emily bronte y su obra

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EMILY BRONTE (1818- 1848) Creció en las cercanías de una de las fuentes de la Revolución Industrial, en un condado inglés que se hallaba dividido entre las grandes haciendas y los talleres dedicados a la actividad manufacturera intensiva. Atrapada por diversas contradicciones de índole social y geográfica, escribía desde un rudo y remoto baluarte rural para los cultivados lectores de la metrópolis. Sus años de infancia coincidieron con la época en la que fueron a la ruina miles de trabajadores manuales de toda la región que vivían dispersos en caseríos diseminados por las colinas; los años posteriores de su vida coincidieron con la época de las huelgas, del cartismo, de las luchas contra las Leyes de Grano y de la agitación obrera en demanda de reformas en fábricas. Su obra de ficción se halló fuertemente influida por todas estas circunstancias, sumida en una época que se mostró muy seria y correcta a la luz pública, pero que por debajo se hallaba en decadencia. Lo que traslada a Emily a esas “Whuthering Heighs” es el análisis de un horror que la terminó sofocando. Los inmensos vacíos de la revolución industrial, la injusticia compartimentada en clases, el abismo de la incultura y la ignorancia, el papel decisivo otorgado al hombre, como “amo del universo” a quién la mujer debía de estar por completo sometida. Tanto Emily como el resto de las hermanas Bronte, además de encontrarse escindidas entre lo irlandés y lo británico, padecieron los prejuicios de género en tanto autoras de sexo femenino. De ahí la costumbre de anular su género ocultándose bajo seudónimos masculinos. Les estaba vedada a las mujeres del siglo XIX la posibilidad de expresarse desde una posición dominante, como “autor”, como autoridad. En otoño de 1845, el descubrimiento por Charlotte de los poemas de Emily las decidió a publicar un libro con las poesías de las tres hermanas, que se editó con el título “Poemas” por Currer, Ellis y Acton Bell (1846), empleando cada hermana las iniciales de su nombre en los seudónimos. El seudónimo escogido por Emily, Ellis Bell, tal vez fue inspirado por el nombre de la abuela paterna, Eleanor Alice, reminiscencia quizás inconsciente porque Emily la ha

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Una reseña de la época en la que vivió la autora y los factores que influyeron al momento de escribir "cumbres borrascosas".

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EMILY BRONTE (1818- 1848)

Creció en las cercanías de una de las fuentes de la Revolución Industrial, en un condado inglés que se hallaba dividido entre las grandes haciendas y los talleres dedicados a la actividad manufacturera intensiva. Atrapada por diversas contradicciones de índole social y geográfica, escribía desde un rudo y remoto baluarte rural para los cultivados lectores de la metrópolis. Sus años de infancia coincidieron con la época en la que fueron a la ruina miles de trabajadores manuales de toda la región que vivían dispersos en caseríos diseminados por las colinas; los años posteriores de su vida coincidieron con la época de las huelgas, del cartismo, de las luchas contra las Leyes de Grano y de la agitación obrera en demanda de reformas en fábricas. Su obra de ficción se halló fuertemente influida por todas estas circunstancias, sumida en una época que se mostró muy seria y correcta a la luz pública, pero que por debajo se hallaba en decadencia. Lo que traslada a Emily a esas “Whuthering Heighs” es el análisis de un horror que la terminó sofocando. Los inmensos vacíos de la revolución industrial, la injusticia compartimentada en clases, el abismo de la incultura y la ignorancia, el papel decisivo otorgado al hombre, como “amo del universo” a quién la mujer debía de estar por completo sometida.

Tanto Emily como el resto de las hermanas Bronte, además de encontrarse escindidas entre lo irlandés y lo británico, padecieron los prejuicios de género en tanto autoras de sexo femenino. De ahí la costumbre de anular su género ocultándose bajo seudónimos masculinos. Les estaba vedada a las mujeres del siglo XIX la posibilidad de expresarse desde una posición dominante, como “autor”, como autoridad.

