entrevista del cronista mtro. josé martínez pichardo al lic. miguel

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ENTREVISTA DEL CRONISTA MTRO. JOSÉ MARTÍNEZ PICHARDO CON EL LICENCIADO MIGUEL GALINDO CAMACHO 1 Lic. Miguel Galindo Camacho (Foto de archivo) 1 UAEM. Sucesivas Aproximaciones de Nuestra Historia. Crónicas de la Universidad Autónoma del Estado de México. Tomo IV. Toluca, México, 2004, pág. 13 - 25

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ENTREVISTA DEL CRONISTA MTRO. JOSÉ MARTÍNEZ PICHARDO

CON EL LICENCIADO MIGUEL GALINDO CAMACHO1

Lic. Miguel Galindo Camacho (Foto de archivo)

1 UAEM. Sucesivas Aproximaciones de Nuestra Historia. Crónicas de la Universidad Autónoma del Estado de México. Tomo IV. Toluca, México, 2004, pág. 13 - 25

Maestro, ¿cuándo ingresó usted a la Universidad Autónoma del

Estado de México? Ingresé a la Escuela Preparatoria del Instituto Científico y Literario

Autónomo el 3 de marzo de 1948. En este momento, ¿cómo captaba usted el ambiente, el escenario

de maestros y alumnos? Bueno, desde luego, desde el punto de vista cuantitativo era mucho

más reducida la población tanto docente, como de alumnos, pero también podemos pensar que cualitativamente era importante, en ambas esferas tanto en los maestros como en los estudiantes, había calidad; los maestros se dedicaban a enseñar, poniendo todo su entusiasmo para hacerlo y sus conocimientos obviamente, y los alumnos sabían que venían a hacer un gran esfuerzo para cursar las materias que les darían los conocimientos suficientes para seguir adelante en su propósito de terminar primero la preparatoria y después ingresar a la facultad.

¿Como qué maestros notables de ese tiempo recuerda usted? Recordamos con cariño y reconociendo su calidad a Enrique

González Vargas, Juan Josafat Pichardo, a la Maestra María de la Luz López Guerrero, al profesor Olguín que enseñaba latín; todavía me tocó ver aunque no estar con él, al maestro Ramón Pérez que impartía la cátedra de Francés, que era muy difícil.

¿Recuerda usted algunos de sus compañeros preparatorianos? De los preparatorianos recordamos a muy pocos, a tres hermanos

Bernal Salinas que estudiaban el bachillerato de ciencias pero que compartían con nosotros, con los de humanidades, algunas materias que se estudiaban en común en ambos bachilleratos. Eran chicos muy estudiosos, muy bien preparados, muy entusiastas, con capacidad para hacer una buena carrera como la hicieron.

Cuando usted ingresó a la Escuela de Jurisprudencia, ¿cómo era el

ambiente estudiantil? Muy agradable, recatado, entusiasta, el estudiante era consciente

de su propósito, del esfuerzo que tenía que realizar y de todo lo que implicaba iniciar una carrera profesional un poco difícil en la que había que poner mucho entusiasmo. Las clases eran terciadas, se nos preguntaba siempre la clase anterior, había que poner un gran esfuerzo para seguir adelante, con exámenes muy difíciles, por regla general en su inmensa mayoría eran exámenes orales, con tres sinodales en muchos de ellos, y el alumno contestaba el contenido de tres fichas que sacaba al azar de la anforita, inclusive en las boletas que nos daban aparecían las firmas de los tres sinodales.

Yo me acuerdo que usted todavía practicó ese sistema. Sí, todavía, yo lo aplicaba con ustedes. Eran exámenes mucho más

difíciles; inclusive en las boletas que nos daban aparecían las firmas de los tres sinodales. Ahora es más fácil presentar el examen profesional que un examen de preparatoria de aquel entonces. Eso implicaba un estudio más arduo.

¿Eso era en los exámenes ordinarios? Sí, en los exámenes ordinarios, extraordinarios y a título de suficiencia.

No siempre eran con tres jurados, muchas veces, por alguna razón sólo se presentaba el profesor de la materia y uno más.

