en las tinieblas, ángeles

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  • 7/22/2019 En las tinieblas, ngeles

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    En las tinieblas, ngelesEric Van LustbaderEl amor es una emocin que ofrece jornadas de gran actividad a los escritoresdebido a sucomplejidad, a su simplicidad y al gozo y la angustia que produce en cualquier

    persona,cualquierda, en cualquier momento Y en general gozo y angustia llegan almismo tiempo. Sinembargo, existen aspectos ms oscuros de esta emocin, la causa de que creems temores

    personales, ms terrores nocturnos que cualquier otra emocin.Eric van Lustbader es autor de novelas de tanto xito editorial como El Ninja ySirens(Sirenas), y la ms reciente es Black Heart (Corazn negro). Reside en NuevaYork.

    Si yo hubiera sabido entonces lo que s ahoraCmo resuenan sin cesar esas palabras en mi mente, como una pelota de gomaque rebota poruna escalera interminable. Como si tuvieran vida propia. Y supongo que as esahora.No puedo dormir pero es extrao? Afuera, rayos blanquiazulados se bifurcancual melladasgarras de gigante y el trueno es tan fuerte algunas veces que pienso estaratrapado en unainmensa campana. Los ecos se despliegan como el recuerdo formando una

    espiral precipitada, unenredo a mis pies.Si yo hubiera sabido entonces lo que s ahora . Y, sin embargoY, sin embargo, vuelvo una y otra vez a aquel atardecer ventoso, cuando el ferryme dej en lapunta este de la isla. En tiempos haba sido, me inform el bastante parlanchncapitn, unapennsula con un largo y estrecho istmo. Pero con el tiempo el agua carcomi elrocoso suelohasta que la tierra sucumbi al fro abrazo de las mareas ocenicas, quedandoseparada casi dos

    kilmetros de tierra firme.Naturalmente, el capitn posea una versin totalmente distinta sobre loacontecido.Son esos tipos de all arriba haba dicho l, moviendo su afilado y velludomentn hacia elcastillo que coronaba la elevacin cercana de la isla. No queran msintromisiones de la gentede los alrededores.

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    Lanz una breve risotada y escupi por la borda.Nada que objetar, dira yo observ mientras escrutaba intensamente,aprovechando la plidaluz del sol moribundo. Esas rocas eran espantosamente agudas. Mene lacabeza como si le

    abrumara el recuerdo. Los nios siempre se retaban a hacer all su numerito debalancn, enaquella alargada lengua de tierra. Gir con fuerza el timn y el agua espumosase precipit porla proa del ferry. Muchas veces tuvimos que salir con focos, para rescatar a algn

    jovencito locoque se haba perdido.Durante un momento el capitn nos alej de la isla que asomaba a estribor, paraaprovechar almximo el viento de costado.Pero nunca encontramos a nadie. Ni a uno solo. Escupi de nuevo. Si tecaes por aqu,nunca volvern a verte.La resaca suger.Se limpi su rudo rostro curtido por el viento y me espet con sus ojos color grisclaro.La resaca, dice usted? Su risa fue bronca y desagradable. Aprendermucho aqu enFuego del Aire, muchacho. Oh, s!Me dej en un lado del muelle sin nadie que reparara en mi llegada. Mientras elamplio ferryviraba para alejarse, impulsado por el fuerte viento del ocaso, cre ver al capitncon un brazoalzado en direccin a m.Me apart del mar. Grandes extensiones de pinos, cerdosos y oscuros con lamenguante luz,ascendan en majestuosa disposicin hacia el castillo situado en lo alto. Sus copasse agitabancomo sierras y emitan un raro y melanclico zumbido.Me sent total, irreparablemente solo y por primera vez desde que enviara la cartanot elinquieto fluctuar del recelo. Una extraa oscuridad interna se haba posado sobremis hombroscomo un cuervo que desciende hacia la carne de los muertos.Respir profundamente y sacud la cabeza para despejarla. Los relatos del capitneran simplespalabras enhiladas una tras otra. Las leyendas eran simples palabras y nada ms.Debapreocuparme de m mismo. Al fin y al cabo, ese precisamente era mi deseo.El agnico sol poniente encendi cual antorchas las torrecillas ms altas, que porun instante

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    parecieron ensangrentadas lanzas. Imaginacin, simplemente eso. La imaginacinde un escritor.

    Aferr mi rado maletn y prosegu mi camino, jadeante, porque la pendiente erapronunciada.Pero haba llegado en el momento preciso del da, cuando el trrido sol

    desapareca del cielo y elintenso fro nocturno no afectaba todava al lugar.El ambiente estaba cargado de los aromas del mar, una aglomeracin tan fecundaque me dejsin aliento. Muy lejos, por encima del agua, grandes gaviotas daban vueltas y msvueltas enociosos crculos, pasaban rozando la brillante superficie del ocano yremolineaban de nuevohacia lo alto, desapareciendo largo rato entre las lanudas nubes de tonos rosadosy amarillos.Visto desde fuera, el castillo tena un aspecto maravilloso. Era inmenso, seproyectaba hacia elcielo como si estuviera a punto de echar a volar. Estaba construido(evidentemente haca muchosaos) con enormes bloques de granito adornados con iridiscentes retazos de micaque brillabanigual que diamantes, rubes y zafiros a la luz del atardecer.Ciertamente su apariencia era la de un castillo de cuento de hadas, con susimponentes almenas yempinadas torrecillas, cornudo y tremebundo. Sin embargo, tras examinarlo conms detalle,comprob que los bloques estaban unidos con un material tan fantstico como elcemento.Por debajo empezaba a condensarse la niebla, trepaba con rapidez por la ruta queyo habatomado momentos antes, como si me siguiera. La vista del muelle habadesaparecido con unsoplido y los gritos de las gaviotas, que se filtraban a travs del vapor, eranespectrales yvagamente alarmantes.Sub los escalones de basalto que llevaban a la puerta principal del castillo. Laanchura de laentrada habra permitido el paso de un semirremolque. Estaba formada por unasustancia que nopareca ser ni piedra ni metal. Precavidamente, pas la mano por la fina superficie.Era maderapetrificada. En el centro haba una aldaba ornamentada con volutas y la us parallamar.Sorprendentemente apenas hubo ruido, pero la puerta se desliz hacia adentrocasi al momento.

    Al principio no vi nada. La serpenteante bruma se haba enroscado en torno a laluz crepuscular,

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    sumindome en una hmeda e incmoda noche.S?Era una voz melodiosa, suave y etrea. Una voz femenina.Dije mi nombre.Lo siento repuso ella. En Fuego del Aire solemos perder el sentido del

    tiempo. Me llamoMarissa. Le esperbamos, desde luego. Mi hermano se enfadar muchsimocuando sepa quenadie fue a recibirlo al muelle.No tiene importancia dije. El paseo me ha encantado.Quiere pasar?Cog el maletn y atraves el umbral. Not que la fina mano femenina se deslizabaen la ma. Elvestbulo estaba tan oscuro como la noche. No o el ruido de la puerta al cerrarse,pero cuandovolv la cabeza el cielo y los remolinos de niebla haban desaparecido.Escuch el susurro de la ropa de la mujer justo delante de m y ol el aroma de unaladera llenade flores al atardecer. La piel de la mujer era suave como terciopelo, aunque lacarne que seocultaba bajo ella era firme y flexible, y de pronto sent la curiosidad de averiguarqu aspectotena. Se parecera a la imagen de mis pensamientos? Una criatura delgada,plida,abandonada, con traceras azul claro como venas visibles en la fina y delicadapiel, con uncabello largo y tan negro como las alas de un cuervo?Despus de lo que me parecieron interminables horas, salimos a una saladbilmente iluminadade la que al parecer se ramificaban las dems habitaciones de aquella planta.Delante mismo denosotros, una enorme escalera ascenda en espiral. Su amplitud era suficientepara permitir elascenso de veinte personas en una sola lnea.Varias antorchas titilaban, y el fumoso y perfumado ambiente estaba cargado deolores a sebo yaceite de ballena quemados. Muebles de apariencia incmoda bordeaban lasparedes: peladosbancos de madera de respaldo rgido y sillas como las que se encuentran en unaiglesiametodista. Grandes y pesados estandartes pendan flccida mente, pero sehallaban a tanta alturasobre mi cabeza y la luz era tan dbil que me fue imposible distinguir los dibujos.Marissa se volvi para mirarme y comprob que no era como yo la habaimaginado.S, era muy hermosa. Pero sus mejillas eran rosadas, sus ojos azules como lasflores del aciano y

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    su cabello del color de la miel deslumbrada por el sol. El pelo le caa en gruesos ysuavesmechones de una fina cinta de carey que lo mantena apartado de su cara,descenda por sushombros y era igual que una cascada que llegaba hasta la regin lumbar.

