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El pensamiento de Kropotkin: ciencia, ética y anarquía Ángel Cappellei 1978

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El pensamiento deKropotkin: ciencia, ética y

anarquía

Ángel Cappelletti

1978

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Índice general

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4

La vida de un revolucionario 5

Fundamentos biológicos e históricos de la moral 64

Evolución de la teoría ética 130

La ética de la expansión vital como ética delsocialismo 191

Comunismo sin Estado 237

La génesis histórica del Estado 289

Esencia y funciones del Estado moderno 331

La Revolución francesa 377

Trabajo manual y trabajo intelectual 459

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El delito y la pena 487

El arte y la literatura 504

La ciencia y el método 539

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Prólogo

Aun cuando muy pocos pensadores socialistas ha-yan influido tanto como Kropotkin en el movimien-to obrero español y latinoamericano de fines del pasa-do siglo y comienzos del presente, puede decirse queno existe hoy en español ningún libro que exponga elconjunto de sus ideas filosóficas y socio-económicas.Kropotkin, estudiado por Unamuno y Baroja, traduci-do por Azorín, leído con fervor por Florencio Sánchezy por el joven lugones, es en nuestros días estrepitosa-mente ignorado por los universitarios e intelectualesde habla castellana.

Inclusive los revolucionarios, que se apresuran a en-rolar sus fusiles bajo la bandera de alguna potencia«socialista» sólo han oído hablar de él, a través de losinefables manuales, como de un utopista patriarca yremoto.

En tales hechos puede hallarse la razón de ser es-te libro, que pretende ubicar la personalidad del granlibertario ruso en su medio histórico, resumir y expo-ner los aspectos más significativos de su pensamien-to y, finalmente, analizando y criticando en su propiocontexto.

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La vida de unrevolucionario

Cuando se concibe al socialismo como una aspira-ción moral y como un ideal ético, resulta imposible de-jar de pensar, ante todo, en Kropotkin y en su obra. Y,sin embargo, casi paradójicamente, esta obra es la obrade un hombre que confía ante todo en la ciencia y ensus métodos y al cual difícilmente se podría adscribira una forma cualquiera del idealismo filosófico.

El mismo se declara materialista y ateo, y sus con-cepciones filosóficas y sociales sólo pueden compren-derse en un ambiente impregnado de cientificismo yde naturalismo, como el de la segunda mitad del sigloXIX.

Pero en Kropotkin, como en otros muchos pensa-dores socialistas y anarquistas del siglo pasado o decomienzos del presente, materialismo y cientificismoson, principalmente, formas de reaccionar no sólo con-

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tra la religión, estrechamente vinculada en la mayoríade los casos de la explotación y la servidumbre huma-na, sino también contra una filosofía idealista puestaal servicio de las clases dominantes y del Estado abso-lutista.

Es interesante observar, en todo caso, que lo queDilthey denomina «idealismo de la libertad» coinci-de en sus consecuencia, ya que no en sus premisas,con muchas posiciones del socialismo de esta época.En ella, por lo demás, se producen intentos como el deJ. Jaurés, que pretende conciliar a Marx con Kant.En elcaso de Kropotkin podrían señalarse, inclusive, diver-sas analogías con su cristiano compatriota y contem-poráneo Tolstoi.

Lo más característico del pensamiento kropotki-niano no es, en efecto, el comunismo anti-estatal oanárquico (ideal del cual, por otra parte, tampoco sehalla muy lejos Tolstoi), sino la ética del apoyo mutuo,que puede interpretarse como una versión naturalistadel amor fraterno tolstoiano, aunque Kropotkin pre-fiera hablar de «instinto de sociabilidad» antes que deamor o simpatía. En todo caso, el entusiasmo ético yel mesianismo ideológico «que recuerda la fe de lasprimeras comunidades cristiana» en los anarquistas,según expresión de Helenio Saña (El anarquismo de

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Proudhon a Cohn-Bendit, Madrid, 1970, pág. 191), pue-den atribuirse a Kropotkin mejor quizás que a ningúnotro de los pensadores de esa tendencia.

Ambos aspectos del ideario de Kropotkin, ética delapoyo mutuo y comunismo anárquico, se vinculan, detodas maneras, como antecedentes y consecuente.

Para poder captar su sentido histórico se hace nece-sario tener en cuenta la vida y época del mismo kro-potkin.

Una autobiografía admirable, no sólo por su calor ysu color, sino, sobre todo, por se la menos egocéntricade cuantas conoce la literatura europea, obre en la que,decía Brandes «se encuentra la Rusiaoficial y la vida delas masas que bajo ella vegetan», pueden servirnos deguía.

En el barrio Moscovita de Stáraia Koniúshennaia(esto es, de las «Viejas caballerizas», situado a espal-das del Kremlin (cerca de la actual plaza Kropotkins-kaia), barrio donde, a comienzos del siglo XIX, se habíarefugiado la antigua nobleza de la ciudad, desplazadapor «los hombres de todas las procedencias» que, des-de Pedro I, se encumbraron en el gobierno y la admi-nistración, nació el 9 de diciembre de 1842, el príncipePiotr Alexevich Kropotkin. Huérfano de madre desdelos tres años, encontró en los siervos de la familia, que

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amaban a la bondadosa princesa muerta, otros tantospadres y madres.

«Ignoró qué destino hubiera sido el nuestro, —diceel propio Kropotkin en sus Memorias de un revolucio-nario—de no haber hallado entre los siervos dedicadosa los trabajos domésticos esa atmósfera de cariño quenecesitan los niños a su alrededor».1 He aquí, sin du-da, una de las claves psicológicas de la vida y obra delgran revolucionario: la idea del amor y de la bondad sevincula en su mente, desde la más tierna infancia, conla imagen de los siervos, y en general, de las clasesoprimidas.

En páginas conmovedoras relata la triste vida de lossiervos, aun entre amos relativamente benignos, comosu propio padre. Se los humillaba, se los insultaba, selos azotaba por cualquiera motivo, se los enviaba a ser-vir de carne cañón en el ejército o en la marina, se loscasaba contra su voluntad. «No se reconocía, ni aun sesospechaba, que los siervos tuvieran sentimientos hu-manos; y cuando Turguenev publicó su pequeña his-toria Mumu, y Grigorovich comenzó a dar luz a susnovelas sentimentales, con las que hacía llorar a sus

1 Memorias de un revolucionario, Madrid, 1973, EditorialZero-ZYX, Biblioteca «Promoción del pueblo», pág. 16.

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lectores sobre la desventura de los siervos, para muchagente aquello fue una inesperada revelación».2

En agosto de 1857, próximo ya a los quince años, in-gresó Kropotkin en el cuerpo de pajes de la corte impe-rial de San Petersburgo. Su permanencia allí, hermosa-mente narrada en la parte segunda de la autobiografía,determinó el definitivo cauce de sus inclinaciones in-telectuales (hacia la geografía y las ciencia de la tierra)y de su ideología (el socialismo anti-estatal).

Para formar un revolucionario difícilmente podíahaberse encontrado mejor escuela que el ejército yla corte; sobre todo, tratándose de un adolescente cu-ya niñez había transcurrido, como vimos, un contactocon la servidumbre.

Al acabar, a mediado de 1862, sus estudios en elcuerpo del pajes, la mayor aspiración del joven prín-cipe consistía en poder inscribirse en la universidad.Pero ante la imposibilidad de hacerlo sin romper consu padre, pidió que lo destinaran a Siberia, a donde loatraían tanto su interés por la geografía y los paisajesexóticos como la posibilidad de realizar una serie dereformas sociales.3

2 Ibíd. pág. 51.3 Ibíd. págs. 134-145

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Antes de cumplir veinte años viajó, pues, al remo-to Amur. En Siberia permaneció cinco años, durantelos cuales el contacto con la naturaleza casi virgen ycon hombres de las más variadas condiciones, madu-ró en él al científico y al revolucionario. «Me vi pues-to en contacto con hombres de todas las condiciones,los mejores y los peores; aquellos que se encontrabanen la cúspide de la sociedad y los que vegetaban enel fondo; esto es, los vagabundos y los llamados cri-minales empedernidos. Tuve sobradas ocasiones paraobservar los hábitos y costumbres de los campesinosen su labor diaria, y aúnmás, para apreciar lo poco quela administración oficial podía hacer en su favor, auncuando se hallará animada de las mejores intenciones.Finalmente, mis largos viajes, durante los cuales reco-rrí más de85.000 kilómetros en carros, en vapores, enbotes, y principalmente a caballo, fueron de un efectomaravilloso en el mejoramiento de mi salud. Enseñán-dome al mismo tiempo a lo poco que se limitan real-mente las necesidades del hombre, desde el momentoque sale del círculo encantado de una civilización con-vencional. Con algunas libras de pan y unas onzas deté en una bolsa de cuero, una tetera y una hacha col-gada de la silla, bajo ésta una manta para extenderlaante el fuego sobre una cama de ramitas de pinabete,

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recientemente cortadas, se disfrutara de una admirableindependencia, aun en medio de las montañas desco-nocidas, densamente cubiertas de bosque o coronadaspor la nieve».4

De sus largos y accidentados viajes por el territoriosiberiano y de sus diversas tareas civiles y militares ex-trajo la convicción de la absoluta imposibilidad de ha-cer algo verdaderamente útil para la masa del pueblopor medio de la máquina administrativa. Tal ilusiónla perdió definitivamente; pero, en cambio, comenzó acomprender «no sólo al hombre y su carácter, sino elmóvil interno de la vida de las sociedades humanas».5Se convenció de que el trabajo anónimo de la masa,del cual raras veces hablan los historiadores, es factorfundamental en el desarrollo de toda sociedad. Conse-cuentemente, se dio cuenta de la inutilidad del mandoy del castigo, para lograr los fines colectivos. «Habien-do sido criado en el seno de una familia propietaria desiervos, entré en la vida activa, como todos los jóve-nes de mi tiempo, con un gran convencimiento de lonecesario que es mandar, ordenar, reprender, castigary demás; pero cuando, en la primavera de la vida, tu-

4 Ibíd. Pág. 145.5 Ibíd. Pág. 182

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ve a mi cargo empresas de importancia y tratos con loshombres, y cuando cada error hubiera podido tener enel acto graves y serias consecuencias, empecé a apre-ciar la diferencia que existe entre servirse del principiode mando y la disciplina o valerse del mutuo acuerdo.El primero es de gran efecto en un desfile militar; pe-ro carece de valor allí donde se trata de la vida real, ysólo se puede obtener el éxito por el esfuerzo supre-mo de muchas voluntades convergentes a un mismofin. Aun cuando no formulé entonces mis observacio-nes en términos análogos a los usados por los partidosmilitares, puedo decir ahora que perdí en siberia todala fe que antes pudiera haber tenido en la disciplinadel Estado, preparándose así el terreno para convertir-me en anarquista».6 Hacia aquella época el desterradopoeta M. L. Mikhailov lo puso en contacto por prime-ra vez con las ideas de Proudhon (Cfr. G. Woodcock —I. Avakumovic, The anarchist prince —London -1950 —págs. 57-58).

Cuando tenía veinticinco años resolvió dejar el ser-vicio militar. A comienzos de 1867 se puso en marchahacia la capital del Imperio. En el otoño comenzó aestudiar matemáticas en la Universidad, con lo cual

6 Ibíd. Pág. 182.

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realizó una vieja aspiración. Y preparo una Memoria,acompañada por un mapa, acerca de las montañas deAsia, que la Sociedad geográfica publicó en 1873.

Por otra parte, en esta época se interesó mucho enla exploración científica del ártico. Llegó a sugerir laexistencia de una región desconocida cerca de NuevaZemlia, sobre la base de un estudio de las corrientesmarinas.

Una expedición austriaca, dirigida por Payer yWey-precht, siguiendo las indicaciones de Kropotkin, descu-brió, dos años más tarde, un archipiélago, que bautizócon el nombre de «Tierra de Francisco José» (en honoral emperador de Austria).

Un autor soviético contemporáneo, Anisimov, mo-vido por sin duda por sentimientos patrióticos, diceque aquella región polar debería llamarse «Kropot-kin», aunque, si atendemos a las ideas del propio Kro-potkin al respecto, como bien anotanWoodcock y Ava-kumovic (op. Cit. Págs. 83-84), habrá que reconocerque inventos y descubrimientos se deben, más que alos individuos, a la atmósfera intelectual de la época.

En 1871 fue enviado por la Sociedad Geogr afía aFinlandia y Suecia, con el objeto de explorar los depó-sitos glaciares. En el informe que presentó al regresarsostenía que una capa de hielo, a veces de mil metros

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de espesor, había cubierto a Europa hasta el sur de Ru-sia, durante el período glaciar. Se le ofreció el cargode Secretario de la misma corporación científica, pe-ro no lo aceptó, decidido ya a dedicar su vida a la ac-ción revolucionaria. Ningún goce humano —reconoceKropotkin— es superior al de la investigación y la crea-ción científica. Pero ¿es lícito ese goce —se pregunta—cuando la mayoría de los hombres no sólo viven en lamás completa ignorancia sino que deben luchar dura-mente por su sustento diario?: «Pero ¿qué derecho te-nía yo a estos goces de un orden elevado, cuando todolo que me rodeaba no era más que miseria y lucha porun triste bocado de pan, cuando por poco que fuese loque yo gastase para vivir en aquel mundo de agrada-bles emociones, había por necesidad de quitarlo de laboca misma de los que cultivan el trigo y no tienen su-ficiente pan para sus hijos? De la boca de alguien ha detomarse forzosamente, puesto que la agregada produc-ción de la humanidad permanece aún tan limitada».7

Hacer posible para todo el goce del saber y de la cul-tura, lograr que la ciencia sea patrimonio de todos loshombres y no de una ínfima minoría de privilegiadoses la tarea que Kropotkin se impone, mientras medita

7 Ibíd. Pág. 204.

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a solas, entre los promontorios y los lagos de Finlan-dia. Y para ello, no ve otro camino más que el de lalucha social. «Todas esas frases sonoras sobre el pro-greso de la humanidad, mientras que, al mismo tiem-po, los encargados de realizarlo permanecen alejadosde aquellos quines pretenden mejorar, son meros sofis-mas, forjados por imaginaciones deseosas de librarsede una irritante contradicción», dice:8

«La ciencia podía hacerse en Rusia, perola conciencia no», comenta C. Díaz (Tresbiografías: Proudhon, Bakunin, Kropotkin— Madrid — 1973).

En la primavera de 1872 emprendió Kropotkin suprimer viaje a Europa Occidental. En suiza entró encontacto con grupos de estudiantes rusos y se enterócon ávida curiosidad de la vida de la Asociación Inter-nacional de Trabajadores. La fe ardiente, el espíritu desacrificio y el deseo de aprender de los obreros lo en-tusiasman, pero el oportunismo de los jefes pequeño-burgueses y las tendencias para él autoritarias y cen-tralistas de hombres como Marx y Engels empiezan a

8 Ibíd. Págs. 204-205.

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decepcionarlo muy pronto. De Zurich pasó a Neucha-tel donde conoció a Guillaume y a los bakuninista de lafederación del Jura. En ellos encontró, definitivamen-te, los camaradas que habían de acompañarlo en suslargos años de lucha revolucionaria. «Los aspectos teó-ricos del anarquismo, según empezaban a expresarseen la federación del Jura, particularmente por bakunin;las críticas del socialismo de Estado —el temor del des-potismo económico, más peligroso todavía que el me-ramente político— que oí formular allí, y el carácter re-volucionario de la agitación, dejan honda huella en mimente. Pero las relaciones de igualdad que en contreen las montañas jurasianas, la independencia de pen-samiento y de expresión que vi desarrollarse entre lostrabajadores y su limitado amor a la causa, llamaroncon más fuerza aún a mis sentimientos, y cuando dejéla montaña, después de haber pasado una semana conlos relojeros, mis ideas sobre el socialismo se habíandefinido: era un anarquista, escribe en Memorias de unrevolucionario»9

Después de un corte viaje a Bélgica para conocer lasactividades del movimiento socialista en aquel país, re-tornó a su tierra, con el pesar de no haber podido ver a

9 Ibíd. Pág. 241.

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Bakunin (tal vez porque éste, como sugiereWoodcock,no se mostró muy interesado en encontrarse con el jo-ven príncipe).

Al regresar a Rusia, llevó consigo un cargamento delibro y periódicos socialistas, literatura proscrita queintrodujo a través de la frontera, con la ayuda de hon-rados contrabandistas judíos.10 (Los anarquistas, comonota Unamuno, siempre se han llevado bien con qui-nes se dedican al contrabando).

Durante dos años, como miembro del círculo Chai-kovski (un típico narodnik), tomo parte activa en lapropaganda socialista y revolucionaria.11 Detenido en1874 y encerrado en la fortaleza de San Pedro y SanPablo, donde había estado antes de Bakunin, Cherni-chevski, Dostoievski y Pisarev, permaneció allí duran-te dos años, hasta que, con la ayuda de un grupo deamigos y compañeros, logró huir espectacularmente.Atravesó Suecia y embarcó en Cristianía (hoy Oslo)hacia Inglaterra.12

Tratando de eludir a los espías del gobierno zaris-ta, vivió durante un tiempo en Edimburgo. De allí pa-

10 Ibíd. Pág. 245-247.11 Ibíd. Págs. 254-275.12 Ibíd. Págs. 275-317.

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só a Londres donde, con el seudónimo de Lavashov,empezó a escribir para la revista Nature y para el pe-riódico Times. Pero pronto volvió a Suiza, atraído porla posibilidad de colaborar con el movimiento obrero.Ingreso en la Federación del Jura, que formaba partede la Internacional y se instalo en la localidad de LaChaux-de-Fonds.

En ese momento la lucha ideológica dentro de la In-ternacional iba llegando a su apogeo: por un lado la«democracia socialista» (es decir, el marxismo y losgrupos afines a él); por el otro, los federalistas (estoes, los bakuninistas, los proudhonianos y, en general,los anti-autoritarios). Kropotkin interpreto así la situa-ción: «La división entre las dos ramas del movimien-to socialista se hizo aparente inmediatamente despuésde la guerra franco-alemana. La asociación, según ten-go ya manifestado, había creado una especie de go-bierno, bajo la forma de un consejo general con resi-dencia en Londres; y siendo los inspiradores de éstedos alemanes, Engels y Marx, el fue la piedra angulardel nuevo partido; en tanto que las federaciones lati-nas seguían los consejos de Bakunin y sus amigos y sedejaban guiar por ellos. El conflicto entre los partida-rios de Marx y los de Bakunin no tenían un carácterpersonal; era el resultado inevitable del antagonismo

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entre los principios federales y los centralizadores, elmunicipio libre y la paternal tutela del Estado la ac-ción espontánea de las masas y el mejoramiento de lascondiciones capitalistas existentes por medio de la le-gislación; conflicto entre el espíritu latino y el «Geist»alemán que, después de la derrota de Francia en el cam-po de batalla, reclama la supremacía en el terreno dela ciencia, en el de la política y también en el del so-cialismo, calificando de «científica» su concepción deestas ideas y de «utópica» la de todos los demás».13

Según Kropotkin, en 1872, durante el congreso ce-lebrado por la Internacional en la Haya, Marx, apo-yándose en el consejo que el mismo había organizadoen Londres, y en una amañada mayoría (donde no ha-bía casi más que alemanes y algunos ingleses), se lasarreglo para hacer expulsar a Bakunin y a Guillaume,representantes de la auténtica mayoría obrera, puestoque detrás de ellos se alineaban españoles, italianos,suizos, belgas y gran parte de los franceses y holande-ses. Con esto no logró cosa sino la liquidación de lainternacional, ya que el nuevo consejo general que seinstituyó en Nueva Cork tuvo el carácter de un orga-nismo fantasma.

13 Ibíd. Págs. 327-328.

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En Suiza entro Kropotkin en contacto con las princi-pales figuras locales del movimiento anarquista, comoJames Guillaume, editor del Bulletin de la Fédéretion Ju-rasienne, así como con varios refugiados dela Comunade París, entre los cuales el más notable era, sin duda,Eliseo Reclús, «tipo del verdadero puritano en sus cos-tumbres, y del filósofo enciclopedista francés del sigloXVIII por su entendimiento; hombre capaz de inspirara los demás, pero no dispuestos a gobernarlos ni a diri-girlos».14 Con el movimiento obrero suizo y, por consi-guiente, con el propio Kropotkin, colaboraron por en-tonces también dos italianos, Cafiero y Malatesta. Delprimero dice «era un idealista del tipo más puro y ele-vado, que había consagrado su considerable fortuna ala causa, sin preocuparse después de cómo podría viviren el porvenir».15 Del segundo se expresa de esta ma-nera: «era un estudiante de medicina que había aban-donado su carrera y también su fortuna por dedicarsea la revolución; lleno de ardor e inteligencia, verdade-ro idealista que en toda su vida —y ya se aproxima a

14 Ibíd. Pág. 332.15 Ibíd. Pág. 334.

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los 50— no ha pensado jamás si tendrá un pedazo depan para la cena y una cama donde pasar la noche».16

Este período fue uno de los más activos de la vi-da revolucionaria de Kropotkin: participó en mítinesy asambleas, distribuyó propaganda, predicó el anar-quismo en las reuniones convocadas por los partidospolíticos, visitó las diversas secciones de la Federación,colaboró con el taller cooperativo, tomó parte enmani-festaciones de protesta. Pero, sobre todo, se ocupó endesarrollar entre los trabajadores las ideas del socialis-mo anárquico. He aquí cómo avizora, por entonces, lameta de los esfuerzos del movimiento obrero y el futu-ro más o menos próximo de la humanidad: «Veíamosque una nueva forma de la sociedad empezaba a germi-nar en las naciones civilizadas, la cual debía reempla-zar a la antigua; una sociedad de iguales, donde nadiese verá obligado a vender sus brazos y su inteligencia aaquellos que quieren emplearlos cuando y comomejorles convenga, sino que todos podrán aplicar sus cono-cimientos y aptitudes a la producción, en un organis-mo de tal modo constituido, que al mismo tiempo quecombine los comunes esfuerzos, a fin de procurar lamayor suma posible de bienestar para todos, deje a ca-

16 Ibíd. Pág. 334.

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da uno la mayor libertad imaginable, con objeto de quepuede manifestarse sin obstáculos toda iniciativa in-dividual. Esa sociedad se compondrá de una multitudde asociaciones federadas para todo aquello que recla-man esta forma de agrupación: federaciones de oficiospara la producción general, agrícola, industrial, inte-lectual, artística; municipios encargados de organizarel consumo, proporcionando alojamiento, alumbrado,alimentos, servicios sanitarios etc.; federaciones de losmunicipios entre sí, y de éstos con las organizacionesdel oficio, y, finalmente, grupos más extensos, abarcan-do una o varias regiones, compuestos de individuosencargados de colaborar en la satisfacción de aquellasnecesidades económicas, intelectuales, artísticas y mo-rales que no se hallan limitadas a un país determinado.Todo esto se combinará directamente por medio delconcierto libre, del mismo modo que las compañías deferrocarriles o las centrales de correos de diferentesnaciones cooperan actualmente, sin tener un gobiernoencargado de su dirección, y esto sucede a pesar de es-tar guiadas las primeras por móviles puramente egoís-tas, y pertenecer las segundas a diferentes y aun an-tagónicos Estados, o como los meteorólogos, los clubsalpinos, las estaciones de botes salvavidas en la GranBretaña, los ciclistas, los maestros y otros, se combi-

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nan para toda clase de trabajo en común, ya se trate deempresas intelectuales o simplemente de recreo y pla-cer. Habrá libertad completa para el desenvolvimientode nuevas formas de producción, inventos y organiza-ción, y la iniciativa individual será estimulada, hacién-dose lo contrario con la tendencia hacia la uniformi-dad y centralización. Además esta sociedad no estarácristalizada en ciertas e invariables formas, sino quemodificará continuamente su aspecto, porque será unorganismo vivo y sujeto a la evolución, no sintiéndosela necesidad de tener gobierno, porque el libre acuer-do y la federación lo reemplazarán en todas aquellasfunciones que el Estado considera suyas al presente,y porque también, habiéndose reducido las causas delconflicto, los que aún se vean surgir pueden sometersefácilmente al arbitraje17».

En el otoño de 1877 asistió Kropotkin al congresosocialista internacional en Gante, Bélgica, y, junto conotros ocho anarquistas, consiguió frustrar el plan delos socialdemócratas alemanes, que pretendían esta-blecer un comité central para todo el movimiento obre-ro europeo, reconstruyendo así, bajo otro nombre, elviejo Consejo General de la Internacional. La policía

17 Ibíd. Págs. 338-339.

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belga estuvo apunto de apresarlo (para entregarlo pro-bablemente al gobierno ruso), pero con ayuda de cama-radas y amigos logró escapar otra vez a Inglaterra.18Después de una breve temporada en Londres, dedica-do a estudiar, en el Museo Británico, la historia de laRevolución Francesa (más tarde publicaría una granobra sobre el tema), pasó a París donde, por primeravez desde el trágico fin de la Comuna, empezaban asoplar vientos más propicios a la causa obrera y re-volucionaria. Con el italiano Costa y con el grupo deGuesde (el cual todavía no era enteramente marxista),inició la labor de reorganización del movimiento so-cialista. Pero en abril de 1878 Costa fue detenido porla policía y Kropotkin debió escapar nuevamente a Sui-za.19

Una serie de atentados contra las cabezas coronadasde Europa hicieron por entonces que el gobierno suizo,acusado de dar asilo a numerosos refugiados socialis-tas y anarquistas, iniciaran contra éstos una política depersecución indirecta. Muchos de los principales mili-tantes de la Federación del Jura se vieron obligados aemigrar o a retirarse del movimiento. Kropotkin que-

18 Ibíd. Págs. 343-344.19 Ibíd. Págs. 344-345.

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dó a cargo, entonces, del periódico de la Federación, yen febrero de 1879 inició la publicación de un quince-nario titulado Le Revolté, que había de acoger algunosde sus más significativos trabajos. Este periódico (quemás tarde pasó a París con el nombre de Temps nou-veaux) siguió publicándose hasta 1917. Como los due-ños de la imprenta, presionados por el gobierno («Paralos trabajadores y sus periódicos la libertad de impren-ta, escrita en la constitución, tiene más cortapisas delo que parece»), se negaran a seguir imprimiéndolo,Kropotkin y sus compañeros adquirieron sus propiasmáquinas.20 De ellas salieron además numerosos folle-tos populares escritos por el propio Kropotkin, vendi-dos por millares a diez y cinco céntimos, traducidos avarias lenguas y recogidos en parte por Eliseo Reclús,bajo el títuloPalabras de un rebelde.21 En 1904 BenitoMussolini vertió esta obra al italiano.

Con excepción de las referencias a la madre y al her-mano, pocas son las noticias que acerca de su vida pri-vada y familiar de Kropotkin en Memorias de un re-volucionario. Al revés, una y otra vez más, de lo quesucede en tantas autobiografías, hay allí no sólo una

20 Ibíd. Págs. 350— 358.21 Ibíd. pág. 358.

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rara modestia sino también un pudor socialista, quele impide sacar a pública consideración las vicisitudesde su domesticidad. (Paul Goodman,Kropotkin at thismoment -«Anarchy»- 98-1969 -pág. 128, prefiere inter-pretar esto como «reticencia sexual extraordinaria»).La verdad es, sin embargo, que tales vicisitudes fue-ron bien pocas. La vida afectiva de Kropotkin presentamuy escasas alternativas. Como a Marx, y a diferenciade Bakunin, se le puede considerar, desde este puntode vista, un individuo enteramente normal. Sabemos,aunque él mismo no lo diga en sus Memoria, que el 8de octubre de 181822, se casó con Sofía Ananiev, jovenucraniana, de origen judío, que estudiaba biología enBerna. Sofía, que había nacido en Kiev, en 1856, eratambién una rebelde. Indignada por la inicua explota-ción de los trabajadores en los yacimientos acuíferosque su padre dirigía en Tomsk (Siberia), huyó a los die-cisiete años del hogar. No podía tolerar ser mantenidacon el sudor y la sangre de los obreros.

Sus ideas y su interés por las ciencias naturales es-tablecieron entre la joven judía y el descendiente deRurik un lazo mucha más fuerte que el de la sangre, la

22 Esta fecha puede ser errónea, pero se encuentra de tal ma-nera en el texto.

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raza, la religión o la clase social. Una inalterable armo-nía y un efecto recíproco, tan profundo como sereno,los unió hasta el fin, a través de circunstancias más im-pares, huyendo de espías y polizontes, en el destierro,en la agitación social, en la relativa paz de Inglaterra,en las prisiones de Francia, en el triste crepúsculo dela Rusia soviética.

Después de la muerte de Pedro, Sofía vivió casi vein-te años, consagrada a perpetuar la memoria de su com-pañero.

En 1880 se traslado Kropotkin a Clarens, donde pro-siguió su labor de propaganda y colaboró al mismotiempo con Reclús en el tomo de su gran geografíareferente a la Rusia asiática. Aquí escribió su famosollamamiento A los jóvenes y trazó los lineamientos detoda su futura producción literaria.23

La muerte del Zar Alejandro II a manos de un terro-rista24 hizo que el gobierno ruso exigiera del de Suizala expulsión de los refugiados políticos, a los cualesconsideraba autores o inspiradores del atentado. Kro-potkin se instaló entonces, por un tiempo, en Thonon,pequeña población francesa sobre el mismo lago de Gi-

23 Ibíd. Págs. 369-360.24 Ibíd. Pág. 366.

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nebra, y desde allí pasó, a fines de 1881, otra vez a Lon-dres.25 Durante un año se dedico a la propaganda entrelos obreros de la capital inglesa. En el otoño de 1882volvió a Francia. Se instaló nuevamente en el fronteri-zo pueblo de Thonon, donde lo asediaba un enjambrede espías rusos, y siguió publicando Le Revolté y es-cribiendo para la Enciclopedia Británica y para la New-castle Chronicle26. Sometido a juicio por participaciónen un supuesto atentado terrorista, fue condenado enLyon y encerrado en la cárcel de esta ciudad hasta me-diados de marzo de 1883 en que, junto con otros vein-tiún presos sociales, se lo trasladó a la prisión centralde Clairaux (que en el pasado había sido la abadía deSan Bernardo, el enemigo y perseguidor de Abelardo,y que había alojado a Blanqui durante los últimos añosde su vida carcelaria).27

La prisión de Kropotkin conmovió a los hom-bres más representativos de la intelectualidad ingle-sa y francesa: el biólogo Alfred Russel Wallace, elpoeta Swinburne y muchos otros colaboradores delaEnciclopedia Británica firmaron un documento en

25 Ibíd. págs. 367-371.26 Ibíd. Págs. 371-37627 Ibíd. págs. 377-387.

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que se solicitaba su libertad; Renan y la academia deCiencias de París pusieron sus respectivas bibliotecasa disposición del sabio revolucionario encarcelado.28(En cambio T. H. Huxley se rehusó a suscribir aqueldocumento; y, a pesar de lo que el propio Kropotkinafirma, tampoco figuraba en él la firma de H. Specer)(Cfr. Woodcock-Avakumovic, op. cit. pág. 194).

En enero de 1886, las continuas peticiones y cam-pañas de prensa lograron por fin la excarcelación deKropotkin, al mismo tiempo que la de Luisa Michel,condenada por haber distribuido entre los hambrien-tos algunos panes tomados de una panadería.29

Junto con su mujer, que se había dado por cárcelvoluntaria la aldea vecina al penal, se dirigió a París,donde vivió algunas semanas en casa del antropólogofourierista Elías Reclús, hermano del geógrafo Eliseo,encargado, durante la Comuna, de la Biblioteca Nacio-nal y del Museo de Louvre, autor de Los Primitivos deAustralia y de una historia de las religiones, que Kro-potkin considera como «la mejor obra sobre esta ma-teria que jamás ha aparecido».

28 Ibíd. Pág. 388.29 Ibíd. Págs. 407-408.

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De París viajó a Londres, donde se reunió con susviejos amigos Stepniak y Chaikovski. Hacia el fin delverano de aquel año recibió la triste nueva del suicidiode su hermano Alejandro, en la terrible soledad de sudestierro siberiano. Pero, como por comprensión, la si-guiente primavera le trajo la alegría de ver nacer a suhija, a la que puso el nombre del hermano muerto.30

Junto con Merlino, Charlotte M. Wilson y algunosotros compañeros, fundó el grupo Freedom, al cual seunieron en seguida Cherkesof, T. Pearson, S. Mainwa-ring y, luego, T. Cantwell y T. H. Keell. «El grupo co-menzó en octubre de 1886 la publicación del periódicomensual Freedom que apareció durante más de cuaren-ta años y fue uno de losmejores órganos delmovimien-to anarquista. El periódico publicó con el curso de losaños una cantidad de excelentes artículos originalesde Kropotkin, Merlino, Cherkesof, Turner, Nettlau yotros muchos compañeros conocidos. Además de losdensos resúmenes de la redacción sobre los aconteci-mientos cotidianos importantes y de serie crítica bi-bliográfica de toda la literatura socialista contemporá-nea, publica Freedom también regularmente informessobre el movimiento anarquista internacional, redac-

30 Ibíd. Págs. 408-410.

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tados por Nettlau o Kropotkin mismo», escribe R. Roc-ker en su obra auto-biográfica En la borrasca.

En marzo de 1887, reunió Kropotkin diversos artícu-los que había escrito sobre su experiencia carcelaria,en un libro titulo In Russian and French Prisions, elcual desapareció inmediatamente del mercado, graciasa los agentes zaristas que compraron y destruyerontoda la edición (Cfr. Woocock – Avakumovic, op. Cit.Pág. 198).

Al mismo tiempo continuaba sus ensayos «científi-cos» (según el mismo lo llama) sobre el anarquismo,lo cuales aparecieron más tarde reunidos en un volu-men bajo el título de La Conquista del Pan. Así comoen los anteriores trabajos, que Eliseo Reclús publica-ría con el título de Palabras de un rebelde, desarrollabala parte crítica del anarco-comunismo, aquí expone elaspecto constructivo. Al reaccionar contra la mayoríade los teóricos socialistas, según los cuales la produc-ción de la época bastaba para asegurar el bienestar detodos y el mal estaba sólo en la distribución, Kropot-kin (a quien se le reprocha por lo común un excesi-vo optimismo) hace notar que en la sociedad capita-lista «la producción misma había seguido una sendoerrónea, siendo completamente inadecuada, hasta res-pecto a las más apremiantes necesidades de la vida».

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Convencido de que la «propiedad privada y la produc-ción con fines de especulación impiden directamentesatisfacer las necesidades de la población, aunque és-tas sean en el momento dado bien modestas», pero ad-virtiendo al mismo tiempo «que en todo país civiliza-do, la producción, tanto agrícola como industrial, sedebería y fácilmente se podía aumentar extraordina-riamente con objeto de asegurar el reinado de la abun-dancia para todos», se propone examinar los recursosde una agricultura moderna y de una educación queproporcione a todos los hombres por igual la posibi-lidad de realizar, junto a una labor manual agradable,un trabajo intelectual. Surgió así una serie de artículospublicados primero en Nineteenth Century y reunidosluego en un tomo bajo el título de Campos, fábricas ytalleres.

En enérgica reacción contra el Darwinismo social,dominante entonces en Inglaterra, que Huxley, en suartículo La lucha por la existencia: un programa (publi-cado también en Nineteenth Century) había esgrimidohábilmente para atacar los ideales del socialismo, Kro-potkin escribió para la misma revista una serie de ar-tículos en los que, a partir de una conferencia del geó-logo ruso Kessler, intentaba demostrar que el apoyomutuo es una ley de la naturaleza, igual que la lucha

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mutua, y que aquél es todavía más importante que éstaen la evolución de las especies.

Alentado por el director de Nineteenth Century, Ja-mes Knowles, y por el sabio H. W. Bates, autor de Unnaturalista en el río amazonas, reunió una gran copiade materiales de donde se originó otra serie de artícu-los, luego reunidos en volumen con el título de El Apo-yo Mutuo, un factor de evolución. La polémica contralo que él juzga mala interpretación de la fórmula darvi-niana de la «lucha por la existencia» («No hay infamiaalguna en la sociedad civilizada o en las relaciones delos blancos con las llamadas razas inferiores, o en lasdel fuerte con el débil, que no pueda encontrar su ex-cusa en ella»), lo impulsa a la formulación de una éticadel apoyo mutuo que, como veremos, juzga necesariofundar en la biología (El apoyo mutuo, Ética, Justicia yMoralidad, etc.).

Por otra parte, como la investigación del papel dela ayuda mutua pasa de las sociedades animales a lashumanas, e implica el estudio de las instituciones pri-mitivas, medievales y modernas, el autor es conduci-do naturalmente al examen del papel que representa

31 Ibíd. Págs. 418-420

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el Estado en Europa durante los últimos tres siglos. (ElEstado — Su rol histórico; el Estado Moderno).31

Durante su larga permanencia en Inglaterra, Kro-potkin participó también muy activamente en la vi-da del movimiento socialista y anarquista. Tomó par-te en numerosos «meetings» y manifestaciones. Asis-tió a reuniones para conmemorar la Comuna de Pa-rís o los mártires de Chicago. Intervino, aunque sindesempeñar un papel muy importante, en la huelgadel sábado sangriento de 1887 y en la gran huelga de1889 (Cf. Nicolás Walter, Kropotkin and his memoirs —«Anarchy» — 109 — pág. 86). «Sin ser verdaderamenteun orador, sabía agradar y convencer, y era tanto me-jor acogido cuanto que sus oyentes no ignoraban queél era un sabio, amigo, por ejemplo, del biólogo PatrickGeddes, del ilustre explorador polar Nansen y de Ber-nard Shaw», dice Georges Blond (La grande armée dudrapeau noir — París — 1972 pág. 86).

Por otra parte, como antes de 1890 su actividad dis-minuyó un tanto. Escribía aún algún artículo para Free-dom, pero no participó mucho en la agitación social.En 1896 habló en un «meeting» realizado para protes-tar contra la exclusión de los anarquistas de la segun-da internacional. En 1912 se movilizó para defender aMalatesta, amenazado de deportación y, antes, en 1907,

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intervino para lograr la libertad de Lenin, detenido porla policía.

Durante este período llevó una vida tranquila, «decasi burguesa responsabilidad, con su mujer e hija —ya veces una sirvienta— en una serie de casas subur-banas (en Harrow, Acton, Bromley, Highgate, y luegoBrighton Kemp Town)» (N. Walter, Ibíd.).

«Por primera vez desde su niñez gozabade una existencia más o menos establey, aunque nunca se preocupó mucho porla comodidad material, es indudable queapreciaba la relativa tranquilidad de unavida familiar retirada, dedicada en bien ba-lanceadas proporciones al estudio y al tra-bajo manual. A esto debe añadirse el he-cho de que Inglaterra era su último re-fugio y no estaba ansioso por desempe-ñar innecesariamente un papel que pudie-ra crearle conflictos con la autoridades»(Woodcock — Avakumovic, op. cit. Pág.219).

En ningún momento, sin embargo, contradijo susconvicciones. En cierta ocasión, durante un banquete

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que le ofrecía la Real Sociedad de Geografía, se negó abrindar por la salud del rey; se rehusó a ingresar a ellabajo el patronato real, y no quiso considerar siquierala sugestión de ser nombrado profesor de geografía enCambridge. Jamás aceptó ningún trato con los gobier-nos de Rusia y de Francia (Cf. N. Walter, op. cit. Págs.87-88.).

La última década del siglo produjo un singular flo-recimiento del ideario comunista en Inglaterra, perotambién el europeo y en América: «Toda Europa estápasando ahora por una fase bien oscura del desarro-llo del espíritu militar», escribía el propio Kropotkinal finalizar, en 1899, sus Memorias. Y agregaba: «Es-to fue inevitable consecuencia de la victoria obtenidapor el imperio militar alemán, con sus sistemas de ser-vicios general obligatorio, sobre Francia, en 1871, ha-bían sido ya desde entonces prevista y anunciado pormuchos, y de un modo particularmente expresivo porBakunin. Pero la contracorriente se hace actualmentesentir en la vidamoderna. Las ideas comunistas, despo-jadas de su formamonástica, han penetrado en Europay en América de un modo extraordinario durante losúltimos veintisiete años en que he tomado parte acti-

32 Ibíd. Pág. 421.

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va en el movimiento socialista y he podido observar sudesarrollo».32

Durante este período dedicó buena parte de su es-fuerzo al movimiento internacional: escribió asidua-mente para Le Revolté y para Temps Nouveaux, se in-teresó por el movimiento anarquista ruso e hizo cuan-to estuvo en sus manos por los revolucionarios refu-giados en Inglaterra. Por otra parte además de cola-borar regularmente con tres periódicos anarquistas yocasionalmente con otras publicaciones de diverso ti-po (tales como The Speaker, The Forum, The AtlanticMonthly, The North American, Review, tec.), dio una se-rie de conferencias sobre los más diversos temas (des-de los problemas de las prisiones hasta la organizaciónindustrial) en Londres y varias ciudades inglesas y es-cocesas. Durante el año de 1899, por ejemplo, hablóen Londres, Glasglow, Aberdeen, Dundee, Edimburgoy la zona deManchester. Y el año siguiente, en Darling-ton, Leicester, Plymouth, Bristol, Manchester, Walsally otras ciudades. (Cf.Woodcock—Avakumovic, op. citpágs. 219-220).

En tales conferencias demostraba siempre gran in-formación y fino juicio, «y cuando abordaba algún tó-pico insólito, como La Poesía de la naturaleza, que desa-rrolló en Londres en 1892, demostraba una amplia eru-

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dición literaria, al ilustrar un tema casi panteísta me-diante el estudio de los poetas griegos y de Byron, She-lley, Goethe y Whitman» (Woodcock — Avakumovic,op. cit págs. 220).

Durante el año 1890, un grupo de anarquistas judíosde Nueva York, cuyo vocero era Alejandro Berkman,resolvió invitar a Kropotkin, a quien consideraba sumaestro, para que viajase a Norteamérica. Pero éste serehusó por considerar que no podía distraerse en gas-tos de viaje los escasos recursos económicos del movi-miento obrero.

Sin embargo, cuando al año siguiente, un agente deconferencias le ofreció una gira por los Estados Unidosaceptó gustoso, pues sentía vivó interés por conocerlas formas de vida y la organización social del nuevomundo. Antes de partir, en una reunión de despedi-da que los anarquistas londinenses le ofrecieron en elAthenaeum Hall, de Tottenhamm Court roas, Kropot-kin expresó: «América es precisamente el país que de-muestra cómo todas las garantías escritas de libertaden el mundo no constituyen una protección contra latiranía y la opresión de la peor especie». (Woodcock —Avakumovic, op. cit págs. 268-269).

Estas palabras provocaron probablemente la cance-lación de la gira por parte del agente yanqui. El hecho

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es que tampoco en 1891 pudo kropotkin viajar a Amé-rica del Norte.

Cinco años más tarde, en 1896, las autoridades fran-cesas, por medio del «solidarista» Leon Bourgeois, ypresionadas, sin duda, por los aliados zaristas, frustra-ron un viaje a París, donde Kropotkin debía hablar,invitado por Grave, en un mitin multitudinario (Cf.Woodcock — Avakumovic, op. cit págs. 271-272).

En 1897, en cambio, pudo realizar finalmente su via-je a Norteamérica. Invitado por su amigo James Ma-vor, profesor de economía en la universidad de Toron-to, presentó dos ponencias en la reunión anual delaBritish Association, que tuvo lugar en dicha ciudad ca-nadiense.

Desde allí viajó hacia el oeste, y en transcurso de es-te viaje realizó numerosas observaciones tanto de ca-rácter geográfico como sociológico, que consignó ensus artículos para The Nineteenth Century. De un mo-do particular se interesó en la vida y costumbres de losmenonitas, cuya prosperidad agraria atribuyó funda-mentalmente a sus tendencias comunistas. Esta sectadisidente, originaria de Holanda (ya en el siglo XVIIhabía tenido buenas relaciones con el excomulgado fi-lósofo Baruch de Spinoza), después de haber habita-do las estepas rusas, se había trasladado a Canadá (y

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más tarde al Chaco paraguayo), en busca de la liber-tad necesaria para desarrollar una vida fundada en elcristianismo, entendido como anti-estatismo pacifistay comunitario.

De Canadá pasó liego Kropotkin a los Estados Uni-dos, donde tuvo ocasión de visitar Chicago, NuevaYork, Filadelfia, Washington, y Boston.

En esta última ciudad habló sobre la ayuda mutuaen el Lowell Institute; en Filadelfia presentó a un audi-torio de más de dos mil personas, reunidas en el Odd-fellows’Hall, una interpretación sociológica de la his-toria universal; en Nueva York disertó sobre la litera-tura rusa en el Chickening Hall de la Quinta Avenida,y luego, ante un vasto auditorio, en el Cooper Union,sobre las ideas fundamentales del anarquismo. En Nue-va York tuvo también ocasión de conocer al agitadoralemán Johannes Most, ex socialdemócrata dedicadoluego de lleno a la causa del colectivismo anárquico,que terminó coincidiendo casi en todo con las ideasanarco-comunistas del propio Kropotkin, y el anarco-individualismo de Benjamín Tucker, representante deuna corriente libertaria autóctona, fundada presunta-mente enThoreaucon el cual no pudo llegar, según pa-rece, a ningún acuerdo ideológico. De hecho —y Kro-potkin lo vio siempre muy bien— las ideas económicas

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de Tucker conducían, a breve o largo plazo, al libera-lismo burgués y al sistema capitalista. (Cf. Woodcock— Avakumovic, op. cit págs. 277-281).

El instituto Lowel de Boston volvió a invitar a Kro-potkin enm1901, para dar una serie de conferencias so-bre la literatura rusa, las cuales aparecieron ampliadasen forma de libro en 1905 (traducidas al italiano por E.Lo Gatto en 1921). Durante esta segunda visita a Bos-ton habló también en la universidad de Harvard, en elWelley Collage e inclusive en el salón de actos de unaiglesia liberal. Sobre literatura rusa y sobre anarquis-mo disertó asimismo en el Chikening Hall, en la «Ligapara la educación política» y en el Cooper Union deNueva York. En el Hull Hause de Chicago habló parala Arts and Crafts Society; en la universidad de Illinoistrató sobre «El desarrollo moderno del socialismo», yen la Madison sobre «Turguenev y Tolstoi». Interesa-do en los métodos de cultivo de trigo, aprovechó suviaje a Ohio para recoger numerosos datos al respecto,que luego utilizaría en su obra Campos, fábricas y talle-res. Su amigo, el profesor Mavor, lo esperaba en Buffa-lo, para pasar dos días con él, antes de que volviera a In-glaterra. Poco después de su partida, un obrero polaco,sedicente anarquista, dio muerte al presidente McKin-ley, lo cual provocó una violenta represión y frustró

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toda posibilidad de un tercer viaje de Kropotkin a losEstados Unidos (Cf. Woodcock — Avakumovic, op. citpágs. 284-287).

Por otra parte, durante los años subsiguientes fue-ron muchos los viajes que se frustraron para él, en-tre ellos el que debió realizar en mayo de 1904 a Sui-za, para asistir al congreso internacional de Filosofía.En cambio, en junio del mismo año no pudo visitar asu gran amigo Reclús, que se hallaba ya muy enfermo.Dos meses más tarde se encontró también con Guillau-me y Brupbacher en Etables, Bretaña, y luego continuócon el primero a París, donde fue huésped, al parecer,del pintor Camilla Pisarro, y departió largamente conGrave.

Como las autoridades no pusieron desde entoncestrabas a su ingreso, Kropotkin volvió varias veces aFrancia. Estuvo en Bretaña en el verano de 1906, enParís en enero de 1907 y, de nuevo, en el verano delmismo año junto con su mujer. Sin embargo, no asis-tió al CongresoAnarquista Internacional, celebrado enÁmsterdam, la más grande reunión de este tipo habidahasta entonces. Tal vez se lo impidió su salud, tal vez sudeseo de no enfrentarse con la mayoría de los delega-dos en la cuestión del militarismo y de la guerra, puespara entonces sustentaba ya Kropotkin la tesis francó-

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fila y anti-germánica que había de llevarlo a apoyar alos aliados durante la primera guerra mundial.

En el verano de 1908 hizo un viaje a Ascona, en laribera del lago Maggiore, por motivos de salud; en oc-tubre estuvo otra vez en París; y para diciembre se ha-llaba en Locarno. Recién en mayo de 1909 retornó aInglaterra. El verano siguiente pasó, escribiendo pa-ra The Nineteenth Century, en Rapallo; y desde finesde 1912 estuvo nuevamente en Locarno, hasta juniodel año siguiente. Por entonces eran ya tan frecuen-tes como dolorosas las discusiones del viejo luchadorcon sus camaradas acerca de la guerra. Mientras Be-nito Mussolini traducía La Gran revolución, y admira-ba a Kropotkin por su valentía antimilitarista y anti-nacionalista, el mismo Kropotkin chocaba con Grave,Dumartheray, Bertoni y Malatesta, que rechazaban surelativo apoyo a la causa nacional de Francia.

Durante el invierno de 1913-1914 pasó aún seis me-ses en Bordighera, sobre la costa marítima septentrio-nal de Italia, donde recibió la visita de la señora Lavrov,de Grave y deMaxNettlau (Cf.Woodcock—Avakumo-vic, op. cit. Pág. 293-303).

En aquellos días, pese a todas las dificultades inter-nas del movimiento socialista y a las divisiones que se-paraban entre sí a los anarquistas mismos, vivían aún

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un clima de optimismo revolucionario y estaba casi in-merso en la expectativa del milenio.

He aquí cómo en las postrimerías del siglo XIX veíaKropotkin el presente y el futuro del socialismo: «Nohay época en la historia —si se exceptúa tal vez el pe-ríodo de insurrección en los siglos XI y XII, que die-ron por resultado el movimiento de los municipiosmedioevales— durante la cual un cambio de la mismoíndole, y tan profundo, se haya hecho sentir en las con-cepciones corrientes de la sociedad, y ahora, a los cin-cuenta y siete años de edad, estoy más profundamenteconvencido que antes, si es posible, de que una combi-nación cualquiera de circunstancias accidentales pue-de hacer estallar en Europa una revolución que se ex-tienda como la del 48 y sea mucho más importante, noel sentido demera lucha entre partidos diferentes, sinoen el de una profunda y rápida reconstrucción social,y tengo el convencimiento de que, que cualquiera quese el carácter que semejante movimiento pueda tomaren diferentes países, en todas partes se manifestará unconocimiento más profundo de los cambios que se ne-cesitan de lo que jamás se ha dado a conocer durantelos seis siglos últimos, en tanto que la resistencia que elmovimiento encuentre en las clases privilegiadas ape-nas tendrá el carácter de obtusa obstinación que hizo

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tan violentas las revoluciones de los tiempos pasados.La obtención de este gran resultado justifica bien losesfuerzos que tantos millares de seres de ambos sexos,y en todas las naciones y clases, han hecho en los últi-mos treinta años».33

Menos de dos décadas después Kropotkin (comotantos otros socialistas y «hombres de buenas volun-tad» en todo el mundo) creyó ver realizadas tales es-peranzas de regeneración y construcción humanas enla revolución rusa. No tardó en sufrir, como veremos,una profunda decepción. Esto no obstante, su optimis-mo, que trascendía las circunstancias históricas y lascoyunturas sociales e ideológicas, no quedó aniquila-do, ni habría desaparecido aun de haber vivido él ennuestros días. Formaba parte de su personalidad y sefundaba probablemente en las experiencias de su in-fancia y de su adolescencia, en su contacto con lossiervos y con el pueblo trabajador, al que había vi-vido como esencialmente bueno y justo. «Kropotkin—dice Rudolf Rocker— era una naturaleza combativapor esencia, distante de todo escepticismo». Y, pocaslíneas más adelante, explica: «El escepticismo era paraél un adormecimiento de la conciencia, un cansancio

33 Ibíd. Pág. 422.

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de las cualidades morales a las que debe la humanidadtodo ascenso en su historia».

Cuando el mismo Rocker lo visitó, en agosto o sep-tiembre de 1896, Kropotkin estaba ya preocupado porel peligro de una guerra europea, preparada por lasambiciones imperialistas de Alemania y por la carreraarmamentista que tales ambiciones desencadenaba enlas otras potencias. Al estallar, dieciocho años más tar-de, la primera guerra mundial, tomó partido, inespera-damente para la mayoría de sus compañeros y amigos,por los aliados.

En 1916, junto con un grupo pequeño muy cualifica-do de intelectuales y militantes anarquistas, entre loscuales estaban Cornelissen, Malato, Cherkesof y JeanGrave, firmó una proclama a favor de Francia, que es,sin duda, más que nada, una exhortación y un grito dealerta contra el militarismo prusiano: el manifiesto delos 16.

Esto provoco la airada reacción de la mayoría anar-quista y también de los socialistas internacionales yde los bolcheviques. Refutaron la posición kropotkinia-na, en nombre del tradicional anti-belicismo libertario,que ve en toda guerra entre Estados una lucha por losintereses de las clases gobernantes, Domela Nieuwen-huis, Sebastián Faure, Rudolf Rocker, Emma Goldman,

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Alejandro Berkman, Emilio Armand, Luís Bertoni y en-rique Malatesta. Por otra parte, Lenin, Trotski, Staliny los más importantes dirigentes del bolcheviquismono escatimaron sus ataques contra la toma de posiciónkropotkiniana. Aleksandr Ge, un anarquista ruso quellegó a ser alto funcionario de la cheka, y miembro delComité Ejecutivo Central de los soviets, publicó unaLeerte ouverte à P. Kropotkine, donde fustigaba con vi-gor dicha posición. Y es indudable que, puestos a consi-derar las cosas desde el ángulo de la escrita coherenciaideológica, esta actitud del ya anciano príncipe parececarecer de justificación. Baste recordar lo que élmismoescribiera tres décadas antes en Le Revolté de Ginebra,en un artículo titulado precisamente La Guerra: «Noestán luchando (los Estados) por un supremacía mili-tar sino por una supremacía económica; el derecho deimponer sus manufacturas, sus derechos arancelarios,sobre sus vecinos; el derecho de desarrollar los recur-sos de los pueblos atrasados en industrias, el privilegiode construir ferrocarriles a través de aquellos paísesque no los tienen, y bajo este pretexto lograr la deman-da para sus mercados; el derecho, en una palabra, derobarle aquí y allí, al vecino, un puesto que estimuleel comercio y una provincia que les absorba el excesode producción. Cuando luchamos, hoy en día, lo ha-

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cemos para asegurar a nuestros reyes industriales unbono de treinta por ciento, para fortalecer a los «va-rones» de las finanzas en su control de mercado deldinero, y para conservar elevado el porcentaje de in-terés para los accionistas de minas y ferrocarriles. Sifuéramos concientes, deberíamos reemplazar el leónde nuestras banderas por el becerro de oro, sus emble-mas por sacos de monedas, y el nombre de nuestrosregimientos, copiados originalmente de la realeza, porlos títulos de los reyes de la industria y de la finanza:Rothschild III, Baring X, etc. Así conoceríamos, por lomenos, para quiénes nos matamos» (Cit. Por V. García,en Ruta N. º 21, segunda época).

Sin embargo, si dejando de lado la tarea de absol-ver y condenar, tratamos simplemente de comprender,pronto advertimos que, para Kropotkin la primera gue-rramundial tuvo—como lo tendrámás tarde para la ca-si totalidad de los socialistas, comunistas y anarquistasla segunda— el carácter de una cruzada contra el mi-litarismo, el imperialismo y la prepotencia. Es verdadque no eran en 1914 tan claros como en 1939 los rasgosde la abominación totalitaria, y que entre el Kaiser yHitler mediaba aún la diferencia que hay entre un la-drón de guanto blanco y un salteador de caminos, perola aguda percepción que Kropotkin había desarrollado

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para captar ala autocracia y el culto a la fuerza por lafuerza misma, lo obligaban a oponerse activamente atodos los avances del prusianismo. Cabe, por esto, pre-guntarse si, en caso, más que error, no hubo profecía.

Parece conveniente transcribir, a este propósito, al-gunos pasajes de dos cartas, hasta hace poco inéditas,que Kropotkin dirigió al químico costarricense ElíasJiménez Rojas, al comienzo de la primera guerra mun-dial (Traducción e introducción por Alain Vieillard —Baron – Revista de filosofía de la Universidad de CostaRica — Vol. II Núm. 7 — 1960).

En la primera del 30 de octubre de 1914, leemos:«Admiro a los belgas que han peleado heroicamente,y entre los cuales un alzamiento general fue paradosolamente por el exterminio de aldeas enteras y la de-vastación completa del país: destrucción entera de ciu-dades, y cosechas llevadas a Alemania o destruidas porel fuego. Los alemanes, que habían preparado meticu-losamente esta guerra, invadido los países que debíanconquistar con decenas de miles de soplones (no lo di-simula) en todas las capas de la sociedad (ellos sirvenactualmente como guías experimentados para las tro-pas), previsto todo (todo el genio de las nación orienta-do hacia esa guerra), son tremendamente fuertes. To-da Bélgica y la parte invadida de Francia están cubier-

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tas ahora por fortalezas o campos atrincherados (co-mo…), levantados durante esos 2 meses; esto necesita-rá 2 años o más para reconquistarlo. Lo mismo la mi-tad occidental de Polonia… Ustedes comprenden que,en semejantes circunstancias, se necesitaríantodos losesfuerzos para impedir que el imperialismo militar es-trangule Europa» (Ibíd. págs. 294-295).

