en anarquía - camille pert

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“En anarquía” de Camille Pert EN ANARQUÍA * (NOVELA) Camille Pert PRÓLOGO La Sociedad humana, concepto repetido por todo el mundo y desde todos los puntos de vista para designar la reunión de los hombres, debiera suscitar en primer término y como complemento necesario y consiguiente la idea socio; juntas esas dos ideas, viene una tercera, impuesta por la lógica natural, no la de las escuelas, ni tampoco la que los hombres tienen por exclusiva y peculiar de su especie, sino aquella universal, recién descubierta por la ciencia, que, empezando en los más rudimentarios organismos, pasando por la inteligencia humana y abarcando límites inconcebibles a nuestra imaginación, se extiende a las más altas regiones de lo grande y de lo infinito; nos referimos a la idea de reciprocidad entre derecho y deber. Sociedad, socio, derecho y deberes recíprocos son ideas tan elementales, que es indudable que el primer salvaje que renegó por impotencia del individualismo para dar el primer paso, representación del último que ha de dar la humanidad del progreso, es decir, para entraren el comunismo, las tuvo bien presentes en su virgen inteligencia y obró impulsado por ellas. – Tengo hambre: aquí ya no hay frutos, la caza y la pesca son imposibles para mis esfuerzos aislados; asociándome con aquel hombre, que siente y necesita como yo, cogeremos ración doble y nos la partiremos. Así sentiría y pensaría aquel primer ex-individualista, que hubiera debido ser el último, y lo hubiera sido si el individualismo no hubiera recurrido a la mentira y a la fuerza para seguir viviendo. Aquel primer intento contiene el primer esbozo y a la vez el más perfecto, el último plan social, y así se hubiera reconocido desde un principio, siguiendo la humanidad una senda hermosa y florida, si el individualismo, inspirador de los malos, no se hubiera aprovechado de * Traducción: Anselmo Lorenzo. Digitalización: KCL. 5

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En anarqua - Camille Pert

En anarqua de Camille Pert

EN ANARQUA*(NOVELA)Camille Pert

PRLOGO

La Sociedad humana, concepto repetido por todo el mundo y desde todos los puntos de vista para designar la reunin de los hombres, debiera suscitar en primer trmino y como complemento necesario y consiguiente la idea socio; juntas esas dos ideas, viene una tercera, impuesta por la lgica natural, no la de las escuelas, ni tampoco la que los hombres tienen por exclusiva y peculiar de su especie, sino aquella universal, recin descubierta por la ciencia, que, empezando en los ms rudimentarios organismos, pasando por la inteligencia humana y abarcando lmites inconcebibles a nuestra imaginacin, se extiende a las ms altas regiones de lo grande y de lo infinito; nos referimos a la idea de reciprocidad entre derecho y deber.Sociedad, socio, derecho y deberes recprocos son ideas tan elementales, que es indudable que el primer salvaje que reneg por impotencia del individualismo para dar el primer paso, representacin del ltimo que ha de dar la humanidad del progreso, es decir, para entraren el comunismo, las tuvo bien presentes en su virgen inteligencia y obr impulsado por ellas.

Tengo hambre: aqu ya no hay frutos, la caza y la pesca son imposibles para mis esfuerzos aislados; asocindome con aquel hombre, que siente y necesita como yo, cogeremos racin doble y nos la partiremos.

As sentira y pensara aquel primer ex-individualista, que hubiera debido ser el ltimo, y lo hubiera sido si el individualismo no hubiera recurrido a la mentira y a la fuerza para seguir viviendo.Aquel primer intento contiene el primer esbozo y a la vez el ms perfecto, el ltimo plan social, y as se hubiera reconocido desde un principio, siguiendo la humanidad una senda hermosa y florida, si el individualismo, inspirador de los malos, no se hubiera aprovechado de las ideas de Dios y Autoridad para fundar la Religin y el Estado y a su sombra crear el Privilegio.Fuera de quicio la sociedad, se comprende que las ideas de ella derivadas se falsearan hasta el punto verdaderamente inverosmil de tener por buenas, por legales, por justas, por santas las ideas ms absurdas e inicuas, y que pudieran andar juntos por el mundo el brahmn y el paria, el amo y el esclavo, el seor y el siervo, el capitalista y el jornalero; todos socios, todos iguales ante el ms elemental sentido comn, pero separados, no obstante, profundamente por una ficcin mstica y jurdica y por una rutina tradicional que ha atrofiado los cerebros de las generaciones, tanto de los que salen a flote como de los que se hunden en el abismo.Y as lleva trazas de seguirse indefinidamente; en tal manera, que tomando la razn por una utopa y el disparate por lo nico positivo, se ponen a contribucin todos los prestigios, se echa mano de todos los recursos, los coercitivos inclusive, y se solidarizan todos los poderes para sacar adelante estos dos preceptos.No quiten a los pobres la ilusin de la felicidad eterna en una vida futura.

No quiten a los ricos la ilusin del goce perenne en un presente que ser eterno.

En tal situacin, la rebelda, que en todos los tiempos fue un llamamiento a la razn y una protesta contra el servilismo, en la poca actual reaparece hertica, iconoclasta, negativa contra todo dogma, contra todo smbolo y contra todo falso prestigio, y afirma la inmanencia del derecho humano.

Ante la invocacin de ese absoluto de verdad, de belleza y de justicia, debiera interrumpirse por un momento la vida social, examinar su razn de ser, hacerse cargo de las quejas y reclamaciones de los rebeldes y obrar racionalmente en consecuencia, y, lejos de ello, habla el sofisma y ejecuta la fuerza, consiguiendo no ms un triunfo efmero, una prolongacin del grave y antiguo dao.Y para que se vea hasta dnde llega la gravedad del mal, tomo, no ya de los personajes ficticios de la novela, sino de los de la realidad, unas palabras de un poltico espaol que todo el mundo puede leer en el Diario de Sesiones de Cortes del Parlamento espaol, correspondiente a la legislatura de 1902, y que dicen: Ha de mantenerse el statu quo, porque harto hacen el Estado y la Sociedad en pro de los trabajadores, dndoles instruccin gratuita, pan y cama en el hospital y un voto que vender, para que stos tengan todava el valor de quejarse.Ese cnico insulto, existe, consciente o no consciente, en el fondo de todo privilegiado: con ese patrn se forman los pensamientos, lo mismo del burgus redomado que prepara un vil negocio, que de la cndida doncella que vive entre mimos y encajes como flor de invernculo; del gobernante que formula planes patriticos en perjuicio de la vida, de la libertad o de la riqueza de sus gobernantes, que de la hermosa matrona que dirige castamente su hogar apareciendo como modelo de virtudes, del sacerdote que predica la mxima cristiana, refugio de los usurpadores de la riqueza social, este mundo es un valle de lgrimas donde la justicia y la felicidad son imposibles y peca moralmente quien creyera lo contrario, como el tierno nio que, asistido de ayas y lacayos, se educa para la soberbia ante el servilismo de sus domsticos.Ante ese crimen, al autor presenta el atentado de San Maclou, y en defensa del acusado hace decir al defensor: Lavenir obr conscientemente el 14 de marzo, sin ms consejo que el de s propio. Mat quiso matar, y no les pido circunstancias atenuantes de piedad mezquina Yo quiero su vida!... yo quiera su aprobacin para su acto su amplia compasin, no ya para l, sino para la clase que representa que sin tregua, pero siempre intilmente, levanta los brazos, lanza plaidero grito de agona que se pierde en la oscuridad de la noche, en la soledad del desierto!.

Poco me importa la personalidad de Lavenir, hace poco no le conoca; el estudio de su vida me dio a conocer algunos detalles, me prob lo nico que buscaba en l, su sinceridad, su inmenso, irresistible impulso hacia un objeto de fraternidad, nico que hace de la bestia humana un hombre Lo que veo en l, lo que quiero hacerles ver, es el hecho es el brazo que agita la seal, que trata de detener el tren locamente lanzado sobre una va obstruida por la multitud tren que atropellar miles de vidas y se estrellar sobre ellas Detnganse, respeten esa bandera sangrienta que agita desesperadamente ante ustedes!... Compriman los frenos, suelten el vapor ahorren las vctimas!... Por ellos, por el pueblo, por el hormiguero annimo y tambin por ustedes mismos, porque si algunos miembros rotos ensangrientan la Bestia inconsciente sin oponerse a su marcha, el montn siempre creciente de cadveres acabar por vencerla!... S, bruscamente descarrilar un da y se precipitar en el abismo!...

Cuando en una sociedad se producen actos como el de Lavenir, es insensato continuar el camino sin considerar al que le ha ejecutado, sin estudiar sus mviles ni examinar las reivindicaciones ni los clamores que encarna.Claro est que el tribunal, rgano de esa sociedad que de la manera indicada siente y piensa, haba de encomendar su respuesta al verdugo, del mismo modo que aquel gobernante que tratando de las reclamaciones obreras opona al maser manejado por el obrero convertido en soldado; pero como al extremo que han llegado las cosas esas soluciones son aplazamientos, bueno es tener presente la objecin opuesta al argumento del maser por otro gobernante. Cantemos las glorias del trabajo, no cantemos los progresos destructores de la fuerza, porque frente a esos masers que representan tanto perfeccionamiento mecnico, est aquella sustancia combinada en el laboratorio qumico con la cual se hace estallar una fbrica, y es el mismo invento de Nobel descubierto con el fin de que fuera til y para bien de la humanidad, el que se utiliza por los destructores del orden social. No hablemos, pues, del maser, hablemos de la justicia y del derecho.S, pero hablar de la justicia y del derecho es como entretenerse en hacer pompas de jabn; entre tanto, considrese el funcionamiento normal de la sociedad como un atentado permanente, sin atenuante noble de ninguna especie, realizado por todos los privilegiados, sin distincin de sexo ni edad, en perjuicio de todos los desheredados, en el que las vctimas caen sin cesar formando horrorosa hecatombe despus de agonas desesperadas.

Para evidenciarlo escribi Camille Pert En Anarchie; para colaborar a su obra firmo su traduccin En Anarqua.

Anselmo Lorenzo

PRIMERA PARTE

CAPTULO ILos espejos y las molduras doradas de la pastelera Borie, muelle de la Bolsa, en Run, chispeaban bajo un alegre sol de invierno que se inclinaba hacia el horizonte, arrojando resplandecientes destellos en aquel cielo gris.

En el almacn, embaldosado de mrmol y amueblado de cestera japonesa multicolor, se oa un murmullo de conversaciones procedentes de las mesitas rodeadas de mujeres elegantes que coman pasteles o beban madera o t, con el velillo levantado y desguantada una mano.

Detrs de la larga mesa de mrmol en que se ostentaban aquellas ricas golosinas, se hallaban varias seoritas de mostrador silenciosas y atentas a los deseos de los clientes.La gran puerta de cristales con letras de oro se abri de pronto, y un joven modestamente vestido se detuvo en el umbral, como molestado por el lujo de la tienda, dirigiendo una mirada furtiva en su derredor.

Era de mediana estatura, delgado, muy rubio, de apariencia an ms joven que sus veinticinco aos; tena ojos castaos y de expresin ardiente que sorprenda en su fisonoma delicada, de facciones escasamente acentuadas y que prolongaba algo una barba clara.La vista del escaparate de la derecha, donde haba panes recocidos colocados sobre barras de cobre, pareci asegurarle.

Entr resueltamente, dejando que la puerta se cerrara por s misma.

Situada en el mostrador de la seccin del pan, una seorita le miraba con dureza.

Un pan de una libra, dijo.

