espiritualidad dimension olvidada y necesaria

39

Upload: pastoraledu

Post on 22-Jul-2015

720 views

Category:

Education


1 download

TRANSCRIPT

Espiritualidad viene de espíritu. Para entender qué

sea espíritu necesitamos desarrollar una concepción

del ser humano que sea más fecunda que aquella

convencional, transmitida por la cultura dominante.

Esta afirma que el ser humano está compuesto de cuerpo y alma o de materia

y espíritu. En vez de entender esta afirmación de

una manera integrada y globalizante, lo entendió de forma dualista, fragmentada

y yuxtapuesta.

Así surgieron los muchos saberes ligados al cuerpo o a la materia – ciencias de

la naturaleza y los vinculados al espíritu, al

alma – ciencias humanas. Se perdió la

unidad sagrada del ser humano vivo que es la

convivencia dinámica de materia y de espíritu

entrelazados e inter – retro – conectados.

Espiritualidad, en esta segmentación, significa cultivar un lado del ser humano: ser espíritu, por la meditación, la interiorización,

el encuentro consigo mismo y con Dios. Esto implica un cierto distanciamiento de la dimensión de la materia o el cuerpo.

Aún así la espiritualidad constituye una tarea, seguramente importante,

pero al lado de otras mas. La vemos como un parte y no como

un todo.

Como vivimos en una sociedad altamente acelerada en sus procesos histórico-sociales, el

cultivo de la espiritualidad, en esta dirección, nos obliga a buscar lugares donde

encontramos condiciones de silencio, calma y paz adecuados a la interiorización.

Esta comprensión no es errónea. Contiene mucha verdad pues es reduccionista. No explora las riquezas presentes en el ser humano entendido de manera más

globalizante. Entonces aparece la espiritualidad como modo de ser de la persona y no tan solo como un

momento de su vida.

Ante todo es importante enfatizar el hecho de que, tomando concretamente el ser humano constituye una totalidad compleja. Cuando decimos “totalidad” estamos afirmando que en el no existen partes

yuxtapuestas. Todo en el está articulado y armonizado. Cuando decimos “complejo” estamos afirmando que el ser humano no es simple, sino una sinfonía de muchas dimensiones. Entre otras, la exterioridad, la interioridad

y la profundidad.

Se entiende por exterioridad todo lo que tiene que ver al conjunto de relaciones que el ser

humano mantiene con el universo, con la naturaleza,

con la sociedad, con los otros y con su propia realidad

concreta en términos de cuidado con el aire que respira, con los alimentos que consume, con el agua

que bebe, con las ropas que viste, con las energías que

vitalizan su corporeidad. Normalmente se entiende está

dimensión como cuerpo.

El cuerpo no es un cadáver. Es el propio ser humano todo entero metido en el tiempo y la materia, cuerpo vivo, dotado de inteligencia, de sentimiento, de compasión, de amor y de éxtasis. Este cuerpo total vive en una trama de relaciones

para fuera y para más allá de sí mismo. Tomado en esta acepción se habla hoy de corporeidad y no

simplemente de cuerpo.

La interioridad está constituida por el universo de la psique, tan complejo como el mundo exterior, habitado por instintos, por deseos, por

pasiones, por imágenes poderosas y por arquetipos ancestrales.

El deseo constituye, probablemente, la estructura básica de la psique

humana su dinámica es ilimitada. Como seres que desean no deseamos solo esto o aquello. Deseamos todo y el todo.

El oscuro y permanente objeto del deseo es el ser en su totalidad.

La tentación está en identificar el ser con alguna de sus manifestaciones, como la belleza, el poder, el dinero, la salud, la

carrera profesional, la novia o el novio, los hijos y así sucesivamente …

Cuando esto ocurre surge el fetichismo por el objeto deseado. Significa la ilusoria identificación de lo absoluto como algo relativo,

del ser ilimitado con el limitado.

El resultado de esto es la frustración , porque la dinámica del deseo de querer el todo y no la parte se ve

contrariada. De ahí predomina el sentimiento de irrealización y consecuentemente el vacío existencial.

El ser humano debe siempre cuidar y orientar su deseo para que al pasar por

los varios objetos de su realización – es inevitable que pase – no pierda la memoria

bienaventurada del único gran objetivo que lo hace descansar: el ser, el absoluto, la realidad plena que llamamos Dios .

El Dios que aquí emerge no es el Dios de las religiones, sino el Dios de la caminada personal , aquella instancia de valor

supremo , aquella dimensión sagrada que hay en nosotros, irrenunciable,

innegociable e intransferible . Estas cualificaciones configuran aquello que, existencialmente, llamamos de Dios.

La interioridad es llamada también mente humana,

entendida como la totalidad del ser humano volcada hacia adentro, captando

todas las resonancias que el mundo de la exterioridad provoca dentro de

él.

El ser humano posee profundidad. Tiene la capacidad de captar lo que está más allá de las apariencias, de aquello que se ve, se escucha, se piensa y se

ama. Aprende el otro lado de las cosas su profundidad.

Las cosas todas no son tan solo cosas. Son símbolos y

metáforas de otra realidad que las ultrapasa y que ellas

recuerdan, hacen presente y a ella reenvían.

“Así la montaña no es solo montaña. Siendo montaña, traduce

lo que significa la majestad. El mar evoca la grandiosidad; el

cielo estrellado, la infinitud; los ojos profundos de un

niño, el misterio de la vida humana y del universo.

