españa peregrina año i num 7 agosto de 1940

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AÑA CRINA JUNTA DE CULTURA ESPAÑOLA 7 SUMARIO La Conferencia de La Habana ............ 3 España viva ................................................ 7 España y la crisis del hombre .............. Presencia del futuro ................................ 12 La Bibliografía hispanoamericana.... 17 España Libre .............................................. 22 Historia de un crimen f 1820-1823). . 23 Crítica y Polémica ^ ^ Fclange y España Peregrina ........................................................................ 29 ¿Rubén Darío contra Bolívar?, por Juan Larrea ....................................... 31 La Voz de su Amo .......................................................................................... 36 España, el país y los habitantes, de Leonardo Martín Echeverría, por Faustino Miranda ............................................................. ....................... El primer milagro de la catedral angelopolitana, de Francisco Azorín, por José Camer ................................................................................. ............... Memorias de Ultratumba Registro Bibliográfico , por Agustín Millares Eugenio Imaz .......................... Francisco Giner de los R íos. David Lord .............................. Juan Larrea .............................. Juan Vicéns .............................. José M. de Heredia ............. José Manuel Quintana . . ESP P E R E

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Page 1: España Peregrina Año i num 7 agosto de 1940

AÑAC R I N A

JU N T A DE C U LTU R A E S P A Ñ O L A

7S U M A R I O

La Conferencia de La Habana............ 3España viva................................................ 7España y la crisis del hombre..............Presencia del futuro ................................ 12La Bibliografía hispanoamericana. . . . 17España Libre.............................................. 2 2Historia de un crimen f 1 8 2 0 -1 8 2 3 ) . . 23

Crítica y Polém ica ̂ ^

Fclange y España Peregrina........................................................................ 29¿Rubén Darío contra Bolívar?, por Juan L arrea....................................... 31La Voz de su A m o .......................................................................................... 3 6España, el país y los habitantes, de Leonardo Martín Echeverría,

por Faustino M iranda............................................................. .......................El primer milagro de la catedral angelopolitana, de Francisco Azorín,

por José C am er................................................................................. ...............

Memorias de Ultratumba

Registro Bibliográfico, por Agustín Millares

Eugenio Im az..........................Francisco Giner de los R ío s .David Lord..............................Juan Larrea..............................Juan V icéns..............................José M. de H ered ia .............José Manuel Quintana . .

E S PP E R E

Page 2: España Peregrina Año i num 7 agosto de 1940

J U N T A D E C U L T U R A E S P A Ñ O L A

E STA TU TO S DE LA JUNTA DE CU LT URA E S P A Ñ O L A

IL a J u n ta de C u ltu ra E sp añ o la rep re se n ta la volun­

ta d de a s e g u ra r la p ro p ia f iso n o m ía e sp ir i tu a l de la c u l tu ra esp añ o la , favo rec iendo su n a tu ra l desa rro llo y. consecuen tem en te , la de u n ir y a y u d a r en su s tra b a jo s a los in te le c tu a les españo les ex p a triad o s .

nE s m isió n de la J u n ta s u p lir con su p resen c ia a c ­

t iv a y v ig ila n te y con u n e s p ír i tu colectivo de s a c r if i­c io la acc ió n de los o rg an ism o s o fic ia les, de la3 in s ­titu c io n es de to d o g én e ro y de los estím ulos y ex igencias del am b ien te , qne en la in te g rid a d de la v ida españo la p ro m o v ían y a seg u rab a n el desenvo lv im ien to de n u e s tra c u l tu ra .

mE s p ro p ó s ito de la J u n ta e v i ta r la d isg reg a c ió n de

lo s in te le c tu a les e x p a triad o s , estab leciendo e n t re ellos re la c ió n co n s ta n te , su sc itan d o y apoyando c ie r ta s in i­c ia tiv a s , co o rd in an d o o tra s , y p ro cu ran d o , p o r todos los m edios a su a lcan ce , que se estab lezcan e n e! d es tie rro Jos ó rg an o s de c reac ió n , ex p res ió n y conservac ión de la c u l tu r a e sp añ o la Que se ju z g u en necesarios.

IV

C om pete a la J u n ta e s ta b lece r co labo ración e in ­te rc a m b io con las en tidades e in s titu c io n es c u ltu ra le s del e x t r a n je ro y con sos cen tro s d e in v e stig ac ió n y en señ an - x a p a r a co n seg u ir que. por su in te rm ed io , se m a n te n g a n y am p líe n aque llas re lac iones c u ltu ra le s a u e son ind is­p en sa b le s p e r a su p ro p io desarro llo .

V

E s. asim ism o, m isió n de la J u n ta p rom ove r v h ac er ■efectivas am istades y apoyos a la c u l tu ra e sp añ o la en e l e x t ra n je ro p o r aquellos m edios _ au e en c a d a p a ís y e n cad a m om en to p a rez can m ás indicados p a r a conse­

g u irlo . C o n te s te obje to , la J u n ta p rom overá la creación de ag ru p ac io n es de “A m igos de la C u ltu ra A p añó la” en su sede c e n tra l , en la s localidades donde funcione u n a delegación de la J u n ta , y en aquellos o tro s lugares que se es tim e conven ien te .

VI

L a J u n ta de C u ltu ra E spaño la se considera integra­d a p o r aquellos españoles en los que co n c u rra la doble c a l id a d ; de e s ta r d es te rrados y de s e r creadores q man­tenedores de la cu 1 Luía españo la . De todos ellos hará u n a re lac ió n n o m in a l. L a J u n ta de C u ltu ra Española se co n sid e ra ig u a lm e n te in te g ra d a po r aau e lla s entidades QQe» d esarro llan d o u n a o b ra c u ltu ra l , m an ifie sten su adhesión a la J u n ta y se p re s te n , si a ello se les je- q u ir ie ra . a co lab o ra r a su s fine s en la fo rm a aue en c a d a ca3o se determ ine .

V II

L a J u n ta de C u ltu ra E spaño la se r ig e p o r un di­rec to rio . in teg rad o p o r sus fu ndado res y p o r las persogas que estos v ay a n designando. E s te d irec to rio podrá dele­g a r to d as o a lg u n a s de sus funciones en u n Secretariado o C om isión E jecu tiv a .

V III

L a sede c e n tra l de la J u n ta de C u ltu ra Española e s tá ac tu a lm en te en M éxico. D. F . Se es tab lece rán dele­gac iones de la J u n ta en los pa íses donde se considere o p o rtu n o . Sus m odalidades de co n s titu c ió n y funciona­m ien to se d e te rm in a rá n en cada caso.

IX

L a J u n ta de C u ltu ra E sp añ o la , a s í como las Delega­ciones que se v ay a n estab leciendo , se so m ete rán a las disposiciones legales v ig en tes en los p a íse s respectivos, que les p e rm ita n a d q u ir ir u n a perso n a lid ad ju ríd ica la que pued an h ac e r adquisiciones, c e leb ra r con tra to s , etc.

ESPAÑA PEREGRINAD I N A M A R C A 8 0 -----M E X I C O . D . F .

PUBLICACION MENSUAL DE LA JUNTA DE CULTURA ESPAÑOLA

Número sue lto .................................................. Un peso.Suscripción anual:

México.................................................... Diez pesos.Países de Am érica................................. Dos dólares.Otros países .......................................... Dos y medio dólares.

Edición en papel de lujo (100 ejs.):México, anualmente ............................. Veinte pesos.Países de América................................. Cuatro dólares.Otros países .......................................... Cinco dólares.

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ESPAÑA PEREGRINAJU N TA DE CULTURA E SP A Ñ O L A

Registrado como artícu lo de 2“ clase en la A dm inistración de Correos de M éxico, D F ., con fecha 28 de febrero d e 1940

Tomo II 15 de Agosto de 1940 Núm . 7

L A C O N F E R E N C I A D E L A H A B A N A

Por Eugenio IA1AZ

La diferencia de origen y de co­lores perdería su influencia y poder.

BOLIVAR.

La Conferencia de la Habana, sean cua­lesquiera las consecuencias que el porvenir le vaya engendrando, podemos decir, desde ahora, que ha sido una reunión histórica. De las que hacen época o más exactamente, de las que la época hace. Y eso que no pasa de ser una reunión, o conferencia, que no confederación o cosa que lo valga. A pesar de que en ella la doctrina Monroe, que lleva­ba más del siglo de vida equívoca y rece­lada, ha ampliado su vigencia de principio yanqui hasta los confines de la Tierra de Fuego.

Monroe pronuncia su declaración para ha­cer frente a las eventualidades provocadas Por la cuestión española. La intervención de la Santa Alianza ha acabado con el régimen liberal español. Inglaterra, que ha desapro­bado públicamente la intervención, ha con­sentido complacida y neutralmente en ella, dando en prenda las libertades españolas Para que luego la Santa Alianza le deje el campo libre en América, en las colonias recientemente emancipadas o que la aplica­ción completa del principio Iegitimista ha­bía puesto en peligro de incorporación a la Metrópoli, tan vergonzosamente legitimizada. En octubre de 1823, el ministro inglés de Relaciones Exteriores, sabía ya que la Santa Alianza no intentaría nada en América. En agosto había escrito al embajador yan­qui en Londres, sugiriéndole una declara­ción conjunta con los Estados Unidos para

oponerse a todo intento de restauración co­lonial española en América. La declaración de Monroe es del 2 de diciembre del mismo año.

“El sistema político de las potencias alia­das es esencialmente diferente del de Amé­rica. Nuestra sinceridad y las relaciones amistosas existentes entre los Estados Unidos y esas potencias nos obligan a declarar que consideramos cualquier intento por su parte de extender su sistema político a cualquier porción de este hemisferio como peligroso para nuestra paz y seguridad”. Y apuntando visiblemente contra una de esas potencias, Rusia, que pretendía derechos sobre la costa nordeste del Continente, la declaración se precisa en estos términos: “se considera lle­gada la ocasión para proclamar como un principio en el que están implicados los de­rechos e intereses de los Estados Unidos, que los continentes americanos, debido a la con­dición libre e independiente que han asumi­do y mantienen, no podrán ser considerados en adelante como objetos de futuras colo­nizaciones por parte de cualquier potencia europea”.

Era una manera, sin embargo, de disparar por alto, apuntando a Rusia, contra Ingla­terra. Porque este país que, en 1823, no se sentía con garbo para convertirse en "el Quijote de la libertad de los pueblos”, cuan­do tres años más tarde la Santa Alianza quiere repetir su hazaña intervencionista con Portugal, la impide porque ella pon­drían en peligro sus miras americanas. “Yo miré a las Indias y llamé a un Nuevo Mun­

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do para enderezar la balanza del Viejo” (Canning). La balanza cuyo equilibrio ha­bía roto la Santa Alianza. La balanza co­mercial.

La misma en que pesó sus palabras Mon- roe, pues como aclarará poco después el pre­sidente Adams "con la condición de inde­pendencia (de las naciones americanas) los Estados Unidos gozan el derecho de inter­cambio comercial con cualquier porción de sus posesiones. Tratar de establecer una co­lonia en esas posesiones equivaldría a usur­par, con exclusión de los demás, un intercam­bio comercial que era patrimonio común de todos”.

Con claridad de propósitos, pues, empie­za su carrera la doctrina de Monroe. In­glaterra favorece' la independencia de las colonias para asegurarse la “libertad de co­mercio”, el régimen de puerta abierta, que es la puerta grande por donde tiene que en­trar la máxima potencia mercantil que ha conocido el mundo. Estados Unidos piensa que casa con dos puertas mala es de guar­dar y toma todas las precauciones. Tantas que, a veces, tiene que dar explicaciones para aplacar los recelos de las naciones in­dependientes americanas tan generosamente monroizadas. Así, entre otros, el Presidente Roosevelt, en su mensaje presidencial de 1906: “En muchas partes de América del Sur existe un gran malentendido res­pecto a la actitud y propósitos de los Esta­dos Unidos con respecto a las demás repú­blicas americanas. Ha llegado a prevalecer la idea que nuestra afirmación de la doctrina de Monroe implica o lleva consigo una presunción de superioridad y un derecho de ejercer cierta clase de protectorado so­bre los países a cuyo territorio se aplica tal doctrina. Nada más lejos de la verdad”. Na­da más lejos de la verdad, efectivamente.

*

En la región celeste de las ideas la doctrina Monroe aparece revestida de pu­reza. Nada mejor para preservar la paz del mundo que cada pueblo se rija libre­mente por sí mismo. Nada de interven­ciones políticas. Lo curioso del caso es que a esta doctrina se haya llegado por el camino de la intervención en España. Pero la historia es dialéctica y con la ne­

gación de la negación se va, o se puede ir, a todas partes. Por eso Roosevelt, fresca todavía la guerra con España, pudo asegurar al mundo que la doctrina de Monroe “re­presenta sencillamente un paso, y un paso largo, para asegurar la paz universal ase­gurando la posibilidad de paz permanente en este hemisferio”. Pero lo primero que había que andar con ese paso largo era el camino de la concordancia continen­tal: que todas las repúblicas del Nuevo Mundo adoptaran la doctrina de Monroe, la política inspirada por ella. Wilson pre­tende unlversalizarla: “me propongo que las naciones adopten de común acuerdo la doc­trina del Presidente Monroe como detrina del mundo entero”. El propósito es muy ambicioso, pero el resultado no es pequeño. El artículo 21 del Pacto de la Sociedad de Naciones considera la doctrina de Monroe —doctrina pura y exclusivamente nortea­mericana, como repetidamente lo han decla­rado sus presidentes— un International en- gagement, un regional understanding para asegurar el mantenimiento de la paz. Aun­que no se trata más que de un amago, por­que esa referencia del Pacto a la doctrina de Monroe no puede revestirla de una efica­cia internacional que no tiene, la intención está bien vista, como la de Dios en la fábula del vasco náufrago y la rama.

*

La doctrina monroísta, ya wilsoneada, ins­pira la ley del embargo de armas. También en este caso hay un proceso curioso. La ley no prevé más que las guerras exteriores y, para aplicarla a la guerra de España, encuadrada en el marco no intervencionista, es menester ampliar el enunciado de la ley al caso de las contiendas civiles. En nom­bre del no intervencionismo monroísta, del pacifismo monroísta-wilsoniano, se refuerza el no intervencionsmo chamberleniano, es decir, se refuerza ¡a intervención en España. En 1823 los banqueros y mercaderes ingle­ses sacrifican alegremente a España con un antiquijotismo que, naturalmente, nada tie­ne de sanchopancesco. La potencia mercan­til que es la Gran Bretaña empieza a trazar su órbita ascendente guiada por Canning- ¡Abajo los prejuicios! Pero, como hemos dicho, junto a la puerta grande, Monroe

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araña una gatera. En 1936 las mismas gen­tes ingleses adineradas ya no son capaces de sacrificar sus prejuicios que, ahora, el ciclo cerrado, son prejuicios conservadores, más entrañablemente afincados que los pu­ramente doctrinarios. Pero lo extraordina­rio, esta vez, es que los Estados Unidos hayan jugado mano a mano con Inglaterra.

Explicar el por qué, requeriría poner de relieve la significación especialísima que en la historia universal humana correspon­de a la no intervención francoinglesa en la guerra española. No es el momento. Só­lo queríamos señalar la parte de responsabi­lidad que incumbe a los Estados Unidos en la situación amenazadora que, en estos mo­mentos, representa el fascismo para toda la América. Situación amenazadora a la que se hace frente con esta regionaliiación de la doctrina de Monroe que es, entre otras cosas, la Conferencia de la Habana. La raíz de esta nueva etapa del monroísmo, como la de la primera, estaría alimentada por el ca­dáver de la libertad española.

*

Los Estados iberoamericanos han venido marcando en recientes conferencias su vo­luntad de juego limpio. En la Conferencia de Consolidación de la Paz, reunida en Bue­nos Aires en 1936, todos los países de Amé­rica se comprometen a no intervenir directa ni indirectamente en los asuntos interiores o exteriores de los otros países y establecen el principio de consultas mutuas para el ca­so en que cualesquiera de ellos se encontrase en peligro de agresión. Frente al interven­cionismo y la protección se establece el prin­cipio de independencia y solidaridad de las naciones de América. En la Consulta de Panamá, afrontando ya el peligro de la Gue­rra Europea, se establece el principio de la mutua consulta para el caso de que alguna r?gión de América sujeta a la jurisdicción de cualquier Estado no americano hubie- ra de cambiar de soberanía. Frente a la doc­trina de Monroe, no como enunciado sino como cuerpo yivo de doctrina, se apunta ya d comienzo de una doctrina continental de solidaridad americana. Como somos, o que­remos ser, idealistas de verdad, es decir, 9ue consideramos un realismo pesimista y alerta como el mejor partero de las ideas.

tenemos que subrayar, en esta Conferencia de la Habana, los peligros que la inminen­cia de la amenaza exterior a que tiene que hacer frente toda la América, puede acen­tuar para hacer de aquélla el punto de arranque de una segunda etapa del monro­ísmo y no el alba de la doctrina continen­tal.

*

La doctrina de Monroe, con todo y ser una gatera, hizo posible por el juego alter­nado de Inglaterra y los Estados Unidos mantener, aunque fuera en simulacro, el difícil equilibrio de las libertades america­nas. En esta segunda etapa, de momento ofrece un dique al avance nazi. Sólo la in­minencia aparatosa del peligro ha podido forzar a las naciones americanas a aceptar efectivamente el brazo ejecutivo de los Es­tados Unidos para los casos de emergencia. Pero el recelo que a esas naciones les ha inculcado la vida práctica de la doctrina, aquellos protectorados de que hablaba Roo- sevelt, ¿no se verá agrandado para el ex­tremo de un posible protectorado norteame­ricano que se extienda a todo el Continente?

La Conferencia de La Habana, además de las medidas para evitar los cambios de so­beranía de las posesiones europeas en Amé­rica, adopta acuerdos de carácter económico y otros de carácter político contra activida­des subversivas. Los acuerdos de carácter económicos son un poco vagos; parece que había un proyecto de cartel, excesivamente protector, que ni pudo ser presentado. La protección verdadera, la que el fuerte debe al débil, en el terreno económico presenta gran­des dificultades. Norteamérica difícilmente puede absorber los excedentes sudameri­canos que la pérdida de los mercados eu­ropeos supone. No hay más que repasar las estadísticas. Además, el monopolio de absor­ción de estos excedentes equivale a entre­gar la economía sudamericana a la merced colonial de su buen vecino del Norte. ¿Dis­ponen los Estados Unidos, además del ca­pital, de la voluntad de industrializar la economía de los países iberoamericanos? Peligrosa arma de dos filos esta de la protec­ción económica con que se pretende conso­lidar el americanismo de América que geo­gráficamente redondean los acuerdos sobre

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los cambios de soberanía de las posesiones europeas.

También es de dos filos, y muy filosa, la que se trata de manejar contra las activi­dades subversivas. También existe aquí un recelo que tampoco disiparon las palabras del secretario Olney, cuando la cuestión de límites de Venezuela: la intervención en la política interior de los países americanos. Porque todos sabemos lo que fué el caballo de Troya. Pero en esto de la quinta columna nos parece, a los republicanos españoles, que existe cierta tendencia a escuchar las expli­caciones de los más insignes quintacolum­nistas. Ahí está ese Dies, con su comité famoso. Nosotros sabemos en qué columna estuvo durante la guerra de España. Tam­bién los mexicanos han sabido algo recien­temente. La quinta columna se ha retorcido salomónicamente, quiero decir, con sabidu­ría, a los propósitos de intervención en la política interior de los Estados. Esto está más claro que la doctrina de Monroe, la que, a pesar de todas las turbias vicisitudes de su larga vida, ha pretendido desde un principio vincular la seguridad de los países

D I S O N A N C I A

El jueves 25 de julio la policía cubana arrestaba al Dr. Genaro Artiles, ex-direc- tor de la Biblioteca Municipal de Madrid, internándolo en el equivalente cubano de Ellis Island. El embajador de Franco en La Habana había solicitado su extracción ba­sándose en que el Dr. Artiles era responsable de la desaparición de un libro de la parro­quia de Santa María. El ministro cubano de Relaciones Exteriores concedió la extra­dición. Según me dicen, el doctor Angel Campa, que es el nombre del ministro, es­tá muy deseoso de ir a España en calidad de embajador.

El doctor Artiles, cuando estalló la re­belión, fué nombrado por el gobierno, miem­bro de la Junta de Defensa del Tesoro Ar­tístico. Esta Junta, como es bien sabido, realizó un brillante trabajo. El mismo doc­tor Artiles transladó numerosos cuadros, archivos y otros objetos de valor de las iglesias, donde se hallaban en gran peligro,

americanos a sus instituciones democráticas, a la autodeterminación. Esta es la “gran tradición" de que se enorgullecen los nor­teamericanos. Pero en nombre de la “gran tradición” europea de la “no intervención” se nos ha hecho a nosotros lo que se nos ha hecho, en nombre, precisamente, de la autodeterminación. La tarea es ardua. Tie­nen que trabajar los del Norte, los del Sur y los del Centro. Sólo potentes movimientos populares podrán hacer de esta segunda etapa del monroísmo algo humanamente aceptable. Pensamos en la responsabilidad preeminente de las fuerzas populares nor­teamericanas, pero también tenemos puestas nuestras esperanzas en que los hijos de Es­paña de este lado del Atlántico recojan y desarrollen el espíritu rendido tan atrozmen­te por sus hermanos españoles. Contra los imperios encamisados, con camisa de fuer­za de cualquier color o a rayas, el imperio sin color de los pueblos libres, por el que trabajó Bolívar, en el que "la diferencia de origen y de colores perdería su influencia y poder”.

S C U B A N A S

a la Biblioteca Nacional. El párroco de la iglesia de Santa María ha descubierto ahora la desaparición de un libro de Visitas. Don Genaro Artiles abandonó Madrid en noviem­bre de 1936 para hacerse cargo del puesto de agregado comercial en Suiza, en repre­sentación de su gobierno. Ya no volvió más a España. El sábado 27 de julio, el doctor Artiles fué puesto en libertad por las auto­ridades cubanas después que su abogado de­fensor presentó la prueba documental de que era cubano de nacimiento, ya que es hijo de un español residente en Cuba des­de antes de 1900 y que no se inscribió en el Registro español que le hubiera ase­gurado la conservación de la nacionalidad española. Don Genaro Artiles está libre, pero el principio de que se han servido para detenerlo y para intentar reportarlo, & mantiene intacto.

(The Nation, New York, 10, Ag. 40.)

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E S P A Ñ A V I V A

(Fragmento)

Por Francisco GINER DE LOS RIOS.

Está muerta. ¡Miradla!(León Felipe)

MIRADLA, ¡no está muerta! Miradla en nuestra sangre, en el ritmo más hondo de las venas seguras.No hay nadie que la mate ni le siegue su ímpetu, su decidido sino de muerte y nacimiento.Los que luchamos siempre con su luz en l°s °Íos> los que sentimos grave su peso por los hombros clavándonos su angustia ya eterna por la frente, sabemos de su vida, de su anchura constante, de su fe limpia viva coma el agua soñada.Sabemos que su ansia ya no se calma nunca y que su sed revive por encima del cielo y que jamás se pierde.

Estamos, si, en el llanto, con la voz recogida sobre nuestra congoja y el recuerdo constante de aquel ancho martirio.Hemos perdido España. Miradla, si, perdida, lejana a nuestro aliento e imposible a las manos, pero viva en su muerte, en su larga agonia, gritando en sus heridas lo firme de su sangre.Nadie se acerque, aquí, al llanto que tenemos a esta perdida luz <7ue empuja nuestras lágrimas y nos tiene tronchados y solos en el mundo.

