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Equilibrio Económico, Año X, Vol. 5 No. 1, pp. 69-98 Primer Semestre de 2009 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander Arnoldo Hernández Torres* Resumen La aplicación de las políticas para el poblamiento y colonización del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander en el septentrión oriental novohispano, sustentadas en las misiones y presidios, constituyeron la base de la política de dominación que los volvió polo de atracción y proveedores de colonos para el establecimiento de nuevos centros de población: nuevas misiones, pueblos, haciendas y villas. Se concluye que el proceso de su establecimiento fue distinto en cada territorio, desde el Nuevo Reino de León salieron los colonos para la fundación de la colonia del Nuevo Santander Abstract The implementation of policies for populating and colonizing Nuevo Reino de León and Nuevo Santander colony in the northeast of New Spain depended on the missions and presidios, and became the base of the policy of domination which turned them into centres of attraction and sources of colonists for setting up new population centres: new missions, haciendas, towns and villages. It is concluded that the establishment process was different in each territory: the colonists who founded Nuevo Santander came from Nuevo Reino de León. PALABRAS CLAVE: Nueva España, septentrión oriental, presidios y misiones. CLASIFICACIÓN JEL: N01, N36, N96 Fecha de recibido: 2 de diciembre de 2008. Aceptado y corregido 5 de marzo de 2009 *Profesor de tiempo completo, Facultad de Economía, Universidad Autónoma de Coahuila aherna@mail.uadec.mx

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Equilibrio Económico, Año X, Vol. 5 No. 1, pp. 69-98

Primer Semestre de 2009

Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander

Arnoldo Hernández Torres*

Resumen

La aplicación de las políticas para el poblamiento y colonización

del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander en

el septentrión oriental novohispano, sustentadas en las misiones

y presidios, constituyeron la base de la política de dominación

que los volvió polo de atracción y proveedores de colonos para

el establecimiento de nuevos centros de población: nuevas

misiones, pueblos, haciendas y villas. Se concluye que el proceso

de su establecimiento fue distinto en cada territorio, desde el

Nuevo Reino de León salieron los colonos para la fundación de la

colonia del Nuevo Santander

Abstract

The implementation of policies for populating and colonizing

Nuevo Reino de León and Nuevo Santander colony in the

northeast of New Spain depended on the missions and presidios,

and became the base of the policy of domination which turned

them into centres of attraction and sources of colonists for

setting up new population centres: new missions, haciendas,

towns and villages. It is concluded that the establishment

process was different in each territory: the colonists who

founded Nuevo Santander came from Nuevo Reino de León.

PALABRAS CLAVE: Nueva España, septentrión oriental, presidios y misiones.

CLASIFICACIÓN JEL: N01, N36, N96

Fecha de recibido: 2 de diciembre de 2008. Aceptado y corregido 5 de marzo de 2009

*Profesor de tiempo

completo, Facultad de

Economía, Universidad

Autónoma de Coahuila

[email protected]

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70 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander

Introducción

El artículo presenta la aplicación de las políticas para el poblamiento y

colonización del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander en

el septentrión oriental novohispano, sustentadas en las misiones y presidios,

cuando el esfuerzo por ocupar el territorio las misiones y presidios se

constituyeron en la base de la política de dominación que los volvió polo de

atracción y proveedores de colonos para el establecimiento de nuevos

centros de población: nuevas misiones, pueblos, haciendas y villas. Además

se estudia el proceso, tan distinto, en el que se establecieron ambas

instituciones en cada territorio, ya que desde el Nuevo Reino de León

salieron los colonos base sobre la que se fundaron los nuevos centros de

población de la colonia del Nuevo Santander.

El texto se divide en dos grandes apartados, el primero se dedica a los

presidios, se describen sus orígenes y operación en Nueva España, y se

enumeran los establecidos en el Nuevo Reino de León y se señala por qué no

hubo en la Colonia del Nuevo Santander. El segundo apartado presenta las

misiones y la conquista espiritual del Septentrión, se destaca el papel de los

franciscanos y sus misiones en el septentrión oriental y, finalmente se

presentan las conclusiones.

I. Los presidios. Sus orígenes y operación en Nueva España

Los presidios y las misiones, tuvieron origen distinto, en tiempo y espacio, su

aplicación inicial en América también fue distinta en tiempo y espacio, por

ello los autores que se han ocupado de cada institución, de alguna manera,

observan su evolución en forma separada sin notar el carácter estrecho que

tomaron en las Provincias Internas como las dos partes de las pinzas de la

conquista y colonización, algunos autores sólo hacen referencia a que

formaban la misma partida en la cuentas de la Real Hacienda, como Sheridan

(2000) o que trabajaron en forma conjunta como lo señala Ramón (1990) y

Gracia (2003), a continuación se hace un recuento del origen de los presidios

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y después de las misiones y al final se propone su estudio como experiencias

distintas en cada territorio, en el Nuevo Reino de León y en la colonia del

Nuevo Santander.

I.1 Los Presidios

Los presidios eran una fortaleza construida según un patrón aprendido de los

moros. Los presidios diferían poco en su diseño y edificación. Se situaban por

lo general cerca de tierras propicias para la agricultura y se erigían en

lugares altos. Con materiales del lugar –generalmente ladrillos de adobe-, los

presidios eran levantados respetando la forma cuadrada o rectangular con

muros de por lo menos tres metros y medio de alto. En sus dos esquinas

diagonales se construían torreones que sobresalían de los muros y contaban

con aberturas para disparar. En el interior de los muros se construían los

edificios cuyas azoteas tenían dinteles suficientemente altos para servir de

parapetos desde los cuales era posible disparar desde los muros. Dentro del

presidio había instalaciones de almacenaje, una capilla y cuartos para los

oficiales y los soldados. La única salida al exterior era la puerta principal

(Faulk, 1976: 59).

Uno de los asentamientos septentrionales cívico-militares que tuvo el

propósito de afianzar la frontera lo fue el presidio. Desde el siglo XVI se

establecieron como una cadena de fortificaciones para proteger el

transporte de mercancías, la extracción de plata y las comunicaciones entre

el centro de la Nueva España y los minerales recién descubiertos. Más tarde

se fundaron otros presidios para acompañar a la línea del avance español

dentro del país chichimeca en la meseta central y en ambos lados de la

Sierra Madre Occidental.

