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Landolfo, el Escribano Capítulo 1 En Rocasecca, los condes de Aquino Reinando sobre el mundo cristiano el señor Papa Nicolás III, en el año del Señor mil dos- cientos ochenta, antes de que las sombras de la muerte me cubran con su manto fúnebre, quiero dejar en este escrito los recuerdos que me quedan de Fray Tomás de Aquino, a quien la vida me dio ocasión de conocer. Soy Landolfo (nombre que llevo en homenaje a mi señor), escribano de los condes de Aquino y ahora fraile dominico. Nací como mis antepasados en el condado de Aquino, propiedad de esa ilustre familia. La familia de mis señores, los Condes de Aquino, do- minaba las tierras que habían conseguido del Imperio, desde la fortaleza de Rocasecca, un cas- tillo ubicado en una colina rocosa y abrupta de gran valor estratégico, que hacía de la familia Aquino un poderoso aliado ya para el Emperador, ya para el Papa, poderoso Señor de nuestros tiempos y en continuas luchas con el Sacro Imperio. Mi señor, Landolfo, conde de Aquino estuvo emparentado con el emperador y fue un hombre muy poderoso. Corría por sus venas sangre germana. Teodora, su mujer, era dama no- ble y muy cristiana. Dios le dio la gracia de tener una numerosa y poderosa familia, en la que algunos de sus doce hijos llegaron a ser grandes guerreros o poderosos prelados de algunos de los ricos monasterios de esos tiempos. Como en cualquier familia feudal, los jóvenes hijos del conde de Aquino, participan de torneos, caza y guerras, buscando consolidar su linaje y los in- tereses de su poderosa familia. El año del Señor 1225 nació en el castillo familiar, el niño Tomás. Tan pronto nació, co- rrió la noticia de que había balbuceado sus primeras palabras, diciendo “Ave María” pero otros dicen que lo que primeramente hizo fue aferrar fuertemente un pergamino que contenía la ora- ción a la Virgen, nuestra Señora. Así se veía que el recién nacido sería un hombre de Dios, El Tomás de Aquino que conocí…

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Los condes de Aquino

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Landolfo, el Escribano

Capítulo 1 En Rocasecca, los condes de Aquino

Reinando sobre el mundo cristiano el señor Papa Nicolás III, en el año del Señor mil dos-cientos ochenta, antes de que las sombras de la muerte me cubran con su manto fúnebre, quiero dejar en este escrito los recuerdos que me quedan de Fray Tomás de Aquino, a quien la vida me dio ocasión de conocer. Soy Landolfo (nombre que llevo en homenaje a mi señor), escribano de los condes de Aquino y ahora fraile dominico. Nací como mis antepasados en el condado de Aquino, propiedad de esa ilustre familia. La familia de mis señores, los Condes de Aquino, do-minaba las tierras que habían conseguido del Imperio, desde la fortaleza de Rocasecca, un cas-tillo ubicado en una colina rocosa y abrupta de gran valor estratégico, que hacía de la familia Aquino un poderoso aliado ya para el Emperador, ya para el Papa, poderoso Señor de nuestros

tiempos y en continuas luchas con el Sacro Imperio.

Mi señor, Landolfo, conde de Aquino estuvo emparentado con el emperador y fue un hombre muy poderoso. Corría por sus venas sangre germana. Teodora, su mujer, era dama no-ble y muy cristiana. Dios le dio la gracia de tener una numerosa y poderosa familia, en la que algunos de sus doce hijos llegaron a ser grandes guerreros o poderosos prelados de algunos de los ricos monasterios de esos tiempos. Como en cualquier familia feudal, los jóvenes hijos del conde de Aquino, participan de torneos, caza y guerras, buscando consolidar su linaje y los in-

tereses de su poderosa familia.

El año del Señor 1225 nació en el castillo familiar, el niño Tomás. Tan pronto nació, co-rrió la noticia de que había balbuceado sus primeras palabras, diciendo “Ave María” pero otros dicen que lo que primeramente hizo fue aferrar fuertemente un pergamino que contenía la ora-ción a la Virgen, nuestra Señora. Así se veía que el recién nacido sería un hombre de Dios,

El Tomás de Aquino que conocí…

aunque nadie se alcanzaba a imaginar, todavía, lo grande que sería en el servicio del Señor y de

la santa religión.

Pero antes que la llamada divina, llegó la guerra y cuando el niño Tomás contaba con solo cuatro años tuvo que vivir las atrocidades de la guerra cuando el imperio, del que hacía parte la familia de los condes de Aquino, participó en el asedio y toma del Monasterio benedictino de Montecassino. Terminado el sitio, en señal de reconciliación con los monjes que se han rendido ante las poderosas fuerzas enemigas mi señor, el conde de Aquino, entregó a su pequeño hijo de cinco años en calidad de donado u oblato al monasterio para que los monjes se encargaran de su educación. Mi señor debió guardar en su interior el deseo de que en un futuro no lejano, el niño Tomás llegara a ser el poderoso abad de tan importante monasterio, uno de los más gran-des y ricos de toda la cristiandad. Como contraprestación a la educación de su hijo, mi señor, el conde, entregó treinta libras de oro y un molino, propiedad que era muy importante en nues-tros días ya que, al funcionar con la fuerza del río, permitía producir grandes cantidades de

harina con apenas unos pocos sirvientes a su cuidado.

