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EN AQUEL TIEMPO

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LUIS BERESALUZE GALBIS

EN AQUEL TIEMPO

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Esculturas de portada y contraportada obra del autor. Título: En Aquel Tiempo Autor: © Luis Beresaluze Galbis I.S.B.N.: 84-8454-179-7 Depósito legal: A-633-2002 Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 38 45 C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante) www.ecu.fm Printed in Spain Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 96 567 19 87 C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante) www.gamma.fm [email protected]

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

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A mis cinco generaciones de Rosarios. Dos que no están, abuela y suegra. Dos que nos perpetuarán, hija y nieta. Y, en medio, toda una vida compartida, la Rosario cuyas cuentas son un dulce hábito de mis manos enamoradas... Largo rosario de la casta, en la continuidad de la sangre...

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Índice PRÓLOGO......................................................................................... 9 PÓRTICO .........................................................................................13 GÓLGOTA........................................................................................17 INTROITO ...................................................................................... 27 JESÚS ECONÓMICO......................................................................31 EL EQUIPO..................................................................................... 39 LAS BIENAVENTURANZAS......................................................... 45 DOCE CANDELAS ..........................................................................51 LOS ESCRIBANOS DE LA BUENA NUEVA.................................57 DE BODA ........................................................................................ 63 NADA .............................................................................................. 67 JOSÉ.................................................................................................71 EL OTRO..........................................................................................75 CON LA CRUZ.................................................................................81 LÁZARO, EL REGRESADO........................................................... 85 LA ENAMORADA ..........................................................................89 PADRENUESTRO.......................................................................... 97 EL BAUTISTA Y PRIMER JUAN................................................ 105 SAULO EL FARISEO ................................................................... 109 MARÍA ........................................................................................... 117 MUJERES......................................................................................123 EL ÚLTIMO ................................................................................... 131 EL QUINTO EVANGELIO............................................................137 PEDRO ........................................................................................... 141 PARÁBOLAS..................................................................................145 ¿FIN DEL SUEÑO?...................................................................... 149 JACOBO EL NUESTRO................................................................ 151 TRES Y PICO .................................................................................157 GORDO, FAMILIAR, HUMANO ................................................. 161

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PRÓLOGO

Luis Beresaluze es un poeta-profeta de los géneros

literarios de la Biblia. Así se manifiesta en el libro EN AQUEL TIEMPO, que presentamos. En la creación del libro, no pretende expresar sus propias ideas ni comunicar particular doctrina alguna, sino ser poeta–profeta de Dios. Es decir, dar testimonio del Señor y de los personajes bíblicos, a quienes ha visto u oído en el sueño de la vida.

La característica fundamental del escritor es ser testigo de la fe. Luis Beresaluze se encuentra, primero, con Jesús. Prende en sí mismo, en su corazón y en su mente, la antorcha del conocimiento de Jesús. Ha escuchado la palabra de los Evangelios. Guarda en su interior, el eco...

No se puede ser testigo, si se ha encontrado a Jesús y a los personajes de la Historia de la Salvación, con espíritu superficial, sin tener una idea clara de la Biblia, si no se conoce a Jesús como fuerza, como salvación, como Señor de la existencia, como vida del hombre, como solución de sus problemas, respuesta a los interrogantes, pan que alimenta la vida, bálsamo del sufrimiento y alivio de las heridas, como el Iluminado que clarifica todos los anhelos.

La lectura nos dará ánimos para no hablar solo de nosotros mismos sino para ser testigos de Jesús y soñadores de lo que el Señor del hombre es para la realización del hombre, para la humanidad entera y para la interpretación de la Historia.

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Sin embargo, no basta con ser testigo, con haber visto y escuchado a Jesús, con haber contemplado el Misterio de Dios y su actividad mediante el Espíritu de la Iglesia de todos los tiempos.

Es necesario ser profeta-comunicador, poeta, para que las palabras incorporen la capacidad de explicar, de ayudar a comprender, de transmitir, con voces y con hechos, con signos y ocurrencias, el sentido profundo, ascético y místico, de lo que Jesús es para el ser humano.

Ser poeta-profeta no equivale solo a proclamar, como se puede en la publicación del libro, que Jesús es el Señor. Que es la vida del Hombre. Significa, además, explicar con lenguaje poético y sobre un género narrativo, el Misterio de Cristo en su relación con la vida, con la experiencia, con el tiempo pasado, presente y futuro, con los sentimientos de cada persona y hacer comprender, del modo más expresivo, que el Dios de la Historia en quien creemos, es la verdadera vida del hombre.

El escritor creyente requiere, por tanto, la capacidad de transmitir con las palabras y los hechos y mediante el testimonio personal, el sentido del diálogo vital entre Cristo y la vida. Exige ayudar a quien escucha a comprender lo que pueda percibir de la Biblia, (para cada hombre una lectura), de modo que esa meditación ensanchándole el corazón y la fantasía, le sume a otras comprensiones que ya tuviese, del prodigio, y alcance una experiencia global, satisfactoria, positiva, entusiasta, del Misterio de la Historia de la Salvación.

