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espacio K Redacción: Francisco Quijano Convento de Santo Domingo c/ Santo Domingo 949 Santiago de Chile K un espacio para leer experiencias opiniones ideas propuestas ensayos entrevistas narraciones poesías Febrero 2016 N o 7 Balance de la visita del Papa Francisco a México El balance consiste en releer unos párrafos de los mensajes de Francisco y hacer una evaluación per- sonal: lo que Francisco dijo y no dijo pero debió haber dicho, el sentido de lo que dijo y su inciden- cia en la vida o su desconexión, las consecuencias que tiene o no para el futuro del país… y lo que le venga a uno en mente. Escogí y ordené dos párrafos por intervención en dos columnas: a la izquierda, la que llamo dimen- sión divina, con afirmaciones acerca de Dios; a la derecha, la dimensión humana, con afirmaciones so- bre nuestra situación. Explico esta división. El anuncio cristiano tiene (simplificando) dos dimensiones: una de índole divina y otra que es la incidencia de lo divino en nuestra humanidad. Dimensión divina: ¿qué es eso? La tradición de fe judeo-cristiana da testimonio de lo que Dios, por amor puro y llano, nos ha co- municado de sí mismo y de nuestro destino. Por ser de quien son, estas realidades trascienden nuestro horizonte de conocimiento y aspiraciones. Por gracia, accedemos a una comunión con Dios fuera de nuestro alcance y a una existencia sobre- humana sin dejar de ser humanos. Para vivir esto, tenemos la fe, la esperanza y la caridad. Por la fe, nos adherimos a Dios y accedemos a la visión que él tiene de todo; por la esperanza, confiamos en que Él quiere compartirnos su felicidad; por la caridad, Él nos ofrece su amistad y nosotros co- rrespondemos a su amor, un amor que se extiende a la humanidad entera y a toda la creación. Una parte del mensaje de Francisco correspon- de a esta dimensión divina, no circunscrita dentro de los límites de la razón humana; es posible, con todo, entrever su razonabilidad. Incidencia de lo divino en nuestra humanidad: ¿eso qué es? El Dios que se ha manifestado y actuado en la historia, del cual da testimonio la tradición de fe judeo-cristiana, nos ha creado por amor y nos invita a vivir en su amistad para siempre. Su alianza con la humanidad ha sido sellada por Jesucristo, su muerte y resurrección. Nosotros somos, por supuesto, criaturas que gozan de inte- ligencia y libertad para vivir en amistad, que es una relación interpersonal. Vivir en amistad con Dios es una opción libre; implica también una eventualidad: no querer vivir en su amistad. ¿Es real o no esta eventualidad? Vista en clave de fe, es lo que llamamos peca- do: actos personales contrarios directa o indirec- tamente al amor de Dios, con consecuencias para otras personas y con una suerte de cristalización en las relaciones e instituciones de la vida en sociedad, el pecado social o estructural, como suele llamarse. En clave secular, esta situación se origina en las personas y se plasma en conflictos, guerras, injusticias, despojos, opresión, corrupción, impu- nidad, violencia, muerte etc., que son resultado de acciones acumuladas, las cuales conforman una trama de sucesos, instituciones, costumbres, mentalidades nefastos en la historia de la huma- nidad. Este es el aspecto de los mensajes de Fran- cisco que coloqué en la columna de la derecha. Atando los dos cabos –la manifestación de lo divino y su incidencia en nuestra vida– se trata de Dios que nos invita a su amistad y de Dios que nos libera del pecado o de lo nefasto de nuestra historia. Los mensajes de las dos columnas son, pues, una invitación a hacer un balance de lo que dijo el Papa y de las consecuencias puede tener para la vida de los mexicanos. Destaco en letra cursiva algunas frases y palabras a las que hago referencia en mi balance que presento al final. [F. Q.]

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espacio K Redacción: Francisco Quijano Convento de Santo Domingo c/ Santo Domingo 949 Santiago de Chile

K un espacio para leer

experiencias ᴥ opiniones ᴥ ideas ᴥ propuestas

ensayos ᴥ entrevistas ᴥ narraciones ᴥ poesías

Febrero 2016 N

o 7

Balance de la visita del Papa Francisco a México

El balance consiste en releer unos párrafos de los mensajes de Francisco y hacer una evaluación per-sonal: lo que Francisco dijo y no dijo pero debió haber dicho, el sentido de lo que dijo y su inciden-cia en la vida o su desconexión, las consecuencias que tiene o no para el futuro del país… y lo que le venga a uno en mente.

