escribe: juan carlos mÉndez la masa se equivoca · cerrado el libro, dany salvatierra de-muestra...

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77 VELA VERDE Lunes 25 de febrero del 2013 SAPOS & CULEBRAS Los lectores de un conocido diario escogieron, de entre cinco opciones, a El Síndrome de Berlín −publicitada como "Un Cien años de Soledad filmada por Almodóvar− como la mejor obra de ficción publicada el año pasado en el Perú. Nuestro crítico de libros, desde luego, discrepa. ESCRIBE: JUAN CARLOS MÉNDEZ ¿ LA MASA SE EQUIVOCA El Síndrome de Berlín. Estruendomudo, 2012. S/. 30. Relación del crítico con el autor: Precio en librerías: NINGUNA. Primera línea: “Berlín Newman, la famosa superestrella, actriz, modelo, cantante y ninfómana internacional, atravesaba la ciudad de Lima en un vuelo que cambiaría el mundo”. e S EL SÍNDROME DE BERLÍN LA MEJOR NOVELA DEL 2012? Lo dudo. Cerrado el libro, Dany Salvatierra de- muestra ser un escritor de oralidad apabullante pero, como arquitecto de su historia, ha queda- do en deuda con el lector. La delirante vida de Berlín Newman, la protagonista, está contada por un narra- dor que no da voz a sus personajes y por eso termina anulándolos. Esther Barranco, Cristóbal Febres, Leona Sierra de Ferrari, Ignacio Bo- hórquez y los demás empie- zan a hablar tarde en la novela, y cuando lo ha- cen muestran pocos matices: como si el narrador conti- nuara en funciones y hubiera colocado guiones a su propio dis- curso, lo que vuelve monótono el relato. Peor aún, evita que los personajes emerjan del papel. No es casual que recién en el sexto capítu- lo aparezca el primer diálogo, lo que significa que hay que remar hasta la página 40 para que el álter ego de la protagonista (llamada Diana Mighte) hable y converse. Es decir, se muestre. Y demuestre. Hasta ese momento todo ha sido descripción y exposición de la trama. ¿Y la protagonista? Aparecerá en el capítulo 21 (página 136) para, rotunda, decir: "Me llamo Berlín Newman". Hasta esa página (¡a la mi- tad del libro!) el lector no sabe (no ha sentido) cómo habla ella. Y ya se sabe que los diálogos sirven para mostrar los pliegues y repliegues de la personalidad, de forma que poco a poco los personajes dejen de ser palabras para convertir- se en encarnación de un perfil psicológico con pasado, presente y objetivo. Como un entrenador que se llena la boca hablando de jugadores que no deja entrar a la cancha, Salvatierra establece una distancia que restringe la empatía. Cancelada la relación emocional con el lector, solo cabe establecer un lazo racional. Y aquí aparece otro problema: los eventos de la historia se suceden episódicamen- te. Esto significa que los hechos no son conse- cuencia de los errores y aciertos de los perso- najes, sino designios de una entidad superior. Es más, el germen de la historia de Newman se ubica en el Pentágono (lo que casi es decir Dios) y se resuelve en el Perú por casualidad. Los que decidieron que el lugar de los hechos fuera nuestro exótico país pensaron que este “se encontraba en África, en el límite entre Ghana y Burkina Fasso” (página 26). Así, la relación que el lector puede establecer con la historia queda a cargo del lenguaje y la estructura. Y en ambos aspectos Salvatierra es conservador. Más allá de sonoros adjetivos (“fuerza estra- tosférica”, “tules psicodélicos”, “melena electri- zante”), la disposición de los verbos y sustan- tivos tienen todo menos atrevimiento. Aquí el lenguaje no está en fricción ni alcanza alturas inusuales. La estructura (dividida en cuatro secciones, cada una formada por breves capítu- los) es también simple. Personajes y lenguaje llanos, sumados a una estructura episódica, agotan la lectura y hacen que la novela, más que irreal, resulte inverosí- mil. Es una lástima, porque el autor posee una imaginación desbordada y evidente ímpetu narrativo. Salvatierra demuestra conocer su historia pero no a sus personajes, lo que convierte a El Síndrome de Berlín en un excelente primer borrador. Y es una pena que el proyecto haya visto la luz en esa etapa, porque el libro sugie- re un drama y conflicto que merecían mayor paciencia y trabajo. VV COLUMNA DE LIBROS.indd 78 26/02/13 12:23

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Page 1: ESCRIBE: JUAN CARLOS MÉNDEZ LA MASA SE EQUIVOCA · Cerrado el libro, Dany Salvatierra de-muestra ser un escritor de oralidad apabullante pero, como arquitecto de su historia, ha

77 VELA VERDE Lunes 25 de febrero del 2013

SAPOS & CULEBRAS

Los lectores de un conocido diario escogieron, de entre cinco opciones, a El Síndrome de Berlín −publicitada como "Un Cien años de Soledad filmada por Almodóvar− como la mejor obra de ficción publicada el año pasado en el Perú. Nuestro crítico de libros, desde luego, discrepa.