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72 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander

Finalmente se instalaron en las provincias septentrionales de Coahuila,

Nuevo México, Tejas y las Californias como instituciones de frontera donde

el emplazamiento de un presidio era acompañado por una misión, por una

villa española o un pueblo de indios sedentarios, principalmente de

tlaxcaltecas emigrados; el conjunto de presidio-misión conformaba un

sistema de enclave de colonización defensivo.

En las postrimerías del periodo colonial, en tierras septentrionales se

intensificaron las incursiones de los nómadas por la presión colonizadora de

los Estados Unidos del Norte, de manera que las compañías volantes de

caballería ligera tuvieran que patrullar la frontera de continuo y era caso

común que los presidios fueran trasladados de un punto a otro.

Después de 1780 los capitanes de los presidios mejoraron su capacidad

ofensiva desde el punto de vista militar, y desarrollaron otras estrategias

para el mantenimiento de la paz, tales como el comercio y los regalos a los

indios, medidas que contribuyeron al mantenimiento de la paz hasta el inicio

del movimiento insurgente (Sheridan, 2000).

En tierras de nómadas, el presidio tuvo el propósito de proteger los

asentamientos misionales y civiles que se formaron alrededor de los

presidios, ante los ataques de jinetes indios y de pretensiones expansionistas

de otras naciones europeas.

Además de establecimientos militares, la política borbónica convirtió a los

presidios en factorías, centros de distribución de regalos, y lugar de

establecimiento de algunas bandas de indios belicosos para convertirse en

aliados de los españoles.

En general, se puede decir que el funcionamiento del sistema presidial para

todo el norte novohispano se ubica en el centro de un problema de

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jurisdicciones militares y de reorganización del gobierno de las provincias del

septentrión. La definición de una política uniforme para todas las provincias

se expresó en la creación de la Comandancia General de las Provincias

Internas, en 1776, con un inspector de presidios coordinador de los trabajos

de defensa y unidad de mando en toda la línea presidial considerada de

guerra viva.

Muchas de las disposiciones tuvieron que adaptarse a la realidad del

Septentrión novohispano ajustándose a los reglamentos presidiales de 1729 y

1772. Por ejemplo, para Coahuila se consideró pertinente aplicar una

política de contención de los indios enemigos que la hostilizan, apoyada en

una estrategia ofensiva.

Para la segunda mitad del siglo XVIII la figura del indio también cambió, de

una conquista espiritual que los consideraba como salvajes y bárbaros

chichimecas, sujetos de conversión y sedentarización, pasaron a

representarse como sangrientos guerreros y crueles apaches. Esto explica

una nueva manera de enfrentar y controlar al indio en el proceso de

ocupación, en el que ahora la evangelización ya no es de primera

importancia, es decir, se seculariza la ocupación del territorio, se trata de

exterminar al indio o de expulsarlo del espacio de vida de los

establecimientos españoles.

El sistema de presidios vino a menos después de 1821, por esta razón la

responsabilidad de la defensa de la frontera recayó sobre los hombros de los

colonos, quienes se organizaron en milicias cívicas locales, que incluían a

todos los hombres aptos para el servicio de las armas, excepto aquellos cuya

posición de poder o riqueza les permitía pagar una cantidad por no ir al

servicio.

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Después de la independencia se consideró la conservación del sistema de

presidios, para ello se definieron normas en 1826, pero el sistema existió

más bien en el papel, pues en la práctica no pudieron establecer el número

de presidios necesarios, ni el nivel de apoyo de las tropas a la altura de

dichas normas. Por ejemplo, Texas debía tener guarniciones de 107 soldados

más oficiales diversos, tanto en San Antonio como en Goliad, en 1825 estas

dos compañías sumaban solamente 59 hombres (Weber, 1988: 35).

David Weber señala que resulta una ironía que justamente cuando los

militares ocupaban una posición dominante en la política mexicana después

de la independencia, ocurría la desintegración de los presidios de la frontera

septentrional.

La organización militar de un presidio consistía en el comandante que era

ante todo un oficial militar a cargo de la tropa a sueldo, pero también era

justicia y magistrado de frontera, e igualmente podía ser recaudador y

vigilante del desempeño del guardián de las misiones. Por lo general, era

agente del gobernador, aunque en ocasiones recibía su nombramiento del

virrey (Gerhard, 1996: 29).

No era extraño que un capitán de presidio se convirtiera en gobernador y de

hecho todos los gobiernos tardíos de la frontera norte surgieron a partir de

los presidios. Ante la ausencia de alcaldías mayores, en los gobiernos de

California, Coahuila, Tejas y el Nuevo Santander, la unidad administrativa

regional era la jurisdicción presidial. En estos casos el cabildo español estaba

sujeto y dominado por el teniente de gobernador, el capitán o sargento del

presidio; este último atendía los negocios personales del gobernador, quien

con frecuencia monopolizaba el comercio en general y el abastecimiento de

los presidios en particular.

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Cuando ya no se requería del servicio de los militares, el capitán del presidio

era reemplazado por un alcalde mayor y los soldados eran transferidos a otra

plaza o bien se avecindaban en el lugar en calidad de mineros, agricultores,

ovejeros o artesanos.

En el reglamento de 1776, se especificaba el vestuario para la tropa su

uniforme y el armamento, el importe de estas “avituallas” era descontado

de su paga a favor de la Real Hacienda.

En el almacén de cada uno de los presidios se hallaba el repuesto de la

pólvora correspondiente a ocho piezas por plaza arreglada y al resguardo de

dos llaves, de las cuales una tenía el capitán y la otra el oficial habilitado.

En los primeros años de funcionamiento de los presidios, su almacén también

funcionaba como tienda pues allí se vendían los alimentos y todo tipo de

efectos necesarios para los presidiales y sus familias. Dicho almacén llevaba

un libro de cuentas pendientes de los soldados, pues el pago se realizaba

mensualmente con corte anual, ya que la moneda circulante resultaba

escasa (Gutiérrez, 1998).