    Sus labios coralinos se contrajeron como si no pudieran reprimir la sonrisa queiluminaba en esemomento su cara.S dijo en voz baja, en tono musical, est usted muy sorprendido.Perdone dije. La estoy mirando con demasiada fijeza?Me ech a rer afectadamente. Por supuesto que la estaba mirando. No habapodido evitarlo.Tal vez est fatigado despus de la caminata. Le gustara comer algo ahoramismo? Unabebida fra que le refresque?Me gustara ver a Morodorrepuse, tras apartar los ojos de su mirada conenorme esfuerzo.Marissa pareca poseer la facultad de hacer brotar mi emocin, como si fuera laduea de la llaveque abra canales de mi interior cuya existencia ni yo mismo conoca.A su debido tiempo dijo ella. Debe tener paciencia. Hay muchos problemasurgentes queprecisan atencin. Slo l puede resolverlos. Estoy segura de que lo entender.En realidad yo no entenda nada. Haber llegado desde tan lejos, haber aguardadotanto tiempoLo nico que senta era frustracin. Igual que un nio herido, deseaba queMorodor me hubierarecibido en la entrada a modo de excusa por la descortesa de haberme dejadocompletamentesolo en el muelle cuando llegu. Pero no. Para l haba asuntos ms importantes.Cuando escrib a su hermanoMarissa haba alzado su larga y blanca palma.Por favordijo, risuea. Tenga la seguridad de que mi hermano deseaayudarlo. Sospechoque ello se debe a que tambin l es escritor. En Fuego del Aire queda muchotiempo libre, yltimamente mi hermano ha descubierto este desfogue en cierto sentido msfsico.Pens en las espeluznantes historias con las que el capitn del ferry me habacolmado, y en otrashistorias que, con el transcurso del tiempo, haban llegado hasta m procedentesde diversasbocas locuaces, y not un escalofro recorriendo mis huesos al imaginar losdesfogues fsicosde Morodor.Debe de ser fascinante escribir novelas dijo Marissa. He de confesar queme alegr

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    egostamente al saber que usted iba a venir. Sus obras me han proporcionadogran deleite.Toc el dorso de mi mano como si hubiera sido una escultura de gran valor.Suextraordinario talento debe hacerle muy deseable en su mundo.

    Se refiere a crculos literarios, agasajosCrculos, s. Es usted muy especial. Indudablemente mi hermano lo dedujo desu carta.Apart sus dedos de m. Pero ahora es tarde y estoy segura de que seencuentra cansado.Me permite acompaarle a su habitacin? Comida y bebida le aguardan all.Esa noche no hubo luna. O al menos no poda verse. Ni las estrellas, ni tan slo elcielo. Al mirarpor la ventana de mi habitacin, en una de las torretas, no vi nada aparte de lablancura de laniebla. Fue igual que si el resto del mundo se hubiera esfumado.

    Aferrado al borde del antepecho con los dedos, me asom tanto como me atrev,escrut la nochepara tratar de captar un perfil, una forma. Pero ni siquiera las copas de losenormes pinos podanabrirse entre aquel manto.

    Aguc el odo para escuchar el siseo tranquilizador, la succin del ocano querompa en la costarocosa, a gran distancia. Pero no o nada de eso, slo el extrao e intermitentesilbido del vientoal topar con los rgidos dedos que eran las torrecillas del castillo.Finalmente volv a la cama, pero no concili el sueo durante largusimo rato.Haba esperadotanto la rplica de Morodor a mi carta, haba viajado tantos das para estar all queme parecaimposible tranquilizarme lo suficiente para que el sueo se apoderara de m.Sent el picor de la ansiedad. Oh, ms que eso. Estaba ardiendo En los dasposteriores alrecibo de la carta afirmativa de Morodor, la idea de ir a la isla, de hablar con l, deconocer sussecretos haba acabado siendo, cada vez ms, mi nica salvacin.Para cualquier autor debe de ser arduo quedar bloqueado en su trabajo. Pero param Yo sloviva para escribir. Sin esa tarea no haba razn para continuar viviendo, porquehabaaveriguado en aquellas jornadas de inactividad que los das y las noches pasancomo meses,aos, siglos, con la pesadez de viejos elefantes. El tiempo era una carga para m.Yo haba sido igual que una mquina, entregaba febrilmente libro tras libro, unopor aodurante cuntos aos? Quince? Veinte? Ya ven, el enfant terrible ha perdidola cuenta.

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    Misericordiosamente.Hasta que lleg ese ao y no hubo nada, un desierto de papel, y mi desesperacinfueaumentando. Permanec encerrado en mi casa igual que un ermitao, viajaba sincesar, traa

    risueas chicas a mi hogar, me privaba de ese gusto, pasaba de un extremo alotro como unpndulo humano a fin de que las entraas volvieran a funcionar.Nada.Y luego, una noche de borrachera, o la primera historia sobre Fuego del Aire y, apesar de losvapores de mi estupor, algo cal en m. Una idea, quizs, o ms exactamente, enaquel punto, elfantasma de una idea. De amor perdido, traicin y extremo horror. Tan simplecomo eso. Y tancomplejo. Pero comprend que la imaginacin no bastaba ya, que tendra quelocalizar el lugarpersonalmente. Tena que encontrar a Morodor y convencerle como fuese que merecibieraSueo. Les juro que por fin lleg el sueo, aunque curiosamente jams habadormido as,porque so que estaba despierto y haca desesperados esfuerzos paradormirme. Saba que iba aver a Morodor por la maana, que tendra que estar despejado y que, sin sueo,distara muchode estarlo.En mi sueo yo estaba despierto, aferrado a la colcha que cubra mi pecho,mirando fijamente eltecho, con tanta intensidad que, sospechaba yo, en cualquier momento podra vera travs de l.

    Abr los ojos. O los cerr y los abr para ver la luz del amanecer que penetrabacomo un torrentepor la estrecha y alta ventana. Haba olvidado correr las cortinas antes deacostarme.Durante un instante experiment una extrasima sensacin en mi cuerpo. Comosi mis piernasestuvieran paralizadas, como si toda mi fuerza fluyera por mis msculos y sedeslizara hacia elpiso de madera de la habitacin. Pero la parlisis haba dejado libre la partesuperior de mi torso,de tal modo que yo senta un enorme derrame de energa.Una fugaz punzada de miedo cruz susurrante mi pecho, y mi corazn palpit confuerza. Peroen cuanto me incorpor, la sensacin desapareci. Me levant, me ase, me vesty baj adesayunar.

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    El desayuno aguardaba humeantemente dispuesto cubriendo de un extremo a otrouna inmensamesa de madera. De hecho, al poder ver bien por vez primera en Fuego del Aire ala luz del da,comprob que todo era de madera: las empaneladas paredes, el piso en los

    puntos donde eravisible entre las alfombras de dibujos oscuros, los techos de catedral, los pomosde las puertas,los antepechos de las ventanas, incluso los accesorios de las luces. De no habervisto el castillodesde fuera, habra jurado que todo el lugar estaba construido con madera.Haba dispuestos dos servicios, uno en la cabecera de la mesa y el otro a laizquierda del anterior.Suponiendo que el primero era para Morodor, me acomod en la silla lateral yempec aservirme.Pero no fue Morodor el que baj por la amplia escalera. Fue Marissa. Era, esamaana, una vistaque aceleraba el corazn. Como si el sol se hubiera desviado de la ruta prescritapor los cielos ydescendido a la tierra. Vesta una tnica azul celeste, atada en cruz entre suspechos y en torno asu estrecha cintura con una cinta de satn color verde oscuro. En sus pies calzabasandalias decuerda; vi que uno de los dedos estaba circundado por un minsculo arete de oro.Cuando se acerc, su sonrisa irradiaba el calor del mismo verano. Y su cabello!Imposibledescribir correctamente el brillo de su pelo a la luz diurna, chispeante y rutilantecomo si todaslas hebras fueran misteriosas fuentes de luminosidad. Aquellas olas de doradamiel secomportaban exactamente igual que si poseyeran vida propia.Buenos das dijo con naturalidad. Ha dormido bien?S ment. Perfectamente. Alc un plato de higos verdes. Fruta?S, por favor. Slo un poco.Pero a pesar de eso dej en el plato ms de lo que comi.Esperaba encontrar despierto a su hermano dije mientras terminaba midesayuno.Marissa sonri dulcemente.Por desgracia mi hermano no es muy madrugador. Tenga paciencia. Todo irbien. Selevant. Si ha terminado, imagino que sentir curiosidad por Fuego del Aire. Haymucho quever.Salimos del saln, recorrimos corredores y cmaras en nmero interminable, todotan atestado,

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    tan desigual que pronto me mare el asombro. El lugar pareca prolongarseeternamente.

