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(en)cuentros… historias que nos abrazan… ANTOLOGÍA DE CUENTOS INSPIRADA EN EL PROYECTO “En busca de una sonrisa” por alumnos de 4° año ESCUELA NORMAL SUPERIOR JOSÉ MANUEL ESTRADA Almafuerte

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(en)cuentros… historias que nos abrazan…

ANTOLOGÍA DE CUENTOS INSPIRADA EN EL PROYECTO

“En busca de una sonrisa” por alumnos de 4° año

ESCUELA NORMAL SUPERIOR JOSÉ MANUEL ESTRADA

Almafuerte

(en)cuentros…

historias que nos abrazan…

ANTOLOGÍA DE CUENTOS INSPIRADA EN EL PROYECTO

“En busca de una sonrisa” por alumnos de 4° año

ESCUELA NORMAL SUPERIOR JOSÉ MANUEL ESTRADA Almafuerte

PROLOGO

Si “RECORDAR” significa “volver a pasar por el corazón”, poner en palabras

relatos breves que transmiten historias de vida implica poner también el

corazón en retrospectiva. Permite vivenciar cada detalle y volver a colorear

esas viejas fotos del álbum familiar, borrando el matiz sepia con que tiñe el

tiempo.

Y si este diálogo de corazón a corazón tiene como interlocutores abuelos y

nietos, las palabras se llenan de sentido, las historias de afecto y la

comprensión mutua trasciende la mera palabra, para transformarse en una

narrativa escrita por dos almas en un único momento atemporal.

Ese es el valor esencial de esta antología, ni más ni menos.

“(en) cuentros, historias que nos abrazan”, comienza a gestarse en el proyecto

solidario “En busca de una sonrisa”, que desde hace 3 años llevan a cabo los

alumnos cuarto año de la Escuela Normal Superior José M. Estrada de la

ciudad de Almafuerte, visitando cada semana los hogares de día de la

localidad donde toman contacto con las historias de vida de sus residentes, a

quienes acompañan, y “abrazan” de muchas maneras.

Y ese abrazo intergeneracional, se replegó en esta ocasión a cada hogar dando

origen a estas 13 historias.

El espacio del aula fue el origen del desafío; el marco conceptual que lo hizo

posible, el espacio curricular Lengua y Literatura. Sus artífices, los alumnos de

Cuarto año de las orientaciones Ciencias Naturales y Comunicación, guiados

por su docente, la Prof. Ana Cecilia Ferrero quien puso raíces a esta antología.

Encontrarán Uds. Queridos lectores en este e-book, “(en) cuentros, historias

que nos abrazan”, 13 historias breves narradas en primera persona, con frescas

palabras de nietos adolescentes que redescubren a partir de ellas, a sus propios

abuelos.

13 historias situadas en tiempos distantes a su propia realidad, pero con

puentes concretos y firmes construidos por lazos de afecto, que los acerca y

fortalece.

Invito a Uds. A disfrutar la lectura de este primer e-book creado desde nuestra

Escuela, acercándoles retazos de la vida misma, en cada página.

Espero lo disfruten.-

Prof. Mara Cañas

ÍNDICE

1- La suerte de curarme 1

Pereyra, Martínez Ramello, Magi, Neser

2- La edad de las palabras 6

Olmedo, Antúnez, Clemente, Freítes, Ruiz, Storello

3- Eco 9

Tassinari, Vivian Sarubbi, Rodríguez, Jorge, Mongi, Mica

4- Toda una vida 12

Reyna, Tablada, Tablada

5- Un nuevo comienzo 14

Villegas, Zallio, Martínez, López, Mayle

6- Historias que nos llenan de recuerdos 17

Billegas, García, Ramallo, Martínez

7- Sola Soledad 19

Basualdo, Vallejo, Lombardi, Mazzoni, García

8- Recuerdos profundos 20

Angeleri Azategui, Fontana, Paglialunga, Pieroni

9- Un amor para toda la vida 21

González, Fernández, Lujan

10- “… y vivieron felices por siempre” 23

Báez, Brigas, Nieto, Tacorente

11- Aída 24

Nieto, Valverde

12- Recuerdos borrosos 27

Frenguelli, Arias, Nápoli Abad, Garay Krafik

13- Fuera Chicho 29

Gomez, Dalio, Agüero, Corvalán

LA SUERTE DE CURARME

Carla Pereyra

Clarisa Martínez Ramello

María Luz Magi

Samira Neser

Ana Enrici, abuela de Carla

Era una espléndida tarde de verano del 49, tenía tan solo 11 años, el sol

brillaba como nunca en Berrotarán, jugábamos con mis hermanos en el gran

pastizal rodeado de frondosos árboles, corríamos y gritábamos. Me sentía muy

feliz.

De repente un gran frío recorrió mi cuerpo como si me atravesara un rayo; no

me podía sentir peor, un fuerte dolor de estómago se apoderó de mi cuerpo.

Corrí hasta mi casa que quedaba a unos quinientos metros. Corría y corría,

parecía que la distancia era cada vez mayor y que nunca iba a llegar. Abrí la

puerta con las últimas fuerzas que me quedaban y grité para llamar a mi mamá

quien pegó un salto de la cama y vino hacia donde yo estaba

-¿Qué pasa hija querida?-Dijo ella con un gesto de susto

Le conté rápidamente lo sucedido cuando me dijo:

-Anda a acostarte que voy a buscar a tu papá.

Solo asentí con la cabeza, sentía que mi cuerpo se desvanecía, ya no podía

moverme. El sol empezaba a esconderse y sin darme cuenta caí en un

profundo sueño del que me despertó mi mamá unos quince minutos después

¡parecía que había dormido una eternidad! Abrí los ojos y vi a mi padre

sentado al lado de mi cama con los ojos llorosos. Lo primero que pude decir

fue:

-Ya me siento un poco mejor.

- Debemos ir al médico urgente – contestó él.

-¿Por qué? Si ya me siento mejor- dije, pero la verdad era que me aterraban los

hospitales y las clínicas, y no quería ni imaginarme pasar un tiempo ahí.

-Porque estás mal, tenés los ojos y la boca hinchada, y también un poco de

fiebre-dijo con un nudo en la garganta. Podía sentir que estaba muy angustiado

por lo que me pasaba.

