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¿imagen de la comunión trinitaria? IGLESIA ACTUAL: Padre Víctor Manuel Henao López OCD Vida Espiritual N° 168 Septiembre - diciembre 2012 Orden de Carmelitas Descalzos Provincia de Colombia Vida espiri ual www.monticelo.org / [email protected]/ (574) 311 4444 ext. 103 / Calle 10A N°22 6C Int. 103 / Medellín, Colombia Santa Teresa en Ecuador LOS HIJOS DE Padre Diego Andrés Cortés Saya OCD cuantos vagan...” “Y TODOS Sergio Isaza Restrepo y Julia Beatriz Castro Isaza

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Orden de Carmelitas Descalzos

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¿imagen de la comunión trinitaria?IGLESIA ACTUAL:Padre Víctor Manuel Henao López OCD

Vida Espiritual N° 168Septiembre - diciembre 2012Orden de Carmelitas DescalzosProvincia de Colombia

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Santa Teresa en EcuadorLOS HIJOS DEPadre Diego Andrés Cortés Saya OCD

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Vida Espiritual / Septiembre - diciembre 2012

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Libros / películas / músicaRecomendados26

CONTENIDOEditorial3

Vidaespiri ual

Vida Espiritual No 168Una publicación de la Orden de Carmelitas Descalzos,

Provincia de Colombia

Monticelo Casa de Espiritualidad y ConvencionesCalle 10 A No 22 – 6C Interior 103 / Tel. (+57 4) 3114444

[email protected]

Superior Provincial: Padre Jorge Mario Naranjo M. OCDConsejo Editorial: Director: Padre Carlos Alberto Ospina OCD

[email protected], Catalina Schuth [email protected], Claudia Victoria Llano

[email protected], Camilo Jaramillo A.

Colaboradores en esta edición: Padre Víctor Manuel Henao L. OCD,Padre Diego Andrés Cortés S. OCD, Sergio Isaza R., Julia B. Castro I.,

Diana Escobar A., Jorge Guerra A., Padre Olario Castillo C. OCD,Claudia LLano (tita), Doctor Gabriel Jaime Arango V., Claudia Rojas A.

ISSN 0120- 811X / Resolución No 00535 Mayo 1962 / Mingobierno

Diseño: D.G. Clara Botero Arango / Pub. Camilo Jaramillo ArangoADMARK GROUP/ www.admargroup.co / [email protected]

Fotografías: Julia Castro / AdMark Group / www.shutterstock.com /Elena Correa / Padre Guillermo A. Urrego OCD

Archivos particulares / www.sxc.hu

Impresión: Grafoprint

Medellín / Septiembre de 2012 / Valor de la edición $17.000

o del “sólo Dios basta”De amor sí se vive

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¿Imagen de laIglesia actual:comunión trinitaria?11Padre Víctor Manuel Henao López OCD

Santa Teresa en EcuadorLos hijos de20Padre Diego Andrés Cortés Saya OCDDirector del Instituto de EspiritualidadSanta Teresita

cuantos vagan...”“Y todos28Sergio Isaza Restrepo y Julia BeatrizCastro Isaza. Laicos CarmelitasMonticelo Casa de Espiritualidad

Diana María Escobar Arrubla y Jorge Guerra AcevedoCasa Teresiana de Oración

Experiencia de una familia cristiana-carmelitana

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EditorialEn su significado primigenio, el término

Iglesia (ekklesía, en griego) designaa una asamblea de creyentes, un grupo

de personas reunidas en torno a un objetivo común de índole religioso y confesional.

Orden de Carmelitas Descalzos

En nuestro caso, más que reunirnos buscando pun-tos comunes, somos convocados por Alguien, por el nombre de Jesucristo; Él es quien nos reúne como miembros de una única comunidad (Iglesia). Él es el fundamento. Por tanto, nos congregamos como Iglesia todos aquellos que llevamos el nombre de cristianos; bien lo testifica el libro de Hechos de los Apóstoles: Bernabé partió para Tarso en busca de Saulo, y en cuanto le encontró, le llevó a Antio-quía. Estuvieron juntos durante un año entero en la Iglesia y adoctrinaron a una gran muchedumbre. En Antioquía fue donde, por primera vez, los discí-pulos (de Jesús) recibieron el nombre de “cristia-nos”. (11,25-26).

Estamos viviendo en una época de confusión reli-giosa, no sólo dentro de la religión como fenómeno humano, sino en el interior del propio cristianis-mo. Pareciera que la razón científica canonizada por encima de cualquier otro ámbito del saber, no ayuda para entender lo simple de nuestras rela-ciones. Resulta entonces que los católicos ya no somos cristianos, y que los cristianos no pertene-cen a la Iglesia. Ni lo uno es cierto, ni lo otro es correcto. Lo propio del cristianismo es reunirse en torno a Cristo Resucitado que tiene su nueva y de-finitiva presencia en la comunidad, en la Iglesia. No olviden que ustedes son el cuerpo de Cristo, les recordaba Pablo con vehemencia a los hermanos de Corinto (1Cor 12,27). Un cristiano sin Iglesia no es cristiano, y una Iglesia sin cristianos bien puede empezar a buscar adeptos, si es que de número se trata, e inscribirse con el nombre de una ONG para dedicarse a loables actividades humanitarias.

Sólo cuando vivamos el sentido de comunidad cristiana, podremos entender la razón de nuestra organización institucional en la Iglesia Católica (entiéndase Universal). No se trata de acumular beneficios, ni de escalar posiciones, ni mucho me-nos de una lucha desenfrenada por el poder. Lo que prima en el Cuerpo de Cristo es la mutua edifica-ción en el Amor. Somos cristianos, sí, somos Iglesia, sí. Por tanto, nuestra denominación “Católica” no es una cuestión estadística sino de Evangelio: Va-yan y hagan que todos los pueblos sean mis discípu-los (Mt 28,19). Hagan que en todos los lugares del mundo brille la paz, se busque el bien común, se realice la justicia, se opte por la verdad, se respe-ten las diferencias, se encarne el Amor. No importa si eres el Papa, el Obispo diocesano, el Superior Provincial; si eres presbítero, religioso, o laico; lo fundamental es que vivas como miembro de la Iglesia, que asumas el cristianismo con radicalidad evangélica, edificando la propia comunidad en el vínculo del Amor.

¿Existe acaso actividad más urgente y definitiva para el futuro de los seres humanos que sumergirse en el Amor de Jesús? La solución a los problemas ecológicos, económicos y sociales, la tenemos en la Iglesia desde hace dos mil años: Ámense los unos a los otros como yo los he amado, dando la vida. Y todavía no nos damos cuenta. Ahí radica nuestro fracaso. Gran desafío para el Carmelo Descalzo.

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Compartiendo el día a día,encontramos en distintos momentos

la riqueza que nos llevó de deleiteen deleite con Dios.

Vida Espiritual / Mayo - agosto 2012

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Orden de Carmelitas Descalzos

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o del “sólo Dios basta”De amor sí se vive,

No somos entre las demás familias, ni más ni menos que una familia “comúny corriente”. No somos, de ningún modo, seres extraños ni poseedores

de dones distintos a los que Dios, en su infinito amor, reparte entre sus hijos.

Diana María Escobar Arrubla y Jorge Guerra AcevedoCasa Teresiana de Oración

Experiencia de una familia cristiana-carmelitana

Somos una familia constituida ante la Iglesia y ante la sociedad, formada y fortalecida en sus lazos bajo la buena sombra del Carmelo Teresiano, por lo cual gozamos siendo un hogar con valores cristianos inserta en la sociedad actual. Por eso nuestro testimonio no es otra cosa distinta que la acción de Dios en nuestra cotidianidad, lo cual hace del día a día algo siempre nuevo y renova-do, y nos da la posibilidad de vivir diariamente el Banquete del Amor a pesar de mil dificultades. Si contáramos detalladamente nuestro caminar juntos, no alcanzarían estas líneas para narrarlo; más bien queremos testimoniar lo que ha hecho posible que nuestra historia como pareja, como padres, y como familia, siga escribiéndose. Esposos unidos por el gran milagro

Un día nos conocimos al compartir el mismo lu-gar de trabajo, con lo que comenzó más que un romance, una bonita amistad. Un joven que se iba formando en la espiritualidad del Carmelo, una mujer buscadora de paz interior; ambos ne-

cesitados de ser guiados por los caminos del Se-ñor. Compartiendo el día a día, encontramos en distintos momentos la riqueza que nos llevó de deleite en deleite con Dios, un lugar donde el Se-ñor se derrocha en ternuras: la Casa Teresiana de Oración. En ella, cada uno, a su tiempo, conoció el verdadero rostro de Dios: el del amor infinito, el de las misericordias, el cercano, el amante… el de siempre. Allí cada uno se enamoró de Él. Y, enamorados de Él, nos enamoramos los dos. Y así comenzó un amor que el tiempo y las adversidades han in-tentado doblar, pero que no han conseguido que-brar… un amor que nació en Dios, se vive desde Dios, y se mantiene en Dios. Con el paso de los años, nuestro vínculo su fue fortaleciendo y ma-durando en medio de una comunidad de fe y de la mano de numerosos carmelitas (frailes, mon-jas y laicos), amigos fuertes de Dios que nos han orientado por las sendas espirituales, aunque las ofertas del mundo, unidas a nuestras incapaci-dades, traten una y otra vez de orillarnos a otros caminos.

