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EN TORNO A LA SOBREEDUCACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO EN EL GRAN BUENOS AIRES. EVIDENCIA ESTADÍSTICA PARA EL PERÍODO 1985-2005. Luisa Iñigo [email protected] Becaria CONICET IIGG FCSoc UBA Uriburu 950 _ 6° piso A) PRESENTACIÓN Los avances presentados en esta comunicación son parte de un proceso más general de investigación sobre el contenido de la extensión de la escolaridad en la población trabajadora argentina. El trabajo comienza por la reseña de producciones recientes que establecen criterios diversos para la detección de la “sobreeducación” y la medición de su incidencia; compendia algunos de sus resultados y marca los problemas que acarrean los criterios de correspondencia establecidos. A continuación, se desarrolla el argumento expuesto en una presentación anterior (Iñigo, 2007): en la medida en que en su paso por la educación formal los trabajadores estuvieran produciendo en sí atributos productivos necesarios para el capital que se valoriza mediante su trabajo, la necesidad de tal producción debería quedar expresada en diferencias salariales según el nivel educativo formal alcanzado. Se expone, como paso siguiente, cuáles son los problemas técnicos que conlleva la medición de los salarios y que afectan la captación los diferenciales salariales. Como medida de los diferenciales salariales, se presenta los coeficientes de regresión de los salarios horarios contra una serie de características de los trabajadores y sus ocupaciones, entre las que se incluye el nivel educativo formal alcanzado y la calificación de la ocupación. Por último, se compara estos resultados con la evolución de las tasas de desocupación según nivel educativo formal y se dejan planteadas las preguntas que surgen de la información presentada. B) LA SOBREEDUCACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO ARGENTINA SEGÚN PRODUCCIONES CIENTÍFICAS RECIENTES En la segunda mitad de la década de 1990, ha sido habitual la afirmación de que una porción sustancial de la fuerza de trabajo argentina se encuentra sobreeducada con respecto a los requerimientos de las formas concretas de su participación en el trabajo social. Así, por ejemplo, Tenti (1996) y Filmus (1998) proponen la existencia de una “devaluación de las credenciales educativas”, resultado de la simultaneidad de la prolongación de l a escolaridad con la reducción de la escala de la acumulación en la Argentina, o “desindustrialización”. 1 1 “Junto con la escasa apertura de oportunidades de trabajo que requieren baja calificación, en el caso argentino también es preocupante el porcentaje de la población sobrecualificada o sobrecertificada para la función que desempeña” (Filmus, 1998: 210,

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EN TORNO A LA SOBREEDUCACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO

EN EL GRAN BUENOS AIRES.

EVIDENCIA ESTADÍSTICA PARA EL PERÍODO 1985-2005.

Luisa Iñigo

[email protected]

Becaria CONICET – IIGG FCSoc UBA

Uriburu 950 _ 6° piso

A) PRESENTACIÓN

Los avances presentados en esta comunicación son parte de un proceso más general de investigación sobre el

contenido de la extensión de la escolaridad en la población trabajadora argentina.

El trabajo comienza por la reseña de producciones recientes que establecen criterios diversos para la

detección de la “sobreeducación” y la medición de su incidencia; compendia algunos de sus resultados y marca

los problemas que acarrean los criterios de correspondencia establecidos.

A continuación, se desarrolla el argumento expuesto en una presentación anterior (Iñigo, 2007): en la medida

en que en su paso por la educación formal los trabajadores estuvieran produciendo en sí atributos productivos

necesarios para el capital que se valoriza mediante su trabajo, la necesidad de tal producción debería quedar

expresada en diferencias salariales según el nivel educativo formal alcanzado. Se expone, como paso siguiente,

cuáles son los problemas técnicos que conlleva la medición de los salarios y que afectan la captación los

diferenciales salariales.

Como medida de los diferenciales salariales, se presenta los coeficientes de regresión de los salarios horarios

contra una serie de características de los trabajadores y sus ocupaciones, entre las que se incluye el nivel

educativo formal alcanzado y la calificación de la ocupación.

Por último, se compara estos resultados con la evolución de las tasas de desocupación según nivel educativo

formal y se dejan planteadas las preguntas que surgen de la información presentada.

B) LA SOBREEDUCACIÓN DE LA FUERZA DE TRABAJO ARGENTINA SEGÚN PRODUCCIONES

CIENTÍFICAS RECIENTES

En la segunda mitad de la década de 1990, ha sido habitual la afirmación de que una porción sustancial de la

fuerza de trabajo argentina se encuentra sobreeducada con respecto a los requerimientos de las formas concretas

de su participación en el trabajo social. Así, por ejemplo, Tenti (1996) y Filmus (1998) proponen la existencia

de una “devaluación de las credenciales educativas”, resultado de la simultaneidad de la prolongación de la

escolaridad con la reducción de la escala de la acumulación en la Argentina, o “desindustrialización”.1

1 “Junto con la escasa apertura de oportunidades de trabajo que requieren baja calificación, en el caso argentino también es

preocupante el porcentaje de la población sobrecualificada o sobrecertificada para la función que desempeña” (Filmus, 1998: 210,

Por su parte, varios estudios recientes (INDEC, 1998a; Maurizio, 2001; Pérez, 2005; Waisgrais, 2005) buscan

detectar la existencia de sobreeducación entre los trabajadores argentinos y medir su incidencia. Groisman

(2001), por su parte, se propone establecer cuáles han sido los efectos de la sobreeducación sobre los

diferenciales salariales según nivel educativo formal alcanzado.

Los estudios mencionados se apoyan sobre criterios diversos para establecer si un trabajador se encuentra o

no sobreeducado con respecto a su ocupación.

El trabajo de INDEC (op. cit.) establece una correspondencia teórica entre las complejidades de las

ocupaciones tal como están establecidas en el Clasificador Nacional de Ocupaciones (CNO), por un lado, y los

niveles educativos formales, por otro. Sobre la base de que en las definiciones de los niveles complejidad existe

una referencia a las características de los conocimientos y habilidades que requiere, establecen el nivel

educativo formal teóricamente correspondiente a cada uno de ellos. Así, para las ocupaciones no calificadas

bastará con el nivel primario incompleto; las ocupaciones operativas requerirán de estudios primarios

completos o medios incompletos; las ocupaciones técnicas requerirán ya sea el secundario completo, el superior

no universitario (completo o incompleto) o el superior universitario incompleto; las ocupaciones profesionales,

por último, requerirán para su ejercicio de estudios universitarios completos (INDEC, 1998a: 17). Se considera

sobreeducados a todos aquellos que hayan alcanzado un nivel educativo formal superior al que su ocupación

requiere según esta correspondencia y subeducados a quienes desarrollen una ocupación con una titulación

escolar inferior a la que teóricamente requiere el puesto. Waisgrais (op. cit.) retoma esta correspondencia y

compara los resultados que se obtienen a partir de ella con los que surgen al emplear un criterio estadístico.