Pero aquí no lloramos la muerte inevitable, las sienes ya paradas y quietas para siempre.La memoria nos quema con la imagen de un pueblo sencillamente abierto a la muerie tremenda, dispuesto claramente a una lucha angustiosa, enraizado en la tierra que le entregó la vida para que la perdiese, sencillo y decidido.

Page 8: España Peregrina Año i num 7 agosto de 1940

Cuando en el pecho alienta levantado el recuerdo de una fe sostenida por millones de pechos, que no se dobló nunca y se entregaba siempre sin turbio regateo, con la mirada limpia, no es posible creer en la muerte de un pueblo, en que su se pierda para siempre en la noche y no cante su claro mensaje a la mañana.Y si nos gritan esto con ojos encendidos

voces nobles y abiertas que entregaron su fuerza a la causa de España, se mueve nueslra angustia y su viento menea el árbol de la sangre para gritar al mundo la verdad que tenemos.España no se ha muerto. La vivimos nosotros.En nosotros alienta con su más noble grito y su fe se mantiene ahondándose en los pechos, buscando sus raíces en el ímpetu hondo que lo guardamos siempre desde nuestra derrota.

Miradla, no está muerta. Su dolor no se ha muerto, y nos muestra el camino que busca la conciencia. Nada luce en nosotros si no es su viva luí que es la constante espuela de nuestro pecho abierto. Nos buscamos en ella, en ella nos perdemos.No queremos salvarnos de su peso y su angustia y sólo importa un cielo que espera con la muerte reservada a nosotros para que España viva.Los senderos del mundo, su tiniebla de ahora, están llenos de España, y si no los llenamos con esta limpia fe que empujó en nuestra sangre, que ha encarnado en nosotros el sentir un destino. Sobre el hueso y la sangre, en el alma y los ojos,¡cómo pesas, España, cómo lanías y enciendes!No está muerta quien late en la vena más honda, quien levanta la angustia y nos cubre los cielos, la que entrega alegría al sentir el esfuerio renovando su acento, traspasando la sangre, quien llena de esperania y sujeta y liberta por lograr su figura y por besar sus sienes.¡Miradla, no está muerta! Con su aliento y por ella, su vida en nuestra vida, pedimos nuestra muerte.

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E S P A Ñ A Y L A C R

La Humanidad se ha esforzado durante largo tiempo por encontrar un modo de vida que sustituyera al viejo feudalismo. Toda la historia de los últimos quinientos años se explica por este movimiento del hombre hacia la democracia, y el llamado Mundo Occidental encuentra su sentido en la lucha común por la libertad.

Un islote democrático en un antiguo mar de absolutismo, tal ha sido la esencia his­tórica del cristianismo que dió origen al Mundo Occidental. Aunque pervertida pa­ra usos antidemocráticos, en cada edad, por las capas superiores de la sociedad, la idea cristiana es en sí misma revolucionaria y el destino del hombre occidental ha con­sistido siempre en buscar el cumplimiento de los ideales cristianos o de la libertad.

El fascismo hitleriano ataca con precisión demoníaca el problema radical de la his­toria occidental, al proclamarse enemigo de la idea cristiana. Aunque de momento se dé por sátisfecho con un movimiento re­gresivo hacia el estado de la Europa ante­rior a la Reforma, no querrá, ni podrá, olvidar que su enemigo de verdad es el mensaje evangélico que dió el sentido de individualidad a los esclavos y a los sier­vos del Mundo Antiguo. Como el propósito del fascismo radica en la restauración de ^e mundo antiguo, tratará de desarraigar de cualquier modo la idea cristiana, y la destrucción de la democracia europea que data de la Revolución Francesa y de la Re­forma protestante, no tiene más que una significación preliminar en esa marcha.

El fascismo demoníaco cierra un pacto c°n el clericalismo también demoníaco en el propósito de llevar a cabo la destrucción

la democracia. El clericalismo católico, que busca un retorno al feudalismo anti­democrático de la Edad Media, sin des­truir el armazón formal de la religión, no reconocerá la verdadera naturaleza de su Miado. Pero acontecimientos que escapan

I S I S D E L H O M B R E

Por David LORD.

al poder de la clerecía fuerzan a ésta a una alianza con su enemigo más peligroso.

El catolicismo es la religión del feuda­lismo y los últimos cinco siglos de la his­toria europea parecen probar que nunca podrá ser otra cosa. Si Europa desemboca en una genuina democracia la Iglesia cató­lica desaparecerá en una nueva Reforma, pero si el fascismo triunfa en su intento de implantar un nuevo sistema feudal en Europa, el catolicismo se convertirá en un. adjunto, muy odiado pero muy influyente, de muchos gobiernos europeos.

No quiere esto decir que la idea cristia­na recibirá apoyo del catolicismo bajo un nuevo sistema feudal de Europa. De hecho: la función del catolicismo en la nueva com­posición consistirá en estrangular la idea democrática o cristiana como trató de ha­cerlo en el norte de Europa, durante la Re­forma, y como lo acaba de hacer ahora en España.

El cristianismo se desarrolla lógicamente en socialismo y ésta es la forma que ha tomado en el Mundo Moderno. La jerar­quía católica, dándose cuenta de este hecho y opuesta al socialismo en cualquier forma, se hace definitivamente anticristiana en su esfuerzo por contener la marea de la evo­lución humana.

Para comprender las fuerzas que traba­jan en el mundo moderno, no debemos per­der de vista el hecho de que el frente anticristiano se compone, en gran escala, de representantes de la religión oficial, jus­tamente como el frente antiproletario enr cuentra sus más leales partidarios entre los líderes sindicales. En épocas de crisis como la nuestra, la oblicuidad moral del hombre se manifiesta en toda la línea. Es en épo­cas tales cuando los caudillos —los gran­des caudillos religiosos, los políticos y otros— se nos muestran como simples em­baucadores, como hombres que cuidan más de mantener su posición y sus bienes

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que la civilización cuyo amor proclaman.Hasta ahora el hombre ha fracasado rui­

dosamente en su intento de convertirse en un sér moral. Todas las civilizaciones pa­sadas han fracasado, porque el hombre, en conjunto, nunca ha poseído moralidad bas­tante como para convertirla en realidad. No hay sistema de sociedad que pueda per­durar si se basa en la injusticia y en la falsedad. Y como todas las civilizaciones del hombre han sido instrumentos de una represión organizada, todas han terminado de la misma desastrosa manera.

Lo mismo que la historia del hombre nos revela su constante fracaso para obser­var un código de moralidad superior a la fuerza bruta, también nos muestra su prác­tica acabada de este otro código. En otras palabras, la historia del hombre nos le muestra como un hipócrita sin escrúpulo y los ropajes brillantes de cada civilización no han sido más que el disfraz de esta hipocresía. Así, en nuestra época, el cato­licismo se convierte en la máscara del anti­cristianismo, y el gobierno democrático en la máscara de la antidemocracia, y la ci­vilización cristiana en la máscara del ham­bre, de la muerte y la represión organizada.

No encubren estas palabras un cinismo destemplado, ni un deseo de escandalizar. Se hace esta afirmación porque la acción de la Europa cristiana en la guerra civil española nos ha mostrado con claridad me­ridiana la verdadera naturaleza del mundo en que vivimos.

Si ahora el mundo mira con indiferencia el bombardeo de mujeres y niños en Fran­cia y en Inglaterra, es porque ayer los lí­beres religiosos y políticos de la Europa •democrática dijeron al mundo que el bom­bardeo de mujeres y niños en España era un acto necesario de civilización. Si hoy •día el mundo ve con indiferencia las pers­pectivas del hambre en Europa durante el próximo invierno, es porque recuerda el hambre impuesta a España por los caudi­llos del mundo cristiano. Y si hoy día las gentes perciben con indiferencia la destruc­ción de la civilización europea, es porque han visto ya la destrucción de otras civili­zaciones por la Europa cristiana. Han vis­to la destrucción v el sojuzgamiento de España per las hordas mercenarias del fas­

cismo y se han convencido —éste es un hecho histórico que explica entre otras co­sas la incapacidad del pueblo francés para defender su país—- de la colaboración exis­tente entre los líderes de la Europa cristia­na y democrática y los caudillos de la Euro­pa fascista antidemocrática y anticristiana.

Europa no se defiende porque no tiene qué defender. La guerra de Europa fué per­dida en España porque España era la úni­ca defensora del ideal cristiano en Europa. Hitler se dió cuenta de esto, y lo mismo Mussolini. La jerarquía católica se dió cuen­ta también y lo mismo ocurrió con los lí­deres de la Europa democrática.

La derrota de España fué la derrota mo­ral de Europa, del Mundo Occidental, del Mundo cristiano. Por esto el mundo fascis­ta, ahora, se encamina cautelosamente ha­cia la destrucción física y hacia la domina­ción de los restos de la civilización cristiana: porque sabe que la degradación moral que representa la traición a España es un peso demasiado grande para cualquier civiliza­ción. Todo aquello en que creía el Mundo Occidental se ha convertido en escarnio porque la civilización que vendió su alma por treinta dineros y crucificó a su Dios e hizo mofa de él, no puede ya reclamar nin­guna fe digna de este nombre.

La crisis española fué crucial y final. En mayor medida que cualquier otra conocida hasta ahora, marca los límites entre dos mundos —el mundo muerto del viejo hom­bre cristiano, occidental, y el mundo nuevo del futuro.

¿Cuál será este mundo del futuro? ¿Con­sistirá en un retorno al mundo de los Cé­sares, un mundo en el que el hombre ha perdido toda traza de su individualidad y de su libertad y se convierte de nuevo en siervo, un siervo mucho más degradado que el esclavo del pasado? ¿O veremos un mun­do democrático, un mundo cristiano, un mundo fundado sobre las ruinas del fas­cismo y sus corrompidos heraldos demo­cráticos?

Si el hombre, en este momento de su des­arrollo, es empujado hacia atrás y sumido en la servidumbre, el hecho puede muy bien señalar el comienzo del fin. Si, con todas las cosas por las que ha luchado en la his­toria. con la meta al alcance de la mano,

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el hombre fracasa, al fin, por insuficiencia de inteligencia o de moralidad, entonces no habrá merecido convertirse en una especie superior y su caída en la sima del olvido será un fin digno de una criatura tan cruel, tan torcida y tan cobarde como él. Si el hombre conquista la verdad únicamente para enmascarar su astucia, bajamente ani­mal, como han hecho la Iglesia católica y el mundo democrático, durante la guerra de España; si llega a dominar los secre­tos de la naturaleza solamente con el obje­to de emplear este conocimiento para impo­ner un régimen de hambre y de terror sangriento sobre los pobres y los humildes; si el único tipo de gobierno que puede lle­gar a desarrollar es ese en que millones padecen hambre en medio de la abundan­cia y en el que la recompensa mayor es para las dotes de voracidad y egoísmo y el mayor castigo para la posesión de las llamadas virtudes cristianas o humanas icomo ha sucedido en España en los úl­timos años), entonces está muy bien que el experimento del hombre encuentre su fin y que el planeta vuelva a las condicio­nes inocentes de la vida animal que cono­ció antes de la llegada de la especie hu­mana.

Por esta razón podemos hablar de una crisis del hombre. El hombre procede del mundo animal y la civilización del hombre, como hemos visto, ha permanecido, en efec­to, como una parte del mundo animal. Pe­ro algunos ejemplos, aislados, de hombres y algunos períodos aislados de la historia humana (Cristo, la guerra civil española), Parecen probar que el hombre, aunque ani­mal en su origen, tiene en su poder la crea­ción y el logro de la divinidad. El sueño del hombre —y toda fe en el progreso humano, en la benevolencia, en la justicia, en la verdad, en la belleza, en la civiliza­ción. es parte de este sueño— se ha basado Sempre en la fe en el destino divino del hombre.

Con la divinidad a su alcance, con el sueño del hombre próximo a realizarse, i retrocederá éste a la vieja animalidad ca­rente de esperanza, sueño, amor o visión de lo divino?

iQué será, entonces, el mundo del futu­ro? Una cosa es segura, que no será fácil

el tránsito del mundo presente a un orden de existencia más elevado. Una civilización que ha podido perpetrar el crimen de Es­paña tiene que andar largo trecho antes de poder justificar la presencia del hom­bre en la tierra.

Lo mismo que la guerra civil española nos hizo vislumbrar los comienzos, los pri­meros inicios limpios de una conciencia universal (los voluntarios extranjeros, los defensores de España en todos los países), reveló también, descarnadamente, la honda falsía y depravación, la artería baja, egoís­ta, bestial, que inspira en todos sus pliegues a la llamada civilización cristiana. Una ci­vilización capaz del crimen de España, es capaz de todos los crímenes. La guerra ci­vil española es un espejo que muestra al hombre el valor real de todas sus creencias, virtudes y yalores, religiosos u otros. Como una luz cegadora en medio de profunda os­curidad destaca densamente las crueles ha­zañas que encubren las buenas palabras de los hombres, la mentira que acecha tras su proclamada admiración por la verdad, la tea, el puñal y la garra que se disimulan bajo las vestiduras de Cristo.

Es bueno que el hombre se vea como es. Es bueno que la limpia brutalidad del ani­mal reemplace a la hipocresía y al engaño y que, por un momento por lo menos, el hombre sea asesinado en nombre del cri­men y no en nombre de Dios, los niños muertos de hambre en nombre de la cruel­dad y no en el de Cristo, los países devas­tados en nombre del robo y la rapiña y no de la civilización cristiana.

Del crimen sangriento de España ha sa­lido el baño sangriento de la actual guerra. La muerte de ahora se junta con la pasada y la civilización de Europa, magníficamente prostituida, es llevada también al foso de la muerte.

La tragedia de España ha sido la tra­gedia del género humano. Si la humani­dad no puede establecer una civilización basada en la verdad y en la benevolencia, entonces está condenada. Si el sueño del hombre ha de terminar siempre con una repetición de la pesadilla española, enton­ces es mejor que el hombre deje de soñar. Y si sus esperanzas por un mundo mejor no nos han de traer más que polvo y ceni­

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za, entonces es mejor que pierda todas las esperanzas.

La crisis actual enfrenta todas las espe­ranzas y todos los sueños del hombre con­tra toda la oscura herencia de sangre y avidez de la raza humana. En una hora de crisis semejante, Cristo reveló al viejo mun­do pagano algo que no podría ser des­

truido por los poderes demoníacos de la vida. Hoy, de manera parecida, España, la nación-Cristo, prueba al mundo moder­no que el hombre no ha renunciado a la lucha por una vida mejor, que no ha aban­donado su fe en el destino humano de su especie.

P R E S E N C I A D E L F U T U R O

Por Juan LARREA.

La verdadera libertad es necesidad comprendida.

HEGEL.

Tan evidente, tan inequívoca —por ra­zón de magnitud— es la naturaleza mu- tativa de los acontecimientos que desde hace cuatro años padece Europa y hoy asumen fragor de cataclismo que fuera iló­gico no admitir que nos hallamos viviendo horas decisivas en la vertebración de los tiempos, que sobre las espaldas vivas de la humanidad paciente se está grabando la frontera de trazado fulmíneo que separa entre sí dos épocas o períodos históricos.

Dentro de un siglo bastará al contem­plador abrir los ojos para percibir el alcance y exacta perspectiva de estos días actuales. Tal consideración no soluciona, sin embargo, ninguno de nuestros proble­mas. Porque somos nosotros con nuestros conocimientos y no el contemplador veni­dero con el suyo, los llamados a interve­nir consciente o inconscientemente, de ma­nera activa o de manera pasiva, en el desarrollo de este proceso cuyo sentido no se subordina al dictado de un hombre, ni de un grupo de hombres —siempre ins­trumentos—, sino a un complejo de reali­dades de muy diversa índole y categoría, muchas de las cuales, y desde luego su determinante unitario, escapan al arbitrio de •la voluntad humana. Y lo que hay en noso­tros de aspiración a la conciencia, de ansia de libertad —que al fin y al cabo es lo mis­mo— reclama imperiosamente una explica­ción plausible, el fruto de una cerebración imaginativa que, lograda la abstracción

del tiempo, nos proporcione un ángulo de visión parecido al del contemplador futuro, facilitándonos en modo hipotético una idea objetiva sobre el contenido de esta hora para ingerir nuestra acción de manera po­sitiva y eficaz en la trama de causas y efec­tos; es decir, nos invita a construir una hipó­tesis de trabajo sobre la que, si no nos place dejamos arrastrar por los impulsos instintivos, podamos embarcamos con cuer­po y bienes hacia el mundo vislumbrado del porvenir a la manera como el investigador científico orienta sus estudios experimentales según ese mismo fecundo método para ir desarrollando, de menos o más, el proceso de asimilación consciente de! medio en que transcurre nuestra vida.

No es otro el propósito de este artículo: encajar a grandes rasgos, como en un mapa mental, los diversos componentes de una hipótesis de interpretación de los sucesos actuales, hipótesis basada no en un sistema abstracto de realidades económicas, sociales o políticas, sino en un orden concretamente vivo, poético, en la inteligencia de que la comprensión de la realidad en su aspecto unitario exige una videncia imaginativa por ser esta la única facultad que se conforma a la naturaleza creadora del proceso vital que se supone cognoscible. Lo real abso­luto es la poesía, a su modo sostenía ya Novalis.

Si la economía con el cuadro subjetivo de instintos correspondientes, desempeña un papel de suma importancia en la evolución de la sociedad humana y, por tanto, de la historia, no es dudoso que la geografía, la constitución física del planeta y la dis­

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tribución relativa de los grupos humanos —al modo como la configuración y el des­nivel de las tierras y no su feracidad rela­tiva, la cual no es causa sino efecto, deter­minan el cauce y los meandros del r í o - determina en gran parte la trayectoria precisa del fenómeno histórico. Razones geográficas, sobre todo, en íntima cola­boración con un sistema de realidades subjetivas, han presidido al desplazamiento de las sociedades civilizadas siguiendo la ruta solar de Este a Oeste. Del Asia, superiormen­te poblada, la civilización pasó a Grecia, de Grecia a Roma. Con anterioridad al des­cubrimiento de América, más bien como con­dición previa acordada poéticamente al rebasamiento del vaso mediterráneo, el cen­tro de gravedad de Europa se inclina a fines de la Edad Media hacia el litoral atlántico. Así es como, por ejemplo, España domina­da por Roma cuando el Mediterráneo era la órbita del mundo, vuelve las tornas y se apodera por medio de los reyes aragone­ses de los reinos de Cerdeña, Nápoles y Si­cilia. El acento político ha cambiado, sin duda, de paraje.

Rebasada la cuenca mediterránea, descu­bierto el Nuevo Continente, reconocida la redondez de la Tierra, en Europa, sede de la civilización, el centro de gravedad con­tinental debía recostarse por fuerza lógica en la orilla oceánica, atraído gravitatoria- mente por la masa de los nuevos territorios. Así fué en efecto. Comienza entonces la épo­ca de los imperios universales o, mejor dicho, de la universalización de las entidades nacionales europeas. La estructura politico­económica a que todas ellas se conforman es de un tipo tentacular. A él se atienen tanto el bloqueo europeo en su totalidad como cada una de sus naciones que se des­pliegan sobre el mundo: España, Portugal, Inglaterra... Su esquema constitutivo os­tenta un foco o cuerpo central que estira múltiples brazos por el orbe hasta los últi­mos confines.

Cuando el gran imperio español, construi­do con arreglo a principios históricos pronto sobrepasados por las circunstancias, cono- ció la decadencia y luego el desmoronamien­to su sucesión pasó a la nación insular situada en el extremo occidente de Europa y aquella en que. al mismo tiempo, la téc­

nica fué adquiriendo un desarrollo más eficiente y vasto. De este modo prosperó el imperio inglés y a su sombra, en cuerpo de satélites, todas las naciones atlánticas formando una cadena ganglionar y conti­nua: Dinamarca, Alemania, Holanda, Bél­gica, Francia, Portugal, cuyos navios, al surcar los océanos, tienden los tentáculos que, sorbiendo jugos remotos, alimentan el tronco de Europa que así proyecta su sobe­ranía por casi todo el mundo.

Cierto es que América, el nuevo conti­nente, producto natural de Europa a través principalmente de los dos grandes imperios español y británico, ha ido prosperando pro­

tegido por la barrera marítima, ha ido creciendo discretamente, como crecen los hi­jos, para acabar por manumitirse y procla­mar su independencia.

Esta estructura tentacular, económicamen­te de orden capitalista, centralizado^ no co­rresponde en realidad a un universalismo auténtico, sino al pluralismo de un sistema local que empieza a sentir la influencia de la universalidad, que hacia ella tiende en un movimiento expansivo del que parti­cipa en mayor o menor grado cuanto co­rresponde a ese ciclo histórico que hoy nos conduce a sus verdaderos umbrales. Lo particular, en la voluntad de los hombres, predomina sobre lo universal, aspira a su­plantarlo. De ahí provienen las rivalidades violentas de los pueblos que se disputan la posesión del universo con el que cada uno pretende indentificarse, al modo como los machos se disputan la posesión de la hembra. Las naciones, impulsadas por sus ciegos, irreprimibles egoísmos, no buscan lo univer­sal en sí sino en mí, en el aspecto particular y sujetivo, aunque no pueda dudarse de que precisamente de este modo, contra las inmediatas aspiraciones conscientes de cada una de las partes, es como el todo universal va abriéndose camino, va gestando tranquila­mente en la entraña de las cosas su eclosión futura. Es decir, se trata de una etapa inter­media, equidistante entre el nacionalismo elemental, contraído material y moralmente a sus estrechas fronteras, y el universalismo efectivo, etapa de contextura dualista en la que, por la ausencia inmediata de lo uni­versal que con la libertad ha de traer la paz para todos los componentes del sistema,

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impera ia tuerza como principio supremo, la razón particular de predominio, propia de aquellos organismos en los que cada uno de sus factores se afirma de un modo absoluto en vez de negarse en el todo.

Más allá de la trama compleja y cega­dora de las apariencias, la esencia univer­sal es, sin embargo, lo único que en reali­dad trabaja. Parece inevitable que el anuncio de su advenimiento coincida con la trans­formación de esos organismos tentaculares, empezando por el de Europa misma. Si la geografía es una realidad determinante del trazado de la historia, no es dudoso que, como consecuencia del desarrollo natural de los pueblos lejanos y de la interven­ción de los obstáculos físicos, debe ser que­brantada esa estructura extracontinental, rotos los vínculos que unían a los continen­tes como sucedió antaño en lo físico, si hemos de dar crédito a las teorías de Wegener, para que cada bloque telúrico, cada terri­torio, contenga dentro de sí su razón parti­cular de ser, su centro de gravedad, su luz y su vida propias, completas e independien­tes aunque coordinadas con la de los res­tantes. Y es natural que ese dia, desapare­cida la atracción exterior que vertía la vida europea hacia la orilla atlántica, la capita­lidad de ese continente refluya hacia su centro, recobrando su primitivo y natural equilibrio.

¿Es esto acaso lo que estamos contem­plando?

Ciertamente, la palanca de fuerza —eje Berlín Roma— se apoya hoy en el centro del continente europeo. Dinamarca, Holan­da, Bélgica Francia, naciones oceánicas, dan sido ya victimadas por Alemania. He­rido su centro vital, pronto o tarde sus po­sesiones remotas han de caer en poder del bloque terráqueo a que geográficamente pertenecen. España, después de siglos de in­troversión se ha vuelto de espaldas al Océa­no, al universo, para entregarse al obsoluto mediterráneo, a Roma, por consiguiente, que es su centro, ciudad que recobra al con­traerse el continente, su situación privilegia­da para dominar, por centrifugación sobre aquel ámbito. Quedan Portugal e Inglaterra, la sede del Imperio británico contra el que se dirige hoy el ciclón de acero cuyo tor­bellino central nutre su foco en Alemania.