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Así, llegamos un 29 de sep-tiembre al altar de una querida parroquia carmelitana con la osadía propia de unos grandes sueños que pusimos ante el co-razón de Dios para confirmar ante Él y ante los hombres un amor que unía nuestro espíritu y nuestra carne, haciendo de nosotros algo que sólo ese amor puede lograr: que dos sean uno. De algo estamos seguros hoy: ha valido la aventura porque esos sueños no se han acabado, los han pulido el devenir de los años y permanecen por amor en el tiempo. De algo seguimos convencidos hoy: desde ese día cada mañana nos ha desperta-do un milagro… el milagro del amor… del amor de Dios que ha ensanchado nuestra libertad en la fidelidad, en la entrega del uno por el otro y que ha enalte-cido nuestra dignidad. Hemos estado unidos de la mano de Dios, quien nos llamó a la divina vocación de amarnos con el amor que Él nos ama, lo cual no nos excluye de vivir y enfrentar todos los días los obs-táculos y las adversidades pro-pias de la vida humana, pero precisamente por estar unidos a Él hemos logrado sortearlas y superarlas una y otra vez, siempre a la luz de una expe-riencia cristiana fortalecida en el carisma del Carmelo de Te-resa de Jesús y de Juan de la Cruz, y de tantos místicos car-melitas que, gracias a su inti-midad divina, nos han ayudado a construir la nuestra con Dios y entre nosotros. Por todo esto, podemos decir que nuestro ma-trimonio ha sido una gran ben-dición y una gracia inmensa, y

al final de cada día hemos po-dido constatarlo: que seguimos amando juntos, sirviendo jun-tos, luchando juntos… viviendo juntos. Muchas palabras podrían definir nuestros sentimientos frente a esta realidad esponsal pero nos quedamos con las meditaciones de Tertuliano sobre el sacra-mento del matrimonio cuando dice: ¿Cómo lograré exponer la felicidad de ese matrimonio que la Iglesia favorece, que la ofrenda eucarística refuerza,

que la bendición sella, que los ángeles anuncian y que el Pa-dre ratifica? ... ¡Qué yugo el de los dos fieles unidos en una sola esperanza, en un solo propósi-to, en una sola observancia, en una sola servidumbre! Ambos son hermanos y los dos sirven juntos; no hay división ni en la carne ni en el espíritu. Al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne y donde la carne es única, único es el espíritu.1

1. Tertuliano, Ad uxorem, II, VIII, 6-8: CCL, I, 393.

Hemos estado unidos de la mano de Dios,quien nos llamó a la divina vocación

de amarnos con el amor que Él nos ama

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Orden de Carmelitas Descalzos

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Una familia que vive del milagro del amor Al hacerse padres, los esposos reciben de Dios el don de una nueva responsabilidad. Su amor paterno está llamado a ser para los hijos el signo visible del mismo amor de Dios, “del que provie-ne toda paternidad en el cielo y en la tierra”.2

Cuando se decide amar de verdad y entregarse a un proyecto de comunión, se deja de vivir para sí mismo. Cuando dos se hacen uno por amor, co-mienzan a vivir para el otro y a entender en la entrega la plenitud del ser humano. Cuando los dos que se hacen uno deciden depositar su expe-riencia de amor en la vida que nace, llegan los hijos y el proyecto de comunión se extiende para formar una familia en la cual se alcanza a vivir al Dios que se da entero por aquellos que le per-tenecen y se constituye una comunidad de amor, ejemplo de la Comunidad Divina (Trinidad de amor) como lo fue aquella de Nazareth. Los sue-ños personales pasan a ser un solo sueño llamado Familia, aquella de la que nacen los hombres y mujeres que constituyen la Iglesia y la sociedad. Por gracia de Dios, tenemos la amorosa responsa-bilidad de ser padres de tres hijos, tres hombres maravillosos que no por el hecho de pertenecer al seno de un hogar con valores cristianos, están exentos de vivir y convivir con las problemáticas que asechan a la niñez y a la juventud de hoy. Uno ha cumplido ya la mayoría de edad, otro se encuentra en plena adolescencia y el más peque-ño, disfrutando de la niñez. Ellos vienen de las entrañas de Dios en nuestras entrañas, son tan de Él como nuestros, en ellos El Señor nos co-munica su amor, en ellos le damos al Padre la respuesta a su amor. Tres hijos que por ser nuestros no significa que sean o tengan que ser iguales a nosotros. En me-dio de los dos, como esposos y padres, son ellos, a su manera, únicos, tal cual los creó Dios. Con la gracia del Espíritu los hemos educado en el amor de familia, de comunidad, en la libertad de pensamiento, con todo lo que ello implica de de-beres y derechos. A lo largo de estos años hemos intentado orientarlos e impulsarlos a que sean

2. Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de su Santidad Juan Pablo II

ellos en medio de un mundo que quiere imponer-se para moldear sus maneras de ser y de pensar… día a día tratando de acompañarlos a puertos de superación, no sin antes haber pasado por mareas y tormentas de dolor y sufrimiento. Cuando dos esposos se dan a la tarea de dar vida a los hijos y son actores y testigos de su crianza, se dan cuenta de que ellos los sacan de sí mis-mos para vivir y construir un proyecto común de familia. La conciencia y la misión de educar y acompañar tal vez no acaba nunca. Una vez con-cebidos ya no se puede dejar de pensar en ellos, pero cuidando siempre el amor primero del cual ellos son fruto.

La conciencia y la misiónde educar y acompañar tal vez no acaban nunca. Una vez concebidos ya no se puede dejar de pensar

en ellos, pero cuidandosiempre el amor primero

del cual ellos son fruto.

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La vida y obra de los santos de El Carmelo nos han acompañado en nuestro crecimiento espiritual y sus enseñanzas nos han ayudado a transmitir mejor el Evangelio a nuestros hijos. Como carmelitas de corazón, en nuestro hogar hay libros y algunas imágenes de los Místicos, lo que también despierta en ellos cierto respeto hacia nuestros gustos, aunque entre humor y algo de verdad nuestro adolescente alguna vez dijo: estamos invadidos de Teresas, y en una ocasión el pequeño preguntó: papá, ¿cuál es la diferencia entre Teresa y Teresita? ¿Es que acaso la una es grande y la otra chiquita? Entonces les explicamos: no importan los nombres, lo que importa es que descubrieron que Dios las amaba y se dedicaron a amarlo y a amar como Él las amó. Hemos logrado que, sin descuidar nuestra responsabilidad de esposos y padres, podamos cultivar como cristianos y carmelitas nuestra ínti-ma relación con Dios, la que nos ha sustentado y nos ha acompañado

Aún desde nuestras diversas li-mitaciones hemos intentado ofrecerles y heredarles nuestra mayor riqueza: el amor de Dios que nos ha unido y nos unirá por siempre. Como cristianos nos he-mos esforzado en hacer de ellos hombres buenos y de comunicar-les nuestro amor paterno que no es otro que el que El Señor nos ha comunicado a nosotros. Pero todo esto no implica que no sea-mos conscientes de que un día son y serán de alguna forma due-ños de su existencia y que cami-narán los senderos que decidan recorrer. Lo que queda en noso-tros es la esperanza de que en sus corazones se mantenga viva la llama del amor que nos ha ilu-minado siempre. El camino espiritual en El Carme-lo, recorrido como esposos, se lo hemos ofrecido a nuestros hijos con las obras, pero también, a la manera de Dios, entendemos que así como es un camino que nosotros decidimos recorrer con libertad, no podemos imponerlo en ellos. Nuestra mejor forma de mostrarles y demostrarles la existencia de Dios es amándolos. Ante sus dudas e inquietudes ya no caben otros argumentos dis-tintos a éste. Alguna vez nuestro hijo mayor manifestó no creer en Dios y durante algún tiempo se mantuvo repitiéndolo una y otra vez, hasta que un día su madre le respondió: Sabes Pipe, no im-porta que no creas en Dios. Lo que importa es que Él sí cree en ti, y lo hace a través de noso-tros que también creemos en ti. Allí entendió que sólo quien ama cree, ya que su actitud cambió por completo.

La vida y obra de los santos de El Carmelonos ha acompañado en nuestro crecimiento

espiritual y sus enseñanzasnos han ayudado a transmitir mejorel Evangelio a nuestros hijos.

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siempre, y así hemos mostrado a nuestros hijos que somos para Dios y para ellos, que no hay mejor forma de amar.

A lo largo de estos años hemos descubierto que en verdad de amor sí se vive, que cuando han faltado los bienes temporales el amor no ha salido huyendo por la ventana; que se ha mantenido y se ha nutrido de nuestra unión y de nuestra entrega. Y no estamos hablando de idilios sino de realidades pasadas por el crisol del sufrimiento y por el tamiz de la oración. Nunca hemos sido ajenos a enfrentar el dolor que provoca ver cómo los hijos algunas veces se desvían, o que en medio de la desesperación de un momento se quiera traicionar prin-cipios y valores. Como familia cristiana unida por el amor, nos hemos levantado de los errores para seguir caminando o trastabillando, pero siempre sostenidos por “Aquél que sabemos nos ama” y cultiva en nosotros la fe y la esperanza. Hemos crecido cobijados por El Carmelo, sabemos que vamos de ca-mino, que somos perfectibles y que es en Dios que podemos alcanzar

la perfección de la única mane-ra: amándolo. Amando hemos constatado la experiencia de Santa Teresa de Jesús, nuestra madre, de que Sólo Dios basta en aquellos corazones que de-sean vivir de la fuente inagota-ble de su Amor. Teniéndole a Él como centro de nuestra casa, nunca nada nos ha faltado, dán-donos siempre y en su momento “la añadidura”. El mañana de nuestros hijos no es el hoy de nosotros. Ellos debe-rán tomar las riendas de su pro-pia vida y asumir las consecuen-cias de sus actos, tal como han sido enseñados. Tal vez y muy posiblemente su caminar espiri-tual no sea el nuestro, pero en el corazón conservaremos siempre viva la esperanza de que su ma-nera de ser y de vivir comunique el amor entregado con obras, con palabras o, simplemente en la comunicación tácita de los días de convivencia. Porque al final es el amor lo que envuelve todo lo humano y envuelve al hu-mano en Dios. Después de todo, no hay familia que pueda vivir sin amor, ya que ésta se conforma por hombres y mujeres que no pueden vivir sin él... de lo contrario su vida estaría privada de sentido si no les es revelado el amor, si no se encuentran con el amor, si no lo experimentan y no lo hacen propio, si no participan en él vivamente.3

3. Exhortación Apostólica Familiaris Con-sortio de su Santidad Juan Pablo II

El mañana de nuestros hijos no es el hoyde nosotros. Ellos deberán tomar las riendas

de su propia vida y asumir las consecuenciasde sus actos, tal como han sido enseñados.