Maurizio (op. cit.), por su parte, establece la correspondencia a partir del Dictionary of Occupational Titles

(DOT) elaborado por el Departamento de Trabajo de Estados Unidos; complementariamente, propone un

abordaje indirecto para establecer si los cambios en los niveles educativos formales de los asalariados son

resultado de un proceso de sobreeducación de la fuerza de trabajo o de una transformación de los atributos con

cursiva en el original) “Ahora vemos cómo en las situaciones de crisis de la demanda laboral y de movilidad social descendente, la

escuela se transforma en el paracaídas que posibilita el descenso más lento de quienes concurren más años al sistema educativo (…)

Se puede afirmar que los argentinos han tenido que acceder a más años de escolaridad para intentar sostenerse en el mismo nivel

ocupacional. Aun así, en muchos casos no lo han conseguido” (Filmus, op. cit.: 211, cursiva en el original). “La fórmula: expansión

de la escolaridad + desindustrialización + desempleo no deja de tener consecuencias sociales significativas. Entre ellas cabe

mencionar el conocido fenómeno del credencialismo. Una vez que el mercado de trabajo comenzó a saturarse, los graduados

empezaron a presionar hacia abajo, esto es, a tratar de redefinir las ocupaciones que en el pasado desempeñaban los sectores populares

o los niveles inferiores de la clase media. El resultado es la sobreescolarización de una parte de la población, en especial de aquellas

franjas de jóvenes que ingresan al mercado de trabajo. Al mismo tiempo, se registra un vacío de recursos humanos dotados de

calificaciones específicas.” (E. Tenti Fanfani, 1996: 22) “(…) la masificación de los niveles básicos del sistema educativo tiende a

estar acompañado de (…) una pérdida del valor relativo de los niveles de escolaridad en la medida que ésta tiene, como otros bienes

sociales, un valor posicional. En otras palabras, al igual que otros bienes puede tener un „efecto de distinción‟ tanto más débil cuanto

más distribuido está en la población.”(E. Tenti Fanfani, op. cit.: 23).

que ésta es requerida por el capital. Pérez (op. cit.), por su parte, asumiendo “que el mercado de trabajo tiende a

asignar a los trabajadores mayoritariamente a ocupaciones que se corresponden a su nivel de calificación” (íd.:

10), utiliza un criterio “estadístico” para establecer la correspondencia.

INDEC (op. cit.) encuentra que en el Gran Buenos Aires la sobreeducación experimenta un representa el 36%

de los ocupados en 1991, a ser el 38% de ese total en 1995 y el 41,2% en 1997 (INDEC, op. cit.: 28). Según la

calificación de la ocupación, la proporción de sobreeducados varía desde una proporción superior al 80% entre

quienes desarrollan ocupaciones no calificadas (1991: 80,6%; 1995: 83,1%; 1997: 83,2%), pasando por

alrededor de un tercio de quienes tienen ocupaciones de carácter operativo (1991: 28%; 1995: 31,7%; 1997:

35,6%) y llegando hasta alrededor de un octavo de quienes desarrollan ocupaciones técnicas (1991: 12,8%;

1995: 11%; 1997: 14,3%) (íd.).

El trabajo de Waisgrais (op. cit.) busca establecer la incidencia de la sobreeducación entre los jóvenes de

entre 15 y 35 años de la Argentina. A partir de la información muestral tomada por el programa SIEMPRO del

Ministerio de Desarrollo Social de la Nación a través de la Encuesta de Desarrollo Social en 1997 y 2001,

estima en 17% el porcentaje de jóvenes sub y sobreeducados en ambos años, siendo la incidencia de la

sobreeducación entre las mujeres el doble que la encontrada entre los varones (23% y 12%, respectivamente).

Siempre utilizando el criterio normativo de correspondencia, calcula los “retornos salariales” de los años de

educación adecuados al puesto, los años de sobreeducación y los de subeducación en 2001. Obtiene por

resultado que existe alrededor de un 9,5% de retorno por cada año de educación en general, entre un 11% y un

12% para mujeres y hombres, respectivamente, por cada año en correspondencia y un 8% por cada año de

sobreeducación (íd.: 19).

Como se mencionó, Maurizio (op. cit.) utiliza una correspondencia establecida a partir del Dictionary of

Occupational Titles (DOT) para calcular la incidencia de la sobreedad en diez aglomerados urbanos de la

Argentina entre 1994 y 1999. Como resultado, obtiene los porcentajes de asalariados plenos en situación de

correspondencia, sobreeducación y subeducación que se muestran en el gráfico 1.

Gráfico .1

Incidencia de la sobreeducación, la subeducación y la correspondencia.

Asalariados plenos. Diez aglomerados urbanos de la Argentina. Mayo 1994 - Octubre 1999.

0

10

20

30

40

50

60

70

80

M-1994 O-1994 M-1995 O-1995 M-1996 O-1996 M-1997 O-1997 M-1998 O-1998 M-1999 O-1999

M = Mayo O = Octubre

%

Sobreeducación

Subeducación

Correspondencia

Fuente: Maurizio a partir de EPH-INDEC y DOT

Halla tendencia creciente en la incidencia de la sobreeducación y decreciente en las incidencias de la

subeducación y de la correspondencia entre los asalariados plenos. Luego, indaga en los efectos del desajuste

entre nivel educativo formal y educación en los salarios. A partir del cálculo de la regresión del logaritmo del

salario horario contra los años requeridos, los años de sobreeducación, los años de subeducación y otras

características de los asalariados (experiencia, sexo y edad) para cada onda (mayo / octubre) de la EPH entre

1994 y 1999, concluye que cada año de sobreeducación hace acreedor a un diferencial salarial

significativamente menor que el de cada año de educación en correspondencia y, sin embargo, positivo y

estable en el período estudiado (mayo de 1994 - octubre de 1999) (íd.: 17). La evolución de las razones entre

los promedios salariales de los diversos niveles educativos formales y los de los poseedores de título primario,

por su parte, muestra una brecha creciente del salario de los graduados universitarios y relaciones estables de

los salarios de los graduados del nivel superior no universitario y de los graduados del nivel secundario (íd.:

18).

Los intentos de establecer una correspondencia normativa entre niveles educativos y características de las

ocupaciones tienen una serie de inconvenientes que han sido mencionados en la literatura citada.