Espiritualidad y conciencia de la realidad que despierta del sueño. El sueño del proyecto de Dios sobre la Salvación del hombre, considerado en su naturaleza profunda y en su momento originario, no es una actividad que se yuxtaponga exteriormente al hombre. Brota de su ser íntimo. Mana y fluye el sueño literario, de la realidad de cada ser humano en la búsqueda de Dios.

Podemos decir que el diálogo literario es, de alguna forma, el mismo ser del hombre que se pone a la luz de Dios, se ve tal como realmente es, en el sueño divino y al reconocerse a sí

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mismo, reconoce la grandeza de Dios, su santidad, su amor, su voluntad de reconciliación. En resumen, nuestro querido autor escribe soñando y expone el proyecto divino de salvación, tal como se nos revela en el Señor Jesús, crucificado y resucitado.

Este libro de Luis Beresaluze es un encuentro con el Señor, que exige recogimiento. Muchas veces hemos experi-mentado que para vivir momentos de verdadera contemplación se necesita el arbitrio del recogimiento, clima especial para soñar con Dios, en la convivencia con los hermanos. Nos exhortan todas las páginas a retirarnos a nuestro mundo interior, a apartarnos del ambiente habitual, a dejar, ocasionalmente, de hablar y de escuchar a los demás, para recogernos. Este término tiene un profundo significado para el periodista, escritor y poeta Luis Beresaluze, porque destaca que, a menudo, nuestras energías están dispersas. La espiritualidad oriental ha tratado honda-mente este tema del recogimiento.

Para encontrar a Dios hemos de escribir, cada uno, como nos dice el autor, nuestra poesía, nuestro poema, nuestra novela, con los personajes de nuestra vida, para acumular en nuestro interior todas nuestras energías y concentrarnos en el sueño de Dios y en el sueño del hombre.

En estos tiempos difíciles de la Iglesia española nuestro querido autor Luis Beresaluze, nos invita a concentrarnos para ser diferentes y conseguir, con la meditación de sus páginas, una lucidez y una claridad jamás experimentadas y soñar y vivir con los creyentes, la realidad: “También los seglares somos Iglesia de Dios”.

Me gustaría definir a Luis Beresaluze como el novelista de lo divino. Transparenta una mística contemplación que invita a la lectura y meditación de la espiritualidad del seglar creyente. Los personajes bíblicos están inundados y perfilados con palabras poéticas, con situaciones históricas y personales, con sensaciones casi sentimentales. En los relatos evangélicos se experimenta como un ser complejo y poliédrico, como un mosaico ecléctico: Luces y amores de la mística de Juan de la Cruz, búsquedas y

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preguntas de José Hierro, suavidades y ternuras de Juan Ramón Jiménez, oraciones e imprecaciones de León Felipe. En definitiva, escritor, periodista sensible, de lengua comprometida, corazón de hijo fiel de la Iglesia y de España, con capacidad para alargar su memoria y embriagarse de tiempo, pasado, presente y futuro, para hacernos reflexionar, a la luz del espíritu, lo que he sido sin dejar aun de serlo, lo que seré, siéndolo ya, ahora, lo que no podré ser, lo que soy y lo que no soy, el todo y la nada. Sueños de ilusión espiritual que despiertan lugares, personas, sentimientos, cosas, retazos de la actualidad de nuestro camino. El mismo camino, siempre...

Gracias. Antonio Vivo Andújar Párroco de la Iglesia de Santa María Alicante, 29 Junio 2.002

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PÓRTICO

Me sugiere pasar a este atrio, la inmediata publicación. Escrito hace dos años, el libro está cuajando, editorialmente. Si bien uno de sus capítulos se titula INTROITO y pretende dar ciertas claves sobre lo que me dispuso a escribirlo y como lo hice, lo acabo de releer, ya con la perspectiva de setecientos días y considero conveniente, luego de una preñez tan prolongada, de tanta vigilia sobre tanto sueño, sin variar absolutamente nada, anticipar unos conceptos. En realidad, es un texto del siglo pasado. Y el paso de un siglo condiciona algo la nueva visión...