2

A la mañana siguiente me despertó el ruido de las pisadas de los caballos al

lado de mi ventana, eso anunciaba que iríamos al médico. Ciertamente no

quería ir pero tenía que mejorarme y sentirme bien.

El viaje fue tranquilo aunque por momentos la fiebre regresaba y con ella una

jaqueca terrible, sentía puntadas como si me clavaran miles de agujas en mi

cabeza. Escuché a mi papá decir que habíamos llegado. Al bajar vi el gran

edificio pintado de amarillo, con inmensas ventanas y un camino de escaleras

para llegar a la puerta principal. A pesar que no me sentía segura de entrar tuve

que hacerlo. Por dentro el hospital tenía una gran recepción y un largo pasillo

lleno de puertas que seguramente eran de las habitaciones. Las recepcionistas

dijeron que el médico llegaría pronto, que debíamos esperar. La sala que me

toco era la “sala de niños”, era la última puerta de ese enorme pasillo.

Llegamos y vi a un montón de niños que estaban ahí por distintas razones,

algunos en sus camas, otros hablaban y otros jugaban a juegos de mesa.

Después de todo no se veía tan mal…creo que ya empezaba a gustarme y

sobre todo por la idea que podía jugar con ellos.

Después de un largo rato de charla con mi papá, de observar como jugaban los

demás niños y sentirme un poco mal llegó el médico que me atendería. El era

bajito, con pelo canoso y un poco pasado de peso, estrechó su mano, a lo que

mi padre hizo lo mismo y luego me saludo con una palmada en la cabeza, que

por cierto empezó a dolerme en ese instante. ¿A quién se le ocurre pegarle en

la cabeza a alguien que tiene jaquecas? Pensé. Pero no podía culparlo, el no

sabía nada de esto.

-Buen día doctor ¿cómo está?- habló mi papá.

-¡Buenos días! ¿Por qué están acá? Dijo amablemente.

-Es mi hija, no se siente bien. Respondió mi padre.

A lo que el médico le preguntó -¿Qué es lo que tiene?

-Tiene un terrible dolor de cabeza y un poco de fiebre, pero más temprano le

dolía el estómago también-Expresó mi padre con total seguridad.

-Muy bien-dijo mirado unos papeles.

Yo miraba su rostro y rogaba que no dijera que debía quedarme o algo por el

estilo porque como ya dije antes eso me aterraba. Y como si el maldito medico

me hubiera leído mi pensamiento dijo exactamente lo que no quería que

pasara.

Le dijo a mi padre que me internarían para controlarme y ver como seguían

mis síntomas. Llamó a una enfermera para que me preparara una cama en una

sala especial porque podía tener una enfermedad llamada tifus, ni siquiera

sabía de qué se trataba esa misteriosa palabra.

Mi padre me dijo que todo iba a estar bien y que él tenía que irse a casa para

avisarle a la familia y decirle lo que había pasado.

La agradable enfermera me guió hacia la “sala especial”. Esta sala era

diminuta, con una cama y una mesa de luz con un velador que iluminaba toda

la habitación. Me acosté allí y la enfermera se retiró. Cerré los ojos a causa de

la fiebre que subía, era como si me quemara, la piel me ardía. Solo se

escuchaba el sonido de las agujas de un inmenso reloj que estaba al frente de

mi cama, hasta que los ojos se me cerraron. Desperté sintiéndome mejor y vi a

mi madre por una ventana de vidrio, ella me saludaba con una sonrisa. Quería

saludarla y decirle que ya estaba bien, le hice un gesto que pasara pero ella

miró hacia abajo y movió la cabeza de lado a lado diciendo que no. No entendí

porque hasta que entró una enfermera, no era la misma que me había dejado en

la habitación. Tenía unos guantes, un gorro de médico y un barbijo que no me

dejaba ver su rostro. Al verme me dijo con cara sorprendida

-Al fin despertaste niña, después de tanto tiempo, veo que estás mejor.

-¿Que es lo que me pasa? ¿Qué tengo? Le pregunté desconcertada.

-La enfermedad que tenés se llama tifus- me respondió.

Yo seguía sin entender de qué estaba hablando hasta expresó:

-Estuviste quince días dormida-

-¿Qué? Expresé exaltada. Pensé que ella solo estaba haciéndome una broma,

que era imposible dormir tantos días y que me habría dado cuenta.

-Sí- Escuché que decía

-¿Podes llamar a mi mama? por favor-dije al instante

- Ella no puede venir, nadie puede acercarse, tu enfermedad es muy

contagiosa-

Ahí supe lo que pasaba, unas ganas de llorar vinieron a mí. Solo quería abrazar

a mi madre y decirle lo bien que me sentía y que la había extrañado

muchísimo.

La mujer se fue sin decir una palabra más.

Los días pasaron y yo seguía sin poder tener contacto con alguien que no sea

de la clínica. Vi al médico por ese ventanal, el saludaba a mi madre y le decía

algo, no pude saber de qué se trataba. Mi mamá sonrió y unas lágrimas

rodaron por sus mejillas. Se veía realmente feliz.

Golpeo la puerta y entró. Noté que el también estaba sonriendo. Supuse que

tenía una buena noticia. Y así fue, el dijo que habían conseguido penicilina, a

decir verdad no sabía de que se trataba. Últimamente no entendía nada de lo

que estaba pasando, los doctores hablaban de palabras que yo no conocía.

Pero continuó diciendo

4

- Tu papá ha viajado a Buenos Aires para conseguirla- Imaginé que había

hecho un gran esfuerzo ya que esa provincia quedaba un poco lejos de Rio

Cuarto, donde yo estaba.

El me inyectó ese líquido y me dijo que en unos días podía ir a la sala de los

niños, ya podía encontrarme con mi familia y que ya me sentiría mejor, pero

que no podría volver a casa por dos semanas.

Esas semanas fueron muy entretenidas, la pase muy bien, me hice amiga de la

mayoría de los chicos que estaban en esa sala. Nos dejaban salir a la vereda de

la clínica, ahí jugábamos, hablábamos, cantábamos y hasta hacíamos teatro.

