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ESPACIO, LUGAR Y TERRITORIO

Hacia el desanclaje entre la ciudad y lo urbano

Por: Marcelo Rodríguez

El presente trabajo se inscribe en una discusión teórica-conceptual sobre la espacialidad

revisada por la Antropología y la Sociología, cuyas producciones permiten entender el

desanclaje entre la ciudad y lo urbano como un fenómeno contemporáneo, contingente a su

devenir histórico. Las preocupaciones teóricas sobre la espacialidad han ido configurando

progresivamente un corpus de conocimientos sobre la ciudad y lo urbano para ir

construyendo críticamente Teorías Urbanas de producción reciente. Se ha expresado la

necesidad de explicar, más que solo describir, las características, relaciones sociales que se

entretejen en la ciudad y lo urbano, y que incorpora en su análisis las condicionantes socio-

históricas, políticas y económicas propias de las sociedades occidentales capitalistas

posindustriales.

La complejidad, amplitud y dinamismo del fenómeno de la ciudad y lo urbano,

configura un campo de problemas sobre los cuales las categorías conceptuales de la

modernidad no han podido dar respuestas satisfactorias, ya que se han formulado

principalmente desde la noción de ‘tiempo’. Sus énfasis explicativos se han centrado en el

sujeto soberano de la conciencia y del conocimiento, la noción de universalidad, el

progreso como linealidad histórica, y la razón como medio privilegiado para la dominación

de la naturaleza. Estos énfasis portan una importante deuda en sus explicaciones: la

espacialidad.

En este marco, como producción teórica que ha sido influenciada por las diferentes

corrientes o escuelas de pensamiento en ciencias sociales, revisaremos tres conceptos que

son centrales a la hora de construir explicaciones espaciales de la experiencia humana,

individual y colectiva. Nos referimos a los conceptos de Espacio, Lugar y Territorio; y sus

diferentes delimitaciones como ‘social’, ‘antropológico’, ‘personal’ y ‘practicado’. En

nuestra exposición identificaremos los principales contenidos significativos de tales

conceptos propuestos por autores como Henri Lefebvre, Erving Goffman, Michel de

Certeau y Marc Augé.

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Una característica central del proceso moderno de construcción del conocimiento es

la producción de teorías en campos específicos del saber. Así, se han ido delimitando

objetos de estudios y métodos de aplicación, para producir categorías conceptuales

explicativas que, como sistemas, configuran las teorías. Sin embargo, Lefebvre (2007), nos

propone como proyecto teórico la construcción de una ciencia del espacio de carácter

unitario desde una perspectiva materialista e histórica. En efecto, si la modernidad se funda

en el pensar el tiempo, entonces, repensarla es pensar el espacio.

Siguiendo al autor, existe un problema general: no se ha conceptualizado el espacio.

Las maneras de comprensión del espacio mental, físico y social, se han formulado desde el

idealismo como fundamento epistemológico. Ésta supone, desde Kant, la separación entre

el sujeto y el objeto como ámbitos diferenciados, independientes entre sí; de modo tal que

los sujetos portan categorías o propiedades de la mente que les permiten conocer las cosas

del mundo. Es este sujeto ideal- trascendental, el que conoce y devela el mundo. El espacio,

en este contexto, es un medio de clasificación de fenómenos, una herramienta para el

conocimiento. A su vez, es Decartes, a partir de la separación-oposición de la res cogitans y

la res extensa, quien incorpora al pensamiento geométrico-matemático la noción de espacio

vacío, absoluto e infinito. Por lo tanto, el espacio es una ‘categoría mental’, ‘abstracta’, es

decir, el espacio se concibe como representación mental, como ‘cosa mental’.

Esta herencia de la filosofía del espacio como ‘cosa mental’, ha influido en la

epistemología, que junto al pensamiento lingüístico (del estructuralismo), han eliminado al

sujeto colectivo. Se promueve, por ende, lo ‘uno’ como sujeto impersonal, como creador

del sistema. Reaparece de este modo, el sujeto abstracto, el ‘cógito’, que opone su estatus al

del espacio, que opone el pensamiento del yo al objeto sobre el que se piensa. En

consecuencia, se ha dado un énfasis de lo mental por sobre lo físico y lo social.