La montura se reducía a una silla vaquera con las cubiertas

correspondientes, llamadas mochilas, coraza, armas, cojinillos y estribos de

palo.

La construcción y planta de presidios, Hugo de O‟conor en su Informe de

1771-76 sobre el Estado de las Provincias Internas del Norte señala que los

presidios debían construirse, a manera de fortaleza, de acuerdo al siguiente

plan: primero había que formar el cuadro de tapias comunes de adobes, dos

pequeños baluartes en sus ángulos, levantando después en el interior la

capilla, el cuerpo de guardia, la casa del capitán, el almacén y las

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habitaciones de los soldados e indios amigos y exploradores. Al centro debía

dejarse un patio para maniobras. Dicha disposición corresponderá, después,

al centro de los asentamientos poblacionales cuando el presidio es

trasladado a otro territorio.

En opinión de Odie B. Faulk (1976: 65), el presidio era un concepto de origen

europeo, inapropiado para las condiciones del septentrión novohispano,

también lo fueron las armas y uniformes utilizados por los soldados que eran

excelentes para un ejército que peleaba cuerpo a cuerpo, como ocurría

tradicionalmente en Europa, pero inútil contra la guerra de guerrillas de los

indígenas de dichos territorios, a quienes había que perseguir en rápidas

correrías el uniforme resultaba pesado, estorboso y caluroso. Lo mismo se

puede decir de las armas de fuego tanto por el entrenamiento inadecuado

que se impartía como por problemas de mantenimiento, ya que la pólvora

corría por cuenta de los soldados por lo que no se interesaban en la práctica

de tiro. Dichos inconvenientes impedían enfrentarse al indígena a campo

abierto por lo que las tropas preferían permanecer detrás de la seguridad

que ofrecían los muros del presidio.

Fue hasta que en 1786 el nuevo virrey, Bernardo de Gálvez, quien había

hecho el servicio en las fronteras norteñas y había gobernado la Louisiana,

puso en marcha un nuevo plan en las Provincias Internas. Decretó una guerra

sin cuartel a los indígenas que no estuvieran en paz con España. Una vez que

habían sido pacificados, les ordenaba establecerse en pueblos aledaños a los

presidios donde se le darían regalos, armas de fuego inferiores y bebidas

alcohólicas. Gálvez cuidó que los regalos resultaran significativos para que

los indios se decidieran por la paz y no la guerra; por otra parte las armas de

fuego que se les regalaban estaban destinadas a descomponerse en corto

tiempo y a ser reparadas únicamente por los mismos españoles. La política

de Gálvez resultó lo suficientemente eficaz como para mantener un periodo

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de relativa paz de 1787 hasta 1810, cuando el estallido del movimiento de

Independencia interrumpió la distribución anual de regalos.

I.2 Presidios del Nuevo Reino de León

A continuación se presenta el listado de presidios y compañías volantes que

resguardaron el territorio del Nuevo Reino de León:

1. Presido de Monterrey, fundado en 1596, residencia del gobernador

de la provincia, el alcalde mayor fungía como teniente de

gobernador en sus ausencias, el cabildo atendía los asuntos locales y

a veces se ocupaba de los provinciales.

2. Real de minas de San Gregorio de Cerralvo, fundado en 1628. El

alcalde mayor también era capitán de guerra de la compañía

volante que resguardaba toda la jurisdicción.

3. San Juan Bautista de Cadereyta, fundado junto a la villa del mismo

nombre en 1637. El alcalde mayor de la villa era también

comandante del presidio.

4. Villa de San Felipe de Linares fundada en 1712. El alcalde mayor

también era capitán de guerra de la compañía volante que

resguardaba toda la jurisdicción.

5. Villa de Punta de Lampazos, fundada en 1752, hacía jurisdicción

junto a la villa Santa María de los Dolores de Horcasitas. El alcalde

mayor de la villa era también comandante de la compañía volante

que resguardaba toda la jurisdicción.

La dimensión del territorio del Nuevo Reino de León permitió que no se

requirieran más de dos presidios, el de Monterrey y el de San Juan Bautista

de Cadereyta reforzados con las compañías volantes para el resguardo de

cada jurisdicción (mapa 1).

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78 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander

Mapa 1 Nuevo Reino de León hacia 1729

Fuente: Cavazos Garza, Israel (2003)

I.3 Los presidios de la Colonia del Nuevo Santander

La Colonia del Nuevo Santander, fundada en 1748, después de experimentar

la encomienda y las congregas, como parte del Nuevo Reino de León, con

gran impacto en la población nativa, de manera que, para el momento de la

fundación de la provincia las naciones de indígenas estaban asimiladas o

alejadas de los poblados, por ello no tuvo presidios, además su gobierno fue

militar desde su fundación.

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II. Las misiones y la conquista espiritual del Septentrión

La conquista espiritual estuvo a cargo de los misioneros de la orden de los

hermanos menores de San Francisco de Asís, responsable de la

evangelización de la mayor parte de este territorio. Los jesuitas también

participaron, particularmente hacia el noroeste de la Nueva España. Los

franciscanos iniciaron su labor evangelizadora desde Zacatecas, penetraron

en Saltillo antes de 1585 con una residencia que fue destruida por las tribus

bárbaras, pero en 1591 se reedificó, y por el río Aguanaval a Cuencamé en

1599, en 1603 fundaron un convento en Monterrey, en el Nuevo Reino de

León, precediendo el asentamiento de pobladores. Por su parte los agustinos

y dominicos participaron en la evangelización del centro y el sur de la Nueva

España.

La Corona española, a través del Real Patronato, se apoyará en las órdenes

religiosas llamadas mendicantes -franciscanos y dominicos- para cumplir con

el compromiso de la evangelización. Puesto que las misiones de propagación

de la fe católica se volvieron pontificias ya desde el siglo XIII, gracias a la

flexibilidad de la organización centralizada de los mendicantes, lo que

ofrece a la Santa Sede los medios más eficaces; son además internacionales,

en cuanto que los misioneros se reclutan indistintamente de todas las

naciones y provincias religiosas, y universales, tenían como campo de acción

todo el Viejo Mundo y, ahora, el Nuevo Mundo; finalmente, son

desinteresadas, porque, a diferencia de los centros de evangelización de la

época monástica, los conventos o residencias misionales de los mendicantes

no perciben provecho alguno temporal a título de ocupación en los países

convertidos (Iriarte, 1979:173).