Francamente me divertía mucho. Sentía que el hospital ya era como mi casa y

no quería irme nunca.

Llegó el día tan esperado por mi familia, por fin me darían el alta, eso dijo el

médico. Significaba que tenía que volver a casa. Sentí el alivio de mis padres

al escuchar decir esas palabras.

Por un lado quería volver, pero una parte de mi se quería quedar y jugar con

mis nuevos amigos.

A la mañana siguiente me desperté y me despedí de todos mis compañeros de

la sala, afuera me esperaban mis padres con mi hermano mayor, Oscar, que

había venido a la mañana. Mi papá saludó al doctor con un apretón de manos,

al igual que mi madre, ambos agradecieron. Yo lo saludé con un beso en la

mejilla. El susurro algo que aún recuerdo:

-Tenes suerte de haberte curado, no todos pueden hacerlo- Una gran sonrisa se

dibujó en mi cara.

Partimos rumbo a mi casa, en el viaje no podía dejar de pensar en mis

hermanos, al fin iba a verlos después de tanto tiempo. Al bajar del carro me

encontré con ellos, estaban parados como en fila esperando que llegáramos,

nos dimos un gran y cálido abrazo, los había extrañado tanto…En ese

momento me sentí realmente afortunada por haberme curado y poder estar con

mi familia. Debía agradecerle a mi papá por haber ido a Buenos Aires en

busca de penicilina. Eso fue verdaderamente lo que me salvó y me permitió

volver a sonreír y a jugar con mis hermanos.

LA EDAD DE LAS PALABRAS

Antúnez Julieta - Clemente Candela - Freites Lucía - Olmedo Julieta - Ruiz Luisina - Storello Francisco

Miguel Sánchez Gil nació un 16 de abril de 1935 cuando un otoño se

encaminaba a su plenitud. Vivió sus tres primeros meses en la localidad de

Almafuerte junto a sus padres de origen español Miguel Sánchez Cano y

Gabriela Gil Alarcón, en una pequeña vivienda muy próxima a su actual

domicilio, donde muchas veces fue el escenario de sus más importantes

vivencias.

5 de abril de 2015

Mi abuelo siempre me contaba las historias que había vivido de joven, pero

justamente hoy me decidí a preguntarle detenidamente cómo fue que llegó a

ser lo que hoy me pone tan orgullosa. Su familia no tenía un buen pasar

económico y debido a las necesidades, tuvieron que trasladarse a un campo a 2

kilómetros de la localidad de Los Cóndores. Allí presenció la llegada de dos

de sus hermanos, Agustín y Carlos, quienes lo acompañaron en su niñez.

Muchas veces, él cuenta anécdotas pero no siempre lo escucho muy atenta,

suelo pensar que suenan un poco aburridas, además, hasta siento que las repite

una y otra vez, pero luego me imagino que sería de mí sin las historias de mi

abuelito y mágicamente mi cabeza vuelve del viaje hacia el universo y mis

oídos se ponen en acción. Cuando se da cuenta que su historia se torna poco

interesante y yo no lo estoy escuchando, se enoja un poco, pero no lo hace

notar, solo saluda y se va.

Estaba almorzando en su casa, con él y mi abue Graciela. Como de costumbre

me invitaron a comer, saben que la polenta con queso es mi debilidad. En ese

momento, entre la concentración por la comida, los gritos de la Nancy

saludando desde la ventana y María la del barrio en la tele logré escuchar que

mi abuelo decía que de niño tuvo que mudarse varias veces, pero al final se

quedaron acá. Mi bisabuelo Sánchez Cano compró la librería que está enfrente

de casa, uno de los comercios más antiguos de la ciudad, creo que por allá por

el 1940. Mi abuela me contó que antes también vendían cigarrillos y juguetes.

Parece que viene de sangre esto de dedicarse al comercio, papá también vende

juguetes...

9 de abril de 2015

Ayer encontré en un cajón con mucha tierra, una carta.

6

“Querido abuelo, quien sabe donde estés, solo quisiera que pudieses verme y

te pongas tan orgulloso de mi como lo está mi padre. Estoy trabajando en la

gran empresa familiar junto con Agustín, a mi me tocaron las tareas

administrativas, ya que mi padre me ve como gran “el contador” de la casa.

Nos está costando bastante tiempo el negocio, y estuvimos pensando en

resignar nuestros estudios superiores, pero yo tuve la suerte de ir a la academia

de dactilografía y teneduría de libros. Me siento sumamente capacitado para

ayudar a mi padre con la administración del negocio. Ya cumplí mis 15 años,

recibí un gran regalo del tío Juan, y quisiera que lo vieras, tiene dos ruedas y

un manubrio, y me dobla el tamaño, es increíble…”.

No pude seguir leyendo, la abuela entró a la pieza y yo alcancé a guardar el

cajón casi como estaba. No quería que me viera hurgando entre sus cosas, creo

que no le gustaría, ni tampoco me arriesgaría a que me rete en frente del tío

Hugo, que vino a visitar a su hermano desde Santa Fe, sería una vergüenza

hacer ese papelón. Yo lo admiro mucho, es un gran ingeniero químico, el otro

día salió en la tele. De los cuatro hermanos Sánchez, él es el único que luego

de terminar el nivel primario en la escuela fiscal pudo hacer el secundario y

después recibirse en la universidad, un genio el tío!!!

13 de abril de 2015

Chusmeando un poco en el depósito de cachivaches que tiene mi abuelo en el

patio de casa encontré unas copas doradas y trofeos de los primeros puestos de

ciclismo. Yo todos los días lo veo al abuelito andando en bici, pero nunca me

imaginé que fuera tantas veces campeón. Y ahora que pienso, en la carta decía

algo sobre el regalo del tío Juan, capaz que de ahí viene la cosa…

También encontré un montón de libros del año del botón bumbula, y un par de

fotos con la data de febrero de 1974, eran la abue y el abuelito vestidos de

novios. En ese momento, ella ya estaba embarazada de mi mamá. Aparecían

en las fotos mis dos tíos Raúl y Gustavo vestiditos de traje, creo que en mis 15

años todavía no los vi tan arreglados como hace 40 años en esta foto…

16 de abril de 2015

Estamos en el campo festejando sus ochenta pirulos, es increíble que el

abuelito cada año se vea más joven. Vinimos sus nueve nietos a almorzar y a

pasar el día acá porque es uno de sus lugares preferidos en el mundo. Cada

tarde, a las 6 hace sonar una campana y desparrama las semillas sobre el suelo

para que sus compañeras las aves lo entretengan durante un rato. Es la única

persona que conozco que a

pesar de no creer en Dios,

sea tan espiritual y amante de

la naturaleza, el abuelito sabe

un montón sobre pájaros, y

bichos raros; en realidad

sabe un montón sobre todos

los temas, porque a pesar de

no haber estudiado, de

chiquito leía mucho, y

siempre que yo hablo con él

aprendo algo nuevo.