En la segunda, de un modo aún más explicito y con-tundente, dice: «Pienso que es deber de todo el quetiene a pecho el progreso general, y sobre todo el idealque fue inscrito por los proletarios en la bandera dela Internacional, hacer cuanto éste en su poder, segúnlas capacidades de cada uno, para repeler la invasiónde los alemanes en Europa occidental». Y poco másadelante, añade: «Desde 1871, Alemania paso a ser ca-si un amenaza para todo el progreso de Europa. Todaslas naciones se vieron obligadas a mantener bajo lasarmas inmensos ejércitos y agotarse en armamentos.Peor aún. El absolutismo en Rusia y la reacción generalen Europa, tenía su apoyo más fuerte en la estructurareaccionaria del imperio alemán. (Los «Negros» en Ru-sia lo confiesan abiertamente en los periódicos). Baku-nin y tantos otros tenían razón de escribir en 1871 quesi la influencia francesa desapareciese de Europa, Euro-pa sería detenida en su evolución por medio siglo. Esto

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es lo que ocurrió. Y ahora, si la invasión alemana noes rechazada por un esfuerzo común de las naciones,incluso las de América, Europa recaería en una (reac-ción aún)más profunda, pormedio siglo (omás)» (Ibíd.Págs. 295-296.). El juicio de Kropotkin sobre los méto-dos del ejército invasor alemán parece implicar unapremonición de la barbarie, ciertamente mucho mássangrienta y generalizada, de las tropas nazis durantela segunda guerra mundial: «Lo que podemos esperarde Alemania, lo hemos aprendido, el corazón sangran-te, al ver las atrocidades cometidas por la soldadescaalemana, bajo las ordenes de sus jefes superiores, “pa-ra sembrar”, (dicen) “el terror en el seno del pueblobelga” y quitarles (así) el valor de defender (con unaguerra popular) sus campos y ciudades, invadidos sinninguna apariencia de pretexto, exclusivamente por-que Alemania quería conquistar Bélgica, con el fin depoder atacar más cómodamente a Francia e Inglaterra.Esta orgía de la Soldadesca (alemana) había que pre-verla, después de lo que (ya) habíamos visto de ella en1870. (Desde entonces, había producido ya el sistemade fusilar a todos los habitantes, en el momento en queuno solo de éstos había disparado para defender su ca-sa, su hermana o su madre. Me temo que en América yen España se ignoren todas estas atrocidades. Los que

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vivimos aquí, en medio de los refugiados belgas, y te-nemos amigos, testigos oculares de lo que sucede enBélgica, estamos horrorizados de los que pasa)» (Ibíd.Pág. 296).

Cuando en febrero de 1917 cayo la dinastía Roma-noff y con ella el régimen zarista, Kropotkin, viajo ya,pero siempre entusiasta y deseoso de estar allí dondemejor se podía servir a la causa revolucionaria, se di-rigió sin perdida de tiempo a la tierra natal, de la quetantos años atrás había huido. La guerra aún continua-ba, pero ello no fue obstáculo que le impidiese llegara Rusia, así como en otra época, guardias y murallasno lo fueron para que de ella escapase. Allí se puso encontacto no sólo con los grupos anarquistas, sino tam-bién con los social-revolucionarios y aun con los demó-cratas liberales (cadetes), buscando un entendimientopara lograr la instauración de una república democrá-tica. Este era su juicio, un primer paso indispensablepara una ulterior organización socialista y federal. Ke-renski le ofreció una cartera en su ministerio, cosa quenaturalmente rehusó.

En agosto de 1917 habló en la Conferencia de todoslos partidos, reunida en Moscú. Su intervención cons-tituyó un llamado a la proclamación de la república.

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Abogó asimismo por la renovación de la ofensiva con-tra Alemania (Cf. Walter, op. cit. Pág. 91).

Muchos anarquistas, pese al respeto que les inspira-ba la trayectoria revolucionaria de Kropotkin, se apar-taron de él, disgustados por esta actitud moderada enla política interna, y sobre todo, por su actitud frentea la guerra. Otros en cambio, seguían considerándosesus discípulos.

A poco de la revolución de octubre, los bolcheviquesen el poder comenzaron a hacer difícil la actividad delos anarquistas rusos. Sin ser directamente molestado,Kropotkin se vio obligado a dejar Moscú por Dimitrov,pueblo situado a poca distancia de esta ciudad.

Emma Goldman refiere en su biografía (Living mylife — New York — 1934 — págs. 769-770 , que auncuando se había dicho que Kropotkin vivía muy bien,sus raciones, provistas por la cooperativa de Dimitrov,pronto dejaron de llegarle, cuando esta asociación, co-mo tantas otras semejantes, fue liquidada y la mayoríade sus miembros arrestados en la prisión moscovita deButirky. Sofía, la mujer de Kropotkin, explicó a EmmaGoldman que lograba subsistir gracias aun pequeñohuerto y a la ayuda que a veces les venía de los compa-ñeros de Ucrania y especialmente de Makhno. Cuandoel gobierno bolchevique le ofreció 250.000 rublos en

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concepto de derecho de autor (en 1918 se editaron enruso La gran revolución y Memorias de un revoluciona-rio), Kropotkin los rechazó.

La misma Emma Goldman cuenta que, al hablar-le Shasha (Alejandro Berkman) de las contradiccionesdel régimen revolucionario, y de la entrevista que ély Emma habían tenido con Lenin, replicó que todoslos desastres y desviaciones no eran sino consecuen-cias del marxismo y de sus teorías, consecuencias queél, como todos los anarquistas, había previsto y denun-ciado de antemano.

Nadie, sin embargo, —dice— había calculado las pro-porciones de la amenaza de los dogmas marxistas:«Los bolcheviques estaban envenenados por ellos y sudictadura sobrepasa la autocracia de la inquisición».

Cuando poco antes de su muerte recibe la visita delanarquista Vilkens, le dice con amargura: «Los comu-nistas con sus métodos, en lugar de poner al pueblo envía del comunismo, acabarán por hacer odioso hastaese nombre».

Boris Yelenski, en su obra inédita In the Social Store,dedica el capítulo XII a recordar su visita a Kropotkin(Cfr. «reconstruir» — Buenos Aires — 85 -1973). Narraallí que, habiendo llevado para el anciano príncipe doscajas de alimentos que le enviaba Makhno, sabedor de

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la difícil situación que se vivía en Dimitrov, aquél noquiso recibirlos sin antes cerciorarse de que no pro-venía del gobierno bolchevique: «pues yo no aceptonada de ellos» Rechazó inclusive, como recuerda Roc-ker, la «ración académica», que le había asignado Lu-narscharski, a la cual tenía derecho como hombre deciencia.

Desde su retiro escribió Kropotkin, según nos in-forma Valentina Tvardovskaya, «muchas cartas a losaltos organismo de la autoridad soviética; unas vein-te dirigidas personalmente a Lenin». (P. Avrich, Unanueva biografía soviética de Kropotkin. «Reconstruir»— 97— 1975). Una de esas cartas a Lenin, fechada enDi-mitrov el 4 de marzo de 1920, contiene estos párrafosque revelan el pensamiento de Kropotkin sobre el cur-so de la revolución soviética: «Viviendo en el centrode Moscú, no puede conocer usted la situación verda-dera del país. Tendría que encontrarse en provincias,en estrecho contacto con las gentes, participando desus anhelos, sus trabajos y sus calamidades; con loshambrientos —adultos y menores—, soportando los in-convenientes sin fin que se presenta incluso para pro-veerse de una miserable lámpara de petróleo… aunquela dictadura de un partido constituyera un medio útilpara combatir el régimen capitalista —de lo que dudo

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bastante—, esa misma dictadura es completamente no-civa en la creación de un orden socialista. Necesaria-mente, el trabajo tiene que hacerse a base de las fuer-zas locales, y eso, hasta ahora, ni ocurre ni se estimu-la por ningún lado. En su lugar, se encuentran a cadapaso individualidades que no han conocido nunca lavida real, y cometen los mayores errores, ocasionandola muerte de millares de personas y arruinando regio-nes enteras. Sin la participación de las fuerzas locales,sin la labor constructiva de abajo a arriba, ejecutadapor los obreros y todos los ciudadanos, la edificaciónde una nueva vida es imposible. Una obra semejantepodría ser acometida por los soviets, por los consejoslocales. Pero Rusia, hay que decirlo, no es ya una re-pública soviética sino de nombre, La influencia y elpoder de los hombres del partido, que son frecuente-mente advenedizos en el comunismo —los devotos dela idea están, sobre todo, situados en el centro—, hananiquilado la influencia verdadera y la fuerza de aque-llas instituciones prometedoras: los soviets. Ya no haysoviets, repito, sino comités del partido que hacen ydeshacen en Rusia. Y su organización adolece de to-dos los males del funcionarismo. Para salir del desor-den actual. Rusia tiene que volver al espíritu creadorde las fuerzas locales, que, se lo aseguro, son las únicas

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capaces de desarrollar los factores de una vida nueva.Y cuando antes se comprenda, mejor será. Las gentesse dispondrán a aceptar más fácilmente las nuevas for-mas de organización social. Pero si la situación actualse prolonga, la misma palabra “socialismo” se conver-tirá en una maldición, como ha ocurrido en Franciacon la idea de igualdad durante los cuarenta años quesiguieron al gobierno de los jacobinos».

A comienzos de 1921, —dice Paul Avrich (Los anar-quistas rusos — Madrid — 1967 — pág. 230 sgs)- Lenin,alarmado por el renacimiento de las tendencias sindi-calistas en el seno de su propio partido, comienza a to-mar medidas para reprimirlas, y entre tales medidas seencuentra la supresión de ciertas obras de Bakunin yKropotkin. Este último, «símbolo viviente de las ideaslibertarias» y «centro de una gran corriente de simpa-tía y admiración en toda Rusia», había llegado a la con-vicción, tal como lo expresa Emma Goldman en 1920,de que sólo el sindicalismo podía dotar de una sólidabase a la destruida economía soviética. Irritado por elautoritarismo y la violencia frecuentemente inútil delgobierno bolchevique, se opone primero a la disolu-ción de la Asamblea Constituyente; después al terro-rismo policíaco de la Cheka, y, en todo momento, a ladictadura del partido, que no es sino una reiteración

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del «intento jacobino de Babeuf». Esto no obstante, encarta abierta dirigida a los obreros europeos, les pideque presionen sobre sus gobiernos para que cese el blo-queo a Rusia y la intervención extranjera en la GuerraCivil, no porque el simpatice con el gobierno bolche-vique o apoye el nuevo régimen dictatorial, sino preci-samente porque «la intervención armada del exteriorrefuerza inevitablemente las tendencias dictatorialesdel gobierno y paraliza los esfuerzos de los rusos quequieren colaborar con la restauración de la vida de supaís, con independencia del gobierno».

En aquellos días contrajo Kropotkin una neumonía.Asistido por su mujer, Sofía, y por su viejo amigo, eldoctor Atabekian, no resistió, sin embargo, el embatede la enfermedad, y el 8 de febrero dejó de existir.

Lenin, que pese a las diferencias ideológicas y a lasgraves críticas sufridas de parte del viejo príncipe revo-lucionario, sentía por el admiración, envió —dice Roc-ker en sus «Memorias»— los mejores médicos a Dimi-trov, exigió que se le tuviera al tanto día por día delestado del enfermo ordenó que dichos informes se pu-blicaran en la prensa. Sofía creyó siempre que Leninignoraba las presiones ejercidas por la Cheka contraKropotkin.

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El mismo Lenin propuso construirle un panteón es-tatal. Pero la familia y los amigos se opusieron a ello,como sin duda lo hubiera hecho el propio Kropotkin.Un comité de compañeros anarco-comunistas, «mo-mentáneamente unidos por la muerte de su granmaes-tro», como dice Avrich, se hizo cargo de las exequias,A varios anarquistas presos, como Arón Barón, se lespermitió salir de sus cárceles para participar en los fu-nerales. «Desafiando el duro frío del invierno de Mos-cú, veinte mil personas marcharon hasta el monaste-rio de Novodévichii, el cementerio de los antepasadosde Kropotkin. Los manifestantes llevaba pancartas ybanderas negras en las que podían leerse peticiones deliberación de todos los anarquistas presos e inscripcio-nes como “Donde hay autoridad no hay libertad” y “laemancipación de los trabajadores ha de ser obra de lostrabajadores mismos”, mientras un coro cantaba “Me-moria eterna”. Cuando la procesión pasó por delantede la prisión Butirky, los presos golpearon los barro-tes de las ventanas y entonaron un himno anarquistaa la muerte. Emma Goldman pronunció un discurso,y los trabajadores y los estudiantes llenaron su tumbade flores». (Avrich, pág. 232).

El gobierno ruso resolvió entregar a la viuda y alos compañeros de Kropotkin la casa en que este ha-

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bía nacido, en el barrio de las Viejas Caballerizas, deMoscú, a fin de organizar en ella un museo, con lasobras, papeles, cartas y objetos que pertenecieron alextinto príncipe anarquista. El doctor Atabekian, Le-bedev, Solonovich y otros amigos de Kropotkin, conla ayuda y el aliento de trabajadores e intelectuales detodo el mundo, mantuvieron la obra casi dos décadas.En 1938 poco después de la muerte de Sofía, la mujerde Kropotkin, el museo fue clausurado por orden deStalin.

Cualquiera que sea el juicio que las ideas filosófi-cas y socio-políticas de Kropotkin hayan podido me-recer en socialistas y no-socialistas, en anarquistas yno-anarquistas, muy pocos hombres hubo que, habién-dole conocido directa o indirectamente, hayan podidosustraerse a un sentimiento de admiración frente a lagrandeza moral de su espíritu.

«El que ha conocido la acción intelectualde un hombre verdaderamente grande yha abarcado plenamente la importanciade su obra, abriga a menudo el deseo deverle de cerca. Ocurre en ello con frecuen-cia que la realización de ese anhelo natu-ral no corresponde siempre a las ilusiones

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internas; tal vez porque desde el comien-zo fueron demasiado altas. No ocurría lomismo con Kropotkin. El que tuvo la di-cha de tener estrecha amistad con él, noha sido decepcionado nunca. Cuanto me-jor se le conocía, tanto más profunda erala impresión que se recibía de él. Entre elautor de El apoyo mutuo y el hombre kro-potkin no ha habido ninguna distancia. Lomismo que pensaba y sentía, así ha obra-do en todas las fases de su larga y rica vida.Conocerle y quererle era una misma cosa.Era la armonía interna de toda su naturale-za la que irradiaba tal calor, tan hondo hu-manismo, que permanecía siempre él mis-mo y nuca dejaba surgir la menor duda so-bre su honradez de su pensamiento. Kro-potkin era un hombre de una pieza; en élno había nada de dudoso». Así se expresaRudolf Rocker, un anarco-comunista.

Eduard Bernstein, ideólogo del reformismo marxis-ta, dice, a su vez, que un libro tan excelente como ElApoyo mutuo, sólo puede ser escrito por un hombre

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que poseyese una necesidad de libertad tan arraigaday una conciencia ética como Kropotkin.

Oscar Wilde, poeta y esteta, escribe en su de profun-dis: «A las vidas humanas más perfectas que ha tenidoocasión de observar, pertenecen las de Verlaine y elpríncipe Kropotkin».

El crítico e historiador de la literatura George Bran-des lo juzga así: «Es un revolucionario sin énfasis. Seríe de los juramentos y de las ceremonias por las cua-les se asocian los conspiradores en dramas y operetas.Este hombre es la sencillez encarnada. Como carác-ter mantiene la comparación con los grandes comba-tientes de la libertad de todos los países. Ninguno fuemás desinteresado que él, ninguno amó a la humani-dad más que él».

Stepniak (Kravtschinski), un militante y escritoranarquista que lo conociómuy de cerca ymantuvo conél una prolongada amistad, dice en su libro La Russiesouterraine (París — 1885): «Kropotkin es un hombreextremadamente sincero y franco. Dice siempre la pu-ra verdad, sin rodeos ni consideraciones al amor pro-pio de los que hablan con él. Este es el rasgo más sa-liente y simpático de su carácter. Se puede fiar absolu-tamente en sus palabras».

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Bernard Shaw, autor de La imposibilidad del Anar-quismo, socialista fabiano y crítico sagaz, escribe:«Kropotkin era una persona amable al punto de la san-tidad; con su gran barba rojiza y agradable expresiónbien podría haber sido un pastor de la Montaña de lasDelicias».

Romain Rolland, comparándolo con Tolstoi, dice deKropotkin: «Simple, naturalmente, había realizado ensu propia vida el ideal de pureza moral, de serena ab-negación. De perfecto amor a la humanidad, que elatormentado genio de Tolstoi deseó toda su vida y quesólo realizó en su arte (si se exceptúan algunas feli-ces y raros momentos, con fugas vigorosas y fallidas)».(Para todos estos juicios de personas contemporáneassobre la personalidad de Kropotkin, véase Woodcock-Avakumovic, op. cit. passim).

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Fundamentos biológicos ehistóricos de la moral

Además de sus trabajos de geología y geografía, TheDesiccation of Asia (1904),TheOrography of Asia (1904)y otros que antes mencionamos, dejó Kropotkin dosimportantes obras histórico-críticas:Russian Literatu-ra (1905) y The Great French Revolution (1909). En laprimera, formada por una serie de conferencias dicta-das en Boston, en el Lowel Institute, durante el mes demarzo de 1901, analiza la presencia de la realidad so-cial junto a los ideales de la literatura de su país natal.En la segunda se propone hacer «la historia popular dela revolución», ya que si bien su historia parlamenta-ria, «sus guerras, su política y su diplomacia han sidoestudiadas y expuestas en todos sus detalles», en cam-bio «la acción del pueblo de los campos y de la ciudadno se han estudiado ni referido jamás en conjunto».Pero el grupo más numeroso de los escritos de Kro-

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potkin (libros folletos, artículos, conferencias, cartas,etc.), es el dedicado a la exposición, fundamentación ydefensa del anarquismo como movimiento social y co-mo filosofía política. Entre ellos puede mencionarse,Aux jeunes gens, La Commune, Le gouvernement revo-lutionnaire, La Commune de Paris (1880), L’esprit de larévolte (1881), La loi et l’autorité (1881),L’exportation(1886), L’anarchie dans l’evolution socialista. The scien-tific basis of anarchy (1887), La conquête du pain (1888),Les Prisons (1894), L’anarchie, sa philosophie, son ideal(1896), The State, its part in history (1898), Fields, Fac-tories and Workshops (1899), Socialism and Politics, Mo-dern Science and anarchy (1903) etc. Estas obras fueronpronto traducidas a diversas lenguas y algunas de ellas,como Les Temps nouuveaux, fue ilustrada con un dibu-jo de Pisarro, titulado «Le Laboreur» (Cfr. B. Nicolson,Camile Pisarro’s anarchism — «Anarchy» — 91 — 1968— pág. 272).

Como formando un grupo aparte, aunque en estre-cha vinculación lógica con las del grupo anterior, de-be citarse todavía aquellas obras que tratan de filoso-fía moral y de los fundamentos biológicos e históricosdel anarquismo: La morale anarchiste (1890), Encore lamorale (1891), Mutual aid, a factor of evolución (1902),Ethics, Origin and development (1924).

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Para comprender adecuadamente el pensamiento deKropotkin resulta necesario comenzar por el estudiode las obras de este último grupo. En particular, convie-ne considerar primero El apoyo mutuo, donde el autordesarrollo su filosofía de la naturaleza y de la historiay donde puede hallarse las bases más profundas de susteorías sociales y económicas y la «última ratio» de suinterpretación de la época que le tocó vivir.

La teoría evolucionista expuesta por Darwin en Elorigen de las especies, cuyos presupuestos se encuen-tran en Malthus, sostiene que la serie evolutiva de losseres vivientes constituye una cadena genealógica enla cual diversas variedades, más o menos similares,proceden de un antecesor común. De ellas, algunas pe-recen y otras sobreviven y se perpetúan en sus descen-dientes. Estas últimas son las que presentan variacio-nes adecuadas al medio. Se produce así la aparición denuevas especies y géneros de un modo mecánico, porla simple supervivencia del mejor dotado. Dentro decada especie se libra, pues, una lucha en la cual nece-sariamente triunfa y pervive el más fuerte o el mejordotado. Spencer no deja de aplicar tales ideas al hom-bre y llega a la conclusión de que la lucha por la vida yla supervivencia del más apto son no sólo el, medio porel cual la naturaleza se diversifica y evoluciona sino

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también el único camino por el que el género humanoprogresa. El darwinismo, extendido de tal manera a lahistoria y a las ciencias sociales, se constituye en el me-jor sustentáculo teórico del Laissez-faire y en la basedel más crudo individualismo.

T. H. Huxley, seguidor de Darwin, publica en la re-vista The Nineteenth Century, en febrero de 1888, unartículo titulado The Strugle for existence: A program-me.

Kropotkin ve en ese trabajo, en particular, una exa-geración unilateral del darwinismo y de sus puntos devista sobra la lucha por la vida. En consecuencia, sepropone refutar sus tesis y publica, a partir de 1890, enla misma revista en que Huxley había dado a luz su en-sayo, una serie de artículos, que más tarde reúne, am-pliándolos, en un volumen: El apoyo mutuo — un factorde evolución. El propósito fundamental de la obra es de-mostrar que, junto a la lucha y la competencia, cuyaexistencia de ninguna manera pretende negar, se da,entre los animales de una misma especie, la coopera-ción y la ayuda mutua, y que éste constituye un factormás importante todavía que el otro en la evolución delas especies animales y, sobre todo, en el progreso dela humanidad. (Cfr. cap. I).

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Para ello, comienza analizando la ayuda mutua en-tre los animales, particularmente entre los que habi-tan regiones todavía no demasiado pobladas por elhombre. Sus observaciones sobre la fauna de la SiberiaOriental le revelan que hay allí muchas adaptacionespara la lucha común contra las condiciones climáticas,pero muy poca lucha entre los individuos de una mis-ma especie y de unmismo grupo o sociedad. Comprue-ba, en cambio, numerosos casos de ayuda mutua, espe-cialmente entre aves y rumiantes, en la época de la mi-gración. Y aun en aquellas zonas en que la vida animales más abundante, rara vez se dan casos de verdade-ra lucha entre los individuos de una misma especie deanimales superiores. «Lo primero que nos sorprendecuando comenzamos a estudiar la lucha por la existen-cia, tanto en el sentido directo como en el figurado dela expresión, en las regiones aún escasamente habita-das por el hombre, es la abundancia de casos de ayudamutua practicada por los animales, no sólo con el finde educar a su descendencia, como está reconocido porla mayoría de los evolucionistas, sino también para laseguridad del individuo y para proveerse de alimentonecesario».1

1 El apoyo mutuo — un factor de evolución — Buenos Aires —

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Examina la conducta de los escarabajos sepulture-ros (Necrophorus), de los cangrejos de las Molucas(limulus), de los insectos sociales (termitas, hormigasy abejas), (según los conocidos trabajos de Romanes,Buchner, Lubbock, Blanchard y Fabre2 y luego, pasan-do a los animales superiores, la de diversas aves, comoel águila de cola blanca (Haliaetos albicilla), el grifo so-cial (Otogips auricularis), el milano egipcio (Pernocte-rus Stercorarius), el halcón rojo cernícalo (Tinunculuscenchris), la becasa (Tringa alpina), el pelícano, el go-rrión, la gallina marina (buphagus), el frailecico (Vene-llus oristatus), el aguzanieve (Motacella alba), el tucán,la grulla y el papagayo, como ejemplos de mutua.3

Las migraciones de las aves y las asociaciones queforman para la crianza, así como las agrupaciones ju-veniles entre varias especies, con fines recreativos, re-velan, según Kropotkin, de un modo particularmenteclaro, la general y constante asistencia recíproca quelas aves se prestan entre sí.4

Entre los mamíferos, lo que más llama la atención—dice— es la gran superioridad numérica de las espe-

1970 — editorial — Proyección — págs. 30-31.2 Ibíd. págs. 33-383 Ibíd. Págs. 38-504 Ibíd. Págs. 51-57

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cies sociales sobre aquellas pocas, de carnívoros, cuyosmiembros viven aislados. «Las asociaciones y la ayu-da mutua son regla de la vida de los mamíferos. Lacostumbre de la vida social se encuentra hasta en loscarnívoros, y en toda esta vasta clase de animales so-lamente podemos nombrar una familia de felinos (leo-nes, tigres, leopardos, etc.), cuyos miembros realmenteprefieren la vida solitaria a la vida social, y solamentese encuentran, por lo menos ahora, en pequeños gru-pos».5

Ejemplos numerosos de sociabilidad en la asocia-ción para la caza halla en la familia canina (perros, lo-bos, chacales, zorros), y formas más desarrolladas deayuda mutua entre los roedores, ungulados y rumian-tes. Y no dejo de recordar el común afecto y los sen-timientos de simpatía que reinan entre los elefantes,así como el reciproco apoyo que se brindan los jaba-líes, hipopótamos, rinocerontes, focas, morsas y cetá-ceos.6 Pero es sobre todo entre los monos, cuyo estu-dio considera particularmente interesante «porque re-presenta la transmisión de las sociedades de los hom-bres primitivos», donde halla la más alta expresión de

5 Ibíd. Pág. 58.6 Ibíd. pág. 59-68.

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sociabilidad y del apoyo mutuo. «Apenas es necesa-rio recordar que estos mamíferos que ocupan la cimadel mundo animal, y son lo más próximos al hombrepor su constitución y por su inteligencia, se destacanpor su extraordinario sociabilidad. Naturalmente, entan vasta división del mundo animal, que incluye cen-tenares de especies, encontramos inevitablemente lamayor diversidad de caracteres y costumbres. Pero, to-mando todo esto en consideración, es necesario reco-nocer que la sociabilidad, la acción común, la protec-ción mutua y el elevado desarrollo de los sentimientosque son consecuencia necesaria de la vida social, sonlos rasgos distintivos de casi toda la vasta división delos monos».7

Así, pues, puede concluirse —dice Kropotkin— queen todos los niveles del mundo animal hay una vidasocial y que, según la idea de Spencer, brillantemen-te desarrollada por Perrier en su Colonias Animales,aparecen ya en el mismo comienzo del desarrollo delmundo animal, «colonia» o sociedades estrechamenteligadas; y que, a medida que ascendemos en la escalazoológica, tales sociedades se van haciendo cada vezmás concientes, pierden su carácter meramente fisio-

7 Ibíd. Pág. 68.

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lógico, dejan de fundarse en el instinto y acaban porser racionales.8

Lejos de poder asentir, entonces, a la idea de Huxley,el cual, parafraseando a Rousseau, afirma que quienpor vez primera sustituyó la guerra mutua por el mu-tuo acuerdo creó la sociedad, Kropotkin sostiene queésta no fue creada por nadie sino que, por el contrario,existió antes que cualquier hombre, o, en otras pala-bras que la sociedad precedió al individuo humano. Elhombre, en efecto, no es hombre sino por su sociabi-lidad, y no pudo llegar a ser evolutivamente lo que essino gracias a la poderosa tendencia de la especia a laconvivencia y el mutuo apoyo permanentes.9

Por eso, en otro trabajo, La cienciamoderna y el anar-quismo, se queja de los prejuicios derivados del darwi-nismo en este campo: «Hasta un darviniano tan sabiocomo Huxley no tenía idea alguna de que la sociedad,lejos de haber sido creada por el hombre, existía entrelos animales mucho antes de que el hombre aparecierasobre la tierra; tal es la fuerza de un prejuicio corrien-te».

8 Ibíd. págs. 70-719 Ibíd. Págs. 93-96

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Kropotkin, como puede verse, no se adhiere de nin-gún modo a la tesis, tan corriente entre los pensadoresliberales y demócratas, del pacto social. Y no solamen-te rechaza la versión hobbesiana del contractualismo,que supone un originario «estatus naturae» (homo ho-mini lupus), sino también la rousseauniana, con su idí-lica visión del buen salvaje.

Para él, el hombre no existe si no coexiste; la socie-dad es el hombre, y el hombre es la sociedad. De ahísus duros ataques al individualismo, aun en sus ma-nifestaciones anárquicas o semi-anárquicas. Un pen-sador eminentemente comunitario como él no podíasentir mayores simpatías por Nietzsche y sus discípu-los, como no las sentía por los darvinistas sociales. Es-cribiendo a Max Nettlau (en carta publicada recién en1964 en la International Review of Social History) sobrelos jóvenes individualistas que en su época rondabanal anarquismo, dice:

«Esta juventud es hoy, nitzschiana por-que, como vd. También lo advierte, elnietzchianismo es uno de los individua-lismos espúreos. Es el individualismoburgués, que sólo puede existir bajo lacondición de oprimir a las masas y —

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adviértanlo bien— del lacayismo, del ser-vilismo hacia la tradición, de la oblitera-ción de la individualidad dentro del pro-pio opresor, como en el seno de la ma-sa oprimida. La “hermosa bestia rubia” es,en el fondo, una esclava —esclava del rey,del sacerdote, de la ley, de la tradición—un número sin individualidad del rebañoexplorador… Han encontrado divertido lopintoresco de Rovachol, de Vaillant, dePauwels, pero se han incorporado de nue-vo a su vegetar desde el momento en quese han dado cuenta de que se les pedía queprobaran mediante sacrificios su sed de li-bertad. No les pide que lleven a cabo ac-tos de rebelión individual: los epicúreosno lo hacen. Pero inclusive para defenderla causa de los oprimidos (vea el últimollamado de Grave), para los pequeños cui-dados de la propaganda cotidiana, ¿Dóndeestán? ¡Será necesario recurrir nuevamen-te a los trabajadores! ¿Conoce vd., un mo-vimiento, una toma de armas, más impro-ductivo en hombres para el movimientosubsecuente? ¿Por qué? Porque el indivi-

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dualismo estrechamente egoísta, tal comose le conoce como desde Mandeville (Fá-bulas de las abajas) hasta Nietzsche y losjóvenes anarquistas franceses, no puedeinspirar a nadie. No contiene nada gran-de, arrollador. Iré inclusive más lejos, yeso me parece de la más alta importan-cia (una filosofía para ser arrolladora): loque se ha llamado hasta hoy «individualis-mo», no ha sido otra cosa que un egoísmotonto que lleva al empequeñecimiento delindividuo. Tonto porque no era individua-lismo de ninguna clase. No conducía a loque se había asignado como fidelidad: eldesarrollo completo, amplio, lo más per-fecto alcanzable, de la individualidad… Elindividualismo que, creo, será el ideal dela próxima filosofía, no buscará su expre-sión en la aprobación de más que la partejusta de cada uno del patrimonio comúnde la producción (el único que haya com-prendido la burguesía); no estará involu-crado en la creación por el mundo de unamuchedumbre de esclavos al servicio de lanación elegida (individualismus o pro sibi

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Darwinianum, o, más bien, Huxleianum).Tampoco estará en el individualismo sen-sual y “la liberación del bien y del mal”, co-mo nos han predicado algunos anarquis-tas franceses, reflejo mezquino de nues-tros padres “los estetas”, “los admiradoresde los bello”, los poetas byronianos y don-juanescos, que también los predicaban…sino en una especie de individualismus opersonalismus o pro sibi communisticum,que creo ver venir y que trataría de defi-nir mejor, si pudiera disponer del tiemponecesario» (Cit. por V. García — Ruta — 1ºnov. 1974).

Este alegato contra Nietzsche y contra Huxley sehace extensivo, en La ciencia moderna y el Anarquis-mo, a Stirner, Como no podía menos suceder: «Es fá-cil comprender como esta clase de individualismo (elde Stirner), que tiene por objeto el “pleno desenvolvi-miento”, no de todos los miembros de la sociedad, sinoúnicamente de los que se consideran dotados de lasmejores aptitudes, sin cuidarse del derecho de todos aese mismo desarrollo integral, es simplemente la vuel-ta disimulada a la actual educación del monopolio de

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unos pocos. Significa sencillamente “el derecho a sucompleto desarrollo” para las minorías privilegiadas.Pero como semejantes monopolios no pueden soste-nerse de otro modo que bajo protección de una legis-lación monopolistas y de la coacción organizada delEstado, las demandas de ese singular individualismoconcluyen necesariamente por retornar a la idea delEstado y a la misma coacción que tan fieramente com-bate. Su posición es la misma que la de Spencer y detodos los economistas de la llamada escuela de Man-chester, que empieza también por una severa crítica alEstado y concluye por reconocerlo totalmente, a fin demantener los monopolios de la propiedad, cuyo celosoy fuerte guardador es necesariamente el propio Esta-do» (Cfr. V. García, Ibíd.) Bien ha dicho J. Hewetson(Mutual aid and Social Evolution — Anarchy — 55 —pág. 257) que «La interpretación que Huxley da delmecanismo de la evolución como continua lucha re-cíproca fue pronto aprovechada por los filósofos delcapitalismo».

Es interesante notar cómoKropotkin realiza de ante-mano en estas líneas la crítica del individualismo anti-comunista, al mostrar de qué modo éste conduce (dia-lécticamente, podría decirse) al totalitarismo. Muchosliberales de nuestros días recorren, a ciegas o a sabien-

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das, tal camino, y nuestra América presencia hoy elespectáculo de muchos críticos del totalitarismo sovié-tico que se adhieren con fervor al «liberalismo» de Pi-nochet.

Pero, volviendo ahora a EL apoyo mutuo, convienerecordar también que Kropotkin, pese a su polémicacontra Huxley, no deja de advertir que en ciertos pasa-jes de su obraDarwin parecemodificar o, por lomenos,matizar bastante, su concepto del «struggle for life».En efecto, al principio de su libro sobre el origen de lasespecies, éste insiste en que la lucha por la existenciadebe extenderse no en un sentido estrecho y rigurososino más bien en sentido amplio y metafórico, lo cualincluye la mutua dependencia de los seres vivientesy también la posibilidad de dejar en descendencia, yluego, en El origen del hombre, escribe «varias páginasbellas y rigurosas para explicar el verdadero y ampliosentido de esta lucha», mostrando cómo enmuchas so-ciedades animales desaparece la lucha por la existenciaentre los individuos que las integran para dejar lugara la cooperación, mediante la cual se desarrollan lascapacidades morales e intelectuales y se asegura la vi-da y la propagación de la especie. Y sin negar la ley dela supervivencia del más apto, explica así que por «elmás apto» se debe entender en tales casos no «el más

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fuerte», «el más hábil» o «el más astuto» sino el quemejor sabe convivir y cooperar.10

Kropotkin comienza su obra reconociendo que la«concepción de la lucha por la existencia como condi-ción del desarrollo progresivo, introducida en la cien-cia por Darwin yWallace, nos permitió abarcar, en unageneralización, una vastísima masa de fenómenos»11,pero poco más adelante, añade que «numerosos con-tinuadores de Darwin restringieron la concepción dela lucha por la existencia hasta los límites, más estre-chos».12 Estos continuadores, entre los cuales el másimportante es Huxley, que, como dice Ashley Monta-gu, «Jamás replicó públicamente ni acusó tener cono-cimiento de la existencia» de los trabajos publicadospor Kropotkin en The Ninetheen Century, «empezarona representar el mundo de los animales como un mun-do de luchas ininterrumpidas entre seres enteramentehambrientos y ávidos de la sangre de sus hermanos».Más aún: «llenaron la literatura moderna con el gritode ¡Ay de los vencidos!, y presentaron este grito comola última palabra de la biología. Elevaron la lucha “sin

10 Ibíd. págs. 23-34.11 Ibíd. Pág. 23.12 Ibíd. pág. 25

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cuartel” a la altura de un principio, de una ley para labiología, a la cual el hombre debe subordinarse».

J. Hewertson, en el artículo citado (pág. 258), recuer-da queMarx en suCrítica de la Economía política (1859)consideró como una oportuna coincidencia que El ori-gen de las especies hubiera aparecido el mismo añoque su libro, y dijo que «Darwin pudo no saberlo, pe-ro él pertenece a la Revolución Social». Esto no fueobstáculo para que, simultáneamente, los filósofos delcapitalismo liberal y los economistas de la escuela deManchester lo aclamaran como soporte de sus doctri-nas, ya que, según ellos, la ilimitada libre competenciade todos contra todos constituía el mejor método pa-ra asegurar el progreso y la prosperidad económica,y era precisamente esta competencia incesante lo queencontraban en Darwin.

Aun sin estar de acuerdo conMarx en la concepciónde la lucha de clases como motor universal de la his-toria, Kropotkin coincide parcialmente con él en el in-tento de aprovechar el darwinismo para la revolución,y por eso impugna sobre todo la interpretación liberal-capitalista que deriva, sin duda, del modo de ver deHuxley

Al atacar a Huxley, Kropotkin ataca también implí-citamente a Malthus, punto de partida del darwinis-

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mo y antípoda de su compatriota Godwin. Malthus, enefecto, en su Primer ensayo sobre la población del plane-ta, pretende haber descubierto una ley según la cual lapoblación del planeta crece en progresión geométricaal mismo tiempo que los alimentos sólo aumentan enprogresión aritmética. Fácilmente se puede prever dehambre y la miseria para un futuro próximo, si no setoman medidas para impedir que las clases popularesse reproduzcan. Su propuesta es clara: puesto que lospobres son la mayoría y son los que más se reprodu-cen, es preciso impedir que sigan haciéndolo. En vezde organizaciones filantrópicas y leyes sociales, que nohacen sino prolongar la miseria y fomentar la avalan-cha demográfica, hay que dejar simplemente que lospobres incapaces de conseguir alimento perezcan y,en cualquier caso, impedir que tengan descendencia.De un modo semejante a Marx, que acusa a Malthusde reducir las relaciones históricas a una relación abs-tracta y numérica, y a Engels, que no sólo desvinculala teoría general de la evolución del «struggle for life»sino que se muestra inclusive enemigo de aquellos ma-terialistas que, como Vogt, Buchner y Moleschott, de-fienden puntos de vista neomalthusianos, Kropotkin,admirador de Godwin, es un anti-malthusiano conven-cido y tenaz, que no sólo rechaza las consecuencias y

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las pretendidas «soluciones» de Malthus sino tambiénsus premisas.

Conviene insistir, sin embargo, en el de que no esun rousseauniano que sólo ve paz e idílica armonía enla naturaleza, sino un hombre de ciencia y un pensa-dor que, en nombre precisamente de la ciencia, pre-tende salvar el error que comporta una interpretaciónunilateral de los hechos biológicos. «El error de Rous-seau consiste en que perdió de vista por completo lalucha sostenida con picos y garras, y Huxley es culpa-ble del error de carácter opuesto; pero ni el optimis-mo de Rousseau ni el pesimismo de Huxley puedenser aceptados como una interpretación desapasionaday científica de la naturaleza».13

Contra lo que dijeron y todavía dicen algunos biólo-gos y genetistas, Kropotkin, como bien señala AshleyMontagu, no cree que la ayuda mutua, cuya existenciatrata de mostrar en todos los niveles de la vida huma-na, contradiga la teoría de la selección natural. «Una yotra vez —dice el mencionado biólogo— llama la aten-ción sobre el hecho que existe competencia en la lu-cha por la vida (expresión que crítica acertadamentecon razones sin duda aceptables para la mayor parte

13 Ibíd. Pág. 27

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de los darvinistas modernos), una y otra vez destacala importancia de la teoría de la selección natural, queseñala como la más significativa del siglo XIX. Lo queencuentra inaceptable y contradictorio es el extremis-mo representado por Huxley en su struggle for existen-ce Manifiesto, y así lo demuestra al calificarlo de “atroz”en susMemorias».

En resumen: de sus estudios de la vida animal infiereKropotkin que, aun cuando se puede probar una luchaentre diferentes especies y hasta entre diferentes gru-pos de la misma especie reinan la armonía y el apoyomutuo, y que precisamente las especies en que se evi-ta la lucha interna y se desarrolla una mayor simpatíay cooperación entre los individuos son las que tienenmás posibilidades de sobrevivir y de lograr un ampliodesarrollo.

El apoyo mutuo resulta así, para él, no en un me-ro desidaratum ético ni una excepción a la regla del«struggle for life» sino un factor de evolución juntoa la lucha y a la competencia. Ahora bien, el hombreno puede ser una excepción dentro del mundo animal,tanto menos cuanto que es un ser indefenso, que só-lo en la ayuda mutua encuentra un medio para sobre-vivir. «Para toda inteligencia identificada con la ideade la unidad de la naturaleza, tal suposición parecerá

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completamente inadmisible. Y, sin embargo, a pesar desu inverosimilitud y su falta de lógica, ha encontradosiempre partidarios. Siempre hubo escritores que hanmirado a la humanidad como pesimistas. Conocían alhombre, más o menos superficialmente, según su pro-pia experiencia personal limitada; en la historia se li-mitaban al conocimiento de lo que nos contaban loscronistas, que siempre han prestado atención princi-palmente a las guerras, a las crueldades, a la opresión;y estos pesimistas llegaron a la conclusión de que lahumanidad no constituye otra cosa que una sociedadde seres débilmente unidos y siempre dispuestos a pe-learse entre sí, y que sólo la intervención de alguna au-toridad impide el estallido de una contiende general»,escribe.14

En el siglo XII Hobbes (a quien por otra parte re-conoce el mérito de haber sido, después de bacón, elprimero que buscó el origen de las ideas morales fue-ra de la religión). Desarrolló la teoría de que la luchacontinúa y sin cuartel de todos contra todos constitu-ye el estado natural de la humanidad, de manera quelos hombres primitivos vivieron en una eterna guerrainterna hasta que el principio de la convivencia pacífi-

14 Ibíd. Págs. 93-94.

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ca les fue impuesto por los sabios y héroes fundadores.Esta teoría de Hobbes, aceptada por muchos darvinis-tas, como Huxley, se basa, sin embargo, según Kropot-kin, en un supuesto que la moderna ciencia etnológi-ca (invoca a Bachofen, Morgan y Taylor, entre otros)desmiente, a saber, en la idea de que los hombres pri-mitivos vivían agrupados sólo en familia nómadas ysolitarias, que eran además, como sucede en el casode muchos carnívoros, limitadas y temporales. Pero lafamilia no aparece, a la luz de la etnología, como unaforma primitiva de organización sino, por el contrario,como un producto tardío de la evolución humana.

Por lo que sabemos, el hombre vivió desde sus orí-genes en grupos semejantes a los rebaños formadospor los mamíferos superiores. Ya Darwin comprendióque los monos solitarios (gorilas, orangután) no pudie-ron haber originados seres antropoides y se inclinabaa suponer que el hombre desciende de alguna especiede monos más débiles, pero necesariamente sociales,como los chimpancés.15

Respecto al hombre prehistórico aduce Kropotkinuna serie de hechos para probar que, ya en el períodoglacial o postglacial, vivía en sociedad. Las cavernas de

15 Ibíd. Pág. 96.

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los valles del Dordogne (Francia) —dice, por ejemplo—sirvieron de refugio al hombre paleolítico, y las vivien-das que en ellas encontramos están dispuestas muchasveces en pisos, de modo quemás se parecen a los nidosde las golondrinas que a las madrigueras de las bestiasde presa; en ellas los instrumentos de sílice son innu-merables. Las construcciones lacustres de Suiza reve-lan que los hombres neolíticos vivían y trabajaban encomún y probablemente en paz.16

Pero, si pasamos a la observación directa de las tri-bus primitivas que, teniendo el mismo nivel de los pue-blos prehistóricos, existen todavía, estas pruebas pue-den multiplicarse.

Kropotkin, utilizando los estudios etnográficos y losrelatos de viajeros y misioneros de su época, estudiaasí los hábitos sociales y normas éticas que rigen la vi-da de algunos de los pueblos menos desarrollados en-tre los hoy existentes: bosquimanos, hotentones, aus-tralianos, papúes, esquimales, aleutas. Y en todos ellospone de relieve la mutua ayuda entre los miembros delclan y de la tribu, el elevado espíritu comunitario, el de-sinterés y la falta de egoísmo, la ternura hacia la prole,la lealtad y la fidelidad a la palabra empeñada. Aun sin

16 Ibíd. Págs. 97-99.

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desconocer hechos como el infanticidio, le antropofa-gia o el precio puesto a la sangre, trata de ubicarlos ensus justos limites y de asignarles su verdadero signifi-cado mediante el estudio de su génesis social.

Destaca particularmente el constante sacrificio quecada individuo se impone en aras del clan y de la tribu,el escaso o nulo sentido de la propiedad privada y elcarácter, más pacífico de lo que generalmente se admi-te, de estos pueblos. Y, en ocasiones, hasta la carenciade autoridad y de gobierno.17

Tratando de establecer un justo medio entre lasopuestas interpretaciones de la vida salvaje que se die-ron entre los escritores europeos del siglo XVIII y losdel XIX, aunquemostrándose un tantomás inclinado alos primeros que a los segundos dice: «En el siglo XVIIIestaba en boga idealizar a los “salvajes” y la “vida enestado natural”. Ahora los hombres de ciencia han caí-do en el extremo opuesto, en especial desde que algu-nos de ellos, pretendiendo demostrar el origen animaldel hombre, pero no conociendo la sociabilidad de losanimales, comenzaron a acusar a los salvajes de todaslas inclinaciones “bestiales” posibles e imaginables. Esevidente, sin embargo, que tal exageración es más an-

17 Ibíd. Págs. 101-124

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ticientífica que la idealización de Rousseau. El hombrecientífico no puede ser considerado como ideal de vir-tud ni como ideal de “salvajismo”. Pero tiene una cuali-dad elaborada y fortificada por las mismas condicionesde su dura lucha por la existencia: identifica su propiaexistencia con la vida de su tribu; y, sin esta cualidad,la humanidad nunca hubiera alcanzado el nivel en quese encuentra ahora».18

«La visión que tiene Huxley del hom-bre primitivo, empeñado en una perpetuavendetta entre individuos y tribus, igualque la hipótesis de Freud de la horda pri-mitiva centrada en torno al padre, ha sidodemostrada completamente falsa por losantropólogos. Desde los tiempos de LewisMorgan hasta el presente, los estudiososdel hombre primitivo han encontrado entodas partes una tendencia a vivir no engrupos familiares sino en conjuntos triba-les en los cuales la ley como tal es desco-nocida, y es reemplazada por un comple-jo sistema de costumbres que asegurar la

18 Ibíd. Pág. 125.

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cooperación y la ayuda mutua. No existeevidencia alguna de que el hombre primi-tivo fuera otra caso más que una especiesocial y, sin duda, los restos de las culturasprimitivas proporcionan abundantes indi-caciones de esta originaria sociabilidad ycooperatividad» (Woodcock — Avakumo-vic, op. cit. págs. 335-336).

Si pasamos del período primitivo al estudio de lospueblos llamados «bárbaros», encontramos, sin em-bargo, que la guerra entre clanes, tribus y nacionesparece constituir el modo de vida habitual entre ellos.Esto confirma, a primera vista, la convicción de los filó-sofos pesimistas, para los cuales los instintos bélicos ypredatorios del hombre, que constituyen la esencia desu naturaleza, sólo pueden ser reprimidos parcialmen-te por una mano dura y por una poderosa autoridad.

Pero en todo este sombrío panorama de la épocabárbara interviene decisivamente, según Kropotkin, lapredilección de los historiadores y los cronistas por laparte dramática de la vida humana, y la tendencia ge-neral de los hombres a poner en relieve los accidentestrágicos y a pasar por alto la multitud de los hechos po-sitivos que constituyen la cotidianidad. «Los poemas

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épicos, las inscripciones de los documentos históricos,tienen el mismo carácter; tratan de las perturbacionesde la paz y no de la paz misma».19

Hace falta, pues, integrar en la historia la otra ca-ra de la humanidad y comenzar a tener en cuenta losnumerosos hechos que revelan las tendencias pacífi-cas del hombre hacia la cooperación y el mutuo apoyo.«Probablemente no esté lejana la época en que se ha-brá de escribir nuevamente toda la historia humana, enun nuevo sentido, tomando en cuenta ambas corrientede la vida humana ya citadas y apreciando el papel quecada una de ellas ha desempeñado en el desarrollo dela humanidad».20

Si por una parte lagunas tribus bárbaras evolucio-naron hacia una desintegración del clan en diversasfamilias, cada una de las cuales intentaba acaparar lariqueza y poder, por otra, hubo asimismo muchas tri-bus (precisamente las que lograron sobrevivir mejor)que, antes la fragmentación en familias, elaboraronuna nueva estructura social, la comuna aldeana, en lacual se elaboró el concepto del territorio común y de latierra adquirida y defendida en común, concepto que

19 Ibíd. Págs. 130-13120 Ibíd. Págs. 131.

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sustituyó al tradicional del ascendiente común. «La tie-rra se identificaba con los habitantes. En lugar de lasuniones anteriores por la sangre crecieron las unio-nes territoriales, y esta nueva estructura evidentemen-te ofrecía muchas ventajas en determinadas condicio-nes. Reconocía la independencia de la familia y hastaaumentaba esta independencia, puesto que la comunaaldeana renunciaba a todo derecho a inmiscuirse en loque ocurría dentro de la familia misma; daba tambiénuna libertad considerablemente mayor a la iniciativapersonal; no era en principio hostil a la unión de per-sonas de origen distinto, y además mantenía la cohe-sión necesaria en los actos y en los pensamientos delosmiembros de la comunidad; y finalmente, era lo bas-tante fuerte para oponerse a las tendencias de dominiode la minoría, compuesta de hechiceros, sacerdotes yguerreros profesionales o distinguidos, que pretendíaadueñarse del poder».21

La comuna aldeana se convirtió así en la célula detoda organización futura y, lejos de ser, como algunoscreyeron, un producto de la servidumbre, se formó an-tes que ésta. No existe en realidad, ningún pueblo queno haya pasado en una época dada por la comuna al-

21 Ibíd. Págs. Pág. 134

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deana, la cual sobrevive, en algunos lugares, hasta elpresente.

Ella no era únicamente una sociedad para asegurara cadamiembro el disfrute de la tierra común sino tam-bién una asociación para el cultivo en común de la tie-rra, para el apoyo mutuo en todas sus formas, para ladefensa de la agresión externa y para el desarrollo in-telectual y moral. Cada decisión militar, jurídica, eco-nómica o pedagógica era tomada por todos en la asam-blea tribal.22

Kropotkin pone de relieve, entre otras cosas, la rela-tiva lenidad del derecho penal de los bárbaros frente ala crueldad del derecho romano y bizantino, la eleva-ción de sus normas morales, la magnitud de las obraspúblicas que realizaron, su tendencia a ampliar paula-tinamente el círculo del parentesco, del clan a la tribu,de la tribu a la federación tribal. Las guerras eran in-eludibles, pero no hay que pasar por alto los esfuerzosque los bárbaros hicieron por conjurarlas o prevenirlas.«En realidad, —dice— el hombre, a despecho de las su-posiciones corrientes, es un ser antiguerrero que, cuan-

22 Ibíd. Págs. 136-142

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do los bárbaros se asentaron finalmente en sus lugares,perdieron rápidamente el hábito de la guerra».23

Aplicando otra vez el método usado antes para estu-diar las instituciones de los salvajes. Kropotkin recurrepara comprender las de los bárbaros (la distinción en-tre «salvajes» y «bárbaros» la toma de Morgan), «alas instituciones de las numerosas tribus que aún vi-ven bajo una organización social que casi es idéntica ala organización de la vida de nuestros antepasados, losbárbaros».24 Examinan así el modo de vida que se desa-rrolla en las comunas aldeanas de los mongoles buri-tianos, como típico de la transmisión de la ganaderíaa la agricultura; el de la kabilas, propio de los pueblosque son ya más propiamente agrícolas; el de los cauca-sianos, donde puede estudiarse el origen de la comunaaldeana no tribal sino compuesta por la unión volunta-ria de familias diferentes y también el origen del feuda-lismo; el de diversas tribus africanas que se sitúan entodos los grados de desarrollo social, empezando porla comuna aldeana y acabando por las monarquías bár-baras; el de los pueblos indígenas de ambas americas,desde los tupíes del Brasil, dedicados al cultivo de ma-

23 Ibíd. Págs. 149.24 Ibíd. Págs. 149.

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dioca y organizados en clanes, que habitan en «casalargas», hasta los arani, que cultivan sus campos encomún, y los ucagas que viven en un régimen de co-munismo primitivo; el de los malayos, entre los cualesel feudalismo no logró desarraigar la comuna aldeana(negaria); el de los indonesios que en Sumatra conser-van, a pesar de la penetración del derecho islámico, lafamilia indivisa (suka) y la comuna aldeana (kohta).25

Propia de la comuna aldeana de los pueblos bárba-ros es una serie de costumbres que contribuyen a laprotección mutua y a la conjunción de las guerras tri-bales. Y en términos generales —concluye Kropotkin—puede afirmarse que «cuanto más completa se ha con-servado la posesión comunal, tanto mejores y más sua-ves con las costumbres».26

En todas partes, cuando la organización tribal se di-solvió por el desmembramiento de los clanes y la apari-ción de la familia, surgió la comuna aldeana, basada enla idea de la tierra en común. Gracias a ella los pueblosbárbaros no se desintegraron en familias dispersas y lo-graron sobrevivir. «bajo la nueva organización se desa-rrollaron nuevas formas de cultivo de la tierra; la agri-

25 Ibíd. Págs. 149-159.26 Ibíd. Págs. Pág. 160.

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cultura alcanzó un nivel que lamayoría de la poblacióndel globo terrestre no ha sobrepasado hasta los tiem-pos presentes; la producción artesana doméstica logróuna elevada perfección. La naturaleza salvaje fue ven-cida; se practicaron cominos a través de los bosquesy pantanos, y el desierto se pobló de aldeas, brotadascomo enjambres de las comunes maternas. Los mer-cados, las ciudades fortificadas, las iglesias, crecieronentre los bosques desiertos y las llanuras. Poco a pocoempezaron a elaborarse las concepciones de unionesmás amplias, extendidas a tribus enteras y a gruposde tribus, diferentes por su origen. Las viejas concep-ciones de la justicia, que se reducían simplemente ala venganza, de modo lento sufrieron una transforma-ción profunda, y el deber de reparar el perjuicio produ-cido ocupó el lugar de la idea de venganza. El derechocomún, que hasta ahora sigue siendo ley de la vida co-tidiana para las dos terceras partes de la humanidad, sino más, se elaboró poco a poco bajo esta organizaciónlo mismo que un sistema de costumbres que tendíanque prevenir la opresión de las masas por la minoría,cuyas fuerzas crecían a medida que aumentaba la po-sibilidad de acumulación de riqueza. Tal era la nueva

27 Ibíd. Págs. 160-161.

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forma en que se encauzó la tendencia de las masas alapoyo mutuo».27

Durante los primeros siglos de la Edad Media, lastribus bárbaras habían caído bajo la égida de mil re-yezuelos y parecían destinadas a constituir una seriede Estados despóticos, a la manera de las monarquíasque al presente existen en África. Sin embargo, toma-ron un rumbo enteramente opuesto. Después de haberfortificado sus aldeas hasta convertirlas en burgos yciudades, se encaminaron a la misma dirección que lasciudades de la antigua Grecia. «Con unanimidad quenos parece ahora casi incomprensible, y que durantemucho tiempo realmente no ha sido observada por loshistoriadores, las poblaciones urbanas, hasta los bur-gos más pequeños, comenzaron a sacudir el yugo delos señores temporales y espirituales. La villa fortifica-da se rebeló contra el castillo del señor feudal: prime-ramente sacudió su autoridad, luego ataco el castillo, yfinalmente lo destruyó. El movimiento se extendió deuna ciudad a otra, y en breve tiempo participaron deél todas las ciudades europeas».28

Para Kropotkin, la ciudad libremedieval, que no pro-viene directamente del «municipium» romano, como

28 Ibíd. Págs. 171-172.

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cree Savigny, sino más bien de la comuna aldea de losbárbaros, constituye la expresión quizás más acabadade la libre convivencia y del espíritu del apoyo mutuo.