Dado este problema, es que se hace necesaria la construcción de una ciencia del

espacio unitaria, que pase del discurso del lenguaje per se a las propiedades del espacio

social. En efecto, la sociedad ha sido dividida en sus espacios (político, económico, social,

demográfico, etc.), invisibilizando que ésta, como un todo, está sometida a la práctica

política, como afirmación del poder. Esta ciencia, según Lefebvre (2007), incorpora en su

análisis el uso político del conocimiento, sus fuerzas y relaciones de producción; la

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ideología que oculta este uso; y el conocimiento que se integra a los modos de producción.

Se intenta, por tanto, revertir la tendencia, la ideología de la clase dominante del

capitalismo, asumiendo que éste influye en las cuestiones prácticas relacionadas con el

espacio y que se expresan en la multiplicidad de usos del concepto por las disciplinas.

Importa, por tanto, la práctica social/espacial de carácter dialéctico, sus códigos como parte

de la interacción entre sujetos, sus espacios y entornos.

Lefebvre (2007), para el desarrollo de su teoría unitaria, nos hace una propuesta

inicial sobre el espacio, a saber: ‘el espacio social es un producto social’. Esta propuesta

implica que todo espacio es un espacio social, el cual es engendrado por fuerzas políticas y

sociales. Este espacio no es el del idealismo, ni el de las ciencias naturales, en donde opera

la doble ilusión de transparencia y de realismo, que se implican mutuamente. Es, más bien,

el espacio abstracto, real, práctico e instrumental que se diferencia del espacio mental y del

espacio físico.

Una segunda implicancia radica en que toda sociedad o modo de producción,

produce un espacio, su propio espacio, en el cual mantiene una práctica espacial-apropiada.

Este espacio social contiene y asigna, por una parte, relaciones sociales de producción

como relaciones bio-fisiológicas, etarias, de género, junto a la organización específica de la

familia; y por otra, relaciones de producción como la división social del trabajo en forma de

funciones sociales jerárquicas. Estos dos conjuntos de relaciones de producción y

reproducción se soportan unas a otras. Así, el espacio social es socialmente producido,

contiene relaciones simbólicas que sirven para mantener estas relaciones sociales de

producción y reproducción; y representaciones de las relaciones de producción y de poder

(Lefebvre, 2007).

Lefebvre (2007), estructura una tríada conceptual que contribuye a la producción de

espacios (de forma diferente), en función del modo de producción. La práctica espacial,

comprende el espacio percibido, sensible y físico. Incluye la producción y reproducción de

conjuntos espaciales, de lugares específicos, que permiten el funcionamiento social y un

cierto grado de cohesión. Las representaciones del espacio, comprenden el espacio

concebido, abstracto y mental. Son los discursos sobre el espacio vinculados a las

relaciones de producción, a su orden. Es el espacio conceptualizado y dominante. Estas

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representaciones permiten las estructuras de poder profesional y racional del estado

capitalista. El espacio de representación, comprende el espacio vivido, relacional y social.

Encarna simbolismos complejos ligados a las resistencias simbólicas de la vida social como

el arte. Son estos espacios los que apuntan a la reestructuración de las representaciones

institucionalizadas del espacio y nuevas prácticas espaciales.

Una tercera implicancia refiere a la transición del interés por las cosas en el espacio

a la actual producción del espacio. No se busca el espacio en sí mismo, sino su producción,

asumiendo la relación dialéctica entre lo percibido, lo concebido y lo vivido. Como cuarta

implicancia, vemos la historia del espacio, de su producción de realidad, que tiene relación

con las fuerzas de producción y las relaciones de producción. De hecho, el espacio

abstracto coincide con el capitalismo, en donde aparece el sujeto impersonal moderno que

oculta el sujeto real político del poder estatal.