Y, tomando el pan que se le presentaba como si fuera una limosna, ech apresuradamente tres sueldos sobre el mrmol, como deseoso de irse.

Son veinte cntimos, dijo la seorita.

Veinte cntimos? repiti sorprendido.

Turbado, indeciso, qued examinando el pan, como tentado de devolverle.

En aquel instante sinti sobre s una frotacin extraa; vio cerca de su pantaln descolorido una falsa de satn negro y la punta de un zapato de charol.

Permtame usted, ya pagar yo, dijo una voz grave y harmoniosa.

Levant bruscamente la cabeza y vio una mujer alta, morena, de admirables ojos, que le miraba con un inters atrevido. Su mandbula algo maciza, su barbilla enrgica y voluntariosa medio se ocultaba en la piel que forraba su cuello de terciopelo negro; sus cabellos estaban adornados con dos alas de azabache que armonizaban perfectamente con su extraa fisonoma, inquietante por la movilidad de su nariz y la crispacin de sus delgados labios, de rojo muy vivo por sobresalir entre la palidez mate de su tez.Un ardor violento enrojeci las mejillas del joven, quien ech mano precipitadamente a su bolsillo y arroj tembloroso un duro sobre el mostrador.

No soy un mendigo, seora! exclam a media voz; fijando su mirada en son de desafo sobre la mujer que acababa de ofenderle.Esta sonri, sin conmoverse lo ms mnimo, y dijo:

Mejor! y se le acerc rozndole con expresin cariosa.

Pero el cogi su moneda, la guard y, sin saludar, sali con la cabeza levantada y el rostro ardiente, sin observar que aquella mujer sali siguindole.

Ya en la calle, abandon la acera, ocupada por los elegantes ociosos que la obstruan, y sigui el curso del muelle, groseramente empedrado, cruzado por trenes de mercancas que marchaban lentamente o esperaban entre las filas de toneles, montones se sacos y cajas, preservados por telas embreadas.

Llegado al borde del Sena, a lo largo de los navos amarrados, acort el pas, aspiracin el aire vivo corra sobrecargado de exhalaciones de brea y de sal marina. En un movimiento uniforme, con ruido montono, las gras deslizaban sus cadenas por aquellos brazos prolongados; luego soltaban chorros de vapor dando estridentes silbidos, y con un esfuerzo semejante a un resoplido giraban sobre su eje, depositando en tierra sacos, balas o toneles, que eran recogidos por racimos de hombres, que de ellos se apoderaban para conducirlos a las casillas aun libres de aquella especie de tablero de damas que formaba la superficie del muelle.El joven caminaba sin ver nada, absorto en su pensamiento, posedo del deseo loco de insultar a alguien, de romper algo: necesidad tanto ms violenta y ciega, cuanto que el que la siente juzga impotente y dbil.

Se le haba arrojado una limosna!... Se le haba tomado por un mendigo!

Y el hecho de que fuera una mujer quien le insultara con su piedad redoblaba la injuria; y a todo esto mezclaba un sentimiento de amor propio de macho humillado por la debilidad.

Bruscamente volvi a la vida exterior. Aquella mujer, marchando rpidamente sobre el suelo ennegrecido y lleno de charcos, recoga con su mano an desguantada sus faldas de satn, cuyo valor era superior a lo que hubiera importado algunos meses el sustento de una familia pobre.

Usted dispense, dijo con voz dulce.

El joven se detuvo estremecido por la caricia de aquella inflexin femenina.

De pie, cerca de l, le dominaba un poco con su alta estatura; los hombros se ensanchaban por los pliegues espesos de su cuello de terciopelo, y era bella, con una madurez apenas iniciada.

Usted dispense, repiti; me hubiera complacido serle til.

Cierta vanidad cosquilleaba poco a poco el corazn del joven, y su odio por la dama se transformaba en vago desdn de gratitud hacia la mujer que le persegua, movida evidentemente por alguna sensualidad.

Entonces oso mirarla, notando su belleza y detalles de su vestido y tocado.

Me conoce usted? pregunt.

Haba fijado repentinamente los ojos, sus miradas se haban mezclado y ahora una complicidad los ligaba; pero l se defenda con toda la fuerza de su voluntad. Acabo de ver a usted por primera vez, dijo lentamente, pero me agradara volver a verle. Cmo se llama usted?

El joven sinti un estremecimiento de orgullo herido. Le preguntara como a un criado, con su aplomo tranquilo de burguesa y su aire de superioridad desdeosa?... Sin embargo; respondi maquinalmente:

Emilio Lavenir.

Despus, muy encendido, lanz como una bravata:

Y usted?

Pero ella respondi simplemente. Ruth Etcheveeren.

Entonces se calm, la contempl por su respuesta amistosa, esforzndose en no ver sino la mujer, su igual, su inferior si se quiere, en aquella criatura que juzgaba a pesar suyo tan diferente de aquellas a que hasta entonces se haba acercado.

Ella le interrog an.

Dnde vive usted?

El joven vacil, despus minti:

Calle Armand-Carrel, 23.

De repente se avergonz del sentimiento que le impuls a dar la direccin de Gerald Lagoutte, un compaero, casi un burgus, relativamente bien domiciliado, en vez de indicar francamente la calle de la Verrerie, donde la viuda Lavenir, su madre, tabernera, le reservaba un cuarto estrecho y oscuro.

No obstante, se excus a s mismo. Si verdaderamente esta mujer quisiera visitarle, en casa de Gerald estran ms tranquilos que en la suya, donde Luisa, su querida, poda expulsarlos a cada momento.

Ruth le examinaba curiosamente.

En qu se ocupa usted?

Soy cortador en los talleres de Weill.Busc ella un instante en su memoria. Weill, el gran fabricante de trajes hechos para hombres?... S; un oficio decente He aqu por qu son tan finas sus manos de obrero.

Despus examinaba sus ojos de soador y de exaltado.

Lee usted mucho?

Tanto como puedo.

Socialista?... Anarquista!

Se irgui con energa y no respondi, molesto e irritado por la sonrisa indulgente de aquella mujer.

No insisti.

Caller Armand-Carrel, 23, repiti. Bueno, visitar a usted.

Despus, sin decir palabra, ni expresar signo alguno le plant la joven, volviendo con paso indiferente a la ancha acera donde la multitud pasaba y repasaba ante las ricas tiendas.Por medio de la calle transitaban los tranvas con rapidez, lanzando agudos silbidos, y sus rieles separaban el muelle en dos zonas bien distintas: a un lado la industria, el hormiguero obrero, el trabajo rudo y sin tregua; al otro, las tiendas rebosando ruidosas inutilidades, la masa perezosa de sus burgueses y de sus mujeres paseando su ociosidad y su lujo.Emilio continu su camino, irritado contra s mismo, furioso de los sentimientos que en su intimidad se entrechocaban.

Era una debilidad, que l, proletario, aceptara el capricho de una burguesa?... o al contrario, no sera como una bofetada a los ricos, tomarle una de sus hermanas?...

Porque, en esto no se equivocaba, era una audaz, una cnica, pero no una horizontal Era realmente una hija de burgus, una mujer de esas clases que desde hace siglos aniquilan a los trabajadores, que l consideraba como hermanos!... Oh! tomarla!... hacer el amor con ella como lo hara con la ms encanallada prostituta; eso resultara excelente!

Sin embargo, senta cierto malestar, porque la mismo tiempo que se complaca en humillar aquella mujer, experimentaba una gratitud inmensa hacia ella, cierta vanidad de que se dignara descender hasta l

Entonces se indignaba su orgullo. No, no aceptara el amor de una extranjera, de una enemiga; sera una cobarda faltar por su parte a un compromiso de honor!... Entre ricos y pobres no debe haber ningn lazo hasta el da en que el gran trastorno social haya hecho nuevamente hermanos a todos los hombres!...

Y como en su interior, a ese sentimiento de orgullo se una una gran timidez, el miedo de parecer torpe y grosero a aquella mujer, bella y delicada, jur rechazar todas las indicaciones que pudiera hacerle en lo sucesivo. No, era cosa hecha; aquella mujer no le gozara!... verdaderamente sus carnes no estaban hechas para mezclarse Ella era semejante a las aristcratas cuyas cabezas plidas y sangrientas se pasearon en otro tiempo en la punta de las picas; nada tena de aquellas que acompaan la borrosa legin de los convencidos de los entusiastas que un da derrumbarn, barrern la antigua civilizacin podrida, y plantarn triunfantes la bandera virgen de una sociedad nueva sobre una tierra libre y despejada.

CAPTULO IIAquel da, hacia las cuatro, sali Emilio del taller Weill, irritado contra la tarea diaria, necesitando de movimiento, de charla, de discusin acerca de todo lo que saba encontrar de entusiasta, de pueril, de pedestre y de elevado en la redaccin del Rveil, el diario de Celestino Bergs.

Hubiera podido salir sin llamar la atencin, pero al contrario, por desafo, pas lentamente, taconeando, delante del jefe del taller. Tuvo un desengao, porque el otro le sonri, le salud amistosamente y le dej pasar sin la menor observacin. Emilio tena una posicin excepcional en la casa, gracias a su instructor superior y a su notable destreza. Se le toleraban ciertas irregularidades causadas por su carcter fantstico, con la idea de que eran luego recompensadas por la rapidez y la calidad de su trabajo cuando se hallaba de buenas.

En el exterior, el viento se engolfaba en la gran calle industrial, de corte amplio y recto; el cielo estaba negro; el invierno, momentneamente reaparecido, azotaba los rostros con su aliento duro.Emilio se enred pronto en el laberinto de callejuelas sombras y estrechas que serpenteaban hacia el puerto, y lleg a la entrada de un portal bajo, con un arroyuelo inmundo por delante, donde se oan esos cantos lentos, de lnguida melancola, de los borrachos del Norte, que salan de una taberna cuya puerta de vidrios opacos estaba decorada con pingajos de banderas noruegas y dinamarquesas.En el patio haba un taller de tonelera, tenebroso y hmedo, donde resonaba sordamente un golpeteo continuo; en tanto que, en frente, detrs de las ventanas abiertas, trabajaban unas planchadoras encorvadas, con el cuello escotado y las mangas remangadas, que con su charla y sus cantos rimaban el choque metlico del hierro sobre los hornillos.

Emilio pas delante de ellas sin dirigirlas una mirada y subi una escalera estrecha, de escalones nunca barridos, que se hundan hacia el medio, como los de los campanarios viejos.En el primer piso, pegado a una puerta, haba un cartel cuidadosamente caligrafiado en que se lea: Le Rveil, peridico socialista independiente; adems, debajo se lea esta divisa: Hermanos, unmonos en la sangre y las lgrimas.

El joven abri el picaporte, como habituado, y lanz una rpida mirada a la pieza donde penetraba directamente.

Se senta un aire helado; a lo largo de las paredes rojizas, de pintura desconchada, se vean unas tablas soportando montones de papeles polvorientos. Cerca de la nica ventana, un hombre y una mujer escriban inclinados sobre una mesa de madera. En el fondo, entre la semioscuridad, se vea un cura sentado, de rasgos vagos, barba espesa, tez amarillenta, inmvil, con la sotana un poco levantada por sus seas rodillas.

Est Gerald Lagoutte? pregunt Emilio, indicando con la mirada una segunda pieza cuya puerta estaba entreabierta.La mujer levant la cabeza mostrando un largo rostro de facciones mal esbozada. Sus cuarenta aos ya no tenan edad; nicamente sus ojos azules plido, admirables de claridad y de bondad, se destacaban en aquel conjunto fatigoso, con sus pmulos acentuados, sus mandbulas salientes y sin gracia bajo una piel trrea. Aun no, respondi.