En primer lugar, el hecho de proveer una correspondencia de carácter universal que permita determinar a la

titulación escolar de cualquier individuo como adecuada o inadecuada para su ocupación según ésta haya sido

clasificada de acuerdo con su complejidad, o calificación, implica el establecimiento de un criterio “grueso” de

correspondencia, que probablemente tienda a ignorar las diferencias existentes entre ocupaciones clasificadas

como teniendo un mismo nivel de complejidad (Maurizio, op. cit.: 5). Así, una diferencia en cuanto a los

requerimientos de educación formal que pudiera existir en, por ejemplo, dos ocupaciones clasificadas como

“operativas”, aparecerá en la medición, para dos individuos con niveles educativos formales diversos (medio

incompleto y medio completo, por caso) como la inadecuación entre el puesto y el título escolar de uno de

ellos.

Esta circunstancia está agudizada por el hecho de que la clasificación que el CNO establece con respecto a los

niveles de complejidad de las ocupaciones distribuye a éstas en apenas cuatro grandes niveles de complejidad, a

través de indicadores muy generales.

En segundo lugar, la clasificación de las ocupaciones según su complejidad ha sido establecida en un punto

del desarrollo de aquéllas. Si es tomada como patrón de medida de la adecuación o inadecuación de la

formación escolar para el puesto en otros puntos del tiempo, las eventuales transformaciones de las ocupaciones

que pudieran derivar en cambios en los conocimientos y disposiciones necesarios para su ejercicio resultarán

invisibles para la técnica utilizada. Es decir, si se continúa asumiendo la misma complejidad –y, por tanto, la

misma correspondencia entre ocupación y nivel educativo– más allá del momento para el que fue establecida,

se corre el riesgo de estar empleando un criterio de correspondencia crecientemente desactualizado. Se podría,

en consecuencia, creer encontrar variaciones sostenidas en los niveles de sobre o subeducación allí donde en

realidad se estarían transformando los requerimientos de formación escolar de las ocupaciones (ver Maurizio,

op. cit; Pérez, op. cit.; Iñigo y Sourrouille, 2006).

La decisión de Maurizio (op. cit.) de utilizar el DOT para el establecimiento de la correspondencia puede

haberle permitido subsanar, al menos parcialmente, los inconvenientes señalados más arriba. No hemos

consultado más comunicaciones del trabajo de investigación de Maurizio que la que citamos aquí y

desconocemos de qué manera y con qué nivel de desagregación hizo corresponder las ocupaciones codificadas

en el DOT con las declaradas a la EPH, así como cuál fue el criterio de homologación entre los valores posibles

del índice de Desarrollo Educativo General y los niveles educativos registrados por la EPH. De más está decir

que de estas decisiones depende, en gran medida, el grado de resolución a los problemas señalados antes que

efectivamente se haya logrado con el cambio de nomenclador.

Por su parte, tanto el trabajo de Pérez (op. cit.) como el de Waisgrais (op. cit.) hacen uso de un criterio

“estadístico” para el establecimiento de la correspondencia entre las características de una ocupación y los

niveles educativos formales necesarios para desarrollarla.

Pérez considera “adecuadamente educado” para su ocupación a aquellos trabajadores que alcanzaron el nivel

educativo formal más frecuente (el modo) para su “categoría socioprofesional” siempre que el mismo sea

compartido por al menos el 60% de los trabajadores de aquélla. Restringiendo la mirada a la situación de los

asalariados de los principales centros urbanos del país entre 1995 y 2003, observa las frecuencias relativas de

los niveles educativos formales para las “categorías socioprofesionales” establecidas por Torrado. A partir del

promedio de esas proporciones a lo largo del periodo, establece correspondencias que resultan en una

incidencia de la sobreeducación que pasa del 12% en 1995 al 20% en 2003. Con respecto a los niveles

educativos formales alcanzados, encuentra al nivel medio como el más fuertemente asociado con la situación de

sobreeducación. Entre los trabajadores con título universitario, aunque la proporción de sobreeducados sea la

más baja, ésta crece con mayor fuerza. (íd.: 20).

Waisgrais, como se mencionó, también incluye una clasificación de la correspondencia entre nivel educativo

formal y ocupación a partir de un criterio estadístico. En su caso, la correspondencia se establece en el

promedio de años de escolaridad más/menos un desvío estándar. De acuerdo con este criterio, encuentra que en

1997 el 20% de los jóvenes se encontraba sobreeducado (17% varones, 22% mujeres); en 2001, el porcentaje

general se reduce a 12% (11% varones, 13% mujeres).

La desventaja obvia de los criterios que utilizan estos dos autores es que la correspondencia es establecida a

partir de los niveles educativos empíricamente presentes en los individuos de los que se quiere saber si se

encuentran sobreeducados o no. En consecuencia, resulta más una medida de la dispersión de los niveles

educativos alcanzados para cada tipo de ocupación, que de la presencia o ausencia de una situación de

sobreeducación (Iñigo y Sourrouille, 2006).

Por último, el abordaje indirecto propuesto por Maurizio (op. cit.) parte de la suposición de que si la elevación

de los niveles educativos formales fuera resultado de la incorporación de nueva tecnología a los procesos de

trabajo y de una mayor exposición de los capitales a la competencia internacional, “se debiera observar que la

demanda por mayor calificación varía a través de las diferentes ocupaciones dependiendo de la exposición de

cada una de ellas a los cambios tecnológicos y a la apertura de la economía” (íd.: 9). De allí deriva que es

posible establecer el contenido de la prolongación de la escolaridad media a partir de la medida en que ésta está

explicada por cambios en la participación relativa de los ocupados en ciertos grupos de ocupaciones en el total

de asalariados o por cambios en los niveles educativos formales dentro de todos los grupos de ocupaciones

simultáneamente. El resultado del análisis de los componentes de la variación de los niveles educativos

formales es que ésta se explica casi exclusivamente por el crecimiento de los niveles educativos formales

alcanzados dentro de cada conjunto de ocupaciones y por transformaciones simultáneas en todas las

ocupaciones que componen cada uno de ellos. De aquí infiere que este aumento “se debe básicamente a un

shock de oferta de mayor educación que, al no corresponderse con un incremento paralelo en la generación de

puestos de trabajo que requieran dichas calificaciones, genera que una parte importante de la fuerza de trabajo

se encuentre sobreeducada” (íd.).