La abuela hizo una torta

enorme, es una genia cocinando. Mi vieja con los hermanos le regalaron un

árbol genealógico de toda la familia, le saltaron un par de lágrimas. Mis

primos y yo le escribimos una carta para desearle un feliz cumpleaños. Él la

publicó para sus amistades en internet y al final agregó “Esta es la familia que

me rodea, la cual me hace enormemente feliz”.

“Man on Verandah” – David Alexander Colville

8

“Eco” Paulina Tassinari, Gemma Vivián Sarubbi, Magalí Rodríguez, Yamile Jorge, Lucía Mongi, Natividad Mica

El atardecer después una tormenta, en el campo donde vivía Nilda, era dorado

y precioso; el sol anaranjado por la lluvia volvía púrpuras a las hojas mecidas

por el viento. Los horneros aprovechaban la humedad de la tierra para extraer

barro y construir sus casas, las golondrinas volaban por sobre las tejas

musgosas y los gorriones salían por fin a la lavar sus plumas en los charcos de

agua con barro.

El agua menguó las todavía altas temperatura de inicios de marzo y la siembra

crecía hasta convertirse en una brillante cosecha.

Mientras tanto, en el gallinero, Pedro se preparaba para carnear a ocho pollos y

salir con la carreta a vender en un costado de la ruta, en donde los viajeros no

rechazaban a un pollo de campo recién carneado. Su esposa Rosa preparaba el

agua caliente para las plumas y los cuchillos para las tripas y la cabeza.

En el interior de la vieja casa la hermana mayor, Nélida, descansaba luego de

mejorarse de gripe, que su madre curaba mejor que cualquier medicina con tés

elaborados a base de hierbas propias y naturales.

La más pequeña de la familia todavía se chupaba el dedo, así que le tocaba a la

mediana, Nélida, ayudar a sus padres con la tarea en el gallinero. A pesar de

que Pedro quería a sus hijas más que a las tierras que tanto sacrificio le había

costado conseguir, en su interior sentía un remordimiento por carecer de un

hijo varón que portara el apellido a través de las generaciones.

La pequeña niña de pelo castaño y ojos verdes prefería partirse la espalda

arando bajo el sol de mediodía o escamarse las manos recolectando verduras

que degollar a los pobres pollos y ver como la sangre escarlata se deslizaba

por el tronco del árbol, manando sin parar hasta que el ave dejara de aletear.

Pedro la mandó al interior de la caseta del gallinero, donde los pollos

cacareaban, para que le trajera al más gordo de todos. Ella caminó temblando

y se agachó despacio junto a uno que permanecía descansando junto al

bebedero, impasible, respirando rápidamente. Lo tomó entre sus manos y este

no se resistió, como resignado a su destino, los otros dejaron de cacarear por

un instante y a Nilda le pareció creer que era un silencio de despedida.

Ella decidió apartar la mirada mientras el ave moría, oía el golpe seco de sus

alas contra el tronco del árbol, tratando de liberarse. El grito de su madre

llamándola se mezcló con el sonido de los cuchillos afilándose y entonces

recordó que luego era el turno de los cerdos.

A la mañana siguiente, la actividad comenzó temprano con el cacarear del

gallo en las primeras luces del alba. Pedro tomó su estanciera y viajó hasta el

pueblo junto con sus peones para abastecer la casa mientras Rosa limpiaba la

galería y alistaba las cosas para regar la huerta. Norma y Nilda se prepararon

para ir a la escuela y desayunaron leche de vaca recién ordeñada, con la crema

espesa flotando en la superficie.

Corrieron hasta la tranquera saltando los charcos y jugaron una carrera hasta el

primer espinillo en la curva. Nilda siempre le ganaba a Norma porque era

mayor y tenía las piernas más largas, y para que no se pusiera a llorar tenía que

regalarle una flor o decirle que cuando creciera más podría ganarla con mucha

ventaja. Llegó un punto en el que no era posible ir por el camino sin empantanarse

hasta las rodillas por la lluvia, así que la más grande pensó un instante; podrían

tomar un atajo a través del campo, en donde la trilla no permitía que el barro

se acumulase. Tomó a

Norma de la mano y la

ayudó a cruzar el

alambre, mientras

caminaban, pasaron

junto a un granero en

donde salió un hombre

barbudo a espantarlas

con una horqueta,

gritando que no pisaran

su propiedad. Norma se

asustó y comenzó a gritar, así que Nilda la tomó entre los brazos y comenzó a

correr a través de la explanada, mirando sobre su hombro varias veces.

De repente, Norma pegó un grito y Nilda reaccionó justo a tiempo para frenar

en el borde de un aljibe abandonado, sin ningún tipo de señalización o borde

de piedra. El derrape de sus pies hizo caer algunas piedras por el agujero, y

varios segundos después, se oyó el eco de como caían en el agua.

Unos pájaros elevaron vuelo ante el grito de Nilda, que se quedó ahí

paralizada, mirando hacia la oscuridad total del agujero. Retrocedió un par de

pasos mientras su hermana lloraba asustada sobre su hombro y le tiraba de la

campera.

Llegaron tarde a la escuela junto al lago y su maestra les habló largo y tendido

sobre lo malo que era llegar tarde, sin embargo, Nilda sólo podía pensar en

10

que hubiera pasado si se hubieran caído y jamás las hubieran encontrado, casi

podía sentir el agua fría rodeándola y eco de su propia voz pidiendo auxilio.