Y sorprenda su voz, harmoniosa y fresca, muy joven, muy femenina.

En frente de ella, el hombre haba levantado la cabeza. Emilio le tendi la mano.

Qu tal, Sabourin?

El otro movi la cabeza.

Psch!... Pasando!...

Nada sobresala en aquella fisonoma borrosa, como su vida entera de escribiente copista: cara redonda, frente achatada, crneo calvo, ojos mortecinos, mejillas lacias y afeitadas, conjunto falto de expresin y vida.

Haca treinta aos que vegetaba en las redacciones de peridicos pequeos, ocupndose nicamente de contabilidad, de detalles materiales, absolutamente extrao a toda cuestin poltica y social. Sin otro horizonte que su esquina de mesa ni otro objeto moral que defenderla de los montones de papel de su compaera de escritura, tan desordenada cuanto l era automticamente meticuloso. Ha vuelto Bergs de su excursin de propaganda? pregunt Emilio. Esta madrugada, a las tres, respondido la mujer. Ha hablado en Evreux, en Lillebonne, en Bolbec

Y el xito?

El xito siempre se tiene xito. Adherentes a la Universal, pocos No comprendenEmilio escuchaba con sorpresa el murmullo de voces que se oa en la pieza inmediata.

Quin est con Bergs? pregunt emocionado.

La mujer le mir fijamente sin responder.

Es l? pregunt Emilio en voz muy baja.Ella hizo un signo afirmativo.

Emilio sinti un estremecimiento. Souvaire en Francia! en Run! Entonces pronto habra un atentado!... resonante u oscuro neciamente mortal para su autor o lanzando por un instante un relmpago terrorfico sobre el mundo!...

Pero las voces se extinguieron; reson un ruido de pasos y el crugido de una puerta; sin duda el compaero sali por la puerta de escape. Emilio suspir con una sensacin de alivio; le hubiera sido penoso ver otra vez la silueta bien conocida de aquel hombre, de fisonoma vulgar, resuelta, con su frente baja y cuadrada, sus piernas cortas y arqueadas bajo el busto enorme, con su fisonoma impenetrable, inquietante, de fantico, de matador de hombres y de zapador de sociedades!...

El joven movi la cabeza. No, en verdad, no ser por la fuerza, por la sangre derramada, sino por la gran ley de la persuasin y de la dulzura como se conquistar el mundo!... Carecen acaso los hombres de sentido, no tienen ya reflexin?... No podr atrarseles a la verdad por el razonamiento?... Oh, si se llevara la luz a la inteligencia de cada uno, quin sera tan ofuscado que se negara a reconocerla? La mayor parte de los ricos son crueles por ignorancia y estupidez.La puerta situada detrs de Sabourin se abri de repente y apareci Celestino Bergs. Cuarenta y siete aos, estatura mediana, ancho de hombros, vientre enorme, el pantaln formando pliegues sobre sus carnosos muslos; de fisonoma abierta, de mejillas coloreadas y mal afeitadas; ojillos vivos, labio mvil, sin bigote y estremecindose como los de los oradores profesionales; cabellos largos, castaos, grasientos, echados atrs; su conjunto tena el aspecto de cura que colg los hbitos o de cmico de la legua. Algo haba de ello, porque era un antiguo tenor tolosano a quien la prdida de la voz y la necesidad de vivir lanzaron al periodismo y la poltica. Hola muchacho! exclam tendiendo la mano a Emilio, con voz extraa, velada, ronca, aunque con cierto timbre metlico. Qu haces de Luisa?... Quieres llevarla el jueves a Evreux? Doy una conferencia Marta hubiera hablado tambin, pero se ve obligado a permanecer en Londres; queda, pues, un hueco en el programa una sesin de hipnotismo dar realce a la velada. Te vienes?... te pago el viaje y un duro para tu mujer.

Emilio movi la cabeza.

No, estuvo demasiado enferma la ltima vez.

Bergs solt una carcajada.

Ca, hombre; si el magnetismo hace amorosas a las mujeres!

Entre tanto, el cura, olvidado en un rincn, se levant aproximndose. Bergs se fij en l de pronto y recobr su tono serio.

Qu desea usted?

Sus ojos penetrantes analizaron la fisonoma del cura con desconfianza.

Soy el clrigo Faure.

El de los folletos?... El autor de La Comuna Cristiana?...El cura se inclin.

Si.

Se promovi un movimiento de inters entre los asistentes. Todos examinaron al hombre casi clebre por sus choques con la Iglesia.

Sintese usted, dijo sencillamente Bergs, acercando una silla al cura y montando a caballo en otra, con el respaldo por delante, cerca de la mesa en que la mujer, atenta, haba cesado de escribir.

El cura se sent, recogi su sotana con un gesto maquinal y luego comenz con voz lenta, predicadora:

Nos proponemos un mismo fin, por vas diferentes

Usted dispense, interrumpi Bergs sonriendo. Un objeto diferente por las mismas vas sera ms exacto Usted y nosotros estamos de acuerdo sobre la necesidad de derrumbar la sociedad actual Pero cuando est en el suelo no nos entenderemos para reconstituirla.

Queremos la emancipacin de todos, replic el cura sin desconcertarse; la comunidad de los intereses; la igualdad de los seres humanos. Usted quiere la igualdad en el abandono y el sufrimiento Nosotros la igualdad en el goce.

El cura se encogi de hombros.

La felicidad no es de este mundo.

Bergs sac tabaco del bolsillo; con un gesto pidi papel a Emilio e hizo un cigarrillo con indiferencia.

Ya ver usted; no discuto. Empleo por trmino medio catorce horas diarias en hacer discursos, y estoy harto

Bueno! Esccheme usted, dijo el cura cortsmente. Usted y su partido forman una potencia; tambin somos muchos en el clero los que amamos al pueblo Por qu no unirnos?... Estdienos; dense cuenta de la fuerza inmensa que poseemos por la propagacin de las doctrinas; djenos convencerlos que nos entendemos sobre todos los puntos, excepto uno solo, sobre el cual andan descarriados. Usted y su partido sacuden el yugo del rico con razn, pero comenten a falta de sacudir tambin el de Dios. Si el goce se conoce completamente por su voluntad, en la desgracia y en la pena, a quin ha de recurrirse si no es a la Eterna Potencia y a los que en la tierra son sus mandatarios?...

La mujer, hasta entonces silenciosa ante la mesa, se levant semejante a un gran espectro, descarnado, con sus sombros vestidos pegados a su cuerpo flaco.

Escuche usted, seor cura, exclam con una vehemencia sbita que hizo estremecer a los asistentes. No se hable ante m de Dios y de los curas que asisten a los desgraciados!... Siniestra mentira!... Si alguien ha llamado a esa puerta he sido yo y qu he encontrado? Indiferencia, malevolencia o cnica crueldad! Tena diez aos cuando muri mi padre, empleado de corto sueldo de ministerio, demasiado joven para dejar viudedad. Mi madre se extenu durante siete aos para hacerme vivir, mendigando a derecha e izquierda, tratando de ensearme un oficio, grave error!... porque no hay uno que baste para dar de comer a una mujer si quiere vivir ha de aadir al trabajo la prostitucin. Lo saben todos los patronos, pero como siempre encuentran desgraciadas que aceptan sus condiciones!... Yo estaba condenada a morir era fea y los hombres no me queran. Muri mi madre, y, ante su cadver, sin un cntimo en el bolsillo, me dije: Qu hacer? Dnde ir? A quin dirigirme? Era creyente; se me haba persuadido que hay que recurrir a Dios en los momentos supremos y lo intente Fui de convento en convento, no pidiendo sino un rincn para vegetar, un sitio humilde donde morir. En todos me rechazaron! Oh, no son tiernos para el pobre en sus casas de Dios a pesar de los prospectos mentirosos con que se enuncian para dragar el oro de las almas caritativas! Cuando esperaba una mano en que apoyarme, una palabra de paz, una expresin de afecto, slo encontr fras miradas, gestos de sospecha, respuestas melifluas, desdn por los males que sufren otros, aversin inmensa hacia el miserable que no sirve para la explotacin, del que no puede sacarse la sangre de sus venas ni el jugo de su carne! Era dbil, pobre, desesperada, para qu servira? Honrara a la casa? Reportara utilidad mi trabajo? En aquel estado, imposible! Pues a la calle! Llam a la puerta de los conventos aristocrticos, donde, examinando mi facha ruinosa, se me preguntaba sonriendo la cantidad de mi dote Corr a aquellos donde las ms humildes son admitidas. Aquellas mujeres con frente de lneas inmaculadas, en cuyo pecho ostentan la imagen de Cristo, me miraban tristemente, ponan en mi mano una batista y una aguja. Y ante el trabajo inhbil de mis dedos sacudan la cabeza diciendo: no hay plaza! En cierto sitio se me reproch ser virgen, all no se admitan ms que las arrepentidas! Oh, qu carreras aquellas intiles en las que, agotada, hambrienta, descorazonada, chocaba eternamente con corazones secos, con epidermis insensibilizadas! Ni una palabra simptica bajo aquellas frmulas piadosas con que me despedan!... En aquellos ojos que se apartaban de mi miseria, fingiendo dirigirse al cielo, no vi jams una rfaga de piedad. Hipocresa, dengues, egosmo, mercantilismo! Cuando ca una noche a la puerta del cuarto que ya no poda pagar, con el vientre vaco y el fro de la muerte en las venas me socorri la religin? No, fue un humilde, un miserable como yo parti su pan conmigo, y como yo tena el estertor de la fiebre, y l no tena ni fuego ni cama que ofrecerme, me llev al hospital Pero no me abandon en aquel infierno de los pobres Volva, tomando sus minutos sobre su pan, porque para el obrero, un instante de trabajo menos representa renunciar a un bocado Volvi, no obstante, a verme, y sus dulces palabras introducan nuevamente el gusto a la vida en mi corazn No me habl nunca de Dios, sino de las criaturas No me prometi una felicidad futura, sino el amor el amor de los desheredados, de los rechazados, de todos aquellos a quienes se oprime, a quienes se aplasta!... Me hizo adorar el sufrimiento, no mostrndome la recompensa egosta de un mentido paraso sino levantando ante m el esplndido y sangriento estandarte de la piedad! Oh, qu grande, qu hermoso era aquel hombre! Era ms hermoso y ms grande que su Dios y sus curas!... porque su divinidad es de mrmol y sus ministros viven hartos y gordos burlndose de los males de la humanidad! Su Dios muri para resucitar en seguida l, el Dios mo, que no era ms que un hombre, que vivi para todos, ha muerto muerto para siempre para el mundo para la universidad de los seres que sufren sus hermanos!... Qu lstima de taqugrafo! exclam Bergs.La mujer, conmovida, con su flaco pecho palpitante, se sent; haba hablado menos para el auditorio que para alivio propio, y se inclin sobre el papel sin prestar ya atencin a lo que se deca.

Quin es esta seora? pregunt el cura a Emilio.

Constancia Parandier, contest aqul brevemente.

El otro hizo un gesto.

Ah! la conferenciante clebre, la antigua querida de aquel apstol de los andrajosos, que muri guillotinado

Hay malos curas, convenido. Los conventos han de regenerarse: el espritu de lucro y de hipocresa se introduce por todas partes Hay mucho que derribar en la Iglesia como en la sociedad pero Dios permanece inmutable, inmenso, nica estrella gua del hombre. Desgraciados aquellos que se separan de su gua!...

