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Borges y el tiempoTRANSCRIPT
La necesidad de una invención: la eternidad. La necesidad de Borges:
el tiempo.
“El circulo de Viena sostuvo que la metafísica es una rama de la literatura fantástica y
este aforismo que enfureció a los filósofos se convirtió en la plataforma literaria de
Borges.”
Ernesto Sábato
El tópico del tiempo para Borges es de gran envergadura, mucho más, quizás que para
los grandes metafísicos el tópico del Ser. El tiempo atraviesa todos sus cuentos, como
un fluido, un hálito que le da la misma literalidad a sus palabras (pues el lenguaje se
desenvuelve en el tiempo) hasta la última palabra desorbitante e impactante de muchos
de sus escritos (como el fuego que trata de consumir al soñador, tratandole de dar
finalización a su tiempo de vida, pero todo eso es fallido, pues él mismo es un sueño, él
mismo es fuego).
Como el mismo Borges escribe en sus ensayos, el tiempo tiene su correlato, la
eternidad. Al menos nosotros en éste escrito lo tomaremos como un correlato. Borges se
permite hacer una historia de la eternidad, un oximoron si nos atendemos a los
conceptos en sí mismos, pero a lo largo de la historia humana tanto el tiempo como la
eternidad se dijeron de muchas maneras.
En Borges en diferencia de muchos filósofos existe la necesidad del tiempo, no así la de
la eternidad. La eternidad puede ser pensada, pero si esta se lleva a cabo en la realidad,
o al menos unos de los atributos de la realidad, toma tal peso que ésta se transforma en
angustia invasora hasta para el lector mismo y no tan sólo a los personajes de sus
relatos. El consentimiento al pensamiento borgeano acerca de la eternidad lleva a que
los mismos pensamientos se vuelvan pesados materialmente, nuestra cabeza sólo
busque una almohada para descansar ante lo exhaustivo de esas palabras, como también
nuestros ojos busquen párrafos que den por concluido la ficción que se tiene en frente.
Borges escribe en la Historia de la Eternidad que el hombre necesita de la eternidad
para poder vivir entre tantos hechos fugaces, que ninguna cosa, suceso pueda
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permanecer igual tan sólo por un instante. Ni siquiera, como observa San Agustín,
podemos apresar el presente, pues cuando hacemos referencia a éste ya es pasado. Tal
necesidad no sólo es funcional a nuestra vida, sino también la eternidad funciona para
poder armar sistemas cosmológicos explicativos del mundo (como podemos ver en el
Timeo de Platón o en Plotino). Por último esta eternidad se vuelve el anhelo para
muchos hombres, tratar de conquistarla se vuelve también una necesidad. Todos los
intentos, como muestra la historia, han sido fracasos. Borges juega con esa posibilidad
de tener ciertos atributos de la eternidad en un mundo como el nuestro, sucesivo y
perecedero.
El relato al cual me remito es “El Inmortal”, allí la manifestación de la inmortalidad en
los hombres nos muestra un lado siniestro de la posibilidad de ser un pocos eternos. El
protagonista del relato, nos narra, al principio, cuando llega, luego de una intensa
búsqueda, a las afueras Cuidad de los Inmortales cómo es la vida de unos “trogloditas”
(que luego descubre que en realidad, ellos son los inmortales); “no me maravillé –nos
dice le narrador– de que no hablaran y de que devoraran serpientes”, seres
completamente simples y hasta en ese momento el protagonista del relato los considera
irracionales. Luego de pasar por un laberinto, en el cual hay que destacar que aunque en
la narración el paso por el mismo se muestre fugazmente, implicaba una cantidad de
tiempo considerable: “ignoro el tiempo que debí caminar bajo tierra; sé que alguna vez
confundí, en la misma nostalgia, la atroz aldea de los bárbaros y mi ciudad natal, entre
los racimos.” Cuando se adentró a la Cuidad de los Inmortales se dio cuenta que los
únicos arquitectos y constructores de la cuidad se los debía considerar dioses, una
cuidad “que su mera existencia y perduración, contamina el pasado y el porvenir y de
algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser
valeroso o feliz.” Esta obra realizada por las manos de los Inmortales aterra a quien la
ve, no es algo que cualquier ser finito pueda comprender o vivir en ella. Hasta es más,
luego se ser vista no se puede vivir de la misma manera, es toda una revelación, que
como toda revelación tiene mucho de misterio. Tal es la angustia que produce que
contamina todos los hechos anteriores a ella y posteriores a ella, está siempre presente,
en este sentido será eterna entre los tiempos.