Y todo hace sospechar que la dislocación de ese Imperio, nudo y puntal de los sistemas tentaculares, está quizá no muy remota. Cuando suena la hora de descomposición para los grandes imperios, la historia produ­ce por un lado su decadencia y por otro hace entrar en escena las bárbaras fuerzas elementales.

¿Universalismo? Por lo menos cumpli­miento de una etapa en el camino de la universalización durante la cual se forman grandes unidades continentales que, si no suprimen por completo el tipo de civiliza­ción tentacular, sí modifican su alcance, re­duciéndolo a los territorios comarcanos. De este modo Europa parece estar llamada a verterse en tromba sobre el Africa. El des­nivel cultural y económico entre ambos he- micontinentes es demasiado profundo y entre sí se acoplan en forma polarizada demasia­do perfecta para que puedan eludir esta maquinación del destino. El crecimiento de delirios imperiales, característico de la época de celo de las naciones ¿no corresponde y preludia a la función histórica que se aproxima?

*

Consideración aparte reclama por su ex­trema significación lo ocurrido en España, país prendido entre los dos mares, el Océano y el Mediterráneo. Por ello precisamente, por hallarse atravesado su territorio por la línea ideal que divide los dos continentes europeo y americano que se divorcian, por ser el lugar donde se traban compleja­mente las suturas, estaba condenada a su­frir un proceso disgregatorio tan singular­mente grave como laborioso. Tiraban de ella, por una parte, las fuerzas europeas de resaca que arrastran la vida de la periferia al centro del continente. Por otra, triunfa­ban políticamente en la península las aspi­raciones populares, el movimiento espiritual hacia la universalidad verdadera, hacia aquello que la presencia del Océano lleva metafóricamente consigo. El desgarrón era inevitable, porque el momento histórico imponía la separación de los dos elementos

, que integraban el compuesto nacional. El cuerpo y el espíritu, la geografía y las as­piraciones conscientes del pueblo español se hallaban en contradictoria pugna. El resul­

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tado fué que la intervención de las naciones representantes de la fuerza bruta, aquellas en cuyo territorio se sitúa el centro de gra­vedad de Europa —Alemania e Italia—, contra la voluntad del pueblo español, y al cabo de dos años y medio de cruenta lucha, lograron sojuzgar a España orbitándola dentro del sistema de sus intereses.

Mucho insisten los definidores intelec­tuales del régimen franquista sobre la ac­tualidad peninsular del medioevo. Se han aducido numerosas razones de muy diverso estilo para demostrarlo. Fué una presun­tuosa ilusión de óptica histórica, afirman, suponer que el descubrimiento de América cancelaba el período antiguo y abría una nueva edad, la Moderna. La Edad Media sigue presentando para ellos en estos tiem­pos —se comprende— una vigencia inmar­cesible. Los Reyes Católicos cuyo escudo se ha desenterrado para ponerlo al frente de lo que llaman nueva España, acaparan la actualidad. Su consigna suprema, el testa­mento de Isabel, en que recomienda la ex­pansión española hacia el Africa, es algo así como la carta espiritual del Estado vic­torioso. No hay duda de que por medio de un movimiento forzado de regresión se ha cerrado el ciclo: Decíamos ayer.. .

Sí, para la península ibérica se ha ce­rrado el ciclo que abrió el descubrimiento de América, verdadera desviación circuns­tancial impuesta al destino español por las exigencias universales del Nuevo Mundo. Los instintos de dominio, de imposición de fuerza, con su cortejo de tenebrosas pasiones típicamente medievales y su mentalidad in­quisitorial, se desarrollan en la actualidad a expensas de toda otra consideración de orden espiritual más perfeccionado. Basta hojear cualquier periódico español para comprobar que el verbo, el lenguaje, ha cam­biado en España sometiéndose a una ideolo­gía visiblemente extranjera. El Imperio Romano la ha sorbido el seso. La letra mor­tífera del catolicismo propio de aquello que Por no tener más salida que la muerte reda- nía, para compensar el equilibrio, la creen­cia en una vida de ultratumba, establece su férreo absoluto sobre sus cerebros y costum- bres. ¿Qué significa todo ello? Significa, Parece evidente, que el ciclo se ha cerrado.

El Africa donde de modo sintomático se inició la rebelión franquista, el Africa de Isabel, desairada, pospuesta en el siglo XV cuando atraía la expansión civilizadora, está llamando a los sentidos de Europa y en particular de España, mientras la América de su alma, sublimación espiritual de las ansias de universalidad que durante siglos animaron sus empeños, ha perdido en el des­tino español su realidad operante, ha roto sus ligaduras. Es inútil que el franquismo contemple a América con mal disimulada concupiscencia haciendo a veces las protes­tas de afición platónica propias de todo aquel que para satisfacer sus torpezas no tiene más camino que abusar, ateniéndose a la técnica perfeccionada por Hitler, de la credulidad del objeto deseado.. . La absolu­ta independencia de América, realizada en diversas, etapas, se está consumando defini­tivamente. Fernando VII, pérdida de las colonias, atentado contra la demdcracia... Hacia América, hacia el Nuevo Mundo, ha sido empujado, en cambio, el otro elemento componente de España, por corresponder a su naturaleza profunda: lo aparentemente vencido en la guerra civil, todo ello dentro de un proceso histórico y poético de la más estricta coherencia. Tal conjunto de datos nos permite imaginar que así como el tras­lado de la capital española al centro mismo de la península en tiempos de Felipe II coincidió con el principio de la decadencia nacional, que desde entonces no há cesado de agravarse, el desplazamiento del acento europeo al centro de Europa —eje Roma- Berlín— coincide actualmente con la pérdi­da del predominio universal de ese continen­te que tiende a convertirse en una potencia regional poseída por el espíritu retrógrado de la fuerza y con tareas muy concretas en que aplicarla. Mientras tanto, en el serpen­tín de un proceso de diferenciación se ha desprendido de Europa y de España la esencia universal en su validez consciente para ir a refugiarse en América, país de la libertad, vanguardia histórica de la especie hacia los espacios espirituales y materiales del futuro.

Este último extremo constituye la clave de bóveda de la presente hipótesis. La ro­tura de equilibrio de fuerzas coloca al con­

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tinente americano en situación tan privile­giada que fácilmente puede presumirse que así como el conflicto del 14-18 produjo el nacimiento de la U. R. S. S., todo parece conjurarse en estos bélicos días para favo­recer el rápido engrandecimiento de Améri­ca llamada a liberarse en la actual coyun­tura de la tutela de sistemas pretéritos. Has­ta el día de hoy, por hondos que fueran sus anhelos de diferenciación, continuaba sien­do en realidad tributaria del continente eu­ropeo, verdadero centro civilizado del mun­do. Todo ello pertenece, puede decirse, al pasado. Zozobrante Europa en la más afren­tosa degradación moral, desenmascarada la miseria de su último contenido, su incapaci­dad de resolver pacíficamente sus infinitas contradicciones, su bárbara deificación de la fuerza, América se ve obligada a diferenciar­se de esa ciénaga de monstruosas traiciones y egoísmos, a enfrentarse quieras que no con las exigencias hereditarias de su destino. Si­guiendo la ruta solar, una vez más la civi­lización progresa hacia el oeste. El porvenir de la vida en el planeta Tierra impone a América un presente lleno de urgencias dra­máticas, de esperanzas sin límites, de vehe­mencias incontenibles. Como en un espejo la historia actual presenta a sus ojos la imagen de cómo una sociedad civilizada de­be no ser, hasta que por la colaboración de los hombres de buena voluntad empiece a vislumbrarse concreta, positivamente, la ver­dadera esencia de la realidad. Porque Amé­rica está llamada a ser lo que no pudo ser Europa: el continente de la libertad, de la paz, de la conciencia, es decir, el lugar don­de logre ser superado, por fin, ese mundo aborrecible para todo aquel que aspira al desarrollo que la especie promete desde tiem­po inmemorial a la sensibilidad y a la inteligencia del ser humano.

No es ningún azar, si bien se mira, que los defensores de la libertad popular en tie­rras de España, escarnecidos por los innu­merables traidores de Europa y por los que participan de su estado de espíritu en Amé­rica, los aspirantes a la creación de un mun­do mejor para su pueblo y para los hombres todos, hayamos sido acogidos aquí en este suelo de promisión desde donde al correr de los tiempos volverá hacia nuestro solar na­tivo el fruto de nuestra semilla. Aquí está

—y sólo aquí— nuestra patria espiritual de españoles que la historia ha unlversalizado. Aquí es donde estamos llamados a realizar la misión suprema del destino español, en representación tácita de los hermanos nues­tros amordazados, perseguidos, en España, y en colaboración con nuestros hermanos de origen y de humanas aspiraciones, los ame­ricanos. Dada la complejidad del mecanismo histórico aquí — y sólo aquí— parece que nos es dado actuar a favor de cuanto el pueblo español defendió en el suelo patrio.

No es esta la ocasión de discutir la for­ma cómo esa aparente necesidad histórica puede ser lograda. Bástenos saber que en principio debe abarcar por igual el aspecto material y el aspecto espiritual de la exis­tencia, términos completamentarios de nues­tra plenitud específica, único modo de que se opere por completo la redención del cuer­po y la redención del espíritu. Porque no sólo de pan vive el hombre sino de la pala­bra de Dios, es decir, de los valores universa­les del espíritu que pueden satisfacer su racionalidad, válores bestialmente olvidados hoy por quienes empeñados en un proceso de ciega trasformación histórica no tienen ha­cia sus semejantes ni hacia la humanidad ni hacia su justicia el menor respeto. Ins­trumentos de sus delirios de ambición, fuera de sí, fuera del hombre, no vacilan en supe­ditar su vida a la de los artefactos destruc­tores, servirles de médula viva, hacer posi­bles los grandes monstruos anunciados para el fin de todos los mundos.

La creación continúa. Una edad se cie­rra, otra se abre. En aquélla, el destino del más fuerte es destruir, avasallar al mas débil puesto que no existe más verdad que la de la fuerza. En ésta, el fuerte lo es para ayudar en parte al que lo es menos, para facilitar su desarrollo en gloria y provecho de todos y de su realidad colectiva. Y las promesas grabadas en el dintel de este nuevo mundo son de tal naturaleza que por encima de los rugidos de los motores y de la dina­mita. verdaderos protagonistas de estas ho­ras atroces, debe sobresalir el grito de triun­fo y libertad, penetrante como el de la parturienta que se desgarra, de aquellos en quienes el hombre espiritual, proyección de! universo, se alza en su conciencia de ser sobre todas las otras cosas.

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L A B I B L I O G R A F I A H I S P A N I C A

Bien dice el refrán, que “no hay mal que por bien no venga”. Y por eso, de acuerdo con uno de los fines principales de la Junta de Cultura Española y de “España Peregri­na”, hemos de esforzarnos los emigrados es­pañoles en señalar y desarrollar aquellos bienes que puedan venir de este gran mal de nuestro destierro de España.

Y acaso uno de los mayores sea el hacer que tantos distinguidos intelectuales espa­ñoles puedan adquirir una visión clara de los problemas hispanoamericanos. ¡Cuánta confusión en ese terreno! ¡Operetescas fiestas de la Raza; vergonzante hispano­americanismo oficial; “latinoamericanismo” franco-italiano; empresas radicadas en Ham- burgo o en Berlín; panamericanismo dema­siado frecuentemente inspirado en Wall- Street; meridianos hispánicos, y tantos otros espantables y vacíos esperpentos! ¡Y sin embargo, qué fácil es entenderse, sobre la base de la lealtad y de la buena fe!

Por lo que se refiere a España, y al lado de otras causas menos limpias, habre­mos de confesar que con frecuencia venia el confusionismo de no poca ignorancia de los problemas hispanoamericanos. Por eso digo que la presencia de un gran número de intelectuales españoles en América no podrá menos de ofrecerles una ocasión mag­nífica para que se forme una idea clara de lo que representa el Mundo Hispánico.

La República hubiera podido en España aclarar el ambiente y plantear las relacio­nes entre los países de lengua española en su verdadero terreno, sobre una base de igualdad y de mutua comprensión. Por desgracia en la actualidad, el tristemente famoso “Imperio”, que más bien habríamos de llamar “Impero", de su verdadero nom­bre, ha venido a agravar la confusión.

Los intelectuales españoles emigrados en América debemos estudiar esos problemas, cada uno en el terreno que profesionalmen­te nos es propio, y prepararnos para ayudar

Por Juan VICENS.

a solucionarlo en un porvenir próximo. Porque no hay que olvidar que, para los republicanos españoles, el porvenir es infi­nitamente más interesante que el pasado inmediato. Aquellos que se encastillan en el recuerdo de la lucha que ha sostenido el pueblo español y de su propia participación en ella, de la labor que se haya podido realizar durante los períodos creadores de la República, como si aquello hubiera de representar el colmo de nuestras aspi­raciones, aquellos a los que el culto de ese pasado impide contemplar el porvenir, es­tán muertos, y sus cadavéricas actividades causan un daño gravísimo a la causa del pueblo español.

El pueblo español se puso un día en pie; sacudió su resignada pasividad que ha­bía durado siglos y se lanzó a una intensa actividad creadora. Pero apenas iniciada esa actividad, sin haber tenido tiempo más que de plantear los problemas, le fué vio­lenta e injustamente arrebatada la posibili­dad de resolverlos. El corto espacio de tiempo durante el cual se inició el trabajo, bastó para darnos una clara visión de las inmensas perspectivas que ante nosotros se abrían. Tuvimos en las manos, durante un memento, un organismo que se desarrollan ba con vitalidad prodigiosa. No tenemos, pues, más remedio que vivir obsesionados por las perspectivas apercibidas, enfermos de inquietud, obsesionados por la contem­plación de ese brillante porvenir, que nadie podrá suprimir definitivamente, y sin po­der tener tranquilidad ni sosiego ni pensar en otra cosa que en las tareas futuras. El pasado lo consideramos, pues, como un bre­ve prólogo, pero el grueso de la obra está ante nosotros, y nuestra ocupación funda­mental no puede ser otra que la de pre­pararnos, para que cuando llegue el mo­mento de ponemos de nuevo a trabajar, la colaboración que pondremos al servicio del pueblo español, sea lo más eficaz posible.

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Y si, entretanto, podemos aquí realizar tareas inspiradas en lo que habrá de ser ese porvenir, es evidente que las asumire­mos con el mayor entusiasmo.

En lo que se refiere a los problemas his­panoamericanos, la cuestión se plantea del modo siguiente: Somos veinte naciones,unidas un tiempo por lazos políticos, pero que después han ido evolucionando, diferen­ciándose y adquiriendo personalidad inde­pendiente. Los vínculos que realmente nos unen hoy, no son ni políticos ni étnicos, sino ante todo el idioma, y por consiguiente la cultura. Debemos, pues, damos cuenta de esa realidad para que podamos asociarnos, para fines concretos, como hermanos e igua­les, sobre la base de esa comunidad de len­gua y de cultura.

Y voy a ocuparme de un aspecto concre­to y práctico de lo que debe ser esta gran confraternidad cultural:

El principal medio de expresión de nues­tra cultura, naturalmente, lo constituye la palabra escrita, la palabra impresa. Actual­mente somos veinte naciones, cada una con su producción editorial. El conjunto se des­envuelve en la mayor anarquía. Nada más difícil que conseguir información comple­ta sobre el conjunto de nuestra producción editorial. Es frecuente que hispanistas de otros países se dirijan a libreros de cual­quiera de los nuestros y les pregunten qué se ha publicado “en español”, es decir, sea en la nación que sea, sobre un asunto de­terminado. Actualmente es imposible con­testar a esas preguntas, como no sea de modo muy incompleto.

Pues bien; es preciso que nos demos .cuenta de que, aislados, seremos débiles, pero unidos, representaremos un potentísi­mo complejo cultural. En el terreno del problema que estoy examinando, la solución es clara: Sería preciso que se crearan ins­trumentos bibliográficos generales de len­gua española. Sería necesario que todos los esfuerzos que se realizan aisladamente, en en todos nuestros países, concurrieran en una empresa cooperativa para presentar ante el mundo, al menos, la información bibliográfica con unidad, en un conjunto organizado.

En el terreno bibliográfico habremos de distinguir tres sectores:

l9—El de la bibliografía que podemos llamar “antigua”, la de los impresos de todas clases publicados en siglos pasados y que sólo es posible encontrar en las libre­rías anticuarías o en las bibliotecas. Este es evidentemente el problema más comple­jo y difícil. Pero no hay que desconocer que ya está en parte resuelto gracias a la labor de una legión de bibliógrafos ilustres que han trabajado en todos nuestros países.

29—Lo que podemos llamar el “catálogo de catálogos”, es decir, la bibliografía de los libros ya publicados, y que siguen ven­diéndose en las librerías como no agotados.

39—La publicación periódica y ordenada de los impresos que van apareciendo ac­tualmente. Este es quizá el problema que urge resolver.

Pueden resolverse estos problemas de dos maneras. O bien parcialmente, por cada una de nuestras naciones, o bien en común y por una empresa supernacional. Eviden­temente, si cada uno de nuestros países organizara de modo eficaz la publicación de sus propias bibliografías, el conjunto representaría la solución de una buena par­te del problema, aunque no de todo él. Y todavía sería preciso comenzar por unificar los métodos bibliográficos para que todas esas publicaciones tuvieran una unidad de organización y de forma que les permitiera formar conjuntamente un solo cuerpo bi­bliográfico.

Sin embargo, el ideal sería constituir un organismo bibliográfico supernacional que recogiera, organizara y publicara la totali­dad de la bibliografía hispánica. Y con­viene precisar que entendemos por biblio­grafía hispánica lo siguiente:

1. —Todos los impresos publicados en países de lengua española.

2. —Todos los impresos en español pu­blicados en otros países.

3. —Todas las traducciones de impresos de autores de lengua española a otros idio­mas, sea cualquiera el país donde se hayan publicado.

4. —Todos los impresos, sea cualquiera el país y el idioma en que se publiquen, que traten de asuntos relativos a nuestros paí­ses, cultura y problemas.

Ese Instituto Bibliográfico debería en­cargarse de publicar las bibliografías gene­

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rales hispánicas, al menos de los sectores 2'? y 3 ̂ (catálogo de catálogos y bibliogra­fía periódica de lo aparecido actualmente).

¿Dónde debería establecerse dicho Ins­tituto? Allí donde, por las condiciones geográficas, por las facilidades de comuni­caciones, o por otros motivos, hubiera de funcionar con mayor eficacia y ser más útil a todo el mundo hispánico. El Instituto podría ser creado, o bien por vía oficial, por los Estados de los países interesados, o por vía cooperativa, por todos los editores y libreros de los países de lengua española, ayudados por los Estados. El Instituto habría de tener como fines y actividades principales los siguientes:

1. —Reunir una biblioteca lo más com­pleta posible de bibliografías de las cuatro clases de impresos antes indicadas, y que ya existan.

2. —Reunir todos los catálogos de todas las empresas editoriales de cualesquiera países que publiquen impresos que deban ser incluidos en la bibliografía hispánica.

3. —Recibir constantemente y de modo completo noticia de cuantos libros, folletos, revistas, periódicos o impresos cualesquiera, de los que deben incluirse en la bibliogra­fía hispánica, se publiquen en los diversos países. Esto podía suponer la necesidad de organizar una red de corresponsales en to­dos los países. Pero debería tenderse a con­seguir que los Gobiernos de los países inte­resados realizaran un convenio según el cual, cada uno de ellos establecería en su país la obligación para todas aquellas per­sonas o entidades que publiquen impresos, de enviar nota completa de ellos al Insti­tuto.

4. Ir publicando bibliografías que com­pleten las ya existentes relativas a libros antiguos de los que deban incluirse en la bibliografía hispánica.

5. Publicar rápidamente el catálogo de catálogos hispánico, y volverlo a publicar periódicamente puesto al día. El catálogo de catálogos deberá ser publicado bajo la forma de una bibliografía unificada, orga­nizado de modo racional y con índices siste­máticos y alfabéticos.

6. Publicar periódicamente una biblio­grafía que contenga, unificada y con los ín­dices necesarios, información sobre todos los

impresos que deban formar parte de la bi­bliografía hispánica y que vayan aparecien­do en los diversos países.

7. Establecer un servicio de respuestas a las consultas bibliográficas que se le di­rijan.

8. Suscitar la publicación de bibliogra­fías particulares sobre determinadas mate­rias, países, personas, etc., dentro del campo de la bibliografía hispánica. Y establecer concursos, premios y recompensas diversas para esos trabajos o para colaboraciones o aportaciones valiosas a la labor del Insti­tuto.

9. Unificar y codificar las reglas que han de regir la técnica bibliográfica, clasifica­ción, catalogación, reseña, etc., para los tra­bajos bibliográficos hispánicos, y tratar por todos los medios de que todos los países in­teresados adopten esas reglas. •

10. Podrá establecerse una oficina de in­formación relativa a los autores de lengua española, poniendo en contacto a las gentes entre sí y organizando intercambio de ma­teriales bibliográficos, especialmente entre bibliotecas.

Paralelamente a todo ese trabajo efec­tuado con el material impreso, fácil sería organizar algo semejante para otros mate­riales, como el fotográfico, cinematográfico, fonográfico, etc.

Lo que se ha indicado hasta ahora es el trabajo fundamental, indispensable y urgen­te. Pero sería muy de desear que, además del instituto bibliográfico, se organizara una biblioteca hispánica, donde hubiera al me­nos un ejemplar de cada uno de los impresos de las cuatro clases antes enumeradas como materia de la bibliografía hispánica. Si, co­mo antes se ha indicado, se efectuara una convención aceptada por todos los Estados interesados, sería muy de desear que, en virtud de ella, se dictara en todos esos países una disposición creando un depósito legal en favor de esa biblioteca. Es decir, que obligara a cuantos publiquen impresos en esos países, a entregar un ejemplar más para esa biblioteca, aparte de aquellos que ya es­tán obligados a entregar para el depósito legal de cada país.

Lo expuesto no es, ni mucho menos, di­fícil de realizar; bastaría en realidad, que­

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rer, pero querer seriamente. Y fácilmente se comprende lo fecundo en consecuencias fa­vorables y de gran trascendencia que sería semejante organización. Pocas cosas podrían dar a la cultura hispánica una fuerza efec­tiva más considerable. Y desde el punto de vista comercial y financiero, la existencia de ese instituto y la divulgación de sus bi­bliografías, repercutiría inmediatamente so­bre el volumen de ventas realizado por todos los editores. Actualmente hay una parte de los libros que se publican en nuestros países, que quedan ignorados de muchos de sus posibles lectores.

Pensé en un tiempo, antes de la guerra, que el instituto bibliográfico hispánico po­dría radicarse en Madrid. Mi intención no era "imperial” (de "Impero”), sino que creía por una parte que allí había ya ele­mentos sumamente útiles que podrían ser puestos al servicio de todos, y por otra era un hecho que, por ejemplo, entre países de América muy distantes entre sí, las comu­nicaciones eran difíciles, mientras que desde Europa existían comunicaciones de valor semejante con todos los países de lengua es­pañola. Los mismos elementos que hoy rigen en España las cuestiones tocantes a libros y bibliografía, se entregaron entonces a un solapado pero eficaz sabotaje de esa empre­sa. Uno de los procedimientos que utiliza­ron fué el de publicar en la prensa o por la radio notas explicando que todo eso lo iba a realizar inmediatamente la Biblioteca Na­cional de Madrid. De este modo, quienes estaban preocupados por esos problemas, se echaban a dormir y dejaban en paz a los saboteadores. Ese procedimiento fué sobre todo puesto en práctica por el entonces y ahora director de la Biblioteca Nacional de Madrid e inspector general de las bibliote­cas en España, don Miguel Artigas.