Emilio se sulfur de repente:

Dios!... dnde est? en el cielo? Y qu nos importa el cielo? Estamos en la tierra, y no hay ms que la tierra que nos interese No son goces espirituales lo que queremos para el porvenir Queremos llenar nuestro estmago, que nuestro corazn ande caliente, que nuestros miembros no sean mortificados por tareas excesivas, ni nuestra salud arruinada por trabajos malsanos!... Queremos gozar de nuestra razn, de nuestros conocimientos Queremos ser uno, como cada uno de tantos otros que slo porque han nacido burgueses tienen una plaza al sol! Dios? No le necesitamos! Qu nos importa un despus, siempre que el cuerpo y la inteligencia hayan gozado de todo lo que se puede gozar en la vida!Un engao, su existencia del ms all es una pldora dorada para los necios, exclam la voz rara de Bergs. Es muy cmodo permitir que el pobre vaya descalzo por el lodo con el estmago vaco, el crneo golpeado por el sufrimiento, los ojos fijos sobre la nada, all abajo siempre muy lejos, all! all!... Y despus qu?... Siempre se puede prometer; afortunadamente para los embusteros, los muertos de hambre no vuelven a decir que aquello es una mentira!...

El cura hizo gesto de espanto.

Supongamos que todo es un error y una mentira Si se ha credo con fe, si la luz de la esperanza ha iluminado toda una vida de sufrimientos, convengan en que es precioso. La felicidad sobre la tierra; desgraciados!... dnde se encuentra? No, no suprimirn la enfermedad, ni la pena, ni el dolor pero se sumergirn en la gehenna, bajo el ojo fijo de Dios por toda la eternidad, y adorarn su mal, a semejanza de los mrtires de otro tiempo, que ensanchaban sus heridas y vean correr su sangre con alegra.

La apertura de la puerta hizo volver las cabezas. Un hombre, joven an, de fisonoma inteligente, vestido como un contramaestre, acababa de entrar.

Bergs salud con la mano sin moverse, su pesado abdomen le privaba de libertad en sus movimientos.

Qu hay de nuevo?

Qu me han partido! exclam el hombre con voz amarga, lanzando una mirada febril. La sociedad de Deville est en disposicin, hay trasiego de personal y la nueva direccin me ha echado a la calle.

Todos le escuchaban con inters. Constancia Parandier haba levantado la cabeza y apoyaba su frente sobre una de sus manos, mostrando en su rostro una expresin de dulce piedad. Pero los compromisos de tus patronos expuso Emilio.

Qu compromisos? dijo el otro. Ninguno ha cumplido! Me han estropeado! porque no saben que siempre tienen el medio de probar que han cometido una falta? Ya era una caridad lo que se me haca dejndome en mi plaza de mayordomo. En cuanto a los nuevos directores no quieren saber nada.

Hasta aquel instante el cura no not que el hombre no tena manos; dos muones, informes, sin dedos y con cicatrices azuladas, ocupaban su lugar.

Bergs se levant de un salto, con expresin radiante.

A propsito! te llevo conmigo maana a mi gira de propaganda. Vers qu broma!... Ganaremos la huelga y meteremos de un golpe lo menos tres mil afiliados en la Universal!... Una vctima de la burguesa; aqu tenemos una en carne y hueso!... Vean y toquen!... Sobre todo en hueso, replic el hombre, esbozando una sonrisa. Pero dnde quieres que vaya?... No tengo tiempo, necesito despabilarme para encontrar trabajo Dentro de tres das tendremos el hambre en casa.

Constancia se haba aproximado, y con un gesto que a pesar de su escasa gracia fsica, se notaba algn encanto femenino, tom las destrozadas manos del obrero y las estrech suavemente entre las suyas.

Trabajo, infeliz, quien te lo dar? Bergs tiene razn; ven con nosotros gustar verte; tu presencia inspirar indignacin en el corazn de los compaeros Adems haremos una colecta que enviaremos a tu mujer.Sinti un estremecimiento de desesperacin.

La limosna!

No; no da vergenza recibir el dinero de los pobres Lo dan de tan buen corazn!...

Bergs se mova impaciente a la puerta de su gabinete.

Ven, Jorge, necesito tomar notas.

La puerta se cerr detrs de ellos. Constancia dio entonces algunas explicaciones al cura, quien le interrogaba con la mirada.

Es un buen chico, uno de los mejores trabajadores de la fundicin de Deville Hace dos aos tuvo la desgracia de ser cogido en un engranaje eso le dej las manos como usted acaba de ver. Sus patronos probaron que el accidente sobrevino por su culpa y que no le deban nada. Y era eso cierto?

Constancia se encogi de hombros.

Poco cuesta soltar la palabra imprudencia! Acaso se niega una pensin a aquel a quien inutiliza una bala?... se le dice jams ha sido imprudente? El obrero que vive en el peligro a merced de un instante de olvido, no est como sobre un campo de batalla?

Sin embargo, se han hecho leyes. Y no sabe usted que todas pueden falsearse?... El patrn de Jorge, humano, pero previsor, no asumi ninguna obligacin respecto de aquel a quien haba roto los miembros, pero le concedi la existencia. Ahora se va, queda en paz.

Es casado ese hombre?

Tiene una mujer en cuyo tercer parto qued extenuada, y gana muy poco El mayor de los hijos tiene cinco aos.

Sucedi en silencio. Se oa confusamente la voz de Bergs detrs de la puerta. Constancia hizo un gesto. En fin, esperemos que sern felices en el cielo! concluy irnicamente.Se sent otra vez a la mesa y qued absorta en su escritura. Sabourin con expresin insensible, no escuchaba, no miraba a nadie; se hallaba muy ocupado en copiar fajas.

Se abri de nuevo la puerta y entr un personaje de cuerpo largo y desgarbado, que baj la cabeza para entrar, con aquel movimiento instintivo de los hombres altos que atraviesan un umbral inmediatamente elevado.Los ojos de Emilio lanzaron un relmpago de satisfaccin.

Al fin, Gerald!Y esper ansioso; porque, a pesar suyo, el recuerdo de la mujer encontrada ocho das antes le dominaba Si vendra a hablarle de ella?

Pero el hombre alto estrech la mano de Emilio sin mirarle, y ech un paquete de cuartillas manuscritas delante de Constancia.

He aqu mi artculo.

Ella le hoje ligeramente.

Demasiado largo, dijo lacnicamente.

El otro se manifest firme.

Pues no suprimir ni una lnea!Era aquel hombre de una palidez enfermiza; hombros altos, pecho cncavo; de cabellos negros, melenudos, bigote castao. Sus ojos, asaz bellos, estaban velados, parecan como fijos en una visin desconocida que no les permitiera ver los objetos exteriores. Alumno de Farmacia, histrico, morfinomano, eteromano, era poeta y periodista a ratos perdidos. Bueno, dijo Constancia tranquilamente, podar yo misma Adems, ni un cntimo; la caja del peridico est en seco.

No importa, respondi con indiferencia.

Despus, dirigindose a Emilio, le tom la mano con efusin.

La cosa marcha, querido!... Es cosa de ocho das.

Hablaba de una representacin en el Teatro del Trabajo que acababa de organizar, donde era a la vez director principal actor y apuntador.

El cura se levant.

Quedamos, seora, en que usted cree imposible un acuerdo entre nosotros?

Constancia levant su ardiente mirada y dijo al cura:

Estoy convencida de que es irrealizable.

Y como aqul se dispona an a discutir, le detuvo.

La religin es la aliada natural del rico. Quien dice Iglesia dir siempre capitales inmovilizados en el culto, sustento de cualquier clase de bonzos sanguijuelas que viven a expensas de los trabajadores.El cura levant los brazos.

Acaso soy ms rico que ustedes?... Mi ropa vale ms que la suya?...

Y como la mujer bajo la cabeza, no queriendo or nada, lanz una imprecacin.

Malditos los que no quieren or la voz divina!... El los aplastar!... Van, ciegos a la conquista de aquello mismo que reprochan a los ricos la posesin del oro!... Quieren la plaza de aquellos a quienes odian, y cuando la hayan obtenido, sern peores!... Desean hartarse de gocesno escuchan ms que su vientre y sus apetitos! Malditos sean, porque Aqul que muri en la cruz los renegar, los desechar mortificados y sangrientos!... Matarn, pero morirn tambin!... Ensangrentaran el mundo, pero la sangre de su carne correr!... Aplastaran el universo, pero quedaran sumergidos en sus ruinas y no los levantaran purificados, triunfantes, dispuestos para una nueva civilizacin, como en otro tiempo el hombre despus del diluvio regenerador!...Y la puerta dio un golpe rabioso tras su sotana dotante.

Amn!... dijo Sabourin, nico que prest atencin a aquella letana. Estos curas son peores que vboras.

Emilio esperaba nervioso. Por ltimo se decidi a preguntar a su amigo:

Ha venido a tu casa una mujer a preguntar por m?

Gerald reflexion:

No. Por qu?

Emilio se manifest contrariado. Furioso contra s mismo por no haber olvidado la aventura ni la belleza extraa de aquella burguesa.

Al cabo de algunos instantes se agit.

Aqu se asfixia uno!... Te vienes?El poeta se interrog.

Qu he de hacer aqu ahora?... Nada.

Y los dos salieron sin despedirse de los que quedaban inclinados sobre su mesa.

CAPTULO III

Una vez en la calle, la fina brisa del Norte sorprendi agradablemente a los dos jvenes, quienes, quienes a pesar de su relativo bienestar, no llegaban a los sobretodos ni a los chalecos uatados que preservan del fro a los ricos. Sin embargo, bajaron hasta el muelle y se mezclaron ala vaivn incesante de los transentes.Los camiones, vacos o cargados, se arrastraban lentamente por el barco: la silueta de los barcos amarrados se perfilaban sombras sobre el gris triste del cielo. All abajo se elevaban los grandes docks de ladrillos ennegrecidos por el humo de los vapores; sobre el muelle pululaba todo un ejrcito de haraposos macilentos, rodando penosamente grandes toneles de vino, mientras que el agua negra de los charcos les salpicaba de barro hasta los hombros. Otros descargadores se apresuraban, encorvados bajo el peso de sacos de pasas de Asia. Las paseras estrechas se cimbreaban bajo aquel paso rtmico de trote de bestia excitada por el ltigo. Aquellos hombres, con sus miembros temblorosos, su cara embadurnada por el polvo y el sudor, sus facciones ostentando, como marcados por el buril, los rasgos del sufrimiento resultantes de aquella fatiga continua, no eran ms lgubres caricaturas de la especie humana.

Sus rotos vestidos dejaban ver la piel ulcerada; los dedos de los pies asomaban por las roturas de su calzado. Eran sucios, pero aquella suciedad era la que invade al miserable, que carece de agua, de jabn, de ropa y de vestido para mudarse. Su casa es un tugurio; todo le mancha, y mancha cuanto toca. Habituado a la grasa y al hedor salvaje que de s se desprende, lo sufre sin pensar en ello.

Y los que aquel da trabajaban eran dichosos: a lo menos ganaban el pan de la noche y el alcohol, ese veneno que da la ilusin de la fuerza. Muchos otros permanecan inactivos, inmviles, sentados sobre los bancos del negro jardn de la Bolsa, poblado de aquellos fantasmas de la miseria, o arrimados a las paredes del edificio Aquellas paredes estaban gastadas y sucias hasta la altura de un hombre, restos inmundos de las miserias que incesantemente por all se rozaban.Entre aquellos desgraciados, desperdicios del trabajo, desechados de todas partes, heces de crcel y de las ms inmundas sentinas de las grandes ciudades; con sus fisonomas abyectas, con sus cicatrices reveladoras de infames padecimientos, haba cabezas inteligentes; vestidos pobres, pero no desordenados. Aquellos hombres eran obreros accidentalmente sin trabajo, que acudan all en busca del bocado de pan que alimentara la familia, esperando ansiosamente.