    Al fin salimos a una habitacin que, a juzgar por su atavo, debi de haber sidouna trascocina enotro tiempo. La atravesamos con rapidez y pasamos por una puertecilla que no vi

    hasta queMarissa la abri.La niebla de la pasada noche se haba disipado por completo y en lo alto slohaba un cieloenorme y cerleo despejado de nubes y pjaros. O el distante mar que selanzaba con abandonoincesable sobre la irregular base de la montaa. Pero al bajar la vista slo vifollaje.El jardn dijo en voz muy baja Marissa mientras deslizaba su mano en lama. Vamos.Me condujo junto a un cuadro de azucenas atigradas, hileras de madreselvas enflor, un rosal dehumillante perfeccin que me dej sin aliento.Ms all, topamos con un largo y esculpido seto vivo vez y media tan alto comoyo. Haba unaalargada y estrecha abertura por la que Marissa me condujo y al instante nosencontramosrodeados por elevados muros de setos vivos. Estaban frondosamente verdes einmaculadamenteaseados, hasta tal punto que resultaba imposible afirmar dnde acababa uno yempezaba elsiguiente, dada su inconstil continuidadQu lugar es este? pregunt.Pero Marissa no contest hasta que, tras numerosas vueltas y recovecos, noshallamos en elinterior. En ese momento me mir.Es el laberinto explic. Mi hermano orden que lo construyeran para mcuando yo erauna nia. Tal vez pens que as no hara travesuras.Hay una salida dije inquieto, mientras miraba alrededor, a las pantallas decolor verdeoscuro que asomaban por todas partes.Oh, s. Se ech a rer, con el tono argentino de una campana Est aqu. Setoc la sien conun fino dedo. Aqu vengo a meditar, cuando estoy triste o aturdida. Es un sitiopacfico ysilencioso y nadie puede encontrarme si decido ocultarme, ni siquiera Morodor. Esmi dominio.Sigui conducindome por zigzags, callejones sin salida, avanzando con lainfalibilidad de unimn atrado por el polo Norte. Y yo la segu en silencio. Ya estaba perdido.

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    Mi hermano sola decirme: Marissa, este laberinto es nico en el mundoporque lo heconstruido como una copia de tu mente. Todas estas intrincadascircunvoluciones, el trazadocorresponde a los remolinos y espirales de tu cerebro.

    Me mir con sus burlones ojazos, tan azules que el cielo del medioda parecareflejado all. Unesbozo de sonrisa asomaba en las comisuras de sus labios.Pero naturalmente yo slo era una nia entonces y siempre me esforzaba enhacer las cosasque l haca, quera ser igual que l. Hizo un gesto de indiferencia.Seguramente lintentaba que me sintiera especial No le parece?No necesitaba este lugar para lograr eso dije. Cmo demonios se lasarregla para salir deaqu?Nada de lo dicho por ella haba calmado mi inquietud.Los aos se han ocupado de eso repuso ella muy seria.Tir de m y nos sentamos, con los torsos a la intensa sombra de los setos ynuestras estiradaspiernas bajo el zalamero calorcillo del sol. En alguna parte, muy cerca, un abejorrozumbabaabundante y felizmente.Recost la cabeza y observ los reflejos de luz y sombra en el seto situado antenosotros. Diezmil minsculas hojas se movan a intervalos con la brisa tenue y pens estarcontemplando ungento distante que agitaba los pauelos alzados con ocasin de la visita de unemperador. Unacalidez somnolienta me cautiv y al momento desapareci mi nerviosismo.S dije. Es un lugar muy pacfico.Me alegra replic ella. Tambin usted lo percibe. Tal vez porque es escritor.Un escritorsiente las cosas con ms profundidad, no es cierto?Sonre.Tal vez en parte, s. Siempre estamos creando personajes para nuestrosrelatos, y precisamosexperiencia para poner a un lado a las personas. Debemos ser capaces de ir msall del mundoy, como cirujanos, dejar al descubierto sus entraas.Y nunca le ha asustado hacer eso?Asustarme? Por qu?Por lo que encuentra all.He descubierto muchas cosas con el paso de los aos. Imposible que todassean agradables.Por qu iba a querer que lo fueran? A veces pienso que muchos de mis colegasviven de los

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    rasgos desagradables que hallan bajo la superficie. Me encog de hombros.En cualquiercaso, nada parece ir bien sin la oscuridad del conflicto. En la vida tanto como en laliteratura.Sus ojos se abrieron y me miraron de soslayo.

    Me equivoco al pensar que ese conocimiento es muy importante para usted?Qu podra ser ms importante para un escritor? Algunas veces pienso queexiste unacantidad finita de conocimiento, no para asimilar, sino para utilizar.Y por eso ha venido aqu?S.Marissa desvi la mirada.Nunca ha estado casado. Por qu?Me alc de hombros mientras pensaba en ello un momento.Supongo que porque nunca me he enamorado.Ella acogi la respuesta con una sonrisa.Nunca. Ni una sola vez en tantos aosMe ech a rer.Aguarde un momento! No soy tan viejo. Treinta y siete aos no esprecisamente ser unanciano.Treinta y siete murmur, como si repitiera palabras extraas para ella.Treinta y siete.De verdad?S. Estaba desconcertado. Cuntos aos tiene usted?Tantos como aparento. Agit su cabello. Se lo dije ayer por la noche. Eltiempo tieneescasa importancia aqu.Oh, s, de da en da. Pero usted debeNo ms charla ahora dijo ella. Se levant y tir de mi mano. Hay mucho quever.Salimos del laberinto por una senda bastante sencilla, aunque yo, de haber estadosolo, habravagado por all hasta que alguien hubiera tenido el decoro de venir a buscarme.Nos hallbamos ante un parapeto de piedra. Al otro lado el pico descenda demodo tanescarpado que pens encontrarme al borde de una hendidura del mundo.Estbamos en el lado oeste de la isla, una zona que yo no haba visto en mi viaje.Muy pordebajo de nosotros, a ms de trescientos metros sin duda, el mar cubra deespuma y libaba lasirregulares rocas, rodeadas en su base por brillantes blanos grisceos. Tres ocuatro grandesgaviotas de color blanco y de lavndula descendieron bruscamente y revolotearonentre larociada de espuma mientras buscaban comida.Maravilloso, no?dijo Marissa.