TODA UNA VIDA Valentina Reyna, Micaela Tablada, Fausto Tablada

Con 64 vueltas al sol, hoy tengo el placer de recordar mi vida, que como toda,

tiene buenos y malos momentos, estoy orgullosa de decir “Esta es mi vida”.

Nací un 20 de Marzo de 1951, sí, como pasa el tiempo. Tuve el pacer de nacer

en Almafuerte donde transcurrí mi vida y hoy sigo. Divina Felicia Campana y

Mario Vicente Marinsaldi tuve la suerte de que sean mis pilares al comienzo

de mi vida, mis padres.

Fui su primera hija, pero no acababa ahí, tiempo después llegaron al mundo

ellos, Daniel, Eugenia, Alejandra, Vicente Felipe e Isabel, mis hermanos.

Por los viajes de mi papá, que su oficio era camionero y el trabajo de ama de

casa aprendí a cuidar a mis hermanos, debo admitir que me gustaba, me

entretenía con ellos, el ir a la plaza, jugar, aprende cosas nuevas, son cosas que

nunca me voy a olvidar, pero también tenía que ir a la escuela, fui hasta 3°

grado a la primaria “Remedios Escalada de San Martin” hasta que en 4° me

mandaron a un internado, “Leo Bovisio” se llamaba. Tuve la suerte de volver a

mi querida primaria, la “Remedios”.

Al ser tan numero mi familia, a los 15 años, tuve que brindar una mano y

decidí trabajar, tuve la experiencia de trabajar en una tienda, a las 07:00 de la

mañana, con frio, calor, lluvia y todo iba, orgullosa de saber que mi esfuerzo

era valorado, salía a las 13:00 hs de trabajar, pero mi día no terminaba, debido

a que entraba nuevamente a las 14:00 hs y salía a las 21:00hs. Ese año me dejó

uno de los recuerdos más lindos de mi vida, mi fiesta sorpresa de 15, fue algo

inolvidable. Si nos ponemos a hablar de anécdotas, podríamos estar un largo

rato, pero una de mis favoritas fue el día que le saqué el Jeep a mi papá sin

permiso, me sentí una genia, pero, como dice el dicho, no todo lo que brilla es

oro. Sí, lo choqué, no sé cómo, pero lo choqué, pero bueno, mejor dejemos la

anécdota ahí.

Luego de años, el tiempo pasaba y mi papá no me dejaba salir de noche, como

dirían los jóvenes ahora, de “joda”. No se crean que era por lo del Jeep, pero si

ustedes tuvieran un padre de los de aquella época seguro que me entenderían.

Pero no se preocupen, me las arreglaba, cuando quería salir, mi hermano

Vicente, “Tito”, me esperaba en la esquina mientras yo me escapaba por la

ventana. Sinceramente son recuerdos que nunca quisiera borrar de mi mente y

de mi corazón.

12

A los 20 años conocí a mi marido,

luego de unos años nos casamos. Si en

si en mi infancia mis padres fueron mis

pilares, en esta etapa de mi vida,

construí cuatro pilares vitales, los

pilares más importantes de mi vida,

mis cables a tierra, la bendición más

linda que una persona puede tener, mis

4 hijos: Mariana, Paula, Adriana y

Marcos, que fueron y son lo más lindo

y bueno que tengo. Y si era poco tanta

felicidad en un párrafo, llegaron mis 7

nietos, Matías, Valentina, Candela,

Brunella, Julián, Tomás y Nicolás. No Irene Mary Marinsaldi, abuela de Valentina

me alcanzan las palabras para describirlo, los adjetivos no bastan para explicar

que son unos maravillosos seres, que con una mirada me brindan la fuerza que

a veces no encuentro en ningún lado.

La verdad, la historia de mi vida es esta. Esto es lo que soy. Gracias a vos, y a

todo aquel que formó parte de ella, tanto en lo bueno y en lo malo, porque de

lo malo se aprende, todo sirve para crecer como persona. Gracias a Dios hoy

puedo decir que me encuentro bien. Que logré objetivos en mi vida, y que las

piedras que crucen en mi camino o en tu camino, siempre, pero siempre es

posible saltarlo, esquivarlos y que la clave del éxito es la humildad.

Un nuevo comienzo Lucas Villegas – Antonio Zallio – Juan Pablo Martínez – Agustina López – Collins Mayle

Una fría mañana del 12 de junio, nació una hermosa beba llamada Juana Lucia

Greggio, quien pasó toda su niñez e infancia junto a sus dos hermanas en la

hermosa ciudad de Río Tercero. Su madre falleció a los 28 años de una

enfermedad terminal, como lo es la leucemia. Este es el recuerdo más triste de

su infancia. Su padre tuvo cinco hijos más, además de las dos hermanas de

Juana.

Estudió en el colegio primario hasta los doce años de edad; luego de

terminarlo, no tuvo más opción que abandonarlo. Trabajó en un almacén por

más de diez años. A los 23 años, Juana conoció a su primer amor, duradero

como un atardecer de verano. Y después de tres hermosísimos años de

aventuras, se casó y se fueron a vivir juntos al campo. Allí tenía todo lo que

había soñado: enormes helechos

que rodeaban el gigantesco

patio, una casa tan hermosa

como humilde, plantas de todos

los matices de verde y hermosas

flores rojas en cada puerta de las

habitaciones.

En esa hermosa granja vivieron

aproximadamente 11 años, en

ese tiempo tuvieron 2 hijas:

Silvia y Mónica.

Albert Anker

En 1958, luego de un tiempo en el campo, se mudaron a San Agustín por

asuntos de trabajo. Ella se dedicó a ser ama de casa y una delicada modista.

Allí vivieron en otra casa pequeña pero hermosa y tantas memorias quedaron

guardadas en aquella casa, que no tendría tinta para escribirlas a todas.

Después de los 23 años que vivieron en la ciudad de San Agustín se mudaron a

Almafuerte, donde vive actualmente, para estar más cerca de la familia y poder

pasar más tiempo con sus queridas nietas. Paso de una pequeña casa, a un gran

hogar donde comparte hoy en día con sus hijas y nietas.

