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Entrevista a Cristian Alarcón

"El oficio de escribir no siempre está hecho de buena voluntad"

Cristian Alarcón no es un periodista "canero", mote para la prensa reproductora de partes policiales, que se casa con sus fuentes uniformadas. Las crónicas de Alarcón, en cambio, hurgan entre la aristocracia del hampa y los "paracos" colombianos, sin ánimo de inventarse héroes.En esta entrevista, que se le realizó en el programa radial Sin Zapping, el periodista de Página/12 habla sobre sus retratos de personajes oscuros, despreciados, que no se relatan desde un prototipo ni desde un púlpito para señalar al otro, al extraño. Su primer libro Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, fue premiado en Nueva York con el Samuel Chavkin de Integridad en el periodismo. Ahora está terminando de escribir Tranzas, una novela de no ficción, sobre narcos de la Buenos Aires contemporánea.

P.- El Observatorio de Medios considera que Cristian Alarcón pertenece a una especie en extinción del periodismo: el cronista. Por su forma de escribir, por una serie de razones que mucho tienen que ver con los números y poco con la profesión, lo suyo es otra cosa, se está empezando a hacer notar por su estilo. ¿Todo esto tendrá que ver con el reconocimiento del cual goza hoy?

-Uno alguna vez soñé con eso. El oficio de escribir no siempre está hecho de buena voluntad. Hay que tener un poco de suerte, cruzarte con algunas circunstancias de tiempo y espacio. Que me llamen cronista me parece un elogio porque es cierto que hay dificultades en nuestro oficio. Se implantaron determinadas condiciones de trabajo en la década de los noventa y, cuando aparentemente todo estaría mejorando, estas condiciones siguen empeorando, sobre todo para los más chicos. Y justamente, los más jóvenes, los aventureros que son free lance desde los 20 pirulos, buscándose el mango por ahí, son los que más intenciones tienen de hacer crónica. Y es algo que después se pierde, a medida que te van estructurando según el rol que te toque cumplir en la máquina de hacer chorizos.

P.- En Nueva York, se sorprendió por la visión romántica que tienen los estadounidenses de América Latina. En ese contexto, ¿cómo cayó la historia de su libro sobre el Frente Vital, un pibe chorro?

-Se creó una relación muy cinematográfica. Es muy extraño lo que nosotros contamos. Mi libro habla sobre la pobreza, sobre la exclusión y desprejuiciadamente intenta acercar este relato a la mayor gente posible. Ellos agradecen ese tono, pero se sorprenden. No es Ciudad de Dios (película sobre la favela con estética publicitaria) porque el libro tiene otros códigos y otros lenguajes, pero la asimilan mucho.

P.- Hay un uso de otro tipo de fuentes en la investigación, otros términos ¿Cómo se genera esto?

-Una tarea de la crónica es el trabajo territorial. La única manera de construir un relato literario de un hecho real es lograr una investigación suficientemente profunda como para tener la vereda necesaria para construirlo. Básicamente trabajo con los conceptos de territorio y frontera, y de conflicto y tensión. En realidad, hoy una nota se hace en dos horas y si es posible, por teléfono. Cuando se empieza a rechazar la idea de moverse, embarrarse o pasar frío o calor en los territorios que no siempre son amables, eso le quita potencia a los textos que leemos en el periodismo. La capacidad de transformación de los lectores, que una idea los movilice, tiene que ver con una concepción ampliada que es la que recomiendan los maestros, Rodolfo Walsh, Enrique

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Raab, Tomás Eloy Martínez... Hay una tradición de quienes lo han hecho con los tiempos de la escritura literaria, el problema es cómo hacerlo en tiempos no tan largos.

P.- Estuvo en México DF, en San Pablo, Río, Lima, varias ciudades colombianas, entre ellas Medellín, considerada la ciudad más violenta del mundo. ¿Cómo fue acceder a esas fuentes en esa instancia?

-Los territorios se parecen mucho. En el caso de Colombia, ingresar a un territorio controlado por un ejército paralegal, como ocurre en Medellín, implica negociaciones previas, no es lo mismo entrar a la villa San Francisco a retratar la vida del Frente Vital donde hay zonas con ciertos dueños no formales, pero no una única cabeza que controla todo. Se establecen acuerdos previos, hay una reunión en un bar del centro con un capo paramilitar y su segundo, que es el jefe territorial de esas dos o tres manzanas. No se ingresa directamente, luego sí con un acuerdo hecho y con una conversación de dos o tres horas en las que ellos presentan sus cartas y uno presenta las propias, se logra cierta empatía y al mismo tiempo un acuerdo explícito sobre qué es lo que se va a trabajar, cómo va a salir publicado.

P.- ¿Ellos lo investigaron?

-Creo que ellos te miden como cualquier tipo capaz de hacerlo, porque se han pasado la vida midiendo a los demás, a ver a quién matan y a quién no.

P.- En la dedicatoria de "Cuando me muera..." agradece a los que lo dejaron entrar y también a los que lo dejaron salir.

-Es una cuestión de oficio. La salida es negociada también. En el caso de Colombia, se me terminaba el tiempo, me tenía que ir. Sabía que iba a tener que dejar una "vacuna", que es el peculio semanal que tiene que pagar cualquiera para vivir en los territorios. Hay un acuerdo tácito, nadie pide dinero para la entrevista, siempre hay un partido del Nacional que los chicos quieren ir a ver, o alguien que necesita ayuda para un parto. Yo lo entiendo así, para mí es de buena gente llegar a un hogar con algo en la mano y comprender el esfuerzo que hace el otro, lo que significa para ellos ser responsable de la seguridad de un periodista extranjero en un lugar así. Exige al menos una actitud agradecida por parte de uno. Entonces, hice mi aporte al partido del Nacional, y el almuerzo y la cerveza... Y fue muy bonito porque en la puerta del subte, arriba en el morro, Alexis (uno de sus entrevistados) se metió la mano en el bolsillo, sacó un reloj y me lo regaló. No me lo esperaba. Me dio cierta impresión porque no sabía de dónde había salido el reloj, el que haya leído la nota ("El nuevo orden", Página 12, 2 de abril de 2006) que cuenta muchos incidentes violentos puede tener una idea. Eso demuestra que hay un intercambio, las relaciones humanas no cambian ni con paramilitares.

P.- ¿Es necesario contar con cierta espalda para protegerse durante estas investigaciones?

-Me manejo con la verdad con absolutamente todas las personas que entrevisto, sea el asesino más asesino de todos. No hay una fórmula que no pase por los caminos de la dignidad, la entereza, la franqueza para poder salir vivo de cualquier situación. Cuando considero que es imposible de acceder por las buenas a un entrevistado, como en el caso del "Negro Sombra", ni siquiera me gasto. Hay que tener cierta práctica en detectar las zonas de peligro, no exponerse inútilmente, no vincularse con las fuentes más de lo necesario. Aunque, de alguna manera, la relación termina siendo afectiva, porque la empatía genera afecto y es necesaria para trabajar en la crónica y hacer inmersiones. Pero trato de recordarle siempre al otro que soy periodista, que vivo en el

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centro y tenemos unas diferencias importantes porque si no se crea una especie de falsa amistad que se puede volver en contra en cinco minutos.

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