la Sociedad de Naciones y, posteriormente, bajo la supervisión de Naciones Unidas de fideicomisos y de territorios sin autogobierno, han eliminado prácticamente el imperialismo colonial.

Con la valoración de diferencias culturales nacionales, con orgullo pero sin prejuicios sobre las características nacionales, con sistemas adecuados de educación cívica y con sistemas de derecho nacional independientes excepto en relación con las obligaciones del derecho internacional, tanto la soberanía legal como la nacionalidad cultural podrían funcionar como atributos del estado en un mundo organizado para mantener un equilibrio legal entre la independencia nacional y la justicia humana.

Podría ser que en el futuro la soberanía cambie su ubicación como ha sucedido en el pasado. Quizá pasará de la nación a la comunidad mundial. Quizá pasará a regiones o a continentes que incluyan varias naciones. Quizá pasará a unidades más pequeñas que la nación. Una comunidad mundial compuesta por varios cientos de pequeñas y casi más iguales naciones

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soberanas podría ser más estable que un mundo de ciento veinte estados, que varían en tamaño de Estados Unidos a Mónaco.

La soberanía podría redefinirse en el futuro como en el pasado. Quizá tendrá nuevas funciones y deje de atender a funciones antiguas. Es posible que deje de ser completamente útil y desaparezca. Parece claro que el esfuerzo de los estados para tener seguridad, cada uno a través de su propia soberanía, pone en peligro, en las condiciones actuales de interdependencia económica y técnica militar, la soberanía de muchos estados y está en contra de la seguridad de todos.

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CAPÍTULO XI

DERECHO Y POLÍTICA

1. COMPETENCIA LEGAL Y PODER POLÍTICO

El derecho internacional no ha logrado llegar a ser un sistema efectivo porque el desarrollo de sus leyes esenciales no se ha vinculado estrechamente con los procedimientos para su imposición y su mejora.

El derecho nacional implica que la voluntad del conjunto es mayor que la voluntad de sus partes, que el sujeto de la ley está subordinado a la comunidad en cuyo nombre se promulga e impone la ley. Sin embargo, el derecho internacional se ha calificado como un derecho de coordinación, no de subordinación – un derecho que se basa en el acuerdo entre estados soberanos, ninguno de los cuales está subordinado a ningún otro estado. Esta teoría parece negar totalmente la existencia del derecho internacional, porque, a menos que esos acuerdos sean apoyados por una obligación que proceda de alguna otra fuente, pueden ser rechazados cuando un estado así lo quiera. Si el derecho internacional va a ser un derecho real, la soberanía debe estar subordinada al derecho y sancionada por la comunidad de naciones. Por tanto, esa comunidad debe tener una competencia legal mayor que la de los estados soberanos. Sin embargo, una comunidad legal de este tipo no puede funcionar efectivamente a menos que sea también una comunidad política, con un poder político superior al de sus componentes. La práctica de las relaciones internacionales no ha proporcionado pruebas suficientes para generar una creencia general en la existencia de un poder político superior al de los estados soberanos.

En la historia de los estados el poder político de los órganos centrales se ha desarrollado normalmente antes que su competencia legal. En la historia de la familia de naciones se ha invertido este orden. A las instituciones internacionales se les ha dado competencia legal mediante tratados, pero sus poderes ejecutivos han dependido de la voluntad de los estados miembro. Les ha faltado poder político.

No debe exagerarse el contraste entre poder legal y poder político. Cada uno contribuye al otro. No obstante, sus fuentes son diferentes. El poder político es un fenómeno psicológico que surge en último extremo de la actitud de los individuos hacia los símbolos del grupo, mientras que el poder legal es

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un fenómeno jurídico que surge de las fuentes de un sistema particular de derecho.

En los sistemas de derecho nacional las costumbres, las máximas, los precedentes jurídicos, los pactos constitucionales, los decretos legislativos y el razonamiento jurídico, que han constituido las principales fuentes de la competencia legal, también han tenido una influencia psicológica importante uniendo a la población. Por otro lado, en el derecho internacional los tratados y las resoluciones; los intercambios diplomáticos; las prácticas, reconocimientos y consentimientos nacionales; las analogías con el derecho privado, los tratados jurídicos y los precedentes jurídicos que han constituido las fuentes de la competencia legal han estado alejados de la vida diaria de las personas. No obstante la influencia que puedan tener sobre las mentes de unos pocos diplomáticos y abogados expertos en derecho internacional, no han creado una opinión pública mundial que apoye las competencias que han creado legalmente. El proceso por el que se ha desarrollado el derecho internacional no ha constituido, al mismo tiempo, un proceso por el cual se haya creado una opinión pública para dar poder político a sus instituciones.

La conciencia de que las instituciones deben estar relacionadas directamente con el pueblo, si van a tener poder político, subyace en la controversia estadounidense sobre las fuentes de la Constitución federal. ¿Fue la Constitución un pacto de estados o una constitución del pueblo estadounidense? Solo con esta última interpretación podía Estados Unidos tener suficiente poder político para superar la declaración de nulidad de los estados. Aunque es concebible que el derecho internacional podría gradual y pacíficamente llegar a ser considerado como el derecho fundamental de la raza humana, obligando a los individuos así como a los estados, no es probable un proceso de este tipo. Como norma general las uniones internacionales no se transforman gradualmente en uniones federales, porque en el período de transición los estados deben depender bien del equilibrio de poder bien de la autoridad legal de la federación. Si dependen del primero, impiden que la federación desarrolle poder político. Si dependen prematuramente de la segunda, sucumben a uno de sus iguales inclinado a dominar a los demás. La federación debe tener un poder político adecuado o sus derechos legales serán un engaño y una trampa.

Es probable, por lo tanto, que el derecho internacional siga siendo un derecho primitivo, basado en un equilibrio de poder, hasta que acontecimientos históricos den a la comunidad mundial suficiente poder político para mantener

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su derecho. Es de esperar que esta transición pueda completarse pacíficamente por la comprensión general de las necesidades de un mundo que se contrae y de los peligros de una guerra nuclear. Las federaciones, aunque en principio son organizaciones basadas en el acuerdo y que se distinguen de los imperios que organizan la violencia, han implicado realmente una gran cantidad de violencia para su establecimiento y mantenimiento. Bismarck convirtió a sangre y fuego la Unión aduanera alemana (Zollverein) en una federación y Estados Unidos se formó solamente mediante un proceso que comenzó con la Revolución y terminó con la Guerra Civil. La guerra tuvo su parte en la creación de la Confederación Helvética, de la Sociedad de Naciones y de Naciones Unidas.

Un gobierno efectivo combina necesariamente los principios de acuerdo y de coacción, pero la proporción de cada uno de ellos no es un factor insignificante. Las virtudes de la civilización moderna – espíritu de libertad, humanidad, tolerancia y razón – se pueden preservar mejor si puede realizarse cada fase de la organización con un máximo de consentimiento y un mínimo de coacción y si se puede sancionar a toda institución mediante un máximo de convicción racional y un mínimo de penas con las que se le amenaza. Estas condiciones sugieren que la comunidad mundial debe conceder un cierto respeto a las autonomías individual, local, nacional y regional.

La Sociedad de Naciones alcanzó indirectamente a la población a través de los gobiernos nacionales. Por tanto, la insistencia popular en el cumplimiento de los procedimientos de la Sociedad de Naciones estaba a merced de las políticas de los gobiernos y, recíprocamente, las políticas de los gobiernos estaban a merced de públicos orientados nacionalmente. Naciones Unidas y las organismos especializados han tratado de solucionar este defecto; pero al igual que la Sociedad de Naciones han aceptado la doctrina predominante del derecho internacional de que los estados soberanos son su sujeto principal y que, además de los tratados especiales, los individuos son súbditos del estado soberano y no ciudadanos de la comunidad mundial. Por consiguiente, los procedimientos de Naciones Unidas tratan con estados soberanos y se enfrentan a un problema casi insoluble cuando un estado poderoso se opone a la aplicación de sanciones internacionales, la promulgación de la legislación internacional o la reconciliación de la paz con la justicia.

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2. SANCIONES INTERNACIONALES

La palabra “sanción” se ha aplicado a menudo a las medidas de autosuficiencia tomadas por estados individuales en circunstancias que ellos consideran que hacen a ese tipo de acciones aceptables según el derecho internacional. También se ha aplicado para incluir todas las condiciones sociales, psicológicas y físicas que inspiran respeto por la ley, como la presión de la opinión pública, la inercia de las costumbres y los cálculos del interés propio. El término “sanciones”, en el contexto del presente análisis, está limitado a las sanciones organizadas, es decir, a las acciones positivas que una comunidad ha autorizado en una situación particular con el propósito de inducir a sus miembros a observar el derecho al que están obligados como miembros de esa comunidad. Las sanciones se distinguirían así de la guerra, que implica una lucha entre iguales. Las sanciones solo pueden ser autorizadas por la comunidad de la que es miembro el estado u otra persona contra los cuales se dirigen las sanciones; solo pueden utilizarse para imponer una norma que vinculaba al estado o a la persona culpables antes de cometer su acto ilegal; solo deben ser utilizadas después de que se haya demostrado, por procedimientos imparciales, que ha sido violada la norma; y debe suponer la acción tomada con el propósito de esa imposición.

La Sociedad de Naciones y Naciones Unidas exigieron el análisis de las disputas que pusiesen en peligro la paz por sus órganos políticos o por el Tribunal Internacional de Justicia, si las partes aceptaban su jurisdicción. Estos procedimientos no siempre proporcionaron las bases adecuadas para la aplicación de sanciones.

Las sanciones pueden ser morales, implicando simplemente una apelación a la inteligencia y a la buena fe de la persona, tal como la sentencia de un tribunal, el asesoramiento o la reprensión por una autoridad adecuada; o pueden ser físicas, implicando promesas de emplear medidas o emplear medidas reales que afectan los intereses de las personas para controlar su conducta o anular los efectos de sus actos ilegales. Los tipos más conocidos de sanciones físicas en los sistemas legales nacionales son las acciones contra la propiedad, multas, encarcelamiento y castigos corporales o la pena de muerte.

En el pasado el derecho internacional se ha basado en sanciones no organizadas o en sanciones morales organizadas, y algunos autores han distinguido el derecho internacional del derecho nacional basándose en el supuesto de que el derecho internacional estaba apoyado por sanciones físicas

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no organizadas. Sin embargo, el Pacto de la Sociedad de Naciones exigía a los estados miembro participar en sanciones económicas y les permitía participar en sanciones militares en el caso de ciertas violaciones graves del Pacto. El Pacto de París permitía a sus miembros participar en sanciones físicas contra los que violaron el Pacto. Naciones Unidas mantiene las sanciones físicas para preservar paz e imponer las sentencias del Tribunal Internacional de Justicia.

Frecuentemente se ha recalcado la dificultad para aplicar sanciones físicas en los asuntos internacionales. La analogía entre la familia de naciones y el estado está muy lejos de ser completa. Como Madison y Hamilton señalaron en la Convención constitucional federal de 1787, las sanciones contra los estados [federales] tienen, en la práctica y en sus resultados, el peligro de asumir todas las características de una guerra sin importar lo mucho que pueden diferenciarse las sanciones de la guerra en la teoría y en su iniciación. Tanto la Sociedad de Naciones como Naciones Unidas han aplicado sanciones físicas pero solo en unos pocos casos de supuestos delitos y con éxito relativo.

3. DERECHO INTERNACIONAL

El problema de mantener el derecho internacional al ritmo de los cambios de la situación se hace más difícil proporcionalmente cuando las sociedades se hacen más progresivas y dinámicas. El desarrollo jurídico del derecho mediante mitos e ideas de igualdad y justicia ha sido adecuado en sociedades relativamente estáticas. Sin embargo, las sociedades avanzadas han necesitado un procedimiento legislativo a través del cual un órgano legislativo pueda hacer leyes generales para que la comunidad haga frente a las nuevas condiciones, pueda corregir las injusticias que surgen de la aplicación de la ley en circunstancias no normales y pueda anular los derechos existentes cuando sea necesario en interés del conjunto de la comunidad.

Aunque el Pacto de la Sociedad de Naciones reconocía que, en principio, los derechos territoriales o los de los tratados deberían modificarse si fuese necesario para preservar la paz o para corregir injusticias y autorizó a los organismos de la Sociedad de Naciones a proponer tratados generales sobre numerosos temas económicos, sociales y técnicos, el procedimiento para la puesta en práctica de estos principios no obtuvo la confianza de los estados insatisfechos con el statu quo. Naciones Unidas proporciona procedimientos similares pero está ayudada por las sugerencias de su Comisión Internacional de Derecho y por la afirmación de propósitos generales que proporcionan la dirección apropiada a la legislación internacional.

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La doctrina de la igualdad política de los estados, que atribuye a cada estado igual peso en las conferencias internacionales y la exigencia del consentimiento de un estado antes de que esté obligado por una nueva norma legal, ha sido en el pasado un serio obstáculo para el derecho internacional. Aunque la igualdad ante la ley o en la protección de los derechos es un principio necesario de cualquier sistema legal, la igualdad en capacidad política es incompatible con un derecho internacional efectivo. Un estado con una población de cien millones de habitantes no reconocerá a un estado con una población de un millón de habitantes la capacidad de tener la misma influencia para desarrollar este derecho internacional. La exigencia de consentimiento universal, o liberum veto17, atenúa esta dificultad pero presenta otro obstáculo serio a los cambios generales del derecho para adaptarlo a las situaciones que cambian rápidamente. Aunque la Sociedad de Naciones y, aún más, Naciones Unidas formularon las recomendaciones posibles sin tener en cuenta completamente estas limitaciones, los tratados generales que obligan únicamente a las partes siguen siendo la única forma de cambio efectivo de la legislación o de los derechos.

4. PAZ Y JUSTICIA

Los procedimientos establecidos por el sistema de la Sociedad de Naciones crearon el germen de una opinión pública mundial y, en muchos casos, fueron capaces para sancionar derechos y para rectificar abusos, pero fracasaron al tratar con las exigencias políticas más importantes que estaban sustentadas por la violencia o por la amenaza de violencia. Las disputas entre los estados más pequeños fueron resueltas satisfactoriamente, incluso, en algunos casos, después de haber recurrido a la violencia; pero cuando una gran potencia presentó exigencias para un cambio político, la Sociedad de Naciones se enfrentó con el dilema entre paz y justicia y fracasó en resolverlo. De hecho, este dilema fue provocado por los artículos del Pacto que reservaban los procedimientos políticos para disputas que amenazaban una ruptura o amenazaban la paz. Hasta que un estado no hubiese manifestado una

17 [NT] Liberum veto, veto libre, era un mecanismo del parlamento, Sejm, de la

Comunidad Polaco-Lituana, por el que cualquier miembro del Sejm al invocarlo forzaba que finalizase de forma inmediata la sesión del parlamento y se anulase cualquier ley que se hubiese aprobado en la sesión. Estuvo en vigor desde 1573 hasta su anulación por la Constitución de 1791, que estableció el principio de mayoría; y fue reinstaurado por el parlamento de Grodno de 1793, que ratificó la segunda partición de Polonia. Polonia, dos años más tarde, desaparecería tras la tercera partición entre Rusia y Prusia.

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disposición a violar la paz, no estaba permitido invocar los procedimientos de la Sociedad de Naciones para modificar el statu quo. La Sociedad de Naciones estaba muy poco dispuesta a modificar el statu quo en interés de la justicia cuando no había amenaza a la paz y estaba muy dispuesta a sacrificar la justicia cuando la paz estaba en peligro grave. La cuestión de paz o justicia estaba presente no solo en el tema del tratamiento de disputas por la Sociedad de Naciones y de la aplicación de sanciones sino también en el problema del reconocimiento de los frutos de la agresión y el derecho de neutralidad en caso de agresión.

El 9 de abril de 1938 los británicos sugirieron que los miembros de la Sociedad de Naciones deberían ser libres para reconocer la conquista italiana de Etiopía y el tema fue debatido en el Consejo del 12 de mayo de 1938. Lord Halifax dijo:

Cuando, como en el caso presente, dos ideales estaban en conflicto – por un lado, el ideal de lealtad, inquebrantable pero no práctico, a un propósito elevado; por otro, el ideal de una victoria práctica para la paz – no podía dudar de que la exigencia más fuerte era la de paz. En un mundo imperfecto, el mantenimiento indefinido de un principio desarrollado para salvaguardar el orden internacional, sin relación con las circunstancias en las que tiene que ser aplicado, podía tener simplemente el efecto de aumentar los desacuerdos internacionales.

Por otro lado, el emperador de Etiopía, Haile Selassie, dijo:

Era verdad que el objetivo fundamental de la Sociedad de Naciones, como había dicho lord Halifax, era el mantenimiento de la paz, pero había dos formas de lograr este objetivo – a través del derecho o por la paz a cualquier precio. La Sociedad de Naciones no es libre para elegir. Creada para mantener la paz a través del derecho, no podía abandonar este principio... Pediría a la Sociedad que rehusase a animar a los agresores italianos ofreciéndoles sus víctimas como un sacrificio.

Litvinov, representante de la Unión Soviética, insistió en que el dilema podría resolverse adhiriéndose al principio de acción colectiva:

Naturalmente, la Sociedad, a petición de miembros individuales, podía corregir siempre sus decisiones, pero debe hacerlo así, colectivamente, y no correspondía a los miembros individuales actuar unilateral y anárquicamente. El Consejo debe no solo desaprobar actividades de esta naturaleza, sino que debe condenar severamente aquellos de sus miembros que dan este ejemplo... No

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hacer caso a las consideraciones que había expuesto al Consejo pondría en peligro la propia existencia de la Sociedad.

La Sociedad ofreció grandes facilidades para averiguar las necesidades de justicia en situaciones concretas. Sus procedimientos para tratar controversias políticas ofrecieron más resistencia que los procedimientos de otros organismos para tolerar injusticias. Sin embargo, le faltó autoridad para hacer que funcionase la seguridad colectiva. Miembros de la Sociedad prefirieron, por lo tanto, utilizar en varias ocasiones otros organismos para tratar ciertas emergencias graves. Era más fácil para estos organismos “apaciguar” que para la Sociedad actuar así. Por la misma razón, los estados agresivos que exigían cambios preferían evitar los procedimientos de la Sociedad.

Es difícil de reconciliar la libertad ilimitada para reconocer la legalidad de los derechos que proceden de una agresión con el principio legal ius ex injuria non oritur [del delito no nace el derecho]– un principio que había sido formulado por un tribunal británico: “El derecho es que ninguna persona puede obtener o imponer un derecho que se derive de su propio delito... La mente humana se rebela ante la idea de que cualquier otra doctrina pueda ser posible en nuestro sistema de jurisprudencia”. En la medida en que una agresión es definida como delito parecería que un acto individual que conceda reconocimiento legal a sus consecuencias tiene el carácter de complicidad. No obstante, indudablemente, el derecho consuetudinario internacional ha permitido este tipo de reconocimiento una vez que la víctima de la agresión ha dejado de resistir. La paz y la estabilidad, se dice, exigen que sean aceptados los hechos.

Un tema similar fue expuesto por la declaración de los ministros de Asuntos Exteriores de Dinamarca, España, Finlandia, Holanda, Noruega, Suecia y Suiza el 1 de julio de 1936. Contemplaron la vuelta a la neutralidad, a pesar de sus obligaciones para participar en sanciones de acuerdo con el Pacto de la Sociedad de Naciones, por el fracaso de la Sociedad de Naciones en conseguir el desarme y por el agravamiento de la situación internacional. Por ello, los estados más pequeños de Europa indicaban que tendrían que situar su propia paz por encima de los esfuerzos colectivos que el Pacto pedía para mantener la justicia.

La libertad de los estados para mantenerse a distancia de peticiones injustas sobre sus vecinos, para reconocer los frutos de la agresión y para ser neutrales en caso de agresión, aunque tolerada por el derecho internacional tradicional,

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concede una posición legal a la guerra que era difícil de reconciliar con los principios de justicia o con la legislación del Pacto. Naciones Unidas ha hecho progresos para solucionar este dilema, pero su falta de habilidad para elaborar un acuerdo justo en las disputas principales ha dejado al mundo con fronteras de facto consideradas injustas por una o ambas partes después de que los combates hubiesen finalizado en Cachemira, Palestina, Corea, Vietnam, el estrecho de Taiwán y Alemania.

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C. LA DIVERSIDAD CULTURAL DE LAS NACIONES

CAPÍTULO XII

NACIONALISMO Y GUERRA

Es difícil organizar el poder político para que pueda mantener el orden en una sociedad que no tiene relaciones con otras sociedades exteriores a ella. El orden es consecuencia de la organización que, sin embargo, no puede existir fácilmente sin una oposición exterior.

En toda sociedad el problema es difícil. En la sociedad mundial es el más difícil de todos porque esa sociedad está compuesta de naciones de costumbres y valores muy diferentes y porque no está sometida a las presiones ejercidas contra cada nación por sus vecinas, que induzcan a cada nación a mantener un frente unido.

Ciertas interpretaciones de soberanía han sido un obstáculo importante para el desarrollo apropiado del derecho internacional. De la misma forma, ciertas interpretaciones del nacionalismo han sido un obstáculo formidable para el reforzamiento de la comunidad de naciones.

Ambas ideas, soberanía y nacionalidad, han funcionado unas veces reforzándose mutuamente y otras oponiéndose entre sí. Unas veces han tendido a construir estructuras políticas más amplias y otras a desintegrar estructuras políticas existentes. Ambas, en su forma moderna, tienen su origen en las tendencias liberales y humanitarias del Renacimiento, en oposición al feudalismo autoritario cristiano y a veces ambas han sido la principal oposición a las tendencias humanitarias y liberales. Ambas ideas han sido causantes de la paz y también causantes de guerras.

1. GUERRAS PROVOCADAS POR EL NACIONALISMO

El nacionalismo ha contribuido a la paz creando lealtades, en toda la población de un área considerable, de categoría superior a la lealtad a la comunidad local, al señor feudal o a la clase económica, incluso, en algunos casos, superior a la de la raza, la lengua y la religión. Esta lealtad superior ha permitido establecer una organización política en el área capaz de mantener la paz. Con el ascenso

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del nacionalismo han tendido a disminuir los enfrentamientos personales, los duelos, el bandolerismo y las hostilidades feudales, religiosas y de clase. Las hostilidades feudales y religiosas del tipo que perturbaron Inglaterra, Francia, España, Alemania e Italia en los siglos XV, XVI y XVII apenas se han producido en estos países desde la guerra de los Treinta Años. Tipos de hostilidades similares en los Balcanes y en los países árabes y en India, Japón y China y conflictos de clases, tal como se manifestaron en las revoluciones estadounidense, francesa, mejicana, rusa, china y española, podían estar en un proceso de subordinación frente al nacionalismo. Por otro lado, el nacionalismo ha sido una causa de guerras de un tipo diferente y de incluso consecuencias más desastrosas. Se pueden distinguir distintas variedades de este tipo de guerras.

a) Autodeterminación e irredentismo.-

Se han originado guerras por las exigencias de las “nacionalidades” para organizarse en estados nación. Nacionalidades en un estado han luchado por su independencia, como lo hicieron Suiza, Holanda y Portugal en los siglos XVI y XVII; Estados Unidos en el XVIII; los países hispanoamericanos, los Estados Confederados de América, los Balcanes y Bélgica en el siglo XIX; Polonia, Checoslovaquia, Finlandia, los países bálticos, los países árabes, Irlanda, India y muchas colonias asiáticas y africanas en el siglo XX.

Algunos de los estados existentes han luchado para incorporar territorios irredentos, o áreas exteriores consideradas que tenían su nacionalidad, como hizo Francia después del período de Juana de Arco; Aragón y Castilla en lucha contra los moros en el siglo XV; Cerdeña, Prusia, Serbia y Hungría en las guerras de unificación italiana, alemana, yugoslava y húngara en los siglos XIX y XX.

b) Solidaridad y prestigio.-

Se han originado guerras por la utilización por los gobiernos del estado de preparación militar, el miedo a ser invadidos, el orgullo del prestigio nacional y el expansionismo como instrumentos de solidaridad nacional. Las guerras imperiales de Portugal, España, Holanda, Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Italia, Japón y Rusia en las Indias Orientales y Occidentales, en América, en África, en Asia y en las islas del Pacífico desde el siglo XV pueden atribuirse en parte a este motivo. Las guerras por mantener el equilibrio de poder se han originado a menudo por una exaltación del honor,

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del prestigio y del poder nacionales sobre todos los valores, como lo fueron las guerras de Eduardo III y Enrique V de Inglaterra en los siglos XIV y XV, las guerras de Carlos I [emperador Carlos V] y Felipe II de España en el siglo XVI, las guerras de Luis XIV de Francia y Carlos X de Suecia en el siglo XVII, las guerras de Carlos XII de Suecia, Pedro el Grande de Rusia, y Federico el Grande de Prusia en el siglo XVIII, las guerras de Napoleón y Luis Napoleón de Francia en el siglo XIX y las guerras del káiser, Mussolini, Hitler y Japón en el siglo XX.

c) Autosuficiencia y aislamiento.-

También ha provocado guerras la tendencia de los estados seriamente afectados por el nacionalismo a buscar la seguridad frente a ataques, la estabilidad de su vida económica y el desarrollo de un carácter diferente a través del aislamiento económico y de la autosuficiencia. Estas políticas estimulan a cada país a intentar expandir su territorio para incluir materias primas y mercados esenciales y una frontera defendible. Este motivo ha contribuido a las guerras imperiales a partir de 1870 y a la expansión de los estados totalitarios desde la Primera Guerra Mundial. Las políticas hacia la autosuficiencia por parte de estados cuyos dominios territoriales hacen razonables estas políticas pueden contribuir a guerras entre otros estados cuyos intereses se ven afectados negativamente. Así el proteccionismo extremo de los Estados Unidos y el creciente proteccionismo de los imperios británico y francés tras la Primera Guerra Mundial contribuyeron indirectamente a la agresividad de las potencias del Eje que, a causa de su carencia de fuentes nacionales de materias primas comparada con las otras grandes potencias, se denominaron así mismos potencias “pobres” o “proletarias”.

d) Misión y expansión.-

Las guerras también se han originado a causa de la tendencia de los pueblos afectados por el nacionalismo, especialmente cuando están persiguiendo políticas económicas del tipo antes sugerido, a adquirir una actitud de superioridad sobre algunos o sobre todos los otros pueblos, a buscar extender sus características culturales por todo el mundo y a ignorar los derechos de otros estados y de la comunidad mundial. En este sentido, el nacionalismo tiende a parecerse a las religiones misioneras y proselitistas, como el islam y el cristianismo. Estas motivaciones influyeron en parte en las guerras imperiales de Portugal, España y Francia, cuyos nacionalismos en los siglos XV, XVI y XVII estaban ligados a un intenso catolicismo. El eslogan francés de la

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“Misión Civilizadora”, el estadounidense del “Destino Manifiesto” y el alemán de un “Lugar bajo el Sol” contribuyeron a las guerras imperiales de estos países en el siglo XIX. Las agresiones de los estados fascistas y comunistas en el siglo XX han debido mucho a actitudes de este tipo.

El nacionalismo, al afectar a las opiniones y a las políticas, ha sido un factor importante en una considerable proporción de las guerras de los últimos cinco siglos y en la mayoría de las guerras de los dos últimos siglos. En la era moderna el nacionalismo ha reducido progresivamente la importancia de las exigencias feudales, religiosas y dinásticas y ha llegado a ser una causa importante de guerras, aunque en la mayoría de las guerras haya estado unido a otros factores.

2. CARACTERÍSTICAS DEL NACIONALISMO

El nacionalismo es una palabra que tiene hoy una variedad de significados y que ha variado enormemente en intensidad en diferentes períodos históricos. ¿Puede detectarse algún significado común a través de todos estos diferentes significados?

“El nacionalismo en su acepción más amplia se refiere a la actitud que atribuye a la individualidad nacional un lugar elevado en la jerarquía de valores” (E. M. H. Boehm). ¿De qué manera difiere una nación de una tribu, de una ciudad estado, de una religión, de una civilización? “El estado – dijo Edmund Burke – no es una asociación en cosas subordinadas solo a la mera existencia animal de naturaleza temporal y perecedera” sino que es “una asociación en todos los campos de la ciencia, una asociación en todos los campos del arte, una asociación en toda virtud y en una completa perfección”. En este sentido la nación puede definirse como una comunidad perfecta.

Una comunidad difiere de otras formas de asociación al incluir toda la población de un área. Una comunidad perfecta es, objetivamente, aquella que manifiesta una uniformidad cultural, una unión espiritual, una unidad institucional y una unificación material en el grado más alto posible y, subjetivamente, aquella con la que los propios miembros se identifican conscientemente. Sus miembros se parecen mucho entre ellos en valoraciones, propósitos, juicios, apreciaciones, prejuicios, apariencias y otras características que cualquiera de ellos considera importante. Todos ellos están en contacto constante con el sentimiento del grupo, contribuyendo a la política del grupo y aceptando las decisiones del grupo. El gobierno de una comunidad de este tipo

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es capaz de preservar la paz y la justicia en ella y de asegurar la cooperación de los miembros en sus políticas constitucionalmente aceptadas. Esta comunidad satisface todas las necesidades de sus miembros y es autosuficiente y aislada.

El concepto “nación” implica que la identificación de los miembros con la comunidad será consciente. Según Renan, una nación es un “alma”, una “conciencia moral” que proviene de una “herencia común de memorias” y un “acuerdo real, el deseo de vivir juntos”. Una comunidad no es una nación si diferentes individuos de ella se identifican en primer lugar con grupos diferentes, unos con una iglesia, otros con una clase, otros con una familia o con un pueblo. Además, las personas pueden identificarse realmente con la comunidad pero carecer de conciencia de esa identificación. A veces se ha diferenciado nación de estado por el hecho de que es “natural” más que “artificial”, pareciéndose en este aspecto a la tribu. Esta suposición, sin embargo, no está apoyada por la historia si se interpreta naturalidad en el sentido técnico de creación no planeada. Las naciones se han creado mediante una educación cívica continua y otros mecanismos. “Naturalidad”, en un sentido psicológico, puede implicar que los sentimientos espontáneos así como los intereses calculados motivan la adhesión del individuo al grupo. La idea de “nación” implica indudablemente un lazo de este tipo entre la nación y el individuo, pero también parece exigir que el individuo sea consciente de sus sentimientos. Un miembro de una tribu que es leal a su tribu porque nunca ha entrado en su mente otra alternativa o un erudito chino que siente la antigüedad y perfección de su civilización porque no ha conocido otra no pueden ser nacionalistas hasta que hayan comparado conscientemente su propia tribu o civilización con otra diferente. Cuando esta comparación se hace de forma general y se han definido los límites territoriales de la comunidad, las tribus y las civilizaciones tienden a convertirse en naciones, un desarrollo estimulado con frecuencia por la comparación forzada por una invasión hostil. Para crear una nación no es menos necesario el contacto con un grupo exterior que la cohesión del grupo interior.

Por lo tanto, la nación es una consecuencia de condiciones técnicas que hacen posible una comunidad con un alto grado de solidaridad y autosuficiencia y de condiciones sociales que provocan una identificación consciente de todos o de la mayoría de los miembros de esa comunidad con sus símbolos. Es un fenómeno de comunicación y economía internas estimuladas por el contacto y el conflicto externos.

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La nación se distingue de otras comunidades en que se esfuerza por la perfección en todas las características de una comunidad. Una familia puede tener más uniformidad cultural, un estado más unidad institucional, una religión más unión espiritual, una región más unificación material. Una nación, sin embargo, al esforzarse por la perfección en todo, tiende a dominar a otras comunidades y a integrarlas en su modelo. Una vez aceptada, se convierte en el a priori social mediante el cual son formadas las actividades e instituciones culturales, políticas, espirituales y económicas.

Esta definición de nación es claramente contradictoria en sí misma. Ninguna nación puede ajustarse exactamente a ella, porque los esfuerzos para alcanzar una correspondencia en una característica la privaría de la correspondencia en otras. Los esfuerzos para hacer autosuficiente la nación militan en contra de su uniformidad, unión y unidad. Los esfuerzos para hacer a sus miembros conscientes de su identidad con la nación pueden, de hecho, acentuar las diferencias locales. La propaganda de la nacionalización puede desarrollar la autoconciencia entre las minorías, que militan contra la unidad. La supresión o expulsión de esas minorías o la cesión de zonas geográficas militarán normalmente contra la autosuficiencia. Por esta razón lord Curzon, distinguiendo nación de estado, esbozó la teoría de que ambos conceptos deberían ser considerados sinónimos de “criminal”.

Las características contradictorias del nacionalismo explican su influencia dinámica en la historia, por sus tendencias a provocar guerras y también por el carácter más limitado de la mayoría de las definiciones que aparecen en las discusiones analíticas. Los autores han distinguido (a) nacionalidad legal, (b) nacionalidad étnica o cultural, (c) naciones o naciones estado, y (d) nacionalismo. Estas se refieren, respectivamente, a la relación legal entre un estado y sus ciudadanos o entre estados con relación a sus súbditos; a un grupo cuyos miembros tienen muchas características y sentimientos culturales en común; a una nacionalidad cultural que está organizada como un estado; y a los sentimientos o actitudes que dan un alto valor a ser miembro de una nacionalidad o nación estado y que dan fuerza a las políticas que aspiran a asegurar la independencia de la nación y a aumentar su poder.

a) Nacionalidad legal.-

Puede ser un concepto del derecho nacional relacionado con ciudadanía, pero diferente del mismo, que indica la relación recíproca de protección y lealtad entre el estado y sus miembros. También puede ser un concepto del derecho

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internacional relacionado, pero diferente, con el domicilio, que indica una relación entre estados respecto a un individuo por la que un estado está autorizado a proteger y legislar para el individuo dondequiera que pueda estar. La tendencia de los estados a considerar como súbditos a todas las personas nacidas en el territorio (ius soli) además de a todas las personas nacidas de padres que son súbditos (ius sanguinis) indica la estrecha relación de nacionalismo en el momento actual con la patria (patriotismo) y la raza (racismo). En la Alta Edad Media las lealtades políticas tendían a ser exclusivamente tribales o raciales, pero en los siglos XI y XII los monarcas comenzaron a considerarse como soberanos territoriales. Juan de Inglaterra (Juan sin Tierra) cambió su título de rex Anglorum (rey de los anglos) a rex Angliae (rey del país de los anglos, Inglaterra). La tendencia a renunciar a la exigencia de lealtad perpetua, a reconocer la expatriación voluntaria a través de la naturalización en otro país y a reconocer la doble o la múltiple nacionalidad en caso de conflicto entre el ius soli y el ius sanguinis indica las características liberales del nacionalismo en el siglo XIX, en contraste con la situación anterior y la existente a partir de entonces. Los cambios frecuentes de las leyes de nacionalidad de la mayoría de los países indican que, incluso en un sentido legal, el concepto de nacionalidad es muy inestable.

b) Nacionalidad cultural.-

Ha sido difícil de definir. Ha habido mucha controversia en cuanto a si la raza, la cultura, el lenguaje, el hábitat, la historia, el sentimiento político o alguna otra característica es el atributo más importante. Los límites geográficos de las nacionalidades han resultado ser muy diferentes según la característica seleccionada. Los resultados de los plebiscitos están influidos por la selección del área de votación, por la supervisión del área y por la eficacia de la propaganda. En algunas partes del mundo cualquier característica empleada producirá enclaves de minorías rodeados por población de una nacionalidad diferente.

c) Naciones estado.-

Han sido construcciones artificiales. A veces un estado, en el sentido de un área cuya población es administrada por un gobierno independiente y con un sistema legal independiente, ha convertido a la población en una nación desarrollando, con este fin, la lealtad cívica y una conciencia de su diferencia con otros países, utilizando la educación, el servicio militar, los héroes históricos, el miedo a una invasión, los símbolos religiosos y patrióticos, el

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prestigio social, etc. En otras ocasiones una nacionalidad cultural en un estado o incluyendo áreas de varios estados ha tenido éxito en crear un estado independiente mediante la propaganda y las armas. El primer método fue característico para crear naciones en Inglaterra, Francia y España al comienzo de la edad moderna; el segundo, en la creación de naciones en los Balcanes, los países bálticos y los pueblos eslavos de Europa Oriental y en las colonias de Asia y África en los siglos XIX y XX. Los fundadores de naciones en Holanda, Suiza, Alemania e Italia han empleado ambos métodos.

d) Nacionalismo

Sugiere que existe un estado de opinión pública en un grupo que constituye una nación estado, que promueve su definición de nacionalidad legal y que explica su mantenimiento de nacionalidad cultural. Es una fuerza sociopsicológica que varía en intensidad y que puede medirse.

En cualquier grupo, sea una familia o una tribu, una nacionalidad o un estado, un despotismo o una democracia, una asociación religiosa, económica, social o política, debe haber un estado de opinión que preserve al grupo de la ruptura. Esta opinión puede definirse en términos de (1) los símbolos hacia los cuáles está dirigida, (2) su intensidad, (3) su homogeneidad y (4) su continuidad. El nacionalismo difiere de la organización tribal, del patriotismo, de la devoción, del mercantilismo, del localismo, del comunismo, del socialismo y de otras opiniones que apoyan la solidaridad de los grupos solo respecto a los símbolos hacia los cuáles está dirigido. Si todos los públicos lograsen una opinión muy homogénea, intensa y constante favorable a los símbolos de religión, la edad del nacionalismo se habría convertido en edad de la religión. De hecho, durante la edad moderna, primero en Europa Occidental, luego en América, Europa Oriental, Oriente Medio y Asia, los pueblos se han vuelto más intensa, homogénea y continuamente favorables a los símbolos de la nación estado que a otros símbolos. Esto no significa negar que otros símbolos, relativos a religiones, razas, clases y partidos políticos hayan sido más importantes en ciertos tiempos y lugares. A menudo, los nacionalistas se han esforzado en asociar otros símbolos, predominantes en ciertos seguidores, a sus propios símbolos. Así el nacionalismo irlandés ha utilizado los símbolos del catolicismo; el nacionalismo estadounidense, los de democracia y libertad; el nacionalismo alemán, los de la raza nórdica; el nacionalismo japonés, los del sintoísmo y la raza japonesa; y el nacionalismo ruso reciente, el del comunismo proletario.

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3. MEDICIÓN Y CONSTRUCCIÓN DEL NACIONALISMO

Definiendo la intensidad del nacionalismo en un estado dado como el grado de resistencia que la población ofrece a la desorganización de la nación estado, James C. King intentó en 1933 medir y comparar esta intensidad en un número de estados. De los doce estados comparados, encontró que Francia y Japón tenían en ese momento el nacionalismo más intenso y que Yugoslavia y España tenían el nacionalismo menos intenso.

Este método no medía la homogeneidad o continuidad de las actitudes nacionales. Supuestamente cuanto más intensa sea la actitud, mayor será la homogeneidad, aunque en ciertas circunstancias actitudes intensas puedan tender a provocar minorías disidentes. Desde 1933 probablemente habrán tenido lugar cambios importantes en estas clasificaciones como resultado de los intensos esfuerzos de nacionalización que se han desarrollado en la mayoría de los estados, sobre todo en los estados totalitarios. En 1933, Italia y Alemania parecían estar en los niveles medios en relación a la intensidad de solidaridad nacional.

La valoración de la influencia de varios factores en la intensidad del nacionalismo mostró que la duración de la tradición literaria, la igualdad del lenguaje y de la religión y la influencia centralizadora de la geografía eran los factores más importantes. La duración de la tradición histórica y la intensidad de las comunicaciones internas no eran importantes, pero el grado de centralización del sistema de comunicaciones y de transportes parecía tener una influencia considerable sobre la intensidad del nacionalismo.

Un estudio histórico sugiere que la intensidad del nacionalismo ha estado relacionada con las tensiones internacionales. En períodos de guerra o de peligro de guerra, el individuo ha acentuado su identificación con el grupo dominante que, en el mundo moderno, ha sido la nación, ha buscado su protección y le ha prestado obediencia voluntaria, incluso a expensas de su libertad individual. Por el contrario, en períodos prolongados de paz se ha exigido el aumento de la libertad individual y la insistencia en las garantías constitucionales, asegurando el respeto de los derechos privados. En esos períodos, los hombres han sido reacios o han estado poco dispuestos a renunciar a favor del estado en muchos asuntos. En un sistema de equilibrio de poder un exceso o una falta de nacionalismo en los estados importantes perturba el equilibrio y causa tensiones internacionales. La historia moderna ha alternado, por tanto, entre períodos de nacionalismo creciente y tensiones

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internacionales crecientes, que culminaban en guerras generales, y períodos de creciente internacionalismo, aumentando el liberalismo en la mayoría de los estados y la paz internacional. No obstante, con el tiempo, esta situación proporciona la oportunidad a algunos estados para realizar agresiones, invirtiendo así el sentido del período.

La belicosidad de un estado está probablemente más influida por los métodos empleados para crear el nacionalismo y por el ritmo al que el nacionalismo se está intensificando que por la intensidad u homogeneidad del nacionalismo alcanzado realmente. Aunque Italia y Alemania probablemente tenían un nacionalismo menos intenso u homogéneo que Francia o Inglaterra a comienzos de los años treinta, los gobiernos de aquellos países emplearon métodos calculados para intensificar el nacionalismo y aumentar la agresividad. Factores como raza, cultura, lenguaje, geografía, historia y asociación comunes y el espíritu del pueblo (Volkgeist) que se desarrollan independientemente de la acción humana han influido en el desarrollo del nacionalismo, pero con el progreso de la conciencia social en la civilización moderna, los esfuerzos de líderes, organizaciones y gobiernos han contribuido cada vez más a completar estas condiciones naturales o incluso a crear un nacionalismo opuesto a la tendencia natural.

Los gobiernos han unificado las naciones promoviendo los héroes y los símbolos nacionales, el lenguaje y la literatura nacionales y las costumbres y las instituciones comunes. Estos métodos pueden contrastarse con los métodos que acentúan la independencia y el poder de la nación, su diferenciación de sus vecinos y su oposición a ellos, y su necesidad de autosuficiencia económica y el grado de preparación militar contra un enemigo cuya invasión se prevé y teme. La creación de una nación avanza más pacíficamente si acentúa la solidaridad interna que si acentúa la oposición externa.

Los métodos de creación de naciones realmente utilizados dependen en alto grado del tipo de liderazgo en un momento dado. Los despotismos han tendido a utilizar el grado de preparación militar y el miedo a enemigos exteriores, el orgullo por los triunfos diplomáticos y la propaganda centralizada, mientras que las democracias han utilizado numerosas asociaciones privadas, procedimientos electorales, educación pública y la concesión de privilegios y recompensas políticas y económicas. El liderazgo, en cualquier caso, puede venir de diferentes tipos de élites – políticas, económicas, militares, legales y literarias – cada una de las cuáles tiende a emplear métodos característicos.

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Debe señalarse que el proceso de creación de la nación no es el único proceso de creación del estado. En lugar de asegurar la unidad del estado convirtiéndolo en una nación, los estados pueden mantenerse unidos por el proceso opuesto de divide y vencerás. Este fue el método característico de los imperios de los Habsburgo y otomano antes de la Primera Guerra Mundial.

Un nacionalismo intenso y homogéneo es sin duda una garantía más fuerte de unidad de un estado que el equilibrio entre grupos hostiles, y se ha recurrido a este último solamente cuando las diferencias existentes de lenguaje, cultura, religión y opinión y la ineficiencia de la administración eran tan grandes como para que los intentos de crear una nación fuesen de muy dudoso éxito. Incluso cuando las minorías han sido pequeñas y la administración eficiente, las medidas para incorporarlas como una parte integral de la nación normalmente han fracasado. Las medidas liberales, que permitían a las minorías el disfrute completo de su diferenciación cultural, normalmente han tenido más éxito que las medidas opresivas con las que se intentaba coaccionarlas para que aceptasen la mayoría cultural. Por lo tanto, la práctica así como la teoría indican que las condiciones del entorno ponen límites a la efectividad del proceso de creación de la nación. Estados Unidos ha moldeado gradualmente cincuenta estados y numerosos grupos de emigrantes en una nación y la Unión Soviética ha progresado en la creación de una nación de 143 nacionalidades. Parece improbable, sin embargo, que ninguno de los continentes, salvo Australia, y mucho menos el conjunto de los países del mundo, pueda convertirse en una única nación.

4. EVOLUCIÓN DEL NACIONALISMO

El nacionalismo ha evolucionado desde que comenzó al final de la Edad Media, cuando los reyes trataron de pedir la lealtad de la burguesía ascendente en su lucha contra los barones feudales por un lado y contra el papa y el emperador por otro. La participación del tercer estado en parlamentos, convocados para ayudar al tesoro real, amplió la conciencia de la nación en la mente de la población. Durante el Renacimiento los monarcas absolutos utilizaron el poder de la Artillería, de la pólvora, para reducir los castillos de los nobles feudales, la prensa impresa para hacer propaganda en la lengua vernácula, los palacios reales para hacer al estado tan visible y solemne como la iglesia, una administración y una policía eficientes para mantener el orden, y el concepto de soberanía territorial para mantener la realidad y la imagen de la nación, identificada como el monarca apoyando a sus leales súbditos y apoyado por ellos.

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El nacionalismo revolucionario apareció con las revoluciones puritanas, estadounidense y francesa, sustituyendo al súbdito por el ciudadano e identificando la nación como un cuerpo colectivo de todos los ciudadanos más que con la persona del rey. Esta clase de nacionalismo se integró en el nacionalismo liberal del siglo XIX, anticipando la paz, la armonía y la libertad individual si los límites del estado se ajustaban a los límites de la nacionalidad definida por el idioma, las costumbres o la opinión resultante de un plebiscito. Esta idea condujo a la unificación de Italia y de Alemania y a la disolución de los imperios multinacionales de los Habsburgo, otomano y ruso y de los imperios coloniales.

A pesar de la suposición de nacionalistas como Mazzini de que el cambio de fronteras o el desplazamiento de personas para que cada nacionalidad constituyese un estado conduciría a la paz, el esfuerzo para lograr este resultado ha llevado, como se ha observado, a muchas guerras.

Mientras tanto el sentimiento de nacionalismo se había pervertido por intereses económicos, ideológicos, militares e imperiales, que buscaban proteger las industrias de la competencia, prepararse para la defensa, organizar gobiernos totalitarios, o conquistar territorios. Con la bandera de la prosperidad, necesidad, cultura, ideales u orgullo nacionales, el nacionalismo se ha convertido en una causa y en un instrumento de la guerra.

Este liberalismo agresivo utilizó la palabrería antigua. Interpretó “libertad” como la libertad no del individuo sino del estado. Definió “humanidad”, no como la oportunidad de toda la humanidad para alcanzar fines definidos por ella compatibles con una oportunidad similar para otros, sino como la oportunidad de la “nación” superior para imponer sus normas sobre todas las demás. De esta forma libertad se ha identificado con soberanía y humanidad con imperio mundial. Nuevos conceptos de derecho internacional justificaron el rechazo de todas las obligaciones, exaltaron el papel de la guerra y se opusieron a la organización internacional. Los antagonismos provocados por el nacionalismo agresivo provocaron que se destruyese a sí mismo.

El nacionalismo, en el período de su desarrollo más intenso, parece ser menos capaz para actuar en beneficio de la población. Las naciones, con todos sus esfuerzos, no han sido capaces de crear la “comunidad perfecta”, armoniosa, próspera, autosuficiente y aislada. Con pocas excepciones les han faltado los recursos para lograr la máxima prosperidad posible con las técnicas económicas contemporáneas. Las naciones se han vuelto tan obsoletas

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económica y militarmente como los señores feudales al final de la Edad Media. Así, se propusieron bloques económicos regionales o continentales y se hicieron esfuerzos para lograrlos, mediante persuasión en la Commonwealth británica, en América y en Europa Occidental y por la fuerza en Europa Central y en el Lejano Oriente. Durante la Segunda Guerra Mundial preocupaba el tema de si la subordinación de las naciones a grupos más extensos debería seguir el método de la organización voluntaria o el de la conquista.

El nacionalismo, que durante un siglo funcionó con un éxito moderado y completó las ideas del liberalismo, humanismo, tolerancia y ciencia del Renacimiento, fue tan pervertido por los fascistas y los nazis que condujo a la Segunda Guerra Mundial y, a no ser que se reinterprete, amenaza destruir la civilización. Su continuación en esta forma extrema parecía ser incompatible con la economía mundial y la seguridad internacional.

De esta forma, el nacionalismo no está necesariamente vinculado a la idea de la comunidad perfecta. Puede suponer la oportunidad para la autodeterminación política de grupos razonablemente homogéneos, no como soberanos absolutos, sino como demandantes de autonomía legal en organizaciones regionales y universales. Interpretadas de esta forma, todas las nacionalidades podrían desarrollar sus talentos y complementar las contribuciones a la causa del progreso humano. Un concepto de nacionalismo liberal de este tipo, proclamado por las democracias, aunque sus prácticas hayan ido a veces más allá del mismo, no es incompatible con la paz y con el bienestar humano y aseguraría la diversidad, tan esencial para el progreso humano. Con un concepto de este tipo, el nacionalismo podría mantenerse mediante un sistema de educación cívica que fomentase el orgullo de la cultura y los éxitos nacionales y del reconocimiento del carácter y la especificidad nacionales mejor que mediante la propaganda organizada, diseñada para desarrollar el miedo, el desprecio, la hostilidad y el aislamiento respecto a otras naciones. Sin embargo, las actitudes de este último tipo han probado ser un estimulante más fuerte para el nacionalismo que las del primer tipo. Faltando el sentido de necesidad, que la oposición a otras naciones parece presentar, la población no se someterá a las formas intensas del nacionalismo que permiten a un gobierno suprimir la libertad, controlar la opinión y administrar la vida económica.

Si se abandonasen estos últimos métodos, podrían desaparecer las peores formas de nacionalismo; pero parece haber pocas perspectivas de que los

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gobiernos nacionales, que actúan individualmente, sean capaces de abandonarlas. La oportunidad puede surgir solo si la organización internacional estuviese tan desarrollada como para asegurar la seguridad nacional mediante el derecho y para desviar parte de la lealtad del individuo de la nación a la humanidad. Lealtades divididas entre muchos grupos son esenciales si el mundo va a tener unidad y diversidad. Sin embargo, estas divisiones de la lealtad deben armonizarse en las conciencias de muchos individuos que son a la vez ciudadanos de la nación y del mundo. No es de esperar que los gobiernos nacionales lleven a cabo una reconciliación justa de las reivindicaciones nacionales y las internacionales. Aunque divididos por sus deberes como sujetos de derecho internacional y como administradores de la nación, los gobernantes deben su poder exclusivamente a su nación. La nación insistirá en que el poder nacional sea colocado por encima de la justicia internacional en tanto en cuanto la existencia nacional dependa del equilibrio de poder.

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CAPÍTULO XIII

LA FAMILIA DE NACIONES

Tanto la integración como la desintegración de un grupo político pueden poner en peligro la paz. La integración puede despertar la ansiedad de los vecinos y de las minorías. La desintegración puede fomentar la agresión de los vecinos y la rebelión de las minorías. Sin embargo, el mantenimiento del statu quo puede ser no menos peligroso en una sociedad dinámica con contactos externos e intereses nacionales cambiantes. Toda sociedad está constantemente al borde de un conflicto. Debe adaptar su organización y su política continuamente a las cambiantes condiciones de la opinión pública interior y de la presión exterior. Se pueden esperar problemas si los cambios que se quieren hacer para llevar a cabo esa adaptación son demasiado grandes o demasiado pequeños, demasiado rápidos o demasiado lentos, a la derecha cuando deberían ser a la izquierda, al centro cuando deberían ser a la periferia. El problema de adaptar la familia de naciones, que es internamente heterogénea y que está sola al no haber grupos externos, a las condiciones rápidamente cambiantes de la tecnología y de la opinión ha presentado dificultades extraordinarias.

1. TENDENCIAS Y FORMAS DE LAS FAMILIAS DE NACIONES

Las naciones actuales se derivan de una ascendencia común del hombre primitivo y están en contacto real entre sí. Constituyen, por tanto, una familia de naciones. Las poblaciones humanas que están totalmente aisladas han tendido a dividirse en grupos más pequeños, de esta manera cada uno puede tener un enemigo potencial que proporciona una oposición contra la que se puede unir el grupo. De esta forma, una población aislada tiende a convertirse en una familia de naciones más que en una nación única. En el momento actual solo hay una familia de naciones, que comprende la raza humana entera con más de tres mil millones (1964) de miembros, organizados en más de ciento veinte naciones soberanas. Antiguamente, cuando las barreras naturales a los contactos humanos eran más importantes que en el momento actual, había un número de civilizaciones, que constituían cada una de ellas, durante la mayor parte de su existencia, una familia de naciones. Las familias de naciones en el Lejano Oriente, en la India, en Oriente Medio, en Europa y en América han sido, a lo largo de la mayor parte de su historia, distintas y han estado relativamente aisladas.

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Las civilizaciones históricas han tendido a desarrollarse a través de unas fases características. En su fase emergente, las naciones que forman una civilización han tendido a aumentar su población. Como consecuencia ha habido una profusión creciente de contactos y comunicaciones entre ellas. Esto ha conducido a una difusión de culturas, bienes, técnicas y emigrantes de una a otra, a un aumento en la frecuencia y gravedad de las guerras y a un aumento de la normalización de los modelos de conducta. A veces, en estas condiciones, cada nación ha llegado a reconocer la igualdad moral de las otras y se ha producido una integración mayor de la familia de naciones a través de la estabilización del equilibrio político y del desarrollo de las instituciones internacionales. Más a menudo se ha alcanzado una integración mayor mediante el proceso de conquista y de formación de imperios.

En el pasado, ciclos de historia y de familias de naciones se han visto afectados en su desarrollo por el hecho de que no estaban completamente aisladas. Aunque los contactos con pueblos exteriores podían ser pequeños, siempre hubo algunos contactos en las periferias de las civilizaciones históricas. El Imperio romano, en el momento de su mayor extensión, estaba en contacto con las culturas germánicas del norte, las culturas orientales del este y las tribus africanas del sur. Sin embargo, la actual familia de naciones permanecerá aislada [de otras civilizaciones] a no ser que realmente se establezca una comunicación interplanetaria.

La historia registra la variación entre períodos de integración y períodos de desintegración, producidos ambos por guerras. Sin embargo, no hay un precedente concreto de que una familia de naciones estuviese completamente aislada en el planeta. Puede ser que la humanidad en su conjunto pueda controlar el desarrollo de su población y de su política. De lo que haga en estos dos aspectos puede depender el futuro de su cultura, tecnología, economía, lengua, literatura, arte, religión, ética y derecho. Esto no supone negar la profunda influencia que los avances en ciencia y tecnología tienen sobre su capacidad para ejercer esos controles. La población puede considerarse como la esencia de la humanidad y la política como su forma. De una combinación de las dos se han desarrollado otras instituciones y modelos desde que comenzó la civilización, las invenciones y el comercio comenzaron a emancipar a las sociedades de las limitaciones inmediatas de naturaleza física.

En el pasado, los estados han tenido que regular su población y su política en función de la presión política del exterior. Por ello, ha estado limitada la libertad para gobernar una nación. Lo mismo es cierto de las civilizaciones y

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SEGUNDA PARTE 275 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

de las familias de naciones del pasado. La actual familia de naciones tiene la libertad para que su población y su política hagan su voluntad, limitadas únicamente por la inercia de su propio pasado y la imaginación sobre su propio futuro.

Las familias históricas de naciones han adquirido las siguientes formas: imperio, iglesia, sistema de equilibrio de poder y federación en sentido amplio, incluyendo confederación y una organización internacional general.

El imperio mundial se construye mediante conquistas y se mantiene por la fuerza. El Imperio romano, por medio de un derecho autoritario y de un ejército eficiente, mantuvo la Pax Romana durante el período de los emperadores Antoninos. Adquirió de Oriente la idea de imperio, dejó la idea tras su paso y estimuló a numerosos conquistadores a intentar su restablecimiento. Los Hohenstaufen medievales, los Habsburgo, Luis XIV, Napoleón, el káiser, Mussolini y Hitler intentaron, con distinto grado de éxito, restablecer un imperio universal.

La iglesia cristiana dominó la civilización occidental después del renacimiento cluniacense en el siglo X, durante el período de las Cruzadas. La idea de una paz mundial mantenida por una iglesia unificada tuvo su expresión en la “Tregua de Dios” y la “Paz de Dios”, sancionadas por la excomunión y el interdicto. La iglesia ejerció una poderosa influencia unificando Europa durante los siglos XII y XIII, pero estuvo continuamente enfrentada a otra gran iglesia organizada, la del islam. En el siglo XIV, después de que disminuyese el celo por hacer cruzadas, el poder de la iglesia comenzó a declinar.

El sistema de equilibro de poder puede observarse en las familias de naciones más pequeñas, como la de los estados ciudad griegos de la época de Pericles. En la civilización helenística, se extendió a todo el área mediterránea un sistema de equilibrio de poder, descrito por Polibio. En el siglo XIV, mientras Dante estaba comentando la teoría del imperio mundial, Bonifacio VIII la teoría de una iglesia mundial y Pierre Dubois la teoría de una federación mundial, el equilibrio de poder estaba siendo practicado en las guerras y alianzas de Inglaterra, Francia y Austria. Dos siglos más tarde el equilibrio de poder no solo era practicado en la civilización del Renacimiento de Italia sino que se realizó por primera vez una detallada exposición literaria del mismo por Bernardo Rucellai y por Maquiavelo. Finalmente, en el sistema europeo que surgió de las ruinas de la iglesia universal en el siglo XVII, el equilibrio de poder fue reconocido como el principio básico de la organización

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europea. La política del equilibrio de poder ha tenido como objetivo menos preservar la paz que preservar la independencia de los estados e impedir el desarrollo de un imperio mundial, pero en el siglo posterior a la batalla de Waterloo, Gran Bretaña, con un poder naval aplastante y una base naval invulnerable, fue capaz de mantener una paz relativa en Europa.

Las características de una federación se pueden estudiar en numerosas uniones limitadas y en los planes de una confederación europea. Pierre Dubois en el siglo XIV; el rey de Bohemia Jorge de Podebrady en el XV; Enrique VIII de Inglaterra en el XVI; Enrique IV de Francia, su ministro Sully, Emeric Crucé y William Penn en el XVII; Saint-Pierre, Jeremy Bentham e Immanuel Kant en el XVIII; y numerosos autores en el XIX elaboraron planes para una federación europea o mundial. Hubo intentos prácticos para federar a Europa después de las guerras napoleónicas. En el siglo XIX, acuerdos y conferencias mantuvieron la idea en la práctica política y las conferencias de La Haya trataron de llevarla a cabo. Finalmente, se establecieron la Sociedad de Naciones y luego Naciones Unidas, que han tenido más éxito que cualquiera de los anteriores intentos.

Estos cuatro tipos – imperio, iglesia, equilibrio de poder y federación – parecen haber agotado la imaginación de los hombres sobre posibles formas de organización universal, aunque en la práctica se han desarrollado muchas combinaciones y variaciones. Estos cuatro tipos difieren en estructura, en objetivo y en procedimientos.

El imperio busca concentrar el poder militar y político en una única autoridad con control sobre los individuos impuesto por la ley. Acentúa la unidad institucional.

La iglesia reivindica la autoridad divina y busca gobernar con sanciones morales únicamente. Acentúa la unión espiritual. Aunque el papado intentó a veces ocuparse de temas temporales así como de los espirituales y emplear sanciones materiales, en teoría gobernaba mediante la persuasión.

El sistema de equilibrio de poder, en lugar de concentrar la autoridad, buscaba distribuirla entre estados soberanos independientes que estaban en equilibrio debido a sus diferencias y desacuerdos. Aun permitiendo una considerable unificación material, un sistema de este tipo puede dificultar el desarrollo de otros aspectos de asociación en la comunidad mundial.

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La confederación busca lograr la unidad del imperio sin sacrificar la autonomía de los estados que caracteriza al sistema de equilibrio de poder. Hace esto al insistir en la supremacía de una constitución que limite las autoridades centrales a los temas de preocupación general. Confederaciones, ligas y organizaciones internacionales en las que la autoridad central actúa solo sobre los estados miembro como unidades se han convertido a menudo en verdaderas federaciones o uniones en las que la autoridad central trata directamente con los individuos de los temas de su competencia. Mientras los imperios son principalmente organizaciones de violencia, las confederaciones son esencialmente organizaciones de consenso, porque toda autoridad se deriva de una constitución aceptada por la población y por los estados. Aunque las autoridades estatales y centrales pueden ejercer una autoridad coactiva dentro de los límites de su competencia, la confederación se parece a la iglesia en que la propia constitución se mantiene más por la persuasión que por la fuerza.

2. CONCEPCIONES DE UNA SOCIEDAD MUNDIAL

Para una concepción de la sociedad mundial moderna uno recurriría naturalmente al derecho internacional, pero los tratadistas internacionales están indecisos sobre si la familia de naciones constituye una sociedad.

Vattel se adhirió a la teoría atomística que mantiene que el derecho internacional es simplemente una serie de contratos entre estados completamente independientes. Sin embargo, una asociación contractual presupone que todos sus miembros son también miembros de una sociedad cuyas normas interpretan y aplican los términos del contrato. La mayoría de los tratadistas en derecho internacional han aceptado, por lo tanto, la tesis de Wolff y de su predecesor Grocio de que la familia de naciones constituye una sociedad.

La familia de naciones, cualquiera que pueda haber sido su carácter fundamental, no estaba, cuando ellos escribieron, adecuadamente organizada para mantener sus principios o para proteger los intereses de sus miembros. La Sociedad de Naciones y Naciones Unidas fueron creadas para corregir este defecto, pero no han tenido un éxito completo al hacerlo.

La pregunta de si ahora o en algún momento en el tiempo la familia de naciones constituye una sociedad es un problema tanto de percepción como de hecho. Una sociedad puede existir si la población la reconoce como tal, incluso si su organización es inadecuada para alcanzar sus propósitos. La opinión de

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que un grupo es una sociedad es una opinión sobre actitudes tanto como sobre estructuras; una opinión sobre el significado de los símbolos así como sobre la clasificación de condiciones; una opinión de la dirección e intensidad de un movimiento tanto como sobre la aplicación de una definición.

No puede decirse que una sociedad mundial, que incluya todas las naciones, exista simplemente porque algunas personas han imaginado una sociedad de esta clase. Sin embargo, está claro que no puede existir esta sociedad a menos que la hayan concebido algunas personas. Una sociedad implica que algunas personas tienen la conciencia de que participan en ella. Cuando la sociedad es más extensa que un grupo local, en el que todos los miembros están en contacto personal constante entre sí, esa conciencia difícilmente es posible sin una concepción de la sociedad.

¿Cómo puede concebirse el mundo como conjunto o la humanidad como una unidad social? Los conceptos abstractos se forman bien a través de la asociación de una palabra u otro símbolo con experiencias concretas, bien a través de la inferencia de un concepto de otros. El primero es el método de sugerencia; el segundo, de definición. Las religiones monoteístas han tratado de concebir a Dios por ambos métodos. Han asociado la palabra Dios con otros signos, como iconos, imágenes y símbolos; con experiencias subjetivas, como verdad, bondad, belleza, simpatía, amor y religión; con manifestaciones impresionantes, como milagros, rituales y sacramentos; con hombres singulares, como el rey, el emperador, el papa, el profeta o el santo; con grupos singulares, como el estado, la iglesia, la nación, la raza humana y una masa amorfa de individuos; y con la totalidad de observaciones, como naturaleza y el universo. También han tratado de deducir a Dios de otras clases o ideas abstractas. Ha habido una tendencia en estas religiones a (1) crear una jerarquía de dioses con un dios supremo, (2) crear un dios contrario o demonio con quién pueda ser contrastado, (3) desarrollar un concepto de evolución que compare a Dios con él mismo en diferentes períodos, o (4) analizar los atributos de Dios, comparando cada uno de ellos con entidades o experiencias familiares en las que esos atributos se supone que existen en un grado más pequeño.

Estos métodos de concebir a Dios funcionan así solo porque lo hacen similar a alguna cosa. Por lo tanto, anulan su propio objetivo, porque eliminan algo de la singularidad de Dios, que se supone que es la característica fundamental del monoteísmo. Sin embargo, realmente ilustran la dificultad intrínseca de concebir algo completamente único.

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Se han encontrado dificultades similares en los intentos de concebir una sociedad mundial. Esta sociedad ha sido asociada con cosas tan concretas como la Carta de Naciones Unidas, el Estatuto del Tribunal Internacional de Justicia, el Palacio de la Paz en La Haya, el edificio de Naciones Unidas en Nueva York y la bandera de Naciones Unidas. Un proceso de asociación semejante es probablemente el método más efectivo por el que se puede inducir en el ciudadano de a pie una concepción de la sociedad mundial, pero el conocimiento de estas cosas contribuye poco a una comprensión de la naturaleza de esta sociedad.

Estas cosas son símbolos de la comunidad mundial más que indicaciones o evidencias de su condición. Incluso creaciones como el corpus del derecho internacional, el sistema de la organización internacional, el proceso del comercio internacional o la práctica de la comunicación mundial, que son las más sofisticadas asociadas a menudo con la sociedad mundial, deberían considerarse como estereotipos o en algunos aspectos incluso como ficciones, cuyo conocimiento no alcanza a revelar la situación real de la comunidad mundial. El conocimiento de estos símbolos y estereotipos raramente justifica una decisión sobre si, o en qué grado, existe una sociedad mundial en un período de la historia.

El método de definición por clasificación y análisis también ha sido empleado para crear una concepción de la sociedad mundial. Se ha pensado en ella como un estado mundial, más extenso que los estados nacionales, pero comparable a ellos, o como una civilización universal, superior a las civilizaciones históricas pero que las recuerda. Se ha pensado en ella como contraste a la anarquía mundial o como el límite hacia el que parece tender el curso de la historia mundial.

Ninguno de estos procesos puede producir de forma clara un concepto completamente satisfactorio. Obviamente, una sociedad en completo aislamiento, sin ninguna otra sociedad en su periferia, podría diferir radicalmente de cualquiera de los estados o civilizaciones más pequeños que hayan existido en la historia. El análisis de las limitadas sociedades existentes podría tener como resultado acentuar las mismas características que comparten entre sí pero que no compartirían con una sociedad mundial. La organización y la anarquía están relacionadas entre sí; por consiguiente, es imposible determinar que término debería aplicarse a una situación dada del mundo. A la vista de las oscilaciones y transiciones de la historia mundial, el proceso de extrapolación de las tendencias pasadas es aventurado. Aunque son

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insatisfactorios, solamente a través de mecanismos de sugestión y de definición semejantes se puede considerar una concepción racional de la sociedad mundial.

3. CONDICIONES DE UNA SOCIEDAD MUNDIAL

Una sociedad es el resultado no solo de una concepción subjetiva sino también de situaciones objetivas, de la integración de un grupo y de su diferenciación de otros grupos. Cuánto más actúan los miembros de un grupo como una unidad y cuánto más se diferencian en apariencia, costumbres y valores de otros grupos, más tiende el grupo a convertirse en una sociedad.

La sociedad mundial no puede compararse con ningún grupo externo; por lo tanto, el grado de su integración solo puede estudiarse en las relaciones de sus miembros entre sí. Los cambios en la solidaridad del grupo son difíciles de estudiar directamente, pero pueden señalarse mediante ciertos fenómenos observables.

Entre estos fenómenos se encuentran (1) los instrumentos de comunicación y transporte y estadísticas que indican el grado de interdependencia entre los miembros y de autosuficiencia global; (2) las organizaciones, leyes e instituciones que subordinan los miembros del grupo al conjunto; (3) los modelos normalizados de comportamiento, que indican el grado de uniformidad entre los miembros; y (4) los actos y declaraciones de los miembros que muestran actitudes entre ellos y hacia los valores atribuidos al conjunto. Las características de una sociedad indicada por estas cuatro clases de evidencia pueden denominarse, respectivamente, unificación material, unidad institucional, uniformidad cultural y unión espiritual. Parece que el mundo ha evolucionado hacia la realización de todas estas características durante los últimos cuatro siglos.

La comunicación y el comercio se han desarrollado notablemente en la historia moderna. El lenguaje, la escritura, la imprenta, la alfabetización general, las estadísticas, el correo, la prensa, el telégrafo y la radio sugieren aspectos de este proceso. Hoy muchas personas en cualquier parte del mundo están continuamente informadas de lo que está ocurriendo en cualquier otra parte y están afectadas material y emocionalmente por ello.

Las diferentes áreas del mundo también han llegado a ser materialmente interdependientes en relación con la economía y la seguridad por el desarrollo

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de medios de transporte marítimos, terrestres y aéreos cada vez más abundantes y rápidos. El comercio internacional proporciona a la mayoría de la población los medios esenciales de alimentación, ropa y trabajo. Con la creciente rapidez de los viajes, la protección contra epidemias devastadoras requiere una organización de la sanidad a escala mundial. La depresión y la guerra en cualquier área extienden sus efectos rápidamente hasta las áreas más remotas.

Algunas personas pueden ser aún inconscientes de su relación con el resto del mundo, pero su número ha disminuido impresionantemente en la era atómica. El hecho de que las comunicaciones y el transporte han sido, en gran parte, organizados y dirigidos con un sentido nacional ha reducido la influencia natural de los inventos modernos para integrar la comunidad mundial.

La unidad institucional surge de los hábitos de liderazgo y obediencia, que permiten al grupo actuar como una unidad en ciertos temas. Todas las sociedades tienen alguna clase de liderazgo, ya sean los ancianos, los héroes militares, los jefes hereditarios, los tiranos autoproclamados o los gobernantes democráticamente elegidos. Ha habido un progreso hacia un liderazgo mundial a través de consejos, asambleas y comisiones internacionales con, sin embargo, algunos períodos de recesión. Hace trescientos años un servicio diplomático y consular no organizado era el único instrumento regular de la organización internacional oficial. Antes de la Segunda Guerra Mundial había cincuenta organismos internacionales públicos, integrados en alguna medida a través de la Sociedad de Naciones, la Corte Permanente de Justicia Internacional, la Organización Internacional del Trabajo y el Pacto de París. Tras la Segunda Guerra Mundial, Naciones Unidas y sus organismos especializados han ejercido una influencia mayor. Además, hay tantas conferencias y asociaciones internacionales no oficiales y semioficiales que varias de ellas pueden estar reunidas al mismo tiempo. Estas instituciones son aún imperfectas. Puesto que los organismos oficiales han tratado normalmente con estados más que con personas, solamente han creado el germen de una opinión pública mundial. En consecuencia, les ha faltado la eficiencia de los procesos gubernamentales que se desarrollan en un estado que están apoyados por las poderosas opiniones públicas nacionales. No obstante, la tendencia hacia la unidad mundial, a pesar de su inversión en los períodos napoleónico y hitleriano, apenas puede negarse.

Una uniformidad cultural debe caracterizar, en algún grado, a los miembros de una sociedad. Los miembros no necesitan ser idénticos. La variedad entre sus miembros es una característica de las sociedades que las distingue de los

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organismos en que muchas células pueden considerarse idénticas. No obstante, los miembros de la sociedad deben ser en algunos aspectos similares. Deben tener algunos sentimientos comunes o no puede haber unión espiritual. Deben tener algunas respuestas normalizadas al lenguaje y a otros medios de comunicación, o no puede haber obediencia ni liderazgo. Deben tener algunos objetivos comunes, o no puede haber cooperación. En la comunidad mundial moderna ha habido un movimiento hacia una mayor uniformidad entre los individuos y entre los estados.

La sociedad mundial es una sociedad internacional más que una sociedad cosmopolita, pero la creciente similitud de las instituciones y las economías de los estados ha tendido a una creciente similitud de las culturas nacionales y de las pautas de conducta individuales. Además, los intelectuales de todos los países han formado a veces el germen de una sociedad cosmopolita ejerciendo una cierta influencia a la asimilación de las culturas nacionales y las instituciones del gobierno. La introducción de técnicas comerciales y económicas, de religiones y de filosofías, y de estilos de arte y de literaturas no solo ha debilitado a muchas culturas locales sino que ha tenido como resultado que todas las comunidades locales tomen prestado de un fondo común, y así todos los pueblos han tendido a ajustarse a un tipo común. Es verdad que este proceso ha sido combatido por las propagandas nacionales, culturales y raciales, que incluyen la insistencia en lenguajes, costumbres y purezas raciales nacionales, y por el establecimiento de barreras artificiales al comercio, a la emigración y a los matrimonios mixtos. Pero estas tendencias contrarias han sido, en general, menos influyentes que las eficiencias y conveniencias económicas de los modelos de comportamiento universal y, en tiempos recientes, que los esfuerzos conscientes de instituciones como UNESCO en promover intercambios educativos, científicos y culturales.

La unión espiritual implica un reconocimiento general de la superioridad de los valores de la sociedad sobre los de sus miembros y, como consecuencia, la igualdad de los miembros en cuanto a su lealtad a estos valores. Esta característica está desarrollada de forma imperfecta en el mundo en conjunto. Está más desarrollada en las relaciones entre estados que en las relaciones entre individuos de diferentes estados. La unión de propósito y de sentimiento constituye la base de una voluntad general y es sin duda la característica más importante de una sociedad. Su desarrollo imperfecto en el mundo en conjunto, que se manifiesta en las frecuentes hostilidades de pueblos, constituye la razón más importante para dudar de si este último es una sociedad. Sin embargo ha habido una creciente aceptación de valores comunes, como la paz

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internacional, el bienestar humano, la libertad personal, la autodeterminación nacional, la exactitud de pensamiento y la tolerancia de las diferencias culturales manifestada en los fines y principios de las Naciones Unidas.

Ha habido una tendencia a una mayor igualdad en el reconocimiento mutuo que los estados otorgan unos a otros a pesar de retrocesos ocasionales a prácticas coloniales y hegemónicas. Los estados soberanos se han otorgado, de forma creciente, igualdad en representación diplomática y en el derecho teórico a los beneficios del derecho internacional y a los procedimientos internacionales para la protección de esos derechos, a pesar de las políticas ocasionales de no reconocer durante períodos prolongados a estados o gobiernos establecidos.