Por el mismo tiempo se organizó el tris­temente célebre Instituto del Libro Español. La historia de ese organismo nos llevaría muy lejos. En su origen era una empresa vergonzosa lanzada por dos editores amiga- ños de Lerroux, con la complicidad de don Miguel Artigas, para hacer que, a costa del Estado Español, se llevaran a América y se vendieran allí sus depósitos invendibles. Más tarde, algunas personas de buena vo­

luntad intentaron sacar partido del esper­pento, pero lo cierto es que el Instituto duró varios años, con una considerable partida consignada en los presupuestos, sin que nun­ca sirviera para nada. Es curioso que acabe de dictarse en España una disposición que resucita ese organismo. Si llega a ponerse en actividad, veremos entonces para servir qué intereses se ha levantado ese muerto.

De todos modos, la posición actual de la España oficial hace imposible su cola­boración eficaz en la solución de estos pro­blemas. En primer lugar, la actitud "impe­rialista” (de “Impero”) que adopta en los problemas culturales y en relación con los de­más países de lengua española, se opone radicalmente a toda empresa de cooperación fundada en la mutua comprensión. Pero además, España se ha encerrado en un círculo estrecho y sectario, en una tenden­cia totalitaria que, si bien le permitirá en­tablar relaciones, podríamos decir, de com­plicidad, con reducidos grupos de la quinta columna hispanoamericana, le impedirá conseguir la colaboración de los amplísimos e importantes sectores que no simpatizan con esas tendencias.

Todavía, hasta la guerra, el mayor vo­lumen de producción de libros en lengua española era el de la Península. No sólo se publicaban allí las obras, tanto literarias como científicas, de los autores más leídos en todos nuestros países, sino que las tra­ducciones de las obras más importantes de otros idiomas eran editadas en España. Ve­nía esto sobre todo de que España era el país de mayor mercado interior. Se publi­caban los libros sabiendo que en el país de origen se vendería una buena parte de la tirada, que no sería bastante para justifi­carla económicamente, pero que el comple­mento necesario lo darían todos los demás países de lengua española juntos. Y para ello contaban también con que, como antes he indicado, era más fácil difundir desde España libros en todos los países de lengua española que desde uno cualquiera de esos otros países.

Pero, desde la guerra, la situación ha cambiado, las circunstancias se han modifi­cado. La producción española ha disminuido en proporciones tremendas y se ha ido acu­

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mulando una gran demanda de libros no satisfecha. La industria editorial, que se iba ya desarrollando en todos los países hispá­nicos, ha recibido un gran impulso con esta situación, especialmente en algunos de ellos. Por mi parte, asisto con la alegría en el corazón a este múltiple desarrollo de la producción de libros. Sería ceguera colocarse en una estrecha posición exclusivista. Creo firmemente que, cuanto más fuerte sea cada uno de nosotros, más fuerte será el conjunto que formaremos (claro que a condición de renunciar al “ Impero”). Pero para eso es preciso que sepamos asociarnos y coordinar nuestros esfuerzos, sobre una base de mutua comprensión y de lealtad. Y, sobre todo, que podamos poner en marcha la organización a que me estoy refiriendo.

Conviene indicar que en los Estados Unidos se han hecho grandes y hábiles es­fuerzos para organizar la información bi­bliográfica hispanoamericana. Este asunto ha constituido siempre el tema de una sec­ción en todas las Conferencias panamerica­nas. Y no hay duda que el aporte de la técnica norteamericana y los medios de que se ha dispuesto para esos intentos, les con­fieren una fuerza que no es posible desco­nocer. Sin embargo, ese intento adolece de un defecto fundamental. Se trata en él de unificar la bibliografía americana. Y, evidentemente, es difícil unir en un todo uniforme las manifestaciones de dos culturas distintas que se expresan en dos idiomas muy distintos. En ciertos sectores de activi­dad, principalmente los técnicos y económi­cos, todavía sería eso posible en una cierta medida, pero en los sectores más típica­mente culturales, como la literatura, el arte, la poesía, etc., el intento es descabellado. Además, y por la mayor capacidad técnica y económica de los elementos norteameri­canos que colaboran en esa obra, han de lle­

var necesariamente la voz cantante, y es claro que lo que toca a cosas tan íntimas como la cultura, la literatura, la poesía, etc., no puede ser resuelto por extraños, como no sea sobre base colonial. Esto no quiere decir que se haya de tomar una actitud de des­confianza y hostilidad hacia los bibliógrafos norteamericanos. Hay en los Estados Unidos valiosísimos elementos que trabajan en es­tos asuntos y cuya colaboración es impor­tantísima. Pero hay tareas en las que el trabajo fundamental debemos realizarlo nos­otros mismos.

Por otra parte, si por desgracia la Espa­ña oficial de ahora tuviera un día ocasión de realizar algunas actividades de “ Impero”, ello significaría el intento de solucionar es­tos problemas, poniéndolos en las bárbaras manos de Mussolini e Hitler, lo que sería to­davía peor y más monstruoso.

Amigos americanos; amigos hispánicos todos; por las razones que vengo exponien­do, es evidente la necesidad y la urgencia de que nos pongamos a la obra en el senti­do que he indicado. Es preciso que seamos nosotros mismos quienes realicemos esta tarea radicada en lo que nos es más íntimo aun siéndonos común. La tarea no es impo­sible, ni siquiera es difícil. La realizaremos el día que queramos, y sus consecuencias serán. incalculables.

Creo que el primer paso en el camino aquí indicado, podría ser la reunión de un Congreso Bibliográfico Hispanoamericano. La iniciativa podría perfectamente partir de México y el Congreso podría reunirse en esta ciudad. Su reunión me parece nece­saria y urgente. En él, además de estructu­rar el plan de trabajo, debería, ante todo, realizarse la unificación y codificación de los métodos bibliográficos, labor previa in­dispensable para poder realizar un trabajo eficaz.

No conocemos crimen mayor que el empeño que los gobiernos ponen en coartar la libertad de pensamiento. No sólo privan de un derecho á su generación, sino que asesinan en su germen a su posteridad. En nuestra opinión, los hombres todos deben saberlo todo. Sólo así podrán juagar, sólo asi podrán comparar y elegir.

Mariano José de LARRA.

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E S P A Ñ A L I B R E(Fragmento)

Por José M. de HEREDIA(1803-1839)

¡Ignominia fatal!, ya conmovido.Arde mi corazón en viva saña.¿Quién el bárbaro fué, mísera España,Que a extremo tan fatal te ba reducido?¿Fué de la Libia despiadada fiera,La que así destrocó tu seno hermoso,La que ajó tu beldad de esta manera?No, que tus hijos fueronLos que anhelando por mandarte esclava.La cadena execranda te pusieron,El yugo ignominioso te cargaron.

¡Oh, vergüenza! ¡Ob, dolor, oh patria mía! ¿Eres la misma acaso que algún día Tu nombre excelso en alas de la gloria,De polo a polo resonar hiciste?¿La que tras sí arrastrara la victoria?¿La que a tus leyes fuertes sometiste Al árabe feroz, al italiano,De Lusitania a los valientes hijos,Al bátavo, al francés, al otomano De la Europa terror al orbe asombro?¿La que juzgando del orbe conocido,Estrecho campo a tan excelsa gloria,Lanzaste audaz °l piélago profundo A tus hijos heroicos y con ellos Buscaste a tus victorias nuevo mundo?*Eres la misma? ¡Oh, Dios!, ¿pues cómo ahora Sufres callada la fatal cadena,Que aja tu gloria, que tu honor desdora?¿Pues cómo sufres que tus nobles hijos.Que de un divino fuego arrebatados.Romper quisieron tu ominoso yugo,Se miren al suplicio condenados?

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H I S T O R I A D E UN C R I M E N : 1 8 2 0 - 1 8 2 3

Cartas a Lord Holland, sobre los sucesos políticos de España, en la segunda épocaconstitucional.

Por Manuel José QUINTANA.

Al amargo sentimiento que afligía entonces a los españoles por los ma­les sin cuento amontonados sobre su país, se añadía el enojo de verse in­sultados y calumniados por todos los ecos vendidos al despotismo europeo.

QUINTANA.

El rey felón, el “Deseado”, recibió la ccrona que el pueblo había rescatado con su sangre y, en pago red, robó a éste las pocas libertades que había sabido asegurar­se en épica lucha. El sentimiento popular se impone de nuevo, sin efusión de sangre, en 1820. El rey felón, que es todo un carácter, reincide en su felonía y los cien mil hijos de San Luis intervienen en España para ase­sinar de nuevo la libertad en el año de 1823. Este periodo es el enjuiciado serenamente por don Manuel José Quintana en sus Car­tas a Lord Holland. La historia no se repite y lo que entonces se disputaba no es lo que se disputa ahora, pues no en vano, des­de entonces, han tenidos lugar en nuestro suelo dos cruentas guerras civiles y la con­ciencia política del pueblo español se va Poniendo a la altura de los tiempos. La cuestión que se ventilaba entonces nos la declara Quintana: Tratábase de determinar si la nación española debía continuar ama­rrada al yugo político y sacerdotal que de tres siglos la oprimía, o si había de man­tenerse la emancipación ensayada en el año 12 y recuperada en el del 20. La otra cues­tión, la ventilada por los políticos sobre la forma con que se ha de combinar la facultad de mandar con la obligación de obedecer, de modo que el orden social no se perturbe y la libertad esté segura, esa se irá debatiendo, entre sangrientas vicisitudes, a lo largo de nuestro XIX. Con el X X —y no se tomen estos hitos a la letra del número— la cues­tión que presentan los tiempos es ya otra:

No se trata ahora de compaginar el orden con la libertad tanto como de conciliar la libertad con la justicia: las clases trabaja­doras piden su lugar en el Estado. La Re­pública del 31 es, o quiere ser, una república de trabajadores de todas clases. Estas indi­caciones que pudieran parecer impertinen­tes, no lo sen al propósito de retirar a las páginas que transcribimos cualquier preten­sión de paralelismo equívoco. Lo que ha pasado en España desde el 31 al 39 es bien distinto a lo que pasó entre 1820 y 1823 porque las fuerzas en lucha difieren por su potencia y por su conciencia y la constela­ción europea es también muy distinta de los tiempos de la Santa Alianza. En realidad no tanto se trata de comprender nuestra historia de ahora por la de antes, sino al re­vés: de proyectar sobre ésta la luz radioscó- pica que atraviesa nuestra agonía. Queda­mos aterrados ante la esquelética visión espectral de aquellos acontecimientos. Hay semejanzas que no son paralelismos sino concordancias intelectuales, vertebradas, es­queléticas y orgánicas, entre especies distin­tas de una misma serie evolutiva. La especie superior, viviente y a la mano, nos ayuda a llenar las lagunas que la erosión del tiem­po fabrica y así reconstruimos, con la ma­yor verosimilitud, el esqueleto verdadero y hasta las entrañas vivas de nuestros padres. Entre los padres que inventaron la libertad y los nietos que encontraron la justicia, el hi­lo de la historia dibuja con precisión él árbol genealógico. La historia se abre y se cierra, entre padres y nietos, con sendas in­tervenciones extranjeras y, por ellas, siguen siendo verdad las palabras con que rubrica su prólogo el gran Quintana: Y no se enga­ñen los españoles: la cuestión primera, la principal, la de si han de ser libres o no, está por resolver todavía.

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I. EL TRIUNFO DE LA LIBERTAD

Vos sabéis, milord, el método que tene­mos en España para hacer las revoluciones. Luego que el punto central del Gobierno falta en su ejercicio o deja de existir, cada provincia toma el partido de formarse una junta que reasume el mando político, civil y militar de su distrito, y toma las provi­dencias necesarias para su gobierno y su defensa. Compuesta, como ordinariamente sucede, de las personas más notables del país, o por saber, o por virtud, o por ascen­diente, es escuchada y mirada con respeto, y el mismo espíritu que sirvió a crearla sirve también a hacerla obedecer. Entra después la comunicación entre unas y otras para concertar las medidas de interés general; hecho esto, el Estado, que al parecer estaba disuelto, anda y obra sin tropiezo y sin des­orden. Esto no es más. según algunos, que organizar la anarquía.

*

Una nueva vida parecía que circulaba por los ámbitos de España, y animando con grandes esperanzas el pecho de cuantos se sentían con actividad y con medios, abría una perspectiva de aumentos y de mejoras en todos los ramos de la riqueza y prosperi­dad pública. Y en medio de este júbilo y de este movimiento, esperados tan poco y tan desusados antes, ningún desorden, ningún alboroto indecente, ninguna asonada incó­moda y peligrosa. La autoridad no echa­ba menos la fuerza que realmente le fal­taba. La alegria sola era la que gobernaba el Estado. ¡Qué mucho, milord, si entonces los españoles estaban generalmente anima­dos de los sentimientos más benévolos y apacibles: la seguridad y la confianza para lo presente, la esperanza y la prosperidad para lo futuro!

Y los efectos felices de esta admirable disposición no se limitaron a los términos del reino, sino que se hicieron sentir tam­bién y se dilataron a los demás pueblos de Europa. Jamás la España, milord, se había presentado a los ojos de las naciones civi­lizadas más digna de respeto y de maravilla que entonces. Ni cuando las llenó de envidia con el descubrimiento y adquisición de un

nuevo hemisferio, ni cuando las agitaba y aterraba a todas con el rigor de su esfuerzo, de sus armas, de sus tesoros y de sus intri­gas, ni aun cuando despertando de repente del letargo en que yacía, se hizo el campeón de la independencia del continente y les en­señó el modo de arrostrar y de vencer al indómito Napoleón. Otro ejemplo, otro espectáculo era levantarse por sí sola del fango de la servidumbre, sacudir en un momento todas las plagas de la opresión que pesaba sobre ella, y hacer una gran revolución sin escándalo y sin desastres; pasar cinco meses de anarquía sin confusión ni desórdenes, guardar la dignidad de la virtud en medio de la irritación de las pa­siones, y establecer el imperio de la ley constitucional, como el más conveniente al bien general del Estado, sin consideración ni miramiento alguno a intereses privados ni a partidos. Este grande fenómeno políti­co, quizás sin ejemplo en los fastos de las grandes naciones, produjo una sorpresa, un sentimiento de admiración y de respeto uni­versal. Los estadistas bien intencionados se pusieron a observarle con la más viva aten­ción, con el más grande interés; los filóso­fos le señalaron como una insigne lección dada a los pueblos y a los Gobiernos; los monarcas no osaron contradecirle ni los ma­lévolos censurarle; mientras que los ma- quiavelistas políticos, atónitos y confundi­dos al pronto, se decidieron a ganar tiempo, confiando en que el mismo movimiento Ies mostraría después los medios de atacarle y destruirle.

El pueblo procedió en seguida a las elec­ciones de los diputados, y en este primer ejercicio legal de su poder se manifestó dig­no de la libertad que acaba de conseguir. Ningún tumulto, ningún desorden, confu­sión ninguna. Cualquiera, al ver la gravedad y asiento con que este grande acto se verifico en todas partes, diría que los españoles es­taban acostumbrados a él de muchos siglos atrás. -Un feliz instinto animaba general­mente entonces a los electores, y unos p°r amor a la libertad, otros por escarmiento, otros por sosiego: todos concurrían en el deseo de poner los destinos de su patria en manos de la sabiduría y de la virtud. La alegría y la esperanza, que todo lo conciban

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y hermosean, les hacían concurrir en un solo pensamiento, y este pensamiento era el del bien. Una gran parte de ellos estaban ausen­tes al tiempo de ser elegidos; ninguna in­triga medió, ningún cohecho, ningún ma­nejo torpe y vergonzoso. No hay duda que el influjo principal, y aun puede decirse que exclusivo, le tuvieron en este negocio los amantes de la libertad; pero no era posible otra cosa en el aturdimiento y anonadación en que había caído el partido opuesto. Pero influyeron noble y generosamente, sacrifi­cando toda mira y toda pasión particular al grande objeto por el que anhelaban.

I I —LOS ENEMIGOS DE DENTRO

Con estos esfuerzos combinaron los su­yos ciertos escritores, que aunque al princi­pio favorables a la causa de la libertad, se les vió de pronto cambiar de rumbo y la­dearse a las opiniones e intereses de la cor­te. Su celo había parecido siempre muy equívoco, porque perteneciendo a la clase de los que el vulgo llama afrancesados, sus doctrinas se tenían por sospechosas y sus con­sejos por poco seguros.

Su doctrina, varia y flexible, se presta­ba a todos los tonos y tomaba todos los aspectos, con tal que sirviesen a desacredi­tar el orden establecido y las personas que le sostenían. Uniéronse al principio con los bullangueros para derribar al Ministerio, y después se han unido con los invasores para derribar la libertad. Así estos escrito­res por cálculo, por error o por destino, se han colocado siempre en una posición con­traria a la opinión nacional y a los inte­reses públicos del Estado. Dejo aparte, mi- lord, las relaciones monstruosamente em­busteras que algunos de ellos han hecho de los sucesos de entonces para que circulasen fuera de España, pues sus calumnias, tan absurdas como atroces, no podían tener cré­dito ni cabida alguna entre nosotros. Omi­to también las risibles palinodias que hemos visto, en que los discípulos de Locke y Mon- tesquieu se han vuelto de repente en ecos del abate Barruel y del capuchino Véleç. Manejos tan torpes y groseros no arguyen nada en favor de la discreción de sus auto- tes, y conducen por cierto más prontamen­te a la infamia que a la fortuna. Pero sea

de esto lo que fuere, lo que no tiene duda es que, siendo favorecidos tanto por el po­der que ha vencido, confirman de lleno aho­ra las sospechas que de ellos se tuvieron, y está clara y manifiesta la naturaleza y tendencia de la oposición que hacían.

*Con menos odiosidad, pero con igual efec­

to, y aún mayor, concurrieron al descré­dito del Gobierno, otra casta de personas que la malicia de entonces designaba con él apodo de los importantes. Esparcidos por los tribunales superiores, por el Consejo de Estado, por las secretarías del despacho y por la plana mayor del ejército, el influjo de su opinión en la opinión de los otros, era grande y poderoso, y por desgracia nun­ca favorable. A los primeros ministros no lo fué jamás, tachábanlos de hombres nuevos, sin solidez, sin crédito y sin expe­riencia que debían su elevación a la popula­ridad de un momento. Guardaban un silen­cio desdeñoso sobre sus aciertos, pero se espaciaban con complacencia sobre sus ye­rros y sobre el mal resultado de sus opera­ciones. Ninguna consideración a sus virtu­des, muy poca a sus talentos, y aun en tal caso solían decir que era preciso aplicarlos mejor, pues era visto que allí no servían. Sonreíanse desdeñosamente si los oian ala­bar, y al vituperio, si expresamente no lo confirmaban, mostraban por lo menos fren­te de aprobación y satisfecha. Su conserva­ción, para ellos era una cosa indeferente, cuando no perjudicial, y su salida bien poco sensible y fácilmente reparable.

¿Quiénes son, pues, estos personajes que a tal altura se colocan y de tal sobrecejo se arman? Viéndose en primera línea, o por su nacimiento o por su carrera o por el puesto que ocupan, se creen exclusivamen­te destinados para aconsejar a los reyes, desempeñar los ministerios y manejar los negocios más altos del gobierno. Nadie si­no ellos poseen los secretos de la política, nadie conoce mejor los intereses públicos y particulares, nadie puede resolver con más tino los negocios más difíciles, y en nadie sientan al mismo tiempo tan bien las dig­nidades y las decoraciones. Ellos lo son todo en el Estado, y cualquiera otro mérito, cual­quiera distinción debe ceder y eclipsarse de­

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lante de la suya. Tan vanos como ambi­ciosos. el favor lo reciben como una deuda, y el olvido lo reputan como ultraje. Alaban poco y vituperan mucho, y siempre están en contradicción con el sistema que rige, aunque estén haciendo parte de él; grandes partida­rios del poder absoluto en el régimen liberal, grandes propaladores de principios y de de­rechos en un poder absoluto. Ni hablan en público ni escriben para él; su ocupación de oficio es deliberar, su ocupación privada es intrigar y menospreciar. Luces, capaci­dad y experiencia no les faltan, y así puede esperarse de ellos a las veces un buen con­sejo, una noticia oportuna, una dirección acertada. Pero calor, celo, consecuencia, abandono, sinceridad, simpatía, eso no; semejantes calidades son propias de mucha­chos aturdidos o de hombres arrojados que quieren hacer fortuna. Ellos son otra cosa diferente y de un orden superior. Hábiles en mantenerse a distancia de la refriega para no comprometerse en ella, lo son to­davía más en acercarse al instante al ven­cedor, como para dar lustre y consistencia a su partido. Lumbreras necesarias al Es­tado, de que no es posible prescindir al que le haya de mandar. Fernando VII, sin em­bargo, ha prescindido de ellos completa­mente en ésta última crisis; y el mayor setimiento ahora, la queja más amarga de estos egoístas orgullosos, es que el Rey no se valga de ellos para la dirección de sus negocios, como los liberales los pusieron al instante y los han mantenido al frente de los suyos.

*Concurrió también a esta guerra la hues­

te de aquellos que por una ostentación im­portuna de libertad e independencia, o por formar lo que se llama partido de oposi­ción en los gobiernos representativos, se mostraban siempre en contradicción mani­fiesta con la opinión y medidas ministeria­les. Yo no sé, milord, si todo el celo que los animaba, basta a libertarlos de la im­putación de necios. Es fácil de comprender que en política, como en mecánica, una fuerza contrapuesta a la fuerza principal como sea sabiamente combinada, sirve a reglarla y a dirigirla mejor en sus movi­mientos. Esta teoría, trivial y común, pue­

de tener su aplicación más o menos opor­tuna, aunque en mi dictamen, siempre insuficiente, a vuestra oposición, tan flaca tanto de teatral, y a la francesa, tan flaca ahora, o por mejor decir, tan nula. Pero motivar en ella la guerra declarada que los independientes hacían entonces y han hecho siempre después a la estabilidad de los ministerios, es un despropósito que no tiene ni defensa ni disculpa. ¿Por ventura la posición no estaba ya hecha ni formada en el partido servil? ¿No tenía este parti­do una fuerza inmensa en la conivencia del Rey? ¿No tenía este partido un inte­rés directo en desacreditar, en socavar, en destruir lo que se había hecho? ¿Faltábanle acaso recursos para averiguar los desaciertos, los malos pases, los extravíos de los que man­daban? ¿No sabía tomar cualquier sem­blante que le convenía para denunciarlos a la opinión? ¿No se veía a las claras que, faltándoles fuerzas para emprenderlo todo a la vez, empezaban por atacar las perso­nas, para después pasar al descrédito y rui­na de las cosas mismas? ¿Era ésta la ra­zón de que entrase a la parte de la lucha los que se llamaban amigos de la libertad, y ayudasen con tanto empeño a los esfuer­zos de sus adversarios? Hombres temerarios por cierto, o más bien hombres ciegos, que no conocían la desigual contradicción que tenían a su frente, y contra la cual ape­nas bastaba todo el concierto, toda la unión imaginable; y cada vez más encarnizados, no trataban de otra cosa que debilitar y entorpecer la acción del Gobierno que no habían logrado crear, y que solo podía sal­varse y salvarlos a fuerza de rapidez y energía. Tiempo vendrá en que con lágri­mas de sangre lloren este error funesto y quisieran a costa de todos los sacrificios rescatar a la existencia política cualquiera de los ministerios de entonces, aunque fuese el más odiado, y poner en sus manos los destinos públicos y los suyos.