¿Qué otras actividades realizaban los estudiantes además de asistir a

clases? Actividades deportivas, culturales, conferencias, seminarios,

concursos de oratoria, en los que los jóvenes eran muy participativos. Como siempre hay quienes participan poco y otros que participan mucho.

¿Usted participó en concursos de oratoria verdad? Si, fui campeón de oratoria, en 1952 y 1953, primeramente de la

Universidad y después a nivel estatal. ¿Qué significaba para usted lograr el primer lugar en ese tipo de

concursos? Una gran satisfacción, en primer lugar significaba conseguir una

meta que personalmente me había trazado; y en segundo lugar, la satisfacción de participar con compañeros muy valiosos, que no solamente eran de la Universidad, sino de otros lugares.

¿Quiénes participaron con usted en los concursos de oratoria? Participaron conmigo incipientemente, René Sánchez Vértiz, él era

preparatoriano; Margarito Landa Castro, Enrique Díaz Nava y algunos chicos del país. Yo tuve la oportunidad de participar en eventos nacionales y en algunas otras entidades federativas, la generación mía fue una generación muy brillante y reconocida, “el más tonto fue Procurador de Justicia”. Conmigo participó Porfirio Muñoz Ledo o yo participé con él, como lo quieran decir, también con Miguel Covián Pérez. Como dicen “me quitarán el triunfo pero no la gloria” de lo que puedo presumir yo, no puede presumir mucha gente.

¿Cuál era la temática que se abordaba en esos concursos? Fundamentalmente los postulados de la Revolución Mexicana. La

postura de las naciones ante los conflictos de todo tipo: la paz, la validez del derecho internacional, el papel de la juventud en la vida de la sociedad y de la universidad, el papel de la universidad y la educación, los movimientos revolucionarios de México, las

confrontaciones ideológicas de la época de derecha e izquierda, o sea, idealismo y materialismo.

¿Cómo era la relación entre alumnos y maestros? Una relación cordial, respetuosa de ambas partes, teníamos la

posibilidad de acercarnos a ellos fuera de clase y desahogar nuestras inquietudes y dudas.

Y ¿cómo era el trato con las autoridades? Eran amistosas, normales, cordiales, aunque en un momento dado

hubo un problema en el que mi generación y yo participamos, pero en términos generales antes y después de eso, era de respeto a las autoridades, de apoyo hacia ellas; de apoyo de ellas a nosotros, dentro de las limitaciones que teníamos, de ellas como autoridades y nosotros como alumnos.

¿Podría platicarnos sobre el problema en el que usted participó? Sí, con todo gusto. En 1952 se llevó a cabo una huelga de la que fui

presidente del comité correspondiente, del comité de huelga. Como todo movimiento estudiantil y social empezó por una situación sin importancia que con cierto tino y buena voluntad, con deseo de resolverlo, se hubiera evitado el conflicto, porque los conflictos empiezan siendo muy pequeños, por cosas que no tienen importancia; sin embargo, después van creciendo y ya no es posible pararlos.

En este caso el motivo fue un gasto que tuvo la sociedad de alumnos presidida por Adolfo Estrada Montiel, al realizar un baile. Tenía un déficit de diez mil pesos, que la dirección del ICLA, no quiso apoyarnos para cubrirlo y ahí empezó a generarse el problema, ridículo, porque independientemente de las cuestiones administrativas, el problema era sobre todo que el Director en funciones había llegado sin tener arraigo en la comunidad universitaria, me refiero al Licenciado Mario Colín Sánchez, que era un hombre muy preparado, muy culto, pero que no tenía arraigo. Llegó de momento y obtuvo la designación por una elección un poco rara, en la que yo también interviene como consejero, entonces los jóvenes pensábamos en términos generales que se nos había impuesto pese a que participamos en la elección, en el Consejo Universitario, la designación la ganó el Licenciado Colín, por uno o dos votos, con un acto de habilidad de algunos maestros.

¿En contra del Licenciado Gaxiola? Sí, Francisco Javier Gaxiola era nuestro candidato de los estudiantes

que yo representaba como consejero universitario. Y, ¿sí lograron el apoyo de todos los estudiantes del Instituto? Tuvimos el apoyo total del estudiantado casi de todo el Estado de

México, porque a pesar de que las autoridades querían aislar a los estudiantes del Instituto, nuestros nexos, amistades, nuestros propósitos y

todo ello, nos permitió contar con el apoyo de todos, e inclusive en algún aspecto, con el apoyo de la Federación Estudiantil Universitaria y también con el de exalumnos.