En suma, la fuerza del espacio social y físico se reduce al espacio mental, del

discurso lingüístico que elimina al sujeto. Por medio de la manipulación del espacio

abstracto, la burguesía y el capitalismo, han establecido el control sobre el mercado de la

mercancía. La reconstrucción de un código espacial implica recuperar la unidad de los

elementos disociados, por lo que, una revolución debe producir un nuevo espacio, debe

manifestar una capacidad creativa sobre la vida cotidiana, sobre el lenguaje y los espacios.

Conlleva, además, un modo de vida y de producción diferente, ya que ha predominado lo

que se conoce y ve, por sobre lo que se vive. Una nueva sociedad, por tanto, requerirá de un

nuevo espacio social, ya que cada sociedad construye el espacio que le es propio para

constituirse como tal.

Ahora bien, Erving Goffman, mantiene una visión normativa de lo ‘social’, es decir,

del orden público. Como estudio, le interesan “las normas y las ordenaciones conexas de

comportamiento relativas a la vida pública: a las personas que coexisten y a los lugares y

ocasiones sociales en que se produce ese contacto” (Goffman, 1979: 19). Estas pautas

normativas conexas, que son rutinarias, configuran el orden social que organiza la vida

pública de las relaciones sociales.

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Un concepto central en la organización social es el de reivindicación, que refiere a

la transferencia del bien por parte de un agente y que se aplica a un territorio. Pero existen

territorios fijos y situacionales. Los primeros remiten a aquellos ya definidos

geográficamente y su reivindicación está apoyada por la ley, como las casas por ejemplo.

Los segundos son aquellos que están dispuestos al público en forma de bienes reivindicados

en tanto se usen, ya sean públicos o privados, como por ejemplo, las mesas de un

restaurante. Además, existen las reservas egocéntricas que es una esfera de cosas que van

con el reivindicante, el cual ocupa su centro. El autor indica que, “a fin de estudiar la

coexistencia […] conviene ampliar la idea de territorialidad a las reivindicaciones que

funcionan como territorio, pero que no son espaciales, y conviene centrarse en la

territorialidad situacional y egocéntrica” (Goffman, 1979: 47).

Se describen ocho territorios del yo (Goffman, 1979) , a saber: el espacio

personal,que es “el espacio en torno a un individuo, en cualquier punto dentro del cual la

entrada de otro hace que el individuo se sienta víctima de una intrusión, lo que le lleva a

manifestar desagrado y, a veces, a retirarse” (p. 47). Este espacio depende principalmente

del contexto en donde se realiza la reivindicación. El recinto,que se haya generalmente en

un contexto fijo y que los individuos pueden reivindicar temporalmente como una cabina

de teléfono. Estos recintos dan cuenta de límites externos, visibles para una reivindicación

espacial. El espacio de uso,que es “el territorio en torno a o en frente de una persona, cuya

reivindicación de él se respeta debido a evidentes necesidades instrumentales” (p. 52). El

turno, es decir, “el orden en que un reivindicador recibe un bien de algún tipo en relación

con otros reivindicadores en la situación” (p. 53). El envoltorio, que es la piel del cuerpo y

la ropa que lo cubre, que funciona como el tipo más puro de territorialidad egocéntrica, y el

menor de los espacios personales. Territorio de posesión, que son los objetos personales

que se identifican con el yo y se organizan en torno al cuerpo. Reserva de información, que

son los datos que tiene una persona y que controla mientras se encuentra en presencia de

otras. Y, reserva de conversación, que es“el derecho de un individuo a ejercer algún control

sobre quien puede llamarlo a conversar y cuándo lo puede llamar, y el derecho de un grupo

de personas que han iniciado una conversación a qué círculo esté protegido contra la

entrada y la escucha de otros” (p. 57).

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Estos territorios del yo se conceptualizan como formas de territorialidad que son de

carácter situacional o egocéntrico, y que tienen como característica general “su variabilidad

socialmente determinada” (Goffman, 1979: 57-58). Dependiendo de los contextos, la

extensión de las reservas varía según el poder y el rango que se tiene. “cuanto más alto sea

el cargo, mayor será el tamaño de todos los territorios del yo, y mayor será el control de sus

fronteras” (p. 58). También existen diferencias culturales y en el entendimiento de grupos

de individuos que varía según cambie su situación.