En otoño de 1845, el descubrimiento por Charlotte de los poemas de Emily las decidió a publicar un libro con las poesías de las tres hermanas, que se editó con el título “Poemas” por Currer, Ellis y Acton Bell (1846), empleando cada hermana las iniciales de su nombre en los seudónimos. El seudónimo escogido por Emily, Ellis Bell, tal vez fue inspirado por el nombre de la abuela paterna, Eleanor Alice, reminiscencia quizás inconsciente porque Emily la ha conocido y Ellis, como nombre masculino, no es más que una variante de Alicia como nombre de mujer. El apellido elegido probablemente fue inspirado por el vicario Arthur Bell Nicholls.

La compleja estructura narrativa de “Cumbres Borrascosas”

El innovador mecanismo narrador en el que una serie de voces se van revelando para contarnos la historia en primera persona, constituye un fenómeno inhabitual, en tanto que novela trágica que aparece en la época en la que el realismo alcanza sus mayores logros. Emily utiliza de manera muy original el narrador testigo, mezclado con un narrador en primera persona. El trabajo de la autora al entrelazar diversas mininarraciones hace imposible el acceso directo a una conciencia simple, controladora. Debido a su enreversada cronología se pone de manifiesto una relación más intrincada entre el pasado y el presente, entre lo progresivo y lo regresivo, entre el esquema temporal del narrador y el esquema temporal de aquello que el narrador nos cuenta.

Este modo de estructurar la obra deja fuera el narrador autoritario que guía nuestras respuestas y nos aconseja en nuestros juicios. Apenas si han transcurrido unas páginas del libro cuando nos

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damos cuenta de que difícilmente cabe considerar al narrador principal, Lockwood, como el hombre más ilustre de Europa. Está bastante claro que Nelly Dean le ha clavado un cuchillo a Hethcliff, lo que limitaría el valor de su testimonio. Cumbres Borrascosas es una novela que carece de metanarración, y esta característica formal se encuentra estrechamente relacionada con el complejo punto de vista que mantiene. La novela no se da prisa por indicarnos si Heathcliff es un héroe o un demonio, si Nelly Dean es astuta o estúpida, si Catherine Earnshaw es una heroína o una mocosa engreída.

Terence Dawson nos proporciona otro aspecto a destacar en cuanto a la composición de la obra:

“Cumbres se compone de dos historias narradas una después de la otra. La primera trata de las relaciones de Catherine Linton con sus dos primos, Linton Heathcliff y Hareton Earnshaw. Durante mucho tiempo se ha reconocido que las dos historias tienen mucho en común, y esto normalmente se atribuye a la repetición, una visión que enfatiza la secuencia cronológica de los acontecimientos. La crítica ha mostrado siempre un interés mayor por el argumento Cathy- Heathcliff, no sólo porque es más enérgico, sino porque se asume invariablemente que los hechos de la primera generación son anteriores a, y por lo tanto determinan, a aquellos del argumento Catherine- Hareton.

En un artículo publicado en 1955, Lévi-Strauss planteó la siguiente cuestión: ¿Qué ocurre si los patrones afines, en vez de ser considerados como una sucesión, se trataran como un patrón y se leyera como todo?” El enfoque de Lévi-Strauss revela que la novela narra la misma historia en dos niveles de representación ficcional distintos pero estrechamente interconexionados. Pero mientras que Lévi- Strauss sostenía que cada parte de cada patrón narrativo pertenece al mismo tipo de realidad ficcional, yo argumento que existe una diferencia radical entre las dos historias relatadas en cumbres borrascosas: que el argumento Catherine tiene las propiedades de un Bildungsroman (traza el proceso de aprendizaje, formación y madurez del personaje en el transcurso de los años, lo que forja su carácter y visión del mundo) mientras que el argumento Cathy, las características de un mito. Análisis posteriores sugieren que los acontecimientos de la primera generación presuponen la existencia de aquéllos de la segunda generación. Estas distinciones apuntan a que las dos historias se pueden superponer.