Claro, aquí me brinqué de la elección de Mario Colín a la huelga, pero estaban íntimamente ligados, lo de Mario Colín “nos calentó demasiado, su llegada nos calentó, horrores”, pues ya en forma especial podría decirle que teníamos ganada la elección, nada más que algunos consejeros alumnos que eran profesores de carrera de algunas escuelas, nos retiraron su apoyo.

¿Serían de la Escuela de Pedagogía? Sí, de Pedagogía y de otras, eran amigos míos, pero nos hicieron

favor de retirar su apoyo a la hora decisiva; claro que habían tenido la advertencia que de no brindar su apoyo, los iban a mandar demasiado lejos a trabajar; no sé, de hecho yo perdí esta elección por un acto de novatez, porque estaba ganada la elección, inclusive un doctor que no recuerdo su nombre en este momento, nos felicitó públicamente, ahí en el Consejo, pero hábilmente el maestro González Vargas que sostenía la postura oficial, entre otros, con Benito Sánchez Henkel y además, pidió un momento de receso y ese momento fue mi tragedia y la de los estudiantes; porque ahí nos cambiaron las cosas, si la votación se hubiera llevado a cabo sin recesos, hubiéramos ganado, pero yo cándidamente acepté el receso, mis compañeros consejeros también, todo mundo aceptó y además se pactó una cosa, que hablaríamos después, nada más una persona de cada candidato presentando al candidato; inocentemente yo empecé a hablar del mío, sin ataques al otro como se había convenido, no así el maestro que representaba a Mario Colín, que bien que lo defendió pero, además atacó al nuestro y ahí fue cuando “me llevaron al baile” y ahí se generó el problema y quedó latente el resentimiento que surgió o resurgió cuando viene el problema de los diez mil pesos.

¿Cómo se resolvió el problema? ¿Cómo termina la huelga? Con la renuncia del director, de Mario Colín Sánchez, pero esto fue

un motivo de muchísimas presiones. El licenciado Mario Colín llamó a los universitarios a tomar clases durante la huelga en la Escuela Lázaro Cárdenas, entonces a mí se me ocurrió convocar a los maestros a nuestros cursos normales al Instituto, unos se fueron del lado oficial, pero la mayoría fue con nosotros. Nosotros salimos con carro de sonido a dar aviso de que las clases iban a empezar y todo mundo desorientado, no sabían si teníamos la bendición de un lado o si se había resuelto el problema; la verdad es que siempre “les comimos el mandado”; claro, esto me trajo consecuencias más tarde en la política.

La huelga duró varios meses y finalmente terminó con la entrega que hicimos del edificio al maestro Marcelino Suárez, con un acta muy breve, de la cual aún conservo la copia, que podría mostrárselas.

Aunque Mario Colín tenía trato con usted, cuando usted intervenía

en el consejo, incluso usted era muy respetuoso con él, hasta le manifestaba usted su amistad ¿no es así?

Sabe que cuando Mario Colín supo que yo era presidente del comité de huelga, me dijo: “Miguel compañero, si usted me hubiera dicho del dinero, a usted se lo doy, si se los hubiera dado"; entonces yo le dije: “licenciado, pero no es eso, se trata de la Universidad”. Mario era un hombre muy vigoroso, entonces dijo: “por mis pantalones, no” y a mí me lo dijo.

Bueno, y en ese momento Mario tenía una gran fortaleza, porque

tenía una influencia política increíble, ya que era uno de los preferidos de don Isidro Fabela, “Marito”, le decía, y luego con su hermano.

Claro, sí hasta vino Ángel Carbajal, secretario de Gobernación para que renunciara Mario Colín, para que se le apoyara, eso fue antes de la renuncia, un día antes de la renuncia.