“Las reivindicaciones de una reserva por un poseedor putativo se hace visible

mediante un signo de algún tipo que, conforme a la práctica etológica, cabe calificar de

señal” (Goffman, 1979: 59). Las señales contemplan formas de reivindicación territorial de

diversos tipos, centrales, de límites, de oído, las cuales dependerán de los sistemas de

referencias. Cobran relevancia las modalidades de infracción sobre todo corporal como las

de infracciones territoriales, que “ocurre cuando un individuo se entromete en la reserva

que reivindica para sí otro individuo, con lo cual el primero funciona como un impedimento

a la reivindicación del segundo” (p. 66). Un mismo individuo puede cometer una intrusión

u obtrusión contra otro o una infracción contra sí mismo, pero “toda relación social, tanto

anónima como personal, implica algún tipo de tenencia conjunta”(p.73), como el caso de

las relaciones familiares.

“Todas las posibilidades de utilizar los territorios del yo de forma doble, evitando

las tomas de contacto como medio de mantener el respeto y entrando en contacto como

medio de establecer afecto, gira en torno a la cuestión de la voluntad y a la

autodeterminación” (Goffman, 1979: 76). Esta autodeterminación percibida es fundamental

para el sentimiento de lo que significa ser persona, por ende, la voluntad personal

constituye una “función que se debe insertar en los agentes para que pueda funcionar el

doble papel de las reservas” (p.77).

A Michel de Certeau (2007) le interesa desarrollar un conjunto de conceptos

vinculados a las prácticas del espacio como operaciones específicas de maneras de hacer, y

la espacialidad como experiencia antropológica, poética y mítica del espacio. Sostiene que

la visión del discurso utópico de la ciudad, supone la producción de un espacio propio en

base a operaciones racionales y sincrónicas, que opaca la historia; y la idea del sujeto

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universal, que se expresa como ciudad anónima, con un conjunto limitado de propiedades

abstractas que son aplicables a los grupos humanos. La idea de progreso, a su vez,

transforma los déficits en el dispositivo que le permite sostener el orden. Esta forma de

organización es de carácter funcionalista, “al privilegiar el progreso (el tiempo), hace

olvidar su condición de posibilidad, el espacio mismo, que se vuelve lo impensado de una

tecnología científica y política. Así funciona la Ciudad-concepto, lugar de transformaciones

y apropiaciones, […], es al mismo tiempo la maquinaria y el héroe de la modernidad”

(Certeau, 2007: 107).

En este contexto, el autor analiza las ‘prácticas microbianas, singulares y plurales’,

de un sistema urbanístico que produce regulaciones cotidianas y esconde sus discursos

observadores. Este tipo de análisis pretende incorporar las prácticas de espacio, que dan

cuenta de las condiciones determinantes de la vida social, para construir una teoría de las

prácticas cotidianas, del espacio vivido.

Certeau (2007), nos dice que “el acto de caminar es al sistema urbano lo que la

enunciación (el speech act), es a la lengua o a los enunciados hablados” (pp. 109-110).

Describe, en este sentido, una triple función enunciativa: es un proceso de apropiación del

sistema topográfico del peatón, de realización espacial del lugar y de relaciones de

posiciones diferenciadas, como contratos pragmáticos bajo la forma de movimiento. Por lo

tanto, el andar se define como espacio de enunciación.

El orden espacial organiza un conjunto de posibilidades y prohibiciones, en donde el

caminante las asume y modifica en sus diferentes desplazamientos. En este sentido, se da

una retórica del andar. Además, se connota una singularidad como estilo, y una norma de

un sistema de comunicación, como uso. Ambos conforman una manera de hacer, el estilo

como simbólico y el uso como elemento de un código. La experiencia en la ciudad, su

discurso, ya sea, hablado, soñado o andado; “se organiza a partir de la relación entre el

lugar de donde sale (origen) y el no lugar que produce (una manera de pasar)” (Goffman,

1979: 115). La ciudad y el lugar son nombrados. La identidad de un lugar es también

nombrada, es decir, es de carácter simbólica, que pone en juego un “universo de sitios

obsesionados por un no lugar o por los lugares soñados” (p. 116).