«En cada ciudad pequeña, en cualquierparte donde los hombres encontraban opensaban encontrar cierta protección traslas murallas de la ciudad, ingresaban enlas “conjuraciones” (co-jurations), “her-mandades”, “amistades” (amicia), unidospor un sentimiento común, e iban atrevi-damente al encuentro de la nueva vida deayuda mutua y libertad. Y lograron reali-zar sus aspiraciones tanto que en trescien-tos o cuatrocientos años cambió por com-pleto el aspecto mismo de Europa. Cubrie-ron el país de ciudades, en las que eleva-ron edificios hermosos y suntuosos queeran expresión del genio de las uniones li-bres de hombres libres, edificios cuya be-lleza y expresividad aún no hemos supe-rado. Dejaron en herencia a las generacio-nes siguientes, artes y oficios completa-mente nuevos, y toda nuestra educaciónmoderna con todos los éxitos que ha ob-

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tenido y todos los que se esperan en lo fu-turo, constituyen solamente un desarrolloulterior de esta herencia. Y cuando ahoratratamos de determinar qué fuerzas pro-dujeron estos grandes resultados, los en-contramos no en el genio de los héroesindividuales ni en la poderosa organiza-ción de los grandes Estados, ni en el talen-to político de sus gobernantes, sino en lamisma corriente de ayuda mutua y apoyomutuo cuya obra hemos visto en la comu-na aldeana, y que se animó y renovó enla Edad Media mediante un nuevo génerode uniones, las guindas, inspiradas por elmismo espíritu, pero que se había encau-zado ya en una nueva forma».29

La época que los historiadores suelen denominar “elsiglo de Hierro”, esto es, el siglo X, constituye precisa-mente para kropotkin, junto con el siglo XI, el períodode la historia que «sirve de mejor confirmación de lasfuerzas creadoras del pueblo», porque en tal períodolas aldeas fortificadas y los burgos mercantiles empe-

29 Ibíd. Pág. 172.

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zaron a librarse del yugo feudal y a elaborar paulatina-mente su futura organización de ciudades libres. Esteproceso de liberación avanzó mediante una larga seriede acciones en las que se revelaban la fidelidad a la em-presa común de una multitud de héroes desconocidos,salidos de las masas populares.30

El movimiento de la «paz de Dios» (tregua Dei) fuepromovido por estas mismas masas —opina Kropot-kin (apoyándose en historiadores como Vitalis)— conel objeto de limitar las interminables guerras surgidasentre los nobles por venganzas de sangre, y nació jus-tamente en las ciudades libres, donde los obispos y losciudadanos procuran extender a los nobles la paz queellos había conquistado para sí en el ámbito urbano.31

Aun el Renacimiento del siglo XII, con el arte des-lumbrante de sus catedrales y su movimiento filosófi-co, que no sin razón Kropotkin (siguiendo a N. Kosto-marof, pero de acuerdo también con muchos notablesmedievalistas) denomina «racionalista», se inicia cu-nado la mayor parte de las ciudades no eran sino aglo-meraciones de pequeñas comunas aldeanas, rodeadas

30 Ibíd. Págs. 174.31 Ibíd. Págs. 176.

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por una muralla que se convirtieron entonces en co-munas independientes.32

Pero estos incipientes centros de libertad y comuna-lismo que eran las ciudades libres, debido a la crecien-te división del trabajo y al incremento del comercioexterior, se vieron obligados a unirse entre sí en las«guildas».

Sesenta años de estudios históricos —anotaKropotkin— han llevado a la idea de la universalidadde las «guildas» (J. M. Lambert, Two Thousand Yearsof Guiad Life — Hull — 1891); extendidas en Rusia(Drúzhetva, minne, artiél), en Servia y Turquía (snaf),en Georgia (amkari), etc., hoy se ha determinado surelación con los antiguos «collegia romana» y conlas uniones, más antiguos todavía, de Grecia y de laIndia.

Entre los navegantes que emprendía un viaje en unanave, entre los artesanos (albañiles, carpinteros, pica-pedreros, etc.), que trabajan en la construcción de unacatedral, etc., se formaban hermandades (guilda, artiél,etc.), a pesar de que cada uno de los miembros perte-

32 Ibíd. Págs. 177.

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necía también a una ciudad y aun gremio o corpora-ción.33

Los miembros de una guilda se consideraban herma-nos. Si uno de ellos perdía su casa por un incendio osu barco por un naufragio; su padecía cualquier nece-sidad o penuria en un viaje, todos los demás miembrosdebían acudir en su ayuda; si enfermaba de gravedad,dos miembros debían asistirle de continuo; si moría,debían acompañarlo a la iglesia y, de ser necesario, ha-cerse cargo de sus hijos. Todos eran iguales. Juraban ol-vidar los conflictos tribales anteriores y acordaban nodejar nunca que las riñas surgidas entre ellos pasarana ser enemistades familiares y dieran lugar a la ven-ganza de la sangre. Todos apoyaban a cada uno en losconflictos judiciales y en los pleitos con personas aje-nas. La guilda prolongada así al antiguo clan. Era, entodo caso, mucho más que una mera asociación parala comida en común o para la celebración de una fiestareligiosa, como algunos historiadores pretendieron.34«Respondía a una necesidad hondamente arraigada enla naturaleza humana; reunía en sí todos aquellos atri-butos de que posteriormente se apropió el Estado por

33 Ibíd. Págs. 178.34 Ibíd. Págs. 179-184

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medio de su burocracia y su policía, y aún mucho más.La guilda era una asociación para el apoyo mutuo “dehecho y de consejo”, en todas las circunstancias y entodas las contingencias de la vida; y era una organiza-ción para el afianzamiento de la justicia, diferencián-dose del gobierno, sin embargo, en que en materia dejuicio introducía un elemento humano, fraternal, en lu-gar del elemento formal, que era el rasgo esencial ca-racterístico de la intromisión del Estado. Hasta cuandoel hermano de la guilda aparecía ante el tribunal de lamisma, era juzgado por personas que lo conocían bien,estaban a su lado en el trabajo común, y juntos cum-plían toda clase de deberes fraternales; respondía antehombres que eran sus iguales y sus hermanos verdade-ros, y no ante teóricos de la ley o defensores de ciertosintereses ajenos».35

Las guildas satisfacen, por una parte, las necesida-des sociales y cooperativas del hombre, y, por otra, res-petaban la libertad individual. Esto hizo que pronto seextendieran y fortalecieran. La única dificultad consis-tía en encontrar el modo de que las federaciones deguildas no colidiasen con las federaciones de comunas

35 Ibíd. Págs. 184.

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aldeanas sino que se unieron a éstas formando un com-plejo armónico.

Esto se logró en la ciudad libre, la cual fue en reali-dad producto de una doble federación: de comunes al-deanas y de guildas.36 No sin razón un defensor delantiguo orden como Guilbert de Nogent, decía, refi-riéndose a la comuna como juramente de ayuda mu-tua (mutui adjutoris conjueratio), que era «una pala-bra nueva y detestable», pues «gracias a ella, los sier-vos (capite sensi) se liberan de toda servidumbre; gra-cias a ella, se liberan del pago de las contribucionesque generalmente pagaban los siervos».37

Las comunas liberadas de los señores feudales te-nían su propia administración; no eran partes «autó-matas» de un Estado, sino más bien Estado indepen-dientes, regidos, en la mayoría de los casos, por unaasamblea popular (forum.) Muchas veces, sin embargo,el poder político pasaba a algunas familias de nobles ocomerciantes o era usurpado por ellas, como sucedía,por ejemplo, en Italia y en Europa Central. Pero aun enestos casos se conservaba los principios fundamenta-les que habían originado la comuna, la vida interna de

36 Ibíd. Págs. 184-185.37 Ibíd. Págs. 185.

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la ciudad y el carácter democrático de las relacionessociales cambiaban muy poco. Esta contradicción seexplica por el hecho de que la ciudad medieval no eraun Estado centralizado y, más aún, durante los prime-ros siglos de su historia casi no merecía el nombre deEstado en lo referente a su organización interna. Cadagrupo conservaba su soberanía.38

En realidad, se puede decir que era por su propia na-turaleza una doble federación; de jefes de familia, uni-dos en ligas territoriales (calle, parroquia, etc.), y deindividuos, unidos en guildas, según sus profesiones.Por la primera, la ciudad derivaba de la comuna aldea-na; por la segunda, aparecía como producto del creci-miento provocado luego por nuevas condiciones.39 Lafinalidad precipua de esta sociedad «sui generis» queera la ciudadmedieval consistía en asegurar la libertad,la independencia administrativa y la paz, sobre la basedel trabajo común de las guindad artesanas. No era enmodo alguno una mera asociación destinada a salva-guardar ciertas libertades políticas sino más bien unatentativa de organización social a partir del principiode la ayuda mutua para el consumo, la producción y,

38 Ibíd. Págs. 186-187.39 Ibíd. Págs. 188.

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en general, para la vida en común, sin sujeción a nin-guna superestructura propiamente estatal sino, por elcontrario, dejando la máxima libertad al genio creadorde cada grupo, en el terreno de las artes, los oficios, laciencia, el comercio y la organización política.40

En tal organización, cada oficio hacía una cuestiónde amor propio del ofrecer mercancías de buena cali-dad y consideraba que las fallas técnicas o las adulte-raciones de las mismas afectaban a toda la comuna, alsocavar la confianza pública. «De tal modo, la produc-ción era un deber social y estaba puesta bajo el controlde todas la amitas —de toda la hermandad—, debido alo cual el trabajo manual, mientras existieron las ciu-dades libres, no podía descender a la posición inferiora la cual, a menudo, llega ahora».41

En general, las asociaciones gremiales y las guildaspresentaban una estructura bastante más igualitariade lo que a primera vista podría parecer. En efecto,sin bien la diferencia entre maestro y aprendiz o entremaestro y medio oficial se dio desde el inicio de las ciu-dades libres, al comienzo dicha diferencia lo era sólode esa edad y pericia técnica, no de autoridad y rique-

40 Ibíd. Págs. 189-193.41 Ibíd. Págs. 200-201.

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za; únicamente hacia el fin de la Edad Media, cuandoel poder real había destruido ya las guindad y las ciu-dades libres, fue posible llegar a maestro de un gremiopor herencia o en virtud de la riqueza adquirida.42

En los primeros tiempos no existía un régimen de sa-lariado propiamente tal dentro de las ciudades libres ylos artesanos no alquilaban su trabajo a patronos par-ticulares sino que trabajaban para la guilda y para laciudad. Pero inclusive cuando, en la baja Edad Media,empezaron a trabajar para un patrón individual, el sa-lario que percibía era muy superior al que se pagaba alos obreros industriales en el siglo XIX. Basándose enThorold Rogers (Six centurias of wages; The economicalinterpretation of history), para Inglaterra, y en Schö-berg y Falke (Geschichtliche Statistik), para Europa con-tinental, Kropotkin brinda significativos datos sobreel monto de los salarios en la época. Esto lo mueve aexclamar: «Realmente cuanto más estudiamos las ciu-dades medioevales, tanto más nos convencemos quenunca el trabajo ha sido tan bien pagado y ha gozadodel respeto general como en la época en que la vidade las ciudades libres se hallaban en un punto máximode desarrollo. Más aún. No sólo muchas aspiraciones

42 Ibíd. Págs. 201.

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de nuestros radicales modernos habían sido realizadosya en la Edad Media, sino que hasta mucho de los queahora se considera utópico se aceptaba entonces comoalgo completamente natural».43

Para los hombres de la Edad Media (cita una orde-nanza de Kuttenberg), el trabajo no sólo era digno derespeto y de buena retribución sino que además debíaser agradables para quien lo realizaba. Esta idea era laque hacía injustificables el ocio y la pereza.

Por otra parte, las comunas libres y las guildas ha-bían sabido limitar, con cabal sentido de las fuerzashumanas, la jornada de trabajo. Fernando I estableció,siguiendo por lo demás una vieja tradición, que la jor-nada del minero no podía pasar de ocho horas y queel sábado valía por media jornada.

En Inglaterra, anota, siguiendo a Rogers, no se tra-bajan más de 48 horas semanales en el siglo XV. El se-miferiado del sábado, quemuchos creen una conquistamoderna, era en realidad una institución medieval. Al-gunos críticos consideran, sin duda, ingenuos o, al me-nos, exagerados, los juicios de Kropotkin sobre la co-muna y el trabajo en el medioevo (Cfr. Álvarez Junco,Introducción a panfletos revolucionarios de Kropotkin—

43 Ibíd. Págs. 202.

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Madrid — 1977 — pág. 26), pero no se puede negar quese basan en fuentes históricas serias y, por lo general,dignas de fe.

Otro fenómeno corriente durante la Edad Mediaeran los congresos de trabajadores. Encontramos asíque, en ciertas regiones de Alemania, los artesanos deun determinado oficio que habitaban en diferentes ciu-dades, se reunían por lo general cada año, a fin de trataproblemas propios del gremio.44

Después de muchos años de dura lucha por conser-var su libertad, las ciudades libres sucumbieron y fue-ron sometidas al poder real: apareció el Estado centrali-zado propio de la Edad Moderna y resurgió el derechoRomano. «Durante dos o tres siglos, los jurisconsul-tos y el clero comenzaron a enseñar desde el púlpito,desde la cátedra universitaria y en los tribunales, quela salvación de los hombres se encuentra en un Esta-do fuertemente centralizado, sometido al poder semi-divino de uno o de pocos; que un hombre puede y debeser el salvador de la sociedad, y en nombre de la salva-ción pública puede realizar cualquier acto de violen-cia; quemar a los hombres en las hogueras, matarlos

44 Ibíd. Págs. 203.

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con muerte lenta en medio de torturas indescriptibles,sumir provincias enteras en la miseria abyecta».45

De esta manera, el concepto de la sociedad se trans-formo radicalmente al iniciarse la época moderna. Pe-ro no por eso desapareció de las masas populares la co-rriente de la ayuda mutua: aún después de la derrotade las ciudades libres siguió influyendo. Y pronto, conla prédica comunista y libertaria de algunos reforma-dores (se refiere, en particular, a las huitas y los anab-ptistas), surgió nuevamente con poderoso empuje.46

Es verdad que la Épocamoderna, que se inicia con laabsorción de todas las funciones sociales por parte delEstado, al promover el desarrollo de un estrecho indi-vidualismo («a medida que los deberes del ciudadanohacia el Estado se multiplican, los ciudadanos eviden-temente se liberan de los deberes hacia otro»), pare-ce esencialmente ajena a la tendencia hacia el apoyomutuo, ya que en ella se impone por doquier «la afir-mación de que cada uno puede y debe procurarse supropia felicidad, sin prestar atención alguna a las ne-cesidades ajenas».47 Por eso, parecería intento vano el

45 Ibíd. Págs. 225-226.46 Ibíd. Págs. 230-231.47 Ibíd. Págs. 233.

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buscar instituciones de apoyomutuo en ese período. Y,sin embargo, aún hoy, a pesar de la acción deletérea delEstado y del poder, —sostiene Kropotkin— «en cuantoempezamos a examinar cómo viven millones de sereshumanos y estudiamos sus relaciones cotidianas, nosasombra, ante todo, el papel enorme que desempeñanen la vida humana, aún en la época actual, los princi-pios de ayuda y apoyo mutuo».48

Y ello no podría dejar de ser así, —agrega— porquesi tales principios dejaran de actuarse, no sólo se inte-rrumpiría en seguida cualquier ulterior progreso mo-ral de la Humanidad, sino que ni siquiera está podríasobrevivir más allá de una generación.

En primer término —hacer notar— la comuna aldea-na continúa existiendo en gran medida, pese a los es-fuerzos hechos por el Estado y por los gobiernos cen-trales (republicanos o monárquicos) para terminar conella.49 Al examinar en detalla tal pervivencia a travésde diferentes regiones de Europa, intenta demostrar,contra lo que sostiene los economistas burgueses yaun muchos socialistas, que la comuna aldeana en nin-guna parte se extinguió voluntariamente y que sus ins-

48 Ibíd. Págs. 234.49 Ibíd. Págs. 235-241.

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tituciones «responder tan bien a las necesidades y con-cepciones de los que cultivan la tierra que, a pesar detodo, Europa, hasta en la época presente, está aún cu-bierta de supervivencias vivas de las comunas aldeas, yen la vida aldeana abundan aún hoy hábitos y costum-bres cuyo origen se remonta al período comunal».50

Por otra parte, después de la destrucción de las guil-das, surgieron y siguen desarrollándose en las ciuda-des las uniones obreras, que continúan su espíritu mo-ral y cumplen dentro de la sociedad moderna una fun-ción análoga a la de aquéllas en el Medioevo.51

En Inglaterra, ya durante el siglo XVIII las unio-nes obreras comenzaron a constituirse y reconstituir-se constantemente. Ni las duras leyes anti-gremialesde 1797-1799 lograron detener su surgimiento y desa-rrollo. Aprovechando el menor descuido de la vigilan-cia, los obreros se ligaban entre sí y constituían pordoquiera uniones gremiales, bajo la apariencia de so-ciedades de amigos, clubes de entierro o hermandadessecretas. La derogación de la ley que prohibía las unio-nes (Combinations Laws), en 1825, hizo que en todaslas ramas de la producción surgieran asociaciones gre-

50 Ibíd. Págs. 241.51 Ibíd. Págs. 265-268.

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miales y federaciones a nivel nacional, de tal modo queel gran promotor del socialismo inglés de la época R.Owen, logró reunir en pocos meses dentro de la «GranUnión Consolidada Nacional» no menos de medio mi-llón de afiliados. En 1830 las persecuciones volvieron aarreciar y, tras una serie de condenas feroces, aquellaUnión Nacional fue disuelta y el proyecto acariciadopor Owen de una «Unión Internacional» debió ser ar-chivado. Y, sin embargo, pese a la increíble saña anti-obrera del gobierno y de los patronos industriales, lasuniones volvieron a renacer ya desde 1841, sin cesarhasta el presente, y después de un siglo de lucha, con-quistaron el derecho de formar parte de las uniones.Al comenzar el siglo XX —anota Kropotkin, que ha se-guido en esto sobre todo los trabajos Sydney y Beatri-ceWebb— pertenecían a dichas uniones obreras (tradeunions) no menos de un millón y medio de trabajado-res, es decir, casi la cuarta parte de los que tenía ocupa-ción fija.52 En cuanto a los demás países industrializa-dos, el gremialismo obrero fue perseguido como con-juración durante casi todo el siglo XIX: en Francia sólose permitió la formación de sindicatos con más de die-cinueve miembros en 1884. Pero, a pesar de todo, los

52 Ibíd. Págs. 268-270

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sindicatos se han extendido por todas partes, aunquea menudo han debido de tomar la forma de socieda-des secretas. Y conste que el pertenecer a un sindicatono es cosa fácil, advierte Kropotkin, que ha participa-do ya en innumerables conflictos gremiales. Ello exigeal obrero sacrificios importantes en tiempo, dinero ytrabajo, implica el riesgo de la cesantía y del hambrey por, añadidura, el peligro de las persecuciones po-liciales y judiciales. «Además, el unionista tiene querecordar continuamente la posibilidad de huelga, y lahuelga —cuando se ha agotado el limitado crédito que-dan el panadero y el prestamista, la entrega del fondode huelga no alcanza para alimentar a la familia— traeconsigo el hambre de los niños. Para los hombres queviven en estrecho contacto con los obreros, una huel-ga prolongada constituye uno de los espectáculos quemás oprimen el corazón; pero esto fácilmente puedeimaginarse que significa aun ahora en las partes nomuy ricas de la Europa Continental.Continuamente,aun en la época presente, la huelga termina con la rui-na completa y la emigración forzosa de casi toda lapoblación de la localidad en cuestión; y el fusilamien-to de los huelguistas por la menos causa, y hasta sin

53 Ibíd. Págs. 270-271.

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causa alguna, aun ahora constituye el fenómeno máscorriente en la mayoría de los Estados europeos».53

Pese a todo esto, cada año se producenmiles de huel-gas, entre las cuales no son las menos importantes lasllamadas «huelgas solidarias», en defensa de los com-pañeros despedidos o de los derechos sindicales. Laprensa reaccionaria suele hablar en tales ocasiones de«intimidación»; quienes comparten la vida y los idea-les de los huelguistas —bien se ve que Kropotkin hablaaquí de sus personales experiencias— quedan siempreadmirados de la solidaridad y de la ayuda mutua quereina entre ellos.54

La abnegación, el espíritu de sacrificio, el heroísmo,en suma, son, por otra parte, rasgos muy frecuentes entodas las manifestaciones del movimiento obrero orga-nizado en todo el mundo. «He visto —testimonia nues-tro príncipe anarquista con conmovido acento— cómofamilias que vivían sin saber si tendrían un trozo depan al día siguiente, boicoteando el esposo en todaspartes, en su pequeña ciudad, por su participación enun diario, y la esposa manteniendo a la familias consu trabajo de aguja, prolongaban semejante situaciónmeses y años hasta que, por último, la familia agota-

54 Ibíd. Págs. 272.

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da se retiraba, sin una palabra de reproche, diciendoa los nuevos compañeros: “continúen, nosotros ya notenemos fuerza para resistir”. He visto hombres quemorían de tisis y lo sabían y, sin embargo, comían ba-jo la llovizna helada y la nieve para organizar mítinesy ellos hablaban en los mítines hasta pocas semanasantes de su muerte, y por último, al ir al hospital, nosdecían: “Bueno, amigos, mi canción ha terminado: losmédicos me han decidido que me quedan sólo pocassemanas de vida. Digan a los camaradas que me ha-rán feliz si alguno viene a visitarme”. Conozco hechosque serían considerados “una idealizado” de mi parte,si los refiriera a mis lectores; y hasta los nombres mis-mos de estos hombres apenas son conocidos más alládel círculo estrecho de sus amigos, y serán pronto ol-vidados cuando éstos también dejen de existir».55

Con el tono emotivo de quien se enfrenta a una gran-deza moral tanto más admirable cuanto más anónima,concluye: «En suma, no se qué admirar más: si la ilimi-tada abnegación de estos pocos o la suma total de laspequeñas manifestaciones de abnegación de las masasconmovidas por el movimiento. La venta de cada de-cena de números de un diario obrero, cada mitin, cada

55 Ibíd. Págs. 273.

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centenar de votos ganados a favor de los socialistas enelecciones son el resultado de una masa tal de energíay sacrificios de que los que están fuera del movimientono tienen ni siquiera la menor idea. Todo el progresorealizado por nosotros en el pasado es el resultado deltrabajo de unos hombres de una abnegación semejan-te».56

La corriente de la ayuda mutua no se circunscribe,en el seno de la sociedad moderna, sin embargo, el mo-vimiento obrero y socialista propiamente dicho. Kro-potkin se ocupa, por eso, luego del cooperativismo yde sus variantes: las sociedades de amigos (friendly so-cieties), las uniones de bromistas (odd-fellows), las so-ciedades de socorros mutuos para sufragar la asisten-cia médica, el sepelio o la adquisición de ropa, y otrasasociaciones por el estilo, sin olvidar, por cierto, las so-ciedades de salvamento, o de las que trata largamente,los clubes de distracción, o esparcimiento, de investi-gaciones científicas, con finalidades pedagógicas y de-portivas, los clubes alpinos, la unión para la protecciónde la caza (jadschutzverein) y la Sociedad OrnitológicaInternacional, las millones de asociaciones artísticas y

56 Ibíd. Págs. 273.

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literarias.57 «Todas estas asociaciones, sociedades, her-mandades, uniones, institutos, etc., que se pueden con-tar por decenas de miles en Europa solamente, y ca-da una de las cuales representa una masa enorme detrabajo voluntario, desinteresado, impago o retribuidomuy probablemente —se pregunta al fin Kropotkin—¿no son todas ellas manifestaciones, en forma infini-tamente variadas, de aquella necesidad, eternamenteviva en la humanidad, de ayuda y apoyo mutuo?».58

Aunque desde los comienzos de la Época Modernase haya tratado de impedir el apoyo mutuo de los hom-bres hasta en el campo artístico, literario o educativo,de manera que las asociaciones sólo eran posibles bajola égida del Estado o de la iglesia o como sociedadessecretas, hoy —dice— quebrante ya la oposición esta-tal, éstas surgen por doquier, cubren todas las ramasde la actividad humana y su expansión contribuyo ala superación de las barreras internacionales erigidaspor los Estados.

Tratando de fundamentar en la teoría de la evolu-ción una idea que encontramos ya en Mencio (aunquesin mencionarlo y tal vez sin conocerlo), dice Kropot-

57 Ibíd. Págs. 276-282.58 Ibíd. Págs. 283.

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kin: «Tal es la esencia de la psicología human. Mien-tras los hombres no se han embriagado con la luchahasta la locura, no pueden oír pedidos de ayuda sinresponderlos. Al principio se habla de cierto heroísmopersonales y tras del héroe sienten todos que debenseguir su ejemplo. Los artificios de la mente no pue-den oponerse al sentimiento de ayuda mutua, pues es-te sentimiento ha sido educado durante muchos milesde años por la vida social humana y por centenaresde miles de años de vida prehumana en las socieda-des animales».59 (Cfr. R. Altamira, El apoyo mutuo —«Solidaridad» — Montevideo — 1912 — en V. Muñoz,Antología ácrata española — Barcelona — 1974 — págs.12-18).

Al resumir toda su vasta investigación biológica ehistórica, llega así a las siguientes conclusiones:

1. Entre los animales, la mayoría de las especiesvive en sociedad. La ayuda mutua es para ellosla mejor arma en la lucha por la existencia (to-mando esta expresión darviniana en su sentido,amplio, como la lucha contra las condiciones ad-versas), de tal modo que precisamente aquellas

59 Ibíd. Págs. 278.

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especies en las que la lucha entre los individuosha sido reducida al mínimo y la ayuda mutuallevada al máximo son las que más alto desarro-llomental alcanzan y las quemás probabilidadestienen de sobrevivir.

2. Los hombres, ya en la aurora del Paleolítico, vi-vían agrupados en clanes y tribus. Los salvajesde nuestros días, que en cierta medida prolon-gan las costumbres e instituciones de aquella re-mota edad, practican por lo general una especiede comunismo primitivo, donde el fruto de la la-bor de cada uno es de todos y donde el trabajode todo.

3. Los pueblos llamados «bárbaros» desarrollaronla comuna aldeana. Una nueva serie de usos, cos-tumbres e instituciones, que a veces perduraronhasta nuestros días, surgió en consecuencia dela posesión común de la tierra, testimoniando lafuerza del apoyo mutuo en estos pueblos.

4. Durante la Edad Media, nuevas necesidades exi-gieron la creación de las ciudades libres, que es-taban tejidas con una doble trama: la de las co-munas (unidades territoriales) y de las guindad

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(unidades laborales). Artes, oficios, ciencias flo-recieron allí sobre la base de la libertad y de laayuda mutua.

5. En la Edad Moderna, la aparición de los Estadosnacionales, formados según el modelo de la Ro-ma imperial, acabó violentamente con las insti-tuciones medievales del apoyomutuo, sometien-do toda la vida de los hombres a la autoridaddel Estado. Este, sin embargo, fracasó en su pro-pósito de ser el único principio aglutinante. Denuevo, la universal tendencia de los hombres ala ayuda mutua y su necesidad de unirse direc-tamente entre sí hicieron florecer una ínfima va-riedad de sociedades que tiene a cubrir todas lasformas de la vida y de la actividad humana.

Cuando se considera la obra de Kropotkin en su to-talidad no se puede menos de admirar el ingente es-fuerzo teórico que supone en él la búsqueda de fun-damente filosóficos para su doctrina social y para suacción revolucionaria. Este esfuerzo teórico no se en-camina, como en Marx o en Bakunin, por los caminosde la filosofía germánica. Nada tiene que ver con He-gel ni con Kant, y ni siquiera toma muy en serie a laizquierda hegeliana y a Feuerbach.

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La formación de Kropotkin en disciplinas científico-naturales, como la geología y la geografía física, yel clima de cerrada reacción anti-hegeliana y anti-metafísica, propio de los ambientes intelectuales quefrecuenta en Rusia y en Europa Occidental, explicansu posición filosófica, que llega a veces a ser venera-ción acrítica de la ciencia y absolutización ingenua desus resultados, siempre provisorios y parciales.

La carencia de toda actitud dialéctica hace que labúsqueda de un fundamente para la ética y la filosofíasocial se concrete en un esfuerzo por establecer unaperfecta continuidad entre el hombre como portadorde los valores morales y la naturaleza animal, y, entérminos generales, entre biología e historia. En esteproceso, si bien es cierto que la historia se «naturali-za», también es verdad que, hasta cierto punto, la na-turaleza se «humaniza».

Kropotkin no concibe, sin embargo, la posibilidadde que, dentro de una fundamental unidad cósmicapueda establecerse una contradicción entre la natura-leza biológica y la naturaleza social o entre vida y es-píritu. La unidad naturaleza-hombre es entendida porél como continuidad plena de desarrollo en el senti-do evolucionista darviniano del término, es decir, enun sentido estrictamente mecanicista, según el cual se

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excluye por principio la aparición de toda verdadera«novedad» en el seno de lo real.

Todo el proyecto teórico de Kropotkin se reduce poreso a combatir una determinada interpretación del dar-winismo y de la doctrina de la «struggle for life», cuyofruto es el llamado «darwinismo social».

Por una parte, puede decirse que Kropotkin es más«darvinista» que Darwin, en cuanto éste no pretendiónunca proponer una teoría omniexplicativa de la natu-raleza (Cfr. H. Becker — H. E. Barnes, Social Thoughtfrom Lore to Sciencie - New York — vol. 2 — pág. 701).En Darwin, como dicen A. M. Bonanno y V. Di Maria«cada proposición es considerada desde todos los pun-tos de vista y formulada siempre con una notable re-serva dubitativa». (Prefazione a la Ética de Kropotkin— Catania — 1969 — pág. 9).

El cientificismo y el materialismo mecanicista queconstituyen el fondo del pensamiento de Kropotkin lollevan a oponerse al puro evolucionismo positivista deSpencer (con el concepto de «lo incognoscible» y suadmisión del «ignoramus et ignorabimus»), y lo incli-nan en cambio al dogmatismo de Haeckel, para el cual,«evolución es, de ahora en adelante, la palabra mágicacon la que podemos aclarar o al menos tratar de aclarar

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todos los misterios que nos rodean (cit. por Bonannoy Di María)».

Tal alineación hacia las posiciones del autor de laNaturliche schönpfungsgeschichte y tal rechazo del ag-nosticismo presente en los First Principles, por una par-te lo separan radicalmente de toda contaminación teo-lógica y metafísica, pero por otra lo hacen incurrir enuna nueva (e inconciente) metafísica naturalista.

Esto no obstante, en su lectura deDarwin, logró Kro-potkin una visión más aguda y comprensiva que Spen-cer. En efecto, mientras para éste el factor único de laevolución es la «struggle for life», Kropotkin encuen-tra y demuestra que Darwin, junto al principio de lu-cha, admite igualmente el de la ayuda mutua como de-terminante de la supervivencia. Mientras en El origende las especies dice que «de la guerra de la naturale-za, de la carestía y de la muerte deriva directamente elobjeto más elevado que se puede concebir, a saber, laproducción de los animales superiores», en El origendel hombre declara que estaría orgulloso de descenderde aquel monito «heroico» que expuso su vida parasalvar la de su guardián o de aquel viejo babuino que,bajando de un monte, arrebato a un joven individuode su especie de las garras de una jauría.

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Aunque Darwin no llega a determinar el valor rela-tivo de estos principios, el de lucha y el de cooperacióno ayuda, como factores de evolución, resulta claro quelos considera a ambos como tales factores.

Huxley, en cambio, lo mismo que Spencer, insisteen la «struggle for life» como principio único y uni-versal, y a través de su célebre Manifiesto, como antesdijimos, sostenía que dicho principio es causa única dela supervivencia del más apto (survival of the fittest).La influencia de Malthus, ciertamente presente en elpensamiento del mismo Darwin, se hace dominanteen Huxley.

Ahora bien, es precisamente el maltusianismo consu escuela de pesimismo biológico y económico-social,lo que Kropotkin, como antes Marx y casi todos lossocialistas no podías aceptar.

Como evolucionista darviniano no deja de acoger elprincipio de la lucha, pero se esfuerza en interpretar-lo en un sentido muy amplio, sosteniendo que 1. º) lalucha no se da tanto dentro de cada especie como en-tre una especie y otra, 2. º) la lucha de cada especie es,sobre, todo, contre el medio físico y el ambiente hostil.

En todo caso, la cooperación y la ayuda mutua cons-tituyen un principio aún más general que la lucha. Talprincipio se da ante todo dentro de cada especie, pero

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con frecuencia se extiende a otras, más o menos afi-nes o remotas. Para Kropotkin son precisamente lasespecies que han desarrollado en alto grado la coope-ración y el apoyo recíproco entre los individuos quelas integran las que mejores se adaptan, las que másposibilidades tienen de sobrevivir e, inclusive, las quedesarrollan una mayor inteligencia.

Tales afirmaciones, que, como vimos, se esfuerza endemostrar con gran acopio de datos zoológicos y an-tropológicos, no han sido confirmadas absolutamentey en todos sus aspectos por la investigación científicaposterior, pero recientes estudios de ecólogos, etólo-gos y antropólogos parecer apoyarla, con algunas limi-taciones y reservas, en contra de la opuesta posiciónhuxleyana.

T. Dobzhansky, profesor de zoología en la Universi-dad de Culumbia, en su libro Las bases biológicas de lalibertad humana (Buenos Aires — 1957— pág. 58), resu-me así la cuestión: «Kropotkin, como biólogo aficiona-do que era, fue poco crítico para algunas de las pruebasque citó para apoyar sus opiniones, encontrando, porlo tanto, poca acogida entre los biólogos. Sin embar-go otros autores, especialmente Alee y Ashley Mon-tagu en los últimos años, han revisado y moderniza-do los conceptos de Kropotkin. Esta nueva versión es

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más bien compatible que contradictoria con la moder-na teoría de la selección natural. En efecto, la afirma-ción de que “la naturaleza es roja en el diente y en lagarra”, según la cual cada individuo tiene solamente laalternativa de “comer o ser comido” es tan infundadacomo el concepto sentimentalista de que todo es dulzu-ra y luz en la no corrompida naturaleza. Un individuotan resentido que siempre pelea con todo el mundo, ovive solo o aislado, evidentemente no es el fenómenomás frecuente dentro de una especie. El trabajo de losecólogos modernos cada día otorga mayor importan-cia a las comunidades de individuos de la misma es-pecie y a las asociaciones de individuos de diferentesespecies, como unidades naturales. Si la especie ha desobrevivir, es, en verdad, necesaria algunas coopera-ciones, especialmente entre los animales».

Sin mencionar trabajos como los de C. H. Wadding-ton (Sciencie and ethics — London — 1942, etc.), K. Lo-renz u otros, nos limitaremos a citar una obra recientedel etólogo Ireñäus Eibl — Eibesfeldt (Amor y Odio —Historia de las pautas elementales del comportamien-to — México — 1974 — pág. 8), en la cual, sin coincidirde un modo absoluto en las ideas de El apoyo mutuo,sostiene el autor que, con respecto al altruismo o a laagresividad, Kropotkin estaba más cerca de la verdad

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que sus adversarios: «Expongo en este libro la tesisde que el comportamiento agresivo y el altruista estánprogramados de antemano por las adaptaciones filoge-néticas, y que eso hace que haya normas trazadas deantemano para nuestro comportamiento ético. Los im-pulsos agresivos del hombre están según mi opinióncompensados por inclinaciones no menos afincadas ala sociabilidad y a la ayuda mutua. No es la educaciónla que nos programa buenos, sino que lo somos poruna predisposición constitucional. Si logramos probaresto, se derrumbara la tesis citada al principio, segúnla cual el bien es sencillamente una superestructuracultural secundaria. Añadiremos que la tendencia a lacooperación y la ayuda mutua es tan innata como mu-chas de las pautas concretas del comportamiento delcontacto amistoso».

Aunque no se puede dejar de reconocer que Kropot-kin va mucho más allá de lo que las cautas conclusio-nes de la ciencia actual permiten avanzar; aunque escierto que muchos de sus argumentos biológicos resul-tan hoy inadmisibles; aunque inclusive sus interpre-taciones históricas han sido objeto de serios reparos(Max Nettlau, por ejemplo, señala una idealización ex-cesiva en la visión Kropotkiniana de la comuna me-dieval), es lícito pensar que, si realizáramos un balan-

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ce general, la interpretación del darwinismo defendidapor Kropotkin aparecería ante la ciencia hodierna co-mo más aceptable (o, si se quiere, menos rechazable)que la de Huxley y sus seguidores.

Los hechos no han confirmado, por cierto, las teo-rías de Malthus, al menos en lo que tenían de más es-pecífico, es decir, en sus formulaciones matemáticas,y en lo que tenían de más pesimistas, es decir, en suspredicciones catastróficas para nuestro siglo. Por otraparte, como bien señala A. Lipschutz (Seis años filosó-ficos marxistas — 1959 — 1968 — Santiago —, pág. 109).«Malthus ha desvalorizado grandemente su obra tam-bién por el obstinado deseo de adaptar su concepto delos intereses de los beati possidentes y a la conserva-ción del status quo. Es así como de condiciones socialespasajeras, Malthus llega a derivar lo que él llamará le-yes inevitables de la naturaleza, las que según él rigeny regirán para siempre destinos de la humanidad». Laverdadera grandeza de Darwin consiste, como dice Do-nald J. Mac Rae (citado por el mismo Lipschutz), «en elhecho de haber podido servirse él de una tesis socioló-gica tan dudosa como la de Malthus, aprovechándolacon tanto éxito en las ciencias biológicas».

La aplicación a la ética y a las ciencias sociales delas teorías de Malthus, que Beakes caracterizó como

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«don de Dios para los conservadores y la gente ate-rrada que temía al avance de Inglaterra de las ideasy conductas revolucionarias francesas» (a godsend tothe conservative and frightenes people who feared thespread in England of French revolutionary ideas andbehaviour), dio lugar a un evolucionismo altamentepesimista y, al mismo tiempo, extremadamente reac-cionario, cuyas consecuencias fueron, por una parte, ellibrempresismo a ultranza, y, por otras, el militarismoy la teoría del conflicto. Huxley, contra quien directa-mente escribe kropotkin, como hemos visto, represen-ta el primero; Ratzanhofer, al segundo. El liberalismomanchesteriano (esto es, el liberalismo en el peor sen-tido de la palabra) y el nacional-socialismo se vinculanen la práctica con ambos pensadores respectivamentey con ambas posibilidades del darwinismo social. ¿Nose justificaría el libro de Kropotkin aun cuandomás nofuera por haber combatido denodadamente esta clasede darwinismo?

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Evolución de la teoría ética

Durante los últimos meses de su vida, en su retiro al-deano deDimitrov, Kropotkin se empeño en la elabora-ción de una gran obra de filosofía moral. Convencido,sin duda, desde siempre, pero particularmente urgidopor los acontecimientos revolucionarios que lo rodea-ban, quiso demostrar aquí que el socialismo constituye,por encima de todo y ante nada, la culminación de lamoralidad humana.

La obra quedó inconclusa. De ella conservamos só-lo (aparte de algunos fragmentos y apuntes) el tomoprimero, en el cual, después de establecer la necesi-dad de elaborar las bases de la moral sobre los resul-tados de las ciencias naturales, resume el contenido deEl apoyo mutuo y propone una nueva ética que, fun-dándose en la biología evolucionista, muestre cómo esprecisamente la ayuda reciproca la fuente de los sen-timientos morales. La mayor parte del primer tomo,sin embargo dedica a la historia y evolución de las

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ideas morales, a partir de los pueblos primitivos has-ta la filosofía del siglo XIX, pasando por Grecia (sofis-tas, Sócrates, Platón, Aristóteles, Epicuro, los estoicos),el nacimiento del cristianismo, la Edad Media, el re-nacimiento (Giordano Bruno, Galileo, Bacon, Grocio),los siglos XVII y XVIII (Hobbes, Spinoza, Locke, Clar-ke, Shaftesbuty, Hutcheson, Leibniz, Mantaigne, Cha-rron, Descartes, Gassendi, Bayle, La Rochefocauld, LaMetrrie, Helvetius, Holbach, los enciclopedistas, Mo-relly, Mably, Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Turgot,Condorcet, Hume, Smith) y el siglo XIX, con la co-rriente del idealismo alemán (Kant, Fitche, Schelling,Hegel, Schleiermacher), la tendencia positivista y ma-terialista (Bentham, Stuart Mill, Comte, Littré, Feuer-bach), el voluntarismo (Schopenhauer), el espiritualis-mo y el eclecticismo (Cousin, Joufreoy), el socialismo(Fourier, Saint-Simón, Owen, Proudhon) y el evolu-cionismo (Darwin, Huxley y Spencer). El panoramahistórico-crítico acaba con un examen de la obra deGuyau. Esto es, del intento de construir una moral sinobligación ni sanción, partiendo de la idea de la morali-dad como plenitud de vida y ansia de aventura y riesgo.Con este intento se identifica Kropotkin en gran medi-da, aunque difiere de la perspectiva individualista deGuyau y acaba aceptando la necesidad de concebir la

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ética desde el punto de vista social. De tal manera, pa-ra él, la síntesis más alta del pensamiento moral serála que asegure los valores de la solidaridad y la justicia(socialismo) junto al goce de la libertad (anarquismo).

Al tratar de los griegos hace notar Kropotkin que,si bien en la Ilíada se documenta una concepción delmundo y de la moral igual a la de todos los pueblos pri-mitivos (los astros y los fenómenos naturales son mo-vidos por un poderoso ser antropomórfico y la viola-ción de las normas morales es castigada por los dioses,cada uno de los cuales encarna una fuerza de la natu-raleza), aquéllos, a diferencia de otros pueblos que sedetuvieron en este etapa, produjeron, pocos siglos des-pués de la Ilíada una de «pensadores capaces de fundarlas nociones morales no ya sobre el puro temor a losdioses sino sobre la comprensión humana de la propianaturaleza, sobre el respeto de sí mismos, sobre el sen-timiento de dignidad, sobre el conocimiento de algunafinalidad superior, intelectual y moral».1

Entre estos pensadores reconoce Kropotkin dos es-cuelas: la de aquellos que explican el Universo y, enconsecuencia, también el elemento moral en el hom-

1 L’Etica — Catania 1969 — EDIGRAF — pág. 96 (Las citasson traducidas de esta edición italiana).

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bre, de un modo natural (naturalistas y científicos), yla de quienes de quienes interpretan el mundo sensiblecomo producto de fuerzas sobrenaturales, como encar-nación de realidades extra-sensible, que sólo se puedenalcanzar por reflexiones abstractas y no por comproba-ciones realizadas en el mundo exterior (metafísicos).

No deja de reconocer el talento de los filósofos me-tafísicos (de Grecia hasta la época moderna): ellos nose contentaron con describir astros, los fenómenos me-teorológicos, las plantas y los animales, sino que trata-ron de comprender la naturaleza como un todo univer-sal y entendieron enseguida (esto constituye su méritoprincipal) que, cualquiera que sea el modo con que en-tendemos los hechos naturales, no es posible ver enellos la voluntad arbitraria de un Creador, ya que niel capricho de los dioses ni la ciega casualidad puedenexplicarlos. De tal manera, se consideraron obligadosa admitir que cualquier fenómeno natural es unamani-festación necesaria de las propiedades insitas en el To-do, una consecuencia lógica e inevitable de las cualida-des fundamentales de la naturaleza y de su evoluciónanterior o, en otras palabras, que está sujeto a leyesque el hombre descubre poco a poco.

Los filósofos metafísicos llegaron así muchas vecesa preanunciar los descubrimientos de la ciencia, expre-

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sándolos en forma poética. Al mismo tiempo, graciasa ellos, la misma religión se espiritualiza; el antropo-morfismo divino es sustituido por fuerzas y elementos(número, armonía, fuego) que originan el mundo; apa-rece la idea de un único Ser que gobierna al Universoentero y surgen las primeras tentativas de expresar no-ciones de «justicia» y de «verdad universal».2

Entre los filósofosmetafísicos ubica Kropotkin a Pla-tón; entre los naturalistas a Epicuro; entre los que tie-nen una posición intermedia a Aristóteles. Al primerole reconoce el mérito de haber puesto en claro, contralos sofistas, que el bien y la justicia existen en la na-turaleza misma y que nada se manifiesta en el mundoque no haya tenido su origen en la vida del Todo; pe-ro le reprocha, por una parte, el haber recurrido a lasideas, es decir, a algo superior a la realidad sensible, y,por otra, su ideal de una república clasista, basada enla subordinación de los productores a los sabios, en laesclavitud y en el pena de muerte.3

En Epicuro elogia no tanto el haber reconocido alplacer como principio y fin de la vida en todos los se-res animados, sino, sobre todo, el haber sabido deter-

2 Ibíd. Págs. 97-983 Ibíd. Págs. 99-101.

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minar, contra los sofistas y los hedonistas que lo pre-cedieron, las diferencias entre los diferentes placeres,«proponiendo al hombre una vida feliz en su totalidad,y no la satisfacción de caprichos o pasiones de momen-to».4 De este modo, el filósofo que comienza afirman-do que la moral no es, en conjunto, sino un egoísmorazonado, arriba a una doctrina que no cede en nadaante las de Sócrates y los estoicos. Particularmente im-portante es, por otro lado, su intento de liberar portodos los modos posibles a los hombres del temor alos dioses, al Destino y la muerte, así como su luchacontra el pesimismo de Hegesías, análogo, según Kro-potkin, al de Schopenhauer.5 Pero, a pesar de que todala filosofía epicúrea tiende a la emancipación moral eintelectual de la humanidad no deja nuestro autor deseñalar en ella una grave laguna: no se propone unafinalidad moral elevada ni postula sacrificio alguno enaras del bien común. En resumen: «La conclusión quepodemos sacar de la doctrina epicúrea es que lo quellamamos deber y virtud se identifica con el interés decada uno. La virtud es el medio más seguro para al-canzar la felicidad; y si el hombre tiene dudas sobre su

4 Ibíd. Págs. 111.5 Ibíd. Págs. 11-112.

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modo de obrar, la solución es seguir la virtud. Pero estavirtud no comprende el más leve esbozo del conceptode igualdad entre los hombres. La esclavitud no contra-riaba a Epicuro. El, personalmente, trataba bien a susesclavos, pero no les reconocía ningún derecho; la ideade la igualdad no parece que la haya razonado.Muchossiglos todavía debían pasar antes de que los pensado-res estudiosos de los problemas morales se decidierana proclamar como principio de moral la igualdad detodos los seres humanos».6

A Aristóteles le enrostra también el hecho de no ha-ber sido capaz de proclamar que la justicia exige laigualdad, el haberse contentado con una justicia co-mercial, el haber justificado la esclavitud. Y aunqueKropotkin admira en el estagirita la afirmación de larazón humana, que lo hace buscar la explicación delas acciones no en la idea o en la inteligencia supremasino en la vida real de los hombres y en su búsque-da de lo útil y de la felicidad; aunque nota con com-placencia que en su filosofía no hay lugar para la fe ypara la inmortalidad personal y que todo su esfuerzoespeculativo tiende a vincular lo sensible con lo idealy a hacernos comprender nuestra vida a través de la

6 Ibíd. Págs. 113.

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comprensión de la naturaleza, lo considera como unfilósofo «grande pero poco profundo».7

Los estoicos, que constituyen para Kropotkin lacuarta escuela de la filosofía y de la ética antiguas, tam-poco buscaron el origen de las nociones y aspiracionesmorales en una fuerza sobrenatural sino que afirmaronla existencia de reglas inmanentes a la naturaleza, demodo que las que suelen llamar «leyes morales» noeran para ellos otra cosa sino las mismas leyes que ri-gen el funcionamiento del Universo. Aunque se expre-san en términos todavía metafísicos, es claro que, se-gún ellos, nuestras ideas morales son manifestacionesde las fuerzas de la naturaleza.

Sin embargo, Kropotkin comparte la crítica que con-tra los estoicos hacen quienes dicen que ellos no lleva-ron su propio raciocinio hasta la edificación de unateoría moral sobre bases naturales y, siguiendo a Jodlen suHistoria de la ética, sostiene que buscaban por uncamino erróneo la moral en la naturaleza y la naturale-za en la moral. Pero lo que sorprende es la afirmaciónde que, debido a esta inevitable laguna, originada enel estado de la ciencia de la época, Epicteto admite lanecesidad de una «revelación» divina para conocer el

7 Ibíd. Págs. 108.

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bien, y Marco Aurelio a aceptar los dioses oficiales y aperseguir en su defensa forzosamente a los cristianos.También resulta extraña la interpretación de la filoso-fía estoica como básicamente indecisa o dividida en-tre el naturalismo y la intervención de la Razón Supre-ma, como si esta última fuera algo ajeno a la Natura-leza. No deja de reconocer en verdad, con Eucken (La-bensanschaungen grosser Denker), que la preocupaciónfundamental del estoicismo fue la de proporcionar a lamoral una base científica y elevarla a una gran alturae independencia, en relación con la teoría del Univer-so como un Todo único. Tampoco ignora que los estoi-cos no permanecieron indiferentes a la vida social sinoque intervinieron en ella por principio, desarrollandola propia personalidad moral en la acción cívica y po-lítica. Pero resulta un tanto raro que no haya sabidoacentuar más la decisiva contribución de estos filóso-fos al igualitarismo, a la crítica de la esclavitud y de laguerra, etc.8

Más extraño aún resulta el hecho de que Kropot-kin no se ocupe aquí de los cínicos, cuando el cinismo,como bien dice D. Ferraro (Anarchism in Greek phylo-sophy —«Anarqchy» — 45 — p. 332) «sugiere una posi-

8 Ibíd. Págs. 114-117.

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ción muy similar a los que consideramos anarquismoclásico en la forma enunciada por Bakunin y Kropot-kin».

El cristianismo como el budismo, es, para Kropotkin,una religión que se caracteriza por los siguientes ras-gos: 1.º) surge entre pueblos agotados por las guerrasy los tributos, insultados en sus mejores sentimientos,oprimidos por crueles tiranías, 2.º) es una religión delas clases bajas, y sus apósteles y primeros seguidoresson hombres pobres y de humilde condición, 3.º) seproduce ante el temor de las invasiones bárbaras y laexpectativa del fin del mundo, 4.º) en lugar de diosescrueles y vengativos, ante quienes los hombres debíansometerse, propone un hombre-dios ideal.

«En el cristianismo, —escribe— el amordel divino predicador por los hombres,por todos los hombres sin distinción de ra-za y de rango social, por los de las clasesinferiores sobre todo, llega hasta el actode la abnegación más sublime: morir enla cruz para salvar a la humanidad de lasfuerzas del Mal».9

9 Ibíd. Págs. 122.

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Otro rasgo fundamental del cristianismo es, paraKropotkin, el haber dado como hilo conductor al hom-bre no su felicidad individual sino la felicidad colectiva,es decir, un ideal social, por el que cada uno deber sercapaz de sacrificar la propia vida. Su ideal no es ya laserenidad del sabio griego o las proezas bélicas y ci-viles de los héroes de Grecia o Roma, sino la vida deun predicador que se muestra dispuesto a afrontar lamuerte por defender una fe que implica justicia paratodos, reconocimiento de la igualdad entre los hom-bres, amor para todos, extraños y allegados, y, en fin,perdón de las ofensas, es decir, renuncia a la venganzavigente entonces por doquier.

Por desgracia, estos principios básicos del cristianis-mo—opina nuestro autor— pronto se volvieron olvida-dos o desfigurados. Más rápidamente de lo que podríapensarse, los seguidores de Cristo olvidaron la doctri-na de la igualdad universal de los hombres y el pre-cepto del perdón de las injurias; el cristianismo se viocontaminado por el oportunismo que tomó la formade teoría del «justo medio»; un puñado de hombresque se decían depositarios de los misterios y encarga-dos de los ritos se constituyeron en guardianes de lapureza de la doctrina cristiana y comenzaron a lucharcontra las que suponían falsa interpretaciones (here-

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jías). Se formo la iglesia jerárquica, cuyo gobierno nocareció desde entonces de los vicios inherentes a todogobierno. Y pronto comenzaron las defecciones. La fra-se «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que esde Dios», palabras —dice Kropotkin— que los propieta-rios gustan citar, pudo haber sido agregada como unaconcesión insignificante (hechas en tiempos de perse-cución violenta), considerando que no contradecía laesencia de la doctrina cristiana, especialmente si setiene en cuenta que ésta predicaba la renuncia a losbienes de este mundo. Por otra parte, la influencia deciertas religiones orientales introdujo pronto en el cris-tianismo la idea de dos principios coeternos y equipo-lentes, que luchan perpetuamente entre sí: el Bien y elMal. De esta manera, se aclimató la idea del diablo, queintenta apoderarse del alma humana, idea que utilizael clero para exterminar con increíble ferocidad a todoscuantos se atreven a criticarlo.10 «La iglesia —escribenuestro autor- repudia, por tanto, resueltamente en lapráctica la bondad y el perdón predicado por el funda-dor del cristianismo, sentimientos que diferencian a lareligión cristiana de todas las otras religiones, con ex-

10 Ibíd. Págs. 123.

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cepción del budismo. Su crueldad en las persecucionesde sus adversarios no ha conocido límites».11

Alejándose cada vez más de las enseñanzas de Cris-to, sus discípulos llegaron a concertar una estrechaalianza entre la Iglesia y el Estado. De este modo, laoriginaria doctrina cristiana comenzó a aparecer porsí mismas peligrosa a los ojos de los príncipes de laIglesia, hasta el punto de que los católicos no puedenleer el evangelio sino en latín, lengua que la mayoríadesconoce, y los rusos en eslavo antiguo, lengua pococomprensible para el pueblo. Pero el hecho más graveconsistió en que, al convertirse el cristianismo en reli-gión oficial, olvido lo que lo distinguía de las religionesprecedentes, no tuvo en cuenta para nada el perdónde las ofensas y práctico la venganza como los peoresdespotismos orientales, al mismo tiempo que los clé-rigos y obispos se transformaban en propietarios desiervos, como los aristócratas, y adquirían el poder dejuzgar, en cuyo ejercicio se mostraban tan vengativosy ávidos como los señores laicos. Cuando, en fin, al ter-minar la Edad Media, se formaron los nuevos Estadosy se centralizó el poder, la Iglesia favoreció en todaspartes esta centralización y puso al servició de los so-

11 Ibíd. Págs. 124.

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beranos absolutos, Luís XI, Felipe II o Iván el terrible,toda su influencia y su riqueza. Por otro lado, castigócon una crueldad oriental cualquier intento de resis-tir a su poder, para lo cual creó Occidente la «Santa»inquisición.12

Kropotkin muestra especial interés en hacer notarque mucho antes del cristianismo, no solamente en lasreligiones sino también en los usos y costumbres de lastribus primitivas tuvo vigencia y, más aún, sirvió de ba-se a todas las sociedades durante millares de años, lasiguiente regla: «no hagas a tu semejante (entendien-do por tal “al hombre de tu tribu”) lo que no quieresque se te haga a ti». Se puede decir, inclusive, que laclaridad, frecuentemente presentada como rasgo dis-tintivo del cristianismo frente a las religiones paganas,era bastante común entre los pueblos pre-cristianos.En lo que el cristianismo (igual que el budismo) inno-vó fue en el precepto del perdón de las injurias. Enesto Kropotkin muestra la influencia de Tolstoi, aun-que sin mencionarlo. Antes del cristianismo, la moraltribal exigía siempre la venganza de todas las ofensasy prejuicios, ya fuera ésta individual o colectiva. Ladoctrina de Cristo rechaza tanto la venganza directa

12 Ibíd. Págs. 125.

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como el procedimiento judicial, y pide al ofendido querenuncie a todo tipo de vindicta y perdone a quien loha ofendido no una sino cuantas veces fuere necesa-rio. En esto reside, según el príncipe anarquista, «laverdadera grandeza del cristianismo».13

Pero los cristianos olvidan bien pronto este precep-to. Ya en los apóstoles—dice, citando a Pedro (I EpístolaIII, 9) y a Pablo (Epístola a los romanos II, 1)— apareceen forma atenuada, y en seguida se lo sustituye porel tímido consejo «diferir la venganza», de tal maneraque la vindicta legal, aun bajo sus formas más violen-tas, se convirtió en la esencia misma de lo que en losEstados cristianos y en la misma iglesia se denomina«justicia».

El otro principio específico del cristianismo, el dela igualdad universal, según el cual todos los hombres,libres y esclavos, son iguales, hijos de Dios y herma-nos entre sí, fue igualmente preterido en breve tiempo.Frente al pasaje evangélico (Marcos X, 44), en el queCristo enseña: «Quienquiera que entre vosotros deseeser el primero, sea el esclavo de todos», ya los após-toles afirman que la obediencia es virtud fundamental,que los esclavos deben servir con fidelidad a sus amos

13 Ibíd. Págs. 126.

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y el súbdito escuchar con temor y temblor la voz delgobernante, ya que todo poder viene de dios.

Para Kropotkin, cuando San Pablo enseña a los es-clavos a obedecer a sus patronos «como a Cristo»(Epístola a los Efesios VI, 5), comete un verdadero sacri-legio.14 El resultado de todo eso fue que la esclavitudy una sumisión servil al poder, apuntaladas ambas porla Iglesia, perduraron aún once siglos, hasta la revolu-ción de las aldeas y de las ciudades libres en los siglosXI y XII. San Juan Crisóstomo, San Gregorio Magnoy otros padres de la Iglesia aprueban la institución dela esclavitud; San Agustín la considera fruto del peca-do; Santo Tomás, a quien Kropotkin considera como«filósofo relativamente liberal» ve en ella una «ley di-vina», y algo semejante sucede con la mayoría de lospensadores medievales, que tácita o explícitamente sesometían a los criterios de la Iglesia. Con las cruzadascomenzó elmovimiento de liberación de los siervos; re-cién en el siglo XVIII, los librepensadores levantaronsu voz contra le esclavitud, pero fue la Revolución y nola iglesia quien verdaderamente liberó a los esclavos ya los siervos. Baste recordar que en la primera mitaddel siglo XIX florecía aún la trata de negros sin que la

14 Ibíd. Págs. 128.

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iglesia la condenase explícitamente y que recién 1861se decretó la abolición de la servidumbre en Rusia y en1864 la de la esclavitud en los Estados Unidos.