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Dios, en su Hijo y por la graciade su Espíritu, no nos limita al ámbito

de lo individual, sino que nos lanzaa la experiencia de la comunión

como lugar de salvación

Vida Espiritual / Mayo - agosto 2012

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la comunión trinitaria?

Iglesia actual:¿Imagen de

Al estudiar Eclesiología he podido profundizar en los diferentes esquemasde Iglesia, nuestra Iglesia, muchas veces carente del modelo

comunitario que nos presenta el Evangelio.

Padre Víctor Manuel Henao López OCD

Olvidamos que la comunidad es la responsable de la evangelización, donde el Espíritu Santo, que ac-túa en Jesucristo, ha sido enviado a todos en cuan-to que somos miembros de ella. Dios, en su Hijo y por la gracia de su Espíritu, no nos limita al ámbito de lo individual, sino que nos lanza a la experiencia de la comunión como lugar de salvación y tarea misionera, dada a la primera comunidad en Pente-costés y comunicada por ella hasta nuestros días.

Qué bien nos hará recordar en este momento las palabras del documento de Aparecida: Ser cristia-no no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, salvador del mun-do.1 Inscritos en este texto, tendremos que afirmar que en la presencia de Cristo se nos ha revelado el plan gratuito de Dios para la salvación. De aquí que encarnar a Cristo es vivir al mismo Dios que ama en sí mismo, que se dona por su Hijo y que infunde vida por el Espíritu. A muchos esta comunidad nos cuestiona; para otros es un rito o símbolo tradi-

1. V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Ed. San Pablo, Aparecida, Brasil, 2007, N° 28

cional; otros piensan en las grandes discusiones de la Iglesia antigua; y gran parte de los que somos Iglesia consideramos que es una doctrina de espe-culación propia para los teólogos, pues nada tiene que ver con la vida real. Olvidamos que la Iglesia es comunidad de personas vivas y reales, históri-cas y concretas. Tenemos ahora la oportunidad de plantear el problema por el que discurre este es-crito: es preocupante ver que si Dios es “trino” o si es “uno”, no parezca tener consecuencias ni en el plano de la fe, ni en el plano de la ética, que in-fluyan con profundidad en nuestro comportamien-to social. Entonces nos podemos preguntar: ¿dónde está la Iglesia que no se está manifestando como signo e instrumento de la comunión social hoy?

Durante muchos años el único modelo de Iglesia fue la estructura piramidal. Es más, cuando ob-servamos los modelos de eclesiología por los que hemos pasado, tendremos que reconocer que va-mos haciendo un camino unas veces acertado y en otras ocasiones no tanto. Para argumentar esta afirmación basta con recordar el primer esquema

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Vida Espiritual / Septiembre - diciembre 2012

que ha caracterizado gran parte de la trayectoria de la Iglesia: la Eclesiología Tradicional, vigente desde el siglo IV hasta el Vatica-no II, y que alcanza su cristaliza-ción desde el siglo XI, con Gre-gorio VII, y culmina en la época piana, con Pío XII (1958). Es una eclesiología centrada en el po-der y la autoridad. Su fisonomía es el clericalismo y el juridicis-mo (generadores de exclusión), al estilo del modelo de Iglesia-sociedad perfecta; un creciente autoritarismo y centralismo del poder pastoral. Está más ligado a lo dogmático y estático que a lo dinámico del cambio, más a los orígenes (avrch,) que al fin (te,loj). Su visión tiende a ser vertical, jerárquica, dogmática, jurídica y descendente. Más aún, tanto en la naturaleza como en la sociedad, valora ante todo el orden y teme el cambio que lo concibe no sólo como caótico y suicida, sino como infidelidad a Dios. Frente a esto escribe Juan Antonio Estrada: (…) hay reticencia a admitir, de forma pública y oficial, lo que de forma privada se va imponiendo progresivamente en la eclesio-logía: que la Iglesia actual es el resultado de un proceso histórico que ya ha durado dos mil años y que sus instituciones, prácticas, creencias, ritos y estructuras ju-rídicas y jerárquicas no pueden derivarse sin más de Jesús, sino que son el resultado complejo y conflictivo y a veces contradicto-rio del desarrollo histórico-teoló-gico.2

La construcción de la vida cris-tiana, por tanto, es el producto de la articulación con los mo-mentos coyunturales de las épo-

2. ESTRADA, Juan Antonio. Para compren-der cómo surgió la Iglesia, Verbo Divino, Estrella, 1999, Pág. 9.

cas y en ellos se hace presente la promoción del Reino. Más aún, la vida cristiana, en este mode-lo, se concibe como cumplimien-to de mandamientos y prácticas sacramentales, en orden a la salvación. Nuevamente tendre-mos que decir que por ninguna parte se menciona el modelo de común-unión trinitaria. Por tal razón, me propongo hacer un acercamiento a esta experiencia de koinonía (koinwni,a) es decir, de participación, solidaridad, reciprocidad, unicidad, que pre-senta la Trinidad como modelo a la comunidad eclesial. Para ello será necesario hablar de la Trini-dad como misterio de inclusión, la comunión trinitaria como ins-piración de la sociedad humana y la vida de la Trinidad como la vida de la Iglesia.

La trinidad como misterio de inclusión

Para demostrar que la Trinidad es misterio de inclusión es ne-cesario contraponerla con el monoteísmo y el politeísmo, en constante diálogo con la unidad y la pluralidad. El monoteísmo nos

lanza a la soledad del uno, don-de la riqueza de amor, inteligen-cia, donación, sentido pleno de la vida, nunca serán compartidos con el otro. Desde ya se nos di-buja un Dios absolutamente solo, poseedor de subalternos depen-dientes de su grandeza, pero nunca poseedores de su igual-dad. Tal vez podamos iniciar di-bujando el monoteísmo clerical que se forjó en aquellos momen-tos, constituido por la doctrina sobre la autoridad eclesial.

En la época de los padres apostó-licos (primeros siglos del cristia-nismo), la experiencia cristiana fue extendiéndose rápidamente por el territorio de Asia Menor, surgiendo así nuevas comunida-des. Por su parte, los apóstoles con una misión eclesial y los profetas libres concurrían entre sí, lanzando las comunidades al problema de la unidad. Entonces surge el principio fundamental del episcopado monárquico, que ha tenido vigencia hasta nuestros días: un obispo, una comunidad. Ignacio de Antioquía apoya la unidad episcopal de la comuni-dad con una jerarquía teológica

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que se puede expresar así: un Dios, un Cristo, un obispo, una comunidad.3 Si nos atrevemos a explicar la figura la podemos en-tender de la siguiente manera: existe un obispo que representa a Cristo frente a la comunidad, de la misma manera que Cristo representa a Dios Padre. Cristo afirma de una manera decidida la experiencia de la identidad, y al mismo tiempo, es misión y unión inseparable con Aquel que hace comunión. En nuestros días no podemos confundir la unidad trinitaria con la jerarquía ecle-sial, sino hacer comunión en el que se transformó en unidad. Es desde allí de dónde surge el ca-minar de los cristianos unidos en la fe, más aún, unidos en Cristo que es y será el fundamento de nuestra misma realidad. La afir-mación ya establece que no po-demos interpretar la autoridad divina como un evidente mono-teísmo monárquico.

Por su parte, el politeísmo nos enfrenta con la comprensión de varias divinidades, con jerarquías y diferencias de naturaleza, des-truyendo el principio de unidad e igualdad de la divinidad. Frente a esta interpretación, reconoce-mos una grave confusión en la comunión de las divinas personas pues se comprendieron de forma separada, incomunicadas, autó-nomas en sí misma y nunca en-tendidas como una sola divinidad que se ama y se comunica.

Una vez establecidas estas dos realidades, es necesario decir que la fundamentación trinita-ria de la unidad en la Iglesia es absolutamente profunda. Aquí la unidad de la comunión trinitaria

3. MOLTMANN, J., Crítica al monoteísmo político y clerical, en Trinidad y Reino de Dios, Ed. Salamanca, 1986, Pág. 217.

escucha el eco del tú que resue-na dentro del yo, lo implica, lo vive, lo hace suyo. Tendremos que decir con Leonardo Boff: El tú es un otro yo, distinto, abier-to al yo del otro.5 Es un juego de palabras donde se va construyen-do la personalidad, la unidad, la autonomía. Demos un paso más en la comprensión del texto bí-blico antes citado para que nos demos cuenta que en la relación de la Trinidad no sólo se dialo-ga entre un yo y un tú, sino que también surge la experiencia de comunión en una expresión de amor que siempre junta los amantes cuando trascienden el yo y el tú, y unidos dan origen a una nueva relación que es el no-sotros. Entonces repetimos con el evangelista auvtoi. evn hvmi-n w=sin (también sean uno en nosotros), y decir “nosotros” es revelar la comunidad.

No es otra la vida de la común-unión trinitaria, es sólo com-prender el yo con el Padre, quien a su vez, suscita un tú, compren-dido como el Hijo, quien no es solamente la palabra del Padre, sino también la palabra al Pa-dre, dándose así una eterna re-lación y comunicación. El Padre y el Hijo, como bien lo muestra el texto, revelan al nosotros, al que debemos comprender como el Espíritu, fruto o expresión de la relación divina.6

Para la eclesiología de nuestros días es muy importante comprender la experiencia recíproca de la Trinidad, por la que existen tres, Padre, Hijo y Espíritu, pero su existir no es para establecer diferencias entre

5. BOFF, LEONARDO, La Santísima Trinidad es la mejor Comunidad, Ed. Paulinas, Bogotá , 1991, Pág. 89 6. Cfr. Ibídem, p, 88

corresponde a la inhabitación del Padre en el Hijo y del Hijo en el Padre, y de ambos en el Espíritu. Es participación de la comunidad divina, de la cual podemos de-cir: no es sólo una comunión con Dios, sino comunión en Dios. O si lo preferimos, podemos decir junto con Juan de la Cruz: Dios que se hace Dios en Dios. Cómo no recordar en este momento la majestuosa teología de la comu-nidad joánica cuando se atreve a testificar: …para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.4 Cómo no vamos a comprender en estas palabras que todos estamos vinculados con Dios, somos causa y fundamento de la mismidad. Esta es ya una experiencia que implica relación de alianza y de amor.