ESCRIBE: JUAN CARLOS MÉNDEZ

¿

LA MASA SE EQUIVOCA

El Síndrome de Berlín.

Estruendomudo, 2012.

S/. 30.

Relación del crítico con el autor:

Precio en librerías:

NINGUNA.

Primera línea: “Berlín Newman, la famosa superestrella, actriz, modelo, cantante y ninfómana internacional, atravesaba la ciudad de Lima en un vuelo que cambiaría el mundo”.

eS EL SÍNDROME DE BERLÍN LA MEJOR NOVELA DEL 2012? Lo dudo. Cerrado el libro, Dany Salvatierra de-

muestra ser un escritor de oralidad apabullante pero, como arquitecto de su historia, ha queda-do en deuda con el lector.

La delirante vida de Berlín Newman, la protagonista, está contada por un narra-

dor que no da voz a sus personajes y por eso termina anulándolos. Esther

Barranco, Cristóbal Febres, Leona Sierra de Ferrari, Ignacio Bo-

hórquez y los demás empie-zan a hablar tarde en la

novela, y cuando lo ha-cen muestran pocos

matices: como si el narrador conti-nuara en funciones

y hubiera colocado guiones a su propio dis-

curso, lo que vuelve monótono el relato. Peor aún, evita que los personajes

emerjan del papel. No es casual que recién en el sexto capítu-

lo aparezca el primer diálogo, lo que significa que hay que remar hasta la página 40 para que el álter ego de la protagonista (llamada Diana Mighte) hable y converse. Es decir, se muestre. Y demuestre. Hasta ese momento todo ha sido descripción y exposición de la trama.

¿Y la protagonista? Aparecerá en el capítulo 21 (página 136) para, rotunda, decir: "Me llamo Berlín Newman". Hasta esa página (¡a la mi-tad del libro!) el lector no sabe (no ha sentido) cómo habla ella. Y ya se sabe que los diálogos sirven para mostrar los pliegues y repliegues de

la personalidad, de forma que poco a poco los personajes dejen de ser palabras para convertir-se en encarnación de un perfil psicológico con pasado, presente y objetivo.

Como un entrenador que se llena la boca hablando de jugadores que no deja entrar a la cancha, Salvatierra establece una distancia que restringe la empatía. Cancelada la relación emocional con el lector, solo cabe establecer un lazo racional. Y aquí aparece otro problema: los eventos de la historia se suceden episódicamen-te. Esto significa que los hechos no son conse-cuencia de los errores y aciertos de los perso-najes, sino designios de una entidad superior. Es más, el germen de la historia de Newman se ubica en el Pentágono (lo que casi es decir Dios) y se resuelve en el Perú por casualidad. Los que decidieron que el lugar de los hechos fuera nuestro exótico país pensaron que este “se encontraba en África, en el límite entre Ghana y Burkina Fasso” (página 26). Así, la relación que el lector puede establecer con la historia queda a cargo del lenguaje y la estructura. Y en ambos aspectos Salvatierra es conservador.

Más allá de sonoros adjetivos (“fuerza estra-tosférica”, “tules psicodélicos”, “melena electri-zante”), la disposición de los verbos y sustan-tivos tienen todo menos atrevimiento. Aquí el lenguaje no está en fricción ni alcanza alturas inusuales. La estructura (dividida en cuatro secciones, cada una formada por breves capítu-los) es también simple.

Personajes y lenguaje llanos, sumados a una estructura episódica, agotan la lectura y hacen que la novela, más que irreal, resulte inverosí-mil. Es una lástima, porque el autor posee una imaginación desbordada y evidente ímpetu narrativo.

Salvatierra demuestra conocer su historia pero no a sus personajes, lo que convierte a El Síndrome de Berlín en un excelente primer borrador. Y es una pena que el proyecto haya visto la luz en esa etapa, porque el libro sugie-re un drama y conflicto que merecían mayor paciencia y trabajo.

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