En relación con las personas ha habido menos reconocimiento de su igualdad. Pueblos de diferentes razas, lenguas, culturas y religiones han sido discriminados en cuanto a inmigración, derechos civiles, derechos de guerra y otros aspectos. Sin embargo, se han celebrado numerosas convenciones para tratar de territorios sin autogobierno, de esclavitud y de tráfico de esclavos, de minorías e inmigración, dirigidas a eliminar estas discriminaciones. Las democracias han incorporado con frecuencia disposiciones constitucionales para asegurar la igualdad de derechos civiles sin tener en cuenta raza o nacionalidad. Naciones Unidas acepta la teoría de que las personas son sujetos de derecho internacional y tienen derecho a la protección igual de los derechos humanos por este derecho, aunque no se hayan desarrollado procedimientos adecuados para poner en práctica la teoría.

Este análisis de la comunidad mundial indica ciertas destacadas peculiaridades: (1) los miembros de esta comunidad, en gran parte a causa de la propaganda nacionalista, no han alcanzado una conciencia completa de su interdependencia real. La población de muchas naciones y regiones aún piensa, como Vattel, que “son capaces de satisfacer la mayoría de sus necesidades” en sus fronteras, aunque hoy rara vez sea verdad. (2) Las instituciones del gobierno mundial se han mostrado inadecuadas para regular los conflictos y controversias que surgen de esta interdependencia a causa de la aceptación general de la interpretación absoluta del concepto de soberanía. (3) El derecho internacional ha recalcado con exceso la igualdad de los estados y ha infravalorado la igualdad de los individuos. Esto ha tenido como resultado disparidades importantes entre las exigencias del derecho internacional y las exigencias de la justicia natural tal como se presentan a los individuos con conocimientos técnicos. (4) Estas circunstancias han tenido un efecto

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obstaculizador en el desarrollo de una voluntad común para mantener el orden y la justicia en todo el mundo. Puesto que todo estado depende para sus necesidades materiales y culturales, en una proporción elevada, de un área que se extiende más allá de sus fronteras nacionales, los intereses nacionales no han sufrido menos que los intereses de la sociedad mundial.

Parece que la población del mundo se ha vuelto más integrada, a pesar de ella misma, durante los últimos cuatrocientos años y que la propia rapidez de este progreso ha estimulado el crecimiento de barreras artificiales, como el sentimiento de nacionalidad, el dogma de la soberanía absoluta, el concepto de la independencia de los estados y la política de la autosuficiencia nacional. La comunidad de naciones no ha llegado a ser una sociedad efectiva, pero se ha reconocido ampliamente la necesidad de un funcionamiento adecuado de la sociedad mundial cuando se hacen más evidentes las ineficiencias y peligros de un mundo anárquico en la era nuclear.

4. ORGANIZACIÓN DE LA CIVILIZACIÓN MODERNA

La civilización moderna ha tratado de resolver este problema desarrollando la familia de naciones desde un sistema de equilibrio de poder a una forma de organización federal. Las federaciones nacionales han tenido dificultades. Han tendido a disolverse o a formar estados unitarios. Holanda y Alemania pasaron a través de la fase de transición de una federación y llegaron a ser estados unitarios. Suiza y Estados Unidos permanecen en la fase de federación, aunque en ellos ha aumentado constantemente el poder del gobierno central. El historiador Freeman tituló su libro, escrito durante la guerra de Secesión estadounidense, History of Federal Government from the Foundation of the Achaian League to the Disruption of the United States y apoyó la tesis de que el federalismo era intrínsecamente inestable. Las confederaciones han sucumbido normalmente si han sido incapaces de transformarse en auténticas federaciones. Dos veces, en 1787 y otra vez en 1865, Estados Unidos evitó la ruptura solo mediante drásticos pasos hacia la centralización.

Una organización federal mundial tiene dificultades a las que no hacen frente las federaciones más pequeñas. Puede no tener enemigos externos que obliguen a la unión. Muchos de los planes de una federación general, como el de Pierre Dubois para liberar Tierra Santa (1306) y el de Streit para salvar las democracias (1939), han tratado de utilizar un enemigo externo pero, por ello, han renunciado a su carácter genuinamente mundial. Las federaciones rara vez han tenido éxito, salvo cuando sus miembros han sido forzados a permanecer

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juntos por el miedo a otros estados exteriores. Sin el miedo a Inglaterra es improbable que la convención federal estadounidense de 1787 hubiese tenido éxito. Holanda, Suiza y Canadá fueron impulsadas a reforzar sus uniones solo porque tenían miedo de sus vecinos. Los esfuerzos hacia la federación después de la Segunda Guerra Mundial, como los de las Indias Occidentales británicas y los de varias áreas de África y Oriente Medio, fracasaron porque les faltó una necesidad común para defenderse. El movimiento para la federación de Europa Occidental varió en intensidad con las variaciones en el miedo común a un ataque soviético.

Además, en la familia de naciones en conjunto, hay menos uniformidad entre las partes y una mayor diversidad de intereses económicos y culturales, que la que ha existido en el caso de las federaciones más pequeñas que se han formado. Crear una organización federal mundial que trate de unir los estados orientales y occidentales, las democracias y las autocracias, los estados industrializados y los en vías de desarrollo, los grandes y los pequeños, los estables y los inestables, es claramente una tarea de una dificultad sin precedentes.

Se presentan otras dificultades por el problema de la representación de los estados de tamaños y extensiones muy distintas, de sanciones para asegurar la obediencia de las partes al todo, de la distribución de poderes, beneficios y cargas, y, más importante, de diseñar procedimientos adecuados para resolver pacíficamente las disputas y adaptar normas y estructuras a situaciones cambiantes. A la vista de estas dificultades no es sorprendente que la Sociedad de Naciones fracasase en organizar el mundo de forma adecuada para impedir una gran guerra. Es un tributo a la perseverancia humana que después de la Segunda Guerra Mundial se hiciese otro esfuerzo en condiciones que superficialmente parecían menos favorables pero que mostraban una mayor necesidad de tener éxito.

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CAPÍTULO XIV

INTEGRACIÓN SOCIAL Y GUERRA

El sentimiento del nacionalismo ha aumentado tanto en el mundo moderno que las naciones son consideradas normalmente más importantes que la familia de naciones. Las partes pretenden ser, y a veces demuestran ser, más grandes que el conjunto. Las naciones exigen más poder y aceptan poca responsabilidad. No obstante, con todos sus poderes, las naciones no han sido capaces de satisfacer las exigencias económicas, culturales y políticas de sus poblaciones en sus propias jurisdicciones. Debido a su irresponsabilidad, con frecuencia las naciones han intentado ejercer el poder en áreas reclamadas legalmente por otros. Los conflictos legales pueden degenerar en guerras a menos que los resuelva una autoridad superior reguladora. A la familia de naciones le ha faltado el poder para ejercer como tal autoridad reguladora.

Esta situación es responsable de gran parte de las guerras modernas, pero parece ser más una consecuencia de las contingencias históricas que de condiciones inevitables.

1. CONFLICTO Y SOCIEDAD

Los sociólogos han intentado comprender la vida social definiendo y analizando conceptos como “sociedad”, “cooperación”, “oposición” (competencia) y “conflicto”. Han tratado la guerra como una clase de conflicto, que es una clase de competencia. El conflicto puede designar un duelo, una pelea familiar, una disputa entre grupos políticos, una lucha entre bandas juveniles, la represión de una rebelión o una guerra entre naciones. La observación de cualquiera de estas formas de conflicto puede arrojar luz sobre las otras. El sociólogo puede comprender por qué las naciones de vez en cuando van a la guerra al comprender por qué a veces él tiene deseos de luchar. Cada una de estas formas de conflicto tiene, naturalmente, sus peculiaridades, pero el sociólogo, mediante la comparación y el análisis, distingue el aspecto universal del particular de cada conflicto.

La palabra “organización” puede utilizarse en un sentido general para describir el proceso mediante el cual una corporación, un club, una ciudad, un estado, un imperio o una liga de naciones se crean, se desarrollan y se

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mantienen. El sociólogo puede comprender por qué es difícil organizar el mundo para la paz al observar las dificultades en organizaciones más pequeñas como familias, asociaciones y naciones.

Mediante la aplicación de este método los sociólogos han concluido que la competencia es un elemento esencial en la existencia de cualquier entidad social, tan esencial como lo es la cooperación.

El concepto de conflicto se ha aplicado a entidades físicas y biológicas, pero se ha desarrollado especialmente en relación con entidades sociales, cuya organización implica un reconocimiento general de ciertos valores por sus miembros. El “conflicto social – escribe Lasswell – se deriva de la búsqueda consciente de valores exclusivos”. Cada vez que dos o más personas o sociedades en contacto directo o indirecto entre sí reconocen unos objetivos exclusivos y se esfuerzan por alcanzarlos es de esperar competencia entre ellos. Si esas personas o sociedades están en contacto directo y son conscientes de los otros, la competencia puede convertirse en conflicto. Incluso aunque esas entidades consideran que están cooperando para alcanzar los mismos valores y que están actuando con la misma jerarquía lógica de medios y fines, no obstante, en tanto que existe más de una libertad de iniciativa, es probable que surjan diferencias respecto a la interpretación, la oportunidad o los límites de la competencia. El único tipo de sociedad en el que es improbable un conflicto interno es, por lo tanto, aquél en el que todas las iniciativas emanan de una única fuente, esto es, una sociedad en que la integración y la autonomía han alcanzado un punto en el que se ha eliminado no solo la libertad sino también el deseo de ella en todos los miembros de la sociedad excepto en el líder. Si una sociedad de este tipo está en contacto con sociedades externas, las tendencias a un conflicto interno se transferirán a las relaciones entre grupos.

La palabra “comunidad” se refiere a la organización de todas las entidades sociales en contacto directo o indirecto entre sí en un área. Como el progreso de las comunicaciones ha establecido algún contacto entre entidades sociales de todo el mundo, existe, en este sentido, una comunidad mundial. No obstante, es inevitable algún enfrentamiento entre los múltiples individuos, familias, facciones, partidos, corporaciones, asociaciones, clases, iglesias, estados y naciones de esta comunidad. La guerra, por lo tanto, podría explicarse examinando los procesos de la comunidad mundial para determinar por qué los desacuerdos internacionales tienden a adoptar la forma de conflicto militar.

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SEGUNDA PARTE 289 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

Si la población mundial estuviese dividida en muchos grupos pequeños, estos enfrentamientos serían probablemente moderados, mientras que si hubiese unos pocos grupos grandes serían probablemente graves. En este último caso, aunque los conflictos fuesen menos frecuentes, serían más violentos.

Los aumentos de población y la mejora de los medios de comunicación tienden a aumentar los contactos entre los grupos de la comunidad mundial y a aumentar la probabilidad de conflictos violentos, a menos que esos contactos estén acompañados por mejoras en los medios de adaptación y de educación. Una organización política más fuerte que una nación, región u otro grupo no reducirá necesariamente, por lo tanto, la cantidad de conflicto en que estén implicados. Una organización de esta clase solamente puede desviar la hostilidad de sus relaciones internas a sus relaciones externas. Esto puede explicar por qué los esfuerzos para evitar los peligros sociales del conflicto mediante una organización política más extensa e intensa han fracasado en garantizar la paz cuando esa organización fue menos amplia que el conjunto de la familia de naciones. Sin embargo, estos esfuerzos pueden ser responsables de la tendencia de las civilizaciones nacientes a una disminución en el número de estados y en el número de guerras y a la vez a un aumento tanto en la extensión de los estados como en la gravedad de las guerras. Cuando el grupo interno se hace más grande, menos homogéneo y tiene una necesidad mayor de un chivo expiatorio para aliviar las tensiones internas, se hace más intensa la hostilidad a un grupo exterior que sirve como chivo expiatorio. El miedo mutuo conduce a preparativos más intensos para defenderse, que a su vez aumentan el miedo mutuo. Las filosofías que valoran la eficiencia o la lucha tienden a prevalecer sobre las que valoran la razón o la renuncia.

Los sociólogos han explicado en detalle los procesos de adaptación y asimilación mediante los cuales se moderan los desacuerdos entre individuos, clases y grupos. Estos procesos han implicado a menudo la identificación de entidades opuestas con un grupo más amplio y la transferencia de la hostilidad a un grupo exterior. Cuánto más se hayan concentrado las hostilidades dentro de un estado en hostilidades entre clases, partidos o regiones extensos, más necesario será intensificar la hostilidad contra un chivo expiatorio externo si se quiere preservar la identidad del estado. Esta tendencia a una guerra internacional es combatida, por un lado, por los particularismos de individuos, localidades y asociaciones que se resisten a la asimilación por el estado y, por otro, por el entorno cosmopolita de conferencias, asociaciones e instituciones internacionales. El estado ha sido capaz de preservar su posición dominante

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contra las influencias del liberalismo y del humanismo únicamente mediante la continua preparación para la guerra y, de vez en cuando, recurriendo a la guerra. En las sociedades civilizadas así como en las primitivas ha tendido a haber una fluctuación entre la importancia relativa de las dos tendencias opuestas, por un lado, la integración del estado y la concentración de todas las hostilidades en una guerra entre estados y, por otro, la desintegración del estado y la extensión de las hostilidades entre numerosos grupos internos.

2. LA CREACIÓN DE COMUNIDADES SOCIALES EN LA HISTORIA

No se puede esperar resolver el problema de la organización mundial en el futuro mediante un estudio de los métodos utilizados en el pasado para transformar pequeñas y grandes comunidades en sociedades organizadas. Sin embargo, una revisión de estos métodos puede ser estimulante. Las condiciones modernas permiten y fomentan la organización social de muchas formas, reuniendo a pueblos que pertenecen a razas diferentes y que viven en países muy alejados. Sin embargo, estas posibilidades no se han hecho completamente realidad y las sociedades dominantes siguen siendo las comunidades geográficamente limitadas y relacionadas consanguíneamente. ¿Cómo se ha creado y mantenido su solidaridad? El proceso consciente mediante el cual se han integrado las comunidades cuando el dinamismo social ha debilitado el poder de las costumbres y los hábitos inconscientes puede clasificarse en cuatro tipos, dependiendo, respectivamente, de (1) el enfrentamiento, (2) la cooperación, (3) la autoridad, y (4) la opinión.

Con frecuencia, la integración se ha efectuado mediante la organización de un enfrentamiento. Al crear y perpetuar en la comunidad el miedo a una invasión y la esperanza de expansión puede asegurarse la obediencia a un líder. El método del enfrentamiento – competencia, rivalidad o conflicto con una comunidad exterior – ha sido usado para consolidar todo tipo de comunidad, especialmente las que han reivindicado ser independientes, como clanes, tribus, estados ciudad, naciones estado y federaciones. Incluso las iglesias han unido la fe en una causa común contra la infidelidad, la herejía y el pecado. Un sistema político mundial que se base en un sistema de equilibrio de poder contribuye a la integración de cada potencia al mantener entre su población el miedo a la guerra y la esperanza de dominio. Los miedos y envidias mutuos entre facciones dentro de un estado han dividido con frecuencia al estado en dos partes, pero a veces han perpetuado el poder de un gobierno impopular al impedir que se uniese la oposición. El miedo y la ambición han sido las mayores fuerzas de integración en la construcción consciente de comunidades

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políticas. Las comunidades así integradas han tendido a volver, en períodos de normalidad, a la dependencia de costumbres y hábitos y a tolerar, en períodos de emergencia, que los individuos expresen pautas de comportamiento primitivo.

La cooperación voluntaria, debido a la valoración racional de sus ventajas para cada miembro de un grupo, ha sido más importante en las sociedades avanzadas que en las primitivas. Este método de integración ha sido empleado especialmente por asociaciones con objetivos limitados. Los grupos de presión se mantienen unidos por intereses comunes económicos, políticos, religiosos y humanitarios o de otro tipo de sus miembros. Los partidos políticos se mantienen en parte unidos por el interés común en compartir el botín de la administración pública. Las organizaciones industriales se mantienen unidas por la esperanza de funcionarios, capitalistas, vendedores, obreros, terratenientes y técnicos de que todos participarán en la prosperidad de la empresa. Las comunidades locales y nacionales aumentan su solidaridad cuando sus miembros comprenden que el grupo como tal contribuye a la seguridad y bienestar de cada uno de ellos. La probabilidad con que los miembros de un grupo considerarán una comunidad como una empresa cooperativa aumenta con el aumento de la participación en la toma de decisiones políticas. La noción del contrato social y de la práctica de la democracia tiende a aumentar el sentido de participación y el carácter cooperativo de las comunidades.

En todas las comunidades independientes la autoridad se ha organizado a través del liderazgo de una jerarquía que puede alcanzar a todos los miembros de la comunidad. El habituarse a la autoridad desarrolla la creencia de que el líder tiene una sanción consuetudinaria o divina para gobernar. Este método de integración está basado en el sentimiento de temor y reverencia, en el sentimiento de lealtad, en la disposición a seguir al liderazgo y en la resistencia a pensar de forma original. El miedo y la avaricia también contribuyen porque la autoridad se apoya normalmente en amenazas de castigo por traición y sedición y en dar ventajas especiales a los potenciales disidentes influyentes. La costumbre y la superstición también han favorecido el prestigio de la autoridad establecida. El método de autoridad se ha manifestado más claramente en los ejércitos pero también ha sido importante en el gobierno de tribus y estados. Un gobernante siempre insiste en que las sentencias y los decretos legislativos promulgados en su nombre tienen carácter de autoridad y deben ser obedecidos por sus súbditos. En las democracias, la autoridad se

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establece y mantiene por el consentimiento de los gobernados y por la creencia de que sus decisiones reflejan la voluntad general del grupo.

La organización de la opinión ha sido, en realidad, fundamental para todos los otros métodos de integración política. La opinión ha sido la fuente del miedo, de la autoridad y del espíritu de cooperación. Sin embargo, en el pasado se ha utilizado para crear comunidades políticas de forma menos consciente que los métodos antes mencionados. En las comunidades primitivas la opinión ha sido el producto de la costumbre y a menudo no ha sido creada conscientemente. Sin embargo, en las naciones modernas gobiernos y minorías han creado conscientemente costumbres, lenguas, símbolos y sentimientos comunes. Se han desarrollado actitudes comunes a través de la educación y se han propagado opiniones comunes mediante discursos y la prensa. Las pautas de conducta establecidas de esta forma se repetirán cuando se presenten estímulos similares. Por lo tanto, se puede confiar en las respuestas características de los grupos a los símbolos establecidos en la mayoría de las circunstancias. La opinión común mantiene juntos grupos sociales como fraternidades, clubes, logias y la alta sociedad. Se ha confiado de forma más consciente en grupos políticos cuando han aumentado su tamaño y se han perfeccionado sus medios de comunicación. La propaganda y el control de la opinión se han convertido en los métodos más importantes para integrar grupos sociales y políticos.

3. EL PROCESO DE CREACIÓN DE UNA COMUNIDAD SOCIAL

El proceso de organizar el enfrentamiento, la cooperación, la autoridad y la opinión pública acentúa, respectivamente, los métodos de la política, el derecho, la administración y la propaganda. ¿Serán adecuados estos métodos, si se aplicasen, para transformar el mundo en su conjunto en una sociedad?

a) El método político.-

Consiste en un análisis realista de los subgrupos existentes en una comunidad dada y en la negociación constante para minimizar algunos de sus enfrentamientos exagerando otros. Las controversias dentro de un partido político pueden subordinarse durante un tiempo por el énfasis en el enfrentamiento de ese partido como tal con el partido opositor. Los conflictos entre partidos pueden mantenerse dentro de unos límites al acentuar el enfrentamiento de la nación en conjunto con otras naciones.

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Maniobrar hábilmente con los sentimientos de pertenencia al grupo y de relación con el grupo externo y redefinir constantemente cada uno de ellos, cuando cambian las circunstancias, son elementos necesarios para mantener la solidaridad en un grupo lo suficientemente amplio y libre como para tener subgrupos. Sin embargo, este método solo no puede transformar el mundo en una sociedad porque a la comunidad mundial le falta un grupo externo de su propio tipo. La política aplicada en la comunidad mundial conduce a un sistema cambiante de equilibrio de poder, en el que el desarrollo del sentido de lo global está frustrado por los cambios múltiples de grupos de estados contra los países momentáneamente más poderosos. Este método no puede impedir el desarrollo de guerras periódicas.

b) El método jurídico.-

Consiste en la comparación continua de las relaciones sociales establecidas por el derecho con las condiciones sociales descubiertas mediante la observación y en la continua adaptación entre las mismas mediante procedimientos legales. Exalta el procedimiento frente al derecho positivo en el sentido de que, por un lado, la imposición del derecho y de la política social está sometida a los procedimientos judiciales y, por otro, todas las políticas y principios sociales pueden cambiarse mediante procedimientos legales y de cambio constitucional apropiados. De esta forma, se reconcilia estabilidad y cambio.

Este método se ha mostrado inadecuado para unificar el mundo como conjunto debido a las dificultades prácticas para desarrollar un sistema efectivo de sancionar y de legislar. Estos sistemas solo se han desarrollado en sociedades cuyos miembros están en general de acuerdo sobre el significado de justicia. Un sistema legal no puede crear por sí mismo esa sociedad. En una comunidad a la que le falta el consenso social el sistema legislativo solo puede ser un sistema de cooperación voluntaria en el que el derecho solamente puede ser sancionado mediante la buena fe y modificado por el consentimiento unánime. En un sistema de esta clase el derecho está subordinado al funcionamiento del equilibrio de poder y la paz es precaria.

c) El método administrativo.-

Consiste en el análisis de medios y fines en la comunidad y en la subordinación de los primeros a los segundos, procurando conseguir eficiencia en todas las actividades. La aceptación sin reservas de los fines de la política, planificando prever las fases a alcanzar en secuencias temporales y evitar interferencias

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entre actividades independientes, y la eficacia en minimizar los costes de alcanzar un objetivo dado son las directrices de una buena administración.

En momentos de grandes emergencias como las guerras, cuando los objetivos de la política de una sociedad – derrota del enemigo – son claros y no están cuestionados, alcanza un máximo la influencia integradora de la administración. Un ejército en tiempo de guerra está unido principalmente por la administración, pero incluso en un ejército, también se utilizan la política y la propaganda. En tiempo de paz, los fines de prosperidad material, libertad individual, idealismo religioso y unidad ideológica compiten entre sí. Si la administración va a ser eficiente, el administrador debe unificar estos fines y determinar los medios para alcanzarlos. Y no puede hacer esto a menos que su autoridad sea aceptada, o reforzada, por los miembros de la comunidad.

La administración, como método de creación de una comunidad, tiene, por lo tanto, la seria desventaja de que tiende a hacer rígidos los fines de la política. La concentración de la atención en el logro de los fines aceptados y en el desarrollo de instituciones que asumen sin cuestionarse la conveniencia de esos fines milita contra la fácil adaptación de la política a situaciones que han cambiado. Por otro lado, la aceptación de una autoridad para adaptar los fines y medios a las situaciones cambiantes va contra la eficiencia del planeamiento a largo plazo.

Es una paradoja, probablemente explicable en parte por el carácter cambiante de la historia humana, en la que un aumento en la escala espacial y temporal del planeamiento es un signo de civilización más avanzada, mientras que el planeamiento en una escala demasiado amplia destruye la civilización. Un planeamiento de este tipo osifica la fe en dogma y frustra la utilización de las oportunidades para la mejora humana que el conocimiento creciente hace posible. La tradición, que fija los fines de una sociedad, tiende a entrar en conflicto con la ciencia que, con la expansión del dominio humano de la naturaleza, sugiere nuevos fines. La esencia del planeamiento es la organización de una jerarquía de valores para el mayor tiempo posible y que se extiendan en el espacio lo más posible. Como el conocimiento aumenta la duración de este tiempo y el tamaño de este espacio, los extremos superiores de la jerarquía se hacen fijos; solo las formas y medios permanecen flexibles. Mediante la planificación, se prohíbe la libertad para experimentar con nuevos valores a individuos y a grupos más pequeños, quizá mejor adaptados a los cambios de las circunstancias, porque esa libertad interferiría con la eficiencia en cumplir el objetivo establecido. Planificar en una escala demasiado amplia

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llega a ser despotismo. En este sentido, la democracia es un sistema de barreras a la planificación en una escala demasiado amplia y una insistencia en que la eficiencia para alcanzar una política dada debe estar subordinada a ciertas libertades individuales, a ciertas autonomías locales, nacionales y regionales, a ciertos enfrentamientos funcionales y a ciertas necesidades de procedimientos y de plazos.

La aplicación del método administrativo para unificar el mundo supondría la aceptación universal de ciertos valores de, al menos, una permanencia relativa. Los creyentes en filosofías absolutistas suponen que los axiomas en los que están fundados sus sistemas serán aceptados finalmente y que la organización social se reducirá a administrar estas verdades. Sin embargo, la administración de dogmas ha conducido siempre a discusiones sobre la interpretación de los mismos y al problema de las herejías. El sistema ha colapsado bien porque no podía adaptarse a las situaciones cambiantes bien porque se han desarrollado otros procedimientos de interpretación de carácter legislativo. Además, en sistemas administrativos generales, normalmente se ha hecho necesario expresar los fines básicos en términos generales como justicia social y bienestar económico. Esto ofrece una oportunidad tan generosa para la interpretación que el método se convierte en un método menos administrativo que jurídico. Normalmente, los sistemas administrativos han encontrado que es necesario utilizar métodos de propaganda así como de lógica al aplicar su interpretación de esos objetivos generales.

La experiencia, por lo tanto, apoya la hipótesis de que la verdad, al menos en temas de significado social, es relativa más que absoluta. Esta hipótesis impide la unificación del mundo como conjunto por el método administrativo solo.

d) El método de propaganda.-

Los métodos político, legal y administrativo de creación de una comunidad pueden contribuir a organizar el mundo como conjunto, pero ninguno puede ser adecuado por sí solo. La efectividad de cada uno de ellos depende de la existencia de una opinión mundial que exija que el bienestar de cada nación se subordine a la comunidad mundial en acciones que pueden afectar a todos. Con esta opinión la comunidad mundial puede convertirse en una sociedad mundial organizada. ¿Cómo puede hacerse propaganda de esta opinión? Este ha sido siempre el problema básico al crear una comunidad.

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4. EL PAPEL DE LOS SÍMBOLOS EN LA ORGANIZACIÓN SOCIAL

Una organización, especialmente una gran organización, depende en parte de la aceptación general de una construcción simbólica o de una visión simplificada de la organización como un todo. La descripción más simple es el nombre, sello, bandera u otro símbolo al cuál se vinculan vagas sugerencias de los atributos de la organización. Algo más complicado es la declaración de independencia, la constitución u otros documentos que establecen los fines y principios generales de la organización. Incluso más complicadas son las historias y las descripciones idealizadas, míticas, de la organización y de las características de sus líderes. A veces se han representado las organizaciones por la personalidad del líder y aún tiene importancia en la simbolización política la faz del soberano titular.

Si un símbolo va a contribuir a la solidaridad de la sociedad, los atributos que sugiere o afirma deben ser mirados como valiosos por los miembros de la sociedad. El símbolo debe, por tanto, asumir que los miembros tienen o pueden llegar a tener valores comunes.

a) Símbolos y condiciones.-

Utopías, mitos, ideologías, análisis sociales, historias y otras exposiciones sociales son significativos como símbolos de propaganda en la creación de una comunidad. Se diferenciarán de sociedades, grupos, culturas, gobiernos, empresas, asociaciones y otras condiciones sociales, que constituyen la historia en el sentido de que ocurre en un tiempo y lugar dados. Las condiciones sociales son materia objeto de las explicaciones sociales. Aunque estos últimos pueden dar a conocer las condiciones sociales y las actitudes hacia las mismas, sus descripciones siempre necesitan verificarse mediante el conocimiento directo de la sociedad en acción. La exposición es un complejo de símbolos que puede o no representar o sugerir correctamente las condiciones sociales.

Un grupo humano organizado es a la vez un símbolo y una condición. Tiene un nombre y se alude a él mediante palabras que sugieren sentimientos, propósitos, métodos, logros, ventajas, etc. También es una agrupación de personas según sus modelos de comportamiento y un conjunto de estímulos que activan esos modelos y condicionan las vidas de los individuos. Un grupo organizado es diferente de la suma de sus miembros en que contribuye al estatuto y relaciones de cada miembro y al poder que dimana de la cooperación. La organización de un grupo también implica que la oposición a

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grupos externos predominará normalmente sobre los enfrentamientos internos. El grupo no está organizado a menos que normalmente funcione como una unidad en temas externos que son pertinentes para sus fines.

Normalmente, el carácter simbólico de un grupo organizado tiene alguna relación con su situación, especialmente en las mentes de aquellos que están en contacto diario con las actividades del grupo. Pero en el caso de una organización que funciona en una extensa área, el miembro medio de la misma puede tener un conocimiento bastante pobre de sus instituciones, actividades y personal. En su opinión el grupo puede tener un carácter simbólico que surge de fuentes no relacionadas con su estructura y funciones reales. El estudio de Francis Delaisi sobre las contradicciones del mundo moderno puso de relieve la probabilidad de que la obediencia voluntaria necesaria para el orden social se mantendría mediante creencias generales sobre la sociedad más permanentes y menos complicadas que las condiciones reales de la sociedad y la misma probabilidad de que periódicamente la divergencia entre ellas se volviese tan elevada como para destruir tanto las creencias como las situaciones sociales.

No puede haber duda de que en el mundo moderno se ha desarrollado una gran brecha entre los símbolos dominantes de las “naciones soberanas” y la condición real de estados económica, técnica y políticamente interdependientes. Esta brecha ha creado una situación revolucionaria en la que se están enfrentando actividades para hacer realidad el mito nacionalista y para destruir la economía mundial y la seguridad general con actividades, a menudo de los mismos gobiernos, para destruir ese mito nacionalista y perfeccionar las condiciones de prosperidad y seguridad generales.

Es difícil adaptar símbolos y situaciones en el análisis social, porque ni pueden ser tomados como fijos ni pueden ser cambiados a voluntad. El científico en ciencias naturales emplea símbolos como herramientas para designar conceptos que encajan con sus observaciones. Puede abandonarlos voluntariamente y crear otros nuevos a medida que se desarrolla la ciencia. En la ciencia, las condiciones dominan a los símbolos. Sin embargo, los símbolos del sociólogo tienen un significado, una vida y una realidad en la sociedad bastante alejados de las condiciones que se supone que designan. De hecho, a menudo designan no condiciones del presente, sino condiciones que se esperan en el futuro. La bandera puede sugerir gloria, honor y protección para millones de ciudadanos, incluso aunque en ese momento represente a una nación derrotada con un gobierno corrupto que aplica leyes injustas. El significado de los símbolos, no menos que las condiciones sociales reales, debe entrar en

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todos los juicios relativos a los grupos sociales y a sus actividades. El problema se complica porque los símbolos significan cosas diferentes para diferentes personas. La imagen que tiene de sí una nación puede diferir radicalmente de la imagen que otras tienen de ella, y todas estas imágenes pueden ser muy diferentes de las condiciones reales.

b) Integración y diferenciación.-

La independencia de los símbolos sociales y de las condiciones sociales hace difícil analizar los procesos de diferenciación y de integración sociales. Una sociedad puede estar llegando a ser más integrada simbólicamente aunque de hecho se esté desintegrando. Un grupo puede estar unido simbólicamente y de hecho estar dividido. Como consecuencia, los sociólogos han llegado a pensar en los grupos no como entidades sino como procesos continuos de creación y desintegración. Partes de la población mundial están diferenciándose continuamente del resto debido a influencias internas como proximidad y comunicación, descendencia común y parecido físico, subordinación a una autoridad común, y ocupaciones, modelos de comportamiento o costumbres similares. Cada una de estas partes diferenciadas de población llega a estar unida o integrada más estrechamente por la acción de muchas de las mismas influencias que las diferencian de otras. Pero como los grupos diferenciados se funden entre sí y se solapan, siendo quizás un individuo miembro de media docena de estos grupos, es imposible hacer definiciones y clasificaciones rígidas de los grupos. El juicio político es necesario para determinar qué grupos existen en un momento dado y cuáles son importantes. Estos juicios implican una reflexión del futuro así como del pasado. Los símbolos pueden estar formándose y las realidades pueden estar en un proceso de pérdida de símbolos. Los símbolos del grupo pueden constituir un a priori social que el futuro puede justificar.

La opinión del sociólogo sobre la existencia de una sociedad no puede, por lo tanto, separarse fácilmente de sus puntos de vista sobre una sociedad buena. Puede afirmar la existencia de una sociedad que le gusta y negar la existencia de una que menosprecia porque se da cuenta de que la expresión de esa opinión puede contribuir a hacer que se convierta en realidad.

La diferenciación social o la formación de grupos pueden, por lo tanto, definirse como un proceso de cambio, tanto en el observador como en las condiciones observadas, mediante el cual un grupo se distingue cada vez más de su medio ambiente social. La integración del grupo o la formación de una

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sociedad pueden definirse, de forma similar, como un proceso de cambio, tanto en el observador como en el grupo observado, mediante el cual la posición, las relaciones y las actividades de las partes llegan a adaptarse más eficientemente a los fines del grupo.

Si el propio grupo se considera que es el observador, su actitud puede identificarse con el significado de los símbolos con los que se comunican sus miembros, y la diferenciación e integración del grupo significarán la realización de cualesquiera de las estructuras simbólicas distintivas o ideologías sociales que predominan en el grupo – esto es, la realización de las aspiraciones o la autodeterminación del grupo.

c) Un mito mundial.-

Cuánto más amplio es el grupo social considerado, mayor es la importancia relativa del elemento subjetivo o simbólico en los procesos de diferenciación e integración. Las sociedades primitivas se parecen a organismos. Un hombre tiene un lugar en la sociedad casi tan definido como el lugar de una célula en el organismo. En las ciudades estado de la antigüedad esto era verdad pero en menor grado. Incluso en las sociedades modernas los sociólogos encuentran más fácil estudiar objetivamente la familia o la comunidad local. Estas tienen estructuras y procesos que son relativamente permanentes y que están representados por símbolos que se adaptan estrechamente a las condiciones reales. Por otro lado, el estado, la nación, el imperio, la federación y la organización internacional están en mayor medida gobernados por la opinión. Con ellas el significado simbólico se diferencia de las condiciones reales. Sin embargo, la política derivada de símbolos tiende a dar forma a condiciones, instituciones e ideas. La política, por lo tanto, tiende a determinar los límites de estos grupos y las formas de su organización interna. Pero la política está basada en opiniones que normalmente difieren entre miembros del grupo. Por lo tanto, cuánto mayor es el grupo más probable es el conflicto interno.

Es cierto que en los siglos XVII y XVIII la política de los estados en Europa unió a diferentes culturas en naciones y en el siglo XIX las nacionalidades hicieron pedazos estados y con esos pedazos establecieron nuevos estados. Sin embargo, esto no significa que la política sea hoy menos importante de lo que lo fue en el siglo XVIII sino que, con el incremento de las comunicaciones y de la prensa, las propagandas no oficiales han sido capaces a veces de superar a los gobiernos en la realización de la política. La propaganda, respecto a la

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coacción, ha crecido como un instrumento eficiente de la política y durante el siglo XIX la propaganda estaba aún muy lejos de ser un monopolio estatal.

El esfuerzo para integrar la raza humana como un todo puede, por lo tanto, esperar relativamente poca ayuda del estudio de los métodos de integración de los pueblos primitivos o, incluso, de los estados y naciones civilizados. En estos últimos, las estructuras y procedimientos consuetudinarios han jugado un papel más amplio que el que puede esperarse en el mundo como conjunto. La sociedad global es única. La raza humana es una unidad social que no puede diferenciarse de sociedades externas no obstante lo mucho que, en cualquier momento, pueda diferenciarse de su ambiente físico, de sus partes, de su pasado, de su potencial futuro y de sus representaciones ideales.

Aquí radica una paradoja. La sociedad global únicamente puede integrarse mediante la aceptación general de ideales, mitos o símbolos comunes. Estos símbolos deben representar la sociedad mundial como un conjunto, pero el concepto es un proceso analítico y comparativo que pone obstáculos a la unicidad. Las personas o grupos que intentan alcanzar ideales prácticos han actuado normalmente clasificando a las personas en las que son favorables a esos ideales y en las que se oponen a la realización de los mismos. Estas últimas tienden a ser caracterizadas como opositoras, enemigas o malvadas contra las que se tiene que luchar. De esta forma, parece desarrollarse un enemigo o una antítesis de la propia naturaleza del ideal entre condiciones imperfectas. Una oposición de esta clase ha sido normalmente un factor esencial para integrar a los que sostienen el ideal en una sociedad, pero al mismo tiempo ha hecho a esa comunidad más pequeña que la sociedad universal.

Para evitar esta paradoja, si se va a conseguir la paz, el ideal debería concebirse no como un grupo de personas favorables del que deberían expulsarse a las que se oponen sino como una reorganización de todas las personas y grupos. Las personas con ideales opuestos deberían ser tratadas no como perversas sino como una consecuencia de una organización inadecuada de todos. De esta forma, la comunidad de naciones debe construirse mediante un desarrollo continuo de los principios, instituciones y leyes del mundo como un conjunto, no por una organización de los ángeles, con la esperanza de ignorar, excluir, convertir o destruir a los demonios. Este desarrollo continuo presupone que los símbolos del mundo como un conjunto predominan sobre los de los grupos más pequeños en la opinión pública mundial.

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¿Es posible esto? Un grupo es fuerte en la medida en que la distinción entre el propio grupo y el grupo exterior es evidente. Los símbolos sociales poderosos manifiestan normalmente esta distinción. El mundo como un conjunto no puede crear un grupo humano externo. ¿Puede la comunidad mundial crear grupos externos de ideas o condiciones impersonales como guerra, enfermedad, desempleo y pobreza? ¿Puede la preparación para, y la dirección de, una campaña contra estos grupos externos estimular la disciplina, la cohesión y el entusiasmo que ha proporcionado la guerra en el pasado?

5. EL PAPEL DE LA VIOLENCIA EN LA ORGANIZACIÓN SOCIAL

El proceso de integración social ha sido una razón importante para la guerra y también una razón importante para la paz.

Las comunidades humanas más amplias que el grupo primario normalmente se han organizado mediante conquistas, se han ampliado por más conquistas y se han integrado internamente por el miedo a invasiones externas. En las comunidades organizadas, ampliadas e integradas de esta forma, las guerras privadas y las guerras civiles se han vuelto menos frecuentes. Solo en comunidades organizadas los pueblos y los grupos han sido capaces de aceptar procedimientos que aseguraban un arreglo pacífico de todas sus disputas. De esta forma, cuando ha progresado la organización social, la guerra ha tendido a ser menos frecuente pero más grave. La organización de comunidades más grandes ha ampliado estas áreas y los períodos de paz, pero a costa de guerras más grandes y más graves, cuando se han producido.

¿Por qué ha sido tan importante la guerra en el proceso de formación de comunidades? Aunque la importancia política de la guerra ha variado en diferentes situaciones, parece probable que la guerra continuará teniendo una importancia política dominante en tanto que el proceso de formación y desarrollo de comunidades siga siendo un proceso para persuadir a las personas a aceptar símbolos más que un proceso de ilustrar a las personas sobre cómo tratar situaciones no queridas.

Los gobernantes se sienten obligados a aprovechar las ventajas inmediatas de las situaciones históricas favorables para aumentar la aceptación de sus símbolos y para disminuir la aceptación de los símbolos rivales. El esfuerzo para persuadir rápidamente a un grupo amplio es probable que implique violencia. Ese argumento se basa en tres hipótesis que conciernen, respectivamente, a la opinión, a la circunstancia histórica y a la violencia.

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a) Integración del grupo y opinión.-

Los límites de pertenencia a grupos humanos e, incluso, la existencia de grupos humanos no están totalmente determinados por condiciones objetivas y cuánto más amplio es el grupo menos determinados están de esta forma. Por tanto, la opinión en lo que se refiere a si existe un grupo extenso es más un tema de persuasión y de fe que de hechos y racional. La naturaleza pone pocos límites al ámbito de un imperio. Una nacionalidad puede extenderse o desaparecer en el espacio de una generación mediante la aplicación de un adecuado sistema de educación cívica, con tal de que los niños se formen lo bastante jóvenes y sea eliminada la influencia paterna. Un proceso de este tipo iba a observarse en la creación de las nacionalidades soviética, fascista y nazi. Además, la organización interna de los grupos no está completamente determinada por las condiciones pasadas. Tipos de organizaciones tan diferentes como el socialismo, el comunismo, el fascismo y el liberalismo se han desarrollado en una Europa cuyas regiones habían experimentado condiciones económicas y tecnológicas similares en el siglo XIX. Qué tipo de organización prevalecerá es un tema de opinión y depende, en algún grado, de la intensidad relativa de la fe, la creencia y la lealtad de los adherentes a los símbolos respectivos. Es cierto que grupos con tecnologías similares tienden a converger en muchas otras situaciones, como señala Sorokin al comparar el desarrollo de las culturas soviética y estadounidense, pero, si difiere la estructura simbólica, el grupo retendrá su carácter distintivo en materias no relacionadas estrechamente con la tecnología.

La dependencia de las condiciones de los grupos humanos sobre las actitudes se hace cada vez mayor cuando la civilización y los medios de comunicación y los inventos avanzan. Los pueblos primitivos están limitados, en su capacidad de atraer nuevas personas al grupo o cambiar su organización, por las condiciones materiales, especialmente por el estado de las comunicaciones. Por otro lado, los pueblos avanzados tienen importantes capacidades de asimilación y de cambio. Por lo tanto, cuando la ciencia y el derecho aumentan sus capacidades para controlar la naturaleza y los procesos de civilización, aumenta el número de grupos de personas y de formas organizativas posibles y el proceso de seleccionar entre estas posibilidades se vuelve más político, más un tema de opinión. Un estudio de las condiciones pasadas o actuales de las poblaciones es de una importancia excepcionalmente pequeña para juzgar el futuro del mundo moderno. Este futuro depende en un grado considerable de las opiniones y la fe presentes y futuras.

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SEGUNDA PARTE 303 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

b) Persuasión y circunstancia histórica.-

El proceso de moldear las opiniones de un grupo es un proceso histórico. Cada paso depende de una coyuntura particular. En consecuencia, el tiempo es importante. Los estados dependen de la opinión y, en ciertos momentos, particularmente después de una guerra devastadora, la opinión puede ser muy maleable y puede ser posible una revolución; pero, a menos que se aproveche la oportunidad, se desarrollará otra vez la rigidez de los intereses creados. Además, los estados están rodeados por otros estados y las relaciones en todo el grupo en un momento dado pueden crear la oportunidad para un cambio radical sea por conquista o por la federación. Pero en las relaciones humanas siempre es importante la costumbre. Por ello, una oportunidad perdida puede ser perdida hasta un futuro indefinido. Los gobernantes creen que deben golpear mientras el hierro está caliente, porque en política no se presenta la misma situación dos veces. Por consiguiente, los procesos de persuasión, para ser efectivos, deben alcanzarse rápidamente cuando las circunstancias históricas son favorables.

En la política mundial, particularmente, el rumbo tomado por la opinión pública – sus fijaciones simbólicas, dirección e intensidad – durante un momento histórico de unos pocos meses puede fijar la estructura de la sociedad mundial durante décadas o siglos.

c) El momento histórico y la violencia.-

Estas dos circunstancias – que la formación de la comunidad tiende a depender de la opinión y que la opinión que domina en un momento histórico puede marcar el rumbo del desarrollo de la sociedad durante un largo período – explican muchas guerras, porque la guerra es el instrumento más efectivo de persuasión rápida. La educación es un instrumento de persuasión. También lo son la propaganda, el incentivo económico y la invocación de tradiciones, leyes y creencias. Sin embargo, estos métodos han parecido frecuentemente inadecuados para llevar a las masas a una coincidencia entusiasta con las propuestas políticas cuando el momento histórico es favorable. Por consiguiente, se ha hablado al pueblo de que debe estar de acuerdo para defenderse de invasiones, para proteger los intereses amenazados o para impedir el éxito de las ideas destructivas. A menudo, el argumento puede ser cierto, pero, lo sea o no lo sea, su validación puede requerir la guerra.

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A veces se han formado federaciones mediante negociación pacífica, pero no a menudo. La mayoría de los grandes bloques políticos diseñados como estados soberanos y la mayoría de los grandes cambios en las formas de organización han sido realizadas mediante la utilización de procesos de persuasión de este tipo como guerras o insurrecciones en el momento histórico crítico.

d) Violencia y organización mundial.-

¿Hay alguna solución para este problema? ¿Es la violencia una condición inherente de la integración política a gran escala? Si los gobernantes estuviesen seguros de que el empleo de la fuerza tendría como resultado un punto muerto o una destrucción intolerable de todos los beligerantes, el empleo de la fuerza podría dejar de tener valor y tendrían que emplearse otros métodos. También se ha sugerido que el empleo de la fuerza podría regularse para que fuese relativamente inofensivo. La guerra podría convertirse en un duelo de campeones, en una competición para construir equipos militares o, incluso, en un juego escenificando sobre un tablero.

La integración de la raza humana en una organización única puede ser practicable, por primera vez, en la era de las comunicaciones de masas rápidas y universales. Esta integración podría hacer posible la aceptación universal del arreglo pacífico de todas las diferencias. El problema de determinar cuál es el grupo supremo se eliminaría porque la raza humana, reconocida por evidencias objetivas, sería el grupo supremo. Además, el elemento de tiempo sería menos significativo porque no existiría el peligro de una invasión exterior. Una sociedad universal tendría todo el tiempo para educar a su población a aceptar soluciones. Permanecerían los peligros de que una organización universal podría alimentar el conservadurismo y la falta de adaptación a los cambios climáticos, orgánicos y tecnológicos o que los impacientes podrían buscar acelerar soluciones más allá de las potencialidades de la persuasión pacífica. Aún podría ocurrir una guerra civil a menos que los símbolos integradores – el mito mundial – fuesen aceptados con una fe suficientemente fuerte. Una fe de esta clase podría ahogar la inventiva y la adaptación sociales y podría marchitarse sin el estímulo de la presión exterior. Las comunidades sin un enemigo han tendido a dividirse.

La cuestión de si el progreso es compatible con la eliminación de la violencia ha dividido a diferentes ramas de comunistas, socialistas, anarquistas, nacionalistas, progresistas y a otros reformadores. La respuesta a esta pregunta

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puede basarse en los detalles de la organización mundial, manteniendo la oposición entre el todo y las partes, entre grupos funcionales y regionales, y entre individuos, con una solidaridad general suficiente para impedir la expresión de estos enfrentamientos mediante la violencia.

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D. LAS PERSONAS Y LA GUERRA

CAPÍTULO XV

OPINIÓN PÚBLICA Y GUERRA

Entre las causas de la guerra se encuentra la dificultad de hacer de la paz un símbolo más importante en la opinión pública mundial que los símbolos particulares que pueden, local, temporal o generalmente, favorecer la guerra. Si solo se pudiesen universalizar el amor a la paz y el odio a la guerra, dicen los pacifistas, la guerra desaparecería. Las mentalidades más prácticas esperan que la comprensión de la creciente capacidad destructora de la guerra pueda desarrollar una opinión pública mundial adecuada para sostener una organización capaz de evitar la guerra. El odio a la guerra ha proporcionado una bandera de unión para los “movimientos por la paz” populares, particularmente después de guerras generales de gran destructividad.

Una opinión pública es una expresión relativamente homogénea de las preferencias de los miembros de un grupo sobre temas que, aunque discutibles, afectan al grupo como un todo. Una opinión pública, por lo tanto, implica la existencia de un público o un grupo de miembros del mismo que dialogan entre ellos sobre temas de interés común, la existencia de un liderazgo que formula, divulga y concentra la atención sobre los temas que son importantes en un momento dado y la existencia de manifestaciones de opinión sobre los temas y de una indicación de una buena voluntad para aceptar acciones que se ajusten a la opinión predominante. La esencia de la opinión pública es la discusión junto con la conformidad con una acción final del grupo, la diversidad de actitudes asociada con la unidad de acción. No hay opinión pública sobre temas sobre los que hay minorías intransigentes en el público. Ni hay una opinión pública sobre temas sobre los cuáles no hay minorías en absoluto. Según A. Lawrence Lowell, “Si no hay desacuerdo sobre una proposición, no hay tema. La proposición tiene el estatuto de hecho o de verdad en este público. Es indiscutible. En una “muchedumbre” o “masa”, diferenciada de un “público”, todas las cuestiones son indiscutibles”.

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1. SÍMBOLOS DE GUERRA Y DE PAZ

La teoría de que una opinión pública apropiada podría eliminar la guerra supone que las guerras han sido causadas por opiniones sobre símbolos, que estos símbolos han tenido normalmente poca relación con las condiciones presentes, que podría desarrollarse una opinión pública constante y de carácter mundial favorable al símbolo “paz”, y que este símbolo podría adquirir un significado inteligible y realizable. Las guerras, según la constitución de la UNESCO, se hacen en las mentes de las personas y es en las mentes de las personas donde deben construirse las defensas de la paz. Esta definición aplica únicamente el principio sociológico de que la acción no se sigue siempre de las situaciones sino de la interpretación de las situaciones que realiza el que toma la decisión, de la imagen que forma en su mente.

a) Opinión y símbolos.-

En una ciudad satisfacer la opinión pública se refiere a tratar temas con los que está familiarizado todo el público a través de una experiencia directa. Los temas afectan a las situaciones más que a los símbolos. Por otro lado, en los grupos más extensos la mayoría de los miembros apenas pueden tener este conocimiento directo de los temas. Los temas afectan necesariamente a los símbolos que solo evocan, en el miembro medio del público, sugerencias vagas de las situaciones implicadas.

Muchos aspectos de la política de las naciones contemporáneas y de las organizaciones internacionales son polémicos, pero si el grupo va a sobrevivir, es incluso más necesario en este momento la aprobación general de los miembros a la política del grupo de lo que lo fue en situaciones menos complejas. Las cuestiones polémicas se presentan afectando a los fines considerados como importantes para el grupo, a los medios a emplear para fomentar los fines del grupo, a las normas y reglas que el grupo espera que sus miembros observen y a las actuaciones y rituales que tienen el propósito de manifestar la existencia y el carácter del grupo a sus miembros y a los extraños al mismo. Las políticas nacionales y la mundial se refieren en gran medida a la respuesta a esas preguntas políticas, administrativas, legales y protocolarias. Estos temas, especialmente en la política mundial, invitan al uso de símbolos imprecisos. El comportamiento práctico, sea de carácter político o administrativo, se dirige a algo potencial pero aún no realizado. Este “algo” puede presentarse únicamente mediante símbolos. Se pueden comprender los fines no alcanzados o los medios no empleados para alcanzar esos fines

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solamente a través de símbolos. El comportamiento formal, sea legal o ceremonial, está guiado por normas o rituales que pueden tener una existencia simbólica solamente. Cuanto mayor sea el grupo y menor el contacto físico directo entre sus miembros y el acceso a sus actividades, menor disponibilidad tendrán como bases de la conducta del grupo el instinto, la costumbre o la aceptación universal, y en mayor medida serán los símbolos y las opiniones sobre ellos los estímulos y las guías de la conducta.

En los grupos extensos que participan en guerras en la civilización moderna, los símbolos han sido responsables de iniciar y guiar ese comportamiento particular. Es verdad que guardias de fronteras pueden disparar por hábito o capricho. Incluso se pueden iniciar hostilidades a gran escala por accidente, errores, actividades de guerrilla, hostilidades fronterizas o desórdenes civiles. Pero la guerra en sentido legal no comienza sin procedimientos elaborados de discusiones parlamentarias o en el consejo de ministros, declaraciones, órdenes y proclamas que tratan sus medios, fines, modos y justificaciones. Por tanto, la guerra ha sido deliberada en el sentido de que los actos simbólicos que significan guerra y la justifican han sido consentidos por algún gobierno. Las guerras civilizadas difieren en este aspecto de las luchas entre animales. Estas últimas están estimuladas por la experiencia física directa entre la futura víctima y el agresor, mientras que la primera está estimulada por una interpretación de los hechos en términos de derecho, honor, interés o política del grupo. Los líderes que hacen esta interpretación de los símbolos y las masas que aceptan esas interpretaciones pueden tener poco o ningún conocimiento de las condiciones representadas por los símbolos.

Las experiencias subsiguientes de los soldados con las condiciones de guerra son accidentes de guerra que no establecen directamente su origen ni su finalización. Son, es verdad, elementos que entran en el significado de símbolos establecidos, pero también entran en este significado otros múltiples elementos. La guerra ha representado la condición legal que permite a dos o más grupos hostiles sostener un conflicto mediante fuerzas armadas. Las experiencias físicas de las fuerzas armadas en esta concepción de la guerra son menos importantes que los objetivos políticos, los movimientos tácticos y estratégicos, las normas legales y las caracterizaciones propagandísticas del enemigo, expresadas todas ellas en un vocabulario abstracto solo remotamente relacionado con la experiencia física de la lucha real. Por lo tanto, la guerra ha surgido directamente en el mundo de los símbolos, no en el mundo de condiciones reales.

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b) Opinión y situaciones.-

Los símbolos que están detrás de las guerras normalmente son más expresivos en el sentido afectivo (emotivo) que en el informativo (referencial). A menudo se refieren a ficciones, mitos y estereotipos con poca relación con las situaciones reales. Las opiniones sobre tales símbolos son expresiones de actitudes. Manifiestan sentimientos que pueden variar de individuo a individuo y que no están relacionados necesariamente ni con la observación ni con la lógica. Por lo tanto, van a diferenciarse de las verdades que describen condiciones verificadas por la experiencia o que expresan la relación de esas condiciones a través de la ordenación lógica de símbolos que tienen un significado informativo. En cuestiones relativas a los objetivos más generales de la política del grupo, la experiencia de cada miembro del grupo es, según los supuestos democráticos, igualmente importante; por consiguiente, la prueba inmediata de la verdad de una proposición sobre esas cuestiones descansa en la universalidad de la aceptación de la proposición en el grupo por los que entienden el significado de sus términos y que lo aceptan basándose en su propia experiencia. Una opinión puede ser tan aceptada que con el tiempo se convierta en una verdad y una verdad puede llegar a ser tan contradicha por nuevas observaciones como para volver a ser opinión. Pero en un tiempo dado, en un grupo determinado, puede normalmente hacerse esa distinción. La verdad se acepta como un hecho; la opinión solo como una creencia. Es cierto que las creencias en las religiones o en las propagandas se presentan normalmente como hechos históricos; pero, en la medida en que esos hechos y las deducciones que se desprenden de ellos se discuten en una población, no llegan a alcanzar el estado de verdad.

Los resultados militares que se esperan de una guerra rara vez son seguros, y las consecuencias económicas, políticas y culturales finales raras veces pueden calcularse con una aproximación precisa. La guerra es una apuesta e, incluso si se hacen cálculos, normalmente hay diferencias de opinión entre los altos mandos e, incluso más, entre el resto de la población. Casi nunca hay una aceptación universal de cualquier proposición relativa a la necesidad o la sensatez de una guerra concreta. La guerra se inicia o se rechaza a causa del “peso de la opinión” entre aquellos que tienen autoridad para actuar en nombre del grupo.

Incluso además, rara vez puede decirse que los argumentos particulares a favor de la guerra alcanzan la condición de verdad. Los argumentos económicos, los argumentos políticos y los argumentos históricos los hacen

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SEGUNDA PARTE 311 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

propagandistas, pero pocas veces tienen el apoyo de todos los expertos en estas disciplinas, incluso en el país que los utiliza. De esta forma, si se emplean frases como causas económicas, políticas y psicológicas de la guerra, no es porque haya una relación directa entre el estallido de las guerras y las verdades o los hechos aceptados en estas disciplinas sino solamente porque las proposiciones, buenas, malas o indiferentes, relativas a la economía, la política o la psicología han influido en la opinión favorable a la guerra.

Los argumentos que influyen en la opinión pública a menudo tienen poco apoyo en la ciencia social y las verdades afirmadas por los científicos sociales a menudo tienen poca influencia sobre los movimientos de opinión en las sociedades contemporáneas. Esto sugiere que se debe esperar poco de los estudios de las estadísticas de población, comercio, finanzas y armamentos o de los tecnicismos de la ley y de los procedimientos para explicar la guerra. Solamente cuando esos temas afectan a la opinión pública es cuando provocan la guerra y la opinión se conmueve por símbolos de significados tan vagos que no es de esperar una correlación precisa con series estadísticas o análisis refinados. Las causas de las guerras deben estudiarse directamente de los índices de opinión, no indirectamente de los índices de situaciones reales, incluso aunque los dos tengan un vocabulario parcialmente coincidente.

c) Las diferencias de la opinión.-

Se puede medir la dirección, la intensidad, la homogeneidad y la continuidad de la opinión pública en relación a los símbolos. Está claro que las opiniones de los grupos varían enormemente en todas estas dimensiones. Están afectadas en gran medida por los tipos de liderazgo, los métodos de propaganda y las circunstancias económicas, políticas y de otro tipo. Pero cualesquiera que sean las circunstancias de los grupos particulares está claro que la opinión de un grupo, formada a través de fuentes totalmente internas al mismo, diferirán frecuentemente de la opinión de cualquier otro grupo, formada también a través de fuentes totalmente internas a su propio grupo. Es probable que esas diferencias de opinión conduzcan a una oposición. Si los grupos están en contacto estrecho, pudiera tener como resultado el conflicto y la guerra. De esta forma la única opinión que podría asegurar la paz es la sostenida por un público que incluyese a todos los grupos en contacto entre sí. Una opinión pública de este tipo debe ser, en las actuales condiciones de interdependencia, una función de un grupo mundial, y si la paz va a continuar, esta opinión debe ser constante. Esto no significa que todos los miembros de cada nación deban también ser miembros de la opinión pública, sino realmente quiere decir que en

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cada nación debe haber bastantes personas cuyos horizontes se extiendan más allá de su grupo para mantener sus políticas consistentes con las necesidades de la comunidad mundial.

Incluso minorías disidentes se opondrían a una opinión pública mundial, a menos que todos los objetivos políticos hayan alcanzado, de hecho, la condición de ser una verdad, una condición que acabaría no solo con las discusiones sino también con el progreso humano. Sin embargo, con una opinión pública fuerte la oposición de las minorías no debería suponer guerra. La opinión pública puede influir en las minorías para que subordinen sus opiniones a la opinión predominante, que esperen el momento oportuno y que mantengan la paz.

¿Qué ocurriría si no la aceptasen? Los que apoyan la opinión pública dominante se enfrentarán entonces con la alternativa de emplear la fuerza para suprimirlos o de consentir la desintegración de la opinión pública mundial. Si la paz es el símbolo de la opinión pública mundial, ¿qué deberían hacer? ¿Significa la paz que no se empleará la coacción o significa que prevalecerá la opinión pública?

d) El significado de la paz.-

El dilema que se acaba de sugerir indica la importancia de determinar el significado de la paz. Los partidarios de la paz se han dividido en dos campos – los pacifistas y los internacionalistas. En tiempo de paz han tendido a unirse, pero en tiempo de guerra o de amenaza de guerra los pacifistas han propugnado la no intervención, mientras que los internacionalistas han propugnado la colaboración contra la agresión. Los estados que siguen políticas pacifistas de evitar la guerra pueden fomentar la agresión y pueden convertirse en sus víctimas. Los estados que siguen políticas internacionalistas, buscando evitar o suprimir agresiones, pueden llegar a implicarse en guerras. Se presta así apoyo a la hipótesis de que la paz no es una idea inteligible.

La interpretación ingenua de la paz es la del pacifismo. La paz es negativa. Es la ausencia de guerra. Los filósofos partidarios de esta teoría han señalado que si todas las personas renunciasen al enfrentamiento intransigente frente a las situaciones u opiniones existentes, sin importar cuán opresivas o injustas pudiesen ser, no habría guerras. Finalmente, se podrían encontrar medios racionales para su solución. La paz, dicen los pacifistas, únicamente puede ser un símbolo negativo porque, si se adoptase como ideal predominante un

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SEGUNDA PARTE 313 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

símbolo positivo, podría ser necesaria la guerra para alcanzarlo. Las guerras, destacan los pacifistas, se han desarrollado por la inviolabilidad de los tratados, por el mantenimiento del derecho, por el logro de la justicia, por la promoción de la religión, incluso para acabar las guerras y para asegurar la paz. Por lo tanto, cuando la paz toma una forma positiva deja de ser paz. La paz exige que ningún fin justifique la violencia como medio para lograrla; por consiguiente, ninguna persona o grupo debe creer en ningún fin tan firmemente que sea imposible el compromiso o, al menos, el aplazamiento de su realización.

Sin embargo, los internacionalistas replican que el deseo de paz no puede ser superior a la propia paz. Aunque la paz puede exigir una renuncia a los enfrentamientos intransigentes, no puede exigir la renuncia a todos los enfrentamientos o sería contradictoria en sí misma. La paz no puede disipar la guerra real mediante ilusiones. La paz que tolera violaciones de la paz o las fomenta apaciguando a los agresores se destruye a sí misma. La paz que únicamente significa evitar la guerra en cualquier circunstancia es contraproducente porque fomenta la injusticia que conduce a la guerra y frustra que se traten los problemas de forma cooperativa, única forma que puede impedir la guerra. Para ser lógicamente concebible o prácticamente efectiva, la paz, dicen los internacionalistas, debe tener un significado positivo. Debe significar justicia internacional. La justicia internacional implica procedimientos metódicos y un espíritu de cooperación al tratar los problemas internacionales. Estas condiciones solo pueden lograrse en una sociedad mundial. Los símbolos de la paz son, por lo tanto, los símbolos de una sociedad mundial.

Los internacionalistas reconocen que el logro y el mantenimiento de una sociedad mundial no dejarán de despertar oposición y de necesitar, en ocasiones, emplear la fuerza por el conjunto para controlar a las partes. Por lo tanto, el concepto de paz, aunque excluye la guerra, no puede excluir todo empleo de la fuerza. Una sociedad pacífica debe anticipar crímenes y rebeliones de vez en cuando y debe proporcionar la defensa y la policía para suprimirlos. La construcción de la paz implica incluso riesgos de violencia en una escala tal que pueden parecerse a la guerra en sentido material. El rechazo de esos riesgos, sin embargo, detendría el trabajo necesario para la construcción de la paz. Este concepto de paz, representado por el constitucionalismo en el estado y por el internacionalismo en la familia de naciones, diferencia el crimen, la rebelión, la agresión y la guerra de las necesarias defensa, justicia penal, acción policial y sanciones.

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Aunque no se ha alcanzado la unanimidad en cuanto al significado de la paz, el peso de la opinión ha apoyado el punto de vista internacionalista. Los teólogos, los filósofos, los psicólogos, los matemáticos, los economistas, los juristas y los publicistas que han considerado cuidadosamente el tema han creído que, si la paz va a atraer a la opinión pública y cumplir sus expectativas, debe ser un concepto positivo. Debe significar justicia y orden y no puede significar ambos conceptos sin una organización. La experiencia ha mostrado que se ha impedido la violencia en áreas limitadas solamente cuando la paz estaba identificada con una sociedad organizada que hacía de la justicia y el orden su principal preocupación.

La aparición de las armas nucleares, sin embargo, ha llevado a nuevas naciones a la posición pacifista. Muchos, incluyendo “realistas” que habían pensado que era inevitable la “política de poder”, han seguido al papa Juan XXIII en creer que ninguna situación podría hacer justificable o racional una guerra nuclear o cualquier tipo de hostilidades que pudiese desembocar en una guerra de este tipo. Han reconciliado las dos posturas al reconocer que la paz exige una organización mundial para impedir esta intensificación, incluso si fuesen suficientes la racionalidad humana y un sentido del interés nacional para impedir la iniciación deliberada de la guerra nuclear.

La concepción de una paz positiva no es fácil de comprender. Transgrede muchos conceptos e intereses establecidos. El público mundial probablemente no la favorecerá con la intensidad, continuidad y homogeneidad suficientes para alcanzarla a menos que la concepción de la paz exista no solo en la opinión pública sino también en las actitudes privadas. Si va a lograrse esto, la paz debe aceptarse no solamente en los símbolos y los mitos sino también en las personalidades y las culturas. Obtener esta aceptación por la opinión pública presenta un problema de propaganda y educación.

2. PROPAGANDAS FAVORABLES A LA PAZ Y A LA GUERRA

La propaganda es el proceso de manipular los símbolos para influir en la opinión de un grupo. Puede contrastarse con la educación, que es el proceso de manipular los símbolos para influir en las actitudes de un individuo. Las dos están relacionadas, porque la opinión, en alguna medida, refleja las actitudes y las actitudes, en alguna medida, están influidas por la opinión, pero no son necesariamente idénticas. La expresión abierta de las actitudes de una persona puede no indicar con precisión sus actitudes reales. La persona puede engañar. Puede no ser consciente de sus actitudes. Puede estar influida por asociaciones,

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sugerencias o presiones inmediatas sin darse cuenta de ello. Su personalidad puede estar dividida: su conciencia pública puede revelarse a través de su opinión; su conciencia privada o individual – su actitud real – puede no revelarse.

Puede haber conflictos no resueltos en la personalidad, preparados para manifestar conductas contradictorias en ocasiones diferentes, conflictos sutiles entre disposiciones derivadas de la herencia, de la formación familiar, de la educación formal, de la iglesia, de las asociaciones empresariales y de la introspección y reflexión. Estos conflictos, clasificados más o menos por la distinción entre impulso, conciencia y razón, advierten que se ha simplificado demasiado la distinción entre opinión y actitud. Sin embargo, es útil para señalar la distinción general entre propaganda y educación.

En ningún campo es tan señalada la diferencia entre actitud y opinión como en relación con la guerra. Probablemente las actitudes privadas estarán afectadas por los aspectos personales de la guerra – muerte, destrucción, matanza, mutilación, gloria, aventura, fuga, avance económico – y las valoraciones de esos hechos y posibilidades de impulsos hereditarios de autoconservación y cariño a la familia, de normas sociales adquiridas a través de la educación, la religión, y la experiencia del grupo, y de normas personales derivadas de los esfuerzos pasados para adaptar los impulsos a las exigencias sociales. Por otro lado, la opinión pública tiende a acentuar los aspectos públicos de la guerra – defensa nacional, política nacional, ideales nacionales, derecho internacional, política mundial, bienestar humano, justicia y progreso. Es cierto que tanto pacifistas como militaristas tratan de utilizar las actitudes privadas para crear la opinión pública sobre la guerra y la paz, pero la amplia divergencia de sus simbolismos indica la extrema ambivalencia de estas actitudes.

La influencia de las actitudes y la educación en la guerra y la paz será tratada en el capítulo XVIII, naturaleza humana y guerra. Aquí la atención se limitará a la opinión y a la propaganda.

La propaganda trata de manipular símbolos para que, en una población dada, las opiniones se mantengan o cambien de dirección, sean más o menos intensas, más o menos homogéneas, más o menos constantes. La propaganda se dirige mediante el acceso o el control de los instrumentos de comunicación – en las sociedades modernas, especialmente prensa, películas, radio y televisión.

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a) Propaganda de guerra.-

Las guerras han necesitado siempre la propaganda tanto para su iniciación como para su dirección, y los métodos han sido explicados desde hace mucho tiempo. Estos métodos se incluyen en las historias de Tucídides y en los discursos de Demóstenes y han sido analizados en los estudios de guerras recientes. Los objetivos de la propaganda de guerra son la unificación de nuestro bando, la desunión del enemigo y la buena voluntad de los neutrales. Se promueve nuestra unidad al identificar al enemigo como la fuente de todas las quejas de nuestro pueblo, repitiendo y desplegando símbolos que representan los ideales que compartimos, asociando al enemigo con la hostilidad a estos ideales e insistiendo en nuestra propia nobleza y en la certeza en la victoria y sobre el satanismo de los enemigos y en la certeza de su derrota. El enemigo se desune acentuando la divergencia entre sus facciones, sugiriendo la incompetencia de sus líderes, demostrando la certeza de su derrota final e insinuando beneficios para grupos y personas enemigas si dejan de resistir. Se influye sobre los neutrales mediante amenazas de invasión, mediante el énfasis en la nobleza de nuestros objetivos de guerra y la sordidez de los fines y métodos del enemigo y mediante el énfasis en las ventajas especiales para grupos concretos o para naciones neutrales que favorezcan nuestra causa.

La presión de la propaganda unida a la presión de los hechos ha conducido frecuentemente a los neutrales a la guerra. Realmente, solo en tres de los quince períodos de guerra de los tres últimos siglos que han implicado a una o a más de las grandes potencias en cada bando y que han durado más de dos años, una gran potencia evitó ser arrastrada a la guerra. Si estallase una guerra entre grandes potencias sería de esperar que todas las grandes potencias entrasen en guerra salvo que la guerra finalice muy rápidamente. Una disposición beligerante evoluciona por la estimulación continua del interés natural en la guerra que se refleja en las noticias, de incidentes humillantes, de intereses políticos en el equilibrio de poder y, de vez en cuando, por la influencia de intereses económicos especiales. El interés conduce a la familiaridad y la familiaridad lleva gradualmente a la aceptación. La población estadounidense, con una tradición de neutralidad, se transformó rápidamente en partidaria de la guerra y, finalmente, en beligerante en los períodos de la Revolución francesa y las guerras napoleónicas y de la Primera y Segunda Guerras Mundiales. El desarrollo de esta beligerancia ha sido seguido en detalle a través de estudios de la prensa estadounidense durante los períodos de neutralidad. Estos estudios muestran un cambio gradual desde historias

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objetivas de la guerra a historias que relacionaban la guerra con Estados Unidos y luego, cuando se desarrollaba una crisis real que implicaba intereses estadounidenses, a un llamamiento emocional.

b) La propaganda de la paz.-

También se han hecho esfuerzos entre los pueblos primitivos y los civilizados para preservar la paz mediante la propaganda. El problema es más difícil que el problema de la propaganda de guerra porque, para ser efectiva, la propaganda a favor de la paz debe conseguir, simultáneamente, la atención en todos los potenciales beligerantes y, no obstante, la paz es intrínsecamente menos interesante para los seres humanos que la guerra. Las personas prestan instintivamente atención al oír noticias sobre una situación de conflicto. Quizá ello sea una herencia biológica. Quizá los que no estaban alerta ni atentos en presencia de situaciones conflictivas fueron eliminados hace mucho tiempo en el proceso de selección natural. Cuando no están presentes situaciones conflictivas reales, se puede vincular el mismo interés a símbolos sugiriéndolas. El periodista y el historiador saben que pueden llamar la atención de sus lectores con relatos de conquistas, de guerras y de rumores de guerra. El artista, el escultor o el poeta pueden producir una obra de arte que los ignorantes calificarán inmediatamente como de “guerra”. Por otro lado, es difícil imaginar un cuadro, estatua o poema que el hombre medio califique inequívocamente de “paz”. Las personas comprarán periódicos que expliquen los detalles técnicos o las tácticas de una batalla o de un juego de pelota, pero ¿quiénes, excepto los especialistas, leerían una disertación de esta clase sobre la estructura o los procedimientos de trabajo de un gobierno ordenado? A pesar de los esfuerzos de las propagandas favorables a la paz para objetivar la paz como una religión particular, como una ley internacional, como un sistema de arbitraje, como un tratado de desarme, como el Pacto Kellogg-Briand, como las Naciones Unidas, el público piensa solamente de la paz como la ausencia de guerra y la encuentra poco interesante. Incluso puede considerar la idea positiva de paz como peligrosa. Algunos senadores estadounidenses se opusieron a la Sociedad de Naciones basándose en que la Sociedad conduciría a la guerra.

Sin embargo, la idea negativa de paz ha frustrado a menudo la realización de una paz positiva. En tiempo de crisis, la propaganda favorable a la paz ha fomentado frecuentemente que grupos particulares se aíslen de las áreas de lucha para evitar la guerra y de esa forma ha desintegrado la comunidad internacional y ha asegurado la iniciación y subsiguiente extensión de la

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guerra. En un mundo interdependiente, las propagandas favorables al aislamiento, la neutralidad y al pacifismo absoluto, no obstante lo sinceramente que se hayan realizado en nombre de la paz, han sido causas de guerra.

La propaganda favorable a la paz también se ha derrotado a sí misma a menudo al denunciar los aspectos privados más que los aspectos públicos de la guerra. El énfasis en los horrores de la guerra no ha creado, en todas las circunstancias, una actitud favorable a la paz. Al contrario, puede estimular un interés en la guerra. Puede estimular la preparación intensiva para evitar la guerra y crear así condiciones de rivalidad militar que favorecen a la guerra. Puede estimular el desinterés en aceptar los riesgos de una guerra, necesarios para la construcción efectiva de la paz. También puede poner en peligro la paz el desviar la atención de la guerra o de las amenazas de guerra a otros intereses. La huelga de las mujeres de Lisístrata contra la guerra pudo haber contribuido más a la derrota de Atenas que a finalizar la guerra. El interés de los atenienses en continuar realizando sus actividades comerciales como siempre, a pesar de las Filípicas de Demóstenes, parece haber contribuido tanto a la guerra como a la terminación de las libertades de Atenas. Nada promueve más la guerra que desviar la atención de las posibles víctimas de las preparaciones bélicas del agresor.

Para ser efectiva la propaganda a favor de la paz debe presentar simultáneamente en todas las partes del mundo una concepción adecuada de paz. La paz debe ser representada como un progreso racional hacia una sociedad mundial que mantenga la justicia y resuelva los problemas del mundo de forma cooperativa. La guerra debe presentarse como la obstrucción irracional de ese progreso. Por otro lado, la fuerza que impulsa hacia esa sociedad debe presentarse no como guerra sino como un instrumento necesario de la paz.