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Los topois del discurso de la ciudad y sobre la ciudad (la leyenda, el recuerdo y el

sueño) están organizados por tres dispositivos simbólicos, que se reconocen en los nombres

propios. Aquellos que “vuelven habitable o creíble el lugar que revisten con una palabra

[…], recuerdan los fantasmas […] que todavía se mueven, agazapados en las acciones y los

cuerpos en marcha; y, en la medida que nombran, es decir, que imponen una conminación

surgida del otro (una historia) y que alterna la identidad funcionalista al desprenderse de

ella” (Certeau, 2007: 118); crea en un lugar, el no lugar.

Los relatos están ligados a las historias de los lugares, su dispersión indica lo

memorable. En los objetos y en las palabras está el pasado, como en las acciones

cotidianas, está lo hueco que no es localizable. “Los lugares vividos son como presencias

de ausencias. Lo que se muestra señala lo que ya no está […]. Los demostrativos expresan

las identidades invisibles de lo visible, es efectivamente, la definición misma de lugar”

(Certeau, 2007: 121). Los lugares, por tanto, son historias fragmentarias y replegadas, que

están allí, más bien, como relatos a la espera.

La práctica del espacio es una manera de pasar al otro, a partir de un proceso de

diferenciación del cuerpo de la madre en el hijo. Desde allí se da la posibilidad del espacio,

su estructura, en que hay una relación necesaria con el objeto materno desaparecido.

Practicar el espacio es, por tanto, repetir esta experiencia de la infancia, “es, en el lugar, ser

otro y pasar al otro” (Certeau, 2007: 122).

Los relatos son los que organizan los lugares, son recorridos de espacios. Las

estructuras narrativas tienen valor de sintaxis espaciales, ya que regulan los cambios del

espacio, de sus circulaciones, y son representados por medio de descripciones o de actores.

Los lugares, “están ligados entre sí de una manera más o menos estrecha o frágil gracias a

“modalizaciones” que precisan el tipo de paso que conduce de uno a otro” (Certeau, 2007:

127). Este paso se pueda dar por una madalización epistémica (de conocimiento), alética

(de existencia), o deontológica (de obligación); a partir de las cuales se configuran los

relatos cotidianos. De hecho, todo relato es un relato de viaje, una práctica de espacio.

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La distinción entre espacio y lugar se basa en la idea de acciones narrativas. “Un

lugar es el orden (cualquiera que sea), según el cual los elementos se distribuyen en

relación de coexistencia. “Ahí pues se excluye la posibilidad para que dos cosas se

encuentren en el mismo sitio. […]. El lugar es pues una configuración instantánea de

posiciones. Implica una indicación de estabilidad” (Certeau, 2007: 129). El espacio es un

cruzamiento de movilidades, “es al lugar lo que se vuelve la palabra la ser articulada, es

decir cuando queda atrapado en la ambigüedad de una realización, transformado en un

término pertinente de múltiples convenciones, planteado como el acto de un presente (o de

un tiempo). […]. A diferencia del lugar carece pues de la univocidad y de la estabilidad de

un sitio propio” (Certeau, 2007: 129). El espacio, en consecuencia, es el lugar practicado,

en donde los caminantes son los que hacen del lugar (geométrico) un espacio.

Los relatos transforman los lugares en espacios o los espacios en lugares.

“Organizan también los repertorios de relaciones cambiantes que mantienen unos con

otros” (Certeau, 2007: 130). Se mueven en un discurso, en unas narraciones cotidianas que

implican operaciones (un hacer) y un mapa (un ver). Estos relatos, que relacionan el hacer

con el ver, fabrican el espacio, lo describen de una fuerza performativa, es decir, los hacen

al decirlos. En suma, los relatos fundan el espacio, crean un campo que permite ciertas

prácticas sociales.