Cuando Gerald y Emilio pasaron delante de uno de esos ltimos grupos, decentes y silenciosos, se destac un hombre que se les acerc y les dijo:

Buenos das.

Emilio fij en l la mirada.

Ola, Charrier!... No trabajas?

No, respondi lacnicamente el otro, con las manos en los bolsillos de su pantaln azul y sus angustiados ojos fijos en el suelo.

Tendra unos cincuenta aos; sus rasgos eran regulares, aunque mezclados de arrugas profundas; su piel era gris y su barba descolorida. En sus muecas, sobre los huesos salientes, se destacaba el cruce de sus venas. Bajo sus pobres vestidos se adivinaba el cuerpo enflaquecido del que ha trabajado excesivamente, del que no dej de sufrir, del que nunca se vio harto.

Emilio qued sorprendido, porque Charrier era un buen trabajador, el ltimo a quien un patrn hubiera debido despedir.

Sobra gente en tu taller?

El hombre se encogi de hombros.

No; es asunto mo He tenido palabras con Soudras. Ya le conoces, el inspector.

Emilio frunci las cejas.

Aquel bruto!... s, le conozco!... Luisa perteneci a su seccin.

Charrier levant bruscamente la cabeza; un relmpago de ira cruz su mirada.

Precisamente a causa de mi hija Ernestina!... Era preciso que se sometiera tambin Una nia de catorce aos!... Trataba de forzarla, y ella se opona entonces vinieron las multas, las bestialidades, las extorsiones de todo gnero Como l es el amo! Me encar con l y le dije que aquello haba de acabar o que le desollara. Y heme aqu!... Los dos a la calle.

Cochinas! exclam Emilio. Por qu no has hablado al patrn?

El obrero hizo un gesto de desaliento.

En primer lugar; el patrn no se ocupa de nosotros Soudras le interesa ms que yo Y despus, no para en la fbrica viene de Pars dos veces a la semana, y cuando est en su despacho no tiene tiempo de hablar con nosotros El que llega all no tarda en salir arrojado por su hombre de presa!Caminaron largo rato en silencio; no fijaron sus miradas en los brillantes espejos de las tiendas; los vestidos de Smith, las armas de lujo de Santoux, los mil frascos dorados y las artsticas cajitas de Royer, el gran perfumista cun indiferentes les eran esas inutilidades que inmovilizan capitales enormes!... Ellos, cuyas horas se pasaban venciendo el duro problema de vivir, planteado, renovado cada maana de su existencia!... Has ido a casa de Versaint y de Dorns? pregunt Emilio.

Charrier respondi con fatiga.

He ido a todas partes y nada en todos los talleres se despide gente.

Y se renov el triste silencio. Ya no sentan ni el fro ni el viento, no vean a nadie, sumergidos en sus reflexiones; Charrier, trabajado por sus propias inquietudes, los otros apenados por su impotencia ante aquella cada de uno de los suyos en la extrema desgracia.

Charrier levant la cabeza siguiendo un pensamiento.

Yo soy como los otros Si la pequea hubiera consentido lo hubiera pasado por alto. Qu caiga con Soudras o con otro, un poco ms tarde qu? la cosa llegar siempre!... No pueden permanecer honradas esas muchachas!... Pero una nia que llora, que se desespera, que viene a m gritando: Padre, defindeme!. Ya s que hay quienes hubieran tenido el valor de decirle: Hazte el cargo, hija ma. Pero yo no he podido Sin embargo, bien vea la consecuencia y hela ah. Es sensible, por su madre y sus hermanitos! Qu hemos de hacer!...

En aquel momento reson un silbido agudo seguido de un rumor sordo; el obrero se conmovi:

Un vapor!... voy a ver si se me emplea.

Y corri hacia la orilla.

Pero el llamamiento haba sido odo por muchos, y de todas partes acudi una multitud que se apiaba en el sitio libre del muelle donde el barco se amarraba. Todos, ansiosos de ganar el bocado de pan que la suerte les deparaba, se empujaban, trataban de ponerse delante, con las miradas iracundas, las brutalidades en los labios, pareciendo ms bien fieras que hombres, dispuestos a desgarrarse para obtener la parte del vecino.

En medio del Sena se vea un gran vapor, negruzco, con bandas rojas y con el pabelln ingls izado a la popa que se deslizaba suavemente moviendo su hlice a intermitencias. Unos hombres de cabellera rubia miraban el tumulto del muelle con indiferencia, tranquilamente apoyados sobre las borlas. El capitn y el piloto permanecan inmviles sobre el puente, transmitiendo rdenes a la mquina por medio de palabras breves lanzadas en el portavoz.De todos los pechos se exhal un suspiro de desconsuelo. Por las escotillas abiertas se vea el cargamento: sacos de maz. El barco empleara apenas una docena de hombres para medir y cargar el grano en las barcazas que esperaban a lo largo del muelle.

Do e hombres salvados por un da de la angustia mientras que doscientos se agitaban all exaltados, locos, dispuestos a todo para comer!

Gerald y Emilio presenciaban la escena, mudos, con el corazn oprimido, y los burgueses, las mujeres elegantes pasaban indiferentes, ignorando aquellas miserias como si vivieran en otro mundo, sencillamente molestados de tener que codearse con aquellos repugnantes indigentes que deslucan el ms bello paseo de la ciudad.

Voy a casa de Charrier, dijo Emilio. All se debe morir de hambre y an me queda un duro que adelantarles!...

Caminaba por una calle transversal, y Gerald se vio obligado a forzar el paso para seguirle.

Esprame! Quiero que vengas conmigo al teatro hay ensayo.

Emilio se impacient.

Tu teatro; eso es tarea estril!... Contra los burgueses habra que dirigir nuestra actividad!... A esa gente habra que atraer a nuestras ideas!... Representas delante de nosotros, y qu nos enseas?... Nuestros sufrimientos harto los conocemos!... Basta abrir los ojos y palparnos!... Lo que yo quisiera!... Oh! pero ardientemente!... sera obligar a los dichosos a conocer la vida de la masa!... No quieren saber, pero si eso les irritara la vista, si a cada paso que dieran se encontraran frente a frente con el sufrimiento del pobre, acabaran por conmoverse!... Ya lo sabes; t has visto de cerca los hijos de las otras clases; son malos algunas veces, pero sobre todo vanidosos y tontos muy tontos! Se creen de otra pasta, de otra piel, de otra armadura!... pero si se obstruyera su paso con esas desgracias, si se arrojaran a sus ojos puados de verdades, no llegaran a penetrar en su crneo creencias opuestas a sus estpidas preocupaciones?... no podra conmoverse al fin su egosmo? S, lo creo, quiero creerlo! El pueblo no ha hecho jams lo suficiente para acercarse al burgus, para ganarle, para adherrsele!... Estamos en dos campos hostiles, perpetuamente armados uno contra otro, y los odios se acumulan sobre equvocos causados por nuestro alejamiento, que a veces podran disiparse con algunas francas palabras.Gerald movi la cabeza:

Una sola cosa podra disipar las divisiones y fundir todas las castas que la civilizacin ha creado: una fe nueva, una teogona que elevara las almas. Mira detrs de nosotros en la historia; slo una idea espiritual ha impreso a la marcha de los hombres un impulso irresistible.

No, interrumpi Emilio; no me hars creer que el siglo veinte se apoyar en visiones y en lo sobrenatural!... Somos hijos del positivismo, de la ciencia. Te lo he dicho otras veces, Gerald; personalmente te aprecio, pero no participo en nada de tus ideas Para m, te embarrancas; peor an, retrocedes, te enjaulas en viejas frmulas Crees renovar, regenerar, y lo nico que renuevas son las antiguallas Eres poeta, y no sabes que el reino de los versos ha concluido Eres poeta, y no sabes que el reino de los versos ha concluido Tus espritus, tus magias, tus cbalas, son de la poca de la oscuridad medioeval, tonteras! Nosotros, el porvenir, rechazamos todo eso como intil amamos el hombre, su realidad, su imperfeccin, y poco nos importa esa alma invisible e impalpable que ustedes buscan Basta ya de ms all! Basta ya de ilusin!... La realidad! La vida humana es por s bastante bella; podra ser bastante buena para apasionar.Se detuvo, mir un instante en derredor y su entusiasmo se disip sbitamente.

Dichosos sern nuestros descendientes; lo espero, lo creo! murmur. He aqu la idea espiritual que debe impulsarnos a nosotros, que vivimos en el infierno, slo con la esperanza para las generaciones futuras!...

Llegaron a un sitio en que, detrs de las bellas fachadas, de las calles anchas y regularmente cortadas, se entrecruzaban las callejuelas estrechas, sombras y ftidas del viejo Run. Era aquello un amontonamiento de casuchas de madera y de argamasa, de paredes agrietadas que rezumban humedad: nidos de infeccin y de epidemias; cuartos sin aire, sin luz, sin espacio, sin nada de lo que el cuerpo humano reclama para vivir; tugurios donde no se hubieran metido animales; viviendas de pobres, para decirlo de una vez.Los jvenes penetraron en un patio gangoso en que dominaba el hedor pestfero de las letrinas, y subieron una escalera que cimbreaba bajo su peso y cuyos escalones estaban embetunados por el lodo y el tiempo. Por ella descenda un fro de caverna y un olor de moho. Se oa el ruido montono de una mquina de coser lanzada a toda velocidad y el quejumbroso vagido de un nio Esclavitud del trabajo, enfermedad o hambre, puede haber otra cosa en semejantes moradas?...En el primer piso Emilio empuj una puerta y los dos amigos se encontraron en el nico cuarto de los Charrier.

Era una pieza regular, baja de techo, el pavimento destrozado y la nica ventana en un rincn; las paredes de yeso desconchadas dejaban a la vista su armadura de madera, formando un dibujo lgubre que recordaba las cruces de los cementerios. En el techo se dejaba ver la armadura del cielo raso, y por algunos agujeros el viento mova las telaraas.Dos camas de hierro con colchas remendadas; una cuna de mimbre, un aparador viejo, una mesa, una estufa de hierro fundido, algunas sillas, unos vestidos colgados de clavos en la pared, tres o cuatro cuadros de fotografas H ah todo el menaje de un obrero econmico, trabajador, que hasta entonces declaraba con una admirable resignacin no haber conocido jams el malestar.

La mujer Charrier, situada cerca de la ventana e inclinada sobre su mquina de coser, limpia y brillante, levant la cabeza y detuvo un instante el movimiento de sus pies.

Era bajita, delgada, sin edad, casi calva, de faz trrea y ojos inquietos. Al reconocer a Emilio ilumin su rostro una sonrisa y mostr dos soberbias hileras de dientes blancos y bien colocados.

Usted por aqu?

Suspendiendo el ruido de la mquina, la queja continua del nio en la cuna suba lgubre, desconsoladora.

Est enfermo? pregunt Emilio.

La mujer movi la cabeza.

No; pero se fastidia lisiado como est, no puede correr con los otros, y le tengo echado, porque no movindose sentira demasiado fro

En efecto, la estufa estaba apagada; el viento penetraba libremente por las rendijas de la ventana, de la puerta y de las goteras.

Entonces record Emilio que el nio, de unos ocho aos, tena una debilidad en las piernas que le impeda andar; defecto de constitucin procedente de la anemia de los padres, del excesivo trabajo de la madre, haba dicho Paul Hem, el mdico de los pobres, la providencia desgraciadamente impotente de esos desheredados a quienes asista con todas las fuerzas de su corazn piadoso.