En 1219, personalmente san Francisco encabezó la primera misión de

propagación de la fe entre los infieles, se dirigió a Egipto y llegó hasta la

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presencia del sultán para anunciarle la fe de Cristo. No logró convertir al

soberano o padecer el martirio, pero establece permanentemente una

misión franciscana en Levante. Desde entonces va a ser uno de los objetivos

de la orden la evangelización de los infieles y luchar por ella hasta el

martirio.

El Real Patronato español, concedido por el Papa Julio II en 1508, estaba

reforzado, en las atribuciones específicamente misionales, por el vicariato

regio, es decir, por una delegación total para el envío de misioneros y para

su evangelización. Su origen, según Iriarte, se remontaba a la bula Inter

Caetera de Alejandro VI (1493), que imponía a los Reyes Católicos la

obligación de proveer de misioneros las tierras descubiertas y por descubrir.

Adriano VI concretó el alcance de la delegación mediante la bula Omnímoda

(1522), por la que la designación y el envío de los misioneros franciscanos

quedaban plenamente en manos del rey, sin que los superiores de la orden

pudieran alegar en este asunto autoridad alguna. Carlos V recabó del

ministro general, Pablo de Soncino, una circular dirigida a toda la orden

aceptando la bula y declarando que los religiosos designados por su majestad

católica debían considerarse por ese mero hecho en posesión de la

obediencia exigida por la regla. Felipe II fue más allá, en 1572 logró la

creación del comisario general de Indias, que sería nombrado por el rey y

tendría su residencia en la corte. Cargo confirmado por la orden franciscana

en 1583 y ratificado por el Papa Sixto V en 1587. Bajo la autoridad suprema

de dicho comisario estuvieron todas las provincias de ultramar hasta el siglo

XIX; a él correspondía, además, la selección de los religiosos que pasaban a

Indias, tomándolos de cualquiera de las provincias de la metrópoli (1979:

340).

Como efecto de esta organización del patronato regio, se excluyó del

personal misionero a los no españoles o portugueses en los dominios ibéricos,

después de 1530 para los religiosos extranjeros se requería la autorización de

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los superiores de la orden de España. Para las provincias españolas implicaba

la obligación de aportar con tres o cuatro religiosos para Indias cada trienio,

se formaba una lista de idóneos que debían ser aprobados por el Consejo de

Indias y el viaje corría por cuenta de la Casta de Contratación de Sevilla.

Para compensar dicha exclusión, casi cien años después, en 1622, la santa

Sede creó la sagrada Congregación de Propaganda Fide con el propósito de

tomar la dirección de la empresa evangelizadora incluyendo a franciscanos

capuchinos, conventuales y reformados de otros reinos.

Para los franciscanos el descubrimiento del Nuevo Mundo significó una

renovación entusiasta para las vocaciones misioneras. El entusiasmo y fervor

misionero de los siglos XVI y XVII que no podían impedir la espontaneidad y

libertad para pasar a las Américas, por la epopeya de los descubrimientos y

el incentivo del martirio, cambió para el XVIII, cuando la monotonía de las

reducciones y doctrinas no decía nada al celo de la muchedumbre inactiva

de los frailes de España, ahora se pedía a los superiores de la orden que

precisaran a sus súbditos a pasar a Indias.

Para la selección y formación de los ministros del evangelio se hicieron

necesarios los Colegios de misioneros tanto para Europa como en ultramar

cuando las vocaciones misioneras, tan abundantes en el siglo XVI, fueron

disminuyendo. Además había que aprender las lenguas y prepararse

espiritual y pastoralmente ya que debían ser casas de la más ejemplar

observancia de la regla de la orden. Para la Nueva España se fundó, en 1683,

el Colegio de la Santa Cruz de Querétaro, sus estatutos fueron aprobados por

el Papa Inocencio XI en 1686. En el curso de los dos siglos siguientes se

fundaron otros colegios en los virreinatos de América. Se les denominó

Colegios de Propaganda FIDE por su finalidad primordial de extender la fe, es

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82 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander

decir, por dedicarse a las misiones de penetración con religiosos que

deseaban consagrarse por lo menos durante diez años a la conversión de los

infieles y no al ministerio en zonas cristianizadas (Chauvet, 1989: 81).

La custodia del santo evangelio se formó con los doce primeros misioneros

guadalupenses de Extremadura que, en su mayoría, habían pertenecido a

una provincia que en España llevó el mismo nombre y pretendía, a través de

la estricta guarda de la regla franciscana, ser fieles en lo absoluto al santo

evangelio del señor (Chauvet, 1989: 41).

Para 1536, el número de indios cristianos llegaba a cinco millones y para

1540, a nueve millones. Este trabajo no era resultados sólo de los

franciscanos, ya que desde 1526 compartían la labor los dominicos, a partir

de 1533, los agustinos y también trabajaban desde el principio los

mercedarios; y en 1572 llegaron los jesuitas. Las expediciones de los

franciscanos se fueron intensificando hasta llegar a la mayor de todas que

fue de 150 religiosos, conducida en 1542 por Jacobo de Teresa (Iriarte,

1979:364).

La custodia independiente del santo evangelio de México fue elevada al

rango de provincia en 1535, de ella nacieron, dentro del virreinato de la

Nueva España y Centroamérica, hasta siete nuevas provincias: la de san José

de Yucatán (1565), la del Nombre de Jesús de Guatemala (1565), la de san

Jorge de Nicaragua (1575), la de san Francisco de Zacatecas (1603), la de

Santiago de Jalisco (1606), la de san Pedro y san Pablo de Michoacán (1606) y

la de santa Elena de la Florida (1612). Por su parte, en 1580 formaron una

custodia erigida en provincia de San Diego, en 1599, los franciscanos

descalzos.

En 1569 había en las cuatro provincias de Nueva España 96 residencias y 320

religiosos; en 1586, las residencias sumaban 219 y los religiosos más de 900.