Esa propaganda se puede realizar simultáneamente en todas las naciones únicamente si se desarrolla por una agencia mundial con acceso a todas las poblaciones importantes. La confianza de algunos de los estados en un orden mundial justo podría inducirles a descuidar sus defensas y aumentar así la oportunidad de que otros estados realicen una agresión con éxito, a menos que la opinión favorable a la paz positiva sea suficientemente general para hacer realmente efectivo el orden mundial. Por lo tanto, la propaganda, incluso para una paz positiva, puede, si se realizase solo en un número pequeño de países, aumentar la probabilidad de guerra en proporción a su éxito en las áreas en que se desarrolle. Obviamente, el control predominante de los medios de

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comunicación y de propaganda por los gobiernos nacionales limita seriamente las posibilidades de una propaganda a favor de la paz suficientemente general y efectiva por una agencia mundial. Las naciones que actúan de forma individual no pueden desarrollar una propaganda suficientemente general para ser efectiva, pero pueden impedir que una agencia central funcione.

El éxito de la propaganda a favor de la paz positiva en un área determinada probablemente depende de la posición del conflicto y de la violencia en los tipos de personalidad creados por la cultura. La propaganda, como actividad a corto plazo, distinta de la educación, no puede cambiar la personalidad o la cultura sino solo estimular o suprimir actitudes que ya existen. Estas actitudes pueden clasificarse según su relación con los impulsos, la razón o la conciencia, es decir, con el hombre biológico, con el psicológico o con el social.

(1) El recurso al hombre biológico.-

Esto es, a los instintos de conservación propia y de amor a la familia, tiene poca importancia para preservar la paz en condiciones de alta tensión social. La respuesta a los estímulos de estos instintos puede ser más agresiva que prudente. Además, los instintos biológicos opuestos, como agresividad y sadismo, pueden anular esos instintos de conservación propia y amor a la familia. Los hombres pueden tener miedo a ser asesinados, pero pueden sentirse atraídos por el placer de agresión y de dominio. En sociedades organizadas los instintos biológicos están sublimados por comportamientos aprendidos e ideales sociales. El hombre social dirige al hombre biológico. Incluso aunque no se anulen sus miedos por sus conductas agresivas, el soldado puede continuar actuando por el miedo más grande que le provocan la ignominia y el rechazo sociales. La propaganda de los militares, basada en los ideales sociales, la lealtad y el sacrificio en tiempo de crisis, ha anulado los llamamientos pacifistas, basados en los horrores de la guerra. Esto puede no ser verdad cuando la capacidad de destrucción de las armas amenaza no solo a los individuos sino a la nación y a la humanidad.

(2) El recurso al hombre psicológico.-

Esto es, a la consideración razonable de los intereses habituales, ha tenido también una influencia bastante pequeña en tiempo de crisis. Los niveles de alta tensión existen a causa de la insatisfacción general con la normalidad. Cuando hay un gran malestar, los llamamientos a la guerra anulan los

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llamamientos a la monotonía de la vida diaria. Además, los llamamientos a las costumbres pueden favorecer tanto la guerra como la paz. El comportamiento del hombre en tiempos de normalidad está gobernado por la costumbre social y por los intereses. La costumbre incluye tanto costumbres no institucionalizadas como tradiciones institucionalizadas y sistemas legales y religiosos. Los intereses que guían el comportamiento de individuos o grupos son esos objetivos que las costumbres, la cultura, la opinión pública y los procedimientos de los grupos asumen que son aquellos en los que están interesadas las personas. ¿Por qué tiene interés una persona en la cultura contemporánea en la acumulación de propiedades? No es debido a un impulso biológico, porque muchos pueblos primitivos no lo tienen. Es debido a la cultura particular. En las sociedades modernas, los intereses incluyen ganancias monetarias y prestigio personal a través del reconocimiento político, profesional o social, pero en tiempos de crisis de los grupos los intereses tienden a ser sociales y simbólicos. En la mayoría de las sociedades la guerra es una costumbre institucionalizada y se asocian guerras concretas a la conservación de la integridad, del territorio y de la cultura del grupo. Los soldados están entrenados para obedecer y las reservas están familiarizadas con la idea de ser movilizadas cuando se realice su llamamiento para el servicio militar. Se hace propaganda a toda la población para que acepten la necesidad de la guerra y la justicia de su causa. De esta forma, en tiempos de crisis en las naciones modernas la costumbre y la opinión apoyan más a la guerra que a la paz, como mostró la opinión estadounidense durante las crisis de Berlín y Cuba de 1961 y 1962.

Aunque en general las personas pueden ganar dinero o adquirir prestigio en tiempo de paz más rápidamente que en tiempo de guerra, algunas personas pueden ganar dinero y adquirir prestigio en la guerra y a otras se les puede convencer de que podrían hacerlo. Los fabricantes de armas prosperan normalmente en tiempo de guerra y los oficiales del ejército y de la marina ascienden más rápidamente. Los especuladores pueden beneficiarse por la inflación en la guerra y muchos tipos de empresarios lo pueden hacer durante un tiempo. La población laboral y la población civil pueden beneficiarse por la existencia de industrias de guerra y de bases militares en sus cercanías.

La propia guerra puede prometer la satisfacción del interés normal de muchos y los resultados de una guerra victoriosa pueden presagiar una satisfacción para otros, como los hijos más jóvenes y los expertos que buscan buenos trabajo en áreas coloniales, los comerciantes que buscan nuevos mercados, los inversores que esperan concesiones en zonas subdesarrolladas,

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los fabricantes que esperan el acceso a materias primas más baratas y los empresarios que buscan las oportunidades privilegiadas que pueden obtenerse de la conquista de territorios exteriores. Debe mencionarse también a granjeros y jornaleros, que pueden esperar oportunidades para emigrar a regiones más favorables en caso de victoria y cuyos productos y servicios tienen más ganancias durante la propia guerra.

Sin duda, la racionalidad de estas expectativas varía enormemente de acuerdo con las técnicas de la guerra y las relaciones internacionales en ese momento. El aumento de la destructividad de la guerra y la creciente complejidad de las operaciones comerciales y financieras internacionales han disminuido la probabilidad de que obtengan beneficios de la guerra muchas personas. La guerra pudo enriquecer a Cortés en el siglo XVI y a la Compañía Británica de las Indias Orientales en el XVII, pero no a muchos europeos durante las guerras del siglo XX. La guerra ha tendido, como han destacado los economistas y han estado de acuerdo los banqueros, a ser una gran ilusión para la población en general y para las empresas económicas estables.

La apelación al hombre psicológico – a los intereses normales – está adquiriendo importancia como un instrumento de paz por la tendencia a la guerra total y a la expansión de las relaciones mundiales. Pero, no obstante, semejantes llamamientos son superados en tiempos de alta tensión por el llamamiento a los ideales. Los hombres irán a la guerra por la nación, por el estado, por la humanidad o por la paz perpetua, incluso aunque sepan que no les proporcionará nada, ni en dinero ni en prestigio.

(3) El recurso al hombre social.-

Es el más fuerte de los recursos de la propaganda, especialmente en tiempo de tensión. Se hace propaganda favorable a la guerra mediante la llamada a los símbolos del grupo y a las utopías sociales. Puede hacerse propaganda de un sentimiento de paz si el ideal predominante de personalidad humana es pacifista. Los cuáqueros y los seguidores de Gandhi han resistido la llamada a la guerra debido a ideales religiosos más que por miedo o interés. La fuerza de resistencia de los ideales a la guerra se evidencia de hecho en el reconocimiento concedido a los mismos en los sistemas de reclutamiento militar de muchos estados.

Los estudios de prensa muestran que cuando la tensión aumenta, cuando la guerra se aproxima, los llamamientos a la misma han tendido a ser de carácter

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idealista. Los llamamientos en el New York Times en los primeros tiempos de la neutralidad estadounidense durante la Primera Guerra Mundial fueron a menudo legales o económicos, pero cuando aumentó el interés en la guerra y fue creciendo el nivel de tensión en Estados Unidos, el tono de los comentarios editoriales fue cada vez más idealista. Mientras el resultado de la guerra fue dudoso, atrajo más atención la posible influencia de la victoria de un bando o del otro, y las alternativas de paz o guerra se cambiaron a alternativas de ayuda a un bando o a otro. Esto fue seguido pronto por la entrada en la guerra con el bando preferido.

3. CONDICIONES FAVORABLES PARA OPINIONES AGRESIVAS

Entre las condiciones que influyen en la paz y en la belicosidad de la opinión pública están las que afectan al nivel de tensión.

a) Nivel de tensión general de una población.-

En su fase positiva, puede compararse a la energía potencial de un sistema dinámico y, en su fase negativa, a las tensiones de los materiales en un sistema estático.

El nivel de tensión indica la cantidad de energía social disponible a los líderes de un grupo y varía proporcionalmente a la intensidad y a la homogeneidad de la opinión pública. Si todos los miembros de la población son intensamente leales al mismo símbolo, el nivel de tensión está en un máximo positivo. Si cada miembro de la población es intensamente leal a un símbolo distinto, el nivel de tensión está en un máximo negativo. Entre ambos extremos se encuentra la situación de nivel de tensión mínima caracterizada por una lealtad moderada a muchos símbolos que tienen significados parcialmente coincidentes.

En los estados totalitarios se alcanza el máximo de tensión positiva, en los que todos los demás símbolos se subordinan a los del estado y a los de su líder, y las actitudes hacia estos símbolos son intensamente favorables. Suponiendo que las actitudes varían de intensidad en proporción al conflicto, una situación de este tipo exige el enfrentamiento con un enemigo exterior a la población. En una población completamente aislada no pueden existir actitudes intensas y homogéneas. En este tipo de población el nivel de tensión máximo se alcanzaría cuando hubiese una división aproximadamente igual de la opinión pública entre dos facciones o partes, una de las cuáles fuese intensa y

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homogéneamente favorable a unos símbolos y la otra parte se opusiese a los mismos símbolos. Si esas dos facciones fuesen igualmente favorables a símbolos distintos, el nivel de tensión variaría proporcionalmente al grado de oposición a esos símbolos. De esta forma, si dos partidos políticos están cada uno en el centro político con diferencias insignificantes en política, las tensiones serán menores que si hubiese un solo partido de extrema izquierda y otro de extrema derecha. En este último caso el nivel de tensión puede alcanzar una intensidad que amenace con una revolución y también puede permitir a un líder hábil exteriorizar la tensión elevada contra un enemigo exterior.

Cuando aumenta el número de formaciones simbólicas en un grupo, la intensidad y la homogeneidad de las actitudes hacia cada uno de ellos tienden a disminuir. El nivel de tensión también tiende a disminuir y alcanza la neutralidad cuando cada miembro de la población está moderadamente interesado en todos los distintos, parcialmente coincidentes y, a veces, conflictivos símbolos importantes del grupo. En estas circunstancias el liderazgo solo puede ajustar los conflictos en el grupo. Hay muy poca energía social disponible para actividades del grupo en conjunto. La energía está principalmente absorbida por el esfuerzo de cada individuo para adaptar los conflictos existentes entre sus propias lealtades. Este es el ideal del liberalismo democrático.

En esta situación de estabilidad y paz, se pueden desarrollar tensiones negativas a medida que aumenta el número de los símbolos que atraen la fidelidad de las personas y disminuye el número de seguidores de cada símbolo. Las situaciones de tensión negativa extrema someten la estabilidad de todas las instituciones sociales a una gran tensión y se puede hacer una comparación con la sobrecarga de los materiales en la mecánica estructural. Las instituciones y los mitos sociales, sometidos a fuertes tensiones por la diferencia de actitudes sobre ellos, se resquebrajarán. Los niveles de tensión negativa alcanzan un máximo en situaciones de anarquía y pánico totales, en los que cada individuo está interesado total y únicamente en su propia preservación. Esta es la condición de bellum omnes contra omnes [la guerra de todos contra todos] que Hobbes describió como el estado de la naturaleza, en el que cada persona es completamente libre y está completamente frustrada. En esa situación de tensiones negativas elevadas un líder hábil puede dirigir las lealtades que surgen del interés egoísta a un símbolo único que ofrezca seguridad a todos. Todos pueden ceder y, en el contrato social hobbesiano, sacrificar sus libertades a cambio de la seguridad que les proporcionará un dictador. “Entre las personas resentidas e imprudentes los símbolos y prácticas

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del orden establecido están en peligro y es el momento propicio para la rápida difusión de mitos opuestos, en cuyos nombres las élites opositoras pueden tomar el poder”. Según Lasswell, la anarquía de la revolución es seguida por la opresión de la tiranía.

De esta forma, los niveles extremos de tensión, sean positivos o negativos, están estrechamente relacionados con la violencia, sea externa o interna, y la favorecen. Estos niveles pueden compararse con los niveles normales de tensión en los que las opiniones son moderadas, las instituciones sociales son capaces de regular el comportamiento y la sociedad es estable. Esto, sin embargo, impone una responsabilidad mayor y un esfuerzo mayor de ajuste individual a cada miembro de la comunidad.

El progreso de la civilización tiende a exigir más energía social y niveles de tensión más elevados, pero también tiende a aumentar la fuerza de las instituciones, la racionalidad del liderazgo y la responsabilidad de los individuos. Las civilizaciones avanzadas pueden, por tanto, ser estables. La civilización hace posible la unión de grandes cantidades de energía y estabilidad sociales hasta un nivel imposible para los pueblos primitivos guiados principalmente por la costumbre. Pero esta característica de las civilizaciones puede explicar por qué su nacimiento ha tendido a estar acompañado por fluctuaciones de amplitud creciente de guerra.

b) Niveles extremos de tensión.-

¿Cuáles son las condiciones favorables a los niveles extremos de tensión y, por lo tanto, favorables a la violencia? Parece que los extremos, sean de seguridad general o de inseguridad general, pueden generar niveles elevados de tensión. Por un lado, las situaciones prolongadas de tranquilidad y de estabilidad tienden a disminuir la resistencia a las propagandas favorables a la violencia y, por otro lado, las situaciones de inseguridad, ansiedad y recelo tienden a crear una receptividad a esas propagandas.

Las revoluciones son demostraciones concentradas de las condiciones de opinión que subyacen en toda violencia social, se denomine rebelión, insurrección o guerra. Comenzando como nuevos símbolos en áreas locales, las revoluciones propagan ideas de violencia mediante el contagio y el enfrentamiento. Todas las revoluciones comienzan en principio como revoluciones mundiales. Sus símbolos y principios deben, en opinión de sus iniciadores, convertirse en universales o no serán nada. Aunque la experiencia

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concreta de los éxitos locales normalmente tiende a limitarse geográficamente, antes que esos límites se hayan establecido amigos y enemigos del nuevo símbolo habrán entrado en conflicto y habrán aumentado los niveles de tensión en áreas alejadas. Los hostigamientos de los rojos, soviéticos, transmitidos por la oposición rusa blanca de la distante Rusia, causaron excitación en una América que trataba de volver a la normalidad. La Declaración de Independencia de Estados Unidos, un siglo y cuarto antes, había agitado de forma similar a la autocrática Rusia.

En cualquier rincón del mundo, en las modernas condiciones de comunicación, la amenaza de violencia o el recurso a la misma, en apoyo de ideologías establecidas o de utopías revolucionarias, provocan un aumento general del nivel de tensión.

Elevados niveles de tensión pueden originarse no solo porque una minoría está descontenta como resultado de una gran estabilidad, sino también porque la mayoría está indignada como resultado de la existencia de demasiada inestabilidad. El temor general sobre el futuro de las instituciones y de las prácticas sociales, económicas, culturales y políticas crea un nivel de tensión creciente. Una situación de este tipo puede surgir bien de la confianza decreciente en la ideología predominante o de síntomas explícitos en los mismos procesos materiales. La confianza de la mayoría de la población en la continuidad de las condiciones existentes se deriva de las creencias en mitos sobre ellas más que del análisis de las propias condiciones, y la pérdida de estas creencias puede producirse por la propaganda de nuevos mitos así como por cambios en las condiciones existentes. La creencia generalizada de una élite en un mito importado puede desarrollar una sociedad esquizofrénica con una tensión elevada si el público continúa creyendo en los viejos mitos, condición que se dice que caracterizó a Japón tras la Revolución de 1868.

La decadencia económica puede no provocar una gran ansiedad si es lenta, como con frecuencia ha sido el caso en India y en China, porque la energía de la población puede reducirse más rápidamente que su conciencia del empeoramiento de las condiciones de vida. Sin embargo, una rápida decadencia económica puede despertar la conciencia de la población mientras aún tiene energía y le induce a aceptar propagandas favorables a la violencia y la revolución. Los campesinos y trabajadores franceses se rebelaron a finales del siglo XVIII, aunque su situación era absolutamente mejor que la de las clases similares de Alemania en ese momento. Los campesinos y obreros rusos se rebelaron después de la rápida decadencia económica en la última parte de

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la Primera Guerra Mundial, mientras que su empobrecimiento más gradual durante períodos anteriores solo había conducido a incidentes esporádicos. El rápido desarrollo del desempleo después de la crisis mundial de 1929 provocó niveles elevados de tensión, aunque las condiciones absolutas eran en muchos casos mejores que en gran parte del siglo XIX.

Los cambios rápidos de las condiciones tecnológicas y económicas, que alteran gravemente la situación de las clases económicas, provocan un malestar excepcional. El desarrollo del comercio y de la industria deterioró la posición relativa de propietarios y campesinos y causó mucha agitación en la Europa del Renacimiento. La Primera Guerra Mundial, la inflación y la depresión deterioraron la posición relativa de la clase media en muchas partes de Europa y causó un serio malestar en los años 30. La Revolución Industrial, aunque su efecto final fue económicamente beneficioso para la clase obrera, produjo un gran desempleo tecnológico y violencia en la Inglaterra cartista. Condiciones similares condujeron a violencias en China en los años 1920. Un gran retraso entre los cambios tecnológicos y las adaptaciones culturales provoca tensiones elevadas.

El comercio internacional y la dependencia de alimentos y materias primas de áreas distantes debido a los crecientes niveles de vida en tiempo de paz han provocado un peligro de bloqueo en tiempo de guerra y una extrema ansiedad por el temor a que se repitan esas situaciones debido a barreras comerciales incluso en tiempo de paz. Esta ansiedad ha contribuido a demandas para la autosuficiencia económica nacional. Los esfuerzos para satisfacer estas exigencias han tenido como resultado una desintegración del comercio internacional, un deterioro general del nivel de vida y ansiedades más intensas. Un círculo vicioso de este tipo, precipitado por la Primera Guerra Mundial, contribuyó a la agitación antes de la Segunda Guerra Mundial.

No menos importante que los temores económicos han sido los temores a una pérdida del prestigio cultural. La importancia relativa futura de un tipo de cultura se considera que depende a menudo de las potencialidades de la población del país cuna de esa cultura. Si un pueblo cree que nuevas tierras están destinadas principalmente para ser ocupadas por culturas ajenas, puede temer que su propio “lugar bajo el sol” será afectado. En los años 1880, John Fiske escribió sobre el “destino manifiesto” y el “tremendo futuro de la raza inglesa” cuando sus extensas áreas, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, fueron pobladas completamente por personas de cultura inglesa y “naciones como Francia y Alemania solo pueden reclamar una

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posición relativa en el mundo político del tipo que Holanda y Suiza ocupan ahora”. Al mismo tiempo Heinrich von Treitschke estaba comentando: “¡Qué oportunidades hemos perdido!... La posición general de Alemania depende del número de millones de personas de lengua alemana en el futuro... Para ello debemos considerar que el resultado de nuestra próxima guerra con éxito debe ser la adquisición de colonias por cualquier medio posible”. El mismo pensamiento fue puesto de relieve por el príncipe von Bülow en 1897: “No queremos poner a nadie en la sombra, pero exigimos un lugar bajo el sol para nosotros”. La tierra era deseada no para abastecer las necesidades económicas de la población alemana, sino más bien para asegurar que en el futuro la cultura alemana tendría un papel tan amplio en la civilización humana lo como tenía la cultura británica.

El recelo por la pérdida de prestigio político y de poder relativo ha sido una importante razón de la ansiedad popular en un sistema de equilibrio de poder. Este recelo puede surgir a causa de los índices diferenciales de crecimiento de población, de desarrollo económico, de unificación política o de desarrollo militar. Aunque estos cambios son seguidos de cerca por los gobernantes, su influencia sobre la guerra es principalmente indirecta, a través de su influencia en crear recelo popular y en inducir un aumento de los niveles de tensión.

c) Tensiones entre grupos.-

Pueden estimarse por cambios en varios índices de amistad u hostilidad de cada grupo hacia los demás. Los estallidos esporádicos de violencia en China en los siglos XIX y XX fueron debidos a la frustración que se originó por la incapacidad de lo que los chinos consideraban su gran civilización para defenderse de las invasiones de los “bárbaros” occidentales. Tensiones similares parecen aumentar si los contactos materiales entre los dos grupos aumentan sin la integración de sus instituciones o si sus instituciones se diferencian sin una disminución de sus contactos.

Cuando dos pueblos previamente aislados, primitivos o civilizados, sin símbolos o instituciones culturales comunes, entran repentinamente en un extenso contacto debido al comercio, a la inmigración o a la invasión, se desarrollará una interdependencia material y se pueden esperar tensiones crecientes entre ellos. Las tensiones pueden disminuir solo cuando se hacen adaptaciones a través de una aceptación común de ciertos símbolos, convenciones, ideologías e instituciones. El contacto al principio provoca conflicto y gradualmente se desarrolla la adaptación.

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La separación geográfica tiende a minimizar el contacto material y la dependencia. Los esfuerzos para mantener una intensa integración institucional en las colonias ultramarinas han conducido con frecuencia a tensiones y a rebeliones. Para evitar esto, se puede otorgar una autonomía institucional proporcional a la disminución de la dependencia material, no solo a causa de las exigencias crecientes para esa autonomía, sino a causa de la dificultad de controlar colonias que se han convertido en independientes materialmente.

Esta hipótesis no solo arroja luz sobre el estado de las relaciones entre pares de estados, sino también arroja luz sobre el estado de la familia de naciones como un todo. Los siglos XIX y XX han sido notables por el incremento del contacto material entre pueblos en todas partes del mundo y por el desarrollo de la interdependencia material. A veces este desarrollo ha estado acompañado por una tendencia a adaptaciones institucionales e ideológicas. Cuando este último proceso se ha retrasado respecto al primero han surgido tensiones elevadas. Durante los años 1930 el mundo estuvo dividido en cuanto a si las tensiones podrían reducirse mejor disminuyendo los contactos materiales mediante políticas aislacionistas o mediante crecientes adaptaciones institucionales y culturales a través de instituciones de cooperación. Después de la Segunda Guerra Mundial esta última solución ha sido ampliamente aceptada.

4. OPINIONES, CONDICIONES Y GUERRA

De la discusión previa se puede extraer la conclusión de que las situaciones reales, económicas e históricas, por un lado, y las opiniones simbólicas, psicológicas e ideológicas, por otro, están relacionadas en el origen de la guerra. En un mundo inteligente y razonable las condiciones de una situación dada y las opiniones sobre la misma serían comparadas con exposiciones derivadas de la observación y el análisis. En ese mundo, las tendencias históricas y el significado simbólico de una situación dada serían coherentes con las interpretaciones de esta situación como una fase en un proceso visto respectivamente desde el pasado y desde el futuro. En el mundo real, las opiniones difieren a menudo de las condiciones: esperanzas y expectativas tienen a menudo poca relación con las tendencias históricas. Estas incoherencias varían con el grado de conocimiento y de juicio de la persona o de la cultura implicada. John Dewey ha sugerido que la paz existirá según el grado en que se establezcan las condiciones culturales que “apoyen las clases de comportamiento en que se integren emociones e ideas, deseos y valoraciones”.

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En las relaciones internacionales las fuentes de opinión han estado solo remotamente relacionadas con las condiciones del entorno sobre las que se elaboran las opiniones. Los recelos sobre la tendencia de las condiciones han tenido, por tanto, poca relación con la tendencia real de esas condiciones; no obstante, las guerras se desarrollan por estos recelos. El economista puede analizar las condiciones reales del comercio, de los precios y de la tecnología y puede hacer predicciones precisas de sus tendencias, pero a través de esa actividad ha contribuido muy poco para estimar la probabilidad de guerra. El periodista, el político o el psicólogo, ignorando esas condiciones y analizando los recelos y opiniones que se tienen realmente, sin importar lo irracional que puedan ser, han sido capaces de juzgar bastante mejor la probabilidad de una guerra. En este sentido parecería que los factores psicológicos más que los económicos han sido responsables de la guerra. El economista, manteniéndose en su campo, no puede explicar la guerra. Puede hacer mucho para prevenir guerras en el futuro ilustrando a la opinión pública para que los recelos, las opiniones y las ideologías se ajusten más estrechamente a la tendencia real de hechos y condiciones. Si las personas solo luchasen cuando realmente mejoran sus condiciones por luchar, la guerra desaparecería en la era nuclear. En la civilización moderna la guerra surge de “emociones sin ideas y de deseos sin valoraciones”. Para prevenir la guerra, los símbolos cargados de emociones que controlan la opinión se deben mantener, en todas partes, en estrecho contacto con las situaciones que la gente piensa que describen esos símbolos. En todas partes, los símbolos deben referirse a situaciones, no a mitos, estereotipos o ficciones.

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CAPÍTULO XVI

CAMBIOS DE POBLACIÓN Y GUERRA

Los cambios de población se pueden medir y de hecho se están midiendo cada vez más en todos los países. Los cambios de población también son, en un tiempo dado, controlables mediante políticas de población restrictivas, expansivas o eugenésicas. Si el efecto de esos cambios sobre las relaciones internacionales se demostrase que está determinado, los gobernantes tendrían a su disposición un medio que podría ser útil tanto para predecir como para controlar la guerra.

Desafortunadamente parece que no existe una relación determinada de ese tipo. Un aumento general de la población mundial puede conducir a una cooperación más estrecha entre personas o a más conflicto. Diferenciales extremos en la densidad de población en diferentes áreas puede conducir a intercambios ventajosos mutuos y al desarrollo de una interdependencia pacífica, como ocurre en las relaciones habituales entre la ciudad y las áreas rurales en un estado o en las relaciones entre la madre patria y una nueva colonia de emigrantes. Sin embargo, los diferenciales de población pueden conducir a tensiones, a emigraciones de masas, a agresiones, a guerras y a conquistas, como ocurrió en la relación de Europa con los indios americanos en los siglos XVI y XVII. Un país cuya población está creciendo más rápidamente que la de sus vecinos puede comenzar una guerra de conquista y un país cuya población está creciendo menos rápidamente que la de su vecino puede comenzar una guerra preventiva. Por otro lado, países vecinos con índices de población muy diferentes pueden vivir en paz.

Los cambios de población, como los cambios climáticos, los descubrimientos geográficos y geológicos y las invenciones tecnológicas y sociales, influyen enormemente en el comportamiento político; pero cuánto más civilizados se hacen los pueblos, menos definida es esta relación. Entre los pueblos primitivos, las posibles alternativas, cuando se enfrentan con esos cambios, son limitadas, definidas y previsibles. De esos pueblos puede decirse que se comportan en función de la “necesidad”, aunque la investigación etnológica demuestra que la conducta está dictada no por leyes físicas o fisiológicas sino por la costumbre tribal. Estos modelos, en caso de presión de la población, han prescrito a veces la guerra o la emigración. Cuando aumentó la población de los árabes del desierto más allá de la capacidad de sus pastos,

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asaltaron a sus vecinos. Cuando la desecación redujo los pastos de los nómadas de las estepas, grandes hordas se desplazaron a las áreas agrícolas de Rusia o China. Cuando una isla del Pacífico llegaba a estar superpoblada, algunos de los habitantes polinesios tomaban sus canoas para descubrir nuevas islas. Pero “que haya feticidios o infanticidios, parricidios, sacrificios humanos, luchas sangrientas o guerras, es en gran parte una cuestión de costumbres”, escribe E. T. Hiller.

La esencia de la civilización es la creciente comprensión de que hay soluciones alternativas a los problemas y una creciente oportunidad para explorar alternativas diferentes. El hombre civilizado es capaz de sustituir con soluciones “racionales” las soluciones “necesarias”. Lo que Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Japón, Holanda, Rusia o Estados Unidos vayan a hacer cuando se produzcan cambios de población no está predeterminado.

En todos estos países la mayoría de la población está en general tan por encima del nivel de inanición que la presión de la población no influye en los medios de subsistencia sino más bien en el “nivel de vida. Y se exploran remedios para la incipiente presión de la población antes que sea amenazada por la inanición o incluso por una grave disminución del nivel de vida. Esto es menos cierto en China, India, Egipto, Indonesia y otros países que están superpoblados según las técnicas existentes de utilización de recursos.

Japón, Italia y Alemania, con poblaciones crecientes en los años 1930, intentaron realizar conquistas. Java y China, con problemas de población incluso más graves, intentaron intensificar sus métodos agrícolas y desarrollar industrias rurales. Rusia, enfrentada a una situación similar en 1917, tuvo una revolución, abandonó territorios que había poseído, suspendió proyectos de expansión posterior y cambió el énfasis de su economía de la agricultura a la minería y a la industria. Bélgica y Suiza han hecho frente a sus problemas de población expandiendo continuamente sus exportaciones industriales y sus importaciones de alimentos y materias primas.

Pocos autores afirman que alteraciones internacionales de un tipo determinado se deban únicamente al tamaño de la población. Warren Thompson, que, en su estudio de la población, intentó deducir recomendaciones bastante precisas para la política internacional, se dio cuenta de que la tendencia de ciertos estados a realizar conquistas no surge únicamente de la presión de la población. También depende de si la nación está en la “fase de desarrollo rápido y desorganizado”, de si su población está

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alfabetizada y de si es consciente de la existencia de condiciones mejores en otras partes, de si están racial o culturalmente mejor adaptados para desarrollar las áreas disponibles que sus dueños actuales. En otras palabras, Thompson reconoció que la alteración internacional que hay que prever es función de un número de variables de las que la presión de la población es solo una más.

La indeterminación de la situación se acentúa por las influencias opuestas sobre la política de población de la presión económica y del equilibrio de poder: “Cuando una población crece, sus líderes dicen: ‘Nuestro pueblo es tan grande que debemos luchar para tener más espacio’. Nada más acabada la guerra, los líderes invierten este llamamiento y dicen: ‘Debemos procrear más población para prepararnos para la próxima guerra’,” escribe Harold Cox.

Es obviamente difícil para un estado adoptar una política que simultáneamente restrinja el suministro de alimentos a la población y aumente la población para suministrar carne de cañón al ritmo establecido por un vecino cuya población crece. “La doctrina política exhorta al hombre a propagarse y dominar; la doctrina económica a ser precavido y cómodo”. La guerra puede producirse por la falta de habilidad de los gobernantes para elegir cualquiera de los dos cuernos del dilema. Por otro lado, la guerra puede producirse cualquiera que sea la elección. Sin embargo, las consecuencias internacionales normalmente serán diferentes según se dirija la política al bienestar económico o al poder militar.

Puede concluirse entonces que las situaciones y los cambios de población no son nunca causas necesarias de la guerra entre naciones civilizadas, ni son causas racionales de la guerra, aunque teorías sobre cambios y condiciones de la población hayan proporcionado a veces razones y racionalizaciones para la guerra.

Incluso aunque no pueda predecirse una consecuencia internacional determinada de las condiciones de una población dada, un análisis puede sugerir que se anticiparán ciertas tendencias de los cambios de población en el supuesto de que permanezcan constantes otras condiciones.

1. ANÁLISIS FILOSÓFICO

El análisis filosófico depende de la deducción lógica de consecuencias desde una proposición general que se supone que es verdadera. La mayoría de los autores que han escrito sobre población aceptan la teoría maltusiana de que la

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población tiende a aumentar más rápidamente que el suministro de alimentos y que la población se mantiene en el nivel de subsistencia mediante controles preventivos y positivos. Sin embargo, difieren, como de hecho hizo el propio Malthus en las sucesivas ediciones de su obra, respecto a si el nivel de subsistencia significa solamente el mantenimiento de la vida o de los niveles de vida habituales; respecto a si los rápidos avances tecnológicos locales o generales no podían, en períodos considerables, aumentar el suministro de alimentos más rápidamente que el aumento de la población, permitiendo que se alcance un nivel de vida más elevado; y respecto a si los controles preventivos, como los matrimonios a edades elevadas, las restricciones morales y el control de natalidad, no podían hacer innecesarios los controles positivos como el vicio, el hambre, la peste, la emigración o la guerra. El propio Malthus era escéptico sobre los controles preventivos y creía que la reforma social se frustraría por el funcionamiento de los controles positivos.

Autores recientes tienden a insistir en que el deseo de mantener el nivel de vida habitual, y no la amenaza de hambre, estimula a emplear controles de población; en que la clase de controles utilizados está determinada por la costumbre y el coste, y en que entre los pueblos primitivos estos controles han sido “preventivos” (si se incluyen el infanticidio y el aborto en esta categoría) tan a menudo como los positivos.

Sin embargo, se pueden citar opiniones que sugieren que la guerra es una consecuencia necesaria de la doctrina maltusiana. El general Bernhardi escribió:

Las naciones fuertes, sanas y prósperas aumentan su población. A partir de un momento dado exigen una expansión continua de sus fronteras, exigen nuevos territorios para alojar a su población excedente. Puesto que casi todas las partes de la tierra están habitadas, el nuevo territorio debe, generalmente, obtenerse a costa de sus poseedores – es decir, mediante la conquista, que así se convierte en una ley inevitable.

Incluso esta cita se refiere solo a “las naciones fuertes, sanas y prósperas”, lo que implica que puede haber naciones que no necesitan realizar agresiones, aunque pueden estar en peligro de convertirse en víctimas de una agresión.

Harold Cox es casi tan positivo como Bernhardi cuando escribe:

No es concebible que los seres humanos nunca dudarían en matarse entre sí cuando, como resultado de la presión de la población, encuentran que la única

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alternativa a la inanición es la guerra, aunque esta es la situación que debe producirse si las diferentes razas del mundo continúan usando sus propios poderes de multiplicación sin tener en cuenta los recursos disponibles de la tierra.

Es difícil ver, en la posibilidad sugerida, como incluso la guerra podría resultar una alternativa satisfactoria. Secerov trata de demostrar como la guerra podría restaurar el equilibrio entre la producción industrial y agrícola, pero admite que empeoraría las condiciones de todos. El mismo Cox presenta el control de natalidad como una alternativa mejor que la guerra. Si uno considera todas las reservas añadidas a la doctrina maltusiana original, se desvanece la idea de “necesidad” de luchar en todas las situaciones del mundo contemporáneo. Incluso si el mundo entero llegase a estar superpoblado, de acuerdo con el sistema económico más eficiente, para que la emigración no pudiese proporcionar una solución, los otros controles positivos – vicio, hambre y peste – podrían funcionar en cada estado y de esta forma la superpoblación podría no tener efecto en las relaciones internacionales.

Sin embargo, en ese estado de civilización, es más probable que los controles preventivos pudiesen eliminar la “necesidad” de la guerra. Los partidarios del control de natalidad han acentuado esto, aunque ven la alternativa de forma demasiado estrecha, como Cox cuando escribe: “Las diferentes razas del mundo deben acordar restringir su fecundidad o deben prepararse para luchar entre sí”.

No obstante, hay otras alternativas. Si no está habitado todo el mundo, podría ser factible la cooperación para utilizar la tierra no ocupada, como de hecho sugirió sir Tómas Moro, aunque los utópicos consideran una causa muy justa de guerra si los habitantes de esas tierras inadecuadamente utilizadas se niegan a cooperar. Además, hasta ahora no se han alcanzado los límites de los avances agrícolas y tecnológicos, aunque sin duda la ley de rendimientos decrecientes imponga tales límites, dados la superficie y los recursos limitados de la tierra.

Las mejoras tecnológicas, como la transición de la agricultura a la industria, pueden permitir durante un amplio período de tiempo que aumenten la población y los niveles de vida, como en Gran Bretaña durante el siglo XIX y en Japón durante los cincuenta años siguientes a la restauración de 1867. Diferenciales crecientes de población pueden tender a crear tensiones y a conducir a la guerra a vecinos que son rivales tradicionales. Sin embargo, una vez superadas las condiciones humanas más primitivas, los cambios de

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población solo afectan indirectamente a la guerra y a la emigración, a través de las ideas que generan en las mentes de las personas. Las personas civilizadas emigran o hacen guerras a causa de sus pensamientos, cualquiera que sea lo que puede haberles inducido a pensar de esta forma, no a causa de la “necesidad”.

¿En qué condiciones es probable que la superpoblación sugiera políticas tan perturbadoras internacionalmente como la emigración o la guerra? En primer lugar, debe haber otra región que parezca poco poblada a la región superpoblada. Esto no quiere decir que el área esté poco poblada según el estado actual de la técnica o el nivel de vida de su población. California podía, por ejemplo, tener un óptimo de población para el nivel de vida de California en los años veinte y Massachusetts podía, en 1620, haber tenido una población óptima para la tecnología de los indios. Pero para el nivel de vida de los japoneses, California estaba poco poblada en 1928, y para los Peregrinos de Inglaterra, Massachusetts estaba poco poblada en 1620.

Segundo, debe haber un conocimiento de la existencia de esta región en el área superpoblada. Antes de Colón, la superpoblación en Europa no provocó la emigración a América. Incluso hoy, el conocimiento de regiones donde la gente podría mejorar sus condiciones de vida puede ser muy limitado entre las personas que están más necesitadas.

En tercer lugar, debe haber medios de movilidad. Los jinetes y los marinos tendían a emigrar y a luchar más que los agricultores hasta la aparición del ferrocarril y de los buques de vapor y de los ejércitos organizados con medios mecánicos de transporte. También es necesario tener energía. Las personas que han sufrido mucho tiempo la superpoblación pueden estar tan deprimidas y tan débiles que les falte iniciativa para emigrar o para luchar.

Pero incluso con conocimiento, movilidad y energía los obstáculos físicos a superar no deben ser demasiado difíciles. Las barreras geográficas a los viajes – océanos, montañas, desiertos – pueden ser menos disuasorios que la dificultad de poner en producción el área a colonizar. Incluso pueden ser más formidables las barreras sociales y morales si el área codiciada está habitada. Las leyes de inmigración y las discriminaciones contra los extranjeros pueden aumentar la atracción psicológica del área, pero en presencia de este tipo de obstáculos puede tener que recurrirse a la guerra y, por tanto, los posibles emigrantes deben tener instrumentos y costumbres militares que sean adecuados. Incluso con perspectivas de éxito militar, el problema práctico de

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asimilar, gobernar, expulsar o exterminar a los habitantes nativos puede ser un freno, por no decir nada de las ideas de humanidad y de respeto al derecho internacional. Finalmente, hay que considerar un conjunto de condiciones subjetivas. Aunque pueden estar superpobladas y deprimidas, ¿están las personas preparadas para sacrificar una forma de vida a la que está acostumbrada para soportar unas dificultades vagamente percibidas en un entorno desconocido?

La experiencia sugiere que solo raramente se han combinado todas estas condiciones realmente para provocar una emigración a gran escala, una guerra y una conquista como resultado de la superpoblación. Aparte de la expulsión gradual del centro de los pueblos primitivos, parece poco apropiado aplicar el adjetivo “necesario” al comportamiento de los que emigran o luchan por un nuevo hogar.

De esta forma parece que, con las debidas reservas, la doctrina maltusiana solo conduce a la proposición de que la presión de la población puede conducir o no a dificultades internacionales, dependiendo en cada situación particular de una multitud de factores geográficos, culturales, tecnológicos, fisiológicos, políticos, militares, psicológicos y de otro tipo.

2. ANÁLISIS HISTÓRICO

El análisis histórico más superficial apoya de forma general la proposición de Cox de que “una reducción de la población mundial no impedirá necesariamente de hecho todas las guerras”. Algunos antropólogos creen que no había guerras cuando el mundo estaba muy escasamente poblado por cazadores primitivos, antes de la invención de la agricultura o del comercio, pero está conclusión no es aceptada de forma general. Ciertamente abundan ejemplos históricos de caída de población en épocas sin paz, como en Europa del 252 al 700 y del 1346 al 1500 después de Cristo. En ambos períodos estaban desintegrándose las estructuras políticas y las unidades políticas más pequeñas estaban empeñadas en guerras. En el primer ejemplo, las guerras imperiales del Imperio romano dieron paso a guerras de menor intensidad de grupos de bárbaros y, en el último ejemplo, las Cruzadas dieron paso a guerras feudales y a guerras entre los nuevos príncipes. Aunque en ambos casos la despoblación comenzó con epidemias, fue fomentada por la desorganización política y económica que siguió a estos desastres. La despoblación no impidió sino que fomentó la guerra y el desorden internacionales.

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Por otro lado, los períodos de aumento de población más rápidos en la historia occidental han sido los dos primeros siglos del Imperio romano y el siglo XIX, los períodos de Pax Romana y de Pax Britannica, cuando las relaciones internacionales fueron en general más tranquilas.

Se reconoce, naturalmente, que los períodos de disminución de población pueden ser períodos de aumento de la presión de la población (en el sentido de disminución de los niveles de vida), porque la producción de alimentos y otros bienes puede estar disminuyendo incluso más rápidamente. A la inversa, períodos de aumento de población pueden ser períodos de disminución de la presión de la población porque, como ocurrió en la Europa del siglo XIX, la tecnología de la producción está creciendo incluso más rápidamente. Sin embargo, el estudio de las diferentes políticas exteriores de la Bélgica neutralizada, del Japón expansionista y del comercial Reino Unido en la última parte del siglo XIX, durante la cual estaban aumentando rápidamente sus poblaciones y sus niveles de vida como resultado de la industrialización, sugiere que, además de los cambios de población, a la política exterior contribuyen muchos factores. La misma sugerencia se desprendería de una comparación de las políticas de países predominantemente agrícolas con población creciente pero con un nivel de vida que probablemente disminuía o permanecía fijo durante el mismo período, tales como una China que se desintegraba, una Rusia expansionista y una India colonial.

Es muy difícil comparar el grado de presión de la población (o el índice de cambio de los niveles de vida) en diferentes países. Sin embargo, parece claro que la tradición histórica, la posición geográfica, la fase de desarrollo tecnológico, el grado de alfabetización y de comunicación y el poder militar relativo influyeron en las consecuencias de las variaciones de esas presiones sobre la política exterior.

De hecho, parecería que los cambios de población han influido más a menudo en las relaciones internacionales por su efecto sobre el potencial militar que por su efecto sobre los niveles de vida. Un país cuya población crece más rápidamente que la de su vecino puede ser menos agresivo que este último porque, respecto al potencial militar relativo, el tiempo juega a su favor y se siente cada vez más seguro. Mientras que, por otro lado, un país cuya población crece menos rápidamente que la de su vecino puede ver con preocupación creciente el cambio del equilibrio de poder en contra suya. Estas condiciones, que fueron evidentes en las relaciones de Francia y Alemania de 1870 a 1890, pueden, naturalmente, alterarse mediante el establecimiento de

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alianzas, como cuando Francia, con una población estable, se alió en 1891 a Rusia, cuya población estaba creciendo más rápidamente que la de Alemania. Alemania, que previamente había visto sus relaciones con Francia con relativa ecuanimidad, se preocupó desde ese momento.

Estos dos tipos de influencia de la población han actuado en direcciones opuestas. En el período posterior a 1871 se podría haber supuesto que Francia, con una presión decreciente de la población, estaría satisfecha y no sería expansionista, pero, con su potencial militar decreciente comparado con Alemania, en realidad se expandió rápidamente en África para completar sus ejércitos con tropas de color. Rusia, por otro lado, con una potencial militar creciente en relación con Alemania – al menos respecto a la disposición de soldados – también estaba en continua expansión por la necesidad de encontrar nuevas tierras para la agricultura extensiva de una población excedente y con bajo nivel de vida. Alemania, con un crecimiento de población entre los de Francia y Rusia, veía su posición relativa respecto a Francia con ecuanimidad y respecto a Rusia con alarma, aunque la industrialización hizo posible proporcionar a una población creciente un nivel de vida mayor si se podía mantener en expansión su comercio internacional. La suposición de que colonias y una marina se ayudarían mutuamente y que ambas favorecerían el comercio también condujo a Alemania al expansionismo. El papel del cambio de población en cada uno de estos tres casos fue diferente, aunque en cada caso el resultado expansionista fue parecido.

3. ANÁLISIS PSICOLÓGICO

Los psicólogos analizan la influencia de las condiciones del entorno y su interpretación sobre las actitudes, la opinión y la política. Los cambios de población frecuentemente han proporcionado a legisladores, gobernantes y periodistas argumentos en discusiones sobre políticas de inmigración, arancelarias, coloniales y militares.

En Estados Unidos se ha supuesto normalmente que la población tiende a ir de países con bajo nivel de vida a países con alto nivel de vida y que en último término reduce el nivel de vida de estos últimos. De esta forma, la legislación estadounidense sobre inmigración estaba basada en la teoría de que se debían poner barreras más altas contra los orientales que contra los europeos porque el nivel económico de los primeros era más bajo. Sin embargo, en estas discusiones también se recalcaron las diferencias culturales y la posibilidad de asimilación. Es difícil decir si la motivación predominante fue económica o

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cultural. Por otro lado, publicistas italianos afirmaron (como hicieron los políticos estadounidenses de un período anterior) que sus industriosos obreros mal pagados harían gustosamente el trabajo que los obreros estadounidense evitaban.

En el tema arancelario los proteccionistas estadounidense supusieron con carácter general que los bienes de poblaciones extranjeras con bajos salarios inundarían los mercados estadounidenses y reducirían la paga de los obreros estadounidenses, mientras que los librecambistas recalcaron las ventajas mutuas si cada población produjese lo que estaba adaptada a hacer de forma más eficiente y luego lo vendía.

Los oradores imperialistas han sugerido la necesidad de colonias como una salida para la población así como una fuente de materias primas y de mercados, mientras que los antiimperialistas han acentuado la insignificante emigración de la madre patria a la mayoría de las colonias ultramarinas, el pequeño alivio de esta emigración a la presión de la población en la patria porque la diferencia se llena rápidamente con los trabajadores que han quedado en el país, la relativa poca importancia de los mercados y materias primas coloniales para la mayoría de los estados industriales y el generalmente desfavorable equilibrio de la contabilidad colonial cuando se contabilizan las ventajas y gastos totales.

La mayoría de los discursos de los políticos y de los publicistas sobre el valor económico general para un país de las colonias era una “racionalización”. La “razón” para apoyar esas políticas se iba a encontrar más bien en las ventajas militares de tener ciertas materias primas clave, de tener una fuente para proporcionar soldados y quizá de disponer una base naval o una frontera estratégica bajo control militar; en la esperanza de trabajos coloniales y concesiones de los que podría beneficiarse una minoría muy pequeña de la población de la metrópoli a costa de los contribuyentes; en la comprensión de que los trabajos coloniales para los hijos pequeños y los licenciados podían ser una medida preventiva contra una revolución en países en que la centralización de la responsabilidad política e industrial disminuyó continuamente el número de puestos de liderazgo mientras que la mayor educación aumentó el número de las personas que pensaban que estaban calificados para dirigir; en el sentimiento de expansión vital que sentía el ciudadano medio, que tenía una experiencia bastante limitada y monótona, al identificarse personalmente con un país cuyo área crecía en los mapas, incluso aunque tuviese que pagar por ello con un menor nivel de vida; en la necesidad que sentía la élite política y económica, en los momentos de depresión, para desviar la atención pública a

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aventuras distantes como protección contra críticas o impulsos revolucionarios; y en la ansiedad que tanto los líderes como los ciudadanos medios sentían de que la imagen nacional de su cultura pudiese morir o disminuir en importancia relativa a menos que estuviese creciendo en una parte cada vez mayor de la superficie terrestre.

De hecho, el último punto aparece frecuentemente en la oratoria política sobre el tema. Así Treitschke escribió:

Todas las grandes naciones en la plenitud de su fuerza han deseado poner su impronta en tierras bárbaras. En todo el globo vemos hoy a los pueblos de Europa creando una aristocracia poderosa de razas blancas. Aquellos que no tomen parte en esta gran competición tendrán una participación lamentable en el futuro. El impulso colonizador se ha convertido en una cuestión vital para una gran nación... Las consecuencias del último medio siglo han sido asombrosas, porque en ese período Inglaterra ha conquistado el mundo... Es la falta de perspicacia de los oponentes a nuestra política colonial lo que les impide comprender que la posición global de Alemania depende del número de millones de germanohablantes en el futuro.

Mussolini presentó en 1927 los mismos argumentos a la Cámara de Diputados italiana:

Afirmo que el punto de referencia fundamental, si no el esencialmente fundamental, para la política y, por lo tanto, para el poder económico y moral de las naciones es su habilidad para aumentar su población. Hablemos claramente. ¿Qué son 40.000.000 de italianos comparados con los 90.000.000 de alemanes y los 200.000.000 de eslavos? Miremos al oeste. ¿Qué son 40.000.000 de italianos comparados con 40.000.000 de franceses más los 90.000.000 habitantes de las colonias francesas, o comparados con los 46.000.000 de ingleses más los 450.000.000 que viven en las colonias británicas? Señores, si Italia quiere contar para algo, debe entrar en la segunda mitad de este siglo con una población de, al menos, 60.000.000 de habitantes... Si disminuye el número, señores, nunca crearemos un imperio y nos convertiremos en una colonia.

Esta ambición para tener un lugar bajo el sol cada vez mayor para la cultura nacional explica la frecuente unión de las peticiones para una población mayor y para colonias – una unión que sería, para no decir otra cosa peor, anómala si el argumento económico proporcionase el único motivo.

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En 1964, las proyecciones de población indicaban que la población era relativamente estable en Europa Occidental y en Japón, que estaba creciendo a un ritmo moderado en los Estados Unidos y en la Unión Soviética y que estaba creciendo a un ritmo tan rápido en Latinoamérica, Asia y África que la población del mundo aumentaría a más del doble en el año 2000. Esta situación que, con la independencia de naciones en estos últimos continentes, no podía ya ser tratada mediante la expansión colonial, podría conducir a problemas políticos y raciales tanto dentro de las naciones como entre naciones.

Un estudio de los debates sobre medidas militares en los parlamentos francés y alemán desde 1870 reveló, en el primero, alusiones frecuentes al diferencial creciente de población entre Francia y Alemania y en el segundo, tras la alianza franco-rusa de 1892, a la enorme población rusa.

Un estudio de las discusiones de políticas de inmigración, arancelarias, coloniales y militares crea la impresión de que los argumentos de población, especialmente de tipo económico, no siempre expresan los motivos reales de los oradores. Los motivos económicos son a menudo tan evidentemente malos que uno concluye que las políticas expansionistas provienen del sentimiento de que la expansión nacional y el poder militar son fines en sí mismos. Los argumentos económicos se presentan solo porque en una edad económica parece más razonable actuar por codicia que por gloria. Esto no quiere decir que el egoísmo económico de los magnates financieros y comerciales, la retención de la posición política de los líderes y políticos y la autosuficiencia militar para el ejército no puedan ser también una motivación oculta tras esta oratoria, ni niega que mucha gente corriente esté convencida de que la nación y quizá ellos, individualmente, obtengan beneficios económicos de la política propuesta.

Las propuestas y discusiones políticas de los años 1930 indicaban una amplia aceptación de la teoría de que era necesaria la redistribución territorial, bien por justicia bien por conveniencia, para aliviar la presión de la población de las naciones pobres. Con el sentimiento anticolonial general que se ha desarrollado después de la Segunda Guerra Mundial, no se han vuelto a utilizar esos argumentos.

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4. ANÁLISIS SOCIOLÓGICO

Los sociólogos tratan de analizar un problema dado de la población en su marco concreto para predecir o controlar. El análisis y la comparación de la composición de diferentes poblaciones revelan diferencias respecto a la proporción de cada grupo (sexo, edad, raza, ocupación, ingresos, salud, educación, estatuto social, etc.) en que puede clasificarse la población. Los índices de cambio de estas proporciones varían normalmente a lo largo de la historia de una población y entre diferentes poblaciones. Por consiguiente, el carácter de cada población y su relación con otras está modificándose continuamente en el tiempo. Estos cambios cualitativos pueden ser más significativos para explicar las causas y para estimar la probabilidad de guerra que los cambios en el tamaño de las poblaciones. Este método de análisis puede permitir la expresión de cambios cualitativos en términos cuantitativos, facilitando la medida de tendencias y la inferencia de relaciones causales. Su aplicación puede arrojar luz sobre las condiciones que influyen en la agresividad de una población dada y en el desarrollo de desajustes entre poblaciones diferentes.

Las aplicaciones de este método han sugerido que la composición por edades de una población puede tener un efecto significativo en la psicología de la nación. Una población que crece rápidamente es una población joven. Según Gini:

Una población en que los grupos de edad jóvenes abundan lleva el sello de su espíritu de atrevimiento en toda su organización social y en la tendencia de sus políticas colectivas; mientras que la prudencia fría y calculadora es característica de las poblaciones en las que predominan los grupos de mayor edad.

Pueden aislarse otros aspectos de la composición de la población que influyen en la belicosidad. Análisis más globales pueden tener en cuenta la relación de muchos aspectos de la población para establecer cómo se aproxima una población dada a una condición óptima en relación a su entorno físico, a sus relaciones internacionales y a sus ideales sociales. Un acercamiento de todas las poblaciones a unos óptimos relativos podría minimizar el peligro de guerra. Ferenczi, que intentó desarrollar índices estadísticos para determinar los óptimos relativos de las poblaciones nacionales, puso de relieve las posibilidades de este método.

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La evolución histórica no nos permite establecer una norma uniforme de la vida de las naciones en el futuro próximo, ni incluso para las naciones pertenecientes a la misma civilización; no obstante, un conocimiento profundo y comparable de las situaciones respectivas de las naciones pueden favorecer su progreso social y la causa de la paz y, al menos, impedir que falsos profetas que pongan trabas a un desarrollo pacífico...

Este enfoque es hasta ahora una promesa, no un resultado. Los estudios de población han proporcionado hasta ahora pocas generalizaciones seguras relativas a la relación del carácter de las poblaciones y la probabilidad de guerra.

El estudio de la situación de la población en unas áreas particulares de tensión internacional puede ayudar, a menudo, a la solución práctica de este problema. Las comisiones internacionales enviadas por la Sociedad de Naciones y por Naciones Unidas a esas áreas normalmente han prestado atención a la situación de la población en el área.

El número de factores que deben considerarse para estimar las tendencias internacionales en esas áreas se puso de manifiesto claramente en la discusión respecto a Manchuria en el Instituto de Relaciones del Pacífico (Institute of Pacific Relations) en 1929. Se discutió el diferente carácter de los movimientos de población de China, Corea, Rusia y Japón en este área, las diferencias en las fases de organización económica de las fuentes de esas migraciones, el interés político y económico en el área de otros estados distintos de los tres más interesados, el problema de la defensa militar, la naturaleza de las rivalidades históricas y el carácter de las instituciones internacionales para resolver las diferencias, llegando a la siguiente conclusión:

Los problemas de Manchuria son, por lo tanto, complejos. Presentan en una nueva área de notable e incluso impresionante desarrollo, todos los problemas de relaciones internacionales que un mundo moderno está tratando de controlar. Si las necesidades económicas pueden reconciliarse con la soberanía nacional, la cooperación internacional con la seguridad nacional, la presión de la población con las relaciones pacíficas, una gran parte de los problemas a que hacen frente todas las naciones se habrán solucionado al menos en un área.

En 1933 Japón, que contaba con una población menor de veinte años superior en diez millones de personas a la población de entre veinte y cuarenta años, se enfrentó con el problema muy real de encontrar diez millones de puestos de trabajo adicionales en veinte años. El control de natalidad no podía hacer nada

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para aliviar esta situación. Las posibilidades de una intensificación adicional de la agricultura eran muy limitadas en Japón. Se sugirieron como soluciones la emigración, la conquista, la industrialización y la expansión comercial. Si el objetivo de la política japonesa hubiese sido el bienestar general de su población, como consideró la mayoría de los economistas teóricos, podrían haberse explorado las posibilidades de distintas alternativas.

Prohibida la emigración a Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Estados Unidos por la legislación o por prácticas administrativas legales y excluida la emigración a Filipinas, Indonesia, China y Corea por el menor grado de desarrollo y la existencia de poblaciones indígenas frecuentemente con mayor densidad de población, la emigración parecía ofrecer poco alivio sin una guerra con éxito contra los países ultramarinos. Esto indudablemente sería extremadamente caro, incluso si la guerra tuviese éxito y si se pudiese resolver el problema de proporcionar el tonelaje de buques suficiente para transportar japoneses al extranjero con más rapidez que el ritmo de nacimiento de nuevos japoneses. Con un aumento anual de casi un millón de personas, tendrían que tomarse medidas para que emigrasen diariamente tres mil japoneses o, suponiendo que el control de natalidad impidiese incrementos adicionales de golpe, el problema de los diez millones de potenciales desempleados requeriría la emigración diaria de mil quinientas personas durante los próximos veinte años.

La conquista de territorio parecía difícilmente practicable excepto en Asia, donde se emprendió. La perspectiva de una emigración en gran escala al territorio ocupado era pequeña, las materias primas eran más difíciles de explotar que las que estaban disponibles a Japón mediante el comercio con otros países, y la población indígena, aunque numerosa, no proporcionaba un mercado para bienes manufacturados de alta tecnología. La derrota final de Japón en la Segunda Guerra Mundial le dejó con menos territorio que el que tenía antes de la guerra. La agresión no había compensado.

La alternativa de una mayor industrialización y de la expansión de su comercio exterior, importando cada vez más alimentos y materias primas y exportando una proporción creciente de bienes manufacturados, parecía ofrecer la mejor solución económica – solución que tenía la característica económicamente deseable de que la industrialización tiende a la urbanización y a la reducción de la tasa de nacimientos, así que el problema podía terminarse definitivamente si los diez millones de trabajadores adicionales ya nacidos podían ser educados durante los próximos veinte años.

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Quizá la política emprendida por Japón en 1922, que parece haber seguido esta línea, habría continuado si Estados Unidos y otros países no hubiesen considerado apropiado afrentar a Japón con políticas de inmigración discriminatorias, que fueron interpretadas como políticas que implicaban inferioridad racial, y obstaculizar la ampliación de las exportaciones industriales japonesas mediante tarifas incluso más elevadas. No es sorprendente que la facción militar en Japón, que había estado burlándose siempre de la política liberal, ganase cada vez más apoyo popular hasta que fue capaz de embarcarse en una política que tenía poco que ofrecer económicamente pero que podía inducir a los japoneses a disminuir sus niveles de vida a cambio de gloria e incluso podía sacrificar en la guerra algunos de esos diez millones. A pesar del tono antiindustrial del partido militar que llegó al poder, Japón provocó la inflación de su moneda y amplió su comercio exterior en gran medida. Desde la Segunda Guerra Mundial, Japón, con mucha ayuda económica de Estados Unidos y con éxito en su política de control de población, ha llegado a ser un país próspero a través de la industrialización y de la expansión del comercio. La agresión no había compensado como se había esperado, pero sus consecuencias – derrota militar, ayuda en gran escala de su ex-enemigo y reorientación de su política – han compensado económicamente.

Después de discutir cuatro políticas abiertas a Alemania para enfrentarse con el problema de “un aumento anual de población de casi novecientas mil almas” (control de natalidad, colonización doméstica, conquista territorial y mayor industrialización), Adolf Hitler concluyó que “coger por la fuerza” un nuevo territorio “a costa de Rusia” era una línea de acción más “favorable” que la política de industrialización y comercio seguida por la República alemana, porque mantendría una clase campesina sana, promovería la autosuficiencia económica, destruiría el “pacifismo absurdo” y ampliaría la patria. Esta política se intentó sin éxito, pero, después de la Segunda Guerra Mundial, con una pérdida de un tercio de su territorio y un 25% de aumento de su población por los refugiados del este, Alemania Occidental, con una ayuda económica extensa de su reciente enemigo, aumentó su prosperidad incluso más que Japón.

Un estudio racional de las alternativas en cualquier situación de la población del mundo interdependiente moderno, desde un punto de vista puramente económico, rara vez sugiere una política militar o colonial – un hecho que confirma la conclusión de que, entre los líderes que entienden y que hacen la política, los objetivos de la política exterior generalmente son

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económicos solo en una pequeña parte. La masa que no entiende puede ser influida frecuentemente por malos argumentos económicos.

Si, en lugar de asumir el bienestar general como el fin de la política, se asume algún otro fin, como la autosuficiencia nacional, el aumento del poder militar relativo, el mantenimiento o aumento de la posición relativa de la cultura nacional en el mundo, o la retención de la posición relativa actual de gobernantes y gobernados en el estado, podría hacerse una exploración similar de las mejores alternativas para alcanzar este fin en una situación dada de población. La política real por la que la mayoría de los estados se enfrentan a sus problemas de población es probable que sea un compromiso entre los resultados de estos diferentes análisis.

5. INFLUENCIA DE LA POBLACIÓN EN LA GUERRA

Las conclusiones que se deducen respecto a la relación de los cambios de población con la guerra en el mundo contemporáneo son, por lo general, negativas, pero se pueden señalar siete puntos.

Primero, el rápido crecimiento de la población mundial durante el siglo XIX ha estimulado la comunicación internacional, ha habido una penetración recíproca de culturas, ha aumentado la cooperación internacional y ha tendido a agrupar la raza humana en una comunidad única. Pero también – al aumentar las presiones de la población, en especial en los dos tercios subdesarrollados del mundo, al aumentar la brecha económica entre los países ricos y los pobres y al aumentar los contactos entre personas de diferentes culturas y lealtades políticas – ha aumentado las oportunidades para la fricción entre naciones, cada una de las cuales pone a menudo, por encima de su prosperidad económica, el mantenimiento de su individualidad cultural, de su ideología , de su unidad política y de su posición de poder relativo. De esta forma, aunque se está volviendo más unificado, el mundo se ha vuelto menos estable y han aumentado las tensiones. Las dos tendencias pueden acentuarse por la “explosión de población” tras la Segunda Guerra Mundial, que se ha producido por una rápida disminución de los índices de mortalidad por la adopción de medidas sanitarias, especialmente en las áreas subdesarrolladas del mundo, no acompañada por una disminución similar de los índices de natalidad. Si los índices actuales de natalidad y de mortalidad se mantuviesen, la población mundial será más del doble de la actual (1964) en el año 2000, pero la experiencia de Japón y de Europa Occidental muestra la posibilidad de controlar el ritmo de crecimiento de la población.

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Segundo, las políticas de guerra y de expansión han sido menos influidas por los cambios de población que por la voluntad de la población de aceptar teorías económicas erróneas sobre el tema. Un conocimiento más general del valor económico de las distintas alternativas para hacer frente a los problemas particulares de población haría, en las condiciones actuales, bastante más por la paz y la cooperación internacional que por la guerra, con tal de que la población quisiera realmente hacer del bienestar general el objeto de la política.

Tercero, las diferencias de presión de la población en áreas vecinas, si son conocidas de forma general por los habitantes del área superpoblada y si se mantienen mediante barreras artificiales al comercio y a la emigración, tienden a la violencia internacional, siempre que la población del área superpoblada tenga energía y movilidad, esté acostumbrada al uso de la violencia como un instrumento de la política y esté dominada, como las personas en una masa normalmente lo están, por objetivos políticos más que económicos.

Cuarto, la población ha sido un factor en el potencial militar y los índices diferenciales de crecimiento de población en estados vecinos han tendido a perturbar el equilibrio de poder si esos vecinos están enfrentados por una rivalidad tradicional y dependen para su defensa de sus propios recursos más que de los celos mutuos de otros. Los cambios en la tecnología militar desde la Segunda Guerra Mundial han disminuido enormemente la importancia militar de las diferencias de población entre los países.

Quinto, de acuerdo con las dos proposiciones anteriores, las guerras imperiales han sido iniciadas por países con poblaciones que crecían más rápidamente, mientras que las guerras por el equilibrio de poder han sido iniciadas por alianzas con poblaciones que crecían menos rápidamente, con tal de que otros factores del potencial militar estuviesen siendo afectados de forma similar por el tiempo.

Sexto, los índices diferenciales de crecimiento de población, de emigración y de expansión imperial han influido en la importancia relativa de las culturas, lenguas e instituciones nacionales en el mundo y han creado inquietudes que han inducido a la expansión colonial. Si estos índices diferenciales de crecimiento, que en el siglo XX han tendido a disminuir la proporción de los habitantes de Europa y América del Norte en la población mundial y a aumentar la proporción de los habitantes de América del Sur, Asia y África, se mantuviesen, las preocupaciones sobre la situación de razas y culturas en el mundo podrían precipitar problemas políticos graves.

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Séptimo, aunque las condiciones de la población en sentido amplio son un factor principal en la política internacional y establecen límites a las posibilidades de las relaciones internacionales durante una época histórica, las variaciones posibles de la política dentro de estos límites aumentan constantemente cuando la civilización se desarrolla y hoy tales variaciones son muy grandes. Por consiguiente, en el momento actual el carácter de la influencia de un cambio de población concreto depende de tantos factores que es imposible predecir del solo estudio de los fenómenos de población que políticas o acontecimientos internacionales cabe esperar. E. F. Penrose, escribiendo sobre el problema de población en 1934, apoyó las tesis incorporadas más tarde en los estatutos de la UNESCO: “No es en las circunstancias del mundo exterior sino en las mentes de las personas donde yacen los móviles esenciales de los conflictos sociales violentos”.

Sin negar la seriedad del problema de población a que se enfrenta la humanidad, declaraciones no calificadas de las consecuencias internacionales de las condiciones de la población o de los remedios para solucionarlas no ayudan a resolver ese problema. A menudo se han hecho declaraciones alarmantes respecto a las relaciones de las condiciones de la población con conflictos internacionales más como propaganda para políticas favorables a la minoría que a la mayoría; por consiguiente, debería entenderse en favor del interés general la indeterminación de la relación real entre las condiciones de la población y los conflictos internacionales.

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CAPÍTULO XVII

LA UTILIZACIÓN DE RECURSOS Y GUERRA

1. COMPETENCIA POR LOS MEDIOS DE SUBSISTENCIA

Un pueblo no puede vivir si no puede obtener los medios necesarios para su subsistencia. La naturaleza no proporciona en todas partes todos los medios de vida en abundancia ilimitada. De estas dos proposiciones se ha deducido que la lucha entre pueblos por los recursos limitados proporcionados por la naturaleza conduce inevitablemente a la guerra. Esta teoría de la causa de la guerra ha sido a menudo denominada económica porque analiza motivos racionales y condiciones naturales. Sin embargo, los economistas han rechazado normalmente esta teoría. La postura de las diferentes escuelas económicas difieren, pero, en general, el argumento puede analizarse considerando las ambigüedades ocultas en las palabras clave de esta proposición: (a) “lucha”, (b) “pueblos”, (c) “recursos limitados” y (d) “naturaleza”.

a) Lucha.-

Es una palabra que puede aplicarse a la competencia o al conflicto. El esfuerzo de un número de individuos o de pueblos para obtener la mayor parte de recursos limitados es competencia, pero la guerra es una forma de conflicto. La competencia puede conducir de vez en cuando a un conflicto. Si dos leones, A y B, están tratando de cazar el mismo antílope, la situación es de competencia. Lo puede cazar A y B puede marcharse a cazar otro antílope o a morirse de hambre. A puede cazarlo, hartarse de comer y dejar el resto a B. A, viendo que el antílope está escapando, puede obtener la cooperación de B y los dos pueden cazar el antílope y compartirlo. A caza el antílope, B puede atacar a A, alejarlo y comerse el antílope, dejando que A se muera de hambre o cace otro antílope. Solo en el último caso la competencia ha conducido a un conflicto.

La lucha por la existencia entre los miembros de la misma especie, que Darwin consideró como un factor en la evolución, era, de acuerdo con el primer ejemplo, competencia que normalmente tenía como resultado la muerte por hambre del menos apto. Rara vez tenía como resultado un conflicto. La relación del león con el antílope es una relación de conflicto, pero la relación entre los dos leones normalmente no lo es. La lucha económica entre empresas

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e individuos en una comunidad civilizada también es competencia. Algunas empresas fracasan porque no pueden conseguir un mercado. Algunos individuos se convierten en desempleados porque no pueden conseguir un empleo. El descontento y la miseria pueden conducir al conflicto, pero normalmente no lo hacen.

La lucha entre seres humanos entre clases, ideologías, culturas, razas y sistemas económicos, y entre los poderosos y los débiles, es normalmente competencia, que tiene como resultado que el que no tiene éxito se retire a un área de actividad más restringida, como en el primer ejemplo de competencia, o en que obtenga algo, como en el segundo ejemplo. Esto podría conducir al conflicto y a la violencia por parte de los desvalidos o de los fracasados, pero normalmente no ha ocurrido así. “La experiencia ha mostrado – según la Declaración de Independencia [de Estados Unidos] – que la humanidad está más dispuesta a sufrir, mientras los males son soportables, que a hacer justicia por sí misma aboliendo las formas a las que está acostumbrada”. Muchos sistemas de pensamiento, de vida y de economía fracasados han sido confinados a áreas limitadas o han desaparecido sin conflicto en la historia humana.

Entre muchos animales, como Kropotkin, Allee y otros han señalado, la lucha por la existencia ha conducido a veces a la cooperación en la familia, en la comunidad o en el grupo, de acuerdo con el tercer modelo de competencia. Entre los seres humanos ha habido siempre una cooperación de este tipo, teniendo como resultado la constitución de aldeas, tribus y naciones permanentes en las que individuos y familias, en distintos grados, colaboran en la producción y comparten los beneficios. La competencia en los negocios ha tendido a resultados similares en la formación de fusiones, trust, holdings y asociaciones comerciales. La competencia política internacional ha tenido a menudo como resultado federaciones, uniones y ligas. El eslogan de la competencia de los partidos políticos ha sido “luchar contra ellos o unirse a ellos” y esto último ha sido tan frecuente como lo primero.

La lucha entre individuos o grupos similares por recursos limitados, a través de la competencia, no ha provocado necesariamente un conflicto, aunque haya ocurrido así más a menudo entre naciones soberanas que compiten por el poder que entre otros tipos de grupos. Por lo tanto, la competencia por los recursos no debería identificarse con guerra.

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SEGUNDA PARTE 353 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

b) Pueblo.-

Es una palabra que puede aplicarse a una población de individuos o a un grupo organizado de individuos. La guerra es un conflicto entre grupos humanos organizados. La proposición de que la lucha entre pueblos por recursos conduce a la guerra supone, por lo tanto, que la palabra “pueblos” se refiere a grupos organizados, pero en este sentido los pueblos son dependientes de instituciones sociales y políticas concretas, no de la distribución de recursos. Esta última dependencia solo puede atribuirse a “pueblos” en el sentido de poblaciones de individuos. Los alimentos son comidos por personas, no por organizaciones. Por lo tanto, la competencia por recursos de los que se depende para vivir tiene lugar en último término entre personas. Un tratamiento económico de la competencia humana por los recursos debería, por tanto, analizar bien qué conducta es más beneficiosa para un individuo que compite con otros individuos, en unas instituciones sociales dadas, bien qué instituciones sociales promueven más una distribución y una utilización de los recursos de forma beneficiosa a las personas de un grupo particular o a la raza humana en general.

La competencia de “pueblos”, en el sentido de grupos organizados, es un problema sociológico y político más que económico. Las naciones estado, los grupos dominantes en la historia moderna, existen y compiten con otras naciones estado por el poder más que por el bienestar de sus habitantes.

c) Recursos limitados.-

Es una frase que puede referirse a bienes y servicios útiles disponibles en un tiempo y lugar dados o a todos los recursos materiales y humanos del mundo que se pueden transformar con una tecnología determinada, en un período dado de tiempo y en un lugar dado, en bienes y servicios útiles. La diferencia en el significado de la palabra “limitado” en estos dos sentidos es enorme. Una aldea india de cincuenta personas en el emplazamiento de Chicago estaba en un peligro bastante mayor de morir de hambre con la tecnología disponible en el siglo XVIII que lo están tres millones de personas en el mismo lugar con la tecnología disponible en el siglo XX. Para los indios, los recursos estaban limitados a la caza y a la pesca que podían obtener en unos pocos kilómetros cuadrados. Para la ciudad moderna están disponibles, excepto en tiempo de guerra, los recursos del mundo que pueden transformarse y transportarse a Chicago en unos pocos días o semanas. En las condiciones modernas de transporte y de comunicaciones, los límites a los recursos pueden definirse no

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por lo que puede obtenerse de la utilización monopolística de un área de terreno y de los depósitos de minerales de un subsuelo concretos sino por lo que puede obtenerse del sistema mundial de producción, transporte y distribución, empleando productos minerales, vegetales y animales de áreas remotas.

En ese orden dinámico no se puede pensar que los recursos son limitados en el sentido de una barra de pan de la que solo pueden cortarse unas pocas rebanadas, sino que son limitados principalmente por la obstrucción social al ingenio, previsión y cooperación humanos. La utilidad de las materias primas no es una cualidad de las propias materias primas sino de la inventiva y la cooperación humanas. La actividad económica ha adquirido así la característica de que lo que gana un hombre no es a costa de lo que pierde otro. El intercambio de bienes e ideas es mutuamente beneficioso.

La competencia por el sustento tiende, por tanto, a ser una ventaja general cuando el comercio se realiza de forma cooperativa y un inconveniente general cuando se realiza de forma conflictiva. El conflicto, en lugar de ser una de las posibles formas de ganar en la lucha por la existencia, tiende a ser una forma de perder – inevitablemente, si toma la forma de guerra nuclear.