Además les presentó un programa de trabajo, ¿no es así? Mario Colín era buen tipo, independientemente de todo, era un

señor de respeto, eso me queda clarísimo y los dos supimos reconocernos en nuestra valía personal, y nos lo dijimos a tiempo, yo se lo dije antes, le dije “mire licenciado yo le ruego entienda usted la posición de los muchachos, porque va a llegar el momento en que no vamos a caber los dos aquí, usted o yo, los dos no cabemos” y tuvimos muchas cosas, pero reconozco que fue un hombre de cultura. Después me encontré con cosas chuscas, un hombre fortachón que tenía Mario Colín...

¿No sería don Agapito Jaramillo? Tal vez, era un pelón, bigotón, no me acuerdo cómo se llamaba... Que durante toda su vida lo siguió... No recuerdo, pero resultó pariente mío “este cuate”, pues ni modo

no había alternativa, porque le dije a Mario “usted o yo, no cabemos los dos”. Debo decir una cosa, cuando en 1956, ya a cuatro años de la huelga, en muchos actos nos encontramos Mario y yo; los dos éramos muy abrazadores, llegamos abrazando a la gente, yo lo hago mucho, él también lo hacía; y en Tenango del Valle nos encontramos y se da la vuelta él en un acto de desdén diríamos, yo también me la di, pero en 1956 cuando fue la Primera Feria Artesanal, Industrial y Ganadera del Estado de México, en donde hoy se encuentran las instalaciones del Seguro Social, iba yo pasando con mi esposa, frente al stand de la Universidad, entonces camina Mario y me dice; “compañero venga por favor, quiero escuchar la opinión de mis amigos”, pues sí estaba duro, cuatro años atrás lo había hecho pedazos, él a mí no, aunque yo pagué las consecuencias después.

Maestro, ¿cuándo egresó usted de la Escuela de Jurisprudencia? Bueno, egresé en 1953 e ingresé como profesor en marzo de 1954 a

la Escuela Preparatoria con la clase de ética y al siguiente año ingresé a la Facultad, todavía del Instituto, “Instituto, perínclita cumbre”.

¿Cuáles eran los símbolos con los que se identificaban los estudiantes

del Instituto Científico y Literario? Los mismos de ahora, los de ahora son los genuinos del ICLA. Entonces, ¿podríamos decir que la UAEM no tiene símbolos propios? Sigue conservando la tradición extraordinaria del Instituto, porque el

Instituto era un santuario de cultura y de saber, había que quitarse el sombrero para hablar del Instituto, hablar con reverencia.

Maestro, usted que vivió la transición del Instituto Científico y Literario

a la Universidad Autónoma del Estado de México, ¿nos puede decir que tanto se sintió el cambio?

Podría decir que se sintió poco, no fue un cambio brutal, debo decir que dentro del proyecto que nosotros teníamos, estaba la creación de la Universidad. Se puede decir que nosotros fuimos los generadores de esa idea o fuimos unos de los generadores indiscutibles de esa idea, sin negar la existencia de algún otro; cuatro años después la hizo realidad el gobernador Sánchez Colín. La continuidad se daba en el sentido de que el último director del Instituto fue el primer rector de la Universidad.

Maestro, ¿qué significó para usted ser director de la Facultad de

Jurisprudencia? La realización de un hermoso sueño y el intento de cumplir con una

gran responsabilidad. Yo entré aquí como director por el apoyo unánime de los estudiantes, bueno, menos cinco o diez; yo pude darme el lujo de entrar a las sesiones de los alumnos a petición de ellos, siendo director, por haber sido propuesto por ellos, por haber sido el candidato de ellos, y podría decir que yo entré en contra del grueso de los maestros y en contra de la voluntad del gobernador del Estado, no era una voluntad gratuita como dicen, sino que además de lo personal que yo significaba, amigo de Hank, el gobernador Fernández Albarrán, tenía una idea, que es una idea vieja en la política: “los que contienden en un pleito, ninguno llega”; entonces dijo Fernández Albarrán: “ni éste, ni éste, esos no”, pero yo sí entré, claro a pesar de que del otro lado había varios contendientes, Caballero, Arana, había varios que estaban peleados con el grueso de los maestros, yo en la propia designación peleé con Sánchez Henkel, con Ortiz Álvarez quien era maestro mío en la huelga; yo batallé con ellos cuando eran mis maestros. Por eso digo que mis grandes triunfos de orador no fueron en la tribuna, fueron en esa huelga; ahí fue donde “me raye el penco” con mucho éxito, todos

creían que me aconsejaban, pero no, nadie me aconsejaba, mi puritita intuición me daba la idea de qué hacer y qué decir.