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Hernández Torres

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A finales del siglo XVII, cuando ya las comunidades constaban en su mayor

parte de criollos, los religiosos pasaban de 2,400. Fuera de los grandes

conventos centrales, la mayoría de las casas eran “vicarías” y “doctrinas”

asentadas en núcleos de población indígena ya cristiana; las residencias

estrictamente misionales recibían el nombre de “reducciones”,

“conversiones” o “entradas”, que en el siglo XVIII estaban sostenidas casi

exclusivamente por los colegios de misioneros. En 1682 fue erigido el colegio

de la Santa Cruz de Querétaro; más adelante aparecieron el de Guadalupe

de Zacatecas, el de san Fernando de México y el de los descalzos de Pachuca

(Iriarte, 1979:364).

El Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Nuestra Señora de Guadalupe de

Zacatecas fue entre estos colegios, tal vez el más importante del mundo

puesto que contó en total, en diversas épocas, con tres hospicios y más de

50 misiones y con el mayor número de frailes. Tuvo a su cargo la más

extensa área geográfica de trabajo, ya que abarcaba desde Zacatecas hasta

las costas de California y Texas en diferentes épocas, y del Golfo de México

al Océano Pacífico; en todo este territorio el colegio participó activamente

en el proceso integrador de la América novohispana, con el apoyo económico

de los ricos mineros y hacendados de Zacatecas y de anónimos trabajadores

de la región, gracias a ellos pudieron afianzar las tierras de septentrión en la

cultura occidental (Esparza, 1974: 10).

La importancia del colegio de Guadalupe no sólo era religiosa y espiritual,

sino también material. Desde un principio, el colegio llevó vida monástica,

es decir, vida en comunidad y riguroso silencio. El objetivo del colegio fue el

ministerio de confesar y predicar, así como las misiones entre fieles e

infieles.

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84 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander

La vida académica se desarrollaba en cinco niveles de preparación y estudio:

1) el postulantado era el tiempo de preparación espiritual y de estudios

básicos (equivalente a un curso de primaria) que se consideraban de prueba

para seguir en la vida religiosa, si alguien no deseaba continuar con los

cursos, pero si en la vida religiosa lo podía hacer como hermano lego; 2) el

noviciado era para el ordenamiento de la vida, no para la ilustración,

durante esta etapa se estudiaba un año de mística o conocimiento de dios y

ascética o práctica de la virtud, así como las constituciones, la regla y la

historia de la orden, al terminar el noviciado, los estudiantes hacían votos

simples por tres años; 3) en el colegio seráfico se estudiaban las ciencias

naturales, matemáticas y latín durante tres años; 4) durante en el coristado

se cortaban el pelo en forma de corona y se dedicaban al oficio del coro,

combinado con los estudios de dos o tres años de filosofía y cuatro de

teología, al final se ordenaban presbíteros e inmediatamente salían a

predicar entre fieles e infieles por lo menos un año y luego regresaban al

colegio para seguir con la preparación del quinto nivel de cursillos especiales

de artes, ciencias o letras. Para todos estos niveles de preparación se

contaba con maestros teólogos, filósofos, historiadores, poetas, juristas,

matemáticos, astrónomos, geógrafos, arquitectos y otros especialistas. Otro

grupo de hermanos menores que no estaban obligados a la vida en común,

que regularmente se integraba por quienes tenían algún impedimento

familiar o judicial, los viudos o quienes deseaban retirarse del mundo; todos

ellos debían hacer votos de castidad y obediencia, no de pobreza, y podían

renunciar al oficio cuando lo desearan; a estos se les llamaba hermanos

donados, los cuales se ocupaban como limosneros, mandaderos y hortelanos,

entre otros cargos. Otro servicio que ofrecía el colegio fue la escuela de

primeras letras para los niños de las zonas vecinas al convento (Esparza,

1974: 85).

La estructura económica del colegio de Guadalupe se formaba de tres

partes: los legados piadosos para misas y sufragios de las almas de los

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Hernández Torres

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difuntos que producían gran parte de las limosnas anuales, las cuales eran

cobradas por el síndico apostólico general; las limosnas y oblaciones

voluntarias de los fieles, de las cuales en muchos años las más importantes

eran las aportadas por los mineros y comerciantes de Zacatecas; los sínodos

de los misioneros de infieles, que se recibían muy irregularmente, llegando

al caso de una suspensión no oficial, después de la segunda secularización de

los conventos y misiones de fieles, de manera que para 1789 se suprimió el

oficio de procurador de misiones, por lo que a partir de esa fecha no se les

enviaba el avío a los misioneros de infieles, cada uno debía solicitarlo por sí

mismo, y la situación se agravó desde los años de la insurgencia hasta la

independencia (Esparza, 1974:90).

Después de que el movimiento de evangelización de los franciscanos se

extendió primero hacia las regiones más pobladas próximas a la ciudad de

México, luego hacia el sur y el norte en Zacatecas, donde se fundó una nueva

provincia misionera, cuya labor tuvo como objetivo los indios chichimecas

perdidos en los montes.

De los efectos que se allegaban para el colegio y las misiones algunos

provenían de Acapulco: el incienso, la mirra, las especias, los espejos, los

brocados, las esferas, el papel de china, los faroles de navidad, la seda y

algunos objetos de marfil y madera; los colorantes, la mercería, la

herramienta, las telas europeas, los tapetes, los paños, los dulces, la fruta

seca, el aceite de oliva y otros productos de Castilla se compraban en la

feria de Jalapa, además de la ferretería, la brea y los pegamentos; el arroz

venía de Sonora; el cacao y la almendra, de Veracruz y Tabasco; el dulce, el

azúcar y el coco, de Colima y la Costa del Sur; los dulces corrientes, de

Guadalajara; los vinos generosos de las Californias y de la región de Parras;

la sal de Salinas del Peñón Blanco; las harinas del Bajío; los objetos de cobre

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86 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander

de Michoacán; la ropa de Querétaro, México y Aguascalientes; la loza de

talavera de puebla y, la de barro, de Aguascalientes; las pieles para

pergamino procedían de las misiones del Nuevo Reino de León y Tejas y, por

último, otras muchas chucherías llegaban de lugares tan remotos entonces

como el Nuevo México y Guatemala.