III.— LOS ENEMIGOS DE FUERA

Perdonad, milord, mi temeridad; pero me parece que hubiera sido más decoroso para el parlamento inglés, que no se trata­ra en él de los acontecimientos de España. Si nada importaba a los intereses genera-

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Ies de la Inglaterra que sucumbiese o no la libertad española, excusada era la discusión por inútil, y odiosa por importuna. Pero si algo importaba, y yo creo que mucho, la cuestión no ha sido ventilada con la detención y miramiento que correspondía, y nuestra causa debió excitar allí mayor interés o no excitar absolutamente ninguno. Vos, a la verdad, y vuestros amigos la ha­béis sostenido con vuestros excelentes prin­cipios y con la franca ingenuidad que corresponde a vuestro carácter y tenéis siempre de costumbre. Los ministros al contrario, no queriendo manifestar los ver­daderos motivos de su conducta, acaso por poco honestos, a cuentas razones habéis alegado vosotros, tomadas de la equidad na­tural, de la justicia pública y de la más sana política, han contestado con sofismas, con efugios y con dicterios. Uno de ellos se olvidó hasta decir “que el gobierno in­glés no había de ser el don Quijote de la libertad de los otros pueblos”. Chiste cier­tamente bien insulso, y que no parecía te­ner lugar en una deliberación de esta na­turaleza. Los españoles nos hubiéramos contentado con menos; bastábanos por en­tonces que aquel gabinete no entrase a coo­perar con la injusticia de los demás, según lo hizo en la manera que pudo; bastába­nos que tuviese suspensa siquiera aquella positiva declaración de neutralidad, que fué la señal fatal de la agresión. Con esto, ya que no evitase la guerra, nuestros enemi­gos al menos no entraran en ella con tanta presteza y confianza, ni nosotros con tanto desaliento.

Por lo demás, en defender el derecho que todo pueblo tiene a ser libre, en no consen­tir que se establezca en Europa este injusto y bárbaro derecho de la intervención arma­da, en defender la independencia general de los Estados, tiranizada y amenazada por esa coligación de déspotas, no era en el Gobierno de un pueblo libre, ser imperti­nente y ridículo campeón de la libertad ajena; era ser el defensor de los derechos de la nación inglesa, atacados indirectamen­te en los de la nación española; y no sé yo en qué objeto más grande ni más noble, ni cuál ocasión era más digna y oportuna de mediar eficazmente para impedir, y de emplear su poderío en amparar y auxiliar.

Los ministros ingleses no han hecho ni una cosa ni otra; y aunque aparentaron ocu­parse de la primera, con las gestiones ante­riores a la guerra, nadie las ha creído sin­ceras, y yo supongo que en el Parlamento menos. Pero el mal estaba ya hecho; las cosas no podían volver atrás; otros inte­reses más urgentes e inmediatos llamaban la atención; y la catástrofe de un Estado li­bre, injustamente sacrificado con tan mani­fiesta complicidad del ministerio, ha sido mirada por los legisladores británicos con indiferencia y menosprecio.

*Este funesto ejemplar no deja ya duda

en el extremo a que los monarcas coligados contra la libertad de las naciones, quieren llevar las pretensiones orgullosas de su pre­rrogativa; porque no sólo han prescindido de toda contemplación hacia un pueblo que tantas merecía, sino que no han reparado ni aun en lo grosero de la iniquidad. Cuan­do los ministros franceses decían a los vuestros, en su famosa, o más bien infame correspondencia, que los españoles no ha­bían dado a la Francia ningún motivo jus­to de agresión, se han puesto francamente en la categoría de facinerosos insignes, y declarado que en Europa, ya el derecho de gentes ni aun en apariencia se respeta. Que un orden político esté reconocido por todos los gabinetes; que se halle jurado y se ob­serve en el interior por el príncipe que gobierna; que a nadie ataque, en suma, y a nadie ofenda, esto no basta ya a nación ninguna para ponerse a cubierto de seme­jante vandalismo. Con decir que el Mo­narca no se halla en libertad, con corrom­per los ánimos con oro y promesas falsas,

- con introducir en ellos la división y el des­aliento, y con enviar triple o cuádruple fuerza de la que la nación amagada puede levantar para su defensa, todo está llano, la voluntad de los déspotas se cumple, y su dominación absoluta es restituida a su ina­tacable majestad.

IV.—CONSIDERACIONES FINALES

¿Han sido sus yerros y sus excesos los que causaron realmente la ruina de la li­bertad en aquella época? Yo me atrevo a

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decir absolutamente que no. La causa ver­dadera de esta desgracia fué, que el par­tido que no quería ni Cortes, ni derechos públicos, ni reforma ninguna, fué a la sa­zón más poderoso. Los mismos que en el año 14 estuvieron al frente de la reacción liberticida, eran los que en el año de 9 se oponían al restablecimiento de las Cor­tes, cuando la Junta Central empezó a pensar en ellas; y entonces aun no sabían cuáles serían las formas de su reunión y qué principios políticos las dirigirían. De­mos en buena hora, que no se hubiese tra­tado de Constitución ni de soberanía, y que no se tocase a la Inquisición ni al Con­sejo de Castilla etc. Pero a lo menos la se­guridad personal, la libertad de imprenta, la celebración periódica de Cortes, la res­ponsabilidad de los ministros, el sistema de hacienda, eran puntos de que no podía prescindirse y debían fundamentalmente arreglarse. ¿Se presume acaso que los ene­migos de la libertad no hubieran atacado estas innovaciones como usurpadas a los derechos y prerrogativas del Monarca, y que nosotros dejásemos igualmente de ser tratados de rebeldes y de sediciosos?

Es preciso desengañarse: en España en aquel tiempo no había más que dos parti­dos: uno, el de los que querían un gobierno monárquico, pero templado y refrenado por medio de las leyes fundamentales; otro, de los que bien hallados en los vicios del po­der arbitrario, repugnaba cualquiera inno­vación que le moderase y contuviese. En­tre estas dos opiniones tan opuestas no

había medio ninguno, y cualquiera insti­tución que tirase a conciliarias, hubiera su­frido la misma contradicción y tenido la misma catástrofe.

El juicio que debe hacerse de tan impor­tantes movimientos, y la mayor o menor analogía con los sentimientos generales de un país, han de graduarse no por el encono o el aplauso de las pasiones victoriosas o vencidas, sino por el objeto que producen en la masa general de una nación y por el ensanche que niegan o procuran a la acti­vidad de las clases útiles y productovas. Los españoles, que tenemos tan larga expe­riencia de unos y otros resultados, sabemos bien a qué atenernos. Pero los egoístas po­líticos, que con tan inhumana indiferencia nos han dejado asesinar bajo el pretexto de que la Constitución no era a nuestro gus­to, podrían volver los ojos a contemplar el aspecto alegre y animado que presentaba la España en el año 20, y decir si eran de su gusto o no las cadenas atroces que aca­baban de romper.

Condenemos severamente todo lo que ten­ga su origen en la terquedad y mala fé; demos a la inexperiencia y a la ignorancia los males de que han sido causa; pero jus­tifiquemos al partido vencido de tantas im­putaciones absurdas; y los españoles que amamos la libertad, ya que seamos infeli­ces, no parezcamos a los ojos de la poste­ridad y de la Europa, indignos de la her­mosa causa que nos propusimos defender.

Nota preliminar, selección, disposi­ción y subrayados de E. Imaz■

—iQue cuáles son las causas de la derrota de Francia? Ante todo le diré que no ha sido vencido nuestro ejército. Desde los comienzos de la guerra española, venía trabajando la quinta columna a las órdenes de Hitler en el interior de Francia, logrando dividir en dos bandos nuestras opiniones políticas. Mientras los buenos demócratas, amantes de Francia, estimaban que nuestra política exterior debía basarse en nuestros principios de libertad, otros comenzaron a hacer caso de la insidiosa propaganda que decía que Hitler era el ver­dadero defensor del orden social contra el comunismo, y que si ayudaba Francia a España ello significaría volcar su simpatía por el comunismo, siendo así que sabíamos nosotros que el problema de la República Española era el de defenderse contra sus invasores y no el de hacer triunfar aquella ideología. La quinta columna desmoralizó por el miedo o mis compatriotas y los Gobiernos de Francia no se prepararon como debían contra esas propagandas. La capitulación en la guerra fué lograda gracias a la monstruosa coalición de derechistas de tendencia nazi en Francia y socialistas pacifistas, gracias a cuya unión obtu­vieron los votos precisos para determinar la rendición.

Genevieve TABOUIS. (La Prensa, New York.)

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CONFESION DE PARTE

F A L A N G E Y E S P A Ñ A P E R E G R I N A

Muchas y muy expresivas son las cartas y tes­timonios de adhesión que recibimos de todos los países hispanoamericanos. Pero quizá ninguna nos baya producido satisfacción comparable a la que nos proporciona la lectura del articulo que a continuación reproducimos de la revista madri­leña y falangista Tajo. A la península han llegado los primeros números de España Peregrina, nues­tro manifiesto inicial, el nombre y los trabajos de los escritores y poetas que nos encontramos fuera de ¡España formando un apretado bloque espiritual contra el que nada pueden las armas automáticas. El autor del artículo al tener con­ciencia de ello ha sentido un escalofrío prorrum­piendo en un grito de alarma. Para nada se refiere ya a la monserga desvitalizada de “los rojos" ase­sinos. Contempla el panorama peninsular, su te­rrible carencia de verdaderos valores, la tontería de solemnidad que reina en aquellas vociferadoras latitudes con sus liras de telarañas y sus pensado­res aherrumbrados. Le asustan las “fórmulas ad­mirables de universal valor” de nuestra España Peregrina aunque como buen falangista crea en la "misión política principalmente, con la condi­ción indispensable de prepotencia y poder". Las atropelladas confesiones que se le escapan, son la mejor prueba de lo certeramente que España Peregrina ha dado en el blanco. Cunde la inquie­tud. Desarmados culturalmente, ven los franquis­tas que América se les escapa. Se han engañado unos a otros, a fin de cuentas, como a hijos del celeste Imperio.

El articulo se titula Presencia en América de la España fugitiva, se baila firmado por Gonzalo Torrente Ballester y se publica en el No 10 de Tajo (3 de agosto de 1940).

Por esos mundos de Dios, desgarrada y amarga, anda la España peregrina, con to­das las maldiciones del destierro sobre su cabeza. Dios les quitó a sus hombres el so­siego, como a casta maldita, pero no la in­teligencia, que conservan más despierta y sensible por el dolor. Y como aquellos judíos fugitivos, similares suyos en la suerte, al

fin y al cabo unos y otros miembros de razas elegidas, pondrán la desdicha y lejanía en sus palabras y acentos profundos, aun­que resentidos, acaso fórmulas admirables de universal valor.

Acá, entre nosotros, quedó la España de la esperanza, nacida de la guerra, puesta hoy en las congojas de un porvenir difícil que queremos glorioso, con todos los pro­blemas en sus manos y una inmensa labor de creación apenas iniciada. Empresa gigan­te que no podemos soslayar ni resolver con retóricas inútiles, si no queremos que sobre nuestra memoria pese la risa y el desprecio de las futuras generaciones.

Vamos ahora a no tratar de política, labor fundamental y urgente sin la que no podremos salvarnos ni salvar para la His­toria el honor y la sangre que hemos puesto en ella. Y en estas notas rápidas tratemos de esta otra empresa de la cultura, fragmen­to de aquélla y su subordinada, parte impor­tante, pero no la mayor en el quehacer na­cional que tenemos los jóvenes a nuestra encomienda.

Esas dos generaciones hispánicas, la na­cional y la peregrina, se expresarán, nece­sariamente, en poesía y pensamiento, y cada una de ellas aportará definiciones sobre el mismo objeto: la patria que nos duele a nos­otros con dolores de parto, a ellos con re­cuerdo. Son dos actitudes distintas, y aun­que opuestas, sobre España, que ellos tienen que sentir, aunque de diverso modo. Y los unos y los otros, hombres inevitablemente, aspiramos a que nuestra obra, superándose a sí misma, alcance la dimensión excepcio­nal de universalidad e ingrese en el patri­monio común y eterno de la cultura del mundo.

Pensamos unos cuantos en España que las reseñadas condiciones no las podremos

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conseguir los que aquí vivimos y colabora­mos, sino a través de una misión histórica, misión política principalmente, con la condi­ción indispensable de prepotencia y poder. Que sin ella sólo habrá triste salvación indi­vidual, el gesto del 98 repetido con peor prosa, y una melancólica recaída en el hu­mor o en las jeremiacas lamentaciones. Por­que, a diferencia de los otros, estamos vin­culados entrañadamente a una totalidad na­cional que forma parte de nuestro espíritu, de la que no podemos prescindir en ninguna circunstancia sin amputamos lo mejor de nosotros y ser también peregrinas y desga­rradas almas.

Lo que de cultural tiene esta misión, aparte las deseables resonancias universa­les, tiene un campo de expansión muy con­creto, prescrito por la Historia, en la Amé­rica española, hasta hoy ganada por otros sectores de la cultura europea, no siempre por los mejores, y desde hoy sin norte ni estrella alguna; porque la Francia que quiso ser cerebro del mundo, poco tiene que decir en estos momentos, y para su modos inte­lectuales ha pasado el tiempo. Es natural que los pueblos de alma española, que hasta ahora pensaban en francés de importación, vuelvan la vista a lo originario, ya que es justo que en esta hora crucial cada uno se atenga a sus raíces propias y a lo impuesto por la sangre y por la Historia, y que si los pueblos americanos quieren ser algo más que comparsas en el campo de la cultura, a España habrán de vincularse, con peligro evidente de falsificación y trivialidad si no lo hacen.

Pero, ¿a cuál de las dos Españas? El tronco común se ha bifurcado por obra de la guerra, y si nosotros reclamamos la pri- mogenitura, no dejan los ausentes de recla­marla también, proclamándose a sí mismos, lo mismo que nosotros, continuadores de la tradición nacional, incluso de la más alqui­tarada tradición católica en algunos casos. Ellos están próximos^ incluidos en el cuer­po mismo nacional de aquellos países. De nosotros, los pueblos americanos están se­

parados por un mar inmenso, que aún tiene importancia. Ellos, con el vigor que les da su situación desesperada, se entregan ya a la tarea creadora, derramando su obra in­telectual por todos los pueblos de nuestra habla. Nosotros, durmiendo en los laureles, sólo despertamos para pequeños tiquismi­quis literarios. La labor de la España pere­grina puede ser, hay que proclamarlo cruda­mente, muy apreciable. La nuestra, hasta ahora, es casi nula. ¿A cuál de las dos Es- pañas seguirán los mozos estudiosos del otro lado del Altántico?

Es necesario recobrar nuestra conciencia y vivir alerta, como se nos ordena por la Falange. Nuestras armas son armas de su cultura, y antes que usarlas hay que tenerlas para disponer de ellas. Culturalmente, los españoles de por acá estamos desarmados. Reina entre nosotros la mayor confusión, y pasan por soberbios valores, gentes que hace mucho tiempo están muertas y enterradas y son el hazmerreír de los sensatos, dentro y fuera de las fronteras. Urge delimitar los campos, desenmascarar a los falsos valores, arrojarlos a la obscuridad de donde no de­bieron salir. Urge también plantear, clara y polémicamente, las directrices de nuestra cultura y eliminar de la tarea a tanto señor mediocre y desenfadado, que hoy pesa des­dichadamente sobre el cuerpo nacional. \ después, entregarse con alegría, pero con claro saber de riesgos y responsabilidades, a la creación. Los viejos y los mediocres, ya sabemos lo que dan de sí. Nosotros per­manecemos inéditos, y tenemos derecho a recabar, violentamente si hace falta, la aten­ción y el quehacer. Si efectivamente tene­mos algo que añadir a lo universal y a lo hispánico, si en nuestros corazones y en nuestras inteligencias duerme efectivamente un mensaje que ofrecer, los años lo dirán. Lo que no podemos es permanecer impasi­bles ante la falsificación evidente que se mueve entre nosotros, mientras la España peregrina pretende arrebatarnos la capitanía cultural del mundo hispano, ganado para la Patria por nuestros mayores.

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¿ R U B E N D A R I O C O N T R A B O L I V A R ?

En estos días universales que trajeron consigo la conferencia de La Habana se ha oído elevarse al otro lado del Atlántico una vanamente impos­tada voz de sirena. José María Pemán, si desde­ñado por las antologías, encumbrado por la fuer­za a la Presidencia de la Academia Española de la Lengua, ha vertido en el micrófono todo su caudal de inflexiones seductoras. En calidad de poeta, según dice, ha dirigido a la juventud his­panoamericana un mensaje titulado En respuesta a la “Salutación" de Rubén Darío, que ha publi­cado íntegramente el semanario “Domingo” en su número de 14 de julio y que será seguramen­te reproducido en no pocos lugares de América. En tono pacigüeño, cautivador, insta a esa juven­tud a dar cumplimiento a una supuesta profecía de Rubén Darío adversa al panamericanismo y favorable a una hispanidad franquista.

Ya es vieja esta cantinela entre los facciosos de España. Fué Ramiro de Maeztu, si no me en­gaño, ese extraño “mártir”, propugnador, como tantos otros, de la guerra civil y del atentado personal en cuyo abismo, cumpliéndose el dicho del Espíritu Santo, ha perecido, quien puso en boga el poema Salutación del Optimista al decla­mar en histéricos alardes aquellos sus conocidos versos: (1)

¿Quién será el pusilánime que al valor español niegue( músculos

y que al alma española juzgue áptera y ciega y tullida?

Más tarde, durante la guerra, el bando nacio­nalista que la desató, renegado por todos los poe­tas españoles dignos de ese nombre, (2) siguió agarrándose a sus exámetros como a un imagina­rio clavo ardiendo. El empeño continúa. Creen al hacerlo así tener en sus bocas la palabra clave que por obra y gracia del verbo hispánico ha de abrir a su dominación las puertas del Nuevo Mundo.

No parece difícil, sin embargo, descubrir en tal Porfía un aspecto más de la indigencia que en el orden del espíritu aflige a los opresores del pue­blo español, una nueva y odiosa expresión d_e la

u ( 0 "Uno de los últimos recuerdos que conservo de Maeztu, es la felicitación calurosa que me expresó con ocasión del prólogo que en junio de 1936, puse a la no­vela, de ambiente mejicano, titulada Héctor, en cuyo pró­logo hacía un llamamiento a la guerra civil y una apologia, «i determinadas circunstancias, del atentado personal . Eu­genio Vegas Latapie. en el prólogo a la tercera edición de Defensa de la Hispanidad, de Ramiro de Maeztu. Se cuen­ta en este mismo prólogo cómo lloraba Maeztu recitando la Salutación del Optimista, “ lágrimas que habían de tro­carse en cataratas y sollozos, que le obligaron a suspender la lectura al llegar a la invectiva: ¿Quien será el pusilá­nim e...?''

J2) Recuérdese el artículo titulado Como un solo poeta, Publicado en el número 2 de "España Peregrina” , pág. 80.

Por Juan LARREA.

fuerza bruta que si asesinó a García Lorca no tiene por qué guardar respeto al nombre preclaro de Rubén. En régimen de tan honda incultura como el que padece España, atentado de tal na­turaleza contra su espíritu no podía legítimamen­te incumbir sino a quien decorado con el título de Presidente de la Academia de la Lengua es, por decreto y a la letra, su pontífice máximo, ( lj Aquel José María Pemán que preconizaba la for­mación de un Imperio romano-germánico a cuya sombra los españoles a una hora permanente de siesta tuvieran tiempo de filosofar, como los cas­trados bueyes, bajo el “yugo", (2) es este mismo que hoy comete el sacrilegio de invocar el nom­bre de uno de los más esclarecidos hijos de la li­bre América para pedir a su juventud, de un modo subyugador, como corresponde, que forje sus propias imperiales cadenas. O si se quiere con palabras del mismo Pemán, “para elaborar la de­finitiva fórmula reaccionaria de la hora”, para que “irrumpa la fuerza joven, inteligente y reac­cionaria que une a la Hispanidad y que no le tie­ne miedo a la palabra Imperio, porque sabe que no significa ningún retorno a cosa vieja, sino mu­tuo común apoyo y apretamiento de rebaño". . . ¿Más claro? Rebaño, reacción: el salto atrás en su mortal esplendor, el apogeo lanar de lo ove­juno —ocasión que ni pintada, por cierto, para salir trasquilado—, he aquí lo que José María Pemán, Presidente de la Real Academia Española, se atreve a solicitar de las juventudes de Améri-

(1) José María Pemán ha sido depuesto posteriormente y por causas que ignoramos, de la Presidencia de la Aca­demia Española de la Lengua,

(2) “El Imperio que hemos soñado siempre se lo he­mos contratado siempre a manos cesáreas y extrañas: a la Roma de Augusto; a los Césares austríacos; a los Califas mismos de Córdoba. Cuando lo ̂ hemos ensayado solos de un modo absoluto —León, Aragón—, hemos fracasado por falta de cohesión interna y propia... No hemos sido im­perio más que cuando nuestra diversidad personalista ha sido superada por sustancias unificadoras germánicas y ro­manas... Cuando Roma nos hacía el Imperio, es cuando nosotros, sin perjuicio de colaborar en el con soldados, políticos y hasta emperadores, teníamos tiempo de hacer filosofía... Sólo así, con un alto y fuejte dominio que produjera una interna vacación política, se lograba que el personalismo español se reconcentrara... Por eso los espa­ñoles hemos vivido en una perpetua angustia^ contradictoria y rechazando el Imperio. Cuando nos lo traía Augusto, lo rechazábamos con Viriato; cuando nos lo traía Carlos de Gante, lo rechazábamos con Padilla y Maldonado. Los Co­muneros, ingenuamente embellecidos por el romanticismo li­bera!. fueron una especie de partido agrario, caciquil y pueblerino que oponía al Imperio el afán de continuar él mangoneo político, el afán de perpetuar la España arrisca­da, desunida, selvática y ardiente de Trogo y Estrabón... Como antes Augusto, totalmente romano, fué ahora preciso Carlos, mitad germano, para mantener la cohesión... Ahora sólo es preciso una cosa: que frente a esta nueva invitación al Imperio, no nos empeñemos otra ver en alistarnos bajo las banderas de Vtríalo o Juan de Padilla. No rechacemos otra vez lo romano germánico” . . . José María Pemán. (Uni­dad, San Sebastián, 13 de abril de 1938.)

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ca. Como en el cuento de la caperucita roja se huele la presencia del lobo, de la loba, mejor di­cho, de la loba romana.

Vale, pues, la pena de que echemos un rápido vistazo sobre la obra de Rubén Darío examinan­do al pasar sus pretendidas profecías hispano-na- cionalistas. La tesis que sostienen los defensores de la Hispanidad se restringe a un solo poema: Salutación del Optimista, dirigido a las razas ame­ricanas anunciando la inminencia de un mundo nuevo, exaltando en relación con él la unión de los países hispanoamericanos y previendo un re­nacer del espíritu español:

Retrocede el olvido, retrocede engañada la muertese anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña...

Al tiempo, pues, que se propugna el triunfo de la reacción y del rebaño, se atribuye tal con­dición al mundo nuevo en el que, por lo visto, no hay más progresión, por decirlo así, que la de la parálisis general progresiva. Este mismo José María Pemán es uno de los definidores franquis­tas que, para actualizar el provincialismo espa­ñol y darse continente de superioridad, no se re­signa a considerar terminada la Edad Media a que realmente pertenecen, (1) suprimiendo implí­citamente la edad universal propia del continente nuevo, aunque ello signifique suprimir al mismo tiempo la auténtica doctrina española: “la mayor cosa después de la creación del mundo, sacando el nacimiento y muerte del que lo crió, es el des­cubrimiento de las indias y así las llaman Mundo Nuevo. (2) Lo que se pretende es, pues, que no sólo sea España sino América quien se encaudi- lle, es decir, quien se arrime a la cola del cometa hitleriano o si se prefiere del pez grande que se merienda al chico.