La mayor parte de su contenido, fue soñada. Tuvo lugar en el sueño. El sueño no es mala inspiración. Solo es, extraña, porque ocurre como quiere, en virtud de mecanismos cuyo fundamento se nos escapa. El sueño incorpora un vivir autónomo... Y ahora tengo la sensación de soñar, despierto, que no lo soñé. O que soñé que lo soñaba. Se diría que en una suerte de sueño dentro del sueño. Como si algo en mí, ahora, luego de un bienio con el sueño apagado, quisiera desvirtuar lo que concebí, porque así se me ofrecía, soñando. Y es que, claro, si sueño que estoy soñando, ¿en que espacio o dimensión me encuentro, respecto de la realidad?... Porque el futuro solo está en el futuro. Como el pasado en lo que ocurrió. Pues aquí, en este libro, el pasado está en su futuro, que es mi hoy de hace dos años, en aquel mi presente que soñaba hacia atrás. Metiéndome en

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aquel tiempo, en que pronto, fue tarde. El tiempo tiene tres tiempos. Estos episodios tuvieron lugar en un tiempo que las Escrituras llaman “aquel”. Fueron soñados en otro, que el sueño también tiene carne temporal y escritos en uno, inmediatamente posterior, con la ensoñación aun fresca... Y releídos y conside-rados ahora, en una especie de cuarto tiempo, el de la sedimen-tación. Lo he vuelto a leer, despierto, bien despierto, y me ha sabido a ensoñación. Como entonces... No, perdón, porque entonces era lo vivido lo que se me aparejaba soñado. Lo vivía en sueños. Y ahora, despierto, sueño que lo viví de verdad. ¿Es, el que sueña, responsable de sus sueños, ni el que vive en la vigilia, de sus ensoñaciones? Yo quiero comprometerme a serlo de la veracidad de su reproducción... Dar fe de ella, precisamente metido en unos jardines en que la fe tiende su indispensable y continua primavera.

Tómalo, lector, como una oración atípica, como un lírico bautismo de Evangelio, hijo de unas aguas no líquidas que alguien derramaba sobre mi cabeza, sin empapar la almohada, cuando los fantásticos y realísimos ensueños, tenían lugar... Como un recorrido por la cuaresma virtual y onírica más vívida y real, un viaje por la Historia, que es el espectáculo de Dios y la geografía bíblica, su escenario, en pijama, metido en los círculos de un tiempo elástico que iba del hoy de ahora al hoy de ayer, de un ayer actualizado, dos milenios más viejo... O más joven... Te juro que creí escribir lo que había soñado. Y ahora pienso que soñé lo que había vivido. Lo que había vivido, soñando... Saliendo y entrando por el pórtico del tiempo, que me daba acceso, desde la densa oscuridad de origen, actual, al gran esclarecimiento, participado, de las cosas de aquel tiempo... No en balde, la oscuridad es el espacio en que tiene lugar la luz...

Lo que más me sorprende es haber merecido vivir todo esto, dormido, como las vírgenes necias... Pero no era dormido. Era durmiendo. No es lo mismo...

LUIS BERESALUZE

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¿No seremos, nosotros, un sueño de Dios?

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GÓLGOTA

Llevo un tiempo viviendo en dos planos de conciencia. En

el del sueño, una realidad de hace dos mil años, la propia de la vida pública de Jesús, como testigo contemporáneo. En el de la vigilia, la actual y presente, pero cada vez más influida por la otra. La real, que me envuelve, en cierto modo afectada por la virtual y pasada, que me marca dentro de aquella, hasta el punto de que a veces confundo las vivencias respectivas, que, de otra parte, intento llevar, desde la realidad al sueño y desde el sueño a la realidad, yo diría que de modo inconsciente. Inventar lo inútil sería como tirar inteligencia. Decía Shakespeare que estamos hechos de la misma materia que los sueños. El sueño no es ni inútil ni invención. Sobre todo, un sueño tan inteligente. Es otra dimensión de la misma vida. Es, vida soñada.

Lo que se ignora la víspera, es experiencia al día siguiente. Somos, en el tiempo y en el espacio, dos conceptos bastante ideales, que no son, que se pueden medir y evaluar, pero que no se tocan. Sin entidad. Que son de la familia, importantísima, de la Nada. Y entre estas dos cosas, yo sueño. Y las confundo y altero. Además, estoy viviendo esta situación, desordenadamente. No comienza la cosa con la primera salida de Cristo, ni acaba con su muerte en el Gólgota. Cada noche me incrusto en un episodio concreto, el que Dios quiere y al final amanezco al año 2.000, desde el treinta y pocos, como quien se sale de los Evangelios ungido por emociones y curiosidades espirituales inefables, para desayunarme, tranquilamente, con la dosis de actualidad que me

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aporta el periódico del día. Con la obligación de hacerlo compatible. De ser el del sueño, dentro del de la realidad, tantas veces, tan relacionada con los sucesos de aquel. Estoy metido, durante unas horas, todas las noches, como testigo directo, en el Evangelio y viviendo, luego, mi vida consciente, con una impregnación más que piadosa, científica casi, más que cristiana, histórica, en que la fe es carne y suceso, constatación y curiosidad. Sueño la vida que abandono, de momento, para echarme a soñar. Aquella vida es sueño, sueño soñado por la vida mía.