El ganado en pie, como los carneros se traían de las haciendas de San Juan

de Guadalupe, en Durango o de Cedros y Sierra Hermosa en Zacatecas; las

reses y vaquillas de El Jaral en Guanajuanto o de Trujillo en Zacatecas, y los

caballos, las mulas y otros animales de Teocaltiche, Saltillo, y de otros

rumbos, todo el ganado junto con el de engorda y las aves pastaban en el

perímetro del colegio o quedaban dentro del potrero; la cera, lana, sebo y

pieles, de las haciendas de El Carro, Agostadero y San Pedro Piedra Gorda.

Otros productos como las maderas de construcción entraban de Jerez y

Monte Escobedo; el aguamiel y la miel de maguey de Tacoaleche; las tunas,

la melcocha, el queso, la panela y la miel de tuna de Trancoso y los quesos y

cuajadas de puntos adyacentes; el trigo, maíz, frijol, legumbres y frutas de

la estación se recolectaban en el potrero y tierras de usufructo del colegio

(Esparza, 1974: 89-90).

Además, en el colegio de Guadalupe, como en casi todas las casas

franciscanas, había un obraje donde regularmente se hacía tela o sayal para

los hábitos de invierno, y un pequeño grupo de hermanos donados y algunos

civiles estaban encargados de la conservación del edificio y de atender y

mantener todas las instalaciones del convento. Con esta economía había lo

suficiente y nada superfluo para el socorro de las necesidades particulares y

comunes. Cuando había suficiente numerario en poder del síndico apostólico

general se omitía pedir limosna.

A los cincuenta años de labor, la misión podía presentar 25 pueblos

civilizados, con sus iglesias y escuelas. En 1787, las estaciones centrales eran

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Hernández Torres

87

28 y los pueblos 34, todo un estado de prosperidad que causaba admiración,

de ahí los nuevos intentos de secularización de las misiones franciscanas

(Iriarte, 1979: 366).

Después de la supresión de los jesuitas, los franciscanos del colegio de san

Fernando los sustituyeron en las misiones de Baja California, pero en 1773, a

su vez las dejaron a los dominicos para avanzar por la Alta California, siendo

los colonizadores y evangelizadores de toda la costa californiana, desde San

Diego hasta San Francisco, encabezados por fray Junípero Serra.

Hasta aquí se puede observar que la organización de los trabajos de

evangelización y civilización por parte de los franciscanos y de los religiosos

de todas las órdenes, prácticamente, siguieron un desarrollo similar de

traslape de jurisdicciones entre los nuevos reinos, las provincias, las villas y

pueblos en la organización político militar, así como en lo religioso, entre

provincias, custodias, doctrinas y misiones de los franciscanos y del clero

regular frente a los obispados y curatos del clero secular o diocesano, ya que

el clero regular estaba protegido por el real patronato y, por ello, la Corona

estaba interesada en pasar las doctrinas y misiones al diocesano para

excluirlos de su mantenimiento, puesto que, una vez secularizados, debían

ser autosuficientes a cargo de sus feligreses.

Las misiones destinadas al Septentrión novohispano no estaban diseñadas

sólo para ser seminarios cristianos, eran también avanzadas de la dominación

y escuelas de adiestramiento para la civilización de la frontera.

La Corona reconocía la importancia de los misioneros como sus agentes en la

frontera. En primer lugar, eran los más hábiles y prácticos exploradores y

agentes diplomáticos. El modesto misionero podía pasar sin ser molestado y

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88 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander

sin levantar sospechas y hostilidad en zonas donde el soldado no era

bienvenido.

En segundo lugar, por su educación y sus hábitos disciplinados de

pensamiento los misioneros eran la clase mejor dotada para registrar lo que

vieran e informar sobre lo que debía hacerse. Por estas razones eran

exploradores, emisarios de paz y cronistas en expediciones.

Las misiones fungían también como instrumentos de defensa de los dominios

del rey. Esto explica por qué el gobierno se mostraba más dispuesto a apoyar

misiones cuando las fronteras necesitaban defensa. Por esto es significativo

que la Real Hacienda cargara sus gastos por presidios y misiones a la misma

cuenta.

Los misioneros no sólo ayudaron a expandir, controlar y promover la frontera

sino también, y con mayor significado, ayudaron a civilizarla. En cuanto a

cómo realizar la tarea civilizatoria, Herbert E. Bolton, señala que España

tenía grandes ideales, pero enfrentaba peculiares obstáculos (1976: 40).

Alegaba derechos sobre la parte de León en las dos Américas, pero su

población era reducida y podía disponer de una parte muy pequeña de ella

para poblar el Nuevo Mundo. Por otro lado, su política colonial, sin paralelo

en ningún otro país en cuanto a principios humanitarios, velaba por la

preservación de los nativos y porque se elevaran, por lo menos a un cierto

grado de “civilidad”.

Si faltaban españoles para colonizar la frontera, España la colonizaría con los

aborígenes. Este ideal exigía no sólo el sometimiento y la dominación de los

indígenas, sino también su civilización. En la realización de este ideal el

misionero franciscano cumplió con un doble papel de defensor y a la vez de

explotador de los indios seminómadas que huían de la encomienda y la

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Hernández Torres

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congrega impuestas por los españoles en Saltillo y el Nuevo Reino de León

(Sheridan, 2000: 143).

Para alcanzar esta meta la Corona aprovechó el celo religioso y humanitario

de los misioneros, que además de predicadores fueron maestros y

disciplinadores, quiénes desde sus orígenes reconocieron de la autoridad de

la Iglesia, el propio san Francisco planteó la obediencia al Papa a través de

un cardenal protector, vigilante de que la orden no se alejara de la

obediencia a la santa Sede, cuando claudicase en la fe católica y cuando

decayese en la observancia de la propia regla (Iriarte, 1979:125). Por ello,

en el sistema español la esencia de la misión de las órdenes mendicantes fue

la disciplina religiosa, moral, social e industrial.

San Francisco definió a los miembros de su orden religiosa como movidos por

el instinto evangélico, situados en la realidad social y religiosa de su tiempo.