¿Cuáles fueron las principales acciones que llevó a cabo durante su

gestión como director? La revisión y actualización del plan de estudios, introduje la

metodología, se hicieron algunos estudios para establecer el doctorado, participó la Escuela en varios eventos nacionales con ponencias, en la realización de congresos como el de universidades lo hicimos aquí un poquito antes de que yo saliera, en el año en que yo salí, el congreso de la ANUIES.

¿Tuvo problemas como director? Viví muchos problemas, pero en sí no tuve problemas, obviamente

yo no fui candidato de los maestros, pero llevaba buena relación con la mayoría, claro a excepción de los que habían tenido la posibilidad de haber sido directores, llevábamos buenas relaciones, me empeñé por no hacer cambios de profesores. En el período y medio de mi gestión, respeté mucho la nómina de maestros, pensando que era la forma de obtener una continuidad aceptable; con los alumnos menos, aunque viví dos períodos muy fuertes de problemática estudiantil, que pudieron tener serias repercusiones en nuestra Facultad, como fueron el movimiento estudiantil que derrocó al doctor Chávez en la UAEM en 1965 y, posteriormente, los hechos de 1968. Los viví completamente, pero con el apoyo absoluto de los alumnos, pues eran unos cuantos, diez, quince, era el grupo de los que escuchaban a un muchacho de nombre Enrique, ya murió hace muchos años, capaz el muchacho, medio izquierdista, el grupo de De la Luz Plasencia; pero eran, vamos, cinco, seis, siete alumnos. También la lucha de Germán García Salgado por la Federación Estudiantil Universitaria pudo habernos causado algún problema, pero no fue así porque había un presidente de la Sociedad de Alumnos de la Facultad, Crescencio Pérez Garduño, muy “apantalonado”.

Ah, yo fui integrante de esa planilla, que encabezaba mi amigo de

siempre Crescencio Pérez Garduño, profesionista muy trabajador y destacado político.

Crescencio Pérez, un hombre muy enérgico que no dejó intervenir para nada a la Federación Estudiantil, y se pudo haberlo hecho porque aquí vinieron muchachos de la UNAM a tratar de alborotar, de continuar el movimiento de 1968, pero no lo lograron.

Crescencio Pérez recuerda con satisfacción que usted recibió de la

sociedad de alumnos apoyo para mantenerse en la Dirección. Totalmente, si no hubiera sido por el apoyo de los muchachos, quién

sabe qué hubiera pasado, porque en la mira de los hechos del 68 estaba la Facultad de aquí, inclusive yo tenía mi despacho en Juárez,

en el Edificio “Salgado”. Entre los muchachos que hicieron la huelga del 65, hechos muy dolorosos, estaba, Flores Urquiza del Estado de México, Danton Rodríguez, Sánchez Duarte y ellos trataron de poner su despacho en ese edificio, inclusive se “aventaron” la puntada de que yo les diera la firma como fiador en la renta, pero ellos venían con la idea de continuar los movimientos y luego ese movimiento fue el que generó el del 68, aunque ahora la culpa es de todas las autoridades, la verdad es que “quien la busca la encuentra” y los muchachos la buscaron y la encontraron, además bien movidos.

Maestro ¿qué diferencia encuentra usted entre los estudiantes de la

época en que usted estudiaba y los de ahora? Mucha, estudian muy poco los de ahora, fundamentalmente lo

superficial, pero de ello no son culpables los muchachos, es el propio sistema, las instituciones, considero que la cuestión educativa merece una revisión muy sería, desde la primaria. Hay mucha diferencia, nosotros fuimos alumnos de libro, recuerdo que había clases en las que teníamos que consultar varios libros, ahora los jóvenes parece que están divorciados de los libros, sus exámenes y todo lo preparan con base en pequeñas notitas y eso, claro, va haciendo comprimido el conocimiento.