14

“Historias que nos llenan de recuerdos” Natalia García, Tatiana Billegas, Melina Ramallo y Gustavo Martínez

Esta es la historia de Elvira, una viejita alegre y sencilla que recuerda sus años

con emoción y nostalgia.

Corría los años 20, y sus primeros juegos comenzaban en sus días...muñecas

de trapo, comidas imaginarias, reuniones con amigas alegraban sus

atardeceres. Con el paso del tiempo sus juegos fueron cambiando; entre ellos

recuerda con mucha risa la carrera de embolsados: -“si nos habremos caído”,

resuena con añoranza- al igual que al huevo y la cuchara, las escondidas y

tantos otros que ya su memoria no le permiten vislumbrar. Lo que si puede

darse cuenta es de que hoy, los mismos, han cambiado...y mucho. Ahora

piensa y dice extrañada: - “en el día de hoy están esas cosas llamadas celulares

y computadoras y los niños se pasan días enteros con ellos. Parece que tienen

como regla estar en silencio,

porque le preguntas algo y te

hacen callar”.

Flores para el Abuelo, 2000.

Su primera comunión fue a los

once años, lucia para ese entonces un hermoso guardapolvo blanco, medias

tres cuarto y zapatos de charol. En sus ojos asoma una lágrima, la melancolía

la envuelve nuevamente.

Otras de sus historias fantásticas es las de un día de tormenta, el cual habían

salido de compras en la citroneta de una de sus hijas, el barro y los pozos por

lluvia hacían imposible el transito. Su hijita menor, sentada en el asiento de

atrás cantaba alegremente al compas de las gotas que caían sobre el techo del

viejo vehículo. Cuando llegaron a destino, para sorpresa de todos, Normita, la

pequeña de tan solo siete años, no estaba. Al principio el miedo las paralizo

pero rápidamente se dieron cuenta que en unos de los grandes saltos por los

profundos pozos habían hecho que la puerta trasera se abriera y Normita

cayera al suelo. Por suerte solo habían transcurrido unos escasos momentos,

volvieron rápidamente y ahí estaba la pequeña sentada en medio del barro. La

risa fue imposible de contener...

El tiempo pasa pero muchos de sus relatos perduran en su corazón. Un

corazón enmudecido por el tiempo que dejo cicatrices y juegan en su

imaginación que a veces se confunden y mezclan entre la verdad y la fantasía.

16

“Sola Soledad” Basualdo SAMUEL - Vallejo JORGE - Lombardi Abella LUCA - Mazzoni MAXIMILIANO - García MARIANO

Su nombre es Soledad, bellísima mujer nacida en la hermosa ciudad de

Hernando. Su infancia fue un tanto complicada debido a muchos problemas

familiares y, otros tantos, económicos. Eso la llevo a tener que irse a vivir a la

ciudad de Almafuerte a los 7 años de edad.

Su educación fue muy corta. No fue un

transitar tranquilo por la escuela primaria sino

que tuvo demasiadas complicaciones. La

razón es simple: lo vivido de niña.

En cambio en el amor, fue “premiada”. A

pesar de haberse casado con tan solo 17 años

pudo encontrar a un hombre que la valoró, la

respetó y la cuidó por muchos años. Pero a los

75 años de edad, enviudó y la soledad volvió a

tocar su puerta.

En la actualidad, “la señora Soledad” tiene 88

años y espera …, en un geriátrico de la ciudad

de Buenos Aires, espera…

Vincent van Gogh

Recuerdos profundos

AngeleriGonzalo

FontanaAgustina

PaglialungaNatalia

PieroniNatalia

Fotografía de SusanSontag

Susana relata la historia de su pasada vida, trayendo a la actualidad los

inmensos recuerdos acerca de las historias y momentos felices vividos junto a

su familia y seres queridos.

Desde muy pequeñita, Susana atravesó por sucesivos cambios rotundos por

razones laborales de su querido padre, como mudanzas a diferentes pueblos

en la provincia, en donde lo difícil era abandonar aquello que ya había

construido. Pero implicaba conocer nueva gente y reconstruir el pasado,

cambiar de colegio, y atravesar nuevas experiencias. A pesar de estos cambios

constantes, pudo pasar por esta situación con agrado y felicidad, compartiendo

con sus personas cercanas su mejor infancia. La adolescencia de Susana no fue

del todo común. No cursó la secundaria pero daba clases de dactilografía y

asistía a clases de bordado, lo que la apasionaba y la hacía sentir bien. Pasaba

la mayoría de su tiempo con sus queridas amigas, compartiendo charlas,

juntadas y salidas. En una de estas oportunidades, conoció al amor de su vida

con quien se casó y comparte miles de recuerdos. Con Armando tuvieron 4

bellos hijos los cuales le brindaron la alegría de poder ser abuelos. Susana vive

por su familia la cual la llena de compasión, felicidad y ánimos.

“Pase por muchas cosas en mi vida, pero con esfuerzo y valor logre esta

familia hermosa y una vida llena de lindos recuerdos.”

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“Un amor para toda la vida” Ceila González, Micaela Fernández, Sebastián Lujan

Pintura de Francisca Ros Nicolás.

María Paulina Bosco nació el 7 de abril de 1949 en San Miguel de Tucumán.

Su madre se llamaba Clara Mateu y su padre Pedro Bosco. Tiene un solo

hermano, Miguel Angel Bosco. Su vida transcurrió en el circo ya que su

abuelo Angel Bosco era dueño del circo “Stadium” donde ella nació y se crio.

Paulina trabajaba en el circo haciendo obras. Como el circo viajaba de pueblo

en pueblo, ella fue a distintas escuelas y a lo largo de su vida conoció hizo

muchos amigos.

Un día, visitando Salta- Tartagal, conoció a Osvaldo González quien hoy es su

esposo. Esto sucedió a mediados de los años 60. Se conocieron cuando el circo

visito ese lugar, él trabajaba en una panadería, tenía 17 años; ella apenas doce.

Se conocieron, se enamoraron y luego de 7 meses de estar de novios, el 3 de

Agosto de 1962 se casaron. Ella abandono el circo por él y se quedó a vivir

allí, aunque su madre no estaba de acuerdo.