Escogí y ordené dos párrafos por intervención en dos columnas: a la izquierda, la que llamo dimen-sión divina, con afirmaciones acerca de Dios; a la derecha, la dimensión humana, con afirmaciones so-bre nuestra situación.

Explico esta división. El anuncio cristiano tiene (simplificando) dos dimensiones: una de índole divina y otra que es la incidencia de lo divino en nuestra humanidad. Dimensión divina: ¿qué es eso?

La tradición de fe judeo-cristiana da testimonio de lo que Dios, por amor puro y llano, nos ha co-municado de sí mismo y de nuestro destino. Por ser de quien son, estas realidades trascienden nuestro horizonte de conocimiento y aspiraciones. Por gracia, accedemos a una comunión con Dios fuera de nuestro alcance y a una existencia sobre-humana sin dejar de ser humanos. Para vivir esto, tenemos la fe, la esperanza y la caridad. Por la fe, nos adherimos a Dios y accedemos a la visión que él tiene de todo; por la esperanza, confiamos en que Él quiere compartirnos su felicidad; por la caridad, Él nos ofrece su amistad y nosotros co-rrespondemos a su amor, un amor que se extiende a la humanidad entera y a toda la creación.

Una parte del mensaje de Francisco correspon-de a esta dimensión divina, no circunscrita dentro de los límites de la razón humana; es posible, con todo, entrever su razonabilidad.

Incidencia de lo divino en nuestra humanidad: ¿eso qué es? El Dios que se ha manifestado y actuado

en la historia, del cual da testimonio la tradición de fe judeo-cristiana, nos ha creado por amor y nos invita a vivir en su amistad para siempre. Su alianza con la humanidad ha sido sellada por Jesucristo, su muerte y resurrección. Nosotros somos, por supuesto, criaturas que gozan de inte-ligencia y libertad para vivir en amistad, que es una relación interpersonal. Vivir en amistad con Dios es una opción libre; implica también una eventualidad: no querer vivir en su amistad. ¿Es real o no esta eventualidad?

Vista en clave de fe, es lo que llamamos peca-do: actos personales contrarios directa o indirec-tamente al amor de Dios, con consecuencias para otras personas y con una suerte de cristalización en las relaciones e instituciones de la vida en sociedad, el pecado social o estructural, como suele llamarse.

En clave secular, esta situación se origina en las personas y se plasma en conflictos, guerras, injusticias, despojos, opresión, corrupción, impu-nidad, violencia, muerte etc., que son resultado de acciones acumuladas, las cuales conforman una trama de sucesos, instituciones, costumbres, mentalidades nefastos en la historia de la huma-nidad. Este es el aspecto de los mensajes de Fran-cisco que coloqué en la columna de la derecha.

Atando los dos cabos –la manifestación de lo divino y su incidencia en nuestra vida– se trata de Dios que nos invita a su amistad y de Dios que nos libera del pecado o de lo nefasto de nuestra historia.

Los mensajes de las dos columnas son, pues, una invitación a hacer un balance de lo que dijo el Papa y de las consecuencias puede tener para la vida de los mexicanos. Destaco en letra cursiva algunas frases y palabras a las que hago referencia en mi balance que presento al final. [F. Q.]

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Selección de los mensajes de Francisco en México

Dimensión divina

1 En Palacio Nacional: sentido de su misión

Me dispongo a recorrer este hermoso y gran País como misionero y peregrino que quiere reno-var con ustedes la experiencia de la misericordia, como un nuevo horizonte de posibilidad que es inevitablemente portador de justicia y de paz. Y me pongo bajo la mirada de María, la Virgen de Guadalupe –le pido que me mire– para que, por su intercesión, el Padre misericordioso nos conceda que estas jornadas y el futuro de esta tierra sean una oportunidad de encuentro, de comunión y de paz. 2 En la Catedral Metropolitana: a los obispos

Ante todo, la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuer-za irresistible de su dulzura y la promesa irre-versible de su misericordia. 3 En la Basílica de Guadalupe

Escuchar este pasaje evangélico en esta casa tiene un sabor especial. María, la mujer del sí, también quiso visitar a los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio san Juan Diego. Así como se movió por los cami-nos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua, para servir a esta gran Nación. Y, así como

acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña

Incidencia en lo humano

[Una nación de jóvenes nos invita] a darnos cuenta de que un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, hones-tos, capaces de empeñarse en el bien común… La experiencia nos demuestra que, cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfi-co, la exclusión de las culturas diferentes, la vio-lencia e incluso el tráfico de personas, el secues-tro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.

Naturalmente, por todo esto se necesita una mirada capaz de reflejar la ternura de Dios. Sean por lo tanto obispos de mirada limpia, de alma trasparente, de rostro luminoso. No le tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los «carros y caballos» de los faraones actuales, porque nuestra fuerza es la «columna de fuego» que rompe dividiendo en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor (cf. Ex 14,24-25).