Y además maestro, eran en libros y a veces en otro idioma ¿verdad? Sí, cuando yo empecé eran en latín y en francés. De los grandes

maestros que tuve yo en la Facultad, están el maestro Joaquín García Luna. Tengo una anécdota muy especial, usted sabe que aquí dio clases un abogado que era muy hablador, un hombre no inofensivo, porque era muy “hablador y viborita”, Durán Castro, y siempre andaba hablando. “Oye, aquí no conocen y no hay en todo Toluca quien conozca este libro”, me dijo un día, “mira, Miguel, el día en que sepan aquí en Toluca quién es Calamandrei, quién es Carnelutti, ese día no sé qué pasará porque los abogados de Toluca no saben su nombre”. Entonces yo le dije: “no sea hablador -afortunadamente llevaba yo mis papelitos- aquí tengo mis apuntes de la materia, y estos apuntes nos los entrega el maestro García Luna, aquí traigo a Calamandrei, para que no hable usted”. Así que esos maestros como García Luna, de esa talla moral y jurídica, vale la pena que les cite.

Y en cuanto a la Identidad Universitaria, ¿qué diferencia encuentra

entre ambas épocas? Había más identidad; ahora los alumnos piden permiso, no entran a

clase para ir a un evento cultural, pero en realidad va el 20 por ciento y lo mismo sucede si se trata de un evento deportivo. No sienten realmente lo que es la comunidad universitaria.

Y, ¿a qué atribuye esta situación, maestro? A que no sienten lo que es la Universidad, su comunidad universitaria,

les falta más cariño a su Universidad, identificarse con lo que son y lo que quieren, con lo que representan aquí como universitarios.

A propósito de esto, maestro, ¿cómo define usted al estudiante

universitario? A caray, ésta sí es una pregunta muy difícil; como un joven con

espíritu abierto, con deseos de aprender lo que es el mundo y lo que es el hombre en el mundo, con el propósito de captarlo en su Universidad. Por ahí dicen algunos que la Universidad es fábrica de profesionistas, no debe ser así, hay lucha de quehaceres, hablan de la Universidad a distancia, de que se debe acabar la clase monólogo, sobre todo entre nosotros, en las facultades y por más que se le busca no logramos establecer ese “chispazo” en que el alumno se percate y se compenetre sobre su verdadera actividad. Si los pone uno a estudiar temas, sólo lo hacen los que van a exponer, los demás ausentes; si exponen, la mitad del grupo -si les va bien- están escuchándolos, la otra mitad está en otra cosa; si ellos exponen sale peor, y no encuentra uno la verdadera forma de involucrarlos en algo que a la larga debe ser bueno para ellos, pues es a lo que vienen, se percatan cuando salen de ahí, entonces dicen “a mí me faltan estos conocimientos” entonces cuando se dan cuenta, desgraciadamente no hemos podido hacerles saber, entender que el tiempo en la Universidad deben aprovecharlo a maravilla, que el tiempo que están viviendo aquí es precioso, lo mejor porque son jóvenes con la mentalidad despierta que puede hacer que tengan una capacidad mayor para muchas cosas. Ahora también, la cibernética ha causado muchos problemas, ha traído mucho conocimiento, pero también muchísimos problemas. Hace unos días escuchaba yo en la radio que alguien decía que Amado Nervo era el autor de “Suave Patria”, cómo vamos a pensar en eso, qué hace el alumno cuando oye “Suave Patria” y luego dice esa es la verdad, es como la verdad de comprimidos cuando el alumno se suelta “el apuntito del maestro”, sin madurarlo, sin verlo.

Y, ¿cómo definiría al maestro universitario? Como la persona que pretende instruir e inclusive educar o formar a

jóvenes que tiene, obviamente, un campo del pensamiento similar al suyo aunque respetando las diferencias de opinión, los diferentes criterios.

Maestro, ¿cree usted que si los estudiantes conocieran la historia, los

fines, los valores y los símbolos de la Universidad, se identificarían más con ella?

Yo creo que sí, aunque también hay que reconocer una cosa, desgraciadamente estamos muy cerca de un país en donde la historia no se cuenta, las teorías valen poco y eso repercute en nuestro sistema

educativo; entonces, si es muy conveniente y muy necesario que sepan cuáles son sus raíces universitarias, sus raíces del pensamiento. Inclusive en nuestros programas de estudio venimos quitando teorías y los alumnos ayudan en esto, dicen: “queremos pegar adobes, que nos enseñen a pegar adobes y hacer mezcla, que nos enseñen a hacer un escritito o que nos den un expediente para ver como se litiga”.