Coincidiendo en esto con Marx, aunque sin mencio-narlo aquí, Kropotkin llega a la conclusión de que elcristianismo no bastó superar la codicia de los propie-tarios y tratantes de esclavos y que «la esclavitud semantuvo hasta que el aumento de la productividad,provocado por las máquinas, permitió en enriqueci-miento más, veloz con el trabajo asalariado en lugardel trabajo de los esclavos y de los siervos».15

Repudiados por los cristianos los dos principios fun-damentales del cristianismo, debían pasar quince si-glos para que algunos pensadores, que habían roto porcierto con la religión, reivindicaran al menos uno deellos, el de la igualdad universal, como base y funda-mento de la sociedad civil. Con lo cual parecería sig-nificar Kropotkin que en nuestra época sólo puedenconsiderase verdaderos cristianos los ateos o, por lomenos, algunos de entre éstos.16

Las invasiones bárbaras y la profunda decadencia detodas las instituciones del Imperio generalizan un sen-

15 Ibíd. Págs. 129.16 Ibíd. Págs. 130.

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timiento pesimista. Se tiene la certeza del triunfo demal sobre la tierra y la gente se refugia en la esperan-za de una vida de ultratumba donde el sufrimiento yla injusticia serán definitivamente vencidos. El cristia-nismo se impone por esa vía a todos los espíritus. Sinembargo, no opera ningún cambio profundo en la or-ganización social. Acepta la esclavitud y todos los ho-rrores de la autocracia; sus sacerdotes se conviertenen el mejor apoyo del emperador, no toca para nadalas desigualdades económicas y la opresión política, alpar que el nivel intelectual del pueblo va bajando decontinuo. En espera del fin del mundo, el cristianismose muestra incapaz de producir ninguna forma de vidasocial.

La influencia de las religiones de Egipto y Asia me-nor (ya señalada por Draper en sus Conflictos entre laciencia y la religión), a la cual hay que añadir —subrayaKropotkin— la del budismo, estuvo a punto de frag-mentar en múltiples escuelas el cristianismo. Para evi-tarlo se constituyó una iglesia jerárquica, con un sa-cerdocio dedicado a velar por la ortodoxia y la purezade la doctrina. Muy pronto comenzaron así las perse-cuciones de herejes, en lo cual llegó la Iglesia a los lí-mites extremos de la crueldad. Para cumplir tal tarea,se vio obligada a requerir el apoyo de los gobernantes

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laicos, los cuales exigieron, en cambio, el apoyo de lareligión a su dominio tiránico sobre el pueblo.17 Asípoco a poco, se relegó al olvido el espíritu cristianode humildad y «un movimiento nacido como protestacontra las vejaciones del poder se transformó en ins-trumento del último», de tal modo que «la bendiciónde la iglesia no sólo perdonaba los crímenes de los go-bernantes sino que también presentaba estos crímenescomo actos realizados en cumplimiento de ordenes di-vinas».18

Pero con las cruzadas, el régimen feudal, que habíaimpuesto la servidumbre en toda Europa, comenzó adesmoronarse, como consecuencia de una serie de in-surrecciones agrarias y urbanas. El contacto con lascivilizaciones orientales y los viajes de soldados y mer-caderes desarrollaron el espíritu de libertad; artes y ofi-cios incrementaron sus progresos y, a partir del sigloX, los pueblos sacudieron el poder de sus señores ecle-siásticos y laicos.

Los habitantes de las ciudades, después de triunfan-tes revueltas, obligaron a los señores a concederles«cartas» de libertad; se rehusaron a acatar la autoridad

17 Ibíd. Págs. 131-132.18 Ibíd. Págs. 131-132.

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de los tribunales del señor o del obispo y eligieron suspropios jueces; crearon sus propios cuerpos armadospara defenderse y escogieron jefes para dirigiros; con-trajeron alianzas con otras ciudades y formaron fede-raciones de comunas libres; en muchos casos llegaronhasta liberar a los siervos de las comarcas rurales cir-cundantes. Al mismo tiempo, en dichas ciudades (quese levantaban desde Escocia hasta Bohemia y desde Es-paña hasta Rusia) florecían de nuevo las ciencias, lasartes y el pensamiento libre, como explica ampliamen-te en El apoyo mutuo, que analizamos en el capítuloanterior.

Estas formas de vida urbana y el despertar de la po-blación campesina originaron un nuevo modo de en-tender el cristianismo y dieron lugar a grandes movi-mientos populares que, al mismo tiempo, se dirigíancontra la iglesia Jerárquica y reivindicaban las liberta-des contra la opresión de los señores feudales. Ejem-plos de tales movimientos son el de los albigenses enel sur de Francia, durante los siglos XI y XII; el de loslolardos en Inglaterra, durante el siglo XIV; el de loshusitas en Bohemia, durante el mismo siglo, etc., Másque Engels y los historiadores marxistas, destaca Kro-potkin la importancia de esos movimientos heréticosy populares del Medioevo en la historia del socialismo:

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«Todos estos movimientos —escribe— no sólo queríanliberar al cristianismo de las heces que lo recubríancomo consecuencia de los errores del poder temporaldel clero, sino que pretendían también modificar todoel orden social en el sentido de la igualdad y del comu-nismo».19

A Kropotkin (y a pocos discípulos suyos, como Ru-dolf Rocker, con su gran obra Nacionalismo y cultura)les corresponde, en todo caso, el mérito de haber se-ñalado en la Edad Media, junto al lado tenebroso, re-presentado por feudalismo y la servidumbre, una fa-ceta tan luminosa por lo menos como la que repre-sentan las libres ciudades de la Grecia Clásica: la delas guildas, comunas y federaciones de ciudades libres.Mientras los historiadores y marxistas insisten casi ex-clusivamente en el primer aspecto, los primeros paraacentuar el contraste entre el oscurantismo medievaly las luces del renacimiento y el siglo XVIII, los segun-dos para confirmar el esquema dialéctico en el cual laesclavitud le debe seguir la servidumbre, la que, a suvez, debe preceder al proletariado, un anarquista comoKropotkin se complace en desvelar la gran libertad, elafán creador y la alegría vital del medioevo, frente a la

19 Ibíd. Págs. 135.

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rigidez, el sometimiento y la rutina burocrática del Es-tado, surgido o resurgido, con el Derecho Romano, enlos albores de la Edad Moderna. Filósofos como Abe-lardo, que, «retomando el raciocinio de los pensado-res griegos, se atreve a afirmar que el hombre llevaen sí mismo los fundamentos de las ideas morales»;como Roger Bacon, que «intenta eliminar las fuerzasen general y de las nociones morales en particular», yaun como Tomás de Aquino, que «tratará de fundir laenseñanza de la iglesia cristiana con una parte de ladoctrina de Aristóteles», representan, para Kropotkin,el comienzo del Renacimiento y una vuelta a la épocamás gloriosa del pensamiento humano.20

Más adelante, Copérnico y Kleper revolucionan laastronomía; Giordano Bruno es quemado por adherir-se a la visión heliocéntrica copernicana; F. Bacon y Ga-lileo fundan el método inductivo. Todo esto tuvo, se-gún Kropotkin, repercusiones en la ética: F. Bacon, al-gunos años antes de la revolución inglesa, realiza unatímida tentativa de separar el problema de la esencia yel origen de las ideas morales del entorno teológico yllega a decir que la falta de fe religiosa no destruye ne-cesariamente la moral, que un no creyente puede ser

20 Ibíd. Págs. 137

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honesto ciudadano y que, por el contrario, una religiónbasada en la superstición puede perjudicar a la moral.Por otra parte, Bacon hace una observación que, paraKropotkin, tiene gran importancia: el instinto socialpuede ser en los animales más fuerte y constante queel de conservación. Después, en el siglo XVII, Grociodesarrolla con mayor detalle la misma idea y no du-da en reconocer que los orígenes del derecho y de lasnociones morales están en la naturaleza y en la razónque la rige, entendiendo por «naturaleza» la naturale-za humana, la cual es capaz siempre de discernir unaacción buena de una mala (en cuanto existe en ella elinstinto de sociabilidad que mueve al hombre a vivirjunto con sus semejantes).21

Durante el siglo XVII y la primera mitad del XVIIIse manifiesta una doble tendencia en el campo de laética: la mayor parte de los pensadores atribuye toda-vía un origen sobrenatural o, al menos, suprahumanoa las ideas morales, mientras algunos sostienen decidi-damente la tesis de que tales ideas nacieron y se desa-rrollaron de una manera natural, y tuvieron su origen

21 Ibíd. Págs. 137-145.

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en el sentimiento social propio del hombre y de la ma-yoría de los animales.22

En Hobbes rechaza Kropotkin la teoría de la natu-raleza esencialmente egoísta y agresiva del hombre ydel origen de la sociedad como consecuencia del pre-dominio de los más fuertes. Tales ideas —dice— podíanser sostenidas en la época de Hobbes por el total des-conocimiento de la vida de los pueblos primitivos.23No se puede entender como las defiende Huxley hoyy otros autores. A éstos cree necesario recordarles que«la aparición de la sociedad precedió a la aparición delhombre sobre la tierra».24 Por otra parte, reconoce co-mo mérito de la filosofía hobbesiana «el hecho de ha-ber roto definitivamente con la religión y la metafísicaen sus disecciones sobre la moral».25

Este mérito lo encuentra igualmente en la ética deSpinoza, en quien alaba independientemente con res-pecto a la mística cristiana y el desarrollo de una con-cepción naturalista del mundo, al mismo tiempo quela instauración de una doctrina racionalmente funda-da y penetrada por un hondo sentido moral. Al con-

22 Ibíd. Págs. 146.23 Ibíd. Págs. 147-149.24 Ibíd. Págs. 150.25 Ibíd. Págs. 152.

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trario de Hobbes, —dice— Spinoza no pretende buscarlos fundamentos de la moral en la coacción del Estadosino que demuestra cómo, al margen de todo temor algobernante terreno o celestial, el hombre llega de unmodo necesario a tratar a los demás hombres moral-mente y arriba a la felicidad por este camino, porqueéstas son precisamente «las exigencias de su entendi-miento, que razona libremente y con justicia».26

Kropotkin considera que «la ética de Spinoza es ab-solutamente científica», que «no conoce finezas me-tafísicas o inspiraciones de lo alto» y que en ella «losjuicios son rigurosamente deducidos del conocimientode la naturaleza en general y de la del hombre en parti-cular».27 Sin embargo, ve en ella una limitación impor-tante: la Reforma y la revolución inglesa, ya cumplidasen época de Spinoza, no se habían limitado a atacarlas instituciones eclesiásticas y la teología sino que ha-bían tenido también un carácter social y habían cons-tituido movimiento populares tendientes a afirmar laigualdad entre los hombres: todo esto permanece fueradel pensamiento spinozano.28

26 Ibíd. Págs. 155.27 Ibíd. Págs. 157.28 Ibíd. Págs. 158.

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En Locke encuentra Kropotkin positiva la crítica delas ideas innatas, pero no sin hacer notar que, si él «hu-biese conocido las leyes hereditarias como las conoce-mos hoy nosotros, o bien, si las hubiese simplementeimaginado, no habría negado probablemente que enun ser social, como el hombre y otros animales grega-rios, se hubiese de hecho desarrollado, por medio dela transmisión hereditaria de una generación a otra,no sólo la tendencia a la vida social, sino también laaspiración hacia la igualdad y la justicia».29

Y su, por una parte, Locke —añade Kropotkin— libe-ra a la moral de la tiranía de la iglesia, por lo cual ejer-ce gran influencia sobre la filosofía negativa del sigloXVIII (Kant, los enciclopedistas), por otra, al colocarlabajo la triple tutela de la ley divina, la ley civil y la leyde la opinión, no rompe enteramente con la moral dela Iglesia, fundada sobre la promesa de una futura vidabienaventurada.30

Shaftesbury, quien «hace derivar las ideas moralesde los instintos sociales, controlados por la razón», yconsidera que de esta manera se han desarrollado lasnociones de igualdad y de derecho, presenta también

29 Ibíd. Págs. 160.30 Ibíd. Págs. 162.

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los elementos de esa valoración utilitaria de los place-res que encontramos más tarde en Stuart Mill y los uti-litaristas, y es el primero que —anota Kropotkin— refu-tando el «homo homini lupus» de Hobbes, insiste enla existencia de la ayuda mutua entre los animales.31

Leibniz, aunque no logra conciliar el panteísmo fi-losófico con la fe religiosa ni la ética fundada en el es-tudio de los caracteres fundamentales de la naturalezahumana con la moral cristiana, contribuye, para Kro-potkin, al progreso de la filosofía moral al acentuar laimportancia del instinto de sociabilidad propio de to-dos los hombres y el papel de la educación de la volun-tad en la información del ideal de la moral de cada unode ellos.32

Montaigne, cuya labor coadyuva mucho, según Kro-potkin, a liberar la ética de los viejos dogmas escolás-ticos, es, para este, uno de los maestros más grandeslibrepensadores del siglo XVIII y muestra «en su ver-dadera luz la hipocresía religiosa detrás de la que se es-conden los epicúreos egoístas, de los cuales él mismoformaba parte».33

31 Ibíd. Págs. 164-167.32 Ibíd. Págs. 171-172.33 Ibíd. Págs. 174.

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Un escepticismo más profundo que el de Montaig-ne profesa el teólogo Charron, quien señala las nume-rosas semejanzas que existen entre las religiones cris-tiana y pagana y lo poco que la moral necesita de lareligión.34

En Descartes destaca Kropotkin la tentativa de ex-plicar el desarrollo del universo como un fenómenofísico particular, que puede someterse a la investiga-ción matemática. Resulta un tanto extraña, sin embar-go, la afirmación de que «el Dios de descartes, comomás tarde el de Spinoza, es el conjunto del Universo,la naturaleza misma».35

Gassendi, que renueva el epicureismo, y Bayle, queconsidera las proposiciones básicas de la moral comouna ley eterna de origen no divino sino natural, repre-sentan, para nuestro autor, dos pasos adelante en laformación de una ética científica.36 Y más que Bayletodavía, contribuye, según él, a preparar un clima aptopara una moral independiente de la religión. La Roche-foucauld, al cual le enrostra, sin embargo, su pesimis-mo respecto a la naturaleza humana.37

34 Ibíd. Págs. 174-175.35 Ibíd. Págs. 176.36 Ibíd. Págs. 178-181.37 Ibíd. Págs. 181.

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Alaba Kropotkin sin restricciones los intentos delos materialistas Lamettrie, Helvetius y D’Holbach porconstituir una moral naturalista, ajena a todo funda-mento religioso y a todo presupuesto metafísico. Nodeja de sorprender un poco, sin embargo, que atribu-ya a Condillac «las mismas concepciones materialis-tas» de Lamettrie. Igualmente ve en los enciclopedis-tas (Diderot, D’Àlambert) y en los escritores afines aellos (Raynal, Beccaria), cuyo «propósito era emanci-par al espíritu humano a través del saber» y que «fue-ron hostiles al gobierno y a todas las ideas tradiciona-les sobre las cuales se apoya el antiguo régimen», unaclara contribución al adelanto de la ética.38 (Horowitz,en su libro Los anarquistas considera hoy a Diderot co-mo uno de ellos).

Con Morelly y Mably se llega a la utopía comunista;con Quesday, a una crítica científica de la sociedad39;con Montesquieu, que aplica el método inductivo deBacon al estudio de la evolución de las instituciones,a una crítica del poder absoluto de las reyes. Voltaire,cuya doctrina ética es demasiado superficial, tiene, pa-ra Kropotkin, el mérito de haber sido hostil a todas las

38 Ibíd. Págs. 182-185.39 Ibíd. Págs. 185.

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exageraciones ascéticas y metafísicas y de haber con-tribuido a reforzar el sentimiento de humanidad, recla-mando valientemente la supresión de la tortura, de lapena demuerte y de la inquisición.40 ARousseau le elo-gia sobre todo por haber defendido, junto con la tesisde la bondad natural del hombre, la idea de la igual-dad de derechos como punto de partida para toda laorganización racional de la sociedad.41 Señala a Tur-got y Condorcet como autores de la teoría general delprogreso humano.42 En cambio, el juicio que formulasobre la ética de Hume resulta más matizado: Humeno desarrolla una teoría nueva y completa de la moral,aunque examina de manera municiona y a veces bri-llante las motivaciones de la acción humana; atribuyepoca importancia a la religión y también al egoísmoy la utilidad en la génesis del obrar moral, pero, mien-tras por una parte prepara el camino a una explicaciónnaturalista del elemento moral en el hombre, por otrapreanuncia igualmente la explicación no racionalistade Kant.43

40 Ibíd. Págs. 186.41 Ibíd. Págs. 187.42 Ibíd. Págs. 187-188.43 Ibíd. Págs. 188-189.

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Adam Smith, continuador de Hume, es para Kropot-kin muchomásmeritorio por su obra de filósofo moralque por sus trabajos de economía política. «Su estudiode los sentimientos morales constituye un notable pa-so adelante en cuanto llega a dar a la moral una ex-plicación puramente natural, haciéndola derivar de lanaturaleza humana y no de una inspiración de lo alto».Por otra parte, al que la simpatía, sentimiento propiodel hombre como ser social, desempeña la moral sobrebases diferentes del mero cálculo utilitarista.44

Después de la Revolución francesa —sostieneKropotkin— el temor que la misma produjo y la con-fusión que la abolición de los derechos feudales causó,hicieron que muchos pensadores buscaran otra vez losfundamentos de la vida moral en principios sobrena-turales más o menos disfrazados.45 La ética de Kant,fundada en el análisis del pensamiento abstracto y noen el estudio concreto de la naturaleza humana, tie-ne, sin duda, un carácter elevado, pero, al sustituir lasnociones de utilidad y simpatía por el sentimiento deldeber, no aclara en absoluto el problema más impor-tante que se presenta a toda ética, es decir, el de ori-

44 Ibíd. Págs. 194-202.45 Ibíd. Págs. 203.

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gen de dicho sentimiento del deber. Según Kropotkin,esta ética «es útil sobre todo para aquellos que, dudan-do del carácter obligatorio de las prescripciones de laIglesia y del Evangelio, no se deciden a elegir el puntode vista de las ciencias naturales».46 Kant introduce,sin duda, en la moral un concepto más riguroso queel aceptado, hasta cierto punto al menos, por la filoso-fía del siglo XVIII, pero no aporta realmente nada aldesarrollo ulterior de la ética y al conocimiento de susfundamentos.47

Aun cuando la actitud de Kropotkin respecto a Kantresulta coherente con los presupuestos naturalistasque el propio Kropotkin adopta, la misma parece a ve-ces extremada, como, por ejemplo cuando niega todaoriginalidad al imperativo categórico. Por otra parte, sibien puede considerarse correcto el reproche que haceal filósofo de Königsberg por no haber llegado a reco-nocer la igualdad social del pueblo y de las clases al-tas después de haber advertido precisamente que en elseno del pueblo, más que entre la élite, se suele hallarel sentimiento del deber y de la fidelidad, Kropotkin

46 Ibíd. Págs. 206.47 Ibíd. Págs. 204-206.

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no señala suficientemente la influencia de la filosofíakantiana en el pensamiento liberal (y aun socialista).

En Fichte advierte algunas ideas muy racionales (ca-si podría haber dicho: «libertarias»): los fines de la mo-ral son el triunfo de la razón para la libertad del hom-bre y la desaparición en éste de toda pasividad; la con-ciencia no nunca debe obedecer a una autoridad, puesquien obra por tal obediencia realiza una acción po-sitivamente mala. Alaba también Kropotkin las ideasfichteanas de que en la base de los juicios morales sehalla una propiedad innata de la razón humana y deque para ser moral no necesita el hombre ninguna ins-piración religiosa ni ningún temor al más allá; perocensura, a la vez, la conclusión de que ninguna filoso-fía puede superar a la «la revelación divina», sin tenermuy en cuenta qué quiere decir para Fichte tal expre-sión.48

Asombra mucho a todo quien conoce las ideas fede-ralistas y casi libertarias de Krause, el hecho de queKropotkin sólo mencione a éste para enrostrarle laidentificación de filosofía y teología.49

48 Ibíd. Págs. 214.49 Ibíd. Págs. 215

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En Schelling advierte por lo menos que el teísmo (elde una de sus etapas, ya que la filosofía de la identidadderiva, sin duda, de Spinoza, aunque Kropotkin no lodiga aquí), no es un teísmo cristiano sino más bien na-turalista, que mereció los ataques del clero y suscitóelevadas ideas entre los jóvenes de la época (entre loscuales estaba Bakunin).50

A Hegel le reconoce el mérito de haber introducidoen el pensamiento alemán (a semejanza de los filósofosfranceses de fines del siglo XVIII) la idea de evolución,aunque ella haya asumido la forma de la tríada dialéc-tica, que evidentemente considera arbitraria. Pero con-dena en él, como no podía ser menos de ser, el hechode que absorba enteramente al individuo en el Estado,el cual gobierna a través de una aristocracia intelec-tual y se transforma en una institución humanamentedivina.51

Schleiermacher, en fin, construye, según Kropotkinuna filosofía de base teológica que no agrega casi nadaa lo dicho por otros filósofos alemanes anteriores.52

50 Ibíd. Págs. 215.51 Ibíd. Págs. 215-217.52 Ibíd. Págs. 217-218

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Pero, aparte de la filosofía alemana, aparecen duran-te el siglo XIX tres nuevas corrientes en la ética: el po-sitivismo, el evolucionismo y el socialismo.53 Estas co-rrientes fueron preanunciadas por algunos pensadoresingleses, comoMackintosh, partidario de la revoluciónfrancesa, para quien los fenómenosmorales correspon-de a una clase especial de sentimiento innatos, propiosde la naturaleza humana, que no deben nada a la razón;como Godwin, quien expone ideas que luego se llama-rán anarquistas; como Stewart, que critica por igualel utilitarismo y la teoría de los sentimientos; comoBentham, sobre todo, autor de una aritmética moral,que, a pesar de haber llegado a conclusiones a vecescuasi-socialistas y cuasi-anarquistas, no tiene, segúnKropotkin, el valor de llevar sus propias ideas hasta lasúltimas consecuencias.54 Algo más tarde, Stuart Mill,para quien la moral es el resultado de la acción recí-proca entre la organización psíquica del individuo y lasociedad, ejerce una influencia considerable y positi-va sobre sus contemporáneos, pero no tiene en cuentacasi el principio de justicia.55

53 Ibíd. Págs. 219.54 Ibíd. Págs. 220-226.55 Ibíd. Págs. 226-228.

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Fuera de Inglaterra, examina Kropotkin todavía elpensamiento de Schopenhauer, que caracteriza en con-junto como «una filosofía de la muerte», incapaz decrear una corriente sana y activa en el seno de la socie-dad56; el de Cousin, que identifica con el espiritualismotradicional; y el de Jouffroy, donde alaba el papel con-cebido a la abnegación y la generosidad en la moral,aunque lamenta que este papel no sea protagónico.57

El entusiasmo que Kropotkin demuestra por el posi-tivismo resulta comprensible si se considera su propiamaduración intelectual, realizada en reacción contrala teología tradicional y contra la metafísica alemana.Para él, la «filosofía positiva quiso reunir en un todoorgánico los resultados de todas las conquistas del pen-samiento científico, elevando al hombre a un conoci-miento claro y preciso de la armonía de este todo». Y,más todavía, «lo que, en Spinoza y Goethe tomaba laforma de iluminación del genio, cuando estos habla-ban de la vida, de la naturaleza y del hombre, se trans-forma con la nueva filosofía en una generalización in-telectual necesaria».58

56 Ibíd. Págs. 229-232.57 Ibíd. Págs. 232.58 Ibíd. Págs. 236.

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Comte, en particular, concibió la ética como una ló-gica consecuencia de la evolución social de la humani-dad, la interpreto como fuerza capaz de poner al hom-bre por encima de los intereses cotidianos y la funda-mentó en el estudio de los antecedentes de la humani-dad, desde los instintos gregarios de los animales y lasimple sociabilidad hasta sus más altas manifestacio-nes.

Lo único que parece reprochable son las concesio-nes hechas en sus últimos años (ya por efecto de la fa-tiga intelectual, ya por influencia de Clotilde de Vaux)a la religión. Pero no llega a adivinar del todo, comolo hizo sin duda Marx, el carácter eminentemente bur-gués y el aspecto reaccionario del positivismo, del quetantas pruebas tenemos en la historia cultural e ideo-lógica de América Latina.

Al considerad a Feuerbach como un filósofo positi-vista, Kropotkin demuestra tener un concepto excesi-vamente amplio del positivismo. Por otra parte, comono podía menos de suceder, reconoce el alto valor ensus intentos de antropologizar la religión. Y consideraque «El fin fundamental de toda la filosofía de Feuer-bach es el de establecer la adecuada relación entre la

59 Ibíd. Págs. 243.

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filosofía y la religión».59 Muy acertada le parece, enparticular, la tesis del filósofo alemán según la cual losideales y preceptos religiosos no son sino expresión delos ideales de la humanidad, elegidos como guías paratodos los individuos en sus relaciones mutuas, porquede otramanera ninguna religión habría logrado la fuer-za que de hecho tiene.

Para ubicar históricamente el nacimiento del socia-lismo, Kropotkin resume los progresos del pensamien-to ético de los siglos anteriores hasta llegar a la Revolu-ción Francesa, en la cual se establece la igualdad civil ypolítica de todos los ciudadanos, mientras una parte delos revolucionarios luchan por lograr también la igual-dad «de hecho», esto es, la igualdad económica. «Así,muchos pensadores de fines del siglo XVIII y comien-zos del XIX —escribe a continuación— comenzaron aver en la justicia el elemento moral básico para el hom-bre, y si esta idea no llegó a ser una verdad reconocidapor todos, el motivo puede atribuirse a dos causas: unainterna y otra externa o histórica. Existe en el hombre,junto con la noción de justicia y la aspiración haciaella, un deseo de dominar a los otros, de ejercitar so-bre ellos la propia autoridad: en el curso de la historiade la humanidad, desde los tiempos más remotos, sepuede observar la lucha entre estas dos aspiraciones:

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la aspiración a la justicia, esto es, a la igualdad, y la as-piración al dominio del individuo sobre sus vecinos osobre las masas. Esta la lucha existe también en el inte-rior de las sociedades humanas primitivas. Los “viejos”,fuertes en su experiencia, temiendo las consecuenciasque podrían seguirse para el clan de los cambios traí-dos a su régimen, o habiendo atravesado momentos di-fíciles, en que temían estos cambios, se oponen a elloscon toda su autoridad, con el propósito de mantenercostumbres fijas, sobre las que se basan las primerasinstituciones de poder. Poco a poco a ellos se unenlos magos, los chamanes, los brujos, a fin de constituirsociedades secretas para mantener la obediencia y lasumisión de los otros miembros del clan y salvaguar-dar las tradiciones, el modo de vivir consagrado por eltiempo. Al principio, estas sociedades contribuyen in-dudablemente a mantener la igualdad, al impedir quealgunos se enriquezcan o dominen en el seno del clan.Pero ellas son las primeras en oponerse cuando se tra-ta de erigir como principio común la igualdad de la vi-da social. Ahora bien, estos hechos que encontramosentre los salvajes primitivos y, en general, en los pue-blos que han podido conservar la organización de losclanes, caracterizan toda la historia de la humanidadhasta nuestros días. Los magos de oriente, los sacerdo-

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tes de Egipto, de Grecia y de Roma, fueron los prime-ros que emprendieron la investigación de los fenóme-nos de la naturaleza; más tarde, los reyes y los tiranosorientales, los emperadores y los senadores romanos,los príncipes de la iglesia europea occidental, los jefesmilitares, los jueces, etc., idearon todos los medios pa-ra impedir que las ideas de igualdad se desarrollaranen el seno de la sociedad hasta el punto de pasar de lateoría a la práctica y de conducir así a los hombres ano reconocer el derecho de estos jefes a la desigualdady al poder. Se comprende a que grado debió llegar lainfluencia ejercida por esta parte de la sociedad, la másorganizada y culta, sostenida por la superstición y porla religión, y a qué grado debió llegar la demora en laproclamación de la igualdad como base fundamentalde la vida social. Se comprende también cuán difícilfue abolir una desigualdad históricamente establecidabajo la forma de esclavitud, de servidumbre, de castas,de “tablas hieráticas”, etc., tanto más cuanto que estadesigualdad era sancionada por la iglesia y hasta por laciencia. La filosofía del siglo XVIII y el movimiento po-pular de Francia, que encontraron su expresión en laRevolución, fueron poderosas tentativas de sacudir latiranía secular y de echar las bases de un nuevo ordensocial, inspirado en la igualdad. Fue sólo sesenta años

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después del comienzo de la Gran Revolución, es decir,en 1848, que un movimiento popular inscribió en subandera la igualdad, pero fue, después de algunos me-ses, ahogado en sangre. Después de estas tentativas re-volucionarias, sólo hacia el fin del período 1850-1960se produjeron grandes transformaciones en el dominiode las ciencias naturales, que impulsaron la constitu-ción de una nueva teoría, la teoría de la evolución. Yahacia 1830-1840 la filosofía positiva, Comte y los fun-dadores del socialismo, Saint-Simón y Fourier (y sobretodos sus discípulos) en Francia y Owen en Inglaterra,trataron de aplicar la teoría de la evolución gradualdel mundo vegetal y animal, expresada por Buffon yLamarck y, en parte, por los mismo enciclopedistas, ala vida social de los hombres. En la segunda mitad delsiglo XIX el estudio de la evolución de las institucio-nes sociales en el hombre permitió, por vez primera,comprender toda la importancia del nacimiento, en elseno de la humanidad, de esta noción fundamental detoda la vida social: la igualdad».60

De esta manera Kropotkin explica el surgimientodel socialismo por una confluencia de las milenariasluchas del hombre por establecer una sociedad justa

60 Ibíd. Págs. 246-248

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(esto es, basada en la igualdad), con el desarrollo delas ciencias naturales que, al producir una teoría de laevolución de la vida hicieron posible que el hombrecomprendiera su propio pasado y tomara concienciadel supremo valor que había impulsado sus luchas através del tiempo. Marx, en cuya formación intelectualtuvo un papel más importante la filosofía alemana quelas ciencias naturales, en lugar de remitirse a Lamarcky Buffon, se queda con la dialéctica hegeliana.

Hume, Smith y, sobre todo, Helvecio estuvieron yacerca —dice Kropotkin— de reconocer que la justicia y,por consiguiente, la igualdad, es el fundamento de to-da moralidad. La revolución francesa —prosigue— enla «declaración de los derechos del hombre», acentúotodavía más esta idea; pero, a fines de siglo XVIII ycomienzos del XIX y el mismo Condorcet «llegaron acomprender cómo por “justicia” e “igualdad” no se de-be entender sólo la igualdad política y civil, sino sobretodo la igualdad económica». Con el comunismo deBabeuf tales ideas entran en la Revolución. Kropotkinquiere mostrar así el entronque histórico del socialis-mo naciente con la Revolución francesa, que estudia

61 Ibíd. Págs. 248.

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detalladamente en su obra histórica. La gran Revolu-ción61 (Véase más adelante, el cap. VIII).

En el período post-revolucionario de las ideas dejusticia e igualdad económica se manifestaron —continúa— de un modo expreso en lo que se denomi-nó ya «socialismo», cuyos fundadores fueron Saint-Simón, Fourier y Owen; a los cuales les siguieron otrosmuchos pensadores como Leroux, Blanc, Cabet, Con-siderant y Proudhon en Francia; Marx y Engels en Ale-mania; Bakunin y Chernichevski en Rusia.

Pero, ya desde el principio, mientras algunos, comoSaint-Simón, sostenían que la justicia sólo puede es-tablecer con ayuda del gobierno, otros, como Fouriery, en parte, Owen, juzgaban que la misma se puederealizar sin intervención del Estado.

De esta manera se inician, dentro del campo socia-lista, dos tendencias: una autoritaria, que llevará a lasocialdemocracia y al marxismo; otra libertaria, queconducirá al proudhonismo, al bakuninismo y al co-munismo anárquico del propio Kropotkin.62

Entre los pensadores socialistas, quien más profun-dizó en la cuestión de la justicia como fundamento dela moral fue Proudhon. Kropotkin quiere señalar la im-

62 Ibíd. Págs. 249.

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portancia de éste, que generalmente pasa inadvertida,en la historia de la ética. Tal importancia se cifra enel hecho de que Proudhon, recogiendo y depurando lanoción de igualdad y de justicia, legada por la gran Re-volución, demuestra que dicha noción siempre estuvoen la base de toda sociedad y, por consiguiente, de to-da moral. Desechando, pues, toda tentativa de dar a laética una fundamentación religiosa, Proudhon procla-ma la justicia concreta, esto es, la igualdad, no sólo dederechos políticos y civiles sino también de derechoseconómicos, como base de la misma. Para él, el senti-miento de dignidad es el verdadero contenido de jus-ticia, y el derecho consiste en el poder de exigir a losdemás el respeto de la propia dignidad humana, lo cualconlleva el deber de respetar en los demás tal dignidad.De esta manera, aun cuando Proudhon considera im-posible amar a todos los demás y a exigir a todos quenos amen, cree que debemos, en cambio, respetarlos yexigir que nos respeten. El meollo de su ética es, portanto, la idea de la igualdad del hombre y del respetoque a ésta le es debido.63

A pesar del alto aprecio que la filosofía moral deProudhon le merece, Kropotkin no deja de reprocharle

63 Ibíd. Págs. 250-259.

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la confusión entre los dos sentidos de la palabra «jus-ticia» (justicia como igualdad, en sentido matemático,y justicia como práctica y acción de hacerse justicia).También le crítica, y no sin razón, su actitud frente ala mujer. Pero, en conjunto, considera que «la obra deProudhon es uno de los pocos estudios (se refiere al tra-tado De la justice dans la Revolucion et dan l’Eglise) enlos cuales la justicia ocupa el puesto que efectivamentele corresponde según las intuiciones de muchos pensa-dores anteriores, que no desarrollan, sin embargo, tana fondo el problema».64

Después de examinar las ideas morales de los pensa-dores socialistas, llega, finalmente Kropotkin al puntocrucial de su exposición, es decir, a la ética evolucio-nista, a la cual adhiere en parte, pero contra la cualpolemiza en parte fuertemente.

De todos los representantes de la ética evolucionistase limita a estudiar solamente los tres que consideramás importante: Spencer, Huxley y Guyau.

Para Darwin, hay en el hombre una tendencia mo-ral, no adquirida por cada individuo, cuyo origen debebuscarse en los sentimientos de sociabilidad que soninstintivos en todos los animales gregarios. Tales senti-

64 Ibíd. Págs. 258

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mientos hacen que los animales sientan placer en estarjunto a sus congéneres, experimenten por éstos cier-ta simpatía y les presten algún servicio, aunque seme-jante simpatía no signifique aún camaradería o reci-procidad de asistencia. Cuando el hombre no escuchala voz de la simpatía social y se deja llevar por otrossentimientos, como el odio, después de una breve sa-tisfacción, experimente malestar y remordimiento. Alplantear en su interior un conflicto entre el odio y elsentimiento de simpatía al cual la razón le exige obe-decer, nace la conciencia del deber. Más tarde, al desa-rrollarse la vida social, surge, como poderoso apoyodel sentimiento moral, la opinión pública, que indica lanecesidad de obrar por el bien común.65

Tale son, según kropotkin, las grandes líneas de laética de Darwin; pero es preciso tener en cuenta —añade— que éste afirma también, como antes Bacon,que el instinto de conservación común es más amplioque el de conservación individual, lo cual ilumina vi-vamente la época primitiva de la sociedad humana.

Sin embargo, la mayoría de los darvinistas no pres-taron atención a esta última tesis, y lejos de pensar—advierte Kropotkin— que Darwin explicara el origen

65 Ibíd. Págs. 259-260.

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de la moralidad mediante el predominio de la simpa-tía social sobre el egoísmo personal, creyeron que ha-bía hablado de una lucha implacable por la existenciacomo fundamento de cualquier vida social entre loshombres.66

Estos seguidores de Darwin, entre los que sobresaleHuxley —dice— suponen que el darwinismo no es otracosa más que la lucha por la existencia de todos contratodos. Toda la doctrina ética de Kropotkin se desarro-lla, en realidad, en abierta polémica contra semejantesevolucionistas, precisamente porque pretende basarseen las ciencias naturales y en el evolucionismo y por-que no desea en modo alguno renegar de las teoríasbiológicas de Darwin, que considera como la últimapalabra de la investigación científica.

«Este brillante evolucionista, que tanto hahecho para sostener la teoría darvinianade la evolución gradual de las formas or-gánicas sobre la tierra y para difundir am-pliamente tal teoría —escribe—, refirién-dose a Huxley –se ha mostrado absoluta-

66 Ibíd. Págs.261

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mente incapaz de seguir al maestro en do-minio de la ética».67

Contra un artículo del mismo Huxley titulado Strug-gle for life: a program, había escrito, como vimos en elcapítulo anterior, su gran obra El apoyo mutuo. Mástarde, Huxley, poco antes de su muerte, en 1893, sinte-tizó su filosofía moral en una conferencia titulada Evo-lución y ética. El mismo Huxley atribuía gran impor-tancia gran importancia a esta conferencia; «la prensala acogió como una especie de manifiesto de los agnós-ticos» (según las palabras del propio Kropotkin), y elpúblico en general llegó a considerarla como la últimapalabra de la ciencia en materia de moral y de filoso-fía. Ahora bien, ello se debió —anota sagazmente elpensador anarquista— no sólo al hecho de que uno delos jefes del movimiento científico resumiera allí susideas, después de haber luchado durante toda su vidaen pro del evolucionismo biológico, sino también, y so-bre todo, al hecho de que allí se encuentran expresadaslas concepciones de la moral vigentes entras las clasesaltas, que constituyen la verdadera religión de dichasclases.

67 Ibíd. Págs. 262.

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Según Huxley, el proceso cósmico y el proceso mo-ral son entre sí totalmente contrarios: el primero estábasado en la violencia, en la crueldad, en el dominiodel más fuerte y en la opresión del más débil, impli-ca dolor y sufrimiento para todas las especies y sólonos enseña el mal absoluto; el segundo, que surge inex-plicablemente en el seno del primero, después de unincalculable número de millares de años, radica en lasupervivencia no de los aptos sino de los que son mo-ralmente mejores.

Ahora bien, —objeta Kropotkin, situándose siempredentro de los supuestos esenciales del evolucionismo—¿dónde están las raíces de este proceso? El mismo noha podido surgir de la observación de la naturaleza,por lo que se ha dicho; no puede haber sido hereda-do de los tiempos anteriores, porque en las especiesanimales no existía ni siquiera el germen de un proce-so ético. Luego, ha debido nacer de algo exterior a lanaturaleza, esto es, de una iluminación divina. Tiene,por tanto, un origen sobrenatural. No por nada, algúnautor cristiano, ha celebrado el retorno de Huxley —anota Kropotkin— al seno de la iglesia.68

68 Ibíd. Págs. 262-264.

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Para un verdadero evolucionista. —sostiene— «lasideas morales del hombre no son sino la continuaciónde los hábitos morales de la ayuda mutua, tan amplia-mente difundidos entre los animales sociales que seles puede aplicar el nombre de ley natural, por lo cualnuestras leyes morales, en la medida en que ellas sonfruto de nuestra inteligencia, no son sino una conse-cuencia de lo que el hombre ha visto en la naturaleza,mientras, en la medida en que son fruto del hábito ydel instinto, constituyen el desarrollo ulterior de losinstintos y hábitos propios de los animales sociales. Obien las ideas morales son surgidas desde arriba y en-tonces todo estudio ético se reduce a la interpretaciónde la voluntad divina. Esta es la conclusión que fatal-mente se debe sacar de esta conferencia».69

Cuando Huxley la publicó en forma de volumen, —anota Kropotkin, siempre escrupulosamente fuel a laverdad— reconoció en una nota que el proceso éticoforma parte del proceso cósmico (con lo cual negó to-do lo que antes había sostenido sobre la oposición en-tre ambos procesos). Ello se debió —conjetura— a lainfluencia de su amigo, el profesor Romanes, que tra-

69 Ibíd. Págs. 265.

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baja por entonces en una obra sobre la moral de losanimales.

De cualquier manera, la objeción de Kropotkin, aunsin salirnos para nada de los límites del naturalismoy de la biología, pierde su fuerza después de De Vries,con la teoría de las mutaciones. En efecto, el procesoético podría haber surgido como una mutación en losgenes de cierta especie animal, como algo repentino,inusitado y nuevo, sin dejar por eso de ser un fenó-meno natural, y de integrar el proceso cósmico.

Spencer, que ya antes de Darwin, había expuesto, ensu Estática Social, una concepción evolucionista, aun-que todavía no del todo desarrollada, concibe la ética—con toda razón Kropotkin— como una parte de la fi-losofía de la naturaleza. Después de haber examinadosucesivamente el origen del sistema solar y las bases dela biología, de la psicología y de la sociología, se ocupade las bases de la ética, es decir, de las relaciones que,entre los seres vivos, tienen carácter obligatorio, pe-ro sólo hacia el final trata de la moral en los animales:hasta entonces había fijado únicamente su atención enel «struggle for life» y en la lucha de cada individuo

70 Ibíd. Págs. 267-268.

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(animal o humano) contra todos los demás para lograrlos medios de subsistencia.70

Casi hubiera podido juzgar Kropotkin a Spencer co-mo a Huxley, si no hubiera sido por estos tardíos es-critos de 1890, publicados, según el propio Kropotkinadvierte, «cuando la mayor parte de la Ética había sidoya llevada a cabo».71

No oculta nuestro pensador anarquista, por otra par-te, su simpatía por la obrita que Spencer titulada Elindividuo contra el Estado, pero lleva, al parecer, dema-siado lejos la asimilación de Godwin, pasando por altoel hecho de que no hay en Spencer ni trazas del co-munismo defendido por aquél, al menos en la primeraedición de su obra.72

Acepta Kropotkin como un esfuerzo meritorio elpropósito de Spencer de establecer reglas de la conduc-ta moral sobre una base científica, precisamente en unmomento en que el poder de la religión se debilita ylas doctrinas morales ya no pueden apoyarse en ella,y también la idea de que la ética, después de repudiartodo ascetismo monacal, para no tomarse endeble, de-be repudiar cualquier estrecho egoísmo. Le reprocha,

71 Ibíd. Págs. 268.72 Ibíd. Págs. 268-269, 288-293.

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en cambio, el no haber concedido mayor importanciaa los fenómenos de ayuda mutua, que se dan en todaclase de animales. Pero le elogia el haber definido «lobueno» como aquello que cumple con su fin y, en elcaso del hombre; aquello que sirve a la conservaciónde la vida y al acrecentamiento de la vitalidad, es decir,como «un modo de obrar que contribuye a la plenitudy a la variedad de nuestra vida y de la de los demás,que llena la vida de alegría, tornándola más rica en sucontenido, más bella e intensa».73

De esta manera —opina Kropotkin— explica Spen-cer el origen y la evolución de las ideas morales no porabstractas entidadesmetafísicas o preceptos religiosos,no por cálculo de los placeres o del provecho personal(como los utilitaristas), sino como producto necesariode la evolución social, lo mismo que el desarrollo dela inteligencia, el arte, del saber o del sentimiento es-tético. Pero, —pregunta a renglón seguido— si es indu-dable que las ideas morales se vienen formando desdelos tiempos más remotos de la humanidad y aun entrelos animales, ¿por qué ha tomado la evolución un de-terminado camino y no el opuesto? ¿Por qué optó porla lucha de todos contra todos? «Una ética evolucionis-

73 Ibíd. Págs. 271.

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ta —dice— por qué en este caso la evolución contribu-yó a la conservación y la supervivencia de la especie,mientras la ineptitud para desarrollar estas cualidadessociales habría tenido infalible como resultado una in-capacidad de resistencia en la lucha contra el ambien-te, sea entre los animales sea en las sociedades huma-nas».74 Spencer reconoce que el hombre se ha desa-rrollado gracias al placer que le produce ciertos actoscumplidos en pro del bien del común; más aún, sostie-ne que cualquiera que sea el criterio que se adopte parajuzgar los actos humanos, la virtud y la perfección mo-ral produce siempre, de alguna forma, en algún sujetoy en un determinado momento, un placer o un goce(happiness). Pero, una ética basada en el evolucionis-mo —objeta Kropotkin— no puede aceptar estas ideasincondicionalmente, en la medida en que está obligadaa admitir que la moral surge de una acumulación acci-dental de hábitos útiles a la especie en su lucha porla vida. «¿Por qué, pregunta la filosofía evolucionis-ta, son los hábitos altruistas y no los egoístas los queprocuran al hombre mayor satisfacción? ¿La posibili-dad que comprobamos en todas partes de la naturale-za y la ayuda mutua que se desarrolla en la vida social,

74 Ibíd. Págs. 272.

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no son armas tan universalmente difundidas como pa-ra contrarrestar la violencia y la afirmación personaly egoísta? ¿El sentimiento social y la necesidad de laayuda mutua, hacia las que nuestras nociones moralesse han debido dirigir necesariamente, no son, por eso,un carácter fundamental de la naturaleza humana, delmismo modo que la necesidad de alimentarse?».75 Pe-ro Spencer —comprueba Kropotkin— no da ningunarespuesta a estos problemas; sólo en una época tardía(y en limitada medida) se interesó por ellos, de maneraque tampoco él pudo poner fin a la polémica entre laética naturalista y evolucionista y la ética intuitiva.76

Con la obra deMarie-Jean Guyau culmina, para Kro-potkin, la ética evolucionista y la ética moderna toda.

Guyau en su obra Esbozo de unamoral sin obligaciónni sanción, que Nietzsche utilizó ampliamente, segúnha demostrado el padrastro de aquel, Fouillé, en su li-bro Nietszche y el inmoralismo, parte de la idea de lavida, entendida en su más amplio sentido. La vida es,para él, crecimiento, impulso, creación continua. Aho-ra bien, la ética constituye la búsqueda, por parte delhombre, de los medios por los cuales logra alcanzar

75 Ibíd. Págs. 272-273.76 Ibíd. Págs. 273.

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aquellos fines que la naturaleza le propone, esto es, eldesarrollo y acrecentamiento de la vida. La moral pue-de prescindir, pues, perfectamente de toda coacciónu obligación propiamente dicha y, en especial, de to-da sanción trascendente, sobrenatural o social, puestoque se desarrolla gracias a la necesidad misma que elhombre experimenta de vivir una vida plena e intensa.En efecto, es propio del ser humano el no sentirse con-forme con una vida ordinaria y común y el querer ex-tender y profundizar su vida, multiplicar sus impresio-nes y diversificar sus sensaciones. Al experimentarsecapaz de todo esto, se siente impulsado a realizarlo, sinnecesidad de órdenes ni imperativos. El deber no es así,para Guyau, sino la conciencia de un poder interno, su-perior por naturaleza a todos los demás poderes, de talmodo que sentirse capaz de hacer grandes cosas equi-valente a adquirir conciencia de lo que se debe hacer.Como sentimos que hay en nosotros más fuerza ne-cesaria para conservar nuestra propia vida tendemosa gastarla en los otros, y de tal sobreabundancia nacelo que se denomina corrientemente «compasión»: te-nemos conciencia de poseer más amor y lágrimas delas que podemos emplear en nosotros mismos, y poreso las entregamos a los demás sin preocuparnos porlas consecuencias, del mismomodo que la planta nece-

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sariamente florece, aun cuando al florecimiento debaseguirle pronto la muerte.

En la vida, dice Guyau, hay dos aspectos contrarioscorrelativos, la asimilación y la nutrición por una par-te, la producción y la fecundación por otra; y cuandomás se adquiere, más es necesario dar. «Vida significafecundidad y, recíprocamente, fecundidad significa vi-da hasta alcanzar los límites, una existencia verdadera.Hay una cierta generosidad inseparable de la existen-cia, sin la cual se muere y se seca interiormente. Espreciso florecer; la moral, el desinterés es la flor de lavida humana», escribe Guyau, citado por Kropotkin.

Un intento como éste, de edificar unamoral ajena nosólo a todo vínculo con lo sobrenatural sino también li-berada de la misma idea de obligación y de sanción, nopodía dejar de despertar las más vivas simpatías en unpensador esencialmente anti-autoritario como Kropot-kin. Nada escapa, sin embargo, a su espíritu crítico, elescaso desarrollo que alcanzan en Guyau las ideas desociabilidad y de justicia. Aunque comprendió —dice—la imposibilidad de edificar la moral sobre la base delegoísmo, como lo habían hecho Epicuro y los utilita-ristas ingleses; aunque se dio cuenta de que la meraarmonía interior no es suficiente y de que existe tam-bién el instinto de sociabilidad, no le concedió a este

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instinto la importancia debida, como había hecho yaBacon y Darwin, y no justipreció el papel que en lasdecisiones morales desempeña la idea de justicia, estoes, de igualdad entre los seres humanos.77

Por otra parte, Kropotkin no advierte que la nociónde «vida», tal como la formula Guyau, si bien surge enun contexto positivista y naturalista, está preñada deimplicaciones metafísicas, según se ve en el uso quede ella hará en seguida Nietzsche. Tal noción parecesuponer, en cualquier caso, un cierto finalismo en lanaturaleza, aunque se trate sólo de un finalismo inma-nente, y ello resulta obviamente incompatible con eldarwinismo, que el propio Kropotkin profesa. Guyauconstruye, de hecho—y no son pocos los críticos que lohan hecho notar— uno de los inmediatos predecesoresde Bergson.

Como intento de esbozar una historia de la ética eltrabajo de Kropotkin se caracteriza por la unidad de sudesarrollo, que se logra evidentemente sobra la base deun núcleo doctrinal establecido con firmeza y claridad.

No puede negarse, sin embargo, que desde un puntode vista académico adolece de serios defectos y presen-ta no pocas limitaciones.

77 Ibíd. Págs. 296-305.

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No parece que el autor haya frecuentado directa-mente los textos que juzga y crítica. Los errores de lasinterpretaciones, los juicios unilaterales o arbitrarios,las omisiones inexplicables abundan. Hay simplifica-ciones inadmisibles en una obra historiográfica conpretensiones científicas, que en parte son debidas auna óptica estrechamente cientificista y al despreciopor cualquier forma de dialéctica.

El núcleo doctrinal, que constituye la estructura teó-rica de la obra, puede decirse que está constituida porla siguiente tesis:

1ºAnti-teologismo. Aunque ni en esta obrani en ninguna otra de Kropotkin halla-mos los ataques violentos contra la ideade Dios y contra la religión que caracteri-za el anti-teísmo de Bakunin, es claro queuna de las principales variables del pro-greso de la ética es, para él, la anulaciónde todo factor religioso en la explicacióndel origen y el contenido de la moralidad.Una teoría ética será tantomás científica yuna práctica ética tanto más elevada cuan-to más completamente logren prescindirde todo resabio sobrenatural;

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2º Anti-Metafísica. A diferencia de Baku-nin, que antes de arribar al materialismopasa por diversas etapas que correspon-der a los diversos momentos de desarro-llo del idealismo alemán (Kant, Fichte, He-gel), Kropotkin se instala desde el comien-zo de su actividad intelectual en un cienti-ficismo anti-metafísico estricto, que le ha-ce considerar toda especulación filosóficaal margen de las ciencias experimentalescomo mero residuo (más o menos laiciza-do) de la teología;3º Hedonismo como punto de partida. Si elhombre es un ser natural, el bien moraldebe coincidir para él con aquello que sa-tisfacen su naturaleza (su condición bioló-gica), lo cual equivale, en términos gene-rales, al placer;4º Anti-egoísmo. Pero el placer sólo equi-vale al bien moral y a la felicidad cuandose lo considera en relación con la sociedaddentro de la cual cada individuo vive, detal manera que cualquier placer exclusiva-mente individual queda superado por el

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que proporciona la práctica de la solida-ridad y de la ayuda mutua;5º Justicia como valor supremo. La justi-cia, considerada como absoluta igualdad,constituye el más alto valor y, por consi-guiente, la máxima virtud. De ahí que laculminación de la ética coincida necesa-riamente con el socialismo anárquico;6º Anti-estatismo. El Estado, lejos de sercreador u órgano de la moralidad, es, pa-ra Kropotkin, fuente de toda injusticia, ypor tanto, de toda inmoralidad. La existen-cia de gobernantes y gobernados dentrode una sociedad constituye la forma másradical de negar la igualdad y la libertad,y, en consecuencia, la justicia.7º Anti-individualismo. La forma más ele-vada de la moral no tiende a producir unsúper-hombre, destinado a sojuzgar a lahumanidad o a aislarse de ella, sino untipo de hombre enteramente entregado alos demás, que se realiza en la lucha porla justicia y por la libertad de todos.

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La ética de la expansiónvital como ética delsocialismo

Aunque la Ética de Kropotkin quedó incompleta,pues él sólo llegó a escribir la parte histórica que acaba-mos de examinar, de este mismo panorama históricoasí como de El apoyo mutuo y de otros varios escritosmenores, pero particularmente de Lamoral anarquista,es posible extraer un esquema preciso de su filosofíamoral.

La ética de Kropotkin es, ante todo, una ética natura-lista, en cuanto rechaza todo tipo de fundamentaciónreligiosa y no reconoce ninguna clase de influencia so-brenatural en el origen de las ideas y los sentimientosmorales. El progreso de la ética a través de la historiase mide, ante todo, para nuestro autor, como vimos,por su capacidad de desligarse de la religión. En nues-

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tra época ella no puede concebirse —piensa— sino co-mo una disciplina articulada inmediatamente con lasociología y la biología, esto es, como una rama de lasciencias naturales. De un modo muy especial es en lazoología donde se enraíza la ética kropotkiniana, consu característica tesis del apoyo mutuo entre las espe-cies animales como precedente natural y necesario dela moralidad humana.

Análogamente rechaza Kropotkin cualquier intentode fundamentación de la moral en entidades abstrac-tas y se opone a la ética metafísica, reduciéndola casia la moral religiosa, que encuentra su razón de ser enuna relevancia sobrenatural. Kant y Fichte no se dife-rencian, para él, mucho de San Agustín y Santo Tomás.

De los anteriores planteos resulta fácil inferir quesu ética, además de ser naturalista, es rigurosamenteevolucionista. Pretende enmarcarse, en efecto, dentrodel transformismo mecanicista de Darwin, al que con-sidera como la última palabra de la biología y la clavede toda ciencia del hombre. Más aún, quiere remitir-se a ciertas ideas del mismo Darwin quien, al revés delo que hicieron luego sus seguidores y, particularmen-te, Huxley, había señalado el apoyo mutuo entre losmiembros de cada especie como factor fundamentalen la conservación y desarrollo de la misma. Junto a

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la lucha y el antagonismo de las especies por lograr susupervivencia hay que reconocer, como elemento nomenos importante de la evolución, la ayuda mutua yla solidaridad. «La lucha por la vida» debe ser entendi-da, pues, en un sentido amplio y metafórico, teniendoen cuenta además que se trata, en gran medida, de unalucha contra las circunstancias y el ambiente.

En la natural e instintiva inclinación de los animalessociales a ayudar a los miembros de la propia especia(y, a veces, aun a los de otras); en la tendencia de di-chos animales a convivir permanentemente; en el gus-to que sienten en estar juntos, más allá de toda necesi-dad biológicamente inmediata, deben buscarse, segúnKropotkin, las raíces de las ideas y los sentimientosmorales de las humanidad. Como la inmensidad mayo-ría de los anarquistas rechaza, en consecuencia, la ideadel pecado original (Bob Breen,The ethics of anarchism— «Anarqhy» — 16 — pág. 162).

La ética de Kropotkin acoge, en primer término, elhedonismo y el utilitarismo del siglo XIX. Lo que mue-ve al hombre a obrar bien o mal no es el ángel o eldemonio de las representaciones religiosas tradiciona-les ni lo que «cierta jerga escolástica, honrada con elnombre de filosofía», denomina «las pasiones» y la «laconciencia», sino el deseo de hallar placer o de satisfa-

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cer una necesidad de su naturaleza. Tanto el hombreque quita a un niño un pedazo de pan como el que com-parte su mendrugo con el hambriento; tanto el asesinoque degüella a toda una familia como el idealista quesacrifica su vida por la liberación de los oprimidos, nobuscan, en el fondo, sino un placer o una satisfacción.

«Buscar el placer, evitar el dolor, es el he-cho general (otros dirían ley) del mundoorgánico, es la esencia misma de la vida.Sin ese deseo de hallar lo agradable, aunla vida fuera imposible. El organismo sedesorganizaría, acabaría la vida», escribeen La moral anarquista. Y, a continuación,añade: «Así, cualquiera sea la acción delhombre, cualquiera sea su línea de con-ducta, obra siempre para obedecer a unanecesidad de su naturaleza. El acto másrepugnante, como el acto indiferente o elmás simpático, son igualmente dictadospor una necesidad individual. Obrando deun modo u otro, el individuo hizo lo que

1 La moral anarquista, el anarquismo — Caracas — 1972 —Ediciones Vértice — pág. 107-0108. (al citar corregimos a veces al-gún giro incorrecto de esta edición española).