La obra sostiene un realismo inigualable y unos sentimientos que traspasan las páginas con fuerza y pasión hasta llegar al lector. Tanto los personajes como sus relaciones son complejos. Son creíbles con sus defectos y sus virtudes, todos tienen una cara oculta que el lector acaba descubriendo. El amor que une a los protagonistas al igual que la naturaleza es incognoscible cuando se desencadena carente de propósito, eterno y oscuro.

Hay elementos propios del gótico o sobrenatural vigentes en la obra (estilo imperante en el romanticismo inglés) como pueden ser los fantasmas, la persistente niebla, hay muchas alusiones al “diablo” o “demonio”, identificado multitud de veces con Heathcliff. La unión de lo social con lo natural no es posible más que en una dimensión metafísica, y esto es tan solo una suposición. Es una obra en la que no hay reconciliación posible. Se evidencia un rechazo a alcanzar cualquier tipo

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de acuerdo en todo lo concerniente a los deseos del individuo, a negociarlos con fines estratégicos del modo en que sucede en las novelas de Charlotte en las cuales los personajes logran concretar en cierta medida sus aspiraciones y sus sueños, llegan a encontrar un lugar para sus pasiones más arraigadas sin volverse peligrosamente vulnerables. Los resultados deben estar de acuerdo con las convenciones sociales, como una suerte de “pacto”, de manera tal que esta consecución de sus anhelos les procure a la vez el estatus y la seguridad convenientes. En la narración de Emily Bronte esto no sucede. Estamos ante la historia de rechazo absoluto. Un conflicto implacable entre la pasión y la sociedad. Los personajes son incapaces de manejar sus impulsos y sus deseos estallan salpicando a todo el entorno de las más autodestructivas emociones. Al encontrase dividida entre dos realidades socialmente opuestas, la protagonista de la obra intentará conciliar con todas sus fuerzas esos dos mundos pero no podrá conseguirlo. Al optar por Linton, segura de contribuir a embellecer su esfera social, Catherine tiene la esperanza de poder preservar esa separación entre su yo interno y su yo externo, entre lo romántico y lo realista mientras se aferra a su amor por Heathcliff en alguna dimensión más profunda de sí misma. Heathcliff no soportará encontrarse con la idea de poseer a su amada como una esencia ontológica y de hecho el único consuelo que hallará para su desgracia será volver tan desgraciados y miserables a los que lo rodean tal y como el mismo se siente. En la novela, la naturaleza sigue siendo una fuente de vitalidad y de trascendencia, también es cierto que su concepción empieza ya lentamente a asemejarse a la de un universo evolutivo teñido de rojo por efecto de los dientes y las garras. De hecho, Emily escribe en otro lugar que “la naturaleza es un enigma inexplicable; la vida existe merced a un principio de destrucción; cada criatura debe ser el implacable instrumento que da muerte a las demás, o en caso contrario, dejará de existir ella misma”.

Tal vez todo esto sugiera que es “natural” que hombres y mujeres se hagan trizas mutuamente en una sociedad capitalista-industrial que constituye un lugar cruel y explotador.

Forma parte del espléndido realismo de la novela el hecho de rechazar lecturas sentimentales de su protagonista masculino. Lo que Heathcliff no es en modo alguno es un hombre cuyo salvaje exterior oculta, tras su exterior feroz late realmente un corazón de piedra.

El hecho de que su vileza tenga causas racionales no implica que dicha maldad no exista. Por el contrario, la genuina condena que se hace del orden social que lo oprime descansa sobre la circunstancia de que resulta terriblemente real.

El relato de este amor frustrado y condenado al fracaso lleva a los personajes a mostrar sus mayores debilidades como seres humanos, algo que recayó como “una gran losa” sobre la sociedad victoriana que convivió con Emily. Por ese mismo motivo, la rechaza y la considera un reflejo demasiado salvaje y primitivo de las relaciones humanas. La obra fue acusada de paganismo y de ferocidad, tras su publicación en 1847. Era cierto. La modernidad criticó la novela por su exceso dramático y su romanticismo. También era cierto. Hoy es considerada una de las obras maestras de la literatura universal.