escondido, mi 30 de mayo

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    Portada de la primera edición

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    COMISIÓN NACIONAL PARA CONMEMORAR EL 50 ANIVERSARIO DEL AJUSTICIAMIENTO

    DEL DICTADOR RAFAEL L. TRUJILLO

    MIEMBROS

    LIC. LUIS MANUEL BONETTIMinistro Administrativo de la Presidencia

    LIC. JOSEFINA PIMENTELMinistra de Educación

    LIC. JOSÉ R AFAEL LANTIGUAMinistro de Cultura

    LIC. JUAN DANIEL BALCÁCER Presidente de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias

    LIC. R AFAEL PÉREZ MODESTOSecretario de Estado, Gerente General Comisión Nacional

    de Seguridad Social

    DR . EDUARDO DÍAZ DÍAZPresidente de la Fundación 30 de Mayo

    DR . ANULFO R EYES

    Presidente de la Federación de Fundaciones PatrióticasDR . FRANK  MOYA PONS

    Presidente de la Academia Dominicana de la Historia

    Mayor GeneralAntonio Imbert Barrera , Héroe Nacional

    Lic. Luis Manuel Pellerano Amiama 

    Sra. Lindín González Vda. Tejeda 

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    ESCONDIDOMI 30 DE MAYO

    Vol. IV

    Colección 50 Aniversario del Ajusticiamiento de Trujillo

    Santo Domingo, República Dominicana2012

    JOSEFINA GAUTIER  DE ÁLVAREZ

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    Título de la publicación:EscondidoMi 30 de Mayo

    Autora:Josefina Gautier de Álvarez

    Primera Edición:Editora Taller, 1993

    Segunda Edición:Colección 50 Aniversario del Ajusticiamiento de TrujilloComisión Permanente de Efemérides Patrias, 2012Volumen IV

    Cuidado de la edición:Luis Fernández

    Composición y diagramación:Eric Simó

    Diseño de cubierta:Roberto Tejada 

    ISBN: 978-9945-462-31-9

    Impresión:

    Editora Búho

     Impreso en República Dominicana/ Printed in Dominican Republic 

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     A Nassima.

     A Tabaré, ya ido.

     A los hombres del 30 de Mayoque participaron directamente.

     A los que indirectamente pusieron su grano de arena.

     A las muchas personas que sabían del atentado y guardaron silencio.

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    CONTENIDO

    Presentación ................................................................ 13

    Agradecimientos .......................................................... 15

    Preámbulo ................................................................... 17

    Homenaje .................................................................... 19

    Introducción ................................................................ 35

    Canto al 30 de MayoMemorias .................................................................... 41

    Recuerdos .................................................................. 183

    Índice onomástico...................................................... 231

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    PRESENTACIÓN

    El 12 de mayo del 2011, el Excelentísimo Señor Presi-

    dente de la República, doctor Leonel Fernández, median-te el Decreto No. 311-11, creó la Comisión Nacional paraConmemorar el 50 Aniversario del Ajusticiamiento deldictador Rafael L. Trujillo, cuya misión principal con-sistía en organizar y coordinar todas las actividades re-lacionadas con la divulgación de la historia política do-minicana contemporánea.

    Dentro de las actividades programadas con el fin deconmemorar los primeros 50 años del ajusticiamiento deldictador Trujillo y del nacimiento de las libertades públi-cas así como del sistema de la democracia en la RepúblicaDominicana, la Comisión Nacional ha considerado opor-tuno la publicación de diversas obras y ensayos —ya ago-tados— que abordan el tema de Trujillo, sus días finales yla conspiración patriótica que la noche del 30 de mayo de

    1961 logró eliminar físicamente al tirano.Esta obra, Escondido. Mi 30 de Mayo, de Josefina Gautier

    de Álvarez, fue editada por primera vez en 1993. En ella suautora narra de manera minuciosa y vívida algunos antece-dentes del ajusticiamiento de Trujillo y todos los pormeno-res que a diario vivió su hogar, consecuencia de la valien-te y peligrosa hazaña de su esposo, el Dr. Tabaré Álvarez,

    y de ella, de mantener oculto en su casa a Luis AmiamaTió, uno de los integrantes del complot que propiciara el

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    movimiento de la libertad del pueblo dominicano. Ade-más de eso, Josefina Gautier de Álvarez analiza hechoshistóricos posteriores al tiranicidio.

    A través de este libro, el pueblo dominicano puedeaquilatar el valor de muchos dominicanos que exponien-do sus vidas y las de sus familiares hicieron valiosos apor-tes en la erradicación de la oprobiosa dictadura que pade-cía el país.

    La Comisión Nacional para la Conmemoración del 50

    aniversario del Ajusticiamiento del dictador Trujillo agra-dece a las hijas de Josefina Gautier de Álvarez su gentilezapor cedernos los derechos de la presente edición con elpropósito de contribuir a una mayor difusión de las interio-ridades de la gesta heroica que hacia mediados del año 1961hizo posible que el 30 de Mayo se convirtiera, para todoslos dominicanos, en el Día de la Libertad.

    Santo Domingo, R.D.Abril, 2012.

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    AGRADECIMIENTOS

    SON MUCHAS LAS PERSONAS A LAS CUALES tengo que darleslas gracias por su cooperación en este libro, pero las si-guientes son especiales.

    Estuve muchos años escribiendo. Al principio Tabaréme ayudó y empezamos a rememorar; él a dictarme, yo aescribir notas. Al morir él, lo dejé dormir, de vez en cuan-do lo sacaba, lo leía, escribía algo y lo volvía a guardar.Luego empecé a ir al Archivo General de la Nación y a laBiblioteca Nacional a tomar datos de los periódicos yverificar mis notas. Pero no fue hasta el año pasado quehice el esfuerzo y acabé de redactarlo.

    Se lo llevé a Orlando Haza del Castillo, casado conmi hermana Milagros, para que lo leyera. Me sorprendióque le gustara tanto. Orlando me sugirió reconstruir mu-

    chos párrafos pues gramaticalmente no estaban correctos,rehice todo con puntos y comas, según sus correcciones.Llamé por teléfono a Germán Ornes Coiscou, y a través deQuío de Gil, me puso los archivos y fotografías del perió-dico El Caribe  a mi disposición. Fui muchas veces a confir-mar cosas y a obtener las fotos que necesitaba.

    Mi hija Virginia, que es la escritora y poetisa de la fami-

    lia, me hizo la revisión y pasó largas horas corrigiendo eltexto en la computadora. Otra de mis hijas, Mariajose y

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    su esposo, José Miguel Varela, se entusiasmaron y co-operaron con paciencia, sugiriendo cosas y diagraman-do el libro. Mi hija Teresa, la ingeniera, me dibujó losplanos y ayudó con las fotografías. Y Alejandra, la cuar-ta, me ayudó a pasarlo a la computadora sugiriendo algu-nas correcciones.

    Luego se lo llevé a Nassima para que lo leyera y mediera su aprobación. Por último a Luis Manuel Pellerano, juicioso como su tío Luis, para que me diera su opinión.

    Mis agradecimientos a todos... ¡Mil gracias!

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    PREÁMBULO

    ESTOY  ESCRIBIENDO  ESTAS  MEMORIAS  PORQUE no fue hastael 30 de mayo de 1980 cuando se desvelizó un monumen-to en honor a la Gesta Libertadora del 30 de Mayo, en elmismo sitio donde diecinueve años atrás cayera acribilla-do a balazos el tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina.

    El gobierno democrático del presidente Antonio Guz-mán Fernández, a través de su síndico, doctor Pedro Fran-co Badía, celebró un acto a las 10 de la mañana al cualasistieron las viudas, los hijos, familiares y amigos de losprotagonistas del 30 de Mayo. Los sobrevivientes tambiénacudieron, el general Antonio Imbert Barrera con su se-gunda esposa Giralda y su escolta militar, y Luis AmiamaTió con su hija Pilar y sus guardaespaldas militares.

    El discurso de apertura del acto estuvo a cargo del sín-

    dico doctor Pedro Franco Badía. El discurso de agradeci-miento y clausura fue pronunciado por Eduardo Díaz yDíaz, nieto de Modesto Díaz e hijo del general Juan To-más Díaz y su esposa Cristiana Díaz.

    Fue el primer acto de un gobierno constitucional enreconocimiento y valorización de un hecho histórico, aconsecuencia del cual el pueblo dominicano obtuvo su

    libertad. Sin el 30 de Mayo, ¡sabe Dios en qué manos to-davía estuviésemos!

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    Anteriormente, en el gobierno del Consejo de Estado,en mayo de 1962 se había hecho un acto en el cual selevantó una base triangular con una placa en bronce quedecía “GLORIA A LA GESTA LIBERTADORA DEL30 DE MAYO”; fue un acto precioso. Mi esposo Tabaréy yo asistimos. En esa ocasión habló el síndico SalvadorSturla hijo. La placa fue arrancada por desconocidos ynunca apareció. Se colocó una segunda placa y tambiénfue arrancada. Luego el sitio fue tomado de basurero.

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    HOMENAJE

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    Luis Amiama Tió en la oficina de su residencia de la calle 18 (ahora Gus-tavo Mejía Ricart), en el ensanche Piantini, posando delante de las fotogra-fías de los héroes del 30 de Mayo, en el año 1962, durante el gobierno delConsejo de Estado.

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    TENIENTE AMADO GARCÍA GUERRERO

    Nació el 2 de junio de 1928. Era nieto del Gral. Hermógenes García e hijode Amado García Pereyra. Para el año 1958 frecuentaba la casa de suprima Urania Mueses, esposa de Salvador Estrella Sadhalá, donde conocea Antonio Imbert y a otros hombres que participaron en el ajusticiamientode Trujillo. Como oficial bien preparado, estaba de servicio en EstanciaRadhamés, en control de la central telefónica y marquesina de la casa. El30 de mayo vio que Trujillo salía con el uniforme verde olivo que utilizabaen sus viajes a San Cristóbal y llamó en clave a Salvador Estrella a infor-

    marle, saliendo inmediatamente a reunirse con los demás en el sitio de laemboscada.

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    ROBERTO RAFAEL PASTORIZA NERET

    Fifí, como le apodaban, nació en París. Francia, el 10 de mayo de 1921,hijo de Tomás Pastoriza. Se graduó de Ingeniería Civil en la Universidadde Santo Domingo, donde conoció a Huáscar Tejeda, con quien se asocióprofesionalmente. A través de Huáscar conoció a Modesto y a Juan TomásDíaz. En 1955 casó con María Alemán. Era aficionado a la cacería y eramuy buen tirador. Le tocó recortar dos escopetas que fueron probadas en lafinca de Modesto Díaz. Perteneció al grupo que actuó directamente en el

    ajusticiamiento en la avenida George Washington. Fue asesinado porRamfis Trujillo y un grupo de sus oficiales, el 18 de noviembre de 1961.