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hizo porque al hacerlo sentía placer, por-que de esa manera evitaba o creía evitar eldolor». Y agrega: «He ahí un hecho per-fectamente claro: he ahí la esencia de loque se denomina la teoría del egoísmo».1

El hedonismo, como se ve, encuentra, a su vez, sufundamento en el egoísmo. De tal modo cree Kropot-kin destruir «el prejuicio de todos los prejuicios», yaque, para él, «toda la filosofía materialista, en sus rela-ciones con el hombre están en esta conclusión».2 ¿Sepodrá inferir de aquí que todos los actos humanos sonmoralmente indiferentes, puesto que todos, tanto losque se consideran comúnmente heroicos como los quese tienen por criminales, responden a una necesidadde la naturaleza? Esta conclusión «amoralistas», quea fines del siglo pasado extraían sin duda muchos jóve-nes anarquistas, tal vez bajo la influencia de Nietzscheo de Stirner, tal vez por la mera fuerza de la lógica he-donista, que los retrotraía a Mandeville y a la Fábulade las abejas o, cuando menos, a los nihilistas rusos delas década de los sesenta, es rechazada decididamentepor Kropotkin. Deducir que todos los actos humanos

2 Ibíd. Pág. 108.

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son indiferentes y que no existen el bien ni el mal equi-valdría, para él, a admitir que no hay en la naturalezani buen ni mal olor, que lo mismo da para el olfato elperfume de la rosa y la pestilencia del assa foetida, por-que tanto la uno como la otra son producto de la vibra-ción de las moléculas. En el fondo, el amoralismo y elindiferentismo moral son, para nuestro pensador, unaconsecuencia de la vieja moral teológica, que conside-ra un acto como bueno si procede de una inspiraciónsobrenatural y como indiferente si no tiene semejanteorigen; que cree únicamente dignas de ser tenidas pormorales a las conductas capaces de merecer recompen-sa o castigo. «El cura está siempre en su puesto, consu diablo y su ángel, y todo el barniz materialista nolos puede ocultar. Y, lo que es aún pero, el juez, con sudistribución de latigazos para unos y sus recompensascívicas para otros, también está en su puesto. Y ni losprincipios de la anarquía bastan para arrancar de raízla idea de castigo y recompensa».3 (Cfr. Woodcock —Avakumovic, op. cit. págs. 280-282).

A todos ellos, teólogos y amoralistas, les responde:«¿El assa foetida huele mal, la serpiente me muerde, elembustero me engaña? ¿La planta, el reptil y el hom-

3 Ibíd. Pág. 112.

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bre, los tres, obedecen a una necesidad dela Naturale-za? Pues bien, yo obedezco a una exigencia de mi na-turaleza odiando a la planta que huele mal, al animalque mata con su veneno y al hombre, aún más vene-noso que el animal. Y obraré en consecuencia, sin di-rigirme para esto ni al diablo, a quien, por otra parte,no conozco, ni al juez, a quien detesto más aún que ala serpiente. Yo, y todos los que comparten mis anti-patías, obedecen a una necesidad de la Naturaleza. Yveremos cuál de los dos tiene de su parte la razón y,por consiguiente, la fuerza».4 Respuesta que tiene elacento del anarquismo, pero que es, al mismo tiempo,digna de Spinoza.

Para distinguir el bien delmal no se necesita —repitesin cesar Kropotkin— ni una inspiración divina ni laintervención del imperativo místico o metafísico dela conciencia. Ya los animales sociales, al igual que elhombre, saben hacerlo. Y si se reflexiona un instante,se advertirá que lo bueno, tanto para una animal comopara un filósofo, es lo útil; y lo malo, lo perjudicial. O,en otras palabras, bueno es, para todos, lo que causaplacer; malo, lo que produce dolor.

4 Ibíd. Pág. 112.

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Pero —y en esto se aparta ya Kropotkin de los puroshedonistas— «placer» tiene para él un sentido muchomás amplio que la mera satisfacción física. Los place-res más altos y codiciables son indudablemente, segúnsu estimación, los placeres intelectuales y morales: laciencia, la lucha por la justicia y la libertad.5

Por otra parte, el mero hedonismo y el mero utilita-rismo quedan superados en Kropotkin por el hecho deque el sujeto del placer y del dolor que debe tenerse encuenta es, para él, no el individuo, como decía Epicuro,Bentham y Mill, sino la sociedad.6

«La idea del bien y del mal no tiene, pues,nada que ver con la religión a la concien-cia misteriosa; es una necesidad naturalde las razas animales. Y cuando los funda-dores de las religiones, los filósofos y losmoralistas, nos hablan de entidades divi-nas o metafísicas, todo lo que hacen es re-petir lo que la hormiga y el gorrión practi-can en sus pequeñas sociedades: ¿Esto es

5 Ibíd. Págs. 106-108.6 Ibíd. Págs. 113-115.

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útil a la sociedad? Pues es bueno. ¿Es per-judicial? Pues es malo».7

Un problema se plantea, sin embargo, aquí, y Kro-potkin no deja de enfrentarlo: ¿Qué debe entendersepor sociedad? ¿Cuáles son sus límites? Los límites dela sociedad, esto es, de los congéneres hacia los cua-les un ser viviente se siente obligado, —responde— va-rían según las especies. Para las hormigas se reducenal hormiguero y casi lo mismo puede decirse de loshombres primitivos. El hombre civilizado, al compren-der las relaciones íntimas que lo vinculan al último delos papúas, ensancha esos confines y extiende su soli-daridad a toda la especie humana y a los animales.8 Elhombre civilizado se caracterizaría así por su capaci-dad de identificación con los demás, ya que sin identi-ficación es imposible concebir la ayuda mutua, comobien diceDachine Rainer (identity, love andmutual aid-«Anarchy» — 20 — págs. 297-298).

Otro problema conexo que Kropotkin plantea y res-ponde es el de la universalidad e inmutabilidad del con-cepto del bien. ¿Cuándo se dice «bueno» o «malo»,el contenido de tales nociones es el mismo para todos

7 Ibíd. Pág. 115.8 Ibíd. Págs. 115-116.

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los pueblos y para todas las épocas? No, ciertamente —contesta-. Dicho contenido no tiene nada de inmutable.Varía de acuerdo con la inteligencia y con el saber ad-quirido. El primitivo encontraba bueno comerse a suspobres ancianos cuando éstos comenzaban a ser unacarga para la sociedad. Hoy tal conducta se considera-ría criminal, pero los medios de subsistencia no son yalos de la Edad de Piedra. Sin embargo, aun cuando laapreciación de lo que es útil o perjudicial a la raza cam-bie, en el fondo queda inmutable. Este fondo se reduceal siguiente imperativo o, por mejor decir, al siguienteconsejo fundado en una larga experiencia de la vidade los animales y del hombre: «haz a los otros lo quequieras que te hagan, en igualdad de circunstancia9».

Si nos preguntamos, pues, por el origen de la ideadel bien y demal que existe indudablemente en el hom-bre, cualquiera sea su desarrollo intelectual, encontra-mos —dice Kropotkin— varias respuestas erróneas o,al menos, incompletas: 1. º) La de los pensadores reli-giosos, para quines Dios inspira o infunde tal idea enlas mentes humanas. Esta explicación es fruto, segúnél, del terror y de la ignorancia del hombre primitivo;2. º) La de Hobbes y otros, para los cuales la ley desa-

9 Ibíd. Págs. 116-117.

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rrolla en los hombres el sentimiento del bien y del mal.Pero la ley —responde enseguida Kropotkin— no hahecho otra cosa sino utilizar los sentimientos socialesdel hombre para imponerle preceptos útiles a la mi-noría de los explotadores; 3. º) La de los utilitaristas,según los cuales la idea del bien y del mal equivalesimplemente a la noción de lo útil o provecho para ca-da individuo. Aunque algo hay de verdadero en estaexplicación —dice Kropotkin— quines la sustentan ol-vidan los sentimientos de solidaridad hacia el grupo yhacia la especie, cuya existencia es innegable.10

Mucho más cerca de la verdad se halla, según nues-tro autor, Adán Smith, que encuentra el origen de lanoción de bien en el sentido de simpatía. Pero ni siquie-ra él logra una explicación plenamente satisfactoria,ya que no comprende que dicho sentimiento de simpa-tía existe tanto en los animales como en el hombre.11«En toda sociedad animal, la solidaridad es una ley dela Naturaleza, infinitamente más importante que la lu-cha por la existencia, cuya virtud nos cantan los bur-gueses sus refranes, a fin de embrutecernos lo máscompletamente posible», escribe en Lamoral anarquis-

10 Ibíd. Págs. 119-120.11 Ibíd. Págs. 120-121.

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ta12. Y en el primer capítulo de la Ética dice: «El apoyomutuo es el hecho dominante de la naturaleza, ofre-ce a las especies que lo practican ventajas tales que larelación de las fuerzas se halla totalmente cambiadaen perjuicio de los animales de presa. El apoyo mu-tuo constituye la mejor arma en la gran lucha por laexistencia, que los animales sostienen constantemen-te contra el clima, las inundaciones, los temporales, lastempestades, el hielo, etc., lucha que exige de continuonuevas adaptaciones a las condiciones siempre nuevasde la vida… Siendo necesarias a la conservación, a laprosperidad y al desarrollo de cada especie, la prácti-ca del apoyo mutuo se ha convertido en lo que Dar-win hubo de definir como “un instante permanente”(a pemanent instinct), constantemente ejercitado portodos los animales sociales, incluso, naturalmente, porel hombre… Pero eso no es todo: este instinto, una vezsurgido, será el origen de los sentimientos de benevo-lencia y la inserción parcial del individuo en el grupo;se convertirá en el punto de partida de todos los senti-mientos superiores. Y sobre esta base se desarrollaránlos sentimientos más elevados de justicia, de equidad,

12 Ibíd. Págs. 122.

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de igualdad y, en fin, lo que hemos convenido en lla-mar abnegación».13

El sentimiento de solidaridad, experimentado a tra-vés de millones de generaciones, se convierte en algohereditario, se torna instinto permanente; este instin-to hace posible el desarrollo y perfeccionamiento delas especies y la aparición y progreso de la humani-dad. «Y cuando se estudia más de cerca el desarrolloo la evolución del mundo animal, —dice en La moralanarquista- se descubre (con el zoólogo Kessler y eleconomista Chezuychevsky) que este principio, tradu-cido por medio de una sola palabra, solidaridad, tuvoen el desarrollo del reino animal, una parte infinita-mente mayor que todas las adaptaciones que pudieranresultar de una lucha entre individuos por la adquisi-ción de ventajas personales».14

La solidaridad, práctica que encontramos en todaslas especies animales, resulta todavía más sorprenden-te entres los monos antropoides. Con el hombre se daotro paso adelante en tal camino, y esto es lo que lepermite subsistir (siendo como es un animal débil yenfermizo) y desarrollar su inteligencia. «Cuando se

13 L’Etica. Págs., 31-3214 La moral anarquista pág. 123.

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estudian las sociedades de seres primitivos, que has-ta la fecha quedaron al nivel de la Edadde piedra, ensus pequeñas comunidades se ve cómo la solidaridadera practicada en el más alto grado por todos los miem-bros de la comunidad. He aquí por qué ese sentimientoy esa práctica de la solidaridad no cesan nunca, no aunen las épocas anteriores de la historia. Aun cuando cir-cunstancias temporales de dominación, de servilismo,de explotación, hacen desconocer este principio, que-da siempre en el pensamiento de la mayoría, que hacecontra las malas instituciones una revolución. Y estose comprende fácilmente: sin ello, la sociedad perece-ría. Para la inmensa mayoría de los animales y de loshombres subsiste ese pensamiento. Y debe subsistir, enel estado de costumbre adquirida, de principio presen-te siempre en el espíritu, aun cuando con frecuenciase lo desconozca en las acciones. Y toda la evolucióndel reino animal habla en nosotros. Y es larga, muy lar-ga: cuenta centenares de millones de años. Aun cuan-do quisiéramos desembarazarnos de ella, no nos seríaposible conseguirlo. Más fácil le fuera al hombre acos-tumbrarse a caminar en cuatro patas que desembara-zarse del sentimiento, que es anterior, en la evoluciónanimal, a la postura recta del ser humano. El sentidomoral es en nosotros una facultad natural, lo mismo

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que el del olfato y del tacto», dice también en La moralanarquista.15

La perduración multimilenaria y el acrecentamien-to de la práctica del apoyo mutuo es lo que le permiteprecisamente a Kropotkin, afirmado en su básico opti-mismo, sostener la tesis de un verdadero progreso enla humanidad, aun cuando tal progreso no sea conti-nuo ni constituya una cadena ininterrumpida. «El he-chomismo de que losmovimientos de regresión que seproducen periódicamente en los diversos pueblos seanconsiderados por la parte más culta de la población co-mo fenómenos pasajeros, posiblemente evitables en elfuturo, demuestra que el criterio ético se ha ubicado enun más alto nivel. A medida que en la sociedad civili-zada aumentan los medios para satisfacer necesidadesdel conjunto de la población, abriéndose así el caminopara una mejor comprensión de la justicia para todos,las exigencias éticas se tornan siempre por necesidadmás elevadas. Así, situándose en el punto de vista deuna ética científica y realista, el hombre puede no sólocreer en el progreso moral, sino también fundar estacreencia sobre bases científicas, a pesar de todas laselecciones de pesimismo que recibe. La creencia en el

15 Ibíd. Pág. 124.

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progreso, que al principio no era más que una simplehipótesis, se encuentra ahora plenamente confirmadapor el conocimiento; por otra parte, es preciso no olvi-dar que la hipótesis precede siempre al descubrimientocientífico». Dice en la Ética16.

Es verdad —reconoce— que la ley y la religión sehan aprovechado del principio moral en beneficio delgobernante y del sacerdote. Pero negarlo simplemen-te por ese hecho sería tan poco lógico como asegurarque uno no se lavará nunca, porque el Corán ordenaabluciones diarias, o que uno comerá en adelante car-ne de cerdo con triquina precisamente porque Moisésprohibió comer cerdo a los judíos. De esta manera seopone Kropotkin a las conclusiones falsamente radi-cales y radicalmente falsas de quienes, dentro o fueradel campo anarquista, pretendían rechazar toda mo-ralidad, fundándose en las vinculaciones históricas delos diferentes códigos y sistemas morales con la teolo-gía y la Iglesia por una parte y con la ley y el Estadopor la otra.17

16 LÈtica págs. 34-3517 La moral anarquista págs. 124-125

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En verdad, ningún teórico del anarquismo se vio qui-zás tan obligado como Kropotkin a luchar contra elamoralismo de sedicentes anarquistas.

En su artículo titulado Más sobre la moral (En mcorela morale) aparecido en la Révolte, de París, en diciem-bre de 18914, responde precisamente a quines, por me-dio del mismo periódico, defendía el robo y proclama-ban, en general, la caducidad de los principios éticosde la sociedad burguesa.

Si fuéramos un partido de la reacción, dice a los jó-venes anarquistas influidos por Stirner y, tal vez, porNietzche, sería lógico que tratáramos de mandar y do-minar a los demás, que quisiéramos adular y mentirpara vivir bien, que intentáramos robar. En ese caso,obraríamos como magos y sacerdotes, reyes, militaresy magistrados que, a través de la historia, han conside-rado los principios morales como inútiles y necesariospara la masa pero obsoletos para ellos mismos.

«Magos, brujos y sacerdotes, reyes, solda-dos y magistrados han predicado esta filo-sofía. Todos los partidos burgueses y jaco-binos —hasta los socialistas estatistas denuestros días— la han practicado y propa-gado. La han erigido en sistema de mo-

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ral. Y aquí aun nuestro programa estaríapronto hecho, si fuésemos un partido dela reacción».18 Pero no somos (los anar-quistas, se entiende) un partido de la reac-ción, sino todo lo contrario, la vanguardiade la Revolución —sostiene Kropotkin— ycomo a tales nos corresponde proclamarlos principios de la Revolución no sólo enlibros y discursos sino también en nues-tra vida diaria. Para ello, ante todo, es pre-ciso que nos liberemos de la pueril teoríade que el robo puede destruir la propiedadprivada. El robo se ha practicado desde laépoca de los faraones y no por eso la pro-piedad ha dejado de gozar de buena salud.Al contrario, quien roba reconoce implíci-tamente el principio de la propiedad y loconsolidad.19 Los pueblos primitivos, queno conocen la propiedad, no conocen tam-poco el robo; en ellos quien tiene hambreva a sentarse por derecho propio en la me-

18 Más sobre la moral, en El anarquismo — Caracas — 1972 —Ediciones Vértice — pág. 152.

19 Ibíd. Pág. 153.

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sa del que come. Sólo cuando el pobre de-ja de reconocer tal derecho, el rico declaraque no le debe nada a nadie. «Se constitu-ye así la propiedad, —dice Kropotkin glo-sando y completando la celebre sentenciade Proudhon— porque la propiedad es elrobo y el robo es la propiedad».20

Por otra parte —arguye— no es verdad, como dicenlos jóvenes amoralistas, que todo el mundo viva delrobo y de la explotación. Para que haya ladrones y ex-plotadores debe haber también robados y explotados.Robados y explotados son los millones de campesinos,de labradores, de obreros, ladrones y explotadores, lospatronos, los banqueros, los políticos. Ahora bien —prosigue Kropotkin, expresando la misma idea que Só-crates en las Gorgias de Platón— siempre es preferibleser robado antes que ladrón, ser explotado que explo-tador. Somos —dice— el partido de la revolución, y pre-cisamente por que lo somos no podemos perpetuar elrobo, el engaño, la mentira y la estafa, que constituyenla esencia de esta sociedad que deseamos suprimir21:«No se puede abolir el Estado buscando meterse en

20 Ibíd. Pág. 154.21 Ibíd. Págs. 154-158.

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sus filas. No se hace tambalear a la religión yendo amisa, cuando entre compañeros se alaba uno de haber-le gastado una broma pesada al cura al hablar con éldel buen dios. Lo mismo que no se puede abolir la pro-piedad practicando el robo, que es la apropiación, nose puede abolir a la sociedad basada en la mentira y lahipocresía, erigiendo como virtudes revolucionarias lamentira y la hipocresía».22

Aun cuando el nihilismo ruso de la década del 60influyó mucho en la formación ideológica del jovenKropotkin y, particularmente en la configuración desu actitud crítica frente a las instituciones del Impe-rio, la siguiente fase del movimiento radical ruso, enel que campeaban, junto a la teoría cuasi-blanquista ycuasi-bolchevique de la minoría revolucionaria de Ka-chev, el amoralismo violento y destructor de Nechaev(el autor del Catecismo revolucionario, falsamente atri-buido a Bakunin), no produjo en él sino una aversión(Cfr. Woodcock-Avakumovic, op. cit. pág. 102).

En cuanto a Stirner, Kropotkin siente por él tan pocasimpatía como la que le demuestran Marx y Engels enla ideología alemana.

22 Ibíd. Pág. 159.

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Es verdad que Kropotkin se considera «individua-lista», pero este término, que significa, para él, «parti-dario de la máxima expansión y perfeccionamiento decada hombre singular», de ninguna manera se oponea «socialista» o «comunista». Por el contrario, el in-dividualismo así comprendido supone necesariamenteel comunismo como la forma más alta del espíritu deayuda mutua, ya que sólo mediante este espíritu pue-de el individuo lograr la máxima potenciación de suindividualidad.

Ya vimos (en el cap. I) cómo, durante su viaje a Es-tados Unidos, no logró acuerdo alguno con el anarco-individualista Tucker, cuyas ideas no eran, en todo ca-so, tan absolutamente opuestas a la solidaridad socialcomo las de Stirner. Este, en su célebre obra Der Ein-zige und sein Eigenium, proclama, en efecto, que el yoes un ser que de tal manera se ama a sí mismo que nole queda sitio para amar a nadie más. El yo es un abso-luto y como tal exige un amor absoluto y excluyente;es todo y todo le está permitido; es «causa sui» y, porconsiguiente, no está sujeto a ninguna norma ni subor-dinado a ningún valor; lo bueno y lo malo no tienenpara él sentido alguno «Stirner, pues, no conserva na-da de comunitario: “Fraternidad, solidaridad”, etc., noson más que retórica huera» (Carlos Díaz, Las teorías

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anarquistas, Madrid, 1976, pág. 180). Para Kropotkin,en cambio, el individuo sólo logra su perfección y sufelicidad a través de la cooperación, dando y recibien-do de los demás individuos, identificándose inclusivecon la sociedad hasta olvidarse de sí mismo.

Es claro que dista mucho de ser un «moralista», enel sentido burgués de la palabra. «Lejos de nosotros—dice— el rigorismo de los hacedores de la moral».23Pero es demasiado lógico como para no advertir lascontradicciones en que caen quienes pretenden acabarcon el robo, robando, y con la mentira, mintiendo.

En las últimas décadas del pasado siglo y en las pri-meras del nuestro hubo en Europa bandas de «expro-piadores» que, en nombre de la causa proletaria y de laanarquía, desvalijaban mansiones y asaltaban bancos.Hace pocos años, Thomas ha publicado sendos librossobre Jacob y La bande o Bonnot.

Marius Jacob fue quien, con su vida y hazañas, inspi-ró al novelista Maurice Leblanc su personaje ArsenioLupin. Este carece, sin embargo, de las motivacionesideológicas de aquella banda de desvalijadores que lle-vó a cabo una serie de asaltos espectaculares y de so-nados robos no sólo, en Francia sino también en Italia,

23 Ibíd. Pág. 158.

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España y Suiza. Personalmente, Jacob confesará cientoseis operaciones de este tipo, consideradas por él comoactos de «expropiación individual». Del producto desus robos Jacob donaba a la caja de la organización ya los órganos periodísticos de propaganda anarquistael diez por ciento. Hay que hacer constar, sin embar-go, en su honor, que jamás apeló a la violencia. «Hábily sarcástico, recusó a sus jueces, proclamando peren-toriamente el derecho de robar cuando los que produ-cen todo no tienen nada y los que no producen nadalo tienen todo» (F. Boussinot, Piccola enciclopedia dell’anarchica, Roma, 1970, pág. 83).

Contra este tipo de anarquistas-ladrones se pro-nunció enérgicamente Jean Grave. Contra este tipode anarquistas y contra otros, sin duda peores, queconfundían totalmente «expropiación» con «apropia-ción», se dirige Kropotkin aunque no sin añadir: «Fe-lizmente, en todos los tiempos, en todas las revolucio-nes del pasado, existieron hombres que odiaban los so-fismas al igual que la sociedad basada en dichos so-fismas. Para abolirla, éstos no predicaron la realeza oel papado, haciéndose sus servidores: antes que pac-tar se dejaron quemar en las hogueras. Odiando unasociedad de iniquidades, se rebelaron contra ella, entodas sus manifestaciones; primero individual y luego

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colectivamente. No buscaron ejemplos en sus padresesclavos; no doblegaron sus cabezas; abrieron rutasnuevas. Y, sin pretender que podían luchar contra lasociedad, cada uno en todos los lugares y cada día, lu-charon contra cuanto pudieron, mientras sus fuerzasno flaqueaban ymientras no caían en la lucha. Muchosfueron aterrados, pero ninguna declaró vencido. Estosno tuvieron necesidad de buscar excusas por no haber-lo podido hacer todo de una vez. Nadie pensó en repro-chárselo. Sus vidas de abnegación y rebeldía hablabanbastante alto por ellos. Hagamos como ellos, y no ten-dremos más discusiones sobre el robo y las debilidadeshumanas. Tendremos la acción revolucionaria».24

El principio moral según el cual debemos tratar alos demás como queremos ser tratados por ellos equi-vale, para Kropotkin, en el plano social, al principio dela anarquía, ya que no es sino el principio mismo dela igualdad: «No queremos ser gobernados. Pero, a lavez, ¿no declaramos con esto que tampoco queremosgobernar? No queremos ser engañados, queremos quese nos diga siempre la verdad. Pero, a la vez, ¿no de-claramos con esto que tampoco queremos engañar anadie, que nos comprometemos a decir siempre la ver-

24 Ibíd. págs. 159-160.

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dad, nada más que la verdad, sólo la verdad, toda laverdad? No queremos que se nos roben los productosde nuestro trabajo. Pero a la vez, ¿no declaramos conesto que respetamos el producto del trabajo de los de-más?», dice en La moral anarquista.25

Esta correspondencia o paralelismo entre moral ypolítica o, por mejor decir, entre moral y acción social,es una de las características esenciales del pensamien-to ético de Kropotkin. Para él, la ética se constituyenatural y necesariamente en la lucha del hombre porlograr una sociedad igualitaria y libre; el anarquismoes el fruto más alto de la evolución moral de la hu-manidad, iniciada antes que la humanidad misma exis-tiera. «Declarándonos anarquistas—prosigue— procla-mamos de antemano que renunciamos a tratar a losdemás cual no quisiéramos ser tratados por ellos; queno toleraremos la desigualdad, la cual permitiría quealgunos de nosotros empleáremos la fuerza, la astuciao la habilidad de una manera que a nosotros mismosnos degradara. Pero la igualdad en todo —sinónimo deequidad— es la anarquía; ¡al diablo el oso blanco (se re-fiere a una expresión de los kirghises) que se apropiael derecho de abusar de la sencillez de los otros para

25 La moral anarquista, pág. 125.

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engañarlos! No lo necesitamos, y lo suprimiremos, sinecesario se hace».26

No se trata, como se ve, de no resistencia al mal, ensentido tolstoiano, sino más bien de estricta reciproci-dad, ya que, para Kropotkin, igualdad se traduce porreciprocidad en las relaciones humanas, y la igualdades equivalente a la justicia, la cual es la base de todamoral. Por eso, no es suficiente luchar contra las ins-tituciones que encarnan la desigualdad y la injusticia;también es necesario combatir contra el modo de sen-tir y de obrar que hace posible la existencia de talesinstituciones: «Y no sólo declaramos la guerra a la tri-nidad abstracta de Ley, Religión y Autoridad. Hacién-donos anarquistas, declaramos la guerra a toda esa olade engaño, de farsa, de explotación, de depravación,de vicio, de desigualdad, en una palabra, que inunda-rán todos nuestros corazones. Declaramos la guerra asu modo de obrar, a su manera de pensar. El goberna-do, el explotado, el engañado, la prostituida, y así su-cesivamente, hieren ante todo nuestros sentimientosde igualdad. En nombre de la igualdad no queremos

26 Ibíd. pág. 126.

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ni prostitutas, ni explotados, ni engañados, ni gober-nados».27

Pero, si esto es así, —Kropotkin prevé la objeción—¿cómo podremos usar la fuerza contra quien invadenuestra tierra, contra quien nos explota, contra el ti-rano o la víbora venenosa? La podremos usar precisa-mente porque exigimos que los demás la usen contranosotros, si alguna vez invadimos un país extraño, siexplotamos o tiranizamos a otros.

Cuando la Perovskaia y sus compañeros asesinaronal zar, la humanidad entera les reconoció tal derecho,no porque pensara que aquél era un acto útil, sino por-que sabía bien que por nada del mundo ellos hubie-ran consentido, a su vez, en ser tiranos. Es claro que,con este criterio, Kropotkin hubiera negado a todos losguerrilleros de nuestros días el derecho de la violen-cia, en la medida en que todos ellos luchan por con-quistar el poder y no por suprimirlo. «La humanidadnunca rehúsa el derecho a emplear la fuerza a los quelo conquistaron, —dice— ya se use la misma en las ba-rricadas o en un sombrío callejón. Más que alto actoproduzca una impresión profunda en los espíritus, esnecesario conquistar ese derecho. Sin eso, el acto, inú-

27 Ibíd. pág. 126.

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til o no, sería un simple hecho brutal, sin importanciapara el progreso de las ideas. No se vería en él sino unuso indebido de la fuerza, una simple sustitución deexplotador por explotador».28

Un elemento que Kropotkin no desdeña en su expli-cación de la génesis de la moral es el inconsciente. Nose pueden asegurar que haya en esto una directa in-fluencia de Freud y del psicoanálisis, pero lo cierto esque nuestro autor considera la vida inconciente «infi-nitivamente más vasta» que la conciencia y, además,«desconocida en otro tiempo».29

De cualquier manera, nuestro modo de obrar se con-vierte en «costumbre», es decir, en conducta motivada,por lo general, en esa vida inconciente. Y quien hayaadquirido más «costumbres morales» será sin duda su-perior a quien obra por temor a los sufrimientos delinfierno o por deseo de las alegrías del cielo.

«Tratar a los demás como quisiera uno sertratado pasa en el hombre y en los ani-males sociables al estado de costumbre,aun cuando, por lo general, el hombre nose pregunte nunca qué debe hacer en tal

28 Ibíd. Pág. 126.29 Ibíd. Pág. 129.

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o cual circunstancias excepcionales, anteun caso complejo o bajo el impulso deuna pasión ardiente, experimenta vacila-ción, y las diversas partes del cerebro (ór-gano muy complejo y cuyas partes funcio-nan con cierta independencia) entran enlucha». En el noventa y nueve por cientode los casos —agrega— no obramos moral-mente porque decidimos aplicar en nues-tras relaciones con los demás el principiode igualdad, sino por simple costumbre.30

La ética de Kropotkin es, como la Guyau, una éticasin obligación ni sanción. Al hablar de moral, preten-de «exponer» no «imponer». La sanción terrena de laley o ultraterrena de la religión son, para él, no sóloinútiles sino también contraproducentes.

Por una parte, el sentimiento y la práctica del apoyomutuo están presentes en el hombre desde sus ances-tros prehumanos y no hay temor tan fuerte como unaconducta instintiva. Por otra, la educación, a medidaque vaya extendiéndose, hará que la inmensa mayoríade los hombres obre teniendo como meta la utilidad

30 Ibíd. Pág. 130.

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social. ¿Para qué se necesitaría, pues, una sanción? Lafuerza de la ayuda recíproca, que es un factor de laevolución, apuntala la moral desde el pasado; la fuerzade la educación, capaz de disparar prejuicios y falsoscálculos, la corrobora en el futuro.31

Lamoral pertenece así más al reino del ser que al deldeber ser; es un hecho más que un valor, una realidadantes que una aspiración.

De cualquier manera, si «moralizar» significa algo,no puede querer decir sino «instruir» o «ilustrar». Laposición de Kropotkin coincide, una vez más, con lade Sócrates. Pero asume, inmediatamente, toda la tra-dición del Iluminismo y del socialismo utópico al res-pecto. Kropotkin es, en esto como en otras muchas co-sas, un hijo del siglo de las luces, aunque a diferenciade algunos iluministas, como Helvetius, no crea quela educación sea omnipotente y considere la herenciabiológica como el fundamento de la moralidad huma-na.

Es preciso, sin embargo, insistir en el hecho de que,para él, educar no significa jamás transmitir órdenes,inculcar preceptos o imponer determinada conducta:«cuando vemos que un joven dobla la espalda, y se le

31 Ibíd. Págs. 130-131.

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oprimen así el pecho y los pulmones, le aconsejamosque se enderece y se mantenga en posición natural. Leaconsejamos que aspire aire con toda la fuerza de suspulmones, que los ensanche, porque en tales prácticasestá mejor la protección contra la tisis. Pero a la vez leenseñamos la fisiología, a fin de que conozca las fun-ciones de los pulmones y elija por sí mismo la posiciónque considere mejor. No tenemos derecho sino a darun consejo. Y esto, añadiendo después de darlo: Sígue-lo si te parece bueno».32

La sociedad no tiene derecho a castigar los actos an-tisociales; pero eso no significa que los hombres deba-mos renunciar, en una especie de indiferentismomoralabsoluto, a amar lo que consideramos bueno y a odiarlo que creemos malo. Esto resulta suficiente para man-tener y desarrollar los sentimientos morales en cual-quier sociedad animal o humana y, por consiguiente,para mantener y desarrollar la vida misma de la socie-dad. «Sólo una cosa pedimos: que se elimine cuanto enla presente sociedad impida el libre desarrollo de aque-llos dos sentimientos (esto es, del amor a lo bueno ydel odio a lo malo), todo lo que falsea nuestro juicio: elEstado, la iglesia, la explotación; el juez, el sacerdote,

32 Ibíd. Pág. 131.

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el gobierno, el explotador», escribe.33 A medida quetodos los obstáculos desaparezcan, a medida que vayasurgiendo una sociedad en la cual el servilismo y la hi-pocresía carezcan de sentido, es decir, a medida que serealice el ideal de una sociedad igualitaria, sin clases ysin gobierno, no sólo los principios morales perderánde hecho su carácter obligatorio para ser consideradoscomo simples relaciones naturales entre individuos li-bres e iguales, sino que una nueva ymás elevadamoralaparecerá en la sociedad.

Puede decirse que la ética de Kropotkin se basa, se-gún hemos visto, en el principio de la igualdad. Pero esclaro también que para nuestro pensador dicho princi-pio no sólo se opone a la exigencia de la libertad sinoque, por el contrario, la implica y la supone. Desde estepunto de vista, Kropotkin no sólo contradice a Hobbessino también, en cierto sentido por lo menos, a Rous-seau y a Marx. En La moral anarquista dice: «El princi-pio igualitario resume las enseñanzas de losmoralistas.Pero contiene también algo más, y ese algo es el respe-to individual. Proclamando nuestra moral igualitaria yanarquista, negamos a apropiarnos el derecho que losmoralistas pretendiendo siempre ejercer: el de mutilar

33 Ibíd. Pág. 131.

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al individuo en nombre de cierto ideal que ellos creenbueno. A nadie reconocemos ese derecho, que no que-remos para nosotros».34 E, invocando a Ibsen, a quienconsidera un anarquista que ignora que lo es, prosiguecon esta vigorosa afirmación de los derechos del indi-viduo: «reconoce la libertad del individuo; queremosplenitud de su existencia, el libre desarrollo de todassus facultades. No es nuestro deseo imponerle nada…Renunciamos a mutilar al individuo en nombre de noimporta que ideal: todo lo que nos reservamos es elexpresar francamente nuestras simpatías y antipatíaspor lo que encontramos bueno omalo. ¿Fulano engañaa sus amigos? ¿Es voluntad suya, es propio de su carác-ter? Perfectamente, ¡Pues voluntad nuestra, cosa pro-pia del carácter nuestro, es despreciar al embustero! Ypues que tal es nuestro carácter, seamos francos. Nonos precitemos hacia él para estrecharle contra nues-tro chaleco y darle afectuosamente la mano, cual hoyse hace. A su pasión activa opongamos la nuestra, tanactiva y tan vigorosa como aquélla. Esto es cuanto te-nemos el derecho y el deber de hacer mantener en la

34 Ibíd. Pág. 134.

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sociedad el principio igualitario, o sea, el principio deigualada puesto en práctica».35

Es estas ideas reconoce explícitamente Kropotkin lainfluencia de Fourier, al cual considera en diversas oca-siones como un verdadero precursor del comunismoanárquico. En efecto, por debajo de todas las concep-ciones éticas kropotkinianas corre la idea fourieristade que las pasiones humanos sólo son, en conjunto, pe-ligrosas cuando explotan dentro de una sociedad opre-sora y oprimida.

Pero la influencia de Fourier, aunque Kropotkin nolo advierta de un modo expreso, no se limita a esto: vamás allá, hasta alcanzar a Guyau, cuyo Esbozo de unamoral sin obligación ni sanción, aun sin saberlo su au-tor, está escrito según un auténtico espíritu fourierista.(En nuestros días, Fourier ha sido el principal mentorde Marcase, cosa que éste no ha dejado reconocer).

Ahora bien, inspirándose precisamente en Guyau,«anarquista sin saberlo», encuentra Kropotkin unprincipio que, en lugar de estar implicado en el prin-cipio de igualdad, como el de la libertad individual, lodesborda y lo supera.

35 Ibíd. Págs. 134-135.

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Este principio podría denominarse «el principio delexceso de vida».

El principio de igualdad, que equivale al de justicia,es el principio necesario de toda moralidad, pero noes su principio suficiente. En efecto, escribe Kropotkinen la obra que venimos glosando, «si las sociedades noconociesen más que este principio de igualdad; si cadacual, ateniéndose a un principio de equidad especial,se guardase en cada momento de dar a los otros algomás de lo que todos reciben, la sociedad caminaría ha-cia su fin». Y hasta la justicia dejaría de ser justa, si nobuscáramos más que la estricta justicia: «Hasta el prin-cipio de igualdad desaparecería de nuestras relaciones,porque para mantenerlo se necesita que una cosa ma-yor, más bella, más rigurosa que la simple equidad, seproduzca constantemente en la vida».36

En el hombre, lo mismo que en los animales, hayuna superabundancia de energía, una fuerza que se es-parce y se desborda. Ahora bien, dice Kropotkin citan-do y haciendo suyas las palabras de Guyau, la percep-ción de tal fuerza origina el sentimiento del deber, yaque «sentir interiormente lo que se es capaz de hacer,es saber lo que se tiene el deber de ejecutar», de tal

36 Ibíd. Pág. 135.

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modo que «el deber no es otra cosa más que una su-perabundancia de vida que pide ejecutarse» y «tenerun fin es a la vez sentimiento de un poder».37

El deber se reduce al poder y el poder se percibecomo deber. La exigencia absoluta del deber, el impe-rativo categórico de Kant, aparece así, para Kropotkiny Guyau, como una exigencia y un imperativo intrín-seco de la vida misma, la cual no puede conservarsesino expandiéndose y propagándose.

Toda la educación moral de la humanidad, si la des-pojamos «de la hipocresías del ascetismo oriental», sereduce, por tanto, a una sola norma, la cual en realidadni siquiera puede considerarse como una norma sinomás bien como un deseo: «¡se fuerte!».38

«Lo que la humanidad admira en el hom-bre verdaderamente moral es la exhube-rancia de su vida, que lo impulsa a dar suinteligencia, su sentimiento, sus actos, sinpedir nada en cambio de ello. El hombrefuerte de pensamiento y el hombre rebo-sante de vida intelectual tratan, natural-mente, de esparcirse. Pensar, sin comuni-

37 Ibíd. Pág. 138.38 Ibíd. Págs.138

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car su pensamiento a los demás, no ten-dría ningún atractivo. El hombre pobre deideas es el único que, habiendo encontra-do una con gran trabajo, la oculta cuidado-samente para ponerle, andando el tiempo,la etiqueta de su nombre. El hombre fuer-te de inteligencia, se desborda de pensa-miento; los siembra a manos llenas. Sufresi no puede comunicarlos; siémbralos pordoquiera, porque eso constituye su vida.Lo propio sucede en cuanto al sentimien-to», dice en La moral anarquista.Y añade,citando otra vez una frase de Guyau, que,según él, resume toda la cuestión de lamo-ralidad: «No tenemos suficiente con no-sotros mismos; más lágrimas que las quenecesitamos para nuestros propios sufri-mientos, más alegrías que las que puedahaber en nuestras existencia».39

Esta ética del exceso vital de Guyau, que toma enNietszche la forma de ética del superhombre y de la vo-luntad de poder, se convierte inmediatamente en Kro-potkin en ética de la acción social. La misma no puede

39 Ibíd. Pág. 139.

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concebirse sin un ideal. En efecto, —dice en la obraque comentamos— «lo vida no es vigorosa, fecunda,rica en sensaciones, sino a condición de responder a lasensación del ideal». Y añade: «obra contra esta sensa-ción y sentirás su vida descomponerse: dejará de servida, perderá su vigor. Falta con frecuencia a nuestroideal y concluirás por realizar su voluntad, su fuerza deacción. Pronto os sentiréis sin aquel vigor, sin aquellaespontaneidad de decisión de otro tiempo. Serás un serquebrantado».40

Ahora bien, este «ideal» que se presenta como con-dición de la intensidad y riqueza de la vida, no puedeser para Kropotkin otro que el del comunismo anárqui-co, esto es, la lucha ininterrumpida y continua, juntoa los oprimidos, por edificar una sociedad plenamentejusta y, al mismo tiempo, plenamente libre.

En unamoral como la de Kropotkin y como la de Gu-yau, la oposición, clásica en la ética del siglo XIX, entreegoísmo y altruismo aparece claramente superada.

El bien del yo, lo que resulta útil a nuestra vida in-dividual, lo que nos produce inclusive el más intensoplacer, se encuentra precisamente en el expandirse yverterse en los otros, en el ser para los demás, en el ha-

40 Ibíd. Págs. 141-142.

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cer de nuestro yo un «todos». Para Kropotkin, los mo-ralistas que partieron de la oposición entre egoísmoy altruismo plantearon mal el problema. Si tal oposi-ción constituyera una realidad básica, si la felicidad decada hombre fuera verdaderamente contraria a la dela sociedad, ésta no podría haber llegado a existir. Lomismo puede decirse de todas las especies de animalessociales, que nunca habrían llegado a su actual estadode desarrollo: «Si las hormigas no experimentaran unplacer intenso trabajando para el bienestar del hormi-guero no existiría y la hormiga no sería lo que es hoy:el ser más desarrollado entre los insectos, un insectocuyo cerebro, apenas perceptible, es casi tan poderosocomo el cerebro ordinario del hombre. Si los pájarosno hallaran un placer intenso en sus migraciones, enlos cuidados que prestan a la educación de sus hijos,en la acción común para la defensa de sus sociedadescontra las aves de rapiña, el pájaro no habría llegadoal desarrollo a que ha llegado. El tipo de pájaro habríadegenerado, en vez de progresar. Y cuando el pensarprevé un tiempo en el que la dicha de la especie, ol-vida una cosa: que si las dos hubieran sido idénticas,

41 Ibíd. Págs. 143-144.

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ni aun la evolución del reino animal hubiera podidoesperarse».41

Toda la argumentación de los anarquistas individua-listas, como Stirner o, como más recientemente, Ar-mand, carece de sentido desde este punto de vista (Cfr.Donald Rooum. The ethics of egoism — «Anarchy» —21 — pág. 377).

La oposición entre egoísmo y altruismo queda su-perada, así, no ya de un modo abstracto y puramenteracional, sino concretamente, a través de los datos dela biología.

¿Quiere decir esto que el egoísmo, como sentimien-to y como actitud, no existe en la sociedad humana?Lo que existe —responde Kropotkin— y siempre exis-tió, tanto en la sociedad humana como en la animal,es la falta de inteligencia y la imbecilidad: un gran nú-mero de individuos nunca llegan a comprender que sufelicidad como tales individuos se identifica con la desu especie y que, siendo la felicidad igual a una vidaintensa, no puede lograrla sino mediante una mayoridentificación con todos sus semejantes.

¿Quiere decir esto que, contrariamente a lo que sos-tienen los filósofos utilitaristas, no hay en el hombreuna serie de compromisos entre egoísmo y altruis-mo? Lo que hay en las actuales condiciones —vuelve

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a contestar— es que, por más que alguien quiera vivirde acuerdo a principios de justicia e igualdad, éstos seencuentran menoscabados a cada instante por la so-ciedad en que vivimos: por moderna que sea nuestracomida y nuestra casa, siempre hay millones que care-cen de casa y pasan hambre; por poco que nos libre-mos a los goces del arte y del intelecto, seguimos sien-do millonarios en comparación con aquella multituda la que el trabajo manual embrutece y priva de todoplacer espiritual.42

En resumen, podríamos caracterizar la ética de Kro-potkin diciendo que es una ética de la positividad, esdecir, una ética sin sanción y, por consiguiente, sinprohibiciones absolutas, donde lo importante es hacery no abstenerse, donde lo que cuenta es la realización yacrecentamiento de la vida y no su moldeamiento con-forme a normas o modelos preestablecidos. Podríamosdecir que en ella, la máxima expansión de la vida indi-vidual no se comprende sino a través de la vida social,y que en cada individuo «ser yo mismo» equivale a«ser para la sociedad», de tal modo que ni el placer secontrapone al ideal ni el egoísmo al altruismo.

42 Ibíd. pág. 144.

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La ética de Kropotkin es una ética naturalista, no só-lo en el sentido de que rehúsa radicalmente cualquierinstancia teológica sino también en cuanto «naturalis-mo» se opone a «historicismo».

Desde este último punto de vista se presenta comofundada necesariamente en la biología y en aquellasciencias del hombre que, nacidas al calor del positi-vismo decimonónico, son concebidas como una con-tinuación de la biología y aun de la física (sociología,antropología, etcétera).

Las ideas y valores morales no pueden basarse sinoen la vida de las especies que precedieron al hombre.La absoluta continuidad hombre-naturaleza tiende aproveer una nota de absolutismo o de no-relativismoa su moral.

La ética más que una disciplina filosófica, pasa a serasí una ciencia del hombre, la cual es, a su vez, cien-cia de la naturaleza. La filosofía misma queda reduci-da, en su contenido específico, a una metodología dela ciencia (que, en última instancia, es siempre ciencianatural).

Al negar toda intrínseca relación entre filosofía ehistoria, elimina también Kropotkin el problema mis-mo de la praxis, problema que se plantea el pensamien-to marxista. Más aún, detrás de su cientificismo evolu-

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cionista no es difícil descubrir un materialismo meca-nicista, que comporta un estricto determinismo físico-biológico. Las dificultades que esto implica para la éti-ca y, sobre todo, para una ética del socialismo y dela acción revolucionaria saltan a la vista. Ya Malates-ta, crítico agudo del pensar kropotkiniano, desde unaperspectiva que evidentemente no es marxista, ve enello una flagrante contradicción (Pedro Kropotkin. Re-cuerdo y críticas de un viejo amigo, «Estudios sociales»,15 de abril de 1931).

Después de reconocer que «Pedro Kropotkin es, sinduda, una de las personas que más han contribuido —quizás más que Bakunin y Eliseo Reclus mismo— a laelaboración y difusión de las ideas anarquistas», porlo cual merece la admiración y el reconocimiento detodos los revolucionarios, escribe: «Kropotkin era par-tidario de la filosofía materialista que predominaba en-tre los científicos en la segunda mitad del siglo XIX, lafilosofía de hombres como Moleschott, Buchner, Vogt,etcétera, y por consiguiente su concepción del Univer-so era rigurosamentemecanicista. Según su sistema, lavoluntad —potencia creadora cuya naturaleza y origenno podemos comprender, como por lo demás no com-prendemos la naturaleza y el origen de la “materia” yde todos los otros “principios primeros”— la voluntad,

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digo, que contribuye poco o mucho a determinar laconducta de los individuos y de la sociedad, no existe,no es más que una ilusión. Todo lo que fue, es y se-rá, desde el curso de los astros hasta el nacimiento yla decadencia de una civilización, desde el perfume deuna rosa hasta la sonrisa de una madre, desde un terre-moto hasta el pensamiento de Newton, desde la cruel-dad de un tirano hasta la bondad de un santo, tododebía, debe y deberá suceder por una secuencia fatalde naturaleza mecánica, que no deja ninguna posibili-dad de variación. La ilusión de la voluntada no seríaa su vez más que un hecho mecánico. Naturalmente,lógicamente, si la voluntad no tiene ningún poder, sitodo es necesario y no puede ser de otra manera, lasideas de libertad, justicia, responsabilidad, no poseenningún significado, no corresponden a nada real. Se-gún la lógica, sólo se podría contemplar lo que ocurreen el mundo con indiferencia, placer o dolor, según lapropia sensibilidad, pero sin esperanzas ni posibilidadde cambiar nada. Kropotkin, por lo tanto, que era muysevero con el fatalismo de los marxistas, caía luego enel fatalismo de los mecanicistas, que es mucho más pa-ralizante».

En respuesta a una insoslayable exigencia lógica,Kropotkin se planteó desde el principio la necesidad de

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fundamentar su acción social en una ética, y ésta, a suvez, en una visión general del mundo. Pero tal visióndel mundo no podía ser, para él, hombre de cienciainmerso en un clima de fuerte reacción contra la teo-logía tradicional y contra el idealismo germánico, sinola que proporcionaba el por entonces pujante evolucio-nismo darvinista, detrás del cual es posible vislumbraren seguida el materialismo mecanicista y reducionista.Pero he aquí que la acción social revolucionaria y lamisma ética que inmediatamente la funda, chocan condicha cosmovisión, en cuanto esta priva de sentido a laética como ciencia normativa y a la revolución comoconcreción de ideales y como modificación radical dela realidad social por parte de los portadores de dichosideales.

El determinismo mecanicista excluye por una par-te toda ingerencia sobrenatural en la concepción delmundo y de la sociedad, pero por otra, reduce al hom-bre a una cosa entre las cosas. Ahora bien, una cosapuede tener comportamiento pero no ética, puede pro-vocar cambios en la realidad, pero no cambios revolu-cionarios, guiados por valores tales como la justicia yla libertad.

La contradicción en que incurre Kropotkin implicatambién una posición abierta entre los principios o ba-

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ses de la ética y las consecuencias concretas de la mis-ma.

Como ya hemos señalado al comienzo de este libro,él (y otros pensadores socialistas de su época), nie-gan, como materialistas y mecanicistas, las premisasdel idealismo filosófico, pero coinciden con él en losresultados. Y lo que es más importante todavía: vivenen sus actos, durante todos y cada uno de los momen-tos de su existencia, la libertad como autoafirmación,los valores como objeto de la libre acción moral. Co-mo bien dice Malatesta, «la filosofía no podía matara la potente voluntad que existía en Kropotkin». Por-que, si bien estaba demasiado convencido de sus ideascomo para renunciar a ellas, «también era demasiadoapasionado, sentía un deseo demasiado intenso de li-bertad y de justicia, como para dejarse frenar por ladificultad de una contradicción lógica y renunciar a lalucha».

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Comunismo sin Estado

La conquista del pan, uno de los libros más represen-tativos del pensamiento anarco-comunista de su épo-ca, fue también uno de los más leídos entre los trabaja-dores españoles e hispanoamericanos a principios denuestro siglo. «En carta del editor F. Sempere a DonMiguel de Unamuno (9 de marzo de 1909) se da cuentadetallada de las ediciones de esa obra, especificando elnúmero de ejemplares y la venta en España y en Amé-rica. En total, cincuenta y ocho mil ejemplares», anotaCarlos Díaz. Sin contar —añade— las varias edicioneshechas antes en Barcelona. Y sin contar —podría agre-garse todavía— las dadas a la luz en Argentina. Ténga-se en cuenta que por entonces se habían vendida, en laPenínsula Ibérica, solamente veintiséis mil ejemplaresde El Capital de Marx.

Por otra parte, La conquista del pan fue traducidapronto a casi todos los idiomas europeos: al italiano

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en 1894, al portugués, en 1895, al alemán en 1896, etc.E. Zola dijo de ella que era «un verdadero poema».

La tesis sustentada por Kropotkin en esta obra se re-duce a lo siguiente: Todos los bienes que dispone hoyla sociedad son producto del trabajo mancomunado ysolidario de los hombres de ayer y de hoy. Todos losbienes, por tanto, pertenecen por igual a todos, des-de el momento en que resulta imposible discriminar laparte que en su producción ha tenido cada uno.

Pocos hombres producen hoy lo necesario para lavida de muchos miles, gracias al auxilio de la técnica.Somos en realidad, más ricos de lo que creemos. ¿Porqué existe, entonces, la miseria? Porque todo lo nece-sario para la producción ha sido acaparado por unospocos individuos. Pero la riqueza es siempre el frutode la labor colectiva, de la humanidad laborista, que seextiende en el espacio y en el tiempo: «Cada hectáreade suelo que labramos en Europa ha sido regada con elsudor de muchas razas; cada camino tiene una historiade servidumbre personal, de trabajo sobrehumano, desufrimientos del pueblo. Cada legua de vía férrea, cadametro de túnel, han recibido su porción de sangre hu-

1 La conquista del pan — Madrid — 1973 — Editorial Zero —Biblioteca «Promoción del pueblo» — pág. 13.

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mana».1 Sin los millones de anónimos trabajadores delpasado y del presente, la civilización no habría surgidoni se podría conservar. Y cuando se habla de trabajo,debe tenerse presente que éste, para ser fecundo impli-ca siempre la íntima colaboración de mano y cerebro,de fuerza e inteligencia: «ciencia e industria, saber yaplicación, descubrimiento y realización de la prácticaque conduce a nuevas invenciones, trabajo cerebral ytrabajo manual, idea y labor de brazos; todo se enla-za. Cada descubrimiento, cada progreso, cada aumen-to de la riqueza de la humanidad tiene su origen en elconjunto del trabajo manual y cerebral pasado y pre-sente». Pero, si esto es así, si todo lo que tenemos esfruto del esfuerzo multitudinario y, hasta se diría mul-tisecular, «con qué derechos puede nadie apropiarsela menor partícula de ese inmenso todo y decir; estoes mío y no suyo».2 El suelo, las minas, las máquinas,los medios de transporte, cuya explotación supone lalabor diaria de millones, son propiedad de unos pocos.El agricultor, el minero, el obrero industrial deben ce-der al propietario y al capitalista la mitad del produc-to de su trabajo. La educación misma es privilegio deínfimas minorías. Pero el mantenimiento de tal orden

2 Ibíd. Pág. 5

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social exige una vasta maquinaria represiva. Con estose suspende el desarrollo de los sentimientos sociales,desaparece la rectitud, la simpatía, el apoyo mutuo, elrespeto a sí mismo, y la sociedad empieza a degenerar.«El simple hecho del acaparamiento extiende así susconsecuencias al conjunto de la vida social. So penade perecer, las sociedades humanas se ven obligadasa volver a los principios fundamentales: siendo obracolectiva de la humanidad los medios de producción,vuelven al poder de la colectividad humana. La apro-piación personal de ellos no es justa ni útil. Todo es detodos, puesto que todos han trabajado en la medida desus fuerzas y es posible determinar la parte que pudie-ra corresponder a cada uno en la actual producción dela riqueza».3 (Cfr. Woodcock — Avakumovic, op. cit.págs. 314-315).

Kropotkin no acepta ya la fórmula de Blanc, «el de-recho al trabajo», que considera ambigua. En su lugarproclama «el derecho al bienestar de todos». Pero de-be advertirse igualmente que, por lo que antes vimos,tampoco acepta la teoría marxista de la plus-valía ensu sentido riguroso, ya que, para él, el trabajo manualno puede separarse del intelectual (y viceversa) en la

3 Ibíd. Pág. 17.

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génesis de la riqueza y en la formación del capital. ParaKropotkin el trabajo es el producto de todos los bieneseconómicos, pero se trata del trabajo solidario, que unea obreros y técnicos, a sabios y campesinos, a padrese hijos, a pueblos y pueblos. El capital se forma cier-tamente por el despojo del trabajo ajeno, como Marxsostiene, pero del trabajo único e irrescindible, que es ala vez del Orebro y de la mano, de la ciudad y del capo,del obrero y del artesano. Como Proudhon, y tambiéncomo dice el joven Marx, Kropotkin cree que la pro-ducción material y la espiritual se interpenetran en elesfuerzo total de la sociedad y de sus participantes (Cfr.Gurvitch, Proudhon — Madrid — 1974 — pág. 33).

El bienestar para todos es una meta posible, segúnKropotkin, si se tiene en cuenta que, contra lo que sos-tiene Malthus y la ciencia burguesa la riqueza de lasnaciones crece con más rapidez que su población, yesto en circunstancias particularmente desfavorables,ya que cada vez es menor el número de los producto-res directos y el mayor el de los parásitos y cada vezson mayores las riquezas que consciente o inconscien-temente se dilapidan.4

4 Ibíd. Págs. 19-21.

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«No: el bienestar para todos no es un sue-ño. Podía serlo cuando a duras penas lo-graba el hombre recolectar ocho o diezhectolitros de trigo por hectárea o cons-truir por su propia mano los instrumentosmecánicos necesarios para la agriculturay la industria. Ya no es un sueño desde queel hombre ha inventado el motor que, conun poco de hierro y algunos kilos de car-bón, le da la fuerza de un caballo dócil, ma-nejable, capaz de poner en movimiento lamáquina más complicada. Más, para queel bienestar llegue a ser una realidad, espreciso que el inmenso capital deje de serconsiderado como una propiedad privada,de la que el acaparador disponga a su an-tojo. Es menester que el rico instrumentode la producción sea propiedad común, afin de que el espíritu colectivo saque de éllos mayores beneficios para todos. Se ne-cesita la expropiación».5

El optimismo de que Kropotkin parece hacer galaal afirmar que la riqueza crece con mayor rapidez que

5 Ibíd. Pág. 22.

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la población no es sino el resultado de las estadísticasde algunos países europeos, como Inglaterra y Fran-cia, en el siglo XIX. Que grandes cantidades de bienesse dilapidan, que buena parte del producto social seinvierte en armamentos, son hechos tan ciertos hoycomo ayer. Que el capital, lejos de concentrase, pare-ce difundirse, contra lo que Marx creía, también siguesiendo una tendencia verificable, en términos genera-les. Lo que de las ideas kropotkinianas parece desmen-tir la historia reciente es, sin embargo, la relación en-tre crecimiento de la población y crecimiento de la ri-queza. Es claro que la población aumenta hoy más rá-pidamente que la producción de alimentos y de otrosbienes básicos. Sin embargo, cabría aún preguntar, enapoyo de Kropotkin, si esto último no se deberá prin-cipalmente al hecho de que intereses antisociales, quesiguen dominando el capital y la tecnología, desvíanel enorme potencial productivo de la humanidad, apli-cándolo a fines particulares y mezquinos. ¿No seguirásiendo cierto que, dados los medios técnicos actuales yaun sin necesidad de drásticas medidas de control de-mográfico, se pueden producir más bienes de los que lahumanidad necesita estrictamente para vivir? Téngaseen cuenta sólo que los presupuestos militares son hoyproporcionalmente mayores en épocas de Kropotkin.