Anoche, por ejemplo, empezando por el final, estuve en el Calvario, con Juan y las tres Marías. Viendo morir al Maestro. “Nadie vive su muerte”, dijo Ortega. Vaya si la vive. Que se lo pregunten a Jesús, que vivió su muerte y murió su vida y para solo eso vino entre nosotros. “Acampó”, aquí. Siempre y más que nunca en el caso de Cristo, que murió por nosotros que, para quienes realmente morimos, es para los demás. No se muere. Se muere para los otros. Les morimos, culminando nuestra vida. Morimos para ellos, que no para nosotros.

La verdad es que todo esto empezó en el vientre de Santa Ana, la abuela de Dios, receptáculo donde se interrumpe el pecado original. La Virgen, era indispensable. Sin el pecado de origen, eso que se proclamó, bajo juramento, por primera vez en el mundo cristiano, en la Universidad de Valencia, en 1.530 y que dio lugar al hermoso saludo de los españoles al visitar a alguien, “Ave María Purísima”, a lo que se contestaba por el asistido, “Sin pecado Concebida”. Qué hermosamente se visitaba en aquellos tiempos en que las casas eran accesibles, sin porteros ni llamadores electrónicos. Solo era preciso levantar la persiana lateralmente o empujar la puerta, hospitalaria y dispuesta.

Como ya me lo sabía, sufría menos que los protagonistas. Casi técnicamente, o lo sufría en sueños, en esa realidad vicaria en que las lágrimas, a veces, no brotan de verdad. Yo era un testigo privilegiado, que conocía sus papeles respectivos. El dolor y la angustia eran infinitos. Pero yo era finito. Ellos, lo vivían. Yo,

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lo revivía. Mi finitud, previamente informada, me conservaba, no obstante, la tremenda curiosidad por cada gesto o guiño de Jesús y el resto escénico. Cristo tenía el centro de gravedad tan fuera de Él, que lo tenía en Dios. Y yo, no lo tenía en ninguna parte. Yo era y estaba sin ser ni estar, como de perfil, recogiendo de la realidad soñada solo 90 grados. La realidad real te enfrenta siempre a sus panorámicos 180. Le oí convertir a Juan, “ el que Dios amaba”, como desde una expresión de lo que decimos en la vida “últimas voluntades”, en padre de su madre, en responsable de María la Virgen, que estaba quedando huérfana de su Hijo.

Desde su divina filiación trasladaba a su amigo más querido, el único de los doce allí presente, el único de los doce que no huyó la noche de Getsemaní, la patria potestad sobre su Madre, que iba a abandonar. Él vino a realizarse, como se dice ahora. A darse, tercerpersonálmente, de sí. Pero allí estaba la madre. Alguien de su familia, esa suprema amistad biológica, ese cordial, nunca mejor dicho, enamoramiento de la sangre. Y en este acto estaba transfiriendo lo biológico de esa familia, a lo amistoso de la de Juan. Porque María, tan crucificada como Él, seguiría, con su cruz, en la vida. Ella, con la cabeza humillada, aceptaba el traspaso. Como si fuera una niña, a sus, ya, casi, cincuenta años. Cada palabra de Jesús era un nuevo puñal en su corazón. Aquel corazón en el que, según frase evangélica muy hermosa, Ella guardaba tanta cosa. “María guardaba estas cosas en su corazón”. Lo cordial del recuerdo. Eso que los franceses llaman recorazonar... Y, en efecto, Juan, que luego acabó, longevo, en Éfeso, en la Turquía actual, la llevó consigo a su nueva casa, hasta su asunción corporal al Cielo. Precisamente en Éfeso, casi medio milenio luego, Santa María sería proclamada por primera vez “Madre de Dios”, en un Concilio de su nombre. Pensaba yo, mientras asistía a la escena, que la humanidad vivió durante muchísimos miles de años sin Cristo, sin conocer la Revelación, ignorando la Salvación, y luego de Este, casi quinientos años sin Madre de Dios. Muchos años. No importa el número sino la cantidad. Madre de Dios oficial y dogma de fe.

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Volviendo al traspaso e inversión familiar, la ceremonia era atípica, como casi todo en Jesús. Cristo tuvo muchos problemas por esta revolución en los métodos. Hacía de su Madre, la hija de un amigo. Convertía a un amigo, el mejor, en padre de su Madre. Ponía a correr la sangre familiar y genética, entre cauces cruzados de afecto. Y mezclaba las familias y las sucesiones en un barullo de cromosomas organizado por el Amor y la amistad.

Asegurándonos el futuro, Jesús estaba perdiendo la vida. Una vida es el equivalente a tres mil millones de latidos aproximadamente. La suya andaría entonces por los primeros y únicos mil millones. Y en el curso de los ultimísimos, se preocupaba por María, ya viuda, un tiempo, que no debía “quedar” muy bien situada. Él, que no parecía sentir gran apego por los bienes materiales, abandonó la carpintería familiar para hacer el Reino. Y a la hora de su muerte, piensa en la Madre sin medios, abandonada. Hace un apunte de balance económico y la adjudica al hijo de Zebedeo que pasa a ser, por esa vía, segundo abuelo de la madre de Dios. Y a la Virgen, hermana, también, de Santiago, el de la fuerte voz.