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    PEDRO LIVIO CEDEÑO HERRERA

    Nació en Higüey, el 4 de mayo de 1911. Fue militar y desempeñó varioscargos en Administración Pública. Fue fervoroso cristiano y devoto de laVirgen de La Altagracia. Casó con Olga Despradel Brache. Participó juntoa su íntimo amigo Juan Tomás Díaz en la emboscada a Trujillo el 30 deMayo. Herido de gravedad, fue trasladado a la Clínica Internacional porsus compañeros. Allí, luego de ser operado fue apresado por el SIM. En elinterrogatorio a que se le sometió dijo que había participado en el ajusticia-miento “para que mis hijos crezcan en un país libre y para que los pobres

    sean menos pobres”. Fue asesinado en Hacienda María el 18 noviembre de1961, por Ramfis Trujillo y sus oficiales amigos.

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    LUIS SALVADOR ESTRELLA SADHALÁ

    Nació el 21 de junio de 1919 en Tamboril. Hijo del Gral. Pedro AntonioEstrella Molina y Paulina Sadhalá. Casó con Urania Mueses Pereyra. Amigode Antonio Imbert, participó directamente en el ajusticiamiento del tiranoen la avenida George Washington, junto a sus otros compañeros de ideales.

    Fue asesinado en Hacienda María por Ramfis Trujillo y un grupo de oficia-les, el 18 de noviembre de 1961.

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    ANTONIO RAMÓN DE LA MAZA VÁSQUEZ

    Nació en Moca, e124 de mayo de 1912, hijo del Gral. Vicente De la Mazay Ernestina Vásquez. Fue militar, y en 1945 casó con Aída Michel Díaz.El asesinato de su hermano Octavio, junto a los de Galíndez y el pilotoMurphy, le despertaron ante la realidad dominicana, y siendo muy amigode don Modesto y Juan Tomás Díaz, se les unió al grupo que planificó elderrocamiento del tirano. Fue elemento de unión entre los grupos queparticiparon en el 30 de Mayo. Fue quien le dio el escopetazo a Trujillo yluego el tiro de gracia. Murió al ser perseguido por el SIM cerca del parque

    Independencia, en la avenida Bolívar, casi esquina Julio Verne, junto aJuan Tomás Díaz, al no encontrar dónde refugiarse.

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    GENERAL JUAN TOMÁS DÍAZ QUEZADA

    Nació el 5 de octubre de 1905 en Yaguate. San Cristóbal, hijo de LucasDíaz Álvarez y Eloísa Quezada. Prestó servicios en la Oficina de Correosy Telégrafo y en 1930 ingresó al Ejército Nacional con rango de teniente.Fue muy querido entre sus compañeros por su simpatía y alto sentidohumano. Amigo de Antonio De la Maza se unieron y planearon el complotpara ajusticiar a Trujillo. Murió cuando era perseguido junto a Antonio De

    la Maza, en un encuentro armado con el SIM, cerca del parque Indepen-dencia, en la avenida Bolívar con Julio Verne.

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    MODESTO DÍAZ QUEZADA

    Nació el 12 de octubre de 1901, en Yaguate, San Cristóbal, hijo de LucasDíaz Álvarez y Eloísa Quezada. De joven, fue amigo de Trujillo, pero alcrecer el poder político de don Modesto, se crearon celos alrededor de supersona, lo que provocó el deterioro de su vieja amistad con el dictador yle acarreó duros tratos por parte del déspota. Hombre inteligente y hábilpolítico, se reunía en su residencia con un grupo de hombres afectados, enuna forma u otra, por el tirano, y allí planeaban derrocarle. Luego delasesinato de las hermanas Mirabal los planes giraron en torno al ajusticia-

    miento del dictador. Fue asesinado por Ramfis Trujillo y sus amigos ofícia-les el 18 de noviembre de 1961, en la Hacienda María, Nigua.

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    MIGUEL ÁNGEL BÁEZ DÍAZ

    Nació el 7 de diciembre de 1912 en Yaguate, San Cristóbal, hijo de MiguelBáez Ortiz y Angélica Díaz. Casó en Santo Domingo con Aida Perelló.Ocupó varios cargos en la Administración Pública. La misteriosa muertede su hija Pilar y el asesinato del esposo de ésta, teniente Jean Awad Ca-naán, provocó que se uniera a la conjura junto a sus primos Modesto y JuanTomás Díaz. Su hijo Miguelín fue también apresado con él, torturados y

    cruelmente asesinados en la cárcel de torturas del Km 9 de la carreteraMella.

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    HUÁSCAR ANTONIO TEJEDA PIMENTEL

    Nació en Baní el 31 de marzo de 1926, hijo de Amable Tejeda Veloz yLeopoldina Pimentel. Se graduó de ingeniería civil en 1953, formandouna compañía junto a su amigo Roberto Pastoriza. Casó en 1956 con MaríaL. González (Lindín). Muy amigo de don Modesto se integró a la conspi-ración junto con su amigo Pastoriza y participó el 30 de Mayo en la Aveni-da, conduciendo el segundo carro, en que también viajaba Pedro Livio

    Cedeño. Fue asesinado en Hacienda María por Ramfis Trujillo y su grupode amigos oficiales, el 18 de noviembre de 1961.

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    LUIS MANUEL CÁCERES MICHEL

    Apodado Tunti, nació el 3 de noviembre de 1938 en Moca, hijo de LuisManuel Cáceres Ureña y Octavia Michel. Hábil conductor se unió a laconjura poniéndose al servicio de su tío político Antonio De la Maza.Estaba supuesto a manejar uno de los carros en que se trasladaría el grupohacia el lugar del atentado, pero por adelantarse el día, no se encontró en eltiranicidio. Fue preso, cruelmente torturado y luego asesinado el 18 de

    noviembre de 1961 en la Hacienda María, Nigua. Un amigo escribió mástarde: “El joven héroe que va a vivir feliz en el cielo de su Patria Libre”.

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    ERNESTO ANTONIO DE LA MAZA VÁSQUEZ

    Nació en Moca el 1° de abril de 1917, hijo de don Vicente De la Maza yErnestina Vásquez. Se gradúa de agrónomo y se dedica a las faenas agríco-las. Casó con Hilda Tactuk en 1944. Al ser asesinado su hermano Octaviopor Trujillo, se une a la conjura del 30 de Mayo a través de su hermanoAntonio. Se trasladaba desde Moca hacia Capital todos los miércoles paraparticipar en el atentado, sin embargo, al igual que otros, no se encontró enel ajusticiamiento de Trujillo por haberse adelantado el día del mismo. Fue

    fusilado junto a su hermano Bolívar, en la Fortaleza de La Vega, por ordendel Gral. José Arismendi Trujillo (Petán).

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    ANTONIO IMBERT BARRERA

    Nació en Puerto Plata el 3 de diciembre de 1920, hijo de Segundo ManuelImbert y Consuelo Barrera. Casó en primeras nupcias con Guarina Tessón.La prisión de su hermano Segundo y su amistad con Salvador Estrella lemovieron a unirse a la conjura del 30 de Mayo. Participó en el ajusticia-miento de Trujillo manejando el carro en que iban Antonio De la Maza,Amado García Guerrero y Salvador Estrella Sadhalá. Sobrevivió a las

    persecuciones que se llevaron a cabo luego de la muerte de Trujillo escon-dido en una casa de familia.

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    LUIS EMILIO AMIAMA TIÓ

    Nació en San Pedro de Macorís e19 de noviembre de 1915, hijo de LuisAmiama y Carmela Tió. Casó en Santo Domingo con Nassima Diná Tron-coso. Muy amigo de don Modesto, se reunía en la residencia de éste juntoa don Fello Vidal, don Miguel Ángel Báez, Antonio De la Maza, HuáscarTejeda, y algunos otros amigos que éstos invitaban, formándose así el gru-po político que actuaría en la conjura del 30 de mayo Sobrevivió a laspersecuciones que siguieron al ajusticiamiento del tirano. Murió el 7 de

    diciembre de 1980, diecinueve (19) años después del tiranicidio: tiempoen que intermedió en la vida y la política del país.

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    INTRODUCCIÓN

    LAS IMPRESIONES DE INFANCIA NO SE desvanecen nunca, sequedan en el subconsciente y salen a su debido tiempo.

    Una noche de 1935 sentí que tocaban fuerte, muy duro,a la puerta de mi aposento, que daba a la galería exterior.Vivíamos en la casa número seis de la calle 12 de Julio,luego Seibo y ahora Julio Verne. Mi abuela Camé, Came-lia Bonnelly Viuda Mercado, madre de crianza de mimamá, Maricusa Castellón de Gautier, vino corriendo ami cama, temblaba de miedo, la casa estaba rodeada deagentes de “La 42”, dirigidos por Miguel Ángel Paulinoy Joaquín Cocco. Oí la voz de mi papá, Manuel SalvadorGautier González, que decía: “No es aquí.” Buscaban aJuan Alfonseca, alias Niño, quien formaba parte del com-plot del doctor Ramón de Lara, casado con Rosa Vás-

    quez Gautier, para matar a Trujillo. Niño brincaba porlos patios buscando esconderse donde su tía Oliva Alfon-seca viuda Gautier, pero en una casa antes, doña JosefitaThorman de Alfonseca lo escondió. Los de “La 42” lo buscaron en la casa de la tía y no lo encontraron.

    Mi segunda impresión fue el 11 de mayo de 1935,cuando soltaron a mi tío, Máximo Vásquez Gautier, ca-

    sado con la hermana de mi padre, Genoveva. Hacía va-rios meses que lo tenían preso en Nigua y estaba muy

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    COLECCIÓN 50 ANIVERSARIO DEL AJUSTICIAMIENTO DE TRUJILLO

    enfermo con paludismo. Trujillo no quería que un sobri-no de Horacio Vásquez muriera en prisión. Al llegar elcarro, nos mandaron a todos los niños para la parte trase-ra de la casa. Muchacho al fin —tenía seis años— me pusea acechar. Lo vi desmontarse del carro pelado a coco,demacrado, barbudo, esquelético. Lo acompañaba Jacin-to Peynado, don Mozo, quien al entregarlo a tía Veva y asus hermanas Colombia de Ricart, Gracita de Bernard yEstela de Henríquez, le dijo en tono cariñoso: “Máximo,

    no dejes que te vuelvan a llevar a Nigua”. En mis aden-tros sentí algo grande, una pena honda de que a mi tío, aquien tanto quería, le hicieran semejante maldad.

