encontrar al inesperado

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Vida cristiana par gente perpleja

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Page 1: Encontrar al inesperado
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Giuseppe Forlai

ENCONTRARAL INESPERADOVida cristiana para gente perpleja

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Introducción

Un cura no debería escribir nunca sin haber pasa-do antes horas y horas escuchando a los demás. Un cura no debería escribir nada sin haber aprendido antes a reírse de sus propias homilías.

Un cura no debería escribir hasta haber pasado mucho tiempo dialogando con la gente que no cree, incluso no sin antes haber aparcado durante un ins-tante el proverbial orgullo clerical y haberse presen-tado ante el Señor sin títulos, con el único distinti-vo de ser un discípulo, nada más, y nada menos. Cuando desaparecen títulos y dignidades, entonces somos más auténticos.

No soy un buen cura y no creo que llegue a poner remedio a mis carencias en el futuro –los que me conocen, lo saben–; pero precisamente estas per-sonas son las que me han pedido que escriba, que ponga un poco de orden en mis ideas, que redacte algunas notas. Y así es como, después de casi dos años tomando la pluma sin atreverme a pasar de la tercera línea, me he decidido a escribir. Que que-de claro: yo no tengo nada que enseñar… pero sí puedo contar las reflexiones que me han surgido de algunos encuentros; encuentros con gente que tiene dificultades para vivir su fe o incluso con gente que

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no cree en absoluto; con gente que se siente derro-tada por la vida o por el mal que no desea, pero que no puede dejar de hacer.

Estas páginas nacieron hace años entre los muros de las cárceles de «Regina Coeli» y de «Rebibbia Femminile» en Roma, dos lugares en los que la vida se pone entre paréntesis y toma la apariencia de una ligera pluma que mece el aire, suspendida a la altura de las corrientes, sin que nadie la pueda agarrar; tan próxima y, al mismo tiempo, tan lejana… exacta-mente igual que Dios… igual que un sueño agrada-ble que se desvanece al despertar, pero que queda grabado en la memoria y no le deja a uno volver a conciliar el sueño.

En aquellas galerías, violentamente blancas e inexpresivas, me he parado sin palabras a mirar por las ventanas, más allá de los barrotes, en compañía del desgraciado de turno, del joven toxicómano, del alcohólico, del arrepentido (el «infame» en la jerga carcelaria), pensando en cómo bajar del cielo a un Dios a menudo taciturno que, no contento con su si-lencio, también me ha dejado mudo a mí, demasiadas veces incapaz de dar consuelo o de pronunciar las pa-labras adecuadas. No tengo nada que reprocharle al Padre celestial, solo tengo que aprender a darle gra-cias por haberme ayudado a entender que no tengo el poder de resolver los problemas de los demás. Ade-más, Él ya salvó el mundo de una vez por todas con el sacrificio de su Hijo Jesucristo. Lo importante, a fin de cuentas, es tener la paciencia de estar próximo a

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alguien, de ser su prójimo, gratuitamente y sin mirar el reloj que no se detiene, esperando juntos la visita inesperada del Dios de la compañía y de la amistad, soportando la sensación, pesada como una piedra, de no haber sido capaz de esperar lo suficiente.

Puede resultar paradójico, pero es precisamente esta impotencia lo que me ha llevado, no a creer más, pero sí a creer mejor que antes. De modo que hoy tengo una fe muy pequeña, pero tan dura como el diamante.

Hace tiempo me decía un hermano que los reli-giosos y los curas no soportan la idea de morir sin dejar algo tras de sí; por eso se entregan con dedica-ción a empresas que puedan perpetuar su deseo de vivir y no caer en el olvido. Y seguía diciendo que esta es la razón por la que, después de algunos años de ministerio, ¡se escribe un libro, o se funda un instituto de religiosas, o se construye o reestructura algo!

Disculpadme, pero yo no tengo trato con muchas monjas, y no tengo ni idea de obras de albañilería… ¡no me quedaba otra que ponerme a escribir!

Esperemos que, desde el cielo, Dios se lo pase en grande riéndose de mí, sin añadir a mi necesaria purificación días adicionales de Purgatorio.