Marc Augé (1993), desde la antropología, propone como hipótesis central de su

trabajo, que: la sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, “de espacios que no

son en sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudeleriana, no

integran los lugares antiguos” (p. 83). La sobremodernidad tiene un modo esencial: el

exceso, en el marco de una serie de transformaciones aceleradas del mundo contemporáneo.

Tales excesos se expresan como “sobreabundancia de acontecimientos, la superabundancia

espacial y la individualización de las referencias” (p. 46); los cuales imponen a los

individuos, en sus conciencias, nuevas experiencias de soledad.

Ahora bien, el lugar antropológico es una construcción concreta y simbólica del

espacio, que tiene tres rasgos comunes, a saber: identificatorios, relacionales e históricos. El

lugar antropológico “es al mismo tiempo principio de sentido para aquellos que lo habitan y

principio de inteligibilidad para aquel que lo observa” (Augé, 1993: 58), e implican un

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conjunto de posibilidades, de prohibiciones y prescripciones con contenido social y

espacial. Es ante todo algo geométrico que se establece por medio de tres formas espaciales

simples como formas elementales del espacio social “En términos geométricos se trata de la

línea, de la intersección de líneas y del punto de intersección” (Augé, 1993: 62). Estas

formas simples se concretan en y por el tiempo. De hecho, todas las relaciones inscritas en

el espacio se inscriben también en su duración, son, por lo tanto, históricas.

La definición de un lugar o un no lugar estará determinada por su relación con los

rasgos histórico, relacional e identitario que puedan producir. “Si un lugar puede definirse

como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como

espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar” (Augé,

1993: 83). El lugar para el autor, “es el lugar del sentido inscrito y simbolizado, el lugar

antropológico” (Augé, 1993: 86), que incluye la posibilidad de los recorridos, los discursos

y los lenguajes que en el lugar se despliegan.

Los no lugares complementan las funciones y las relaciones con los espacios. “Por

no lugar designamos dos realidades complementarias pero distintas: los espacios

constituidos con relación a ciertos fines (transporte, comercio, ocio), y la relación que los

individuos mantienen con esos espacios” (Augé, 1993: 98). Así, en los no lugares, la

relación con uno mismo y con los otros, está mediatizada por la palabra. Son éstas las que

establecen el vínculo de los individuos con los entornos de los no lugares, y que a su vez,

crean imágenes y mitos que los hacen funcionar.

Las palabras y textos en los no lugares de la sobremodernidad, incluyen una triple

función: son prescriptivos, prohibitivos e informativos. En este sentido, los individuos

interactúan con esos textos y palabras en un recorrido, como por ejemplo, en una autopista,

en la cual se evitan los lugares importantes, pero a la vez se los comenta. Incluso, el no

lugar crea identidad compartida de los pasajeros de la autopista o de un comprador en el

supermercado. El individuo solo encuentra su identidad en los dispositivos de control de

esos espacios, como en el cajero o en el peaje; ahí responde a los mismos códigos que el

resto de los individuos en esos lugares. En consecuencia, “el espacio del no lugar no crea ni

identidad singular ni relación, sino soledad y similitud” (Augé, 1993: 107), donde la

individualidad se vacía en exceso.

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Otro aspecto constitutivo de los no lugares (de la sobremodernidad), es que se los

vive en tiempo presente (del recorrido), como un espectáculo que no da lugar a la historia,

pero que se alude con palabras y textos. No hay otra historia que la del momento en que el

individuo hace como los demás para ser uno mismo. Hay un tiempo del recorrido donde

coexisten individualidades distintas, siendo el tiempo, la historia, configurada como un

espectáculo específico.

La relación entre el lugar y el no lugar no es completamente opuesta, estos se

superponen, se interpenetran, ya que el lugar no queda nunca completamente borrado y el

no lugar no se cumple totalmente. Tal distinción, entre lugares y no lugares, remite, más

bien, a la oposición del lugar con el espacio, en donde se atraen o contraponen como las

palabras y conceptos que permiten describirlos.