    Todo el problema de mi tío Máximo empezó por noquerer inscribirse en el Partido Dominicano, ni aceptarlos empleos que Trujillo le ofrecía. En ese tiempo habíauna guardia especial, “La 42”, que ya mencioné, coman-

    dada por Joaquín Cocco y Miguel Ángel Paulino, quie-nes fueron a la finca “La Rubia”, de tío Máximo, y ledijeron que estaba deportado y que tenía que irse en el barco “Coamo” esa misma noche. La alternativa era ins-cribirse en el Partido Dominicano. Mi tío contestó: “Pre-fiero el exilio”, y así fue. A José Antonio Bonilla Atiles,su íntimo amigo, le pasó igual: los de “La 42” fueron a su

    oficina de abogado y ante el ultimátum, contestó lo mis-mo: “El exilio”, y se fue caminando a la oficina de la Puer-to Rico Line, representada en el país por Juan Santoni.Este, al verlo le dijo: “¡Ay! ¿Tú también?”. Bonilla con-testó: “¿Cómo que yo también?”. Santoni explicó: “Aquíestuvieron Esteban Buñols y Félix Servio Ducoudraycomprando boletos, deportados”. En eso entró mi tío ves-

    tido con ropa de campo. “¡Oh! ¡Máximo! ¿También tú?”.Conversaron, tío Máximo compró su boleto y salieron

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     Escondido / Mi 30 de Mayo JOSEFINA GAUTIER  DE ÁLVAREZ

    ambos a avisar a sus casas lo que pasaba, buscar algo dedinero y arreglar una maleta con ropa.

    Buñols, Ducoudray, Bonilla y tío Máximo se reunie-ron en el barco “Coamo”, que levantó anclas y navegómar afuera. Mientras los cuatro cenaban en el comedordel barco, Ducoudray notó que el barco estaba parado.Yendo a buscar al capitán, los hicieron presos, trasbor-dándolos a un remolcador. Acercándose a la costa vieronque la ciudad estaba a oscuras, cosa muy rara en esa épo-

    ca. Creyeron que los iban a matar. Cuando llegaron a tie-rra los metieron a una guagüita, derecho a la prisión deNigua, adonde llegaron a la media noche y allí quedaronpor varios meses.

    Sobre la época de Trujillo, sus treinta y un años en elpoder, se ha escrito mucho. Autores extranjeros y domi-nicanos han desmenuzado esos años, cada cual dándole

    el giro que a su saber e información han querido. Fueronaños duros, muy largos, en los cuales a los hombres de bien lentamente se les fue cerrando el círculo, y, para noser estrangulados moral y económicamente junto a susfamilias, tuvieron que abdicar a su ideal y rendirle cultoal tirano que los vejaba.

    Inscribirse en el Partido Dominicano era lo primero,

    y luego se debían aceptar los empleos de Trujillo, ir a susfiestas y a sus desfiles y estar de acuerdo con sus “suge-rencias”. En su gobierno hubo personas de bien y tam- bién personas perversas y malvadas. Trujillo tenía el donde conocer a la gente y saber cómo usarlas, conocía muy bien la mentalidad del pueblo dominicano y sabía paraqué se prestaba cada cual.

    Hubo varios atentados de invasión, Cayo Confites en1946, que fracasó al salir el barco de Cuba, y Luperón en

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    COLECCIÓN 50 ANIVERSARIO DEL AJUSTICIAMIENTO DE TRUJILLO

    Puerto Plata en 1949, sus hombres perseguidos murieronpeleando.

    Con la invasión de Constanza, Maimón y Estero Hon-do, el 14 y el 19 de junio del año 1959, la ciudadanía que-dó horrorizada del trato que se les dio a los presos captu-rados en combate. Se les traía atados a la base aérea deSan Isidro, donde Ramfis Trujillo era el dueño y señor.Allí se preparaban los “shows”: se emborrachaban Ramfisy sus oficiales y amigos y les traían a los presos, a quienes

    iban mutilando vivos. Se les practicaban toda clase detorturas, hasta que morían.

    En esta última invasión vino parte de la flor y natadominicana y su muerte enlutó al país entero. Creó la con-ciencia cívica en las mentes de los hombres, la sangrehervía por las arterias y venas de la juventud.

    Con esta pena por la impotencia de no poder hacer

    nada para salvar a esa juventud asesinada en San Isidro,se formó el Movimiento 14 de Junio, cuyos líderes fue-ron apresados a fines de enero de 1960 y llevados a lacasa de tortura de “La 40”, donde había toda una gamade artefactos, refinados por Juan Abbes García, para ha-cer hablar: silla eléctrica, agujas, bastones, etc., y así fue-ron “cantando” —término que se usaba entonces— los

    nombres de cientos de jóvenes que formaban parte de latrama para derrocar al régimen de Trujillo.El hermano de Tabaré, Luis Antonio Álvarez, apoda-

    do Niño, y su esposa Dulce Tejada, formaban parte delliderazgo del 14 de Junio en la provincia de San Francis-co de Macorís. Eran muy amigos de Manolo Tavárez yMinerva Mirabal y de Leandro Guzmán y María Teresa,

    hermana de aquélla. Niño, Abelito Fernández y AntonioTejada, hermano de Dulce, fabricaban bombas de tiempo

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    con reloj. El grupo organizó un complot para matar a Tru- jillo cuando entrara a la iglesia de San Francisco de Ma-corís, el cual fracasó.

    Las esposas de estos hombres, Minerva Mirabal deTavárez, María Teresa Mirabal de Guzmán y Dulce Teja-da de Álvarez, fueron también llevadas a “La 40”, juntocon la doctora Asela Morel, la ingeniera Tomasina Ca- bral y otra señora que ellas presumían que era calié, puesninguna la conocía. Fueron encerradas todas juntas en una

    misma celda de aquella cárcel. Estuvieron veinte díaspresas y luego las pusieron en libertad.

    En octubre Manolo Tavárez, Niño Álvarez, LeandroGuzmán y Pedro González fueron trasladados a solita-rias en la fortaleza de San Francisco. Tabaré y yo saca-mos un permiso para visitar a Niño todos los domingos.Salíamos de madrugada para llegar a San Francisco al-

    rededor de las nueve de la mañana. Le llevábamos comi-da, antojos y hasta helado metido en una pequeña neveracon hielo.

    Los esposos de Minerva y María Teresa fueron nue-vamente trasladados a la fortaleza San Felipe, en PuertoPlata. Ellas iban los días martes a visitarlos. Uno de esosdías fueron informadas de que también podían ir los sá-

     bados, que tenían el permiso para ello. Su hermana Patriade González siempre las acompañaba. Iban en una gua-gua (station wagon) manejada por su amigo de confianzaRufino de la Cruz.

    El 25 de noviembre de 1960, sábado, regresaban dePuerto Plata a Salcedo. En el sitio de la antigua carreterade Puerto Plata donde los precipicios son más profundos,

    los esbirros del SIM les tendieron una emboscada. Lasgolpearon hasta la muerte y mataron también a su chofer.

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    Los cadáveres, puestos dentro de la guagua, fueron em-pujados al precipicio.

    El domingo, temprano, como era nuestra costumbre,salimos Tabaré y yo para San Francisco a visitar a Niño,cargados de cosas. Siempre parábamos a la entrada delpueblo en la casa del doctor Antonio Tejada y su esposaBasilisa Yangüela, padre y madrastra de Dulce, quienessiempre nos esperaban allí. Nuestro recibimiento fue:“Han asesinado a las Mirabal y a Rufino de la Cruz, los

    cadáveres ya están en la casa de su madre en Salcedo. Yovoy al entierro que es esta tarde. No quiero que Dulcevaya”, dijo el doctor Tejada. Mi cuñada estaba deshecha,los ojos hinchados. Eran sus amigas y compañeras delcolegio de monjas Inmaculada Concepción, de La Vega.Nos quedamos boquiabiertos, llenos de pena.

    La noticia corrió de boca en boca por toda la Repúbli-

    ca, todos horrorizados, tristes, cabizbajos. A los oídos delos protagonistas del 30 de mayo llegó el hecho y esto re- bosó la copa. Don Modesto Díaz habló con Luis Amiama:“Hay que hacer algo, ya basta de crímenes horrendos”.

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    MEMORIAS

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    ERAN LAS CUATRO MENOS VEINTE DE LA madrugada del miér-coles 31 de mayo de 1961, cuando nos despertamos miesposo Mario Tabaré Álvarez Pereyra y yo, Ana JosefinaGautier Castellón de Álvarez, con el tableteo de ametra-lladoras y una voz que llamaba “Josefina... Josefina...”.Los tiros procedían del Colegio Santo Domingo, y la voz

    era de una monja en busca de ayuda.Como una loca me tiré de la cama, me puse unos za-patos tennis y corrí hacia el colegio. Entré del lado de laCapilla, y al darme cuenta de que el edificio dormitorioSanta Catalina estaba completamente rodeado de guar-dias con ametralladoras y fusiles, me refugié en la oscuri-dad de los pasillos exteriores de la iglesia. Los tiros pro-

    venían del Santa Catalina y ahora se oían los gritos de laniñas internas.Llena de pavor, sin saber qué hacer, volví a mi casa,

    me tiré un vestido y corrí a la casa de mi vecino AndrésFreites Barrera, casado con mi prima Antonia VásquezGautier, para contarle lo que había visto. Freites me abrióla puerta ya vestido y me dijo que me tranquilizara. Sevolvieron a oír tiros y gritos. Corrí a la capilla de nuevo,ya los guardias se retiraban. Esperé un momento y luegome dirigí al edificio, cuando vi a Sister Helen Claire que

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    salía: “Se han llevado a Monseñor Reilly preso”, me dijo;en eso entró un carro diplomático, eran los embajadoresingleses y ella nos narró lo sucedido.

    Monseñor Tomas F. Reilly fue uno de los sacerdotesque firmaron la carta pastoral del 25 de enero de 1960. Suiglesia en San Juan de la Maguana fue vilmente profana-da, su casa violada y pudo apenas escapar en su carro,que fue baleado y apedreado hasta quedar todos los vi-drios rotos. Se refugió en el Colegio Santo Domingo.

    Al atacar el edificio, los guardias rompieron la puertay se dirigieron al pasillo que conducía a las habitacionesque Monseñor ocupaba. Unas monjas subieron a la se-gunda planta a calmar y cuidar a las niñas internas que elColegio alojaba, mientras las demás hermanas Domini-cas formaron una doble cadena agarrándose unas a otrascon los brazos y manos y negándose a dejar pasar a los

    guardias. Las halaron, les cayeron a golpes, a culatazos, yal ver que no cedían ametrallaron el piso delante de suspies, los fragmentos de mosaicos hirieron a algunas en lacara y los brazos.

    Ante esta amenaza, Monseñor Reilly salió de su habi-tación para entregarse. El perro del colegio estaba ama-rrado frente a su puerta y esos hombres sedientos de san-

    gre lo ametrallaron. A Monseñor lo metieron en un carroy se fueron todos. El grupo fue comandado por Juan Bau-tista Cambiaso (Molusco). Eran las cuatro de la mañana.