Estn en la escuela los otros? dijo Emilio.

La mujer hizo un signo afirmativo. Haba emprendido nuevamente la costura, pero con ms lentitud por escuchar a Emilio. Este, por su parte, no queriendo estorbarla, declar inmediatamente el objeto de su visita.

He visto a Charrier me ha dicho lo que pasa. Tengo un duro a su disposicin si lo necesitan.

La mujer vacil; las lgrimas arrasaron sus ojos.

Se tiene necesidad, seguramente, en este momento, dijo, haciendo un esfuerzo; pero eso representa una deuda y ya tenemos tantas!

Emilio hizo un gesto de indiferencia.

No importa, quedar para cuando puedan yo no carezco de nada.

La mujer levant los ojos y le mir fijamente.

No, dijo con energa; gracias. Ya pasaremos Ernestina ha encontrado trabajo y podemos contar con su jornal el sbado.

Emilio mir la estufa fra y una caja que contena algunos trozos de carbn.

Es eso todo lo que tienen?

Es lo suficiente, respondi la mujer tranquilamente. He hecho sopa para cuatro das la comemos fra, est buena y as no necesito encender la estufa hasta el viernes.

Emilio qued inmvil; no se atreva a salir, no saba como hacer aceptar sus servicios.

De repente la mujer detuvo su trabajo y mostrando en su rostro y en su voz gran angustia, pregunt:

Ha visto usted a mi marido? No tena nada an?

Estaba en el muelle, dijo simplemente el joven.

La mujer ocult su rostro entre sus manos con desesperacin.

Ha dicho a usted que ha sido por causa de Ernestina? Pobre hija ma! Bien senta la necesidad de contarnos su desgracia!... Tenamos tanta dificultad para ir pasando!... Pero contar eso a su padre!... Si me lo hubiera dicho a m hubiera ido a hablar a ese perro Soudras al fin, una mujer se explica siempre mejor con un hombre sin echarlo todo a rodar quiz hubiera llegado a hacerle entender una razn y no hubiramos llegado a este punto.

Emilio movi la cabeza.

Soudras es una bestia, exclam. Es un exoficial perdido de ajenjo y de vicio. Luisa tena once aos cuando la posey a la fuerza, y era tan poco mujer que la revent Satisfecho su placer all al extremo de un corredor de la fbrica donde la haba atracado, dej a la nia manchada en su sangre, sin sentido, y arrojndole una peseta, dijo: Querida, ve a la comadrona a que te recosa!Las lgrimas corran silenciosamente entre los dedos de la Charrier. Por fin, separ sus manos, las sacudi y pas su manga sobre sus ojos.

Qu malo es el mundo y que dura es la vida! dej escapar con desconsuelo infinito.

El nio que estaba en la cuna, verdadero fantasma de flacura, se movi, destacndose sus grandes ojos y algunos bucles rubios, plidos y lacios que encuadraban una frente demasiado ancha.

Mam, tengo hambre!...

La mujer sinti clera.

Quieres callar?

El nio, asustado, se hundi en su cuna reproduciendo su queja sorda.

Vamos, tome esa moneda, dijo Emilio con el corazn desgarrado.

Ella, obstinada, rechinando los dientes, lanz la mquina a escape, con rabia.

No, no; no tenemos necesidad; lo asegur!... Este nio es fastidioso no piensa ms que en comer en algo ha de pasar el tiempo!...

CAPTULO IV Entonces, deca Bonthoux, con su voz lenta, ruda y de inflexiones vulgares, dije a la pobre mujer: No te has dirigido al patrn de tu difunto?

S, dijo, pero me respondi que si hubiera de socorrer a todos los que lo necesitaban, pronto quedara sin un cntimo.

En la reducida trastienda de la taberna Lavenir, iluminada por una mala lmpara de petrleo, Emilio, Gerald, Bonthoux y Augusto, hablaban acodados a la tabla negra y grasienta que llenaba casi por completo la pieza.

Por la puerta entreabierta se vea la sala de los consumidores casi vaca, a causa de lo avanzado de la hora, ancha, baja de techo, con vigas mal labradas que le sostenan. Algunas lmparas arrojaban una luz indecisa entre la espesa niebla de las numerosas pipas fumadas durante la velada. Un acre hedor de tabaco, de licores, de humanidad, envenenaba el aire. En el fondo, detrs del mostrador de zinc, lleno de botellas y copas, la viuda Lavenir haca media; era gorda, su cuello rodeado por un paoln de lana, apenas permita ver un perfil vago y una cabellera espesa y gris, anudaba sobre su cabeza.

Y he aqu, continu la voz montona del carpintero, como un pobre diablo trabajar aos y aos ganando escasamente lo preciso para cubrir su piel y llenar su vientre y el de sus pequeuelos Llega luego el da en que liquida La mujer, despus de haberse sacrificado cuidndole no puede impedir que las criaturas liquiden tambinSe detuvo, bebi de un trago lo que quedaba en el fondo de su vaso y se ech hacia atrs de brazos cruzados apoyndose en la pared. Era un hombre de cuarenta aos, anchos hombros, frente elevada, tena barba negra y espesa que cubra casi todo el rostro, dejando poco espacio a unos admirables ojos, amables y soadores.

Y a los que vengan ahora a decirme que el obrero es imprevisor, que debe ahorrar, repuso elevando la voz, los estrangulo!... Economa!... Privndonos de qu?... si ya estamos privados de todo!...En otro extremo de la mesa, Augusto dio un puetazo. Economas! dijo mezclando el nombre de Dios en una vulgar interjeccin. De ellas estn llenas las arcas de los burgueses; no hay que hacer la liquidacin y encontraremos las economas a punto!Era aqul flaco, algo encorvado, embutido en su larga blusa de pintor; joven, de fisonoma fina e imberbe, y llevaba larga cabellera peinada con coquetera.

Emilio hizo un gesto brusco.

Eso son palabras no ms!... Sabido es; el bienestar, que debera ser para todos, est injustamente repartido a los unos, el montn; a los otros, tabla rasa Pero qu? el medio de restablecer la justicia es lo que ha de encontrarse!... Todo para todos! exclam Augusto. Que se acogote de una vez para siempre a todos los que poseen! T tienes un buen silln? pues me siento en l. Tu seorita tiene un vestido de seda? precisamente! a mi mujer le viene bien! Tu pequeo come una golosina? se la quito para mi nia, que no lo ha probado jams!

Emilio interrumpi con indignacin: Eso es la batalla, el desorden, el robo, el odio indefinido!... La injusticia, el reino de la bestia ms fuerte! No ves que eso sera sacudir la tirana del espritu para echarnos en la del puo?

Bonthoux elev la voz.

Todo para todos, si pero el haber comn conducido, regulado por cierto nmero de hombres de prestigio; sin eso, iramos lejos con los pcaros que se encuentran por todas partes. Todos tienen derecho a todo, pero cada uno tiene su cargo, cada uno tiene sus deberes hacia la sociedad y es preciso que todos conozcan estos deberes antes de lanzarse al tun tun.Augusto se encogi de hombros.

Ya sali el to Regla!... Ten por seguro que los que han de hacer la cosa han de ser los que no miran al maana La cuestin es quitarla del medio!... Despus ya se arreglar!... Qu importa?... Peor que estamos no hemos de estar El que se escapa de la crcel piensa en saber si dormir al raso?... Pone tierra entre l y su calabozo en lo dems ya pensar cuando est fuera.

S, no combina nada, respondi Emilio prontamente; por lo mismo no reflexiona que los gendarmes van detrs de l y a los pocos kilmetros le echan mano otra vez y le meten en un calabozo diez veces peor que el primero. Esa es la imagen de todos los movimientos, de todas las revoluciones: se ve, sin idea definida, confiando en la casualidad. Se tiene nervio para derribar, viene luego la detencin, y por ltimo, ya no se sabe cmo hacer frente a las mil dificultades que se presentan. Es ese el momento en que los charlatanes y los intrigantes se precipitan, se imponen, enredndolo todo para sustituir a los antiguos explotadores y explotar a su vez!... Final de revoluciones, final de huelgas, siempre el pobre, siempre el trabajador paga las consecuencias! Y, acabada la comedia, se encuentra como antes, apaleado y con el vientre vaco.Es fatal, observ Gerald; luchan contra una sociedad organizada, fuerte, defendida, no slo por el soldado, sino mucho ms an por la rutina, el hbito del respeto de todos Y luego, dgase lo que se quiera, los burgueses son superiores a ustedes; al fin son los nicos depositarios de la ciencia.

S, son fuertes! exclam Bonthoux; as es seguro que nos quedaremos con la nueva organizacin en el papel y en nuestras cabezas!...

Augusto se ech hacia atrs silbando, y li un cigarrillo.

Acuerdo mutuo!... Una tontera!... Se est siempre de acuerdo para demoler pero trtese de reconstruir cada uno tirar para s!

Cllate, animal! exclam Bonthoux indignado. Hablando de ese modo se desanima a los hombres serios que desean ir adelante Somos ciegos o locos? Somos criaturas? No sabremos nunca ms que gritar, quejarnos, andar a tontas y a locas y no sabremos edificar la sociedad que anhelamos? No, te lo aseguro; somos hombres, y lo probaremos cuando llegue la hora! Si no nosotros, nuestros hijos conocern el maana asegurado, el trabajo moderado y bienhechor Sus mujeres sonreirn en la casa y ya no se oir a los pequeuelos llorar de fro y de hambre!...Emilio dej caer la voz dulce y lenta; la frente apoyada sobre una mano, los ojos fijos en una visin lejana, y con un dedo trazaba distradamente dibujos sobre la mesa con el lquido derramada.

S, todos todos los humanos, todo lo que vive, piensa y siente, salvado de una existencia de sufrimientos y de angustias. Basta ya de esas luchas enervantes para conservar una vida que se maldice, de cual se desembarazara uno si no hubiera otras vidas que les retuvieran!... Basta ya de estas visiones desgarradoras en que se nos presenta el porvenir viejo, imposibilita lo de ganar su pan siendo una carga para hijos a quienes se roe el miserable mendrugo! Oh, poder estar enfermo detener un da ese trabajo de esclavo sin la cada inmediata en la fosa; poder amar, pensar, estudiar no verse reducido a la condicin de bestia, de mquina de produccin!...

El trabajo es lo que ennoblece al hombre, lo que le coloca sobre los animales! continu Bonthoux. Y el burgus, rechazndole injustamente sobre nosotros solos, ha hecho de l un terror, un sufrimiento, un castigo!... El trabajo, que debera ser el equilibrio del pensamiento del hombre, ha sido convertido por una casta en un suplicio, en un presidio atestado de esclavos y all, con el ltigo en la mano, peor an, con el hambre a sus rdenes, los sujeta e imposibilita eternamente para la libertad!...

Gerald se haba levantado y traa del mostrador botellas de licores diversos que escanci en las copas. Bebi y, con los ojos velados por la embriaguez del veneno, dijo:

A qu trabajar! Se necesita tan poco para satisfacer la vida animal los goces positivos estn en la existencia espiritual. Oh, ir a pases templados, donde amplias y leves vestiduras cubriran las desnudeces frutos procedentes de un suelo sin cultivo, ramas entrelazadas, he ah el alimento y la habitacin!... Qu festines, qu palacios son preferibles a los goces soados!...nicamente Augusto escuchaba al farmacutico, quien solt una carcajada.

Ya ha remontado el vuelo este Gerald.

Bonthoux repuso:

Es preciso repetir incesantemente a todos los que sufren, a todos los que ansan una vida diferente: organicmonos; marchemos en silencio, para presentarnos un da, fuertes y decididos, imbuidos de nuestro programa y dispuestos a ejecutarle a la letra. Minemos las bases de la sociedad actual, pero he aqu los cimientos de la sociedad nueva que brotan de la tierra como por encantamiento!...