Atrevámonos a mirar la relación recíproca que se establece en el diálogo del Hijo con el Padre y del Padre con el Hijo, es una re-lación de evgw, - su,,, (Yo-Tu) donde el yo nunca está solo, donde se 4. Jn 17, 21

No es otra la vidade la común-unióntrinitaria, es sólocomprender el yo

con el Padre

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unos y otros, es un existir para poder estar juntos, para poder hacer comunidad y para vivir en el amor. Entonces podremos decir que lo que realmente existe es la comunidad de la adorable Trinidad, como bien la llama el Padre Alberto Parra, s.j. Comunidad que coexiste desde toda la eternidad, así lo manifiesta el mismo evangelio de Juan: In principio erat Verbum et Verbum erat apud Deum et Deus erat Verbum.7 (En principio era el Verbo, y el Verbo estaba cerca de Dios, y Dios era el Verbo). De aquí el poder entender que ninguno de ellos es antes o después, ninguno se impone sobre el otro, ninguno es superior o inferior. Los tres son total misericordia y amor; los tres forman comunidad.

Ahora bien, cuando hablamos de comunidad, estamos hablando de relaciones recíprocas, direc-tas y totales entre las personas: cada uno tiene que volverse por entero hacia el otro, y las cosas no son propias sino que su ser y su tener son de la comunidad, de aquí surge la vida comunita-ria. Hagamos otra aclaración. En esta intimidad comunitaria, tam-bién reconocemos la diferencia, pues “uno no es el otro”8, cada una de las personas de la Divina Trinidad se afirma en la medida que se entrega a las otras. Si fueran iguales ¿qué podría entre-garle una a las otras? Es así como se enriquece la unidad, pero no en la uniformidad. El modelo de la comunidad trinitaria, respeta a cada individualidad y de ella surge la comunión y la entrega mutua. Ahora tendremos que ver cómo vivir esta experiencia en la sociedad.

7. Jn 1,1 8. BOFF, o.c, p, 93

Comunión trinitaria: inspira-ción de la sociedad humana

Ya hemos dicho cuál es el mode-lo por el que nuestra sociedad humana debe caminar. Tal vez en este momento podemos de-cir que la Trinidad es dada a la humanidad, en la persona misma de Jesucristo. Fue dada en pri-mer lugar al grupo de los amigos, e inmediatamente después dada a la totalidad de la comunidad en el mismo gesto de Pentecos-tés. Hemos de tomar con fuerza el principio de unidad trinitario, ya expuesto, que supone una pri-mera unidad: la unidad del asen-timiento a estar juntos y del ca-mino hecho en nuestra historia. Apoyémonos en lo que nos dice Congar: Porque si se recibe el Espíritu cuando se está juntos, no es que haya un solo Espíritu porque hay un solo cuerpo, sino que hay un solo cuerpo porque hay un solo Espíritu de Cristo9, que, como nos dice la Escritura, lo invade todo y lo penetra todo.

Estamos afirmando entonces que la Trinidad en una donación para 9. CONGAR, J., El Espíritu Santo, Ed. Herder, Barcelona, 1983, Pág. 205

toda la comunidad y para todas las personas, donde nos recono-cemos diferentes pero con un solo principio de unicidad. La Iglesia es una comunión, una fra-ternidad de personas que debe reflejarse en la sociedad, en el compartir con el otro, en el salir de sí para que el otro sea, para que tú seas, para que tú y yo sea-mos y para que nosotros seamos. Estamos queriendo decir que nuestra sociedad debe aprehen-der un principio personal y un principio de unidad, que tenga como resultado la comunión, la igualdad, la reciprocidad y la fraternidad. No podemos que-darnos en una gran masa que envuelve y enloquece, carente del sentido de comunidad en el que cuenten las personas, en el que verdaderamente valgan por lo que son y por lo que podemos ser. El sentido de lo trinitario nos muestra el horizonte de formas sociales interesadas por las re-laciones entre las personas y las instituciones, de manera frater-na, igualitaria, conservando un respeto por las diferencias, para que triunfe en medio de nosotros la vida y la libertad.

La comunión de la divina Trini-dad significa que esta unidad no se reduce simplemente a una fraternidad social o a una armo-niosa colaboración de los cristia-nos. El hecho de que se proponga un modelo de relación existente entre el Padre y el Hijo parece exigir un cierto tipo de unidad, pero esta relación implica algo más que la unión. Están relacio-nados entre sí porque es el Pa-dre quien da la vida al Hijo; de manera semejante, la sociedad debe estar unida entre sí y con el Padre y el Hijo porque parti-cipan de esa vida. Es decir, es-tamos tratando de mostrar que

Nuestra sociedad debe aprehender

un principio personaly un principio

de unidad, que tenga como resultadola comunión,la igualdad,

la reciprocidady la fraternidad.

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la sociedad si se atreviera a vivir la gracia de la comunión constituiría un reto al mundo, donde no seamos vistos como una enorme “muchedumbre”, sino como hombres y mujeres inhabitados por Dios y dispuestos a construir comunidades de hermanos, de posibilidades de realización para el crecimiento personal y comunitario. Tratar de asumir nuestro proyecto a la luz de la vida trinitaria implica abrir perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las per-sonas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud sino es en la entrega sincera de sí mismo a los demás10.

En sí, la comunión trinitaria está indicando que la persona no vive sola en sí misma, en lo profundo de su individualidad y el mundo incógnito de su ser. Desde su mismo nacimiento se inserta en una sociedad concreta que no se limita a la familia, sino que está arrojada a la sociedad humana don-de confluyen persona y familia, donde se vive lo comunitario, el encuentro y la oportunidad de ser entre todos. La sociedad constituye, para los que la observan con atención, una poderosa señal de la Santísima Trinidad en la historia.11 Nos atrevemos a decir que la sociedad no es una realidad que ha nacido espontáneamente o que Dios haya creado por naturaleza. Es más bien el resultado de vivir los rasgos característicos de la comunidad trinitaria, asimilarlos y hacerlos nuestros.

Entonces, la sociedad atravesada por lo económi-co, lo político y lo cultural, se transforma en la medida que se vive con el principio de vida trini-tario. Desde lo económico una sociedad organizada produce y recrea todos los medios necesarios para la existencia de la persona. Desde lo político, se provee la organización social, distribuyendo el po-der y las responsabilidades de manera equitativa, donde no sea el yo el único importante, sino, como antes dijimos, que ese “yo” sea el eco del “tú”. Cuando nos lanzamos a vivir una política sana nos atrevemos a construir las relaciones humanas, que como consecuencia proyecta la creación de institu-ciones necesarias para hacer funcionar la sociedad

10. PARRA, Alberto, S.J., “Transformar la sociedad en comunidad a imagen de la Trinidad”, en La Iglesia, Colección de Apuntes de Teología, Bogotá, 1996, p. 184. 11. BOFF, o.c, p. 76

en una común-unión. Desde lo cultural se crean to-dos los valores que permean nuestra vida, que nos constituyen como personas y como sociedad, como unidad y como comunidad. La cultura permite que la vida de la sociedad sea práctica, válida y expre-siva. Otorga un carácter propio cargado de simbo-lismos, pensamientos, valores, realidades y dirige nuestras creencias, es el sentido de nuestra vida y el quehacer más inmediato que poseemos.

Digamos que la sociedad humana, se construye, se solidifica y se desarrolla por la coexistencia de estas tres fuerzas, capaces de hacer de la masa humana una comunidad humana, transformada, dinámica, alegre y vinculante. ¿No es este lo que hemos visto en el modelo trinitario que trabajamos al principio? Por tanto, es posible considerar que la comunión trinitaria y la interrelación del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se reflejan en nuestra realidad social, sólo nos falta determinarnos a ser eso poquito, como dice Teresa de Jesús, para poder vivir en nosotros la comunicación de nuestra propia unión.

Vida de la trinidad: vida de la iglesia

Una vez establecido el modelo trinitario y la ins-piración para vivirlo en nuestra realidad, debemos establecer las formas o los posibles caminos que hoy son necesarios recorrer para vivir en nuestra Iglesia el modelo trinitario de comunión. En prin-cipio digamos que necesitamos ser una comunidad que viva la comunidad de la Trinidad.12 La funda-mentación de la Iglesia tiene que hacerse desde la Trinidad, no es un verticalismo juridicista, sino 12. PARRA, Alberto, S.J., o.c, p. 184.

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más bien un enraizamiento de la Trinidad comunicada por Cristo a los cristianos para vivir la ex-periencia de comunidad, ser co-munidad y sentirnos comunidad. La Iglesia no se puede seguir tra-tando como una institución, sino como la Iglesia de la Trinidad, vida de las personas en igualdad, intersubjetividad trinitaria, otre-dad de igualdades. No podemos olvidar que el discurso trinitario corresponde a lo que Dios es en cuanto tal, sólo podemos enten-der la Iglesia vista desde la ex-periencia comunitaria, desde la donación y la posibilidad abierta para los otros.

Esta propuesta debe dejar gra-bada en nosotros la necesidad de creer que en nuestra Iglesia no se vive en la soledad, sino en la comunión, donde el uno no es el primero, sino que son los tres, es decir, donde yo no soy el pri-mero, sino que soy en cuanto es-toy con los otros. El mayor signo que tenemos que presentar como Iglesia es creer que la verdad está del lado de la comunión y no del lado de la exclusión, o del lado de la jerarquía de los consa-grados, de los ungidos, olvidando que desde el bautismo todos so-mos los ungidos y predilectos del Padre. Creer en la Trinidad como modelo de nuestra Iglesia hoy es aceptar que todo se relaciona con todo. Nunca se nos puede ol-vidar que en nuestro mundo, en nuestra América Latina, en nues-tro país y en nuestras pequeñas comunidades nunca vivimos, sino que convivimos. Y hoy hay que apostarle a ese modo de vida comunitario que nos deja la ex-periencia y la existencia de Dios, de la misma forma trinitaria de Dios que es siempre comunión y unión de tres. En ningún momen-to estamos diciendo que la Igle-

sia ignore el modelo comunitario, de hecho, la Iglesia teológica se deriva de la Trinidad, reconocemos un esfuerzo por vivirlo, pero, al mismo tiempo, vemos que no llegamos a pensar la comunidad como un sueño del evangelio.