Mas ¿qué es lo que afirma Rubén, que retro­cede la vida en un movimiento reaccionario, co­mo pretende Pemán, o que retrocede la muerte? ¡Qué más da, si lo que en realidad se busca es sembrar la confusión, la discordia en el seno de las juventures americanas, de quebrantar la acti­tud de franco entendimiento en que, desde la pro­mulgación de la política del buen vecino, las na­ciones hispanoamericanas se han colocado con res­pecto a Estados Unidos, a fin de dividirlas y ha­cer ineficaz todo movimiento conjunto de defen­sa! Bueno es todo lo que contribuya a la orga­nización de una quinta columna con gentes que el día del triunfo serán recompensadas y que, mientras tanto, hagan el juego disociador que prepare e! camino al advenimiento ecuménico de Hitler.

Ahora bien, ¿pueden descubrirse en ese poema indicios de profecía en el sentido de predicción o vaticinio, única razón que pudiera dar autori­dad de orden superior, extraindividual, a la re­comendación del poeta entendida tal como preten-

(1) “ España que es, en su Siglo de Oro, en cierto mo­do. Edad Media continuada” . . . “ España, siempre un ̂poco Edad Media continuada” . . . José María Pemán, Crónicas de antes y después del diluvio. (Valladolid, 1939.)

(2) Francisco López de Gomara. Carta al Emperador Carlos V en la dedicatoria de Hispania Victrix.

de Pemán? No. Precisamente lo que éste persigue en representación del alma española áptera y cie­ga y tullida, puesto que sin poetas, es que los países americanos pongan por obra la interpreta­ción política que los usurpadores, movidos por sus particulares intereses, atribuyen al poema de Rubén para que así resulte a posteriori una ver­dadera profecía. ¿Profecía en el sentido etimoló­gico, de manera que al expresar los deseos de su persona, el poeta expresa los hondos designios de la colectividad favorables al actual estado de co­sas español? No, puesto que la posición ideoló­gica que en ese mismo poema manifiesta su autor es positivamente contraria al espíritu que hoy im­pera en España. Rubén Darío exalta el triunfo de las esencias hispánicas dentro de un régimen universal de libertad en el que resucite la virtud española, eminentemente popular, que extendió su influencia por el mundo y no convertida como ahora en un feudo romano-germánico, en un cam­po de sangre y de traición esquilmado que no cultivado por la barbarie. Dos guerras civiles ha­bía padecido ya España cuando fué escrito este poema, las cuales, lejos de ser para Rubén sín­tomas de resurrección, éranlo sí, de gravísima de­cadencia. Atacar en transportes de odio furioso a sus hermanos los españoles utilizando a la le­gión y a los marroquíes en el primer momento, con italianos y alemanes después, haciendo el jue­go de estas potencias, como ha ocurrido en esta tercera guerra civil, ¿podría ser considerado, por engañosos que sean los pretextos, como resurrec­ción de la virtud española? Es preciso estar ciego o tener un alma malvada para afirmarlo.

Olvida, por otra parte el Presidente de la Aca­demia Española, porque así conviene a su polí­tica, que fué el mismo Rubén Darío quien con­testó a su primera Salutación con otra Salutación. apasionada, la Salutación al Aguila inspirada por la tesis contraria a la que hostil a los Estados Unidos, Pemán sustenta. De manera categórica se expresa en las siguientes estrofas:

Bien vengas, mágica águila de alas enormes y fuertes a extender sobre el Sur tu gran sombra continental, a traer en tus garras, anilladas de rojos brillantes, una palma de gloria, del color de la inmensa esperanza, y en tu pico la oliva de una vasta y fecunda paz.

¡Et pluribus in unurn! ¡Gloria, victoria, trabajo!Trdenos los secretos de las labores del Norte, y que los hijos nuestros dejen de ser los retores latinos, y aprendan de los yanquis la constancia, el vigor, el carácter.

Aguila, existe el Cóndor. Es tu hermano en las grandes(alturas.

Los Andes le conocen y saben que, cual tú, mira al Sol. May this grand Union have no end, dice el poeta.Puedan ambos juntarse, en plenitud, concordia y esfuerzo- que sea tu venida fecunda para estas naciones

Aguila que conoces desde ¡ove basta Zaratustra y que tienes en los Estados Unidos tu asiento, que el pabellón admiran constelado de bandas y estrellas-

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¡Salud, Aguila! Extensa virtud a tus inmensos revuelos, reina de los azures, ¡salud!, ¡gloria!, ¡victoria y encanto! ¡Que la Latina América reciba tu mágica influencia y que renazca nuevo Olimpo, lleno de dioses y héroes!

¿Se halla aquí incluso o no el continentaiismo construido con mejor o peor fortuna sobre los pensamientos que esforzaron a Bolívar? Et pluri- bus in unuml La libre unión continental dentro del espíritu democrático. Más aún. ¿Podría ser el gran poeta de Hispanoamérica quien se hallara en discrepancia fundamental, como quiere el Pre­sidente de la Academia Española, con el espíritu americano del Libertador? ¿Puede concebirse si­quiera la posibilidad de que Rubén Darío sea el traidor que suscite y enmascare la perfidia de una quinta columna llamada a desbaratar las más ge- nuinas tradiciones americanas, tanto las del Sur como las del Norte? Al hacer tal agravio a la poe­sía muestra Pemán lo poco que de verdadero poe­ta tiene. Por otra parte, como buen ciudadano de la Libertad, condenaba Darío toda intromisión imperialista, téngase esto bien presente. Hubo un momento, precisamente por la época en que es­cribió su Salutación del Optimista, en que estuvo a punto de convertirse en el campeón del anti­imperialismo norteamericano, entonces cuando los yanquis no vacilaban en conculcar las libertades de los países pequeños. En México se recuerdan aún las penosas aventuras que sufrió con este mo­tivo. Los embajadores de los Estados Unidos se atenían a métodos hoy afortunadamente olvida­dos. Ese mismo antiimperialismo se manifiesta sin lugar a dudas en su Canto a Roosevelt don­de, por otro lado, campea la siguiente frase en la que no quisiéramos que nadie pudiera compro­bar nunca indicios de profecía:

Eres los Estados Unidos eres el futuro invasorde la América ingenua que tiene sangre indígena.

¿Cómo dudar con tales antecedentes de que el sentimiento que podia haber informado sus vati­cinios es precisamente el contrario que le atri­buye el Presidente de la Real Academia Españo­la? Si se oponía al predominio de la fuerza nor­teamericana ¿con que impetuosidad no saldría hoy al paso de la dominación desalmada de Hitler y Mussolini, a beneficio de quienes en estos momen­tos caza el mal sabueso español, personajes que representan la imposición de la fuerza en su bes­tial absoluto? ¿No son ellos los que acaban de victimar bárbaramente el tercer gran amor de Rubén? Acordémonos de su poema A Francia:

¡Los bárbaros, Francia! ¡Los bárbaros, cara Lutecia! Bajo áurea rotonda reposa tu gran pdadin.Del cíclope al golpe, j qué pueden las risas de GreciaT ¿Qué pueden las Gradas, si Herakles agita su crinT

En locas fauna!tas no sientes el viento que arrecia, el viento que arrecia del lado del férreo Berlín, y d l l bajo el templo que tu dm a pagana desprecia, tu vate hecho polvo no puede sonar su clarín.

Suspende, Bizancio, tu fiesta mortal y divina,¡Ob, Roma, suspende la fiesta divina y m orid!Hay dgo que viene como una invasión aquilina que aguarda temblando la curva del Arco Triunfal. ¡Tannhauser! Resuena la marcha nupcial y aquilina y vése a lo lejos la gloria de un casco imperid.

Pudo creerse durante la anterior guerra euro­pea que este soneto del Canto errante (1907) era un vaticinio correspondiente a aquellos días. Hoy está claro que no. Ahora en 1940 es cuando han entrado verdaderamente los bárbaros en París aventando sus decadentes molicies. Ahora cuando el caudillo alemán se ha personado en la áurea rotonda donde reposa Napoleón y se ha paseado bajo el Arco de Triunfo. ¿Cabe mejor ejemplo ilustrativo de que si alguna profecía puede con­tenerse en la Salutación del Optimista conviene remitir su verdadero cumplimiento a una segunda etapa de tiempos que esperamos mejores? Porque no ha de faltar ocasión para que_ la hermandad hispanoamericana se una en el más amplio espí­ritu de libertad, estemos seguros, en ese mismo espíritu que defendió hasta más allá de la muerte el pueblo español, todavía no bien comprendido.

Señalemos que esta entrada de los bárbaros en Francia se ha llevado a cabo con la complicidad de quienes sirviéndose de todos los medios a su alcance, incluso del nombre de Rubén Darío, pre­tenden franquearles la puerta de América y fa­cilitarles la posesión del mundo. (1) El 19 de ju­lio, por los mismos días del mensaje de Pemán a la juventud americana proclamaba Franco: El conflicto europeo empegó en España. Sin la co­laboración de la España nacionalista ni Alemania ni Italia hubieran alcanzado sus actuales victorias.

¡Triste España! No en vano cantaba Rubén, refiriéndose a ella al mismo tiempo que a Hispa­noamérica :

Siento una fuga de americanos potros y el estertor postrero de un caduco león,

aunque una vez más plantara al final del poema en que esto escribe la esperanza, situada como siempre en las tierras de sol y de armonía de es­ta América disparada hacia el futuro.

Fruto de un temperamento eminentemente sen­sual, la obra de Rubén Darío se produce en un clima fastuoso, de exuberante paganía. Nada en él denuncia las preocupacoines interiores del mis-

(I) ¿Arbitrario? Oigase cómo sentía el autor de De­fensa de la Hispanidad, pretendido código espiritual hispa­noamericano, según su prologuista el citado Vegas Latapie: "Otro de los temas preferidos por don Ramiro era hacemos la apología de Hitler, considerándolo como uno de los más grandes políticos que ha conocido la Historia por haber impedido, juntamente con Mussolini, que el comunismo des­truyera todo lo que en el mundo existe de Cultura. Su en­tusiasmo por el Fuhrer es muy anterior a la llegada del nacional-socialismo al Poder, siendo dignas de recordación las violentas e interminables discusiones sostenidas por Maeztu, secundadas por el general García de la Herrán, prin­cipalmente con Eugenio Montes, en los tiempos que este eximio pensador no se había rendido a la evidencia de la grandeza del Fuhrer". Op. cit. pág. XV.

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tico a quien mueve el afán de escalar las vertien­tes espirituales, de abstraerse del mundo y desa­fiar la noche del sentido en busca de una luz de más alta procedencia que le permita contemplar realidades de naturaleza menos inmediata. Al con­trario, su experiencia interior es elemental en gra­do sumo. No pasa de abrigar vagas aspiraciones concernientes a un todo indiferenciado que él co­noce con el nombre de psique, asimilada hasta cierto punto con el alma católica.

Sin embargo, al examinar esa obra con algún detenimiento se ve que su autor se halla honda­mente obsesionado por el fin del mundo en que vive. El temor que le inspira su muerte personal se multiplica con el temor que siente al fin de lo humano, de lo social o colectivo, a que su con­ciencia de ser pertecene, temor que se conforma a la enseñanza de las profecías católicas. Ello con­f i e ^ a su paganismo un tinte religioso. Siente Rubén, en una especie de espontáneo milenaris- mo, que nuestra sociedad se halla en sus postri­merías. Varias son las referencias al Apocalipsis y al Anticristo que aparecen en sus poemas:

¿Ha nacido el Apocalíptico Anticristof(Canto de Esperanza).

cosas. Era aún demasiado pronto para que la in­tuición pudiera hacer uso de aquellos materiales que permiten imaginar una más explícita realidad futura. Para él todo se traduce en una palabra mágica: Esperanza, que repite como para asegu­rarse de que no se encuentra en los infiernos en cuya puerta se exige el abandono de tan dulce compañera. Y espera en América, y espera en el Aguila, y espera en Cristo, y espera en España... El más significativo de estos poemas es el llama­do Canto de Esperanza que, como se ve por su título,’ constituye el gozne en que gira su iibro Cantos de vida y de esperanza al que pertenece subalternamente la Salutación del Optimista. En él se leen las siguientes estrofas que seguramente Darío volvería hoy a rezar más que a cantar an­te el bestialismo anticristiano del caudillo ale­mán, de su cómplice italiano y de su acólito es­pañol :

¿Ha nacido el Apocalíptico Anticristo?Se kan sabido presagios y prodigios se ban visto y . parece inminente el retorno de Cristo.

Verdugos de ideales afligieron la tierra, en un pozo de sombra la humanidad se encierra con los rudos molosos del odio y de la guerra.

Y tu caballo blanco que miró el visionario pase

(Canto de Esperanza).

¡Oh, Señor Jesucristo! ¿por qu i tardas, qué esperas para tender tu mano de luz sobre las fieras y hacer brillar al sol tus divinas banderasf

Aguila que estuviste en las horas sublimes de Patmos (Salutación al Aguila).

En alguna parte se ha visto el palacio del Anticristo

(Agencia).

Para Rubén el temido Anticristo se identifica en principio con Nietzche, (1) como se identifica hoy con su auténtica proyección histórica que ha opuesto a la cruz de Cristo en que se muere la cruz gammada por que se mata, y al reino uni­versal de Dios el reinado particular de la bestia. En sus momentos de angustia veía siempre ese misterioso y abominable término que es necesa­rio vencer para alcanzar la insistente alba de oro que reaparece sin falta al final de sus amargos cantos. Creía Rubén, según se deduce de sus es­critos, tanto como en los dogmas católicos, en la existencia inconcreta de un más allá, de un mundo nuevo de alborada relacionado con América y con la esencia española, por más que su tempera­mento pagano con ribetes maniqueístas. no conci­biera superación posible al mundo de Hércules, de la fuerza, con su guerra necesaria:

No es humana la paz con que sueñan ilusos profetas la actividad eterna hace precisa la lucha.. .

A este género de encontrados sentimientos obe­decen composiciones como la Salutación del Op­timista en que se mezclan y confunden no pocas

( !) “ El Anticristo nació en este siglo en Alemania: con­quistó muchas almas’’, etc. Rubén Darío: La España Negra.

Ven, Señor, para hacer la gloria de t i mismo, ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo, ven a traer amor y paz sobre el abismo.

Y tu caballo blanco que miró el visionario pase. Y suene el divino clarín extraordinario.¿Mi corazón será brasa de tu incensario.

¿Cómo poner en duda que Rubén Darío hu­biera visto con nosotros, en este doloroso trance histórico, que la encarnación de la víctima, el me­diador entre los dos mundos, entre cielo y tierra, se identificaba con la entidad colectiva del pueblo español inmolado en su cruz a manos de ese bár­baro triunvirato de señores de la mentira y con la complicidad de la mayor parte del mundo? ¿Cómo él, poeta universal, no iba a hacer causa común con sus hermanos los poetas, los españoles, los americanos, férvida muchedumbre cuya sen­sibilidad intuyó sin vacilar el campo donde se encuentra la virtualidad creadora, la justicia en su especie más cumplida? No se trata, entre otras cosas, de cantar nuevos himnos, de dar lengua suelta y anchas alas a la poesía? ¿Con qué bocas lo haríamos, con las vaticinantes de los poetas o con las de las armas de fuego que las enmudecen r Por otra parte, la sangre mestiza de Rubén Da­río, medio española, medio americana, ¿aceptaría que su Salutación del Optimista sirviera de canto de sirena favorable a quienes en América tienen un santo horror al indigenismo, a quienes se pre­cian de no poseer en sus venas una sola gota de sangre autóctona y que, por la superioridad que este hecho racial suponen que les confiere, recta- man para sí, en nombre de un pasado debido a

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los trabajos del verdadero pueblo español que mez­cló sin tasa su sangre con la de todos en una afir­mación igualitaria, el uso del poder y las rique­zas? Sus ínclitas razas ubérrimas ¿serán razas condenadas a eterna esclavitud, no redimidas por España sino destinadas a hacer lisonjera la vida del hombre europeo, del alemán, del mal español, a dejarse explotar por estos modernos encomen­deros que, si no han vacilado en asesinar a su pueblo por el delito de desear la libertad republi­cana que los países americanos tienen desde hace ya tanto tiempo conseguida, ¿qué suerte iban a reservar al de estos países tan inferiores, según la ideología hitleriana —y antiespañola— de la raza? Piénsese en lo que ha hecho Franco con las razas marroquíes, cuyo destino estaba a España confiado. Carne de cañón y pudridero.

¿Rubén Darío contra Bolívar? No. Pemán contra Bolívar, el señorito andaluz contra el ge­neroso genio español nacido a la luz del nuevo continente y animado por sus vastos y profundos designios; el policía contra la personificación de la Libertad; la "Edad Media continuada” contra el Mundo Nuevo que intuía auroralmente Rubén al tiempo que anunciaba el final de las sombras que caracterizan al antiguo.

*

No es esta ocasión de detenerse a considerar la relación de identidad que puede existir entre la alta virtud hispana que resucita, anunciada por Rubén Darío y el comportamiento heroico del pueblo español que ha sostenido una lucha sin precedentes contra el mundo casi entero, una verdadera agonía en la aue se cifran para el por­venir tantas y tan liberales esperanzas. Resucitará esa virtud, esa categoría espiritual, no española, sino humana, popular y libre que, por no perte­

necer a aquel mundo, sino a su superación, no podía prosperar en el medio europeo y que irra­diará en el orbe por obra sobre todo de esta América llamada a realizarla, operando así una nueva ascensión del hombre hacia la plenitud de su genérico destino.

Hora es más bien de alzar la voz para pro­testar del ultraje que José María Pemán y la Academia que representa y que no es la primera vez que se ha comprometido en esta ofensiva ma­niobra, ha inferido al padre y liróforo celeste de este mundo americano, prostituyendo, infamando su personalidad en nombre de la cultura, dedi­cándola a los más viles menesteres de orden po­lítico. En nombre de la verdadera cultura espa­ñola desterrada de su suelo patrio —la verdad de esta afirmación salta a la vista— elevamos pues, nuestra protesta por este acto de ignominia re­conociendo el deber de organizar el desagravio que la importancia del caso requiere.

Hace pocos meses el Presidente de la Acade­mia Italiana, Luigi Federzoni, en su visita oficial a Madrid, lanzó pública y solemnemente la con­signa política de la reconquista de Gibraltar ne­cesaria —según parece— para la dignidad de Es­paña, mas sin duda para la voracidad del Impe­rio Italiano. Hoy es el Presidente de la Academia Española quien hace un llamamiento en nombre de Rubén Darío, determinando el itinerario po­lítico que la juventud hispanoamericana debe seguir, favorable, naturalmente, a la expansión franquista. La "jerarquía" juega de arriba abajo en su escalonada dependencia de valores. Pues bien, contra esa hipocresía perversa, contra ese academicismo entrometido, fraudulento, de puñal y ángel custodio, nos alzamos pidiendo a la ju­ventud americana que considere el caso y dé su veredicto en un pleito en el que por su signifi­cación se ventilan los más elevados valores del espíritu e incluso el porvenir de la cultura misma.

La táctica del enemigo es dividirnos, hacernos malgastar en la fricción de nuestras contradicciones internas las energías que debiéramos integrar en un sólo impulso combativo contra sus huestes exterminadoras. Es la vieja táctica del di­vide ut imperes que tan extraordinarios éxitos le ha proporcionado en el seno de las democracias europeas. Lo tristemente asombroso es que entre nuestras gentes e incluso entre amigos nuestros muy cercanos haya quienes engañados por las exigencias de un obcecado partidarismo político sostengan que no sólo no es deseable la unión en el plano cultural en que nosotros la proponemos, sino que hasta debe ser evitada. Contra tan típica labor de quinta columna, de co­operación con el enemigo, nos levantamos con la mayor energía. A los españoles no nos está permitida la desunión porque no podemos dar lugar a que nuestra causa perezca. Sólo por ella nuestros muertos viven. Y una de dos, o somos un ejército de corazones soldados á dolor y a fuego, o no pasaremos nunca de ser una turba de apatridas pálidos sin salvación posible.

Buscando lo que puede unirnos, encontraremos nuestra conciencia, la con­ciencia universal característica del pueblo español. En ella tenemos que conven­cernos y convencer a los demás, para que nuestro destino se cumpla. Y si es ne­cesario dar, para que la conciencia triunfe y quedemos todos en ella convencidos, la batalla por la unidad daremos, huelga decirlo, la batalla por la unidad.

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L A V O Z D E S U A M OHace poco se ha publicado en México un li­

bro con el título “El Difícil Paraíso", que no es otra cosa que el mahometano “paraíso a la som­bra de las espadas”, reconquistado por Fran­co. El prólogo de este libro, tan pulcramente infecto, le anunciaba, modestamente, como “la voz de México" pues bien a las claras se veía su pretensión de ser, frente a España, portavoz de toda la América. Pero tan voz de América era ella como pueden serlo de España los gritos destemplados que recogemos hoy de la prensa fa­langista. La voz de ellos fué, en otros tiempos ta?ñbién graves, el embajador Pacheco pidiendo, en nombre de la civilización, la intervención ex­tranjera en México. Ya está bien como botón de muestra. Ahora la piden en nombre de la hispanidad. La voz nuestra, la española, la voz libre de España en aquella ocasión funesta, fué la de Pi y Margall y la del general Prim. La voz de ellos, ahora, es la que, con el más increíble descoco le dice al Gobierno popular de Chile, en una nota oficial, que ha asaltado el poder”, cuando eUos, tan “nacionales" que hasta el nom­bre les viene del extranjero, ayudaron a moros, portugueses, italianos y alemanes para perpetrar la mayor y más cruenta usurpación de la historia. La voz de ellos, ahora, es la que se atreve, con impúdica cursilería, a decir del presidente Cárde­nas el austero, "que encama a la perfección" al “político sabihondo, orgulloso de las joyas de sus dedos, charlatán y garrido, y envuelto siem­pre en las espirales azuladas de su habano” y la que, ronca todavía por la acritud de la pólvora, anuncia alborozadamente, sin que su sed de san­gre se baya saciado, una hora del ángelus para los pueblos españoles de América, esa hora en la que los requetés, o los cristeros, se lanzan al ata­que saludando con las palabras del ángel. La voz de ellos es la que, en nombre de ese imperio azul en el que España sería el eje espiritual del mundo hispánico, habla de imponer su voluntad omnímoda “cuando llegue el momento” y trata de preparar ese momento, el de la victoria hi­tleriana. saboteando la Conferencia de La Habana y haciendo la demagogia del dólar en favor del imperio futuro del Reichmark. Esa es la voz de la "España nacional”: la voz de su amo.