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Éste, al proponer la expropiación como medio, nodeja de verla como un problema. Ciertamente, expro-piar no quiere decir hacer ricos a los pobres de ayery pobres a los ricos de hoy. Pero tampoco quiere de-cir necesariamente la toma de posesión de todos losbienes por parte de los presuntos representantes de laclase obrera. Significa esencialmente «devolución a lacomunidad de todo lo que sirve para conseguir el bien-estar» Sin embargo, un grave problema se plantea entorno a los modos de lograr tal devolución. Kropotkinempieza por desechar el reformismo y la vía legislati-va. La revolución se presenta para él como el único ca-mino, ya que la mera educación y la ilustración, contralo que esperaban los utopistas, no bastan para trans-formar radicalmente la sociedad. Durante los últimoscincuenta años se ha verificado una cierta revoluciónen los espíritus; pero ésta ha sido coartada por las cla-ses poseedoras. Para que produzca sus frutos, es nece-sario que el pueblo aparte, por medio de la fuerza, losobstáculos, y que los cambios se realicen con violencia,por medio de la revolución.

¿Dónde y cómo se realizará tal revolución? Estoconstituye, en el fondo, una incógnita, aunque todosreconocen que ella es inminente. Kropotkin no deja,por eso, de arriesgar una conjetura. Una vez caídos los

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gobiernos, los cuales, ante la revolución popular, «seeclipsa con sorprendente rapidez», puede suceder loque sucedió cuando la Comuna de París: «desaparecióel gobierno. El ejército ya no obedece a sus jefes, vaci-lante por la oleada del levantamiento popular. Cruzán-dose de brazos, la tropa deja hacer o, con la culata enalto, se une a los insurrectos. La policía, con brazos caí-dos, no sabe si debe pegar o si gritar: “Viva la Comuna”Y los agentes del orden público se meten en sus casas“a esperar el nuevo gobierno”. Los orondos burgueseslían la maleta y se ponen a buen recaudo. Sólo quedael pueblo. He aquí cómo se anuncia una revolución».6

Y he aquí cómo se desarrolla y se lleva a cabo: «Seproclama la Comuna en varias grandes ciudades. Milesde hombres están en las calles y acuden por la noche alos clubes improvisados, preguntándose: «qué vamoshacer», y discutiendo con ardor los negocios públicos.Todo el mundo se interesa en ellos; los indiferentes ala víspera son quizá los más celosos. Por todas partes,mucha buena voluntad, un vivo deseo de asegurar lavictoria. Se producen las grandes abnegaciones. El pue-blo no desea más que marchar adelante».7

6 Ibíd. Pág. 23.7 Ibíd. Pág. 23.

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Surgen en seguida en la mente del lector estas pre-guntas: ¿Qué pasara con los antiguos gobernantes, conlos burgueses y con todos aquellos que detentaron an-tes el poder político y económico, oprimiendo y explo-tando al pueblo? ¿Habrá penas para los crímenes delos de arriba? ¿Habrá venganza?

Kropotkin, que ni gusta de exacerbar la violencia re-volucionaria, pero que tampoco deja de comprendersus motivaciones, contesta: «De seguro que habrá ven-ganzas satisfechas. Pero eso será un accidente de lalucha y no la revolución».

Los políticos de izquierda pretenderán asumir en-tonces el poder vacante. Discuten, conciertan alianzascomo representantes de diversas sectas y partidos, lan-zan decretos que nadie cumple. Mientras tanto, la pro-ducción se detiene; el trabajador no percibe siquiera elmísero salario de antes; los alimentos suben de precio.El pueblo, con candidez heroica, se dispone de sufrirde hambre, en espera de que los nuevos dirigentes so-lucionen de una vez sus problemas. Pero como el tiem-po pasa y los de arriba se ocupan de cualquier cosamenos de las urgentes necesidades de la mayoría; «elpueblo sufre y pregunta: ¿Qué hacer para salir del ato-lladero?», Y está es la respuesta que Kropotkin le da:«reconocer y proclamar que cada cual tiene, ante todo,

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el derecho, y que la sociedad debe repartir entre todo elmundo, sin excepción, los medios de existencia de quedispone. Obrar de suerte de que, desde el primer día dela revolución, sepa el trabajador que una nueva era seabre ante él; que en lo sucesivo nadie se verá obligadoa dormir debajo de los puentes, junto a los palacios, apermanecer ayuno mientras haya alimentos, a tiritarde frío cerca de los comercios de pieles. Sea todo de to-dos, tanto en realidad como en principio, y prodúzcaseal fin en la historia una revolución que piense en las ne-cesidades del pueblo antes de leer la cartilla de sus de-beres».8 Mediante la acción directa, es decir, mediantela toma de posesión efectiva de todo lo necesario parala vida del pueblo, y no mediante leyes o decretos, se-rá posible realizar esto: «Tomar posesión, en nombredel pueblo sublevado, de los graneros de trigo, de losalmacenes atestados de ropas, de las casas habitables.No derrochar nada, organizarse en seguida para llenarlos vacíos, hacer frente a todas las necesidades, satisfa-cerlas todas; producir, no ya para dar beneficios, sea aquien fuere sino para hacer que viva y se desarrolle laSociedad».9 En otras palabras: expropiación por y para

8 Ibíd. Pág. 25.9 Ibíd. Pág. 25.

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el pueblo; producción para el bienestar universal y nopara el lucro privado o estatal. Kropotkin rechaza porambiguas, según vimos, fórmulas como el «derecho altrabajo», que enunciara Blanc: «Tengamos el valor dereconocer que el bienestar debe realizarse a toda cos-ta». Y, al mismo tiempo —añade— dejemos en claroque, cuando los trabajadores reivindican este derecho,proclaman también su derecho a decidir por sí mismosen qué consiste para ellos el bienestar, cuáles son losmedios de lograrlo y qué es lo ha de desecharse comoinútil.

Contraponiendo abiertamente sus fórmulas revolu-cionarias al reformismo de Blanc y de los radicales,Kropotkin dice: «el derecho al bienestar es la posibi-lidad de vivir como seres humanos y de criar los hijospara hacerlos miembros iguales de una sociedad supe-rior a la nuestra; al paso que el derecho al trabajo es elderecho de continuar siendo siempre un esclavo asala-riado, un hombre de labor, gobernado y explotado porlos burgueses del mañana. El derecho al bienestar es larevolución social: el derecho al trabajo es, a lo sumo,un presidio industrial».10

10 Ibíd. Pág. 26.

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Ahora bien para Kropotkin, el rechazo de la propie-dad privada, cuando es verdaderamente tal, trae consi-go el comunismo anarquista. En otras épocas, el grupofamiliar podría considerarse exclusivo creador de lasriquezas que consumía. Pero eso ni siquiera era ver-dad entonces, porque el cultivo de los campos suponíaya caminos y puentes construidos por otros hombres,pantanos por otros desecados, etc.

Hoy, mucho más que ayer, tal pretensión resulta fal-sa, puesto que en el estado actual de la producción to-do se entrelaza con todo y se apoya en todo. Si unaindustria cualquiera, como la textil o la metalúrgica,ha alcanzado un prodigioso desarrollo, ello se debe aldesarrollo paralelo de otras mil industrias, a la multi-plicación de los ferrocarriles y de los barcos de vapor,a la habilidad y a cierto nivel cultural de la clase obre-ra, a labores llevadas a cabo en todas partes del mun-do: «Los italianos que morían del cólera cavando elcanal de Suez o de anemia en el túnel de San Gotar-do, y los americanos segados por las granadas en laguerra abolicionista de la esclavitud, han contribuidoal desarrollo de la industria algodonera en Francia yen Inglaterra, no menos que las jóvenes que se vuel-

11 Ibíd. Págs. 27-28.

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ven cloróticas en las manufacturas de Manchester ode Ruan, o el ingeniero autor de alguna mejora en lamaquinaria de tejer».11

Cualquier bien económico, cualquier producto, vie-ne a ser, así, fruto de la colaboración indirecta de todoslos hombres. ¿Con qué derecho se atribuirá, pues, unindividuo su exclusiva propiedad?

Hasta tal punto rechaza Kropotkin la idea de la pro-piedad privada que inclusive el colectivismo de Baku-nin y el mutualismo de Proudhon le parecen formasde individualismo mitigado.

El colectivismo, esto es, el sistema económico queconsiste en retribuir a cada trabajador de acuerdo consu trabajo y, más concretamente, de acuerdo con elnúmero de horas aportadas a la producción, no sola-mente no constituye para él un ideal que ni siquieralo considera como una etapa hacia la meta. Aun supo-niendo, con los economistas clásicos, Smith y Ricardo(seguidos en esto por Marx), que el valor de cambio delas mercancías se mida en la sociedad moderna por lacantidad de trabajo necesario para producirlas, Kropot-kin reputa irrealizable el colectivismo y cualquier for-ma del salariado en una sociedad que tenga los mediosde producción como un bien común. Desde este pun-to de vista, se opone también a los teóricos marxistas

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que consideran el colectivismo y el salario proporcio-nal (al igual trabajo, al igual salario) como un primerpaso necesario en la construcción del comunismo: es-tamos persuadidos de que el individualismo mitigadodel sistema colectivista ni podría existir junto con elcomunismo parcial de la posesión por todos del sueloy de los instrumentos del trabajo. Una nueva forma deproducción requiere una nueva forma de retribución.Una forma nueva de producción no podría mantenerla antigua forma de consumo, como podría amoldarsea las formas antiguas de organización política. El sala-riado está vinculado, para él «ex radice» a la propie-dad privada de la tierra y de los medios de produccióny es inseparable del capitalismo: «Era la condición ne-cesaria para el desarrollo de la producción capitalista;morirá con ella, aunque se trate de disfrazarla bajo laforma de “bonos de trabajo”. La posesión común de losinstrumentos de trabajo traerá consigo necesariamen-te el goce en común de los frutos de la labor común».12

En un artículo titulado precisamente El asalariado,Kropotkin ataca a este propósito a los colectivistas ylos marxistas (social-demócratas). Después de haberproclamado la abolición de la propiedad privada y de

12 Ibíd. Pág. 28.

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haber exigido la posesión común de los instrumentosde trabajo —dice— ¿cómo es posible seguir defendien-do en una u otra forma la conservación del salario?Pero la idea de los bonos de trabajo supone el régimendel salario y se reduce más o menos a esto: «Todo elmundo trabaja, sea en el campo, sea en las fábricas, enlas escuelas, en los hospitales etc. El día de trabajo esregulado por el Estado, al que pertenece la tierra, las fá-bricas, las vías de comunicación y todo lo demás. Des-pués de una jornada de faena, cada obrero recibe unbono de trabajo, que lleva, supongamos, estas palabras:ocho horas de trabajo. Con este bono puede procurarse,en los almacenes del Estado o en las diversas corpora-ciones, toda clase de mercancías. El bono es divisiblede manera que se pueda comprar una hora de traba-jo carne, diez minutos de cerillas, media hora de taba-co. En lugar de decir “Veinte céntimos de jabón”, sedirá después de la Revolución colectivista: “cinco mi-nutos de jabón”13». Pero en seguida empiezan los pro-blemas. La mayor parte de los colectivistas, —prosigueKropotkin— siguiendo una distinción establecida porlos economistas burgueses y por Marx, sostienen queel trabajo especial o profesional ha de ser pagado me-

13 El salario en El anarquismo. Pág. 79.

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jor que el trabajo simple, de tal modo que una horade trabajo médico equivalga a dos o tres horas de tra-bajo de un enfermero o de un destripaperros. Segúnlos colectivistas Groenlund, a quien Kropotkin cita, «eltrabajo profesional o especial será un múltiplo del tra-bajo simple, porque aquel género de trabajo pide unaprendizaje más o menos largo».14 Otros colectivistas,como los marxistas franceses, en cambio, admiten laigualdad de salario, y algunos, inclusive, propician laretribución en conjunto, esto es, el salario global pa-gado a una comunidad de trabajadores (a una fábrica,por ejemplo).

Ahora bien, esta organización colectivista, cuyosprincipios son: A) propiedad colectiva de losmedios deproducción, B) remuneración a cada uno según el pro-ducto de su trabajo, teniendo como medida el tiempoempleado en realizarlo, resulta, para Kropotkin, sim-plemente irrealizable, porque ambos principios se con-tradicen entre sí: «Una sociedad no puede organizarsesobre dos principios completamente opuestos, sobredos principios que a cada paso se contradicen. Y la na-ción o la comunidad que se procurara semejante orga-nización, se vería obligada, bien a volver a la propiedad

14 Ibíd. Pág. 80.

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privada o bien a transformarse inmediatamente en so-ciedad comunista».15

En efecto, los colectivistas, según Kropotkin, co-mienzan proclamando un principio revolucionario: laabolición de la propiedad privada de los medios de pro-ducción, pero son incapaces de sacar las consecuenciasde este principio en la vida cotidiana y olvidan queaquella abolición debe encaminar necesariamente a lasociedad por sendas totalmente inéditas y generar mo-dos absolutamente nuevos de relación inter-humana.Dicen a los trabajadores primero: Todo es de ustedes ytodo es de todos. Y en seguida añaden: Pero es necesa-rio que cada uno de ustedes sepa con exactitud qué lecorresponde de ese todo, y, por eso, deben contar minu-ciosamente sus horas y minutos de trabajo, a fin de queel tiempo de sus compañeros no valga más que el suyo.16

Establecer una distinción entre profesional y traba-jo simple, de modo que la hora de trabajo del arquitec-to valga el doble que la del albañil, y, aun dentro deeste último oficio, hacer que la hora del oficial valgael doble que la del peón, según pretenden los colecti-vistas, equivale, para Kropotkin, a conservar, bajo el

15 Ibíd. pág. 82.16 Ibíd. pág. 81.

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manto de la revolución social, las desigualdades de lasociedad burguesa: «Es trazar de antemano una líneaseparadora entre el trabajador y los que pretenden go-bernarlo. Es siempre dividir la sociedad en dos clasescompletamente distintas: la aristocracia del saber, porencima de la plebe de las manos callosas; la una sen-tenciada a servir a la otra; la una trabajando para laotra, que en su vida ociosa no piensa sino en aprendera dominar a su nodriza, la clase proletaria. Es más queesto; es tomar uno de los rasgos distintivos de la socie-dad burguesa y darle la sanción de la revolución social.Es erigir en principio un abuso que hoy se condena enla vieja sociedad que desaparece».17

Para defender este punto de vista, el único que consi-dera enteramente compatible con el comunismo, Kro-potkin se ve obligado a atacar la teoría marxista delvalor, fundada en la de Ricardo.

Para Marx y los economistas burgueses a los cualeséste sigue, la escala de salarios se funda en el hechode que la fuerza de trabajo del ingeniero le cuesta a lasociedad más que la del cavador, esto es, en el hechode que los gastos necesarios para lograr un ingenieroson muchos mayores que los que se precisan para te-

17 Ibíd. págs. 82-83.

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ner un cavador. Tal explicación se basa en la teoría delvalor, según la cual los bienes se cambian de acuerdocon la cantidad de trabajo socialmente necesaria paraproducirlos.

Pero en todo esto hay, según nuestro autor, un so-fisma o, en todo caso, un grave equívoco.

Si el ingeniero, el hombre de ciencia y el médico re-ciben mejores retribuciones que el obrero, ello no sedebe ciertamente a los gastos de producción del traba-jo de los mismos. La causa de tal hecho debe buscarsemás bien en un sistema educativo que sólo permite elacceso a la enseñanza universitaria a una pequeña mi-noría de privilegiados.

Para Kropotkin, el ingeniero, el científico y el médi-co explotan un capital (su título profesional) del mis-mo modo que el burgués explota una fábrica y el aris-tócrata un título nobiliario: «El grado universitario hareemplazado el acta de nacimiento del noble del anti-guo régimen».18

Por su parte, el patrono se basa en este sencillocálculo: el ingeniero me economiza cien mil francosal año; le pagaré veinte mil; el capataz (hábil en expri-mir a los obreros) me economiza diez mil; le ofreceré

18 Ibíd. pág. 83.

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dos o tres mil. Soltar mil ante la probabilidad de ganardiez mil: ésta es la esencia del sistema capitalista.

«No se nos hable, pues, de gastos de pro-ducción de la fuerza de trabajo; no se nosdiga que un estudiante que pasó alegre-mente su juventud de universidad en uni-versidad tiene derecho a un salario diezveces mayor que el hijo del minero, se-pultado en la mina desde la edad de onceaños. Tanto valdría decir que un comer-ciante que pasara veinte años de “apren-dizaje” en una casa de comercio tiene de-recho a ganar cien francos diarios y a nopagar sino cinco a cada uno de sus traba-jadores».19

Se comprende, al leer estas líneas, que los burócra-tas soviéticos, cuyo salario monta a veces quince yveinte veces el del obrero industrial, no sientan gransimpatía por Kropotkin. Se comprende también quelos economistas, continuadores de Ricardo y de Marx,tampoco demuestren entusiasmo cuando Kropotkin,

19 Ibíd. pág. 84.

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hombre de ciencia, pero, ante todo, hombre de huma-nidad, dice que los gastos de producción de la fuerzade trabajo no se pueden calcular y que tal vez un buenobrero cueste a la sociedad más que un artesano, si setiene en cuenta, por ejemplo, la cantidad de hijos deobreros muertos por anemia y por defunciones prema-turas.

Con un criterio que es, en el fondo, más científicoque el de Ricardo y Marx, considera Kropotkin la de-sigualdad de los salarios como resultado de la interac-ción de diversos factores que se reducen, sin embargo,al carácter alienante tanto del Capital como del Estado:«Para nosotros, la escala actual de salarios es un pro-ducto complejo de los impuestos, de la tutela guber-namental, del acaparamiento capitalista; del Estado ydel Capital, en una palabra. Y porque lo sabemos, de-cimos que todas las teorías de los economistas acercade la escala de salarios fueron seguramente inventadaspara justificar las injusticias existentes».20

Marx y Engels reconocen, sin duda, que en la eta-pa final de la construcción del socialismo, esto es, enla sociedad comunista, el principio que regirá la distri-bución del trabajo y de los productos del trabajo será:

20 Ibíd. págs. 84-85.

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De cada uno según su capacidad, a cada uno según susnecesidades. Pero, al mismo tiempo, consideran indis-pensable una etapa en la cual la retribución del traba-jo sea proporcional al costo social del mismo: De cadauno según su capacidad, a cada uno según sus obras.

En cualquier caso, dicen los marxistas y otros colec-tivistas, la escala colectivista de salarios será siempreun progreso hacia la igualdad.

Pero, para Kropotkin, éste sería «un progreso a re-embolso», ya que equivaldría a lo que hicieron aque-llos revolucionarios franceses que el 4 de agosto de1789 proclamaron retóricamente la abolición de los de-rechos feudales y el 8 del mismo mes impusieron a losaldeanos un rescate elevadísimo para liberarse del po-der de sus señores. Los privilegios de la educación noson menos injustos que los del nacimiento. Es imposi-ble erigir a aquéllos en base de una sociedad igualita-ria: «Una sociedad que se apoderara de toda la riquezasocial y que proclamara en alta voz que todos tienenderecho a esta riqueza —cualquiera que fuera la parteque antes tomaran en su creación— se vería obligadaa abandonar toda idea del salariado, ya en moneda, yaen bonos de trabajo».21

21 Ibíd. pág. 87.

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Proudhon, al forjar su célebre apotema: «La propie-dad es un robo», que tanto atemorizó a los propietariosy tanto escandalizó a los burgueses, no pretendía enmodo alguno propiciar la propiedad común. En reali-dad, condenaba a la propiedad como derecho absolutosobre los medios de producción, no la posesión de losmismos, es decir, el efectivo control de la tierra y delos instrumentos de trabajo por parte del trabajador;rechazaba la propiedad como ius utendi et abutendi(tal como es definida por el derecho romano), pero nola posesión ni tampoco el derecho absoluto sobre losproductos del propio trabajo.

El mismo Bakunin, a quien esto seguía Kropotkinal principio (Cfr. G. Woodcock, Anarchism, 1971, pág.182), defendió la propiedad colectiva de la tierra y delos instrumentos de trabajo, pero no el comunismo in-tegral.

Los primeros en proponer un comunismo anarquis-ta fueron J. Dejacque en su utopía L’Humanisphère(1858-1861) y F. Dumartheray en un folleto tituladoAux travalleurs manuels partisans de l’action politique(1876) (Cfr. G. Woodcock, Avakumovic, op. cit. pág.317).

Kropotkin, sin embargo, es quien desarrolla, funda-menta y expone orgánicamente la doctrina del comu-

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nismo anarquista, que a partir de la década del 80 setorna mayoritaria en los círculos libertarios de Suiza eItalia y luego en la CNT-FAI de España y en la FORAde Argentina (Cfr. K. Peirats, La CNT en la revoluciónespañola, París, 1971, pág. 28; M. Buenacasa, El Mo-vimiento obrero español, Barcelona, 1928, pág. 105; D.Abad de Santillán, La FORA, Buenos Aires, 1971, pág.142).

Una de las fuentes de tal doctrina la encuentra, se-gún él mismo parece sugerir, en el falansterismo deFourier. No cabe duda de que también conoció los es-critos de Dumartheray, quien colaboró con él enLe Re-volté. Pero es muy probable que Dumartheray y des-pués el propio Kropotkin hayan recibido su principalinspiración, en lo que respecta al anarco-comunismo,del sabio geógrafo Eliseo Reclus, el cual parece ha-berse inspirado, a su vez, en Fourier. En cuanto aL’Humanisphère de Dejacque recién fue reimpreso porJeanGrave en 1899. Lo que no se comprende es por quéG. Brennan (El laberinto español, París, 1962, pág. 128)afirma que el comunismo era originalmente una teoríaitaliana de la que se apropió Kropotkin. Según opinaWoodcock (Anarchism, pág. 189), el Congreso del Jura,en 1880, fue de hecho la primera ocasión que éste tuvode exponer el comunismo anárquico, y con el seudóni-

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mo de Levashov presentó allí una ponencia titulada Laidea anarquista desde el punto de vista de su realizaciónpráctica, publicada luego en Le Revolté, que comenzó aser así el órgano de la doctrina anarco-comunista. Aun-que en tal ponencia no se menciona explícitamente elmétodo comunista de distribución, queda claro, por elcontexto, que Kropotkin considera ya al comunismocomo el efecto inmediato de la colectivización de losinstrumentos de trabajo.

De todas maneras, en el ya mencionado artículo LaComuna de París, aparecido el 20 de marzo de 1880 enLe Revolté, Kropotkin escribe: «Respecto a la riquezasocial, se ha buscado establecer una distinción y se hallegado inclusive a dividir el partido socialista debidoa ello. La escuela que hoy se llama colectivista, substi-tuyendo al colectivismo de la vieja Internacional (queno era más que comunismo antiautoritario) una espe-cie de colectivismo doctrinario, ha buscado estableceruna distinción entre el capital que sirve a la produc-ción y la riqueza que sirve para hacer frente a las ne-cesidades de la vida. La máquina, la fábrica, las ma-terias primas, las vías de comunicación y la tierra deun lado; las habitaciones, los productos manufactura-dos, los vestidos, los alimentos del otro. Unos pasandoa ser propiedad colectiva; los otros destinados, según

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sus doctos representantes de esta escuela, a permane-cer propiedad individual».

Se trata, en otros términos, de la distinción estable-cida por Marx y otros socialistas de la época entre me-dios de producción y bienes de consumo.

Pero el sentido común del pueblo —prosigueKropotkin— ha rechazado en seguida esta distincióncomo impracticable y falaz: «Viciosa en la teoría, cae,a su vez, frente a la práctica de la vida. Los trabajadoreshan comprendido que la casa que nos abriga, el carbóny el gas que quemamos, el alimento que quema la má-quina humana para mantener la vida, el vestido con elcual el hombre se cubre para preservar su existencia,el libro que lee para instruirse, inclusive la diversiónque se procura, son otras tantas partes integrantes desu existencia, tan necesarias para el éxito de la produc-ción y para el desarrollo progresivo de la humanidad,como lo son las máquinas, las manufacturas, las ma-terias primas y los demás agentes de la producción.Han comprendido que mantener la propiedad indivi-dual para estas riquezas sería mantener la desigualdad,la opresión, la explotación, paralizar por anticipado losresultados de la expropiación parcial. Pasando por en-cima de caballos de Frisia puestos en mitad del caminopor el colectivismo de los teóricos, van directos hacia

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la forma más simple y más práctica del comunismoantiautoritario».

Kropotkin cree, por otra parte, que la oposición aquíseñalada entre comunismo y colectivismo no planteauna diferencia entre su pensamiento y el de Bakunin.En Modern science and anarchy, publicado en 1903, di-ce que «en cuanto a la concepción económica, Baku-nin fue un comunista de corazón, pero, de acuerdo consus camaradas federalistas de la Internacional y comoconcesión al antagonismo que hacia el comunismo engeneral inspiraba en Francia el comunismo autoritario,se decía anarquista colectivista».

Todo nos inclina a pensar, sin embargo, que en estoKropotkin se deja llevar por el deseo de tener detrásde sus proyectos comunistas la gran figura revolucio-naria de Bakunin y no se funda en hechos o pruebasobjetivas.

En efecto, en su obra Federalismo, socialismo y an-titeologismo, éste explica así su concepción del socia-lismo: «Lo que pedimos es la nueva proclamación deeste gran principio de la Revolución francesa: que ca-da hombre debe tener los medios materiales y mora-les para desarrollar toda su humanidad, principio que,según nosotros, debe traducirse en el siguiente proble-ma: Organizar la sociedad de tal manera que cada indi-

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viduo, hombre o mujer, que llega a la vida, encuentretan adecuadamente como sea posible medios igualespara el desarrollo de sus diferentes facultades y parasu utilización en su respectivo trabajo; organizar unasociedad que, haciendo para todo individuo, sea quiensea, imposible la explotación de otro cualquiera, per-mita cada uno participar en la riqueza social —la cualnunca es producida en realidad sino por el trabajo—solamente en la medida en que él haya contribuido aproducirla mediante su propio trabajo».

La última frase expresa muy claramente la posicióncolectivista de Bakunin, el cual, de acuerdo en esto conProudhon, y a diferencia de Kropotkin y de los anarco-comunistas, no cree, como bien señala Woodcock, enla máxima: «De cada uno según sus posibilidades, acada uno según sus necesidades», sino es una fórmu-la totalmente diferente: «De cada uno según sus posi-bilidades, a cada uno según sus actos». Para Bakunin—añade el citado autor— aún tiene vigencia el bíblicomandato: «Ganarás el pan con el sudor de tu rostro»,que el optimismo de Kropotkin y de Malatesta deseasuprimir. En una nota de la versión castellana de Mo-dern science and anarchy, ahora, no sin razón, Mella:«Me llama la atención extraordinariamente lo que Kro-potkin afirma. En ninguno de los trabajos de Bakunin

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que he leído y he traducido encontré nunca palabraso conceptos que me permitieran juzgarlo como comu-nista, y supongo que otro tanto les habrá ocurrido a losdemás lectores españoles. Ignoro si habrá alguna obradel revolucionario ruso que autorice a considerarlo co-mo comunista. Es de todos modos singular que se pro-clamara colectivista en el sentido que dice Kropotkin—y es el exacto— no siéndolo. Me parece que hombrescomo Bakunin no se doblan a compromisos de índolemental en materia tan importante» (cit. por V. García,op. cit.).

Para Kropotkin el comunismo, esto es, la integralpropiedad en común de todos los bienes de produc-ción y de consumo, no es sólo una meta ideal sino tam-bién la forma de organización socio-económica haciala cual marchan de hecho todas las sociedades moder-nas. «Sostenemos no sólo que es deseable el comunis-mo, sino que hasta las actuales sociedades, fundadasen el individualismo, se ven obligadas de continuo acaminar hacia el comunismo», dice en La conquista delpan.22

El individualismo moderno se explica, según él, porel deseo del hombre de ponerse en salvo de la prepo-

22 La conquista del pan, pág. 28.

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tencia del capital y del Estado. Supone quien lo profesaque el dinero puede proporcionarle todo lo que necesi-ta, y se dedica a acumular, pero la historia lo obliga aconfesar que, en definitiva, sin la ayuda de los demáses totalmente impotente, por más oro que posea. Mas,junto a esta corriente individualista, se da, según Kro-potkin, otra, que tiende a conservar ciertos aspectosdel comunismo parcial de la antigüedad y del medioe-vo (especialmente en el municipio rural) y que, mástodavía, tiende a crear nuevas organizaciones funda-das en el principio comunista de «a cada uno segúnsus necesidades». Instituciones tales como las biblio-tecas y los museos públicos, las escuelas gratuitas, loscomedores infantiles, y aún los parques, los jardines,las calles empedradas y alumbradas, los puentes, loscaminos y el agua corriente, puestos a disposición detodo el mundo son, para él, signos de la progresiva ten-dencia de la sociedad moderna hacia el comunismo, encuanto denotan la tendencia a no medir el consumo ya dejarlo librado a la necesidad de cada uno.23

Ahora bien, esta tendencia se acentúa a medida quelas necesidades más urgentes de los hombres quedansatisfechas y las fuerzas productoras se multiplican.

23 Ibíd. págs. 29-30.

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Cuando los medios de producción se devuelvan a quie-nes los utilizan, es decir, a la sociedad; cuando el tra-bajo sea universal y rindo mucho más de lo necesariopara todos, aquella tendencia se convertirá en el prin-cipio mismo de la vida social.

«Por esos indicios somos del parecer que,cuando la revolución haya quebrantadola fuerza que mantiene el sistema actual,nuestra primera obligación será realizarinmediatamente el comunismo»24, dice.

Pero tal comunismo —advierte en seguida— no es elde los fourieristas (que, en verdad, difícilmente se lla-maría hoy así), ni tampoco el de losmarxistas, fundadoen el autoritarismo, «sino en el comunismo anarquista,el comunismo sin gobierno, el de los hombres libres».En este comunismo sintetiza Kropotkin, las dos máxi-mas aspiraciones de la humanidad y las dos metas su-premas de la historia universal:la libertad económica(liberación de la dependencia material y de la esclavi-tud del trabajo) y la libertad política (liberación de todaforma de autoridad y de gobierno).

24 Ibíd. pág. 31.

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La anarquía, como el comunismo, traduce, a su jui-cio, una clara tendencia de la historia. Cada vez quelas circunstancias lo permitieron —dice— las socieda-des sacudieron el yugo gubernamental y esbozaron unsistema de convivencia basado en la libertad indivi-dual. Más aún, los períodos que siguieron al derroca-miento de los gobiernos mediante rebeliones parcia-les o totales fueron siempre época de gran progresoeconómico e intelectual. Ejemplos de ello son los mu-nicipios medievales, el levantamiento de los campesi-nos durante la Reforma, los establecimientos de los no-conformistas en América del Norte.

En el presente todas las naciones civilizadas pre-sencian un progresivo movimiento hacia la limitaciónde las funciones del gobierno y hacia la expansión delas libertades del individuo. (Recuérdese que Kropot-kin escribió esto en 1888, época de oro del liberalis-mo europeo). Y esta evolución espera sólo la revolu-ción que remueva definitivamente las miras del pasa-do, obstáculos a la construcción de una sociedad rege-nerada.25

Después del fracaso de la democracia representati-va, con su pretensión de lograr un gobierno «que obli-

25 Ibíd. Págs. 31-32.

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gue al individuo a la obediencia, sin cesar de obede-cer aquél también a la sociedad»26 (ideal roussoniano,que a Kropotkin le parece verdaderamente utópico), lahumanidad tiende hoy a liberarse de toda clase de go-bierno y a establecer una organización social fundadaen el libre acuerdo de los grupos y de los individuos:«La independencia de cada mínima unidad territoriales ya una necesidad apremiante; el común acuerdo re-emplaza a la ley, y, pasando por encima de las fronte-ras, regula los intereses particulares con la mira puestaen su fin general».27

Todo cuanto en el pasado se consideraba función in-eludible del gobierno, tiende a serle sustraído por laacción de los individuos y grupos de individuos: «Es-tudiando los progresos hechos en este sentido, nos ve-mos llevados a afirmar que la humanidad tiende a re-ducir a cero la acción de los gobiernos, esto es, a abo-lir el Estado, ese personificación de la injusticia, de laopresión y del monopolio».28

Bien consciente semuestra, por cierto, Kropotkin delas objeciones que esta idea de una sociedad sin Esta-

26 Ibíd. Pág. 3227 Ibíd. Pág. 32.28 Ibíd. Pág. 32.

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do puede suscitar no sólo entre el vulgo sino tambiénentre los sabios.

Hemos sido secularmente educados en el culto delEstado-providencia; —dice— hemos mamado desde ni-ños el prejuicio de la inevitabilidad del mando y delgobierno; las leyes, la política, la escuela, todos nos in-citan a consideran como absolutamente necesaria a lavida de la sociedad humana la existencia del Estado.Se han ideado inclusive vastos sistemas filosóficos pa-ra conservar este prejuicio. Toda la literatura jurídica ysociológica nos ha habituado a pensar que el gobiernoy el Estado son el centro principal de la Sociedad y que,sin ellos, ninguna convivencia humana resulta posible.La prensa repite incansablemente la misma cantinela,consagrando largas columnas a la integras de los po-líticos y a las discusiones parlamentarias, sin advertirapenas la inmensa vida cotidiana de la nación, sin te-ner en cuenta casi la ingente número de seres humanosque nacen, viven ymueren, que producen y consumen,que sufren y gozan, que piensan y crean, al margen delos caudillos y políticos, con absoluta prescindencia delos gobernantes y del Estado.29

29 Ibíd. Págs. 32-33.

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En la realidad, el papel de éstos es ínfimo. Balzac —recuerda Kropotkin— hacía ya notar que millones decampesinos pasan toda su vida sin tener relación algu-na con el Estado, aparte de los onerosos impuestos quesen obligados a oblarle. De hecho, todos los días se con-ciertan millones de contratos sin intervención algunadel Estado, y lo más importante entre ellos, es decir,los del comercio y la Bolsa, se realizan de tal modo queni siquiera se podría acudir al gobierno si una de laspartes no cumpliera lo pactado. El intercambio comer-cial sería, en efecto, enteramente imposible, si no exis-tiera la mutua confianza. El hábito de cumplir con loestipulado y el deseo de mantener el propio prestigioante la comunidad mercantil y de no perder el créditobastan para conservar la honradez de las partes. Y, siesto es así —dice Kropotkin— en una sociedad domina-da por el afán de lucro y de beneficio individual, ¿quéno sucederá en una sociedad donde la apropiación delproducto del trabajo ajeno ya no sea lícita ni posible?

Por otra parte, en nuestra época —señala— se pue-de notar un continuo auge de empresas debidas a lainiciativa privada y un extraordinario desarrollo de to-da clase de asociaciones libres.30 «Estas organizacio-

30 Ibíd. Pág. 33.

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nes libres y variadas hasta lo infinito son un produc-to tan natural, crecen con tanta rapidez y se agrupancon tanta facilidad, son un resultado tan necesario delcontinuo crecimiento de las necesidades del hombre ci-vilizado, reemplazan con tantas ventajas a la ingeren-cia gubernamental, que debemos reconocer en ellas unfactor cada vez más importante en la vida de las socie-dades. Si no se extienden aún al conjunto de las ma-nifestaciones de la vida, es porque encuentran un obs-táculo insuperable en la miseria del trabajador, en lascastas de la sociedad actual, en la apropiación privadadel capital colectivo, en el Estado. Abolir esos obstácu-los, y las verán cubrir el inmenso dominio de la ac-tividad de los hombres civilizados».31 Ejemplos de es-tas organizaciones libres son, para Kropotkin, la uniónpostal internacional, las uniones ferroviarias, las socie-dades científicas, gestadas y desarrolladas el margendel Estado, según ya dijimos (Cfr. cap. II).

«Cuando grupos diseminados por el mun-do quieren llegar hoy a organizarse paraun fin cualquiera, no nombran un parla-mente internacional de diputados para to-do y a quienes se les diga: “Vótenos leyes,

31 Ibíd. Págs. 33-34.

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las obedeceremos”. Cuando no se puedenentender directamente o por correspon-dencia, envían delegados que conozcan lacuestión especial que va a tratarse, y lesdicen: “Procuren ponerse de acuerdo acer-ca de tal asunto: y vuelvan luego, no conuna ley en el bolsillo, sino con una propo-sición de acuerdo, que aceptaremos o noaceptaremos”. Así es como obran las gran-des compañías industriales, las sociedadescientíficas, las asociaciones de todas cla-ses que hay en gran número en Europa yen los Estados Unidos. Y así deberá obrarla sociedad libertada».32

Kropotkin, no menos que Bakunin, rechaza la de-mocracia representativa y el parlamentarismo. No lesconcede siquiera un papel de transición en la vía haciala sociedad comunista, como suelen hacer los marxis-tas de su época. La expropiación, medio indispensable,sería imposible bajo el principio de representación par-lamentaria. En lugar de la democracia representativa,propone simplemente la acracia que, como forma po-lítica, corresponde a la propiedad común (o, mejor, a

32 Ibíd. Pág. 34.

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la no-propiedad), del mismo modo que aquélla corres-ponde al capitalismo, y la monarquía absoluta a la ser-vidumbre: «una sociedad fundada en la servidumbrepodía conformarse con la monarquía absoluta; una so-ciedad basada en el salario y en la explotación de lasmasas por los detentadores del capital se acomoda conel parlamentarismo. Pero una sociedad libre, que vuel-va a entrar en posesión de la herencia común, tendráque buscar en el libre agrupamiento y en la libre fe-deración de los grupos una organización nueva, queconvenga a la nueva fase económica de la historia».33Esta nueva organización es la anarquía.

No sin razón dice Bertrand Russell que, si deseamosentender el anarquismo, debemos recurrir a Kropot-kin, que expresa sus puntos de vista «con extraordina-ria persuasividad y encanto» (Cfr. Vivian Harper, Ber-trand Russell and the anarchists — «Anarchy» -109 —pág. 69).

En un artículo titulado precisamente Anarquismo,que escribe en 1905 para La Enciclopedia Británica (se-gunda edición), ofrece la siguiente definición del mis-mo: «Nombre que se le da a un principio o a una teoríade la vida y de la conducta según los cuales la sociedad

33 Ibíd. Págs. 34-35.

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es concebida sin gobierno (del griego “an” y “arche”:sin autoridad)».34

El anarquismo constituye, por consiguiente, para él,ante todo una teoría antropológica y moral («teoría dela vida y de la conducta») que se proyecta en una teoríade la sociedad.

Lo característico de tal sociedad, desde un punto devista positivo, es que en ella la armonía, indispensablea toda vida social, se obtiene no mediante la sumisióna una instancia superior, personal (el gobierno) o im-personal (loa ley), sino por una serie de contratos bi-laterales o multilaterales entre partes iguales, esto es,por acuerdos libres entre los diversos componentes delcuerpo social, entre losmúltiples y variados grupos, yade carácter local ya de índole profesional, que surgenespontáneamente según las necesidades de la produc-ción y del consumo hasta el punto de poder satisfacerla ínfima variedad de las necesidades humanas en unasociedad civilizada. Esta vasta red de grupos, espontá-neamente constituidos y libremente federados, susti-tuirán paulatinamente al Estado en todas sus funcio-nes: «representarían una red cerrada, compuesta deuna infinita variedad de grupos y de federaciones de

34 El anarquismo pág. 11

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todas las medidas y grados, locales, regionales, nacio-nales e internacionales —temporarios o más o menospermanentes— para todos los fines posibles: produc-ción, consumo e intercambios, organizaciones sanita-rias, educación, protección mutua, defensa del territo-rio, etc.; y, por otro lado, para satisfacer el númerosiempre creciente de necesidades científicas, artísticas,literarias y sociales».35

Esta concepción eminentemente «federal» de la so-ciedad que va, sin duda,muchomás allá que cualquierade los «federalistas» republicanos, surge, para decirlocon palabras de A. Tilgher (un filósofo dell’anarchismo— «Il Tempo», Roma, 2 de julio de 1921, citado por Ber-neri), «como una reacción radical y violenta frente ala profunda transformación sufrida en el curso del si-glo XIX por la institución estatal». Ante un estado queha incorporado a sí, en la impersonalidad aparente delconstitucionalismo, todo el antiguo poder de los mo-narcas y de los señores feudales, afianzándolo graciasa la ficción de la representación popular, multiplicán-dolo a través de los recursos de la ciencia y de la técni-ca, potenciándolo merced a las expectativas cada vezmás grandes depositadas en él por los individuos y los

35 Ibíd. Pág. 11.

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grupos humanos, Kropotkin, como ya antes Proudhony Bakunin, ve en el federalismo, esto es, en la máxi-mo descentralización del poder, la única posibilidad deuna sociedad íntegramente humana.

Por otra parte, sería grave error de interpretacióncreer que la libre federación de los grupos que Kro-potkin propone y propicia es concebida por éste comouna estructura estática. Por el contrario —según el mis-mo dice— allí «la armonía sería la resultante del ajustey del reajuste, siempre modificados, del equilibrio en-tre multitud de fuerzas y de influencias, y este ajustesería más fácil de obtener, ya que ninguna de dichasfuerzas gozaría de una protección especial por partedel Estado».36 Sólo en una sociedad semejante podríadesarrollar el hombre plenamente sus facultades mo-rales e intelectuales y se vería libre de la coacción delcapital y del Estado, del temor al castigo terrestre osobrenatural, de la servidumbre respecto a entidadesindividuales o metafísicas. Lograría así su cabal indi-vidualización, cosa que resulta imposible tanto en unasociedad organizada sobre las bases del individualismoliberal como dentro de cualquier socialismo de Estadoo presunto Estado popular (Volkstaat).

36 Ibíd. Págs. 11-12

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Según Camilo Berneri (Pietro Kropotkine federalista- Napoli, 1949), el federalismo de nuestro pensador en-cuentra un fundamento primero en las experienciasvividas durante su juventud y especialmente en susactividades siberianas, que le mostraron hasta el can-sancio la incuria y la inutilidad del centralismo buro-crático; se desarrolla luego con la crítica al parlamen-tarismo, en el cual se ve el triunfo de la incompeten-cia y de la improvisación; y culmina con sus estudioshistóricos, que tienden a revelarle en la disolución delcentralizado imperio romano y en nacimiento de laslibres comunas medievales, así como en las comunassurgidas con la Revolución Francesa, el modelo másadecuado de la sociedad del porvenir. «La época delas Comunas y la de la Revolución francesa fueron, co-mo para Salvemini, los dos campos históricos en losque encontró Kropotkin confirmaciones a sus propiasideas federalistas y elementos de desarrollo de su con-cepción libertaria de la vida y de la política», escribeBerneri. Y acertadamente añade: «Pero en él permane-cía vivo el recuerdo de las observaciones sobre el mirruso y sobre el libre acuerdo de las poblaciones primi-tivas, y es precisamente este recuerdo el que lo llevó aun federalismo integral».

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Los anarquistas, que según dice el propio Kropotkinen el antes citado artículo (anarquismo), «constituyenel ala izquierda» del socialismo, no sólo se oponen ala propiedad privada de la tierra, al sistema capitalis-ta de producción, orientada hacia el lucro, y al régi-men del salariado, sino que también hacen notar queel Estado fue y es el instrumento principal de la mono-polización de la tierra y de la apropiación (por partede los capitalistas) del exceso de producción acumula-do (plusvalía): «así, al mismo tiempo que combaten elmonopolio de la tierra y el capitalismo, los anarquis-tas combaten con misma energía al Estado, porque esel soporte principal de este sistema; no está o aque-lla forma de Estado, sino la noción misma de Estado,en bloque, ya sea monarquía o inclusive una repúblicagobernada por medio del referéndum».37 El Estado essiempre, por su propia esencia, Estado de clase; desti-nado por naturaleza a favorecer a una minoría en per-juicio de unamayoría. En este punto es donde se revelaconmayor claridad quizás la distancia quemedia entreel comunismo anárquico de Kropotkin y el marxismo.Para nuestro autor, hablar de un Estado obrero o deun Estado de las clases oprimidas es un contrasentido.

37 Ibíd. Pág. 13.

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Las clases oprimidas, al apoderarse del poder estatal,se transforman, para él, ipso facto, en clases opresoras.Por otra parte, entregar al Estado (como pretenden losmarxistas y, en general, los socialistas autoritarios) tie-rras, minas, bancos, ferrocarriles, seguros, industriasprincipales, etc., además de las funciones que tradicio-nalmente se le atribuyen, significarían crear un nue-vo y más potente instrumento de tiranía. Esto no seríaotra cosa sino un capitalismo de Estado, en nada mejory en muchos sentidos peor que el capitalismo privado.El poder pasaría, en tal caso, del capitalista al buró-crata. Por el contrario, el verdadero progreso está enla descentralización (tanto en la dimensión territorialcomo en la funcional), en el desarrollo de la iniciativade grupos e individuos, en la federación libre de losmismos, en una organización que vaya de abajo hacíaarriba y de la periferia al centro, en lugar de la actualorganización jerárquica, que se estructura desde arribahacia abajo y desde el centro hacia la periferia.38

Cuando el 10 de junio de 1920 Margaret Bondfield yun grupo de delegados del partido Laborista inglés lovisito en su retiro de Dimitrov, Kropotkin les entregauna «carta a los trabajadores del mundo», en la cual,

38 Ibíd. Pág. 14.

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a la vez hace, como dice Berneri, «una crítica serenapero intransigente al bolchevismo como dictadura departido y como gobierno centralizado», expresa susideas acerca del problema de las nacionalidades queforman parte del ex-imperio ruso. Las naciones occi-dentales no deben basar sus futuras relaciones con Ru-sia en el supuesto de la supremacía de la nación rusasobre las diversas nacionalidades que configuraban eldominio de los zares. El imperio ha muerto para siem-pre, y el porvenir de las diferencias provincias que lointegraban está en una vasta federación. Pero, comobien anota ya el citado Berneri, el federalismo de Kro-potkin va más allá de este programa de autonomía et-nográfica, y prevé para un futuro próximo la configu-ración de cada una de las regiones federales como unalibre federación de comunas rurales y de ciudades li-bres. Y lo mismo cree entrever para la Europa occiden-tal.

Mientras tanto, la revolución rusa, que se esfuerzapor seguir adelante a partir de la noción de «igual-dad de hecho» (esto es, de la igualdad económica), vefrustrados sus propósitos por el centralismo y la dic-tadura bolchevique, que nos hace sino continuar el ca-mino del jacobinismo proletario, emprendido por Ba-beuf: «Debo confesar francamente que, a mi modo de

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ver, esta tentativa de edificar una república comunis-ta sobre las bases estatales fuertemente centralizadas,bajo la ley de hierro de la dictadura de un partido, es-tá resultando un fiasco formidable, Rusia nos enseñacómo no se debe imponer el comunismo, aunque sea auna población cansada del antiguo régimen e impoten-te para oponer una resistencia activa al experimentode los nuevos gobernantes» (citado por Berneri).

Kropotkin reprocha a Lenin y a los bolcheviques eluso indiscriminado de la violencia. «No se puede ha-cer la revolución con guantes blancos», contesta Le-nin. ¿Significa esto que Kropotkin adopta una posiciónde la no-violencia, como Tolstoi, o que hecha de me-nos una legalidad democrática en el proceso de cam-bio, como los mencheviques? Ni lo uno ni lo otro. Portemperamento y por convicción Kropotkin siente dis-gusto ante la violencia. De ningunamanera se lo puedeconsiderar un teórico del terrorismo. Ni siquiera pue-de decirse que se muestre entusiasta ante la románticapasión de Bakunin por la destrucción como «pasióncreativa» (Cfr. La reacción en Alemania). Pero tampo-co coincide con el iluminismo de Godwin, quien con-fía en cambiar las bases de la sociedad, discutiendo yracionando, ni con el mutualismo de Proudhon, quienespera conseguir una sociedad sin Estado y sin clases,

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mediante la mera multiplicación de las cooperativas ylos bancos de crédito gratuito. Kropotkin considera laviolencia como algo no deseable, pero, a diferencia deTolstoi, se niega a hacer de ello un principio absoluto.Si bien estima inaceptable su uso ciego e indiscrimi-nado, si bien cree que siempre que sea posible se de-ben utilizarmedios pacíficos y que tan pronto como lascircunstancias lo permitan la revolución debe deponertoda actitud de fuerza, no deja de considerar tambiénque cierta clase de no-violencia de ultranza pueda lle-gar a ser sumamente violento para los oprimidos. Poreso, aunque con disgusto, no puede menos de aceptarla violencia, en la medida en que ella es elemento in-eludible en todas las revoluciones y en la medida enque sólo la revolución —y no el legalismo burgués delos mencheviques— puede dar a luz a una sociedad sinclases y sin Estado.

Los marxistas han considerado siempre el comunis-mo anárquico de Kropotkin como una forma de uto-pía. El mismo Lenin lo manifestó a sí, en sus cartas,a Kropotkin. Quien quiere los fines quiere los medios—dice— y sin la toma del poder por parte de la claseobrera resulta evidentemente imposible acabar con elsistema capitalista. La toma del poder, a su vez, impli-ca la adopción demedidas de fuerza, y su conservación

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efectiva, el establecimiento de una dictadura. ¿Cómo,de otra manera, podrá defenderse la revolución contrasus enemigos externos e internos? ¿Cómo podrá sal-var, consolidar y extender el socialismo hasta elevarloal nivel del comunismo sino apoderándose de todoslos resortes del Estado y utilizándolos contra quienesse oponen al cambio radical? Los bolcheviques han se-guido ese camino. Conquistaron el poder y lo conser-varon. Hoy sin embargo, a sesenta años de la revolu-ción de octubre, Kropotkin podría preguntarles: Y bien¿para qué? ¿Han conseguido realmente construir unasociedad comunista? ¿Se puede decir siquiera que laUnión Soviética se haya establecido un régimen socia-lista que hacia aquella meta tiende? El Estado cierta-mente se ha fortalecido; la dictadura ha sobrepasadoen cuanto a todas las formas de concentración del po-der hasta ahora conocidas, pero ¿ha servido eso paraalgo? ¿Podemos creer honestamente que el actual ré-gimen soviético es un régimen socialista? ¿No se tratamás bien de un capitalismo de Estado, en nada mejor,y enmuchos aspectos peor que el capitalismo privado?Y si la utopía de una doctrina o de un programa semidepor la inadecuación de principios entre medios y fines¿no será el comunismo estatista y autoritario más utó-pico que el anti-autoritario y anárquico que defendía

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Kropotkin? Al valerse del Estado y al tomar el poderlos bolcheviques se han metido, sin duda, en el esce-nario de la historia, pero en él han representado unpapel totalmente diverso del que había asignado; hahecho muchas cosas, y creen por eso no ser utópico,pero han hecho precisamente lo contrario de lo quese proponían hacer, y son por eso más utópicos quenadie.

Kropotkin, como lo hizo en 1920, volvería a recor-darles hoy, con mayo énfasis, si cabe, que todo Estado,aun cuando se auto-titule y considere un Estado obre-ro, termina por regenerar una clase dominante, y porreconstruir así en otra forma de la sociedad de clase,introduciendo por la ventana lo que se había arroja-do por la puerta. ¿Puede acaso el Estado prescindir dela burocracia? ¿Puede en las actuales circunstanciassuprimir el ejército, que por su misma naturaleza, yno por una mera eventualidad histórica, tiene siem-pre una jerárquica y feudal? La dialéctica, manejada adusum Delphini, nos permitirá esperar un cambio súbi-to y total en el futuro. Siempre es posible, en todo caso,hacer un acto de fe en el más allá. Pero si nos atenemosa la experiencia, hoy sólo podemos decir que la vía es-tatal y dictatorial, tal como en Rusia se ha transitado,o conduce al socialismo ni al comunismo.

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Esto no significa que se nos oculten las objecionesque la doctrina puede suscitar. El federalismo o co-munalismo parece una magnífica alternativa liberta-ria frente al llamado «centralismo democrático». Sinembargo, el proyecto de grupos locales (industrialeso agrícolas), dueños de los medios de producción ¿noimplicaría una forma de particularismo? Más aún, ¿noexistiría el peligro de que surgieran grupos ricos y gru-pos pobres y que éstos pasaran a depender económica-mente (y, a la larga, políticamente) de aquéllos? En de-finitiva, ¿no se reproduciría, bajo la forma de la propie-dad comunal, una cierta propiedad privada de grupo,ciertamente incompatible con el postulado comunista?

Kropotkin salva, en principio, estas objeciones me-diante la idea de federación, concebida como grupode grupos o comunas de comunas. Pero resulta difí-cil suponer que tal federación universal se realice enun breve lapso, y mientras no se realice, el peligro delparticularismo y de la restitución de la propiedad pri-vada seguirá subsistiendo. Las lagunas en el proyectoKropotkiano son en todo caso, numerosas, ¿Cómo con-cebir, por ejemplo, una comuna o grupo de comunasanarco-comunistas, rodeadas por Estados capitalistaso «socialistas» (capitalistas de Estado), sin que las mis-

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mas se vean obligadas a asumir, por la mera fuerza delentorno, algunas funciones típicamente estatales?

Es claro que este problema no se planteaba para Kro-potkin desde el momento en que él suponía que: «Lapróxima revolución tendría un carácter de generalidadque la distinguiría de todas las precedentes. No será só-lo un país el que se lanzará a la lucha, sino todos los deEuropa. Si en otro tiempo era posible una revoluciónlocal, en nuestros días, con los brazos de solidaridadque se han establecido en Europa y dado el equilibrioinestable de todos los Estados, una revolución local esimposible, si dura, algún tiempo».39 Pero esta previ-sión de Kropotkin también ha sido desmentida por lahistoria.

39 Palabras de un rebelde — Barcelona — 1916 — pág. 29.

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La génesis histórica delEstado

Aun cuando de lo que dijimos hasta aquí pueda in-ferirse, a grandes rasgos, la idea que Kropotkin tienedel Estado, parece necesario, sin embargo explicar conmás detalle su pensamiento sobre el tema, dada la ca-pital importancia que el mismo reviste dentro de sufilosofía social. A ello dedicaremos los dos capítulossiguientes.

Como anarquistas, Kropotkin considera al Estado lamás alta y peligrosa concentración del poder dentro dela sociedad y el enemigo principal de las clases opri-midas; como evolucionistas, no puede sustraerse a lanecesidad de ubicarlo genéticamente en la historia yde dar razón de su existencia. Pero lo segundo en de-finitiva, contribuye a corroborar lo primero y, comosiempre, en Kropotkin la ciencia y la teoría se ponenal servicio de la práctica revolucionaria.

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La identificación de la sociedad con el Estado, queatribuye a «la escuela alemana», es el primer error quequiere disipar.

Tal identificación, que podría haber retrotraído has-ta Hobbes y aún hasta Critias y Trasímaco, supone nosólo un punto de vista eminentemente estático sinotambién una visión histórica extremadamente limita-da.

Considerar a la sociedad global como equivale al Es-tado es más o menos lo mismo que hacían en el si-glo XVIII los defensores del Antiguo Régimen, cuandoidentificaban al Estado con la monarquía.

«El Estado no es más que una de las formas reves-tidas por la Sociedad en el curso de la Historia», diceen una conferencia titulada precisamente El Estado, Surol histórico,1 publicada en 1899 y escrita en 1897, co-mo ampliación del prólogo puesto en 1892 al folleto deBakunin sobre La Comuna y la noción de Estado (Cfr.Zoccoli, L’anarchia, IV, I, cit. por E. González Blanco).

Pero tampoco quiere Kropotkin identificar al Estadocon el gobierno. Ambas nociones son para él de ordendiferente. El Estado significa mucho más que la exis-

1 El Estado, Su rol histórico, Buenos Aires, 1923, Biblioteca de«La Protesta», pág. 12.

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tencia de un poder colocado por encima de la sociedad:quiere decir «una concentración territorial y una con-centración de muchas funciones de la vida de las so-ciedades entre manos de algunos y hasta de todos».2En otras palabras, Kropotkin considera al Estado co-mo el poder quintaesenciado y elevado a su máximapotencia.

Esta idea es importante para comprender los juiciosfavorables y hasta entusiastas que vierte acerca de lasciudades griegas o de las comunas medievales. No fal-taba en ellas toda forma de poder, pero ciertamenteéste se hallaba diluido y minimizado por el funciona-miento de la Asamblea Popular, por la existencia deuna red de vínculos horizontales de una parte, y porla ausencia de una unidad territorial y la concertaciónde lazos federativos de la otra.

El prototipo del Estado es, para Kropotkin, el Impe-rio Romano con su ordenamiento centralizador: «To-do afluía hacia Roma: la vida económica, la vida mili-tar, las relaciones judiciales, las riquezas, la educación,hasta la religión. De Roma venían las leyes, los magis-trados, las legiones para defender el territorio, los go-bernadores, los dioses. Toda la vida del Imperio remon-

2 Ibíd. pág. 13.

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taba al Senado, más tarde al César, el omnipotente, elomnisciente, el dios del Imperio. Cada provincia, cadadistrito, tenía su Capitolio en miniatura, su pequeñaproporción de soberano romano, para dirigir toda suvida. Una sola ley, la ley impuesta por Roma, reinabaen el Imperio, y este Imperio no representaba de nin-gún modo una confederación de ciudadanos; era unrebaño de súbditos».3

En realidad, desde el comienzo de la historia loshombres han debido optar, según nuestro pensador,entre dos concepciones de la sociedad: la imperialista oromana y la federalista o libertaria (Cf. W. O. Reichert,Anarchism, freedom and power, «Anarchy», 111, pág.132).