Cuando el narrador, luego de salir de la Ciudad y convivir con los trogloditas, luego de
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que un acontecimiento tan ínfimo, la lluvia, le revelase que los trogloditas y él mismo es
inmortal (pues bebió de las aguas del río de la inmortalidad) se da cuenta de lo vano de
la empresa de la construcción de esa ciudad y más aun, de toda obra que emprendan los
inmortales, “ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues
ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal”; “nadie
es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy
dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio, soy mundo, lo cual es la fatigosa manera de
decir que no soy.” “Entre los Inmortales cada acto (y cada pensamiento) es el eco de
otros que en el pasado lo acontecieron, sin principio visible.” Tal caracterización de los
inmortales, tal que era posible encontrar a un inmortal en el cual “un pájaro anidaba en
su pecho”, en un sentido decir que la inmortalidad concede también una indiferencia
con uno mismo y con el mundo con el que lo rodea. El poder transitar por cualquier
porvenir en el mundo, no es tomado con entusiasmo, sino indiferentemente. Todo hecho
sucede, el Inmortal, prevalece. Él es mundo, pero no es mundo de sucesiones que
contengan sentido, sino de puras sucesiones de hechos y objetos sin brillo alguno, pues
todos perecen ecos de lo que acontece.
Lo único que da sentido a la vida de los Inmortales es la búsqueda del rio de la
mortalidad, es por ello que luego de siglos de búsqueda, nuestro narrador por costumbre
de tomar de todo rio que se le cruzase en su vida ilimitada, se reapropia de la
mortalidad, se siente vivo de nuevo. Es la muerta la que les da sentido a nuestra vida en
última instancia, es la que hace que todo lo que haya y hagamos tenga forma y sentido
para nosotros.
También podemos encontrar esta necesidad del tiempo, de lo fugaz, de la perdida en el
poema “Posesión del ayer” del libro de Los Conjurados. Es aquí, donde considero
donde mi tesis toma mayor fuerza, es el ejemplo más claro y rotundo.
El poema dice así:
“Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas
perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y
el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que
ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero
escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el
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que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos. Ilión fue,
pero Ilión perdura en el hexámetro que la plañe. Israel fue cuando era
una antigua nostalgia. Todo poema, con el tiempo, es una elegía.
Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera,
que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros
paraísos que los paraísos perdidos.”
Escrito ya en su vejez, Los conjurados data de 1985 y Borges muere al año siguiente,
podemos ver la fuerza que tiene la perdida y el tiempo mismo en la constitución de
Borges como Borges mismo. Las perdiciones de uno, nos dice Borges, son lo más
propio de nosotros, porque ya no pueden cambiar ya no esta esa posibilidad de que
sigan otro camino distinto al nuestro, están en nosotros, en nuestra memoria. Sólo
podemos tener memoria si las cosas y los hechos son fugaces, podemos constituirnos
como un “Yo” si tenemos memoria de las cosas y sucesos que nos pasaron a lo largo de
nuestra vida. Cuando “fue” y no “es”, no esta sujeta ni a la zozobra, ni a las alarmas ni a
los terrores de la esperanza. Así como el Doctor Yu Tsun, en “El jardín de senderos que
se bifurcan” cuando habla con el sinologo Albert y éste le revela el secreto de su
antepasado, la concepción del tiempo según su antepasado Ts'ui Pen: “Creía en infinitas
series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes,
convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan
o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades.” Bajo esta perspectiva
cada cosa en el mundo y hasta nosotros mismos comenzamos a bordear a la nada misma
ya que cualquier posible hecho es co-posible con otro por más que ambos sean
completamente contradictorios.
Si existiesen cosas eternas, o si nosotros fuésemos eternos la eternidad; en el primero de
los casos nunca podríamos adueñarnos de ello y de lo segundo, terminaríamos siendo
nadie como ya hemos mostrado en “El Inmortal”.
Se podría refutar la tesis expuesta aquí con otros escritos de Borges como es Sentirse en
muerte expuesta en Historia de la eternidad que explaya quizás, su propia
consideración de la eternidad: “Esa pura representación de hechos homogéneos […] no
es meramente idéntica a la que hubo en esa esquina hace tantos años; es, sin parecidos
ni repeticiones, la misma. El tiempo si podemos intuir esa identidad, es una delusión.”
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Aun dicho esto, para el mismo Borges esa experiencia que tuvo una sola vez en la vida,
es una “anécdota emocional.” La eternidad queda supedita a un suceso más del hombre
mismo.
Haciendo referencia a la cita de Sábato con la que comienza este ensayo, el tiempo es
considerado por Bergson como el gran problema metafísico, toda la metafísica gira
alrededor de poder explicar al tiempo. Lo que nos dice Borges, de diversas maneras, es
que para resolver ese problema hay que hacer literatura, desde allí quizás encontremos
la forma de poder convivir con el tiempo, si que haya una verdadera necesidad de un
correlato estable y permanente como la eternidad.
Bibliografía:
Borges, Jorge Luis, El Aleph en Obras Completas, Emecé Editores, Bs. As., 1984.
-----------------------, Ficciones en Obras Completas, Emecé Editores, Bs. As., 1984.
-----------------------, Historia de la eternidad en Obras Completas, Emecé Editores, Bs.
As., 1984.
-----------------------, Los Conjurados en Obras Completas **, Emecé Editores, Bs. As.,
1989.
Sábato, Ernesto, El escritor y sus fantasmas, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C/ Six
Barral, Bs. As., 2006.
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