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EncuEntro
dE dos culturas
Análisis del diálogo entre la cosmovisión prehispánica y la
cosmovisión judeocristiana, a partir de algunos elementos
simbólicos en el cuento “La semana de colores” de Elena Garro.
Por: Ernesto Ozorno Domínguez*
* Estudiante de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas, Uaemex, [email protected]
Ilustrado por: L. en D. G. Inda Anaiis Navarrete Durán, [email protected]
La intertextualidad produce significancia en la lectura literaria.
Está relacionada con la trascendencia de los textos y es un
elemento clave para la configuración de la literariedad.1 Esta
significancia posee una doble dimensión: reúne lo antiguo con lo
nuevo, la tradición con la actualidad, y expone la transcendencia de
otros textos, la validez de su sentido y su mensaje.
Según Gérard Genette hay tres tipos de relación intertextual: la
cita, el plagio y la alusión (1989: 10). Este último servirá de principal
herramienta interpretativa, entendiendo el término alusión2 como
“un enunciado cuya plena comprensión supone la percepción de
su relación con otro enunciado al que remite necesariamente tal
o cual de sus inflexiones, no perceptible de otro modo” (1989: 10).
A partir de este supuesto, se pretende analizar el encuentro de dos
culturas, el diálogo entre dos cosmovisiones antitéticas: la prehis-
pánica y la judeocristiana en el cuento “La semana de colores” de
Elena Garro. Los gestos, acciones y descripciones nos hablan de un
contenido profundo, distribuido en distintos niveles de sentido:3 en
el primero, el más inmediato se puede ver la traumática experiencia
de un par de “niñas güeritas” (84),4 en el segundo, se observa la inte-
racción de personajes de diferentes estratos sociales del periodo
1 Según Beristáin (2013: 304), se define como el carácter específico de la obra literaria; aquello que hace que una obra dada sea una obra literaria y no una obra de otra clase.
2 Consiste en expresar una idea con la finalidad de que el receptor entienda otra; es decir, sugiriendo la relación existente entre algo que se dice y algo que no se dice, pero que es evocado. En todas sus estructuras, la alusión constituye una referencia indirecta, sesgada, porque el referente está parcialmente implícito; requiere un lector erudito (Beristáin, 2013: 28-30).
3 Puntos de vista, según Guiberto de Nogent (Beristáin, 2013: 433).
4 Todas las citas del cuento “La semana de colores” corresponden a Garro, 2006, por lo cual solo se anota el número de página.
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novohispano; finalmente, en el tercero nivel se puede descubrir el
diálogo de dos cosmovisiones representadas por los personajes de
la historia, sus descripciones y acciones.
Desde la trama, se alude a un “espectáculo sincrético de carácter
ritual” (Rosas, 2014: 33). De igual forma, la caracterización de los
días, sus colores, pecados y virtudes apuntan al mismo desorden
carnavalesco que parodia al mundo del “derecho” (Rosas, 2014: 33).
Por otra parte, la colina de girasoles, desde la cual las niñas espiaban
a don Flor, corresponde con los montes del Nuevo Testamento: el
de las bienaventuranzas (Mt. 5:3-12), la transfiguración (Mt. 17:1-8)
y la crucifixión (Mt. 27:33). La tierra de la colina es símbolo de perte-
nencia al Nuevo Mundo; por eso, don Flor toma la rodilla de Eva
por largo rato, pues tiene la pierna llena de tierra de dicha colina. Y
afirma: “Tú no te vas. Tú te quedas en medio de estos días” (85). De
esta manera, Evita simboliza la esperanza en la Nueva España: un
nuevo comienzo, un empezar de cero.
Don Flor provoca controversia y dudas; podría ser, según la descrip-
ción de Doris Heyden, la representación de la antigua divinidad
mexica Tezcatlipoca: un dios voluble, intransigente, al que todos
temen y veneran (1989: 83). Sin embargo, él mismo se declara el
“dueño de los Días”, es el “Siglo” (95). En el libro del Apocalipsis se
lee: “Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, ‘Aquél que es, que
era y el que va a venir’, el Señor Todopoderoso” (Ap. 1:8). Por consi-
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guiente, don Flor es la contraparte de Jesucristo en la historia bíblica.
Las posturas y otros signos paralingüísticos5 justifican esta afirma-
ción; por un lado, Jesucristo establece un orden cósmico, mientras
que, por otro, don Flor instaura el caos.
No obstante, según nos dice el narrador del cuento, don Flor muere
al final y la semana se escapa. Esta ha sido reemplazada por la
Semana Santa y la concepción cristiana de los días, pero no deja de
estar presente en la conciencia histórica de aquellos que son here-
deros de una antigua tradición.
Sus repetidas afirmaciones sobre la gran cantidad de agua que
separa a don Flor de las niñas, Evita y Leli, simboliza la distancia
geográfica entre México y España, entre Tezcatlipoca y Jesucristo,
entre el Viejo y el Nuevo Mundo, entre los sacrificios humanos y el
sacrificio del Cordero.
Según Gloria Prado, las niñas aluden a Eva y Lilit, “(dos mujeres
míticas de la mitología judeo-cristiana) que entran y salen libre-
mente del Paraíso […], en donde el orden natural rige sobre espacio
y tiempo imponiéndoles una ley distinta a la humana que es la que
prevalece fuera del Edén” (1992: 49). Como lo afirma Luz Elena
Gutiérrez (1992: 24), las niñitas se rebelan ante la realidad y el orden
establecidos, que se encuentran representados a través de la figura
del padre que carece de nombre y de Felipe ii cuya figura resalta en
su carácter de defensor acérrimo de la fe católica (Rosas, 2014: 22).