    Entré al edificio, dejé a Sister Helen Claire con losembajadores ingleses que estaban encargados de la Em- bajada Americana, quienes al poco rato se fueron. Aque-llo daba pena. Niñas histéricas dando gritos, otras lloran-

    do, todas nerviosas. Le dije a una de las monjas quepreparara agua de azúcar para darle a las niñas con algúntranquilizante. Las llaves de la despensa se extraviaron,

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    no aparecían. Corrí a mi casa a buscar un saquito de azú-car y sedantes. Le conté a mi esposo lo que pasaba y vol-ví a tocarle la puerta a Freites para informarle lo que su-cedía. El ya salía a buscar a Antonia María, su hija mayor,que era de las internas del Colegio.

    Cuando entré de nuevo al Colegio, vi llegar al doctorJordi Brossa Mejía. Lo habían llamado para asistir a unamonja con la clavícula rota y a otras que tenían heridas delos fragmentos de mosaicos, quienes también necesita-

     ban atención médica.Sister Helen Claire pidió que nos calmáramos y que

    rezáramos una oración en ayuda de Monseñor. Empeza- ba a clarear, las luces del alba se veían, ya todo estabatranquilo; amanecía. Se oyó el ruido de un motor de auto-móvil, las monjas salieron a la puerta. Del vehículo sedesmontó Monseñor Reilly, eran las seis de la mañana.

    Todas nos hincamos y él nos dio la bendición. Luego seapartó con el grupo de monjas.

    Al rato se me acercó Sister Helen Claire y me dijo queMonseñor iba a dar una misa en acción de gracias porhaber llegado sano y salvo, pero confidencialmente que-ría informarme que habían matado a Trujillo, que Monse-ñor lo había visto muerto en el Palacio Nacional, el presi-

    dente Balaguer se lo había mostrado. No podía creerlo,yo sabía que había un complot para matarlo pero sin de-talle alguno.

    Fui con niñas y monjas a la capilla. Al empezar la misame hinqué y ya pasado un rato fue cuando reaccioné, melevanté, salí respetuosamente y corrí donde Freites a dar-le la nueva, luego a mi casa.

    Tabaré, ya vestido, salía en el carro para decírselo ami papá, Manuel Salvador Gautier, y a su primo ManelicGassó Pereyra. Nelly Pellerano de Ricart se me había

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    adelantado, llamó por teléfono y al reconocer la voz deTabaré le dijo “Mataron al hombre”, y cerró. Nelly ibatodas las semanas a casa a llevarme dinero que recogíaentre sus amistades para hacérselo llegar a la mamá delas Mirabal, quien ayudada por su otra hija Dedé tenía asu cargo a los nietos huérfanos. Le narré rápido a Tabaréla información que tenía y salió.

    Volví al Colegio, creo que esa mañana entré y salícomo veinte veces. Ahora habían mandado una guardia

    dizque en protección al Colegio. No los conté, pero creoque eran entre treinta y cuarenta guardias armados conrevólveres y fusiles.

    La mañana del 31 de mayo despuntaba tétrica, unambiente pesado flotaba en la atmósfera. Empezaron allegar carros y guaguas con las niñas que recibían clases ylas monjas las devolvían a sus casas; el colegio no iba a

    impartir docencia porque Monseñor Reilly había sido ve- jado, explicaban a los padres. Corrían cientos de rumores,pero nadie sabía a ciencia cierta que Trujillo estaba muer-to. A algunas amigas les dije al oído que a Trujillo lo ha- bían ajusticiado, reservándome la fuente de información.

    Regresé a la casa como a las ocho, ya se sabía en laciudad lo de Monseñor, el teléfono sonaba constantemen-

    te, los amigos llamaban para informarse o verificar sobrela muerte de “El Hombre”. Hablábamos en jerga, ya quese temía a las intervenciones telefónicas por parte del Ser-vicio de Inteligencia Militar (SIM), al mando de JohnnyAbbes García, cuyas redes abarcaban todo el país.

    La ciudad hervía por lo bajo, todos esperábamos eldesarrollo de los acontecimientos. Prendimos la radio en

    la emisora oficial, La Voz Dominicana, que transmitíamúsica popular, pero seguía el runruneo mientras las ho-ras pasaban y nada de darse oficialmente la noticia de la

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    muerte del Jefe. Por fin, a las 4 de la tarde, La Voz Domi-nicana, en cadena con las demás emisoras nacionales,anunció “el crimen perpetrado en la persona del Genera-lísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina, Benefactor de laPatria y Padre de la Patria Nueva”; la voz del locutor so-naba grave y pastosa.

    Había un despliegue del SIM en toda la ciudad y elejército estaba acuartelado. A las seis de la tarde en laciudad reinaba un silencio cerrado, la gente se recogió en

    sus hogares a esperar. A las siete de la noche Ramfis yRadhamés Trujillo llegaron de París junto con PorfirioRubirosa, en un avión fletado. La gente le temía a la re-presalia que podía tomar Ramfis, hijo mayor del tirano.El pánico fue cundiendo en la ciudad; el futuro se veíaincierto, oscuro.

    Al otro día, o sea, el primero de junio, desde tempra-

    no los amigos llamaban telefónicamente para informar delos nuevos acontecimientos. Estaban apresando a las es-posas de los conjurados, pero, ¿quiénes eran los que ha- bían ajusticiado a Trujillo?

    Por los apresamientos, la gente hizo conjeturas: los Díaz,las esposas, hijos y hermanas de Modesto y Juan TomásDíaz; los De La Maza, de Moca, el padre, los hermanos,

    las esposas, los hijos y las hermanas de Antonio De la Maza;Urania Mueses, esposa de Salvador Estrella Sadhalá;Nassima Diná, esposa de Luis Amiama Tió. También ha- bían apresado a toda la familia Pastoriza: don Andrés, doñaMatilde, Duchi y Blanca, esposa de Roberto Pastoriza; y aOlga Despradel, esposa de Pedro Livio Cedeño.

    Se supo que el general Juan Tomás Díaz estaba en

    la conjura. En la madrugada del 31 de mayo encontra-ron el cadáver rígido de “El Jefe” en el baúl de su carroestacionado en la marquesina de su casa. Lo buscaban,

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    allanando y cogiendo presos a todos sus familiares. Tam- bién allanaron las casas de sus íntimos amigos, entre ellasla de Consuelo viuda Ricart en donde vivía su hijo Jaime.

    La casa de Nassima y Luis Amiama fue saqueada,primero por camiones con placas oficiales y después queéstos sacaron parte del mobiliario, llegaron unos camio-nes con “los turberos”, como les decían, y le acabaron desaquear la casa, lo que no se pudieron llevar, lo rompie-ron. Todos los muebles, ropa de casa, vestidos, zapatos,

    prendas de joyería y el ajuar de boda de Ana María, lahija mayor de los Amiama, quien había comprado su jue-go de sala con su alfombra, su juego de cubiertos de plata,sus sábanas bordadas, sus toallas con iniciales, todo loperdió junto con lo de sus padres. Nena, la cocinera, sal-vó algunas joyas de Nassima: un reloj pulsera con unos brillanticos, una sortija de aguamarina y su caja de cu-

     biertos de plata. Así allanaron y robaron en la mayoría delas casas de los hombres del 30 de Mayo.

    Aunque se rumoraba que Antonio Imbert formabaparte del complot, a su familia no la habían hecho presa.Tampoco habían apresado a la familia de Huáscar TejedaPimentel, quien al parecer se escondía en casa de unosamigos. A la esposa de don Miguel Ángel Báez Díaz, doña

    Aida Perelló, le dieron la casa por cárcel y le cortaron elagua y la luz. Se rumoraba que Aída Michel, esposa deAntonio De la Maza, se había escondido con su hijita.

    El entierro de Trujillo estaba fijado para el viernes dosde junio a las diez de la mañana y por la radio y la prensase invitaba al país entero a asistir al sepelio. El cadáverfue embalsamado en el hospital Marión. Tenía varios des-

    trozos de balas, sobre todo uno en el hombro izquierdo,hecho por una escopeta recortada. Lo remendaron y en-derezaron para ser expuesto la mañana del viernes en el

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    Palacio Nacional para que el pueblo le rindiera un últimotributo. Desfiló media República y la capital entera. To-dos querían ser vistos para que no los consideraran ene-migos del gobierno.

    Tabaré fue a Estancia Radhamés ese jueves en la ma-ñana, a dar el pésame. Ni doña María ni los hijos estaban,sólo doña Japonesa Trujillo de Ruiz y su hija Ligia Ruizde Bergés, quienes se encontraban representando a la fa-milia. El féretro estaba cerrado, cubierto con la bandera

    dominicana, y lo flanqueaba una guardia de honor.Ese jueves por la mañana salimos a recoger noticias;

    los teléfonos estaban controlados y pasamos por casa demis padres, quienes nos contaron de las peripecias quepasaron el martes 30 de mayo en la noche por estar decuriosos.

    Mi papá y Manelic Gassó eran “fiebrudos” del Club

    Rotario y acostumbraban a ir juntos a la cena semanalque se celebraba los martes. Sarah Batista, la esposa deManelic, se quedaba con mi mamá jugando canasta. Es-telita Henríquez de Lluberes era de las tercias, pero, alfaltar una, Milagros Castellón de Haza, mi hermana, co-gió el puesto. A la salida de la cena mi papá y Manelic sesentaron en la avenida George Washington a hacer hora

    para ir a buscar a las mujeres y vieron pasar una serie devehículos llenos de militares armados. Fueron a la casa acontárselo a las señoras y éstas se alborotaron por ir a laavenida a curiosear, eran las diez y media.

    Las luces de la avenida llegaban más allá de la FeriaGanadera y cuál fue su sorpresa cuando un grupo de guar-dias, fusiles en mano, los pararon. Manelic dijo: “Yo soy

    Manelic Gassó y este es el Ing. Flon Gautier”. “Por fa-vor, desmóntense todos del carro y usted, abra el baúl”.Manelic así lo hizo. “¡Ciérrelo!”. Se montaron todos en

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    el carro y siguieron; a unos cuantos metros sucedió lo mis-mo. Se preguntaban qué estaría pasando.

    Vieron que los faroles de los carros militares ilumina- ban hacia el mar como buscando algo y pensaron en unainvasión. A poca distancia los volvieron a parar, todos sedesmontaron y abrieron nuevamente el baúl del carro.También había camiones con reflectores iluminando lasrocas hacia el mar. Decidieron dar la vuelta y regresarpor la carretera Sánchez, la cual también estaba llena de

    soldados parando los vehículos y mandando al conduc-tor a abrir el baúl del carro. Estelita decía: “¡Ay, lléven-me a mi casa!”. Así fue todo el trayecto, hasta que regre-saron a la ciudad. No se explicaban lo que estaba pasando.Vinieron llegando a sus casas alrededor de las dos de lamañana, agotados.