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    Pero yo haba apartado mis ojos de la oscura faz del mar para observar los llanosy huecos de labrillante faz femenina, iluminada por la luz del suave verano, toda ella sonrosada ydorada,irradiando calor

    Tard cierto tiempo en comprender la autntica naturaleza de ese calor. Emanabadel mismopunto de mi interior del que haba brotado mi repentina y fugaz clera.Marissa dije en un susurro, pronunciando su nombre como si fuera unaplegaria.Y ella me mir, dirigi hacia m el azul de flor de aciano de sus ojos, con suscarnosos labiosligeramente abiertos, brillantes. Me inclin sobre ella, me acerqu milmetro amilmetro hastaque o cerraba mis ojos o bizqueaba. Not el roce de sus labios contra los mos,unos labiosincreblemente blandos, al principio fros y fragantes, luego adquiriendo conrapidez el calor dela sangre.No dijo ella, su voz apagada por nuestra carne. Oh, no lo haga.Pero sus labios se abrieron bajo los mos y not que su ardiente lengua sondeabami boca.Mis brazos la rodearon, la atrajeron hacia m con la misma suavidad que a un tallode trigo.Percib la dura presin de sus pechos, la redondeada blandura de su vientre, y elcalor. El calorque aumentabaY con el relmpago llega la lluvia. Esa frase procede de un viejo poema que mimadre solacantarme en plena noche, cuando las tormentas me despertaban. No recuerdoms versos. En estemomento es tan slo un fragmento de verdad, un artefacto no desenterrado en elcenagoso lechofluvial de mi mente. Y yo, el arquelogo de esta regin, me asombro como el quems de lo quea veces descubro. Pero eso, al fin y al cabo, es lo que me mantuvo escribiendo,ao tras ao. Unmotor de creacin.La noche es invisible a causa de las nubes y el sibilante aguacero. Pero a pesarde ellopermanezco ante la ventana abierta, a gran altura sobre la ciudad, al mismo bordedel cielo.No veo las calles, ni las escasas personas que se apresuran bajo sus paraguastemblorosos, ni losfaros de los coches, si en realidad hay alguno circulando en hora tan nefanda.Slo veo los

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    espectrales dibujos geomtricos, gris carbn sobre negro, de las partes superioresde los edificiosms prximos al mo. Pero no son tan altos. Ninguno de ellos es tan alto como elmo.Nada existe ahora aparte de la tempestad y su furia. La noche ha cobrado vida

    con la tormenta,tiembla y crepita. O me equivoco? Est animada la noche por algo distinto? Los. Lo s.

    Ahora escucho el sonidoLos das transcurrieron como el ms intenso de los sueos. Esa clase de sueosde los que puedesrecordar cualquier detalle cuando lo deseas, reproduciendo sus emociones una yotra vez con lafacilidad de un prestidigitador.Estando con Marissa, olvid mi obsesivo deseo de localizar a Morodor. Dej depreguntar dndeestaba o cundo podra hablar con l. De hecho, confiaba en no verle nunca,porque si haba algode verdad en las leyendas de Fuego del Aire, seguramente tales leyendas debande brotar de sualma oscura, no de una criatura de aire y de luz que jams se apartaba de m.Por las tardes pasebamos por los interminables jardines (ella se senta incmodaentre cuatroparedes) y cogerla de la mano pareca infinitamente ms gozoso que contemplarlas ilimitadasmaravillas del castillo. Estoy plenamente convencido de que si por casualidadhubiramostopado con un grifo mitolgico durante uno de tales paseos yo no le habradedicado msatencin que a un gato callejero.Sin embargo, ninguna criatura de fbula como esa hizo su aparicin, y con el pasodel tiempo fuiconvencindome cada vez ms de que carecan de fundamento las historiasnarradas y vueltas anarrar a lo largo de los aos. El nico poder mgico que Marissa posea era el quele permitaemocionarme profundamente con una simple palabra, con el mero roce de sucarne contra la ma.Te ment le dije un da.Era el atardecer. Densos y oscuros rayos de sol resbalaban en nuestros hombros,en nuestraespalda, con la misma lentitud que la miel. Las cigarras geman cual broncegolpeado y lasmariposas danzaban como joyas vivientes mientras recorran arbustos bajos yflores, igual queun grupo de nios jugando al escondite.Cundo?

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    Cuando dije que nunca haba estado enamorado. Me volv de espaldas y alcla vista haciauna nube lanuda de gran altura, un castillo en el cielo. Lo estuve. Una vez.La cog de la mano, pas mi pulgar por los delicados huesos que acanalaban eldorso.

    Fue cuando estaba en la universidad. Nos conocimos en una clase depsicologa y nosenamoramos sin darnos cuenta.Hubo un silencio momentneo entre los dos y pens que tal vez haba cometidoun error al sacara colacin ese tema.Pero no te casaste con ella.No.Por qu no?Procedamos de distintos ambientes sociales. Me volv y vi la cara deMarissa ante m,tan enorme como el sol en el cielo. Creo que sera difcil explicrtelo, Marissa.Era unproblema relacionado con la religin.Religin. De nuevo dio vueltas a una palabra en su paladar, como si tratara deaveriguar elsabor de un alimento nuevo y extico. No estoy segura de entenderte.Creamos en cosas diferentes o para ser ms exactos, ella crea y yo no.Y no haba posibilidad de compromiso?En esto, no. Pero el detalle ms irnico de este asunto es que ahora hecomenzado a creer,aunque slo sea un poco. Y ella, creo, ha empezado a dudar de lo que siemprehaba consideradosagrado.Qu triste dijo Marissa. Piensas volver con ella?Nuestra oportunidad pas hace mucho tiempo.Un curioso rasgo haba aparecido en los ojos de Marissa.De modo que opinas que el amor tiene principio y fin, siempre.No pude soportar por ms tiempo que aquellos fantsticos ojos estuvieranclavados en m.Eso pensaba hace tiempo.Por qu desvas la mirada?Yo Contempl el cielo. La nube-castillo haba sufrido una metamorfosis, eraun granpjaro encorvado. No lo s.Sus ojos eran muy claros, penetrantes pese a que la luz natural era oscura.Somos exploradores dijo ella en el mismo precipicio del tiempo. Ciertorasgo de su vozme atrajo. Puede existir realmente un amor sin fin?En ese momento Marissa estaba escrutando mi rostro detalladamente, como siestuviera

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    confindolo a su memoria, como si no fuera a verme ms. Y ese pensamiento mearranc de mipacfico adormecimiento.Me amas?S musit con la voz de otra persona.

    Igual que un seco viento entre caas marchitas. Y atraje su cuerpo hacia m.Por la noche parecamos estar ms unidos todava. Era igual que si yo hubierarobado unfragmento de sol para acostarlo junto a m: Marissa era tan radiante por la nochecomo durante elda, ligera y flexible y ansiosa de que la abrazaran, de que la acariciaran. De quela amaran.Siente lo que yo siento musit, temblorosa cuando estoy cerca de ti. Setendi encimade mi cuerpo. La boca puede mentir con palabras, pero el cuerpo no. Este calores real. Todoel amor fluye a travs del cuerpo, lo sabas?Yo distaba mucho de poder responder verbalmente.Marissa desliz sus uas por mi piel, luego la suavidad de ptalos de sus palmas.Noto tu cuerpo. Noto cmo respondes al mo. Noto su profundidad. Como si yofuera la luna yt el mar. Sus labios estaban en mi oreja, sus eses sonaban sibilantes. Esimportante. Msimportante que lo que t piensas.Por qu? dije en un suspiro.Porque slo el amor puede curar mi corazn.Me extra la cicatriz que vi all. Me apret contra ella, le separ las piernas.Amada ma!Conoc a Morodor el primer da de mi segunda semana en Fuego del Aire. Yadems pareci seruna casualidad.Fue poco despus del desayuno, y Marissa haba vuelto a su habitacin paracambiarse. Yoestaba paseando por la balaustrada del segundo piso cuando descubr un nichoen la pared que nohaba visto hasta entonces.Me introduje en l y me encontr en un parapeto que recorra la sobresaliente alanorte delcastillo. Era como estar suspendido en el aire, y me habra aturdido en extremo lavisin de nohaber topado al instante con una forma oscura e imponente.Me apresur a apoyarme en el ptreo muro del castillo, creyendo haber tropezadopor casualidadcon otro saliente de su extraa estructura.Luego, literalmente, fue como si una sombra cobrara vida. La sombra sedesprendi del bordedel parapeto y en ese momento vi que se trataba de la silueta de un hombre.

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    Su estatura deba de superar los dos metros, y se cubra con una gran capa negracomo el bano,gruesa y remolineante, que caa sobre su esbelta figura y arranc un susurr de lapiedra delsuelo cuando el desconocido se movi.