Vaya un albail! exclam Augusto riendo. Si los cimientos han de salir espontneamente del suelo, desconfa de ellos!... No ves que dejarn un agujero por debajo y con un puetazo se hundirn de nuevo?... No ms asalariado, continuaba el hombre absorto en su idea. Basta de de numerario y de propiedad individual Todo lo que sirve para producir el bienestar, en comn la Sociedad propietaria de la riqueza, de la felicidad, del trabajo agradable, distribuyndole equitativamente entre sus hijos

Emilio movi la cabeza. En resumen, todos funcionarios de Estado! S, es un sueo hermoso de orden ese colectivismo; pero, en realidad, no pasa de una esclavitud peor que la que sufrimos en la actualidad!...

Esclavitud! exclam Bonthoux. Es una esclavitud la ley de alegra y de amor que se sigue libremente? La disciplina y la obediencia se han hecho odiosas al hombre porque a ellas se le ha sometido injustamente Aplastan al jornalero sometido a su amo Pero dnde se encontrar la sombra de esa sumisin en los grupos libres y afectuosos que nosotros queremos?... Cada uno concurrir a la obra comn del mismo modo que un msico en una orquesta aporta su parte a la armona y cada uno se sentir orgulloso y feliz de su nota, intil si fuera aislada, y que, junto a la de los otros forma la esplndida sinfona.

No, exclam Emilio! jams pensar como t La felicidad para m est en la libertad de mi ser Estoy cansado de ser engranaje y no individuo No quiero ser regimentado eternamente El colectivismo es el cuartel, el convento; el nio y el anciano son la sociedad, la mujer es de todo el mundo En l no se es individuo, sino una partcula del inmenso todo No se siente existir, se va como arrastrado por una inmensa corriente. La piel, los nervios, los pensamientos, se perdern y no quedar ms que una parte infinitamente pequea de un cuerpo infinitamente grande, de un gigantesco cerebro que englobar la humanidad entera No! yo quiero sentirme vivir!... quiero amar, quiero gozar por m mismo!... Quiero hacer lo que me agrade, sin impedir al vecino que haga lo que le d la gana, sin que recprocamente tengamos que ver el uno con el otro. Ira yo a destruir la sociedad presente porque quiere reducirme al estado de fuerza brutal, para confundir mi personalidad, tan costosamente reconquistada, en otra sociedad igualmente tirnica?... Qu me importa esa vida tan fcil y tranquila que me ofrecen si mi felicidad ni est en la regularidad y la paz?... Quieres imponerme un traje elegante, un dormitorio confortable, un calor uniforme, una sopa suculenta pero si a m me gusta ms dormir al raso, y me encantan mis harapos y el pan duro!... No tienes derecho a ser feliz a tu manera!... Tu felicidad egosta puede perjudicar a tus hermanos! Basta ya!... Cada uno para s!... profiri Augusto. Tu colectiva, Bonthoux, no pasa de un casinejo!...Los tiernos ojos del carpintero brillaron con un relmpago de clera; pero se calmaron pronto.

Qu burro eres! se limit a decir con desprecio.

Entretanto Augusto se dirigi a la tabernera, all en la sala vaca.

Seora Arsenia! Eh!... venga usted, ya no hay nadie; venga usted a referirnos algo de la Sangrienta.Emilio se levant.

No, madre, no haga usted caso, murmur con voz angustiosa.

La viuda Lavenir se aproximaba sonriente. Entre ella y su hijo no haba rasgo fisonmico comn. Debi haber sido muy hermosa, y sus grasientos cuarenta aos conservaban cierto encanto extrao y bestial: era blanca, ms bien plida; su boca, con labios gruesos y rojos, se destacaba de un modo especial en su rostro, lo mismo que sus grandes ojos negros, de expresin salvaje en determinados momentos. Cuando esta fisonoma marcaba el reposo, se notaban los rasgos de la vejez, tales como los pliegues de la comisura de los ojos, las arrugas de la frente, deprimida por una cabellera ruda, negra, estriada con hilos blancos, la piel reblandecida, la mandbula pesada y la nariz un tanto chata; pero cuando se animaba, movida por un pensamiento de odio o de venganza, se converta en una belleza terrible, sanguinaria, sublime, como la figura de la multitud delirante.

La Comuna! exclam Bonthoux con pesar. A qu evocar esos recuerdos de lucha ensangrentada e intil!...

Los ojos de Arsenia brillaron, su sonrisa se cambi en una crispacin nerviosa.

Para qu? dijo con rabia. Porque ese recuerdo pondr corazn en el vientre de los hijos de los padres asesinados!... Lo que les pondr es un cuchillo en la mano y un odio ciego y estpido en el corazn, respondi vivamente el obrero.

La mujer, arrimada al quicio de la puerta, reciba la luz de la lmpara en pleno rostro, y pareca la nica figura luminosa en la semioscuridad del cuadro. Con un movimiento rpido levant los cabellos que pesaban sobre su frente con frecuencia calenturienta.

Un cuchillo, un fusil, cualquier cosa que escupa la muerte! Todo es bueno siempre que mate, que desmenuce, que aniquile al explotador!

Madre! dijo Emilio desolado.

Augusto se manifestaba encantado, altamente satisfecho, como un espectador ante la escena preferida.

Vamos, cuntenos usted cmo mataron a su marido!

La excitacin de Arsenia dur poco. Mir a su hijo entre enfadada y cariosa; porque desaprobaba las tendencias humanitarias de aquel rubio tierno, al que, no obstante, no impulsaba a la venganza si no cuando se senta irritada por ardientes recuerdos.

Ya lo he referido cien veces, dijo con cierto tono de disgusto. No s que decir ms ya han pasado veinticinco aos

Se estableci un silencio que nadie se atreva a interrumpir. El pensamiento se fijaba en los acontecimientos ya lejanos de la insurreccin popular de 1871 hechos ya borrados de la memoria del burgus y que permanecen claros en el espritu del proletario, que da la historia no conoce sino fragmentos de trastornos sociales: 1793, 1848, 1871, tres fechas escritas en caracteres luminosos ante los ojos de aquellos hombres indiferentes al resto del curso histrico en que su existencia no es tenida para nada en cuenta.Por ltimo la mujer dijo con voz baja, como si se hallara bajo el imperio de una obsesin:

Aquel da mi marido estaba en la barricada de la calle Saint Sverin, con su hermano, otros compaeros y yo, que no le abandon Mi nio estaba en un cesto entre las piedras Eras t, Emilio, que hubieras podido atrapar una bala; pero, quin pensaba en esto?... La piel andaba entonces barata, como se arriesgaba con tanta frecuencia! Los soldados tiraban desde el extremo de la calle y no se atrevan a dar un paso, y nosotros tirbamos resguardados sin descubrirnos a veces, un quejido sofocado anunciaba que se haba tenido tino. De repente se oyen gritos, una carrera!... Miramos por los agujeros Era un pobre diablo que sala no s de dnde y corra en medio de la calle entre dos fuegos. Mi marido grit: No tiren, le reconozco, es Hurard!. No se tir, naturalmente. Para unrsenos trep como un gato sobre la barricada que nos protega; pero oh desgracia! en el momento de llegar a lo alto cae rodando una bala de all bajo le haba alcanzado en un pie. Qued boca arriba, con los ojos extremadamente abiertos por el sufrimiento y el terror mova sus labios como si dijera cosas que no pudieran entenderse, pero que se adivinaban: Me dejaran morir aqu! Un momento despus levanta la mano para hacernos signos de que no est muerto, pero cae en seguida, rota, corriendo de su muera un chorro de sangre! Todava otra bala enviada de all bajo. Se ve que se divertan! Esta vez se oy distintamente suspirar: Por favor, mtenme de una vez! Mi hombre tuvo un arranque: Dejar as triturar a un amigo era duro; le pareci infame. En un instante subi a la cima de la barricada; levanta al herido; el pobre, aunque flaco, era pesado. Sub yo tambin y cog una pierna, la buena Un instante no ms, y estbamos en salvo! pero maldicin! una descarga, bien dirigida por cierto, nos hizo rodar hasta el suelo; yo qued tendida gritando, tena dos balas en un muslo, el amigo recibi el pasaporte, pero tiendo la vista y jams olvidar aquel instante! y vi a tu padre, Emilio, que se levant, plido como la cera con unos ojos que no vean ya: Mi mujer!... y cay como masa inerte entre el cadver de Hurard y yo. Tena una bala en el corazn y mora pensando en mi herida. Oh! profiri la mujer con rabia; y t eres mi hijo! Sin duda no has sentido correr en tu cuna la sangre caliente de tu padre y de tu madre cuando te complaces en hablar de concordia y de fraternidad con los burgueses!... con nuestros guillotinadotes, nuestros fusiladotes, nuestros asesinos!...

Emilio, muy plido, se inclin hacia atrs como desprendindose con horror de aquella fantica; rechazando con todo su ser el odio ciego, los recuerdos sangrientos, las represalias feroces. Recristo que mujer! murmur Augusto en el colmo de su admiracin, con los ojos chispeantes y los labios temblorosos.

Entonces, en pie, el hijo, delgado, fino, rubio, se puso frente a su madre. Sus ojos chispeaban de entusiasmo, del mismo modo que los de la mujer flameaban con resplandores de crimen. Si su voz temblaba, era por exceso de emocin, no por cobarde temor.

Veinticinco aos, s, veinticinco aos han transcurrido desde aquellos das de duelo! Precisamente por eso es necesario olvidar, borrar aquel pasado ya lejano, volver obstinadamente nuestros ojos hacia el porvenir, conservar nuestra piedad hacia los mrtires, olvidando que hubo quien manch sus manos en nuestra sangre. Perdn! olvido! En todas las pocas hubo hombres que se desgarraron como fieras. Y hemos de conservar eternamente esos odios! No, no; borremos el pasado!... Que las manos se tiendan, que los pechos se toquen fraternalmente! Proletarios y burgueses todos son hombres la materia que les forma es idntica, la muerte los iguala a todos! En verdad, el tiempo de la fraternidad y de la concordia se acerca Pero as como es preciso que el burgus se despoje de su soberbia y del oro que detenta inicuamente, es preciso tambin que nosotros rechacemos nuestros rencores y los recuerdos sangrientos que nuestros padres nos legaron Es preciso ir a los ricos como a hermanos, para que como hermanos nos acojan! Slo a costa de ese sacrificio es posible la paz social.

Se call, como agotado por la vehemencia con que sazon el fin de su discurso.

Arsenia protest con un brusco movimiento negativo que hizo caer su espesa cabellera.

Renegar la sangre!... Renegar los sufrimientos de nuestros mrtires!...

Muchacho! dijo la voz clara y burlona de Augusto, ya puedes mirar al burgus como a un hermano que l no ver en ti sino un bastardo! La Repblica que nosotros queremos es a su idea una perdida a quien hay que encerrar en San Lzaro!...

Emilio se dirigi entonces a Bonthoux y dijo angustiosamente.

Crees t que jams sus ojos se abrirn a la luz y que no se ablandar su corazn que sus manos no se tendern francamente hacia las nuestras?...El interrogado vacil.

Espero que s, dijo en voz baja. De otro modo habra mucha que hacer nada menos que llegar hasta el exterminio.