Ignoramos muchas veces que por causa de la Trinidad estamos invita-dos a mantener relaciones de comunión con todos, dando y recibien-do, construyendo juntos un mundo posible, una comunidad vivible, que respete las diferencias y que nos beneficie a todos. Somos hijos de la comunidad, somos partícipes, como dice el apóstol Pablo, de la gracia de Dios, es decir, del sentido uno y trino de la salvación. Somos hijos de la fraternidad. Sin embargo, con dolor vemos hoy tan-tas divisiones, odios, egoísmos que desdicen de nuestra experiencia de comunidad. Quizás esta propuesta apunta a crear una conciencia en los que nos llamamos Iglesia, de sentirnos comunidad de herma-nos dispuestos a trabajar para que en nuestros días se pueda ver la coexistencia de toda la eternidad. Cada persona envuelve a las otras, pero hoy nuestro individualismo nos encierra y nos ciega, impidiendo la interrelación de unos con otros. No hemos sido formados con este modelo de Trinidad, donde la realidad de la comunión, tan infinita y profunda, se hace una en todos. No entendemos que la unidad divina es comunitaria, porque cada persona está en comunión con las otras.

A la luz de la experiencia trinitaria necesitamos comprender que todos somos comunión, implicándonos todos en la presencia de los otros, reconociendo que somos distintos, pero asumiendo una reci-procidad radical. Para que hoy tengamos comunión necesitamos de relaciones directas, que arrojen como resultado la entrega mutua y la

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común-unión entre los que caminamos en la expe-riencia cristiana. No podemos ignorar que la comu-nidad resulta de relaciones personales en las que cada uno es aceptado como es, cada uno se abre al otro y da lo mejor de sí. Necesitamos además, reencontrar la experiencia del amor, la amistad, la benevolencia, la entrega como causa de la comu-nión. Toda la creación significa un desbordamiento de vida y de comunión de las tres divinas personas, que invitan a todas las criaturas, especialmente a las humanas a entrar también ellas en el juego de la comunión entre sí y con las personas divinas.13

Cuando nos proponemos recorrer un camino en la experiencia cristiana, asumimos y expresamos que el que es la vida eterna vive eternamente14 y noso-tros viviremos con Él. Esto implica asumir un estilo de vida como el testificado por la Trinidad, donde el Dios Trinidad es más que la vida, es un creci-miento conjunto, es desbordamiento de amor, en sí, digamos que la experiencia de vivir en la co-munidad eclesial el modelo de comunidad trinita-rio es autocomunicación y puro vivir de lo común. Estamos tratando de decir que en nuestra vida, concreta y real, se da la vida de comunión, el es-tar en comunión consigo mismo y en comunión con lo distinto a nosotros, pero que se relaciona con nosotros. Tenemos como base la fe que profesa la realidad primera comprendida como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ellos son tres personas que viven la una para la otra, tienen una plenitud de vida y cada uno brota en dirección al otro, su existir es un existir para el otro. Esto no quiere decir que se pierda en la comunidad la diversidad; por el con-trario, la diversidad en comunión forma la realidad de quienes se juntan para creer en un principio de vida. La unidad sólo la podemos comprender en la medida que se une la diversidad personal. Miremos que el ejemplo de la unidad divina, surge de un proceso de comunión de una persona en las otras, no de una en sí misma, o como lo dice Boff: las personas divinas forman el principio sin principio, simultáneo y coeterno15, hablamos en este momen-to de un principio que todos debemos aprehender: cada persona se puede realizar en las otras. Si miramos nuestra propuesta desde la sociología y la antropología, nos podemos dar cuenta de que la comunión no se entiende como una cosa, sino como una relación entre las cosas, cuya consecuencia

13. BOFF, o.c. p. 2214. Ap 4, 9; 10,6 15. BOFF, o.c. p, 159

lanza a la forma de sociabilidad y de unión. Creo que es importante enfatizar que en la propuesta de comunión, no es suficiente con estar ahí, sino que para la comunión es necesaria la presencia de uno frente al otro. Nuevamente citamos la imagen del evangelista donde el Hijo se pone frente al Padre: como tú Padre en mí y yo en ti; la realidad de la presencia implica siempre un presentarse al otro en la espera y la esperanza, en lo que soy y en lo que somos, en el escuchar y en el ser escuchado, para que surja un diálogo que nos pone en comunión con el otro. Tal vez el mismo Jesús en su evangelio está indicando que la experiencia de la comunión impli-ca esfuerzo de parte y parte: Padre, Glorifica a tu Hijo, ya lo he glorificado; no hay comunión sólo de un lado, ella supone, al menos, dos presencias que se relacionan.

Somos conscientes en este momento que la unidad es una exigencia grande de la comunidad, de cada uno de nosotros que somos parte de la realidad co-munitaria, además sabemos que no es fácil, pero podemos determinarnos para que la semilla que se ha sembrado en nosotros fecunde y sea un grito de esperanza. Sea la oportunidad para reunir lo disper-so, congregar lo esparcido, integrar con profundo

No podemos ignorar que la comunidad resulta

de relaciones personales en las que cada uno es aceptado como es.

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respeto la diversidad, esforzarnos los unos y otros por hacer la gracia de la vida común. Integrando nuestra vida a este proceso, entonces podremos decir: la comunidad se define desde la unidad16. Hoy día nos corresponde a nosotros decir: para que seamos uno en ti y para que todos creamos, pues caminamos en la idolatría, en el mundo de lo pro-hibido, en la sinrazón de la vida en común, olvi-dando la donación de Dios como lo más grande que podemos profesar. Bien nos hará recordar la fuerza y comunión con la que Pablo habla de la gracia de Dios: apretados en todo, mas no aplastados; apu-rados, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados.17 Si nos ocurre lo contrario de lo que acaba de decir el apóstol es porque nuestra formación comunitaria es entendida como asamblea, asociación, congre-gación, cuyo fin principal es reunirse para diversas actividades, pero nunca para entregarse o donarse a la comunidad.

Es precisamente esto lo que hoy tenemos que evitar, el “superficial-ismo” comunitario, si así le podemos llamar. Reconocer nuestras debilidades es ya querer optar por la común unidad que sólo surge de la reciprocidad.18 Y en esta misma expe-riencia recíproca el bien personal y social teje los lazos de la comunión, arrojando como resultado la 16. PARRA, Alberto, S.J., o.c, p. 181 17. 2 Cor 4, 8-9 18. Cfr. PARRA, Alberto, S.J., o.c, p. 182

comunidad. ¿Cómo hacer entonces para que nues-tra propuesta funcione en la realidad? Digamos que sólo podremos encarnar la comunión trinitaria en la medida en que nos dispongamos a valorar de cada uno su individualidad, hacer con él conviven-cia, acogerlo en la diferencia, pues ella significa riqueza para la comunidad. Sociológicamente la comunidad es más bien un espíritu que debe pre-sidir todas las formas de convivencia humana, que una forma social concreta.19 Es el resultado del hvmi,n donde no se trata únicamente de ver la comu-nidad social, familiar, pastoral, parroquial, sino de un modo de ser, por el cual llegamos a formar un pa,ntej en el e;n.

Nosotros no podemos ser, vivir y existir sin la gracia de la comunidad, el yo no existe nunca solo, es habitado por muchos, pues los otros cimientan sus raíces en la medida que penetran el yo al mismo tiempo que el yo invade a los otros. Entonces, te-nemos en este momento un resultado de nuestra reflexión: hoy como Iglesia, pequeñas comunida-des, amigos o personas, necesitamos reaprehender el principio que nos vincula, es decir, comprender que lo propio de lo humano no es el vivir sino el convivir, no es el “ser”, sino el “ser-ahí”, involu-crándonos en la exigibilidad de la comunión, for-mando parte de su centro.

19. BOFF, o.c. p. 161

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Pero ello no se nos puede quedar en un discurso erudito, o quizás poético, debe “aterrizar” en la vida comunitaria que hemos planteado en nuestra Iglesia concreta de América Latina y del mundo. Con urgencia necesitamos comunicar en los núcleos “domésticos” por los que nos movemos, que la comunión tiene una posibilidad concreta y es la realidad Jesús, en comunicación con el Padre y el Espíritu. Ya hemos entendido que estar en Cristo y en el Espíritu, vivir con Cristo y con el Espíritu, es vivir la gran comunión con el Padre20. Si a esto le queremos dar un nombre, pongámosle derroche de amor, pues, a quien se entrega a vivir la experiencia de la comunión nada lo limita para darse por entero.

Para muchos parece no significar gran cosa el apor-te del episcopado latinoamericano en Aparecida. Hoy siento que nuestro discurso debe aterrizarse en la consolidación de la comunión desde los lugares que el mismo documento contempla, a saber: las Diócesis, la Parroquia, las Comunidades Eclesiales de Base y Pequeñas comunidades, las Conferencias Episcopales y la comunión entre las Iglesias. Son instancias oportunas para re-sembrar la compren-sión de la vida en comunidad. La vida en comuni-dad es esencial a la vocación cristiana21. Estamos arrojados en el mundo para hacer una unión, para vivir la vocación cristiana, para recorrer la realidad social por medio del encuentro con Jesucristo vivo. Hoy necesitamos comunidades comprometidas con la unidad, es decir, con el celo misionero y con la convicción de realizar una acción pastoral encar-nada, donde la variedad de carismas, ministerios, servicios, organizaciones, apunten al restableci-miento de la vida comunitaria.

Somos nosotros los responsables de la formación, y hoy la Iglesia pide a gritos dejar de lado modelos piramidales y jerárquicos, para entrar en la expe-riencia de los iguales, en el mundo de lo posible, en la manifestación del amor. En otras palabras, en la experiencia hermenéutica que nos deja el modelo trinitario, donde la unidad trinitaria está constituida por las relaciones. Entonces la unidad en nuestra sociedad debe ser como la unidad de la Trinidad, es la ocasión para decir que nadie en la

20. Cfr. BOFF, o.c. p. 16421. V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, o.c, # 164

comunidad queda anulado, sino que su diferencia, sus cualidades, todo el ser de la persona lo asume la comunidad humana. Si reconocemos y confesa-mos a Dios como esencialmente amor que se co-munica y establece la comunión, cómo no buscar la manera de irradiar su rostro amoroso en cada uno, no comunicando un amor de amantes que generalmente se caracteriza por ser encerrado y celoso, sino un amor que se derrama para todos, amor trino comunicado a los hombres, para que la comunión entre distintos se enlace por la vida y la común-unión.