LA HORA DEL ANGELUS

La planicie central de México se parece a la castellana. Y el mexicano es como el español: apasionado, valiente, afanado por la justicia, in­dividualista e impetuoso. Terciadas las cananas y el sarape hasta las polainas, asomando el arma bajo los pliegues de la “guayabera”, enrojecidas las espuelas al clavarse en el caballo, o hincha­dos los pies por los guijarros del camino, hay algo divinamente español en el mexicano que combate. O detrás de Madero y Emiliano Zapata en busca

de una revolución de mentira e incompleta; o en los cuadros de Porfirio Díaz, el general Huerta o Cedillo; o, con más precisas y definidas direc­ciones en los cuadros de los “camisas doradas", de esos “cristeros” como los llaman. Hay algo divinamente español en la vida, en una más o me­nos quiméricamente ambición de justicia. Y el hombre cuyo cuerpo rompen los balazos en aras de una vida mejor, es el que vive pegado a los surcos paralelos y trabaja de sol a sol y tiene sus esperanzas sentimentales en un futuro glo­rioso de su patria. Pero allá también, por encima de la “peonada” y aprovechándose de sus deseos, está el político sabihondo, orgulloso de las joyas de sus dedos, charlatán y gárrulo, y envuelto siempre en las espirales azuladas de su habano. El político frentepopulista, siervo de Rusia y_ ene­migo de España, que encama a la perfección el actual Presidente Cárdenas, conduciendo por ca­minos de relumbrón a un pueblo digno de mejor suerte, a un infiemo de tipo asiático, o a un comunismo que se quiere presentar como nativo cuando no es más que el puente para la barbarie. De él salieron las ayudas para la España roja, de él y de los que le rodean; no del vivac pintoresco donde, a la luz de la fogata, se reposa de las fatigas. Hubo armas que no hombres mejicanos en la contienda de nuestra España —

Pero ya es mucho que aún haya viejecitas que, a la hora del Angelus, crucen sus manos sarmen­tosas para murmurar una oración por el caído, o porque Dios le guarde la vida del hijo joven que la intranquiliza. Es mucho que, además de las coplas criollas en las noches de los sábados y de las libaciones del “mezcal”, haya también los hombres de alma acerada que pelean hasta dejarse la vida y las entrañas; es mucho que la juventud dude ya del rostro cansino de José Stalin; es mucho que alguien se preocupe allí por España. . . Es mucho, porque es la esperanza. La esperanza de los vasallos buenos que necesitan un buen señor. La esperanza de que Mariquita y Juana vuelvan a hacer su aparición, envueltas en el son del rumbo, en las tierras reconquista­das. .. Que la olanicie de México se parece a la de Castilla... Y hay sangre española de por me­dio. ¡Arriba España!

fosé M. García Rodríguez-—(lidaridad Nacional”, Barcelona. /

de enero de 1940.)

Es clara la orientación del mundo hacia los sistemas totalitarios, apartando doctrinas que men­tían una falsa intervención de los pueblos en w dirección de sus destinos. Y es precisamente en esta hora cuando México, triste país de revolu­ciones sangrientas e inútiles ofrece el espectáculo deplorable de unas elecciones presidenciales mu a lo Frente Popular Español. Como en nuestras

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vergonzosas elecciones del 16 de febrero, todos los atropellos y todos los delitos y la terrible pre­sión gubernamental, se han cebado en el partido antirrevolucionario. ¿Se quiere más claro ejemplo de una política vergonzosa?

(‘‘A B C", 9 de julio de 1940.)

El nombre del candidato a la presidencia de México, general Almazán, recoje el entusiasmo popular allí donde se pronuncia. Ayer durante el entierro de los muertos durante las elecciones, partidarios de su política, el pueblo le hizo objeto de imponentes manifestaciones de adhesión.

Almazán ha triunfado, pero no ocupará la Presidencia. El Frente Popular, que allí, como aquí, y en todas partes sabe burlarse del “demos” en nombre de la democracia impide con sus atro­pellos y sus crímenes que los elementos de orden encaucen la vida nacional. Nuestro repugnante 16 de febrero se repite en aquel país, digno de me­jor suerte.

(“A B C”, 11 de julio de 1940.)

México, cuya vitalidad enervan los movimien­tos revolucionarios, ha de salvarse. Es una Re­pública de habla_ española, a la que debemos mi- r*r_ con simpatía, distinguiendo entre sus viles políticos, traidores al sentido racial, y el pueblo, enérgico y sano que está al borde de la revolu­ción verdad nacional. Un partido revolucionario, con turbios ideales confesados, y repugnantes en­tronques internacionalistas, acaba de ganar unas elecciones al uso "democrático", es decir: falsean­do la voluntad del pueblo, dominando lo popular y espontáneo por el terror encaramado en el po­der. Este ha sido el triunfo de Camacho sobre Almazán. Al cerrar el camino pacífico a los par­tidos de sentido nacional, acaso se haya abierto la ruta a la guerra civil. Días de prueba aguar­dan a ese país, que han escogido como granja comunistas y masones. México reaccionará vigo­rosamente. Acaso no tarde el día en que podamos saludar el nacimiento —con las armas en las ma­nos, si tal fuera preciso— de un partido que rei­vindique y encame el espíritu hispánico de Mé­xico.

(“A B C”, 14 de julio de 1940.)

ESPIRALES AZULADAS(Habanera con ritmo de vals)

MADRID, julio 28.—Los ataques contra los estados Unidos, que diariamente aparecieron en la prensa madrileña la semana pasada, adquirie­ron hoy un ímpetu especial, por medio de un car-

óue apareció hoy fijado en muchas paredes, trata de una caricatura que lleva por leyenda

¡! nous la Liberté, y en ella figuran el Presidente ooosevelt y el Rey Jorge, paseando en faetón sobre los cadáveres de los belgas, los holandeses y ‘Osfranceses. Roosevelt lleva las riendas, y Chur- cn,|l. Halifax y Chamberlain tiran del carruaje.. Abajo aparece sintetizada la opinión de los na-

Qonahstas sobre los Estados Unidos y la Confe- rencia de La Habana: "Los hispanoamericanos, a

quienes las conferencias panamericanas nunca les han traído otra cosa que la idiota mentira yanqui sobre la llamada solidaridad democrática, real­mente han luchado contra la rapacidad del capi­talismo estadounidense.

Ahora una yez más en la Confrencia de La Habana, las naciones de la América Española, con unidad de propósitos, han ridiculizado las doc­trinas ambiciosas de los Estados Unidos. Están librando otra batalla victoriosa contra la tiranía del dólar y han proclamado la resolución de man­tenerse figles a los destinos que han recibido de España y que España les reafirmará”.

De este cartel podría decirse que lleva carác­ter oficial, pues no contiene nombre de redactor o editor, como lo exige la ley, y en cambio con­tiene el mapa de un territorio que al parecer Es­paña se propone demandar, figurando en él Gi­braltar, toda la porción noroeste de Africa que se extiende hacia el Sur hasta la Costa de Oro y las Filipinas.

Conectadas con España por la misma línea roja que circunda a aquéllas, aparecen los límites que siguen el curso del río Bravo del Norte y contienen grandes regiones de los Estados Uni­dos, desde California al Golfo de México.

MADRID, julio 28. (United.)—Los frentes de los edificios, muros y empalizadas de esta capital amanecieron empapelados con la cuarta serie de los cartelones anónimos que suelen aparecer con el título de ‘‘Voz del Público”.

Esta nueva serie lleva como figura central un mapa en el que están señaladas en tinta roja y varias flechas que parten de España y apuntan hacia las Islas Filipinas, Gibraltar y tocan a Flo­rida, apareciendo sombreadas con igual color la parte meridional de Texas, la región noroeste de México y el golfo, en dirección del Pacífico.

Sobre el mapa figuran los párrafos del recien­te discurso del general Franco, en que dijo: “He­mos hecho un alto en la lucha, pero no hemos terminado nuestra empresa. Hemos hecho una pausa en el fuego, pero la revolución no ha ter­minado”.

MADRID, agosto 2.—"El monroismo de Cor- dell Hull en La Habana es lo más repugnante que hayamos visto y está enderezado directamente en contra de los intereses españoles”, dice el diario totalitario "Arriba”, en un violentísimo editorial en contra de las decisiones tomadas por la Con­ferencia de Cancilleres, en general, y en particu­lar, contra el Secretario de Estado de Norteamé­rica.

Dando a entender muy claramente que las posesiones europeas del hemisferio occidental de­ben ser entregadas a Alemania e Italia y también a España cuando ésta "preste su colaboración armada en el actual cambio histórico de la Hu­manidad”, el diario falangista da por descontado el triunfo del totalitarismo y adopta una violen­cia de tono en los comentarios con que adereza los resultados obtenidos en La Habana, llegando hasta afirmar que a Europa muy poco le intere­san las decisiones del Continente Occidental, en donde sabrá imponer su voluntad omnímoda "cuando llegue el momento”.

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LIBROS

C O M EN TARIO A “ ESPAÑA, E L PAIS Y LO S H ABITA N TES”

(De Leonardo Martín Echeverría. Editorial Atlante, S. A. Meneo, D. F. 1940. 488 páginas, numerosas ilustraciones intercaladas en el texto, 160 fotografías en láminas fuera de texto, así como algunos mapas a color.)

Por F. MIRANDA.

Es ya conocido del lector de habla española ei autor de esta maravillosa "España”, compen­dio de las esencias más puras que hayan podido ser extraídas de la realidad geográfica de este nuestro atormentado país. A manera de ensayos en la marcha hacia esta “España” que ahora se yergue perfecta ante nuestros ojos, han sido otros dos libros del mismo autor, uno, en la colección “Labor” y otro aparecido durante la tragedia que aún vestirá de luto por muchos años el corazón de ¡os españoles.

Campea en todo este libro gran probidad cien­tífica y un corazón limpio de español, que no pretende engañarse a sí mismo, ni mucho menos al lector. Concisas y exactas descripciones y be­llas fotografías reviven aquellos magníficos pai­sajes hollados en otro tiempo por nuestros pies y nuestras almas, hoy, sólo por nuestras almas; serenos paisajes nunca abandonados por nosotros, de la misma manera que nosotros no seremos nunca abandonados de ellos.

Ninguno de los arduos problemas que preocu­pan al español como español, y que, aunque no se los haya formulado nunca, los siente en su cuerpo o en su espíritu, han sido olvidados por el autor de “España", que nos los presenta con toda su crudeza y se esfuerza en que sean com­prendidos rectamente por medio de acertada se­lección de los claros espíritus que de ellos se han ocupado y de. lo que es todavía más valioso, su experiencia de español que ha vivido a Es­paña.

Leemos: “La importancia del estrecho de Gi­braltar no se reduce a una mera comunicación entre Europa y Africa. Su valor acrece como nudo de primer orden en la navegación mundial, en !a unión del Mediterráneo y del Atlántico”. Después: “La previsión de Inglaterra ha dado a su poderío naval la posesión de Gibraltar, plaza que viene ocupando desde comienzos del siglo XVIII, como prenda de su intervención en el pleito de Austrias y Borbones a ¡a sucesión del trono de España, cuando murió Carlos II”. Es decir, como prenda de su intervención en una guerra civil española. Y más allá se dice: "El predominio de España sobre la cuenca occidental mediterránea se afirma con la posesión del ar­

chipiélago adyacente de Baleares”. En consecuen­cia no puede uno dejar de pensar con terrible inquietud en cuáles serán las secuelas de la in­tervención de Italia y Alemania en la última guerra entre españoles, de una Italia que habla constante y arrogantemente del “mare nostrum , aunque por ahora no sea muy suyo.

No se escapan al autor ninguno de los tra­bajos de recientes investigadores sobre la geolo­gía del suelo hispano, síntesis geológica que ocupa el segundo capítulo de la obra. En ella se en­cuentra toda la evolución de la península, con sus más salientes vicisitudes, a partir del macizo galaico, la más antigua tierra de España, restos quizá de un continente más occidental, hoy se­pultado bajo las aguas del Atlántico.

El relieve del suelo aparece descrito en el tercer capítulo, abordándose su estudio, de un modo racional, con arreglo a los potentes movi­mientos que en diferentes épocas quebrantaron la en realidad frágil corteza terrestre. ¡Qué pla­cer rememorar los viejos nombres de los agrestes lugares montañeros, teatro otras veces de nues­tras aventuras contemplativas! ¡“Valle del Ca­res”, “formidables peñas de Cerredo”, “áspero Llambrión”, “casi inaccesible Barranco de Bul- nes”, ‘cumbres de Peñalara, Siete Picos y la Mujer Muerta”, “pelada Pedriza de Manzana­res” . . . . !

Contra lo que se ha venido afirmando en di­versos libros, la costa cantábrica parece haber estado animada de un movimiento de descenso en época anterior al comienzo del cuaternario, como lo indican los estuarios o rías —desembo­caduras de ríos invadidas por el mar— aunque ahora se encuentre relativamente estabilizada. La principal prueba de levantamiento aducida, el mito de las famosas argollas de Santoña, donde “se amarraron las naves de Carlos V”, y que hoy se encontrarían muy alejadas del mar, "se basa en un error histórico”, pues quizá "el Emperador nunca visitó Santoña". La cuestión de si las “ro­cas" costeras de Asturias y Lugo son formaciones de erosión marina o continental no está aún re­suelta satisfactoriamente. "El carácter de la costa de Galicia y desgarramiento en las amplias rías que constituyen su nota singular, obedecen al hundimiento del macizo galaico, con sumersión parcial de los valles...” He aquí, pues, la causa de la formación de las hermosas rías bajas ga­llegas, uno de los más maravillosos paisajes cos­teños que existen sobre la tierra. En el Mediodía de la península hay síntomas de hundimiento de la costa en "las ruinas del famoso templo de Hércules, de la vieja colonia fenicia de Cádiz, actualmente sumergidas bajo las aguas”. Sin em­

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bargo son numerosas las pruebas de que última­mente las costas de la península han pasado por un largo período de estabilidad. En efecto, tóm- bolos o lenguas de arena que han reunido al con­tinente las islas cercanas a la costa, transformán­dolas en penínsulas, albuferas o penilagunas costeras, deltas, etc., son accidentes frecuentes a lo largo de las costas españolas.

“El clima español se caracteriza, dentro de su variedad, por dos notas muy acusadas: riqueza en sol y pobreza en lluvias”. Pero es aquí donde se presenta el mayor contraste de la península, la diferencia entre la España húmeda (región ga- laico-cantábrica), de típico clima atlántico-euro- peo, y la España seca, de influencia en su mayor parte, mediterránea, con caracteres climáticos par­ticulares a medida que se penetra en la meseta castellana.

“En la alimentación y régimen de los ríos el factor definitivo es el clima siendo la irregulari­dad de los ríos españoles, como su notable dife­rencia de caudal según las estaciones del año, consecuencias inevitables de la desigual distribu­ción de las lluvias”. Se acusa de nuevo en el régimen fluvial el fuerte contraste entre la España seca y la húmeda. Así, el río Miño que es el séptimo de España por su longitud, es el segun­do por su caudal y el Nalón, el quinceavo por su longitud, es por su caudal el sexto. Lo que quiere decir que la relación caudal dongitud es mayor en los ríos galaico-cantábricos que en cualesquiera otros de la España seca.

Como es natural, también la vegetación, que da carácter al paisaje, traduce la diferencia entre ja España húmeda y la seca. En la región ga- Eico-cantábrico, las asociaciones vegetales carac­terísticas son los bosques densos de árboles de hoja caduca: castañedos, carballedas, hayedos, etc., y por destrucción del bosque los prados o Pastizales. De la España seca son característicos Iqs bosques poco densos de árboles de hojas per­sistentes: encinares, alcornocales, pinares, pero _la destrucción de éstos engendra el "matorral” : ja- tales, coscojales, retamales, etc. Es desolador Para los españoles, a propósito de la España seca, rí siguiente párrafo que ofrecemos sin comenta­rio: “Bosques enteros han sido descuajados y_con su desaparición han ido en aumento la irregu­laridad de las torrenteras, abarrancándose fas laderas y dejando al desnudo la roca viva”.

. El alma castellana ha sido moldeada por pai­sajes como el de "los inmensos horizontes de la 'lancha —de líneas sencillas y de la más austera

grandiosidad—< que evocan siempre el recuerdo ue la noble figura de Don Quijote y su primera salida al mundo, en la mañana de anuel dia ene era uno de los calurosos del mes de julio: Jos cauces de los ríos estarían ya secos, empezarían 3 amarillear los yermos y rastrojos, sólo darian nota de vida, en la infinita tristeza del campo manchego. el verde plateado de los olivos y el follaje de las cepas de los viñedos”.

Problemas candentes para España y muy dig- nos de meditarse son los que se refieren a los cultivos y su organización económica, causas.

entre otras, de las últimas tragedias españolas. “Es equivocada la idea, muy extendida entre ios españoles, de un pretendido abandono de sus campos y achacar a falta de cultivo la pobreza de muchas comarcas. El mal es acaso lo con­trario, una roturación excesiva y el estableci­miento de labranzas sobre lugares donde han de sostenerse en condiciones ruinosas”. La desorga­nización del régimen de propiedad es un hecho en casi toda España, “en la húmeda y zonas montañosas prevalece el minifundio, exagerado hasta la parcelación más caótica y perjudicial en las tierras de los valles, singularmente en Gali­cia". “En la España seca el régimen imperante es el latifundio. En tierras de Salamanca, Ex­tremadura, Castilla la Nueva y casi toda Anda­lucía, la propiedad ha quedado en poder de unas pocas familias, a expensas del resto de los habi­tantes del campo, cuyos únicos ingresos son los cortos jornales en el tiempo que las faenas nece­sarias reclaman su trabajo”; complicándose to­davía las cosas con “el absentismo de los prin­cipales propietarios”, “ignorantes de las necesi­dades de los cultivos. Algo había hecho la República Española en los últimos años con la discutida Reforma Agraria por remediar ese estado anormal de la propiedad, pero al esta­blecerse la llamada “nueva España” todo volvió a sus antiguos cauces.

Quizás haya sido también abandonada en la “nueva España” la política de riegos, que con­tinuó activamente la República, política que es “necesidad imperiosa para toda forma, de agri­cultura intensiva en un país como España, rico en sol y, de ordinario, pobre en lluvias". Es la organización de los riegos desde tiempos inme­moriales la que ha hecho de las huertas de los democráticos levantinos las más feraces tierras de Europa. Y esto es hacer España: mejorar la riqueza del país mediante un trabajo asiduo y bien organizado, y no hundirla para beneficio de otras naciones.

La distribución de la ganadería es inversa también con arreglo al gran contraste español, España seca y húmeda. La primera es una región de ganadería lanar y cabría, la segunda, de ga­nadería vacuna. Sin embargo, en la España seca, “la reacción favorable a la agricultura se exageró en todo el curso del siglo XIX y ha terminado, finalmente,_ por romper el equilibrio respecto a la ganadería, cuya disminución resulta en detri­mento de la propia agricultura: la actual insu­ficiencia de ganado en regiones de la España seca impide estercolar debidamente sus tierras sometidas a explotación desde hace ya muchos años y mineralizadas con exceso por el uso casi exclusivo de los abonos químicos".

Uno de los capítulos más importantes de la riqueza española es la pesca, que se desarrolla en todo el extenso litoral de la Península, alcanzan­do su mayor intensidad en el Golfo de Vizcaya y en las rías bajas gallegas, aunque precisamente en esta última región, y no obstante la vigilan­cia que ya empezaba a organizarse, se resentía algo la prodigiosa abundancia de la pesca por el

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empleo abusivo de artes destructoras, entre ellas la dinamita.

La enorme riqueza minera española no rinde a la nación el producto que debiera, pues o bien se halla completamente en manos de empresas extranjeras, o bien faltan las correspondientes in­dustrias de beneficio y el mineral es exportado en masa, a todo más después de somera elaboración. Así, por ejemplo, la explotación de las minas de cobre de Río Tinto "se cedió en 1873 a una gran compañía inglesa (Río Tinto Company), que ha realizado un verdadero saqueo, con propósito se­guramente de agotar los criaderos en el plazo de la concesión”. A partir de mediados del siglo XIX, la industria española ha recibido poderoso impulso. Pero las industrias pesadas no se han desarrollado proporcionalmente a sus posibilida­des, lo que es atribuible a "muyi diversas causas de orden histórico, social y económico, pero una de las decisivas ha sido la escasez o carestía del carbón mineral, nervio de las actividades indus­triales desde hace más de un siglo”. De aquí el porvenir de la explotación de la abundante fuer­za hidráulica en un país montañoso como Es­paña, de cuyos resultados es buen ejemplo el in­dustrioso país catalán, en cuyos ríos, como el Llobregat y sus afluentes, “las presas y fábricas se suceden continuamente". Esta prosperidad in­dustrial de Cataluña, debida al "espíritu empren­dedor de sus fabricantes y a las virtudes de labo­riosidad que son tradicionales en su artesanado”, ha llegado a producir un cierto sentimiento de envidia en el alma pequeña de algunos españoles.

No se puede comprender bien la amistad ofi­ciosa de España con Italia, la del "mare nos- trum”, si se toma en cuenta que el auge impe­rialista de una de estas potencias mediterráneas ha traído como consecuencia histórica la media- tización o colonización de la otra. Se observa esta tendencia hasta en detalles que parecen nimios. Así, uno de los principales productos de exporta­ción españoles, el aceite, "ha estado largo tiempo sometido a la mediación de Italia, cuyo negocio de adquisición del aceite español para luego refí- narlo y hacer su reventa a otros países, estaba ya muy resentido con los progresos de elabora­ción y refinamiento en España y colocación di­recta del artículo en los centros consumidores”.

Es digno de notar que, salvo en el período de la guerra de! 14, el valor de las exportaciones españolas ha sido siempre algo menor que el de las importaciones, lo que se traduce por una mer­ma constante de la riqueza española. Ese desnivel llegó a proporciones aterradoras durante el pe­ríodo 1927-1930, época de verdadera orgía de ne­gocios ficticios de la postguerra que produce las perturbaciones del año 30 y prepara los espíritus para la catástrofe del 36.

A pesar de las frecuentes invasiones de que ha sido objeto, tratándose de un país de paso entre Europa y Africa, el tipo español ha con­servado todas sus características —"moreno, do- licocéfalo y de no mucha talla, pero de gran re­sistencia"— correspondiendo a la descripción que nos hacen los autores clásicos de los antiguos iberos. Las diferencias regionales son muy acu­

sadas, en relación con la variedad de tierras, cli­mas y paisajes, pero "sería erróneo suponer que pudieran llegar a borrar la realidad de conjunto de la gran unidad geográfica de la Península His­pánica”. Pero también y por las mismas razones “no puede prevalecer mucho tiempo en España un criterio de uniformidad".

El pueblo español siempre ha sido un pueblo heroico; nos lo encontramos frecuentemente en la Historia metido en desiguales luchas: contra los cartagineses, romanos, bárbaros, árabes, fran­ceses y casi ayer mismo, contra la intromisión de alemanes e italianos, demostró siempre el viril temple de su alma. Él fracaso de muchos de sus esfuerzos “ha sido resultado de su desorganiza­ción, por una tendencia constante a la indisci­plina”.

Es carácter del español una reacción desmedi­da ante las excitaciones fuertes, siendo entonces “capaz de los mayores excesos disfrazados de una especie de justicia vindicativa”. Se escriben ahora pesados artículos de propaganda, pretendien­do justificar arteramente a los que encendieron la última guerra española. Una cosa aparece ac­tualmente clara, dada la marcha de los aconteci­mientos europeos: que dicha guerra fué una de las primeras manifestaciones de la expansión del imperialismo germano, pues éste obtuvo de ella grandes beneficios, en tanto que para España y desde el punto de vista español representaba sim­plemente una catástrofe. No deja de ser curioso que los autores de esa propaganda a que aludi­mos, pretendiendo hacer historia, nos hablen con­tinuamente de los excesos, asesinatos, incendios de iglesias, etc., ocurridos en el campo republicano, pero guarden no menos constantemente, sospe­choso silencio sobre los excesos cometidos, y que quizá se siguen cometiendo, en la zona domina­da por los sublevados. Y a esa guerra en bene­ficio de los nazis alemanes, de aquellos que han llevado a la práctica las trasnochadas doctrinas de Nietsche, el darwiniano y antiespiritualista creador del superhombre y del anticristo, a esa guerra que no ha sido más que asesinato de espa­ñoles para beneficio de terceros se la quiere lla­mar “guerra santa”.