Porque el dinero, no es bueno ni malo, sino mucho o poco. Es algo que casi se define, generalmente, por su ausencia. Y la Virgen no debía andar muy sobrada, viuda ya años, si bien no sabemos cuantos, porque los evangelistas dan pocas más referencias de José que la del encuentro del Niño perdido, hallado en el Templo de la Ley, asombrando a los doctores y la del viaje a Egipto huyendo de Herodes. Los cuatro, muy cicateros con José. Como si fuera un “extra” en la película. Alguien haciendo bulto. Ni actor de reparto...

De parecida manera, allí, en la cruz, tuvo lugar otra improvisación sobre la marcha, del Maestro. Tampoco disponía, ya, de mucho tiempo... Hizo subir al Cielo, santificado, a la buena de Dios, convirtiéndolo en el primer santo, a dedo, de la cristiandad, a Dimas, el buen ladrón. Santo cristiano, se entiende. Santo después de Cristo (este, simultáneamente, casi). Porque

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antes, desde Adán, debió producir la humanidad muchos hombres buenos, muchos santos que habría que significar, históricamente, con la famosa sigla a.C. Previos a la Iglesia, como este propio Dimas, el único entre aquellos y los de después. “Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”. Lo “coló”´ en el Cielo, haciendo de un ladrón arrepentido el primer santo de la Iglesia Cristiana. Por divina designación. Sin causas previas de beatificación ni constatación de milagros contabilizados. Sin abogados del diablo, estudio de pruebas y demás parafernalia estimadora como las del Vaticano actual. Dimas, el presidente de la asamblea de los santos, entra en la Gloria de la mano de Jesús Dios. Es el único santo cristiano que ha sido elegido por Dios. Los demás los hemos nombrado los hombres. Incluido José, que pasará a presidirlos todos... Jesús “enchufó” a un amigo, crucificado a su lado. Como nosotros distinguiríamos a un compañero de la mili. A un indeseable, enemigo de la sociedad, compañero ocasional de crucifixión.

Yo, en el sueño, asistía a la escena con toda naturalidad. Fue al despertar cuando me di cuenta de la ruptura de todos los moldes que conozco como propios de un Vaticano estrecho y riguroso para estudiar las causas de beatificación. De que Jesús había disparado sin apuntar. Ponderando, simplemente, la fe de Dimas y su amor por Él. Dudar es un modo de dejar de ignorar. Dudar ya empieza a ser plausible. Dudando ya se está en la pista del conocimiento. Pero Dimas no dudó. Yo, de pocas cosas estoy tan seguro como de mis dudas. Benditas dudas que me movilizan y apartan de la indiferencia o la conformidad. Creyó, directamente. Pasó de la ignorancia a la Revelación. Y Jesús precipitó los trámites. Una irregularidad eclesial, pero la Iglesia aún no existía. El Papa es más papista que Jesús, como es natural. Jesús podía hacer de juez “amateur”, Amador, sobre todas las cosas. Dimas, ladrón al fin, robaba en el Calvario, a la serie de Papas que empezaría con Pedro, la decisión sobre su propia santidad. La determinaba Jesús y punto redondo. La Iglesia, además, no ha declarado santo a nadie sino después y

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muchas veces, bastante después, de muerto. Dimas era santificado e invitado a la Gloria, en vida, antes de morir ¿Qué pensaría el Padre, me dije, viendo aparecer al Hijo esperado, con un compañero fuera de programa? Y además, con un tal compañero... Para el Maestro, no había “mala compañía” posible.

Antes de la muerte definitiva de Jesús, de la aparatosidad meteorológica siguiente, del reparto de su túnica entre los soldados, de su descendimiento, de la entrega de su cuerpo, por la tropa, a José de Arimatea, cosas todas que debieron ocurrir hacia lo que llamaba Quevedo, la “sobretarde” de aquel viernes, desperté. Otra vez accedí al final del siglo veinte, haciéndome cruces de lo visto y vivido ante la Cruz, del horror humano del rostro de Cristo, de los mares de lágrimas vertidas por su Madre junto a la otra María, la de Magdala, la que experimentaba por aquel Hombre un océano de amor. La que sentía por aquel Dios un amor de Hombre, un amor de mujer. Observando la dulce pena de la María más vieja, la madre de Juan, también allí, con ellas, rotas sus entrañas de hombre fuerte, como su voz, como su carácter, como su capacidad de ira y enfrentamiento. Juan vive la muerte del Maestro, de primera mano. El único de los doce. Siempre con Jesús en las grandes ocasiones. Con un par...