A este respecto la competencia por ganarse la vida difiere radicalmente de la competencia por el poder político. Este último es relativo. La superioridad del poder de un hombre supone la inferioridad de otro. La competencia política tiende al conflicto, mientras la competencia económica tiende a la cooperación.

d) Naturaleza.-

Es una palabra con múltiples significados. En el contexto presente puede referirse a la tierra, a sus depósitos de minerales, a su vida animal y vegetal, que existen sin intervención humana, o puede referirse a aquellos recursos capaces de ser utilizados en un sistema de producción dado. En el primer sentido, la naturaleza no proporciona realmente nada útil. Algún tipo de tecnología, incluso aunque no esté más desarrollada que la de encontrar y recolectar, debe emplearse para transformar minerales, animales y plantas para ser utilizados. Económicamente, la naturaleza carece de sentido, excepto por su relación con la tecnología productiva. Definir qué cosas son recursos depende del conocimiento humano del aprovechamiento de recursos.

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SEGUNDA PARTE 355 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

Es verdad que la naturaleza en sentido físico puede influir enormemente en los tipos de aprovechamiento entre pueblos primitivos, como lo hace entre los animales. Entre ellos, los desiertos producen un tipo de economía, los bosques otra, las costas otra; los trópicos una, el ártico otra. Con la civilización, sin embargo, la tecnología domina sobre los recursos, sobre la topografía e, incluso, sobre el clima.

Un estudio de la influencia de los recursos sobre la guerra llega a ser, por lo tanto, un estudio de la influencia de sistemas productivos concretos sobre la guerra. ¿Cuál es la influencia del agrarismo, del feudalismo, del capitalismo, del socialismo sobre la guerra? ¿Cuáles son las causas específicas de guerra en esos sistemas? ¿Cuál es la influencia sobre la guerra del contacto de los diferentes sistemas económicos?

2. TIPOS DE ECONOMÍA

Los sistemas económicos están evolucionando continuamente. Palabras tales como “modo de producción agrario (agrarismo)”, “feudalismo”, “capitalismo” y “socialismo” designan un tipo de economía que ha sido dominante en algunos períodos y lugares. Las economías agrícolas han tendido a ser o agrarias o feudales. Las economías comerciales e industriales han tendido a ser capitalistas. Las economías socialistas se han desarrollado en regiones predominantemente agrícolas así como en regiones predominantemente industriales. Las economías basadas en la caza, la pesca y el pastoreo tienen características distintivas, pero en general han quedado limitadas a pueblos primitivos.

El sistema tecnológico y económico no determina todos los aspectos de una cultura. La economía, la religión y la política de un pueblo pueden surgir de orígenes diferentes y aparecer en combinaciones inesperadas. De esta forma, al considerar la tendencia de los sistemas económicos en relación con la guerra, debe reconocerse que estas tendencias pueden ser detenidas o desviadas debido a la combinación del sistema económico en un caso particular con una religión o un gobierno de tendencia diferente. Los símbolos de una sociedad no son menos importantes que sus circunstancias.

El agrarismo comenzó entre los pueblos primitivos y ha existido en la mayoría de las civilizaciones desde que las tribus nómadas se dedicaron a la agricultura, como hicieron en Europa los invasores bárbaros en la Alta Edad Media. Su principio organizador ha sido la cooperación voluntaria de los

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propietarios de tierras que tienen el mismo estatuto legal y una situación económica no demasiado desigual. Este sistema económico no puede extenderse fácilmente más allá del nivel de las relaciones personales y ha dependido, para constituir una organización más extensa, no de la economía sino de principios políticos o religiosos, normalmente combinados en la monarquía.

Los pueblos agricultores han sido relativamente pacíficos pero las economías agrícolas controladas por el feudalismo han tendido a ser agresivas y las controladas por reinos, imperios o naciones estado han tendido a ser más agresivas que las economías comerciales o industriales controladas de la misma forma.

El feudalismo ha surgido, por un lado, de la necesidad de los pequeños propietarios de tener protección militar y económica de los más poderosos cuando se ha desarrollado una considerable diferenciación en la riqueza y en el poder de los propietarios individuales y una considerable dependencia de la agricultura de los mercados urbanos y, por otro, de la incapacidad del gobierno central debido a la falta de comunicaciones, de transportes y de servicios administrativos eficientes para dar esta protección o para recaudar directamente los impuestos. De esta forma, en cada localidad, el propietario más poderoso adquiere una combinación de poder económico y político al aceptar su protección los propietarios más pequeños, las personas sin tierras o el pueblo como un todo y porque el gobierno central delega en él la recaudación de los impuestos y el poder militar. El feudalismo ha acentuado el espíritu de lealtad personal, desarrollando un sistema de obligaciones desiguales, que tiende a convertirse en hereditario y a establecer relaciones de posición social más que relaciones contractuales. De esta forma, se sacrifica la libertad en aras de la seguridad.

Las sociedades feudales han tendido, por lo tanto, a ser altamente militaristas, en el sentido de que la actividad militar ha entrañado un alto prestigio social, que las clases dirigentes han estado empeñadas predominantemente en actividades militares y que las guerras han sido frecuentes, bien guerras privadas entre barones o bien guerras públicas entre reyes.

El capitalismo normalmente se ha desarrollado a partir de economías agrícolas o feudales cuando el comercio y la industria han creado acumulaciones de riqueza en formas más móviles que la acumulación de

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tierras. Los propietarios de esta riqueza han adquirido una influencia política comparable o mayor que la de los terratenientes. El capitalismo ha dominado a veces en ciudades de estados en cuyo conjunto dominaban economías agrícolas o feudales. A menudo, antes del desarrollo del capitalismo, ha existido, como fase transitoria, un considerable socialismo de estado, y el capitalismo ha tendido a evolucionar desde el estadio de capitalismo comercial a los estadios de capitalismo industrial y financiero.

Las empresas capitalistas se han organizado para competir en un mercado regulado por un sistema de precios capaz de equiparar los valores de capital, trabajo, gestión y mercancías. Esta competencia, sin embargo, ha sido regulada por un derecho que prohíbe el fraude y la violencia y que protege la propiedad privada y los contratos. Este derecho se ha impuesto no por sí mismo sino por un estado poderoso que, además de imponer el derecho, debería, según la teoría capitalista, desinteresarse de la actividad económica. La libertad de la empresa capitalista no se ha extendido, como lo ha hecho el señorío feudal, a la actividad militar, excepto en grandes compañías comerciales organizadas por estados imperiales para actuar en áreas coloniales.

Las sociedades capitalistas han sido las formas más pacíficas de sociedades desarrolladas hasta la fecha. Los burgueses, que han sido sus organizadores, han despreciado normalmente los temas militares y han considerado la guerra como el mayor destructor de riqueza y el mayor obstáculo a la expansión de la empresa económica. Generalmente han buscado extender sus empresas no por la ocupación por la fuerza de tierras sino por el éxito en la competencia por los mercados, exteriores e interiores. Han considerado el papel del poder político y militar como el responsable del mantenimiento del orden interno, de la aplicación del derecho y de la prevención de invasiones. En ocasiones los empresarios capitalistas han tratado de influir en las leyes y en el uso del poder militar para favorecer sus empresas y, en áreas coloniales, a veces sus propias empresas han empleado la fuerza. En un régimen capitalista los gobiernos han tratado de dirigir en ocasiones la actividad económica, particularmente en momentos de preparación militar activa o de guerra. La idea central del capitalismo, sin embargo, ha sido la separación del gobierno y de los negocios. Los teóricos del capitalismo – los economistas clásicos – consideraban buen gobierno el que aseguraba la justicia y el orden con la menor interferencia en la libertad individual, y buena economía la que utilizaba recursos para proporcionar lo que los individuos querían con la menor pérdida. Aunque no se negaba la necesidad de la defensa del estado, la iniciación de una guerra era

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considerada, política y económicamente, irracional y se esperaba que la guerra desaparecería conforme progresase la civilización.

Durante períodos de dominio capitalista, se han desarrollado guerras, pero han sido menos frecuentes en las áreas organizadas de forma más completa según este sistema económico. El creciente control de la naturaleza y la vulnerabilidad de la economía a las interrupciones comerciales, inherentes a la evolución en el capitalismo de una tecnología industrial avanzada, han sido utilizados, sin embargo, por el estado con fines de guerra. Por tanto, cuando han tenido lugar guerras entre estados capitalistas han sido normalmente más destructivas que las guerras entre estados agrícolas.

En el período moderno, único en que el capitalismo se ha desarrollado completamente, la guerra se ha iniciado más frecuentemente por estados dominados por el agrarismo o por el socialismo que por aquellos dominados por el capitalismo. El nacionalismo en la agrícola Serbia fue una causa importante de la Primera Guerra Mundial. En 1914 la vanguardia del militarismo alemán fue el Junker prusiano, no los industriales renanos. En 1939 la guerra fue comenzada por los nacionalsocialistas, no por los capitalistas. El militarismo japonés surgió de los campesinos y del ejército, no de los banqueros, comerciantes e industriales. En Estados Unidos la Revolución, la guerra de 1812 y la Guerra Civil fueron impulsadas por los agrícolas oeste y sur más que por los comerciales este y norte. El imperialismo británico fue apoyado en los siglos XVIII y XIX por la aristocracia conservadora terrateniente más que por los comerciantes e industriales liberales. Los empresarios, los banqueros y los inversores han insistido por lo general en políticas pacifistas en tiempos de crisis. Los países predominantemente agrícolas, como Rusia y los Balcanes, estaban más preparados para recurrir a las armas durante el siglo XIX que los estados más industrializados.

Socialismo se ha empleado generalmente para describir una utopía o un programa de reforma. Ha habido varios programas socialistas pero todos han acentuado el control de la vida económica por la comunidad organizada y la eliminación de la propiedad privada de los bienes de producción. Las economías históricas que han manifestado estas características podrían, por lo tanto, describirse apropiadamente como socialismo, incluso aunque les faltasen otras características que las propagandas socialistas han vinculado a sus utopías.

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SEGUNDA PARTE 359 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

Los socialismos históricos han surgido cuando las comunidades se han enfrentado con necesidades prácticas que parecían exigir que el gobierno se implicase en obras públicas, la producción, el comercio y el bienestar social tan ampliamente como para controlar la economía. El socialismo se ha desarrollado más a menudo debido a la necesidad que como resultado de una teoría, aunque las propuestas para cooperativas de Robert Owen y de comunismo por Karl Marx han ejercido una influencia creciente en el último siglo (XIX).

Los colonizadores, con una fe común y un medio ambiente pobre y hostil, han sido capaces a veces de sobrevivir poniendo en común los recursos. Los gobiernos se han sentido obligados a realizar obras públicas y a establecer almacenes y a proporcionar socorro en gran escala en tiempos de hambre y depresión. Los estados han sentido necesario comprometerse en la fabricación de armamento, en la regulación del comercio exterior y en el control del consumo para prepararse para una guerra o para combatir en una guerra. También han encontrado necesario intervenir ampliamente en negocios, banca y finanzas para preservar el propio capitalismo de los monopolios y la depresión.

Los imperios, presionados por rivales y por la apatía de los nativos, han controlado la economía en sus colonias para acelerar la introducción de técnicas avanzadas de transporte y de industria. Situaciones similares han impulsado a gobiernos nacionales de países económicamente atrasados a acelerar el ritmo de industrialización mediante iniciativas gubernamentales. En tiempos de cambios tecnológicos excepcionalmente rápidos todos los gobiernos han ampliado su iniciativa en las distintas ramas de la economía. El sentimiento humanitario ha inducido a los gobiernos, incluso de los estados capitalistas, a emprender grandes programas de seguridad social, servicios médicos, ayuda al desempleo, ayuda a los desvalidos y desarrollo de zonas deprimidas – programas denominados por Walter Lippmann “el orden del día del liberalismo” y por otros “el estado del bienestar” – además de servicios generales, como educación, correos y telecomunicaciones, y transporte por ferrocarril y aéreo, que son organizados normalmente por los gobiernos.

El espíritu del socialismo es el dominio del bienestar del grupo sobre los intereses individuales – un espíritu que se desarrolla en presencia de amenazas obvias al grupo como tal. Este espíritu, por lo tanto, se parece a la fidelidad del feudalismo más que a la libertad de la economía agrícola o a la acumulación del capitalismo. Teóricamente, sustituye el estado, la sociedad o la comunidad

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impersonales por el señor personal como objeto de su lealtad. Realmente, los sistemas socialistas han tendido a desarrollarse alrededor de un líder personal que personifica la comunidad. El espíritu unificador del nacionalsocialismo y del fascismo se ha parecido al del feudalismo. Incluso el comunismo ruso acentuó la lealtad a los líderes, Lenin y Stalin.

La tecnología socialista, sea predominantemente agrícola o sea predominantemente industrial, se ha caracterizado por la planificación centralizada de la economía de la comunidad. En el socialismo de estado el área de planificación ha sido más amplia que el de la aldea agrícola o del señorío feudal, y las funciones planificadas han sido más amplias que las de la empresa capitalista. Como en el feudalismo, las autoridades política y económica se han fusionado.

Una economía socialista no puede sobrevivir mucho tiempo a menos que su planificación y su administración se realicen de forma eficiente. El socialismo ha sido la forma de organización más consciente de sí misma y más altamente integrada de todas las formas de organización económica. Ha tendido a supeditar al control dominante del estado todas las actividades, no solo las económicas, sino también las religiosas y culturales. Se han negado los derechos naturales de los individuos y de las comunidades. Se ha afirmado que los derechos existen solo por concesión del estado, cuyo interés y bienestar son el bien supremo de la sociedad.

A menudo los movimientos políticos han hecho propaganda de las representaciones ideales de todos estos sistemas. El período que siguió a la Primera Guerra Mundial se ha caracterizado por la lucha de propagandas de movimientos agrarios y socialistas contra el capitalismo en Europa y en América del Norte y contra el semifeudalismo en la mayoría del resto del mundo. Estas propagandas han acompañado, o a veces inducido, a cambios reales de la economía. También han estimulado o apoyado conflictos, especialmente durante la “guerra fría” tras la Segunda Guerra Mundial, entre un grupo diverso dirigido por los Estados Unidos bajo la bandera del capitalismo, o libre empresa, y un grupo dirigido por la Unión Soviética bajo la bandera del comunismo, una forma extrema de socialismo.

Los períodos históricos de transición de un sistema económico a otro han sido belicosos. Las clases agrícolas acostumbradas a una posición dominante han resistido, normalmente de forma violenta, la subida al poder de las clases comerciantes o industriales. Estas últimas han resistido el ascenso de la clase

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trabajadora y de la burocracia socialista. Las fronteras geográficas que marcan la transición de un sistema económico a otro han sido a menudo también teatros de guerra. Un estado industrial en estrecho contacto con un estado agrícola tiende a expandir su comercio e industria en este último, así como a adquirir sus alimentos y materias primas del mismo. Es probable que el estado agrícola, al considerar este proceso como subversivo para su cultura y peligroso para su independencia, resista con las armas.

3. CAUSAS DE LA GUERRA EN EL SOCIALISMO

El socialismo de estado ha sido el sistema económico de las más agresivas de todas las sociedades. Los imperios socialistas de Asiria y de Perú fueron los más belicosos de las antiguas civilizaciones. La socialista Esparta fue el más belicoso de los estados griegos. Italia, Alemania, Rusia y Japón aumentaron su militarismo cuando adoptaron formas de socialismo en tiempos recientes. Los estados autocráticos de la Europa del posrenacimiento con economías mercantilistas semisocialistas estuvieron implicados en continuas guerras.

La política militar y la economía socialista parecen haberse influido recíprocamente. La preparación para la guerra ha exigido el control gubernamental de la economía, pero una economía socialista dirigida de forma centralizada ha necesitado normalmente preparativos bélicos. Las condiciones administrativas, económicas, políticas y psicológicas se combinan para explicar esto. Es posible que el espíritu del socialismo pueda hacerse realidad sin una planificación económica centralizada mediante adaptaciones de las relaciones de cooperativas autónomas locales o industriales a través de un sistema de precios. Es posible que una economía libre pueda mantenerse sin el motor del beneficio. Es una cuestión de definición si estos tipos de economía se deberían describir como socialismo o como capitalismo.

Desde la aparición del comunismo en Rusia tras la Primera Guerra Mundial, los países capitalistas han adoptado muchas características del socialismo, creando “economías mixtas” y “estados del bienestar”. Tras la Segunda Guerra Mundial los estados comunistas más maduros de Europa han adoptado características del capitalismo como huertos privados en granjas colectivas, incentivos económicos en la industria, autonomía y competencia crecientes entre empresas y una mejor protección legal de las libertades individuales. El sociólogo Pitirim Sorokin ha señalado la convergencia de las sociedades soviética y estadounidense en la mayoría de los aspectos de la vida conforme se han aproximado en tecnología avanzada.

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Sin embargo, el socialismo como sistema característico existe solo si el mercado competitivo, como regulador de la producción, consumo y distribución, es reemplazado por la administración efectiva de un plan económico general, únicamente posible si hay un gobierno con el suficiente poder político y militar para aplicar dicho plan. Como una alternativa eficaz al capitalismo, el socialismo ha significado socialismo de estado y, si es dirigido como exige su teoría, tiende a la agresividad porque la aplicación de un plan en gran escala exige: (a) objetivos precisos, (b) autosuficiencia económica, (c) coacción a la población y (d) control de la opinión.

a) Objetivos precisos.-

La aplicación de un plan económico en un área extensa ha exigido, en el área en que se implanta el plan, una formulación más precisa de los objetivos, una subordinación más eficiente de las libertades individual, del grupo y local a esos objetivos, un control más minucioso de los recursos económicos y una exclusión más completa de las influencias externas imprevisibles que las que exige el mantenimiento del derecho y la prevención de la violencia. Por consiguiente, los estados socialistas han tendido a ser más dictatoriales, más reglamentados, más autosuficientes y más aislados que los estados liberales.

b) Autosuficiencia.-

Los objetivos económicos de una gran población no se pueden formular de forma precisa. Es seguro que los fines de los individuos, de los grupos y de las comunidades locales que componen esa población diferirán considerablemente. El único objetivo económico que en la práctica ha demostrado ser suficientemente preciso para permitir una planificación general a largo plazo ha sido el de la defensa nacional. Los ministerios militares han sido capaces de expresar con antelación las necesidades económicas de la defensa para planificar una economía nacional que provea esas necesidades y para controlar el apoyo general al plan en una forma que no tienen las autoridades civiles ni los organismos legislativos interesados únicamente en el bienestar. Los planes económicos nacionales, por lo tanto, han tendido a convertirse en planes de defensa nacional.

Un plan económico no puede cumplirse a menos que estén asegurados los recursos que necesita en cada fase, en las condiciones previstas en el plan. El planificador debe, por un lado, precaverse contra la interferencia de circunstancias externas en el área de su plan y, por otro, asegurarse el control

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de un área que contenga todos los recursos que necesitará. Puesto que todas las economías desarrolladas deben extraer recursos de algunas áreas externas al dominio nacional, la planificación económica nacional ha conducido a políticas con los dos objetivos simultáneos de autosuficiencia económica nacional y de expansión territorial, que provocan grandes tensiones y un continuo peligro de guerra.

c) Coacción.-

Para que una planificación económica tenga éxito necesita que las actividades de la población estén de acuerdo con el plan y no con los deseos espontáneos de individuos o grupos. Para desarrollar planes económicos de amplio alcance, los gobiernos han considerado necesario bien aumentar su autoridad coactiva sobre los individuos o bien crear una situación en que pueda esperarse la lealtad de los individuos al gobierno. Normalmente han desarrollado ambas. Se han introducido delitos nuevos, como espionaje económico y sabotaje económico, y se han difundido nuevos estímulos a la lealtad, como una propaganda nacionalista y una política exterior agresiva. Incluso los estados liberales han reconocido que, en situaciones de crisis, deben ampliarse los poderes del gobierno y que deben reducirse las libertades civiles. Para sostener el grado de solidaridad necesario para dirigir una economía completamente planificada, los gobiernos han encontrado conveniente perpetuar las condiciones de crisis, persiguiendo a menudo una política exterior que mantenga continuamente un enemigo externo, latente o activo, y que cree la convicción de que la vida de la nación está siempre en peligro.

d) Control de la opinión.-

La planificación económica centralizada ha necesitado controlar la opinión pública no solo para asegurar la lealtad al gobierno sino para controlar las demandas de los consumidores y para impedir la interferencia de influencias externas. Una economía planificada debe disponer de los bienes producidos de acuerdo con el plan; por consiguiente, debe convencerse u obligarse a la población a querer esos bienes. En las economías capitalistas la publicidad realiza este servicio para los fabricantes, con resultados suficientemente desastrosos para una economía libre cuando son muy numerosas las unidades productoras. En una economía planificada el poder de policía del estado está disponible también para este propósito y la coacción sobre los consumidores es mucho mayor. El control de la opinión pública interior es mucho más fácil si se prohíbe la información libre del exterior o solo se la permite entrar a través del

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filtro de la censura nacional. Por ello, los gobiernos que planifican y controlan la economía nacional se han esforzado activamente en promover la autosuficiencia económica y el aislamiento psicológico de la población en el área de la economía planificada. La libertad de palabra, de prensa y de ideas ha demostrado ser incompatible con la planificación económica a gran escala.

Un gobierno que necesita un objetivo claro para la actividad económica de su población, que necesita un control político fuerte del área que contiene todos los recursos económicos que necesita su población, que necesita la lealtad fuerte de la población de ese área y que necesita que la población acepte de forma general el plan y los bienes que va a producir a duras penas puede evitar ser agresivo. De forma casi inevitable adopta una postura exterior agresiva, elimina toda la oposición interna a esa política, subordina el bienestar económico a la preparación económica para la guerra y acentúa el significado económico de los límites geográficos políticos. Estas políticas crean la distinción entre estados “ricos” y “pobres”, la exigencia de expansión territorial de los “países pobres” y una preparación de la educación y de la opinión pública para conseguir esa exigencia de expansión territorial mediante la violencia.

Los estados en guerra han tendido a convertirse en socialistas y los estados socialistas han tendido a estar en guerra. De hecho, el socialismo moderno ha sido la organización del capitalismo en tiempo de guerra, en el mismo sentido que el feudalismo ha sido la organización de la economía agraria en tiempo de guerra. El estado socialista moderno se parece al estado feudal en su espíritu y en su organización. Se parece a la empresa capitalista de éxito en su eficiencia y su tecnología. Su origen ha estado acompañado por un incremento en la frecuencia y en la capacidad destructiva de la guerra. La belicosidad del siglo XX podría atribuirse en parte a la corrupción del capitalismo por los controles en gran escala de la producción y del consumo. Combinaciones de monopolios, políticas de estabilización de precios, publicidad de masas, barreras legales al comercio y extensa participación del gobierno en la industria y en la opinión pública se han desplazado del capitalismo al socialismo nacionalista agresivo.

Después de la derrota de los nazis y de la ascensión de los soviéticos la situación cambió gradualmente. Las actividades expansionistas de los soviéticos en Europa Oriental, China y Corea y las reacciones amenazadoras de Occidente provocaron la “guerra fría”. Pero las tendencias agresivas del comunismo en el campo internacional, sus tendencias opresoras internas y sus

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dificultades para organizar la producción agrícola de forma eficiente llegaron a alarmar a los líderes soviéticos cuando la capacidad destructiva de una guerra nuclear y las peticiones de su pueblo de más bienes de consumo se hicieron evidentes en los últimos años de 1950. Rusia y sus satélites europeos comenzaron a liberalizar el comunismo y a buscar la coexistencia pacífica, el desarme y un final a la “guerra fría”. China, menos alarmada económica y políticamente y deseando mantener un sistema de comunismo teóricamente más puro, manifestó la agresividad, la tiranía y la ineficiencia agrícola a las que se había enfrentado antes Rusia.

4. CAUSAS DE LA GUERRA EN EL CAPITALISMO

A pesar del relativo carácter pacífico de las sociedades capitalistas, las teorías populares han citado frecuentemente al capitalismo como la principal causa de las guerras en el mundo moderno. Estas teorías han surgido principalmente de autores socialistas que han deseado sustituir los sistemas capitalistas por sistemas socialistas y por lo que tienen que ser aceptadas con precaución. No obstante en el capitalismo hay tendencias que conducen a la guerra.

Algunas teorías han relacionado el capitalismo con la guerra en general, con guerras imperiales entre economías capitalistas y agrarias, con guerras civiles entre clases en las economías capitalistas, con guerras internacionales entre estados predominantemente capitalistas y con la desintegración social general de las economías capitalistas, que proporciona condiciones favorables para la guerra. Estas teorías acentúan, respectivamente, los problemas de (a) las ganancias de la guerra, (b) el expansionismo, (c) la depresión, (d) el proteccionismo y (e) el materialismo.

a) Las ganancias de la guerra.-

La teoría que atribuye las guerras a la avidez de intereses capitalistas especiales, capaces de beneficiarse de la preparación para la guerra o de la propia guerra puede diferenciarse de las restantes teorías que destacan las tendencias provocadoras de la guerra del capitalismo como sistema. Esta teoría no distingue entre clases de guerra. El que se aprovecha de la guerra puede ganar con las preparaciones para la guerra o con actividades durante la guerra, sea en un área colonial, en una “área balcánica” o entre grandes potencias; sea civil o internacional; implique a su propio país o a otros países. Su responsabilidad por los perjuicios de la guerra o del temor a la guerra puede variar, sin embargo, en estas diferentes situaciones. Este tipo de influencia

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parece haber sido importante principalmente en áreas atrasadas y en las relaciones de estados pequeños, aunque puede haber afectado a las relaciones de las grandes potencias en un número pequeño de ocasiones.

La acusación de ejercer una influencia de este tipo se ha dirigido especialmente contra los fabricantes y los vendedores de armas y municiones, contra los banqueros internacionales y contra los inversores internacionales. Es obvio que los fabricantes y los vendedores de armas pueden aumentar sus mercados por el temor a la guerra y por las propias guerras y existen pruebas de que, en ocasiones, han violado embargos y controles internacionales, han sobornado a funcionarios para obtener pedidos, han vendido armas simultáneamente a los dos bandos en guerras e insurrecciones, han estimulado la carrera de armamentos, y han mantenido grupos de presión para aumentar los presupuestos militares y para impedir restricciones nacionales o internacionales sobre el armamento o el comercio de armas.

Empresas que fabrican acero, barcos, aviones, explosivos y productos químicos para fines civiles así como para fines militares están claramente expuestas a la tentación de aumentar el lado militar de la empresa en períodos de depresión, cuando la demanda para sus productos civiles cae y las altas tensiones facilitan el belicismo. Hay pruebas de que a veces estas empresas han sucumbido a la tentación.

La dependencia de muchas industrias y de muchos trabajadores de los fabricantes de materiales de guerra cuando los presupuestos de defensa alcanzan el 10% del producto nacional bruto, como ocurrió en los Estados Unidos en los años 1960, puede inducir a que esas industrias y trabajadores afectados se opongan al desarme. Cuando en 1963 el Departamento de Defensa ordenó el cierre de ciertas bases e instalaciones militares innecesarias hubo fuertes protestas de los afectados.

Los banqueros pueden obtener beneficios de préstamos a los beligerantes reales o potenciales que pueden repartirse a los accionistas antes de que se produzca un incumplimiento de pagos. Los préstamos realizados por banqueros neutrales y las ventas de materiales de guerra por fabricantes y comerciantes de países neutrales pueden crear en último término un interés en la victoria del bando que tenga la mayor deuda y el mayor comercio. Este interés puede extenderse a granjeros, mineros, inversores en general y fabricantes de numerosos artículos no militares comprados por los beligerantes. Las pruebas indican que este tipo de interés ha tenido una importancia

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relativamente pequeña para atraer a los países neutrales a intervenir en las guerras.

Los inversores en bonos o empresas extranjeros que sufren por falta de pagos, por leyes desfavorables o por una política de inversiones deficiente pueden buscar la ayuda de su gobierno para cobrar deudas o para proteger sus intereses. La práctica de la protección diplomática ha sido completamente reconocida en el derecho internacional, aunque tiene el peligro de que puede conducir a hostilidades. Ha habido numerosas intervenciones de estados poderosos en los territorios de estados más pequeños, pero rara vez han conducido a grandes guerras, a no ser que estuviesen asociadas a objetivos políticos.

Las abundantes pruebas presentadas por la Sociedad de Naciones, por comisiones nacionales y por investigadores privados indican que han ocurrido todas estas prácticas corruptas. Es probable que su importancia relativa para provocar guerras en la época moderna haya sido exagerada enormemente y es probable que alguno de los remedios propuestos, especialmente aquellos con una orientación socialista, agravarían las prácticas corruptas.

Solo diez estados tienen industrias de armamento importantes y solo cuatro poseen armas nucleares [en 1964]. La regulación del comercio de armas por estos estados podría aumentar su dominio imperial en ciertas áreas a través del control de la política interior de los gobiernos dependientes de la importación de armamento para la policía y para la defensa. Los monopolios gubernamentales de la producción de armas inducirían a los gobiernos hacia el socialismo de estado, porque las armas, las municiones y los materiales de guerra modernos constituyen una parte importante de la economía nacional. Estos monopolios extenderían el control de los actuales estados fabricantes de armas incluso más que lo haría la regulación internacional de la industria privada. El control del comercio de armas podría estimular a todos los estados a establecer industrias de armamento y a aumentar el volumen total de la capacidad productora mundial dedicada a esta actividad esencialmente antieconómica.

La transferencia de las industrias de armamento de manos privadas al gobierno acentuaría el carácter nacional de la industria y podría hacer menos estable el equilibrio de poder . Cuando las grandes empresas internacionales de armamento divulgaban sus inventos entre los gobiernos, cada gobierno sabía lo que estaba disponible para los demás. Con monopolios nacionales y el

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mantenimiento del secreto de los inventos, cada estado estaría continuamente alarmado por los rumores de nuevos y terribles inventos desarrollados por su rival. Esta situación se hizo evidente con el desarrollo de las armas nucleares. En 1946 se intentó crear un monopolio internacional para la fabricación de estas armas pero fracasó. Cuando se conoció el peligro de la difusión de estas armas a manos irresponsables y el peligro de la lluvia radiactiva, se iniciaron esfuerzos adicionales para controlarlas. Ello tuvo como resultado el tratado parcial de suspensión de pruebas nucleares de 1963 y fue ratificado inmediatamente por la mayoría de los estados excepto por China y Francia.

b) Expansionismo.-

Los escritores socialistas han acusado al capitalismo del pecado de expansionismo o imperialismo que, dicen, conduce no solo a guerras de explotación de los pueblos desarrollados contra los pueblos atrasados, sino también a guerras entre naciones capitalistas que luchan para explotar la misma área atrasada. Algunos autores afirman que la tendencia del capitalismo a extenderse en áreas atrasadas es debida al desgaste progresivo del mercado interior cuando los capitalistas privan a los trabajadores de la parte justa del trabajo de los productos de la industria y disminuye su poder adquisitivo. Se dice que deben encontrar mercados exteriores para absorber la producción de las siempre crecientes fábricas capitalistas.

Los economistas han negado las razones teóricas aducidas para este desarrollo del bajo consumo y algunos socialistas rechazan esta teoría. Aunque el poder adquisitivo haya sido inadecuado para proporcionar un mercado a la capacidad productiva existente en períodos de depresión, no está claro que depresiones graves y prolongadas sean una característica inherente del capitalismo o que las depresiones hayan sido el factor principal para promover la expansión capitalista.

La teoría socialista más ortodoxa atribuye la supuesta tendencia expansiva del capitalismo no a las necesidades sino a la codicia de los empresarios. Existen oportunidades, dicen, en regiones subdesarrolladas para utilizar los recursos más ricos de materias primas, para explotar a los trabajadores más desamparados, para desarrollar mercados mayores y para obtener más beneficios de las inversiones de lo que es posible conseguir en el propio país. Por lo tanto, cuando las vías de comunicación y los medios de transporte lo hacen posible, el afán de lucro incita a capitalistas y empresarios a explotar

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esas regiones y a buscar protección mediante el poder diplomático y militar de los gobiernos que, según la teoría socialista, la clase capitalista controlará.

Esta teoría generaliza a partir de muy pocos hechos. Un examen histórico general señala que la mayoría de los capitalistas y empresarios ha preferido las inversiones interiores a las exteriores o coloniales. Es verdad que a veces banqueros e inversores han incitado a los gobiernos a que les ayuden en empresas imperiales, pero más frecuentemente han sido los políticos de orientación imperialista quienes han utilizado a banqueros e inversores como herramientas involuntarias para justificar o ayudar a expansiones deseadas por razones estratégicas o políticas. Aunque esas aventuras imperiales han necesitado una actividad militar contra los nativos y aunque en las primeras fases del capitalismo la división de tierras recientemente descubiertas en América y en las Indias Orientales condujo a muchas guerras internacionales entre los países europeos rivales, no obstante, en el siglo XIX, cuando el capitalismo estaba más desarrollado, los imperialismos rivales en África y en el Pacífico fueron resueltos normalmente de forma pacífica. No puede decirse que las rivalidades imperialistas contribuyeran en gran medida a provocar las guerras napoleónicas, las guerras nacionalistas de la mitad del siglo XIX o las guerras mundiales del siglo XX.

La expansión de las empresas de negocios a nuevos territorios puede tener lugar, y, por lo general, ha tenido lugar mediante el comercio, la inversión y el desarrollo pacíficos. La expansión agrícola puede ocurrir solo por la emigración o la invasión, sustituyendo a la población existente, y así es probable que implique violencia. En la práctica y en la teoría la expansión del capitalismo ha provocado menos guerras que la expansión de otros tipos de economía. El capitalismo ha participado en el proceso de creación de imperios, pero el ímpetu de este proceso ha sido más a menudo el nacionalismo, el agrarismo o un espíritu misionero.

Tras la Primera Guerra Mundial el proceso de emancipación colonial, comenzado un siglo antes con las guerras de independencia americanas, fue continuado pacíficamente por los propios países imperiales. Reino Unido reconoció la independencia de sus dominios y el sistema de mandatos de la Sociedad de Naciones preparó a ciertas colonias para la independencia. Tras la Segunda Guerra Mundial, la Carta de Naciones Unidas aceptó el principio de autodeterminación colonial y los imperios llegaron a su fin, en la mayoría de los casos de forma pacífica.

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c) Depresión.-

También se ha acusado que el capitalismo tiende inevitablemente a depresiones periódicas de amplitud creciente que, a causa de las miserias de los desempleados, tiende a la guerra civil o, como medida preventiva, a la guerra internacional.

Las depresiones se han atribuido a varias razones como el aumento extremo de los precios de los productos y las cargas de la deuda causadas por las propias guerras, a la tendencia del industrialismo a disminuir el mercado interior por la explotación de los trabajadores y a las fluctuaciones en las expectativas de ganancias del capital. Explicaciones de este tipo en términos de prácticas políticas, industriales o financieras no llegan al núcleo de la economía capitalista. Si la guerra es la causa de las depresiones, la dificultad radica en las relaciones internacionales más que en el capitalismo.

Las explicaciones económicas, que relacionan las depresiones con las limitaciones progresivas de la competencia y el alargamiento progresivo de los procesos de producción, que podían estar inspirados por el esfuerzo hacia la eficiencia económica, sugieren una debilidad inherente en el capitalismo. Afirman que el capitalismo en las empresas más grandes finalmente se derrota a sí mismo al perseguir su fin económico de eliminar la ineficiencia y aumentar la división del trabajo. No puede haber duda de que las depresiones prolongadas han sido un peligro para la paz. A menos que el capitalismo tenga éxito en dar empleo constante y en aumentar el nivel de vida, estará en peligro. Formas de intervención gubernamental han mostrado ser remedios efectivos.

d) Proteccionismo.-

El capitalismo ha conducido a tecnologías que proporcionan un control mayor de las fuerzas de la naturaleza, ha vencido las distancias mediante nuevos medios de transporte y de comunicaciones y ha estimulado el comercio entre todas las regiones del mundo. Estos desarrollos han creado una interdependencia de las economías nacionales más allá de todo lo logrado por otros sistemas económicos y también ha creado técnicas militares que aumentan enormemente los costes sociales y económicos de la guerra.

La tendencia monopolística inherente al capitalismo ha incitado a los productores nacionales a exigir protección a través de aranceles y de otras barreras económicas. Las necesidades de la defensa nacional se han añadido a

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estas barreras. Un alto grado de interdependencia económica de los estados, cuando está asociado con barreras nacionales crecientes, ha creado el problema de estados “ricos” y estados “pobres”. Estos últimos, incapaces de cambiar productos manufacturados por las materias primas y los alimentos necesarios, se han sentido oprimidos en un espacio vital inadecuado y han luchado por más territorios. Los países agrícolas, enfrentados a precios mundiales decrecientes para sus productos y a precios crecientes para los productos manufacturados que necesitan, han recurrido a veces a la revolución.

El capitalismo ha contribuido a estas situaciones, como lo ha hecho el nacionalismo. Ninguno de los dos es responsable ellas por sí solos. La incompatibilidad de los dos se ha demostrado desastrosa. Desde la Segunda Guerra Mundial se han desarrollado organismos internacionales y nacionales así como programas para reducir las restricciones comerciales y ayudar a los territorios subdesarrollados para enfrentarse a estos problemas.

e) Materialismo.-

Quizá la acusación más seria contra el capitalismo ha sido que destruye el sentido de los valores sociales por su énfasis en el individualismo y su despersonalización de la actividad económica. La paz necesita una organización política efectiva y esto necesita no solo respeto y protección de los derechos individuales sino también una lealtad continua a los símbolos del grupo. En la medida en que el capitalismo ha tendido a desintegrar todas las lealtades políticas, ha tendido al desorden y a la guerra.

Ciertamente, el capitalismo no ha creado una comunidad de lealtades capaz de sustentar una organización política que funcione efectivamente en el área que ha integrado económicamente. Al contrario, por su tendencia a concentrar el interés humano en los negocios, en las ganancias individuales y en los procesos productivos impersonales, ha tendido a minimizar los valores de la comunidad y a desintegrar las organizaciones políticas que dependen de esos valores. Un hombre económico bueno tiende a ser un mal ciudadano.

Como consecuencia, la organización política durante el período del capitalismo moderno ha sido sostenida por sentimientos no relacionados con el capitalismo – sentimientos de solidaridad tribal y cultural, de unidad geográfica y de tradición histórica. El buen ciudadano ha tendido a ser un nacionalista y un mal economista.

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La ética natural del capitalismo es el liberalismo y el humanismo, como se dieron cuenta los economistas clásicos que elaboraron esta ética en su credo del utilitarismo. A pesar de Richard Cobden y Cordell Hull, el capitalismo activo con una tradición de “laissez faire” puso poco entusiasmo para apoyar estos ideales. Al aceptar los panes y los peces proteccionistas de los estados nacionales, preparó el terreno para su propia destrucción.

El socialismo marxista recogió lo que había abandonado el capitalismo. Predicó el internacionalismo y trató de poner al individuo y a la humanidad (interpretada como la clase trabajadora) por encima de la nación. De esta forma, la ética del liberalismo continuó en el partido laborista británico y en la socialdemocracia alemana. Pero la ética natural del socialismo es el nacionalismo, ya que su programa solo puede ser logrado por un gobierno fuerte apoyado por un fuerte sentido de solidaridad del grupo. En la práctica el socialismo llegó a ser “socialismo nacional”, destructor del liberalismo y del humanismo. El apoyo a la conciencia ética universal, esencial para la preservación de la paz, debe buscarse fuera del capitalismo y del socialismo.

Se puede concluir que, aunque el capitalismo y el socialismo han afirmado que cada uno de ellos es la forma más pacífica de economía civilizada, las dificultades del capitalismo con las depresiones y los especuladores y las del socialismo con las opresiones y las ineficacias, la subordinación de ambos al nacionalismo, y la incapacidad de los dos para sustentar una conciencia ética universal en un mundo de interdependencia económica y política, los han hecho causantes de guerras. Las economías mixtas han tendido a desarrollarse en estados tecnológicamente avanzados, en los que convergen los dos sistemas y que reconocen objetivos internacionales.

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CAPÍTULO XVIII

NATURALEZA HUMANA Y GUERRA

A la pregunta, ¿Tú, como psicólogo, consideras que en la naturaleza humana hay factores indelebles e instintivos que hacen inevitable la guerra entre las naciones?, de los quinientos veintiocho (528) miembros de la Asociación psicológica estadounidense (American Psychological Association, APA) en 1932, trescientos cuarenta y seis (346) contestaron “No”, diez (10) contestaron “Sí”, veintidós (22) respondieron de forma ambigua y ciento cincuenta (150) no contestaron.

La formulación de una pregunta de este tipo implica una imagen del mundo como una población de individuos humanos, cada uno de los cuáles se comporta según un modelo derivado de la interacción entre la herencia y la experiencia. Una gran mayoría de los psicólogos profesionales supone que no hay nada en la herencia y no es necesario que haya algo en la experiencia de los miembros de esta población que les obligue a organizar la guerra.

La población humana se ha extendido sobre la mayor parte del mundo, pero esta expansión ha sido bastante desigual y el área habitada muestra grandes variaciones en la cantidad y la calidad de su población. Vista desde un planeta distante, esta expansión del Homo sapiens durante la mayor parte su historia parecería poco diferente de la expansión de otras formas orgánicas.

El comportamiento de otras poblaciones orgánicas del mundo está determinada principalmente por la herencia y por los cambios, muy lentos, en el proceso de evolución orgánica. Sin embargo, el Homo sapiens ha aprendido a comunicar ideas generales mediante la palabra, la escritura, la prensa y la electricidad. Cada ser humano ha nacido en un ambiente infinitamente más amplio, tanto espacial como temporal, que los individuos de cualquier otra especie. Por lo tanto, la conducta humana es extraordinariamente variable y modificable y extraordinariamente difícil de predecir o de controlar.

Entre animales se producen hostilidades entre individuos aislados, entre rebaños o, incluso, entre sociedades, pero solo están implicadas en cualquiera de esos combates un área limitada y una parte infinitesimal de las especies. Las guerras modernas se desarrollan entre alianzas de naciones y tienden a

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implicar a todo el planeta y a una gran proporción de la especie humana. Para cualquier otra especie orgánica la lucha parece como una erupción de la piel frecuente pero pequeña, pero para el hombre moderno la guerra se parece a una fiebre general que afecta a todo el organismo.

A pesar de esta diferencia, los impulsos para la lucha entre animales se pueden observar en la guerra humana. La defensa del territorio propio contra invasiones es una situación común en la que insectos, pájaros, peces y mamíferos luchan contra otros de la misma especie. La guerra por la defensa del territorio es especialmente característica de los grupos humanos. Sin embargo, la defensa del territorio puede no comenzar una guerra. Alguien debe haber realizado una agresión o estar a punto de realizarla antes de que haya necesidad de defenderse. Entre los animales el motivo para estas agresiones normalmente es la búsqueda de alimentos o de un lugar para anidar, pero la invasión de un área defendida normalmente es accidental y, generalmente, el intruso huye antes de que las hostilidades lleguen a ser graves. Si se observa a personas que entran ilegalmente en la propiedad de otras personas por inadvertencia o con una intención criminal, el comportamiento es normalmente similar. Solo entre ciertos insectos sociales y entre los hombres organizados políticamente se ha emprendido la agresión de forma deliberada y habitual, con fines de rapiña, en el territorio de la misma especie. En todo el mundo orgánico este tipo de agresión parece ser característico de sociedades más que de individuos. La guerra es, por lo general, un fenómeno sociológico más que psicológico. Es principalmente un producto no de la estructura orgánica sino de las costumbres y las tradiciones de las sociedades.

Sin embargo, el individuo y la sociedad están estrechamente relacionados. Las propagandas inspiradas en el grupo y los procedimientos educativos influyen continuamente en el individuo. Las necesidades y carencias biológicamente arraigadas de los individuos influyen continuamente en la cultura del grupo. La naturaleza humana es el aspecto general del comportamiento humano que surge de la interacción de cualquier individuo y cualquier grupo, dejando de lado las peculiaridades de un individuo particular y de un grupo particular. Es, por un lado, una generalización de todos los tipos de personalidad y, por otro, una manifestación de los aspectos más generales de la cultura. La personalidad puede analizarse según los motivos personales y clasificarse en tipos. La cultura puede analizarse según sus actitudes y estas actitudes pueden generalizarse en modelos, valores e ideales. La influencia de la naturaleza humana puede estudiarse, por lo tanto, considerando la relación

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SEGUNDA PARTE 375 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

con la guerra de (1) los motivos personales y los tipos de personalidad, (2) las actitudes culturales y (3) los tipos ideales de personalidad.

1. MOTIVOS PERSONALES Y TIPOS DE PERSONALIDAD

No hay un instinto de guerra específico, pero numerosos motivos e intereses han conducido a las poblaciones humanas a la agresión. Los líderes han buscado riqueza, venganza, aventura, prestigio, gloria, disminuir rebeliones internas, estimular rebeliones exteriores y extender la religión, la nacionalidad, el estado o la dinastía. Normalmente las masas los han apoyado por la influencia de eslóganes y de coacciones sociales y legales. Los seguidores individuales han sido influidos por las expectativas de aventura, de botín, de mejores tierras, de salarios más elevados, de aprobación femenina o de orgías sádicas; por la esperanza de escapar de dificultades financieras, matrimoniales o legales o por simple aburrimiento; por lealtad al líder, a la patria, a la religión o a los ideales; por afán de probar su valor, su capacidad o su carácter; por habituación o por orgullo de la capacidad o de la profesión militares. Los motivos se explican por la historia del individuo particular y por todos los aspectos de la situación concreta y son muy difíciles de generalizar. Sus complejidades pueden entenderse mediante un análisis de las cartas de los reclutas en el frente, particularmente de los voluntarios alistados en legiones extranjeras que han ido a la guerra sin ninguna de las presiones patrióticas o sociales normales. Escritores y psicólogos han explicado a menudo las sutilezas de estas motivaciones.

La noción de Harold Lasswell de una lucha constante de cada individuo para permanecer o pertenecer a la élite en la pirámide de seguridad, ingresos o deferencia de una comunidad dada es sugerente pero probablemente simplifica excesivamente las complejidades de la motivación humana. Incluso más simples son las afirmaciones de una minoría de psicólogos que relacionan la guerra con un instinto de lucha primitivo. G. W. Crile escribe:

Los soldados dicen que encuentran alivio en cualquier ejercicio físico; pero la felicidad suprema de la falta de memoria está en una orgía de asesinato lúbrico satisfactorio en un combate cuerpo a cuerpo a la bayoneta, cuando se escucha el aliento entrecortado del enemigo y su sangre fluye caliente sobre la mano... En la lucha cuerpo a cuerpo el soldado no ve ni a derecha ni a izquierda. Sus ojos están fijados en un hombre – su hombre. En este encuentro de lujuria satisfecha no se sienten las heridas, todo es estimulante; la herida y la muerte son igualmente indoloras.

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Cuando medité sobre la intensa dedicación del hombre a la guerra en condiciones de frío, lluvia y barro; en ríos, canales y lagos; bajo tierra, en el aire y bajo el agua; infestados de bichos, cubiertos de costras, añadiendo el hedor de su propio cuerpo mugriento al de sus camaradas que se están descomponiendo; melenudos, sucios, embarrados, aunque con un celo incansable esforzándose ansiosamente para matar a sus semejantes; y cuando sentí en mí mismo el impulso místico del sonido del gran cañón, me di cuenta de que la guerra es un estado normal del hombre... El impulso a la guerra... es más fuerte que el miedo a la muerte.

Muchos observadores recalcan la influencia de la estrecha proximidad de sus compañeros sobre la motivación del soldado. Según Fritz Kreisler:

La gran concentración de tantos individuos, con todas las voluntades fundidas en una que avanza, con un esfuerzo gigantesco, hacia un fin común y las consiguientes simplicidad y estilo directo de todo propósito, parecen liberar y trastornar todas las fuerzas primitivas originales almacenadas en el alma humana y tienden a crear la atmósfera indescriptible de exultación que envuelve todas las cosas y a todas las personas como con un manto mágico.

Estudios controlados, diseñados para definir, describir o medir las situaciones, impulsos o motivos para la guerra han utilizado varios tipos de material.

Estudios con monos y niños han revelado las situaciones típicas en que tiene lugar una lucha – rivalidad por la posesión de un objeto apreciado, envidia por la atención de un individuo, frustración de una actividad e intrusión de un extraño en el grupo.

Estudios comparados de luchas de animales y de guerras primitivas y civilizadas han sugerido que los impulsos primitivos de supervivencia y de territorio, de alimento y de actividad, de sexo y sociales y de dominio y de independencia influyen en la guerra y están relacionadas con los motivos políticos, económicos, culturales y religiosos.

Estudios psicoanalíticos y antropológicos han mostrado la influencia de mecanismos psicológicos como identificación, racionalización, represión, desplazamiento, proyección y búsqueda de chivo expiatorio en la transformación de afectos, enfados, ambivalencias y frustraciones humanas naturales en hostilidades entre grupos.

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SEGUNDA PARTE 377 CIRCUNSTANCIAS QUE CONTRIBUYEN A LA GUERRA

Se han realizado estudios psicométricos utilizando cuestionarios y entrevistas cuidadosamente diseñados. Estos estudios han intentado comprobar la relación de las actitudes agresivas con otras características de los individuos. Aunque las muestras en las que se han basado estos estudios no han sido adecuadas, los estudios sugieren que los hombres que se pelearon frecuentemente en la infancia son más favorables a la guerra que los que no lo hicieron, que las personas con educación superior al bachillerato son menos favorables a la guerra, que las personas son favorables a la guerra en función del tiempo de educación militar y de servicio militar que hayan tenido, que las personas con edades comprendidas entre treinta y cinco y cuarenta y cinco años son más favorables a la guerra que las de cualquier otro grupo de edades y que los hombres son más favorables a la guerra que las mujeres.

Los motivos se combinan en formas innumerables para formar personalidades diferentes. Se han hecho esfuerzos para clasificar estas últimas en tipos de personalidad identificados por características físicas, conducta pasada, actitudes predominantes o la historia de su desarrollo. Algunos de estos tipos de personalidad en posiciones de liderazgo están más dispuestos que otros tipos de personalidad a buscar soluciones militares a los problemas. Sin embargo, el recurso utilizado realmente por un líder es normalmente consecuencia de la situación global en la que su personalidad es solo un elemento más.

El tipo político que busca el poder descubriendo las ventajas generales para un grupo se ha distinguido del tipo negociador que intenta conseguir ventajas especiales en una transacción. Se han distinguido los tipos reaccionario, conservador, liberal y radical, así como los agitadores, los teóricos y los administradores. Es más probable que el político que busca unir a su grupo centre las hostilidades en un grupo exterior que el político negociador. Es más probable que los tipos reaccionario y radical alteren el equilibrio de poder que el conservador moderado o el liberal. También es más probable que el agitador valore la política militar o que aumente el conflicto que el teórico o el administrador.

Personas concretas pueden manifestar un solo tipo de personalidad o pueden presentar una combinación de varios tipos. La comprensión de la personalidad no puede ser completa sin el conocimiento de la historia de su desarrollo. Estas historias pueden clasificarse, proporcionando así otra base para tipologías de la personalidad. Se distinguen los tipos compensador de energías y canalizador de energías. Los líderes cuyas energías se derivan del

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impulso constante de un sentimiento de inferioridad física o psíquica frecuentemente lo compensan en exceso mediante la agresividad. Parecen más dispuestos a aceptar la violencia como una solución de problemas que aquellos cuya energía proviene de la fuerza ejercida por habilidades adquiridas, que les inducen a canalizar sus impulsos de dominio o ambición en un esfuerzo eficaz.

Desde el punto de vista de predicción o control a largo plazo es menos importante comprender la conducta que se espera de los distintos tipos de personalidad que las condiciones culturales e institucionales que tienden a llevar al liderazgo a uno u otro tipo de personalidad. Las sociedades dominadas por el industrialismo, por el liberalismo, por el constitucionalismo y por el federalismo han tendido a dar el liderazgo a los tipos canalizador de energía y administrativo mientras que las sociedades dominadas por el feudalismo, por el totalitarismo, por el absolutismo y por el nacionalismo han tendido a aceptar y apoyar a los tipos de personalidad agitador y compensador. La democracia ha estado normalmente asociada con el primer grupo y frecuentemente ha seleccionado gobernantes de los tipos conciliadores, pero el proceso de elección a menudo ha dado ventajas al tipo agitador. Hay poca correlación entre las capacidades útiles para ser elegido y las útiles para dirigir.

Los períodos de crisis y de alta tensión tienden a perpetuarse por la oportunidad favorable que presentan a la aparición de agitadores, mientras los tiempos de tranquilidad, de forma análoga, tienden a perpetuarse aumentando la influencia de los tipos administrativo y conciliador.

2. ACTITUDES CULTURALES

El punto de vista que considera la personalidad individual como el centro de la acción y estudio sociales puede completarse por el punto de vista que acentúa las actitudes como rasgos culturales que pueden estudiarse sin tener en cuenta las personalidades en que aparecen. Los biólogos han puesto un énfasis paralelo en completar el estudio del organismo mediante el estudio de los genes, portadores de los rasgos biológicos.

Desde este punto de vista una personalidad es un complejo de actitudes, cada una con una cierta intensidad y dirección, que inducen a la persona a comportarse de una cierta manera cuando su atención es dirigida a un objeto psicológico dado. La personalidad no es la unidad de investigación. Las propias actitudes son consideradas como entidades que, juntas, constituyen la cultura de la población y, en la medida que son públicamente expresadas con

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considerable homogeneidad sobre temas controvertidos, constituyen su opinión pública.

Las opiniones se han medido mediante los análisis de las respuestas a cuestionarios o entrevistas de una muestra representativa de la población; mediante el análisis de las respuestas a preguntas o entrevistas con expertos que se consideraba que tenían una opinión bien fundada en relación a las actitudes de la población en cuestión; y a través del análisis de “declaraciones de actitudes” aparecidas en periódicos e indicadoras del apoyo o de la oposición a un símbolo dado como, por ejemplo, un tercer país.

Mediante gráficos obtenidos con este último método se han presentado cuatro dimensiones de la opinión: dirección (si la opinión pública está a favor o en contra un símbolo), intensidad (grado a favor o en contra), homogeneidad (distribución de actitudes en un tiempo dado sobre la media) y continuidad (invariabilidad de las actitudes durante un período de tiempo). Estos gráficos han mostrado cambios en la opinión predominante en Estados Unidos hacia Francia, Alemania, China y Japón en diferentes momentos antes de la Segunda Guerra Mundial. Los resultados de estos estudios han mostrado un alto grado de fiabilidad y de validez en el sentido de ajustarse a las expectativas derivadas de un estudio de los hechos históricos. Muestran que la opinión predominante en un país respecto a otro tiende a fluctuar en el tiempo, que tiende a manifestarse mediante hostilidad activa cuando baja de un determinado umbral, que tiende a ser favorable a otras naciones cuando es hostil a una, que tiende a responder a la hostilidad con hostilidad, que tiende a estar interesada en proporción a la intensidad de la opinión y que tiende a ser homogénea cuando es intensa y a dividirse cuando es moderada. Si se elaborasen estos estudios respecto a un número de símbolos, podrían proporcionar pruebas para seguir los cambios en el nivel general de tensión de una población.

Un gráfico que comparaba la opinión de numerosos expertos respecto las actitudes dominantes en un gran número de estados respecto a otros estados durante el período comprendido entre 1937 y 1941 mostraba una tendencia de las opiniones hacia mayores intensidades de amistad o de hostilidad, lo que sugiere que el nivel general de tensión estaba aumentando durante ese período.

El interés de estos estudios no reside solo en sus resultados teóricos sino también en la ayuda que podrían ofrecer a la acción práctica en temas de propaganda y educación. El seguimiento continuo de los cambios en la opinión pública de las principales poblaciones sobre cuestiones políticas y,

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particularmente, sobre cuestiones relativas a otros estados tendría valor para el arte de la política y para el trabajo de cualquier organización mundial dedicada a la regulación de las relaciones internacionales. A menudo estos estudios no mostrarían algo cualitativamente nuevo. Los gobernantes y los periodistas saben aproximadamente como cambia la opinión pública en las regiones importantes respecto a los símbolos importantes. Pero, como en la predicción del tiempo vale la pena conocer con precisión la temperatura, la presión o la velocidad del viento, así en la predicción y control políticos sería extremadamente útil tener trazados con precisión los movimientos de opinión semana a semana y mes a mes.

La opinión o la expresión pública de la actitud reflejan normalmente la actitud real de la persona, porque la gente tiende a decir lo que cree y a creer lo que ha estado diciendo durante mucho tiempo. No obstante, se han hecho esfuerzos para medir directamente las actitudes. Así, se han redactado cuestionarios de forma que el sujeto no sea consciente del objeto psicológico sobre el que se está midiendo su actitud. Estos estudios señalan que las actitudes “reales” pueden diferir de las opiniones expresadas conscientemente y que los controles rígidos de la opinión por el gobierno tienden a acentuar esta situación. Aunque las decisiones del gobierno consideran a la opinión pública sin tener en cuenta su conformidad con las actitudes reales, el comportamiento de la gente en una crisis puede seguir más de cerca sus actitudes.

Estos estudios podrían arrojar luz sobre las actitudes que están tras la agresividad y la influencia de los métodos educativos sobre las mismas. ¿Entran en guerra los estados porque sus líderes están en contra de un enemigo particular o porque quieren la guerra? Existen pruebas de que a veces son de gran importancia las actitudes de este último tipo. Estas actitudes pueden surgir del descontento con una situación existente que induce una violencia irracional, o pueden surgir de la preferencia habitual de tratar los problemas de forma dictatorial más que conciliadora. Circunstancias internas, como una depresión económica o un enfrentamiento entre partidos, y condiciones generales, como la existencia de una guerra exterior o el gran lapso de tiempo desde la última guerra nacional, pueden predisponer a la población a la guerra. El estado concreto seleccionado contra el que se combatirá puede no tener importancia.

Sin embargo, el conflicto puede surgir de actitudes hacia un enemigo particular, quizá en reacción a una ofensa, quizá para eliminar su obstrucción para alcanzar un fin deseado, quizá porque se asume su intención agresiva y quizá porque es concebido como un mal que hay que destruir. El papel de las

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falsas imágenes, hipótesis, estereotipos y disparidades entre actitudes y opiniones es significativo en el conflicto internacional.

3. TIPOS IDEALES DE PERSONALIDAD

Una cultura puede dar preferencia a formas particulares de tratar con las situaciones conflictivas Estas formas pueden clasificarse, desde el punto de vista del individuo, como de cesión, conciliadora, dictatorial o jurídica, según esté dispuesto el individuo a ceder ante aquellos que se oponen a él, a observar una regla sobreentendida o a llegar a acuerdos, a dominar a los oponentes o a someterse a la decisión o exigencias del grupo. Desde el punto de vista del grupo, estas formas implican, respectivamente, el distanciamiento de las controversias de los miembros del grupo, la regulación pasiva de las mismas, la incapacidad para participar en esas controversias o la intervención activa en ellas.

Este último método somete a una gran tensión a la sociedad, que está obligada continuamente a resolver sus propios conflictos internos. La primera forma somete a una gran tensión al individuo que cede, que está obligado constantemente a comprobar las expresiones naturales de su personalidad. Una forma pasa el problema de ambivalencia al grupo; la otra la deja en el individuo. Una puede conducir a una revolución del grupo; la otra a la locura personal. Los psicoanalistas hacen hincapié en el peligro de reprimir excesivamente las predisposiciones agresivas. Los grupos compuestos de personas pasivas son raros; y los grupos que intentan resolver los conflictos internos mediante la intervención activa encuentran necesario frecuentemente provocar una guerra exterior para impedir una revolución interior. La intervención del grupo basada en el concepto de planificación y administración del grupo difiere de la del derecho consuetudinario y de la del arbitraje en grado. Supone que los hombres están dispuestos a afirmar su voluntad a menos que sean obligados a ceder, mientras que el derecho consuetudinario supone que los hombres están dispuestos a observar las leyes o a aceptar un arbitraje en la mayoría de los casos.

Una cultura concreta puede acentuar las actitudes favorables a uno u otro de estos procedimientos de tratar las situaciones conflictivas. Aunque la opinión pública en un grupo puede ser modificada rápidamente mediante la propaganda dirigida a inculcar ideales de grupo y utopías, las actitudes personales parecen estar influidas principalmente por los tipos ideales de personalidad (superego) que el individuo ha adquirido en los primeros contactos familiares, religiosos y

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educativos. Las culturas difieren en agresividad según hayan idealizado la no resistencia (pasividad), la racionalidad, la agresividad o la autoridad.

a) No resistencia (Pasividad).-

Ejemplificada en el Sermón de la Montaña de Jesús y en ciertos escritos budistas e hinduistas, fue aceptada por los primitivos cristianos, los cuáqueros, los menonitas, y los seguidores de Tolstoi y de Gandhi. Sin embargo, su credo de renunciación no ha sido aceptado por la mayoría de la humanidad. Seguir completamente el ideal de no resistencia implica una renuncia a todas las ambiciones materiales de la vida, como recomienda el budismo, exactamente lo contrario del credo nietzscheano del superhombre.

b) Racionalidad.-

Una proporción mucho mayor de la raza humana ha reconocido la necesidad del derecho consuetudinario y ha aceptado el ideal del hombre racional, quién voluntariamente modera su oposición a las exigencias de las leyes inevitables, que está ejemplificado en las filosofías racionalistas de Locke, Hume, Kant y Bentham, o el ideal del hombre económico, asumido por Ricardo y otros economistas clásicos. Se considera que el interés propio conducirá a los hombres a respetar los contratos y las leyes, si esas leyes no van más allá de la constitución del estado liberal. El interés propio, se preveía de forma optimista, conduciría a gobiernos que cumplirían los tratados y el derecho internacional.

c) Agresividad.-

En tiempos de cambio social rápido es difícil para el derecho mantener el suficiente control de las actividades agresivas de los individuos o grupos que perciben primero las oportunidades que ofrecen las condiciones cambiantes. De esta forma, se han producido a veces situaciones de anarquía. Dirigentes radicales de las masas oprimidas han preconizado la lucha, sin limitación de medios, que ha sido practicada por empresarios reaccionarios que no desean que se pongan limitaciones a sus oportunidades de aumentar sus ganancias. Sin embargo, las masas humanas no han aprobado durante un tiempo prolongado filosofías de violencia individual, de clase o internacional, como las expresadas por Clausewitz, Proudhon, Nietzsche, Bakunin y Sorel. Aunque filósofos militaristas, nacionalistas y sociales neodarwinistas a veces han percibido una continua necesidad de lucha violenta, los filósofos más radicales de la violencia, incluyendo a Marx, Lenin y Trotsky, han considerado la violencia y

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el conflicto desenfrenado como recursos temporales, justificados únicamente como un medio necesario para anunciar un nuevo orden de paz.

d) Autoridad.-

Para planificar y controlar la conducta de los súbditos leales, es la situación ideal para la autocracia, el nacionalismo, el fascismo y el comunismo. En esta filosofía la persona sola no es nada; el grupo, el estado lo es todo. Esta filosofía, al concentrar toda la autoridad en el estado como único objeto de la lealtad individual, ha sido de poco valor para la propaganda a favor de la paz internacional, excepto para los que creen que la conquista y dominio del mundo son los caminos para la paz. En tiempo de crisis es difícil cambiar la lealtad a la nación a una lealtad más elevada a la comunidad mundial. La tarea es especialmente difícil debido a la tendencia para que el ideal nietzscheano del superhombre más allá del bien y del mal sea aceptado por el gobernante del estado altamente organizado.

Se tienen que considerar numerosos factores – geográficos, económicos e históricos – al justificar el futuro de un grupo particular, pero, en general, el ideal de personalidad humana ocupa un amplio lugar. Probablemente el ideal del hombre racional en el estado liberal es el que ha adaptado mejor la naturaleza humana a la paz continua. Este ideal ha sido ejemplificado en número pequeño de pueblos primitivos como los indios yurock de California, cuya cultura combina el individualismo económico con un carácter pacífico notable. Era característico de los chinos en gran parte de su historia y de los períodos de la Pax Romana y de la Pax Britannica, que fueron testigos del florecimiento de los dos sistemas legales más ampliamente aceptados en el mundo contemporáneo. La educación dirigida hacia este ideal puede crear actitudes que podrían ser invocadas en tiempos de crisis para prevenir la guerra. En la práctica, la no resistencia somete a la naturaleza humana a un esfuerzo demasiado grande y la completa lealtad al grupo somete al grupo a una tensión demasiado grande y no es remedio para la guerra entre grupos.

El ideal racional, sin embargo, no es atractivo para una raza humana que solo es parcialmente racional. El ideal del hombre económico o del hombre racional parece pálido al lado de un Gandhi ayunando, de una Brigada Ligera leal hasta la muerte, o de un héroe fáustico en lucha titánica contra el mundo. Un mundo tranquilo “enfermo con la pálida apariencia del pensamiento” no es generalmente atractivo. Sin embargo, el mantenimiento de una paz continua puede depender de la aceptación por las masas humanas del ideal del hombre

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razonable – el hombre guiado no por la ambición absoluta, ni por la lealtad absoluta, ni, incluso, por el ascetismo absoluto, sino preparado para usar su razón para mantener las condiciones del mundo en que su tipo, que prefiere la razón a la violencia, pueda dominar.

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TERCERA PARTE

LA PREDICCIÓN DE LA GUERRA

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CAPÍTULO XIX

ANÁLISIS DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Cada punto de vista respecto a la guerra falsea, en cierta medida, la realidad. Los esfuerzos para predecir o controlar la guerra deben estimar el peso relativo que hay que dar a cada punto de vista y a los numerosos factores causales.

La predicción práctica del momento y del lugar de la próxima guerra es un proceso que implica la interpretación de la situación existente en términos de un análisis determinado, la crítica de las hipótesis de ese análisis mediante la comparación de los resultados de esa interpretación con los hechos que se están desarrollando, la modificación del análisis y la reinterpretación de la situación en función de esta crítica, la crítica del nuevo análisis, y así sucesivamente. La interpretación de los hechos mediante el análisis y la modificación del análisis por los hechos pueden seguir al infinito, aproximándose gradualmente a la verdad, a medida que se acerca el estallido de la guerra. Los gobernantes hacen historia mediante este proceso – la iniciación de la guerra puede ser una profecía autocumplida, que se realiza por su enunciación – pero, en vista del continuo desarrollo de nuevos factores, el análisis correcto nunca ha sido capaz de adelantarse mucho a los hechos.

¿Es posible desarrollar un análisis más adecuado que los del pasado para tratar de la guerra en nuestra época? Un análisis de este tipo debería relacionar, en una fórmula única, los factores acentuados por cada uno de los puntos de vista sobre la guerra. Los factores inherentes en un período dado de la historia pueden ser denominados distancias entre estados y los factores que dependen de las decisiones de los actores pueden ser denominados políticas. Se puede suponer, como primera aproximación, que la probabilidad de una guerra es función de las distancias entre los estados y de las políticas que persiguen. No es probable que Afganistán entre en guerra con Bolivia porque los contactos entre ellos son demasiado pequeños. No es probable que Estados Unidos entre en guerra con Canadá porque las políticas de ambos estados son muy amistosas.

Las distancias entre estados en sus distintos aspectos, objetivos y subjetivos, varían con los cambios en la situación del mundo, especialmente respecto a la

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tecnología, el derecho, la opinión y la situación de poder de los estados. Las políticas de un estado, si son racionales, tratan de utilizar los procedimientos y técnicas disponibles para conseguir los valores y los objetivos al menor coste respecto a la situación a que se enfrenta el estado.

1. ASPECTOS DE LAS DISTANCIAS ENTRE ESTADOS

Se pueden distinguir ocho aspectos de las distancia entre estados: la distancia tecnológica (T), que disminuye con la comunicación y el transporte crecientes, tendiendo a largo plazo a un comercio y comprensión mayores. La distancia estratégica (St) que disminuye con la creciente vulnerabilidad de los estados a los ataques o con la creciente capacidad para atacar de uno u otro estado, conduciendo al miedo o a la ambición. Las distancias intelectual (I) y legal (L) son de carácter menos material. La distancia intelectual disminuye con la creciente semejanza de los procesos racionales, facilitando la comprensión por cada nación de las otras y la negociación de los desacuerdos. La distancia legal disminuye con la creciente semejanza de las normas de justicia en la legislación de los dos estados y con el creciente reconocimiento por cada estado de que el otro estado tiene el mismo estatuto ante el derecho internacional. Las distancias social (S) y política (P) implican la valoración de actitudes y opiniones. Disminuyen, respectivamente, con la creciente aceptación por las poblaciones y los gobiernos de ambos estados de instituciones y valores sociales y políticos iguales o similares. Las distancias psíquicas (Ps) y de expectativas (E) también se refieren a actitudes y opiniones y disminuyen respectivamente con la creciente simpatía y las menores expectativas de guerra de las poblaciones y de los gobiernos de ambos estados.

Aunque ninguno de estos aspectos de las distancias (los factores inherentes) entre estados puede medirse de forma precisa, se pueden hacer mediciones aproximadas mediante el empleo de estadísticas de comunicaciones, viajes y comercio; análisis de gastos y preparativos militares; medidas de opiniones y actitudes; comparación de instituciones y sistemas judiciales; y valoraciones por expertos.

Las distancias entre grandes potencias tienden a ser las mismas vistas desde cada estado, pero esto no es necesariamente cierto entre estados que se diferencian en poder y cultura. A puede ser más vulnerable a un ataque de B que B lo es de A. A puede reconocer a B como igual desde un punto de vista legal, pero B puede considerar que A tiene un estatuto inferior. A puede esperar que B le ataque, pero B puede no tener tal temor respecto A.

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TERCERA PARTE 389 LA PREDICCIÓN DE LA GUERRA

2. POLÍTICAS Y DISTANCIAS

Si se considera como un todo la familia de naciones, es evidente que, como media, las distancias tecnológica e intelectual entre estados han estado disminuyendo durante el período moderno, mientras que esto no es tan claramente cierto de las distancias psíquica y social. Sin embargo, hay grandes variaciones entre pares de estados en relación a cada una de estas distancias. La relación de dos estados entre sí puede describirse, por un lado, como una función de las distancias entre ellos, del ritmo de cambio de estas distancias y del grado de reciprocidad en los contactos y opiniones responsables de las distancias y, por otro, como una función de las políticas (a) de cada uno de los estados respecto al otro y (b) de terceros estados respecto a ambos estados.

a) Políticas de estados enfrentados.-

Las políticas y las distancias están claramente relacionadas. Estados con una gran diferencia tecnológica tienen poco interés entre ellos y no es probable que tengan alguna política respecto al otro. Los estados que están en buenos términos tendrán políticas muy diferentes entre ellos que aquellos que son hostiles. Por otro lado, la política puede influir en la distancia. Una política de cooperación tiende a fomentar el comercio y a crear simpatía, y una política de agresión a lo contrario. La relación de políticas con distancias puede considerarse como causa y como efecto. Los actos amistosos probablemente serán correspondidos y se tomarán represalias por los actos hostiles.

La política de un estado cuando está en desacuerdo con otro puede ser buscar una solución mediante (1) el aplazamiento, con la esperanza de que las condiciones puedan ser más favorables en el futuro; (2) la negociación, con la esperanza de que se pueda alcanzar un compromiso o un acuerdo satisfactorios; (3) el arbitraje, con la esperanza de que por una aplicación imparcial de la ley y de unas normas aceptadas pueda conseguir sus fines; o (4) la imposición o el mandato, con la confianza de que con una postura fuerte, quizá utilizando amenazas o incluso la violencia, pueda resolver permanentemente la disputa de acuerdo con sus deseos.

Probablemente se utilizarán tácticas o negociaciones dilatorias si los estados están muy separados tecnológicamente, como lo han estado los estados orientales y occidentales hasta tiempos recientes, pero, si las relaciones estratégicas no son recíprocas, es probable que se utilice la imposición. La negociación promete tener éxito en proporción a la proximidad intelectual,

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legal y psíquica de las partes. Es probable que el arbitraje o la imposición sean utilizados solamente si las distancias tecnológica y estratégica son pequeñas, y el arbitraje solamente si las distancias psíquica y legal también son pequeñas.

Por lo tanto, en general, cuando la distancia tecnológica disminuye es probable que haya un movimiento desde un predominio relativo de métodos de dilación a un predominio relativo de métodos de negociación, imposición y, finalmente, de arbitraje. Cuando las distancias psíquicas disminuyen, tenderá a haber un movimiento desde un predominio de métodos de imposición a un predominio de métodos de dilación, negociación y, finalmente, arbitraje. Estas relaciones, sin embargo, serán afectadas por los ritmos de cambio y las condiciones de reciprocidad. La imposición es probable que sea empleada si la distancia tecnológica está disminuyendo más rápidamente que la distancia psíquica, y el arbitraje será empleado si es cierto lo contrario.

b) Políticas de terceros estados.-

Las políticas de terceros estados enfrentados por una disputa violenta pueden clasificarse como de neutralidad aislacionista, preparación prudente, equilibrio de poder y seguridad colectiva. Los neutrales aislacionistas se alejan del conflicto como una bandada de aves atacadas por un halcón. Los preparadores prudentes aplacan al agresor poderoso para desviar su atención o para beneficiarse de sus conquistas, como el chacal siguiendo al león. Los equilibristas del poder ayudan espontáneamente al más débil como una manada de monos ayudando a uno de sus miembros en peligro. Los partidarios de la seguridad colectiva colaboran en un plan preparado de antemano contra la agresión, como se impone la ley en las sociedades humanas. La efectividad de cualquiera de estas políticas para un estado concreto depende de muchas circunstancias, de las que son importantes su distancia a los beligerantes y las políticas seguidas por otros estados.

La política que probablemente será seguida en el grupo de estados como conjunto parece depender principalmente de las distancias medias entre estados en el grupo. Las políticas seguidas tienden a cambiar esas distancias. Cuando las distancias tecnológicas disminuyen, tenderá a haber un cambio de la confianza en el aislacionismo a políticas de equilibrio de poder y, finalmente, cuando los estados se vuelven tecnológicamente muy interdependientes a políticas de apaciguamiento o de seguridad colectiva. Si las distancias psíquicas son grandes, será preferible el apaciguamiento. Si hay una confianza mutua pequeña puede ser suficiente permitir políticas de seguridad colectiva.