En ese amanecer, Dios despertó y despierta la espe-ranza de los pequeños, de los sufrientes, de los des-plazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos… Así logra despertar algo que él no sabía expresar,

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la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten «que no valían nada» (cf. Nican Mopohua, 55). 4 En la Misa de Ecatepec

La Iglesia nos regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza: Él nos está espe-rando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada, degradándose o degradando a otros. Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nom-bre una vez más volvemos a decir con el salmo: «Tú eres mi Dios y en ti confío».

5 Angelus después de la misa en Ecatepec

Hoy, siguiendo la invitación de Moisés, que-remos como pueblo hacer memoria, queremos ser el pueblo de la memoria viva del paso de Dios por su Pueblo, en su Pueblo. Queremos mirar a nues-tros hijos sabiendo que heredarán no sólo una tierra, una lengua, una cultura y una tradición, sino que heredarán también el fruto vivo de la fe que recuerda el paso seguro de Dios por esta tierra. La certeza de su cercanía y de su solidari-dad. Una certeza que nos ayuda a levantar la cabeza y esperar con ganas la aurora.

una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstan-cias» o por no «aportar el capital necesario» para la construcción de las mismas.

Las tres tentaciones de Cristo. Tres tentaciones del cristiano que intentan arruinar la verdad a la que hemos sido llamados. Tres tentaciones que buscan degradar y degradarnos… Primera, la riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o «para los míos». Es tener el «pan» a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta, ese es el pan que se le da de comer a los propios hijos. Segunda tentación, la vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a la descalifica-ción continua y constante de los que «no son como uno». La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la «fa-ma» de los demás, y, «haciendo leña del árbol caído», va dejando paso a la tercera tentación, la peor, la del orgullo, o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la «común vida de los morta-les», y que reza todos los días: «Gracias te doy, Señor, porque no me has hecho como ellos».

Quiero invitarlos hoy a estar en primera línea, a primerear en todas las iniciativas que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad. Donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos. Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte.

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6 En el hospital infantil

Hay un pedacito en el Evangelio que nos cuenta la vida de Jesús cuando era niño. Era bien chiquito, como algunos de ustedes. Un día los papás, José y María, lo llevaron al Templo para presentárselo a Dios. Y ahí se encuentran con un anciano que se llamaba Simeón, el cual cuando lo ve –muy decidi-do, el viejito, y con mucha alegría y gratitud–, lo toma en brazos y comienza a bendecir a Dios. Ver al niño Jesús provocó en él dos cosas: un sentimiento de agradecimiento y las ganas de bendecir. O sea, da gracias a Dios y le vinieron ganas de bendecir, al viejo. 7 En la Misa de San Cristóbal de Las Casas

Esa es la ley que el Pueblo de Israel había reci-bido de mano de Moisés, una ley que ayudaría al Pueblo de Dios a vivir en la libertad a la que habían sido llamados. Ley que quería ser luz para sus pasos y acompañar el peregrinar de su Pue-blo. Un Pueblo que había experimentado la es-clavitud y el despotismo del Faraón, que había experimentado el sufrimiento y el maltrato has-ta que Dios dice basta, hasta que Dios dice: ¡No más! He visto la aflicción, he oído el clamor, he conocido su angustia (cf. Ex 3,9). Y ahí se manifiesta el rostro de nuestro Dios, el rostro del Padre que sufre ante el dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de sus hijos; y su Palabra, su ley, se volvía sím-bolo de libertad, símbolo de alegría, de sabidu-ría y de luz. 8 En Tuxtla Gutiérrez con las familias

Y es lo que el Padre Dios siempre ha soñado y por lo que desde los tiempos lejanos el Padre Dios ha peleado. Cuando parecía todo perdido esa tarde en el jardín del Edén, el Padre Dios le echó ganas a esa joven pareja y le dijo que no todo estaba perdido. Y cuando el Pueblo de Is-rael sentía que no daba más en el camino por el desierto, el Padre Dios le echó ganas con el ma-ná. Y cuando llegó la plenitud de los tiempos, el Padre Dios le echó ganas a la humanidad para siempre y nos mandó a su Hijo… Podemos preguntarnos: ¿Por qué? Porque no sabe hacer otra cosa. Nues-tro Padre Dios no sabe hacer otra cosa que que-rernos y de echarnos ganas y echarnos adelante. No sabe hacer otra cosa, porque su nombre es amor,

Acá, yo los bendigo a ustedes, los médicos los bendicen a ustedes, cada vez que los curan las enfermeras, todo el personal, todos los que trabajan, los bendicen a ustedes, los chicos; pero ustedes también tienen que aprender a ben-decirlos a ellos y a pedirle a Jesús que los cuide porque ellos los cuidan a ustedes.