Salir al mundo no significaba para él encerrarse en un claustro, sino ofrecer

a aquella sociedad, volcada en la producción artesana y en la contratación,

el testimonio vivo e inmediato de la conversión cristiana: una presencia

penitencial. Por lo que los hermanos menores vivirían en medio del pueblo,

integrados en la realidad social mediante el trabajo retribuido en especie,

mediante la oración con la comunidad cristina, mediante la predicación en

lengua vulgar. Y frente al ansia de lucro de los nuevos árbitros de la vida

comunal, darían testimonio de desprendimiento total, en especial del dinero

(Iriarte, 1979:52).

La misma disposición física de la misión estaba determinada en función de la

disciplina. Para auxiliar a los misioneros en su trabajo disciplinario e

instructivo, a cada misión se les asignaron dos o más soldados del presidio

más próximo. Y como con frecuencia los indígenas se daban a la fuga,

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90 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander

también se les proporcionaban destacamentos especiales para ayudarlos a

recuperar a los fugitivos.

II.1 Las misiones del Nuevo Reino de León

La custodia del Nuevo Reino de León con sede en Monterrey (1603),

dependía de la provincia de san Francisco de Zacatecas, al parecer nunca

fue erigida canónicamente, sino sólo de hecho, resultado de la indefinición

jurisdiccional. Según lo señala Israel Cavazos (2003: 31) antes de la

fundación de Monterrey en 1596, los frailes Andrés de Olmos, Pedro de

Espinareda, Juan de la Magdalena y Pedro Infante, hicieron entradas para

iniciar la conquista espiritual sin lograr un establecimiento permanente. La

custodia del Nuevo Reino de León contaba con las siguientes misiones:

Cerralvo, San Gregorio (1630), San José de Cadereyta, cuya primitiva

fundación asciende a 1616, pero se consolidó hasta 1660; Nuestra Señora de

los Ángeles de Río Blanco (1663), San Antonio de los Llanos (1639), San

Bernardino (1641) que no logró mantenerse, como tampoco Santa Teresa de

Alamillo ni la de San Buenaventura de Tamaulipa (1664); San Cristóbal de

Hualahuizes de 1646; San Pablo de Labradores (1639), San Nicolás

Ahualeguas (1646), San Felipe de Linares de 1715. En 1716 se fundaron

además las misiones de Guadalupe, Concepción y Purificación, y al año

siguiente la de Matehuala y San Nicolás del Pilón en 1718. La mayoría de las

misiones lograron mayor permanencia cuando se les asignaron varias familias

de indios tlaxcaltecas, por lo que éstos dejaron una huella muy importante

en la consolidación de la ocupación del territorio del Nuevo Reino de León,

aun cuando hayan sido posteriormente concentrados en el pueblo de

Guadalupe y en el pueblo de San Miguel de Aguayo.

La vida en las misiones y pueblos de indios se desarrollaba en comunidad.

Tierras, ganado y herramientas eran de todos y todos tenían obligación igual

de su cultivo y su cuidado. La cosecha de maíz, frijol y otros frutos se

guardaban en la torje o almacén del templo. El misionero repartía cada

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semana conforme al número de integrantes de cada familia. En el caso de los

pueblos, además del misionero, los indios contaban con un ayuntamiento,

compuesto de un gobernador, un alcalde y dos o más regidores,

representantes de cada grupo o nación de indios, establecidos en barrios en

que se dividía el poblado. Además, contaban con un protector español para

que los representara ante el gobierno para buscar la solución de sus

problemas. El predio donde tenían su vivienda o en el que sembraban

tampoco era suyo. Después de la Independencia les fue hecho el reparto en

propiedad. También les fueron asignadas, en forma individual, las tierras de

labor que anteriormente eran de comunidad, así como el acceso al agua de

riego (Cavazos, 2003: 41-42).

Casi todas las misiones de Nuevo León continuaron prestando sus servicios

hasta mediados del siglo XIX. A partir de 1860 la secularización acabó con

todas las misiones las cuales pasaron, como curatos, al clero diocesano

(Chauvet, 1989: 76-77).

II.2 Las misiones del Nuevo Santander

El litoral del Seno mexicano fue recorrido simultáneamente a la llegada de

Hernán Cortés, no se pudo hacer ningún establecimiento al norte de

Veracruz, dicha acción la logró el propio Cortés, en 1523, desde México,

enterado del interés del gobernador de Jamaica Francisco de Garay, con

autorización real, para buscar el supuesto estrecho al Mar del Sur y colonizar

una provincia llamada Amichel. El conquistador derrotó a los huastecos y

pudo llegar a la barra del Pánuco, tomó posesión de la tierra, fundó la villa

de Santi Esteban del Puerto –hoy Pánuco, Veracruz- cabecera primigenia de

la Huasteca Colonial, incorporada desde entonces a la jurisdicción de la

Nueva España (Herrera, 1999: 31). Desde allí se apoyaron los intentos de

ocupación de este territorio, sin embargo siempre se realizó sobre la

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92 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander

Huasteca sin pasar al norte del río Pánuco, pues a partir de allí era zona de

indios chichimecas, quienes se constituyeron en una barrera difícil de

sobrepasar.

Otro frente para avanzar en la ocupación del territorio se hizo desde

Charcas, logrando el establecimiento de una misión de indios cohabitada por

españoles: San Antonio de Tula con permanencia sujeta a grandes altibajos

desde 1617 hasta 1744 cuando fue refundada por parte de José de Escandón,

así como Jaumave, consolidando la vía de entrada a la costa del Seno

mexicano.

José de Escandón, conde de Sierra Gorda, lugarteniente del virrey para la

colonización de la costa del Seno mexicano, primero organizó en 1747, de su

propio peculio, una amplia exploración de la costa como diagnóstico previo

de la futura provincia. Utilizando los poderes conferidos por la Junta de

Guerra y Hacienda y del virrey, Escandón ordenó a las escuadras militares de

la Huasteca, del Nuevo Reino de León, de los presidios de San Juan Bautista

(Coahuila) y de la Bahía del Espíritu Santo (Tejas) que se le unieran en su

recorrido. Esto le permitió trazar un mapa, elegir los lugares idóneos para

las poblaciones, estimar el número y la posible procedencia de los colonos y

el costo para la Real Hacienda. Escandón, de esa manera, respondió a la

política de colonización del Seno mexicano, pero también respondió a un

interés empresarial, al ofrecer nuevos espacios ganaderos a los grandes

propietarios del septentrión y la posible creación de nuevas redes

comerciales en esta parte de la Nueva España, a través de un puerto que se

establecería en la barra del río de Las Palmas, más tarde llamada de

Santander (Herrera, 1999: 64-65).