Groisman (2001) calcula los diferenciales salariales según nivel educativo formal alcanzado para los

asalariados plenos de hasta 64 años de edad que tienen una sola ocupación, en el GBA, en años seleccionados

entre 1980 y 2000, y encuentra que, a pesar de que en la segunda mitad de la década de 1990 los asalariados

con mayor nivel educativo (superior completo) encontraron trabajo crecientemente en ocupaciones de

calificación inferior a la profesional, el diferencial de sus salarios adjudicable a su nivel de instrucción formal

(controlado por el sexo, la edad y la calificación de las tareas) no se redujo. De hecho, los coeficientes que

presenta no muestran una caída clara para los diferenciales salariales de ningún nivel educativo entre 1992 y

2000, a diferencia de lo que sucede entre 1980 y 1991, en que se registra una caída fuerte que, según el caso, se

recupera o no en el transcurso de la década siguiente. La contradicción que parece surgir inmediatamente de

este resultado es resaltada por Groisman: “si bien teóricamente la hipótesis de la devaluación educativa sería

coherente con una disminución de la desigualdad según niveles educativos (como ocurrió a principios de los

‟90) parece haber tenido lugar en la segunda mitad de esa década conjuntamente con cierto cambio técnico

que impulsó la búsqueda de trabajadores calificados y elevó sus remuneraciones.” (íd.: 17).

Tenemos, entonces, una serie de abordajes que establecen medidas y evoluciones diversas de la

sobreeducación de la fuerza de trabajo en el Gran Buenos Aires o en los aglomerados urbanos relevados por la

EPH, para períodos variados. Prácticamente todos ellos (con la excepción de Waisgrais), afirman que la

incidencia de la sobreeducación se elevó a lo largo de la década de 1990. Sin embargo, varios de estos trabajos

encuentran que los diferenciales salariales por nivel educativo no caen a lo largo de la década (Maurizio,

Groisman) y que los años de sobreeducación hacen acreedor a un plus de salario con respecto a quienes han

alcanzado el nivel establecido como correspondiente a su ocupación (Waisgrais, además de los dos

mencionados).

Estos resultados introducen un problema para la representación de la prolongación de la escolaridad como

“sobreeducación” que resultara en una “devaluación educativa”. Si por tal se entiende una “reducción de los

beneficios materiales y simbólicos” asociados a haber completado un nivel educativo formal, no parece que la

prolongación la carrera escolar promedio de la fuerza de trabajo en la década pasada haya tenido tal efecto, al

menos sobre los “beneficios materiales” que se expresan en el salario. El presente trabajo busca ahondar en la

descripción de los elementos de esta contradicción, como paso en un proceso de interrogación por el contenido

de la extensión de la escolaridad de los trabajadores argentinos.

En lo que sigue, desarrollaremos un planteo presentado en comunicaciones anteriores. La unidad de la

producción y el consumo sociales se pone de manifiesto en el ciclo en que una masa de mercancías, producto

del capital total de la sociedad en su ciclo anterior de valorización, asume la forma dineraria como paso para su

transformación en las mercancías necesarias para reiniciar el proceso productivo, que arrojará una nueva masa

de mercancías con un valor total acrecentado. Para que este ciclo se desenvuelva normalmente, es condición

que existan las mercancías que se consumen productivamente, lo que incluye “desde el punto de vista del

contenido, el consumo individual del obrero, puesto que la fuerza de trabajo es, dentro de ciertos límites,

producto constante del consumo individual del obrero.” (Marx, 1997: 109). El equivalente de los consumos

necesarios para producir determinados atributos de la fuerza de trabajo estará incluido en el precio promedio al

que ésta se compra y vende en la medida en que el capital total de la sociedad requiera aquella producción en su

proceso de valorización. Por tanto, la necesidad o superfluidad de los atributos productivos que son producidos

en cada nivel educativo formal puede aparecer expresada por la medida en que el salario incluye el equivalente

de los consumos necesarios para alcanzar ese nivel de escolaridad y reproducir los atributos que se haya

producido en su paso por el mismo. Si así fuera, la comparación de los salarios según máximo nivel de

educación formal alcanzado podrá ser tomada como manifestación de aquella necesidad o superfluidad. Si las

diferencias de salarios de quienes continuaron su escolaridad hasta cierto punto con respecto a quienes

alcanzaron un nivel inferior se reducen a lo largo del tiempo, podría asumirse que el nivel de escolarización de

los primeros se ha vuelto crecientemente superfluo dadas las ocupaciones que éstos desarrollan

mayoritariamente y que, por lo tanto, ha dejado de estar incluido en el precio que se paga, en promedio, por la

fuerza de trabajo que alcanzó ese nivel educativo formal (Iñigo y Sourrouille, 2006; Iñigo, 2007).

C) EL SALARIO

El salario es la expresión en dinero del valor de la fuerza de trabajo, es decir, su forma precio. Como tal, la

determinación esencial de su movimiento debe buscarse en las determinaciones de aquel valor.

La fuerza de trabajo o capacidad de trabajo es “el conjunto de las facultades físicas y mentales que existen

en la corporeidad, en la personalidad viva de un ser humano y que él pone en movimiento cuando produce

valores de uso de cualquier índole.” (Marx, 1998: 203). Su valor, como el de cualquier mercancía, se determina

por el tiempo socialmente necesario para producirla. Es, en consecuencia, en primer lugar, “el valor de los

medios de subsistencia necesarios para la conservación del poseedor de aquélla.” (íd.: 207; cursiva en el

original). Claro que no para su simple conservación en general, sino para la conservación de sus cualidades para

trabajar, es decir, para la reposición de “músculo, nervio, cerebro, etc., humanos” que se gastan con la puesta en

ejercicio de la fuerza de trabajo, de manera que, cada vez, el trabajador esté en las mismas condiciones para tal

ejercicio (íd.: 208).

La necesidad del capital de extender la vida útil de los obreros (que brota de determinaciones que no se tratan

aquí) resulta en la prolongación de su vida natural más allá del punto en que han agotado su capacidad

productiva; con el objeto de que los obreros no reduzcan los consumos que reproducen su fuerza de trabajo a

medida que se acercan al final de su vida productiva en pos de hacerse de una reserva, una porción del capital

debe destinarse a garantizar la existencia de esos obreros una vez pasado tal límite y hasta el fin de su vida

natural. Los aportes jubilatorios forman parte, así, del valor de la fuerza de trabajo del obrero en activo. (J.

Iñigo Carrera, 2003: 44). Asimismo, en condiciones normales, “al capital le resulta muy costoso que el obrero

pierda prematuramente su aptitud productiva, ya sea por enfermedad o por encontrarse circunstancialmente

desocupado por los avatares de la acumulación. De modo que el valor de su fuerza de trabajo también incluye

(…) la cobertura médica y la cobertura por desempleo.” (íd.).

Adicionalmente, el capital requiere de la perpetuación de esta clase peculiar de vendedores de mercancía: los

obreros. Por lo tanto, el valor de la fuerza de trabajo de éstos estará determinado, también, por el de las

mercancías que deban consumir sus hijos.