Sin embargo, muchas veces, de modo sis-temático y estructural, sus pueblos han sido incom-prendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y apren-der a decir: ¡Perdón!, ¡perdón, hermanos! El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita.

La forma de combatir esta precariedad y aisla-miento, que nos deja vulnerables a tantas apa-rentes soluciones, como las que Beatriz mencio-naba, se tiene que dar a diversos niveles. Una, es por medio de legislaciones que protejan y garanti-cen los mínimos necesarios para que cada hogar y para que cada persona pueda desarrollarse por medio del estudio y un trabajo digno. Por otro lado, como bien lo resaltaba el testimonio de Humberto y Claudia cuando nos decían que buscaban la manera de transmitir el amor de Dios que habían experimentado en el servicio y en la entrega a los demás. Leyes y compromiso per-sonal son un buen binomio para romper la espi-ral de la precariedad. Y ustedes se animaron,

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su nombre es donación, su nombre es entrega, su nombre es misericordia. Eso nos lo ha manifestado con toda fuerza y claridad en Jesús, su Hijo, que se la jugó hasta el extremo para volver a hacer posible el Reino de Dios. 9 En la Misa de Morelia con personas consagradas

Jesús quiso introducir a los suyos en el misterio de la Vida, en el misterio de su vida. Les mostró –comiendo, durmiendo, curando, predicando, rezando– qué significa ser Hijo de Dios. Los invitó a compartir su vida, su intimidad y estando con Él, los hizo tocar en su carne la vida del Padre. Los hace experimentar en su mirada, en su andar la fuerza, la novedad de decir: «Padre nuestro». En Jesús, esta expresión, «Padre Nuestro», no tiene el «gustillo» de la rutina o de la repeti-ción, al contrario, tiene sabor a vida, a expe-riencia, a autenticidad. Él supo vivir rezando y rezar viviendo, diciendo: «Padre nuestro».

10 En Morelia con los jóvenes

Sí, amigos míos, les digo esto porque en Jesús yo encontré a Aquel que es capaz de encender lo mejor de mí mismo. Y es de su mano que podamos hacer ca-mino, es de su mano que una y otra vez podamos volver a empezar, es de su mano que podemos

ustedes rezan, y ustedes van con Jesús, y uste-des están integrados en la vida de la Iglesia. Usaron una linda expresión: comulgamos con el hermano débil, el enfermo, el necesitado, el preso.

A este Padre nuestro es a quien rezamos con insistencia todos los días. Y, ¿qué le decimos en una de esas invocaciones? «No nos dejes caer en la tentación». El mismo Jesús lo hizo. Él rezó para que sus discípulos –de ayer y de hoy– no cayé-ramos en la tentación. ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que nos pueden asediar? ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que brota no sólo de contemplar la realidad sino de caminar-la? ¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la co-rrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad? ¿Qué tentación podemos tener nosotros, una y otra vez –nosotros llamados a la vida consagrada, al presbiterado al episcopa-do–, qué tentación podemos tener frente a todo esto, frente a esta realidad que parece haberse convertido en un sistema inamovible?... Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: re-signación. Y frente a esta realidad nos puede ga-nar una de las armas preferidas del demonio, la resignación. «¿Y qué le vas a hacer? La vida es así». Una resignación que nos paraliza, una re-signación que nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras «sacristías» y aparentes seguridades; una resignación que no sólo nos impide anun-ciar, sino que nos impide alabar, nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar.

Jesucristo el único, Jesucristo que a veces te manda un hermano para que te hable y te ayude, no es-condas tu mano cuando estás caído. No le di-gas: «No me mires que estoy embarrado o em-barrada, no me mires ya no tengo remedio».