Respecto a la escasa participación de los alumnos en los eventos

culturales, ¿cuál considera usted que es el problema? ¿Qué no hay espacios suficientes o qué no hay interés por parte de los estudiantes?

Son las dos cosas. En este proyecto de mejoramiento universitario, nunca debe olvidarse que es un binomio el de la enseñanza-aprendizaje y lo advertimos en esto: los alumnos vienen a clase y a veces no entran porque los profesores no vienen; es decir, eso implica que nosotros seamos más responsables, que no dejemos de ser responsables para enseñar con el ejemplo a los alumnos, que deben ser responsables y lograr con ellos el avance de los espacios; es probable que los espacios que están buscando ellos no son los adecuados, pero como dicen, de la discusión, de la polémica, del debate, sale la verdad y ellos pueden darle un cariz a algo que aparentemente para uno no tiene importancia, pero para ellos sí, porque están viviendo en una época un poquito diferente a la nuestra.

En el caso de los consejeros universitarios alumnos, ¿qué diferencia

encuentra entre los de antes y los de ahora? En la época nuestra no había propaganda, ni nada, no había

votaciones, eran consejeros los alumnos que tenían las más altas calificaciones. Yo tuve la suerte de ser consejero toda mi carrera.

En la encuesta que levantamos el semestre pasado, encontramos

que una de las quejas generalizadas de los estudiantes de nuestra Facultad es la falta de representatividad de sus consejeros universitarios, ¿a qué cree usted que se deba esta situación?

A que una vez que han logrado el cargo, los consejeros se van olvidando de sus funciones, de sus ofertas, o bien porque sus ofertas han sido muy pobres y ya no pueden atraer a los estudiantes, ya no los llaman, ya no tienen sentido; es decir, la pasión que le pusieron en la lucha por llegar al cargo, se pierde, se diluye y entonces ya no hay una unión que debe existir entre ellos.

Maestro, ante esta situación ¿qué tipo de actividades nos sugiere

usted, para fomentar la identidad entre la comunidad universitaria de nuestra Facultad?

Pues lo que están haciendo, quizá con más profundidad, una mayor unión entre maestros, alumnos, autoridades; es decir, una identificación plena pero real, empezando por la comunicación. Yo creo que algo muy importante, de lo más importante es la comunicación, si no hay

comunicación no hay nada. Ya lo dicen los versos: “asomaba a sus ojos una lágrima y a mi labio una frase de perdón, ella iba por un camino y yo por otro, pensando en nuestro mutuo amor, porque no hablé yo”. Es cierto, no hay comunicación, por qué se separaran los seres humanos, parejas, amigos, porque no hay entendimiento, porque ninguno o alguno no es capaz de reconocer, de decir “perdóname te ofendí, no quise ofenderte”, no tenemos el valor de decirlo, y eso va estableciendo distancias entre los seres humanos. La comunicación es de primer orden y no la comunicación cibernética, sino la comunicación personal, el respeto absoluto a la esfera, al espacio de actividades y de responsabilidades de cada quién; en donde la autoridad, el maestro sean respetados en sus límites, porque a veces como anda así “medio de lado”, y por supuesto que el alumno también, porque a pesar de su juventud tiene muchas inquietudes que estamos obligados a fortalecer, para que haya una plenitud, una coincidencia de entendimientos.

Maestro, algún mensaje que quiera usted dirigir a los jóvenes

universitarios, como usted sabe decirles, como usted sabe ordenar sus aspiraciones, por eso, fue campeón de oratoria.

Jóvenes: ¡luchen permanentemente por prepararse, para mostrar en todas partes y con mucho orgullo su Identidad Universitaria, su vocación humanística y su deseo de servir a la sociedad; esto implica un esfuerzo permanente para prepararse en la lucha cotidiana de estudiar, en el esfuerzo de entender a sus maestros y hacer lo posible por extraer de ellos el conocimiento que estos tienen, para que con toda dignidad ostenten esa Identidad Universitaria!