BIBLIOGRAFÍA

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BOFF, Leonardo, La Trinidad, la Sociedad y la Liberación, Ed. Paulinas, Madrid, 1987.

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CONGAR, M.J, “El Espíritu anima a la Iglesia”, en El Espíritu Santo, Herder, Barcelona, 1983.

MOLTMANN, Jürgen, Trinidad y Reino de Dios, Edit. Sígueme, Salamanca, 1986.

PARRA, Alberto, “Transformar la sociedad en comunidad a imagen de la Trinidad”, en La Iglesia, Universidad Javeriana, Bogotá, 1996.RADCLIFFE, Timothy, ¿Qué sentido tiene ser cristiano?, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2007.

RATZINGER, Joseph, Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca, 2009.

SCHNACKENBURG, Rudolf, El Evangelio según San Juan, versión comentada, Edit. Herder, Barcelona, 1980.

V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Ed. San Pablo, Aparecida, Brasil, 2007.

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Los hijos de Teresade Jesús entran a Ecuador

en octubre de 1928,para hacerse cargo

de las misionesde Esmeraldas y Sucumbíos.

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en Ecuador

Los hijos deSanta Teresa de Jesús

La historia con la cual nos vamos a entretener en este artículoes la fundación de la Parroquia de Santa Teresita

de la ciudad de Quito - Ecuador.

Padre Diego Andrés Cortés Saya OCDDirector del Instituto de Espiritualidad Santa Teresita

En el año de 1562, Santa Teresa de Jesús comienza a hacer realidad el deseo que Dios había puesto en su corazón y da inicio a toda su obra fundacional, con el fin de responder a las necesidades de la Igle-sia de su época: A los cuatro años, me parece era algo más, acertó a venirme a ver un fraile francis-cano, llamado fray Alonso Maldonado, harto siervo de Dios y con los mismos deseos del bien de las almas que yo, y podíalos poner por obra, que le tuve yo harta envidia. Éste venía de las Indias poco había. Comenzóme a contar de los muchos millo-nes de almas que allí se perdían por falta de doc-trina, e hízonos un sermón y pláctica animándonos a la penitencia, y fuese. Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí.1

Los hijos de Teresa de Jesús entran a Ecuador en octubre de 1928, para hacerse cargo de las misio-nes de Esmeraldas y Sucumbíos, ya que era la única forma que los Carmelitas pudieran tener presencia en el país, dado que en años anteriores todas las

1. Fundaciones 1,7.

comunidades religiosas habían sido expulsadas por el Presidente de la República Eloy Alfaro, y la con-dición para el regreso, o para el ingreso de nuevas comunidades al país, era el compromiso de encar-garse de las zonas de misión ya existentes.

Después de algunos años de trabajo en la Misión de Esmeraldas, por decisión del señor Nuncio Apos-tólico de ese entonces, los Carmelitas abandonan dicha misión y reciben con fe, entusiasmo y amor la misión de San Miguel de Sucumbíos que pastorea-ron hasta el año 2010.

Al venir de España y al salir de la misión, los misio-neros necesitaban tener en la ciudad de Quito una casa donde pernoctar, y es así como se les conce-de la autorización para adquirir una en el barrio la Mariscal, lugar que se convirtió luego en procura misional. Es esto lo que permite que los carmelitas comiencen a pensar en la construcción de un tem-plo en la ciudad de Quito, y hace posible una mayor presencia en otras ciudades del país.

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Los Carmelitas fundadores Hieroteo, Brocardo y Eu-lalio estaban seguros de que todos los que genero-samente habían construido este templo, sentirían dentro de él serenidad en la luz de las naves senci-llas, paz en la altura limpia de la cúpula y resigna-ción en la sutileza de la ornamentación adherida a la piedra con porfía y esperanza. Es un templo que, como toda obra gótica, manifiesta una estrecha fu-sión de conocimiento y fe, que se elevan al Infinito. Por ello su influjo es superior al tiempo.

Breve historia de una obra inmensa

En febrero de 1934, el Padre Hieroteo Valbuena del Carmen, Superior de los Carmelitas de Quito, firma un contrato con la Sociedad de Mejoras Urbanas, por el cual adquiere en propiedad un terreno entre las calles Robles, Roca y Avenida Amazonas de la incipiente barriada residencial de la época, Mariscal Sucre. Sin personería jurídica, por achaque de la época, actúan y compran el terreno nominalmente el doctor Moisés Luna y don Luis Tobar Donoso, quienes años después hacen el traspaso a la comunidad de Padres Carmelitas.

Frente al terreno comprado, el señor Miguel del Hierro, cede un lote de su propiedad para que se construya un templo provisional y la residencia de los padres, desde donde se atendería la construcción

La historia de la construcción del Templo a Santa Teresita, en el barrio Mariscal Sucre de la ciudad de Quito, es sencilla y milagrosa, como su patro-nal advocación. No le ha acompañado el ruido ni el llamado vocinglero de las grandes exhibiciones. Sencillamente creció entre mil dificultades, ha-ciendo surgir del fondo del silencio, del sacrificio, de la oración y la limosna, la gracia florecida de su encanto gótico -grito o plegaria encarnados en la piedra-.

Es imposible traducir en símbolos el misterio por-que la sola razón no admite la osadía de la cons-trucción de este monumento de fe, para la cual los Carmelitas -con estilo teresiano- no contaron nunca con “una blanca”. Fue aventura real de una confianza absoluta, de una firme seguridad en la sorpresiva riqueza de la limosna no esperada pero cierta, del don escondido pero eficiente, del obse-quio oculto pero constructor. Y de la limosna del pobre y el donativo del rico, grande o pequeño, se ha elevado una plegaria, perenne: la ojiva que corta el imperio de la materia, para fundir dos ilu-siones grávidas en una sola oración inmortal. Allí están, para siempre, las manos alzadas y unidas de cada arco encarnando la piedad, la oración y el silencio. El arte gótico tiene el don espiritual de transformar la materia en vuelo, la piedra en súplica y la medida en sutil elevación.

La historia de la construcción del Templo a Santa Teresita,en el barrio Mariscal Sucre

de la ciudad de Quito,es sencilla y milagrosa,

como su patronaladvocación.

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de la obra definitiva. En la financiación de ésta y en el pago de las deudas adquiridas por la compra del terreno, se cuenta con el valioso apoyo de muchas otras personas, entre ellas el ilustre banquero y ex-presidente de la República, don Carlos Julio Arosemena, amigo del Padre Hieroteo.

El 8 de diciembre de 1938, después de vencer mil dificultades, el Padre Marcelo del Niño Jesús, Pro-vincial de los Carmelitas de la Provincia San Juan de la Cruz de Burgos - España, que se hallaba realizan-do la visita canónica en Ecuador, pone la primera piedra del Templo de Santa Teresita, bendecida por el Excelentísimo Señor Arzobispo de Quito, Monse-ñor Carlos María La Torre, quien años después llegó a ser Cardenal Primado del Ecuador. El acto revistió gran solemnidad y desde entonces la caridad de los fieles quiteños no se ha interrumpido; los carmeli-tas comenzaron a ser más conocidos y muchas más personas se identificaron con esta magnífica obra y con el sueño de los padres: ver terminada la capilla en honor a Santa Teresita del Niño Jesús.

A mediados de 1940, comenzó la construcción de la obra a cargo del Hermano Mariano de José Rio-cerezo, ilustre arquitecto carmelita, cuyas obras arquitectónicas eran ya conocidas y admiradas en Chile y Brasil. Su genio, amor al trabajo, arte y de-

voción, están vivos en cada detalle de este templo. Su alma goza de Dios y sus restos mortales yacen en la cripta que él mismo construyó.

Hasta 1946 y con interrupciones en los trabajos, debidos a la carencia de materiales o al alto costo de ellos, la obra avanza lentamente. Hasta ese mo-mento se había construido la parte baja y media de la cúpula, las bóvedas de los altares secundarios, primeras en el orden de la construcción, y el ca-marín central de la Virgen del Carmen y los cuatro nichos laterales.

Nueve años después, el Delegado Provincial Fray Vidal de la Inmaculada Velasco, ponía la primera piedra de lo que sería la casa conventual, adosada a la sacristía de la Iglesia. Después de muchos años de trabajo, en medio de aciertos y desaciertos, de cansancios y alegrías, el 19 de marzo de 1956, a los 22 años de vivir en la ciudadela Mariscal Sucre, se abren las puertas del nuevo templo. Han transcu-rrido 14 años de construcción.

El domingo 28 de noviembre de 1964, en una fiesta íntima y recogida, el Superior de la Comunidad, Padre Vicente, bendecía ante selecto número de padrinos e invitados, las imágenes que ocupan el testero de la Iglesia: Virgen del Carmen,

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Santa Teresita y el Santo Cristo de la Agonía. Necesidades arquitectónicas obligaron a colocarlas en su sitio, mucho antes de poder tributarlas el culto debido.

Para ese entonces hacían falta las torres, gran parte del reboque exterior, la Capilla del Santísimo y, sobre todo, el gran edificio adjunto lateralmente a la Iglesia de su mismo estilo y que, Dios mediante, convertido en escuela y colegio, serían el semillero de las vocaciones carmelitanas ecuatorianas. Estos proyectos nunca se llevaron a cabo, dado que la comunidad de padres de esa época se interesó más por la promoción de la pastoral espiritual y parroquial.

La obra del genio y del arte

Difícil es describir adecuada-mente esta obra monumental. Es necesario conocerla y compren-derla en cada detalle y en la rea-lidad conjunta. Su constructor, con largueza pródiga y paciente elaboración, la hizo para perdu-rar. Describamos entonces, con deseo de exactitud, su contenido arquitectónico.