Del carácter del pueblo español bien compren­dido, de su capacidad para la creación y de la esperanza que los españoles debemos tener en nuestro porvenir brillante el día que la civiliza­ción occidental reciba una trayectoria más espi­ritualista, cambio que ya se deja sentir como una necesidad, en vista de las catástrofes casi universales producidas por la degeneración ma­terialista del espíritu, dan una idea las siguientes líneas: “ ...e s también carácter muy ocusado de los pueblos españoles su aptitud de creación. Lo mejor de la civilización española es obra directa del pueblo: los regadíos mejor organizados, las instituciones jurídicas más justas, el régimen mas conveniente para el trabajo, las formas más pu­ras del arte. .. las admirables canciones de ges­ta y el romancero... v los autores más gloriosos v geniales son precisamente quienes tomaron fuentes de inspiración de! inagotable manantial

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popular; tal es el caso de Goya en la pintura, de Lope de Vega y Cervantes en las letras”.

De toda esta “España” de Martín Echeverría se desprende como una emanación de optimismo que parece decimos: tengamos sana confianza en el resurgir del glorioso pueblo español, cuyas an­sias espirituales de perfeccionamiento comenza­ron a ser maniatadas (¿un símbolo?), por un rey germano “en la triste jornada de Villalar (1521)”.

EL PRIMER MILAGRO DE LA CATEDRAL Angelopolitana

(Cuadros anecdóticos bispano-na- buas, siglo X V II), por Francisco A {orín. Editor Ambrosio Nieto. } Norte 414. Puebla, Méx.

Nada debería descaminar a los españoles aco­gidos a la hospitalidad mexicana, de esta riqueza que Ies rodea en el paisaje, en el cielo, en el suelo, en la historia, en los afanes del espíritu y en la misma grandeza de las cuitas. Estos son parajes en que toca a los lejanos descendientes de los ve­nidos en sus carabelas no empequeñecerse en nos­talgias lugareñas ni mucho menos permitirse la

M E M O R I A S D E

NUESTRO ESCUDO HUELE A GARROTE

A p e n as c a b e im a g in a r c o n fe s ió n m á s a lu c i ­n a n te q u e e s t a q u e s e e s c a p a a l B ole tín de U ni­dad en e l a n iv e r s a r io d e l a s u b v e r s ió n (M éx ico , 18 de ju l io de 1 9 4 0 ): B u estro escudo huele a g a ­r r o te ” . A g a r r o te v il, e x a c ta m e n te . ¡D e s v e n tu r a ­da. h e d io n d a E s p a ñ a !

E f lu v io s de t r i c o r n io y b a y o n e ta c a la d a e n la s m a ñ a n a s p u r a s d e C a s t i l l a ; h o n ta n a r e s de l la n to q u e , in c o n te n ib le , la d e s e s p e r a c ió n r e t u e r ­ce; t r i u n f o d e la r ig id e z c a d a v é r ic a e n l a c a r n e del p u e b lo q u e o s c ila , co n u n p a lm o d e le n g u a a fu e ra , a r r ib a , e n t r e u n r e v o la r d e c u e rv o s . ¡A r r i ­ba E s p a ñ a , e n e fe c to !

R íen lo s m o ro s a f i la n d o s u s b r i l l a n t e s d e n ta ­d u ra s . J u b i la n to s c a n o s y tu d e s c o s r e p a r t ié n d o s e a c a r a d e F r a n c o y c ru z g a m m a d a a lg u n a s a u ­té n t ic a s h e re d a d e s .

B u e strc escudo huele a g arro te . Y n u e s t r o lem a e s exterm inación , p u d ie ra n a ñ a d i r s in r e ­paro .

C ie r ta m e n te , e l f a la n g is m o e s u n e s ti lo .

LA CASA ABACIAL DE JOSE ANTONIO

M A D R ID .— H a n c o m e n za d o la s o b ra s d e s a ­n eam ien to . d e r r ib o y a r r e g lo d e l a c a s a - p r is ió n Jo sé A n to n io p a r a l l e v a r a la p r á c t i c a e l p ro y e c to de e d i f ic a r la c a s a a b a c ia l d e J o s é A n to n io . E l com ienzo de l a s o b r a s se d e b e a l a in ic ia t iv a d e l

n P ro v in c ia l d e l M o v im ie n to , c a m a r a d a M ig u e l * u v illa , a p ro b a d o p o r e l P r e s id e n te d e la J u n t a

esquividad petulante sino cobrar ámbito y crear con nueva y poderosa emulación. Harto, en el pasado, desvinculados de estas tradiciones neo- continentales, de esta apoteosis única de nuestra historia, nos hicimos menguados olvidados por olvidadizos y pedestres.

Así hay que tener por ejemplar el celo con que el distinguido arquitecto español don Francisco Azorín, hoy en franco servicio mexicano, que ya dió preciados frutos, quiso para aun mayor acer­camiento y compenetración, revolver los archivos, saber secretos del pasado, símbolos de valores eternos. La leyenda que ahora nos presenta, prin­cipio de serie ojalá muy rica, refiere con solicitud primorosa el idilio del arquitecto y pintor español don Pablo García, autor de la famosa catedral de Puebla, y la princesa indígena, hija de una raza de arquitectos y pintores, Xochiistac (Blanca Flor), cifra notable y representativa del hoy com­puesto linaje mexicano, entendimiento de dos artes sobre dos intolerancias, continuidad enriquecida. El fondo de la leyenda, activo'y rumoroso, presi­dido está por las urgencias del gran obispo Pa- lafox, a quien esperamos ver en nuevas leyendas de la misma pluma relevante en épicas acciones de protagonista.

José CARNER.

U L T R A T U M B A

P o lí t ic a , e l v ic e s e c r e ta r io d e l P a r t i d o : M ig u e l P r i ­m o de R iv e r a y e l D ir e c to r G e n e r a l de A r q u i ­te c tu r a .

B ie n s e d e n o m in e c a s a a b a c ia l d e J o s é A n to ­n io o b a s í l i c a n a c io n a l d e J o s é A n to n io , la p r i s ió n e s t a r á r e g id a p o r u n a O rd e n r e l ig io s a de a b o le n g o l i tú r g ic o y c u l tu r a l y c u m p l i r á u n a d o ­b le f in a l id a d , s e r u n p e r m a n e n te r e c u e r d o d e J o s é A n to n io y d a r c o n t in u id a d a s u d o c t r in a .

L a fu n d a c ió n t e n d r á c a r á c t e r d e c a p e l la n ía m a y o r d e la O rg a n iz a c ió n y s u a b a d s e r á a m o d o d e p r io r d e l a F a la n g e .

E l g o b ie rn o de e s t a f u n d a c ió n e s t á e n c o m e n ­d a d o a u n P a t r o n a to y l a m is ió n e je c u t iv a in ­c u m b e a l J e fe p ro v in c ia l d e l M o v im ie n to .

D o s d e r iv a c io n e s t e n d r á e s t a i n s t i t u c ió n p o r lo q u e a l o rd e n c u l t u r a l s e r e f i e r e u n a d e a l t a c u l tu r a s o c ia l y o t r a d iv u lg a d o r a d e l a te o r ía d e l P a r t i d o .

¡AVE M ARIA PU RISIM A!

L a e s c u e la n u e v a t ie n e q u e v o lv e r a la p rá c ti­ca de a q u e l la s c o s tu m b r e s c r i s t i a n a s t a n h e r m o ­s a s y t a n s e n c i l l a s q u e e r a n e l s o s t é n m á s f i r m e d e l a v id a de lo s p u e b lo s h o n ra d o s . E l b e s a r la m a n o d e lo s s a c e rd o te s , e l r e z a r e l s a n to ro s a r io , e l c á n t ic o de la s e lv a , e l s a l u d a r a l l l e g a r a ca sa d ic ie n d o : Bendito y a lab ad o se a el S an tísim o S a ­cram ento.

O le g a r io D ía z C a n e ja , I n s ­p e c to r d e P r im e r a E n s e ñ a n z a e n E l M ag iste r io E sp añ o l de

10 d e f e b r e r o de 1940.

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R E G I S T R O B I B L I O G R A F I C O(1S39-1B40)

P o r A gu s tín M IL L A R E S C A R LO .

A b re v ia tu ras .

R . A. R epertorio A m ericano. S e m a n a r io d e C u l­t u r a H is p á n ic a . S a n J o s é d e C o s ta R ic a , 1939- 1940.

A d X C. V é a s e N ú m . 593.A m ér. V é a s e N ú m . 592.

A N U A R IO S . R E V IS T A S

5 9 2 . A m érica. R e v i s t a m e n s u a l . 1940. D ir e c to r : A g u s t ín R o d r íg u e z O ch o a .

5 9 3 . A n ales de M edicina y C iru gía . ( R e v is t a S a ­n i t a r i a d e l a R e p ú b l ic a D o m in ic a n a .) P u ­b l ic a c ió n m e n s u a l . D ir e c to r té c n ic o : D o c to r R . L ó p ez , d e H a ro . (C iu d a d T r u j i l lo ) . A ñ o I, N ú m . 1. A b r i l , 1940.

594. In fo rm acio n s de C ata lu n ya. G a c e ta m e n s u a l . M éx ico . D . F . 1940. D ir e c to r e s : L lu is A y m a - m í i P e r e M a ta lo n g a .

595 . Unión G en eral de T rab a jad o res . B oletín de In form ación So c ia l. M éxico , D . F . 1940.

B E L L A S A R T E S

5 9 6 . B a l y G ay , J e s ú s . P ro g ram a del cu rso in tro­ducción a la po lifon ía c lá s ica , en el C onser­v ato rio R ac io n a l de M úsica. M éxico , 1940. ( L a C a s a d e E s p a ñ a . )

5 9 7 . J a é n M o re n te , A n to n io . L a im agin ería es­p añ o la e n R . E . V, ( F e b r e r o , 1940), p á g s . 57-68.

5 9 8 . M en d o za , V ic e n te T . E o s can tos de a ra d a en E sp a ñ a y M éxico, e n R M S, a ñ o I I , v o l. I I n ú m . 1, (1 9 4 0 ), p á g s . 45-55.)

599. S a la s V iu , V ic e n te . E l B le s t G ana de Alone e n R e v is ta de A rte . (C h ile ) , n ú m . 5, (1 9 4 0 ), p á g . 13.

600. S a la z a r , A d o lfo . C áted ra de H isto r ia de la M ú sica . l a M ú sica en la Sociedad E u ropea desde lo s tiem pos p r im itiv o s h a s ta fin es del s ig lo X V m . M éx ico . 1939. ( L a C a s a de E s ­p a ñ a e n M é x ic o ) , 18 p á g .

6 0 1 . S a la z a r , A d o lfo . L a s g ran d e s e s tru c tu ra s de la m ú sica . E l tem plo. l a escena. E l pueblo. M éx ico . 1940. ( L a C a s a d e E s p a ñ a . )

6 0 2 . W ie g a n d , C h a r m io n v o n . F lc a s so ’s l a t s pe- riod , e n D irection, v o l. 3, n ú m . 6 (1 9 4 0 ), p á g s . 38-41.

B IB L IO G R A F IA . B IB L IO T E C O N O M IA

603 . V ic é n s . J u a n . E l p ré stam o de lib ro s, en B o­le tín B ib lio técn ico . ( L a H a b a n a ) v o l. I I , n ú m . 2 (1 9 3 9 ), p á g s . 2-4.

C IE N C IA S P U R A S Y A P L IC A D A S

6 0 4 . C a r ra s c o , P e d ro . O ptica in stru m en ta l, M é­x ic o , 1940, 182 p á g s . ( L a C a s a d e E s p a ñ a . )

6 0 5 . D ía z de C o ss io . M a r t ín . L a s f ib r a s d u ra s , en A n á lis is Económ ico, n ú m . 1. ju l io - s e p t ie m ­b r e d e 1940, p á g s . 35-43.

6 0 6 . L ó p e z d e H a ro , R . C ontribución a l estud io de la n eu ro sífilis , en A d M C, I (1 9 4 0 ) , p á g s . 11-20.

607. P o z a J u n c a l , L E l ag re siv o quím ico en la s g u e rra s m odernas, en A m ér. I , (1 9 4 0 ) ; p á g .16.

608 . R e y P a s to r , I . A ritm ética y A lgeb ra . P r im e r a ñ o . E s c u e l a s N o rm a le s . B u e n o s A ire s , 1940.

C R IT IC A . E N S A Y O S

609 . A lo n so , A m ad o . A lgunos sím bolos in sisten ­te s en la p o esía de P ab lo R eru d a e n R e v ista h isp án ica m oderna, ju lio , 1939. p á g s . 191- 220 .

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611 . B a u d iz z o n e , L u is M. S ilv erio L an za . U n p re ­c u r s o r de l a g e n e ra c ió n d e l 98, e n N o so tro s. (B u e n o s A ir e s ) , 48 y 49 (m a rz o -a b r i l , 1940), p á g s . 252-260.

612 . B aeza , R ic a rd o . R ietzche y lo s ju d ío s , en R d 1 I , ép . 2* n ú m . 17, (1 9 4 0 ), p á g s . 21-57.

613 . C a s te l la n o s , R a m ó n . A lberti, m arinero en tie rra y poeta en la calle , e n E .f V I (1940), p á g s . 57-60.

614 . C ir re , J o s é F r a n c is c o . E l rom ance en la poe­s í a española, e n R d 1 I , ép . 24, n ú m . 18, (1 9 4 0 ). p á g s . 259-274.

615 . G a te s , E u n ic e J o in e r , R em in iscense3 o f Gon- go ra in the w orks o f S o r Ju a n a In és de la Cruz. N ew Y o rk , 1939. ( P u b l . b y th e M odern L a n g u a g e A s s o c ia t io n o f A m e ric a , v o l. L IV , n ú m . 4.)

616 . G a y a , R a m ó n E l señ or Dom enchina, e n Ta,' X (1 9 4 0 ), p á g s . 57-59.

617 . H e r r e r a P e te r e , J o s é . O portunidad de Gu V icente, e n Ta.» X , (1 9 4 0 ), p á g s . 53-54. (S o ­b r e P o e sía s de G il V icente. E d . n o ta s y p ró ­lo g o de D á m a s o A lo n so . M éx ico , E d i t . S éneca , 1940.)

618 . J a r n é s . B e n ja m ín . P órtico de la g loria , en T ., 4 (1 9 4 0 ), p á g s . 303-314. (A n tic ip o del l ib r o in é d ito E u ro sin a o la G racia .)

619 . J a r n é s , B e n ja m ín . C a rta s a l E bro . (B io g ra ­f í a y C r í t ic a .) M éx ico , 1940. ( L a C a s a de E s p a ñ a . )

620 . J a r n é s , B e n ja m ín . Ju s to S ie rra , el quim éri­co. en A m é r. I, (1 9 4 0 ), p á g s . 14-15.^

621 . J im é n e z , J u a n R a m ó n . C risis del e sp ír itu en la p oesía españ o la contem poránea, e n N os­otros. (B u e n o s A ire s ) , 48 y 49, (m arzo-abril, 1940). p á g s . 165-182.

6 2 2 . L a r r e a . J u a n . In troducción a un mundo nue­vo. IV en E P , 5, (1 9 4 0 ), p á g s . 217-221. (D el l ib r o p ró x im o a p u b l ic a r s e : Rendición de E sp ír itu .)

623. L á z a ro , A n g e l. L a v u e lta a G aldós en V. ( f e b r e r o , 1940), p á g s . 53-56.

624. L á z a ro . A n g e l. D os poem as de R o sa lía de C astro , e n N E , V II , ( a b r i l , 1940), páiT5- 77-80.

625 . M ag d a le n o . M a u r ic io . R an go hum ano y pañol de Sender, en Colum na. (B u e n o s A i­r e s ) , n ú m . 31-32 (1 9 4 0 ), p á g s . 30-32.

626 . M a te o s M uñoz. A g u s t ín . Antonio M achado,P en sad or e sp añ o l e n R E , V II , ( a b r i l , 1940), p á g s . 71-75. ,

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628. P a lè n c ia , I s a b e l de . E l a r te del p u e b lo , enA m é r. I, (1 9 4 0 ), p á g s . 28-29. .

629 . P a u l in a S t. A m o u r, S i s te r A. M. A stu d y othe V illancico up to L o p e de V ega, w á s n - in g to n , 1940. ^ «

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L IT E R A T U R A

A lb e r t i , R a f a e l . P o esía (1924-1939), B u e ­n o s A ire s , E d i to r ia l L o s a d a , S . A . 1940, 306 p á g s . (C o l. P o e ta s d e E s p a ñ a y A m érica ..) A lb e r t i , R a f a e l . Son etos. Canciones, e n Sur, (B u e n o s A ir e s ) , n ü m . 64, 1940.B a r t r a , A g u s t ín . E l árbo l de fuego . C iu d a d T ru jillo . L ib r e r ía D o m in ic a n a , 1940. (C o le c ­c ió n “R a íz y E s t r e l l a ’'. ) 90 p á g s .C e rn u d a , L u is . A tard ecer en la C atedral, en Ta., X , (1 9 4 0 ), p á g s . 15-17.C e rn u d a , L u is . E le g ía españ o la , e n E F , 4, (1 9 4 0 ), p á g . 171.C im o rra , C le m e n te . E l B loqueo del hom bre,B u e n o s A ire s , 1940.D ie s te , R a f a e l . B o jo fa ro l am ante, B u e n o s A ire s , 1940.D ie z - C a ñ e d o .E n r iq u e . Ocho E p ig ra m a s de O riente, e n TH , a ñ o I, n ú m . 3, (1 9 4 0 ), p á g s . 131-133.F e lip e , L e ó n . P oem as, e n E F , 5, (1 9 4 0 ), p á g s . 201 - 202 .G a n iv e t , A n g e l. C a rta s f in lan d esa s y H om ­b re s del n o r te . P r ó lo g o de J o s é O r te g a y G a s s e t . B u e n o s A ire s , E s p a s a -C a lp e , 1940. C ol. A u s t r a l . )G il-A lb e r t , J u a n . D esde e l destierro e n H E, V I I I , (m a y o , 1940), t>ágs. 19-28.G il-A lb e r t , J u a n . Im precación a u n a d iv i­n idad h o stil, en T a., X . (1 9 4 0 ), p á g s . 30-36. G in e r d e lo s R ío s , F . S ie te P oem as, e n l i de M, 20, (15 , a g o s to , 1940), p á g . 5. J im é n e z , J . R . l in a ca r ta y un rom ance n ue­vo. (F in a r de la etern idad) e n HA, t. X X X V I, n ú m . 24, (1 9 3 9 ), p á g . 382- J im é n e z , J . R . l a g lo ria , e n E A , t . X X X V II , n ú m . 3, (1 9 4 0 ), p á g . 40.J im é n e z , J . R . E o s árbo les , e n T a., X , (1 9 4 0 ), p á g s . 10-11.M éndez , C o n ch a . Poem as, e n H E, V II , (a b r i l , 1940), p á g s . 43-45.M illá n , M. A . A la siem pre im probab le m uer­te de F ed erico G arc ía L o rc a en Am ór. I,(1 9 4 0 ), p á g . 32.

r d o s, E m ilio . Canto a la so ledad, e n T a,(1 9 4 0 ), p á g s . 22-24.

R e y B a l ta r , R a m ó n . A g a ita a fa la re , Lam -b ran zas e m ald icións, P o e m a s . C a r ta -p ró lo g o d e E d u a r d o D ie s te . I lu s t r a c io n e s d e C a s te - lao , O o lm e iro e S e o a n e . B u e n o s A ire s , 1939, 190 p á g s .R o ja s . A g u s t ín d e . E l n a tu ra l desdichado.E d i te d b y J a m e s W h i te C ro w e ll. I n s t . de l a s E s p a ñ a s e n lo s E E . U U „ N e w Y ork , 1939.R o ja s , F r a n c is c o de. D el B e y a b a jo ninguno y entre bobos an da e l ju ego . E s p a s a -C a lp e , A r g e n t in a , B . A . 1940. (C o lee . A u s t r a l . )

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712 . V a l le - ín c lá n , R a m ó n d e l. C ara de P la ta . B u e n o s A ire s . E d i to r ia l L o s a d a , S . A-, 1940, 161 p á g s . (C ol. B ib l io te c a C o n te m p o rá n ea .)

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7 1 7 . C o m as, M a r g a r i ta . M etodología de la A rit­m ética y la G eom etría, B u e n o s A ire s , L osa­d a , 1940.

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721 . In stitu to H ispano-M exicano “ B u iz de Alar­cón” . P r o s p e c to . M éx ico . 1939. 20 p á g s .

722 . In stitu to “ L u is V iv es” . C o leg io E s p a ñ o l de M éx ico . P r o s p e c to . M éx ico . 1939.

723 . M a n c is id o r , J o s é . L a educación popular en la B e p ú b lica española, e n A ula, (R e v . de la E s c . N a c . d e M a e s tro s . M éx ic o ) , n ú m . 5, d ic ie m b re d e 1939.

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725 . O n ta ñ ó n , J u a n a . L a lite ra tu ra en la escue­la , e n E y C, 7, (1 9 4 0 ), p á g s . 367-372.

726 . S á n c h e z T r in c a d o , J o s é L u is . E l hombre, e l superhom bre y e l p rogreso m oral en E , V I, (1 9 4 0 ), p á g s . 9-13.

727 . S á n c h e z T r in c a d o , J o s é L . L a enseñanza ae la h isto r ia de lo s p rim eros g rad o s, en E y C, a ñ o I, n ú m . 6, (1 9 4 0 ), p á g s . 306-312.

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729 . R o c a fo r t . F e d e r ic o . Con In g la te rra y Fran­cia, e n K R . v m , (m a y o , 1940), p á g s . - - 29-34.

Rogamos encarecidamente a todos los españoles amigos que nos envíen nota de los tra­bajos que publiquen o que hayan publicado a partir del D de enero de 1939, así como de los referentes a España o a asuntos españoles sea cual fuere la nacionalidad de sus autores. Sólo por la colaboración de todos el REGISTRO BIBLIOGRAFICO podrá alcanzar la am­plitud que conviene.

También les rogamos con no menor encarecimiento que, de serles posible, nos remitan un ejemplar de sus publicaciones para que obre en la biblioteca de la / unta, la cual aspira a ser, como es sabido, la BIBLIOTECA DEL PUEBLO ESPAÑOL EN EL DESTIERRO.

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OBRAS PUBLICADAS POR LA CASA DE ESPAÑA EN MEXICO

Enrique Díez-Canedo...................Juan de la Encina.......................Alfonso Reyes.............................Antonio Caso................................María Zambrano...........................José Gaos y Francisco Larroyo..León-Felipe...................................José Moreno Villa.......................

Juan José Domenchina................Adolfo Salazar.............................Adolfo Salazar.............................Genaro Estrada.....................Luis Recaséns Siches...................Jesús Bal y Gay...........................Justo Sierra..................................José Medina Echeverría...............Adolfo Menéndez Samará............Jaime Pi-Suñer.............................José Giral.......................... ...........Benjamín James...........................Manuel de Rivas Cherif..............

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Pedro Carrasco.............................Juan Roura..................................Samuel Ramos..............................Rafael Sánchez de Ocaña............Julio Torri....................................

El teatro y sus enemigos.El mundo histórico y poético de Goya. Capítulos de literatura española.Méyerson y la física moderna.Pensamiento y poesía en la vida española.Dos ideas de la filosofía.Español del éxodo y del llanto.Locos, enanos, negros y niños palaciegos, gente

de placer de los siglos XVI y XVII.Poesías escogidas.Música y sociedad en el siglo XX.Las grandes estructuras de la música. Bibliografía de Goya.Vida humana, sociedad y derecho.Romances y villancicos españoles del siglo XVI. Evolución política del pueblo mexicano. Sociología contemporánea.Fanatismo y misticismo.Bases fisiológicas de la alimentación. Fermentos.Cartas al Ebro.La fotografía de las membranas profundas del

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