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TERCERA PARTE 391 LA PREDICCIÓN DE LA GUERRA

En una comunidad de colonos compuesta por egoístas con una baja solidaridad psíquica, como los aventureros arrastrados por la fiebre del oro de California de 1849, cada uno busca la seguridad a través de sus propias armas y los espectadores se dispersan cuando hay a la vista un duelo a tiros. Cuando las relaciones económicas aumentan, esa fase da paso a una era de vigilantes en la que todos se unen de forma ad hoc contra las personas peligrosas. Esta fase puede ser seguida por un régimen feudal en el que los débiles se unen a los más grandes, sacrificando su libertad por protección. Sin embargo, si se desarrolla un sentido general de comunidad, puede establecerse un régimen de derecho y de orden en el que la comunidad como un todo suprime el bandolerismo. Cuando aumenta la interdependencia tecnológica, si el sentido de solidaridad social no aumenta proporcionalmente, puede ganar apoyo la campaña por un cambio social radical. Si se desarrolla la creencia en el éxito de los partidarios del cambio social radical, un número creciente de personas puede unirse a la corriente revolucionaria y se puede establecer un nuevo orden. La revolución, sin embargo, puede destruir tanto el orden social que las distancias tecnológicas aumenten y se vuelva a una condición de anarquía, comenzando un nuevo ciclo.

Según Víctor A. Belaúnde, Latinoamérica ha pasado a través de fases similares. Después del período colonial, caracterizado por el aislamiento y la diferenciación nacionalista, los estados independientes trataron de desarrollar relaciones, primero, de convivencia o coexistencia y, luego, de “cooperación económica y cultural”. Los líderes espirituales esperaban la formación final de “un organismo permanente internacional”. Este fue desarrollado parcialmente en la Organización de Estados Americanos, pero ha sido amenazada en los años 1960 por los movimientos revolucionarios dirigidos por Cuba.

El desarrollo de la comunidad de naciones en el período moderno ha sido similar, desde los príncipes guerreros aislados del Renacimiento, a través del equilibrio de poder en los siglos XVII y XVIII, al movimiento de acuerdo y de seguridad colectiva que culminó en la Sociedad de Naciones. Con distancias psíquicas crecientes y distancias tecnológicas decrecientes, los movimientos de agitación y rebelión se iniciaron por ciertas potencias insatisfechas y hubo una tendencia de otros países a seguir la corriente cuando la rebelión de los países Eje obtuvo éxitos antes de la Segunda Guerra Mundial. La tendencia a la organización de seguridad colectiva continuó, sin embargo, con Naciones Unidas a pesar de la reanudación del equilibrio de poder durante la “guerra fría”.

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Anarquía y aislacionismo, una colaboración ad hoc para mantener el equilibrio de poder, una organización política a base de un modelo despótico o democrático y una campaña revolucionaria propugnando un nuevo liderazgo – estas fases parecen marcar la tendencia política normal cuando las distancias tecnológicas disminuyen entre los grupos de individuos o de naciones. La tendencia puede volver a ser cíclica porque la revolución puede ensanchar las distancias tecnológicas y reintroducir la anarquía.

Si las distancias psíquicas disminuyen más rápidamente que las distancias tecnológicas, el ciclo puede detenerse indefinidamente y una organización política puede mantener indefinidamente el orden social. Es el desfase de la distancia psíquica respecto a la tecnológica lo que provoca que la agresión se generalice en revolución y anarquía.

3. ANÁLISIS Y PREDICCIÓN

Es posible el análisis de los factores relevantes para la guerra y sus relaciones, pero ese análisis no permite una predicción precisa. Las distancias y sus ritmos de cambio se miden de forma imperfecta y las acciones de los estados dependen principalmente de sus políticas, que pueden cambiar rápidamente, más que de sus distancias. Se puede facilitar la predicción a largo plazo de la política de un estado por el estudio de las tendencias de los cambios de sus distancias en relación con otros estados, de los cambios en las condiciones de la comunidad de naciones, de los cambios en los procedimientos y técnicas de acuerdo pacífico y en la estrategia militar disponibles para el estado y de los cambios en su ideología y objetivos, pero la interpretación de una situación concreta por el líder político y su coordinación de medios y fines está tan afectada por sus rasgos de personalidad, por la información imperfecta, por las imágenes estereotipadas y por las opiniones nacionales volubles, que introducen a menudo factores irracionales, que una predicción tendría un margen de error extraordinariamente grande. No obstante, se han hecho intentos para determinar la probabilidad de guerras en el futuro como se indica en el próximo capítulo.

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CAPÍTULO XX

LA PROBABILIDAD DE UNA GUERRA

La frase “probabilidad de una guerra” puede referirse a la probabilidad de que en un tiempo dado (1) un estado concreto estará implicado en una guerra, (2) un par determinado de estados estarán en guerra entre sí, (3) cualquier estado o un estado en una región determinada estará implicado en una guerra, o (4) estallará una guerra general que implique a todos o a la mayoría de los estados. En este capítulo se tratará, en general, solo de los dos primeros tipos de estas probabilidades, aunque se hará alguna referencia al último. El tercer tipo de probabilidad es tan vago que no se puede discutir sobre él de forma inteligente a menos que se definan con mucha precisión los términos “estado” y “guerra”. Con definiciones amplias podría decirse que, desde 1920 a 1963, ha habido al menos en el mundo una guerra cada año. Por otro lado, con una definición muy restringida, solo ha habido una guerra durante el mismo período. El sentido común sugiere que ha habido veinte guerras durante ese período. La pregunta más precisa, si se centra la atención en las grandes potencias, está relacionada con la segunda probabilidad. Normalmente está claro lo que se quiere decir por guerra entre un determinado par de grandes potencias.

La probabilidad de que un hecho posible suceda en el futuro aumenta a medida que el tiempo considerado aumenta. Para tener sentido, la probabilidad de predicción debe limitarse a un período dado de tiempo marcado por dos fechas futuras o por el presente y una fecha futura.

Las relaciones de amistad y enemistad entre estados parecen estar estrechamente relacionadas con las probabilidades de paz o de guerra, pero estas relaciones fluctúan enormemente en cortos períodos de tiempo y muestran poca relación con los factores más estables de las relaciones internacionales como la geografía, el comercio, la tecnología avanzada y la población, incluidos en el concepto “distancia tecnológica”.

Ya que la guerra se deriva de opiniones y políticas no relacionadas con procesos, modelos o series temporales que pueden proyectarse con fiabilidad en el futuro, no es posible una predicción a largo plazo de la guerra. Bismarck dudaba de la utilidad de intentar predecir la política internacional para un período de tiempo superior a tres años.

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Las predicciones pueden basarse en una proyección general del presente, con todas sus complicaciones, en unos pocos meses o años en el futuro. Las predicciones también pueden basarse en una abstracción de los elementos de la historia que se considera que se mantendrán constantes a través de siglos o milenios. Entre estos dos tipos de predicción se encuentran los basados en análisis que distinguen los grados de estabilidad de los factores que constituyen las relaciones internacionales en una década o en una generación. El último tipo de predicción, que refleja la perspectiva normal de las ciencias sociales, solo puede basarse en una síntesis de los datos y análisis apropiados a los otros dos tipos de predicción, y su fiabilidad puede aumentar poco sobre la de sus fuentes.

Si tenemos en cuenta el amplio margen de error en las predicciones a corto, a medio y a largo plazo respecto a la guerra, se pueden considerar cuatro métodos para estimar su probabilidad: (1) análisis de las opiniones de expertos, (2) extrapolación de las tendencias de ciertos índices, (3) comprobación de la periodicidad de las crisis, y (4) análisis de las relaciones de las distancias entre los estados.

1. OPINIONES DE LOS EXPERTOS

En enero de 1937, se distribuyó, en relación con este Estudio de la guerra, un formulario de trabajo a doscientas veinte personas seleccionadas por su conocimiento de temas internacionales. Se les pidió que puntuasen de 0 a 10 la probabilidad de guerra (en los siguientes diez años) de ochenta y ocho pares de estados. Ochenta y dos expertos completaron el formulario y los valores de la escala para cada par de estados se calcularon en un rango de 0 a 1. Los resultados fueron confirmados por la historia posterior.

En los seis meses posteriores a enero de 1937, la guerra (definida por los expertos como “operaciones militares en gran escala diseñadas para obligar a someterse a un gobierno adversario”) estalló entre Japón y China (puntuado como el par de países con probabilidad de guerra más elevada, 0,94). Rusia y Japón (0,89) desarrollaron enfrentamientos fronterizos en una escala bastante elevada, particularmente en agosto de 1938 (incidente de Chang Ku-feng), y de mayo a agosto de 1939.

Alemania-Rusia (0,87), Alemania-Checoslovaquia (0,81) y Alemania-Francia (0,78) tuvieron serias crisis en septiembre de 1938; Alemania ocupó

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partes de Checoslovaquia en octubre de 1938 y en marzo de 1939; y la guerra con Francia comenzó en septiembre de 1939.

El siguiente par en la escala fue Alemania-Reino Unido (0,66). Esta puntuación relativamente baja podría interpretarse como que predecía los esfuerzos de Inglaterra para el “apaciguamiento” en 1938, que, sin embargo, fracasaron y la guerra comenzó en septiembre de 1939.

Alemania-Polonia, Alemania-Bélgica y Hungría-Checoslovaquia fueron los siguientes (0,64). Durante los dos años siguientes al de realización de la encuesta, estallaron hostilidades o se produjo una crisis importante entre los estados incluidos en los catorce pares de países de puntuación más elevada (todas por encima de 0,60), con la excepción de Italia-Yugoslavia (0,65), Hungría-Yugoslavia (0,63), Hungría-Rumania (0,62) y Unión Soviética-Polonia (0,60), y dos años más tarde los estados incluidos en estos pares habían estado implicados en hostilidades entre ellos.

En los cinco años siguientes se produjeron el cien por cien de las guerras predichas con una probabilidad superior a 0,60, si se cuentan como guerras los enfrentamientos fronterizos importantes; durante ese período se produjeron el 58% de las guerras predichas con una probabilidad de 0,50 a 0,60; el 50% de las predichas con una probabilidad de 0,40 a 0,50; y solo se produjeron el 18% de las guerras a las que se asignó una probabilidad de 0,30 a 0,40. Si los choques fronterizos ruso-japoneses de 1938 y 1939 se consideran como guerras, todas las guerras en que participaron las grandes potencias que se produjeron durante este período de cinco años (enero 1937 a enero 1942) comenzaron aproximadamente en el orden de las probabilidades predichas, con la excepción de Alemania-Unión Soviética, que se produjo dos años más tarde de lo esperado, presumiblemente por el pacto germano-soviético de agosto de 1939. La coherencia interna de estos juicios fue relativamente alta.

Este estudio trató de la probabilidad de guerras entre pares de estados determinados, incluyendo todas las combinaciones de las grandes potencias. De estos datos se estimó la probabilidad de que cada una de las grandes potencias entrase en guerra durante este período. El orden de esta probabilidad para los catorce estados con puntuaciones más elevadas en enero de 1937 fue: Alemania (0,999), la Unión Soviética (0,994), Japón (0,993), Hungría (0,95), China (0,94), Checoslovaquia (0,93), Yugoslavia (0,87), Polonia (0,86), Francia (0,78), Gran Bretaña (0,66), Italia (0,65), Bélgica (0,65), Rumanía (0,62), y Lituania (0,60). En el caso de Estados Unidos se estimó que las

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guerras más probables serían contra Japón (0,56), contra Alemania (0,46) y contra Italia (0,38). Estos resultados se corresponden estrechamente con el orden real en que los estados entraron en guerra en los siguientes cuatro años, aunque Yugoslavia estaba en la lista en una posición demasiado elevada y Polonia en una demasiado baja. Holanda, Dinamarca y Noruega no aparecieron en la lista.

Las instrucciones dadas a los expertos exigían una estimación de la probabilidad de que un par de estados entrasen en guerra entre sí en cualquier circunstancia. Por lo tanto, a los expertos se les pidió considerar no solo la relación de los miembros de cada par entre sí sino también la relación de cada miembro del par con otros estados que podrían participar en una guerra mundial. La influencia de la orientación general de la política de un estado es, sin duda, un factor importante para estimar la probabilidad de que un estado se vea implicado en una guerra. Esta influencia es especialmente importante en el período moderno debido a la tendencia a extenderse de las guerras y la tendencia de todas las potencias a polarizarse alrededor de uno u otro bando en una guerra entre dos grandes potencias. Nada en las relaciones entre Alemania y Cuba en 1915 habría sugerido la probabilidad de que podría producirse una guerra entre ambos países; no obstante, a los dos años estuvieron en guerra, en gran parte a causa de las relaciones de Cuba con Estados Unidos y de Estados Unidos con Alemania.

Este estudio de Frank Klingberg estaba basado en una estimación de la probabilidad de guerra para cada par de estados, pero podría hacerse un estudio utilizando métodos psicométricos, pidiendo a los expertos que estimasen la probabilidad relativa de guerra entre los distintos pares de estados. En estudios posteriores se pidió a expertos que valorasen pares de estados de acuerdo a su amistad o enemistad relativa. Esto proporcionaría un índice de la distancia psíquica entre estados, que está estrechamente relacionada con su expectativa de guerra y su probabilidad de guerra pero es un concepto menos complicado y más fácil de valorar. Una comparación de los resultados de estas valoraciones, hechas en cinco intervalos de 1937 a 1941 entre todos los pares de las grandes potencias, mostró fluctuaciones considerables y una tendencia general a que las enemistades y amistades aumentasen en intensidad cuando se agravaban las crisis.

Estos estudios sugieren que pueden obtenerse resultados predictivos de algún valor para los próximos años mediante un análisis de las opiniones de expertos sobre temas relacionados con la probabilidad de guerra. Un número

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moderado de expertos cualificados parecería adecuado para obtener resultar útiles.

2. TENDENCIAS DE LOS ÍNDICES

Se han considerado varios tipos de hechos observables para mostrar una tendencia hacia la guerra. Estos hechos incluyen incidentes iniciados por personas privadas o funcionarios que suponen violencia o desprecio contra súbditos, funcionarios o símbolos de otro estado; correspondencia diplomática y declaraciones oficiales públicas de tono desfavorable u hostil; declaraciones políticas, firma de tratados y promulgación de legislación contraria a los intereses políticos o el prestigio de otro estado; movilizaciones de fuerzas y movimientos de buques de guerra a posiciones estratégicamente importantes; acciones legislativas y de otros tipos reduciendo el comercio con otro estado; aumento en los presupuestos militares y desarrollo de programas de preparación militar; y expresiones violentas en la prensa y otros medios de opinión pública respecto a otros estados. Estos tipos de acción han sido tratados de forma descriptiva por historiadores y periodistas y de forma analítica por juristas. Sin duda proporcionan una base muy importante sobre la que los gobernantes calculan las probabilidades de guerra. Los tres últimos tipos de actividad relacionados con el comercio, el armamento y la opinión son más susceptibles de tratamiento cuantitativo que los otros y han proporcionado la base para numerosas discusiones sobre armamento y desarme económico, militar y moral.

Las estadísticas comerciales y los presupuestos de armamento de los estados modernos son normalmente verificables. Represalias comerciales y carreras de armamento han precedido a menudo a la guerra. L. F. Richardson desarrolló una elaborada teoría de política internacional mediante un análisis de la influencia de los presupuestos militares crecientes (preparación positiva para la guerra) y del comercio creciente (preparación negativa de la guerra) en las relaciones entre estados. Aunque alguna de sus hipótesis podría ser cuestionada, sus conclusiones apoyan la observación frecuente de que las consecuencias finales de una política exterior, a causa de la tendencia de otras naciones a tomar represalias o a corresponder con las mismas medidas, pueden ser las opuestas a las intentadas.

Antes de que pueda controlarse una situación, debe ser comprendida. Si maniobras con un barco con la teoría de que debe ir hacia el lado al que se mueve la caña del timón, el barco parecerá ingobernable. “Si amenazamos – dice el

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militarista – ellos se comportarán dócilmente”. Realmente ellos se ponen furiosos y amenazan con represalias. El militarista ha movido la caña del timón en la dirección errónea. O, para expresarlo matemáticamente, ha confundido el signo del coeficiente de defensa.

Esto es exagerado. Ha habido circunstancias en las que la preparación militar aumentó la seguridad y ha habido también circunstancias en las que un aumento del comercio disminuyó la seguridad. En otras palabras, el coeficiente de defensa puede ser positivo o negativo y los gobernantes tendrán que tener en cuenta numerosas circunstancias al juzgar cuál es en un momento dado. La preparación de Reino Unido habría contribuido probablemente más a la paz que lo hizo el apaciguamiento ante Hitler en los años 1930. Los gobernantes deben considerar, sin embargo, el peligro de las carreras de armamento y la influencia favorable de los aumentos del comercio recíproco recalcados por Richardson, como fue señalado un siglo antes por Richard Cobden y, más recientemente, por el secretario de Estado Cordell Hull. Deberían evitar también las comparaciones superficiales, tales como las que se han hecho por gobernantes occidentales entre los períodos de Hitler y de Jruschef, sin considerar las grandes diferencias en relación con la tecnología militar, las posiciones de poder, las ideologías, las opiniones y las personalidades entre estos períodos. Sin embargo, la aplicación de las ecuaciones de Richardson a las estadísticas de armamento y comercio en el período anterior a la Primera Guerra Mundial realmente produjo resultados significativos.

Una clasificación y análisis de los “informes de actitudes” publicados en los periódicos puede dar una indicación de los cambios en dirección, intensidad y homogeneidad de la opinión pública de una nación hacia otra en un período de tiempo. La precisión de este índice depende del grado en que se seleccionen los periódicos que reflejan o moldean la opinión pública. Se hicieron estos estudios de opinión en Estados Unidos respecto a Francia, Alemania, Japón y China y de China respecto a Japón en los años 1930. Estos estudios sugirieron que las opiniones públicas, al igual que los programas de fabricación de armamentos, tienden a ser correspondidos y que, cuando pasan de un cierto umbral, es probable que se produzcan hostilidades abiertas. También sugieren que la opinión pública puede variar mucho en un período de tiempo breve. De esta forma, es arriesgado extrapolar tendencias de la opinión pública para un período de tiempo. No obstante, un seguimiento continuo de las características cambiantes de las opiniones manifestadas por la prensa de cada una de las grandes potencias hacia las otras, puestas en paralelo con una cronología de

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hechos, mostraría una valiosa evidencia en relación con la importancia política de hechos e incidentes.

Estos índices podrían proporcionar una base mejor para previsiones a corto plazo de crisis políticas y de hostilidades que la proporcionada por cualquier índice disponible actualmente. Sin duda, las opiniones proporcionan un índice más refinado de las relaciones internacionales que el que proporcionan los presupuestos de armamento o las estadísticas comerciales. La preparación, el análisis y el uso más completo de estos índices por los Ministerios de Asuntos Exteriores y por las organizaciones internacionales podrían ser de importancia para fines de control incluso más que para fines de predicción. Estos índices, si están actualizados y son completos, deberían tener un valor para los gobernantes similar a los de los mapas meteorológicos para los granjeros o los índices económicos para los empresarios.

Estos índices podrían emplearse no solo para estudiar la probabilidad de una guerra entre pares concretos de estados sino también para comprobar los cambios en el nivel de tensión general en un estado o en todo el mundo. Podrían cuantificar afirmaciones, hechas a menudo por los gobernantes y periodistas en tiempos de crisis, como “las tensiones están aumentando en Europa” o “durante los pasados últimos días la crisis se ha reducido sustancialmente”. Una medida más precisa de tales cambios sería de gran valor para predecir una guerra.

3. PERIODICIDAD DE LAS CRISIS

Los intentos para descubrir una periodicidad exacta de las fluctuaciones económicas no han sido acompañados de un éxito completo y la determinación de ciclos políticos suficientemente exactos para servir como predicción es una tarea incluso menos esperanzadora. Nadie puede dudar de qué se producen importantes fluctuaciones políticas, aunque muchos dirían que son completamente irregulares e impredecibles.

Se ha observado una cierta periodicidad en la frecuencia e intensidad de la guerra en determinados estados y en determinados sistemas de estados, pero estas fluctuaciones no han sido suficientemente regulares para permitir la predicción con alguna exactitud. Hay una falta de datos sobre la periodicidad de las relaciones tensas entre estados. Con estos datos y con datos que indiquen la gravedad de las crisis sucesivas podría elaborarse un modelo permanente. La probabilidad de guerra entre dos estados en un período de tiempo es una

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función del número de crisis y de la probabilidad de evitar la guerra en cada crisis.

Se ha sugerido que existe un ciclo político breve de cuatro o cinco años, por la duración normal del gobierno en la mayoría de los países y la duración media de una guerra entre grandes potencias. También se ha sugerido un ciclo político más largo, de cuarenta a sesenta años, por el predominio medio de un partido político en países democráticos y por la periodicidad de las guerras mundiales en épocas dominadas por una economía en expansión y un sistema de equilibrio de poder. La tendencia a aplazar una nueva guerra hasta que haya habido tiempo para recuperarse económicamente de la última, unida a la resistencia decreciente a una nueva guerra cuando se desvanece la memoria social de la última guerra con el paso de una generación, puede influir en esta tendencia a la periodicidad.

Incluso se han detectado períodos más largos de dos o tres siglos, que marcan las fases en el desarrollo de una civilización, y períodos de mil a mil quinientos años, que señalan la vida de una civilización. La evidencia histórica para una periodicidad de este tipo no es adecuada.

Los factores responsables de las fluctuaciones políticas no han sido suficientemente analizados para permitir una predicción, pero una comprensión de su desarrollo normal y de las condiciones probables para aumentar su amplitud puede ayudar a desarrollar controles políticos. Los tipos de estudio aplicados a ciclos económicos podrían aplicarse a ciclos políticos, utilizando como materiales primarios las fluctuaciones de opinión como se revelan en las cronologías de hechos políticos, así como mediante el tratamiento estadístico de los informes de actitud en la prensa, de las respuestas a cuestionarios o entrevistas, o de los votos en las elecciones o en los órganos legislativos.

Estos estudios podrían revelar correlaciones entre las fluctuaciones económicas y las políticas. De hecho, se han sugerido esas correlaciones de acuerdo con la teoría de que una guerra general es la causa fundamental de las crisis económicas, que se siguen una a otra en oleadas de gravedad decreciente hasta que estalla una nueva guerra, y con la teoría de que las fluctuaciones económicas largas son la causa principal de las guerras y las revoluciones. Sin embargo, los materiales son hasta ahora inadecuados para demostrar cualquiera de estas teorías.

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Como las fluctuaciones económicas dependen de la forma particular de organización económica, también el carácter de las fluctuaciones políticas depende de la forma particular de organización política. Se esperaría que las fluctuaciones políticas características de la organización jerárquica medieval fuesen muy diferentes de las características de la estructura de equilibrio de poder de la historia moderna o de las características de las estructuras de seguridad colectiva que se intentaron en los períodos posteriores a la Primera y a la Segunda Guerras Mundiales.

De forma similar, la disminución del número de organizaciones políticas independientes en un sistema político, que tiene como resultado concentraciones de poder político, puede tender a acentuar las oscilaciones políticas. En un sistema de equilibrio de poder, si el liderazgo llega a estar concentrado en dos o en relativamente pocas manos, las tensiones, en lugar manifestarse por medios diplomáticos o conferencias internacionales, tienden a manifestarse mediante guerras. Por otro lado, una centralización de la autoridad de mayor alcance, capaz de impedir la violencia, como en una federación efectiva, puede mantener la estabilidad política, incluso cuando solo hay dos partidos opuestos, como en algunas democracias parlamentarias.

Las condiciones específicas en las cuáles se transforman las tensiones diplomáticas en guerras pueden ser también análogas a aquellas en las que las recesiones económicas toman la forma grave de pánico. Esto último sucede cuando los indicios de recesión en las industrias clave, junto con una especulación extensiva, inducen a todos los que juegan en el mercado de valores a vender repentinamente en la misma dirección, causando así un colapso en los valores por encima de la capacidad del sistema de crédito para soportarlo y una serie acumulativa de bancarrotas. De forma similar, una guerra general tiene lugar cuando una tensión diplomática grave, en la que están implicadas las grandes potencias, induce a muchos gobiernos de forma simultánea a tratar bien de aislarse de la política mundial, a pesar de los compromisos previos, o bien a intervenir en la misma, causando de esa forma un colapso en el sentido de seguridad más allá de la capacidad del derecho y de la tradición internacionales para soportarlo y a una serie acumulativa de agresiones. En cualquier caso el esfuerzo regulador puede obstaculizar estos movimientos simultáneos y acumulativos al establecer moratorias o treguas.

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4. RELACIONES ENTRE LAS DISTANCIAS

En el capítulo XIX se sugirió que las distancias entre estados respecto a relaciones, defensa, inteligencia, reconocimiento legal, símbolos sociales, unión política, actitudes y expectativas de guerra podrían medirse analizando las opiniones de expertos sobre estos temas. Se obtuvieron las distancias relativas entre pares de grandes potencias, en cada uno de estos puntos de vista, por el método de ordenar las categorías empleadas al medir las distancias psíquicas, método que podría emplearse por una persona. A los resultados les faltó la objetividad que podría haberse obtenido al emplear el método psicométrico de hacer la media de muchos juicios. Sin embargo, podían emplearse para ilustrar un método para estimar la probabilidad de guerra. Considerando primero la probabilidad de guerra entre un par de estados, se prestará atención a la influencia sobre la guerra (a) de cambios en las distancias y (b) de no reciprocidad de relaciones. Combinando estas consideraciones, se presentará a continuación una estimación de (c) la probabilidad de guerra entre pares de las grandes potencias en julio de 1939. Se prestará atención luego a (d) la probabilidad de guerra para un estado individual y (e) la probabilidad de guerra general.

a) Cambios en las distancias.-

Una tabla de datos, elaborada en julio de 1939, sugirió ciertas relaciones entre los distintos aspectos de “distancia” entre pares de estados. Se propuso una correlación entre las distancias de expectativas (E), psíquica (Ps), política (P) y social (S), todas ellas dependientes de factores subjetivos. Parece haber, por otro lado, una correlación directa baja entre estas distancias y las distancias tecnológica (T) y estratégica (St), que dependen de factores objetivos. Las distancias intelectual (I) y legal (L) no parecen estar muy relacionadas con ninguno de ambos grupos, aunque la distancia intelectual estaba más próxima al grupo objetivo y la distancia legal al subjetivo.

La expectativa de una guerra, aunque estrechamente relacionada con la distancia psíquica, tendía a ser mayor cuando la distancia psíquica era mayor que la distancia tecnológica o cuando la distancia social era mayor que la distancia intelectual. Habrá, aparentemente, una tendencia a la guerra si el interés de un estado en otro, estimulado por inventos técnicos, como mejoras en las comunicaciones y en los transportes, está aumentando más rápidamente que el desarrollo de opiniones y actitudes amistosas y si el desarrollo de una

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comprensión intelectual común está avanzando más rápidamente que la aceptación de símbolos sociales comunes.

La paz sería probable si se invirtiese el orden del cambio, si la amistad y la aceptación mutua de los símbolos sociales comunes precediese al desarrollo de la interdependencia material, a la reducción de las barreras estratégicas y a la igualación de inteligencia y comprensión. Se dificulta la paz si se moldea la política de acuerdo con las condiciones materiales presentes más que de acuerdo con las necesidades sociales futuras. Si los gobernantes desaprovechan la utilización de las previsiones, pueden enfrentarse con una situación, no con una teoría, y, con la presión de la necesidad, pueden improvisar políticas cuyo efecto a largo plazo será aumentar la probabilidad de guerra .

El derecho internacional antes de la Primera Guerra Mundial estaba determinado principalmente por las tradiciones del pasado y estaba poco influido por las necesidades presentes y futuras. La escuela de pensamiento predominante sobre el tema asumió que el derecho internacional tenía como objetivo principal el mantenimiento de la independencia legal de las naciones (soberanía) y su libertad de la responsabilidad por el orden mundial (neutralidad) más que el mantenimiento de un orden mundial que promoviese la paz y la justicia internacionales. El derecho internacional interpretado así tendía a aumentar la distancia social entre naciones y a frustrar el desarrollo de políticas tendentes a la solidaridad mundial. Sin embargo, parece que la paz se promueve si las relaciones psíquicas y sociales de los estados están disminuyendo más rápidamente que las relaciones tecnológicas e intelectuales, esto es, si las relaciones subjetivas de los estados conducen a las objetivas. El nuevo derecho internacional del Pacto de la Sociedad de Naciones y de la Carta de Naciones Unidas fue diseñado para tener esta tendencia.

b) No reciprocidad de las relaciones.-

Hasta este punto el análisis ha procedido con la hipótesis de que las relaciones entre estados pueden medirse por las distancias que pueden representarse por puntos en una línea continua. Aunque tienden a ser recíprocas, estas relaciones no son necesariamente de esta forma.

Se pueden considerar algunas de las consecuencias de una posible falta de reciprocidad. Si en las relaciones entre A y B, A está teniendo menos expectativas de guerra que B, las expectativas crecientes de guerra de B inducirán a A a armarse, pero las expectativas decrecientes de guerra de A le

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inducirán a aplazar los gastos de defensa. La situación estratégica, por lo tanto, tenderá progresivamente a favor de B y, con el tiempo, su convicción de que la guerra es inevitable le inducirá a iniciar la guerra o a presentar demandas que probablemente precipitarán la guerra. Una situación de este tipo parece haber conducido a la crisis de Munich de septiembre de 1938. Durante el período precedente, Alemania había tenido más expectativas de guerra que tenían Inglaterra y Francia y se había preparado más rápidamente, con el resultado de que Alemania planteó exigencias que casi precipitaron la guerra. Esto aumentó la expectativa de guerra de las potencias occidentales y también la de Alemania. La crisis de Danzig (Gdansk) se presentó provocando una guerra general en septiembre de 1939. En un caso como este el “coeficiente de defensa” de Richardson sería negativo. Este parece ser un tipo de situación que es más probable que se origine con el aumento del coste de la guerra y de la objeción moral a la misma, con tal de que se excluya en algunos estados la influencia de estos factores en política exterior. Los gobiernos democráticos han tendido a ignorar más que las autocracias las consideraciones de defensa militar y de equilibrio de poder cuando hacen frente a presupuestos militares crecientes y a la propaganda de la paz. Ese deseo de reciprocidad respecto a las expectativas de guerra puede anticiparse cuando se enfrentan estos diferentes tipos de gobiernos.

c) Probabilidad de guerra entre pares de estados.-

Los aspectos de su relación que afectan a la probabilidad de guerra entre dos estados se han combinado en una fórmula complicada18. La aplicación de esta fórmula debería indicar la probabilidad relativa de guerra entre pares de estados en un período dado de tiempo, en la medida en que esta probabilidad está determinada por la relación entre los miembros de cada par de estados. La 18

x es la probabilidad de guerra entre un par dado de estados en un momento dado. Si

la derivada dx/dt es positiva, la probabilidad de guerra está aumentando; si es negativa, la probabilidad está disminuyendo. k es una constante. El significado de las distancias variables, de las cuales se considera Ps como un valor doble que las otras, se señala en el texto (capítulo XIX, apartado 1, Aspectos de las distancias entre estados). La fórmula considera la posibilidad de la no reciprocidad de las distancias E, St, P y L cuando se ven desde cada uno de los estados al sustraer la distancia percibida por b respecto a a de la que es percibida por a respecto a b. Para una explicación completa de la fórmula, ver la edición no abreviada de Estudio de la guerra (A Study of War), pp. 1484 y ss.

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fórmula ignora la influencia de terceros estados y de la estructura general de la familia de naciones. Su precisión disminuye a medida que las relaciones internacionales se convierten en relaciones multilaterales.

La aplicación de esta fórmula a las estimaciones hechas de las distancias entre las grandes potencias en julio de 1939 indicó que la probabilidad relativa de guerra en esa fecha era más alta para Japón-Unión Soviética (0,96), Alemania-Unión Soviética (0,86) y Alemania-Francia (0,82). Este orden es el mismo que el obtenido por un método diferente en enero de 1937 aunque, excepto para Alemania-Unión Soviética, las probabilidades fueron mayores en la última fecha. Realmente se estaban produciendo enfrentamientos fronterizos de baja escala entre Japón y la Unión Soviética en julio de 1939.

Los restantes pares de estados también estaban en un orden similar en las dos estimaciones, aunque la probabilidad de guerra entre un país del Eje (Alemania, Italia y Japón) y una democracia (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos) había aumentado en cada caso, mientras la probabilidad de guerra entre dos miembros del Eje había disminuido en cada caso. La probabilidad de guerra entre dos democracias era casi la misma en las dos estimaciones.

Las mayores diferencias entre las dos estimaciones surgieron en los casos de Italia-Francia y Gran Bretaña-Japón y en las relaciones de Estados Unidos con Alemania e Italia. En todos estos casos la probabilidad de guerra había aumentado significativamente. Estas diferencias pueden justificarse por la influencia en las relaciones de la tendencia a la polarización derivada de las tensiones crecientes durante los dos años de 1937 a 1939. Esto aumentó la probabilidad de guerra entre los estados que probablemente estarían en diferentes bandos en una guerra general y disminuyó la probabilidad de guerra entre los estados que probablemente se alinearían en el mismo bando.

El error más notable de esta estimación, cuando se analiza a la luz de los hechos posteriores, fue su fracaso para predecir el pacto de no agresión germano-soviético de agosto de 1939. Este pacto retrasó la guerra entre estos países dos años y, probablemente, explicó una sobreestimación de las posibilidades de la entrada en guerra de Japón con la Unión Soviética.

La fórmula usada en esta estimación solamente consideró las relaciones bilaterales de los estados y por lo tanto no tuvo en cuenta la influencia potencial de terceros estados. Un simple cambio inesperado en las relaciones, como el del pacto germano-soviético, tuvo una influencia sobre muchas

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relaciones en una forma que este método no podía prever. Probablemente esos cambios, que alteraban, al menos temporalmente, toda la configuración internacional, son los elementos menos predecibles en la probabilidad de guerra entre dos estados. Mediante maniobras de este tipo, gobernantes como Hitler pueden afectar los cálculos de analistas y estadistas y crear para ellos oportunidades para una agresión que tenga un éxito provisional.

d) Probabilidad de guerra de un solo estado.-

Métodos similares podrían emplearse para estudiar la probabilidad de que un único estado llegue a entrar en guerra en un momento dado. Añadiendo las distancias de cada gran potencia respecto a todas las demás, se puede indicar el grado de aislamiento de cada una de ellas. Aplicando este método no se encontraron correlaciones muy claras, pero había una tendencia a que el aislamiento psíquico de una potencia estuviese relacionado con su aislamiento político, aunque el último tendía a ser mayor si el estatuto legal era relativamente alto. El aislamiento psíquico también tendía a estar asociado con la expectativa de guerra, excepto cuando el aislamiento estratégico, como en el caso de Estados Unidos, era relativamente elevado. Si se supone que es probable que un estado concreto entre en guerra en la medida en que sus relaciones medias con todos los demás estados son hostiles, entonces sus expectativas de paz están mejorando si sus esperanzas de paz están creciendo más rápidamente que su vulnerabilidad a ataques y si sus relaciones políticas se están intensificando más rápidamente de lo que está aumentando su estatuto legal.

e) Probabilidad de una guerra general.-

El material del tipo que se ha discutido puede también arrojar luz sobre la perspectiva de una guerra general al proporcionar pruebas de un aumento o de una disminución del nivel general de tensión. La tabulación de las relaciones entre pares de estados mostró un aumento general de las tensiones de 1937 a 1941, indicando amistades más intensas con algunos y enemistades más extremas hacia otros – una condición que presagiaba una guerra general. El análisis de los probables participantes en una guerra general tendría que considerar no solo la relación bilateral de todos los pares de estados sino también la tendencia a la polarización de la hostilidad hacia los dos antagonistas principales y hacia un cambio rápido en las relaciones bilaterales durante el curso de esa guerra.

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CAPÍTULO XXI

CAUSAS DE LA GUERRA

Las guerras se originan debido a los cambios en las relaciones de numerosas variables – tecnológicas, psíquicas, sociales e intelectuales. No hay una única causa de la guerra. La paz es un equilibrio entre muchas fuerzas. Un cambio en cualquier fuerza, tendencia, movimiento o política concretos puede, en un momento dado, conducir a la guerra, pero, en otras situaciones, un cambio similar puede conducir a la paz. Un estado puede, en un período, promover la paz mediante la adquisición de armamento, en otro momento mediante el desarme; en otro, al insistir en sus derechos, y en otro mediante un espíritu de conciliación. Estimar la probabilidad de guerra en cualquier momento implica, por lo tanto, una valoración del efecto de los cambios reales en el complejo de relaciones entre grupos en todo el mundo. Ciertas relaciones, sin embargo, han tenido una importancia destacada. El retraso político merece atención como una causa destacada de guerra en la civilización moderna.

1. EL RETRASO POLÍTICO

Parece haber una tendencia general de que el cambio en los procedimientos de la adaptación política y legal se quede retrasado respecto a los cambios económicos y culturales provocados por el progreso tecnológico. Las consecuencias violentas de este retraso pueden observarse en sociedades primitivas e históricas, pero su importancia ha aumentado en los tiempos modernos. La ampliación de contactos y la aceleración del cambio producido por la tecnología moderna han alterado las posiciones de poder existentes y han acentuado las oposiciones culturales intrínsecas de la organización social. La organización internacional no se ha desarrollado suficientemente para ajustar, mediante procedimientos pacíficos, las situaciones conflictivas que han surgido. Este retraso está relacionado con el retraso usual de los sistemas de valores respecto al progreso científico y tecnológico, responsable de las grandes transiciones en las civilizaciones a las que se aludía en el capítulo IV.

La guerra tiende a aumentar en gravedad y a disminuir en frecuencia cuando el área de adaptación política y legal (el estado) se extiende geográficamente a menos que esa área sea tan extensa como el área de los contactos económico, social y cultural continuos (la civilización). En la era

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moderna han entrado en contacto permanente entre sí personas de todas las regiones del mundo. Aunque los estados han tendido a crecer durante este período, extendiendo así las áreas de adaptación, ninguno ha adquirido una jurisdicción de alcance mundial. Su crecimiento en superficie ha aumentado la probabilidad de que se resuelvan los conflictos, pero también ha aumentado la gravedad de las consecuencias de los conflictos no resueltos. Un gobierno humano falible es seguro que de vez en cuando cometa errores en política, especialmente cuando, a causa de la falta de universalidad, deba resolver conflictos regulados no por el derecho sino a través de negociaciones, que deben funcionar en un equilibrio de poder inestable entre un pequeño número de grandes unidades. Estos errores han conducido a la guerra.

La guerra tiende a aumentar tanto en frecuencia como en gravedad en períodos de cambio tecnológico y cultural rápido porque la adaptación, que siempre supone habituación, es función del tiempo. Cuanto menor es el tiempo en que tienen que hacerse esas adaptaciones, mayor es la probabilidad de que sean inadecuadas y de que provoquen violencias. Por lo tanto, la guerra puede atribuirse bien a la inteligencia del hombre, manifestada a través de sus inventos que aumentan el número de contactos y la velocidad de cambio, o bien a la falta de inteligencia del hombre, que retrasa su comprensión de los instrumentos de regulación y adaptación necesarios para impedir que estos contactos y cambios generen conflictos graves. La paz podría mantenerse bien retrasando el progreso, para que haya tiempo para una adaptación gradual mediante los procesos naturales de acomodación y asimilación, bien acelerando el progreso, a través de adaptaciones planificadas y de nuevos controles. Realmente se han intentado ambos métodos, el segundo principalmente dentro del estado y el primero principalmente en las relaciones internacionales.

Soberanía, en sentido político, es el esfuerzo de una sociedad para liberarse de controles externos para facilitar los cambios en su derecho y en su gobierno que esa sociedad considera necesarios para satisfacer las cambiantes condiciones económicas y sociales. Sin embargo, la propia eficiencia de la soberanía en el estado disminuye la eficiencia de la regulación en las relaciones internacionales. Al eliminar las tensiones en el estado, aumentan las tensiones externas. Las relaciones internacionales se convierten en un “estado de la naturaleza”. Por lo tanto la guerra entre estados que exigen soberanía tiende a relacionarse principalmente con el equilibrio de poder entre ellos.

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TERCERA PARTE 409 LA PREDICCIÓN DE LA GUERRA

Detrás del equilibrio de poder hay otras perturbaciones, que pueden provocar una guerra. Estas perturbaciones incluyen oposiciones fundamentales tales como la tendencia ambivalente de la naturaleza humana para amar y para odiar el mismo objeto y la tendencia ambivalente de la organización social para, al mismo tiempo, integrar y diferenciar. También incluyen oposiciones menos fundamentales tales como la tendencia en el derecho internacional a desarrollar un orden mundial y a apoyar la soberanía nacional y la tendencia de la política internacional para generar a la vez políticas exteriores intervencionistas y aislacionistas. No se prevé la desaparición de este tipo de oposiciones y su permanencia, en alguna forma, probablemente sea una condición esencial del progreso humano. La paz, por lo tanto, tiene que actuar no con la eliminación de las oposiciones sino con métodos adecuados para adaptarlas.

El retraso en adaptar los procedimientos, tras un cambio en las condiciones del entorno, es una causa general de guerra. La persistencia de este retraso es debido, en parte, a la utilidad real o supuesta de la guerra para los grupos humanos. Se ha pensado que la guerra (1) tiene funciones sociológicas, (2) satisface impulsos psicológicos, (3) es útil tecnológicamente y (4) es legalmente racional.

2. LAS FUNCIONES SOCIOLÓGICAS DE LA GUERRA

La lucha entre animales se explica mediante la teoría de la selección natural. El modelo de conducta de hostilidad ha contribuido a la supervivencia de ciertas especies biológicas y, por consiguiente, esa conducta ha sobrevivido. En la supervivencia de otras especies otros factores han tenido un papel más importante.

Entre los pueblos primitivos, antes de su contacto con la civilización, la guerra contribuía a la solidaridad del grupo y a la supervivencia de ciertas formas de cultura. Cuando la población aumentaba, emigraciones o nuevos medios de comunicación aceleraban los contactos externos. Las tribus agresivas tendían a sobrevivir y a extenderse; además, los rasgos de personalidad de valor y obediencia que se desarrollaron entre los miembros de esas tribus les prepararon para la civilización.

Entre los pueblos de las civilizaciones históricas la guerra contribuía a la supervivencia y a la destrucción de estados y civilizaciones. Su influencia dependía de la fase de la civilización y del tipo de técnica militar desarrollada.

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Los estados civilizados tendían a luchar por fines económicos y políticos en las primeras fases de la civilización, con el resultado de extender y de integrar la civilización. Cuando el tamaño e interdependencia de las unidades políticas aumentaron, los fines políticos y económicos se hicieron menos tangibles y asumieron mayor importancia los modelos culturales y los objetivos ideales. La guerra agresiva tendió a volverse un instrumento menos adecuado para conservar estos elementos de la civilización. Por lo tanto, se desarrollaron estrategias defensivas y sentimientos pacíficos, pero en ninguna de las civilizaciones históricas fueron aceptados de forma general. La guerra tendió a un punto muerto destructivo, desintegrando la civilización y haciéndola más vulnerable a los ataques de bárbaros externos de civilizaciones más jóvenes que habían adquirido las artes militares avanzadas de las civilizaciones más antiguas pero no sus inhibiciones culturales e intelectuales.

En la era moderna, el modelo de guerra ha sido un elemento importante en la creación, integración, expansión y supervivencia de los estados. Sin embargo, la civilización mundial ha extendido una técnica de guerra singularmente destructiva a todas las naciones, con la consecuencia de que la función de la guerra como instrumento de integración y expansión ha disminuido. Los esfuerzos para romper el equilibrio de poder mediante la violencia han amenazado cada vez más a la civilización en su conjunto y, sin embargo, este equilibrio ha sido tan imprevisible que han seguido haciéndose esfuerzos para romperlo. Las armas atómicas pueden haber privado a la guerra de cualquier función social y haber hecho sus consecuencias más previsibles.

3. LOS IMPULSOS PSICOLÓGICOS HACIA LA GUERRA

La guerra humana es un modelo para proporcionar sanción social a las actividades que implican el asesinato de otros seres humanos y al peligro extremo de ser asesinado. En ningún período del desarrollo humano ha sido este modelo esencial para la supervivencia del individuo. El modelo es una adquisición cultural, no un rasgo original de la naturaleza humana, aunque hayan contribuido al modelo muchos impulsos hereditarios. De estos, el impulso de dominio ha sido de especial importancia. La supervivencia de la guerra se ha debido a su función en promover la supervivencia del grupo con el que se identifica el propio individuo y en solucionar el problema individual que surge de la necesaria represión de muchos impulsos humanos en la vida del grupo. El modelo ha implicado tanto actitudes individuales como la opinión del grupo. Como la autoconciencia de la personalidad y la complejidad de la cultura han aumentado con la civilización moderna, el impulso a la guerra ha

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TERCERA PARTE 411 LA PREDICCIÓN DE LA GUERRA

dependido, de forma creciente, de las ambivalencias en la personalidad y de las incoherencias en la cultura.

Una comunidad moderna es al mismo tiempo un sistema de gobierno, un organismo legal independiente, una organización de símbolos culturales y la economía de una población. Es un gobierno, un estado, una nación y un pueblo.

Cada individuo está sometido al mismo tiempo al poder y la autoridad de un gobierno y una policía, a la lógica y a las convenciones de un derecho y de un lenguaje, a los sentimientos y a las costumbres de una nación y de una cultura y a los caprichos y a las necesidades de un pueblo y de su economía. Si lucha en una guerra, lo hace así porque uno de estos aspectos de la comunidad está amenazado, o porque la mayoría de los que se identifican con la comunidad se creen que está amenazada. Puede ser que el gobierno, el estado, la nación y el pueblo estén suficientemente integrados para que no haya conflicto en reconciliar la obligación con todos estos aspectos de la comunidad. Pero esto no es probable debido al carácter analítico de la civilización moderna que separa el gobierno militar y el civil, la administración y el poder judicial, la iglesia y el estado, el gobierno y los negocios, la política y las escuelas, y la religión y la educación. Además, puede ser que la amenaza sea suficientemente evidente para que ninguno pueda dudar de su realidad, pero rara vez esto es el caso. Las entidades para cuya defensa se pide al individuo que se aliste son abstracciones. Las relaciones entre ellas y las condiciones de su supervivencia son un tema de teoría más que de hechos. Las personas son influidas para apoyar la guerra mediante el lenguaje y los símbolos más que mediante hechos y condiciones.

Por lo tanto, puede decirse que la guerra moderna tiende a ser más sobre palabras que sobre cosas, sobre potencialidades, esperanzas y aspiraciones más que sobre hechos, quejas y condiciones. Cuando la guerra parece ser sobre un territorio, tratado, política o incidente particulares, se encontrará normalmente que este tema es importante solo porque, en estas circunstancias, cada uno de los beligerantes cree que la renuncia a sus exigencias amenazaría en último término a la supervivencia de su poder, de su soberanía, de su nacionalidad o de su sustento. La guerra estalló en 1939, no sobre Danzig (Gdansk) o Polonia, sino sobre la creencia tanto del pueblo alemán como de sus enemigos de que la capacidad para imponer una solución a estos temas constituiría una seria amenaza a la supervivencia del poder, de los ideales, de la cultura o del bienestar del grupo que se sometiese a esta imposición.

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Incluso más alejadas de las necesidades del individuo y del estado fue la realización de campañas para extender la frontera romana en las Galias, la frontera del islam en África, la frontera de la cristiandad en Palestina o la frontera del comunismo en Europa Central. El significado de Roma, del islam, de la cristiandad o del comunismo tenía que ser comprendidos por un público considerable. La importancia de estos aumentos en territorio, en población y en gloria tenía que ser inculcada mediante la educación de todos los que influían en la política, incluso aunque era evidente la posibilidad de recompensas inmediatas a los participantes activos en ellas.

En la situación moderna es necesaria una construcción bastante más conceptual para hacer que la guerra parezca esencial para la supervivencia de algo importante. En la civilización moderna, por lo tanto, la guerra se basa en una elaborada construcción ideológica mantenida a través de la educación en un sistema de lenguaje, de derecho, de símbolos y de valores. La explicación y la interpretación de estos sistemas están, a menudo, tan alejadas de la secuencia real de hechos como lo están las explicaciones primitivas de la guerra en términos de las exigencias de la magia, del ritual o de la venganza. En la época moderna la guerra no se deriva de una situación sino de una interpretación altamente artificiosa de una situación. Puesto que la guerra se refiere más a palabras que a cosas, se podrían imaginar otras formas de manipular las palabras y los símbolos para enfrentarse a los problemas culturales y de personalidad, para los cuales la guerra ofrece una solución cada vez más inadecuada y costosa.

4. LA UTILIDAD TECNOLÓGICA DE LA GUERRA

Las construcciones verbales que han tenido que ver más con la guerra en la época contemporánea han sido las que se centran sobre las palabras “poder”, “soberanía”, “nacionalidad” y “vida”. Estas palabras pueden interpretarse, respectivamente, como atributos del gobierno, del estado, de la nación y del pueblo. Al tomar uno cualquiera de estos atributos como un valor absoluto, la personalidad puede librarse del desasosiego de la ambivalencia y de las dudas y perplejidades que surgen del esfuerzo de reconciliar el deber con instituciones y valores que son conflictivos, particularmente en tiempos de cambio rápido. Aunque la relación de la guerra con la preservación de cualquiera de estas entidades requiere una interpretación considerable, la validez de la interpretación varía con respecto a las cuatro entidades.

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El poder del gobierno se refiere a su capacidad para hacer que sus decisiones se hagan efectivas a través de la jerarquía de funcionarios civiles y militares. En una estructura de equilibrio de poder de la política mundial incluso un cambio pequeño en la posición de poder relativo de los gobiernos es probable que precipite un proceso acelerado, destruyendo alguna de las élites gobernantes y aumentando el poder de otras. Si un gobierno cede a otro un territorio estratégico, recursos militares u otros componentes del poder sin una ventaja que lo compense, es bastante probable que esté cavando su propia destrucción. La teoría que considera la guerra un instrumento necesario para la conservación del poder político está relativamente próxima a los hechos. El motivo tecnológico más importante de la guerra en el mundo moderno es su utilidad en la lucha por el poder.

La soberanía del estado se refiere a la efectividad de su derecho. Esto se basa directamente en prácticas consuetudinarias y en el prestigio y en la reputación del poder del estado más que en el propio poder. La sensibilidad sobre las desviaciones de las reglas establecidas sobre el honor y el insulto a la reputación tiene una relación real con la preservación de la soberanía. Un fracaso en no ofenderse por el desprecio por derechos o por difamaciones sobre derechos puede iniciar una rápida disminución de la reputación y puede aumentar las ocasiones en que realmente se tendrá que recurrir al poder para que sobreviva el sistema legal. Así, en el estado de subdesarrollo del derecho internacional, el esfuerzo personal y la guerra para defender el honor nacional tuvieron una relación real con la supervivencia de los estados antes de la era nuclear.

La nacionalidad se refiere a la esperanza de reacciones idénticas de los miembros del grupo nacional ante los símbolos sociales básicos. Se ha desarrollado principalmente desde el lenguaje, las tradiciones, las costumbres y los valores comunes y a menudo ha persistido a pesar de la división del grupo. Aunque las minorías nacionales normalmente han resistido los esfuerzos de la administración y del sistema económico del estado para asimilarlas, estas influencias pueden tener éxito con el tiempo. Así, el uso de la fuerza para preservar el poder del gobierno y la soberanía del estado que apoya una nacionalidad dada puede ser importante para la preservación de esta última. No obstante, la guerra ha sido menos útil para preservar la nacionalidad que para preservar el poder o la soberanía.

La vida se refiere al bienestar y a la economía de un pueblo. A menudo se ha argumentado que la guerra es necesaria para asegurar a una población un

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área suficiente para unas condiciones prósperas de vida. En las circunstancias del mundo moderno, este argumento ha sido normalmente falso. El problema de aumentar el bienestar de un pueblo no ha dependido de la extensión del poder político o de la soberanía legal a nuevas áreas sino más bien de la eliminación de los costes de la guerra y de la depresión, de las mejoras en la tecnología y en la utilización de la tierra, y en una ampliación de mercados y de fuentes de materias primas bastante más allá de cualesquiera territorios o esferas de interés que podrían haberse adquirido mediante la guerra. La presión de la población, la falta de materias primas y la pérdida de mercados son más a menudo el efecto de la preparación militar que su causa. Aunque es cierto que, en un mundo de equilibrio de poder, el poder de negociación económica puede aumentar con el poder político, no obstante rara vez ha aumentado lo suficiente para compensar el coste de mantener una organización militar, de entablar guerras de vez en cuando y de perjudicar la confianza en la estabilidad económica internacional. En la mayor parte de la historia moderna la población, incluso cuando ha sido conquistada, no ha dejado de existir y de consumir bienes. Sin embargo, a la moderación de la guerra convencional para preservar la vida de pueblos, se han sumado esfuerzos para conseguir la autosuficiencia económica y para realizar la emigración forzada, el exterminio o la esclavitud de los pueblos conquistados.

La civilización moderna, en la mayoría de las situaciones, ofrece a los grupos más alternativas a la guerra que las que les ofrecían las civilizaciones y culturas anteriores. El recurso a la guerra, excepto en la concepción restringida de la necesaria defensa propia, raramente es la única forma de preservar el poder o la soberanía e, incluso más raramente, la única forma de preservar la nacionalidad o la economía. La guerra es más útil como un medio de poder y cada vez menos útil como un medio para preservar la soberanía, la nacionalidad o la economía. Qué los factores económicos son relativamente poco importantes como causa de las guerras fue entendido muy bien por Adolf Hitler:

Cada vez que se ha hecho de la economía el único contenido de la vida de nuestro pueblo, sofocando así las virtudes ideales, el Estado se ha colapsado otra vez... Si uno se pregunta cuáles son en realidad las fuerzas que forman o cuáles son las que preservan un Estado, puede resumirse con una caracterización simple: la habilidad del individuo y la voluntad para sacrificarse por la comunidad. Pero que estas virtudes no tienen absolutamente nada que ver con la economía se muestra por la simple comprensión de que el hombre nunca se sacrifica por ella; esto quiere decir: uno no muere por la economía, sino por ideales.

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5. LA RACIONALIDAD LEGAL DE LA GUERRA

¿Cuál de las entidades por las que luchan los hombres es más importante para ellos? ¿Hay algún criterio por el que puedan ser evaluadas racionalmente? El poder político se ha transferido de la aldea a la tribu, del señor feudal al rey, del estado a la federación. ¿Es importante hoy que el poder político permanezca para siempre en los gobiernos nacionales que ahora lo detentan? La transferencia de poder a un grupo más amplio, la creación de una policía mundial, bajo una organización internacional adecuada para promulgar una ley contra una agresión, parece una condición para eliminar una causa importante de guerra.

También se ha transferido la soberanía legal de la ciudad estado al imperio, del castillo señorial al reino, del estado a la federación. Para el individuo la transferencia de autoridad sobre su idioma y su derecho a un grupo más amplio, aunque haya provocado pesar o resentimiento, ha asegurado el orden, la justicia y la paz en áreas más extensas y ha aumentado el control del hombre de su entorno, siempre y cuando la autoridad se haya ejercido con una comprensión y reflexión tales que eviten que los resentimientos se eleven al nivel de rebelión.

De forma similar, nacionalidad, en el sentido más amplio de un sentimiento de solidaridad cultural, ha cambiado desde la aldea a la tribu, a la ciudad estado, al reino, a la nación, al imperio o incluso a la civilización; pero cuando ha llegado a ser demasiado amplia, se ha convertido en algo demasiado tenue para dar satisfacción completa a los deseos humanos de identificación y diferenciación sociales. No hay diferenciación en ser un miembro de la raza humana. Pocos contemplarían con ecuanimidad un mundo de cultura uniforme. Las barreras geográficas y las tradiciones históricas prometen preservar durante mucho tiempo la variedad cultural incluso en una federación mundial, aunque los medios de comunicación y la economía modernos han acabado con muchos trajes y costumbres típicas. La necesidad de variedad cultural y el amor a una nacionalidad diferente sugieren que es probable que un poder policial mundial será más efectivo si está controlado por una federación universal que si lo está por un imperio universal.

El área desde la que los individuos han conseguido sus medios de vida se ha extendido desde la aldea al área de la tribu, al reino y al imperio, hasta que, en el mundo moderno, la mayoría de la población extrae algo de las más remotas partes del planeta. Esta ampliación del área de intercambio ha aumentado la

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población y los niveles de vida. La disminución de esta área, tal como ocurrió cuando el Imperio romano se desintegró en dominios feudales, ha tenido un efecto opuesto. El economista no puede defender el establecimiento de barreras económicas, si la economía va a ser un instrumento de bienestar humano más que de poder político, excepto en la medida en que prácticas extendidas sobre esta última hipótesis fuercen a las personas orientadas hacia el bienestar a defender su economía actual utilizándola temporalmente como un instrumento de poder.

Puede cuestionarse si una consideración racional de los símbolos, por cuya preservación se han entablado guerras, demuestre que estas han sido siempre útiles para luchar por su conservación o que luchar haya contribuido siempre a dicha preservación. Los valores reales de estas entidades, como ha puesto de manifiesto la filosofía, y los medios reales de preservarlos, como ha puesto de manifiesto la ciencia, han sido menos importantes para provocar guerras que las creencias populares que se han originado por la aceptación irreflexiva de las implicaciones del lenguaje, las costumbres, los símbolos, los ritos y las tradiciones.

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CAPÍTULO XXII

CONDICIONES PARA LA PAZ

La guerra, que se origina de múltiples factores asentados en la sociedad humana y en la naturaleza humana, es “natural”, pero no está fuera del control humano. Las sociedades pueden hacer algo sobre ello y, aunque sus esfuerzos nunca han tenido éxito en eliminar la guerra de forma general y permanente, han moderado el poder destructivo de la guerra y han reducido su frecuencia en áreas extensas durante considerables períodos de tiempo. En la moderna civilización mundial, los esfuerzos para eliminar la guerra han sido más persistentes y tienen una posibilidad de éxito mayor que en las civilizaciones anteriores, que, en sus periferias, luchaban contra civilizaciones incontroladas. Esta experiencia hace posible un análisis de las condiciones generales para la paz.

Las condiciones para la paz están definidas en abstracto en la legislación de la sociedad en la que se producen guerras. Esta legislación establece la organización, las reglas del orden, los principios de justicia y los procedimientos que los miembros de la sociedad creen que deben ser observados e impuestos para mantener el orden y, como consecuencia, la paz. Las condiciones del orden y de la paz están definidas de forma concreta por el funcionamiento de la sociedad como un todo y de sus partes, determinadas por modelos y formas de organización culturales. Estos modelos y formas normalmente se desarrollan sin un objetivo consciente antes de que sean formulados en un sistema legal. El sistema legal se desarrolla como un símbolo y un concepto de las costumbres existentes, que las relacionan con los objetivos generales de la sociedad. No obstante, una vez establecido, el derecho puede influir en la cultura, en la organización y en las costumbres para que se ajusten a su modelo y, en cualquier caso, refleja en gran parte la situación existente, pero no enteramente, porque el derecho nunca es observado o impuesto completamente. Siempre hay alguna diferencia entre los símbolos y las situaciones reales.

Cada mil años la civilización occidental ha intentado organizarse como un imperio mundial, como una iglesia mundial o como una federación mundial, volviendo siempre, en los intervalos de esos intentos, a un sistema de equilibrio de poder. Cada forma de organización ha desarrollado un sistema legal apropiado. Hasta la Primera Guerra Mundial la moderna familia de naciones reconoció un derecho que permitía a los estados soberanos iniciar guerras y, de

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esta forma, su seguridad básica dependía más del mantenimiento de un sistema de equilibrio de poder que del derecho. Los intentos para organizar la familia de naciones como un imperio o como una federación no han tenido éxito, aunque la Sociedad de Naciones y Naciones Unidas muestran un progreso en la dirección adecuada. Estos intentos difieren de las anteriores familias de naciones en que han llegado a tener un alcance mundial. Desde el punto de vista de una organización política efectiva esta novedosa situación tiene ventajas y desventajas.

Entre los estímulos más importantes para lograr una organización política fuerte se encuentran la existencia de una oposición exterior y de una uniformidad interior. Una comunidad universal minimiza claramente ambos estímulos. No puede haber una agresión externa contra el mundo en conjunto. La diversidad de las culturas del mundo milita contra una conciencia general de clase.

Una comunidad universal de naciones, no obstante, tiene la ventaja de que, debido a su libertad de presiones exteriores, sus miembros tienen menos necesidad de una organización fuerte, como la tienen los miembros de comunidades cuyo problema principal debe ser defenderse. La propia diversidad de modelos culturales asegura una fertilización cruzada de ideas y una capacidad de adaptación continua a las nuevas circunstancias. Además, a pesar del tamaño y la diversidad de la comunidad mundial, los inventos que facilitan una comunicación y un transporte rápidos proporcionan medios técnicos para una organización política universal más adecuada, incluso, que aquéllas sobre las que se habían basado en el pasado los estados y los imperios. Finalmente, la voluntad humana puede ser estimulada por la apreciación de la necesidad de una paz perpetua y por la oportunidad para que avance el bienestar general en una sociedad universal. Una sociedad de este tipo estaría emancipada del problema de seguridad exterior que ha absorbido gran parte de la atención y de la energía de las sociedades nacionales que reivindicaban ser soberanas.

Las aspiraciones y las oportunidades de una sociedad nunca se reflejan totalmente en sus prácticas. Un código legal, si está basado en la costumbre, como ocurre en las sociedades primitivas, se impone directamente, pero en las sociedades progresivas características de la civilización, las sanciones deben definirse. El derecho debe ser mantenido por un esfuerzo continuo. Las comunidades de naciones se han esforzado para mantener sus legislaciones que limitan o regulan la guerra controlando el poder militar, dirigiendo

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TERCERA PARTE 419 LA PREDICCIÓN DE LA GUERRA

organizaciones internacionales y educando a la población. En la parte final de este libro se considerarán los esfuerzos realizados en este sentido, apropiados para la situación actual, pero una revisión del derecho internacional a lo largo de la historia moderna indicará las condiciones básicas que los gobernantes, en sus momentos más sensatos, han estimado como esenciales para mantener ese grado de paz que consideraban posible y deseable y así lo aceptaron como ley. El concepto básico de esa legislación ha sido la soberanía de los estados territoriales, sometida, no obstante, a las reglas, los principios y las normas del derecho internacional que se derivan de su consentimiento expreso, tácito o presunto.

1. CARACTERÍSTICAS GENERALES DEL DERECHO RELATIVO A LA GUERRA

En la mayoría de las civilizaciones se han desarrollado teorías, que son internacionales pero que no han alcanzado el estatuto de derecho internacional, que definen las circunstancias en que puede recurrirse debidamente a la guerra (ius ad bellum) y los métodos que pueden utilizarse justificadamente al combatir en una guerra (ius in bello). Cada uno de los estados de estas civilizaciones ha promulgado normalmente reglas, que son leyes nacionales, pero no leyes internacionales, limitando la guerra privada y regulando los beneficios privados de la guerra. Los primeros de estos códigos han servido para reconciliar la guerra con los valores fundamentales de la civilización y los segundos para promover la soberanía y la eficiencia de los estados.

En la época moderna se observan los mismos dos códigos de doctrina. Los estados modernos han promulgado, con una extensión creciente, leyes diseñadas para reducir o para eliminar la guerra privada; botines y primas a generales y soldados; recompensas y premios en metálico a corsarios, almirantes y marineros; beneficios de la guerra a comerciantes, fabricantes y financieros. Estas leyes han tenido más o menos éxito en hacer de la guerra un monopolio del estado para ser empleada solo por “razón de estado” y no en beneficio privado. También han influido en el desarrollo del derecho internacional y en el carácter total de la guerra.

En la época moderna las normas internacionales han alcanzado un carácter jurídico más claramente que nunca antes. A pesar del aforismo de Cicerón, inter armas leges silent [cuando las armas entran, las leyes callan], esto ha sido particularmente verdadero del ius in bello, que ha alcanzado una exposición detallada en sentencias de presas marítimas y de otros tribunales, en

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reglamentos de los ejércitos y de las armadas, en tratados bilaterales y en las convenciones y declaraciones generales de París (1856), Ginebra (1864, 1906, 1929, 1941), San Petersburgo (1868), La Haya (1899, 1907, 1923) y Londres (1909, 1930). Las normas así prescritas y el grado de su aplicación han influido indudablemente en la frecuencia y características de la guerra. Si se aplicase rigurosamente la reglamentación de gran alcance de los métodos e instrumentos militares se podrían eliminar muchos de los males de la guerra, pero este resultado podría reducir la reticencia a recurrir a la guerra y así hacer la guerra más frecuente. Por otro lado, si las normas de la guerra se relajan o no se aplican, la guerra es más grave si surge pero tiende a ser menos frecuente.

Durante el siglo XIX la civilización moderna, como las civilizaciones pasadas, ha tendido a una definición de reglas de la guerra cada vez más rigurosas pero también a un cumplimiento cada vez menor de las mismas en las guerras más importantes. Este último resultado puede atribuirse al ocaso de la concepción del “honor militar” con la reducción de los elementos profesionales y mercenarios en los ejércitos y al aumento del servicio militar obligatorio; al ascenso del concepto de “la nación en armas”, con el desarrollo más eficiente de la propaganda del fanatismo nacional; a la desaparición de la distinción entre combatientes y no combatientes con la entrada creciente de civiles en los servicios de suministro, con la creciente reglamentación militar de la economía y de la moral nacionales, y con la creciente posibilidad técnica de ataques a la retaguardia desde el aire y mediante bloqueos; y, como resultado de todo esto, al desarrollo del concepto de “guerra absoluta” y de las interpretaciones amplias de “necesidad militar”. Estas tendencias de la civilización moderna han sido acompañadas por una frecuencia decreciente de las guerras y una gravedad creciente de las mismas.

El ius ad bellum retrocedió durante la mayor parte de la época moderna. El concepto medieval de guerra justa fue abandonado en el siglo XVII y no se prestó de nuevo una atención jurídica seria al problema hasta el establecimiento de la Sociedad de Naciones. Antes de la Primera Guerra Mundial el derecho internacional no proporcionó limitaciones positivas y proporcionó pocas limitaciones de procedimiento sobre el recurso a la guerra y solamente ciertas vagas calificaciones sobre usos menores de la fuerza en represalias, intervenciones y defensa. Aunque la teoría legal confinó estos últimos a la acción necesaria para impedir un daño inminente sin demora e irreparable a un territorio, gobierno o ciudadanos, la práctica incluía en el concepto de defensa políticas amplias como la doctrina Monroe y el equilibrio de poder. Respecto a la iniciación de la guerra en sí, la ausencia de cualquier

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limitación legal estaba indicada por la doctrina de la neutralidad que afirmaba que terceras partes no podían hacer un juicio legal sobre la legitimidad de un comienzo de la guerra y que debían actuar con una imparcialidad formal.

Podría esperarse que la historia moderna, que coincide con la desintegración de la cristiandad occidental y de otras civilizaciones históricas y que constituye la “edad heroica” de la creciente civilización mundial, fuese particularmente desfavorable a un ius ad bellum efectivo, y esta expectativa no ha sido defraudada. No obstante, el derecho que efectivamente controle o prohíba el recurso a la guerra es una condición esencial, aunque de ningún modo la única condición, para la paz.

2. DESARROLLO DEL DERECHO INTERNACIONAL MODERNO

a) Período de las Guerras de Religión (1492-1648).-

La idea medieval de caballerosidad y de un orden universal temporal y religioso fue en gran medida descartada por la Realpolitik de Maquiavelo, el fanatismo de las guerras de religión y la idea de la soberanía territorial. Sin embargo, el espíritu humano no podía suprimirse completamente y el comercio marítimo no podía continuar sin un derecho internacional. Además, el derecho era necesario para la dirección y disciplina de las administraciones diplomáticas y militares en los nuevos estados territoriales que se enorgullecían de su eficiencia. Estos dos factores, el sentimiento de humanidad y la razón de estado, al actuar sobre las instituciones y prácticas desarrolladas por el comercio marítimo y las relaciones entre príncipes de la Baja Edad Media, crearon el derecho internacional moderno.

El primero en formular este derecho fue Francisco de Vitoria, un dominico de Salamanca, cuyo espíritu humanístico le había llevado a estar interesado en el problema como consecuencia de la conquista de México por Cortés. Francisco de Vitoria formuló sus ideas en 1532 y, cincuenta años más tarde, el segundo tratado importante sobre el tema fue escrito por Baltasar de Ayala, que era auditor del ejército español en Flandes, “para mantener a este ejército en disciplina y justicias adecuadas”.

La noción de que los príncipes soberanos, aunque soberanos en sus propios dominios, están obligados por el derecho en sus relaciones exteriores fue acentuada por las costumbres de concluir tratados y de intercambiar diplomáticos, por las prácticas mutuamente ventajosas en beneficio del

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comercio marítimo, por la tradición de la civilización cristiana común, por la concepción del derecho natural y del estado de la naturaleza y quizás también por las relaciones personales y el sentido de un interés común entre los propios reyes. Para ellos era natural actuar con la hipótesis de que no debían ser tan hostiles entre sí que no pudiesen ayudarse en su problema común de preservar sus posiciones contra nobles y plebeyos insatisfechos.

El derecho nacional que se estaba desarrollando fue transmitido por la escuela española y por el italiano Gentili a Hugo Grocio, el abogado, teólogo y diplomático holandés. Inspirado por un deseo humanitario para mejorar las prácticas de las que fue testigo en la guerra de los Treinta Años, Grocio dio al derecho internacional una forma más sistemática. Su tratamiento general del derecho de las naciones derivó de su problema original de determinar la justificación de la violencia militar. Grocio contemplaba una familia de monarcas cristianos, cada uno de los cuáles imponía el derecho en su propio reino pero que estaban preparados para cooperar para castigar al violador del derecho de las naciones, especialmente al que iniciaba una guerra que fuese injusta según la concepción medieval. De esta forma, se excluía la neutralidad a menos que fuese imposible determinar qué bando tenía razón en una guerra. Se dio cuenta de que la conducción de la guerra debía ser dirigida por la necesidad militar, pero recomendó temperamenta belli [moderación] en la conducción de la guerra cuando fuese posible en interés de la humanidad y de la paz negociada.

La finalidad del derecho que se estaba desarrollando fue, por lo tanto, justicia y paz. Contemplaba la guerra como una desgracia, generalmente innecesaria y nunca justificable, excepto como una sirvienta del derecho. Sin embargo, la práctica de los gobernantes seguía los preceptos de Maquiavelo más que los de Grocio, aunque el concepto de soberanía territorial, que permitía al príncipe tratar los problemas religiosos como consideraba que se adecuaban a su propia nación, fue aceptado en la Paz de Westfalia.

b) Período del absolutismo político (1648-1789).-

El período que siguió a la guerra de los Treinta Años ha sido denominado por los historiadores recientes del derecho internacional “la era de los jueces”, refiriéndose al carácter legalista que asumieron las relaciones internacionales bajo la influencia del creciente número de acuerdos judiciales y de autores que escribieron sobre el tema, la multiplicación de tratados, la promulgación de leyes nacionales para mantener las obligaciones internacionales, las actividades

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de los diplomáticos y las resoluciones de las conferencias internacionales. Se formalizaron el comienzo y la forma de combatir en la guerra y la dirección de la diplomacia, pero en la práctica no fue aceptada la concepción de Grocio de una comunidad de naciones que impusiese la ley.

La concepción de la guerra experimentó cambios. En lugar de ser un instrumento de la justicia, llegó a considerarse un instrumento de la política. Vattel, que escribió a mitad del siglo XVIII, supuso que, aunque los príncipes deberían convencerse de que tenían una causa justa antes de iniciar una guerra, ningún otro podía juzgar sobre el tema. Los estados sin interés directo en la disputa debían ser neutrales, aunque se permitía la calificación de esta neutralidad por los tratados en vigor y por consideraciones de interés nacional. La guerra era un juicio mediante un combate o un duelo cuyos resultados determinaban los méritos de la disputa y no la ejecución de una sentencia dictada después de una consideración racional de los argumentos de las partes, como hubiese sido en el sistema de Grocio. Por tanto, la iniciación de la guerra se volvió para terceros estados una cuestión de hecho, no de derecho. El interés legal de estos estados no se ponía en las circunstancias del origen de la guerra sino en los cambios legales que provocaba su iniciación.

La existencia de la guerra puso en funcionamiento nuevas normas de derecho aplicables a las relaciones de los beligerantes entre sí y con los neutrales. Estos últimos no solo encontraron que sus derechos comerciales marítimos estaban considerablemente limitados sino también que estaban sometidos a obligaciones para no prestar ninguna ayuda oficial a ninguno de los beligerantes ni para permitir que su territorio fuese utilizado con fines beligerantes. Estados Unidos, separado geográficamente de las guerras europeas que comenzaron después de la Revolución francesa, contribuyó enormemente al concepto del estatuto del neutral y de los derechos y deberes que surgieron de este concepto. Las reglas de la guerra entre beligerantes tendieron a una formalización de la guerra, al mantenimiento de los intereses profesionales de los oficiales y a liberar a los civiles y sus propiedades de las dificultades de la guerra, tanto en tierra como en la mar.

c) Período del nacionalismo industrial (1789-1914).-

El “derecho público de Europa”, como se enunció, por ejemplo, en los tratados de Westfalia (1648), Utrecht (1713) y París (1783), y las leyes consuetudinarias de la guerra y de la neutralidad recibieron un fuerte choque

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por el entusiasmo de la Revolución francesa y por la guerra absoluta de Napoleón.

El período postnapoleónico estuvo marcado por un intento de establecer una organización internacional inspirada, por un lado, por la idealista Santa Alianza del zar Alejandro I y, por otro, por los acuerdos diplomáticos para mantener el sistema establecido por el Tratado de Viena (1815).