Pero para dilucidar la naturaleza y evolución del Es-tado, Kropotkin cree necesario abordar previamente elgran problema del origen de la sociedad humana.

Aun reconociendo que en manos de los enciclope-distas y de Rousseau la teoría del contrato social cons-tituyó un arma poderosa contra la monarquía de dere-cho divino, no duda en rechazar absolutamente todaforma de contractualismo. Para él, la idea de que loshombres vivieron al principio aislados o constituyen-

3 Ibíd. pág. 13.

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do pequeños núcleos familiares que se hallaban en per-petua guerra unos contra otros, hasta que, advirtiendolos inconvenientes de esa lucha sin fin, resolvieron re-unirse bajo el poder de un gobernante, surge de la me-ra ignorancia de los filósofos del siglo XVIII respectoa los orígenes del hombre.

Kropotkin, que tanto debe al pensamiento de los en-ciclopedistas y que tan alta estima demuestra por lasideas madres del iluminismo, según puede verse en suobra histórica sobre La Gran Revolución, se encuentraaquí de acuerdo con Aristóteles, al considerar al hom-bre como «un animal social» y a la sociedad humanacomo una realidad primaria y natural y no como unamera asociación derivada de una libre voluntad con-tractual.

El problema había sido ya debatido entre los griegos.Los cínicos (que, por otra parte, asumieron posicionescasi «kropotkinianas») explicaban el origen de la so-ciedad mediante un pacto o contrato original. Pero yaantes de Sócrates, los sofistas, partiendo de una básicaoposición conceptual entre «physis» y «nomos», ha-bían explicado la génesis de todas las instituciones co-mo resultado de un convenio (nomos) original entrelos hombres, previamente independientes y aislados. Yya entre ellos tal explicación contractualista había teni-

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do derivaciones antitéticas: Algunos (Hipias, Antifón,Alcidamas, etc.) llegaron a considerar (como despuéslos cínicos) el gobierno, las leyes, las diferentas de cla-se, etc., cual meros productos convencionales surgidosen oposición a la naturaleza (Phycis); otros (Trasímaco,Critias, Calicles, etc.), entendieron que lo contrario a lanaturaleza eran precisamente la democracia y los de-rechos populares, ya que aquélla ordenaba sin ningúngénero de escrúpulos el sojuzgamiento de la mayoríade los débiles por parte de los pocos hombres fuertes,dotados para el mando.

En la filosofía moderna esta ambivalencia del con-tractualismo se manifiesta particularmente en las filo-sofías sociales de Rousseau y de Hobbes y, más toda-vía, en las diversas interpretaciones de que el mismoRousseau ha sido objeto.

Pero en la filosofía china del período clásico, la inter-pretación optimista de la naturaleza humana por partede Mencio estaba vinculada a la idea del hombre comoanimal originalmente social, mientras el pesimismo deHsün-Tse se basaba en la idea del pacto o contrato so-cial no menos que el optimismo relativo de Mo-Tse.

La realidad es—dice Kropotkin, reiterando lo que ex-tensa y detalladamente trató de demostrar en El apoyomutuo—que no sólo el hombre sino también los anima-

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les, con muy pocas excepciones, vivieron siempre ensociedad. En la lucha por la vida subsistieron las espe-cies más sociables y el desarrollo intelectual se efectuóen razón directa de la sociabilidad. Frente a todos loscontractualistas, de izquierda y de derecha, proclama:«El hombre no ha creado la sociedad. La sociedad esanterior al hombre».4

Y por sociedad no debe entenderse la familia, sinoel clan y la tribu, que la antropología nos revela comoel punto de partida de la humanidad. En el seno de latribu no existía la propiedad privada, y aun los objetosde cada individuo tenía para su uso particular no erantransmitidos en herencia sino destruidos junto con elcadáver del mismo individuo. Por otra parte, todo per-tenecía a la comunidad tribal. «Toda la tribu efectuabala caza o la contribución voluntaria en común, y apla-cada su hambre, se entregaba con pasión a sus danzasdramatizadas».5 Aún hoy, hace notar Kropotkin, haytribus que viven en un estadio muy cercano a esta pri-mitiva forma de sociabilidad, arrojadas a las regionesextremas de los continentes. (Piensa, sin duda, en los

4 Ibíd. Pág. 16.5 Ibíd. Pág. 16

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esquimales, los bosquimanos, los fueguinos, los tasma-nios, etc.).

Estos primitivos, lejos de ser pueblos sanguinariosy feroces, como Hobbes y muchos fantasiosos historia-dores se complacieron en imaginar, sentían verdaderohorror por la sangre. Por eso el homicidio en el seño dela tribu es algo completamente desconocido entre losesquimales. Y si bien al encontrarse tribus de origen,color y lengua diferentes, se producían con frecuenciaconflictos armados, aun tales conflictos estaban some-tidos a ciertas reglas en las que Kropotkin, siguiendoa Maine, Post y Nys, ve los gérmenes de un derechointernacional: no se podía asaltar un pueblo, por ejem-plo, sin avisar previamente a sus moradores. Bien pue-de decirse, pues, que durante este período primitivo,elaboró la humanidad toda una serie de institucionesy todo un código de moralidad tribal.6

Por otra parte, aunque en esta época la sociedad co-nocía ya directores o guías, como el hechicero que sedecía capaz de provocar la lluvia o el experto en las tra-diciones y cantos de la tribu, y aun cuanto éstos procu-raban transmitir sus pretendidos o reales saberes a ungrupo limitado de individuos, tales directores o guías

6 Ibíd. Pág. 17.

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no lo eran nunca perpetua y permanentemente, sinosólo de unmodo temporal. Eran, en realidad, guías «adhoc», para una tarea y una ocasión determinada. «Elvaliente, el arrojado y, sobre todo, el prudente, se con-vertían de este modo en directores temporales en losconflictos con las tribus vecinas o durante lasmigracio-nes. Pero la alianza entre el portador de la “ley”, el jefemilitar y el hechicero, no existía, y no puede suponer-se el Estado en estas tribus, como no se supone en unasociedad de abejas y hormigas o entre los patagones yesquimales contemporáneos nuestros».7

Las investigaciones de los antropólogos posterioresa la época de Kropotkin parecen confirmar, en general,sus puntos de vista, sobre los dirigentes en la sociedadprimitiva. Así, para no dar sino un ejemplo, MargaretMead (Sexo y temperamento en las sociedades primiti-vas — Barcelona — 1973 — págs. 54-55) escribe, refi-riéndose a los arapesh: «Cuando el trabajo es una ami-gable colaboración y las luchas guerreras cuentan conuna organización tan insignificante, los únicos dirigen-tes que la comunidad necesita son para ceremonias degran envergadura. Sin dirigentes, sin otras recompen-sas que el placer diario de un poco de comida y algu-

7 Ibíd. Pág. 18.

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nos cantos con compañeros, esta sociedad podría vivirmuy tranquilamente, pero no tendría oportunidad decelebrar ceremonias. Y el problema de la dirección so-cial los arapech lo conciben no como la necesidad delimitar la agresividad y refrenar el afán de posesión,sino como la necesidad de forzar a algunos de los hom-bres más capaces y dotados para que, en contra de suvoluntad, tomen sobre sí la responsabilidad de orga-nizar algunas ceremonias realmente entusiasmadotasque tendrán lugar ocasionalmente, es decir, cada treso cuatro años o incluso a intervalos más largos. Se dapor descontado que nadie quiere ser el jefe, el “hom-bre importante”. Los “hombres importante tienen queplanificar, iniciar intercambio, tiene que farolear, fan-farronear y vocear, tienen que alardear de lo que hanhecho y de lo que harán en el futuro. Los arapech con-sideran todo esto como comportamiento antipático, di-fícil, como la clase de comportamiento en la que nin-gún hombre normal caería, si pudiese evitarlo. Es unpapel que la sociedad impone a unos pocos hombresen ciertas ocasiones admitidas de antemano”».

Las tribus que, a comienzos de nuestra era, invadie-ron Europa desde el norte y el este, empujándose ymezclándose a la vez entre sí, acababan de salir de es-ta fase multimilenaria, y a través de aquel vasto movi-

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miento en que tantos cambios étnico-culturales se pro-dujeron, perdieron la conciencia de su común origen.Al romperse así los viejos lazos que mantenían unida ala tribu, esta se vio en la necesidad de encontrar otrosnuevos, y de hecho los encontró en la posesión comúnde una determinada extensión de tierra a la cual acabópor arraigarse. Los dioses ancestrales y el culto de losantepasados fueron sustituidos por los dioses localesy por la veneración de los genios del lugar.

Surgió así la comuna, que subsiste todavía en granparte de Europa oriental, en Asía y África. En ella elcultivo de la tierra se hacía, y aun se hace, en común,aunque el consumo se realizaba ya por familias. Ellaera, por otra parte, autocéfala y soberana; la costumbrehacía las veces de ley y la asamblea constituía la únicacorte de justicia.8

Todas aquellas instituciones que en el derecho ac-tual ofrecen garantías al individuo provienen, por en-cima del derecho romano, de este derecho consuetudi-nario de los bárbaros.

Como la comuna respondía a lamayor parte pero noa todas las necesidades del ser social, surgieron dentroy fuera de ellas numerosas asociaciones de ayuda mu-

8 Ibíd. Pág. 19.

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tua (guildas), que se confederaron, paralelamente a lascomunas mismas.9

Pero cuando las tribus se asentaron y establecieronen el territorio del imperio romano, constituyendo co-munidades de agricultores y pastores, la mayoría delos hombres, dedicados íntegramente a sus faenas, co-menzaron a delegar la defensa de sus tierras y de suspersonas en ciertos individuos, que podían considerarcomo guerreros profesionales, rodeados de una peque-ña banda de aventureros o bandoleros. Estos defenso-res empiezan a acumular riqueza, regalan un caballo yarmas a quienes quieren seguirlos y echan así las basesde un poder militar.10

Para Kropotkin, la historiografía, empeñada en ha-cer remontar a Roma todas las instituciones, ha igno-rado o pasado por alto la revolución comunalista del si-glo XII, y aquellos autores que, comoAgustínThierry ySismondi, llegaron a comprender el espíritu de la épo-ca, carecieron de continuadores. En términos genera-les, el predominio del derecho romano, con se centra-lismo y su consagración de la familia patriarcal y de lapropiedad privada, representa, para nuestro pensador,

9 Ibíd. Págs. 21-22.10 Ibíd. Págs. 23-24

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la negación de toda forma de vida social comunitaria yverdaderamente humana. De hecho, para él, romanosy bizantinos sonmuchomás bárbaros que los llamados«bárbaros», entre los cuales se dios, y a veces en altogrado, una organización social basada en la ayuda mu-tua, en el consenso comunitario, en el trabajo comúny en la común propiedad de la tierra. SimonaWeil, poranálogas razones, considerará a los romanos como unpueblo «sin religión».

Como ya vimos al estudiar El apoyo mutuo, el muni-cipio o la ciudad medieval tiene origen, por una parte,en una asociación de comunas rurales y, por otra, enuna red de guildas y confraternidades. Y así como es-tas guindad y confraternidades. Y así como estas guin-dad trascienden la ciudad misma ya se unen con otrasregiones e internacionalmente, las propias ciudades li-bres forman vastas confederaciones o, si así puede de-cirse comunas de comunas.11

Tal proceso de federaciones y confederaciones se daa veces como un desarrollo natural de la vida de lasantiguas comunas rurales, pero a veces supone unaverdadera revolución que se lleva a cabo contra el se-ñor feudal, obispado o reyezuelo. Los habitantes de un

11 Ibíd. Págs. 26-27.

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burgo se «conjuraban», obligándose a dejar en suspen-so las reyertas personales y a no recurrir más a otrosjueces que no fueran los síndicos por ellos mismosdesignaos. Se redactaba la «carta» (o constitución co-munal) y los señores feudales no tenían otro remedioque aceptarla o luchar con las armas contra el pueblotodo. El movimiento se extendió en un siglo a todoslos ámbitos de Europa y es sorprendente —hace notarKropotkin— la similitud de las cartas y de la organiza-ción interna de las ciudades libres en lasmás diversas yapartadas regiones, desde Escocia a Polonia, desde Es-paña a Rusia, desde Italia a Noruega: «organismo hen-chidos de savia, estas comunas se diferenciaban evi-dentemente en su evolución. La posición geográfica,el carácter del comercio exterior, la resistencia del ex-terior que había que vencer, etc., daban a cada comunasu historia. Pero para todas el principio era siempre elmismo. Pskow en Rusia y Brugge en Holanda, un bur-go escoses de trescientos habitantes y la rica Venenciacon sus islas, un burgo del norte de Francia y de Po-lonia o de la bella Florencia, representaban la misma«amitas»; la misma amistad de las comunas del pue-

12 Ibíd. Pág. 28.

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blo y de las guildas asociadas; su constitución, en susrasgos generales, es siempre la misma».12

Esta unanimidad, que surge de una unidad de espíri-tu en la libertad, es, para Kropotkin, lo contrario de launanimidad impuesta desde arriba, por el acatamientode la autoridad y de la ley. Refiriéndose de un modo di-recto a los juristas y a los filósofos de su tiempo, perotambién indirectamente a los socialistas autoritariosy, en especial, a los marxistas, exclama: «¡Qué lecciónmás elocuente para los romanitas y los hegelianos, queno conocen otro medio que la servidumbre ante la leypara obtener la homogeneidad en las instituciones!».13

Kropotkin que es, sin duda, hijo y admirador del ilu-minismo, tiene, sin embargo, una visión del medioevoopuesta en parte a los enciclopedistas. Sin ignorar larealidad del feudalismo y de la servidumbre, encuen-tra en las ciudades libres, constituidas como federacio-nes de barrios y de gremios, y confederadas librementecon otras ciudades próximas o remotas, la forma de or-ganización no-estatal desarrollada en gran escala quemás se aproxima al ideal del comunismo anárquico. Elfederalismo, que organiza y vincula las uniones de pro-ductores (guildas) de abajo hacia arriba, que propicia

13 Ibíd. Págs. 27-27.

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toda clase de convenios y pactos internacionales (co-mo los consejos de aprendices del siglo XV), que pro-mueve la autodefensa (o, a lo sumo, alquila un «de-fensor» militar), que utiliza el arbitraje (buscando confrecuencia los árbitros de la ciudad) y lo sustituye aljuicio, sabe desarrollar también una libre y variada se-rie de instituciones económicas originales: el comerciointerno en manos de las guindad (y no de los artesanosindividualmente), la fijación de los precios por mutuoacuerdo, el comercio externo (al menos, al principio)en manos de la ciudad y no de los mercaderes, el abas-tecimiento de los productos de primera necesidad porparte de la ciudad misma, el descanso de un día y me-dio por semana.14

Kropotkin no duda, por so, en afirmar «que jamásla humanidad conoció, ni antes ni después, un perío-do de bienestar relativo tan bien asegurado a todos co-mo lo fue en las ciudades medievales». Y, comparadoaquella sociedad artesanal y federativa, con la nuestra,industrial y centralizadora, dice: «la miseria, la incerti-dumbre y el exceso de trabajo de que actualmente nos

14 Ibíd. Pág. 29-30.

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quejamos, eran absolutamente desconocidos en aque-llas poblaciones».15

Más aun: «en aquellas ciudades, el amparo de las li-bertades conquistadas, bajo el impulso del espíritu, dela libre inteligencia y de la libre iniciativa, se desarro-lló toda una nueva civilización y alcanzó un grado talde bienestar como no se ha visto otro semejante en lahistoria hasta el presente».16

Remitiéndose a los trabajos de Rogers y de una se-rie de historiadores sociales alemanes, pone de relieveKropotkin, en primer lugar, el hecho de que el trabajodel artesano y aun el del simple jornalero estaban en-tonces remunerados mejor que el de los mejores obre-ros de nuestra época.17

Con William Morris, el poeta y artesano inglés, au-tor News from nowhere, a quien unen vínculos de amis-tad, Kropotkin contrapone la creatividad del artesanomedieval, la belleza y la perfección de sus obras, el go-zo estético que producen tanto en el productor comoel consumidor, a la mecanización alienante, a la prisa

15 Ibíd. Pág. 3016 Ibíd. Pág. 32.17 Ibíd. Pág. 31.

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y la precipitación que rigen el trabajo de los modernosobreros industriales.

«Que se examinen, por último, los dona-tivos a las iglesias y a las casa públicasde la parroquia, de la guilda o de la ciu-dad, sean obras de arte, como esculturas,metales forjados o fundidos, objetos deco-rativos, o sean en dinero, y se compren-derá el grado de bienestar que realizaronestas ciudades; se concebirá fácilmente elespíritu de investigación y de inventivaque en ellas reinaba, el soplo de libertadque inspiraba sus obras, el sentimiento desolidaridad fraternal que se establecía enaquellos gremios, donde los hombres deun mismo oficio estaban unidos, no sola-mente por el lazo comercial o técnico deloficio, sino por lazos de sociabilidad y defraternidad».18

Toda nuestra industria, todos los grandes descubri-mientos de la ciencia moderna, toda nuestra civiliza-ción, en fin, tiene sus raíces en aquella prodigiosa épo-

18 Ibíd. Págs. 31-32.

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ca que presenció el florecimiento de las ciudades libres:«Jamás, excepción hecha en aquel otro periodo glorio-so, siempre de ciudades libres, de la Grecia antigua,la humanidad había dado un paso semejante en el ca-mino del progreso. Jamás, en dos o tres siglos, el hom-bre sufrió una modificación tan profunda ni extendiótanto su poder sobre las fuerzas de la naturaleza».19

En tres siglos las artes llegaron a un grado de perfec-ción que hoy en vano tratamos de igualar. Baste recor-dar la obra de Rafael, de Miguel Ángel y de Leonardode Vinci, la poesía de Dante, las catedrales de Lyon, deReims y de Colonia, los tesoros que encerraban Floren-cia y Venecia, los municipios de Bremen y Praga, lastorres de Nutermberg y de Pisa. Y en el campo de latécnica, el compás y el cronómetro, la imprenta y lapólvora, los descubrimientos marítimos y las leyes dela caída de los cuerpos, los rudimentos de la química ylos inicios de la metodología científica de Roger Bacon.

Kropotkin no ignora, por cierto, los conflictos y lasluchas internas que tuvieron lugar en las ciudades li-bres medievales, ni quiere pasarlas por alto. Pero, si-guiendo a Leo y Botta, historiadores del medioevo ita-liano, y también a Sismondi, Ferrari, Pino, Capón y

19 Ibíd. Pág. 33.

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otros, interpreta tales luchas como una garantía de lalibertad, como un esfuerzo de renovación y de progre-so.

La lucha y el conflicto, cuando se desarrollan libre-mente entre fuerzas iguales, sin que un poder exterior,como el Estado, arroje su peso en la balanza a favor deuna de ellas, resulta enriquecedores y son, en todo ca-so, preferibles a una paz impuesta, en que se sacrificalas individuales y los pequeños organismo para unifor-marlos en gran cuerpo carente de vida20: «En la comu-na, la lucha era por la conquista y el mantenimiento delas libertades del individuo, por el principio federativo,por el derecho a unirse y de agitarse; mientras que lasguerras de los Estados tenían por objeto anular estaslibertades, someter al individuo, aniquilar la libre ini-ciativa, unir a los hombres en una misma servidumbreante el rey, el juez, el sacerdote y el Estado. Aquí ra-dica la diferencia. Hay las luchas y los conflictos quematan y hay luchas y los conflictos que empujan a lahumanidad por la senda progresiva».21

Pero en el siglo XVI los bárbarosmodernos—los ver-daderos bárbaros— comenzaron a destruir la civiliza-

20 Ibíd. Págs. 33-34.21 Ibíd. Pág. 34.

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ción del medioevo: «Sujetaron al individuo, quitándo-le todas sus libertades; le pidieron olvidar las unionesque antes basaba en la libre iniciativa y en la libra in-teligencia, y su objeto fue nivelar la entera sociedaden una misma sumisión ante el dueño. Quedaron des-truido todos los lazos entre los hombres al declarar queúnicamente el Estado y la iglesia debían formar, de allíen adelante, el alzo de unión entre los individuos; quesolamente la Iglesia y el Estado tenían la misión develar por los intereses industriales, comerciales, jurí-dicos, artísticos y pasionales, para resolver los cualeslos hombres del siglo XII tenían la costumbre de unirsedirectamente».22

Pero, puede preguntarse —yKropotkinmismo se ha-ce la pregunta— ¿quiénes fueron estos bárbaros mo-dernos?: «Fue el Estado: la triple alianza, finalmenteconstituida, del jefe militar, el juez romano y el sacer-dote; los tres formando una asociación para obtener eldominio, unidos los tres en un mismo poderío, que ibaa mandar en nombre de los intereses de la sociedad pa-ra aplastar a esta misma sociedad».23 La causa de esteverdadero desastre que es, para Kropotkin, el inicio del

22 Ibíd. Pág. 35.23 Ibíd. Pág. 35.

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Estado moderno y la formación de las nacionalidadesbaja la égida del poder central cada vez más absoluto,debe buscarse, según él, en la incapacidad de las ciuda-des libres por liberar a los campesinos del yugo feudal,así como el fin de las ciudades libres de Grecia tiene suorigen más hondo en la persistencia de la esclavitud.Solamente es libre —supone Kropotkin— el que viveentre hombre libres, y, por otra parte, el que es libretiende a expandir la libertad: Liber Liberat.

Verdad es que las ciudades medievales libraron en-carnizadas y heroicas luchas contra los señores feuda-les para aniquilar su poder y llevar así, como conse-cuencia, la libertad a los siervos y a la población rural.Pero no lo lograron nunca enteramente y acabaron porfirmar la paz, olvidándose de estos últimos. Esta par-cial capitulación les fue fatal. Al aceptar, aunque fueracon condiciones, al señor feudal, firmaron su propiasentencia de muerte como comunas libres.24

Aquél ensangrentó las calles con sus luchas familia-res e inauguró el derecho del más fuerte en el ámbitourbano; corrompió la vida ciudadana con su lujo y susintrigas. Más tarde, logró inclusive que los campesinoslo ayudaran en su lucha contra las ciudades libres y los

24 Ibíd. Págs. 35-36.

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utilizó como soldados en su empresa de reconstruir elEstado y de centralizar en provecho propio el dispersoy multiforme poder. En el campo, dentro de las mura-llas de un castillo fortificado, rodeado de chozas y dealdeas, se situó el hogar de la nueva realeza.25

En realidad, los futuros reyes no era en el siglo XIIsino jefes de pequeñas partidas de vagabundos y ban-doleros, dice Kropotkin, basándose en los estudios delsecretario de Comte, Agustín Thierry. Pero, poco apoco, fueron imponiéndose los más hábiles y astutos.Usando la fuerza y el dinero, con frecuencia tambiénel veneno y la cuchilla, se engrandecieron a costa delos demás. La iglesia, siempre admiradora del poder yde la fuerza, les prestó su apoyo.26

Llegamos así al siglo XVI. El siglo que Landauer se-ñalará como el de la aristocratización de la poesía es,para Kropotkin, el siglo del derecho romano y canóni-co. En él, no sólo se establece ya una diferencia entrelas «viejas familias» (que había hecho la revolución enel siglo XII) y los que más tarde fueron a establecerseen la ciudad, entre los oficios antiguos y los nuevos, en-

25 Ibíd. Pág. 36.26 Ibíd. Págs. 37-38.

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tre el «popolo grasso» y el «popolo basso», sino quecambian las mismas ideas de los ciudadanos.27

El europeo del siglo XII, «esencialmente federalis-ta», «de libre iniciativa, de libre inteligencia, de unio-nes queridas y libremente consentidas», que «veía ensi mismo el punto de partida de toda sociedad» y «nobuscaba remedios en la autoridad» ni «pedía un salva-dor en la sociedad», se convierte, en el siglo XVI, «ba-jo la influencia de la iglesia, siempre enamorada de laautoridad, celosa siempre de imponer su dominio so-bre las almas, y especialmente sobre los brazos de losfieles», es un amantes de la autoridad. Ante cualquierconflicto que estalla en la ciudad, busca la salvaciónen la fuerza y llama a un «dictador». Bajo la doble in-fluencia del legista romano y del canonista, mueren elimpulso federalista y el espíritu de libertad, para dejarsitio al centralismo autoritario y el espíritu de discipli-na.28

Esto no sucedió, sin embargo la resistencia y sin lu-cha por parte del pueblo al que se pretendía sojuzgar.Kropotkin considera los movimientos religiosos heré-ticos, tales como el hussismo en Bohemia y el anabap-

27 Ibíd. Págs. 38-39.28 Ibíd. Págs. 39-40.

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tismo en Alemania (precedidos por otros movimientospopulares que desde el siglo XVI se dieron en Franciae Inglaterra), cual un gigantesco esfuerzo de resisten-cia ante el feudalismo, ante el Estado y ante la iglesia.Anabaptista y hussitas reivindicaban, según él, tanto lalibertad individual como el comunismo. Coincidiendoparcialmente con Engels, ve en las guerras campesinasalemanas del siglo XVI no sólo un profundo conflictode clases sino también la presencia de una ideología co-munista.29 Según Kropotkin, el movimiento anabaptis-ta «comenzó siendo anarquista comunista, predicandoy puesto en práctica en algunas comarcas, y si hace-mos caso omiso de las fórmulas religiosas, que fueronun tributo pagado a la época, se encuentra en ese mo-vimiento la esencia misma de la corriente de ideas quenosotros representamos en este momento: negaciónde todas las leyes del Estado o divinas; la concienciade cada individuo debiendo ser única ley; la comuna,dueña absoluta de sus destinos, recuperando de los se-ñores todas las tierras y negando todo tributo personalo en dinero al Estado; en fin, el comunismo y la igual-dad puestos en práctica».30

29 Ibíd. Págs. 41-42.30 Ibíd. Pág. 42

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Este movimiento tuvo su origen en las ciudades li-bres, como último heroico clamor del espíritu comuni-tario y federalista, pero se extendió pronto al campo.Los campesinos se negaban a obedecer a sus señores,se apoderaban de las tierras que cultivaban, expulsa-ban al sacerdote y al juez y se constituían en comunaslibres. Sólo la hoguera y la cuchilla, que acabaron enpocos años con más de cien mil campesinos, pudieronponer fin al movimiento. De esta sangrienta represiónfueron responsables tanto los príncipes seculares co-mo la iglesia (y la luterana más todavía que la católi-ca).31

Desde aquel momento el Estado se consolidó. Le-gisladores, sacerdotes y soldados, en solidaria alianza,sostuvieron los tronos y continuaron su obra de ani-quilamiento de los pueblos.

Kropotkin insurge contra la historiografía liberaly universitaria, que presenta la formación del Estadomoderno como una obra del espíritu, el cual unificalo disperso y concilia los contrarios existentes en lasociedad medieval.32

31 Ibíd. Págs. 42-4332 Ibíd. Pág. 43.

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De la capacidad de las ciudades libres para confede-rarse son buenos ejemplos, para él, la unión lombarda,que comprendía a las ciudades de la Italia septentrio-nal, y tenía su caja o tesoro feudal en Génova o enVenecia, amén de otras varias ubicadas en todas las re-giones de Europa, como la unión toscana o la renana,que vinculaba nomenos de sesenta ciudades, y la unio-nes deWestfalia, de Bohemia, de Servia, de Polonia, deEscandinavia, de Rusia, de los países bálticos y, sobretodo, la unión de los viejos cantones de Suiza.

Pero el Estado no puede tolerar esta libre asociaciónde las ciudades en su seno. El mero hecho de que seplantee la posibilidad de una confederación de comu-nas vinculadas por un pacto libremente concentradode cooperación dentro del Estado suscita el horror yla ira de los juristas, formados en la disciplina del de-recho Romano. Sólo el Estado y su hermana la iglesiapueden atribuirse el derecho de vincular a los hombresdesde arriba y conforme a sus propias concepciones yfinalidades jerarquizantes: «por consiguiente, el Esta-do debe, forzosamente, aniquilar las ciudades basadasen la unión directa entre ciudadanos. Al principio fe-derativo debe sustituirlo el principio de sumisión, de

33 Ibíd. Pág. 44.

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disciplina. En sus subsistencia. Sin este principio dejade ser el Estado».33

Toda la historia del siglo XVI está dominada, paraKropotkin, por la lucha entre el Estado, naciente y as-cendente, y las ciudades libres, de vida declinante. Elresultado es conocido y signa a su vez, toda la historiaposterior de Europa hasta nuestros días: «Las ciudadesse ven cercadas, tomadas por asalto, saqueadas, y sushabitantes diezmados o expulsados».34

La verdad histórica acerca de este proceso de centra-lización que comporta el surgimiento del Estado mo-derno y lo que se ha llamado formación de las nacio-nalidades es, según nuestro pensador, diametralmenteopuesta a la versión que brinda la mayoría de los his-toriadores. He aquí el balance que Kropotkin presenta:«En el siglo XV Europa estaba cubierta de ricas ciuda-des cuyos artesanos, constructores, tejedores y cince-ladores producían maravillas artísticas, cuyas univer-sidades sentaban los cimientos de la ciencia, cuyas ca-ravanas recorrían los continentes y cuyos buques sur-caban mares y ríos. De todo esto, ¿qué es lo que quedódos siglos más tarde? Ciudades que habían albergadocincuenta y hasta cien mil habitantes y que habían po-

34 Ibíd. Págs. 44-45.

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seído, como Florencia, más escuelas y hospitales comu-nales con más camas que las que poseen actualmentelas ciudades mejor dotadas en este particular, estabanconvertidas en barriadas nauseabundas. El Estado y laiglesia se habían apoderado de sus riquezas y sus ha-bitantes habían sido diezmadas o deportados. Muerala industria bajo la municiona tutela de los empleadosdel Estado. Muerto el comercio. Los mismos caminosvecinales, que antes unían las ciudades, estaban abso-lutamente impracticables en el siglo XVII. El Estado esla guerra. Y las guerras asolando Europa, acaban porarruinar las ciudades que el Estado no pudo arruinardirectamente».35

En cuanto a los pueblos como tales, las consecuen-cias no fueron menos nefastas para ellos. A la pérdidade las libertades le siguió la injusticia social y la mi-seria: «Y los pueblos ¿ganaron el menos algo con es-ta concentración estatista? No, ciertamente, nada ga-naron. Leer lo que no dicen los historiadores sobre lavida de los campesinos en Escocia, en Toscana, en Ale-mania, durante el siglo XVI, y comparen las descrip-ciones de entonces con las de la miseria en Inglaterraen los comienzos de 1468; Francia, bajo el reinado de

35 Ibíd. Págs. 44-45.

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Luís XIV, «el rey sol»; en Alemania; en Italia, en to-das partes, después de cien años de dominio estatista.La miseria en todas partes. Todos los historiadores es-tán unánimes en reconocerla, en señalarla. Allí dondefue abolida la servidumbre se reconstituyó nuevamen-te bajo mil formas diversas y nuevas; y allí donde aúnno había sido totalmente destruida, se moderaba bajola égida del Estado en una institución feroz, contenien-do todos los caracteres de la esclavitud antigua o peroaún. ¿Acaso podía salir otra cosa de lamiseria estatista,cuando su primera preocupación fue anular la comunadel pueblo y después la ciudad; destruir todos los lazosque existían entre los campesinos; poner sus tierras alsaqueo de los ricos, y someterlo, individualmente, alfuncionario, al sacerdote, al señor?».36

El Estado naciente robó a las guildas; centralizó ensus manos el comercio interregional y lo arruino, almismo tiempo que sometía al comercio interior; confióla producción a una banda de estériles funcionarios yburócratas, acabando así con artes y oficios. Se apode-ró de los resortes de la administración municipal y delas milicias locales; por medio de los impuestos aplastóa los pobres en provecho de los ricos.

36 Ibíd. Pág. 45.

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Y algo semejante hizo en el campo, donde destruyóla comuna rural, entregándola al saqueo. Pese al odio-so embuste de los historiadores «estatólatras», queafirman que la comuna constituía una forma anticuadade posesión de la tierra que impedía el progreso de laagricultura, numerosos documentos demuestran (bas-ta consultar a Dalloz en lo referente a Francia) que elEstado privó a la comuna de su autonomía jurídica yde su capacidad legislativa y que, después, confisco sustierras o protegió a los ricos señores que quisieron apo-derarse de ellas.37

El despojo de las comunas por parte de los señores yde los reyes, iniciando en el siglo XVI, se generalizó esintensificó en el siglo XVII. Luís XIV (el prototipo delmonarca absoluto, el que sin ambages confesó: «el Es-tado soy yo»), acabó confiscando en provecho propiotodas las rentas comunales.

En el siglo XVIII, por lo menos la mitad de las tie-rras de las comunas pasaron a manos del clero y dela nobleza. Casi en vísperas de la revolución, Turgotabolió las asambleas comunales, por considerarles «de-masiado tumultuosas». En lugar de éstas, se instituye-ron asambleas elegidas por burgueses y campesinos

37 Ibíd. Págs. 46-47.

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ricos. Después de la revolución, tal política continúo,y la Constitución de 1789 confirmó las disposicionesanti-comunales de la monarquía: los burgueses susti-tuyen a los aristócratas en la tarea de robar a las co-munas, en nombre del Estado unitario y del progreso.Una sublevación tras otra (jacquerie) se hizo necesariapara que la Convención devolviera, o, por mejor decir,reconociera el hecho consumado de la devolución delas tierras a los campesinos que las había vuelto a ocu-par como propias. Pero, por otra parte, la Convención,obrando de acuerdo con el espíritu burgués de lamayo-ría de los miembros, borró con una mano lo que habíaescrito con la otra. Al decretar que las tierras recupera-das fueran repartidas por partes iguales entre los «ciu-dadanos activos». Por un lado, instituía el reparto enlugar de la propiedad comunal, afirmando el principioburgués de la propiedad privada; por otro, este mismoreparto se hacía no entre los «ciudadanos pasivos» (osea, entre los proletarios) sino entre los «activos» (estoes, entre los propietarios).38

Los sucesivos regímenes que tuvo Francia vieron enlas tierras comunales una fuente de recompensas parasus partidarios y, tras una serie de marchas y contra-

38 Ibíd. Págs. 47-48.

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marchas parciales, se llegó a la época de Napoleón III,quien dictó las últimas leyes para obligar a los campe-sinos a repartir el resto de los bosques y prados comu-nales. Esto es —concluye Kropotkin con justa ironía—lo que algunos individuos, que pretenden hablar unlenguaje científico han denominado la muerte naturalde la posesión comunal por obra de las leyes económi-cas, como si llamaran «muerte natural» a la matanzade cien mil soldados en un campo de batalla.39

Y lo que sucedió en Francia, sucedió igualmente enBélgica, en Inglaterra, en Austria, en Alemania, en to-das las partes, menos en los países eslavos. La apro-piación de las tierras por parte de personas privadasse consumó en todas partes en los cincuenta primerosaños del siglo XIX.

Por otra parte, mientras el Estado Perpetuaba taldespojo, no podía admitir la pervivencia de la comunacomo órgano de la vida local: «Admitir que los ciuda-danos constituyan entre sí una federación que se apro-pie algunas de las funciones del Estado, hubiera sido,en principio, una contradicción. El Estado pide a sussúbditos la sumisión directa, personal, sin intermedia-

39 Ibíd. Págs. 48-49.

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rios; quiere la igualdad en la servidumbre, no puedeadmitir «el Estado dentro del Estado».40

La tan exaltada igualdad que el Estado habría aporta-do al destruir las instituciones medievales, no es, paraKropotkin, sino la igualdad de la sumisión, la igualdadante el arbitrio absoluto de un poder central.

Este, al cortar todos los lazos que vinculaban a loshombres entre sí, imponiendo el derecho romano (quees, más bien, bizantino) sobre el derecho consuetudina-rio, produjo una serie de situaciones falsas, desconocióuna milenaria realidad socio-económica y, como con-secuencia de ello, creó una absurda burocracia. Y lomismo que sucedió con las comunas rurales sucediócon las guildas. Basándose en los estudios de ThoroldRogers, entre otros, documenta Kropotkin el procesode Inglaterra: «poco a poco el Estado mete mano a to-das las guildas y hermandades. Les estrecha el cerco,llega a eliminar sus conjuraciones, sus síndicos, quereemplaza por sus funcionarios, sus tribunales, sus fes-tines; y, al comienzo del siglo XVI, bajo Enrique VIII,el Estado confisca, sin otra forma de procedimiento, to-

40 Ibíd. Pág. 50.

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do lo que poseen las guildas. El heredero del gran reyprotestante remata su obra».41

Esta muerte de las guindas tiene tan poco de naturalcomo la de las comunas, pese a todo la vana palabreríade historiadores y economistas «científicos».

El Estado, con toda la virulencia de su edad juvenil,no podía tolerar que la corporación de oficio tuvierasu propio tribunal, su propia milicia, su propio banco.Hubiera sido, también aquí, consentir la existencia de«un Estado dentro de otro Estado». Y eso es lo que, porsu propia naturaleza, menos puede consentir o tolerar.Nada debe interponerse entre él, que es la hipóstasissacra del poder, y los súbditos.

La consecuencia de tal usurpación centralizadorafue una profunda decadencia de la industria, de las ar-tes y de los oficios.42

Y lo más doloroso —dice Kropotkin— es que la edu-cación estatista ha hecho que hasta quienes se llamansocialistas y revolucionarios vean en este proceso unprogreso hacia la igualdad y la modernidad: «La filo-sofía libertaria está ahogada por la pseudo filosofíaromano-católica del Estado. Las historia está viciada

41 Ibíd. Pág. 53.42 Ibíd. Págs. 54-57.

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desde su primera página, donde ella miente hablándo-nos de los reyes merovingios o carlovingios, hasta suúltima página donde se glorifica el jacobinismo y sedesconoce al pueblo en su labor creadora de las ins-tituciones».43 En esto, podemos añadir nosotros, con-cuerdan los viejos reaccionarios (merovingios y carlo-vingios) con los marxistas-leninistas (jacobinos).

Todos los recursos de nuestra cultura (de nuestra ci-vilización, prefiere decir Kropotkin) son violentamen-te puestos al servicio de este ideal centralizador y au-toritario: «Las ciencias naturales son desnaturalizadaspara ponerlas al servicio del doble ídolo, Iglesia-Estado.La psicología del individuo, y todavía más la de las so-ciedades, son falsificadas en cada una de sus asercionespara justificar la triple alianza, del soldado, del sacerdo-te y del juez. La moral, en fin, después de haber predi-cado durante siglos la obediencia a la iglesia o al libro,no se emancipa sino para predicar la servidumbre alEstado».44

Que nada se interponga entre tú y yo, dice el Esta-do a su súbdito; con nadie tienes vínculos u obligacio-nes directas sino conmigo. Olvida a tu compañero y a

43 Ibíd. Pág. 58.44 Ibíd. Págs. 58.

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tu vecino y enorgullécete de servirme: «Y la glorifica-ción del Estado y la disciplina, en la que están empeña-dos la Universidad y la iglesia, la prensa y los partidospolíticos, se prepara tan bien que los mismos revolu-cionarios no osan mirar de frente a ese fetiche. El ra-dical moderno es centralizador, estatistas, jacobino “aoutrance”. Y el socialista marca con él el paso, comoel florentino de fines del siglo XV, que no hacía másque invocar la dictadura del Estado para salvarlo de lasarremetidas de los patricios. El socialismo no sabe sinoinvocar siempre los mismo dioses: la dictadura del Es-tado, para liberarlo del régimen económico creado porel Estado».45

En un artículo titulado La descomposición del Estado,que forma parte de Palabras de un rebelde, dice: «Cuan-do después de la caída de las instituciones en la EdadMedia, los Estados nacientes hacían su aparición enEuropa, y se afirmaban y engrandecían por la conquis-ta, por la astucia y el asesinato, sus funciones se redu-cían a un pequeño círculo de los negocios humanos.Hoy el Estado ha llegado a inmiscuirse en todas lasmanifestaciones de nuestra vida; desde la cuna hastala tumba nos tritura con su peso. Unas veces el Esta-

45 Ibíd. Págs. 58-59.

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do central, otras el de la provincia, otras el municipio;un poder nos persigue a cada paso, se nos aparece alvolver de cada esquina, y nos vigila, nos impone, nosesclaviza. Legisla sobre todos nuestros actos, y amon-tona tal cúmulo de leyes que confunden al más listode los abogados. Crea cada día nuevos engranajes queadapta torpemente a la vieja guimbarda recompensa,llegando a construir una máquina tan complicada, bas-tarda y obstructiva, que subleva a los mismos encarga-dos de hacerla funcionar».

En los últimos años de su vida, Kropotkin tuvo la tis-te satisfacción de comprobar en Rusia hasta qué puntohabían sido acertadas estas últimas frases.

El Estado, como los órganos de los seres vivientes, sedesarrolló gracias a la función que tuvo que desempe-ñar, dice kropotkin con su criterio biológico y de evo-lucionista, y no podemos esperar que se preste a unafunción opuesta a aquella por cual se desarrolló. Ahorabien, tal función, por todo lo que se acaba de decir, con-siste en impedir la unión directa entre los hombres, endificultar las iniciativas personales o locales, en aniqui-lar las libertades e impedir su resurrección, en someterel pueblo a unaminoría. No cabe, pues, otra alternativamás que la suprimirlo.

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Las ilusiones del marqués de Poxa que, en una obrade Schiller, quería utilizar el absolutismo como instru-mento de liberación, o del abate Pedro, que en Roma,de Zola, pretendía hacer a la iglesia una palanca del so-cialismo (ilusiones que, de vivir en nuestros días, Kro-potkin hubiera visto multiplicadas), deben desecharsedefinitivamente.46

No es que el Estado función mal porque esté en ma-nos de capitalistas o burgueses, como dice y dijeronsiempre los seguidores de Marx, sino que es lo que espor su propia génesis y por su misma naturaleza his-tórica.Quienes sostienen lo contrario «o bien no tieneni siquiera una idea vaga acerca del verdadero rol his-tórico del Estado, o bien conciben la revolución socialbajo una forma tan insignificante y anodina, que és-ta no tendría ya nada de común con las aspiracionessocialistas».47

¿Cómo reconstruir totalmente esta sociedad basadaen un individualismo de almacenero, cómo hacer porcompleto todas las relaciones entre individuos y gru-pos humanos, cómo promover una forma enteramen-te nueva de convivencia en gremios y aldeas, ciuda-

46 Ibíd. Pág. 60.47 Ibíd. Pág. 61.

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des y regiones —se pregunta— dentro de las represi-vas y anti-igualitarias estructuras del Estado? «Se quie-re que el Estado, cuya razón de ser hemos visto en elaplastamiento del individuo, en el menosprecio de lasiniciativas, en el triunfo de una idea que debe forzo-samente ser la de la mediocridad, se convierta en unapalanca para realizar esa transformación… Se quieregobernar la renovación de una sociedad a fuerza de de-cretos y de mayorías electorales… ¡Qué inocencia!».48

Los marxistas acusan con frecuencia de ingenuidadutópica la pretensión anarquista de construir una so-ciedad sin clases al margen del Estado: Kropotkin, lesenrostra, a su vez, devolviéndoles la moneda al rever-so, su inocencia y su falta de realismo al querer edifi-car precisamente una sociedad socialista utilizando lasviejas estructuras, jerárquicas y represivas por natura-leza, del Estado.49

Sobre la ingenuidad anarquista nadie puede formu-lar, a este respecto, un juicio definitivo, porque del he-cho de que hasta ahora no se haya dado ninguna so-ciedad cabal y permanentemente anárquica no es líci-to inferir nada todavía. Sobre la inocencia marxista y

48 Ibíd. Pág. 63.49 Ibíd. Págs. 62-63.

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la falta de realismo de los «realistas» partidarios del«centralismo democrático» no es difícil expedirse, te-niendo en cuenta los resultados logrados al cabo desesenta años por el bolcheviquismo en la unión sovié-tica.

Resumiendo su posición frente al problema de la re-volución social y el Estado, escribe Kropotkin: «A tra-vés de la historia de nuestra civilización, dos tendenciaopuestas se han encontrado frente a frente: La tradi-ción romana y la tradición popular; la tradición impe-rial y la tradición federalista; la tradición autoritariasy la tradición libertaria. Y de nuevo, en vísperas de larevolución social, esas dos tendencias se han puestode frente. Entre esas dos corrientes siempre agitadas,siempre en lucha en la humanidad, la corriente popu-lar y la corriente de las minorías sedientas de domina-ción política y religiosa, nuestra elección está hecha.Recogemos lo que impelió a los hombres en el sigloXII a organizarse sobre las bases de la libre iniciativadel individuo, de la libre federación de intereses y de-jamos a los demás aferrarse a la tradición imperial ro-mana».50

50 Ibíd. Pág. 63.

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Kropotkin no cree en una evolución histórica únicay continua. Pero en cada cultura y en cada sociedad(Egipto, Asiria, Persia, Grecia, Roma, Europa, etc.), re-conoce los mismos momentos de un único proceso. Dela tribu se pasa, en todas partes, a la comuna aldeana;de ésta a la ciudad libre; de ésta, en fin, al Estado, quetrae consigo la muerte de la civilización y acaba siem-pre en un completo naufragio. A partir de aquí se re-inicia el proceso. Pero, como tampoco admite una con-cepción cíclica de la historia, sino que, en cuanto evo-lucionista y socialista, cree en el progreso, supone que,tras diversas tentativas, se arribará a la revolución so-cial, cuyo «objeto negativo», como decía Bakunin, esel «derrocamiento del Estado y del monopolio finan-ciero actual», y cuya meta es, para Kropotkin, la de-finitiva instauración de una sociedad sin clases y singobierno central.51

51 Ibíd. Págs. 63-64.

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Esencia y funciones delEstado moderno

En el capítulo anterior estudiamos la génesis histó-rica del Estado, en el pensamiento de Kropotkin. En elpresente analizaremos los caracteres principales que,según éste, presente el Estado moderno. Nos basaremospara ello principalmente en un estudio que lleva estenombre, del cual se puede decir, como dijo M. Barrésde todos los panfletos de Kropotkin, que nace «de unabella lógica y de una fuerte generosidad».

Toda la historia europea, desde el siglo XII, consti-tuye una continua lucha por liberara a los campesinosy a los artesanos del yugo del trabajo obligatorio, im-puesto por la ley en beneficio de éste o aquel patrón:«reconocer al hombre el derecho de disponer de sí mis-mo y trabajar en lo que quiera y cuando quiera, sinque nadie tenga el derecho de imponérselo, es decir,manumitir al campesino y al artesano, tal fue el ob-

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jeto fundamental de todas las revoluciones populares:del gran levantamiento de las comunas en el decimose-gundo siglo, las guerras de campesinos en el siglo XVy XVI en Bohemia, en Alemania y en los Países Bajos,las revoluciones de los años 1381 y 1684 en Inglaterra,y la Gran Revolución de Francia».1

Esta libertad sólo ha sido muy parcialmente con-quistada. Hoy, el trabajo no es legalmente obligatoriopara nadie, no hay ya en Europa esclavos y serviosque se ven constreñidos a matarse para un amo y, enteoría, cada uno es libre para trabajar cuando quierey durante el tiempo que quiere. Pero, en la práctica,como cotidianamente lo demuestran los socialistas detodas las corrientes, tal libertad es, en granmedida, ilu-soria. Los trabajadores se ven obligados, de hecho, porel hambre a enajenar su libertad. En forma de venta, dealquiler y de interés en general, obreros y campesinossiguen entregando a sus amos capitalistas los mismostres días de labor semanal que se imponían a los an-tiguos siervos y a veces todavía más. Si calculáramoslo que los diferentes patrones (capitalistas, intermedia-

1 El Estado moderno — Buenos Aires — 1923 — Biblioteca de«La Protesta» (Publicado junto con El Estado — SU rol histórico)pág. 68.

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rios, rentistas, Estado) sustraen del salario del trabaja-dor moderno, quedaríamos asombrados de la exigüi-dad de lo que a éste le queda para pagar, a su vez, alos otros trabajadores que producen sus alimentos, susvestidos, sus muebles, etc.

Bajo este régimen, que es a menudo más cruel e im-placable que el antiguo, el proletario conserva, sin em-bargo, un sentimiento de libertad individual, en el cual,por más limitado que sea, se cifra todo el progreso con-quistado y se fundan todas las esperanzas del futuro:«el hombre más miserable y en los momentos de másnegra miseria no cambiaria su lecho de piedra bajo lasarcadas de un puente por un plato de sopa diario, sicon ello se pretendiera encadenarlo a la esclavitud. Es-te sentimiento, este principio de libertad individual estan grato al hombre moderno que continuamente ve-mos poblaciones enteras de trabajadores aceptar me-ses de miseria y luchar contra las bayonetas por el solohecho de mantener los derechos adquiridos. En efecto,las huelgas y las revueltas populares más obstinadas seoriginan hoy día por cuestiones de libertad o derechosadquiridos, más que por cuestiones de salarios».2

2 Ibíd. Págs. 69-70.

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Si el derecho que tiene todo hombre a trabajar cuan-do quiera, cuanto quiera y en lo que quiera es el prin-cipio de la sociedad moderna, lo que a esta sociedad sele ha de reprochar, sobre todo, es el haber tergiversadodicho principio, haciendo ilusorio aquel derecho: «Elreproche más grande que dirigimos a la sociedad mo-derna no es por el hecho de haber equivocada la rutaal proclamar que cada una trabajará en lo que quiera,sino por hacer creado tales condiciones de propiedadque no permiten al obrero trabajar mientras quiera yen lo que quiera. Llamamos madrastra a esta sociedadporque, después de haber creado el principio de liber-tad individual, ha situado a los obreros del campo y dela industria, Porque reduce al obrero a un estado deservidumbre disimulada, al estado del hombre que lamiseria obliga a trabajar para enriquecer a sus amor ypara perpetuar en sí mismo un estado de inferioridadal forjar sus propias cadenas».3

En definitiva: lo que Kropotkin considera positivoen la sociedad moderna es el principio de libertad; loque considera negativo y condenable no es otra cosamás que la anulación práctica de dicho principio. Enotras palabras, lo malo del liberalismo es que no llega a

3 Ibíd. Pág. 70.

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ser absolutamente liberal. Su pecado es la inconsecuen-cia, que aquí puede llamarse igualmente hipocresía yfraude criminal.

De tales conclusiones no le resulta difícil extraeruna norma y un programa de acción para el trabaja-dor y el revolucionario: «rechazará todas las formasde servidumbre disminuida y trabajará para que dichalibertad ni sea solamente una fórmula, Buscará las cau-sas que impiden al obrero ser dueño verdadero de sucapacidad y de sus brazos y trabajará para abolir sustrabas, —por la fuerza, si es necesario— obteniéndoseal mismo tiempo de crear otras que, aun cuando le pro-curasen un acrecimiento de bienestar, conduzcan denuevo al individuo a la pérdida de su libertad».4

Es claro que la lucha contra el liberalismo de la so-ciedad capitalista, que es una ideología de la pseudos-libertad, no puede comportar, para Kropotkin, la acep-tación de un socialismo autoritario, que no sería sinouna ideología de la pseudos-igualdad.

En el siglo XIX se produjeron —continúaKropotkin— dos movimientos o procesos de signocontrario. El primero, que triunfó sobre todo en laprimera mitad del siglo, tendía a liberar al obrero y al

4 Ibíd. Págs. 70-71.

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campesino de toda servidumbre personal; el segundo,que tuvo su auge en la segunda mitad, trató por todoslos medios de poner a los ciudadanos al serviciodel Estado. Mientras, por una parte, se manumitanlos siervos en Europa oriental y se liquidaban enOccidente las últimas formas del trabajo servil, porla otra, en nombre del bien público se constreñía alos trabajadores a cumplir determinadas tareas (enlos ferrocarriles o los llamados servicios públicos), seimponía el servicio militar obligatorio y, a través de laobligatoriedad de la enseñanza, se inculcaba a todos,desde la niñez, la idea de los sagrados derechos delEstado.5

Como el caráctermás sobresaliente del siglo XIX (re-cordemos que Kropotkin escribe esto en los primerosaños del XX) debe señalarse, pues, la liberación del in-dividuo frente al individuo y el fin del trabajo obliga-torio, junto al sometimiento del individuo frente al Es-tado y el inicio de la servidumbre impersonal. Por otraparte, hay que advertir que, para Kropotkin, la servi-dumbre impersonal (y más o menos aceptada) del in-dividuo con respecto al Estado implica una nueva ser-vidumbre personal frente a los gobernantes y los repre-

5 Ibíd. Págs. 72-73.

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sentantes de la ley y también frente a los nuevos amoscapitalistas, en cuyo provecho funciona evidentemen-te la impersonal (pero muy personal) maquinaria delEstado.6

El instrumento por excelencia de que éste se vale,en nuestra época, para sojuzgar al individuo es el im-puesto. Por medio del impuesto se crean los poderesdel Estado y se consolida la fuerza del gobierno, perotambién, por medio del impuesto el Estado enriquecea los ricos y empobrece a los pobres: «por medio deimpuesto, la pandilla de gobernantes —el Estado re-presenta a la cuádruple alianza del rey, la iglesia, eljuez y el señor militar— no ha cesado de ensanchar laesfera de sus atribuciones, tratando al pueblo como araza conquistada— Y hoy, mediante este preciso ins-trumento que golpea sin que se sientan directamentelos golpes, nos hemos convertido casi en tan vasalloscomo nuestros padres lo fueron antiguamente de susseñores amos».7

Marx ha elaborado una teoría de la plus-valía comobase de la formación del capital. Kropotkin lamentaque ningún economista haya intentado determinar la

6 Ibíd. Págs. 73-77.7 Ibíd. Págs. 80-81.

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cantidad de trabajo que el Estado se apropia y arrebataa los obreros urbanos y rurales: «Ningún economistaha tratado nunca de evaluar al número de días de tra-bajo que el obrero del campo y de las fábricas da cadaaño a este ídolo babilónico. Sería inútil hojear los trata-dos de economía política para llegar a una evaluaciónaproximada de la parte de trabajo que cada productorda al Estado. Una simple evaluación basada en el pre-supuesto del Estado, de la nación, de las provincias ylas comunas —que también contribuyen a los gastosdel Estado— no nos enseñaría nada, dado que habríaque considerar no sólo lo que entre en las arcas del te-soro sino lo que el pago de cada franco o el entregadorepresenta como gastos reales hechos por el contribu-yente. Todo lo que nosotros podemos decir es que lacantidad de trabajo dada cada año por el productor alEstado es inmensa. Y que ella debe sobrepasar, paraciertas clases, los tres días de trabajo por semana queel siervo daba antes a su señor».8 Muchos economistasliberales y también, sin duda, muchos socialistas mo-derados (los que podríamos llamar partidarios de un«socialismo fiscal») objetarían a esto que, mediante elsistema generalizado de los impuestos progresivos, el

8 Ibíd. pág. 81.

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Estado saca del rico más que del pobre. Pero ¿de dóndesale, en definitiva, el tributo, por grande que sea, paga-do por el capitalista o por el rentista? Evidentementedel trabajo del productor. El Estado, en este caso, nohace sino reclamar una parte del pingüe botín: «Siem-pre es el obrero el que paga. Y generalmente paga másque lo que el Estado le saca al rico».9

El Estado aumento en cinco francos el impuesto queel propietario paga por cada inquilino; el propietarioaumenta en treinta francos el alquiler. Igual cosa suce-de con el impuesto indirecto: «Aquí el trabajador pa-ga como consumidor de bebidas, de azúcar, fósforosy petróleo. Allá es el mismo que, pagando su alquiler,entrega al Tesoro el impuesto que el Estado descuentasobre el propietario de la casa. Y más aún: al comprarel pan, paga los impuestos sobre los bienes raíces, so-bre la renta de la tierra, el alquiler y los impuestos ala panadería, etc. En fin, comprándose un traje, pagalos derechos sobre el algodón importado o el monopo-lio creado por el proteccionismo. Comprando carbóno viajando en ferrocarril, paga el monopolio de las mi-nas y de los ferrocarriles creados por el Estado en fa-vor de los capitalistas poseedores de minas y de líneas

9 Ibíd. pág. 82.

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férreas, siendo siempre él quien paga toda la retahílade impuestos que el Estado, la provincia, y la comunadescuentan sobre la tierra y sus productos, la materiabruta, la manufacturada, la renta del patrón, el privile-gio de la instrucción, es decir, todo cuanto la comuna,la provincia y el Estado ven llegar dentro de sus arcaspor conductos diversos».10

Es claro, pues, que el obrero está obligado a dar al Es-tado moderno mucho más trabajo que el que el siervodaba, en el antiguo régimen, a su señor. Más todavía:«el impuesto da a los gobernantes el medio de hacermás intensa la explotación, de mantener al pueblo enla miseria y de crear legalmente —sin hablar del roboo de los Panamás— las inmensas fortunas que nuncael capital por sí solo hubiera podido acumular».11

El Estado, por medio del impuesto, enriquece a lasclases privilegiadas y empobrecer totalmente a los tra-bajadores. Un ligero aumento en un impuesto a los pe-queños agricultores es capaz, por ejemplo, de arruinaramillares de ellos, al mismo tiempo que beneficia enor-memente a los industriales, a quienes provee de manode obra barata: «Esta proletarización de los más débi-

10 Ibíd. pág. 83.11 Ibíd. págs. 83-84.

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les por parte del Estado, por los gobernantes, se hacecontinuamente, de año en año, sin provocar la griteríade nadie, a excepción de los arruinados, cuya protestano llega nunca a oídos del gran público. Esto lo he-mos visto en Rusia durante los últimos cuarenta años,y sobre todo en Rusia central, en donde el sueño delos grandes industriales, de crear un proletariado, hacerealizado silenciosamente mediante el impuesto».12

Lo que difícilmente se atreve a hacer de un mododirecto el gobernante o el legislador lo hace subrepti-ciamente el impuesto. La ruina y expropiación de lospequeños propietarios rurales, que en Inglaterra se ini-ció durante el siglo XVII, y que Marx llamó —recuerdaKropotkin— «acumulación capitalista primitiva», pro-sigue hasta el presente, mediante el impuesto, cuya po-tencia fue señalada ya por Adam Smith (Cfr.The Natu-re and Causes of the Wealth of Nations, Works, Aalen,1963, IV, págs. 255-394).