Existe, asimismo, una determinación del valor de la fuerza de trabajo que nos interesa especialmente aquí y a

la que hemos hecho referencia en el apartado anterior: “para modificar la naturaleza humana general de manera

que adquiera habilidad y destreza en un ramo laboral determinado, que se convierta en una fuerza de trabajo

desarrollada y específica, se requiere determinada formación o educación, la que a su vez insume una suma

mayor o menor de equivalentes de mercancías. Según que el carácter de la fuerza de trabajo sea más o menos

mediato, serán mayores o menores los costos de su formación. Esos costos de aprendizaje (…) entran pues en el

monto de los valores gastados para la producción de ésta.” (Marx, op. cit.: 209). Por supuesto, el hecho de que

la producción de determinadas habilidades requiera una cierta formación no significa inmediatamente que ésta

deba desarrollarse en el sistema escolar. Una porción más o menos importante de esta educación, según el

proceso de trabajo concreto de que se trate, se desarrolla en el proceso de trabajo mismo. Sin embargo, cuanto

más complejo sea el proceso social de trabajo (es decir, cuanto más mediada sea la apropiación del medio

natural de modo de convertirlo en un valor de uso para la vida humana), más necesaria será la existencia de un

proceso de apropiación mental del objeto que preceda a su apropiación real (Iñigo Carrera, op. cit.). Es claro

que las capacidades para realizar esa apropiación mental no se desarrollan a través de un proceso de ensayo y

error durante el propio ejercicio del trabajo, sino que es necesario que, previamente, se las haya producido en

los individuos. Simultáneamente, en la medida en que el conocimiento objetivo de las fuerzas naturales permite

ponerlas a actuar automáticamente sobre sí mismas a través de la maquinaria, el obrero que realiza el trabajo

directo va siendo despojado de su subjetividad virtuosa. En cambio, es necesario producir un obrero con la

universalidad suficiente para fluir con facilidad de una rama a otra y para operar más o menos inmediatamente

cualquier máquina que el cambio técnico le ponga delante (Marx, op. cit.; Iñigo Carrera, op. cit.). Por otra parte,

puesto que no va a desarrollar ninguna habilidad peculiar durante el proceso mismo de trabajo, toda capacidad

que deba producir en sí mismo, deberá desarrollarla previo a su ingreso a ese proceso (Iñigo Carrera, op. cit.).

Juntamente con la capacidad de autosujetarse a la producción de valor y de plusvalor, de trabajar

colectivamente, de aumentar o disminuir la intensidad del trabajo de acuerdo con la necesidad del capital, entre

otras (ver Hirsch e Iñigo, 2005), son estas porciones específicas de las habilidades desplegadas en el proceso de

trabajo las que son producidas a través de la educación formal. Como ya señalamos, el equivalente de las

mercancías que es necesario consumir para producir estas habilidades debe estar incluido en el valor de la

fuerza de trabajo, tanto como debe estarlo el equivalente de las mercancías necesarias para producir cualquier

otro atributo de la misma. Normalmente, la forma concreta de esa inclusión es que los “costos” de la educación

de los hijos están incluidos en los salarios de los padres, con la salvedad de que, en medidas diversas según el

periodo histórico concreto, la provisión de educación formal ha sido asumida directamente por el capital social

a través de la educación estatal, restándose del salario individual de los obreros adultos, en consecuencia, el

equivalente a la provisión del servicio educativo.

Por todo lo anterior, la evolución de los precios relativos de las porciones de la fuerza de trabajo que se

distinguen entre sí según el tiempo y la cualidad del proceso de formación que han debido atravesar antes de

ponerse en ejercicio puede ser estudiada como expresión de la medida en que un nivel de escolaridad

determinado se mantiene como condición de la producción y reproducción de la capacidad para el trabajo de

estos obreros (y, por ende, será indicativa de transformaciones en sus atributos productivos).

Sin embargo, el hecho de que el precio efectivo al que se compra y vende la fuerza de trabajo (como sucede

con cualquier otra mercancía) esté afectado por la relación entre el tamaño de su oferta y el de la demanda

social solvente por ella a su valor, hace que sus precios converjan al valor sólo en el promedio de sus

oscilaciones efectivas en torno a aquél. Esto exige construir la comparación entre salarios para un periodo

relativamente prolongado, a fin de permitir que esos desvíos con respecto al nivel normal se compensen entre

sí.

D) ASPECTOS TÉCNICOS DE LA MEDICIÓN DEL SALARIO

La medición disponible de salario tiene una serie de características que afectan su capacidad de expresar la

evolución relativa del precio de la fuerza de trabajo según nivel educativo formal. Retomamos aquí aspectos

reseñados en detalle en otro lugar (Iñigo, 2007).

Los aportes jubilatorios, la cobertura médica, la cobertura por accidentes de trabajo, etc. forman parte del

valor de la fuerza de trabajo de la clase obrera. Sin embargo, la EPH registra el salario “neto” del trabajador, es

decir, el salario una vez descontados los impuestos y las contribuciones obligatorias de empleadores y del

propio asalariado, debido a la dificultad de que los respondentes conozcan o recuerden los montos

correspondientes a estas porciones. En cuanto el empleo registrado represente diferentes proporciones para los

asalariados que han alcanzado cada nivel educativo formal, las diferencias salariales observadas subestimarán

las reales. Si estas proporciones varían, a su vez, en el tiempo, la evolución de las diferencias se verá

distorsionada.

Por otra parte, un número importante de trabajos ha señalado los problemas que enfrentan las encuestas de

hogares para la captación de ingresos (Altimir, 1986; Beccaria y Herrero, 2003; Camelo, 1998; Felcman,

Kidyba y Ruffo, 2003; Herrero, 2001; Llach y Montoya, 1999; Roca y Pena, 2001), llegando varios de ellos a

diferentes conclusiones con respecto al grado de distorsión de los promedios de ingresos que brotan de la EPH

con respecto a su nivel real. Beccaria y Herrero (op. cit.) y Felcman, Kydiba y Ruffo (op. cit.) coinciden en

señalar tres fuentes de tal distorsión: el rechazo de la encuesta relacionado con el nivel de ingreso, la negativa a

responder la pregunta sobre ingresos (de probabilidad diferencial según categoría ocupacional y decil de

ingreso) y la declaración de un monto inferior al efectivamente percibido, también relacionada con el nivel de

ingreso. Es de esperar, en consecuencia, que (en tanto existe asociación entre niveles de ingreso y máximo nivel

educativo formal alcanzado), la subestimación del ingreso aumente con el nivel educativo formal y, en la

misma medida, se subestime el diferencial salarial según nivel educativo. No disponemos de información

suficiente para medir la variación de la incidencia de aquélla subestimación a lo largo de la serie, por lo que no

sabemos si esta circunstancia afecta la evolución de los diferenciales salariales.