    Luego de narramos sus peripecias, mis padres nos di-

     jeron que tenían a Nelson Díaz escondido en la casa. Erahijo de Modesto Díaz Quezada, líder intelectual del gol-pe del 30 de mayo y de doña Leda Montaño. Mi hermanoJosé era íntimo amigo de Nelson, quien lo buscó para quelo ayudara a esconderse. Habían estudiado Derecho, jun-to con José Peguero y Mario Read Vittini.

    Mi mamá estaba muy nerviosa, pues encontraron al

    sirviente de la casa subido en una pared acechando haciala habitación. Había que llevarlo a otro sitio. Tabaré y yopasamos al aposento de mis papás a saludar a Nelson ynos pusimos a conversar. Esa misma noche mi hermanoJosé lo trasladó a donde una familia, quienes lo tiñeronde rubio y lo tenían de jardinero-sirviente, durmiendo enel cuarto del servicio. Fue el único de los Díaz que no

    cayó preso. Al otro día por la tarde llegó un pasquín don-de se advertía que la cocinera de la casa decía que mis

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    padres tenían escondido a uno de los asesinos de Trujillo;estaba dirigido a mi papá.

    Estando en casa de mis padres, a las once y media dela mañana nos telefoneó Andrés Freites para invitarnos atomar un trago, aceptamos y fuimos. Al llegar noté quealgo sucedía; nos sentamos en la sala, no en la bibliotecacomo era nuestra costumbre, Andrés, Antonia, Tabaré yyo. Comentamos los últimos acontecimientos, los rumo-res que corrían sobre los allanamientos, las personas que

    habían participado en el complot, los apresamientos. Nostomamos un whisky con hielo y seguimos conversando.Luego Andrés me pidió que fuera a su oficina-bibliotecaque está a la entrada de la casa, porque quería hablar asolas conmigo. Nos sentamos y entonces me dijo que si yoestaba dispuesta a ayudar a esconder a uno de los del 30 deMayo. Sólo sería por cuatro días; llevarlo a mi casa y lue-

    go, tras una señal que me dejarían bajo la puerta de entradade la casa de él, lo cruzaríamos de nuevo allí, de donde unamigo le recogería para llevarlo a un escondite seguro.

    Andrés era primo hermano de Antonio Imbert Barre-ra y su casa podía ser allanada de un momento a otro. Diel sí. Luego Andrés llamó a Tabaré y le dijo lo mismo quea mí. Tabaré le contestó que sí, pues se había entrevista-

    do con Miguel Ángel Báez Díaz en la casa de AnselmoBrache (Chemo) a mediados de mayo y se había compro-metido a ayudar en cualquier cosa que estuviera a su al-cance. Báez Díaz le reveló los nombres de algunos de loscomplotadores: Modesto Díaz, Antonio De la Maza. “Esun complot de hombres maduros, no de muchachos”, lehabía dicho, “yo tengo absoluta confianza en ti, Tabaré”.

    Andrés entró al baño que está en la biblioteca y salióacompañado de Luis Amiama Tió. Nos estrechamos las

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    manos. Nunca he olvidado la expresión de su rostro. Te-nía tensos todos los músculos del cuello, el rostro rígido,pero no traslucía ni miedo ni fiereza. Era un hombre dehuesos anchos, musculoso, ni alto ni bajo, de la mismaestatura de Tabaré, cinco pies y diez pulgadas.

    Apenas lo conocía. Sabía que era muy amigo de mipapá, quien frecuentaba su bomba de gasolina Esso fren-te al parque Independencia, donde se juntaban varios ami-gos a conversar y a hacer cuentos, entre ellos don Eduar-

    do Risk y Puchito Peguero.Fue ahí, en la bomba, cuando lo vi por primera vez,

    y luego en otra ocasión en una cena en la casa del doctorAulio Brea, siendo mi esposo decano de la Facultad deMedicina de la Universidad de Santo Domingo. Luis ha- blaba con Santana Bonetti, quien me lo presentó a él y asu esposa Nassima Diná, encinta de su tercera hija Ma-

    ría del Pilar. Tabaré sí lo conocía, como miembro delConsejo Administrativo (1950-1960), del cual Luis fuepresidente, (1953-1954); sin embargo, no tenía amistadcon él.

    Esa noche del primero de junio nos sentamos los cin-co —Luis, Andrés, Antonia, Tabaré y yo— a planificar laforma y la hora en que debíamos cruzar a Luis de la casa

    de Andrés a la mía, que quedaban al lado, patio con patio,sobre el farallón que atraviesa la ciudad. Ambas familiasteníamos muchos hijos, y también había que tener en cuen-ta al servicio, para que nadie nos viera cruzar. Andréssugirió hacerlo avanzada la noche y esconderlo en unahabitación que daba a una terraza abierta, en el nivel infe-rior de nuestra casa. Tabaré no estuvo de acuerdo porque

    esa habitación no se comunicaba con el resto de la casa eiba a ser difícil llevarle comida y mantenerlo informado;

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    había un enrejado en la escalera de piedra que unía la plan-ta alta con la baja y tendríamos que abrir continuamenteel candado y el servicio se daría cuenta. Lo mejor seríallevarlo al cuarto de baño de nuestro aposento, frente alropero, en un área separada de aquél por una puerta. Esto,más lógico y práctico, lo aceptamos todos.

    Mientras hacíamos hora esperando el momento ade-cuado, Luis y Andrés nos contaron el susto que se dieroncuando un camión de la guardia subió por la breve y em-

    pinada carretera que da entrada a la casa de los Freites,creyendo que era la subida al Colegio Santo Domingo.Esto fue ya al amanecer del 31 de mayo, cuando le man-daron al colegio la guardia de protección a Monseñor Rei-lly y por equivocación subieron por la carretera de los Frei-tes. Andrés y Luis, pistolas en manos, entreabrieron lapuerta de entrada y un oficial con fusil se acercó. Andrés le

    explicó cómo llegar al Colegio. Gracias a la serenidad deAndrés y Luis se pudieron dar cuenta que no era a ellos aquienes buscaban. También nos dijo Andrés que antes quecon nosotros había hablado con otras personas para escon-der a Luis en su casa, y éstas habían dicho que no.

    Antonia nos contó que la noche del 30 de mayo esta- ba jugando póker en la casa de Alberto Bonetti (Bocico),

     junto a Antonio Najri (Papía), Ramón Román (Bibín),Rosa María Pellerano de Guerra y Altagracia de Najri,cuando Luis llegó a buscar a Bibín. Este se paró de lamesa, conversó con Luis, luego volvió para acabar lamano de póker y después salió con éste.

    La casa de los Bonetti quedaba casi enfrente a “Estan-cia Radhamés”, (ahora Plaza de la Cultura), donde vivían

    los Trujillo. Al rato de salir Luis y Bibín empezó una situa-ción anormal en el vecindario. Se oía un movimiento de

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    carros y sirenas. Salieron a una terraza abierta y vieron, alo lejos, reflectores iluminando hacia el mar. ¿Qué pasa-rá?, se preguntaban. Decidieron finalizar el juego de pó-ker y Antonia llamó a Andrés para que la fuera a buscar.

    Luis nos contó que cuando regresó a su casa a la unade la madrugada, sin haber podido hacer contacto conPupo Román, llamó por teléfono a Joryi Rodríguez, no-vio de su hija Ana María, y le pidió que viniera, que éstase había puesto mala. Cuando Joryi llegó lo enteró de lo

    que estaba pasando y le pidió que lo llevara en su carro adonde Andrés Freites. Antes de salir, combinaron conNassima para tener una coartada, se pusieron de acuer-do: si cogían preso a Joryi, éste diría que Luis le pidióque lo llevara al parque triangular de la Bolívar con JoséContreras, cerca de la casa del General Román, y que ahílo había dejado. A la una y pico del 31 de mayo, llegó

    Luis a la casa de los Freites.Un poco antes de las once de la noche Tabaré cruzó a

    casa a abrir el candado del enrejado que da entrada por laterraza abierta. Luego volvió a la casa de los Freites yapagamos las luces de las dos casas, teniendo en cuentaque el Colegio estaba custodiado por guardias. Primerocruzó Tabaré, y a las once en punto cruzamos Andrés y

    Antonia y más atrás Luis, vestido con su flús crema y consu sombrero de paja en la mano, conmigo de gancho, yaque no conocía el patio y estando todo oscuro podía tro-pezar. Nos dirigimos a la terraza. Tabaré esperaba en lapuerta de hierro.

    Las dos parejas subimos las escaleras, Tabaré cerróla puerta con candado y luego caminamos a oscuras hasta

    la antesala de nuestra habitación y abrimos la puerta queda al pasillo entre el baño y el ropero. Encendimos la

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    luz y estuvimos largo rato en silencio, con el oído afina-do, por si había algún ruido en el patio. Gracias a Dios,todo iba bien.

    Seguían los allanamientos. Se sabía que Pedro LivioCedeño, herido gravemente en el atentado a Trujillo enla autopista a Haina, había sido dejado en la Clínica In-ternacional por sus compañeros. Los del 30 de Mayohabían acordado que si herían a alguno de gravedad, ledarían el tiro de gracia, pero ninguno de ellos pensó en

    ese momento que la segunda etapa del complot podíafallar. Cumpliendo con la ley que determinaba que todoherido de bala que fuese llevado a una clínica debía serreportado a la policía, luego de que el doctor Damirónoperara a Cedeño, alguien en el hospital lo informó y elSIM fue a buscarlo y lo llevaron al hospital de la baseaérea de San Isidro.

    Otras pistas para el SIM fueron el carro Mercury deSalvador Estrella, que dejaron abandonado en el lugar delos hechos, y la pistola calibre 45 de Juan Tomás Díaz,que también allí perdiera Antonio De la Maza.

    Se había desatado una cacería humana. Redadas a to-dos los familiares de estos héroes que nos quitaron a Truji-llo de encima; no importaba que fueran ancianos, mujeres

    viejas, muchachos, niñas, esposas, hermanas, todos ibanigualmente presos. Unos a la sala de tortura de “La 40” yotros a la de “El 9” del campamento militar de la carreteraMella. Cuando llegó la Comisión de la OEA estas perso-nas fueron trasladadas a la casa de campo del general Ro-mán Fernández, en el kilómetro 14 de la carretera Duarte,y otras a la cárcel de La Victoria en Villa Mella.

    No pueden estas nuevas generaciones imaginar el pá-nico, el miedo tan grande que tenía este pueblo, todos

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    esperando que sucediera algo. Las tardes y las noches quesiguieron daban grima, el silencio de la ciudad era tangrande que se oía el aire.