Con la fundación de la villa de Llera, en diciembre de 1748, dio principio el

establecimiento de la colonia del Nuevo Santander, llamada así en honor de

la provincia natal de José de Escandón, dedicada a la virgen de Guadalupe

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Hernández Torres

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como patrona. A partir de ese punto siguió una ruta hacia el norte hasta el

río Bravo, de allí, dio vuelta hacia el sur hasta el Pánuco para después

enfilarse al oeste rumbo a la Sierra Madre Oriental, sembrando en su camino

una primera cadena de poblaciones. Más tarde fundó otros asentamientos en

lugares estratégicos, como la villa de Aguayo, base para habilitar el camino

que atravesara la Sierra Madre y comunicarse con el Nuevo Reino de León.

En total, durante los 20 años que duró su mandato en el Nuevo Santander,

Escandón estableció 21 poblaciones, las cuales constituyen la base del

Tamaulipas actual (Herrera, 1999:66). Como ya se dijo, el origen de la

población de estos nuevos asentamientos inmigró, principalmente, del Nuevo

Reino de León y, en menor cantidad, de Coahuila y la Huasteca, así como del

gran grupo de sus acompañantes originarios de Querétaro. El arribo de los

colonos que permitió la ocupación simultánea de este territorio lo logró

Escandón con el atractivo de entrega de granos, exención de impuestos, la

dotación de solares y la promesa de un futuro reparto de tierras, pudo en un

solo acto fundar una nueva provincia novohispana y así, asegurar el avance

en la parte oriental del septentrión.

Las misiones se promovieron como recurso para la evangelización y

sedentarización de los indios del territorio pero, Escandón se negó a su

fundación con dotación de las tierras cercanas a las villas españolas, pues

estaban prometidas a los colonos y, aun cuando las quejas llegaron hasta el

visitador José de Gálvez, sirvieron para apoyar la destitución de Escandón,

de cualquier manera las misiones no tuvieron el mismo desarrollo como en la

provincia de Coahuila, al contrario, los colonos se aprovecharon de las

misiones para proveerse de trabajadores vía congregas generando un rechazo

casi generalizado de los grupos indígenas, por ello fue que las misiones del

Colegio de Guadalupe las abandonó y pasaron a los frailes de las provincias

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94 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander

franciscanas de Zacatecas, del Santo Evangelio de México y de Michoacán, en

1766 (mapa 2).

Mapa 2 Colonia del Nuevo Santander hacia 1748

Fuente: Herrera, 1999

A partir de 1767, las nuevas misiones fundadas eran: Santander, Soto la

Marina, Aguayo, Burgos, San Fernando, Reynosa, Camargo y Padilla, Revilla y

Apuero. Además la provincia fundó la de Santillán, dependiente de

Santander, Nuestra Señora de África, dependiente de la de San Carlos;

Cruillas, bajo la dirección de Burgos; Concepción y Coriz de San Nicolás, que

reconocían como matrices respectivamente a Mier y Real de Minas. Estas

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misiones tuvieron el mismo fin que las del Nuevo León y por las mismas

causas (Chauvet, 1989: 77-78).

En conjunto, las provincias y custodias franciscanas, en Nueva España,

pueden contar con unos cuarenta y cinco miembros que dieron testimonio

con su sangre de la fe de Cristo, en esta suma no se incluyen a los mártires

de los Colegios Apostólicos, de los cuales, cinco corresponden a las

provincias de Coahuila y Tejas: un religioso anónimo, por haber sido

encontrado tiempo después de muerto, en Punta Santa Elena, cerca del

Saltillo, en 1578; ese mismo año, fray Giraldo de Terreros y fray Joseph de

Santiesteban fueron sacrificados en la misión próxima al presidio de San

Sabá, conocida también de San Luis de las Amarillas en Tejas; fray Martín de

Altamira que murió en 1607 al intentar evangelizar a un grupo de indios

quamoquanes cerca del río Nadadores; por último, fray Francisco de

Ganzabal, muerto en la misión de la Candelaria en 1752 (Sánchez Jiménez,

1984: 109-113).

III. Conclusiones

Con todo lo señalado hasta aquí se puede concluir que las misiones

representaron un factor determinante en la “pacificación” de los territorios

septentrionales de la Nueva España, pero para que se constituyeran en

fuente de población era necesaria suprimir la encomienda y la congrega ya

que resultaban un medio muy atractivo para los colonos para disponer de

mano de obra para sus tierras, pero también fue una institución que resultó

muy temida por los indios.

Por tanto, las misiones del Nuevo Reino de León fundadas poco más de 100

años antes que las de la Colonia del Nuevo Santander tuvieron el mismo

objetivo de pacificación y evangelización pero con establecimientos

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96 Las misiones y presidios del Nuevo Reino de León y de la Colonia del Nuevo Santander

diferentes, en el Nuevo Reino sirvieron de apoyo a las villas y compartieron

las mejores tierras, mientras que en Nuevo Santander se fundaron distantes

para no interferir tanto en los cultivos y el pastoreo como en las redes de

comercio de las villas de españoles y colonos.

Por su parte, se puede decir que el presidio sirvió de diferente manera para

cada una de las tres grandes zonas del territorio novohispano: la parte

mesoamericana, la parte chichimeca y la parte de la apachería. Para la

primera la versión tradicional europea se pudo aplicar con éxito (Fábregas,

1986); para la región chichimeca tuvo que ser ajustada contra bandas de

indígenas que desconocían totalmente a los españoles como soldados y en la

zona apache se enfrentaron con otros grupos de indígenas que eran

empujados por el avance de los angloamericanos, que ya conocían las armas

y que usaban el caballo con gran destreza. Por ello, no se puede sacar una

conclusión válida para el presidio como institución monolítica sin

contextualizarla.

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