Por último, tanto las modificaciones en los territorios a que hace referencia la información de la EPH para el

aglomerado GBA, como el cambio de cobertura temporal y formulario ocurrido en 2003 obligan a hacer una

serie de precisiones acerca de la comparabilidad de los datos obtenidos de esta fuente. En primer lugar, debe

señalarse que la denominación “aglomerado GBA” refiere a diferentes grupos de jurisdicciones en distintos

momentos.2 Esta variación, entendemos, no afecta la comparabilidad de las estimaciones de años diversos, sino

que, por el contrario, la permite. En efecto, con “Aglomerado Gran Buenos Aires” se denomina “al área

geográfica delimitada por la „envolvente de población‟; lo que también suele denominarse „mancha urbana‟

(…) Esta línea se mueve con el tiempo y, por cierto, no respeta las delimitaciones administrativas de los

partidos.” (INDEC, 2003: 4). Puede considerarse que el aglomerado, con sus diversas coberturas territoriales a

lo largo del tiempo, refirió siempre a un mismo mercado de fuerza de trabajo.

Con respecto a la cobertura temporal, a partir de la reformulación en 2003, aquélla se amplía: de predicar

acerca de dos semanas del año (la tercera semana de los meses en que se realizaba la encuesta, mayo y octubre),

la encuesta pasa a brindar información acerca de cada trimestre del año. Los datos que presentamos

corresponden a la tercera semana de octubre hasta 2002 y al cuarto trimestre del año a partir de 2003. La

ampliación de la “ventana de observación” a partir de 2003 evita “el riesgo de observar una semana atípica

y considerarla como representativa de la situación laboral, que puede cambiar en un período más largo”

(INDEC-EPH, 2003a: 17).

El cambio de formulario, por su parte, habría permitido “recuperar formas ocultas de ocupación (trabajo

femenino, trabajo irregular, changas, actividades no reconocidas habitualmente como trabajo por la población)”

(INDEC-EPH, 2003b: 2). Éstas son, en general, ocupaciones de ingresos bajos. Esto ha debido influir sobre las

medias de ingreso resultantes de la encuesta, reduciéndolas con respecto a su nivel según la EPH tradicional,

especialmente entre los asalariados con niveles de instrucción más bajos (suponiendo que, entre ellos, la

incidencia de estas ocupaciones fuera mayor).

E) LOS DIFERENCIALES SALARIALES EN EL GRAN BUENOS AIRES, 1985-2005.

En un trabajo anterior (Iñigo, 2007), presentábamos la evolución de la razón entre el promedio salarial de los

graduados universitarios del GBA y la del resto de los asalariados del mismo aglomerado entre 1985 y 2005,

calculada a partir de las siguientes series:

Gráfico 2.

Media de salarios horarios reales según nivel de instrucción alcanzado.

GBA, 1985-2005

0

2

4

6

8

10

12

1985

1986

1987

1988

1989

1990

1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

$

Primario incompleto

Primario completo

Medio incompleto

Medio completo

Universitario incompleto

Universitario completo

Total

Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC

Nota: no se incluye el salario medio de los asalariados con nivel superior no universitario incompleto y completo, debido a que la

escasa cantidad de casos no permite hacer estimaciones confiables.

Veíamos allí que entre 1985 y 2005 existe una caída general del salario real con hitos en las aceleraciones de

la inflación en 1989 y en 2002. El movimiento del salario de los graduados universitarios presentaba la misma

forma que el del resto de los asalariados, aunque difiriera ocasionalmente en la intensidad de sus variaciones.

El problema de presentar esta evolución como expresión de la medida en que las condiciones de la

consecución de ese nivel educativo formal han estado aseguradas a través del salario reside en la suposición de

que toda la diferencia entre un promedio y otro surge exclusivamente de la inclusión, en el precio medio de

cada porción de la fuerza de trabajo, del equivalente a la provisión de educación formal. Sin embargo, la

2 Nos referimos, especialmente, a la incorporación, en la onda mayo de 1998, de áreas urbanas de 7 partidos de la provincia de Buenos

diferencia de promedios podría estar afectada por la asociación entre el nivel educativo formal alcanzado y

otros atributos de esa fuerza de trabajo que necesitaran aparecer representados en el salario. En pocas palabras,

la comparación “univariada” de promedios salariales puede hacer pasar los efectos de un conjunto de

determinaciones sobre el salario como resultado de una sola de ellas; en nuestro caso, el tiempo de formación

escolar necesario para realizar un trabajo concreto.

Tratando de subsanar esa limitación, aquí presentamos los diferenciales de salario tal como aparecen

expresados en los coeficientes de regresiones del salario contra un conjunto de características de los

trabajadores. Siguiendo el procedimiento de Groisman (op. cit.), las características seleccionadas han sido el

sexo, la edad, el máximo nivel de instrucción formal alcanzado y la calificación de la ocupación, a las que se les

agregó la condición de “jefe de hogar”. Todas estas características, con excepción de la edad, fueron

introducidas como variables dicótomas. Las categorías de referencia han sido: “hasta nivel primario completo”

en el caso del nivel educativo formal; “ocupaciones no calificadas” en la calificación de la ocupación; “varón”

para el sexo y “no jefe” para la condición de jefe de hogar. Con el objeto de normalizar los residuos, la variable

regresada fue el logaritmo del salario horario. La estimación se realizó para el total de asalariados, ignorando

los casos en que los salarios horarios resultaban incoherentemente elevados para la ocupación desarrollada.3 La

información corresponde al mes de octubre entre 1985 y 2002 y al cuarto trimestre del año entre 2003 y 2005.

En el anexo 1, se presenta las estimaciones de los coeficientes de determinación r2 y la significatividad del

cambio en F obtenidos a partir de la regresión para cada año, para el GBA en su conjunto y para la Ciudad de

Buenos Aires y los partidos del conurbano por separado.

El estudio de los residuos parece indicar que estos se distribuyen de manera normal y que no existe

heteroscedasticidad. En cambio, el análisis de la matriz de correlaciones sugiere la posibilidad de colinealidad,

debida a la relativamente alta correlación entre haber completado estudios universitarios y desarrollar una

ocupación clasificada como profesional. Para el total de GBA, el índice de condición indica la presencia de

colinealidad moderada en los años 1989 y 1994 a 2005 y ausencia de colinealidad de consideración en los

restantes. Los factores de tolerancia y de inflación de varianza, en cambio, no revelan colinealidad de

consideración.