    El Gobierno había declarado nueve días de duelo. Sólose veían los carritos del SIM rondando la noche, ejecutan-do órdenes de sus superiores, cogiendo gente presa, alla-nando casas, buscando a los que ajusticiaron al tirano.

    El funeral fue el viernes 2 de junio en la mañana, tele-visándose parte de éste. Le hicieron todas las honras fú-

    nebres que se le pueden hacer a un rey. Lo enterraron enSan Cristóbal, su ciudad natal, en la iglesia que él edificócon una cripta especial para sus “sagradas reliquias” ylas de sus familiares. El cortejo fue una larga hilera decarros, guaguas y camiones, desde la capital hasta SanCristóbal. Asistió el cuerpo diplomático acreditado en elpaís, así como altos funcionarios del gobierno, militares,

    amigos, familiares y personas de todos los estratos socia-les, desde los más encopetados hasta el campesino máshumilde; todos acudieron a San Cristóbal, a darle el últi-mo adiós a su “Jefe Amado”.

    Andrés Freites también fue al entierro de Trujillo, puesera gerente de la Esso Standard Oil y tenía que ir. Cuandoregresó al medio día, vino a mi casa y nos hizo un relato

    completo de todo y me instruyó sobre el traslado de Luisa su casa. Las personas que iban a recogerlo tenían quedejarme un papel rojo metido entre la puerta y el piso deentrada y nosotros entonces debíamos trasladar a Luis esanoche, para que ellas, la próxima noche, se lo llevaran.Al salir derramarían pintura amarilla en los escalones dela puerta de la casa, en señal de que estaba vacía. Él y

    Antonia salían esa misma tarde, en el vuelo de las cinco,para Miami. Se despidió de Tabaré y le dio un fuerte abrazoa Luis.

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    A las tres y media fui a despedirme de Antonia y An-drés. Este me repitió de nuevo todas sus instrucciones yle dijo a su chofer, Chilo Carrasco, que se quedara en elaeropuerto hasta que el avión despegara y que luego vi-niera a decirme si todo había ido bien, y salieron. Chiloregresó alrededor de las seis de la tarde; el vuelo saliócon felicidad. Sus hijos Antonia María, Andrés Antonioy Genoveva se quedaron con la mamá de Andrés, doñaDolores Barrera Vda. Freites (doña Lolita), y la casa que-

    dó cerrada, habiendo retirado a todo el servicio.Antonio Imbert también se escondió. A su hermana

    Consuelo Barrera de Jorge la apresaron en Santiago y latrajeron a la cárcel de la Capital, y el nueve de junio tam- bién apresaron a su hijo mayor, Antonio (Tony), y lo lle-varon a la cárcel de tortura del kilómetro 9 de la carreteraMella. Al resto de su familia, su madre doña Consuelo

    Barrera (doña Chilín), su esposa Guarina Tessón (Gua-chi) y sus hijos Leslie y Oscar, le dieron la casa por cár-cel, custodiada por calieses.

    Los familiares más cercanos de Antonio en la capitaleran doña Lolita, madre de Andrés y de Arsenio RafaelFreites y Aida Barrera, hermanas de doña Chilín. Al dar-le la casa por cárcel a su familia inmediata, todos los días

    a las doce doña Lolita y tía Aida le llevaban una bandejade plata con la comida y la cena, y un canasto de mimbrecon el pan y las frutas. Arsenio se ocupaba de otros deta-lles. Este peculiar encarcelamiento duró alrededor de vein-te días, hasta que a doña Chilín la llevaron a la casa delkilómetro 14 de la carretera Duarte y a Guachi a la delkilómetro 9 de la carretera Mella. Arsenio, doña Lolita y

    tía Aida fueron a buscar a Leslie y a Oscar, quienes que-daron solos en la casa, y se los llevaron a la suya, en laavenida Independencia. Allí los ampararon y protegieron.

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    Doña Lolita y tía Aida no parecían de esta época.Mujeres muy educadas, suaves y dulces, se ocupabanmucho de los detalles de la casa, del jardín y de la calidady presentación de la comida. Con suavidad, decían siem-pre algo agradable, eran encantadoras.

    Cuando empezaron las vacaciones de verano doñaLolita me trajo una mañana a Veva Freites y me dijo:“Fina, yo con Chelín, Guachi y Consuelo presas y Anto-nio escondido, no tengo cabeza. Te traigo a Veva a que se

    pase el día, así juega con las tuyas y se entretiene. En casaestá sola, se aburre; te la voy a mandar todos los días paraque juegue con las tuyas”. Todos los días el chofer Mi-guel, acompañado por doña Lolita o tía Aida, algunasveces por Carmen, la niñera, venían a traerla a las ochode la mañana, y a la seis de la tarde la recogían para cenary dormir en casa de doña Lolita.

    El mismo día 2 de junio el periódico  El Caribe   traíauna foto de Huáscar Tejeda, a quien habían atrapado en laparroquia del Santo Cura de Ars. También aparecía la fo-tografía del padre Gabriel Maduro, quien trató de ocul-tarlo en la casa curial. A este cura le dieron tantos golpesque quedó trastornado. Ese día también se supo de lamuerte del teniente Amado García Guerrero, que estaba

    escondido en la avenida San Martín No. 59, donde su tíadoña América Pereyra. Se encontraba reposando en lacama al mediodía, cuando sintió a los agentes de seguri-dad. Acorralado, salió pistola en mano y mató al nombra-do Bienvenido Rodríguez e hirió a varios más. Los agen-tes abrieron fuego con ametralladoras, acribillándolo, yluego amarraron su cadáver en la capota de un carrito

    Volkswagen, llevándoselo como una pieza de caza en laplanicie africana, hacia la base aérea de San Isidro. A doña

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    América la llevaron al kilómetro 9; tenía una herida de bala que le rozó la cabeza.

    Luis se mantenía enterado de todo a través de la radio,los periódicos y “radio bemba”. Así nos enteramos delos apresamientos de su esposa Nassima, su mamá doñaCarmelita, sus hermanas Victoria y Mercedita, su herma-no Fernando y su sobrino Luis Manuel Cabral. A Nassi-ma la cogieron presa en casa de Juan Alemany, casadocon su hermana Irene, en la calle Cervantes 24, el 31 de

    mayo a las cinco de la tarde. Sus hijas se quedaron a cargode sus tíos Juan e Irene.

    Antes de decírselo averiguamos dónde los tenían. Cadainformación de esta índole era un rudo golpe para Luis.Contraía los músculos de la cara. “¿Se sabe algo de ellos?¿Cómo están?”. Le dábamos toda la información posible,pues peor era que se enterara oyendo las conversaciones

    de las visitas que venían de noche a comentar lo sucedi-do: Manelic y Sarah Gassó, Chichí y Margot Paiewons-ky, Luis Adolfo y Gilda Álvarez, mis padres, Esther yPipío Sturla, el doctor Gilberto Gómez Rodríguez, Daysiy José Gautier, y Milagros y Orlando Haza del Castillo.Luis se pegaba a la puerta para oír las conversaciones.

    Prendíamos el radio de mi aposento a ver si obtenía-

    mos alguna noticia nueva, pero todo era música fúnebreen las emisoras, no estábamos en ánimo para oír cosastristes y lo apagábamos.

    Al día siguiente, tres de junio, salieron en los perió-dicos las fotos de algunos de los integrantes del complotdel 30 de Mayo con el titular: “Los criminales prófu-gos”. Los periódicos estaban llenos de fotografías de los

    Trujillo en el mortuorio y el entierro. Fotos de mujeresdando gritos (lloronas pagadas) y del gran público que

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    asistió: cabecitas, cabecitas, miles de personas. Las ban-deras nacional y del ejército estaban a media asta; la ca-rroza fúnebre franqueada por militares en motocicletas.Estaban también las fotos de la llegada de Ramfis a laiglesia, del cuerpo diplomático, de funcionarios del go- bierno: páginas y páginas de fotografías.

    Luis dormía en el piso del closet grande frente al baño,sobre el cubrecama de chennil de mi cama, doblado encuatro, y con un cojín de adorno como almohada. Esa

    noche, después de hablar Luis, Tabaré y yo en voz muy baja, decidimos acostarnos. Estábamos rendidos por elcansancio y la tensión nerviosa. Apagamos la luz, des-cansábamos el cuerpo, pero en realidad no podíamos dor-mir, apenas dormitábamos cuando en la noche silenciosade repente se oyó un ligero silbato, otro, y un tercer silba-to contestando. Tabaré y yo nos sentamos en la cama

    como dos autómatas, el oído alerta; provenían del patiode los Freites, el SIM vigilaba la casa.

    Habría que duplicar la cautela, juntar las ventanas salo-mónicas que daban a la casa de los Freites, cuyo techo, alser más bajo que el nuestro, permitía a un curioso subidoen él dominar con la vista nuestro aposento. También ha- bría que juntar las persianas de la puerta-ventana que daba

    al balcón contiguo a éste.Al día siguiente, 4 de junio, salí al jardín a cortar florespara un arreglo en la sala y observé mi aposento desdediversos ángulos. Con la claridad del día no se veía elinterior de mi habitación, pero de noche, con la luz eléc-trica, habría que tener cuidado.

    Hacía nueve meses que viajábamos los domingos a

    San Francisco de Macorís a visitar a Niño Álvarez, presoen la Fortaleza. Pero este domingo decidimos quedarnos

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    en la capital e ir a comer a la casa de mis padres, comohabía sido nuestra costumbre. Venía con nosotros Epifa-nia Almonte, a quien llamábamos Fanny. Era la únicapersona de servicio que tenía, quien ya con los años for-maba parte de la familia, y me puse con ella a arreglar un bulto con ropas para cambiar a las niñas por la tarde. Mishijas —María Josefina, de nueve años; Ana Virginia, desiete; Rosa Teresa, de seis; y Luisa Alejandra, de cinco— generalmente por las tardes paseaban en carro con mi

    papá, quien las llevaba a tomar helados, o al cine. Otrasveces iban a algún cumpleaños conmigo o con Fanny.