El esfuerzo para preservar el statu quo identificándolo con la paz y la solidaridad internacionales se hizo cada vez más difícil cuando se desvaneció el recuerdo de las guerras napoleónicas. El sistema se derrumbó en las revoluciones liberales de 1848, seguidas por la rebelión nacionalista contra el sistema en Italia y Alemania. Con el triunfo de estas rebeliones y la creación de dos nuevas “grandes potencias” en el centro de Europa, se recuperó el sistema del concierto y del derecho internacional. Incluso se trató de restablecer el equilibrio general de poder a través del desarme en las Conferencias de La Haya de 1899 y 1907. Estas conferencias fracasaron en sus objetivos más generales, aunque contribuyeron a la codificación del derecho de la guerra y al desarrollo del arbitraje internacional. Desde 1796, se había recurrido con frecuencia al arbitraje para resolver problemas menores y algunos problemas importantes.

Conforme avanzaba este período, se hizo cada vez más difícil reconciliar las tendencias opuestas de nacionalismo y de internacionalismo. Bismarck pensó que los intereses políticos y económicos de los estados podían disociarse; pero cuando se conocieron las bases económicas para desarrollar la guerra de forma eficaz, el espíritu nacionalista trató de movilizar cada vez más las actividades económicas interiores y exteriores del estado con el propósito de aumentar el poder nacional. Por otro lado, el espíritu internacionalista, favorecido por igual por humanistas y por banqueros y empresarios que deseaban una oportunidad para asegurar la expansión de sus negocios, tendió a limitar la libertad de la política nacional. Este espíritu buscaba impedir la guerra, que se volvió cada vez más amenazadora para la vida social y económica cuando esta última se organizó sobre una base mundial.

La concepción de Grocio de un derecho general que funcionase para una comunidad mundial auténtica pareció estar más cerca de hacerse realidad durante los largos períodos de paz del siglo XIX que lo había estado nunca anteriormente. Sin embargo, el derecho internacional, a pesar de su solidificación y desarrollo detallado a través de conferencias y uniones

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internacionales, tratados generales y bilaterales, tribunales internacionales, correspondencia diplomática y juristas, no había intentado resolver de forma efectiva el problema de la guerra. Aunque las represalias, las intervenciones y otras formas de violencia que no alcanzaban el nivel de guerra se trataron en los manuales de derecho internacional, la propia guerra fue considerada, a través del siglo XIX, como un hecho, y la conveniencia de recurrir a la misma fue considerada no una cuestión legal sino una cuestión ética o una cuestión política. Los gobernantes justificaron la guerra por su éxito en alcanzar sus objetivos inmediatos. La vieja idea de una guerra justa apareció cada vez menos en los manuales, que estaban estructurados normalmente en secciones sobre paz, guerra y neutralidad. De esta forma el derecho internacional se condenó a tratar solamente de las disputas menos importantes. Los enfrentamientos más importantes, para los que se preparaban los estados para luchar, estaban, en la práctica, fuera de su competencia. Ciertamente una teoría de esta clase no podía ayudar en un desarrollo institucional para eliminar la guerra. Solo podía definir métodos de acuerdo pacífico con la esperanza de que los estados los usarían voluntariamente en lugar de recurrir al riesgo de emplear su poder ilimitado para convertir un estado de paz en un estado de guerra. La paz relativa del siglo XIX no fue, de hecho, debida al funcionamiento de un derecho internacional de paz sino a la Pax Britannica, destinada a sobrevivir solamente mientras el poder naval británico fuese capaz de mantener un alto nivel de comercio y de desarrollo económico internacionales.

d) Período de las guerras mundiales (1914-1945).-

Las guerras mundiales que comenzaron en 1914 han sido tan perturbadoras para la continuidad del desarrollo del derecho internacional como lo fueron las guerras que comenzaron en 1618 y1789. Se olvidaron las reglas de la guerra y de la neutralidad en represalias mutuas, se rechazaron las fronteras antiguas y se dio efecto legal a la doctrina de autodeterminación nacional mediante la creación de nuevos estados y de procedimientos para realizar plebiscitos, para proteger a las minorías y para supervisar la administración de mandatos.

Se desarrolló un cambio importante en la concepción de la guerra como una consecuencia de la aceptación general del Pacto de la Sociedad de Naciones y del Pacto de París en los años 1920. Estos instrumentos, que se originaron por la oposición estadounidense a la guerra y la confianza en la organización internacional, por el reconocimiento británico de que su armada sola ya no podía imponer la paz y por el miedo francés a una guerra de venganza, estaban

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basados en la concepción de que la iniciación de la guerra es ilegítima hasta que no se hubiesen agotado los procedimientos pacíficos específicos, según el Pacto de la Sociedad de Naciones o en cualesquiera circunstancias, según el Pacto de París. Este último solo permitía la guerra a un estado que ya hubiese sido atacado y permitía a otros estados que acudiesen en su ayuda. Nunca estaba justificado que un estado iniciase una guerra. El primer beligerante era siempre el agresor.

Esta concepción difería tanto de la concepción de Grocio, que consideraba la guerra un procedimiento adecuado para imponer una causa justa, como de la concepción de Vattel, que consideraba la guerra un hecho, cuya iniciación estaba completamente fuera de la ley. La guerra, de ser un derecho y luego un hecho, se había convertido en un delito. Sobre la base de esta última concepción hubo un claro progreso hacia la institucionalización de procedimientos para definir y suprimir la agresión.

En los documentos más importantes elaborados después de la Primera Guerra Mundial – el Pacto de la Sociedad de Naciones, el estatuto de la Corte Permanente de Justicia Internacional, la constitución de la Organización Internacional del Trabajo y el Pacto de París para la renuncia a la guerra – se concibieron las nociones de la comunidad mundial, del sistema de derecho internacional, de las libertades de nacionalidades y de minorías, de la protección de los derechos humanos, de la perpetuación de la paz, del desarme general y de la legislación internacional progresista y se establecieron procedimientos de seguridad colectiva y de cambio pacífico para hacerlas realidad. En este sistema la posición de los no beligerantes llegó a ser muy diferente de la posición de los neutrales tradicionales. Se pensó en la paz como algo indivisible; y se reconocía que la guerra afectaba a los intereses de todos.

Sin embargo, este sistema no fue aceptado inmediatamente. Los políticos y las opiniones públicas nacionales tendían, en mayor o menor grado, a resistir las intrusiones en la soberanía nacional y también en el sistema de guerra en la medida en que podía favorecer la solidaridad nacional. Muchos intereses económicos nacionales, que dependían de la preferencia, la protección o la preparación nacionales, no estaban preparados para renunciar a estas ventajas. Los aislacionistas, los imperialistas y los reformadores nacionales, acostumbrados a usar la soberanía del estado para preservar las particularidades, extender los beneficios o mejorar el carácter de la cultura nacional, a menudo dificultaron falsificar ese símbolo. Ni el estado soviético, que buscaba proteger y extender la revolución comunista, ni los opositores

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conservadores que provocó estaban preparados para abandonar el empleo de la fuerza. Los abogados y lógicos nacionales, formados en de un ritual profesional, imbuidos de respeto por las tradiciones y desconocedores de las condiciones tecnológicas de las comunicaciones y de la guerra, que hacían inadecuadas las viejas concepciones de soberanía, de interés nacional y de neutralidad, ofrecieron resistencia pasiva, y a veces activa, a las nuevas ideas.

Con sus instituciones recién creadas, e incluso no ratificadas formalmente por todos los estados, con su lógica inadecuadamente apreciada, incluso por sus protagonistas, la organización de la comunidad mundial encontró tanto su poder como sus mecanismos administrativos insuficientes cuando hizo frente a crisis realmente peligrosas. Las instituciones políticas, como ha señalado Bagehot, requieren elementos protocolarios para darles poder y elementos eficientes para dirigir ese poder a fines apropiados o, según la terminología más moderna, necesitan una estructura simbólica para atraer a la opinión y un mecanismo administrativo para centrarlo en problemas concretos. La Sociedad de Naciones no había sido capaz de desarrollar la primera, que es derivada de una antigüedad venerable, ni de perfeccionar la segunda a través de una larga experiencia en adaptar las instituciones a situaciones en cambio.

No es sorprendente, por lo tanto, que se rebelaran grupos importantes contra el sistema después de la grave depresión de 1929. Japón, Italia y Alemania, deseosos de expansión territorial, volvieron a las concepciones de Maquiavelo de un mundo anárquico y de la soberanía absoluta del estado.

Estas rebeliones dieron una oportunidad para probar el nuevo sistema. Se aplicó la definición de agresor como el estado que rehusaba aceptar la invitación de los estados consultores para dejar de luchar. Se aceptó, como una implicación necesaria del Pacto de la Sociedad de Naciones y del Pacto de París, la doctrina Stimson, que rehusaba reconocer los frutos de la agresión. Se movilizó la opinión moral contra los agresores. En el caso de Italia, comprometida en la agresión contra Etiopía, la mayoría de las naciones aplicaron sanciones económicas. Sin embargo, la moral de la comunidad de naciones no fue suficiente para imponer la ley.

Además, los vencedores de la Primera Guerra Mundial, muy interesados en el mantenimiento de un statu quo particular, habían prestado una atención insuficiente al desarrollo de procedimientos para el cambio pacífico. Los agravios que dieron pábulo a estas rebeliones contra el sistema internacional no fueron tratados a tiempo. Llegó a ser evidente que un sistema de gobierno

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internacional operativo no solo debe suprimir la agresión sino que también debe impedir el desarrollo de complejos de inferioridad política .

La guerra mundial se reanudó tras la invasión alemana de Polonia en 1939 después de una serie de conquistas menores de las “potencias insatisfechas” y de “apaciguamientos” por el abandono de sus obligaciones de las “potencias satisfechas”. La guerra terrestre, naval y aérea fue dirigida con poca consideración a las inmunidades tradicionales de los no combatientes y de los neutrales. Gobiernos no beligerantes, que trataban de evitar la guerra, mostraron poca confianza en la legislación tradicional de neutralidad y promulgaron leyes por las que renunciaban al ejercicio de algunos derechos de los neutrales, aceptaron nuevas obligaciones o discriminaron a los agresores. La guerra, sin embargo, se extendió rápidamente.

e) La era nuclear (1945 -).-

La Segunda Guerra Mundial finalizó con la primera explosión nuclear en la historia humana, el establecimiento de Naciones Unidas y los juicios de Núremberg contra criminales de guerra. Aunque en su momento no fueron comprendidos totalmente, los desarrollos inherentes a estos hechos aceleraron tanto las tendencias existentes como para revolucionar el derecho internacional. El peligro para la vida humana en el planeta debido a una guerra nuclear llegó a hacerse realidad cuando la capacidad para fabricar armas nucleares se extendió de los Estados Unidos a la Unión Soviética, a Reino Unido y a Francia, con la probabilidad de que otros estados los seguirían pronto; cuando las bombas de uranio de Hiroshima y Nagasaki fueron sustituidas por la bomba de hidrógeno, más barata y con un poder de destrucción mil veces mayor; y cuando los medios de lanzamiento avanzaron de los aviones de hélice a los aviones a reacción y a misiles intercontinentales.

En la Carta de Naciones Unidas, aunque firmada antes de la primera explosión nuclear, los países que habían luchado contra el Eje expresaron su enérgica determinación para finalizar la plaga de la guerra y acordaron resolver sus disputas internacionales por medios pacíficos y abstenerse de la amenaza de la fuerza o de su empleo en las relaciones internacionales excepto en defensa contra ataques armados o bajo la autoridad de Naciones Unidas. Las obligaciones a que se comprometieron y los procedimientos para mantenerlas tuvieron consecuencias más trascendentales que en instrumentos internacionales anteriores.

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En los juicios de Núremberg y en otros juicios contra criminales de guerra basados en el Acuerdo de Londres de 1945, se definió el concepto de guerra agresiva y se impuso, a través de penas de carácter criminal, la responsabilidad de los individuos por iniciar una guerra de este tipo.

Las actividades de Naciones Unidas para interpretar y aplicar la Carta a la luz de los cambios de la tecnología militar de la era atómica; de los cambios de la composición de la comunidad internacional, por la creación de más de cincuenta naciones nuevas; de los cambios en los valores, consecuencia de la revolución comunista y de la revolución de las esperanzas crecientes en las partes subdesarrolladas del mundo; y del cambio del concepto de humanidad, consecuencia de estos desarrollos y otros – todos enlazados por telecomunicaciones instantáneas, medios de comunicación de masas universales y satélites que giran en el espacio exterior – han desarrollado un nuevo derecho internacional a pesar de la atmósfera desfavorable de la “guerra fría”. Este derecho, aunque imperfectamente desarrollado, declara fuera de la ley a la guerra, organiza la seguridad colectiva, protege los derechos humanos, castiga los crímenes internacionales, facilita la autodeterminación de pueblos capacitados y proporciona procedimientos de cooperación internacional para el bienestar económico y social y para el desarrollo de la codificación del derecho internacional. Este derecho está basado en la igualdad de los estados soberanos y en la no intervención en su jurisdicción interna, pero ha señalado un paso revolucionario al regular la soberanía de los estados para que sirvan a los intereses de las personas y de la comunidad mundial, especialmente estableciendo las condiciones para la paz.

Durante sus primeras dos décadas Naciones Unidas hizo mucho para promover la cooperación internacional en temas de bienestar social y económico, desarrolló el concepto de derechos humanos, pero no los procedimientos generales para mantenerlos, y ayudó a la independencia de muchos estados nuevos. Puso fin a un número de guerras, en la mayoría de los casos mediante “medidas provisionales” aceptadas por los beligerantes poco después de que hubiesen comenzado las hostilidades, pero en las hostilidades en Corea y en el Congo solamente después de importantes combates. En algunos casos (Alemania, Vietnam, el estrecho de Formosa - Taiwan), las líneas de armisticio, de iure o de facto, fueron establecidos por otras organizaciones. En las prolongadas hostilidades de Francia en Vietnam y Argelia, Naciones Unidas tuvo poca influencia y se ignoró su petición de que la Unión Soviética se retirase tras la invasión de Hungría. Su mayor debilidad se manifestó por su falta de habilidad para alcanzar un acuerdo en muchas de

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las disputas que habían precipitado las hostilidades dejando fuerzas enemigas enfrentadas entre sí a través de las líneas de armisticio. Esta situación ha continuado durante más de una década en Corea, Palestina, Cachemira, Alemania, el estrecho de Formosa y Vietnam. En este último caso, la infiltración a través de la línea de alto el fuego mantuvo hostilidades activas, en las que participó Estados Unidos.

3. DERECHO INTERNACIONAL Y DERECHO NACIONAL

Mientras el derecho internacional se estaba desarrollando en la comunidad internacional, en cada estado se había desarrollado un sistema de derecho nacional. Originalmente este sistema estaba plasmado en los juicios y decretos promulgados por la autoridad del príncipe soberano pero se suponía que eran aplicaciones de las costumbres y prácticas tradicionales del derecho consuetudinario. Con el surgimiento de los conceptos de democracia, constitucionalismo y nacionalidad, el derecho nacional llegó a ser el orden del estado soberano. Este último era una entidad abstracta que se manifestaba mediante la unión de un territorio, una población, un gobierno y un estatuto reconocido. El monarca se convirtió en el representante del estado soberano.

La amplia aceptación de la concepción absoluta de soberanía aumentó la dificultad de armonizar el derecho internacional y el derecho nacional. Con Grocio el príncipe fue el nexo personal entre estos dos derechos. El príncipe se dio cuenta de su responsabilidad según el derecho internacional, que surgía de los acuerdos que él o sus predecesores habían firmado o de los intereses mutuos de príncipes cuya atención recalcaban continuamente sus contactos personales. Debido a esta comprensión el príncipe estaba preparado para ejercer los poderes que le pertenecían en la administración y en el sistema legal internos para asegurarse de que sus súbditos no interferían con la asunción de estas responsabilidades. Pero cuando el derecho se convirtió en la expresión de la voluntad soberana de un estado abstracto, promulgado por legisladores con poco contacto exterior o poco conocimiento del derecho internacional, y cuando las fuentes del derecho internacional fueron exposiciones altamente técnicas de numerosos juristas en todas las lenguas, que basaban sus conclusiones en un estudio detallado de tratados, costumbres, principios generales, comentarios de jueces y juristas, que eran bastante incomprensibles para el hombre de la calle, se hizo evidente la posibilidad de conflicto entre el derecho internacional y el derecho nacional.

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Los humanistas estaban divididos en dos campos, uno de los cuáles, con una mirada en los peligros de la guerra, trataba de aumentar la autoridad del derecho internacional en detrimento de la omnipotencia legislativa, y el otro, con la mirada puesta en las necesidades de una reforma interna, trataba de aumentar el absolutismo de la soberanía legislativa. Los nacionalistas estaban también divididos en dos facciones, una de las cuales, temerosa de la guerra, trataba de renunciar al ejercicio de la soberanía y a la búsqueda de los intereses más allá de las fronteras del estado, mientras que el otro, de un carácter más ambicioso, trataba de reforzar continuamente la capacidad del estado para extenderse mediante medios militares. Los juristas trataron de solucionar el conflicto, pero estaban divididos en tres escuelas: los monistas nacionales que insistían en el dominio jurídico, en última instancia, del derecho nacional; los monistas internacionales que insistían en el dominio, en última instancia, del derecho internacional y los dualistas que reconocían la autonomía de cada uno de los sistemas legales, la posibilidad de un conflicto jurídico y la necesidad de unos mecanismos adecuados de ajuste político para corregir este tipo de conflictos. A su vez esta escuela estaba dividida sobre si estos mecanismos debían tener carácter diplomático o internacional.

El problema no estaba resuelto, pero había una tendencia a redefinir soberanía como algo superior al derecho nacional y como algo subordinado al derecho internacional, haciendo así posible que la concepción abstracta de soberanía desempeñase la función que con anterioridad desempeñaba la personalidad del príncipe. Soberanía era al estado lo que libertad al individuo en el derecho, esto es, un poder totalmente discrecional en una esfera marcada por el derecho de la comunidad más extensa. Sin embargo, esta esfera se concebía, de forma creciente, como definida por límites legales más que por límites territoriales. Además, el derecho no se concebía como estático y los límites legales que establecía para la esfera de los soberanos no se consideraban inmutables sino que estaban sometidos a adaptaciones continuas mediante procedimientos políticos de la diplomacia, el reconocimiento, la realización de acuerdos, la conciliación, las conferencias y el derecho internacional así como a través de los procedimientos judiciales de arbitraje y adjudicación.

El desarrollo de la controversia en relación con las esferas del derecho internacional y del derecho nacional ha dado al moderno derecho internacional su característica sobresaliente. No ha sido, como en los romanos ius gentium [derecho de gentes] y ius naturale [derecho natural], un código de principios de validez universal que regula las relaciones de individuos de diferentes estados.

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Hasta la era atómica el derecho internacional consideraba que los individuos estaban sometidos solamente al derecho de algún estado y que el derecho internacional estaba limitado a las relaciones de estados como personas jurídicas. Los estados y, quizá, las uniones de estados, relacionadas con los estados, como en los sistemas de derecho nacional las corporaciones jurídicas se relacionan con los individuos, estaban considerados los únicos sujetos del derecho internacional. Se había esperado que el derecho internacional podría de esta forma validar un sistema capaz de reconciliar el nacionalismo con la comunidad internacional, la soberanía con el derecho, el progreso con la paz. Se había esperado que podría solucionar el dilema de las civilizaciones previas que no pudieron encontrar un camino entre el imperio universal y la guerra permanente.

La observación de los excesos, tanto internos como externos, de la soberanía nacional convertida en totalitarismo estimuló, sin embargo, una opinión general de que el derecho internacional no podía exigir respeto en la altamente interdependiente familia de naciones a menos que la comunidad internacional avanzase hacia un verdadero federalismo. Un desarrollo de este tipo implica el establecimiento de una relación entre el individuo y la comunidad internacional, haciendo al individuo un sujeto del derecho internacional, con acceso directo a los procedimientos internacionales para proteger los derechos garantizados por ese derecho internacional.

Gobernantes y analistas han concluido que una organización federal efectiva debe basarse en la voluntad de las personas afectadas en último término así como en la voluntad de los gobiernos que participan directamente en ella, y esta conclusión estaba implícita en el preámbulo de la Carta de Naciones Unidas, que afirmaba que las Naciones Unidas se derivan de la determinación de “nosotros los pueblos de Naciones Unidas”. Esto recordó la interpretación de Webster, de que la Constitución de Estados Unidos era la voluntad de “Nosotros el Pueblo de Estados Unidos” en oposición a la tesis de Calhoun de que era meramente un pacto entre “Nosotros el Pueblo de los Estados unidos”. La plena realización de la interpretación de Webster parecía que era dependiente no solo de la protección eficaz contra la usurpación por el estado de los derechos del individuo definidos por la legislación federal, sino también de la extensión de garantías efectivas del debido proceso legal en los estados. Esto no fue llevado a cabo en Estados Unidos hasta después de la Guerra Civil y no ha sido llevado a cabo en Naciones Unidas.

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Para resumir la tendencia jurídica de los últimos cuatro siglos, parece que la teoría anárquica de las relaciones internacionales, asumida por Maquiavelo , tendió a ser modificada cuando se hizo manifiesta una comunidad jurídica mundial a través de una red de tratados, de un sistema de derecho internacional, de misiones diplomáticas permanentes, de conferencias internacionales frecuentes y de numerosas organizaciones internacionales. Los juristas internacionales asumieron, de forma general, la existencia de una comunidad de este tipo y una serie de humanistas internacionales había tratado de promoverla mediante propuestas de instituciones más adecuadas. El derecho internacional fue considerado teóricamente no solo una ventaja para resolver problemas insignificantes o para justificar políticas discutibles, sino un código de procedimientos y principios que daban forma y conciencia de sí misma a la colectividad de las distintas, pero interdependientes, naciones, para que la colectividad, a pesar de su organización altamente descentralizada y su tendencia a cambiar con creciente velocidad, constituyese una verdadera sociedad de naciones.

No puede haber duda de que existían conflictos graves en los supuestos fundamentales del derecho internacional tradicional y en los supuestos considerados dominantes en diferentes partes del mundo. Además, de forma creciente, estos conflictos tenían resultados prácticos graves cuando la mayor interdependencia de todas las partes del mundo estaba acompañada de ritmos más rápidos de cambio social y de una mayor diferenciación regional de los sistemas políticos. En estas condiciones el mantenimiento del derecho internacional presentaba graves dificultades. El derecho internacional parecía condenado a ser únicamente una descripción del comportamiento de los estados o a ser únicamente un sistema ideal sin influencia sobre esos comportamientos. En cualquier caso fracasaría en establecer condiciones para la paz.

Juristas y gobernantes encontraron difícil estar pendientes tanto de los valores del derecho en abstracto – continuidad, buena fe, orden y justicia – como también de las realidades del derecho en concreto – objetividad de las fuentes, consistencia de las normas, regularidad de la observancia del derecho y efectividad de las sanciones. Les fue difícil mantener el derecho con anticipación, aunque no con demasiada anticipación, respecto a la actuación del estado y fomentar continuamente la construcción social e institucional para elevar la comunidad internacional a su nivel.

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El nuevo derecho internacional comenzó a desarrollarse antes de la Primera Guerra Mundial y, en principio, se ha reconocido de forma general en la era atómica, pero en la práctica está retrasado. Los procedimientos y la organización de la comunidad mundial no son aún adecuados.

4. PROCEDIMIENTOS INTERNACIONALES Y GUERRA

El derecho internacional ha intentado racionalizar el lugar de la violencia internacional mediante una referencia implícita, si no explícita, a los distintos y variados códigos de normas – el código del duelo, las doctrinas éticas medievales, los sistemas de derecho privado y las costumbres y prácticas de los estados modernos. Normalmente ha sido posible justificar cualquier guerra mediante la aplicación de uno u otro de estos códigos. Por tanto, no es sorprendente que el lugar legal de la guerra haya permanecido indeterminado y que hayan sido escasas las contribuciones que el derecho internacional ha hecho para la eliminación de la guerra. Durante el siglo XIX, mientras el poder naval y la política comercial británicos mantuvieron una tranquilidad relativa, se estaban desarrollando doctrinas de soberanía, de nacionalidad, de neutralidad, de pseudobiología y de pseudosociología que bajaron aún más las débiles barreras que conceptos anteriores de derecho internacional habían colocado en el camino de la guerra.

Sin embargo, en el período que siguió a la Primera Guerra Mundial, convenciones y prácticas hicieron mucho para eliminar la confusión al calificar como ilegales las hostilidades que no se emprendían para defenderse o con la autoridad de sanciones internacionales y al exigir que las disputas internacionales, incluyendo las relativas a pretextos de necesidad defensiva, se resolviesen mediante procedimientos pacíficos. Se ha sugerido, sin embargo, que estos principios nunca pueden hacerse realidad por el derecho internacional porque están en conflicto con el concepto de soberanía básico en este derecho. Este argumento parece basarse en un malentendido. El derecho internacional no ha concebido nunca la soberanía como una prerrogativa que liberase al estado del control del propio derecho internacional. Ha considerado la soberanía como libertad para promulgar e imponer el derecho nacional, pero solo en una esfera que el propio derecho internacional define – una esfera que se reduce con el crecimiento de este derecho. La soberanía legal no es, por tanto, incompatible con la eliminación de la violencia internacional. No obstante, la norma del derecho internacional reciente que proscribe la guerra no ha sido observada por varios estados importantes. El derecho internacional positivo se opone hoy a la guerra, pero el derecho internacional procesal no se

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ha desarrollado de forma suficiente para conseguir que el derecho positivo se haga efectivo.

El derecho internacional procesal no se ha desarrollado tan rápidamente como lo ha hecho el derecho internacional positivo. Ha consistido principalmente en la descripción de prácticas con poca influencia de las teorías éticas y jurídicas. El derecho internacional positivo, por otro lado, aunque no indiferente a la práctica, ha sido muy influido por la teoría del derecho natural y las analogías derivadas de los sistemas desarrollados del derecho nacional. La consecuencia ha sido que en el derecho internacional los derechos han sido reconocidos y definidos a menudo mucho antes de que se hayan desarrollado soluciones legales adecuadas para apoyarlos.

Las prácticas de los ejércitos y armadas se han desarrollado por consideraciones de disciplina interna y de eficiencia militar más que por el respeto a las normas internacionales. Las normas relativas a la disciplina y a la eficiencia pueden ser impuestas de forma efectiva por consejos de guerra, pero para imponer normas internacionales, estos procedimientos solo están disponibles en calidad de protesta formal, de interposición de neutrales, de represalias o de quejas diplomáticas después de la guerra, la influencia de las cuales es dudosa o se produce con retraso. Los consejos de guerra nacionales pueden condenar a soldados que violan las normas internacionales y las comisiones militares nacionales pueden condenar a personas en áreas ocupadas o a los miembros de las fuerzas armadas enemigas apresados. Pero estos procedimientos están diseñados principalmente para promover la disciplina en las fuerzas armadas y gobernar las zonas ocupadas. No han demostrado ser sanciones efectivas para el derecho internacional de la guerra, ni han sido acusaciones ante tribunales penales internacionales, que solo pueden actuar después de la guerra contra personas de los estados beligerantes derrotados, aunque puedan tener alguna influencia disuasoria.

Los tribunales de los consulados de comercio en la Baja Edad Media tuvieron a menudo un carácter auténticamente internacional y los códigos que surgieron de ellos y que guiaron sus prácticas, tales como el Consulado del Mar, establecieron normas de derecho internacional mercantil estrechamente relacionadas con sus soluciones. Sin embargo, el desarrollo de los estados soberanos en el Renacimiento detuvo este desarrollo. Excepto en Oriente, los cónsules perdieron la mayoría de sus funciones judiciales y se convirtieron en agentes de la política comercial nacional. Los tribunales de los consulados extraterritoriales en Oriente fueron órganos del imperialismo más que del

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derecho internacional y llegaron a su fin en la Segunda Guerra Mundial. El derecho marítimo, aunque retuvo mucho de su carácter internacional, llegó a ser impuesto por tribunales marítimos puramente nacionales, influidos en último término, es cierto, por la posibilidad de protestas diplomáticas. Los derechos marítimos internacionales y los recursos internacionales dejaron de estar estrechamente relacionados.

Las prácticas de los Ministerios de Asuntos Exteriores y de los servicios diplomáticos estuvieron dedicadas principalmente a la promoción de las políticas nacionales, especialmente el mantenimiento del equilibrio de poder. Incluso los asesores legales de los Ministerios de Asuntos Exteriores tendieron a asesorar a sus superiores sobre la mejor racionalización legal de las decisiones políticas en lugar de asesorar sobre las obligaciones internacionales del estado como serían interpretadas por un tribunal o un jurista imparciales. Se presentaron argumentos legales para defender intereses y actos nacionales, pero el procedimiento fue de recomendación más que de juicio internacional. Los procedimientos de mediación, de conciliación y de arbitraje, de conferencia y de consulta, y de administración internacional, que se desarrollaron a partir de la diplomacia, tuvieron un carácter más internacional. Una vez que se estableció el sistema de misiones diplomáticas permanentes, que aseguraban la reciprocidad y facilitaban la gestión colectiva por el cuerpo diplomático en una capital concreta, la diplomacia proporcionó un procedimiento casi internacional para imponer ciertas normas de derecho positivo, especialmente las que definían los derechos y los privilegios de los propios diplomáticos. Estas normas estaban más estrechamente enfocadas a su corrección que la mayoría de las normas del derecho internacional.

Los autores de manuales de derecho, aunque con frecuencia estaban en estrecho contacto con los gobiernos, no podían imponer directamente los preceptos que recomendaban. Apelaron a la conciencia de príncipes y de pueblos, pero sus normas no tenían ninguna aprobación en la medida en que iban más allá de una mera clasificación de las disposiciones de las costumbres y de las cláusulas de los tratados. Cualesquiera que fuesen los antecedentes de un autor de manuales, jurídicos, filosóficos, teológicos o diplomáticos (y a menudo eran los cuatro), él tendía a poner énfasis en la consistencia y en la coherencia lógica de las normas del derecho internacional con una consideración secundaria a los procedimientos por medio de los que estas normas podían aplicarse e imponerse de forma regular. En épocas recientes los juristas han criticado frecuentemente la actuación de los gobiernos, a menudo de sus propios gobiernos, desde el punto de vista del derecho internacional y

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han publicado esas críticas en periódicos poco después de los hechos. La perspectiva de esas críticas públicas podría tener alguna influencia disuasoria.

Tribunales nacionales, además de los tribunales militares, han tenido que tratar con problemas internacionales al ejercer la jurisdicción marítima, especialmente sobre las presas de guerra; al sentenciar disputas que implicaban a diplomáticos, a cónsules y a otros agentes exteriores residentes en el país; al tratar disputas que implicaban la soberanía territorial; al tratar disputas que implicaban a extranjeros; al interpretar y aplicar tratados; al aplicar el derecho nacional diseñado para imponer las obligaciones internacionales o para regular la política exterior; y al tratar disputas que implicaban derechos que se originaban por el derecho extranjero o estaban afectados por él.

Se ha originado una gran cantidad de pleitos por estos temas, pero aunque estos precedentes muestran claramente los procedimientos para imponer las normas reconocidas, las normas han sido principalmente normas del derecho nacional más que del derecho internacional. Es verdad que los tribunales de presas del mar se han declarado tribunales del derecho de las naciones y los tribunales ordinarios han adoptado de vez en cuando la doctrina de incorporación, que sostiene que el derecho internacional se aplicará por los tribunales nacionales en los casos apropiados, especialmente los concernientes a los diplomáticos. Sin embargo, esta doctrina ha estado casi invariablemente sometida a la excepción de que la legislación nacional debe ser observada, incluso si es contraria al derecho o a los tratados internacionales, y que los tribunales seguirán a los departamentos políticos del gobierno en cuestiones políticas, tales como el reconocimiento de estados, gobiernos, beligerancia y cambios territoriales, los límites del dominio nacional y la validez de los tratados. Por lo tanto, la teoría de que el procedimiento jurídico nacional debería imponer el derecho internacional en el ámbito nacional está sometido en la práctica a importantes reservas. Los tribunales nacionales aplican principalmente el derecho nacional y sus opiniones sobre temas internacionales, aunque menos influidas por políticas a corto plazo que las del ejecutivo, pueden ser consideradas en el mejor de los casos solo como interpretaciones nacionales del derecho internacional. Esto es verdad incluso si los tribunales nacionales están obligados por la constitución a dar prioridad al derecho y a los tratados internacionales sobre el derecho nacional, como ha sido dispuesto por unos pocos estados desde la Segunda Guerra Mundial. En las cuestiones importantes del derecho internacional, que implican temas de paz y de guerra, raras veces los tribunales nacionales pueden ir más allá de la política nacional declarada por el ejecutivo o por el legislativo.

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Las conferencias internacionales han desarrollado normas para su propio funcionamiento que tienen poder para imponer. La codificación del derecho internacional positivo, que ha sido emprendido de vez en cuando por estas conferencias, incluso si han sido vinculantes formalmente para los estados debido a la ratificación posterior, ha carecido frecuentemente de procedimientos efectivos de imposición. La imposición ha dependido normalmente de la actuación de las autoridades legislativas y administrativas nacionales o de la presentación de quejas diplomáticas para indemnizaciones, apoyadas quizá por la amenaza de represalias o de denuncia de tratados. Los tratados generales han dispuesto a veces su propia interpretación y aplicación mediante arbitraje y para su propia imposición por garantías cuya ejecución ha sido confiada a veces a una organización internacional.

Se han hecho esfuerzos para ejecutar inmediatamente las resoluciones de las conferencias o consultas internacionales al constituir las delegaciones nacionales con funcionarios políticos o administrativos con poder para tratar el tema en su propio territorio. Esta práctica demostró ser efectiva entre los aliados durante las guerras mundiales pero su desarrollo en tiempos normales en los órganos de la Sociedad de Naciones y de Naciones Unidas ha demostrado ser más difícil. La práctica por la que los ministros de Asuntos Exteriores asistían a las reuniones de estos organismos tendía a hacer inmediatamente ejecutivas esas decisiones en los países representados por los ministros que las habían acordado.

La práctica de mediación de terceras partes en una disputa ha conducido a veces a la intervención de un estado poderoso, que dicta el acuerdo en función de sus propios intereses con poca consideración al derecho. Sin embargo, a veces esta intervención ha sido colectiva, como la del Concierto europeo (Sistema de Viena), e incluso ha sido institucionalizada en los procedimientos de la Sociedad de Naciones y de Naciones Unidas cuando están recomendando los acuerdos pacíficos de las disputas. La mediación también ha conducido a las prácticas de investigación, conciliación y arbitraje por las cuáles el mediador, con el consentimiento de las partes, define los hechos, recomienda un acuerdo o dicta un fallo. Estos procedimientos han tendido a institucionalizarse al convertir al mediador estatal o real en un cuerpo técnico o jurídico constituido según principios aceptados y actuando de acuerdo con ese tipo de principios.

Cuando un tribunal de arbitraje ad hoc seleccionado por las partes en disputa se ha convertido en un tribunal permanente con personal establecido

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como en el Tribunal Internacional de Justicia y cuando este tribunal tiene una jurisdicción obligatoria, como puede tenerla bajo la cláusula facultativa19, hay un procedimiento preparado en el que el desarrollo del derecho positivo y el procedimiento para su aplicación parecen estar adecuadamente relacionados. Sin embargo, hay un punto débil. Muchos estados no han aceptado la cláusula facultativa y aquellos que la han aceptado han hecho a menudo reservas destructivas, como ha hecho Estados Unidos mediante la enmienda Connally. Además, la obligación de los estados de someterse a la jurisdicción, incluso si la han aceptado por un tratado, y de cumplir el fallo es autorizada principalmente de buena fe. El procedimiento del Tribunal Internacional de Justicia se basa principalmente en autoridad legal, no en poder físico, y la autoridad legal se basa en la norma del derecho internacional positivo que exige la observancia de los tratados. Así, aunque el derecho positivo y el procedimiento internacional están relacionados, el procedimiento es enormemente incapaz para reforzar el derecho positivo que constituye su sanción principal no obstante la competencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, con derecho de veto, para tomar medidas para imponer a la fuerza una sentencia.

La organización internacional se ha desarrollado combinando las prácticas de conferencias internacionales, garantías de los tratados, intervención, investigación, conciliación, arbitraje y acuerdos jurídicos con un secretariado permanente.

El sistema europeo postnapoleónico dependía de conferencias celebradas esporádicamente y de garantías. El Concierto europeo del siglo XIX avanzó mediante conferencias e intervenciones colectivas que se celebraban de vez en cuando. Las uniones administrativas internacionales, aunque tratando en lo principal con cuestiones no políticas, utilizaron conferencias permanentes y secretariados permanentes. El sistema de La Haya empleó las prácticas de conferencias periódicas, de codificación del derecho internacional y de un tribunal permanente de arbitraje, unificados mediante una comisión administrativa que contaba con representantes diplomáticos de las partes en La

19 [NT] Establecida en el Articulo 36 del Estatuto del Tribunal Internacional de

Justicia, según la cual los estados podrán declarar en cualquier momento que reconocen como obligatoria la jurisdicción del Tribunal Internacional de Justicia para resolver controversias entre estados que hayan formulado la misma declaración. Esta cláusula ya se había considerado en el Estatuto de la Corte Permanente de Justicia Internacional (1922-1946).

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Haya, pero le faltaba el elemento de autoridad que había estado presente en las intervenciones del Concierto de Europa.

La Sociedad de Naciones combinó todos estos aspectos de la organización internacional. Se establecieron conferencias periódicas frecuentes en las reuniones anuales de la Asamblea y en las reuniones más frecuentes del Consejo. Estas instituciones estaban investidas de poderes de investigación, conciliación e intervención en disputas internacionales; para recomendar cambios en el statu quo en interés de la paz y de la justicia; y del derecho de iniciativa para establecer leyes internacionales en numerosos temas, como armamento, comercio y comunicaciones internacionales, bienestar de los indígenas, derechos de las minorías, sanidad y trabajo. Se dispusieron procedimientos de arbitraje voluntario y de acuerdos jurídicos y hubo garantías y sanciones económicas contra la guerra que violase el Pacto de la Sociedad de Naciones.

La Sociedad de Naciones sufrió por la exigencia de unanimidad general y por la falta de poder político. La sanción fundamental del sistema no era ni el poder militar unificado ni la opinión pública unida, sino la obligación legal de los estados miembros de observar sus pactos. Cuando los estados garantes fallaron en cumplir sus deberes legales, cayó la estructura completa.

Naciones Unidas era similar, pero se restringió la regla de unanimidad, se hicieron más generales las obligaciones contra la guerra, se reforzaron las sanciones para imponerlas y se facilitó la cooperación mediante el establecimiento de muchas agencias especializadas sometidas a la supervisión de Naciones Unidas. A pesar de estos cambios, se dio por supuesta la soberanía de los estados, un estado no estaba obligado a someterse a un fallo o a un cambio en sus obligaciones internacionales sin su consentimiento, las sanciones estaban sometidas al veto de las grandes potencias, y, dejando aparte al Tribunal Internacional de Justicia en relación a los estados litigantes que hubiesen aceptado su jurisdicción, las agencias de Naciones Unidas solo podían recomendar el arreglo de las disputas o de las situaciones peligrosas para la paz o la modificación de las condiciones que parecían injustas o preocupantes.

Sin modificar la Carta, Naciones Unidas está siendo reforzada mediante un proceso de universalizar la pertenencia a la misma, de interpretar las obligaciones de sus miembros, de mejorar sus procedimientos para la solución de disputas, de cambio pacífico, de derecho internacional y de seguridad

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colectiva, y de establecer organismos subsidiarios para contribuir a estos fines. El reclutamiento y el funcionamiento de las fuerzas de mantenimiento de la paz, especialmente en Suez (1956) y en el Congo (1960), no han aumentado la competencia legal de los órganos de Naciones Unidas pero han aumentado su competencia práctica. El mantenimiento permanente de estas fuerzas facilitaría las operaciones de seguridad colectiva pero también aumentaría enormemente el presupuesto de Naciones Unidas. Una fuerza de este tipo depende de la observancia general de las opiniones consultivas del Tribunal Internacional de Justicia, que sostiene que la Asamblea General es competente para hacer asignaciones en apoyo de esas fuerzas y para asignarlas como obligaciones a sus miembros.

Factores externos al derecho establecido por la Carta o los organismos de las propias Naciones Unidas han hecho mucho para reforzar a Naciones Unidas. Entre estos están los esfuerzos diplomáticos para disminuir las tensiones internacionales y los esfuerzos educativos para aumentar las actitudes favorables al internacionalismo, para ampliar el concepto de interés nacional y para desarrollar en la opinión pública mundial y en los organismos de toma de decisiones de los gobiernos una mayor comprensión de la necesidad de la paz y de la cooperación internacional en la era atómica.

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CUARTA PARTE

EL CONTROL DE LA GUERRA

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CAPÍTULO XXIII

SÍNTESIS Y PRÁCTICA

En el análisis de la guerra que se ha intentado en este estudio no ha sido posible excluir totalmente la consideración del control de la guerra y de los objetivos de este control, aunque se ha puesto el énfasis en las tendencias y la predicción de la guerra. Este capítulo trata del problema práctico del control de la guerra, que implica síntesis más que análisis.

La síntesis maneja símbolos y altera su relación con las cosas simbolizadas y con las personas que emplean los símbolos para comprender o crear fenómenos. Al tratar con fenómenos físicos y biológicos, la ciencia aplicada y el arte van de común acuerdo, pero en estos campos, incluyendo la ingeniería, la agricultura y la medicina, es posible definir también objetivos y condiciones para realizar un estudio teórico previo a la actividad constructiva. Un ingeniero puede elaborar un proyecto de un puente con la descripción de todos los detalles antes de que comience el trabajo de campo.

Planificar una estructura social en este sentido es imposible por dos razones: puede esperarse que los objetivos cambien con la experiencia y no puede predecirse con mucha antelación que exista una opinión pública favorable a dicha estructura, condición básica para el éxito de la planificación. El ingeniero social se enfrenta con un problema similar al de un arquitecto al que se le pidiese diseñar casas según unas especificaciones que se modificarán todas las semanas, casas que se construirían de barro, que será arrastrado por la lluvia, en una región en la que se esperan intensas lluvias todos los meses. En estas condiciones no compensa elaborar unos planes detallados de ingeniería. El control de la guerra implica, por lo tanto, una síntesis de (1) planificación y política. En esta síntesis, (2) se deben considerar los principios de la acción social y (3) se deben distinguir de forma inteligente los fines y los medios.

1. PLANIFICACIÓN Y POLÍTICA

Una reciente propuesta de planificación internacional en gran escala propone una analogía entre los inventos sociales y los mecánicos. El usuario de un automóvil, se indica, no necesita entender sus mecanismos. Si puede ver el

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vehículo en funcionamiento, puede apreciar sus ventajas y aceptarlo. Análogamente, se argumenta, el hombre medio no necesita entender el proceso o los principios de la construcción de un nuevo orden internacional. Puede dejar esto a los ingenieros sociales y dar su aprobación cuando lo vea funcionando. La analogía falla porque ninguna ingeniería social en gran escala puede funcionar a menos que las personas afectadas por ella estén convencidas de que funcionará antes de que la vean funcionando. Dicho de otra forma, su escepticismo o su hostilidad la matará. No menos importante que los aspectos útiles de las instituciones sociales, como ha señalado Bagehot refiriéndose a la Constitución británica, son “los aspectos protocolarios”, que son los que dan “fuerza” a los “aspectos eficaces”. Los inventos sociales tienen poco valor a menos que en el proceso de su desarrollo se despierte el interés social y se establezca una confianza general en su utilidad. La innovación y la planificación sociales son, de hecho, artes – de las que las artes de la educación y la propaganda sociales son partes no menos importantes que las artes de la organización política y la dirección administrativa.

En 1763 Rousseau alabó el proyecto de paz perpetua del abad de Saint-Pierre (1713), ostensiblemente basado en el “gran diseño” del rey Enrique IV y de Sully (1608). Sin embargo, Rousseau añadió que “solo hay una cosa que el buen Abad ha olvidado – cambiar los corazones de los príncipes”. Luego, Rousseau comparó el método político por el que, dijo, Enrique IV y Sully habían intentado poner en práctica su plan (cortado de raíz por el asesinato de Enrique IV), con el método literario de Saint-Pierre, de forma desfavorable a este último. “Existen los medios que Enrique IV reunió para crear la misma institución que intentó crear con un libro el Abad de Saint-Pierre. Sin duda alguna en el momento actual la paz perpetua no es más que una ilusión frívola, pero si surgiesen otra vez un Enrique IV y un Sully, la paz perpetua volverá a ser otra vez un proyecto razonable”.

En un siglo y medio han cambiado las condiciones. En este momento, los corazones de las masas son tan importantes como las de los príncipes. En 1938 Archibal MacLeish parafraseó la pregunta, “¿Permitiremos que siga existiendo la poesía?” al plantear la pregunta, “¿Nos permitirá la poesía que sigamos existiendo?” “La crisis de nuestro tiempo – escribió – es una crisis cuya causa reside completamente en los corazones de los hombres”, y solo la poesía puede curar este “fracaso del deseo” porque “únicamente la poesía, al explorar el espíritu del hombre, es capaz de crear en unas breves palabras lo que los buenos hombres comunes han sido incapaces de imaginar por sí mismos”.

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CUARTA PARTE 447 EL CONTROL DE LA GUERRA

El plan social debe ser siempre deseado por las personas influyentes afectadas por ellos. Antes de que la medicina ayude al paciente, el doctor social debe convencer primero al paciente de que el tratamiento le pondrá bien, que el propio paciente quiere ponerse bien y que la medicina le ayudará a conseguirlo. El plan debe ser siempre suficientemente flexible para permitir adaptarlo a los cambios de los deseos sociales. Una sociedad civilizada tiene muchas potencialidades diferentes de desarrollo. Por lo tanto, un plan social puede incluir solamente una amplia declaración de objetivos, una breve exposición de las condiciones a alcanzar y de los métodos que serán seguidos, y una descripción más detallada del personal y de las competencias de una organización que vaya a hacer el trabajo. Esta organización debe sintetizar el conocimiento y persuadir a la opinión pública conforme vaya avanzando el plan. La síntesis social es, por lo tanto, historia que se está desarrollando. Se escribirá en el comportamiento humano y en las instituciones sociales, no en libros.

2. PRINCIPIOS DE LA ACCIÓN SOCIAL

Merecen exponerse algunos postulados de la acción social, tan evidentes como obvios, porque, al elaborar programas de reforma internacional, a menudo han sido olvidados.

a) Debemos comenzar desde donde estamos.-

No pueden ignorarse ni las naciones ni las instituciones internacionales existentes, porque el hecho de su existencia indica la existencia de lealtades. Las personas fieles a estas naciones e instituciones tomarán represalias si son devaluados sus símbolos. Esta venganza puede provocar violencia y el fracaso del programa que es responsable de esta devaluación. Por lo tanto, la acción para la paz debería continuar mediante la coordinación de las instituciones existentes más que a través de su sustitución. Solo deberían establecerse instituciones nuevas con la participación inicial de todos cuya buena voluntad sea esencial para su funcionamiento. Aquellos dejados de lado al comienzo es probable que se constituyan en oposición.

b) Debemos elegir la dirección en la que queremos ir.-

Esta dirección no puede descubrirse por la ciencia ni por el análisis. Es un acto de fe. Presumiblemente, las sociedades democráticas desean que el control de la guerra vaya en la dirección de la paz internacional – pero de una paz

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concebida como un estado de orden y justicia. El aspecto positivo de la paz – justicia – no puede separarse del aspecto negativo – eliminación de la violencia. El cambio pacífico para desarrollar el derecho a la justicia y la seguridad colectiva para preservar el derecho contra la violencia deben realizarse a la vez.

Sin embargo, para que la actuación sea eficaz, debe limitarse el objetivo. Ninguna organización o movimiento puede abarcar todas las reformas. La paz internacional no implica la eliminación de todos los conflictos ni tampoco de toda violencia. Algunas formas de conflicto, como los debates políticos o parlamentarios, la competencia económica, la rivalidad para demostrar los méritos de los diferentes sistemas sociales, culturales, ideológicos y políticos, pueden ser esenciales para un mundo progresista. La justicia internacional exige que cada nación sea libre para desarrollar su propio sistema jurídico en su propio territorio con tal de que respete los derechos humanos universalmente aceptados. La violencia interna, como el crimen, la violencia de las multitudes y la insurrección, es un problema local en el mundo actual. Debe respetarse la jurisdicción nacional de los estados o no cooperarán en la construcción de la paz. Podría alcanzarse la paz internacional incluso aunque permanezcan muchos males económicos y políticos. La eliminación de la guerra implica una evaluación continua en lo que se refiere a la importancia de abusos y de las propuestas de reformas en relación con el objetivo de la paz internacional.

c) Debe contabilizarse el coste.-

Es un defecto en el análisis de la guerra el que raras veces se comparan sus costes con sus resultados. Los esfuerzos para controlar la guerra no deberían cometer el mismo error. Los programas para tratar la guerra pueden tener distintos niveles de radicalismo. Pero todo cambio social implica algún coste. Si un programa para el establecimiento de la paz internacional tiene que ser efectivo, lo primero debería ser tratado en primer lugar. El grado en que la estructura básica de las relaciones internacionales puede ser afectada a largo plazo no puede ser previsto en las fases iniciales, y los intentos para concebir estos cambios solo provocarían una oposición innecesaria. Los costes sociales están relacionados con las actitudes sociales y pocas reformas pueden progresar si los cambios que podrían ocasionarse en un futuro lejano se midiesen en términos de los valores sociales actuales. Se pueden desarrollar grandes cambios si los afectados calculasen solamente las ventajas y los costes

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del paso inmediatamente próximo. Cuando se realice este primer paso, se podrán valorar las ventajas y los costes del siguiente.

d) Debe estimarse el aspecto temporal.-

La guerra podría definirse como un intento de realizar un cambio político demasiado rápidamente. La resistencia social es proporcional a la velocidad del cambio. Una entrada moderada de inmigrantes o de bienes o de capital no causará alarma, pero si se deja que sobrepasen un cierto umbral puede esperarse una resistencia violenta. Las instituciones y lealtades apreciadas pueden cambiarse pacíficamente a través de su sustitución gradual por otros intereses, lealtades e instituciones, siendo el cambio gradual la esencia de esta transición pacífica.

El establecimiento de la paz internacional exige muchos cambios sociales importantes, porque la guerra es una institución que se extiende total y profundamente en el mundo político moderno. Por consiguiente, las organizaciones que trabajan en el problema no deben impacientarse. Esto no quiere decir que, en ocasiones, no pueda ser oportuno o necesario aprovechar una corriente favorable para realizar un gran avance. Una oportunidad de este tipo se presentó por la condición moldeable de muchas instituciones después de las guerras mundiales cuando se establecieron la Sociedad de Naciones y Naciones Unidas. La valoración de las ocasiones y el ajuste de la velocidad del movimiento al carácter de estas ocasiones son el arte de la habilidad política.

3. FINES Y MEDIOS

La guerra puede explicarse desde diferentes puntos de vista. Lo que desde un punto de vista es considerado como una condición inmutable, desde otro punto de vista puede ser una variable a cambiar. Esto se deriva del hecho de que pocas condiciones sociales son realmente inmutables; por lo tanto, la distinción entre constantes y variables se convierte en una cuestión de política y estrategia – una distinción entre fines y medios.

Se ha buscado la paz internacional por medio de un equilibrio de poder más perfecto, por medio de un régimen de derecho internacional más perfecto, mediante una comunidad mundial más perfecta y mediante una adaptación más perfecta de las actitudes e ideales humanos. Sin embargo, estas diferentes formas de estabilidad no pueden desarrollarse simultáneamente o en todas las

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condiciones. Las políticas que promueven una forma de estabilidad pueden perjudicar a otras.

El punto de vista militar asume que el derecho internacional, las políticas nacionales y las actitudes humanas permanecerán más o menos como son ahora. Se debería centrar la atención en estabilizar el equilibrio de poder o la disuasión mutua manteniendo la libertad de los estados para hacer alianzas temporales, para perfeccionar los armamentos, para desplegar fuerzas y para amenazar con intervenir cuando lo requiera un cambio del equilibrio de poder. Las alianzas y las uniones permanentes de estados, los conceptos de agresión, las obligaciones del desarme, los sistemas de seguridad colectiva y la interdependencia económica chocan con esta libertad de acción de los estados y dificultan las maniobras políticas rápidas necesarias para mantener el equilibrio.

El punto de vista legal, aunque supone la existencia permanente de los estados y la persistencia de las actitudes humanas actuales, busca limitar las políticas nacionales, incluyendo las políticas de equilibrio de poder, mediante el imperio de la ley. Estas normas en el campo internacional estarán con seguridad influidas por los principios de la justicia y los procedimientos judiciales aceptados por los sistemas de derecho civil desarrollados. El derecho internacional, por lo tanto, tiende a considerar como injustas muchas acciones esenciales para el mantenimiento del equilibrio de poder y a desarrollar en su lugar una organización y un sistema legal internacionales. Esto implica una reinterpretación de la soberanía de los estados para permitir normas de derecho internacional que prohíban la agresión, que restrinjan la intervención y que protejan los derechos humanos.

El punto de vista sociológico tiende a mantener que el derecho y los ejércitos son consecuencia de los aspectos más fundamentales de la cultura. De los últimos, el nacionalismo destaca en la civilización actual. Los esfuerzos para aumentar la estabilidad de la comunidad mundial deberían, por lo tanto, dirigirse contra los símbolos del nacionalismo. Sin embargo, los sociólogos son completamente conscientes de los obstáculos que el proceso de integración social y de formación de la personalidad presenta a los planes y a la propaganda para sustituir un mito mundial por mitos nacionales.

El punto de vista psicológico considera los ejércitos, el derecho internacional y las políticas nacionales como fenómenos derivados y dedica la atención principal a cambiar las actitudes humanas a través de la educación.

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Sin embargo, los educadores son conscientes de que son esenciales ciertos cambios en el derecho internacional si la educación va a desarrollar actitudes hacia la paz que sean universalmente apropiadas, de que el crecimiento del internacionalismo económico y cultural tiende a facilitar un programa de este tipo, de que la amplia difusión de actitudes que conducen a la paz internacional implica importantes cambios en las culturas nacionales y de que los esfuerzos educativos para promover la paz pueden considerarse que tienen éxito únicamente si conducen a reducciones generales en los armamentos nacionales y al abandono general de políticas agresivas. El éxito de la educación efectiva para la paz tiende a hacer menos estable el equilibrio de poder y, por lo tanto, requiere su sustitución por una estructura política mundial muy diferente.

Considerando las dificultades generales del cambio social a gran escala y los conflictos particulares entre objetivos y métodos, entre fines y medios, en las formas de abordar la justicia y el orden internacionales, ¿cuál debería ser el programa del gobernante preocupado en eliminar la guerra? Las reacciones de los gobernantes a los problemas a los que se enfrentan se discutirán en el capítulo siguiente.

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CAPÍTULO XXIV

LA PREVENCIÓN DE LA GUERRA

El análisis realizado en este estudio sugiere que la prevención de la guerra implica acciones simultáneas, generales y concertadas en los frentes educativo, social, político y legal. Las políticas dirigidas al equilibrio de poder militar, a la separación política y económica de las grandes potencias o a la conquista de todas las potencias por una de ellas no prometen la estabilidad en el mundo moderno. Las políticas dirigidas a alcanzar estos objetivos tienen más probabilidad de contribuir a la guerra que a evitarla.

La dificultad de encontrar momentos en los que se puedan introducir los resultados de estudios teóricos en el curso de la acelerada actividad política puede aclararse al considerar la reacción de los gobernantes a ciertos problemas prácticos a los que han hecho frente en los últimos años – los de (1) el gobierno agresivo, (2) la enemistad internacional, (3) la crisis mundial, y (4) la próxima guerra.

1. EL GOBIERNO AGRESIVO

En un sentido legal la palabra “agresor” se refiere a un gobierno que ha recurrido a la fuerza en contra de las obligaciones internacionales del estado. Aquí el término se utiliza en el sentido sociológico y se refiere al gobierno que, a causa de su estructura interna o a sus condiciones ambientales, es probable que recurra a la fuerza. Herbert Spencer distinguía la sociedad militar, que impone el orden interior y la defensa exterior subordinando la vida económica, social y política a las necesidades del ejército, de la sociedad industrial, que usa la persuasión para lograr el orden interno y la defensa exterior subordinando el ejército a las necesidades del servicio social, de la prosperidad económica, de la iniciativa individual y de la conciliación internacional. La diferencia es solo relativa porque todos los estados tienen los dos tipos de órganos, productivos y militares, y en muchos el liderazgo está unas veces en uno de ellos y otras veces en el otro. Además, la agresividad es fundamentalmente una característica de un gobierno más que de un pueblo. Un pueblo puede sustituir rápidamente un gobierno pacífico por otro agresivo, pero el tipo de gobierno tiende indudablemente con el tiempo a infectar a la población.

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¿Cómo pueden identificarse y eliminarse los gobiernos agresivos? Estudios estadísticos indican que algunos gobiernos han luchado más frecuentemente y han gastado una proporción mayor de sus recursos en guerras y armamentos que otros gobiernos. Estudios políticos sugieren que la guerra y las fuerzas armadas juegan un papel mucho mayor en los mecanismos de mantenimiento del poder de ciertos gobiernos que de otros. Estudios sociológicos sugieren que las actividades militares juegan una parte más importante en la cultura de algunas élites gobernantes que en la de otras. Probablemente se podrían establecer criterios para identificar los gobiernos agresivos en cualquier momento utilizando estudios de los tipos mencionados, complementados por materiales analítico-descriptivos relativos al grado de centralización y totalitarismo y a políticas y hechos recientes.

Un gobierno puede concluir que otro gobierno es agresivo debido a un estereotipo tradicional, a una propaganda interesada, a interpretaciones erróneas de actos o declaraciones, a analogías falsas, a prejuicios populares o a diferencias culturales o ideológicas. Las imágenes de un estado en las mentes de sus propios ciudadanos y en las mentes de los ciudadanos de otros estados difieren normalmente mucho. Así, el primer problema al tratar con un “gobierno agresivo” es estar seguro de que la evidencia objetiva apoya esta caracterización en el momento en que se hace.

El problema de eliminar gobiernos agresivos es menos difícil que el problema del pastor de eliminar a los lobos, porque ningún pueblo es totalmente agresivo. El lobo no puede cambiar su naturaleza, pero el pueblo castigado con un gobierno agresivo sufre de una enfermedad más que de una característica intrínseca. Esta conclusión es sugerida por la variabilidad del grado de agresividad en la historia de los pueblos. La enfermedad es el resultado de la interacción de condiciones internas y externas. En un período de guerra, de depresión y de desorden generales todos los pueblos tienden a volverse agresivos; en períodos largos de paz la mayoría de los pueblos tienden a ser pacíficos e industriosos; pero la estabilidad puede llevar a la desesperación a los desvalidos y al aburrimiento a los aventureros, provocando propagandas revolucionarias y beligerantes. Además, la tradición de prestigio militar, de organización social aristocrática, de autocracia política y una situación geográfica que invita a invasiones hace a ciertos pueblos más susceptibles a la enfermedad.

Un pueblo así susceptible, después de salir de la tiranía de una guerra, puede durante un tiempo poner énfasis en la industria para recuperarse pero,

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con la inevitable depresión de posguerra, su gobierno recurrirá al ruido de sables como método para desviar la atención de su población de los “tiempos difíciles”. Esto necesitará de preparación militar como medio de defensa, de disminución del desempleo y de prestigio y de desfiles para desviar aún más la atención de los males económicos. Sin embargo, la preparación militar exige preparación política mediante la concentración de autoridad, preparación económica mediante la desviación del comercio a las áreas capaces de ser controladas en tiempo de guerra y preparación psicológica mediante la censura y la propaganda del espíritu militar entre la población. Todos estos factores aumentan la depresión. A la población se le debe decir que se apriete más el cinturón, que renuncie a la mantequilla por los cañones y a que se prepare más intensamente para la guerra. Todas las actividades en el estado tienden a evaluarse en términos de su contribución a su poder militar. El poder nacional reemplaza la prosperidad nacional como fin del estado. El círculo vicioso continúa a través de la interacción de las fuerzas que actúan para la revolución interior y las que actúan para la guerra exterior. Si la guerra se pudiese prevenir y si el despotismo no se volviese demasiado inflexible, podría romperse el círculo vicioso por la insistencia de la población en que se prosigan políticas conciliadoras, en que se reduzcan los armamentos y en que se establezca la coexistencia pacífica con estados con diferentes ideologías para que pueda aumentar la producción y puedan disminuir los impuestos.

Otros gobiernos deberían intentar prevenir la guerra mediante una hábil diplomacia que apaciguase sin ceder a las amenazas y mediante una expresión convincente de la determinación para aplicar sanciones contra los gobiernos culpables de agresiones abiertas. La diplomacia debería aspirar a aislar al gobierno agresivo tanto de su propia población como de otros gobiernos, más que a hacer una alianza contra dicho gobierno para contenerlo. Esta última política tiende a reforzar la relación del gobierno agresivo con su población y a agrupar todas las potencias en dos alianzas hostiles. Puede ser más conveniente ofrecer oportunidades para comerciar con el exterior a grupos sometidos al gobierno agresivo que aislarles económicamente, si esto pudiese hacerse sin ayudar mucho a la preparación militar de ese gobierno. Un programa de aislamiento político del gobierno agresivo, de colaboración económica con su población y de amenaza de sanciones colectivas contra actos de agresión manifiestos tiene más probabilidad de romper el círculo vicioso que un programa de alianzas en contra del país, de aislamiento económico y de amenazas de guerra preventiva. Este análisis sugiere la importancia de distinguir entre las políticas de sanciones, la alianza en contra de un país y la contención; entre las políticas punitivas, las preventivas, las comerciales y las

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discriminatorias; entre la conciliación, el apaciguamiento y la firmeza. También sugiere que deberían coordinarse varias políticas apropiadas a la luz de la evolución de la situación.

Se debe hacer hincapié en la distinción entre la policía o las sanciones internacionales contra la agresión y las alianzas en contra de gobiernos agresivos con amenazas de guerra preventiva. Esta distinción es posible a través del establecimiento, mediante tratados generales, de definiciones jurídicas claras y de procedimientos internacionales para identificar y tratar de los actos de agresión. De la misma forma, se deben distinguir las sanciones económicas contra los gobiernos declarados culpables de agresión de las políticas nacionales de discriminación económica contra los estados. En otras palabras, los estados agresivos deben tratarse como enfermos o insociables y devueltos a la vida normal, a menos que se pruebe que los gobiernos hayan cometido actos de agresión, en cuyo caso deberían aplicarse sanciones internacionales, pero en lo que sea posible solo contra el gobierno con objeto de ayudar a la población a deshacerse de él.

La objeción, que se hace a menudo, de que los programas de continuar comerciando con una población cuyos gobiernos tienen un carácter agresivo ayudarán al gobierno agresivo en su programa preparación y así hacerle más poderoso militarmente, aunque es importante, no siempre es determinante. Al ser dependiente de fuentes de materias primas y de mercados lejanos, el gobierno agresivo se hace más vulnerable a las sanciones económicas. Además, se establecerán intereses internos contra la guerra, por no mencionar la influencia del comercio exterior en el aumento del nivel de vida. El valor de un programa de este tipo para poner remedio a la agresividad puede, por tanto, ser mayor que sus desventajas en contribuir al poder militar del agresor potencial si esta contribución no es elevada. A menudo se encuentra la dificultad de que el propio gobierno agresivo levanta barreras al comercio como parte de su preparación militar.

El apaciguamiento debería distinguirse de la conciliación. El éxito del agresor al utilizar las amenazas de violencia puede estimularle a utilizar los mismos métodos otra vez. A menudo se emplea, por los partidarios de no resistir, el argumento de que la generosidad estimula la generosidad y de que el agresor corresponderá a este tratamiento volviéndose más dócil y respetuoso de la legalidad. Sin duda, la generosidad puede tener este efecto en ciertas circunstancias, pero podría cuestionarse que tanto el agresor como cualquier otro estado describirían como generosidad el sacrificio de los derechos de

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terceros estados por la amenaza de violencia. Un espíritu de conciliación que conduzca a un compromiso razonable de las diferencias o a una rectificación voluntaria de las desigualdades puede evitar el desarrollo de una agresión potencial y puede estabilizar la comunidad de naciones. Pero no puede decirse lo mismo de la retirada ante las amenazas de violencia a costa de aquellos que tienen el derecho pero no el poder de su lado. El apaciguamiento puede no solo estimular al agresor sino que puede animar a su víctima a prepararse para la agresión y puede destruir la creencia en la posibilidad de un mundo justo y pacífico. En su charla en la radio de 26 de octubre de 1938, el presidente Franklin D. Roosevelt comentó las consecuencias del Acuerdo de Munich, que sacrificó Checoslovaquia al entregar los Sudetes a Hitler: “Está volviéndose cada vez más claro que la paz del miedo no tiene una calidad más alta ni es más duradera que la paz de la espada. No puede haber paz si el imperio de la ley se reemplaza por una santificación periódica de la fuerza bruta... No se puede organizar la civilización alrededor de la esencia del militarismo y al mismo tiempo esperar que la razón controle el destino humano”.

Sin embargo, el uso de la amenaza de empleo de armas nucleares para disuadir a un agresor que también cuenta con armas nucleares es probable que sea suicida, como, durante el alzamiento húngaro de 1956, se concluyó por Naciones Unidas. Así, ninguna política, sea de sanciones, de contención o de alianzas contra un país, debe contemplar ese uso y no se debería suponer que algún gobierno planee agresiones con armas nucleares. Suponer que un gobierno es a la vez agresivo de forma intransigente e irracional puede condenar a la civilización.

2. LA RIVALIDAD INTERNACIONAL

Es evidente que es más probable que ciertos pares de estados estén en guerra entre sí que otros pares. Una guerra entre Afganistán y Bolivia sería más sorprendente que una entre Albania y Bulgaria. Que la proximidad territorial no es el único factor que influye en tal previsión se desprende de la consideración de que hoy nadie espera una guerra entre Canadá y Estados Unidos ni entre Virginia y Pensilvania, aunque desde 1812 ha habido guerras entre estos pares de estados. Las relaciones entre aspectos geográficos, comerciales, culturales, administrativos, ideológicos y de otro tipo de las distancias (factores intrínsecos), susceptibles de medidas estadísticas, pueden arrojar luz sobre la probabilidad de que cualquier par dado de estados entre en guerra, como lo pueden hacer las políticas actuales de los estados, la

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orientación probable de cada uno de ellos en bandos opuestos o en el mismo bando en una guerra general y los factores de enemistad histórica.

Esto último constituye el problema de la rivalidad internacional, un fenómeno presentado en el estado de guerra intermitente entre Roma y Cartago durante dos siglos, entre Inglaterra y Francia durante los cinco siglos anteriores a 1815, entre Gran Bretaña e Irlanda desde Enrique II (1171), entre Francia y Alemania desde la guerra de los Treinta Años hasta después de la Segunda Guerra Mundial, y entre China y Japón desde 1894. Estados Unidos se enfrentó de forma intermitente con Gran Bretaña desde 1775 hasta 1900 y después con Alemania hasta 1945 y luego con Rusia.

Estas rivalidades aumentaron, en parte, por diferencias ideológicas y disputas políticas permanentes; en parte, por el valor para un gobierno para sus objetivos de política interior de mantener un enemigo exterior contra el que se pueden movilizar los miedos, las ambiciones y la preparación militar de su población, y, en parte, por el sentimiento de venganza natural en una población que ha sido la víctima de la guerra. A menudo se mantiene vivo este sentimiento mediante descripciones dramáticas, en los relatos populares, de las invasiones y de las barbaridades de las guerras pasadas y por las peticiones constantes para recuperar los territorios irredentos. Frecuentemente se hacen más intensos con el tiempo porque cada guerra sucesiva arroja nueva leña al fuego.

La rivalidad entre Estados Unidos y Rusia no ha sido constante y nunca ha terminado en guerra. La autocracia rusa rehusó reconocer al democrático Estados Unidos hasta 1813, pero las relaciones fueron en general amistosas, especialmente durante el período de la guerra de Secesión, hasta que las migraciones desde Rusia en los años 1890 proporcionaron a Estados Unidos más información sobre las persecuciones de las minorías en Rusia. En el siglo XX, los pogromos zaristas y la retirada de los comunistas de la Primera Guerra Mundial tras la Revolución de 1917 provocaron mucha fricción. La confiscación de propiedades por el gobierno soviético, el rechazo de las obligaciones internacionales y financieras y la propaganda exterior comunista indujeron a Estados Unidos a rehusar su reconocimiento hasta 1933, y la sospecha mutua continuó incluso durante la alianza contra Hitler en la Segunda Guerra Mundial. La rivalidad continuó durante la “guerra fría” por acciones de cada parte que la otra interpretaba como muestras de agresividad, aumentada por el proceso de acciones de represalia de cada parte y apoyada por la controversia ideológica, las analogías imperfectas con el régimen de Hitler con

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que se acusaban mutuamente, la formación de alianzas opuestas que aumentaban los miedos mutuos y una carrera de armamentos.

Las rivalidades internacionales han finalizado, a veces, con la conquista de un estado, como en el caso de Cartago; a veces, por el desarrollo de una gran diferencia en el poder de los dos estados, como en el caso de Inglaterra y Escocia; y, a veces, por la unión política o federación, aunque el enfrentamiento anglo-irlandés ha resistido todas estas soluciones. A veces, han finalizado por un cambio en la situación de equilibrio de poder porque las partes rivales se sienten más alarmadas por un tercer estado. El ascenso de Rusia y Alemania como potencias militares contribuyó enormemente a la finalización de la larga rivalidad anglo-francesa. El ascenso de las marinas de guerra alemana y japonesa contribuyó a la finalización de la rivalidad anglo-estadounidense y el miedo a la Rusia soviética contribuyó a terminar la rivalidad franco-alemana.

La rivalidad ruso-estadounidense mostró signos de disminución después de la muerte de Stalin en 1953 y del rechazo del estalinismo por Jruschef. Su desaparición parecía asegurada por el reconocimiento mutuo del carácter intolerable de la guerra nuclear una vez que ambas estados estuvieron bien equipadas con misiles y satélites, por el debilitamiento de las alianzas ideológicas de ambas potencias cuando China y Francia habían manifestado posturas independientes; por la disposición de ambos a gastar menos en armamentos y más en desarrollo económico, y por el inicio de su cooperación para el control de las armas nucleares mediante la ratificación del programa “Átomos para la Paz” y los tratados de prohibición de pruebas nucleares. A menudo, el fin de una rivalidad ha sido marcado por la firma de acuerdos de arbitraje y desarme y el acuerdo diplomático de quejas, como consecuencia de los esfuerzos con éxito para disminuir las tensiones. Desde el punto de vista de las relaciones internacionales pacíficas, está claro que estos métodos se deberían utilizar para terminar las rivalidades con preferencia a los métodos para crear nuevas rivalidades.

3. LA CRISIS MUNDIAL

Los datos estadísticos de las batallas de los últimos cuatro siglos revelan la aparición gradual de un ciclo de cincuenta años en la intensidad de las guerras. Este ciclo se ha atribuido a la desaparición gradual de la memoria social de la guerra con el paso de una generación, a ciclos económicos largos, al retraso de las políticas y constituciones nacionales en relación con el cambio en las

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condiciones internacionales y a la tendencia a acumularse de las disputas no solucionadas, que agravan las relaciones entre estados.

Estos ciclos surgen a partir de muchos factores, que varían de un caso a otro, pero tienen un carácter típico porque los puntos críticos están determinados por las exigencias políticas de los gobiernos. Después de un necesario período de reconstrucción de posguerra, más prolongado en las modernas naciones industriales que anteriormente, viene una depresión secundaria de posguerra que provoca malestar social en el interior. Todos los gobiernos tienden a buscar una solución en la concentración de la autoridad nacional para ayuda social, en programas de autosuficiencia para protección, y en un programa de preparación militar para disminuir el desempleo y para proporcionar defensa. Esta característica es particularmente evidente en los estados tradicionalmente propensos a la agresividad, pero se manifiesta en algún grado en todos los estados. Esta tendencia hacia programas militares y aislacionistas es probable que produzca un cambio de alianzas y perturbaciones en el equilibrio de poder, marcando la transición de un período de posguerra a un período de entreguerras. Este último es probable que dure unos diez o quince años y que se caracterice por cambios en el sistema de alianzas, por guerras imperiales y por guerras civiles menores. Sin embargo, las grandes potencias tienden gradualmente a tomar posición en un lado u otro de dos alianzas hostiles y con la solidificación de este equilibrio bilateral de poder el período de entreguerras cambia a un período de preguerra. Habiéndose establecido un alineamiento político, cada grupo calcula la influencia del tiempo en sus perspectivas en una guerra que se considera ahora inevitable. El lado cuyas perspectivas disminuyen con el tiempo provocará, más pronto o más tarde, una guerra de acuerdo con la hipótesis de que si no actúa ahora será derrotado con seguridad. Esta línea de evolución puede detectarse en las relaciones de los estados europeos de 1815 a 1854, en las relaciones de los estados de Estados Unidos de 1815 a 1860 y en las relaciones de los estados europeos de 1870 a 1914.

Hubo desarrollos similares de 1920 a 1939, pero el curso de los acontecimientos se aceleró muchísimo. A pesar de las numerosas dificultades en adaptarse al Tratado de Versalles, en los acuerdos de Locarno de 1926 se anunció un período de posguerra de paz y buenos sentimientos. Pero los fracasos de las conferencias económicas de 1927 y 1933, de la acción colectiva en el caso de Manchuria y de la conferencia de desarme de 1932 agravaron las crisis económicas y políticas que habían comenzado en 1930.