El cuadro 1 muestra los coeficientes estimados para las variables en cada año. Se ha grisado las casillas

correspondientes a coeficientes no significativamente distintos de 0 para un intervalo de confianza de 95% .

Aires, incluidos en el aglomerado definido en 1991 por el Censo de Población. (INDEC-EPH, 1998: 3). 3 Fueron ignoradas las cantidades de casos que se detallan, en los siguientes años: 1987: 1; 1988: 2; 1989: 1; 1991: 1; 1992: 2; 1993:

1; 1994: 2; 1996: 1; 1997: 2; 1999: 1; 2001: 4.

Cuadro 1

Año Const MI MC SNU UI UC CAL1 CAL2 JEFE VARÓN EDAD

1985 -1,057 0,245 0,474 0,672 0,644 0,865 0,235 0,662 -0,092 0,075 0,009

1986 -0,412 0,194 0,433 0,607 0,583 0,814 0,186 0,545 -0,002 0,192 0,006

1987 0,174 0,222 0,492 0,564 0,633 0,853 0,228 0,712 -0,073 0,158 0,009

1988 1,513 0,209 0,579 0,724 0,689 0,948 0,280 0,702 -0,084 0,168 0,010

1989 4,959 0,268 0,558 0,635 0,766 0,821 0,337 0,632 -0,107 0,113 0,009

1990 8,230 0,151 0,377 0,440 0,487 0,766 0,221 0,520 -0,032 0,077 0,009

1991 9,226 0,161 0,406 0,389 0,476 0,654 0,133 0,537 0,036 0,119 0,007

1992 0,397 0,118 0,349 0,384 0,525 0,565 0,146 0,549 0,010 0,096 0,005

1993 0,531 0,099 0,285 0,475 0,454 0,644 0,121 0,529 0,010 0,100 0,006

1994 0,549 0,193 0,332 0,575 0,541 0,786 0,128 0,591 0,073 0,182 0,007

1995 0,430 0,148 0,318 0,615 0,501 0,801 0,141 0,631 0,052 0,147 0,009

1996 0,453 0,089 0,284 0,518 0,475 0,905 0,121 0,400 0,053 0,145 0,008

1997 0,309 0,100 0,361 0,610 0,604 0,781 0,154 0,542 0,044 0,142 0,011

1998 0,349 0,133 0,388 0,639 0,647 0,874 0,159 0,695 -0,019 0,081 0,011

1999 0,396 0,098 0,306 0,638 0,570 0,852 0,165 0,564 0,026 0,132 0,008

2000 0,316 0,087 0,346 0,665 0,570 0,928 0,166 0,571 0,028 0,146 0,009

2001 0,222 0,102 0,356 0,704 0,566 0,881 0,190 0,697 0,087 0,158 0,009

2002 0,066 0,113 0,336 0,765 0,600 1,000 0,218 0,642 -0,001 0,146 0,012

2003 0,277 0,076 0,265 0,518 0,573 0,764 0,193 0,701 0,037 0,108 0,009

2004 0,224 0,122 0,311 0,558 0,583 0,958 0,165 0,551 -0,008 0,106 0,012

2005 0,516 0,121 0,333 0,706 0,621 0,992 0,160 0,477 -0,074 0,041 0,011

MI: Nivel medio incompleto; MC: Nivel medio completo; SNU: Nivel superior no universitario incompleto o completo; UI: Nivel universitario

incompleto; UC: Nivel universitario completo; CAL1: Ocupación operativa o técnica; CAL2: Ocupación profesional.

Fuente: Elaboración propia a partir de EPH-INDEC

La evolución de las estimaciones de los coeficientes (gráfico 6) arroja resultados similares a los obtenidos por

Maurizio (op. cit.) y Groisman (op. cit.) para el nivel universitario completo: tras una caída entre 1989 y 1992,

los diferenciales salariales de este nivel se recuperan y son crecientes hasta el final del período. El diferencial

del nivel universitario incompleto, por su parte, muestra oscilaciones relativamente fuertes en el cambio de

década 1980-1990 y recupera su nivel original lentamente a lo largo de la década del noventa. Por último, los

diferenciales del nivel medio, completo e incompleto, presentan evoluciones parecidas entre sí, con una caída

que tiene lugar entre 1989 y 1993 y un nivel estable desde entonces.

Se utilizó la prueba de la variable dicótoma propuesta por Gujarati (1997: 499-506) para identificar cambios

de las estimaciones que fueran estadísticamente significativos entre años. Tal prueba se realizó únicamente para

los diferenciales de los niveles: universitario completo, medio completo y medio incompleto.

Gráfico 3.

Estimaciones de los coeficientes de regresión.

Gran Buenos Aires. 1985-2005.

0

0,1

0,2

0,3

0,4

0,5

0,6

0,7

0,8

0,9

11985

1986

1987

1988

1989

1990

1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

Medio Incompleto Medio completo Universitario incompleto Universitario completo

Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC

Considerando la estimación de cada año en comparación con la del anterior, sólo se registra cambios

significativos en los años 1989 (-), 1994 (+) y 1998 (+) para el nivel universitario completo y en el año 1990 (-)

para el nivel medio completo. Comparando períodos entre sí, aparecen: cambios significativos negativos entre

el promedio de 1985-1989 y el de 1990-1993, para los diferenciales de todos los niveles considerados; cambios

significativos entre 1993-1996 y 1997-2001 para los diferenciales del nivel medio incompleto (negativo) y del

nivel universitario completo (positivo)4. Esto sugiere una caída entre 1989 y 1993 (los límites de este período

de caída varían según el nivel educativo) de los precios relativos de la fuerza de trabajo de todos los que han

superado el nivel primario completo. El precio relativo de la fuerza de trabajo de los graduados universitarios se

recupera en los diez años siguientes y crece sobre su nivel inicial; a juzgar por el gráfico, la recuperación es

compartida por el precio relativo de la fuerza de trabajo de quienes han comenzado pero no completado ese

nivel; no le sucede lo mismo al de la fuerza de trabajo de quienes han cursado el nivel medio, completándolo,

que permanece más o menos estable después de la caída, ni al de quienes no lo completaron, que se reduce aún

más.

Por tratarse del valor medio en un intervalo de confianza determinado (95%), las estimaciones presentadas de

los coeficientes de cada nivel educativo podrían, en realidad, no ser diferentes unas de otras. Por esto, hemos

graficado también los límites del intervalo de confianza para las estimaciones de los coeficientes de dos niveles

consecutivos.

4 No se ha realizado comparación pre y post 2003, por entenderse que el cambio de cuestionario y el ventana de observación podrían

afectar los resultados.