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decir: Es mentira que la única forma de vivir, de poder ser joven es dejando la vida en manos del narcotráfico o de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar destrucción y muerte… Es Jesucristo el que desmiente todos los intentos de hacerlos inútiles, o meros merce-narios de ambiciones ajenas. Son las ambiciones ajenas las que a ustedes los marginan para usar-los en todas estas cosas que yo dije que saben que terminan en la destrucción y el único que me puede tener bien fuerte de la mano es Jesucristo, Él hace que esta riqueza se transforme en esperanza. 11 En la cárcel de Ciudad Juárez

En el viaje a África, en la ciudad de Bangui, pude abrir la primera puerta de la misericordia para el mundo entero –de este Jubileo, porque la primera puerta de la Misericordia la abrió nuestro Padre Dios con su Hijo Jesús–. Hoy, junto a ustedes y con ustedes, quiero reafirmar una vez más la con-fianza a la que Jesús nos impulsa: la misericordia que abra-za a todos y en todos los rincones de la tierra. No hay espacio donde su misericordia no pueda llegar, no hay espacio ni persona a la que no pueda tocar… Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es recordar el camino urgente que debemos tomar para romper los círculos de la violencia y de la delincuencia. Ya tenemos varias décadas perdidas pensando y creyendo que todo se resuelve aislan-do, apartando, encarcelando, sacándonos los pro-blemas de encima, creyendo que esas medidas solucionan verdaderamente los problemas. Nos hemos olvidado de concentrarnos en lo que real-mente debe ser nuestra verdadera preocupación: la vida de las personas; «sus» vidas, las de sus familias, la de aquellos que también han sufrido a causa de este círculo de violencia. 12 En Ciudad Juárez con trabajadores y empresarios

La mentalidad reinante pone el flujo de las per-sonas al servicio del flujo de capitales, provo-cando en muchos casos la explotación de los em-pleados como si fueran objetos para usar y tirar,

Solamente déjate agarrar la mano y agárrate a esa mano y la riqueza que tenés adentro sucia, emba-rrada, dada por perdida va a empezar a través de la esperanza a dar su fruto pero siempre de la mano de Jesucristo, ese es el camino… No se permitan permanecer caídos, nunca, ¿de acuerdo? Y si ven un amigo o una amiga que se pegó un resbalón en la vida y se cayó, anda y ofrécele la mano pero ofrécela con dignidad, ponete al lado de él, de ella, escúchalo, no le digas te traigo la receta, como amigo, despacito, dale fuerzas con tu palabra, dale fuerzas con la escucha, esa medicina que se va olvidando, la “escuchotera-pia”, déjalo hablar, déjalo que te cuente y entonces poquito a poco te va extendiendo la mano y vos lo vas a ayudar en nombre de Jesucristo… Nunca se suelten de la mano de Jesucristo, por favor, nunca se aparten de Él y si se apartan se levantan y siguen adelante, Él comprende lo que son estas cosas.

Celebrar el Jubileo de la Misericordia con uste-des es repetir esa frase que escuchamos recién, tan bien dicha y con tanta fuerza: «Cuando me dieron mi sentencia, alguien me dijo: No te pre-guntes por qué estás aquí sino para qué»; y que este «para qué» nos lleve adelante, que este «para qué» nos haga ir saltando las vallas de ese engaño social que cree que la seguridad y el orden sola-mente se logra encarcelando… Sabemos que no se puede volver atrás, sabemos que lo realizado, realizado está; pero, he querido celebrar con uste-des el Jubileo de la misericordia, para que quede claro que eso no quiere decir que no haya posibilidad de escribir una nueva historia, una nueva historia hacia delante: «para qué». Ustedes sufren el dolor de la caída –y ojalá que todos nosotros suframos el dolor de las caídas escondidas y tapadas–, sienten el arrepenti-miento de sus actos y sé que, en tantos casos, entre grandes limitaciones, buscan rehacer esa vida desde la soledad. Han conocido la fuerza del dolor y del pecado, no se olviden que también tienen a su al-cance la fuerza de la resurrección, la fuerza de la misericor-dia divina que hace nuevas todas las cosas.

¿Qué quiere dejar México a sus hijos? ¿Quiere dejarles una memoria de explotación, de salarios insuficientes, de acoso laboral o de tráfico de trabajo esclavo? ¿O quiere dejarles la cultura de

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y descartar (cf. Laudato si’, 123). Dios pedirá cuenta a los esclavistas de nuestros días, y nosotros hemos de hacer todo lo posible para que estas situaciones no se produzcan más. El flujo del capital no puede determinar el flujo y la vida de las perso-nas. Por eso me gustó ese anhelo que se expresó de diálogo, de confrontación. 13 Misa de despedida en Ciudad Juárez

La misericordia rechaza siempre la maldad, to-mando muy en serio al ser humano. Apela siempre a la bondad de cada persona, aunque esté dormida, anestesiada. Lejos de aniquilar como muchas veces pretendemos o queremos hacerlo nosotros, la misericordia se acerca a toda situación para transformarla desde adentro. Ese es precisa-mente el misterio de la misericordia divina. Se acerca, invita a la conversión, invita al arrepen-timiento; invita a ver el daño que a todos los niveles se está causando. La misericordia siem-pre entra en el mal para transformarlo. Misterio de nuestro Padre Dios: envía a su Hijo que se metió en el mal, se hizo pecado para transformar el mal. Esa es su misericordia.

la memoria de trabajo digno, de techo decoroso y de la tierra para trabajar? Las tres “T”: Trabajo, Techo y Tierra. ¿En qué cultura queremos ver nacer a los que nos seguirán? ¿Qué atmósfera van a respirar? ¿Un aire viciado por la corrupción, la violencia, la inseguridad y desconfianza o, por el contrario, un aire capaz de generar –la palabra es clave–, generar alternativas, generar renovación o cambio? Gene-rar es ser cocreadores con Dios.