La Iglesia es en este tiempo la única religión y ser prelado, ya sea abad u obispo, significa ser poseedor de grandes tierras y de grandes riquezas. Una familia noble como la de mis seño-res, buscaba emparentar a sus hijos con otros nobles o asegurar para algunos de ellos importan-

tes cargos eclesiásticos.

Volviendo a lo dicho, nuestro pequeño Tomás se quedó en el Monasterio, al cuidado de los monjes y todos quedaron muy contentos, porque veían sus alianzas e intereses por buen camino con un futuro y poderoso monje benedictino. En Montecassino, el pequeño Aquino aprendió las primeras letras, el latín, las oraciones, los conocimientos de historia, de matemáticas, de historia y de todo aquello que un monasterio podía entregarle a una mente joven y abierta co-mo la suya, porque aunque era de un carácter tímido e introvertido, era muy inteligente y con una gran memoria. No olvide el incierto lector de estas crónicas que aquellos monasterios eran verdaderas casas de estudio, en las que se juntaban las inteligencias y los libros, de los cuales los monjes eran custodios y escribas. Pasan cinco años en los que el niño Tomás ha devorado con total fruición lo que los monjes le podían enseñar, y de nuevo la guerra entre el Emperador y el Papa llega a Montecassino, pero esta vez con tal violencia y brutalidad, que los monjes son dispersados y cerrada la escuela monástica en la que el niño hacía sus estudios. Tomás de-

be seguir otros caminos…

A nuestros abuelos les tocaron tiempos más difíciles que los que nos tocó vivir a nosotros: los poderosos hacían la guerra y el pueblo sufría, en la miseria, las consecuencias de las mismas. No había reyes fuertes y reinos unidos, apenas se iban configurando los nuevos estados por me-dio de las alianzas militares y los matrimonios de los nobles. La guerra era permanente y lle-naba los campos de muertos y tristezas. Era un mundo de campesinos porque las ciudades no

pasaban de ser pequeñas villas sin apenas servicios y los caminos para llegar a ellas eran malos e inseguros. Los nobles y los monjes eran dueños de grandes propiedades y la tierra era sinóni-mo de riqueza, mientras que los campesinos apenas si tenían tierra disponible y casi siempre

terminaban en la servidumbre de los grandes señores.

Ahora vivimos mejor: el buen clima nos ayuda a tener mejores cosechas y las cruzadas han creado grandes rutas comerciales que generan mucha riqueza. Las ciudades, cada vez más grandes por el aumento de la población, atraen a los campesinos hacia una vida más tranquila y menos esforzada que la del campo. Ha aparecido la burguesía y los jóvenes acuden en masa a las grandes universidades que han ido apareciendo, primero la Bolonia, en la que estudian de-

recho, y luego la de Paris, dedicada a la teología.

Grandes inventos, como el molino hidráulico o el molino de viento y las mejoras en el ara-do, hacen que la vida sea más fácil para todos y se aprovechen mejor los recursos. La agricul-tura se va desarrollando ampliamente y se tumbas grandes bosques y se secan las ciénagas para

ampliar los terrenos agrícolas.

El comercio avanza gracias al crecimiento de las ciudades, ahora amuralladas y con cami-nos más seguros. Se han ido organizando los gremios de oficios que han traído mejoras a la

producción y a la calidad, mejorando las condiciones de vida de los artesanos.

Como ha podido ver el que lea estas letras, nuestro mundo está dividido entre los que re-zan (monjes y sacerdotes), los que pelean (guerreros y nobles), y los que trabajan (campesinos y artesanos). Somos como una pirámide en cuyo vértice están los nobles y los prelados, con los monjes y soldados en el medio y con una base muy grande formada por el resto del pueblo, que

sostiene a los dos grupos anteriores.

Las cruzadas nos han abierto nuevas rutas comerciales y han traído nuevos productos y nuevas ideas. Con el pretexto de salvar los lugares sagrados, nuestros reyes y señores se han

enriquecido con el comercio y con el saqueo.

Nuestra santa Iglesia es muy poderosa y rica, pero también han ido apareciendo algunos grupos de herejes como los valdenses o los cátaros. Los franciscanos y los dominicos han traído

nuevas formas de vivir la religión.

Aunque hemos progresado mucho en comparación con nuestros abuelos, quedan entre no-sotros algunas sombras que hacen muy dura la vida de algunos: los huérfanos, las viudas, los

leprosos, los judíos y las prostitutas forman cordones de miseria en las grandes ciudades.

Ha llegado la noche y no puedo seguir escribiendo a la luz de las antorchas, por eso dejo

la narración de lo que sigue, para otro día, si es que el Señor me tiene vivo todavía...

Preguntas para el viaje:

1. Partiendo de lo contado por Landolfo, el escribano, ¿qué destino crees que le espera al ni-

ño Tomás de Aquino?

2. ¿Podrías resumir en un mapa conceptual las características de la Temprana Edad Media

(tiempo de los antepasados de Landolfo), y de la Alta Edad Media en la que vive Tomás?

3. ¿Podrías hacer un análisis de las diferencias sociales que se daban en la Edad Media?

4. ¿Te imaginabas la Edad Media tal como la cuenta Landolfo el escribano? ¿Qué noveda-

des has encontrado?

Imagen:

Crivelli, C. (1746). Saint Thomas Aquinas (Pintura). Londres: The National Gallery. Obteni-

do de: http://www.nationalgallery.org.uk/paintings/carlo-crivelli-saint-thomas-aquinas