    Se volvi para verme y me qued boquiabierto. Su cara era alargada y estrecha,tan huesudacomo la de un cadver, y su piel igualmente tan plida. Sus ojos, bajo cejasoscuramentepobladas, eran fragmentos de materia bituminosa, como puestos all para taponarun par deagujeros que conducan al interior de su cuerpo. Su nariz era larga y severamentedelgada, perosus labios eran carnosos y rubicundos, proporcionaban el nico retazo de color auna cara por lodems mortalmente plida.Sus labios se abrieron infinitesimalmente y pronunciaron mi nombre. De formainvoluntaria, meestremec y de inmediato vi algo que cruzaba los ojos del otro hombre: ni enojo nipena, msbien fatigada resignacin.Cmo est usted.El saludo fue tan formal que me sobresalt y me dej la lengua paralizada.Despus de tantotiempo, Morodor se haba esfumado de mi mente y yo slo ansiaba estar conMarissa. De prontome sent irritado con l por haberse interpuesto entre mi amada y yo.Morodordije. Me sent impulsado a comentarle que l necesitaba sobre todouna buenadosis de sol. La idea casi me hizo rer. Casi. Perdneme por esta observacinpero yo creaque, me refiero a que verle por aqu tan tranquilo a plena luz del da Me interrump, con las mejillas ardiendo, incapaz de proseguir. De todos modos lohaba dicho.Me maldije por mi estupidez.Pero Morodor no se ofendi. Se limit a sonrer (la visin fue sumamentedesagradable) einclinar levemente la cabeza.Un concepto errneo bastante extendido dijo con su inquietante voz grave.De hecho es laluz solar directa la que perjudica mi salud. Soy como un magnfico grabadoantiguo. Su oscurocabello roz su alta frente. Por lo dems me encanta mucho el da.Pero tendr que dormir a alguna horaMorodor sacudi su enorme cabeza.Dormir es algo desconocido para m. Si durmiera, soara, y eso no me estpermitido. Dio

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    una larga y sibilante zancada junto al parapeto. Vamos, demos un paseo.Volv la cabeza hacia la ruta que haba seguido yo para llegar all.Marissa sabe que estamos juntos dijo l. No tema. Estar aguardndolecuandoterminemos.

    Caminamos juntos a lo largo del angosto parapeto. Al parecer circundaba elcastillo entero,porque no vi ni su principio ni su final.Tal vez se pregunte dijo Morodor con su retumbante y vibratoria voz porqu le concedesta entrevista.Su enorme capa le envolva con la turbulencia de un mar nocturno, de tal modoque conservabala noche alrededor de l estuviera donde estuviese.Capt en su carta cierta desesperacin prosigui. Me mir. Y ladesesperacin es unaemocin con la que puedo identificarme.Fue muy amable al acceder a recibirme.Amable, s.Pero debo confesar que las cosas han cambiado desde que le escrib aquellacarta.Ciertamente.Se trataba de una advertencia vibratoria?S repuse precipitadamente. De hecho, desde mi llegada aqu Hice unapausa, sinsaber cmo continuar. El cambio se produjo en cuanto llegu a Fuego del Aire.Morodor no respondi, y ambos proseguimos el paseo alrededor del castillo. Pude

    juzgar conprecisin la altura a que nos encontrbamos. La niebla que vi la primera nochepudo ser tan slouna nube que pasaba ante el castillo, como una de esas nubes que tapan la luna.Y por qu no?

    All todo era posible. Consider ridculo que a slo ochenta kilmetros de la islahubiera barcoscisternas y trenes expresos, aviones particulares y pavimentadas callesflanqueadas por tiendasque ofrecan productos envasados pulcramente de empresas internacionales. Contoda seguridadesos modernos artefactos formaban parte del sueo casi desvanecido que yohaba tenidoanteriormente.El mar no albergaba embarcacin alguna hasta el horizonte. Era un liso y brillanteestanque parael deleite de un solo hombre, Morodor.Estoy enamorado de su hermana acababa de balbucear yo, y me hallabaperplejo,esperando, supongo, el impacto de la clera de mi anfitrin.

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    Pero en lugar de eso, Morodor se detuvo y me mir fijamente. Despus ech atrsla cabeza yprorrumpi en carcajadas, con el grave y resonante sonido del trueno. Muy lejos,una gaviotachill, quizs alarmada.

    Mi querido seor-dijo. Sois el colmo, realmente!Y ella est enamorada de m.Oh, oh, oh. De eso no me cabe duda.YonoSus cejas se juntaron oscuramente cual nubes de tormenta.Piensa que vale la pena seguir ese curso. Se alej. Pero el miedo, no elamor, seala elfin.Se introdujo en el castillo por otro nicho. Fue igual que si hubiera atravesado elmuro.De haber sabido que hoy era el da dijo Marissa, te habra preparado.Para qu?Nos hallbamos en un cenador, sentados en una mecedora. Sobre nuestrascabezas haba arcos debrillantes jacintos y buganvillas, enrollados interminablemente en torno a unenrejado de maderablanca. Faltaba poco para la puesta de sol y el jardn estaba inundado por unaintensa luz zafirinacasi luminiscente. El viento del oeste nos traa el rico aroma del mar.Para conocerle. l y yo no somos muy parecidos. Superficialmente, por lomenos.Marissa dije mientras le coga la mano, ests segura de ser hermana deMorodor?Naturalmente. Qu quieres decir?Bien, es obvio, no? Pero su inexpresiva mirada me oblig a proseguir. Merefiero a quel es precisamente lo que se supone que es. Al menos as describen lasleyendas a lo que esl.Sus ojos se oscurecieron y su mano se separ bruscamente. Me lanz una miradade basilisco.Deb imaginrmelo. Su voz reflejaba amargo desprecio. Eres igual que losdems. Y porqu tenas que ser distinto? Se levant. Piensas que l es un monstruo. S,admtelo. Unmonstruo!Sus ojos se llenaron de lgrimas.Y eso me convierte en otro monstruo, no es cierto? Pues bien, vete al infierno!Y se fue airadamente.Marissa! Exclam, angustiado. No pretenda decir eso!Y ech a correr tras ella sabiendo que haba mentido, que mi intencin haba sidoprecisamente

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    esa. Morodor era tal como las leyendas lo describan. Y peor. Dios mo, eraespantoso. Plido yfro como la muerte. Un motor de energa negativa, incapaz de experimentaremociones reales,incapaz de llorar, incapaz de alegrarse sinceramente. Incapaz de amar.

    Slo el amor puede curar mi corazn.Yo haba dicho lo que pretenda decir. Cmo era posible que una dorada mujerde aire y soltuviera vnculos de sangre con aquel impresionante y amenazador smbolo de lastinieblas? Qulgica haba en ello? Qu racionalidad? Marissa tena sentimientos. Rea ylloraba,experimentaba placer y dolor. Y amaba. Amaba.Marissa! repet mientras corra. Marissa, vuelve!Pero ella se haba esfumado en el laberinto y yo me detuve ante la entrada,percibiendo el intensoaroma de las rosas, y asom la cabeza. La llam a gritos una y otra vez, peroMarissa no sali yyo, sin nadie que me guiara, no poda aventurarme a entrar.Irrump colrico en el castillo, decidido a encontrar a Morodor. Y era de noche y laslucesestaban encendidas. Como por arte de magia. Del mismo modo que la comidaestaba siempredispuesta y las botellas de vino descorchadas, del mismo modo que mi camaapareca deshechapor la maana y hecha por la noche y mi ropa sucia lavada, planchada y recogidacon precisinprofesional. Y todo ello ocurra sin que yo viera un alma.Encontr a Morodor en la biblioteca. Era una sala tan espaciosa como una galeraartstica: trespisos de libros como mnimo, ascendieron hasta que las ordenadas hileras seperdan en laneblina de la distancia. Estrechas pasarelas de madera circundaban la biblioteca adiversasalturas, unidas por una compleja cadena de escalerillas igualmente de madera.Morodor se hallaba acuclillado en una de las escalerillas, a tres o cuatro peldaosdel suelo. Erauna extraa posicin para un hombre de su tamao.Estaba examinando un libro cuando yo entr, pero lo cerr tranquilamente alescuchar mis pasos.Vaya dije, en tono bastante desagradable, ninguna encuadernacin decuero?El cuero repuso l en voz baja requerira matar animales innecesariamente.Ah, entiendo. Mi tono haba cobrado acidez. Slo los seres humanos debentener miedode usted.

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    Se irgui y yo retroced, de pronto temeroso al ver cmo su cuerpo se estiraba yestiraba hastaempequeecerme con su monstruosa estatura.Los seres humanos dijo tienen miedo de m nicamente porque decidentemerme.