No podemos negar la crisis humanitaria que en los últimos años ha significado la migración de miles de personas, ya sea por tren, por carretera e in-cluso a pie, atravesando cientos de kilómetros por montañas, desiertos, caminos inhóspitos Esta tragedia humana que representa la migración forzada hoy en día es un fenómeno global. Esta crisis, que se puede medir en cifras, nosotros queremos medirla por nombres, por historias, por familias. Son hermanos y hermanas que salen expulsados por la pobreza y la violencia, por el narco-tráfico y el crimen organizado. Frente a tantos va-cíos legales, se tiende una red que atrapa y des-truye siempre a los más pobres. ¡No sólo sufren la pobreza sino que además tienen que sufrir todas estas formas de violencia! Injusticia que se radicaliza en los jóvenes, ellos, «carne de cañón», son perseguidos y amenazados cuando tratan de salir de la espiral de violencia y del infierno de las drogas. Y, qué decir de tantas mujeres a quie-nes les han arrebatado injustamente la vida.

Balance personal

Este es un balance con glosa, particularmente la primera parte. El mensaje de Francisco está cen-trado en cuatro o cinco aspectos clave del miste-rio de Dios: su misericordia (1, 4, 11, 13), la ternu-ra de su amor (2), cómo esta misericordia y este amor se manifiestan en el paso de Dios por nues-tra historia y en Jesucristo (5, 9, 13), cómo él a su

vez nos introduce en el misterio de Dios y nos acompaña (9, 10), bendecir y agradecer como res-puesta primera a esta manifestación de Dios (6).

Estos aspectos del mensaje son lo que suele llamarse anuncio, buena noticia (en griego bíblico: kérygma, euangelion), que incide en nuestra vida y suscita una respuesta. Me detengo en este punto.

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El anuncio Misericordia. Francisco dice que viene a México como mensajero de misericordia y de paz (1). Más adelante añade que este es el nombre de Dios (4), una misericordia que nos abraza (11), más aún, que se identifica con el mal para sacarnos de él. Esto último es un aspecto que destaca Tomás de Aquino en las cuestiones sobre la caridad en la Suma de teología. Juega con una etimología popular: misericordia viene de miser y cor, es decir, un corazón que se vuelve miserable, desdichado, infeliz, desgraciado, porque asume la miseria, desdicha, infelicidad, desgracia de otra persona. En la misericordia hay una identificación con alguien que padece un mal. Eso es lo que da a entender Francisco cuando habla del Dios que libera a su pueblo de la esclavitud y le otorga una ley de libertad en alusión al éxodo y la alianza. Lo hace en la misa con los pueblos mayenses en San Cristóbal de Las Casas, una diócesis en la que las comunidades han iluminado su caminar con este pasaje del éxodo de Egipto. En la nueva alianza, Dios Padre se compadece acercándose a la humanidad, especialmente a quienes sufren despojo, violencia, opresión, destierro, en Jesucristo (7). Compasión. Es otra forma nombrar la misericor-dia de Dios. La etimología: padecer con otros; en griego: sympátheia, de donde viene nuestra palabra simpatía, que tiene un significado ligeramente dis-tinto: tener afinidad recíproca de sentimientos. Dios, entonces, padece con nosotros, especialmen-te con la gente que sufre, simpatiza con ella, se identifica con su situación.

Es un Dios de ternura maternal, que se acerca particularmente a los que no valen nada, para cons-truir con ellos el santuario de la vida y las comuni-dades, en alusión a la Virgen de Guadalupe (3). En el rezo del Angelus después de la misa en Eca-tepec, Francisco habló del paso de Dios por nuestra historia (5). Es una referencia al éxodo y la pascua judía, y la muerte y resurrección de Jesús, la pascua cristiana. Pascua: el paso de Dios en nuestra historia. Esa imagen del Dios se ilumina con otros atribu-tos que son en realidad Él mismo: el nombre de Dios, su realidad, es Amor. Un amor que es ternura y, sorprendentemente, una debilidad omnipotente de Dios (2). Hace muchos años en una sesión de tera-pia, el psicoanalista que la dirigía nos dijo: el amor es fuerte pero vulnerable. La frase se me quedó graba-