    Mientras nos preparábamos para salir, Tabaré leía elperiódico, y me llamó. Estaban en éste las declaracionesdel chofer de Trujillo, Zacarías de la Cruz, quien resultómalherido en distintas partes del cuerpo. Explicaba que“se dirigían a San Cristóbal a eso de las 9:45 de la noche

    y al pasar la Feria Ganadera, en el sitio donde no hayalumbrado público, un carro los alcanzó y de su interiorle hicieron disparos, aparentemente con ametralladoras.A los primeros disparos, Trujillo le dijo ‘Párate, que estoymal herido’. Cuando el carro atacante se disponía a reba-sar por la derecha, se puso en situación paralela al carrode Trujillo y le volvieron a disparar. Trujillo le dijo: ‘No,

    detente, que estoy mal herido, coge la ametralladora yvamos a pelear’. Ya entonces los asesinos habían atrave-sado su carro en la autopista y de su interior salieron sietehombres disparando con ametralladoras, pistolas y esco-petas. Entretanto, otro carro se había detenido a unos vein-te metros. Este, según el capitán De La Cruz, era colornegro. Mientras el capitán De La Cruz disparaba su ame-

    tralladora, vio caer al Jefe mortalmente herido, pero élsiguió disparando. Al agotar todos los tiros de su arma, el

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    capitán buscó otra ametralladora y recibió un disparo quele dio en la cabeza. Cuando le quedaban dos tiros, vio a unatacante que venía por detrás del carro y logró tumbarlo.El capitán De La Cruz cayó al suelo y cuando volvió en sí,sólo advirtió el kepis del Generalísimo Trujillo y una ame-tralladora. Ya por el sitio no había ningún automóvil”. (Co-piado de El Caribe , el 4 de junio de 1961).

    Después de haber leído esto, Tabaré y yo entramos alcuarto de baño, a enseñárselo a Luis. Este quiso dar la

    versión de los del 30 de Mayo y nosotros nos negamos aoírla. “Trujillo no era cobarde...”. “Por favor”, le supli-qué, “podemos, con el entusiasmo de las conversacionescon los amigos, cometer una indiscreción; no nos cuentenada ahora, ya luego habrá tiempo”. También por el dia-rio nos enteramos del apresamiento de Manuel EnriqueTavares Espaillat, por haber ocultado a Huáscar Tejeda

    Pimentel y a Roberto Pastoriza Neret. Eran íntimos ami-gos y Manuel Enrique estaba metido en la trama.

    Ese día elegimos dos sitios para esconder a Luis. Pri-mero un closet estrecho, profundo y alto, que estaba allado izquierdo de la bañera y que tenía ganchos para col-gar ropa. En el gancho de la izquierda se colgó una sába-na blanca, con la bata de entrecasa de Tabaré arriba, y

    atrás, en el segundo gancho, un toallón marrón grandede ir a la playa. Del gancho derecho de alante se colgóotro toallón anaranjado, con el pijama de Tabaré arriba,y en el de más atrás otras pijamas. Luis se metió en elcloset, y medio agachado toda esta tela lo cubría porcompleto. El closet medía 92 pulgadas de alto, 13 deancho y 25 de fondo, así es que estaba bien apretado. La

    puerta era de pajilla formando lunares, muy usada en losmuebles victorianos.

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    El segundo sitio era el guardarropa, grande y abierto.En el rincón izquierdo del fondo de este closet había un bolso verde, colgado de la barra alta de enganchar la ropa.En ese bolso yo guardaba la ropa de etiqueta de Tabaré ymis vestidos largos. Al lado de éste colgaban en perchasmis vestidos, faldas, pantalones y blusas. Al pie, un pocodelante, pusimos un cajón de libros, y al lado un canastocuadrado en forma de maleta. Luis se metía parado eneste rincón y no se veía. También convinimos en que tan

    pronto sintiera cualquier movimiento dentro o fuera de lacasa, se escondiera en cualquiera de estos dos lugares;que no saliera para nada, que nosotros nos la averiguaría-mos como pudiéramos.

    En ese entonces teníamos dos perritos Fox-Terrier, queentramos al baño para que olieran a Luis y se familiariza-ran con él, de modo que en caso de que saliéramos de la

    casa los perritos no se pusieran a ladrar a las puertas delaposento.

    En lo que Fanny vestía a las niñas, le entramos dossándwiches a Luis al aposento, y ya todo listo y previstonos fuimos a comer a donde mis padres, dejando la casamuy bien cerrada, las puertas con seguros puestos y lapuerta de entrada con doble cerradura. A Luis le dimos la

    orden de no moverse del cuarto de baño.Tabaré comió y, luego de la sobremesa, con la excusade dormir siesta, regresó a la casa a las dos y media de latarde. Yo me quedé en casa de mis padres, pues, ademásde nosotros los Álvarez, iban mis tías viejas, las Gonzá-lez, tres hermanas de mi abuela paterna, Ana Teresa. Tam- bién iban mi hermano José y su esposa Daysita, y mi her-

    mana Milagros Castellón con su esposo Orlando Haza.Así que era una verdadera chercha. Podíamos acabar con

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    el gobierno en voz baja y chismear. Orlando siempre te-nía un buen cuento o chiste del momento. Ya entrada latarde, el carro de papá me llevaría a mi casa.

    Por la noche, después de cena, nos sentamos los tresen el suelo del closet grande a conversar. Hablábamos ensusurros para que nadie nos oyera, siempre en susurros.No sabía cómo era el timbre de la voz de Luis, porquenunca había hablado en voz alta. De repente se oyeronunos disparos a lo lejos, venían del casco de la ciudad,

    eran como las nueve y media de la noche. Luis dijo: “Ma-taron a Juan Tomás Díaz, lo conozco muy bien, no aguantaescondite, salió a hacer algún contacto”. La noche siguiósilenciosa, no se oía nada. Seguimos conversando, luegonos acostamos. No podíamos dormir, yo estaba intran-quila. Supongo que sería miedo.

    Al otro día, 5 de junio, crucé temprano a la casa de los

    Freites con la excusa de mojar el jardín, y volví a buscarel papel rojo debajo de la puerta. No había nada. Ya teníalas matas ahogadas en agua, pues iba todos los días a mojarlas flores; era una buena excusa por si me veían los calie-ses, nombre popular de los agentes del SIM.

    En resumen, el papel rojo nunca apareció debajo de lapuerta. Aparentemente las personas que se suponían que

    iban a recoger a Luis se metieron en miedo. No los culpo,pues la casa estaba vigilada de día y de noche, y era unriesgo subir en un carro a una casa cerrada, y si hay algolibre es el miedo a perder la vida. Además, para nosotroscruzarlo también era un riesgo. Teníamos la llave de lacocina, pero nos podía ver la gente que vigilaba. Así fueque se decidió no trasladar a Luis, por ser un peligro para

    todos. Dios nos lo había puesto en nuestro camino, Élnos protegería y nos ayudaría a desenvolvernos. Así, Luisse quedó en casa.

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    Luis tenía razón. Al leer el periódico, vimos que lasfotografías de Juan Tomás Díaz y Antonio De la Mazaestaban en la primera página con el titular “Mueren Ca- becillas del Vil Atentado contra Trujillo”. Habían salidoa hacer contacto adonde un amigo en la calle Espaillat,solicitándole asilo, el cual le fue negado. Andaban en uncarro público y enseguida que se marcharon el tal amigollamó al SIM, dándole detalles del carro y de la direcciónpor la que habían cogido. Los miembros del SIM los al-

    canzaron en el parque Independencia. Al verse acorrala-dos se bajaron del carro y en la esquina de la FerreteríaRead echaron el pleito. Mataron a Antonio De la Maza, yJuan Tomás Díaz, gravemente herido, se dió un tiro degracia, según los rumores posteriores al hecho.

    La muerte de estos hombres entristeció mucho a Luis,pues eran sus íntimos amigos, sus compañeros. Lo deja-

    mos solo en el baño, leyendo nuevamente los detalles.En la misma página salió la noticia de la captura de LuisManuel Cáceres Michel, de Salvador Estrella Sadhalá, ydel doctor Marcelino Vélez Santana.

    Días más tarde, mi amigo el Padre Valentín, párrocode la capilla del Colegio Santo Domingo, me narró suencuentro con Salvador Estrella Sadhalá en el convento

    de los Dominicos. Salvador fue a las casas de varios ami-gos buscando asilo, o para que éstos lo ayudaran a escon-derse, y tales cosas les fueron negadas. Cansado de cami-nar durante dos días por las calles de la ciudad colonial,fue a la iglesia del convento en la calle Hostos 64, frenteal parque Duarte, tocó el timbre del portón y al rato le fueabierta por un laico, a quien le explicó que quería confe-

    sarse y comulgar. El único cura que se encontraba en elconvento era el Padre Valentín. Se saludaron y se senta-ron juntos a conversar por largo rato. Luego éste lo llevó

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    al altar y allí Salvador Estrella Sadhalá se hincó y el pa-dre le dio la comunión y lo bendijo. Salió a llamar porteléfono al SIM y se entregó.

    Las consultas médicas y las operaciones de Tabaréhabían mermado mucho con la prisión política de su her-mano Niño Álvarez. Para poder manejarnos mejor eco-nómicamente se había retirado a la cocinera y la sirvien-ta. Solo tenía a Fanny, quien había trabajado en mi casadesde que me casé con Tabaré. Con ésta hablé de la situa-

    ción económica que atravesábamos y fue tan noble queme dijo que no me apurara, que no le tenía que pagar, queentre las dos haríamos el trabajo de la casa, cocinar y cui-dar las niñas. Y así fue. Tenía una lavandera que venía loslunes, se quedaba a dormir, el martes planchaba y se ibapor la tarde. Además, el viejo Puntillas venía tres veces ala semana a limpiar el jardín.

    Tabaré y yo teníamos la costumbre de mantener nues-tro aposento cerrado con llave por las dos puertas, porquelas niñas entraban y jugaban con las cremas, los polvos,los coloretes y las pinturas de labios de mi tocador; todome lo cogían y me hacían un reguero grandísimo. Algu-nas veces, pintándose, me partían los lápices de labios yya no era la cara embarrada, sino también el tocador y el

    piso alrededor de ellas.Siempre he limpiado yo misma mi aposento y lavadomi cuarto de baño. Arreglo mi cama, cambio sábanas; megusta limpiar y lo hago a manera de ejercicio. Algunasveces barriendo me inspiro y canto, no al estilo de MaríaCallas sino al mío propio.

    La costumbre de no dejar entrar al servicio ni a mis

    hijas al aposento facilitó la estadía de Luis en casa. Estesabía que cuando oyera sonar el llavero de Tabaré o el

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    mío, automáticamente debía meterse en el closet peque-ño del baño, por si las niñas o alguna visita entraban connosotros.

    Aunque la casa tenía su medio baño para visitas, nues-tro baño fue usado por la familia y algunos amigos en oca-siones de visitas. Luis, metido en el closet, no podía vernada. Un día, lavando yo la bañera, Luis me dijo: “doñaJosefina, permítame ayudarla a lavar y trapear el baño”.De ahí en adelante ése fue su trabajo.

    Yo seguía visitando el Colegio Santo Domingo, y undía me pararon los guardias en el portón de la calle Núñezy Domínguez. Me preguntaron que para dónde iba y lescontesté: “Para mi casa; vivo aquí al lado; acompáñenmesi quieren; soy muy amiga de las monjas, sobre todo deSister Willimin y Sister Helen Claire, además, los domin-gos oigo la misa del Padre Valentín, siempre los visito”.