    Pretende decir que no les ha dado motivo para que le teman?No sea absurdo. No le haba visto tan al borde de la irritacin como en esemomento. Nopuedo evitar ser lo que soy. Igual que usted. Ambos somos carnvoros.Cerr los ojos y me estremec.Pero hay una diferencia!Para ciertas personas he sido un dios.Un dios muy siniestro.Mis ojos se abrieron bruscamente.Tambin es preciso que haya dioses siniestros. Dej el libro. Pero a pesarde todo soy unhombre.Un hombre que no duerme, que no suea.Que no puede morir.Aunque le clavara una estaca en el corazn?Ni yo mismo saba si mis palabras eran o no serias.Cruz la sala hacia una franja de paneles de madera que separaba dosestanteras. Su mano brotde entre los pliegues de la voluminosa capa y vi al descubierto por primera vez laslargas uasque parecan garras. Tembl al verlas hundirse en la madera con feroz fuerza.Pero no a lamanera de un animal enfurecido. El movimiento fue tan preciso como el de uncirujano alseccionar un peritoneo.Morodor regres con una astilla de madera de casi medio metro de longitud.Estaba ligeramenteahusada en un extremo, no tan afilada como una aguja pero s lo bastantepuntiaguda paracumplir su cometido. Me la ech a las manos.Tenga-dijo roncamente. Hgalo ahora.Durante un instante estuve decidido a obedecer. Pero algo se enfri en mi interior.Medesembarac de la estaca.No pienso hacer tal cosa.Morodor reflejaba franca desilusin.No importa. Esa parte de la leyenda, igual que otras, es incorrecta.Ocup de nuevo su elevada posicin en la escalerilla, con sus largas piernas muytensas bajo lacapa. El perfil de sus huesudas rodillas era una violenta serie de puntossuspensivos en unapgina en blanco.

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    Las leyendas dijo son como los funerales. Cumplen el mismo objetivo.Ofrecen un aliviosin el cual la intrusin de la terrorfica entropa extinguira el ansia de vida delhombre.

    Alz la vista de sus largas uas para mirarme.

    Las leyendas se crean para desarrollar su variedad particular de terror. Pero setrata de unterror cuidadosamente constreido a determinadas limitaciones: es posible mataral hombre lobocon una bala de plata, y la medusa muere al ver su reflejo en un espejo.Lo entiende? Siempre hay una salida para el intrpido. Es una vlvula deescape necesaria paradarsalida al terror que acecha a los seres humanos Ignorancia atvica, elinconsciente. Y lamuerte.Los largos brazos de Morodor cayeron sobre su regazo.Cun segura cree que se sentira la raza humana si todos los hombressupieran la verdad, esdecir, que no hay salvacin para m, por ms estacas que me claven en elcorazn?Pero me dijo que la luz solar directaMe perjudicaba. Igual que la gripe, simplemente eso. Sonri lnguidamente.Una, dossemanas de reposo y me recobro.Su risa era irnica.Suponiendo que yo le creyera, por qu me explica todo esto? Usted mismoreconoce que lahumanidad no podra aceptar la verdad.En consecuencia, usted no dir nada, no?Pero yo lo s.Respir profundamente y por primera vez sus ojos parecieron cobrar vida,chispearon y seagitaron en las profundas y descarnadas cuencas.Por qu sinti deseos de venir aqu, amigo mo?Bien, se lo expliqu en la carta. Me encontraba bloqueado, sin ideas.Y ahora?Mir extraado a Morodor, y poco a poco comprend su pregunta.No puedo decir la verdad, no es eso?Morodor sonri como una esfinge.Usted es escritor. Puede decir todo lo que desee.Antes, cuando le deca que yo era un hombre, hablaba en serio.Me encontraba con Morodor en uno de los puntos ms elevados del castillo, en loque ldenominaba la sala de las nubes. Al igual que el resto de salas que yo haba vistoall, sta tenaempanelado de madera.

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    Anhelo vivir exactamente igual que las masas. Se recost en su silln, seremovi como sino estuviera cmodo. A derecha e izquierda, grandes ventanales se abran alestrellado campo dela noche. No haba postigos, no haba cortinas, era imposible cerrar las ventanas.

    Entr unabrusca rfaga de frgido viento que agit el oscuro cabello de Morodor, aunqueste no prestatencin a la caricia. Pero no interprete mal mis palabras. No hablo como unplutcratahinchado de riqueza. Soy simplemente especial.Qu ocurri?Sus ojos chispearon y su cuerpo se removi de nuevo.No hay dos casos iguales. En el mo bien, digamos que mis ansias de vidapesaron ms quemi precaucin. Sonri tristemente. Pero jams he pensado que la precaucinfuera unavirtud deseable.No quiere darme ms detalles.Me mir del modo ms avuncular imaginable.Hice una apuesta con cierta persona.Y gan.No. Perd. Pero era inevitable perder. De lo contrario no estara aqu ahora. Sus ojosreflejaban introversin, casi nostalgia. Ech los dados una sola vez, contra unapared en vez deun tapete verde.Se pas.No. Entr en la vida.Y se convirti en el brujo del amor. As le llaman a veces: el brujo del amor.Es debido a mi efecto hipntico en las mujeres. Se movi ligersimamente ysu capasusurr igual que una arboleda agitada por el viento de medianoche. Unapeculiaridad dictadapor la supervivencia. Como ver en la oscuridad o tener radar en el cerebro.De modo que no hay nada mgicoLa magia interviene admiti. Se aprenden muchas artes a lo largo de losaos. Hetenido tiempo para todo.Me estremec, me apret la chaqueta. Tal vez l no se preocupara por el fro, peroyo s. Seallas paredes.Dgame una cosa. La parte externa de Fuego del Aire es piedra pura. Pero aqu,en el interior,slo hay madera. Por qu?Prefiero la madera, amigo mo. No soy una criatura de la tierra, y la piedra meofende, su

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    densidad me inhibe. Me siento ms seguro con la madera. Su mano se alz,alete, volvi acaer en su regazo. rboles.Lo dijo como si fuera una palabra sagrada.En el silencio que sigui, empec a sudar pese al fro. Yo por lo menos saba

    adonde querallegar. Me frot las palmas en el tejido de mis pantalones. Carraspe.MorodorS.Sus ojos estaban entrecerrados como si mi anfitrin se dispusiera a dormir.Amo sinceramente a Marissa.Lo s.Pero no me pareci que hubiera amabilidad en su voz.Respir profundamente.Nos hemos peleado. Segn ella, yo veo un monstruo en usted.Morodor no se movi, sus ojos no se abrieron un milmetro, detalle que yoagradec muchsimo.En un mundo donde existen tantas posibilidades, lo que dice es cierto. Pero detodas formastambin soy un hombre. Y el hermano de Marissa. Soy amigo enemigo. Amocriado. Todoreside en la percepcin. Continuaba sin moverse. Qu percibe usted, amigomo?Me fastidiaba que l insistiera en llamarme su amigo. No contest.Si no es sincero conmigo, lo sabr. Sus labios color de rub parecieron curvarsepor lascomisuras. Puede aadir algo a la nueva leyenda si decide escribir sobre ella. No tengo deseos de engaarle, Morodor. Estoy simplemente tratando de aclararmissentimientos.Cre que l haca un ligero gesto de asentimiento.Confieso que su aspecto me resulta inquietante.Aprecio su candor.Oh, demonios, pensaba que usted era espeluznante.Comprendo.Usted me odia ahora.Por qu debo odiarle? Porque adopta el punto de vista del mundo?Pero eso fue al principio. Usted ha cambiado ya ante mis ojos. Dios sabe que lohe intentado,pero ahora su aspecto ni siquiera me parece raro.Y eso le turba dijo l, como si adivinara mis pensamientos.S.Hizo otro gesto de asentimiento con la cabeza.Muy comprensible. La turbacin pasar. Me mir. Pero eso tambin lecausa temor.S dije en voz baja.Pronto tendr que ver de nuevo a mi hermana.