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Como reacción a la prolongada inseguridad económica y política, se desarrollaron en todos los países, con diversos grados de intensidad, el nacionalismo y la autosuficiencia económica y política. Esta reacción impidió la recuperación de la depresión normal de posguerra y eliminó el habitual período de entreguerras. Comenzó inmediatamente un período de preguerra en el que los alineamientos políticos con vistas a la guerra destruyeron rápidamente todo intento de cooperación política internacional, aumentaron las expectativas de guerra e indujeron a una huida a causa del miedo de los estados al nacionalismo político y económico, manifestado en los “países satisfechos” por políticas de aislamiento y en los “países insatisfechos” por políticas de agresión.

Realmente, la nueva guerra mundial comenzó con la invasión japonesa de Manchuria en 1931. Rápidamente se extendió con la invasión italiana de Etiopía (1935), la Guerra Civil española (1936), la renovada invasión japonesa de China (1937), las series de invasiones realizadas por Hitler (1938, 1939) en Europa y el ataque japonés a Pearl Harbor (1941), hasta que estuvieron implicados casi todos los estados.

Las guerras que implican a las grandes potencias siempre se han extendido rápidamente porque amenazan el equilibrio de poder. En los tres últimos siglos ha sido muy raro que una gran potencia haya tenido éxito en evitar participar en una guerra en la que hubiese una gran potencia en cada bando y que durase más de dos años. La posición de los estados neutrales más pequeños es diferente porque, si son vecinos de una gran potencia, la entrada en la guerra podría significar el suicidio; pero incluso tales estados han sido arrastrados frecuentemente a entrar en guerra. Estados Unidos fue arrastrado a participar en las guerras napoleónicas y en las dos guerras mundiales. En el período intermedio entre esas guerras tuvo su propia guerra civil.

Además de los ciclos de cincuenta años, la historia ha mostrado una tendencia en la guerra durante la vida de una civilización. La estrategia militar ha tendido a pasar de (1) la técnica de agilidad y ataque rápido a (2) la técnica del ímpetu y de la carga de masas, seguida por (3) la técnica de la disciplina y la maniobra, que con el paso del tiempo se convirtió en (4) un punto muerto y la guerra de desgaste que acabó con la civilización .

La historia militar de la civilización moderna muestra analogías con la historia de las civilizaciones anteriores. Los ejércitos altamente adiestrados pero relativamente pequeños de los siglos XVI, XVII y XVIII, capaces de

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abalanzarse sobre sus enemigos y paralizarlos rápidamente, en especial cuando los enemigos eran americanos, asiáticos o africanos sin armas modernas, aumentaron gradualmente de tamaño cuando creció la población y mejoraron los métodos de transporte y comunicaciones. Cuando estaban en guerra entre sí confiaron cada vez más en fortificaciones defensivas y en asedios, pero su estrategia y táctica básicas continuaron con pocos cambios hasta el período revolucionario francés.

La doctrina napoleónica, basada en la conscripción universal y en el espíritu revolucionario, sostenía que el poder militar variaba mecánicamente en función del producto de la masa y de la movilidad del ejército, pero acentuó el aspecto moral incluso más que el aspecto material.

La aceptación de la doctrina de la nación en armas desde mediados del siglo XIX puede marcar la transición a la segunda fase de la guerra moderna. La autoconciencia nacional había sido desarrollada por Fichte, Mazzini y Treitschke y la doctrina de la guerra de masas había sido desarrollada por Clausewitzy sus sucesores, especialmente en Alemania. La práctica de este tipo de guerra se vio facilitada por el empleo del ferrocarril para la movilización de las masas y para el transporte de la artillería pesada de sitio móvil. Sus posibilidades y tendencias fueron ilustradas por las operaciones de Grant y Moltke, Kuropatkin y Oyama, y Hindenburg y Foch.

A través de todo el período moderno ha predominado la doctrina de la ofensiva estratégica y se esperaba que la superior movilidad del transporte automóvil, del tanque y del avión presentaría oportunidades para la maniobra. Sin embargo, el volumen de las fuerzas se había vuelto tan grande en la Primera Guerra Mundial que cubrió todo el frente, presentando pocas oportunidades para ataques desbordantes por sorpresa. El esfuerzo británico para evitar un frente fijo mediante su maniobra en los Dardanelos fracasó y la guerra llegó a un punto muerto en trincheras cubiertas de ametralladoras. La guerra fue ganada finalmente por la gran superioridad industrial y humana de los aliados, especialmente después de la entrada de Estados Unidos en la guerra, sobre las bloqueadas potencias centrales.

Antes de la Segunda Guerra Mundial se abrieron oportunidades para la maniobra mediante las profundas ofensivas de las potencias del Eje en Manchuria, Etiopía, España, Renania, Austria y Checoslovaquia. Cuando la guerra en gran escala comenzó en Europa, Hitler tuvo al principio éxito con la guerra relámpago (blitzkrieg), combinando aviones, tanques e infantería en

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ataques por sorpresa, en lugares separados – Polonia, Noruega, Holanda, Francia, Rusia, África del Norte y Oriente Medio – mientras se realizaban ataques aéreos estratégicos sobre Gran Bretaña y, por Japón, en Hawai, Filipinas, Indonesia, el Sudeste de Asia y el Pacífico Sur. Estos esfuerzos, inicialmente con éxito, fueron finalmente derrotados por la superior capacidad de las Naciones Unidas para producir aviones, explosivos de gran potencia y la bomba atómica.

El desarrollo de las armas nucleares y de los misiles, contra los que no hay defensa absoluta, parece asegurar que otra gran guerra tendrá como resultado la destrucción de ambas partes en un corto período de tiempo. Algunos expertos en “disuasión” afirman que la victoria es posible sin pérdidas intolerables si se persigue una “estrategia contrafuerzas”, apoyada por el espionaje para localizar con precisión las bases enemigas, con sistemas de lanzamiento móviles o submarinos para proteger la capacidad de los misiles y con refugios de defensa civil para proteger la población. Considerando la explosión, el fuego y la contaminación de las bombas nucleares de varios megatones, este argumento no parece convencer a nadie, aparentemente incluyendo a los propios expertos. Los dirigentes de las grandes potencias se han unido para considerar irracional la guerra nuclear.

En todas las civilizaciones la tendencia a largo plazo de la guerra ha sido a aumentar la capacidad de destrucción de vidas y propiedades a pesar de su menor frecuencia. Cada período de concentración de batallas en la civilización moderna ha tendido a ser más grave que el período anterior. La civilización moderna difiere de las anteriores en que es mundial y así su destrucción sería más catastrófica para la raza humana.

Los esfuerzos para limitar los métodos de guerra o para localizar las guerras, hechos por militares, estadistas y abogados internacionalistas, incluso en la época nuclear, han tenido algún éxito, pero siempre hay un peligro de intensificación. El “punto muerto” nuclear no es una garantía contra el empleo fortuito, o incluso intencionado, de las armas nucleares si se cree que la alternativa va a ser la derrota. No parece probable que los estados modernos sean capaces de volver al viejo sistema de ejércitos profesionales pequeños cuyas actividades podían mantenerse dentro de unos límites. Una nación en armas, incitada por el sufrimiento y la propaganda, tenderá a la guerra absoluta cuando luche. Por razones similares las grandes potencias en guerra prestarán poca atención a los neutrales. Los países neutrales poderosos estarán sometidos a una propaganda fuerte y aumentará el espíritu de guerra en respuesta a las

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inevitables indignidades y al temor de los posibles efectos de la guerra sobre el equilibrio de poder hasta que estos estados entren en uno u otro bando. Si los pequeños países neutrales no entran en guerra, serán invadidos u obligados a subordinarse a las necesidades de uno o de ambos beligerantes.

Las naciones que desean la paz deben confiar en la prevención más que en la neutralidad. Así como parece haber poca esperanza para suavizar los ciclos económicos excepto a través del apropiado control por el gobierno del dinero, de la banca, de los impuestos y de las organizaciones corporativas para impedir privilegios y monopolios y preservar las múltiples unidades competidoras en la industria, también parece haber poca esperanza para suavizar los ciclos de guerras y detener la tendencia a la guerra en la familia de naciones, excepto mediante la existencia de una organización internacional que frustre la agresión, que proporcione un mecanismo pacífico que convierta el equilibrio de poder de un equilibrio militar a uno político y que impida concentraciones demasiado grandes de poder político.

Hay otro peligro. Los esfuerzos organizados para impedir crisis económicas pueden haber evitado a veces pequeñas depresiones únicamente por hacer tan rígidos los procesos económicos que finalmente se ha producido una depresión más seria. Una organización internacional, eficaz para impedir pequeñas guerras y para evitar guerras generales, puede hacer tan rígido el statu quo que finalmente se produzca una guerra mundial. En el pasado podía parecer que los hombres habían podido elegir entre guerras pequeñas frecuentes o guerras generales poco frecuentes. Para evitar esta aparente elección, debe desarrollarse una organización internacional que facilite el cambio pacífico en la estructura política y en la distribución del poder cuando se exijan esos cambios debido a diferentes índices de cambio económico y social en diferentes partes del mundo. Una organización internacional dedicada únicamente a la preservación de un statu quo dado no puede preservar una paz permanente.

No se puede esperar que los estados que confían únicamente en sus propios recursos para defenderse contra enemigos potenciales acepten voluntariamente reajustes políticos que, aunque exigidos por circunstancias legales o económicas, tengan como consecuencia debilitar su posición militar y reforzar la de sus enemigos potenciales. Por consiguiente, la voluntad para aceptar un sistema de cambio pacífico depende de la confianza general en un sistema de seguridad colectiva. Si los estados están convencidos de que no pueden ser privados de sus derechos por la violencia, podrían estar dispuestos a ceder

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ciertos derechos en interés de la justicia, especialmente si la comunidad mundial está organizada para ejercer presión política con esta finalidad.

4. LA PRÓXIMA GUERRA

En cualquier momento la observación de las políticas de los estados agresivos que se han rebelado moralmente contra las restricciones del derecho y de los tratados internacionales; la observación del curso de las rivalidades internacionales que perpetúan el veneno en las mentes de las poblaciones, y la observación del paso gradual de un período de entreguerras a un período de preguerra pueden sugerir puntos de tensión que fácilmente pueden convertirse en guerras. Se han elaborado diagramas que indican los cambios de actitudes de una población en relación con los símbolos de otros estados. Una recopilación de estos diagramas en todas las grandes potencias podría mostrar gráficamente el estado de la situación internacional en cualquier momento.

Estas indicaciones del aumento y disminución de las actitudes hostiles pueden relacionarse con incidentes y condiciones en los campos cultural, económico, político y jurídico. Cuando las disputas diplomáticas se vuelven más graves, los incidentes se hacen más violentos; se cometen crímenes políticos; se atacan barcos mercantes; los aviones realizan actividades de espionaje; se fomentan conflictos civiles; se producen incidentes fronterizos; y el gráfico de las actitudes hostiles de una población hacia la otra, como se señala por la prensa, muestran cambios acentuados a una situación peor. Se está formando un tornado. Mediante la observación de hechos similares es posible ver los signos de peligro, pero el diagnóstico no sugiere ningún remedio claro.

La reacción “natural” de los estados no implicados directamente en una crisis es dispersarse para refugiarse, como una bandada de aves cuando dos de ellas se echan a volar. Esta política de aislamiento pacifista fue practicada por la mayoría de los estados después de la crisis de 1936, precipitada por la invasión de Renania por Hitler y el abandono por parte de la Sociedad de Naciones de las sanciones en el caso de Etiopía. Esta política fue defendida especialmente por los estados neutrales de Europa del Norte y por Estados Unidos, que volvió a las políticas de neutralidad. El ex presidente Hoover, en una alocución pronunciada el 31 de marzo de 1938 a su regreso de Europa, explicó la situación de la crisis europea:

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Cada fase de esta situación debe reforzar nuestra resolución a mantenernos alejados de las guerras de otros pueblos. Las naciones en Europa necesitan convencerse de que esta es nuestra política... En los temas más amplios de las relaciones mundiales, nuestra consigna debería ser la absoluta independencia de la acción política y una preparación adecuada.

Esta política, por la que cada país busca preservar su propia paz aislándose de la crisis, si es seguida con carácter general, tiende a intensificar la crisis y a acentuar las características de la estructura política mundial favorable a las guerras. Los agresores responsables directos de las crisis serán estimulados a continuar sus agresiones porque estarán convencidos de que no se organizará una oposición unida contra ellos y que pueden robar a sus vecinos más débiles sin dificultad. En la medida en que las agresiones han sido consecuencia de desigualdades no resueltas en el pasado, las perspectivas para corregirlas disminuirán, porque las potencias neutrales, aunque preparadas para sacrificar los estados más débiles al agresor, aumentarán su armamento e incluso pueden unirse para defender sus posesiones contra el agresor. Si, en lugar de esforzarse en mantenerse aislados, los estados no implicados directamente en una crisis general siguen el ejemplo del agresor como chacales, esperando cada uno compartir el botín, el resultado será la guerra, porque las supuestas víctimas ricas finalmente resistirán. Si, en una reacción algo más sofisticada, como una manada de monos peleones, olvidan momentáneamente sus peleas, basadas en los preceptos de la política de equilibrio de poder, y colaboran contra un invasor externo se hará una contribución poco importante a un mundo más pacífico en las condiciones presentes de continua interdependencia material. La única política que los hombres han encontrado capaz de asegurar la paz en tiempos de crisis es la de adherirse al derecho y a los procedimientos de imposición de la ley que han sido preparados con antelación. Pueden haber existido situaciones en que los estados, a falta de contactos, inteligencia y solidaridad, no podían hacer nada mejor que imitar a las aves, a los chacales, o a los monos; pero las condiciones de comunicación actuales justifican una conducta más parecida a la de los hombres.

En situaciones de crisis a menudo las políticas de los estados no amenazados de forma inmediata no consideran adecuadamente las tendencias a largo plazo de la acción y, cuando la crisis se intensifica, actúan de forma que se considera necesaria para la propia seguridad inmediata pero que, como el pánico que se provoca cuando se grita fuego en el teatro o cuando se hunde la bolsa, realmente llevan a todos a la ruina. Sin embargo, las situaciones de crisis pueden utilizarse para promover esfuerzos conjuntos para remediar las quejas genuinas y para establecer principios e instituciones universales, marcando el

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progreso hacia una paz permanentemente estable. Estos esfuerzos hechos antes de las dos guerras mundiales fueron inadecuados, pero después de la Primera Guerra Mundial, se creó la Sociedad de Naciones y, aunque no evitó la Segunda Guerra Mundial, su experiencia facilitó el establecimiento de unas Naciones Unidas más fuertes antes de que acabase la guerra. El servicio de estas instituciones al tratar con las crisis se muestra en sus documentos.

De las sesenta y nueve disputas políticas más importantes desarrolladas de 1920 a 1939, cincuenta y cinco se trataron con éxito por los órganos de la Sociedad de Naciones o por otras agencias internacionales. Diecisiete de estos sesenta y nueve casos implicaron el uso de la fuerza en las relaciones internacionales: cuatro fueron tratados con éxito por la Sociedad de Naciones; tres fueron resueltos por otras agencias; y en diez casos el agresor no fue parado hasta la Segunda Guerra Mundial.

De setenta y ocho disputas políticas provocadas de 1946 a 1964, en 1964 en treinta casos se habían puesto en práctica las recomendaciones de Naciones Unidas pero no en veintiuno; de estos últimos, se estaban negociando doce. Del total de setenta y ocho, dieciséis casos se habían resuelto sin intervención de Naciones Unidas pero de acuerdo con las recomendaciones de otro organismo internacional o por acuerdo o consentimiento de las partes. Los restantes once casos estaban en el orden del día de Naciones Unidas o en negociación en 1964. Treinta y cuatro de los setenta y ocho casos incidentes implicaron el uso de la fuerza y en otros diez la amenaza del uso de la fuerza en las relaciones internacionales. En diecisiete de los treinta y cuatro casos con uso de fuerza, Naciones Unidas o algún otro organismo internacional lograron un alto el fuego, aunque en cinco (Francia-Indochina, India-Pakistán, Corea, Congo, Francia-Argelia), solo después de graves hostilidades. En catorce casos, las hostilidades finalizaron sin un alto el fuego formal y en tres continuaban las hostilidades en 1964. En veinticinco casos la disputa que había conducido a las hostilidades no se había resuelto en 1964, dejando siete territorios divididos por líneas de armisticio y quince sin actividad; en dos de estos últimos, el territorio ocupado por el agresor evidente permanecía en su posesión. Naciones Unidas ha tenido más éxito en detener la lucha que en resolver las disputas.

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CAPÍTULO XXV

LA ORGANIZACIÓN DE LA PAZ

Entre las causas de la guerra, en el capítulo XXI se llamó la atención sobre la frecuente falta de procedimientos de ajuste cuando cambian las condiciones del entorno; sobre el papel de la guerra para servir ciertas funciones sociales, necesidades psicológicas, beneficios políticos y reclamaciones legales y sobre las condiciones objetivas y subjetivas que hicieron difícil encontrar un sustituto para estas funciones de la guerra.

Entre las condiciones para la paz, en el capítulo XXII se llamó la atención sobre la historia del derecho internacional y su relación con el derecho nacional, sobre los procedimientos que se han empleado para desarrollarlo e imponerlo y sobre los procedimientos de mantenimiento de la paz y sobre las acciones de mediación que han sido realizadas por la Sociedad de Naciones y Naciones Unidas.

En 1964 aún persisten las causas de la guerra y no se han establecido las condiciones para la paz. ¿Cómo podrían desarrollarse el derecho, la organización y los procedimientos internacionales o cómo podrían establecerse nuevos sistemas para enfrentarse con el problema de la guerra en la era atómica? En el capítulo XXIV se han propuesto sugerencias para evitar una próxima guerra. Este capítulo propondrá pasos para una organización más permanente de la paz.

1. LA ESTRUCTURA DE LA PAZ

Analizando estadísticas sobre la guerra, Richardson concluyó que la tendencia “natural” de los gobiernos es tratar los aspectos urgentes de la guerra y la paz con métodos que hacen menos estable la estructura mundial general. El resultado ha sido la repetición permanente de guerras en el mundo. Los gobernantes, cuando se han enfrentado a crisis, normalmente han girado el timón de forma errónea si su objetivo era llevar al mundo al buen puerto de la estabilidad política.

En este sentido la paz puede considerarse artificial y la guerra natural. Durante gran parte del tiempo, las naves de los estados han sido arrojadas a

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mares tan tempestuosos que incluso las posibles características de un puerto tranquilo escapaban a la imaginación de los gobernantes. ¿Cuáles son las características de este puerto? ¿Pueden identificarse de forma adecuada para que, si se presentase el caso, se pudiese avanzar para alcanzarlo? ¿Qué clase de estructura, para cambiar de metáfora, deberían tratar de construir los ingenieros de la paz para aumentar la estabilidad?

En los últimos tres siglos, se han elaborado, con frecuencia creciente, planes para mejorar la organización europea o mundial, basados en la valoración de la necesidad de disminuir el retraso de la solidaridad internacional respecto a la interdependencia tecnológica. Con este retraso, observó Rousseau a mediados del siglo XVIII, la situación de la población europea era peor que si estuviese completamente aislada. El reloj de la ciencia y la tecnología no puede retrasarse fácilmente. La única forma de cerrar la brecha es desarrollar instituciones internacionales y supranacionales capaces de adaptar las actitudes individuales, los símbolos sociales, las opiniones públicas y las políticas públicas a las condiciones actuales en cada región del mundo. Los mitos políticos deben ajustarse a las realidades económicas; el nacionalismo político debe ajustarse al internacionalismo tecnológico; las políticas militares deben adaptarse a la era atómica.

Según el análisis presentado en este libro, la mayoría de las propuestas para mejorar la organización mundial ha adolecido de defectos estructurales y funcionales. Estructuralmente han equilibrado de forma inadecuada las competencias educativas y de investigación, las competencias políticas y legales, los poderes legislativo y ejecutivo y las responsabilidades regionales y universales. Funcionalmente no han proporcionado procedimientos adecuados para medir y cambiar la representación de poblaciones y gobiernos, para determinar y tratar las infracciones graves contra el orden mundial, para asegurar el apoyo popular a las instituciones mundiales y para relacionar la organización de la paz con los valores básicos de la civilización moderna.

Toda crisis mundial debería tratarse con vistas a avanzar hacia una organización mundial más adecuada. Los tiempos de paz y prosperidad están adaptados a solidificar las instituciones mundiales que se han establecido y los símbolos mundiales que se han aceptado. Los tiempos de tensión y de depresión provocan crisis y guerras durante las cuáles deberían hacerse esfuerzos activos no solo para evitar una recaída en un localismo, un nacionalismo y un extremismo excesivos sino para lograr nuevos avances en la dirección deseada. Cuando se están revisando todos los símbolos e

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instituciones y se están viendo con escepticismo, se ofrece una oportunidad a las fuerzas de la paz no menor que a las de la guerra. La Sociedad de Naciones no se habría desarrollado en absoluto si el presidente Wilson no hubiese captado la desilusión de la guerra para ganar el apoyo para nuevos símbolos de unidad mundial. En el período de paz que siguió, los gobernantes hicieron mucho, pero no lo suficiente, para estabilizar el significado de estos símbolos y para aumentar su poder. La Segunda Guerra Mundial presentó otra oportunidad e, incluso antes de que acabase la guerra, se dio otro gran paso adelante al establecer las Naciones Unidas.

a) Competencias de investigación y educativas.-

De forma general se reconocería que el Secretariado es el organismo más imprescindible de Naciones Unidas. Se ha demostrado su capacidad para examinar problemas desde una perspectiva mundial, para reunir información y para recomendar planes de acción factibles. Ningún progreso hacia la paz puede prescindir de este origanismo, aunque podría sugerirse que, aunque sus investigaciones económicas y estadísticas han sido útiles, sus estudios deberían dedicarse en mayor medida al examen objetivo de los cambios en las actitudes y opiniones de la población mundial. La solidaridad de la opinión pública es más importante que el progreso en la tecnología y debería desarrollarse en primer lugar si se quiere asegurar la paz. Los cambios en las expectativas de guerra, los cambios de las opiniones públicas en una nación respecto a otra, los cambios en las actitudes de malestar (local y general) y los cambios en las lealtades a los símbolos sociales y políticos principales – todos estos temas pueden medirse aproximadamente. El seguimiento moderno y preciso de estos cambios proporciona los datos indispensables para la acción para la paz. Para proporcionar estos materiales, el Secretariado debería haber dispuesto adecuadamente en todas regiones del mundo de agentes que analicen la prensa, las actividades de los grupos de presión, la opinión general y la opinión de los expertos y que remitan a la oficina central sus hallazgos a intervalos frecuentes, por radio o cable. La posibilidad de hacer estas investigaciones científicas de las actitudes y opiniones en todas las regiones del mundo debería ser un requisito básico de una organización internacional efectiva.

Cualquier organismo oficial tiende a convertirse en un organismo jurídico más que científico – preparar exposiciones breves de los derechos y deberes existentes más que preparar estudios que aclaren situaciones insatisfactorias o peligrosas y que sugieran métodos y tratamientos nuevos. El análisis presentado en este estudio sugiere que la comprensión intelectual común de los

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problemas mundiales no contribuirá a la paz a menos que esté acompañada por una ampliación de las actitudes desde el horizonte nacional al nivel mundial. La educación internacional debe acompañar o incluso preceder a la investigación internacional. Si no se hace, los frutos de la investigación pueden resultar en parte esotéricos y en parte beneficiosos para los partidarios del nacionalismo. El secretariado mundial debe comprender los problemas del mundo, pero también debe educar al mundo en las actitudes necesarias para resolver estos problemas. También debe descubrir e informar al mundo de las consecuencias de programas alternativos para controlar los problemas cuando surjan.

No es fácil organizar un secretariado mundial que sea leal a los intereses mundiales, intelectualmente adecuado, suficientemente representativo para dar a todas las naciones un sentido de participación y suficientemente alerta ante las actitudes nacionales para proporcionar un enlace interno con los gobiernos nacionales. En general, parecería que deberían preferirse calificaciones científicas y profesionales a calificaciones de origen geográfico y de representación, aunque deberían hacerse esfuerzos para reclutar personas de tantas razas y nacionalidades diferentes como fuese posible.

La mayor debilidad de los secretariados de las organizaciones mundiales ha sido la falta de acceso legal al público en todas las partes del mundo. Sus publicaciones se han distribuido ampliamente pero en pequeñas cantidades. Algunos estados importantes no fueron miembros de la Sociedad de Naciones. Incluso en 1964, casi un tercio de la población mundial no estaba representada en Naciones Unidas. Alguno de sus miembros no han permitido a sus poblaciones el acceso ni a la radio ni a la televisión. Un orden mundial efectivo necesita que los descubrimientos científicos del Secretariado así como los hallazgos políticos y económicos de otros organismos importantes de Naciones Unidas sean rápidamente difundidos a la población mundial. UNESCO y otros organismos especializados han contribuido a la solución de este problema.

b) Competencias legal y política.-

En la Carta de Naciones Unidas y en el Estatuto del Tribunal Internacional de Justicia, la presentación de las disputas para aceptar un fallo legal es facultativa, pero si las disputas no son sometidas al mismo y son políticamente importantes, deben someterse a consideración política por el Consejo de Seguridad o por la Asamblea General. Estos organismos pueden recomendar una resolución, pero la determinación de si la disputa debería ser juzgada se

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deja al acuerdo de las partes en disputa, a menos que hayan aceptado la competencia obligatoria de la Corte.

La cláusula facultativa aceptada por cuarenta miembros de Naciones Unidas, pero con grandes reservas en general, revierte este procedimiento, requiriendo que las disputas relativas a demandas legales sean sometidas al Tribunal Internacional, que puede decidir, en aplicación unilateral, si una disputa está dentro de esta categoría. Sin embargo, la Corte solo está abierta a los estados, no a individuos, ni a empresas ni a organizaciones internacionales. Estas últimas son capaces, de vez en cuando, de presentar sus problemas a la Corte a través del mecanismo de las opiniones consultivas.

Ninguno de estos sistemas para distinguir entre cuestiones políticas y jurídicas está libre de dificultades. El sistema de la Carta de Naciones Unidas hace posible a un estado intransigente evitar completamente una sentencia, impidiendo así que el derecho adquiera poder. El sistema de la cláusula facultativa, por otro lado, hace posible a un estado con un argumento legal convincente oponerse a las modificaciones a sus derechos, aunque en justicia su caso puede no ser bueno. Es verdad, los sistemas de derecho privado son así ponderados en favor del statu quo, puesto que todo querellante tiene derecho a presentar su causa a un tribunal. Pero en esos sistemas la comunidad tiene una solidaridad social más intensa que tiene la comunidad de naciones. En estas condiciones es posible desarrollar procedimientos legislativos que aseguren que el derecho se aproximará a la justicia si esta es entendida por la opinión pública de la comunidad.

Podría controlarse esta dificultad mediante la utilización de la competencia de la Corte para decidir casos ex aequo et bono (de acuerdo con lo correcto y lo bueno), para modificar derechos estrictamente legales cuando la justicia lo requiera y liberalizar gradualmente el derecho. Sin embargo, esta competencia solo puede ejercerse por la Corte con el consentimiento de las partes. Podría dudarse si muchos estados aceptarían la jurisdicción obligatoria de un tribunal internacional con semejante ampliación de las fuentes en las cuales podría basar sus decisiones. Sin embargo, no se puede suponer que, incluso con un cambio semejante, el tribunal pudiese modificar mucho la aplicación del derecho en un caso particular. La jurisdicción justa difícilmente podría ser un sustituto para la legislación política.

Un desarrollo posterior sería abrir el tribunal a los individuos que reclaman que el derecho nacional o las actuaciones administrativas les han privado de

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derechos de los que son titulares por tratados o por el derecho internacional. Un procedimiento semejante, análogo al que se encuentra en muchas constituciones federales, tendería a la aceptación del monismo jurídico. Esta postura sostiene que las leyes nacionales contrarias al derecho internacional son nulas y sin valor y reconoce el estatuto internacional de los individuos. Aunque puede esperarse que este principio se desarrollará lentamente, realmente se ha dado un primer paso mediante la creación del Tribunal de Derechos Humanos por muchos estados de Europa Occidental y la del Tribunal Administrativo de Naciones Unidas, competente para tratar demandas de los miembros del Secretariado. Se podría realizar un mayor progreso permitiendo a los residentes extranjeros apelar directamente a un tribunal internacional alegando “denegación de justicia”. Casos marítimos que se presentan en el derecho general podrían también ser sometidos en apelación al tribunal internacional, extendiendo así a causas de derecho marítimo civil la jurisdicción internacional propuesta para casos de presas de guerra en la Convención de La Haya de 1907. Se ha propuesto que la jurisdicción del Tribunal Internacional de Justicia se extienda para permitir que Naciones Unidas, como persona jurídica, defienda mediante un procedimiento judicial los derechos humanos de los individuos a los que se les han denegado por un estado.

Indiscutiblemente, el desarrollo judicial del derecho internacional avanzaría mucho más rápidamente si los principios de este derecho se pudiesen establecer obligatoriamente en relación con las demandas de individuos, que normalmente tienen menos importancia política que los pleitos entre estados. Además, este procedimiento haría a los estados constantemente más conscientes del derecho internacional y sería menos probable que invadiesen sus competencias con medidas legales o administrativas cuya finalidad principal es nacional.

Con ciertos cambios que refuercen la posición del derecho en la comunidad de naciones y, de esta manera, estabilizando el statu quo, los estados con reclamaciones a las que el derecho no ofrece claramente satisfacción deberían tener una oportunidad adecuada para exponer sus casos ante los órganos políticos de Naciones Unidas. Es desacertado que la competencia política de los organismos de Naciones Unidas se base en una fraseología que implica que un estado debe poner en peligro la paz y la seguridad internacionales antes de que pueda invocarse el procedimiento político de actuación de Naciones Unidas. Además, a menos que sean ampliamente entendidos y aceptados los valores fundamentales de la civilización moderna, un órgano político de este

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tipo no tiene normas de política o ética para justificar que vaya más allá del derecho existente. En tales circunstancias sentaría un mal precedente ceder a las exigencias del estado más poderoso. La Carta, al enunciar amplias normas de derechos humanos, la autodeterminación de los pueblos, la cooperación para el bienestar económico y social y el mantenimiento de la justicia, contribuye a este fin y mejora en relación al Pacto de la Sociedad de Naciones. Sin embargo, Naciones Unidas no puede decidir, sino solo recomendar, sobre acuerdos políticos. De esta forma, han continuado sin resolverse muchas disputas graves así como amenazas a la paz. Puesto que es improbable que los estados otorguen formalmente el poder legislativo absoluto a Naciones Unidas, esta situación solamente puede corregirse mediante el desarrollo de una opinión pública mundial que insista en que se lleven a cabo las recomendaciones de Naciones Unidas. Con este desarrollo, crecería gradualmente la autoridad de Naciones Unidas.

c) Poderes ejecutivo y legislativo.-

La Carta proporciona menos garantías explicitas contra los cambios territoriales mediante violencia que las que proporcionaba el Pacto de la Sociedad de Naciones, pero impone obligaciones más amplias contra el uso de la fuerza o la amenaza de su uso en las relaciones internacionales. Favorece los ajustes políticos más que el mantenimiento del statu quo. La Carta contempla incluso el análisis político de cualquier situación que pueda “dañar el bienestar general o las relaciones amistosas entre las naciones”. Sin embargo, no se puede imponer una decisión obligatoria.

El desarrollo, antes de la Segunda Guerra Mundial, de la discusión entre potencias “revisionistas” y potencias partidarias del statu quo tuvo como resultado una amplia discusión de este problema sin llegar a conclusiones definitivas. La discusión se centró sobre cambios territoriales aunque su ámbito fue realmente mucho más extenso. De hecho, trató de los papeles relativos del poder legislativo y ejecutivo en un gobierno internacional.

Mientras no haya un sistema de seguridad colectiva adecuado y la existencia de los estados dependa únicamente de sus propios sistemas de armas y del equilibrio de poder, cualquier estado sometido a exigencias de cesiones territoriales prestará más atención a la influencia de ese cambio sobre su posición de poder que a la justicia de la petición per se. Polonia se vio obligada a subordinar la consideración de la justicia de las exigencias de Alemania sobre Danzig (Gdansk), basadas en el principio de la autodeterminación, a la

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consideración de la influencia que esta cesión tendría en aumentar el prestigio y la agresividad de Alemania, debilitando la moral de Polonia, socavando la confianza en las garantías francesa y británica y conduciendo así a exigencias posteriores y a una gradual partición de Polonia. En resumen, no parece posible ningún sistema pacífico para realizar cambios territoriales hasta que los estados estén seguros de que la seguridad colectiva es tan fiable que solo pueden promoverse con éxito las quejas que estén basadas en la justicia tal como la interpreten los organismos internacionales.

Los compromisos generales de acción colectiva, económica o militar, contra los estados culpables de agresión probablemente no serán lo suficientemente fiables para dar una sensación de seguridad en tiempos de tensión. Esto es porque los riesgos para los estados, especialmente los vecinos de un agresor poderoso, serán probablemente tan grandes que no cumplirán sus obligaciones.

Por otro lado, ningún sistema de orden mundial es posible sin alguna clase de protección de sus miembros contra las violaciones violentas de este orden. El problema de determinar quién es el agresor no ha resultado difícil cuando han estado disponibles procedimientos internacionales mediante los que se pueden proponer rápidamente medidas provisionales, como armisticios, y cuando los estados se han comprometido a reconocer que el estado que rehúse aceptar esas medidas es el agresor. El recurso a la violencia, contrario a obligaciones internacionales específicas, es por eso considerado agresión, sin tener en cuenta el fondo de las demandas que el agresor ha tratado de promover. La agresión, por lo tanto, no se refiere a los objetivos de una política del estado sino a los métodos empleados para promover estos objetivos. No está determinado por el carácter ofensivo o defensivo de la táctica o de la estrategia del estado en un momento particular. La agresión en sentido legal difiere, por lo tanto, del significado de la palabra tanto en el sentido político como en el militar. Agresión, según un informe del Harvard Research on International Law de 1939, es “un recurso a la fuerza armada por un estado cuando ese recurso ha sido debidamente definido, por un medio que este estado está obligado a aceptar, que constituye una violación de una obligación”.

El desarme cualitativo y cuantitativo, la inspección para impedir un ataque por sorpresa; el desarrollo de procedimientos que autoricen medidas provisionales en relación con movimientos de tropas; el desarrollo de la teoría como de que los actos de agresión son actos de los gobiernos y no de los estados, y que las sanciones deberían dirigirse solo contra los gobiernos y

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aquellas partes de la población que los apoyan; el uso más eficaz de la propaganda para unir las fuerzas del orden mundial y para desunir a la población sometida a un gobierno agresor; los embargos inmediatos y generales de todas las clases de materiales de guerra destinados a ser empleados por el gobierno agresor; el establecimiento de una fuerza mundial de paz; y la exclusión de las armas y misiles nucleares de tantas regiones como sea posible, son pasos que, juntos, podrían hacer imposible la agresión. Se disuadiría aún más el empleo de la agresión si se redujese la obligación moral para hacerla mediante el desarrollo de procedimientos justos y políticos capaces de modificar los derechos en los casos en que exista un argumento real. Estas medidas se han discutido en Naciones Unidas, pero su avance depende de la disminución de las tensiones y de una aceptación tanto sincera como formal de la coexistencia pacífica.

Siempre habrá algún tipo de descontento en la distribución del territorio mundial a causa de quejas históricas, de cambios en las necesidades económicas y del sentimiento de las minorías en áreas de población mixta. Cualquier sistema de seguridad colectiva que estabilice el statu quo territorial para que sea imposible la rectificación territorial pacífica será sometido finalmente al ataque de coaliciones de los estados descontentos. Por lo tanto, la seguridad práctica necesita procedimientos efectivos para cambiar el statu quo cuando lo requieran la justicia o una política prudente. Estos cambios son esencialmente políticos y la justicia de las demandas no puede basarse en reglas o principios precisos sino en normas vagas aceptadas por la opinión mundial y en una valoración práctica de los cambios en las condiciones tecnológicas, económicas, sociales y políticas en el mundo y en el área en cuestión. Por lo tanto, esas condiciones deben definirse por un organismo representativo de la opinión mundial contemporánea más que por un tipo de tribunal de justicia o de comisión de expertos, no obstante la utilidad que pueda tener el asesoramiento de esos organismos. Por ello se sugiere un tipo de procedimiento como el contemplado en el artículo 14 de la Carta de Naciones Unidas. Sin embargo, podría haber una posibilidad de decisión obligatoria en el caso en que la votación sea el procedimiento adecuado (probablemente superior a la mayoría simple) y en el caso de que se hayan observado ciertas salvaguardas legales, tales como una compensación al estado que cede y quizás la aceptación del cambio por la población del área en cuestión.

Sin embargo, serán preferidos cambios en el derecho general a cambios en derechos específicos. Este último tipo de cambio, particularmente cuando los derechos en cuestión se refieren a derechos territoriales, es, en el mejor caso,

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perturbador y, por consiguiente, las demandas para este tipo de cambios deben reducirse al mínimo. El esfuerzo para reducir la importancia psíquica, política, económica y tecnológica de las fronteras territoriales, si se realizan en el orden mencionado, podría aumentar la solidaridad internacional y reducir las tensiones. Esto podría hacerse mediante garantías internacionales de los derechos humanos básicos, incluyendo los derechos de las minorías, facilitando los viajes, disminuyendo las barreras al comercio y a los movimientos de capital, y asegurando la defensa a través de sanciones internacionales y de una policía internacional. La legislación internacional debería intentar conseguir estos objetivos mediante reglas generales más que a través de transferir derechos particulares o regulando fronteras particulares. El funcionamiento de la Comisión de Derecho Internacional y de la Asamblea General de Naciones Unidas, y de las conferencias dependientes de ella, para codificar aspectos del derecho internacional han contribuido a actualizar el derecho internacional. Podrían desarrollarse procedimientos más adecuados para ese derecho general modificando el liberum veto (veto libre) en las conferencias internacionales, como se ha hecho en la Asamblea General, y aumentando la autoridad legislativa de estos organismos, pero el progreso en esta dirección exige una modificación considerable de las concepciones predominantes de la soberanía de los estados.

Se podría establecer un equilibrio más adecuado entre el derecho y el cambio en la sociedad internacional mediante la modificación gradual de los procedimientos para asegurar los derechos contra la violencia, para impedir la agresión, para transferir derechos y para modificar el derecho internacional.

d) Responsabilidades regionales y universales.-

La importancia de la geografía se ha reducido por las invenciones modernas, que han disminuido la duración de viajes, transportes y comunicaciones, pero la importancia de la geografía en relación a la diferenciación cultural, la estrategia militar, los intereses políticos y la administración pública es probable que continúe indefinidamente. Continuarán existiendo nacionalidades que darán un sello característico a las áreas cuya población tiene características culturales y memorias históricas comunes. La intervención militar de los estados seguirá siendo más eficaz en regiones de su territorio o en zonas próximas a sus fronteras. También seguirá siendo difícil transportar a los ejércitos de tierra a zonas alejadas. Esta limitación geográfica ha sido siempre menos importante para las marinas de guerra, aunque han llegado a ser cada vez más dependientes de bases, e, incluso, es menos importante con el

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desarrollo de la aviación, de los misiles y de los satélites. Sin embargo, es probable que la acción militar eficaz para la mayoría de los estados durante un largo período de tiempo se restrinja a regiones geográficas limitadas.

La tradición, el comercio y la estrategia continuarán induciendo a cada estado a estar más interesado en los hechos de algunas áreas externas que en los de otras y en aquellas áreas en que sus intereses son mayores estará preparado para asumir más responsabilidades que en otras. Por consiguiente, son deseables las organizaciones regionales pero, como se estipula en la Carta de Naciones Unidas, deben ser supervisadas por esta organización. Sin embargo, es cierto que muchos servicios, especialmente las comunicaciones postales y electrónicas, las regulaciones marítimas y aéreas, el control epidemiológico y de narcóticos, las normas científicas y las estadísticas, y la paz y la prevención de la guerra deberían tener alcance mundial. Con la extensión actual de las fuerzas armadas la soberanía absoluta de regiones continentales o de una unión de democracias, una unión de repúblicas soviéticas, o una unión de estados en vías de desarrollo resultarían tan peligrosa para la paz como lo es actualmente la soberanía absoluta de los estados. Cualquier soberanía absoluta que no tenga alcance universal debe tener fronteras terrestres o marítimas, en cualquier lado de las cuales habrá posibilidades de desarrollarse guerra.

En principio, por lo tanto, una organización para la paz debe tener una extensión mundial. Sin embargo, se debe dar una consideración realista a las variaciones geográficas señaladas. Las responsabilidades respecto a las sanciones y a la autoridad en relación al derecho deben modificarse de acuerdo con esos intereses regionales.

2. EL FUNCIONAMIENTO DE LA PAZ

Las organizaciones mundiales no pueden adquirir vitalidad a menos que su funcionamiento sea importante para la gente. La gente quiere reconocimiento, seguridad, respuesta y experiencias nuevas. Las instituciones mundiales pueden estar relacionadas con estos deseos dando una representación adecuada a los grupos, impidiendo las transgresiones graves contra el orden mundial, llegando a identificarse con la personalidad profunda del individuo, y facilitando la búsqueda y la difusión de nuevos valores.

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a) Representación mundial.-

Aunque ha habido una tendencia a un desarrollo de normas mundiales mínimas en las ciencias, en el derecho e, incluso, en las instituciones culturales y políticas, existen aún grandes variaciones en las normas económicas, la inteligencia, la cultura y la conciencia de los problemas mundiales entre las poblaciones de diferentes partes del mundo. Un sistema de legislación universal, que diese igual número de votos a unidades de población, no sería más satisfactorio que uno que diese igual número de votos a los estados. Es improbable que pueda admitirse un modelo universal de representación política en un largo período de tiempo.

Hasta que no se reduzca la virulencia del nacionalismo, las naciones estado seguirán siendo las únicas unidades de representación cuando se traten problemas políticos graves, aunque incluso para estos problemas algunos de los representantes podrían ser elegidos por los pueblos o por los parlamentos en lugar de ser nombrados por los gobiernos. En muchos temas, organizaciones diferentes de los estados y con un interés técnico, político o económico en el tema, podrían tener representación independiente para debatir incluso para votar. De esta forma se daría una sensación satisfactoria de reconocimiento mundial a grupos importantes.

Las conferencias especiales apropiada y funcionalmente organizadas y, en algunos casos, regionalmente, podrían resultar más satisfactorias para tratar algunos temas que un parlamento universal de la humanidad. Sin embargo, para el problema central de la paz, que afecta a las disputas políticas, al cambio político y a las sanciones contra la agresión, es necesaria una organización internacional, aunque su función debería ampliarse para supervisar las organizaciones regionales y funcionales y para mantener la paz entre ellas, como hace Naciones Unidas. Es un aspecto polémico decidir si la transición de la seguridad mediante el equilibrio de poder a la seguridad mediante la política colectiva debería hacerse de una vez o gradualmente. El desarrollo gradual de la seguridad colectiva, aplicada entre países especialmente vulnerables a invasiones, puede resultar un error y una trampa. Aquellos estados que realmente confíen en la seguridad colectiva de forma prematura pueden dejar de existir. Por otro lado, los estados probablemente no someterán su seguridad a organismos internacionales hasta que no hayan tenido muestras de su efectividad. Las operaciones de Naciones Unidas en el área de Suez y en el Congo proporcionan esa experiencia. El desarrollo gradual de los organismos

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de policía para este tipo de operaciones puede afectar a largo plazo a la transición.

b) Crímenes contra la humanidad.-

Una comunidad mundial no puede funcionar sin una conciencia muy difundida de su existencia, pero esta consciencia no puede mantenerse sin una definición objetiva de los actos, tanto de los individuos como de los gobiernos, que se consideran que amenazan la existencia de los miembros y de la comunidad. Un estado define su carácter, en gran medida, por la forma en que convence a sus miembros que su seguridad depende de él. La manifestación más importante de este método es el código penal, en el que el estado hace saber las transgresiones contra las que protege sus actividades y a sus súbditos y por ello declara qué hechos amenazan su propia existencia.

Aunque en la legislación de la mayoría de los estados se han comenzado a definir “delitos contra el derecho de las naciones” cometidos por individuos, tales como piratería, ataques a funcionarios públicos, insultos a soberanos extranjeros, delitos contra monedas extranjeras, y delitos contra la neutralidad y la paz de otros estados, esta tipificación se ha desarrollado principalmente con fines de seguridad nacional más que para defender a los individuos y a la comunidad de naciones. En el proceso de Núremberg y en otros juicios por crímenes de guerra se han hecho grandes avances al considerar a los individuos penalmente responsables por crímenes contra la paz, contra la humanidad y contra las leyes de la guerra.

También ha habido avances en el Pacto de la Sociedad de Naciones, en el Pacto de París, en la Carta de Naciones Unidas y en otros tratados generales, para definir los actos de los gobiernos y de los estados considerados violaciones de la paz del mundo o amenazas a la misma, exponiendo por tanto al violador a sanciones internacionales. En general, solo se ha denunciado la agresión militar. Aunque constituye un delito distinto, justificándose únicamente la acción militar defensiva, otros actos pueden igualmente destruir el orden mundial. La subida arbitraria de barreras arancelarias, la movilización por sorpresa o el aumento del tamaño de las fuerzas armadas, la propaganda incitando a alteraciones de la paz internacional y la intervención subversiva incitando o ayudando a una facción en una guerra civil han sido discutidas en Naciones Unidas y en el proceso de Núremberg. Deberían definirse claramente y enfrentarse a sanciones apropiadas.

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Un código de este tipo debería relacionarse con la conducta de los individuos y de los gobiernos así como la de los estados y debería limitarse a actos cuya influencia perjudicial es inminente. Un intento para denunciar todos los actos que con el tiempo podrían poner en peligro la comunidad mundial sería inmiscuirse indebidamente en la competencia interna de los estados. Los historiadores del futuro podrían informar de que la negligencia del gobierno de los Estados Unidos durante los años 1920 y la del gobierno británico durante los años 1930 paralizaron el orden mundial y fomentaron la agresión de los gobiernos japonés, italiano y alemán en esta última década, y de que la negligencia de Estados Unidos y de la Unión Soviética mantuvo una situación peligrosa durante la “guerra fría”. Un código penal mundial debería condenar actos de negligencia criminal así como actos de agresión criminal.

c) Ciudadanía mundial.-

El defecto básico en la estructura del mundo anterior a la Segunda Guerra Mundial fue la falta de conciencia en las mentes de las personas de que estaban relacionadas con la comunidad mundial. Vivían en un mundo en que la forma de vida de la mayoría de las personas estaba afectada por las condiciones económicas, políticas y culturales existentes en los países más lejanos. Era verdad que cualquier guerra modificaría el coste y la disponibilidad de los bienes, modificaría las leyes y libertades nacionales y finalmente se extendería, conduciendo a la reglamentación estricta de las actividades individuales, al reclutamiento de uno mismo o de los vecinos para combatir en ultramar o, incluso, estarían sometidos a ataques de destrucción por los bombarderos de la aviación enemiga.

El mundo era una unidad en la que hechos en cualquier parte del mismo afectaban a todos los habitantes del mismo; pero el pensamiento y las instituciones sociales, económicos y políticos consideraban al individuo no como un miembro de la comunidad mundial sino solo de su propio país. El individuo únicamente estaba obligado por sus leyes y se concebía únicamente como responsable de su conducta. Su país era un miembro de la comunidad de naciones, gobernado por el derecho internacional, pero el individuo era solamente miembro de su comunidad nacional.

El hecho de que la atención política de cada individuo estuviese concentrada únicamente en su propio país significaba que ignoraba políticamente el efecto profundo de la conducta de su propio país y de otros países en la vida de la comunidad mundial. El individuo consideraba el mundo

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exterior a su propio país como un entorno al que, como ocurre con el clima, solo podía estar sometido y no podía controlarlo o como un entorno que, como las bestias salvajes, solo podía cazarse pero no domesticarse. No lo concebía como parte de la gran comunidad a la que pertenecía – como realmente parte de su personalidad más extensa.

Los gobiernos nacionales, aunque responsables de las políticas exteriores de sus países ante la comunidad de naciones y el derecho internacional, eran responsables de sus cargos únicamente ante su propio pueblo. Estaban obligados a estar más preocupados con la fuente de su poder que con la fuente de sus responsabilidades y, en cualquier crisis, preferían naturalmente los deseos del electorado nacional al bienestar de la raza humana. Con las condiciones de pensamiento, estructuras simbólicas e instituciones que limitaban el horizonte político del individuo medio a su territorio nacional, estos deseos del electorado nacional eran normalmente limitados, egocéntricos e ignorantes de las tendencias de los hechos mundiales. En estas circunstancias la adhesión de los gobiernos al derecho y a los tratados internacionales era, en el mejor de los casos, precaria. Los gobiernos tenían que responder a los miedos, avaricia, hábitos y fantasías inmediatos de una población con mentalidad pueblerina y no se podía confiar en que observase el derecho internacional, respetase los acuerdos internacionales o siguiese políticas exteriores para el bienestar a largo plazo de la comunidad mundial, especialmente cuando estaban fuertemente presionados por crisis económicas y amenazas de guerra.

Fue principalmente esta situación la que provocó el fracaso de las instituciones del orden mundial creadas tras la Primera Guerra Mundial. La Sociedad de Naciones, la Organización Internacional del Trabajo, el Pacto de París y la Corte Permanente de Justicia Internacional respetaron la soberanía legal de los estados, pero asumieron que la comunidad de naciones era superior a la nación. Instituyeron procedimientos avanzados de actuación internacional pero fueron incapaces de funcionar adecuadamente porque los gobiernos no consideraron que la autoridad de sus principios y sus procedimientos fuese superior a la autoridad de la tradición nacional y de la opinión nacional.

Esta actitud puede observarse históricamente, deplorarse moralmente y condenarse legalmente pero, políticamente, los gobernantes en muchos casos no podían actuar de otra manera. Los de países democráticos estaban obligados a poner la concepción del bienestar nacional sostenida por las masas de sus poblaciones por encima de cualquier concepción del bienestar mundial que

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ellos o la opinión general de las personas ilustradas de todos los países pudiesen haber sostenido. A veces las democracias y las autocracias se convertían en prisioneros de sus propias propagandas. Tenían que perseguir los fines que habían enseñado a exigir a su pueblo.

La Carta de Naciones Unidas declara haber surgido de la determinación de los pueblos de las Naciones Unidas para lograr ciertos objetivos y Naciones Unidas y sus organismos especializados han intentado desarrollar un sentido de ciudadanía mundial y de responsabilidad para la humanidad entre los pueblos y los gobiernos de todas partes. Gobernantes destacados han manifestado un sentimiento de este tipo de responsabilidad. La paz exige que la identificación de pueblos y gobiernos con la humanidad así como con la nación sea algo más que meras palabras. Estados Unidos tuvo que pasar casi un siglo de disputas políticas y una guerra civil antes de estar seguro de que la unión era del pueblo así como de los estados.

d) Bienestar mundial.-

Esta discusión se basa en la hipótesis de que la paz no puede abordarse directamente sino que es un subproducto de una organización satisfactoria del mundo. La aproximación directa a la paz conducirá probablemente a retiradas ante amenazas de violencia, ante injusticias graves y ante la perpetuación o agravación de las condiciones en las que una paz perpetua es imposible. A menudo los movimientos pacifistas van en dirección contraria en tiempo de crisis. Estos movimientos pacifistas luchan por el aislacionismo o por tolerar la injusticia y, de esta forma, en lugar de reforzar, debilitan la comunidad mundial. Por otro lado, el apoyo a tratados o instituciones concretos puede tener como resultado crear un exceso de confianza en la eficacia de esas instituciones, cuando, de hecho, a estas instituciones les falta autoridad porque la opinión mundial no está detrás de ellas apoyándolas. China, Etiopía y Checoslovaquia, por exceso de confianza en la Sociedad de Naciones y en la seguridad colectiva, sufrieron injusticias que una evaluación más correcta del predominio real del nacionalismo en los asuntos mundiales podría haber evitado. Las instituciones, no obstante lo deseables que sean en sí mismas, no pueden comprometerse con responsabilidades que están más allá de su competencia para alcanzarlas. La responsabilidad sin poder es tan peligrosa como el poder sin responsabilidad. La Sociedad de Naciones adoleció de falta de poder y las naciones de falta de responsabilidad. Naciones Unidas ha intentado desarrollarse en una estructura mundial en la que el poder y la responsabilidad van unidos.

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CUARTA PARTE 485 EL CONTROL DE LA GUERRA

En función de como los individuos de todos los países del mundo reconozcan la importancia para su propio interés de la comunidad internacional y de su relación con ella, se crearán instituciones apropiadas para desempeñar las funciones de la comunidad mundial y desarrollarán un poder que las permitirá cumplir sus graves responsabilidades. La idea de que el bienestar individual y el progreso humano son ideales por los que hay que luchar fue puesta en tela de juicio por el Eje, pero desde que en el Renacimiento comenzase la era de contactos mundiales con los descubrimientos y la expansión del conocimiento mediante la palabra impresa, los gobiernos han intentado normalmente justificarse a sí mismos con el argumento de que estaban aumentando la libertad y el bienestar de aquellos a los que gobernaban y que, mediante su cooperación con otros gobiernos, estaban aumentando la libertad y el bienestar de la raza humana. El propio nacionalismo fue apoyado basándose en la teoría de que permitía gobiernos mejores para llegar a conseguir estos resultados. Por otro lado, de vez en cuando ha habido gobiernos que han negado estas premisas y han afirmado que existen no para aumentar el bienestar de los gobernados o de la raza humana, sino únicamente para aumentar el poder de una nación, una raza o una clase particulares y para mantener la posición de los que en ese momento estaban controlando ese grupo.

Esta última filosofía, sostenida en la Segunda Guerra Mundial por gobiernos poderosos, no puede conciliarse con un mundo pacífico. La amplia aceptación de esta filosofía fue una consecuencia de la grave crisis de revolución, desorganización económica y miedo a invasiones que se desarrolló tras la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, esta aceptación tendió a perpetuar esas situaciones. Naciones Unidas, al endosar las Cuatro Libertades del presidente Roosevelt en la Segunda Guerra Mundial, afirmó que hacían la guerra para restaurar la lealtad general a la filosofía del progreso humano y del bienestar humano que los grandes pensadores – religiosos, filósofos y políticos – de todas las regiones del mundo y de todas las civilizaciones habían aceptado. Una organización para evitar la guerra debe aceptar la filosofía de que las instituciones serán juzgadas por el grado en que hagan avanzar la libertad y el bienestar humanos y que los fines especiales de la nación, del estado, del gobierno o de la raza son subordinados.

Al mismo tiempo no se necesita negar que el progreso exige que las naciones tengan independencia suficiente para experimentar con diferentes sistemas económicos, políticos e ideológicos. Esta organización mundial no necesita expresar preferencias a favor de la uniformidad sobre la variedad pero

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debe afirmar que cualquier característica distintiva de un grupo que sea premiada y fomentada debe justificarse por su contribución al progreso de la humanidad como conjunto. Un equilibrio de este tipo es inherente a la Carta de Naciones Unidas. En la constante lucha para hacer realidad la filosofía de unidad en la diversidad, en situaciones cambiantes, los individuos y los grupos pueden satisfacer para siempre el deseo de tener nuevas experiencias.

3. EDUCACIÓN PARA LA PAZ

La paz no puede mantenerse a menos que el mundo esté adecuadamente organizado para impedir que los gobiernos inicien guerras, y una organización de este tipo no puede funcionar a menos que sirva los deseos y necesidades de la población mundial. Sin embargo, además de esto, la gente debe creer que esta organización sirve realmente a sus necesidades. La supervivencia y el funcionamiento de Naciones Unidas depende no solamente de los compromisos de los gobiernos o de las opiniones personales expresadas en público, sino también de las actitudes de la gente en las que se basa el mantenimiento continuo de los compromisos y de las opiniones expresadas.

Las actitudes, aunque se originan en los impulsos del organismo humano, toman forma mediante la educación, el proceso por el que se desarrolla la cultura de un grupo y se transmite a la generación siguiente. Las propagandas se dirigen al grupo, los procedimientos educativos al individuo. Las propagandas pueden influir en la opinión pública y estimular la acción social directa superponiendo los objetivos del grupo sobre la conciencia del individuo. La educación trata de influir las actitudes privadas, construyendo de esta forma la personalidad individual y la cultura del grupo en una unidad orgánica.

Si la paz es sinónimo del uso general de la razón más que del impulso para organizar la sociedad y para tratar situaciones conflictivas, la educación para la paz sería la educación que apoya y transmite el ideal del hombre racional. No se tratará en este libro de la técnica para alcanzar este fin, pero se prestará atención a las dificultades a las que se enfrenta una sociedad al aplicar un programa educativo de este tipo.

El ideal racional normalmente busca una vía media entre bienes opuestos. El deseo de libertad individual, asegurada por la posesión de riqueza y de poder, a menudo está en conflicto con el deseo de libertad del grupo con el que se ha identificado el individuo. La seguridad, la riqueza y el poder del grupo

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CUARTA PARTE 487 EL CONTROL DE LA GUERRA

pueden exigir la subordinación del individuo en el sistema de valores del grupo. Las exigencias de la personalidad y de la cultura, aunque sus orígenes se solapen, pueden, en una situación dada, estar en conflicto.

En períodos de paz y prosperidad, cuando no se cuestiona la posición del grupo, han florecido filosofías liberales y las actividades han sido predominantemente económicas cuando los individuos han luchado para mejorar su posición en el sistema establecido. Durante estos períodos los grupos han tendido, por un lado, a desintegrarse internamente y, por otro, a unirse con otros para formar grupos más extensos. En períodos de revolución y depresión, por otro lado, la posición del grupo y del sistema general de valores está amenazada. Las filosofías autoritarias, sean revolucionarias o reaccionarias, están en el poder, las actividades son predominantemente políticas y el individuo sigue ciegamente al líder del grupo con el que se ha identificado. Esto tiende a integrar los grupos establecidos, a diferenciar cada grupo de los demás y a desarrollar hostilidades entre grupos. Este tipo de ciclos, caracterizados por movimientos opuestos en la extensión y en la intensidad de la vida del grupo, se ha observado no solo en las sociedades civilizadas sino también entre pueblos primitivos, como los murngin del norte de Australia. La vida de estos últimos oscila entre períodos de guerra, que unen el clan, y períodos de ceremoniales entre grupos, que tienden a integrar los clanes en asociaciones más extensas. No es fácil conseguir una organización de la comunidad mundial que evite fluctuaciones violentas entre la desintegración social general y la guerra general y una mezcla de culturas que dé satisfacción adecuada tanto a los impulsos agresivos como a los afectivos de todas las personas todo el tiempo.

Por un tiempo, la guerra puede ofrecer esta satisfacción doble a muchas personas. El soldado siente una satisfacción completa y total al participar en la gran tarea del grupo, pero al mismo tiempo está libre, sin inhibiciones, para satisfacer su agresividad individual contra las personas y las propiedades del enemigo. El júbilo que señala normalmente la primera fase de una guerra se deriva de la reconciliación completa que ofrece la guerra a los conflictos psíquicos del individuo, pero la irrealidad de esta adaptación le da el carácter de una psicosis colectiva y hace insensibles a las llamadas racionales a los que participan en ella hasta que desaparece la ilusión.

La existencia de semejantes psicosis de grupo sugiere que el ideal del hombre racional no puede sobrevivir en una sociedad en que están permanentemente en conflicto costumbres opuestas. La tensión de los

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compromisos continuos entre las pasiones y la conciencia es demasiado para la naturaleza humana. La educación de los niños debe dirigirse a reducir la necesidad de chivos expiatorios que proporcionan desahogo a la agresión reprimida. Las actividades de los adultos deben incluir oportunidades para el deporte, la aventura, la relajación, la competencia económica, la disputa política y la expresión personal, que satisfagan todos los impulsos orgánicos y al mismo tiempo estén aprobados por la conciencia. Esas actividades podrían proporcionar sustitutos al encanto de la guerra. La guerra durante un período de tiempo corto puede permitir una expresión equilibrada de impulsos ambivalentes tales como el amor y el odio. Fomenta una libre expresión de odios reprimidos en el servicio de lealtades públicas. La paz exige una expresión igualmente equilibrada de ambos, pero los odios, que hasta cierto punto son inevitables en cualquier cultura, podrían desplazarse a males impersonales y podrían expresarse en formas menos destructoras de la civilización que la guerra moderna.

No es suficiente exorcizar el encanto de la guerra, si de vez en cuando la guerra es útil para grupos importantes. Los grupos con intereses especiales que se benefician directamente de la guerra, como fabricantes de armas hambrientos de nuevos mercados, militares profesionales que aspiran a ascensos y directores de periódicos sensacionalistas que presionan para una mayor difusión podrían ser controlados en nombre del interés público. No se puede esperar que estos grupos especiales sacrifiquen voluntariamente una cierta oportunidad de beneficio individual por una probable pérdida para el grupo. La propia guerra no puede satisfacer los intereses más especulativos de empresas en mercados más amplios y de fuentes de materias primas controladas por el país, ni los intereses de los hijos más jóvenes y de los intelectuales por trabajos en colonias, ni los de los reformadores en la expansión de ideales culturales o religiosos. Estas ambiciones dependen de la victoria, y las posibilidades de victoria para cualquier estado en una guerra de equilibrio de poder son inseguras y en una guerra nuclear nimias. Las perspectivas de beneficio económico para el público en general, incluso en caso de victoria, son cada vez más remotas a medida que aumentan los costes de la guerra. La educación podría influir en las actitudes al esclarecer la relación de la guerra con la economía en las condiciones actuales.

El miedo a la guerra ha funcionado al preservar la paz interna y al mantener a los dirigentes en el poder. Es difícil encontrar un método alternativo para realizar esta función. ¿Puede el estado atraer las lealtades de sus súbditos de forma suficiente para mantener el orden interno si esos súbditos no sienten ya

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CUARTA PARTE 489 EL CONTROL DE LA GUERRA

que el estado sea necesario para protegerlos de invasiones? ¿Pueden la costumbre, la razón y el sentimiento, sin la justificación de la necesidad, preservar el amor de la persona por su grupo político en justa la relación a su amor por sí mismo y por los otros grupos con los que está asociado? Proporcionar respuesta a estas preguntas es el cometido de la educación cívica en el estado moderno. Las lealtades del individuo deben estar suficientemente centradas para dar fuerza al orden social y suficientemente divididas para proporcionar una base para criticar este orden y para adaptarlo mejor a los cambios de las situaciones. El individuo debe estar tan educado que pueda asumir responsabilidades y usar el juicio crítico en la solución de demandas conflictivas.

Incluso si pudiesen eliminarse el encanto, la utilidad y la función social de la guerra, aún se producirán guerras siempre que los pueblos dediquen gran atención a preparase para ella. La expectativa de guerra ha sido una importante causa de guerra. Si los gobernantes de forma general abandonasen la esperanza de que la guerra o la amenaza de guerra pudiesen resolver sus problemas, podría debilitarse la creencia en el carácter inevitable de la guerra.

La actitud que conduce a la paz no es ni la atribuida popularmente al avestruz, que niega la posibilidad de guerra, ni la del cínico, que considera inevitable la guerra, sino la del hombre racional, que valora las opiniones y las condiciones que tienden a la guerra y la dirección del esfuerzo humano que en un punto dado de la historia podría impedirla. En la presente época planetaria la amplitud de visión y la mayor previsión son las bases de esa racionalidad. Estas implican la dirección por una organización de investigación central con capacidad para comunicarse con las personas de todo el mundo, libre de posibles perjuicios de los estados nacionales. Mientras que el control de la educación y las comunicaciones sea un monopolio de los estados nacionales, no es de esperar que se pueda impedir que se desarrollen en ciertas áreas actitudes favorables a la guerra y el virus, una vez desarrollado en una parte de la población mundial, se extenderá en las condiciones actuales, como un cáncer en el cuerpo humano, a otras regiones e implicará a todo el mundo en la guerra.

4. PAZ EN LA ERA ATÓMICA

Incluso si las consecuencias de iniciar una guerra en la era atómica son suicidas, la percepción de esas consecuencias puede realmente no ser suficiente para disuadir la iniciación de guerra en todas circunstancias. Si un gobierno cree que el poder creciente o las amenazas públicas de un rival presentan un

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490 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

peligro inminente, especialmente cuando el estado de la tecnología militar proporciona una gran ventaja al primer ataque, puede realizar un ataque preventivo. El desarme y el abandono de las amenazas como instrumentos de la política son la respuesta, una respuesta imposible de llevarse a cabo, sin embargo, a menos que los gobiernos y los pueblos consideren la guerra como una cosa intolerable y las amenazas como algo increíble. El desarrollo de las armas nucleares facilita tales creencias y ha inducido a un número creciente de autores serios y de estadistas prominentes a prever la obsolescencia de la guerra ¿Es racional esta predicción? ¿Debería fomentarse esta creencia mediante la educación?

A pesar de la inestabilidad del equilibrio de poder, de la carrera de armamentos, de los gastos sin precedentes en defensa de las grandes potencias, de las frecuentes amenazas de guerra, de las intervenciones subversivas y de las guerras menores que han afligido al mundo desde la Segunda Guerra Mundial, no se ha producido una guerra nuclear, han disminuido las tensiones y se ha firmado un tratado de prohibición de pruebas nucleares por los estados más importantes, excepto Francia y China. Los gobernantes parecen haberse dado cuenta, especialmente después de las crisis de Corea, Hungría, Berlín y Cuba, de que el empleo de las nuevas armas entre las potencias que las tienen haría la guerra demasiado peligrosa.

Sin embargo, esta creencia, aunque extendida ampliamente, ha sido atacada por una escuela de pensamiento que no prevé un papel decreciente sino un papel creciente de las armas y de las amenazas en la política internacional mediante políticas que utilizan las amenazas nucleares no solo para disuadir la agresión nuclear sino para disuadir otras acciones inaceptables. Esta escuela de pensamiento se concentra en cómo las amenazas nucleares, realizadas para disuadir esas acciones, pueden hacerse creíbles, incluso aunque llevar a cabo la amenaza tendría realmente como resultado represalias que perjudicarían al que amenaza tanto o más que al amenazado. Algunos concluyen que el amenazado debe ser inducido a creer que el que amenaza está loco y que fomentar esta creencia o bien debe volverle loco al provocarle una opinión fanática de que el honor exige “mantenerse firme” o bien debe crearle una situación de “quemar sus naves”, en la que no hay alternativa entre una rendición despreciable o la lucha. La conclusión de que la guerra puede llegar a ser obsoleta a menos que las potencias nucleares se vuelvan locas quizá apoye la creencia de que la guerra se volverá obsoleta, pero es conveniente recordar el comentario de Rousseau de que “es una forma de locura ser prudente en medio de locos”. Algunos gobiernos pueden estar locos.

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CUARTA PARTE 491 EL CONTROL DE LA GUERRA

Sin embargo, algunos en esta escuela de pensamiento creen que la guerra nuclear puede ser racional y que puede ser posible esta victoria si se realizan las preparaciones adecuadas para ataques aplastantes contrafuerzas, apoyados por un programa de defensa civil para reducir las pérdidas por represalias y por bases protegidas para asegurar la posibilidad de realizar ataques posteriores. Algunos sugieren que con esa preparación se podría alcanzar la victoria incluso después de un primer ataque nuclear de un enemigo. Sin embargo, esta escuela de pensamiento, aunque continúa afirmando que los estados deben mantener las armas nucleares como un instrumento de la diplomacia, sostiene que el equilibrio de terror puede estabilizarse por la seguridad de que todas las potencias nucleares tienen una capacidad de realizar un segundo ataque de la suficiente potencia, de forma que ningún estado se arriesgará a lanzar un primer ataque porque ningún programa de defensa civil puede proteger adecuadamente a su población del segundo ataque. De esta forma esta escuela de pensamiento afirma que, en interés de la política de poder, las amenazas de un ataque nuclear deben hacerse creíbles pero en interés de la estabilidad internacional ¡deben hacerse increíbles!

Aunque los gobernantes han continuado trabajando sobre estas opiniones contradictorias, también han proclamado de forma creciente su lealtad a la coexistencia pacífica, al desarme general y completo y a la Carta de Naciones Unidas que prohíbe el uso de la fuerza o la amenaza de su empleo en las relaciones internacionales. Semejantes confusiones en la lógica, en las acciones y en las declaraciones pueden manifestar una transición en la que el equilibrio de poder y la propia guerra están en camino de desaparecer pero ni las mentes de los gobernantes ni las de los pueblos se han adaptado aún a esta situación. Parece que la educación debería tratar las condiciones que hacen racional e incluso necesaria la creencia general en la obsolescencia de la guerra, pero al mismo tiempo debería insistir en que las condiciones cambian, que lo improbable puede ocurrir y que la conciencia permanente de estas contingencias hace que la paz sea una condición que debe mantenerse continuamente mediante el esfuerzo humano.