Y pensé en nuestros ladrones, los de la gallina y las stok options. Es inevitable. Vivo en los dos planos. Me entraron ganas de sentir nuevamente sueño para acceder, otra vez, a la tierra y el tiempo del Señor, ante aquellas elementalidades del bien y del mal sobre las que resbalaba la mirada misericorde del amigo de los enfermos, los fariseos, los publicanos y las prostitutas. No quise preguntarme qué habría hecho Jesús con la basura humana de mi tiempo... ¿Se los habría llevado consigo, como a Dimas, cogiditos de la mano, directamente al Paraíso, pese al enorme coste social de sus inmisericordes manejos? Me venían a la mente sus nombres y los quería ignorar... Se está mal, viviendo en mis dos planos. Porque una de las primeras consecuencias que uno saca es que Jesús no triunfó del todo, por decirlo dulcemente. Que su Amor universal tiene una dimensión fungible que todo lo

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pudre, en su aplicación práctica al hombre. Que sería preciso que volviese de nuevo... Es espantoso. Dios no puede perder el tiempo ni equivocarse. Dios no puede fracasar. Pero lo cierto es que vivimos horas como muy dejadas de su mano. Yo no se emplear mis dos ojos para la contemplación simultánea, casi, de mis dos realidades actuales. Cristo no pudo errar. Pero su Reino, el que pedimos al Padre todos los días que venga a nosotros, en su versión terrenal, no funciona. O yo no lo sé ver. No es posible que todos aquellos horrores, sufrimientos y humillaciones, fueran en vano. ¿ O es que hay que suponer que este plano mío, el real, el de la vida y la calle y la historia presente, haciéndose, aun sería peor, de no haber venido el Cristo a sufrir tanto, para mejorar, aunque solo fuera en parte, la situación?...

De todos modos y volviendo a la muerte de Dios, a la horrorosa muerte de su Hijo, es una lástima que las cosas tengan que valer la pena. El síndrome de Adán tuvo un precio muy alto. Costó todo un Dios, escarnecido hasta el escándalo, afrentado, sometido, como Hombre, a un dolor infinito.

Y pensé, también, en que todo aquel sacrificio, el dolor de la Madre y las Marías, la gran Pasión, la valiente fidelidad de Juan, estaban ya, en el Big Bang, (admitido en 1.951 por la Iglesia como compatible con la Biblia, ese BOE de Dios), en la posibilidad de la que sería, andando el tiempo, nuestra química del carbono. No Dios pero sí el Hijo, que nacería 15.000 millones de años después. Y yo, con mis sueños, 2.000 años luego de los primeros cristianamente históricos, bastante posteriores a aquellos iniciales 15.000 millones. Y en Darwin, esa inglesa puesta del revés del Sermón de la Montaña. Acabé convencido de que la semejanza a Dios forma parte de la evolución... Y de que, cada vez somos más, solo madre. Y de lo que representaría para Jesús, añadido a aquellos suplicios, dejar a la Suya en aquellas condiciones...

El Señor era un sol que se apagaba. Y la sombra envolvía a las tres Marías. La Madre, perdía al Hijo, que volvía al Padre. Se quedaba de hermana, huérfana del Hijo. De este incesto de Dios,

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que, por salvarnos, nació de su Hija, (no había otro modo), resultaban, una hermana falsa de Juan, de un Juan que pasaba a ser padre humano de la Madre de Dios, incluido el Dios Padre, (porque Padre e Hijo son el mismo Dios) y la otra, la novia imposible del Cielo, viuda inconsorte, hija, hermana y no-madre, con su amor roto e inalcanzable...

Espinas, traición, azotes, crucifixión, sepulcro, previo ágape entre amigos, triunfo negación, afrentas, muerte, lanzada, negaciones. ¡Qué cara la Redención. Cuán terrible la Semana para la Madre dolor. Y para la hermana Amor!.

Pienso en un absurdo imposible pero sugestivo. No es más que una hipótesis de discurso: Si Pilatos no hubiese sido tan demócrata, tan respetuoso con la expresión de la mayoría cuando esta decidió perdonar a Barrabás, a lo mejor Dios habría tenido que cambiar sus planes para nuestra Redención... ¿Qué habría pasado si el pueblo, invitado a pronunciarse por Pilatos, no libera al gran bandido? Se vivió nada menos que un 50% de posibilidades de que todo hubiese sido distinto. Pero estaba escrito... Y Dios no tiene moviola...

Todos andamos con llaga que lamer. Nunca comprenderé del todo el divino masoquismo de Dios haciéndose Hombre. El Dios de Dios debemos ser los hombres. De otro modo no se explica que viniese a morir por nosotros, que le salimos, un tanto chapuceros. Si no le hubiera resultado tan regular el fruto de las tareas del sexto día, Cristo no habría tenido que venir a restaurarlo. Pero hay benditos errores que dan lugar a rectificaciones perfectas. De todos modos, Dios es el revés de la muerte. Somos la circunstancia de Dios. Se muere nuestra vida, no nosotros. Como no murió Él, aunque muriera. Sin creer en la Resurrección, la vida sería muerte. Vivir sería, solo, absoluta-mente solo, estar muriendo. Medito todo esto en el mayor sosiego. La prisa es tiempo de mala calidad...