    Dos de ellos fueron conmigo hasta la entrada del patio.Les dije: “A la derecha la casa está vacía; pertenece a lafamilia Vicini. A la izquierda, delante, vive Papía Najri;detrás, la familia Freites, que está de viaje y la casa estácerrada, así es que les agradecería mucho que de vez encuando se dieran su vuelta por aquí; además Epifania, laseñora que trabaja conmigo, les puede dar un poco de

    café”. Así lo hicieron; entre días iban a tomar café y ha-cían un recorrido por nuestro patio.Los días pasaban y seguían los allanamientos. Ahora

    eran por cuadras. Rodeaban la manzana y allanaban casapor casa. A este operativo se le apodó “operación de pei-ne y rastreo”, ejecutado por los agentes del SIM.

    En el periódico salieron las fotos de Juan Tomás y de

    Antonio De la Maza muertos. Luis se quedó largo ratomirándolas y luego me dijo: “doña Josefina, prométame

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    que si me matan, usted me va a cerrar los ojos”. Le con-testé: “¡Ay! Luis, usted si está fúnebre, pero se lo prome-to, le cerraré los ojos”.

    Robbie Reid había escondido en su casa a Juan To-más, a Antonio De la Maza, a Salvador Estrella y al doc-tor Marcelino Vélez, y fue descubierto. El periódico tam- bién traía unas declaraciones de él y de su señora LigiaFernández, en las que decían que los habían obligado aesconderlos, tomando a su pequeño hijo como rehén a

    punta de pistola. Conociendo la mentalidad trujillista,cada cual hizo sus conjeturas. Una farsa, por supuesto.

    Al medio día supimos que esa mañana Robbie se ha- bía suicidado, cortándose las venas de ambas manos y elcuello. Para salvarle intervinieron los doctores EscipiónOliveira, Miguel Ángel Delgado Batlle y Félix Goico,asistidos por más de veinte de los mejores cirujanos de la

    capital. El suicidio fue a las ocho de la mañana y murió,después de agotados todos los recursos, a las cinco de latarde. Una nueva tristeza embargaba a la ciudadanía. ¡Quénoche tan pesada!

    Robbie fue mi amigo y compañero de escuela en elMuñoz Rivera hasta el sexto curso, tengo fotos del grupo.Las misas de los nueve días en la Parroquia de San Anto-

    nio fueron una manifestación de afecto, cariño y apoyo asu viuda Ligia, a sus padres y hermanos y a toda la fami-lia Reid Cabral. La iglesia siempre estuvo repleta.

    Luis, Tabaré y yo, comentando, nos poníamos ensu lugar. Si en casa, sólo con tener a Luis hacíamosmalabares, ¿qué sería de Robbie y Ligia, con cuatropersonas escondidas en la casa? ¿Cómo harían para lle-

    varles la comida? Muy difícil; hay que tener un almamuy generosa.

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    Luis estaba silencioso, oímos un rato la radio, cena-mos, volvimos a conversar sobre política, su tema favori-to. Le repetíamos,¡ por favor, no nos cuente nada, no que-remos cometer una indiscreción!

    Al otro día, 7 de junio, llegó al país una comisión de laOrganización de Estados Americanos (OEA), integrada porrepresentantes de cinco naciones, a realizar una investiga-ción directa respecto a las condiciones existentes en el país.

    De Panamá vino el Embajador Augusto Arango; de

    Colombia el embajador Alberto Zuleta; de Uruguay elembajador Carlos Clulow y de Estados Unidos GeraldDrew y John Bartfield, miembros del consulado de Ciu-dad Trujillo, todos con largos años en el servicio diplomá-tico y expertos de la OEA. De ésta vinieron también LuisReque, jefe de la Secretaría para la misión, y los secreta-rios Rigoberto Armas, Lucila Prieto y Orlando García.

    La comisión duró nueve días entrevistando a los pre-sos políticos en la cárcel de La Victoria, así como al gru-po de señoras y hombres presos en la finca del generalJosé René Román, a donde también habían llevado a lasseñoras que tenían en el kilómetro 9 de la carretera Me-lla. A todos les dieron ropa limpia, chancletas de goma ycatres para dormir. Esta visita fue muy informal. Se re-

    unieron en el jardín de la residencia de campo sentadosen la grama. Los hombres con los distintos embajadoresy sus secretarios, algunas señoras en la galería conversan-do entre ellas, a otras interrogándolas; todo lleno de re-porteros norteamericanos, tomando fotografías. Salierondos páginas del periódico. Y aquí sí tuvieron libertad dehablar, de quejarse del maltrato recibido, de las torturas a

    los hombres en la cárcel de tortura del kilómetro 9 de lacarretera Mella.

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    Las mujeres interrogadas por la comisión de la OEAfueron Pura De la Maza de García, Gladys De la Maza,Lourdes De la Maza, Idalia De la Maza de Rincón, Co-lombina De la Maza, Dulce De la Maza de Rosario, Hil-da Tactuck de De la Maza, Olga Despradel de Cedeño,América Pereyra, María Alemán de Pastoriza (Blanca),Nassima Diná de Amiama, Indiana De la Maza de Bat-lle, Cristiana Díaz viuda Díaz, Urania Mueses de Estre-lla, Clara Luz Díaz de Pérez (Cacha), Marianela Díaz

    de García, Leda Montaño de Díaz y Consuelo Imbertde Jorge.

    Los hombres interrogados por la comisión de la OEAen la casa de Román en el kilómetro 14 de la carreteraDuarte fueron Oscar Estrella, Rafael Estrella, Pedro An-tonio Estrella, Rafael Holguín, Rafael Peralta, ManuelFrancisco Batlle De la Maza, Manuel Antonio Sánchez,

    Rafael Batlle De la Maza, Mario Batlle Viñas, Lucas Cas-tillo Herrera, Luis Octavio Vizcaíno, Lucas Eugenio DíazQuezada, Carlos Vélez Santana, Fernando Amiama Tió,Eduardo Antonio García Vásquez, Carlos Baudilio Vé-lez Santana, Vicente De la Maza, Bienvenido De la Maza,Ramón Emilio García Vásquez, Luis Manuel CáceresUreña, Luis G. Tejeda Guzmán y Luis Castillo.

    En las fotos de los periódicos salió Nassima, muy bo-nita, con una cara que parecía decir” ¡No sé nada!”. ALuis le encantaron las fotos, pues ahí estaban la esposa deél y las de sus amigos, y veía que estaban bien. Le parecióque su hermano Fernando estaba muy delgado, pero de buen semblante. Se quedó con el periódico para verlo yreleerlo.

    Los miembros de la OEA estaban hospedados en el Ho-tel Embajador, a la sazón el mejor del país, cuyo recibidor

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    estuvo lleno a todas horas de personas solicitando a unou otro embajador, para darles sus quejas del mal trato,sobre todo físico y alimenticio, de los presos. Fueron losfamiliares no sólo de los presos del 30 de Mayo, sino delos del 14 de Junio, quienes llevaban año y medio presos,apretujados en pequeñas celdas, y no había forma de dar-les libertad. Ese día en que llegó la misión de la OEA alpaís, Juan Abbes García fue cancelado de su cargo comoteniente coronel del Ejército Nacional y luego salió del

    país, dizque “de viaje”.Estaba yo cosiendo a máquina unos vestidos para mis

    hijas cuando llegó de visita mi prima Ada Castellón, quienvenía con frecuencia a contarme los comentarios de suvecindario en San Carlos. De repente se oyeron en mi jardín unos gritos, luego un disparo de revólver; nos para-mos ambas, ella hacia la puerta de entrada y yo hacia una

    ventana. Vi a un hombre dando gritos y dos guardias quelo sujetaban por los brazos. El susto fue tal que no salí alpatio; le dejé la investigación a Ada y Fanny y me dirigí ami aposento a informarle a Luis, quien esperaba en el clo-set pequeño con la pregunta en los ojos. “No es nada, lehan tirado a un hombre en mi patio, vuelvo dentro de unrato”. Salí cuando ya Ada traía los detalles y los guardias

    se llevaban al hombre renqueando. Era un ladrón que sehabía metido en la capilla del colegio Santo Domingo yrobado dos candelabros de bronce. La guardia, al verlo,lo mandó a parar, pero éste siguió corriendo. En el portóndel colegio que da a la calle Núñez y Domínguez tiró loscandelabros y entró corriendo por la entrada de mi jardín.Al ver que no paraba le tiraron a la pierna y lo hirieron;

    éste fue el alarido que se oyó en mi casa. Luego le expli-qué a Luis.

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    Poco a poco, al ver la cautela con que se hacían lascosas, Luis se fue sintiendo seguro y protegido en nuestracasa. Era un hombre dócil, se acogía a lo que Tabaré ledecía. Se bañaba temprano mientras Tabaré se afeitaba,luego se afeitaba él y Tabaré se bañaba. Luis había deci-dido afeitarse el bigote, para tener eso adelantado en casode verse obligado a salir a la calle. Se sintió muy raro, nosdijo, pues había llevado bigote por muchos años. En es-tos momentos lavaba su ropa, ya que nunca permitió que

    yo lo hiciera. Todos los días se ponía su ropa limpia aun-que sin planchar, era muy presumido.

    Cada día, mientras Fanny encaminaba a las niñas alcolegio, yo le llevaba a Luis pan con mantequilla y quesoy un vaso de café con leche tibia. Luego le preparaba eldesayuno a Tabaré, quien salía a su consultorio. Luis sequedaba en el baño, leyendo el periódico  El Caribe  o al-

    gún libro. Era de lo poco que pedía: libros. Le llevé dehistoria, de literatura, de ciencia, de medicina, novelashistoriadas o románticas; lo que tuviera a la mano, él loleía todo.

    Le dejaba la radio encendida en una estación con músi-ca mientras con Fanny empezaba a limpiar la mitad de lacasa, que era muy grande para nosotras dos, así es que un

    día se limpiaban los aposentos, los cuartos de baño y lasalita de estar familiar, y además se cocinaba. El siguientedía sólo se organizaban los aposentos y limpiábamos laentrada, la sala, el comedor, las escaleras, y de vez en cuan-do, “manguereábamos” la terraza del segundo nivel, úni-co trabajo al cual las niñas amaban integrarse, en trajes de baño, para luego de tener el piso embadurnado de jabón,

    deslizarse como culebritas y terminar en una guerra de aguaque tomaba horas secar. Por lo general Fanny cocinaba, yoprefería hacer la limpieza y mojar las matas.

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    En casa primero comían las niñas, a quienes se les ser-vía plato por plato alrededor de la mesa, ya que salían dela escuela a las doce y regresaban a las dos. Después co-míamos Tabaré, quien llegaba pasado el mediodía delhospital o de la clínica, y yo, poniendo las fuentes de comi-da en el centro de la mesa. Tabaré se servía, y luego de mip