Los espacios de la sobremodernidad “sólo tienen que ver con individuos (clientes,

pasajeros, usuarios, oyentes) pero no están identificados, socializados ni localizados

(nombre, profesión, lugar de nacimiento, domicilio) más que a la entrada o la salida”

(Augé, 1993: 114). Además, que existen sin proponer ningún tipo de sociedad, de utopía, y

que son los espacios en que cada vez más la humanidad los vive como parte de su tiempo,

invadidos por un texto.

Hemos descrito los principales conceptos de espacio, lugar y territorio, propuestos

por los autores revisados. Estas categorías conceptuales nos permiten identificar algunas

relaciones que distinguen los énfasis explicativos en la conformación de la teoría urbana.

Cada uno de ellos innova en sus propuestas teóricas que no habían sido desarrolladas como

teorías explicativas, que den cuenta del proceso de desanclaje entre ciudad y lo urbano.

Lefebvre entiende el espacio urbano como proceso material e histórico que devela

los aspectos ideológicos del capitalismo expresados en lo urbano. Su teoría unitaria del

espacio responde a la necesidad de repensar la modernidad desde el espacio. Su propuesta,

alejada del marxismo ortodoxo, es la producción social del espacio, que es a la vez,

dialécticamente vivido, concebido y percibido. Reclama el aspecto abstracto del

capitalismo y reivindica la importancia de las fuerzas de producción y relaciones de

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producción para comprender lo urbano. En suma, una revolución social será una revolución

del espacio social como proceso.

A diferencia de Lefebvre, la propuesta de Goffman nos conduce a entender el orden

público como relectura del espacio. Busca las normas que ordenan la vida pública de los

individuos y construye una teoría de los territorios del yo, para explicar las relaciones

sociales y los espacios personales como formas de territorialidad. Enfatiza el concepto de

reivindicación como mecanismo que relaciona los territorios con los individuos, y sus

pautas rutinarias que configuran el orden social de la vida pública.

Encontramos claras diferencias entre Augé y Certeau en relación con sus

conceptualizaciones sobre el espacio, el lugar y el no lugar. Certeau no opone los espacios a

los lugares como los lugares a los no lugares. Para él, el espacio es un lugar practicado, en

el cual el caminante anima el lugar geométricamente constituido, o sea, lo transforman en

espacio. Relaciona el espacio al lugar, lo que sería la palabra cuando es hablada, donde el

relato va a transformar los lugares en espacio o los espacio en lugares. El lugar es al orden

y coexistencia de elementos. Además, el autor refiere al no lugar, como una cualidad

negativa del lugar, ya que no constituye un lugar en sí mismo, dado por un nombre propio.

Augé, por el contrario, entiende el lugar como lugar antropológico, es decir, como

una construcción concreta y simbólica del espacio que permite los recorridos y discursos

que en él se despliegan. El no lugar es el espacio que no puede definirse a partir de los

rasgos comunes de los lugares antropológicos, es decir, ni como espacio de identidad, ni

como espacio relacional, ni como espacio histórico. Los no lugares se viven en tiempo

presente, se dan como recorridos, en que el viajero es el arquetipo del no lugar y ponen en

contacto al individuo con otra imagen de sí mismo. Es el espacio del anonimato.

Espacio, lugar y territorio, como categorías conceptuales explicativas han ido

configurando, en consecuencia, una teoría urbana contemporánea que permite entender la

dislocación entre la ciudad y lo urbano, como un fenómeno que se vuelve una manera de

habitar la vida, en que lo material y lo simbólico son parte constitutiva del desencuentro

entre la ciudad y lo urbano.

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REFERENCIAS

Augé, Marc, (1993). “Los no lugares: espacios del anonimato una antropología de la

sobremodernidad.” Barcelona: Gedisa.

Certeau, Michel de, (2007). “La invención de lo cotidiano. Volumen I”. México:

Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, Universidad

Iberoamericana. (Cap. VII, pp.103.122; Cap. VIII, pp. 123-126; Cap. IX, pp.127-142).

Goffman, Erving, (1979). “Relaciones en público: microestudios del orden público”,

Madrid: Alianza Editorial. (Cap. 2 pp. 46-77).

Lefebvre, Henry, (2007). “The production of space”. Oxford: Blackwell Publishers.

(Cap. 1).