El ser humano capta valores y significados y no solo hechos y acontecimientos. Lo

que definitivamente cuenta no son las cosas que nos suceden, sino lo que ellas significan para nuestra vida y la experiencia que nos

dan.

Las cosas pasan a tener carácter simbólico y sacramental: nos recuerdan lo vivido y alimentan nuestra

interioridad no es sin razón que llenamos nuestra casa y nuestro cuarto de fotos y objetos

queridos de los padres, de los abuelos, de los amigos, de aquellos que entran en nuestra vida

y significan mucho.

Puede ser el último cigarrillo del papá que murió de infarto o la carta emocionada del enamorado que

reveló su amor. Aquellos objetos dejan de ser objetos. Son sacramento, pues hablan,

recuerdan, hacen presente significados gratos al corazón.

Captar, de esta manera, la profundidad del mundo, de si mismo y de cada cosa constituye lo que se llamó espíritu. El

espíritu no es una parte del ser humano. Es aquel momento de la conciencia mediante el cual captamos el significado y el

valor de las cosas. Mas aún, es aquel estado de conciencia por el cual captamos el todo y a nosotros mismos

como parte y parcela de este todo.

El espíritu nos permite hacer una experiencia de no-dualidad.

“Tu eres todo esto”“Tu eres todo esto” dicen los upamishads de la India, mirando

hacia el universo. O “Tu eres el Tu eres el todo”todo” dicen los yojis o “el Reino “el Reino

de Dios está dentro de de Dios está dentro de vosotros”vosotros” proclama Jesús.

Estas afirmaciones nos remiten a una experiencia vivida y no a una

doctrina. La experiencia está en que estamos ligados y re-legados unos a otros y

todos a la fuente originante. Un filo de energía, de vida y de sentido atraviesa a

todos los seres, organizados en cosmos y no en caos. En sinfonía y no en disfonía.

La planta no está delante de mí. Ella está como resonancia, símbolo y valor dentro de mí. Existe en mi una dimensión montaña, vegetal, animal,

humana y divina. La espiritualidad no consiste en saber esto, sino en vivenciar y hacer de esto todo un contenido de experiencia. Bien decía Pascal: “Creer en Dios no es pensar en Dios sino sentir a Dios” a partir de la experiencia todo se transfigura. Todo viene cargado

de veneración y de sacralidad.

La singularidad del ser humano consiste en experimentar su

propia profundidad. Auscultándose a sí mismo

percibe que emerge de su ser profundo anhelos de

compasión, de amor y de identificación con los otros y con

el grande Otro, Dios.

Pertenece al proceso de individualización acoger esta energía, crear espacio para ese centro y auscultar

estos llamados, integrándolos al proyecto de vida. Es la espiritualidad en su sentido antropológico de base.

Para tener y alimentar la espiritualidad la persona no necesita profesar un credo o adherirse a una institución religiosa. La espiritualidad no es monopolio

de nadie , se encuentra en cada persona y en todas las fases de la vida. Esa

profundidad en nosotros representa la condición humana espiritual,

aquello que designamos como espiritualidad.

Obviamente para las personas religiosas ese centro es

Dios y los llamamientos que de el se derivan y de su Palabra. Las religiones viven de

esta experiencia. Se articulan con doctrinas, en ritos,

celebraciones y en caminos éticos y espirituales. Su función principal reside en crear y

ofrecer condiciones para que cada persona humana y las

comunidades puedan sumergirse en la realidad divina y hacer su experiencia personal de Dios.

Esta experiencia por que es experiencia y no doctrina tiene como efecto la irradiación de

serenidad, de profunda paz y de ausencia de miedo. La

persona se siente amada, acogida y en un útero divino. Lo

que le acontezca sucede en el amor de esta realidad

amorosa.

Hasta la muerte es exorcizada en su carácter de supresión de vida.

Es vivida como parte de la vida como el momento de gran

transformación, para poder estar, de hecho en el todo y en corazón de

Dios.

Esta espiritualidad es un modo de ser, una actitud de base a ser vivida en cada momento y en todas las circunstancias, aún dentro de las

tareas diarias de la casa, trabajando en la fabrica, manejando el carro, conversando con los amigos, viviendo la intimidad con la persona amada,

la persona que ha creado espacio para la profundidad y para lo espiritual esta centrada, serena e invadida de paz. Irradia vitalidad y

entusiasmo, porque carga a Dios dentro de sí. Dios habita en ella. Este Dios es amor que en el decir del poeta Dante mueve el

cielo, todas las estrellas y nuestro propio corazón.

Esta espiritualidad tan olvidada y tan necesaria es condición para una vida integrada y

sencillamente feliz. Ella exorciza el complejo más difícil de ser integrado: el envejecimiento y la muerte.

Para la persona espiritual el envejecer y morir pertenecen a la vida, no matan la

vida sino que la transforman, permitiendo una mirada nueva para la

vida.

Así como al nacer, no tuvimos que preocuparnos, pues, la naturaleza actuó sabiamente y el cuidado humano fue celoso de que ese curso natural se diese, así analógicamente con la muerte: pasamos por otro

estado de conciencia sin darnos cuenta de este paso. Cuando “nos despertamos” estamos en los brazos acogedores del Padre y

Madre de infinita bondad y misericordia que desde siempre nos esperaban. Caeremos en sus brazos y entonces nos perderemos dentro del

amor y de la fuente de la vida.