da. Eso es lo que Francisco dice del amor en Dios a los obispos en la Catedral de México. ¿Cómo se nos ha manifestado este amor de ter-nura y cercanía, frágil y poderoso? Usando una ex-presión coloquial, echarle ganas a la vida, Francisco alude a toda la historia de la salvación: desde los

orígenes de la humanidad, simbólicamente Adán y Eva, pasando por Moisés y el éxodo, hasta nuestro Señor Jesucristo (8). Dios todo el tiempo le echa ganas a su amor porque no sabe hacer otra cosa. Jesús es quien nos hace entrar en el misterio de la Vida, el Hijo de Dios nos enseña con su vida que Dios es Padre nuestro (9). En la vida de Jesús, en su carne no solo sus enseñanzas, nos hace tocar el mis-terio de Dios que es amor. Es más, Jesucristo se hizo pecado, la expresión es de san Pablo (II Cor 5,21), se echó encima nuestros males y miserias para liberar-nos de ellos. La fragilidad del amor de Dios y su po-der de dar vida se concentran en la muerte y resu-rrección de Jesús. Así es como el amor de ternura de Dios, su misericordia es la posibilidad de comenzar una historia nueva (11), dijo Francisco a los presos cuya condición parece no tener futuro. Jesús es el único capaz de encender lo mejor de uno mismo, nos acompaña en la vida, nos da la mano, es el amigo que te levanta cuando caes, que comprende tus debilidades, que se hace presente en una amiga o un amigo que te escuchan (10). Es Dios, su misericordia, que se acerca, se mete en el mal, para transformar nuestra condición (13). La cercanía de Dios en nuestra vida suscita una respuesta espontánea: agradecer y bendecir, como le sucedió al viejito Simeón al recibir al niño Jesús en el templo (6).

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7 Balance de la visita de Francisco a México

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Francisco señaló otras respuestas, se verán en la segunda parte de este balance. Antes cabe pre-guntarse: ¿qué me dice este mensaje del Dios de misericordia que nos ofrece su amor en Jesucristo? Ante todo, acoger una palabra que viene de Dios, verme y entenderme dentro de este misterio que me envuelve, pensar mi vida en clave hijo amado de Dios, bendecir y agradecer. Esto no es poco.

Tengo que darme tiempo para asumir esta pers-pectiva y cultivarla. Francisco vino a sembrar una semilla, eso es lo que hacen todos los predicado-res. Le toca ahora a uno darse tiempo para que germine, crezca y dé fruto, como sugería el mismo Jesús con sus parábolas de la simiente que crece sin que el campesino se dé cuenta y de la semilla de mostaza (Marcos 4, 26-32).

La situación

En los medios de opinión y entre mucha gente, la atención se centró en lo que el Papa diría acerca de las calamidades que afectan a la población, también sobre lo que diría, un llamado de aten-ción, a las autoridades civiles y eclesiásticas. Si se releen sus discursos, es claro que tuvo en cuenta esas situaciones. Lo de México es, como dicen algunos, una realidad sobrediagnosticada. Todo el mundo, de una u otra manera, está enterado de lo que suce-de, por qué sucede, qué se hace y qué no se hace para remediar situaciones lamentables. El pro-blema está en la responsabilidad que hay que asumir frente a todo ello. No es responsabilidad el Papa, creo yo, pormenorizar en el diagnóstico y en los remedios que se deben aplicar. Con todo, señalaré tres cosas en las que habría sido bueno que hablara de manera más explícita. Esta es una lista de palabras en los discursos del Papa que aluden a realidades lacerantes co-nocidas por todo el mundo, cuyas consecuencias mucha gente padece: privilegio y beneficio de unos pocos, corrupción, narcotráfico, violencia, tráfico de personas, secuestro, muerte, materia-lismo trivial, acuerdos bajo la mesa, confianza en la fuerza, opacidad, riqueza mal habida, pan de dolor, vanidad, búsqueda de prestigio, orgullo, superioridad frente a los demás, explotación, pobreza, oportunismo, incomprensión, exclusión y despojo, contaminación, precariedad de vida, aislamiento, desprecio de las personas, indiferen-cia ante el sufrimiento, resignación, crisis huma-nitaria de las migraciones, crimen organizado… ¿Qué más puede decir sobre esto en homilías y discursos un pastor de la toda la Iglesia que llega de visita a un país? ¿Señalar con el dedo al Secre-tario de Gobernación por su injustificable negli-gencia en la fuga del Chapo Guzmán? ¿Declarar que se debe dilucidar de manera transparente la