Después de 1 año de estar casados el 27 de Junio de 1963 nació su primer hijo

llamado Luis González y a los 2 años decidieron separarse porque, él era muy

celoso, controlador y vivía de fiesta en fiesta. Y ella volvió al circo con su

padre y allí estuvo hasta que el circo se quedó estable en Santiago del Estero.

Allí donde conoció a un hombre, con quien formó pareja y tuvo una hija a

quien él abandonó antes de nacer. María estaba muy triste entonces su madre

se hizo cargo de la pequeña y dejaba que María la tratase como su hija, sino

que quería que la tratase como su hermana. La niña creció creyendo que su

abuela era su mamá, y su madre su hermana.

María Paulina Bosco abuela de Ceila

Al tiempo, vuelve con el circo a Tartagal y se vuelve a encontrar con su ex

pareja. Su primer hijo, Luis, ya tenía 6 años y el amor los vuelve a encontrar.

Él se viene con el circo, con su mujer y un hijo. Dejó a su familia por ella, dijo

que nunca la había olvidado y volvieron a estar juntos hasta el día de hoy,

nunca más se separaron.

Actualmente viven juntos con su hijo de 33 años, su nuera y sus dos nietos. A

pesar de tantas idas y vueltas el amor todavía existe. Él está ciego hace 9 años

y ella lo acompaña día a día.

Ellos son felices a su manera y con la familia que lograron formar después de

tantas cosas vividas.

“… y vivieron felices por siempre” Gisela Báez, Micaela Brigas, Agostina Nieto, Wanda Taccorente

El 11 de Julio de 1953, no fue un día como cualquier otro. Ese soleado día de

invierno nació en Victorica La Pampa, Ester Balmaceda. Nació en un campo

llamado La Gladiola. Su padre era un hombre de dinero, dueño de un campo

que tenía empleados para hacer trabajar las tierras. Tenía yeguarizos, lanares y

bovinos. Su infancia estuvo llena de buenos recuerdos con los animales y le

gustaba andar en carreta con sus cuatros hermanos.

A sus 8 años de edad ingreso a una escuela hogar, hasta sus 14. Cuando salió

de la institución, vivió con uno de sus hermanos y cuidaba de sus sobrinos. De

muy joven se fue a estudiar a la ciudad Buenos Aires, pedicuría y manicuría,

en una institución de belleza, muy frustrada no logro terminar la carrera

debido a que no se acostumbró a la ciudad y volvió a la capital de su provincia

de origen, La Pampa.

Una tarde de Noviembre, Ester caminando por la ciudad se cruzó con un

apuesto hombre, alto con ojos azules y cabello castaño. Así se enamoró a

primera vista de su actual marido Jorge Del Ruiz. Tuvieron un noviazgo

apasionado y pasado el tiempo se casaron.

Ella vestía un vestido blanco con el pelo recogido, era el look de esa época, los

setenta. Brillaba por su hermosura.

Fruto de su amor, Ester quedó embarazada de joven, tuvo su primer bella niña

y decidió llamarla Stella en homenaje a su madre. Jorge dado a que la familia

se agrandó decidió comprar su primera casa propia.

Trabajando juntos, de a poco

progresaron y lograron alcanzar sus

metas.

-Abuela, ¿Cuál es tu mejor

recuerdo?- Le pregunte.

-“En 1993, mi hija mayor, con 40

años me hizo abuela” Respondió,

con una hermosa sonrisa.

Ester y Jorge, abuelos de Micaela

20

Así llegó el primer nieto, llegaron las alegrías y luego tres nietos más, a

quienes les dedicó todo su amor.

El tiempo pasó y la familia se hizo cada vez más numerosa. Siempre

mantuvieron la hermosa costumbre de juntarse todos los domingos a almorzar

y de festejar los cumpleaños en la casa de los abuelos.

“… pensar que en mi familia éramos cuatro y ahora somos diecisiete…”

Ella disfruta de su vida plena junto a su marido, quien la acompañó en cada

momento:

“… estoy feliz de ser una abuela de tantos nietos que amo y de una biznieta.

Como así también estoy feliz de tener a mi esposo tan feliz como yo con toda

nuestra familia…”

Se puede decir que la abuela es una persona de carácter fuerte pero muy

simpática, a ella le gusta estar rodeada de buena gente, amigos, le gusta viajar,

conocer nuevos lugares y su especialidad está en la cocina, hacer tortas y

comidas. El abuelo es un hombre que tuvo una vida dura, fue fuerte pero hoy

en día su cuerpo ha cambiado, pero siempre quiere seguir haciendo algún

trabajo en su casa o ayudando, Jorge tiene una personalidad muy tranquila, es

respetuoso y serio.

Ahora están de paseo por Almafuerte, visitando a su hija mayor y disfrutando

de hermosos momentos como les gusta junto a todos sus nietos, ellos viven

solos en una casa muy grande en Santa Rosa La Pampa. Han pasado toda una

vida juntos llena de buenos recuerdos y solo les queda explorar sus últimos

años de vida, disfrutando con amigos, con toda su familia y experimentando

nuevos viajes.

“AIDA” Camila Nieto – Magalí Valverde

El lugar de mi nacimiento es La Cruz, mis padres son Leonardo Bustos y

Rosario Salgado son también de La Cruz. Nací un día lluvioso que, según mi

mamá, fue el mejor día de su vida a pesar de todo lo que sufrió durante el

parto. Al poco tiempo me mude a El Quebracho, un barrio más de la localidad

de Embalse; allí pase casi toda mi vida hasta cumplir mis 17 años. Cursé hasta

tercer grado de la escuela primaria.

Vivíamos en una humilde casa, en el campo, me gustaba porque había muchos

animales y cuidar de ellos era una de las tareas que más apreciaba hacer.

Un día mi mamá estaba poniendo semillas en unos plantines, mientras yo y

mis hermanas jugábamos a las escondidas disfrutando del sol. A mi me

llamaba la atención lo que hacía mamá, y no tuve mejor idea que arrancar las

semillas. Ella se enojó mucho y recibí una cachetada como escarmiento.