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    Sacud la cabeza.No le comprendo.Por supuesto que no. Su voz se haba suavizado. Tenga paciencia, amigomo. Es muy

    joven para tirarse de cabeza por el precipicio, con el simple motivo de averiguar

    qu hay msall.Por eso vine aqu.Lo s. Pero ese tiempo ha pasado. Ahora la vida le tiene agarrado por el cuelloy la luchaproseguir hasta el final. Sus ojos se abrieron bruscamente, tan ardientes comobrasas. Yquin ser el vencedor, amigo mo? Cuando sepa la respuesta, lo comprendertodo.Cen a solas esa noche. Haba pasado varias horas buscando a Marissa, peropareca haberseesfumado. Aburrido, por fin volv al comedor y me serv grandes cantidades decomida caliente.Me senta aterrorizado y haba pensado que ello actuara como inhibidor de miapetito. Pero,curiosamente, el efecto fue el contrario. Com y com como si tan slo por esemedio pudieramitigar mis temores.Me aterrorizaba Morodor, lo saba. Pero porque le tema o porque me gustaba?Despus de la cena lo nico que pude hacer fue arrastrarme escalera arriba,recorr tambaleanteel pasillo y me acost sin desnudarme.Mi reposo fue profundo y sin sueos, pero al abrir los ojos era de noche todava.Me volv en lacama, dispuesto a seguir durmiendo, y o un ruido. Me incorpor bruscamente, conel vello de minuca erizado y tembloroso.Silencio.Y en pleno silencio, un extrao, dbil grito. Sal de la cama con la intencin deabrir la puertaque daba al pasillo, pero el grito son otra vez y volv la cabeza. El sonidoproceda del exterior,de la negrura de la noche.

    Abr de par en par los postigos y asom la cabeza tal como haba hecho miprimera noche en elcastillo. En esta ocasin no haba niebla. Las estrellas brillaban de formaintermitente al otro ladode la brumosa capa de nubes, con una luz fra y rabiosa; se encendan yapagaban como sipidieran ayuda en silencio.

    Al principio no vi nada, y slo escuch el agudo suspiro del viento entre los pinos.Luego, hacia

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    mi izquierda, a tanta altura que lo confund con una nube, algo se movi.Volv la cabeza hacia all y vi una sombra mucho ms oscura que una nube. Brotcondesquiciante rapidez, ms negra incluso que la noche. Un espectro, una ilusin,qu? El ruido de

    las batientes alas, correosas, crneas y, qu?, costrosas, evoc en mi mente laimagen de unmurcilago gigante.

    Asom la cabeza todo lo que pude y vi que el monstruo se diriga hacia lasabiertas aberturas dela sala de las nubes. Cruc velozmente la habitacin, sal y sub la escalera dandosaltosgigantescos.En consecuencia, me hallaba falto de aliento cuando me lanc hacia el abiertoumbral del nido deguilas, y slo encontr all a Morodor.Mi anfitrin olvid rpidamente su fingida contemplacin del cielo.Debera estar durmiendo dijo.Pero algo en su tono me indic que mi presencia era esperada.Algo me despert.No sera una pesadilla, espero.Un ruido en la noche. Nada relacionado conmigo.Normalmente hay mucho silencio. Qu clase de ruido?Pareca un chillido, un grito terrible.Morodor se limit a contemplarme, sin parpadear, hasta que me vi forzado aseguir hablando.Me acerqu a la ventana y asom la cabeza. Vi, vi una sombra que noidentifiqu conclaridad. O el terrible ruido de unas alas.Oh dijo Morodor, eso es completamente imposible. No hay ninguno aqu,me preocupde que as fuera. Los murcilagos son fastidiosos, francamente. Como en el casode los pulpos,me temo que es injusta la reputacin que se les achaca.Qu demonios he visto entonces?La mano de Morodor se alz, cay, describi el arco de un ala de ave.Fuera lo que fuese, le ha forzado a subir hasta aqu.De modo que haba algo ah fuera! dije con aire de triunfo. Lo admite.Admito que yo deseaba verle repuso meticulosamente Morodor. El hechoes que ustedest aqu.Usted y yo dije. Pero y Marissa? He estado buscndola toda la tarde.Debo verla.Considera sensato verla ahora, proseguir lo iniciado sabiendo lo que ustedsabe de m?Pero ella no es como usted. Son la sombra y la luz.La mirada de Morodor era fija.

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    Las dos caras de la moneda, amigo mo. La misma moneda.Estaba harto de sus respuestas ambiguas.Es posible que usted no desee que yo la vea dije bruscamente. Al fin y alcabo, soy unforastero. No soy de Fuego del Aire. Pero si ello es as, permtame advertirle: no

    pienso ceder!Bien dicho! Su mano se cerr. Olvide lo que ha visto por la ventana de sucuarto. Notiene nada que ver con usted.Su tono era burln.Un pjaro dije inciertamente. Un simple pjaro.Amigo mo repuso l tranquilamente, no existe ningn pjaro tan grandecomo el que havisto esta noche.Y extendi la mano por primera vez. Not su tacto frgido, sus largos dedosaferrando mihombro con una fuerza que me dej internamente marchito.Venga orden. Ah, al borde de la ventana.Me qued inmvil, paralizado de asombro cuando Morodor me solt y se lanz ala noche.Chill, extend los brazos para salvarlo, pensando que, a pesar de todo, su obviamelancolaindicaba un deseo de morir. Luego vi que su gran capa negra como el bano seabra igual queuna vela, impulsada hacia arriba por las contracorrientes y, por primera vez,contempl el cuerpoque se ocultaba bajo los voluminosos pliegues.Yo pensaba que Morodor vesta esa prenda para impresionar, porque era parte dela leyenda.Pero en ese momento supe la verdad. Qu importancia teman para l lasleyendas? Vesta lacapa por razones prcticas.Bajo ella se extendieron las dos alas ms extraordinarias que he visto nunca. Eranlustrosas ynegras como la noche, tan distintas a unas alas de murcilago como puedaimaginarse. En primerlugar, tenan plumas, o por lo menos estaban recubiertas de largas y sedosas tirascon aspecto deplumas. En segundo lugar, eran tan flexibles como un colibr e igualmente tanhermosas. Y esaapariencia quedaba realzada por los gruesos tendones musculares que las unana la espalda. Fueigual que contemplar el torso ms bellamente desarrollado: marcado tonomuscular combinadocon tersas lneas. Y sin embargo Y sin embargo haba algo ms, en sentidototalmente literal,

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    porque se precisaba ms musculatura a fin de que aquellas enormes alassoportaran el peso delresto del cuerpo.Qu alas! De bruscos ngulos y con la fuerza y la delicadeza de una pincelada,batan el aire

    cual heroicos motores. Eran una creacin esplndida, nada menos que un logrorelevante, unpinculo evolutivo del Creador.Pero del asombro brot el terror, y pens: Marissa! Dios mo! Dios mo!Morodor pretendeconvertirla en esto. El brujo del amor.Sin decir palabra, di media vuelta y sal corriendo de la habitacin. Tras bajar laescalera de tresen tres, regres al segundo piso y encontr a Marissa dormida en mi cama.Con el corazn latindome como un martillo de fragua, acerqu una luz a la carade la mujer.Pero no. La respiracin sala sibilante de su boca. No haba cambios. A pesar detodo mi miedo aMorodor y a lo que pudiera hacer con su hermana no aminor.Marissa!musit apremiantemente. Marissa! Despierta!Le di una sacudida pero ella no despert. Tras desembarazarme de la vela, meagach y cog enbrazos a Marissa. Di media vuelta, abr la puerta de una patada y bajapresuradamente laescalera. Adonde pensaba ir en ese momento? La respuesta contina siendo unmisterio param. Lo nico que recuerdo es que yo quera sacar a Marissa de aquel lugar.Saba dnde estaba la abandonada trascocina, y sa fue la ruta que segu. En elexterior, el vientome alborot el cabello, pero Marissa continu dormida.Pasamos por el cuadro de azucenas atigradas y madreselvas, por el pasillo centraldel enorme

    jardn de rosas y llegamos al borde del laberinto. Sin pensarlo, me introduje all.El lugar estaba a oscuras. Ms oscuro que la noche con sus altos muros debano, con la texturadel estudio, amenazadores, al acecho por todas partes. Recorr dando tumbos lasestrechassendas, gir al azar a izquierda y derecha hasta convencerme de que estabatotalmente perdido.Pero al menos Morodor no nos encontrara, y yo llevaba conmigo la nica llaveque permitasalir de all.Jadeante, con los msculos doloridos, me arrodill en la hierba y dej a Marissa

    junto a m. Miralrededor. Lo nico que o fue el lejano silbido del viento, como si el tiempo loapagara. Inclusoel retumbo de la marea quedaba fuera del alcance del odo.