Gráfico 4.

Estimaciones de los coeficientes de regresión: límite inferior, estimación

puntual y límite superior. Nivel medio completo e incompleto.

Gran Buenos Aires. 1985-2005.

0,0

0,1

0,2

0,3

0,4

0,5

0,6

0,71985

1986

1987

1988

1989

1990

1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

Medio inc. L.I. Medio inc. B Medio inc. L.S.

Medio comp. L.I. Medio comp. B Medio comp. L.S.

Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC

Gráfico 5.

Estimaciones de los coeficientes de regresión: límite inferior, estimación

puntual y límite superior. Niveles medio completo y universitario incompleto.

Gran Buenos Aires. 1985-2005.

0

0,1

0,2

0,3

0,4

0,5

0,6

0,7

0,8

0,9

1

1985

1986

1987

1988

1989

1990

1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

Medio comp. L.I. Medio comp. B Medio comp. L.S.

Univ. inc. L.I. Univ. inc. B Univ. inc. L.S.

Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC

Gráfico 6.

Estimaciones de los coeficientes de regresión: límite inferior, estimación

puntual y límite superior. Nivel universitario incompleto y completo.

Gran Buenos Aires. 1985-2005.

0

0,2

0,4

0,6

0,8

1

1,2

1986

1987

1988

1989

1990

1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

Univ. comp. L.I. Univ. comp. B Univ. comp. L.S.

Univ. inc. L.I. Univ. inc. B Univ. inc. L.S.

Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC

Como puede apreciarse, las estimaciones de los diferenciales del nivel medio completo se distinguen con

claridad de las del nivel medio incompleto todo a lo largo de la serie. No ocurre lo mismo con las estimaciones

de los coeficientes del nivel universitario incompleto con respecto al completo entre 1987 y 1991. Tampoco con

las correspondientes al nivel universitario completo con respecto al incompleto en 1990, 1992-1994, 1998 y

2004. Sin embargo, fuera de lo que ocurre en estos años, puede asumirse que la estimación arroja diferenciales

salariales distintos para cada uno de los niveles considerados.

F) LA EVOLUCIÓN DE LA DESOCUPACIÓN

¿Cómo se corresponde la evolución de los diferenciales salariales descrita con el crecimiento de la

desocupación según nivel educativo? Según las series presentadas en el gráfico 7, la proporción de desocupados

aumentó entre la población activa de todos los niveles de educación formal: en menor medida para los

graduados universitarios y en magnitudes similares entre sí para el resto, salvo por quienes comenzaron el nivel

medio sin completarlo, que presentan porcentajes de desocupación más altos prácticamente en toda la serie.

Gráfico 7.

Tasas de desocupación según nivel de educación formal.

Gran Buenos Aires. 1985-2005

0%

5%

10%

15%

20%

25%

1985

1986

1987

1988

1989

1990

1991

1992

1993

1994

1995

1996

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

Hasta primario completo Medio incompleto Medio completo

Universitario incompleto Universitario completo

Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC

Como se vio en el gráfico 2, este crecimiento de la desocupación abierta estuvo acompañado por caídas del

salario real para los poseedores de todos los niveles educativos aquí considerados. Sin embargo, esas caídas no

fueron de idéntica magnitud para todos: relativo a la caída del salario de quienes completaron el nivel primario,

el de los graduados universitarios cayó menos y el de quienes alcanzaron el nivel medio incompleto parece

haber caído algo más. Es entre las poblaciones activas con estos dos niveles educativos formales que la

proporción de desocupados ha sido la menor y la mayor, respectivamente, a lo largo de toda la serie, si bien las

variaciones de esa proporción no coinciden temporalmente con las variaciones de los salarios relativos, ni la

magnitud de las variaciones relativas con los sentidos del movimiento de los salarios.

G) CONCLUSIONES

La caída general del salario real entre 1985 y 2005 (con hitos en 1989 y 2003), ha afectado a todos los

trabajadores, más allá del nivel educativo que hayan alcanzado. Sin embargo, a juzgar por los diferenciales

salariales con respecto al salario de quienes sólo completaron el nivel primario (según estos son estimados a

través de regresiones del logaritmo del salario horario contra el nivel educativo, el sexo, la edad y la condición

de jefe de hogar del trabajador y la calificación de su ocupación) los salarios de los graduados universitarios

cayeron menos, los de quienes cursaron el nivel universitario sin completarlo cayeron en medida similar y los

de quienes cursaron el nivel medio –completándolo o no– cayeron más en 1989-1993, sin haber recuperado su

nivel relativo desde entonces.

Esto supone que, para quienes pasaron por el nivel universitario, el equivalente a la reposición de la porción

específica del valor de la fuerza de trabajo comprendida por la formación escolar no reduce su participación en

el salario, a lo largo del tiempo. Para quienes han cursado la totalidad o parte del nivel medio, esa participación

se redujo en 1989-1993, manteniéndose estable desde entonces para quienes completaron el nivel y

reduciéndose algo más para los que no lo concluyeron.

Estos resultados no hacen más que renovar la pregunta por el contenido de la expansión de la escolaridad

media y superior de los trabajadores, en especial en la década pasada, introduciendo un interrogante adicional:

¿puede haber sido distinto, ese contenido, según el nivel de enseñanza formal del que se trate?

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Tenti Fanfani, E. (1996) “Títulos escolares y puestos de trabajo: elementos de teoría y análisis comparado” en

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Waisgrais, S. (2005) “Determinantes de la sobreeducación de los jóvenes en el mercado laboral argentino”,

ponencia presentada en el VII Congreso Nacional de Estudios del Trabajo, Buenos Aires, 10 al 12 de

agosto de 2005.

Anexo 1.

Estimaciones de R2, R

2 corregida y significatividad del cambio en F

Total

R

2 R

2 corregida

Sig. del cambio en

F

1985 0,370 0,367 0,000

1986 0,324 0,322 0,000

1987 0,385 0,383 0,000

1988 0,384 0,382 0,000

1989 0,285 0,283 0,000

1990 0,275 0,272 0,000

1991 0,280 0,277 0,000

1992 0,259 0,257 0,000

1993 0,254 0,251 0,000

1994 0,332 0,330 0,000

1995 0,332 0,329 0,000

1996 0,314 0,312 0,000

1997 0,342 0,340 0,000

1998 0,386 0,384 0,000

1999 0,335 0,333 0,000

2000 0,383 0,381 0,000

2001 0,369 0,367 0,000

2002 0,421 0,417 0,000

2003 0,328 0,324 0,000

2004 0,336 0,333 0,000

2005 0,344 0,342 0,000

Fuente: elaboración propia a partir de EPH-INDEC