Tenía un gran amor a las gallinas, amaba darles de comer y cuidarlas, pero un

día, Rosario, mi mamá, me mandó a que le agarrara a una gallina para recoger

los huevos, pero se me acerco el gallo furioso y me pico la cara. Corrí muy

asustada hacia mi casa, el animal me había provocado una herida muy

profunda en el rostro y por esa razón me llevaron de urgencia al hospital más

cercano que se ubicaba en Almafuerte. Mientras iba en camino al hospital veía

como el cielo se oscurecía, eran las 19:30 y todavía no llegábamos. Sentía un

dolor profundo y derramaba demasiada sangre. Al llegar al hospital me

desvanecí debido a que estaba asustada por la sangre que había derramado.

Pero todo salió bien, me curaron y cuidaron. A pesar de eso jamás deje de

amar los animales porque sé que fue un error mío, de allí en más mis hermanas

me decían “yaya picada el gallo” por lo que

me había pasado, siempre cuento esta

anécdota porque me causa gracia y me hace

acordar mucho a mi vida del campo, a mis

padres y mis animales, a los cuales extraño

mucho. Ahora me encuentro viviendo en la

localidad de Embalse junto mis dos hijas

Marisa y Margarita que siempre están cuando

las necesito pero prefiero la vida del campo

porque es tranquila y siento que se puede

vivir más plenamente cerca de la naturaleza.

22

Recuerdos borrozos

Serena Frengueli

Ailen Arias

Lourdes Napoli Abad

Garay Krafick

Pintura de Utermohlen

Primer testimonio: Susana

Nacida en San Miguel de Tucumán, entre borrosos recuerdos nos cuenta que

se casó con un alemán -no se acuerda en qué fecha ocurrió pero si sabe que

paso mucho tiempo- que falleció hace poco tiempo.

En este relato pausado por la memoria, las líneas de tiempo se desdibujan, se

enroscan y nos confunden.

Vivió muchos años en Almafuerte porque su hermano se había casado y vivía

en esta ciudad; entonces ella se vino con su hermano, para que estar cerca.

Ella recuerda y nos cuenta que inició su trabajo en la docencia. Se fue a anotar

al Consejo Nacional de Educación y la nombraron en una escuela con personal

único, con reciente fundación. Con nostalgia recuerda que esa escuela ya no

existe, que se encuentra bajo el agua. Hundida, como sus recuerdos en ella.

Después de un largo suspiro continua su relato y con orgullonos cuenta que

siempre se dedicó a la docencia y terminó la profesión con 30 años de

servicios. Y que también, se recibió como directora.

Tiene un solo hijo llamado Juan y tres nietos, Yosue (ingeniero 40 años),

Emanuel (está estudiando ingeniería en composición musical) y Juan Pablo

(no se acuerda lo que estudia).

A ella le gusta dibujar y pintar.

Y no le gusta es que la falta de respeto entre las personas.

Segundo testimonio: Gladys

Vivía en Esperanza, no recuerda en qué provincia.

Se casó, pero esta etapa de su vida no la recuerda, ni siquiera el nombre de su

esposo, ni la fecha de su casamiento.

Fue modista, eso sí lo recuerda, pero después dejó de serlo porque las cosas

muy monótonas le cansan.

Recuerda a su hijo llamado Raúl, y sabe que también tiene nietos, pero no se

acuerda cuantos, ni sus nombres.

En confianza no cuenta que de chica, fue a tres colegios distintos porque sus

papás la cambiaban y eso para ella era un poco chocante. Con cierta

complicidad recuerda que estaban esas “nenas de mamá” que venían fruncidas

y que no le gustaban.

24

“Fuera Chico” Malena Agüero, Talía Corvalán, Brisa Dalio, Macarena Gomez

Era un caluroso domingo de verano, recuerdo aquel día que mi madre me

había mandado a buscar frutas a lo de mi abuela. Ella vivía a dos cuadras de

mi casa. Mi nona, como yo le solía llamarla cariñosamente, solía tener un

perro llamado Chicho. Era un perro petizo y molesto al que yo temía.

Antes de llegar a lo de mi abuela Chicho salió a ladrarme. Me volvía a mi

casa diciéndole a mi madre que el perro petizo me mordía y no me dejaba

llegar a lo de la abuela. Y mamá me mandaba de nuevo a buscar esas frutas.

Partía de nuevo hacía lo de mi nona, nunca me animaba a llegar por los

ladridos del perro. Me volvía a mi casa una y otra vez pero mi mamá me

mandaba de nuevo sin meter ninguna excusa. Al rato salí de nuevo y desde la

esquina le grité a mi abuela.

-¡Abuela! ¡Abuela!

(No me oía)

intentaba de nuevo

cada vez

levantando la voz.

-¡ABUELA!

¡ABUELA!

Hasta que me

escuchó y salió de

su casa para sacar

al perro.

Al fin pude llevar

las frutas que

necesitaba mi

madre.

Hombre en la playa de CECILIO PLA Y GALLARDO

FUERA CHICHO

Brisa Dalio, Talia Corvalan, Malena Agüero, Macarena Gómez

Era un caluroso domingo de verano, recuerdo aquel día que mi madre me

había mandado a buscar frutas en lo de mi abuela ella vivía a dos cuadras de

mi casa. Mi nona, como yo le solía llamarla cariñosamente solía tener un perro

llamado chicho.

Antes de llegar a lo de mi abuela que por cierto, nunca me dejaba llegar a su

casa. Yo como cualquier niña de esa edad le tenía miedo, era un perro petizo

pero molesto. Me volvía a mi casa diciéndole a mi madre que el perro petizo

me mordía y no me dejaba llegar a su casa, mi mamá me mandaba de nuevo a

buscar esas frutas.

Partía de nuevo asía lo de mi nona, nunca me animaba a llegar por los ladridos

del perro. Me volvía a mi casa una y otra vez pero mi mama me mandaba de

nuevo sin meter ninguna excusa. Al rato salgo de nuevo y desde la esquina le

gritaba a mi abuela.

-¡Abuela! ¡Abuela!

(No me oía) intentaba de nuevo cada vez levantando la voz.

-¡ABUELA! ¡ABUELA!

Hasta que me escuchaba y salía de su casa para sacar al perro. Hasta que al fin

pude llevar las frutas que necesitaba mi madre.