Nos crea. Vivimos, gracias a Él. Él, muere por nosotros. Para que no muramos. ¿Por qué nos hizo tales que tuviésemos necesidad de su muerte, para vivir? ¿Se dejó algo a medias?

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Somos demasiado imperfectos para merecer la muerte de Dios. Pero somos su obra. Lo operado por Dios no puede abandonarse, aunque haya devenido, por respeto de Aquel a la libertad de lo creado, relativamente miserable. ¿Por qué me mete el sueño en estas teologías? Lo más grande, muriendo por lo más pequeño. ¿Cabe más hermosa desproporción? El Todo, por la Nada, casi. Cuando más me gusta Dios es cuando menos lo comprendo. Su sacrificio por el hombre, hasta el punto de hacerse Hombre, lo humaniza y nos lo acerca máximamente, hasta la más alta cumbre de solidaridad y Amor. Dios, humanizado. Nos hace a su imagen y semejanza y llega hasta tomar la nuestra. Quien no se estremezca ante este teológico despropósito, tiene la sensibilidad de un bígaro.

Definitivamente, el Dios que más me llena, es el que más me sorprende...

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INTROITO

Esto lector, quería o quiere ser una novela. Mi primera

obra de lo que ahora llaman, en el argot libresco, de “ficción”. No es un texto autobiográfico. Al menos, en el propósito. Pero, tal como me va saliendo, tampoco deja de serlo. Pasan cosas. Hay personajes. Se dan episodios en que aquellos se mueven. Hay acción. Y protagonismos diversos. Verdaderas secuencias. Pero ahí estoy yo... No he pretendido un libro histórico. Faltan rigor instrumental y técnico para considerarlo así. No me los propuse. No es un texto de divulgación religiosa. Ni un ensayo sobre la vida pública de Jesús. No parto de ningún documentalismo. Renuncio a toda erudición, de la que, además, sería incapaz. Intervengo, a veces, no en tercera persona sino como el yo que soy ahora, metido en aquel tiempo tan previo y otras no, aunque me suceden o suceden conmigo dentro, llevado y traído por cursos que atribuyo al sueño. Consecuentemente, reflexiono a propósito de lo vivido, soñado, o lo que sea, en mis extrañas incursiones. En el libro hay pues, o lo va a haber, actuaciones, personajes, impresiones, deseos, pensamientos, mucha medita-ción y más que sueños, ensueños, ilusionados ensueños, que no de otro modo puede un cristiano bañarse en tales aguas. ¿Eso es novela? Ni lo sé ni me preocupa. Solo a efectos, si acaso, de saber a qué editorial la mando y en qué concepto. Es mi libro, una especie de novelación, más o menos narrativa, referida a sucesos del llamado, litúrgicamente “aquel tiempo”. Por eso, considero conveniente, hacerte, de mi, una mínima presentación.

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Hecha por un hombre con pretensiones de buena persona, lector impenitente, aficionado a los toros familia nume-rosa y cristiano de fe hondamente sencilla.

Se hace uno mayor. La gloria periodística de hoy sirve para envolver pescado mañana. Yo escribo hincando a fondo los riñones. Queriendo decir cosas. Comprometido. Metiéndome de lleno. Empiezo a estar en edad de querer dejar algo que dure, por lo menos, lo que puede permanecer un libro. A lo mejor, toda una vida en una estantería sin que nadie lo abra. Pero está ahí.

Disponible. Más o menos lleno de cosas, hasta que alguien, un día, se decida, a lo mejor, al azar, a poner, a través de sus ojos, su alma en ellas. Por eso me he propuesto escribir un libro, una novela, algo hecho con palabras, reflexiones y sentimientos, a propósito de personajes del mayor interés, entre los que me ha incrustado, últimamente, de manera reiterada, el sueño. Sencillamente, estando en estas meditaciones, me ha ocurrido que me he puesto a soñar. A soñar recurrentemente. Con una continuidad casi histórica, aunque sujeta a alternativas de orden en los sucedidos. A soñarme en otro tiempo. En el “aquel tiempo” de las Escrituras. Asistiendo, a sus vivísimos episodios, interviniendo, a veces, en ellos, teniendo sensaciones, oyendo y pronunciando palabras, tratando con los personajes, co-viviendo la Pasión de Jesucristo.