5 Se refiere a los signos no verbales que acompañan la comunicación propiamente lingüística.
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En su visita a los cuartos de los Días, las
niñas son incapaces de oler, ver, escuchar
y sentir aquello que don Flor sí puede. No
obstante, los lectores, de la mano las niñas
y don Flor, observan elementos repre-
sentativos de la cultura prehispánica: el
maíz, las canastas de ixtle, los papalotes
con colas de colores, los pendientes de
cuentas azules, etcétera. Todos estos son
elementos prehispánicos femeninos.
El exterior y el interior son símbolos
importantes; el exterior está revestido de
blanco. Sin embargo es hasta que Evita y
Leli entran a la casa de don Flor cuando
logran percibir los siete colores del
arcoíris, signo de destrucción en la tradi-
ción prehispánica, según Espinosa Pineda
(2008: 2); todo lo contrario en la cosmo-
visión judeocristiana, donde el arcoíris
representa el pacto de la alianza entre la
tierra y el cielo, como lo reza el libro del
Génesis en su capítulo 9 (Rosas, 2014: 37).
Al término del cuento, después de visitar a
don Flor y conocer la Semana de Colores,
las niñas sufren una “metamorfosis”:
buscan la imagen protectora de Felipe ii,
figura que temían al principio. Evita y Leli,
dice el narrador: “terminan como pájaros
locos brincando de la Semana Santa a la
Semana de Colores” (96). En sus cabezas
resuena la voz de don Flor: “¿qué día es
el que necesitan ver en sangre?, ¿cuál,
niñitas, cuál?” (95-96).
“¿qué día Es El quE nEcEsitan vEr En sangrE?,
¿cuál, niñitas, cuál?”
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Este diálogo cultural no solo se da entre los personajes principales;
por ejemplo, desde el principio de la narración el color blanco se
menciona repetidas veces. Cuando al comienzo Rutilio llama a Tefa,
ella se aleja del lavadero, aquel lugar de servicio donde Candelaria
golpeaba las sábanas contra las blancas piedras en una blanca
mañana (77). Rutilio, Candelaria y Tefa parecen vestir de blanco;
sin embargo, en el interior de la casa todos conocen la paleta de
colores de los días: “¿qué día es hoy? [Rutilo responde] Para qué
quieren saberlo, si cualquier día es bueno para morir” (79).
Dentro de la tradición cristiana (en su liturgia), el blanco es símbolo
de la resurrección de Cristo, de alegría y paz. La Instrucción general
del misal romano indica que el color blanco se debe utilizar en el
Tiempo Pascual, las fiestas importantes y las solemnidades (Congre-
gación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 1969:
núm. 346).
El nombre de Candelaria alude a la fiesta de la presentación de Jesús
en el templo. Como personaje es mediadora, se encuentra entre las
dos cosmovisiones. Es fruto del sincretismo religioso: es mestiza.
Candelaria comienza narrando las acciones de don Flor: “Don Flor
le pegó al Domingo hasta sacarle sangre y el Viernes también salió
morado en la golpiza” (77). Sabe quién es don Flor y qué hace en
su casa redonda (imagen del espejo de Tezcatlipoca y elemento
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que refiere al tiempo divino: la eternidad); habla de eso, pero se
siente culpable hasta el punto de “morderse los labios” (77). El
narrador declara: “La criada [Candelaria] no se dignó a mirarla [a
Evita, cuando le interroga sobre su primera declaración acerca
de don Flor y los días], abstraída en su trabajo y en su canto” (77).
Por otro lado, el carácter polisémico y poético del que nos hablan
Gutiérrez de Velazco y León Vega (2006), los elementos que
conforman la expresión mencionada: “trabajo” y “canto”, puede
referir a la máxima de la vida monástica occidental comúnmente
atribuida a la Orden de San Benito: ora et labora, es decir, ora y
trabaja; la oración como canto y alabanza a Dios y la labor como
continuación de la obra creadora.
Después de lo expuesto, se puede ver claramente los elementos
donde ambas cosmovisiones dialogan. Se ha mostrado cómo, en
algunos personajes, estas visiones son completamente opuestas
(Jesucristo y don Flor); en otros, se mezclan (los tres criados), y, en
el caso de las niñas, cómo se encuentra lo antiguo con lo nuevo.
Un análisis más exhaustivo de estos elementos podría orien-
tarnos en la comprensión de la identidad del pueblo mexicano,
forjada en el choque abrupto de dos culturas, fraguada en el dolor
y el sufrimiento de un pueblo traicionado, invadido y conquistado.
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Referencias
Beristáin, H. (2013). Diccionario de retórica y poética. México: Porrúa.Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (2007).
Instrucción general del misal romano. [En Línea], Conferencia Episcopal de Colombia. Disponible en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccdds/documents/rc_con_ccdds_doc_20030317_ordinamento-messale_sp.html [consultado el 10 de octubre de 2017].
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Wenham, G. J., J. A. Montey, D. A. Carsón y R. T. Fance (1992). Biblia de Jerusalén. España: Desclée De Brouwer.
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