Tiene el templo, en su planta, forma exactamente rectangular, con 62 metros de largo y 22 de ancho; 50 y 20 en lo interno. La conformación de la Iglesia exigía fundaciones sólidas. Dentro de todas las dimensiones expuestas, los cimientos están constituidos por un muro de 4 metros de al-

tura; de estructura antisísmica, compuesta de molones de hierro y cemento, que previene de po-sibles hundimientos característi-cos de los lugares que alguna vez fueron lacustres. Hacia el teste-ro de la iglesia y ocupando todo cuanto constituye el presbite-rio y grupo de sacristías, está la cripta de 20 metros de largo por 12 de ancho, y 4 de altura.

En el interior, dividida en tres naves, la central va desde el coro al presbiterio mantenien-do su anchura de 9 metros has-ta el ábside y siendo cruzada a la altura del sexto arco, por el crucero monumental. Las naves laterales, de 5 metros de ancho cada una, llegan parejas hasta el cruce y, pasada su línea, vuelven a encontrarse en las dos capillas laterales, adosadas al altar ma-yor. El crucero, al que hay acceso directo desde el exterior, tiene 9 metros de ancho y 20 de largo, situado entre las columnas tora-les que mantienen la cúpula, es un área espaciosa que permite la visión del conjunto artístico formado por los vitrales, los al-torrelieves, los arcos simétricos, las linternas de fantástico calado gótico y la estrella que remata la cúpula, en donde el artista car-melita, lleno de nostalgia caste-

Difícil es describiradecuadamente

esta obra monumental. Es necesario conocerla

y comprenderlaen cada detalle.

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El presbiterio, 60 centímetros más alto que el plano natural de la iglesia, es amplio, unido a las capillas laterales, ocupa 130 metros cuadrados, considerable porción dentro de los mil totales. Es un rec-tángulo con un remate pentagonal en cuya parte superior se levantan los cinco camarines, cuatro laterales y el central que ocupa la imagen de Nuestra Santísima Madre la Virgen del Carmen. Sobre este camarín central, y en graciosa hornacina, está la patrona titular de la iglesia, Santa Teresita y, en lo más alto, entre un haz de nervios, la imagen del Santo Cristo de la Agonía, presidiendo con su dolor sereno y su paz amorosa, todas las expresiones de la fe de sus devotos.

Por los dos primeros lados del pentágono que remata el presbiterio, se encuentran las puertas de acceso a los servicios de sacristía. Que-dan dentro de la forma rectangular de la iglesia y se comunican di-rectamente con la casa conventual. Al lado izquierdo del presbiterio, en un altar sencillo de bronces, luce el sagrario, joya de la orfebrería española que fue posible adquirir gracias a la munificencia del Banco del Pichincha de Quito que regaló a la Comunidad de Carmelitas, con un aporte especial de agradecimiento al Santísimo Sacramento, en las Bodas de Oro de la fundación del Banco.

Intencionadamente hemos dejado para el comentario final el exigido elogio de una obra callada, la de la señora Carmela Estévez de Carrillo,

llana, trasplantó en copia exacta la ornamentación de la capilla del Condestable de la Catedral de Burgos.

La nave central tiene 20 metros de altura y 11 las laterales sobre el arco de conjunción, y bordeando toda la extensión de la Iglesia, aparece la gracia curiosa de un triforios o galerías, sobre las cuales y hasta fundirse en la ojiva de la bóveda alta, lucen los vitrales, elaborados personalmente por la hábil y bendecida mano del Hermano José María.

La cúpula de 30 metros de altura y 9 de diámetro interior, joya de equilibrio, ponderación y cálcu-lo, tiene dos cuerpos apoyados en el juego de ocho triángulos que marcan su forma estrangular y encuadran sobre los arcos to-rales la curvilínea de las pechi-nas, dentro de las cuales se han colocado los cuatro Evangelistas. El primer cuerpo de la cúpula es ciego, ornamentado con el mis-mo dibujo que los triforios. So-bre él nacen los ocho ventanales superiores, engarzados por res-pectivas columnas, en las que la imaginación arquitectónica puso una nota ágil, dándoles or-namentación propia de la época más florida del ojival. Apoyada en el capitel de esas columnas, luce la estrella del Condestable.

Descendamos de tanta altura y busquemos los lugares de servicio litúrgico: coro, presbiterio, capillas, sacristías. El primero, situado sobre la entrada principal de la iglesia, a 7 metros de altura, ocupa el primer arco de la construcción, en toda su anchura.

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En la actualidad, la pastoral parroquial es muy poca, el sector de La Mariscal donde está ubicada nuestra parroquia ha dejado de ser residencial y se ha convertido en zona comercial y financiera. No contamos con feligreses propios, sino que vienen de otros lugares; la parroquia entonces es de paso.

Como una forma de responder a las nuevas necesidades de la gente que visita la parro-quia, nace en 2009 el Instituto de Espiri-tualidad Santa Teresita (a distancia), dado que en el mundo de hoy existe una gran sed de espiritualidad aunque muchas veces degenera en espiritualismo. La vocación y misión del Carmelo reside precisamente en ayudar, a la luz de la experiencia y las enseñanzas de sus santos, a ir a las raíces de una auténtica espiritualidad que supere las experiencias superficiales de lo sagrado. (Cfr. Documento Capítulo General, Ávila, 2003, n. 65).

La modalidad a distancia ha dado un buen resultado y, por petición de algunos sacer-dotes, religiosos y laicos, vamos a dar inicio en septiembre a la modalidad semi-presen-cial. Desde este Instituto deseamos seguir respondiendo a las necesidades pastorales y espirituales de nuestra gente, y de todos aquellos que desean seguir bebiendo de la espiritualidad del Carmelo.

La pastoralparroquial

conocida con el pseudónimo incaico de Intiyan que, traducido a nuestro idioma, cobra en la persona nominada una realidad clara: Hija del Sol. Porque la luz del genio la visitó, sencilla como la claridad del día, no tiene en su arte opacas proyecciones, no sabe de las sombras de la cobardía artística que se cubre con la rareza de lo exótico; por ello Intiyan fue una artista religiosa que en la tradición ecuatoriana, era una exigencia del ser nacional. El ecuatoriano ha sido desde siempre religiosamente artista.

Y es así como vemos en todo el templo plasmado una de las más grandes concepciones escultóricas dentro del arte ecuatoriano moderno. Los cuatro evangelistas en las pechinas del crucero, las repre-sentaciones de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz bajo los rosetones del mismo crucero y las 14 estaciones del Viacrucis, son todas verdaderos monumentos de arte religioso y de arte clásico.

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Por las tierras del surde Argentina se encuentranpaisajes y fenómenos naturales

plenos de belleza y hermosura.

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“Y todoscuantos vagan...”

Cada persona tiene distintos motivos para viajar. Uno de ellos es descubrirlas maravillas de la naturaleza para contemplarlas y admirarlas y, en ocasiones,

quedar atónito ante la belleza del paisaje jamás imaginado.

Sergio Isaza Restrepo y Julia Beatriz Castro IsazaLaicos Carmelitas – Monticelo Casa de Espiritualidad

Entonces, el viajero concluye en su interior lo que escribió el autor del Génesis: y vio Dios cuanto ha-bía hecho y todo estaba muy bien. (Gen 1,31).

Por las tierras del sur de Argentina se encuentran paisajes y fenómenos naturales plenos de belleza y hermosura. En La Patagonia se contempla el espec-táculo de los glaciares. El más grande es el llamado Perito Moreno, masa de agua congelada desde hace millones de años, bajo unas condiciones extremas de frío y presión que hacen aparecer las vetas azu-les en la enorme masa de hielo en un costado del lago y en los témpanos de hielo (icebergs) despren-didos de ella, que surcan sus aguas con lentitud, sin afán, sin prisa y sin pausa…Y dijo Dios: acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco. (Gen 1,9).

Es un verdadero espectáculo para mirar y mirar en silencio: témpanos de hielo de gran tamaño, de formas diversas, de colorido similar pero diferen-te uno de otro, cuyas superficies bruñidas por el agua templada, develan imágenes lineales, colores desvanecidos, siluetas de monstruos legendarios, y enormes construcciones de hielo de lanzada ar-

quitectura. Es un paisaje bicolor: blanco y azul en variados tonos, con algunas sombras oscuras por doquier, envuelto con un manto de grandeza y de silencio, silencio que invita a trascender el cuadro que se tiene ante la vista. “Sin que hablen, sin palabras, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.” (Sal 18,4-5).

Pero no todo es hielo y agua en La Patagonia. En la Península de Valdés se puede visitar una colo-nia de Pingüinos de Magallanes, formada por cer-ca de quinientos mil individuos que con caminar acompasado, contorneado y lento, y mirada atenta pasan frente a los visitantes. Parecería que no tie-nen afán. Bajo el agua son ágiles, veloces y seguros para conseguir su alimento. Simultáneamente des-piertan simpatía por su aparente mansedumbre, y respeto, cuando se les ve defender sus polluelos. Al llegar el invierno, emigran al sur del Brasil y allí viven seis meses sin salir del agua. Luego, retornan a su territorio austral para reproducirse. Su peque-ña y graciosa figura invita a meditar la expresión bíblica: Haya aves que revoloteen sobre la tierra y frente al firmamento celeste…y vio Dios que todo

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era bueno y los bendijo diciendo: sed fecundos y multiplicaos y creced en la tierra. (Gen 1,20.22).Es también La Patagonia el lugar de la Ballena Franca Austral. Este enorme cetáceo marino de ca-torce metros, pasa gran parte del año entre esta región para reproducirse y la zona más austral para alimentarse, lo que supone hacer larga migración. La Ballena Franca Austral es muy mansa, condición que la hace vulnerable a la caza ilegal. Este gigan-te del mar, imponente y de movimiento pesado, nos recuerda el texto bíblico: Y dijo Dios: Bullan los mares de animales vivientes… y creó Dios los grandes monstruos marinos. Y vio Dios que todo era bueno y los bendijo diciendo: sed fecundos y multiplicaos y henchid las aguas de los mares. (Gen 1,20.22).