Yo no sé si esto es, o va a ser, que ya lo está siendo, una novela propiamente dicha, repito. Sé que ocurren cosas novelables. Prodigios con posibilidad de tratamiento romanceado o relatable. Se dan hechos, personajes, situaciones, absoluta-mente apasionantes. En buena parte, históricos. Y que me sugieren relaciones, combinaciones mentales, análisis intere-santes y ocurrencias, eso que decimos “caídas en cuenta”, del mayor interés. Pensamientos derivados. Consecuencias nuevas y sugerentes. Enfoques limpios y recién estrenados. Matizaciones, en suma, de lo novelable o novelado. Y me dispongo a continuar y ofrecértelo. Nunca obtuve de la escritura gran resultado económico. El periodismo en España es auténticamente mise-

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rable. Al menos, de esto, espero, por lo menos, una rentabilidad espiritual. Y si a ti te interesa y distrae, con la ayuda del Cielo habremos logrado un aparejado provecho. Después vendrá el problema de su publicación. Recordemos a Don Quijote: “Amanecerá Dios y medraremos”. Eso, además, vendrá luego. De momento, continúo y a ver a donde llegamos tú, lector, mañana, y yo, de momento. Tu, cuando te llegue la ocasión, si se produce, hasta donde quieras. Yo, desde ya, hasta donde pueda.

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JESÚS ECONÓMICO

Esta vez, accedí por la puerta del sueño a una nueva

ocasión de verificar que Jesús no era hombre de números, que andaba mal de matemáticas, que era de letras. Porque hay otras. Estaba explicando la parábola del Buen Pastor. No recuerdo donde. En mis sueños, destacan las personas y los hechos pero hay poca concreción de paisaje. Todo argumento y poco escenario... ¿Será porque no estoy, realmente, en ninguna parte?

Un buen pastor que teniendo cien ovejas y perdida una de ellas, abandona a las otras noventa y nueve y se va en busca de la extraviada, con antieconómico y hasta peligroso olvido del resto del hato. Me daba cuenta y lo admitía como algo natural, de que en la aritmética de Jesús, uno vale como cien. La magnitud y la cifra no eran lo mismo. De que la caridad no se regía por criterios económicos. Cristo no tenía eso que luego llamaría Maeztu, “el sentido reverencial del dinero”. Jesús ama por encima de valoraciones y estimaciones pragmáticas. Y no duda en irse tras de la oveja perdida, abandonando, de momento, a las noventa y nueve restantes. El Buen Pastor no deja nunca su rebaño. Pero el Pastor mejor, no deja jamás a ninguna de sus reses. Confuso. Yo sé sumar y multiplicar. Jesús solo sabe amar. Y yo lo comprendo, en mi calidad de testigo ensoñador, pero a medias, lamiéndome un poco las heridas mentales.

Son muchas las ocasiones anteriores en que he visto a Jesús actuar como un mal hombre de negocios. Realmente, en muchas de sus parábolas, esas metáforas de conducta o fábulas

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morales, que usa como el físico las pruebas en su laboratorio, para hacer comprensibles sus teorías. En la del Hijo Pródigo, por ejemplo. Un hombre tiene un hijo dispendioso, golfo, irresponsable, que le pide la parte de su herencia y se va, abandonando la casa paterna, el trabajo doméstico, quien sabe si hasta poniendo en dificultades la continuidad económica de la empresa familiar, al forzar la segregación, para recibirla anticipadamente, de la que considera su parte. Se va a dilapidarla por el mundo. Tiene otro hijo obediente, trabajador, discreto y respetuoso, dedicado al engrandecimiento de los bienes comunes, de la casa. Un día vuelve el mal hijo, el descarriado, arruinado y arrepentido y el padre, loco de alegría, ordena disponerle una festiva recepción, colmándole de las celebraciones, expresiones de afecto y premios que jamás dispensó al hermano ordenado, justo y discreto. Al que tuvo que suplir, redoblando esfuerzos a quien se ausentó, dolosamente, del tajo. Yo asistía a la prédica y pensaba que en nuestra aritmética humana, el padre, de haberlo hecho, habría recibido al hijo pródigo, pero reprendiéndole, llamándole la atención y enfrentándole su conducta con la del hermano fiel. En nuestra aritmética humana, se premia lo bueno y se castiga lo malo o, al menos, no se celebra, por el hecho de que regrese su titular, vencido y gorrón. Se comió lo suyo y ahora vuelve a intentar reinstalarse en lo que queda, conservado por el hermano que siguió en su puesto, con el padre. Veía como nuevamente, Jesús se alegraba por la oveja perdida y no daba importancia a las noventa y nueve abandonadas.

Volviendo a la parábola, recordé también que en la cruz, cuando premia a Dimas, no le dice, como haríamos todos en su caso, “pero antes tienes que arrepentirte y pasar por el Purgatorio”. No le hace las cuentas. No le dice, “pero antes, paga”. Le regala el Paraíso por las buenas. Es su amigo y la amistad, como dijo Lope de Vega, “es el alma de las almas”. Se olvida de sus pecados, de que había sido un ladrón, de que tenía un débito con la sociedad. No le obliga a una penitencia previa. No hace justicia. Practica Amor. Simplemente, le aplica la ecuación