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ÍNDICE ANALÍTICO Abisinia, 116, 194 absolutismo, 117, 201, 202, 219,

378, 422, 431 acción del estado, 148, 150 acción militar, 75, 76, 87, 97, 101,

479, 481 acción para la paz, 447, 471 acción social (principios), 447 aceleración de la historia, 33, 34 actitud, 33, 36, 37, 43, 45, 49, 87,

102, 146, 151, 152, 154, 190, 200, 205, 223, 229, 249, 261, 262, 267, 278, 299, 315, 318, 400, 465, 470, 483, 489

actitudes hostiles (gráficos), 465 actitudes personales y personalidad,

381 actitudes y agresividad, 380 actitudes y conflicto internacional,

381 actitudes y educación, 379 actitudes y opinión publica, 378 actitudes y propaganda, 379 actitudes, medición, 380 actividad militar, 38, 40, 41, 42, 43,

48, 77, 78, 88, 99, 152, 369 acto de guerra, 225, 227 actos de agresión, 476 actos de negligencia criminal, 482 acuerdos regionales, 174 adaptación política, 407 Afganistán, 387, 457 África, 42, 51, 70, 89, 91, 94, 95,

102, 116, 117, 120, 124, 129, 170, 171, 172, 260, 266, 285, 339, 342, 348, 369, 412, 463

agrarismo, 355, 358, 369 agresión, 47, 58, 59, 60, 93, 171,

177, 178, 185, 228, 229, 231, 237, 243, 245, 255, 273, 318,

319, 334, 374, 390, 392, 450, 456, 457, 464, 476, 482, 488

agresión (deberes y derechos de los estados, 226

agresión (definición), 230, 476 agresión (reconocimiento de los

derechos), 256 agresión internacional, 243 agresión militar, 481 agresión nuclear, 490 agresividad, 53, 59, 60, 63, 70, 73,

79, 88, 102, 261, 268, 319, 343, 365, 382, 453, 454, 456, 458, 460

agresividad individual, 487 agresividad y personalidad, 378 agresividad y socialismo, 362 agricultura, 55 aislamiento, 138, 177, 181, 213,

261, 271, 279, 318, 391, 406, 455

aislamiento económico, 261 aislamiento político de un estado,

406 aislamiento psíquico de un estado,

406 Åland (neutralización de las islas),

174 Albania, 94, 457 Alejandro I (zar de Rusia), 424 Alejandro Magno, 82 Alemania, 47, 88, 94, 98, 105, 106,

107, 111, 114, 115, 120, 130, 180, 186, 189, 190, 208, 213, 214, 222, 236, 243, 257, 260, 266, 267, 268, 270, 284, 325, 326, 332, 338, 339, 341, 342, 361, 379, 394, 395, 396, 398, 404, 405, 424, 427, 429, 458, 459, 462, 475

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494 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

Alemania, agresiones, 229 Alemania, políticas de población,

346 alfabetización, 35, 137, 215, 338 alianza, 172, 173, 174, 175, 176,

181 alianzas permanentes, 163, 181 Allee (Warder), 352 Alpes, 212 Alsacia, 143 Alsop (Joseph), 199 Alta Edad Media, 265, 355 Althusius (Johannes), 201 Amarillo (río), 52 amenaza, 50, 229, 455 amenaza de guerra, 44, 48, 113,

124, 222, 312, 318, 489, 490 amenaza de violencia, 44, 457, 484 amenaza del uso de la fuerza, 428,

467 amenaza nuclear, 114, 490 amenazas como instrumento de la

política, 490 América, 42, 51, 52, 67, 70, 87, 91,

95, 97, 102, 115, 116, 120, 124, 129, 171, 260, 266, 271, 273, 325, 336, 369

América Central, 42 América del Norte, 42, 348, 360 América del Sur, 348 anarquía, 168, 214, 323, 382, 391,

392 anarquía internacional, 154 Anatolia, 131 Andamán (islas), 70 Angell (Norman), 121 Aníbal, 113, 212 antropología, 74 apaciguamiento, 390, 395, 398,

428, 456 Arabia, 84 Aragón, 260

arbitraje, 132, 233, 240, 242, 245, 317, 424, 436, 438, 439

Argelia, 230, 429, 467 Argentina (Tratado contra la guerra

de 1935), 180 aristocracia, 204 Aristóteles, 85 Armada Invencible, 75, 102, 165 armamento, 42, 48, 162, 188, 366,

466 armamento y desarme, 159, 167,

182, 397 armamentos (parar la fabricación) y

desarme, 188 armamentos (regulación e

influencia en capacidad ofensiva), 192

armamentos y equilibrio de poder, 190

armas atómicas, 410 armas nucleares, 98, 100, 163, 183,

186, 191, 194, 314, 367, 368, 428, 457, 459, 463, 490

armas nucleares, instrumento de la diplomacia, 491

armas ofensivas, 192 Armenia, 130 armisticio (términos), 229 Arquímedes, 85 arte de la guerra, 81, 85, 100, 102,

107, 182, 185 artillería y ofensiva, 184 Asia, 42, 51, 70, 89, 91, 94, 97,

102, 116, 117, 120, 129, 170, 260, 266, 342, 345, 348, 463

Asiria, 361 aspectos protocolarios (de las

instituciones), 446 ataque simbólico, 44 Atenas, 318 Atlántico (océano), 95 Átomos para la Paz, 459

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ÍNDICE ANALÍTICO 495

Augusto, 90 Australia, 70, 269, 326, 345, 487 Austria, 88, 104, 131, 143, 164,

207, 213, 229, 275, 462 autarquía, 110, 214 autocracia, 201, 204, 205, 383 autocracia y guerra como

instrumento de la política, 205 autodeterminación, 100, 203, 246,

247, 299, 429, 475 autodeterminación colonial, 369 autodeterminación de las colonias,

237 autodeterminación de los pueblos,

475 autodeterminación e irredentismo,

260 autodeterminación nacional, 283,

425 autoridad, 133 autoridad coactiva, 363 autoridad del gobierno, 201 autoridad e integración, 291 autoridad legal, 250 autoridad política, 130, 134, 235 autoritarismo, 123 autosuficiencia económica, 214,

261, 268, 326, 346, 364, 414, 461

autosuficiencia económica y defensa militar, 214

autosuficiencia económica y paz, 214

avión, 101, 106 Ayala (Baltasar de), 421 aztecas, 116, 213 Babilonia, 84, 166 Bagehot (Walter), 74, 427, 446 Baja Edad Media, 57, 131, 132,

134, 179, 214, 219, 221, 421, 435

bajas en el servicio militar activo, 96

bajas por bombas atómicas, 96 Bakunin (Mijail), 382 balas dumdum, 194 Balcanes, 89, 143, 260, 266, 358 bandera como símbolo nación, 297 batalla (frecuencia), 92 Belaúnde (Víctor A.), 391 Bélgica, 39, 94, 174, 260, 332, 338,

395 belicosidad, 70, 72, 79, 185, 198,

201, 204, 207, 208, 209, 211, 213, 322

belicosidad (resultado), 80 belicosidad y control de la

sociedad, 364 belicosidad y economías socialistas,

209 belicosidad y edad de los estados,

207 belicosidad y feudalismo, 209 belicosidad y nacionalismo, 268 belicosidad y poder relativo de los

estados, 211 beneficiarios de la guerra, 488 Benes (Edward), 44 Bentham (Jeremy), 160, 276, 382 Berchtold (conde Leopold von),

143 Bering (estrecho de), 70 Berlín, 320, 490 Bernhardi (general Friedrich), 334 bienestar, 109, 167, 238, 416, 485 bienestar de la raza humana, 483 bienestar económico, 169, 333, 364 bienestar general (fin de la

política), 347, 348 bienestar humano, 240, 271, 283,

416, 485 bienestar individual, 485 bienestar mundial, 483, 484

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496 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

bienestar nacional, 483 Bismarck (príncipe Otto von), 104,

119, 146, 251, 393, 424 blitzkrieg (guerra relámpago), 113,

462 Bloch (Ivan), 96, 106, 120, 121,

186 Bodart (Gaston), 75, 92, 95 Bodin (Jean), 201, 234, 236, 237 Boehm (E.M.H.), 262 Bolivia, 171, 387, 457 bomba atómica, 101 Bonifacio VIII, 275 Brecht (Arnold), 233 Bretaña (provincia romana), 130 Buckle (Henry Thomas), 69 Budapest, 226 budismo, 382 Bulgaria, 457 Bülow (príncipe Bernhard von),

327 burguesía, 107 Burke (Edmund), 262 Cachemira, 230, 257, 430 Calhoun (John C.), 432 California, 336, 383, 391 cambio en el equilibrio de poder,

450 cambio en la guerra, 78 cambio gradual y transición social,

449 cambio pacífico, 426, 427, 448, 464 cambio político, 83, 119, 128, 130,

237, 480 cambio social (velocidad), 34 cambio territorial, 169, 171, 172,

475 cambios climáticos, 62 cambios de población, 333, 338 cambios de población y guerra,

331, 333, 336, 347

cambios de población y política, 331

cambios territoriales, 476 Canadá, 285, 326, 345, 387, 457 Canning (George), 159 capacidad de destrucción, 98, 101,

107, 110, 120, 127, 133, 319, 463

capitalismo, 209, 355, 356, 357, 358, 359, 360, 361, 362, 364, 365, 368, 369, 370, 371, 372

capitalismo e individualismo, 371 capitalismo y despersonalización,

371 capitalismo y ética, 372 capitalismo y guerra, 365 capitalismo y organización política,

371 capitalismo y pacifismo, 365 capitalismo y valores sociales, 371 capitalismo, expansión y guerras,

369 capitalización de la guerra, 182 Carlos I (España, emperador Carlos

V), 261 Carlos X (rey de Suecia), 261 Carlos XII (rey de Suecia), 261 carrera de armamentos, 38, 42, 122,

132, 143, 186, 195, 366, 490 carreras de armamentos, 43, 130,

398 Carta de Naciones Unidas, 47, 175,

181, 229, 240, 244, 246, 279, 369, 403, 428, 432, 472, 473, 477, 479, 481, 484, 486, 491

Cartago, 131, 458, 459 Castilla, 260 catástrofes naturales, 137 causas de la guerra en el

capitalismo, 365 causas de la guerra en el

socialismo, 361

Page 497: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 497

causas de la guerra franco-prusiana, 145

censura, 48, 364, 455 centralización, 79, 130, 202, 203,

204, 267, 284, 401, 454 Cerdeña, 260 César, 82, 113 Checoslovaquia, 44, 94, 174, 229,

260, 394, 395, 457, 462, 484 Chile, 171 China, 39, 47, 84, 90, 94, 96, 105,

116, 124, 131, 194, 211, 213, 229, 230, 260, 325, 326, 327, 332, 338, 344, 345, 364, 368, 379, 394, 395, 398, 458, 459, 461, 484, 490

chivo expiatorio, 289, 376, 488 Cicerón (Marco Tulio), 36, 217,

419 ciclos económicos, 464 ciclos políticos, 400 ciencia, 87, 124, 137, 271 ciencia (crecimiento acumulativo),

139 ciencia y tecnología (influencia en

contactos mundiales), 138 ciudad estado, 129, 131, 166, 194,

415 civilización, 43, 54, 55, 56, 67, 74,

167, 415 civilización (destrucción), 134 civilización (esencia), 332 civilización (fases), 81, 82 civilización (organización política

eintegración econíomica y cultural), 134

civilización (origen en pueblos agresivos), 74

civilización agrícola, 209 civilización cristiana, 422 civilización europea, 70

civilización moderna, 39, 43, 53, 87, 95, 97, 99, 100, 101, 114, 116, 118, 119, 124, 139, 178, 209, 215, 251, 268, 284, 309, 329, 407, 410, 412, 414, 420, 461, 463, 470, 474

civilización moderna (carácter analítico), 411

civilización mundial, 56, 116, 119, 120, 121, 123, 124, 125, 127, 410, 417, 421

civilización occidental, 275, 417 civilización universal, 87, 279 civilización y belicosidad, 79 civilizaciones históricas, 56, 136,

138, 274, 279, 409, 421 civilizaciones históricas

(desintegración), 136 Clark (John Bates), 97 clase militar, 68 Clausewitz (Karl von), 36, 104,

382, 462 clima, 70, 355 clima y belicosidad, 72, 73 Clive (Robert), 116 coacción, 50, 226, 244 Cobden (Richard), 215, 372, 398 coeficiente de defensa, 398 coexistencia, 391 coexistencia pacífica, 237, 365,

455, 477 Colón (Cristobal), 102, 336 colonias, 47, 170, 260 colonias (racionalización de su

conquista), 340 colonias (valor económico), 340 comercio, 88, 103 comercio de armas, 366, 367 comercio internacional, 119, 129,

167, 279, 326, 339 comercio marítimo, 421, 422 comercio marítimo (riesgos), 183

Page 498: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

498 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

competencia, 352, 357, 473 competencia económica, 60, 354 competencia legal, 249 competencia legal (fuentes), 250 competencia legal y poder político,

249 competencia política, 474 competencia por el poder político,

354 competencia por la subsistencia

(ventajas e inconvenientes), 354 comunicación de masas e

integración mundial, 304 comunicaciones, 44, 112, 119, 129,

138, 167, 195, 213, 222, 274, 281, 479

comunicaciones (progreso), 288 comunicaciones internacionales,

440 comunidad de naciones, 37, 199,

239, 242, 249, 259, 284, 300, 391, 392, 423, 427, 457, 473, 474, 481, 482, 483

comunidad internacional, 176, 237, 238, 317, 429, 430, 432

comunidad mundial (peculiaridades), 283

comunidad mundial y poder político, 250

comunidad mundial y uniformidad, 282

comunidad política, 138, 249 comunidades sociales (integración),

290 comunismo, 117, 302, 359, 360,

361, 383, 412 comunismo y agresividad, 364 conciencia ética universal, 372 Concierto de Europa, 439, 440 conciliación, 431, 436, 438, 456 condiciones para la paz, 417, 469

conducción de la guerra y necesidad militar, 422

confederación, 172, 277 Confederación Germánica, 175 Confederación Helvética, 251 Conferencia de desarme de

Ginebra, 190, 191 Conferencia General de Berlín, 172 Conferencias de La Haya, 105, 106,

175, 186, 194, 276, 424 conflicto, 36, 37, 152, 202 conflicto de baja intensidad, 40, 42 conflicto internacional, 48 conflicto interno, 48 conflicto militar, 288 conflicto y sociedad, 287 conflictos de actitud, 154 Congo, 230, 429, 441, 467, 480 Connally (enmienda senador

Thomas), 439 conquista, 337 consentimiento, 204, 230 consentimiento universal, 254 constitución política, 198, 201 constitución política y guerra, 201 constitución social (factores que

influyen en la belicosidad), 207 constitución y política exterior, 198 constitucionalismo, 84, 167, 201,

202, 215, 220, 237, 313, 378, 430

Consulado del Mar, 435 contacto mundial, 52 control de la economía, 110 control de la educación, 489 control de la guerra, 50, 445, 447 control de la opinión, 87, 130, 292,

363 control de la opinión pública, 363 control de las comunicaciones, 489 control de los mares como

instrumento de la guerra, 103

Page 499: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 499

control de natalidad en Japón, 344, 345

control de natalidad y guerra, 335 control del comercio (objetivo de la

guerra naval), 182 control del comercio de armas, 367 control del comercio marítimo, 183 control económico, 84 control militar, 115 control político, 41, 380, 400 Convención, 474 Convenciones de La Haya, 193 cooperación, 107 cooperación económica, 391 cooperación política internacional,

461 cooperación voluntaria e

integración, 291 Corea, 47, 214, 230, 257, 344, 345,

364, 429, 467, 490 Corte Permanente de Justicia

Internacional, 240, 281, 426, 439, 483

Cortés (Hernán), 116, 321, 421 costumbre, 36, 139, 148 Cox (Harold), 333, 334, 335, 337 Creasy (sir Edward), 75, 76, 77 Crile (George Washington), 375 crimen, 33, 98, 225 crimen internacional, 242 crímenes contra el derecho

internacional, 243 crímenes de guerra, 227, 229, 243,

481 crímenes políticos, 465 crisis, 172, 399, 466, 469, 490 crisis de la inmigración, 44 crisis de Munich, 404 crisis mundial, 470 crisis políticas (previsiones), 399 cristiandad, 87, 131, 218, 223, 224,

233, 412, 421

cristiandad medieval, 224 Cromwell (Oliver), 102 Crucé (Emeric), 276 Cruzadas, 132, 236, 275, 337 cuáqueros, 321, 382 Cuatro Libertades (presidente

Roosevelt), 485 Cuba, 230, 320, 391, 396, 490 cultura, 46, 148, 151 Curzon (George), 264 Dante, 202, 235, 275 Danzig (Gdansk), 229, 404, 411,

475 Dardanelos (estrecho de los), 462 Darwin (Charles), 160, 351 Davie (Maurice Rea), 65 Declaración de Independencia de

Estados Unidos, 33, 116, 325, 352

defensa, 100, 101, 225, 231 defensa civil, 110, 463, 491 defensa colectiva, 175 defensa del territorio, 374 defensa exterior, 453 defensa militar, 212, 404 defensa mutua, 132 defensa nacional y planificación,

362 defensa personal violenta, 151 defensa propia, 47, 185, 217, 228,

230, 414 defensas naturales, 70 defensiva, 100, 119, 131, 183, 184,

185 Delaisi (Francis), 297 delito internacional, 243 delitos contra el derecho de las

naciones, 481 delitos internacionales, 241 democracia, 35, 104, 167, 199, 201,

204, 205, 215, 220, 295, 378, 430

Page 500: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

500 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

democracia (concepto), 204 democracia (y oposición a la

organización de la paz), 205 democracia y la guerra como

instrumento de la política, 206 democracia y paz, 204 democratización de los ejércitos,

193 Demóstenes, 316, 318 depresión, 281, 365, 487 derecho (finalidad), 217 derecho consuetudinario, 430 derecho de inspección de buques,

103 derecho de la guerra, 424 derecho de las naciones y

justificación de la violencia militar, 422

derecho internacional, 35, 36, 47, 87, 111, 130, 132, 144, 145, 148, 150, 151, 152, 161, 167, 178, 180, 181, 198, 201, 202, 215, 217, 220, 221, 223, 224, 225, 226, 227, 228, 231, 233, 234, 235, 236, 237, 238, 239, 240, 241, 242, 244, 245, 246, 247, 249, 250, 251, 252, 253, 256, 259, 265, 270, 272, 277, 279, 283, 337, 367, 382, 388, 403, 409, 413, 419, 420, 421, 422, 424, 425, 426, 428, 429, 430, 431, 432, 433, 434, 435, 436, 437, 439, 449, 450, 469, 474, 478, 482, 483

derecho internacional (desarrollo), 234

derecho internacional (finalidad), 151

derecho internacional (obstáculos), 254

derecho internacional (violaciones), 243

derecho internacional mercantil, 435

derecho internacional moderno, 224, 225, 227, 233, 421

derecho internacional positivo, 434, 435, 438, 439

derecho internacional procesal, 434, 435

derecho nacional, 47, 135, 151, 152, 197, 217, 222, 223, 224, 225, 226, 233, 237, 238, 241, 246, 247, 249, 250, 252, 264, 422, 430, 431, 434, 435, 437, 469, 473

derecho natural, 223, 237, 422 derecho positivo, 224, 293, 435,

436, 439 derecho y cultura, 417 derecho y ética, 224 derecho y relaciones

internacionales, 151 derecho y violencia, 217 derechos civiles (igualdad), 283 derechos del hombre, 240 derechos humanos, 227, 240, 241,

246, 247, 283, 426, 429, 448, 450, 474, 475, 478

desarme, 42, 105, 132, 167, 171, 182, 186, 190, 193, 256, 365, 366, 407, 424, 450, 460, 476, 490, 491

desarme (acuerdos), 90, 186, 187, 188, 459

desarme (aspectos políticos), 185 desarme (objetivo), 190 desarme cualitativo, 190, 193 desarme cuantitativo, 188 desarme general, 426 desarme moral, 195 desarme y armas defensivas y

ofensivas, 191

Page 501: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 501

desarme y Segunda Guerra Mundial, 191

desarme y seguridad, 189 descentralización, 130, 202 descentralización política, 129 desequilibrio militar, 158, 190 desintegración política, 84, 273 despoblación, 337 despotismo, 295 despotismo político, 79 destino manifiesto, 262, 326 destrucción, 44, 73, 88, 112, 409 destructividad, 83, 84, 132 Dewey (John), 328 dictadura, 123, 199 diferenciación social, 298 diferenciación y integración

sociales, 298 difusión, 274 Dinamarca, 88, 89, 94, 104, 207,

212, 256, 396 diplomacia, 175, 242, 245 diplomacia de poder, 205, 206 diplomacia del equilibrio de poder,

161 disciplina, 102, 149 discriminación, 44, 47, 181 discriminación de personas, 283 distancia militar entre estados, 162 distancias (entre estados), 149, 387,

388, 389, 390, 392, 402, 403, 405, 406, 457

división de poderes, 201 Dresde, 96 Dubois (Pierre), 275, 276, 284 duelo, 133, 151, 186, 218, 219,

220, 221, 222, 287, 304, 391, 423, 434

duelo (historia), 220 duelo de estado, 220 duelo judicial, 220 duelo por honor, 220, 221, 222, 224

duelo privado, 222 Dumas (Samuel), 96 dumdum (balas), 194 economía, 34, 130, 311, 355, 416 economía (tipos), 355 economía capitalista, 370 economía nacional, 42, 111, 115,

362 economía planificada, 363 economía socialista, 360 economía y belicosidad, 208 Edad Media, 78, 95, 102, 116, 131,

132, 218, 219, 223, 227, 234, 236, 245, 269, 271

Eduardo III (rey de Inglaterra), 261 educación, 34, 48, 124, 137, 153,

265, 314, 383, 412, 486, 488 educación cívica, 247, 271, 302,

489 educación como instrumento de

persuasión, 303 educación internacional, 472 educación para la paz, 486 educación y expansión territorial,

364 Egeo (mar), 131 Egipto, 52, 74, 81, 84, 94, 130, 131,

166, 332 Eje (potencias del), 94, 121, 173,

229, 261, 391, 405, 428, 462, 485

ejército, 38, 40, 43 ejército (bajas por enfermedad), 88 ejército permanente, 90, 170 ejércitos (tamaño), 91 ejércitos de masas, 104 ejércitos profesionales, 102, 104,

105, 109, 187, 336 El Cairo, 116 élite política, 159, 325, 340 emancipación colonial, 230 embargos, 45, 179, 181, 366, 477

Page 502: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

502 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

emigración, 335, 336, 337, 369, 414

emigración, barreras y violencia, 348

Ems (telegrama de), 145 encantos de la guerra, 488 enfrentamiento (método para

integración), 290 Enrique II Plantagenet (rey de

Inglaterra), 458 Enrique IV (rey de Francia), 175,

276, 446 Enrique V (rey de Inglaterra), 261 Enrique VIII (rey de Inglaterra),

276 equilibrio de poder, 42, 43, 83, 93,

100, 117, 130, 144, 148, 149, 157, 158, 159, 160, 161, 162, 163, 164, 165, 166, 170, 171, 172, 174, 175, 176, 177, 178, 185, 197, 199, 200, 206, 208, 211, 212, 215, 229, 245, 250, 260, 272, 293, 316, 333, 348, 367, 377, 390, 391, 392, 401, 404, 408, 409, 410, 413, 414, 420, 450, 451, 459, 460, 461, 464, 475, 480, 490, 491

equilibrio de poder (alianzas y mantenimiento), 173

equilibrio de poder (concepto), 164 equilibrio de poder (desviación),

171 equilibrio de poder (estabilidad),

179, 188 equilibrio de poder (guerras), 164 equilibrio de poder (índice), 170 equilibrio de poder (influencias),

171 equilibrio de poder

(mantenimiento), 105, 159, 166, 172, 436, 450

equilibrio de poder (polarización), 167

equilibrio de poder e igualdad de armamentos, 190

equilibrio de poder en la historia, 164

equilibrio de poder militar, 167 equilibrio de poder y adquisición de

territorio, 169 equilibrio de poder y polarización,

131 equilibrio de poder y relaciones

internacionales, 215 equilibrio de poder y tecnología,

182 equilibrio de terror, 167, 491 equilibrio estático de poder, 158 era atómica, 100, 118, 125, 281,

429, 432, 434, 441, 469, 470, 489

era de los jueces, 422 era nuclear, 329 Erasmo, 223 España, 87, 88, 89, 94, 96, 98, 116,

131, 145, 164, 173, 211, 256, 260, 261, 266, 267, 462

Esparta, 361 estabilidad del equilibrio del

equilibrio, 161 estabilidad política, 118, 129, 401,

469 estado, 202, 208, 228, 237, 244,

269, 336, 383, 431, 479 estado (intereses), 169 estado (responsabilidad civil), 242 estado (teoría social), 220 estado (y alianzas), 130, 172, 173 estado (y armamento y desarme),

48 estado (y socialismo de), 362, 367 estado agresor, 47, 48, 172, 174,

176, 179, 181, 228, 229, 230,

Page 503: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 503

239, 318, 390, 426, 427, 453, 456, 457, 466, 467, 476, 477

estado de guerra, 37, 41, 227, 228, 425

estado de sitio, 47 estado del bienestar, 359, 361 estado liberal, 382 estado militar, 110 estado mundial, 245 estado nacional, 135 estado soberano, 161, 234, 251, 430 estado soberano (competencia para

hacer la guerra), 233 estado socialista, 110 estado socialista y estado feudal,

364 estado totalitario, 110 estado universal, 83 estado y jurisdicción, 198 estado y monopolio de la violencia,

198 estados agresivos (políticas), 465 estados comunistas, 237, 262 Estados Confederados de América,

130, 260 estados de tensión entre estados,

44, 90 estados fascistas, 237, 262 estados modernos, 38, 91, 110, 117,

225, 419, 463, 489 estados nación, 118, 260 estados nucleares, 167 estados socialistas, 362 Estados Unidos, 33, 39, 44, 47, 65,

90, 91, 94, 103, 105, 106, 109, 111, 116, 122, 131, 153, 164, 176, 177, 179, 181, 187, 189, 199, 200, 203, 208, 212, 213, 227, 229, 243, 244, 248, 250, 251, 260, 261, 269, 284, 317, 322, 326, 332, 339, 342, 345, 346, 358, 360, 366, 379, 387,

395, 396, 398, 405, 406, 423, 428, 430, 432, 439, 457, 458, 460, 461, 462, 465, 482, 484

Estados Unidos (tendencias aislacionistas), 203

estatuto de neutralidad, 179, 180 Estatuto de Neutralidad, 178 estatuto del neutral, 423 Estonia, 89 estrategia contrafuerzas, 114, 463 estrategia de bombardeo, 113 estrategia militar, 392, 478 estrategia militar (evolución), 461 estructura de la paz, 469 ética, 223, 224 ética del liberalismo, 372 Etiopía, 47, 94, 96, 107, 173, 181,

229, 255, 427, 461, 462, 465, 484

etnocentrismo, 143 Eúfrates (río), 52 Eugenio de Saboya (príncipe), 90 Europa, 33, 42, 52, 53, 81, 89, 90,

95, 97, 101, 102, 104, 105, 115, 116, 119, 120, 121, 124, 131, 135, 160, 164, 165, 166, 169, 176, 179, 181, 190, 208, 209, 212, 213, 236, 237, 256, 273, 275, 276, 299, 302, 326, 331, 336, 337, 338, 341, 348, 355, 360, 361, 399, 423, 424, 461, 462, 466

Europa Central, 95, 116, 271, 412 Europa del Norte, 42, 181, 465 Europa Occidental, 42, 52, 75, 84,

90, 170, 227, 241, 266, 271, 285, 342, 347, 474

Europa Oriental, 90, 116, 170, 266, 364

evolución del nacionalismo, 269 exceso de población, 62 expansión colonial, 50, 170, 348

Page 504: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

504 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

expansión imperial, 116 expansionismo colonial, 119 expectativa de guerra y distancias

entre estados, 402 explosivos nucleares, 167 fabricantes de armas y guerra, 366 familia de naciones, 195, 237, 243,

245, 249, 253, 273, 274, 275, 277, 284, 285, 287, 289, 313, 328, 389, 405, 417, 432

familia de naciones (falta de poder), 287

familia de naciones (formas históricas), 275

familia de naciones como sociedad, 277

familia de naciones y sistema de equilibrio de poder, 284

fascismo, 302, 360, 383 fascistas, 271 federación, 132, 172, 173, 175,

202, 250, 251, 303, 401, 415 federación (características), 276 federación mundial, 275, 417 federalismo, 201, 202, 203, 284,

378, 432 Federico el Grande (rey de Prusia),

90, 102, 113, 164, 261 Felipe II, 261 Ferenczi (Imre), 343 feudalismo, 119, 209, 259, 355,

356, 359, 360, 378 feudalismo y economía agraria, 364 feudalismo y militarismo, 356 Fichte (Johann), 462 fideicomiso, 225, 247 Filipinas, 105, 345, 463 filosofías antimilitaristas, 107 Finlandia, 47, 94, 96, 256, 260 Fiske (John), 326 Fiske (vicealmirante Bradley A.),

100

Flandes, 39, 421 Foch (mariscal Ferdinand), 462 formación de conceptos abstractos,

278 formación de la comunidad y

opinión, 303 Formosa (Taiwán), 230 fortificaciones, 164 Francia, 39, 75, 87, 88, 89, 90, 94,

96, 98, 104, 105, 114, 116, 119, 131, 143, 146, 153, 164, 165, 187, 189, 190, 204, 207, 211, 213, 214, 229, 260, 261, 266, 267, 268, 275, 276, 326, 332, 338, 339, 342, 368, 379, 394, 395, 398, 404, 405, 428, 429, 458, 459, 463, 467, 490

Franklin (Benjamin), 115 Freeman (Edward), 284 Freud (Sigmund), 160 fuerza aérea, 35, 38, 40, 183 fuerza armada, 35, 49 fuerza militar, 35, 42, 43, 46, 112,

158, 179 fuerza mundial de paz, 477 fuerza naval, 35, 38, 39, 40, 43,

105, 183, 189 fuerza terrestre, 184 fuerzas armadas, 37, 38, 39, 46, 49,

89, 90, 107, 108, 109, 110, 111, 121, 162, 193, 230, 309, 479

fuerzas de mantenimiento de la paz, 441

función del conflicto, 74 función social de la guerra, 489 funcionamiento de la paz, 479 Gandhi (Mahatma), 321, 382, 383 gasto militar, 90 Gdansk (Danzig), 229, 404, 411,

475 Gentili (Alberico), 219, 237, 422 geografía, 478

Page 505: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 505

geográficos (factores), 173 Gibbon (Edward), 137 Gibraltar, 105 Ginebra, 112, 189, 420 Ginebra (convenciones de), 46 Gini (Corrado), 343 gobierno, 205 gobierno (centralización), 202 gobierno agresivo, 453, 454, 455,

456 gobierno central, 284 gobierno centralizado, 34, 206 gobierno nacional, 483 gobierno totalitario, 270 gobierno y autoridad del estado,

198 gobierno y nacionalismo, 268 Gran Bretaña, 88, 94, 96, 103, 105,

106, 107, 109, 111, 114, 115, 131, 165, 166, 174, 176, 179, 180, 189, 190, 211, 212, 213, 229, 260, 276, 332, 335, 395, 405, 458, 463

Gran Bretaña (alianza con Japón), 105

Gran Chaco, 171 Grant (Ulysses), 462 Gray (Robert C.), 11 Grecia, 39, 94, 131, 132, 218, 230 Grocio (Hugo), 35, 36, 219, 223,

226, 234, 237, 277, 422, 423, 424, 426, 430

Groenlandia, 70 grupo (carácter simbólico), 297 grupos de interés, 200 grupos de presión, 291, 366, 471 grupos externos (creacion para

integrar la comunidad mundial), 301

guerra, 100, 101, 281, 337, 370, 477

guerra (análisis científico), 155

guerra (aspectos personales), 315 guerra (aspectos públicos), 315 guerra (aumento de probabilidad),

318 guerra (cambios a lo largo de la

historia), 127 guerra (cambios en su concepción),

423 guerra (capacidad de destrucción),

102 guerra (características en los

pueblos primitivos), 69 guerra (características y

consecuencias), 81 guerra (causa básica), 145 guerra (causa justa), 224 guerra (causas históricas), 145 guerra (causas inmediatas y causas

remotas), 147 guerra (causas sociológicas), 59 guerra (causas y opinión pública),

311 guerra (causas), 87, 134, 143, 407,

469 guerra (causas), 307 guerra (ciclos), 132 guerra (como ilusión para la

población), 321 guerra (conflicto de culturas), 152 guerra (consecuencia de la

diversidad de sistemas legales), 150

guerra (construcción ideológica), 412

guerra (control), 331 guerra (coste económico), 98 guerra (coste humano), 95 guerra (costes sociales y culturales),

97 guerra (costes), 78, 95, 106, 414,

448, 488

Page 506: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

506 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

guerra (definición), 35, 38, 48, 49, 50, 53, 54, 56, 148, 155, 156, 353, 394, 449

guerra (destructividad), 321 guerra (dictadura y democracia),

122 guerra (dificultad de predicción),

149 guerra (duración), 91 guerra (e innovación), 123 guerra (e irracionalidad), 153 guerra (eliminación), 448 guerra (evolución del concepto, 227 guerra (evolución en una

civilización), 134 guerra (factores relevantes), 392 guerra (formas), 38 guerra (frecuencia), 88, 89 guerra (función conservadora), 83 guerra (función en la civilización

moderna), 114, 115 guerra (función psicológica), 410 guerra (funciones sociológicas),

409 guerra (funciones), 114, 409 guerra (ilegitimidad), 426 guerra (importancia en la formación

de comunidades), 301 guerra (inevitabilidad), 131 guerra (influencia de los cambios

climáticos), 73 guerra (influencia en la

civilización), 84 guerra (influencia en la población),

88 guerra (influencia estabilizadora),

118 guerra (iniciación en período

moderno), 358 guerra (iniciación), 420

guerra (instrumento de conservación del poder político), 413

guerra (instrumento de la política), 68, 84, 99, 182, 220

guerra (instrumento efectivo de persuasión), 303

guerra (intensidad), 81, 87, 119 guerra (leyes consuetudinarias),

423 guerra (lucha por recursos), 351 guerra (método predominante de

integración de grupos políticos), 152

guerra (métodos para estimar su probabilidad), 394

guerra (número de beligerantes), 93 guerra (objetivo), 192 guerra (origen), 51, 56, 155, 328 guerra (periodicidad), 399 guerra (poder de destrucción), 97,

193 guerra (políticas y población, 348 guerra (ponderación), 92 guerra (predicción), 128, 399 guerra (prevención), 453 guerra (probabilidad entre pares de

estados), 395 guerra (probabilidad), 387, 393,

396, 404, 405 guerra (programa de eliminación),

451 guerra (propaganda), 316 guerra (punto de vista tecnológico),

149 guerra (puntos de vista), 155 guerra (reglas), 193, 194, 419, 420,

425 guerra (regulación), 193 guerra (tendencias), 99 guerra (transformación en el siglo

XX), 124

Page 507: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 507

guerra (utilidad en dictaduras), 122 guerra (utilidad), 412, 413 guerra (utilización en la Era

Moderna), 115 guerra absoluta, 420, 424, 463 guerra aérea, 106, 183 guerra agresiva, 410, 429 guerra civil, 46, 76, 77, 84, 93, 96,

98, 104, 203, 207, 208, 213, 304, 365, 370, 460, 461, 481, 484

guerra colonial, 40, 46 guerra como catástrofe recurrente,

127 guerra como combate entre

principes, 219 guerra como consecuencia de la

teoría maltusiana, 334 guerra como duelo de estado, 220 guerra como fin político, 56 guerra como instrumento de la

justicia, 423 guerra como instrumento de la

política, 133, 423 guerra como instrumento de

solidaridad nacional, 143 guerra como instrumento para fines

racionales, 70 guerra como manifestación de la

naturaleza humana, 147 guerra como mecanismo de

mantenimiento del poder, 454 guerra como problema, 33 guerra como un medio racional para

obtener objetivos, 147 guerra convencional, 65 guerra de agresión, 228 guerra de aniquilación total, 65 guerra de conquista y población,

331 guerra de Crimea, 94 guerra de desgaste, 184, 461 guerra de equilibrio de poder, 488

guerra de Independencia española, 98

guerra de las Rosas, 98 guerra de los Cien Años, 41, 165,

213 guerra de los Siete Años, 41, 42,

95, 119 guerra de los Treinta Años, 41, 42,

94, 95, 96, 98, 102, 117, 164, 237, 260, 422, 458

guerra de masas, 462 guerra de Secesión, 98, 104, 171,

284, 458 guerra de Sucesión española, 95 guerra de Sucesión polaca, 94 guerra del Chaco, 229 guerra e ignorancia invencible, 219 guerra e influencia de la naturaleza

humana, 374 guerra económica, 106 guerra en el período histórico, 74 guerra en la época moderna, 87 guerra en la historia, 89 guerra en las civilizaciones

históricas, 73 guerra en los pueblos primitivos,

65, 66, 72, 73 guerra entre estados modernos, 221 guerra exterior frente a guerra civil,

208 guerra fría, 43, 109, 113, 117, 120,

122, 123, 125, 131, 132, 154, 167, 360, 364, 365, 391, 429, 458, 482

guerra general, 102, 131, 173, 174, 393, 401, 402, 404, 405, 406, 464, 487

guerra injusta, 422 guerra intermitente, 458 guerra internacional, 152 guerra justa, 219, 223, 224, 236,

237, 420, 425

Page 508: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

508 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

guerra moderna, 411 guerra moderna como enfermedad

de la civilización, 125 guerra moderna y progreso social,

210 guerra naval, 183 guerra naval (objetivo principal),

182 guerra nuclear, 39, 101, 107, 112,

167, 222, 251, 314, 354, 365, 428, 459, 463, 488, 490, 491

guerra para preservar la identidad del grupo, 138

guerra permanente, 432 guerra preventiva, 171, 190, 455,

456 guerra preventiva y población, 331 guerra primitiva, 73 guerra primitiva (factor en el

desarrollo de las civilizaciones), 73

guerra relámpago (blitzkrieg), 113, 462

guerra ruso-japonesa, 105 guerra submarina, 194 guerra terrestre (objetivo principal),

184 guerra total, 99, 104, 106, 107, 110,

194, 321 guerra y actos simbólicos, 309 guerra y autosuficiencia económica,

214 guerra y barreras naturales, 212 guerra y cambio cultural, 133 guerra y cambio militar, 131 guerra y cambios de civilización,

76 guerra y cambios en el entorno, 128 guerra y carácter de la población,

344 guerra y conflictos psiquicos, 487

guerra y contactos económicos y culturales, 213

guerra y democracia, 204 guerra y desvío atencion de

preparativos militares, 318 guerra y el derecho internacional

moderno, 227 guerra y estabilidad, 135 guerra y ética, 223, 425 guerra y heterogeneidad cultural,

207 guerra y mecanización, 107 guerra y nacionalismo, 259 guerra y naturaleza humana, 223 guerra y objetivos económicos, 215 guerra y racionalidad, 415 guerra y recursos, 355 guerra y retraso político, 407 guerra y sanciones legales, 151 guerra y símbolos, 309 guerra y sistemas constitucionales,

197 guerra y sistemas productivos, 355 guerra y sociedad liberal, 210 guerra y tamaño de los ejércitos,

108 guerra y tamaño del ejército, 89 guerra y tasa de mortalidad, 97 guerra y tasa de natalidad, 97 guerra y técnicas militares, 100 guerra y totalitarismo, 210 guerra y vulnerabilidad, 211 guerra, análisis y puntos de vista,

387 guerra, cuestión política, 425 guerra, fenómeno sociológico, 374 guerra, medida de autoridad, 218 guerra, monopolio del estado, 419 guerras civilizadas, 309 guerras como choque de masas de

individuos, 153

Page 509: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 509

guerras como forma de conflicto social, 152

guerras de autodeterminación, 208 guerras de conquista, 136 guerras de desgaste, 206 guerras de destrucción, 129 guerras de independencia, 130, 369 guerras de religión, 98, 101, 118,

421 guerras de unificación política, 136 guerras defensivas, 211 guerras feudales, 337 guerras imperiales, 42, 46, 76, 79,

93, 132, 134, 260, 261, 262, 337, 348, 365, 460

guerras imperialistas, 116, 207 guerras internacionales, 46, 76, 98,

99, 365, 369, 370 guerras menores, 201, 490 guerras mundiales, 120, 122, 131,

201, 369, 400, 425, 428, 438, 449, 461, 464, 467

guerras nacionalistas, 132, 369 guerras napoleónicas, 41, 97, 103,

117, 119, 132, 186, 213, 276, 316, 369, 424, 461

guerras pequeñas, 65, 464 guerras privadas, 236, 237 guerras provocadas por el

nacionalismo, 119, 259 guerras públicas, 236, 237 guerras y equilibrio de poder, 134 Guillermo II (emperador de

Alemania), 243 Habsburgo, 120, 130, 275 Haile Selassie (emperador de

Etiopía), 255 Halifax (lord), 255 Hamilton (Alexander), 158, 253 Harbottle (Thomas B.), 77, 92 Hawai, 463 Hiller (Ernest Theodore), 332

Hindenburg (general Paul von), 462 Hiroshima, 96, 428 Hirst (Francis), 121 historia de la guerra, 51, 100, 114,

128, 135 historia militar, 43 historia moderna, 43 Hitler (Adolf), 44, 173, 174, 261,

275, 346, 398, 406, 414, 457, 458, 461, 462, 465

Hobbes (Thomas), 36, 53, 219, 323 Hohenstaufen (emperadores del

Sacro Imperio Romano Germánico), 275

Hohenzollern (dinastía de emperadores alemanes), 145

Hoijer (Harry), 72 Holanda, 47, 88, 89, 94, 95, 176,

207, 211, 256, 260, 266, 284, 285, 327, 332, 396, 463

hombre racional, 154, 382, 383, 486, 487, 489

honor, 133, 193, 223 honor, causa de guerra, 219 Hoover (Herbert, presidente de los

Estados Unidos), 465 horrores de la guerra, 319 hostilidad, 37, 44, 49, 59, 67, 72,

154, 289 hostilidad (transferencia a grupo

exterior), 289 hostilidades, 35, 41, 44, 46, 68, 77,

128, 133, 149, 152, 154, 193, 194, 229, 230, 239, 246, 289, 314, 487

Hull (Cordell), 215, 372, 398 humanidad, 153, 251 humanidad como unidad social,

278 humanismo, 87, 124, 271, 290, 372 Hume (David), 158, 382

Page 510: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

510 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

Hungría, 47, 88, 175, 230, 260, 395, 429, 490

husitas, 102 ideales, 154, 321 ideales cristianos, 223 ideales de grupo, 381 ideología, 137, 146, 148, 207 iglesia, 276 iglesia mundial, 275, 417 iglesia universal, 275 imperialismo, 124, 208, 368, 435 imperialismo colonial, 247 imperio, 202, 204, 276, 415 imperio (como organización de

violencia), 277 Imperio alemán, 116 Imperio bizantino, 87 Imperio británico, 105, 106, 129,

130, 131 imperio de la ley, 450, 457 Imperio de los Habsburgo, 208,

211, 269, 270 imperio mundial, 270, 275, 417 Imperio otomano, 172, 269, 270 Imperio romano, 77, 83, 89, 90,

130, 131, 166, 274, 275, 337, 338, 416

Imperio ruso, 270 imperio universal, 77, 84, 168, 177,

275, 432 impulso de dominio, 410 incas, 213 India, 42, 95, 116, 124, 166, 181,

194, 211, 213, 260, 273, 325, 332, 338, 467

Indias Occidentales, 260, 285 Indias Orientales, 260, 321, 369 Indo (río), 52 Indonesia, 70, 230, 332, 345, 463 industrialismo, 209, 215, 370, 378 industrialización, 34, 104, 105, 170,

182, 338, 346

influencia del clima y el terreno en el carácter de los pueblos, 70

ingeniería de la paz, 128 Inglaterra, 87, 96, 98, 103, 115,

164, 165, 214, 260, 265, 266, 268, 275, 285, 326, 341, 395, 404, 458, 459

inmigración, 283 inmigración (leyes contra), 336,

339, 346 institucionalización de la guerra

entre los pueblos primitivos, 72 instituciones internacionales, 222,

235, 249, 274, 289, 447, 470 instituciones políticas, 119, 427 instrumentos de la guerra, 215 insurrección, 35, 36, 40, 47, 89, 99,

198, 218, 225 integración del grupo, 298 integración política, 38, 48, 84,

102, 120, 135, 273 integración política (métodos), 292 intereses nacionales, 148 internacionalismo, 152, 268, 313,

372, 424, 441 internacionalismo tecnológico, 470 internacionalista, 313, 463 intervención, 36, 40, 42, 47, 50, 89,

171, 198, 218, 228, 450 intervención militar, 478 invasión, 38, 198, 369 invasiones bárbaras, 137 inventos militares, 33, 34, 100, 102,

182 invulnerabilidad económica, 214 invulnerabilidad militar, 206 Irán, 230 Irlanda, 94, 260, 458 islam, 82, 131, 261, 275, 412 Israel, 175 Italia, 47, 94, 106, 107, 115, 116,

120, 130, 207, 213, 214, 236,

Page 511: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 511

260, 266, 267, 268, 270, 275, 332, 341, 361, 395, 405, 424, 427

Italia (agresiones), 229 ius ad bellum, 237, 419, 420, 421 ius ex injuria non oritur, 256 ius gentium, 235 ius in bello, 419 ius naturale, 235 ius sanguinis, 265 ius soli, 265 Izvolsky (Alexander P.), 143 Japón, 44, 47, 94, 105, 106, 107,

115, 116, 120, 124, 130, 131, 153, 164, 189, 212, 213, 214, 260, 267, 325, 332, 335, 338, 342, 344, 345, 346, 347, 361, 379, 394, 395, 398, 405, 427, 458, 463

Java, 332 Jefferson (Thomas, presidente de

Estados Unidos), 181 Jesús, 382 Jordan (David Starr), 97 Jorge de Podebrady (rey de

Bohemia), 276 Jruschef (Nikita), 398, 459 Juan sin Tierra, 265 Juan XXIII (papa), 224, 314 Juana de Arco, 75, 260 justicia, 162, 217, 417 justicia internacional, 272, 313, 448 Kant (Immanuel), 276, 382 Kellogg (Vernon), 97 King (James C.), 267 Kintner (Robert), 199 Klingberg (Frank), 396 Kreisler (Fritz), 376 Kropotkin (príncipe Piotr), 352 Kuropatkin (general Alekséi N.),

462 La Haya, 121, 279, 420, 439

Lasswell (Harold D.), 159, 288, 324, 375

Latinoamérica, 89, 94, 342, 391 lealtad, 103 lealtad a la coexistencia pacífica,

491 lealtad al estado, 48 lealtad al grupo, 61 legislación internacional, 47, 251,

253, 426, 478 Legnano (Giovanni da), 218 Lejano Oriente, 42, 52, 77, 95, 105,

115, 271, 273 Lenin (Vladimir Ilich Uliánov),

360, 382 Leticia (Colombia), 171 leyes de la guerra, 46, 217, 227,

481 Líbano, 230 liberalismo, 124, 137, 203, 210,

215, 268, 271, 290, 302, 359, 372, 378

liberalismo agresivo, 270 liberalismo democrático, 323 libertad, 49, 87, 128, 251, 431, 485 libertad de acción, 183 libertad de empresa, 209 libertad de los mares, 179 libertad individual, 204, 267, 295,

361 libertad personal, 283 libertad y protección, 391 liberum veto, 254 liderazgo, 175, 200, 206, 268, 282,

291, 307, 311, 323, 340, 377, 378, 392, 401, 453

ligas anfictiónicas, 129 Lincoln (Abraham, presidente de

los Estados Unidos), 158 Lippmann (Walter), 359 Lisístrata, 318 Lituania, 94, 395

Page 512: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

512 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

Litvinov (Maxim), 255 Locarno, 175, 460 Locke (John), 203, 382 Londres (acuerdo), 429 Londres (ciudad), 33 Londres (tratado), 188, 189, 420 Lorena, 143 Lowell (A. Lawrence), 307 lucha por el equilibrio de poder, 58 lucha por el poder, 222, 413 lucha por la existencia, 351, 352,

354 lugar bajo el sol, 262, 327, 341 Luis Napoleón (emperador de

Francia), 261 Luis XIV (rey de Francia), 102,

172, 261, 275 Lutero (Martin), 219 Luxemburgo, 94, 174 Macedonia, 131 MacLeish (Archibal), 446 Madison (James, presidente de los

Estados Unidos), 253 Malasia, 70 Malinowski (Bronislaw), 125 Malthus (Thomas), 334 Manchester (escuela de), 170 Manchuria, 107, 229, 344, 460,

461, 462 Maquiavelo (Nicolás), 113, 159,

202, 219, 235, 236, 275, 421, 422, 427, 433

Marlborough (duque de), 90 Marrett (Robert Ranulph), 73 Marx (Karl), 359, 382 Massachusetts, 153, 336 materialismo, 365 materias primas, 48, 103, 209, 321,

326, 332, 354 Mauritania, 130 Mazzini (Giuseppe), 270, 462 Mead (George), 128

mecanización de la guerra, 104, 187 mediación, 164, 225, 436, 438 medida del poder de un país, 170 medios de comunicación, 39, 48,

80, 138, 162, 282, 289, 292, 302, 319, 415

medios de comunicación de masas, 429

Mediterráneo (mar), 105, 166, 214 menonitas, 382 Merriam (Charles E.), 158 Mesopotamia, 74, 130, 131, 136 método administrativo de

integración política, 293 método de estimación de la

probabilidad de guerra, 402 método de propaganda como

integración política, 295 método jurídico de integración

política, 293 método político de integración, 292 métodos de creación de una

comunidad, 292 métodos de guerra (limitación), 463 métodos de propaganda, 295, 311 métodos militares, 36, 190 métodos políticos, 36, 446 Metternich (príncipe de), 104 México, 52, 421 miedo a la guerra, 488 miedo a la guerra como integración

comunidad social, 290 miedo mutuo, 289 migraciones, 73, 135, 136, 344 militarismo, 121, 358, 361, 457 militarización, 99, 106, 107, 109,

110, 123 misil, 34, 38, 57, 101, 107, 112,

162, 164, 167, 187, 192, 216, 428, 459, 463, 479

misión civilizadora, 262 mito mundial, 304

Page 513: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 513

mito nacionalista, 297 modelo universal de representación

política, 480 moderación de la guerra, 193 modernismo, 139 Molina (Luis), 219 Moltke (Helmuth von), 104, 462 Mónaco, 248 monismo jurídico, 474 monopolio de la violencia, 233 Monroe (James, presidente de los

Estados Unidos), 174, 420 Montesquieu (Carlos de Secondat,

barón de), 203 Moro (sir Tomás), 335 motivación humana y guerra, 375 motivos personales y agresión, 375 movilización, 38, 104, 143, 161 movilización industrial, 194 movimientos de desarme, 186 movimientos por la paz, 132, 307 Munich (acuerdo), 457 Mussolini (Benito), 173, 261, 275,

341 nación, 259, 265, 415 nación (concepto), 151, 263 nación (conciencia), 269 nación (creación), 268, 269 nación (definición), 264 nación (métodos de creación), 268 nación (origen), 263 nación como grupo político, 152 nación en armas, 104, 109, 420,

462, 463 nación estado, 124, 264, 265, 266,

267, 480 nacionalidad, 143, 162, 172, 215,

220, 265, 270, 284, 302, 430, 434

nacionalidad (concepto), 415 nacionalidad cultural, 247, 265, 266 nacionalidad legal, 264, 266

nacionalismo, 87, 103, 104, 110, 116, 117, 119, 124, 152, 170, 194, 200, 208, 215, 247, 259, 261, 262, 265, 266, 269, 270, 271, 287, 358, 369, 371, 372, 378, 383, 424, 432, 450, 461, 470, 472, 480, 484, 485

nacionalismo (características), 262 nacionalismo (construcción), 267 nacionalismo (contradicciones),

264 nacionalismo (factores), 267 nacionalismo (instrumento de la

guerra), 270 nacionalismo (intensidad), 267 nacionalismo (significados), 262 nacionalismo agresivo, 270 nacionalismo cultural, 152 nacionalismo liberal, 270, 271 nacionalismo político, 461, 470 nacionalismo revolucionario, 270 nacionalismo y autodeterminación

política, 271 nacionalismo y educación cívica,

263 nacionalismo y otros grupos

sociales, 266 nacionalismo y propaganda, 264 nacionalismo y sistema de

equilibrio de poder, 267 nacionalización, 193, 267 Nacionalización del esfuerzo de la

guerra, 110 nacionalsocialismo, 360 Naciones Unidas, 107, 117, 121,

123, 132, 135, 153, 175, 177, 181, 182, 226, 227, 229, 230, 241, 244, 245, 246, 247, 251, 252, 253, 254, 257, 276, 277, 279, 281, 283, 317, 344, 391, 403, 418, 428, 429, 432, 438, 439, 440, 441, 449, 457, 463,

Page 514: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

514 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

467, 469, 471, 472, 473, 474, 477, 478, 480, 481, 484, 485, 486

Nagasaki, 96, 428 Napoleón, 90, 104, 113, 194, 212,

243, 261, 275, 424 naturaleza humana, 223, 374, 383,

409, 410, 488 nazi, 243, 271 nazismo, 117 necesidad de defensa, 58 necesidad militar, 111, 193, 194,

420 negociación, 245, 414 Nelson (almirante Horatio), 102 nestorianos, 80 neutral, 177 neutralidad, 36, 94, 171, 176, 178,

179, 180, 181, 212, 213, 219, 225, 226, 242, 245, 255, 256, 316, 318, 322, 323, 421, 422, 423, 428, 434, 464, 465

neutralidad aislacionista, 390 neutralidad colectiva, 180, 181 neutralismo, 182 Nicolás II (zar de Rusia), 106, 121,

186 Nietzsche (Friedrich), 382 Nilo (río), 52, 136 niveles de ofensiva y defensiva,

191 niveles de tensión y violencia, 324 no intervención, 312 Noruega, 39, 47, 89, 94, 212, 256,

396, 463 Nueva York, 116, 153, 279 Nueva Zelanda, 326, 345 Núremberg, 243, 428, 429, 481 objetivo político, 82, 87, 309 obsolescencia de la guerra, 490 Occidente, 78 Oceanía, 51

ocupación del territorio, 184 ocupación militar, 217 ofensiva, 38, 40, 100, 101, 119,

132, 184, 185 ofensiva estratégica, 229, 462 ofensiva táctica, 182, 183, 184, 192 oligarquía, 204 opinión e integración política, 292 opinión mundial, 484 opinión pública, 33, 35, 37, 43, 93,

99, 115, 137, 144, 145, 148, 150, 158, 162, 166, 180, 199, 252, 303, 307, 311, 312, 314, 315, 320, 322, 329, 379, 381, 397, 440, 445, 447, 471, 473, 486

opinión pública (control), 110 opinión pública (dimensiones y

símbolos), 311 opinión pública (dimensiones), 379 opinión pública (educación), 231 opinión pública (índices), 398 opinión pública (integración), 200 opinión pública mundial, 215, 241,

250, 254, 281, 300, 307, 312, 441, 475

opinión pública nacional, 197, 199, 200, 266, 273, 281

opinión pública nacional y gobiernos, 241

opinión pública y eliminación de la guerra, 308

opinión pública y expansión territorial, 364

opinión pública y guerra, 311 opinión pública y minorías

intransigentes, 307 opinión pública y nivel de tensión

en población, 322 opinión pública y paz, 314 opinión pública, cambios en el

tiempo, 379

Page 515: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 515

opinión y circunstancias históricas, 303

Oppenheim (Lassa), 158 orden interior, 453 orden internacional, 117, 234, 242,

255, 446 orden interno, 55, 189, 488 orden mundial, 56, 159, 318, 409,

472, 476, 477, 479, 481, 482, 483, 532, 533

orden político, 119 orden político europeo, 143 orden social, 64, 121, 489 organización, 484 organización (construcción

simbólica), 296 Organización de Estados

Americanos, 181, 391 organización de la paz, 107, 470 organización federal mundial, 284,

285 organización imperial, 129 organización internacional, 130,

144, 148, 161, 167, 176, 178, 180, 203, 215, 222, 226, 245, 270, 272, 279, 281, 407, 415, 438, 439, 440, 464, 480

Organización Internacional del Trabajo, 281, 426, 483

organización militar de la nación, 108

organización mundial, 132, 154, 179, 290, 380, 470, 485

organización mundial (propuestas de mejora), 470

organización mundial y violencia, 304

organización para la paz, 479 organización política, 117, 120,

129, 134, 154, 446 organización política (tipo

industrial), 69

organización política (tipo militar), 69

organización social, 58, 64, 72, 73, 127, 185, 295, 301, 407

organización táctica, 116 Oriente Medio, 52, 78, 266, 273,

285, 463 Oriente Próximo, 95 Orleans, 75 Oslo, 180 OTAN, 175 Owen (Robert), 359 Oyama (príncipe Iwao), 462 Pacífico (océano e islas del), 95,

120, 124, 171, 174, 260, 332, 369, 463

pacifismo, 69, 72, 91, 132, 133, 211, 224, 312, 318, 346

pacifistas extremos, 50 Pacto Briand-Kellogg o Kellogg-

Briand (Ver Pacto de París), 317 Pacto de la Sociedad de Naciones,

246, 253, 256, 403, 426, 427, 475, 481

pacto de no agresión germano-soviético, 405

Pacto de París, 47, 179, 180, 225, 226, 228, 240, 253, 281, 425, 481, 483

Pacto de Varsovia, 175 países neutrales, 37, 46, 93, 94, 97,

103, 111, 176, 177, 178, 179, 180, 181, 183, 193, 194, 245, 256, 316, 366, 367, 390, 423, 426, 428, 461, 463, 465, 466

países no alineados, 131, 181 países pacíficos, 211 Pakistán, 467 Palestina, 130, 131, 230, 257, 412,

430 Palmira, 130 Panamá, 105, 180

Page 516: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

516 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

papa, 234, 236, 269 papado, 236, 276 Paraguay, 171 París, 115, 225, 253, 420, 483 París (pacto de), 426, 427 París (tratado de), 423 parlamento universal, 480 partidos políticos, 266, 291, 323 patria, 265 patriotismo, 103, 265 Pax Britannica, 105, 214, 338, 383,

425 Pax Romana, 214, 275, 338, 383 paz, 91, 94, 300 paz (acción para la), 447 paz (análisis de las condiciones

generales), 417 paz (concepto), 217 paz (definición), 217, 407 paz (interpretación ingenua), 312 paz (positiva), 317 paz (significado), 312 paz (violación), 225 paz de Dios, 132 paz de terror mutuo, 186 paz e injusticia, 313 paz internacional, 268, 283, 383,

447, 448, 451, 481 paz internacional y conflicto, 448 paz internacional y equilibrio de

poder, 449 paz mundial, 275 paz negativa, 312, 317, 448 paz perpetua, 321, 418, 446 paz positiva, 313, 314, 317, 318,

448 paz símbolo de la opinión pública,

307 paz y fuerza, 313 paz y justicia, 254 paz y organización mundial, 314 paz, justicia y orden, 314

paz, símbolo de la opinión pública mundial, 312

paz, símbolo negativo, 312 Pearl Harbor, 94, 121, 229, 461 Pedro el Grande (zar de Rusia), 261 peligros de la guerra, 431 Peloponeso, 132 Penn (William), 276 Penrose (E.F.), 349 Pensilvania, 33, 457 pequeñas guerras, 208, 211 Peregrinos de Inglaterra, 336 Pericles, 275 período colonial, 391 período de entreguerras, 460, 465 período de preguerra, 460, 461, 465 Perry (William James), 52, 54 Persia, 81, 131 persona (influencias, presiones y

control), 411 personalidad, 45 Perú, 52, 116, 171, 361 piratería, 36, 70, 242 Pizarro (Francisco), 116 plaga de la guerra, 428 plan social, 447 planificación, 295, 360, 362, 445 planificación (exigencias), 362 planificación económica

centralizada, 361 planificación económica y

autosuficiencia, 363 planificación económica y control

de la opinión pública, 363 planificación económica y libertad,

364 planificación internacional, 445 planificación y belicosidad, 209 Ploetz (Carl), 145 población, 40, 111, 169, 335 población (alternativas en el mundo

moderno), 346

Page 517: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 517

población (análisis histórico), 337 población (análisis psicológico, 339 población (análisis sociológico),

343 población (argumentos en política),

342 población (aumento y tamaño

ejércitos), 90 población (aumento), 338, 341 población (barreras a la

integración), 284 población (cambios cualitativos),

343 población (control), 334, 346 población (controles positivos), 334 población (controles preventivos),

334 población (explosión), 347 población (militarización), 108, 109 población (moral), 111 población (presión), 334, 337, 338,

342, 344, 347, 348 población (regulación), 274 población (teoría maltusiana), 334 población civil, 78, 88, 91, 97, 109,

110, 111 población civil (moral), 162 población mundial, 472, 486 población mundial (y tamaño de los

ejércitos), 91 población y belicosidad, 343 población y conflictos

internacionales, 349 población y equilibrio de poder,

338, 348 población y esfuerzo militar, 193 población y mejoras tecnológicas,

335 población y planificación

económica, 363 población y política exterior, 338,

339

población y política internacional, 349

pobreza (influencia en ejércitos), 90 poder, 208, 276, 324 poder de destrucción, 428 poder de la defensa, 184 poder de la iglesia, 275 poder de la ofensiva, 106 poder del estado, 170, 182, 201,

233 poder legal, 249 poder legislativo, 475 poder militar, 43, 152, 157, 158,

161, 189, 276, 333, 338, 418 poder naval, 105, 107, 166, 276,

434 poder ofensivo, 182 poder político, 133, 152, 155, 157,

158, 161, 209, 238, 249, 250, 259, 276, 401, 464

poder político (índice), 169 poder político de carácter mundial,

145 poder relativo, 157, 161, 162, 165,

183, 184, 211, 215, 327, 347, 413

poder sin responsabilidad, 484 poder y competencia entre

naciones, 353 Poincaré (Raymond), 143 polarización, 130, 405 polarización de la hostilidad, 406 Polibio, 275 policía internacional, 478 política, 153, 311, 355, 473, 490 política aislacionista de Estados

Unidos, 203 política colectiva, 480 política colonial, 341 política de agresión, 389 política de aislamiento, 179

Page 518: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

518 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

política de aislamiento pacifista, 465

política de apaciguamiento, 173, 174

política de cooperación, 389 política de desarme, 185 política de equilibrio de poder, 160,

162, 164, 166, 169, 171, 174, 177, 215, 466

política de neutralidad, 163, 177, 178

política de población, 333 política de poder, 491 política del equilibrio de poder,

173, 276 política del grupo, 54, 262, 308 política exterior, 35, 93, 122, 165,

172, 173, 197, 199, 200, 203, 205, 210, 211, 215, 239, 338, 437

política exterior (consecuencias inesperadas), 397

política exterior agresiva, 200 política interior, 122 política internacional, 129, 159,

166, 332, 393, 409, 490 política militar y economía

socalista, 361 política mundial, 149, 157, 178,

182, 303, 308, 401, 413, 451 política mundial (dogmas), 165 política nacional, 109, 222, 424,

437 políticas (efectividad), 390 políticas (tendencias), 392 políticas de agresión, 461 políticas de aislamiento, 461 políticas de equilibrio de poder,

450, 453 políticas y distancias entre estados,

390

políticas, decisiones de los actores políticos, 387

político, 211, 422 Polonia, 47, 94, 96, 115, 172, 222,

229, 254, 260, 395, 411, 428, 463, 475

Portugal, 116, 260, 261 potencia militar, 459 potencias de Oslo, 181 predicción, 394, 400 predicción (tipos), 394 predicción de la guerra, 387, 393,

445 preparación militar (efectos), 414 preparación para la guerra, 109 preparación prudente (política de),

390 presas de guerra, 437 presas del mar, 437 presión de la población, 331, 332 presión política, 465 prestigio personal, 69, 320 prestigio político, 56, 69 prestigio político (pérdida y

ansiedad), 327 presupuesto militar, 170 Primera Guerra Mundial, 39, 42,

90, 91, 94, 95, 96, 97, 99, 105, 106, 113, 116, 117, 121, 125, 132, 138, 143, 170, 173, 179, 180, 183, 184, 187, 204, 206, 208, 214, 228, 240, 261, 269, 322, 326, 358, 360, 361, 369, 398, 403, 417, 420, 426, 427, 434, 458, 462, 467, 483, 485

probabilidad de guerra, 329 probabilidad de guerra de un

estado, 406 probabilidad de una guerra general,

406 probabilidad relativa de guerra

entre pares de estados, 404

Page 519: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 519

progreso humano, 485 progreso social, 204 propaganda, 48, 50, 84, 93, 110,

115, 120, 122, 137, 150, 152, 153, 178, 180, 193, 194, 195, 203, 215, 265, 266, 269, 271, 292, 294, 295, 299, 314, 315, 316, 320, 325, 381, 383, 420, 455, 477

propaganda (concepto), 314 propaganda (símbolos), 296 propaganda a favor de la paz, 318 propaganda de guerra, 316, 317 propaganda de la paz, 317, 404 propaganda de la paz (éxito), 319 propaganda del nacionalismo y

homogeneidad cultural, 208 propaganda militar, 319 propaganda nacional, 34 propaganda nacionalista, 283 propaganda nacionalista y

socialismo, 363 propaganda socialista, 121 propaganda y sistemas económicos,

360 propiedad privada, 357 protección diplomática, 198, 367 protección militar y feudalismo,

356 proteccionismo, 261, 365, 370 protestas diplomáticas, 44, 436 Proudhon (Pierre Joseph), 382 pruebas nucleares, 187, 459 pruebas nucleares (tratado de

prohibición parcial de), 194, 368, 490

Prusia, 88, 145, 207, 211, 254, 260 psicología, 50, 311 psicología de la guerra humana, 64 pueblos agresivos, 69 pueblos no agresivos, 69

pueblos primitivos, 50, 51, 52, 53, 54, 56, 65, 66, 67, 68, 70, 71, 72, 74, 77, 82, 83, 84, 128, 133, 134, 136, 139, 213, 300, 302, 317, 320, 324, 331, 334, 337, 355, 383, 409, 487

raza, 33, 153, 265 razón de estado, 223, 421 rearme, 159, 171, 182, 190 rebelión, 36, 154, 218 rebelión colonial, 47 rebelión interior, 81 reciprocidad, 240, 436 reclutamiento, 38, 97, 104, 110 reclutamiento militar, 321 recurso a la fuerza, 49, 476 recurso a la guerra, 56, 134, 193,

224, 231, 414, 420, 421 recurso a la violencia, 53, 476 recurso a las armas, 185, 192 recursos, 40 recursos limitados (significados),

353 recursos no militares, 189 reducción de armamentos y cambio

en equilibrio de poder, 189 religión, 137, 355 religiones monoteístas y el

concepto de Dios, 278 Renacimiento, 87, 134, 164, 218,

219, 223, 224, 236, 259, 269, 271, 275, 326, 391, 435, 485

Renan (Ernest), 263 Renania, 107, 173, 190, 462, 465 represalia, 36, 50, 65, 68, 218, 228 reputación y honor, 221 resistencia social, 449 resolución del conflicto, 47 responsabilidad de altos cargos de

los gobiernos, 242 responsabilidad sin poder, 484 respuesta masiva, 222

Page 520: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

520 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

retraso político respecto progreso tecnológico, 407

revolución, 207, 303, 323, 325, 332, 371, 391, 392, 487

Revolución estadounidense, 94, 120, 130

Revolución francesa, 41, 95, 423, 424

Revolución Industrial, 326 revolución y violencia social, 324 revuelta colonial, 208 revueltas civiles de minorías

culturales, 207 Richardson (Lewis F), 21, 75, 76,

397, 398, 404, 469 Rin (río), 146, 213 Risorgimento, 116 Rivers (W.H.R.), 52 Roma, 81, 117, 129, 131, 137, 218,

412, 458 Romanov (dinastía), 130 Roosevelt (Franklin Delano,

presidente de Estados Unidos), 457, 485

Root (Elihu), 205 Rousseau (Jean Jacques), 53, 446,

470, 490 Rucellai (Bernardo), 275 ruido de sables (utilización por

gobiernos), 455 Rumania, 94, 395 Rusia, 39, 47, 88, 90, 94, 120, 131,

186, 207, 211, 254, 260, 325, 332, 338, 339, 344, 346, 358, 361, 365, 394, 458, 459, 463

Sacro Imperio Romano Germánico, 119, 129, 131

Saint-Pierre (abad de), 276, 446 san Agustín, 85, 217, 224 San Petersburgo, 420 sanción, 133, 231, 252 sanción social, 410

sanciones, 36, 145, 179, 181, 194, 203, 217, 226, 228, 229, 231, 237, 238, 242, 243, 246, 252, 255, 256, 285, 418, 435, 440, 455, 457, 465, 476, 479

sanciones (autorización), 252 sanciones colectivas, 455 sanciones contra la agresión, 480 sanciones económicas, 427, 440,

456 sanciones económicas contra

gobiernos, 456 sanciones físicas, 252, 253 sanciones internacionales, 243, 251,

434, 456, 478, 481 sanciones legales, 151 sanciones militares, 48, 253 sanciones morales, 252, 276 Santa Alianza, 132, 424 Sarajevo (asesinato de), 143 Secerov (Slavka), 335 Seely (John Robert), 170 Segunda Guerra Mundial, 39, 42,

78, 90, 93, 94, 96, 97, 109, 112, 113, 117, 120, 121, 125, 132, 138, 154, 163, 164, 175, 178, 181, 183, 184, 186, 187, 191, 195, 227, 235, 243, 271, 281, 285, 326, 328, 342, 345, 346, 347, 348, 360, 361, 369, 371, 379, 391, 428, 436, 437, 458, 462, 467, 471, 475, 482, 485, 490

seguridad, 193 seguridad (políticas de), 187 seguridad colectiva, 93, 106, 107,

174, 175, 176, 177, 179, 180, 181, 190, 226, 245, 247, 256, 390, 391, 401, 426, 429, 448, 450, 475, 477, 480, 484

seguridad colectiva (confianza), 464

Page 521: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 521

seguridad internacional, 230, 271 seguridad nacional, 272, 481 seguridad propia, 466 seguridad social, 359 sentimiento de humanidad, 421 separación de poderes, 203 separación del gobierno agresor de

su población, 243 Serbia, 260, 358 servicio militar, 34, 104, 109, 110,

265, 320 servicio militar obligatorio, 194,

420 Sicilia, 131 simbolización política, 296 símbolo, 145, 153, 296, 426 símbolo de paz, 308 símbolos como guía de conducta,

309 simbolos de guerra y de paz, 308 Singapur, 105 sintoísmo, 266 Siria, 131, 194 sistema de equilibrio de poder, 42,

149, 162, 163, 164, 165, 166, 167, 172, 173, 176, 177, 178, 180, 182, 203, 206, 207, 208, 211, 212, 275, 276, 277, 290, 327, 401, 417, 418

sistema de equilibrio de poder (adquisición de territorio), 171

sistema de equilibrio de poder (amenazas), 178

sistema de equilibrio de poder (colapso), 167

sistema de equilibrio de poder (colonias), 170

sistema de equilibrio de poder (inestabilidad), 178

sistema de equilibrio de poder (mantenimiento), 177

sistema de equilibrio de poder (polarización), 173, 174

sistema de equilibrio de poder (supuesto básico), 169

sistema de equilibrio de poder (supuestos), 176

sistema de equilibrio de poder (tendencias), 167

sistema de equilibrio de poder como generador de guerras, 131

sistema de equilibrio de poder efectivo, 168

sistema de equilibrio de poder estable, 167

sistema de equilibrio de poder y ciclos políticos, 400

sistema de equilibrio de poder y derecho, 244

sistema de equilibrio de poder y neutralidad, 178

sistema de estados modernos, 222 sistema de milicias, 109 sistema de seguridad colectiva, 164,

171, 172 sistema legal como símbolo y

concepto de costumbres, 417 sistemas de seguridad colectiva,

175 situaciones conflictivas (formas de

abordarlas), 381 Smith (Adam), 170 Smith (G. Elliot), 52 soberanía, 197, 233, 236, 237, 238,

259, 430, 431, 432, 434 soberanía (concepto), 233 soberanía (concepto), 408 soberanía (definición), 233, 234 soberanía (función), 237, 238 soberanía (futuro), 247 soberanía de los estados, 241, 419,

429, 440, 450, 478 soberanía del estado, 201, 426

Page 522: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

522 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

soberanía legal, 150, 152, 173, 238, 247, 434, 483

soberanía militar, 247 soberanía nacional, 87, 238, 409,

426, 432 soberanía política, 238, 239 soberanía territorial, 87, 240, 269,

421, 422, 437 soberanía y derecho, 239, 249 soberanía y nacionalidad, 259 soberanía y proscripción de la

guerra, 151 sobernía y seguridad, 245 socialdemocracia, 372 socialismo, 302, 355, 357, 358,

359, 360, 361, 362, 372 socialismo (espíritu), 359 socialismo como organización del

capitalismo, 364 socialismo de estado, 360 socialismo de estado, sistema de las

sociedades más agresivas, 361 socialismo y aislamiento

psicológico, 364 socialismo y enemigo externo, 363 socialismo y nacionalismo, 372 socialismo y planificación

economía, 360 sociedad, 36 sociedad (símbolos), 355 sociedad (tipos), 453 sociedad de naciones, 433 Sociedad de Naciones, 47, 121,

122, 130, 132, 138, 173, 175, 177, 179, 225, 228, 237, 240, 245, 247, 251, 252, 253, 254, 255, 276, 277, 281, 285, 317, 344, 367, 369, 391, 418, 420, 425, 427, 438, 440, 449, 465, 467, 469, 471, 472, 483, 484

sociedad global (integración), 300 sociedad industrial, 453

sociedad internacional, 161, 282, 478

sociedad liberal, 153, 210 sociedad militar, 453 sociedad mundial, 259, 279, 280,

282, 284, 295, 303, 313, 318 sociedad mundial (características),

280 sociedad mundial (concepción),

279 sociedad mundial (concepciones),

277 sociedad mundial (condiciones, 280 sociedad mundial (existencia), 278 sociedad mundial

(interdependencia), 280 sociedad mundial (símbolos), 300 sociedad universal, 145, 300, 304,

418 sociología y guerra, 287 solidaridad humana, 107, 154 solidaridad nacional, 143, 260, 267,

426 solidaridad social, 65 Sorel (Georges), 382 Sorokin (Pitirim), 75, 92, 302, 361 Spencer (Herbert), 69, 74, 97, 453 Stalin (Iósif Vissarionovich

Dzhugashvili), 360, 459 Streit (Clarence), 284 Sudán, 194 Suecia, 88, 89, 207, 211, 212, 256 Suez, 105, 230, 441, 480 Suiza, 89, 109, 174, 176, 212, 256,

260, 266, 284, 285, 327, 332 Sully (duque de), 276, 446 Sumeria, 84 superpoblación, 336, 337 superpoblación (consecuencias),

336 Suttner (Berta von), 186

Page 523: ESTUDIO DE LA GUERRA Quincy Wright - IUGM

ÍNDICE ANALÍTICO 523

Tacna y Arica (problemas de límites), 171

taiping (rebelión china), 98 Taiwán, 230, 257 tasa de nacimientos (reducción),

345 técnica, 336 técnica militar, 50, 107, 110, 127,

129, 131, 134, 136, 185, 248 técnica militar moderna, 100, 101,

111, 112 técnica militar moderna

(características), 113 técnica moderna de guerra (efectos

sobre estado), 110 técnicas de guerra, 56, 66 tecnología, 87, 414 tecnología militar, 185, 490 tecnología moderna, 33, 51, 57, 407 tecnología y recursos, 355 tensión, 38 tensiones diplomáticas, 401 tensiones entre grupos, 327 tensiones internacionales, 195, 267,

441 tercer estado, 269 territorio, 40, 103 territorio (ocupación), 38 Thompson (Warren), 332 tipos de personalidad, 374, 377,

378 tiranía, 365 tolerancia, 87, 124, 251, 271, 283 Tolstoi (Lev), 382 totalitarismo, 123, 202, 204, 378,

432, 454 totalitarismo despótico, 65 Toynbee (Arnold J.), 77, 84, 118 Trafalgar, 166 traición, 46, 243 transferencia de territorio y

equilibrio de poder, 157

tratado, 424 tregua de Dios, 132 Treitschke (Heinrich von), 327,

341, 462 tribunal de arbitraje, 438 Tribunal de Derechos Humanos,

227, 474 Tribunal Internacional de Justicia,

244, 245, 246, 252, 253, 279, 439, 440, 441, 472, 474

Trotsky (Lev Davídovich Bronstein), 382

Tucídides, 316 Turquía, 84, 88, 89, 211 Twain (Mark), 186 ultra vires, 241 UNESCO, 282, 308, 349, 472 unidad en la diversidad, 486 unidad institucional, 281 Unión Soviética, 122, 181, 230,

255, 269, 342, 360, 395, 405, 428, 429, 482

Utrecht (tratado de), 175, 423 Valmy (batalla), 75 valores, 34, 87, 114, 150, 288 Vattel (Emeric), 160, 277, 283,

423, 426 Versalles (tratado de), 190, 243,

460 Viena (tratado y declaración de),

243, 424 Vietnam, 257, 429 violaciones de la paz, 246, 481 violencia, 36, 37, 44, 49, 54, 58 violencia e integración política, 304 violencia en la organización social,

301 violencia internacional, 434 violencia, instrumento de la

política, 348 Virginia, 153, 457

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524 ESTUDIO DE LA GUERRA QUINCY WRIGHT

Vitoria (Francisco de), 219, 223, 237, 421

vulnerabilidad, 103, 166, 200, 203, 211

vulnerabilidad económica, 213 vulnerabilidad estratégica, 212 vulnerabilidad militar (influencia),

123 Washington, 189 Washington (conferencia de), 189 Washington (George, presidente de

Estados Unidos), 181 Washington (tratado), 174

Waterloo, 39, 75, 166, 209, 276 Webster (Daniel), 432 Westfalia (tratado y paz de), 175,

422, 423 Wilson (Woodrow, presidente de

los Estados Unidos, 243, 246, 471

Wolff (Christian), 277 Wolsey (cardenal), 175 Woods (Frederic Adams), 75, 89 Wright, 2 Yugoslavia, 267, 395

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PUBLICACIONES DEL INSTITUTO UNIVERSITARIO GENERAL GUTIÉRREZ MELLADO (IUGM)

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PATROCINADAS POR EL IUGM

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