CAPTULO V

El primer acto de Manon se hallaba ya bastante adelantado en el Gran Teatro de las Artes. Ruth Etcheveeren, la pintora de genio original que en pocos aos se haba conquistado un nombre en el mundo artstico de Pars y de Bruselas, escuchaba inmvil en su palco, sola como de costumbre.En un instante en que la msica la dej indiferente, levant los ojos por casualidad hacia la galera del tercer piso Sus prpados batieron ligeramente y sus ojos quedaron fijos: haba reconocido a Emilio Lavenir, apoyado en la delantera, que la devoraba con sus miradas.Ella entonces, irguindose un poco, levant su brazo, desnudo como una garganta, bajo el tenue encaje que le cubra; se quit un guante, y con un gracioso ademn de su abanico, que pas levemente por sus labios, envi una caricia al joven.El favorecido comprendi; sinti fuego en su rostro mir con desconfianza a sus vecinos por el temor absurdo de que hubieran percibido aquel beso de mujer que atravesaba el espacio.

Ella dej de mirarle; se reconcentr en la escena que se desarrollaba a su vista.

Tambin l escuchaba conmovido de manera extraa por la armona envolvente de la pera, por la atmsfera especial de la sala tibia, luminosa, impregnada del olor de todas aquellas mujeres semidesnudas, inmviles en palcos sombros como alcobas.Las notas de los instrumentos y de las voces suban, amorosas, impregnadas de irritante sensualidad. En la claridad de la escena se vea una pareja encantadora. Ambos personajes, en sus elegantes trajes del siglo anterior, se enlazaban en su ardor juvenil, en su emocin de artistas y de humanos. La sala estaba muda, encantada, y Emilio se dejaba llevar acariciando por aquella visin.

Una vida en que, bello, rico, elegante, sera amado por una mujer exquisita, con fragilidades propias de objeto precioso, con piel satinada, con perfume de flor y esto en un cuadro de esplendor y lujo

Pero el acto acababa, la pareja adorable desapareca, el teln descenda rpidamente, estallaban los aplausos y la orquesta lanzaba ruidosamente sus ltimos acordes.Los espectadores de las galeras altas haban salido y se estrujaban en los pasillos; los de las regiones elegantes haban abandonado sus asientos poco a poco, y ya en silencio, en la semioscuridad y el abandono la gran sala colmada hacia un momento, Emilio volvi a la realidad.A qu haba venido?... Cmo haba cedido a la vaga esperanza de ver otra vez aquella mujer?... Cmo se haba dejado seducir por la ilusin absurda de que el amor podra unirle un da a una criatura de quien todo le separaba?Sintiendo hondo malestar, comprenda que slo un capricho de persona hastiada podra romper el muro que separa el proletario de la hija de los ricos Sera tan vil que aceptara ser tomado como capricho de una hora de fastidio, con la certidumbre de ser inmediatamente rechazado por una mano hastiada y despreciativa?No obstante, permaneci apoyado en el terciopelo de la desierta galera, con la frente entre sus manos, sumido en una especie de sopor. En el fondo se avergonzaba de su americana rada, de su camisa grosera, de su condicin de obrero que ele ataba all, rabiando de celos y envidia en tanto que otros hombres elegantes, correctos y finos desfilaban por el palco de la seora Etcheveeren.

Sentada e inclinada hacia atrs, hablaba alegremente, moviendo lentamente sus hermosos brazos y su graciosa cabeza, mostrando alternativamente la esbeltez de su busto y la redondez de su cuello.Por ltimo, hizo un signo de despedida, como deseosa de hallarse sola. Estrech las manos de sus visitantes con movimiento breve y masculino, y, mientras que salan, volvi a colocarse en la delantera del palco.Entonces Emilio, que no perda de vista, vio que sus ojos se elevaban lentamente, que su boca se iluminaba con una sonrisa, y que, en aquella sala casi desierta, a la tenue claridad de la lmpara central, le enviaba otro beso

Una ola de orgullo y de amor inund al joven. Era para l, por l haba despedido aquellos hombres por l quedaba inmvil, ofrecindole su hermosa y blanca carne apenas velada para l despedan besos aquellos labios

Transcurrieron minutos de extraa sensacin para ambos por el cambio de aquellas miradas

Gustaron el segundo acto con la conmocin de todos sus sentidos. La armona exquisita, el brillo de las luces, aquellos personajes ficticios evolucionando en torno del eterno problema del amor; todo concurra a mantenerles en aquella exaltacin moral y sensual.

La conviccin de que el amor era posible y hasta fatal entre Ruth y l, llen poco a poco el espritu del joven obrero, inflamando su corazn entusiasta.

Quin sabe; de ellos nacera la concordia tan ardientemente deseada!... l, el rudo proletario; ella, representante de la sociedad rica, aristocrtica los dos reunidos por la misteriosa ley del amor, probaran al mundo que las categoras son convencin humana y no producto natural Caminaran en la vida estrechamente unidos, predicando la nueva fe de la humanidad Ella hablar a los ricos l se dirigira a los pobres los dos concurriran a la regeneracin del mundo realizando el ideal sublime de la Revolucin sin una gota de sangre ni una lgrima en el entusiasmo y en la fe. Nueva noche del 4 de agosto, cien mil veces ampliada grandiosa como toda la tierra y sus millones de habitantes que la fraternidad unira para siempre!...

Cuando se vaci nuevamente la sala para el ltimo entreacto, Ruth se levant, habl algunas palabras a un joven, sali del palco, haciendo a Emilio imperceptible signo de que viniera a unrsele.

Qued un momento indeciso, luego obedeci.

En los corredores se oa ruido de conversaciones, de risas y de pasos, ahogndose la gente en aquella escalera nica y estrecha.

Si hubiera un incendio, esto sera una ratonera, dijo una voz.En efecto, los amplios corredores y las salidas suplementarias, no pasaban del primer piso, favorecan solamente a la minora, nica que vale en la sociedad actual.

Cuando Emilio se present a la entrada del vestbulo de los primeros palcos, una acomodadora le detuvo por el brazo y mirndole de hito en hito:

Los del tercer piso no entran en el saln de descanso! dijo con tono despreciativo y lacayuno.

El joven retrocedi murmurando una maldicin. Recibir siempre el pobre esos insultos!... Tropezar siempre con esas barreras que sistemticamente aslan al rico!..Subi otra vez la escalera y se asom a uno de los balconcillos redondos que desde lo alto dominan el saln. Pronto, entre la multitud que se mova lentamente con oscilaciones de reptil de mltiples colores, distingui a Ruth.

Caminaba apoyada del brazo de un joven que le hablaba sin que ella le escuchara, fija, al parecer, en la idea de buscar a alguien entre los grupos. Dos veces pas por debajo de Emilio sin verle, hasta que al fin sus ojos se enlazaron; ella sonri con expresin alegre y maligna que ilumin su rostro grave con un rasgo de extrema juventud; se detuvo, vacil, por ltimo a su acompaante hacia una puerta de salida.

Emilio abandon su observatorio, plido, tembloroso

Poco despus Ruth apareci grande, soberbia, con un manto de satn negro liso, con el pecho y los brazos visibles bajo los encajes transparentes.

Se detuvo algunos pasos y continu hablando con su acompaante. Sin duda ste intentaba arriesgar algunas palabras galantes, animado por el singular capricho de la artista, de confundirse entre la multitud del saln y extraviarse por la soledad de los corredores, pero qued con la palabra en la boca, porque Ruth le dej y se adelant tranquilamente hacia el obrero. Le necesito, le dijo con voz cariosa. Maana a mi taller, 5, boulevard de la Magdalena. Puede usted venir a las cuatro?

Emilio hizo un signo afirmativo por incapacidad de pronunciar una palabra.

Estrech suavemente su mano y se alej envolviendo al joven en una mirada de sus ojos sombros.

Hasta maana!

Como su acompaante, sorprendido, le preguntara, dej caer con indiferencia:

Un modelo!...

De vuelta en su casa, loco, corriendo su sangre por aflujos bruscos en sus venas, Emilio tard mucho en dormirse, recordando febrilmente los mltiples sentimientos que haba experimentado aquella noche.

Seran las cuatro de la maana cuando fue despertado de repente por una voz inquieta y un contacto.

Qu es eso? balbuceo.Una joven se inclinaba sobre l con una lamparilla en la mano, llamndole con voz angustiosa.

Emilio! Emilio, despierta!... Ven en seguida. Qu desgracia!...

Luisa, su querida!... Qu querra? Despus de sus ilusiones de la velada, llenos an los ojos con la opulenta imagen de Ruth, senta irresistible repugnancia hacia aquella miserable criatura, tan flaca, tan descolorida, casi insexuada con su pecho liso, su cuerpo menudo bajo su pobre vestido de obrera, sus ojos plidos bajo pestaas ms plidas an.

No obstante, hizo un esfuerzo y contrajo su pensamiento a lo que la joven con acento espantoso repeta. Su hermana Marta, la planchadora, que estaba embarazada, senta dolores a causa de que en aquella misma noche sufri una cada en la escalera llevando un pesado cesto de ropa mojada. Pareca hallarse tranquila, y como aun estaba lejos el trmino del embarazo, se crey que no sera nada; pero haca una hora que senta crisis terribles el mal aumentaba, y Luisa no saba qu hacer, porque el marido estaba ausente por formar parte de la tanda de noche de su fbrica. Ven! ven pronto! suplic.

Emilio se visti apresuradamente reconquistando por detalles penosos su vida habitual, dejando a Ruth y los radiantes sueos de la noche all en una vaga lontananza.

Quin asiste a Marta? pregunt, en tanto que l y su compaera caminaban apresuradamente por las calles sombras y desiertas.

Nuestra vecina la seora Brunet y Magdalena, que se ha despertado.

Has llamado a la comadrona?

S, pero estaba borracha No he podido despertarla. He ido en seguida a la calle Beauvoisine, en casa de otra, y no estaba He llamado a la puerta del convento de las siervas de Maria, pero a esas horas no se respondeQuedaron en silencio; sus pasos resonaban en la estrechez de la callejuela. La joven lanz una exclamacin angustiosa.

Dios mo, si habr muerto!

Apresuraron ms su marcha y hablaron ya hasta llegar a la habitacin; alta, en un montn de casuchas cuya silueta apenas se adivinaba en la oscuridad de la noche.

El ltimo piso, Luisa empuj rpidamente una puerta.

Cmo est? pregunt anhelante.

La habitacin era larga y estrecha y se hallaba mal iluminada por una lamparilla. Delante de la estufa haba una mujer arrodillada que encenda fuego, cuya operacin llegaba de humo la msera estancia, y levantndose respondi una voz baja:

Parece que sta mejor. Los dolores han cesado y se ha dormido.

Luisa exhal un suspiro de consuelo y se dirigi al lecho para ver a la paciente. Una nia estaba a la cabecera, en pie, descalza, envuelta en un mal capotn, con sus cabellos negros sueltos por la espalda, teniendo fijos en su madre sus grandes ojos con la expresin de la piedad y el mayor espanto. Todo su tico cuerpecillo temblaba de fro. Emilio se acerc y vio a la mujer rgida, como muerta, con la cabeza inclinada sobre la dura almohada, los prpados cerrados sobre la rbita hundida, la piel lvida y pegada a los huesos salientes de los pmulos y de la mandbula. Su pecho descarnado se descubra por la abertura de la camisa, y la colcha grosera que cubra la acama acusaba la deformacin del vientre.

Vive! interrog Luisa con espanto.

S, si; respondi con voz imperceptible la pequea Magdalena.

Y su manecita acarici suavemente la sea mueca y la mano deformada de la planchadora.

Ves; est caliente y adems aqu se sienten latidos.

Permanecieron todos algunos minutos inmviles, oprimidos, indecisos.

Por fin el fuego arda decididamen