muerte de los 43 jóvenes de Ayotzinapa? ¿De-nunciar la corrupción de las autoridades y la lucha intestina de carteles que provocó la muerte de 49 presos en Topo Chico? Pongo el asunto en blanco y negro para decir que eso no le toca al Santo Padre. Ver qué se hace en estos y muchos otros casos toca a los mexicanos, cualquiera que sea su lugar y función en la socie-dad: no resignarse. Sobre este punto, Francisco sí que fue enfático en la que es, a mi juicio, su mejor intervención de la visita: la homilía de la Misa en Morelia para las personas consagradas, religiosas, sacerdotes, obis-pos, pero que vale para todos, consagrados o laicos, creyentes o no creyentes. “¿Qué tentación podemos tener frente a todo esto, frente a esta realidad que parece haberse convertido en un sistema inamovi-ble? Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación». Desglosa el Papa: qué le vas a hacer, la vida es así; resignación que paraliza, atemoriza, atrinchera en sacristías, impide anunciar y alabar, quita la alegría, frena para arriesgar y transformar… Queda entonces la pregunta: ¿qué me toca hacer? ¿cómo puedo escri-bir una historia nueva hacia adelante? Francisco esbozó este camino nuevo, pero tam-poco le toca a él desde Roma trazarlo y recorrerlo. Esto fue lo que dijo: es urgente una formación en la responsabilidad personal (1); no hay que tenerle miedo a la transparencia (2); despertar la esperanza de los pequeños (3); todos somos necesarios, espe-cialmente lo que no cuentan (3); estar en primera línea en iniciativas que abran oportunidades (4); hacer un examen de conciencia y pedir perdón (7); combatir la precariedad y el aislamiento mediante la legislación (8); transmitir el amor de Dios, comulgar con el hermano débil, necesitado, preso (8); trans-formar tu riqueza interior en esperanza y la espe-ranza en dignidad (10); preguntarte para qué estás

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en la vida, escribir una nueva historia (11); ofrecer a México, a los hijos trabajo, tierra, techo (12)… Hay muchas iniciativas en México de todo tipo que miran a transformar situaciones lamentables. Solo menciono una, a guisa de ejemplo, que fue lanzada recientemente: la iniciativa ciudadana de

la LEY 3 DE 3. Como las autoridades son incapa-ces de combatir su propia corrupción, esta inicia-tiva de ley, que requiere 120,000 firmas, obliga a todos los funcionarios públicos a dar a conocer tres declaraciones: declaración patrimonial, de intereses y fiscal.

Lo que no dijo

Hubiera sido bueno que el Santo Padre rezara por los más de 20,000 desparecidos, no solo los 43 de Ayotzinapa, por las decenas de miles que han muer-to por la violencia del narcotráfico y su persecución, por las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, para poner sus nombres, conocidos solo por Dios, en el libro de la vida, como dice el Apocalipsis (3,5). En la Misa de Morelia con personas consagra-das hubiera sido bueno reiterar el compromiso de la Iglesia en la prevención y la denuncia del abuso de menores por sacerdotes y religiosos. De hecho, esa es la práctica impulsada por el Papa. Justo du-rante su visita, el 15 de febrero, el Cardenal Sean O’Malley, Arzobispo de Boston, declaró en nombre de la comisión creada por Francisco para aconse-jarle en este asunto, que los obispos tienen la res-ponsabilidad moral y ética de reportar posibles abusos a la autoridad civil. ¿Qué más se puede hacer? En 2001 y 2002, cuando salieron a la luz los abusos contra meno-res en la Arquidiócesis de Boston, estaba yo en un

convento en Dover a 30 km de la ciudad. The Boston Globe empezó a publicar noticias sobre estos he-chos reprobables, como fruto de las indagaciones del grupo de periodismo de investigación más antiguo de Estados Unidos, de nombre Spotlight. La comunidad que participaba en la misa domini-cal del convento seguía con atención y apoyaba lo que hacía el periódico. La historia puede verse en la película Spotlight – En primera plana, que acaba de obtener el Óscar a la mejor película. Entonces, si se tiene evidencia de abusos, hay que denunciarlos a la autoridad civil y eclesiástica. Hubiera sido bueno también, teniendo en cuen-ta el motín en Topo Chico dos días antes de su llegada, que el Papa señalara la corrupción en las cárceles mexicanas al amparo de las autoridades o por negligencia. En suma, la visita de Francisco tendrá conse-cuencias en la medida en que la siembra que fue su palabra fructifique en acciones que venzan la ten-tación de la resignación. [F. Q.]