Al norte de Argentina en la frontera con Brasil y Pa-raguay, en la zona templada, subtropical, corren y corren las aguas de los ríos Iguazú y Paraná por en-tre selvas y praderas, por entre peñascales y llanu-

ras. Se diría que se buscan para celebrar el rito de su encuentro, de cuya fecunda unión nacerán las imponentes y majestuosas Cataratas del Iguazú de setenta y dos metros de altura, patrimonio natural de la humanidad. El incesante caer de sus aguas, con su eterno cantar ronco y cadencioso, forman allí la Garganta del Diablo, más allá el Salto de las Dos Hermanas, el Salto de los Tres Mosqueteros, y así, hasta descolgarse por doscientas setenta y cinco caídas de diferente caudal, altura y belleza, en una extensión de tres kilómetros.

Contemplar en silencio, respeto y admiración esta maravilla de la naturaleza es experimentar lo efí-mero de la existencia que, como el río, cae para volver a correr y correr hasta morir en el mar, con serenidad, para identificarse con él, al ritmo de las olas. Ante tanta belleza percibida en el hemiciclo de las Cataratas del Iguazú, sólo resta decir con el salmista: ¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! (Sal 8,2).

Vida Espiritual / Septiembre - diciembre 2012

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Contemplar en silencio,respeto y admiración

esta maravilla de la naturaleza,es experimentar lo efímero

de la existencia.

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Padre Olairo Castillo Castillo OCD

Vida Espiritual / Mayo - agosto 2012

La soledadsonora

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La experiencia de Dios, en la actitud constante e inacabada de la oración y en el discernimiento de su Palabra, suscita la necesidad de expresar la cercanía del misterio del amor de divino. ¿Cómo poder expresar que el Misterio de Dios está aconteciendo en la vida, y que se hace más grande e insondable? Qué mejor manera de comunicar las maravillas del Creador sino es a través de la poesía, el teatro, la música o el canto. El arte es una boca balbuceando la experiencia de Dios.

He vivido distintas circunstancias en mi vida de fe: la misericordia de Dios, la necesidad de alabarlo, de consagrarme a Él, los límites de mi fragilidad y de mi pecado, el deseo de ser del todo para Dios. En ciertos momentos de oración tomaba la guitarra y surgían canciones dedicadas a Él. Poco a poco, con el correr de los años, estas canciones se fueron acumulando y, de tanto en tanto, tomaba de nuevo mi guitarra y le dedicaba más canciones al Señor. Al crear estas canciones me imaginaba a otras personas cantándolas, no a mí mismo.

Cuando llegué a nuestra parroquia carmelitana de Cúcuta, me atreví a compartir mis canciones con Alberto Sanabria, el músico que animaba la liturgia en ese lugar. Las canciones comenzaron

a sonar en el grupo de oración, y las personas se acercaban a preguntar dónde conseguirlas. Se nos ocurrió entonces buscar a alguien que nos ayudara a plasmar el trabajo en un CD y así conocí a nuestro productor: Ricardo Torres Aguilar. ¡Listo!¡ Vamos a grabar! ¿Con la voz de quién? La respuesta me desconcertó, debía arriesgarme a cantar. Grabamos varios CDs, y no sólo con mis canciones, sino también con otras que nos aportaran a esta manera diferente de evangelizar.

Después tuve la idea de presentar sólo la parte instrumental, y Ricardo se animó tanto que el proyecto en pocos días fue un hecho. Pensé que si la música es un medio apto para atraer la paz interior y para favorecer la actitud constante de la oración, el CD se llamaría La Música Callada, recordando a San Juan de la Cruz; pero el Padre Hernando Alzate, superior del Seminario Santa Teresa, me propuso La Soledad Sonora. Me encantó la idea de pensar en la música como la armonía que abre caminos de silencio y de soledad en el encuentro con Dios. En este CD quise comunicar mi experiencia de Dios… y cuando hay un hombre que balbuce su vivencia de oración, siempre habrá un espíritu que, sin palabras, diga: ¡Es cierto, su amor está vivo!

{Qué mejor manera de comunicar las maravillas del Creador sino es a través de la poesía, el teatro, la música o el canto. El arte es una boca balbuceando la experiencia de Dios.

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Doctor Gabriel Jaime Arango VelásquezFilósofo, sociólogo, comunicadorPalabras en el acto del lanzamiento del libro

Orden de Carmelitas Descalzos

Las formas invisiblesde la educación

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“Cualquiera que sea el rol que tengamos en la so-ciedad, cualquiera que sea el desempeño de lo que vengamos haciendo o queramos hacer, la educa-ción, que es el contenido de este libro, siempre es un tema de interés y de utilidad para cualquier ser humano en cualquier escenario que esté desenvol-viéndose .(...)“Esta obra es un ejercicio dedicado a saber qué es lo esencial, qué es lo perdurable, qué es lo fun-damental, cuál es el espíritu fundador del proceso educativo. Tita se dedicó a despojar a la educación de todas las arandelas que se le han pegado en la historia, con las modas, y las exigencias de los di-ferentes grupos de interés y de poder. La obra ha-bla de la tarea fundamental, de cómo la educación humaniza, nos va mostrando que humanizarnos es conquistar la libertad, es conquistar la responsabi-lidad, y que asumir la responsabilidad es manejar el libre albedrío.(...)“Esta no es una obra literaria en la que cualquiera puede imaginar una historia, narrarla, describirla, contarla. No es una obra de una experiencia de vida particular. Es la obra de una experiencia de vida colectiva, es decir compartida. No es el trabajo de un individuo, es el trabajo de alguien que se ha propuesto escuchar muchísimo, oír muchísimo, repensar con el otro lo que el otro dice y poderlo ayudar a hacer claridad en ese devenir de las búsquedas humanas. Tenemos una mujer formada en la historia del pensamiento por la filosofía y en toda la tarea de escuchar, como fonoaudióloga. Se necesitaba una persona especializada en la escucha para poder hablar, y se necesitaba una formación espiritual como la que la autora tiene porque para escribir esta obra se requiere un sentido de trascendencia y ese sentido de trascendencia implica saber que más allá de lo que aparece como realidad, se esconden otras dimensiones

profundamente humanas y sublimes que son las del espíritu, del sentido último de por qué hacemos lo que hacemos, para qué lo hacemos, cómo lo vamos haciendo y buscando. Se necesitaba que una mujer como Tita fuera la escritora de este libro, porque estoy seguro de que nadie que no hiciera lo anterior pudiera llegar a escribirlo.(...)“La autora va hilando toda una construcción meta-física y se vuelve una maestra original en la defen-sa de esa misión esencial de la educación para po-nerle el sentido y la finalidad última de la vida. Se atreve a revisar asuntos muy polémicos en la socie-dad contemporánea y a hacer una denuncia acerca de todo aquello en lo que no sabemos educar.(...)“Tita generosamente pone a disposición de los demás su experiencia de vida, socializa su conoci-miento, su práctica de vida lo cual es muy impor-tante en términos de cultura y en términos de la tarea de todo intelectual. Tita en esta obra mues-tra que es una intelectual, una investigadora, una creadora”.

…o acerca de cómo enseñamos la humanidadClaudia Llano (Tita)

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Vida Espiritual / Mayo - agosto 2012

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Claudia Rojas ArbeláezEscuela de Espiritualidad Edith Stein

Le Havre:El amor como ley suprema

La vida de un barrio pobre de Normandía se transforma con la aparición de un niño inmigrante fugitivo que pretende llegar a Londres para estar con su madre. Movidos por el deseo de ayudarlo a conseguir su objetivo, los habitantes se unen haciendo de esta historia una bella narración con tintes teatrales y sentimientos puros.

Le Havre es una ciudad francesa ubicada en la parte alta de Normandía, junto al canal de la Mancha, conocida como Puerta Oceánica. Esta precisión geográfica es importante para lograr la comprensión de esta película finlandesa que lleva por título el nombre de la población: Le Havre.La cinta, escrita y dirigida por Aki Kaurismaki, narra la historia de Marcel, un hombre mayor que sobrevive recibiendo unos cuantos centavos de lustrar zapatos. Comparte la vida con su esposa Arletty, una mujer de rostro dulce en cuya piel

madura aún persiste una belleza lejana. La mujer lo adora, hace milagros en la cocina y con los pocos centavos que su marido trae al hogar todas las noches, logra darle un plato de comida acompañado de una sonrisa. Casi de inmediato descubrimos que la esposa guarda, además de unos cuantos billetes en una vieja lata, un secreto que muy pronto saldrá a la luz: está enferma de gravedad.

Mientras esto ocurre, la vida en Le Havre continúa. Al puerto siguen llegando muchos inmigrantes ilegales entre ellos Idrissa, un niño de aproximadamente doce años, que logra escapar y se refugia en el muelle. Allí lo encuentra Marcel, quien termina aplicando aquello que reza el refrán: la gallina no tiene agua pero invita al pato a nadar y termina ayudando al muchachito en su propósito de llegar a Londres a encontrarse con su mamá, para lo cual se gasta los pocos ahorros que su mujer tiene. A partir de ese momento, la película se desarrolla entre el melodrama y lo policial, entre la esperanza y la solidaridad de los vecinos de Marcel que entretejen relaciones de complicidades y sentimientos transmitidos con palabras y silencios. Pareciera que la narración se estancara, pero todo esto hace parte de la apuesta estética de Kaurismaki, quien hace el mejor uso de su legado teatral utilizando iluminación y decorados de colores primarios y mates, que se complementan con las intensiones histriónicas de los personajes (no nos referimos a los actores).

Esta película cosecha sus frutos en el desenlace, casi a manera de epílogo, cuando pareciéramos comprobar que aquel niño resulta ser algo parecido a un ángel, que va transformando a todos a su paso. Entonces recibimos el premio a nuestra perseverancia y aparece la sonrisa. ¡He ahí la belleza del cine!

{Le Havre es una ciudad francesaubicada en la parte altade Normandía, junto al canalde la Mancha, conocidacomo Puerta Oceánica.

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Monticelo Casa de Espiritualidad y ConvencionesCalle 10 A N° 22 - 6C Interior 103 / El Poblado / Medellín / Colombia

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