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IntermedIo: Breve charla con un detenido

en espera de juicio

Dios está lejos. Hace tiempo que lo sé. Y yo no soy capaz de llegar hasta Él; a lo mejor, ni siquiera ten-go ganas: yo aquí, y Él en los cielos; nunca nos hemos molestado el uno al otro. ¡Yo lo respeto y Él me respeta!

Además, con todos los problemas que he teni-do…

No es poco si consigo no blasfemar. Por lo me-nos, me esfuerzo.

Pero los cristianos, ¡esos sí que me dan rabia!Es verdad, páter, yo no voy a la iglesia pero, al

menos, no voy por ahí tomándole el pelo a nadie.Esos se creen que basta con meter la mano en

la pila del agua bendita y hacerse la señal de la cruz. ¡Sí, de la cruz con la que cargan a los demás! A propósito, ya sabes que… sabes que, en el fondo, puedo estar bastante tranquilo, aunque esté en la trena.

Pero, ¡no te vayas a pensar que soy tonto! Te digo que es así.

Y, sin embargo, es extraño. Por la noche miro las fotos de los niños que tengo pegadas en la pared, al

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lado de la cama. (Perdona, ¿te molesta el cigarri-llo? Si quieres lo apago).

A saber si Dios, cuando se va a dormir, piensa un poquito también en mí. Yo creo que sí.

Yo pienso mucho en mis hijos, páter. ¿Tú has en-contrado alguna vez al Señor?

Yo, cuando era un chaval, iba a la parroquia.Había una monja muy enrollada: hoy está en

otro convento; nos vemos menos. Además, a mí me da vergüenza… después de todas las que he liado. Pero, ¿te puedes creer que las raras veces en que me cruzo con ella, siempre me trata como si fuera el mejor de la catequesis? Porque yo también hice la primera comunión, ¿no te lo había contado?

¡Claro que te lo he contado!¡Ay páter, que te estás haciendo viejo! Sí, aquella

monja… Y, ¿es verdad que para Jesús no existen los primeros de la clase, que para Él todos somos hermanos?

Tú mismo lo dijiste en misa el domingo. ¡Ojalá fuera verdad!

Pero, ¿tú crees en lo que dices? ¡Qué! ¿Sonríes?Eso sí, te voy a decir una cosa. También yo he

encontrado al Señor.¿Qué te creías, que venía a verte solo porque

eres cura?Lo encontré el año pasado, cuando me metieron

en la celda de aislamiento, esa de los castigos, en la que no hay nada de nada.

Recé un montón, aunque solo me acuerdo de la primera parte del Avemaría.

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Dicen que Dios escucha sobre todo a los peca-dores.

A mí me parece que, si uno espera al Señor, an-tes o después acaba por encontrarlo, a lo mejor no donde uno quiere, pero al final lo encuentra. Dime que es así, que no me he engañado, que no es todo inútil.

¿Rezamos juntos una oración antes de que te va-yas?

Empieza tú…«Padre nuestro que estás en el cielo… líbranos

del mal. Amén».

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ÍNDICE

Introducción .................................................. 7

Aquel que te visitA ....................................... 11Un Dios «libremente» lejano ........................ 11Ver para creer, creer para ver ........................ 15Donde no lo buscarías nunca ........................ 19«Aparta Tu mirada». Libres para no creer .... 25La fecundidad de lo aparentemente inútil:

María Virgen ............................................ 31

intermedio: Breve chArlA con un detenido en esperA de juicio ................................... 37

lAs reglAs del juego .................................... 41Perder a Jesús, encontrar a Cristo ................. 41Del amor por la gloria, a la gloria del Amor . 47El último puesto ............................................ 52La conversión que importa ............................ 60«Gracias porque existo»:

La Inmaculada Concepción ..................... 67

lA inútil resistenciA ..................................... 73«Hágalo usted mismo»:

el bricolaje del sufrimiento ..................... 73Dios mío, yo no te amo ................................. 80El valor de permanecer ................................. 86

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Saber decir «adiós»: la asunción de María a los cielos ............. 91

Conclusión. Apuntar al corazón, matar el temor ......................................... 99