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    Me sent y enjugu el sudor de mi frente sin dejar de mirar el dorado rostro, taninocente enreposo, tan turbadoramente bello. No poda consentir queLos ojos de la mujer se abrieron y la ayud a incorporarse.Qu ha pasado?

    Me despert un ruido extrao le expliqu. Vi a tu hermano fuera del castillo.Al principiopens que era un pjaro, pero cuando sal para averiguarlo, le vi.Ella me mir sin decir nada. La cog por los hombros. Yo estaba sudando otra vez.Marissa dije dulcemente. Tu hermano volaba.Sus ojos se iluminaron. Se inclin hacia m y me bes con fuerza en los labios.Eso ha pasado! Ha llegado el momento.El momento repet como un estpido. El momento de qu?Del cambio dijo ella como si hablara con un nio tonto.S contest. Lo sospechaba. Por eso te he trado al laberinto. Aqu estamosa salvo.Las cejas de Marissa se arquearon.A salvo? A salvo de qu?De Morodordije, desesperado. Aqu no podr tocarte. Ahora no puedecambiarte.Seguirs siendo tal como eres. Nunca debers tener el aspecto de tu hermano.Por primera vez vi espanto en sus ojos.No lo entiendo. Marissa se estremeci. No te lo ha explicado?El qu? La abrac. Sal corriendo en cuanto le viOh, no! exclam. Todo echado a perder. Todo!Escondi la cara en sus manos mientras lloraba amargamente.Marissa dije en voz baja, abrazndola con ms fuerza. Por favor, no llores.No puedosoportarlo. Te he salvado. Por qu lloras?Me apart de un empujn y me mir fijamente, con los ojos muy abiertos. Inclusobaada enllanto, Marissa tena una exquisita belleza. Poco importaba que estuvieraabrumada por la pena.Ninguna emocin pareca alterar sus facciones. Ni siquiera, as lo pareca, elmismo tiempo. SloMorodor, su perturbado hermano.l debera habrtelo explicado. Deba haberte preparado-dijo entre sollozos.

    Ahora todo seha complicado.Marissa repuse mientras la acariciaba, no sabes que te amo? Lo he dichoy hablo enserio. Nada puede cambiar eso. En cuanto estemos lejos de aquDime, cun profundamente me amas?De pronto estaba heladamente tranquila.Cul es la profundidad de una emocin? Creo que el amor no es mensurable.No ests tan seguro musit ella, no hasta que haya terminado de hablar. Coloc las

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    manos ante su cuerpo, de tal forma que parecan la torre de una iglesia . No esMorodor lapersona que obrar el cambio. Eres t.Yo?Y el cambio ya ha empezado.

    Mi cabeza daba vueltas y apoy la palma de mi mano en el suelo para no perderel equilibrio.Qu ests diciendo?El cambio se produce nicamente cuando estamos enamorados y el otro noscorresponde.Cuando encontramos pareja. La emocin y su reflejo liberan cierto catalizadorqumico oculto enlas hlices de nuestro ADN, un catalizador latente hasta que es activado. Susdedos seentrelazaban y desunan ansiosamente. No se trata de una condicin quepuede crearse pors sola. Es precisa la pareja. As se produce. Un imperativo de la naturaleza.No! exclam. No, no, no! Lo que ests dicindome es imposible. Es unalocura!Es vida, y simplemente vida.Tu vida, no la ma!Me levant, me tambale, pero no pude escapar de la mirada de sus ojoschispeantes. Lacontempl con creciente horror.Mentirosa! grit. Dnde est la pareja de Morodor, si ests diciendo laverdad?Lejos dijo ella tranquilamente. Alimentndose.Dios mo! Di media vuelta. Dios mo!Y golpe la espinosa pared de un seto.Es posible que el amor contenga tanto terror para ti? Pregunt Marissa.Tienes unaresponsabilidad. Contigo mismo tanto como conmigo. No es eso el amor?Pero yo no poda pensar con claridad. Slo saba que deba alejarme de loshermanos. Elcambio ya se ha iniciado, haba dicho Marissa. Yo no quera ver los frutos de tanterriblemetamorfosis. No despus de haber conocido y amado tanto a Marissa, toda ellaaire y sol.Las dos caras de la moneda. No haba comentado eso con Morodor? Cuntodeba de haberseredo l. S. Dos caras. Pero de la misma moneda.No lo entiendes? Escuch la voz, pero no mir a Marissa; me era imposibleseguirmirndola. No tienes nada que temer. Es tu destino, nuestro destino, juntos.Sin dejar de aullar, me alej de ella, me abr paso dando manotazos,tambalendome y

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    tropezando en el interior del laberinto. Mi nico pensamiento coherente era llegaral mar comofuera y lanzarme hacia su mecedor abrazo.Nadar. Nadar. Y si tena suerte, las olas me arrojaran a la blanda arena de algunaplaya lejana,

    muy lejana.Pero la noche haba cobrado vida, estaba llena de sombras que se alimentaban demi terror. Ycomo un espejo, las sombras reflejaban las deformes y serpenteantes aparicionesdel fondo de mialma, las lanzaban con rudeza hacia la luz para que yo las viera. Y alrededor elsonido de

    Alas.A pesar del horrendo tamboreo de la tormenta percibo ese sonido. El mismosonido que seintrodujo en mi profundo sueo aquella noche en Fuego del Aire y me despiertobruscamente.Entonces no lo saba, pero ahora s.Pero ahora s muchas cosas que desconoca entonces. He tenido tiempo parapensar. Para pensary para escribir. A veces ambas cosas son la misma. Como esta noche.Conciliacin. Jams he sido capaz de hacer eso. Jams he querido hacerlo. Mitrabajo comoescritor me mantena fluido, iba de un sitio a otro a capricho de mi humor. NuevaYork hoy,Capri maana. El mundo era mi ostra.Pero y yo?El ruido es ms fuerte ahora: un agudo y plaidero silbido como viento entre pinos.Zumba en micerebro igual que si me hubiera tomado una botella de excelente champaa. Mesiento mareado yalgo ms que eso. Mi cuerpo es ligero como una pluma. Porque yo lo s. Lo s.No hay nada ms que excitacin en mi interior en este momento. El miedo y elhorror queexperiment en el laberinto se diluyeron. He dispuesto de seis meses paraconsiderar mi destino.Morodor estaba en lo cierto: todos los casos son distintos. La entrada setransforma de acuerdocon la naturaleza de los individuos.Para m ese umbral es el amor. Lo negu cuando Marissa me enfrent al procesode su mgicatransformacin. Tanta belleza! Cmo iba a renunciar a ella? Pens. He tardadotodos estosmeses en comprender que no tema perder a Marissa, sino a m mismo. Marissasiempre serMarissa.

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    Pero y yo? Tememos los cambios ms que cualquier otra cosa, y yo no soydistinto.No era distinto. He olvidado ya a la dorada criatura de Fuego del Aire: ella rondaen mis sueosan pero yo recuerdo nicamente su temperamento. Es similar a la muerte, esta

    aceptacin de lavida. Quiz sea aqu donde nacen las leyendas.Alrededor de m la ciudad sigue durmiendo, a salvo y segura, arropada por losbrazos de losmitos que ella misma ha creado. Chitn! No te molestes en turbar su sueo. Detodos modosnadie te escuchar.El batido de las alas es muy fuerte ahora, apaga incluso la intensa pulsacin de lalluvia. Resuenaen mi mente como latidos cardiacos, mengua mi vista, mi gusto, mi tacto, mi olfato.Pensaba queslo mi aficin a escribir poda dominarme de esa forma: estaba equivocado.Los postigos de mis ventanas estn abiertos de par en par. Estoy empapado por lalluvia, elfrgido viento me abofetea. Ambas cosas me mantienen a flote. Tiemblo alpensarlo. Amo. Amo.Esas palabras son un ro de plata que ahueca mis huesos.Y ahora levanto la cabeza hacia el lugar donde la luna llena, la noche pasada,cabalgabasosegada y clara, espectral ideograma escrito en el aire que me indica que eshora de renunciar atodo cuanto s, de zambullirme hacia el centro de mi corazn. Seis meses hantranscurrido y hallegado el momento. Lo s. Porque ahora el intenso rasgueo emana de ese punto.Pom-pom.Pom-pom. Pom-pom.El sonido del corazn.Por fin. All, en la noche, veo su cara. Ella viene a por m. FIN