Los economistas insisten en hablar de las leyes in-manentes que hacen crecer al capital. Kropotkin, opo-niéndose a ellos, hace notar que la fuerza del capitalse paralizaría si no tuviera a su servicio al Estado, quepor una parte, crea de conjunto nuevos monopolios, y

12 Ibíd. pág. 86.

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por otra, arruina a los trabajadores al par que amasagrandes fortunas mediante el impuesto.

Entre capitalismo y Estado moderno establece así,Kropotkin una relación de causación recíproca: el ca-pitalismo contribuye a la creación del Estadomoderno,y éste, a su vez, contribuye al surgimiento y al desarro-llo del capitalismo.13

Otra de las armas que el Estado utiliza en provechode las clases privilegiadas y en detrimento de los traba-jadores es la creación de monopolios.14 Kropotkin es-tudia, en especial, basándose en las obras de H. Levy,Monopoly and Competition (Londres, 1911), G. Unwin,Industrial Organization (Oxford, 1904), H. Price, En-glish Patents of Monopolies (Boston, 1906) y W. Cun-ningham, The Growth of English Industry, el origin y eldesarrollo de los monopolios en Inglaterra, desde finesdel siglo XVI (es decir, desde la formación del Estadonacional) hasta el siglo XIX, haciendo notar la relaciónentre monopolismo y colonialismo en la política delEstado inglés.15

13 Ibíd. pág. 86.14 Ibíd. pág. 95.15 Ibíd. págs. 96-99.

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Investiga después el carácter de los nuevos monopo-lios, surgidos al amparo de la ley, desde la primera mi-tad del siglo XIX, «nuevos monopolios ante los cualeslos antiguos eran simples juegos de niños».16

La política imperialista (aun sin denominarla de es-te modo) y la explotación de los países de la perife-ria merecen también su atención: «Y que no se tratede justificar estos monopolios y estas concesiones, di-ciendo que de este modo pudo llegarse a ejecutar unacantidad de empresas útiles. Porque por cada millónde capital útilmente empleado en dichas empresas, losfundadores de las compañías hicieron figurar tres, cua-tro, cinco y, algunas veces, hasta diez millones con loscuales se gravaban las deudas públicas. Y si no, acordé-monos de Panamá, en donde se hundían los millonespara poner a flote a las Compañías, y en donde sólo ladécima parte del dinero entregado por los accionistasera destinado al trabajo de abrir el canal».17 Y, citan-do la conocida obra de H. George, Progreso y Miseria,recuerda que éste es, en general el procedimiento delas grandes empresas de la época: «Allí, en donde real-mente se ha gastado un dólar, se emiten obligaciones

16 Ibíd. pág. 99.17 Ibíd. pág. 101.

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por dos, tres, cuatro, cinco y hasta diez dólares. Y sobreestas sumas ficticias se pagan los intereses y los divi-dendos». Pero recuerda también que esto no es sinoun aspecto relativamente inocuo del arbitrario podereconómico acumulado por las grandes compañías conla complicidad del Estado y del gobierno: «Cuando lasgrandes compañías llegan a formarse, su poder sobreel conjunto humano es tal, que sólo se le puede com-parar con el de los bandidos que en los pasados tiem-pos eran dueños de las rutas e imponían un tributosobre cada viajero, ya fuera peatón o jefe de caravanamercante. Y por cada multimillonario que surge con laayuda del Estado, llueven muchísimos millones en susministerios».18

En realidad, todas las grandes fortunas de nuestraépoca, dice Kropotkin, «tienen su origen en los mono-polios creados por el Estado». Y «si alguno hiciera undía el extracto de las riquezas que fueron acaparadaspor los financieros y los manipuladores de negocioscon ayuda de los privilegios ymonopolios constituidospor el Estado, si alguien llegara a evaluar las riquezasque fueron así substraídas a la fortuna pública por to-dos los gobernantes —parlamentarios, monárquicos y

18 Ibíd. pág. 101.

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republicanos— para darlas a los particulares, los traba-jadores se sublevarían de indignación. Son cifras, su-mas ignoradas, difícilmente concebibles para los queviven de su insignificante salario».19

El verdadero origen de los grandes capitales debebuscarse, pues, según Kropotkin, en la apropiación delas riquezas nacionales (y coloniales), lo cual compren-de obviamente la apropiación de la fuerza de trabajonacional (y colonial), por parte de la clase privilegia-da, con la ayuda del Estado: «Cuando los economistasquieren hacernos creer que en el origen del capital seencuentran los pequeños ahorros de los patronos, acu-mulados sobre los beneficios de sus establecimientosindustriales, o bien estos señores demuestran ser unosperfectos ignorantes o dicen a sabiendas lo que no esverdad. La rapiña, la apropiación, el pillaje con la ayu-da del Estado, de las riquezas nacionales, he ahí la ver-dadera fuente de las fortunas inmensas acumuladas ca-da año por los señores y los burgueses».20Kropotkin,a diferencia de Marx, no considera el factor político-jurídico como subordinado al económico. El Estado norepresenta para él una mera superestructura que des-

19 Ibíd. pág. 102.20 Ibíd. pág. 103.

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aparecería al ser sustituida, gracias a la revolución, laestructura capitalista. Estado y Capital son, por el con-trario, dos fuerzas interactuantes, que se condicionan,se crean y se alientan recíprocamente. Destruir el Capi-tal sin destruir al mismo tiempo el Estado es tan iluso-rio como lo contrario. Una revolución que pretendiera,pues, acabar con el régimen de la propiedad privadade la tierra y de los es más, valiéndose de él como prin-cipal instrumento de lucha contra el capitalismo y laburguesía, no tardaría en verse sorprendida por la pre-sencia de una nueva clase dominante: «El Capital y elEstado son dos creaciones paralelas que serían impo-sibles la una sin la otra y que por esta razón deben sersiempre combatidas en conjunto, es decir, las dos a lavez».21

A decir verdad, el Estado nunca hubiera podidoconstituirse (ni en nuestra época ni en la Antigüedad)si no hubiera fomentado el desarrollo del capital in-mueble y financiero, mediante la explotación de lospueblos pastores primero, de los agricultores después,y de los obreros industriales por último. Su espada pro-tegió a quienes acaparaban la tierra o se procurabanganancias con el pillaje y la explotación del trabajo

21 Ibíd. pág. 103.

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ajeno. Obligó a quienes nada tenían a trabajar paraquienes lo poseían todo y a través de tal tarea perma-nente se constituyó a sí mismo. Si es verdad, pues, queel capitalismo no hubiera llegado a ser lo que hoy es sinla colaboración asidua y ferviente del Estado, tambiénlo que es éste no habría alcanzado la enorme fuerzaque en nuestros días le permite controlar íntegramen-te la vida de cada individuo sin la ayuda del capital,que hizo posible la consolidación del poder real. Afir-mar que el capitalismo data del siglo XV o XVI, comosuelen hacer los autores marxistas y los economistasliberales, resulta para Kropotkin aceptable en la medi-da en que tal afirmación puede servir para subrayar laevolución paralela del capitalismo y del Estado. Peroen este caso —convendría aclararse— se trata del capi-talismo «stricto sensu». En un sentido más amplio elcapitalismo ha existido, para Kropotkin, donde quieraque hubo apropiación individual del suelo y desde elmomento mismo en el que el comercio o trueque delos bienes salió de la esfera tribal y se estableció en-tre persona y persona.22 La interdependencia del ca-pitalismo y el Estado queda especialmente puesta enevidencia, según nuestro autor, en el colonialismo de

22 Ibíd. págs. 103-104.

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su época. Lo quemueve principalmente a las potenciaseuropeas a conquistar territorios en África y Asia es eldeseo de proporcionar a los capitalistas mano de obraabundante y casi gratuita: «Y en estos países recien-temente conquistados puede verse claramente cómoel Estado y el Capital se hallan íntimamente ligados,cómo uno produce al otro y cómo determinan ambosmutuamente su evolución paralela».23

En 1883, cuando Inglaterra, Alemania, Austria y Ru-mania se aliaron con Rusia, aprovechando el aisla-miento de Francia y una guerra europea estuvo a pun-to de estallar, Kropotkin había revelado, en su célebreperiódico Le Revolté, los verdaderos móviles de la ri-validad entre los Estados y de los conflictos bélicos. Setrataba de la rivalidad por la conquista de losmercadosy por el reparto de las colonias. Motivos eminentemen-te económicos sustituyen hoy, en el mundo capitalis-ta, las antiguas razones dinásticas, y el honor de losreyes se olvida en nombre de la integridad de la ren-ta de Rothschild o de Schneider: «Todas las guerrashabidas en Europa, desde hace ciento cincuenta años,

23 Ibíd. págs. 104-105.

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fueron guerras hechas por intereses de comercio, porderechos de explotación».24

Con gran exactitud dentro de los límites de una ex-posición abreviada, hace Kropotkin la historia de losdiversos imperialismos y de los conflictos que origina-ron. Muestra, por ejemplo, cómo el poderío naval in-glés se constituyó hacia fines del siglo XVIII, despuésde aplastar a sus competidores, España y Holanda, ydespués de haber promovido contra Francia una seriede guerras terribles; cómo ésta, frustrada en sus pro-yectos colonialistas en Canadá y la India, pudo cons-truir su imperio en África, sobre las espaldas de negrosy árabes; cómo, en la segunda mitad del siglo XIX, Ale-mania, en ansiosa búsqueda de mercados para su cre-ciente industria, declaró (1870) la guerra a Francia, queconstituía su principal obstáculo, y levantó, a su vez,un imperio colonial; cómo, en fin, potencias cual Ita-lia, Austria y Rusia, que entran en el camino de la in-dustrialización, afirman ya su derecho colonialista enAsia y África.25

En realidad, todos los Estados, en la medida en quese industrializaban, se ven obligados por los empresa-

24 Ibíd. pág. 110.25 Ibíd. págs. 110-113.

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rios y hasta por los mismos obreros a entrar en guerrapara conquistar una pandilla. Más aún, en cada Estadohay al presente una pandilla, infinitamente más pode-rosa que los industriales, que lo impulsa de continuohacia la guerra: son los representantes de las altas fi-nanzas y de la banca. Prestan dinero al Estado y llegana tomar en hipoteca las rentas de éste. De tal maneraarruinaron a Egipto y lograron hacer de él una coloniainglesa, arruinaron a Turquía y la despojaron paulati-namente de sus provincias, arruinaron a Grecia y laempujaron a una guerra contra Turquía para apode-rarse de una parte de sus rentas, explotaron a Japóndurante sus guerras con China y Rusia, y hace ya mu-cho que ahogan a China y se reparten sus despojos.En cada Estado prestamista existe una organizaciónintegrada por banqueros, gobernantes y promotoresde empresa, que Zola describe magistralmente en sunovela L’Argent y cuyo fin es la mutua ayuda para laexplotación de Estados enteros. Resulta ingenuo ape-lar hoy a cuestiones políticas u odios nacionales paraexplicar las guerras. En el fondo de todas ellas no haysino razones de predominio económico, conjuracionesde los filibusteros de las finanzas, que explotan y uti-lizan, ciertamente en provecho y hasta los conflictosreligiosos. Baste pensar en la conquista de Egipto y de

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Transvaal, en la anexión de Trípoli, en las matanzasde Manchuria, en el pillaje internacional de China, enlas guerras del Japón: en todas partes está mezcladala banca. Y si hasta ahora (Kropotkin escribe en vís-peras de la Primera Guerra Mundial) no ha estalladola guerra europea, es porque las altas finanzas no es-tán todavía seguras del lado hacia el cual se inclinarála balanza de los millones en juego.26 Nada le impor-tan al banquero los cientos de miles de vidas humanassacrificadas: lo que cuenta para él son las columnasde cifras. «¡Qué mundo más ignominioso podría de-velarse, —exclama— si alguno se tomará el trabajo deestudiar los entretelones de la alta finanza».27 Pero laalta finanza es un producto del Estado; más aún, unatributo esencial del mismo. ¿Cómo es posible, enton-ces, —se pregunta— que muchos socialistas tengan lacontinua preocupación de no cercenar los poderes es-tatales, considerando que éstos se han de convertir enun instrumento de emancipación para las mases obre-ras?: «Que eso se afirme por necedad, por ignoranciao por bribonería es igualmente imperdonable en suje-

26 Ibíd. págs. 113-115.27 Ibíd. Págs. 115-16.

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tos que se creen llamados a dispones de la suerte delas naciones».28

«El Estado, aceptado por los pueblos con la condi-ción de ser defensor de los débiles contra los fuertes,se ha convertido hoy en fortaleza de los ricos contralos explotadores, del propietario contra el proletario»,dice en Palabras de un rebelde. Por otra parte, con el di-recto apoyo de los Estado, se ha creado una industriabélica, cuyos intereses no cesan de conspiran en cadamomento contra la paz de los pueblos.

Kropotkin alude a los explotadores que especulancon las guerras coloniales (los fabricantes ingleses queenviaron cañones ymuniciones a los boers, etc.) y tam-bién a los hechos acaecidos durante la reciente (1905)guerra ruso-japonesa, en la cual los ingleses aprovisio-naban a los japoneses para que destruyeran el pode-río naval insipiente de Rusia en el pacífico, mientras,por otro lado, vendían a alto precio grandes cantida-des de carbón a Rusia, para que ésta pudiera enviarsu flota de guerra a Oriente.29 Pero añade que éstos noson sino acontecimientos aislados entre otros mil de lamisma naturaleza que no llegamos a conocer porque

28 Ibíd. Pág. 117.29 Ibíd. pág. 118.

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los gobernantes y los burgueses son muy cuidadososen guardar secretos. Sabemos, en realidad, que todoslos Estado importantes han promovido la creación degrandes fábricas privadas dematerial bélico (desde car-tuchos hasta a acorazados) y que han empleado gran-des sumas para levantar y sostener sus propios talleresmilitares. Ahora bien, es evidente —deduce— Kropot-kin que los capitalistas que han invertido su dinero entales empresas tienen un interés directo en crear unclima bélico, en impulsar el armamentismo y en sem-brar, si fuese indispensable, el pánico entre los pueblos.Esto es lo que efectivamente hacen, y cuando las ex-pectativas bélicas disminuyen y los gobernantes (porlo demás accionistas de las grandes fábricas de armas,como Anzin, Krupp, Armstrong, etc.) se muestran re-misos en agitar la fanfarria guerrera, se los obliga a ellocon campañas chauvinistas promovidas por los perió-dicos. (Cfr. W. Manchester, The Arms of Krupp — Lon-don — 1969) La gran prensa, que Kropotkin califica di-rectamente de «prostituta», prepara los ánimos paranuevas empresas bélicas, precipita los conflictos pro-bables y obliga, por lo menos, a los gobiernos a dupli-car o triplicar sus armamentos. Como ejemplo recien-te, menciona lo sucedido en los diez años anteriores ala guerra con los boers, en los cuales la gran prensa

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y, sobre todo, su apéndice, la prensa ilustrada, prepa-raron sabiamente los espíritus, demostrando la necesi-dad del conflicto armado y despertaron el patriotismodel pueblo para la sangrienta aventura. Los usufructua-rios de ese patriotismo, además de los fabricantes de ar-mas, fueron los señores que intrigaban como Rhodenen África para apoderarse de los yacimientos aurífe-ros de Transvaal y para obligar a los negros a trabajaren los mismos.30 En términos generales, la prensa denuestra civilización burguesa-estatal, lejos de ser ex-presión de la opinión pública, es manipuladora de lamisma y responde a los interese de dos o tres grandesgrupos financieros.

Kropotkin que, como vimos, durante la primeraGuerra mundial, oponiéndose a la mayoría de los anar-quistas y de los socialistas revolucionarios, tomó parti-do por los aliados contra los imperios centrales (comosi no hubiera podido desprenderse de la vieja inquinaeslava, y aun bakuninista, contra todo lo germánico),hace un análisis completo e implacable del fenómenobélico y de sus consecuencias.

Pera señalar la magnitud de la matanza colectiva serefiere (recuérdese otra vez que escribe poco después

30 Ibíd. Págs. 119-120.

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de la guerra ruso-japonesa y poco antes de la guerraeuropea de 19140) a las batallas de Manchuria y al sitiode Port-Arthur. Las grandes batallas históricas, comoGravelotte, Potomack y Borodino, que duraron cadauna tres días y arrojaron un saldo de cincuenta a cientodiez mil muertos y heridos por cada bando beligerante,fueron —dice Kropotkin— verdaderos juegos de niñoscomparadas con las guerrasmodernas: hoy las grandesbatallas durante no tres sino siete (Liao-Yang) o diezdías (Mukden) y las bajas llegan a ciento cincuenta milpor cada parte.31

He aquí cómo describe una de esas batallas: «Cuan-do el fuego de centenares de bocas de cañón se con-centran en un cuadro de un kilómetro de lado, comose hace hoy, no quedan ni diez metros cuadrados de es-pacio sin recibir su correspondiente obús; ni una bre-ña o un matorral que no hayan sido arrasados por losmonstruos aullantes enviados de no se sabe dónde. Lalocura se apodera entonces de los soldados después desiete u ocho días de ese fuego terrible; y cuando las co-lumnas de asalto —después de ocho o diez asaltos re-chazados, pero en los cuales ganaron cada vez algunosmetros de terreno— llegan al fin hasta las trincheras

31 Ibíd. pág. 20.

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de los enemigos, iniciase entonces una lucha salvajecuerpo a cuerpo. Después de haberse lanzado mutua-mente granadas de mano y porciones de algodón depólvora —dos trozos de dicho algodón envueltos entresí con hilo eran lanzados por los japoneses en formade honda— los soldados rusos y japoneses se revolca-ban en el fondo de las trincheras de Port-Arthur comobestias feroces, estropeándose el cuerpo con la culatadel fusil, con el cuchillo, cuando no se arrancaban lacarne con los dientes».32

En una Europa que había vivido casi medio siglo depaz (desde la guerra franco-prusiana de 1870), Kropot-kin tenía razón para decir que «los trabajadores occi-dentales no sospechan siquiera este horrible retornoa la más espantosa salvajada que representa la guerramoderna». Muy pronto lo aprendieron, sin embargo,en carne propia durante la Primera Guerra mundialy, luego, mucho más duramente todavía, durante laSegunda. Hoy, ante la perspectiva de un conflicto nu-clear, ante la suicida carrera armamentista de grandesy pequeñas naciones, la guerra que Kropotkin describey condena nos parece casi un juego de niños, pero ellono invalida por cierto sus análisis, que en gran parte

32 Ibíd. pág. 121.

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siguen siendo actuales en nuestro mundo, más tecnifi-cado y letal, pero también más estatal y más capitalis-ta. El surgimiento de siempre nuevos y cada vez másferoces nacionalismo (que a veces van unidos a un pre-sunto «socialismo nacional» o capitalismo de Estado)después de la Segunda Guerra Mundial no presagia,por cierto, un futuro de paz (Cfr. Glen St. J. Barclay,Nacionalismo del siglo XX — México — 1975 — pág. 99sgs., 197 sgs.).

Pero la guerra —continúa Kropotkin— no significasólo muerte y retorno a la barbarie; también presen-ta la destrucción en colosales proporciones del trabajohumano de decenas de años. Por otra parte, la necesi-dad de preparar material bélico y de acumular provi-siones y pertrechos ocasiona en las industrias enormestrastornos económicos, que inciden particularmentesobre la clase obrera. Como reciente ejemplo, mencio-na lo que sucedía en Estados Unidos durante aquellosaños de la inmediata pre-guerra: en previsión de unconflicto bélico entre los propios Estados Unidos y Ja-pón se intensificó la extracción de mineral para fabri-car acero, se amontonaron ingentes cantidades de tri-go, carnes de conserva, pescado, legumbres, algodón,cueros, etc. Pero he aquí que de repente toda la produc-ción se paralizó sin que nadie pudiera aducir una causa

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relacionada con las crisis anteriores. La verdadera cau-sa era que la alta finanza se había convencido de queel Japón, arruinado por la guerra de Manchuria, no seatrevería a atacar a Estados Unidos, y ninguno de losEstados europeos se sentía tan seguro de la victoria co-mo para entrar a la guerra. Inmediatamente se acaba-ron los créditos que alimentaban aquella superproduc-ción. Fundiciones de acero, minas de cobre, altos hor-nos, astilleros, curtiembres, especuladores en artículosalimenticios, disminuyeron drásticamente sus opera-ciones, sus compras y sus demandas. Grandes fábricasy pequeños talleres cerraron sus puertas y millonesde obreros quedaron en la calle, en la más espanto-sa miseria.33 «¡Quién podrá contar nunca —exclamaKropotkin— los sufrimientos de millones de hombres,mujeres y niños, las vidas rotas que hubo durante lacrisis en el instante mismo en que hacían fortunas in-mensas en previsión de la carne despedazada y de laspilas de cadáveres humanos que debían amontonarseen las grandes batallas!». Y añade, a modo de conclu-sión: «He ahí lo que es la guerra; he ahí cómo el Estadoenriquece a los ricos, mantiene a los pobres en la mi-seria y los vuelve años en año más esclavizados y a

33 Ibíd. Págs. 121-123.

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merced de los ricos».34 De todo esto puede inferirseque toda la vida de nuestra sociedad civilizada depen-de, más que de los hechos del desarrollo económico ensí mismos, «de la manera cómo diversos medios privi-legiados, más omenos favorecidos por los Estado, reac-cionan sobre los hechos».35 La que decide la política delos Estados modernos es, en el fondo, siempre la altafinanza; la aprobación o desaprobación de ésta hacey deshace ministerios en toda Europa y el argumentodecisivo en cualquier determinación importante de or-den interno o externo es la opinión del barón de Roths-child o del sindicato de los grandes banqueros de París,de Viena o de Londres. Resulta así que, si bien, por unaparte, el estado de las fuerzas puestas en juego en unmomento dado de la historia depende del desarrollotécnico y económico de las naciones, por otra, el usoque de dichas fuerzas se hace depende por completode la mayor o menor servidumbre de las mismas conrespecto a los gobiernos y a las formas estatales quelas organizan: «Las fuerzas que habrían podido dar laarmonía, el bienestar y el nuevo florecimiento de unacivilización libertaria, si ellas hubieran tenido libre jue-

34 Ibíd. pág. 123.35 Ibíd. pág. 125.

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go en la sociedad, una vez puestas dentro de los cua-dros del Estado, es decir de una organización desarro-llada especialmente para enriquecer a los ricos y paraabsorber todos los progresos en provecho de las clasesprivilegiadas, se convierten en un instrumento de pre-sión, de privilegio y de guerras sin fin. Ellas aceleranel enriquecimiento de los privilegiados y aumentan lamiseria y la servidumbre de los pobres».36

En términos generales puede decirse, pues, que pa-ra Kropotkin el fin constante y la misión esencial delEstado es someter la masa del pueblo a la minoría delos explotadores y otorgar a éstos, el derecho de ex-plotación. Contra lo que afirman los juristas, jamás lalegislación de los Estados se han propuesto asegurar acada uno el producto de su trabajo, sino al revés, despo-seer a la gran masa de los habitantes de una parte delproducto de su trabajo en beneficio de un corto núme-ro de privilegiados. Mantener a las masas en un estadopróximo a la miseria y entregarlas así al arbitrio de lospoderosos: tal fue siempre la función del Estado, ya setrate de un Estado teocrático y oligárquico, ya de unEstado democrático. Mediante el impuesto, el monopo-lio y la guerra, el Estado, como hemos visto, asegura su

36 Ibíd. Págs. 125-126.

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propia existencia, al garantizar la explotación y la opre-sión de la mayoría laboriosa por parte de un núcleo deociosos privilegiados: «en esta inveterada tendencia aenriquecer a ciertos grupos de ciudadanos a expensasdel trabajo de la nación entera y de sus sacrificios re-side la esencia misma de esta forma de organizaciónpolítica centralizada que lleva el nombre de Estado yque no tomó cuerpo en Europa entre las naciones quedemolieron el Imperio Romano hasta después del pe-ríodo de las ciudades libres, es decir, en los siglos XVIy XVII».37 Hay que advertir, ya que el propio Kropot-kin lo hace, que al caracterizar así al Estado, se estárefiriendo a los rasgos esenciales y, por tanto, perma-nentes del mismo, y no a los abusos de poder, es decir,a las arbitrariedades incesantes de los gobiernos con-tra sus súbditos o contra los pueblos conquistados, allatrocinio de los funcionarios, a las extorsiones ilega-les cometidas por los agentes del poder, a los insultosy sufrimientos que prodigan a los gobernados, al odioque siembran y cultivan contra los extranjeros. A esterespecto baste con recordar —añade— que poder y abu-so de poder son inseparables. Pero, si nos limitamos aconsiderar la esencia misma del Estado, vemos que en

37 Ibíd. Págs. 127-128.

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el pasado no fue otra cosa más que un pacto de asisten-cia mutua entre el clérigo, el soldado y el señor paraaprovecharse del trabajo de las masas; y en los tiem-po modernos sólo ha cambiado por el hecho de queburgueses, comerciantes, industriales, prestamistas yfuncionarios se acoplaron a la primitiva trinidad en laexplotación del pueblo.38

En contradicción con cuanto afirman muchos histo-riadores liberales y aun socialistas, Kropotkin insisteen sostener que el Estado no despojó de sus tierras alos campesinos (desde fines del medioevo en adelan-te) para beneficiar a la nación sino para otorgarlas alos acaparadores y para poner, al mismo tiempo, unvasto proletario hambriento a disposición de los in-dustriales y de los financieros. Después, cuando esasmasas explotadas intentaron sacudir el yugo, los Es-tados «civilizados» emprendieron, en beneficio de susclases privilegiadas (ya que sus propias masas trabaja-doras no ganaban nada con ello) la conquista de terri-torios coloniales, y llegaron a constituirse «en amos yexplotadores de vastas poblaciones, además de conser-var el dominio sobre sus queridos compatriotas». PeroKropotkin no se contenta con señalar el fenómeno del

38 Ibíd. pág. 128.

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colonialismo como servicio del Estado moderno a suspropias clases dominantes. Advierte también que en laexplotación de las masas coloniales intervienen y par-ticipan, sacando provecho. Más aún, condena y denun-cia la actitud de los trabajadores europeos que, deján-dose engañar por las promesas de fácil rapiña de susamos, se hicieron cómplices de la burguesía y del Es-tado, al solicitar la protección aduanera contra la con-currencia de la producción extranjera y, sobre todo, almostrarse prontos para precipitarse sobre sus vecinos,disputándoles su afán de lucro, en una empresa crimi-nal a beneficio de sus compatriotas explotadores, enlugar de rebelarse contra ellos y contra su todopodero-so instrumento, el Estado.39

He aquí una de las causas de la impopularidad deKropotkin en nuestros días: por una parte condena elimperialismo y el colonialismo; por otra, sin embargo,considera aberrante toda participación obrera en unapolítica nacionalista. Capital y Estado contra clase tra-bajadora; estos son, para él, los verdaderos términosdel ineludible conflicto. Cualquier intento de compli-car la formula, mediante distinciones tales como lashay usuales entre países del centro y de la periferia,

39 Ibíd. pág. 129.

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desarrollados y subdesarrollados, le parece una incon-secuencia y una traición. Cualquier intento de justi-ficar el papel de la burguesía nacional y del ejércitocomo factores revolucionarios le parece simplementeuna aberración.

A la pregunta: «¿Puede el estado ser un instrumentode emancipación de los trabajadores?», responde conun «no» rotundo.

Cuando los marxistas proponen abolir primero lasclases sociales para remitir después al Estado al mu-seo de antigüedades; están invirtiendo el orden lógi-co e histórico de la acción. ¿Cómo puede hablarse —pregunta— de abolir las clases sin tocar la institucióngracias a la cual las clases surgieron y se conservancomo tales?40

Los marxistas proponen tomar el poder y hacersecargo del Estado para realizar después, a través de éste,la revolución social. Kropotkin les pregunta: «El Esta-do, que fue elaborado en la historia de las civilizacio-nes para dar un carácter legal a la explotación de lasmasas por las clases privilegiadas ¿puede ser el instru-mento de su liberación?».41

40 Ibíd. pág. 30.41 Ibíd. pág. 131.

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En lugar de trabajar para tomar el poder, hay quehacerlo inútil; en lugar de usar al Estado, hay que sus-tituirlo. ¿Acaso —vuelve a pregunta— «no se diseñanya, en la evolución de las sociedades modernas, otrasagrupaciones que el Estado, agrupaciones que puedenaportar a la sociedad la coordinación, la armonía enlos esfuerzos individuales, y convertirse en el instru-mento de emancipación de las masas, sin necesidad derecurrir a la sumisión de todos en aras de la jerarquíapiramidal del Estado?42». Estas instituciones son, paraél, las comunas, los sindicaros de industria y de oficio,las agrupaciones locales y distritales que precedieronla formación del Estado en las ciudades libres, las milasociaciones que surgen en la sociedad moderna parasatisfacer necesidades diversas. El principio federativo,que origina y lleva acabo tantas asociaciones en nues-tros días, ofrece, según él, en todo caso, posibilidadesmucho más prometedoras para la liberación humanaque el principio centralistas, al cual obedece la menta-lidad estatista del marxismo.

Es claro que tampoco esas ideas pueden resultarmuy gratas a una sociedad como la nuestra, que reve-la a diario un desesperado culto al poder, y en la cual

42 Ibíd. pág. 131.

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el poder, pese a todas las racionalizaciones, constitu-ye un fin absoluto. La idea de disolver el Estado y deliquidar el gobierno les parecería absurda a los genera-les del Pentágono y a los inefables dictadores latinoa-mericanos, pero, significativamente, con ellos estaránde acuerdo casi todos los «revolucionarios» de nuestraAmérica.

Cuando Kropotkin propone, por lo demás, sustituirel Estado por las comunas y las sociedades locales, nopretende expresar simplemente un ideal: fundamentasu propuesta en una serie de hechos históricos. Estoshechos, que la historia oficial y académica ignora o mi-nimiza, revelan que toda verdadera revolución socialimplica la creación de nuevas formas de organizaciónpolítica. Así sucedió en la revolución de los siglos XIy XII, en la cual la abolición de la servidumbre y eladvenimiento de una nueva clase social sólo se reali-zó a través del surgimiento de las ciudades libres, delas parroquias y de las guildas: «Los ciudadanos de lasciudadesmanumitidas procuraron, desde el primer día,crear, por medio de sus conjuraciones, es decir, por eljuramento mutuo, nuevas instituciones dentro del pe-rímetro de su ciudad. Fue la parroquia, reconocida co-mo unidad independiente, soberana; a la calle, al distri-to, a la sección —federación de calles— y por otro lado

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a la guilda, también independiente; a las artes organi-zadas y soberanas —teniendo, por consecuencia cadauna su justicia, su bandera y su familia— y, en fin, alforum, a la asamblea popular, representante de la fede-ración de las parroquias y de las guildas, a quines con-fiaron la organización de los diversos elementos de laciudad. Toda una serie de instituciones, absolutamentecontrarias al espíritu del Estado romano y del Estadoteocrático de Oriente, fueron de este modo desarrolla-das en el transcurso de los tres o cuatro siglos subsi-guientes».43

Como consecuencia de las invasiones (mongólica,turca, etc.) y de la decadencia interna de las comunas(de cuyas causas hablamos en capítulo anterior) se es-tableció en Europa, durante los siglos XVI-XVIII, elEstado militar y monárquico. Al cabo de dos siglos,la burguesía mercantil e industrial llegó a compren-der que con este régimen no podría nunca alcanzar supleno desarrollo económico, técnico e intelectual. EnInglaterra en 1648 y en Francia en 1789 trató primerode anular la realeza y de transferir el poder de manosde los nobles y el clero a las del tercer Estado; más tar-de, se dio cuenta de que era necesario demoler todo el

43 Ibíd. pág. 134.

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antiguo régimen y cambiar enteramente las estructu-ras de la sociedad, y para ello no dudó en desencadenarlas pasiones de los miserables contra la aristocracia ylos sacerdotes, a fin de despojar a éstos de sus propie-dades. Sin embargo, la burguesía de ninguna maneradeseaba la destrucción del Estado y de las institucionesque habían de permitirle el acceso al poder. Se convir-tió, sobre las espaldas del pueblo, en heredera de losprivilegios y del poder de la nobleza y transformó elEstado absolutista en Estado constitucional. Solamen-te el pueblo (o sea parte del pueblo que Desmoulinsconsideraba como «más allá de Marat») pretendió laliberación completa sin opresión de nadie y, por eso,sólo el pueblo decidió la sustitución del Estado mismopor otra forma de organización diferente, que era la co-muna. Puesto que la Asamblea Nacional, integrada ensu mayoría por burgueses opuestos a todo cambio pro-fundo y estructural, no podía ni quería llevar la revo-lución más adelante, fueron las comunas populares lasque lo hicieron. En 1789 se llevó a cabo, como lo mos-traron Michelet y Aulard (y el mismo Kropotkin, ensu obra histórica La gran Revolución) una revoluciónmunicipal. Fueron las municipalidades o comunas lasque abolieron de hecho los derechos feudales; fueronellas las que proclamaron la confiscación de los bienes

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del clero y de la nobleza y efectuaron el traspaso re-volucionario de las fortunas; fueron ellas, en fin, lasque, al margen del Estado y de la Asamblea Nacional,organizaron la defensa del territorio contra las tropasextranjeras llamadas por la nobleza para sofocar la re-volución.44

Esta acción directa del pueblo, a través de las comu-nas y de las elecciones, que tan bien ha sido estudiadaen nuestros días por Guerin, promovió el enrolamien-to voluntario, aseguró el aprovisionamiento de armas,de municiones, de alimentos y de vestidos para la tro-pa, ilustró a los soldados, revelándoles los progresos dela Revolución y las intrigas de la Contra-Revolución y,sobre todo, les inspiró el fuego sin el cual no se logra loimposible ni se alcanza la victoria: «fueron las seccio-nes y las comunas quines cumplieron toda esta inmen-sa labor. Los historiadores estatales pueden ignorarlo;pero el pueblo francés los recuerda perfectamente y esél quien nos la ha enseñado».

Si se admite, pues, la idea de que para poder acabarcon las formas capitalistas de la producción y el consu-mo es preciso acabar con las formas políticas actuales,se verá en seguida, dice Kropotkin, cuan equivocados

44 Ibíd. Págs. 134-137.

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están aquellos socialistas que pretenden reforzar al Es-tado, y hacer de él un súper-capitalista, esperando pre-para de ese manera el advenimiento del colectivismo:«Esperar que este mecanismo de opresión así reforza-do se vuelva un instrumento de revolución ¿no es des-conocer lo que la historia nos enseña sobre el espíriturutinario de toda burocracia y sobre el poder de resis-tencia de las instituciones?».45 Es interesante hacer no-tar que lo que Kropotkin reprocha a los partidarios delestatismo y concretamente a los socialistas científicoses el carácter utópico de su concepción del Estado. «Alreferirnos a estas cuestiones no debemos hablar de unEstado imaginario en el cual un gobierno compuestode ángeles, descendiendo del cielo para las necesida-des de la discusión, será el enemigo de los poderes conlos cuales se lo había armado. Construir utopías de es-ta clase es llevar a la revolución contra el escollo de losfracasos».46

Es cierto que Kropotkin se refiere en estas líneas alfortalecimiento del Estado burgués, pero es tambiénindudable que la cosa no cambiaría para él si se trata-ra del Estado surgido de una revolución socialista. La

45 Ibíd. pág. 137.46 Ibíd. pág. 138-139.

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utopía consiste, para él, en definitiva, en la idea mismadel Estado socialista.

En efecto, todo Estado implica un gobierno central.Pero es inherente a todo gobierno de este tipo, es de-cir, a todo gobierno propiamente dicho, la necesidadde fortalecerse, de expandirse y de perpetuarse, cosaque no puede hacer sino a expensas de sus propiossúbditos. Más aún, es esencial a todo Estado el crearclases privilegiadas en detrimento de la mayoría.

Hablar de un Estado socialista parece entonces, másque una utopía, una «contradictio in terminis» una de-soladora falta de imaginación. Quines lo propician —dice Kropotkin— «ni siquiera se han tomado la pena dediscutir —como me lo pidieron un día a mí los coope-rativistas ingleses— si no habría medio de entregar losferrocarriles directamente a las uniones del transporte,para manumitir a dicha empresa del yugo capitalista,en vez de crear el capitalismo-Estado, más peligrosoaún que las compañías burguesas». No son capaces deentrever otro camino más que el capitalismo privado yel capitalismo estatal. En realidad, estos intelectualesestatólatras «no aprendieron otra cosa en la escuela

47 Ibíd. pág. 140.

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que la fe en un Estado salvador, el Estado omnipoten-te».47

Desgraciadamente, esta mentalidad estatista se di-funde hoy —dice Kropotkin en vísperas de la guerra de1914— no sólo entre los burgueses sino también entrelos obreros. Y lejos de limitar la explotación del traba-jo, ésta se coloca bajo la permanente tutela de la ley;se convierte en una institución, como el Estado mismo,y pasa a formar parte de la Constitución. Se consagraasí legalmente «el deber se ser explotado». «He ahí —concluye— hacia donde marchamos con esta idea delEstado capitalista».48

Kropotkin, que vivió en Rusia los primeros años delEstado soviético, pudo son duda verificar cómo susprevisiones se cumplían. Hoy no son pocos los marxis-tas (y entre ellos debemos contra a Fromm y aMondol-fo) que consideran el régimen soviético como un capi-talismo de Estado. Más aún, entre los filósofos del gru-po yugoeslavo «praxis» se ha sostenido la tesis (Cfr.Stojanovich, Crítica del socialismo de Estado) de que enla Rusia stalinista ni siquiera puede decirse que impe-ra un «capitalismo de Estado», sino lo que más direc-tamente se suele denominar un «estatismo», degene-

48 Ibíd. pág. 140.

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ración clasista y burocrática del socialismo de Estado(primera etapa, por lo demás necesaria, de la revolu-ción). (Crf. H. Marcusa. Soviet Marxism — 1971 — págs.86-100).

El Estado no es, pues, para Kropotkin, como ense-ña la ciencia universitaria, una administración orga-nizada para establecer la armonía en la sociedad. Es,más bien, «una organización elaborada y perfecciona-da lentamente en el transcurso de tres siglos para man-tener los derechos adquiridos por ciertas clases, apro-vechándose del trabajo de las masas laboriosas, paraextender sus derechos y crear nuevos que traigan porconsecuencia la enfeudación de los ciudadanos empo-brecidos por la legislación, hecha a favor de determina-dos grupos llenos de favores por parte de la jerarquíagubernamental». Todo lo demás son vanas palabrasque se repiten, porque el Estadomismo está interesadoen ello o por inercia y pereza mental.49

Pero ya es tiempo —añade— de someter a crítica di-chas palabras y de preguntarse de dónde viene esa pa-sión de los radicales del siglo XIX y de sus continuado-res socialistas por el Estado omnipotente. Se trata, paraKropotkin, de un mito fabricado por los historiadores

49 Ibíd. pág. 141.

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burgueses de la Revolución francesa (con excepción deMichelet). Según ese mito, que hay que poner ya en susitio (junto a otros mitos eclesiásticos y estatales), alClub de los jacobinos se le atribuye toda la gloria delos grandes principios revolucionarios y de las terri-bles luchas contra la monarquía. Pero la verdad es —yKropotkin lo explica así en su gran obra histórica sobrela Revolución Francesa— que el Club de los jacobinosni fue el club del pueblo, sino el de la burguesía que lle-gó al poder y a la fortuna, aprovechándose de la Revo-lución. Nunca estuvo a la vanguardia de ésta, sino quese limitó a canalizar las olas amenazantes, haciéndolasentrar en los cuadros del Estado y amortiguando todoslos elementos audaces que iban más allá de las mirasde la burguesía. De él salieron los funcionarios que elgobierno necesitaba; él fue «el refugió de la burguesíallegada al poder, contra las tendencia igualitarias delpueblo»; él fue quien impidió al pueblo marchar por elcamino del comunismo. Su ideal estaba bien definido:el del Estado omnipotente, que no podía tolerar en suseno ningún poder local ni profesional, ninguna volun-tad sino la de los mismos jacobinos de la Convección.Esto trajo como necesaria consecuencia la dictaduradel Comité de Seguridad; más tarde, la del Consuladoy, finalmente, el Imperio. He aquí por qué combatieron

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los jacobinos las comunas y, sobre todo, la Comuna deParís.50

«El estado soy yo» de Luís XIV —dice Kropotkin—no fue más que un juego de niños comparado con «Es-tado somos nosotros» de los jacobinos. Aquello fue laabsorción de toda la vida nacional concentrada en unapirámide de funcionarios que sólo debía servir para en-riquecer a una cierta clase de ciudadanos y manteneral mismo tiempo al resto, es decir, a la nación, salvolos privilegios, en la pobreza.51

¿Cómo se explica, entonces, el Jacobinismo delos socialistas estatales del siglo XIX? Se explica —sostiene Kropotkin— porque todos ellos (Blanc, Cabet,Lasalle, los marxistas) parten de Babeuf, el cual, comodescendiente directo de los jacobinos, había llegado ala conclusión de que un solo individuo, un dictador,«con tal de que tuviera la fuerza de voluntad para sal-var al mundo», podía implantar el comunismo. Estaes la idea, transmitida en las sociedades secretas delsiglo XIX, que permitió a los socialistas trabajar has-ta hoy por la creación de un Estado omnipotente. Talcreencia mesiánica persistió sordamente a todo lo lar-

50 Ibíd. pág. 142.51 Ibíd. pág. 143.

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go del siglo y prueba de ello son la fe en el cesarismode Napoleón III y la presencia de Lasalle, después deuna conversación con Bismarck, en la introducción delsocialismo en Alemania por obra de una dinastía real.

He aquí las contradicciones del socialismo estatal:«Si los representantes de una doctrina piden de unaparte la manumisión del trabajo de la explotación bur-guesa, y si por otro lado trabajan para reforzar el Es-tado, que es el verdadero creador y defensor de la bur-guesía, es porque poseen evidentemente la fe de en-contrar un día su Napoleón, su Bismarck o su LordBeaconsfield, que utilizará la fuerza unificada del Es-tado para hacerla en sentido contrario de su misión,de todo su mecanismo y de todas sus tradiciones».52

En definitiva, el socialismo estatal desemboca siem-pre, para Kropotkin, en un mesianismo (que casi po-dría llamarse «bonapartismo») y en una servidumbrevoluntaria que, al mismo tiempo que hace imposibletoda verdadera igualación, obliga por principio a re-nuncia a toda verdadera individualización.

52 Ibíd. Págs. 144.

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La Revolución francesa

Resulta fácil comprender, como dice R. Tucker, «queun acontecimiento histórico como la Revolución fran-cesa, que tuvo una influencia tan poderosa sobre la for-mación de la sociedad europea, tenía que producir enel celo investigador de Kropotkin la atracción más per-sistente».

«Desde su niñez, desde los días de su tutor M. Pou-lain, la revolución francesa fascinó la mente de Kropot-kin» (Woodcock y Avakumovic, op. cit., pág. 339). Du-rante casi tres décadas se dedicó a estudiar los orígenespopulares de la misma, las insurrecciones campesinasde 1789, las luchas contra los derechos feudales, etc., ypoco después de llegar a Inglaterra, en 1886, concibióy planeó una extensa obra que había de titular La granrevolución francesa.

Las fuentes de la misma, según explica el propio au-tor, son los libros y folletos, muy numerosos por cierto,que sobre el tema se encuentran en el British Museum.

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El material manuscrito, inédito o cuasi inédito, de losArchivos Nacionales de Francia no pudo ser utilizado.

El punto de partida historiográfico parecen ser Mi-chelet y los primeros historiadores de la Revolución,pero Kropotkin tiene también presentes las últimas in-vestigaciones de la escuela histórica, representada porAulard y la Sociedad de la Revolución francesa, y, so-bre todo, la extensa obra de Luis Blanc. Tampoco dejade tenermuy en cuenta la interpretación socialista quehace Jaurès de la Revolución.

Este libro que, como hacen notar Woodcock y Ava-kumovic (op. cit., pág. 306), es el único de Kropotkinque no apareció en su mayor parte en forma de ensa-yos o artículos periodísticos, fue publicado en francése inglés en 1909. Gustav Landauer lo tradujo prontoal alemán; A. Jense, al sueco; Benito Mussolini, al ita-liano; y Anselmo Lorenzo, al español. El mismo se di-ferencia profundamente de las demás historias de larevolución francesa de la época: 1º) por dar a los he-chos económicos y sociales más importancia que a loshechos políticos y militares, 2º) por poner de relieveel papel de las masas populares en la gestión y desa-rrollo de la revolución, frente a quienes consideran ala burguesía intelectual como único protagonista de lamisma, y 3º) por señalar el carácter espontáneo o, a lo

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menos, no dirigido desde arriba, de la acción popularrevolucionaria.

Por otra parte, la relación de las «res gestae» y lainvestigación de las causas próximas dan pie a gene-ralizaciones filosófico-sociales, y la historia de la re-volución social se eleva al plano de una teoría de larevolución. Se tiende a señalar el origen, la naturale-za, las causas, el curso o los fines de todos los cambiosradicales y subitáneos de una determinada estructurasocio-política.

Para que se produzca una verdadera revolución nobasta un movimiento de ideas críticas y renovadorasni tampoco una serie de motines populares: es preci-so que la acción insurreccional coincida con el pensa-miento revolucionario. Esto sucedió en la Inglaterra de1648-1688 y en la Francia de 1789-1793.

Resulta, sin embargo, que de las dos corrientes quehicieron la Revolución francesa, «la del pensamientoes conocida, pero la otra, la acción popular, ni siquieraha sido bosquejada».1 Y Kropotkin se considera en laobligación, como descendiente espiritual de aquellosa quienes se llamó durante la Revolución «anarquis-

1 La gran revolución, México, 1967, Editora Nacional (traduc-ción de Anselmo Lorenzo), tomo I, pág. 16.

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tas», de estudiar dicha acción popular y de trazar sutrayectoria esencial.

La burguesía —apunta— tenía ideas muy claras y unplan bien definido: aspiraba a la formación de un Esta-do centralizado, a la liquidación del poder feudal y delas autonomías locales, a una monarquía constitucio-nal de estilo inglés, con un rey estrechamente vigiladopor el Parlamento (donde estarían representados lospropietarios), a la libertad de industria y de comercio,lo cual significaba «libertad entera de las transaccio-nes para los patronos y estricta prohibición de coali-ciones entre trabajadores».2

Por otra parte, Kropotkin se enfrenta al problema(ya planteado antes por varios historiadores, como Jau-rès y Luis Blanc) de los elementos socialistas de la Re-volución francesa. No sin razón señala que ideas talescomo la propiedad común de la tierra y el comunis-mo encontraron ardientes defensores entre los enciclo-pedistas y los escritores populares de la época, comoMably, D’Argenson, etc. Pero al mismo tiempo no de-ja de recordar que la acción de las masas se expresabapor lo general en simples negociaciones, que «mien-tras en la burguesía las ideas de emancipación se tra-

2 Ibíd. I, pág. 23.

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ducían por un programa completo de organización po-lítica y económica, no se presentaban al pueblo másque bajo la forma de vagas aspiraciones las ideas deemancipación y de reorganización económicas, y fre-cuentemente no eran más que simples negaciones».3De este modo, mientras la burguesía se enriquecía conlos bienes de los aristócratas y del clero, el pueblo veíafracasar todos los proyectos de ley agraria, y mientrasaquélla constituía su Estado centralizado y parlamen-tario, a éste se le frustraban las aspiraciones comuna-les y federales.

Sin embargo, aunque el pueblo carecía de ideas cla-ras respecto a lo que debía hacer, sabía muy bien loque debía destruir. Sus negaciones eran, en todo caso,muy claras: «Ante todo, el odio del pobre contra la aris-tocracia ociosa, holgazana, perversa, que lo dominaba,cuando la miseria negra reinaba en los campos y en lossombríos callejones de las grandes ciudades. Después,el odio al clero, el cual pertenecía por sus simpatíasmás a la aristocracia que al pueblo al que debía la vida.El odio a todas las instituciones del antiguo régimen,que hacían la pobreza mucho más pesada, puesto quenegaban al pobre los derechos humanos. El odio al ré-

3 Ibíd. I, págs. 27-28.

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gimen feudal y a sus censos, que reducía al labradora un estado de servidumbre respecto del propietarioterritorial, cuando la servidumbre personal había sidoabolida. Y, por último, la desesperación del campesino,cuando en aquellos años de escasez veía la tierra quepermanecía inculta en poder del señor o sirviendo derecreo a los nobles cuando el hambre reinaba en las vi-llas y en las aldeas».4 Sin este odio y sin la consecuen-te prontitud del pueblo para marchar contra la monar-quía y el feudalismo, jamás la burguesía hubiera podi-do derribar el antiguo régimen. Sin embargo, «a esafuente siempre viva de la Revolución, al pueblo, siem-pre dispuesto a tomar las armas, los historiadores dela Revolución no han hecho todavía la justicia que ledebe la historia de la civilización».5

Y ésta es precisamente una de las tareas principalesque Kropotkin asigna a su obra historiográfica: reve-lar el papel protagónico del pueblo de París y de loscampesinos pobres en todo lo que hubo de social y po-líticamente trascendente en la gesta revolucionaria.

Por una parte, después de haber señalado las terri-bles condiciones de vida del pueblo antes de la Revo-

4 Ibíd. I, pág. 30.5 Ibíd. I, pág. 31.

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lución, subraya la importancia de los motines popu-lares durante el reinado de Luis XVI, de la subleva-ción campesina en los primeros meses de 1789 y delos movimientos insurreccionales en París y en sus in-mediaciones; por otra, hace notar la timidez, «la ca-rencia de protestas serias, de afirmación del individuo;hasta el servilismo de la burguesía»6, y, sobre todo, loque considera el defecto capital de la representaciónnacional en los Estados generales, a saber, la ausenciadel pueblo urbano y rural, la pretensión de la burgue-sía de hablar en nombre de las masas populares y, almismo tiempo, su incapacidad para plantear los pro-blemas fundamentales, tales como el de dar la tierraal campesino. Sólo la presión hizo que saliera algo po-sitivo de la Asamblea del Tercer Estado: «Sin esa pre-sión del pueblo sobre la Asamblea, es muy probableque los valerosos diputados del Tercer Estado, de quie-nes la historia conserva el recuerdo, jamás hubieranpodido vencer las resistencias de los tímidos».7 Con-tra la versión oficial sobre los preparativos del golpede Estado del 14 de julio y la toma dela Bastilla, Kro-potkin de propone decir «lo que ha de decirse sobre

6 Ibíd. I, pág. 63.7 Ibíd. I, pág. 93.

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el verdadero carácter del pueblo en la insurrección»,y «sobre las verdaderas relaciones entre los dos ele-mentos del movimiento: el pueblo y la burguesía». Enesos días, como en todo el decurso de la Revolución,hubo —dice Kropotkin— «dos corrientes separadas deorigen diverso: el movimiento político de la burguesíay el movimiento popular». Las relaciones entre esasdos corrientes pueden explicar toda la evolución delproceso revolucionario, así como explican, en particu-lar, los sucesos del 14 de julio: «Ambos se daban lamano en ciertos momentos, en las grandes jornadas dela Revolución, por una alianza temporal, y obteniendolas grandes victorias sobre el antiguo régimen. Pero laburguesía desconfiaba siempre de su aliado del día, elpueblo. Así se caracteriza lo ocurrido en julio de 1789.La alianza fue concluida sin buena voluntad por la bur-guesía, y por lo mismo ésta se apresuró desde el día 15y aun durante el movimiento, a organizarse para suje-tar al pueblo rebelde».8

La burguesía, en su lucha contra la realeza y la aris-tocracia feudal, se apoyó en el pueblo; más aún, lo uti-lizó, pero nunca dejó de desconfiar de él y, en el fondo,siempre prefirió unamoderadamonarquía, según el es-

8 Ibíd. I, pág. 96.

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tilo del constitucionalismo inglés, antes que una verda-dera democracia.9 Frente a los campesinos, que ya en1789 exigen la supresión de los derechos feudales, laburguesía adopta una actitud negativa. «Si había en laAsamblea cierto número de hombres que comprendíanque el levantamiento de los campesinos representabaen aquel momento una fuerza revolucionaria, la masade los burgueses en provincias no vio en ella más queun peligro contra lo que era preciso armarse. Lo queentonces se llamó “el gran miedo” sobrecogió, en efec-to, amuchas ciudades en la región de las sublevaciones.En Troyes, por ejemplo, entraron unos campesinos ar-mados de hoces y de garrotes dispuestos probablemen-te a saquear las casas de los logreros, y la burguesía—«todo lo que hay de honrado en la burguesía” (Moni-tor I, 378)— se armó contra los bandidos y los rechazó.El mismo hecho se produjo en muchas otras ciudades;el pánico se apoderó de los burgueses y se esperabaa los “bandidos”. Se había visto “seis mil” avanzandopara saquear todo, y la burguesía se apoderaba de lasarmas existentes en el Hotel de Ville o en las armerías,y organizaba sus guardia nacional, temiendo muchoque los pobres de la ciudad, haciendo causa común con

9 Ibíd. I. págs. 107 sgs.

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los “bandidos”, atacasen a los ricos».10 Este aspecto dela lucha de clases entre la burguesía, dispuesta a en-riquecerse con la compra de las tierra de la iglesia yde los aristócratas emigrados, y el pueblo de las ciu-dades y del campo, que Kropotkin, como antes Jaurés,hace resaltar de continuo, fue ignorado o preterido porlos historiadores liberales, quienes poco o nada dicen,por ejemplo, de las milicias organizadas por la burgue-sía para exterminar a los campesinos rebeldes y de lasdraconianas medidas que los representantes burgue-ses votaron en la Asamblea contra los mismos.11

La Revolución francesa tuvo, para kropotkin, un al-cance mucho más profundo y universal que la ingle-sa (1648-1657). Esta última se limitó a asegurar los de-rechos individuales en materia económica y religiosa.Aquélla, en cambio, no sólo proclamó la libertad sinoque plantó «los primeros jalones de un régimen igua-litario», desarrolló el espíritu republicano y llegó has-ta «proclamar los grandes principios del comunismoagrario, que veremos surgir en 1793».12

10 Ibíd. Págs. I. 175-176.11 Ibíd. Págs. I. 180. sgs.12 Ibíd. Pág. I. 146.

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La Revolución inglesa constituyó el poder políticode la burguesía y le proporcionó a ésta una era de pros-peridad mercantil e industrial, pero todo ello a condi-ción de compartir poder y prosperidad con la nobleza.Esta era el modelo que tenía delante de su la alta bur-guesía francesa. Pero en Francia —y ésta es una de lastesis historiográficas capitales en Kropotkin— el movi-miento revolucionario no se limitó a la postulación dela libertad religiosa o de la libertad industrial y comer-cial para el individuo o a la constitución de la autono-mía municipal en manos de algunos burgueses, sinoque «fue sobre todo un levantamiento de los campesi-nos: un movimiento del pueblo para entrar en pose-sión de la tierra y librarla de las obligaciones feudalesque pesaban sobre ella; y aunque había en esto un po-deroso elemento individualista —el deseo de poseer latierra individualmente— había también el elemento co-munista: el derecho de toda nación a la atierra, derechoque veremos proclamar altamente por los pobres en1793».13

La contradicción profunda que, en el seno del mo-vimiento revolucionario, existió en todo momento secifra, para Kropotkin, en la interpretación del concep-

13 Ibíd. Pág. I.

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to igualdad. La burguesía entendía por «igualdad» laigualdad ante la ley, la igualdad jurídica. Pero ésta erauna igualdad abstracta y formal, que no podía satisfa-cer al pueblo, el cual exigía la igualdad social y econó-mica, una igualdad concreta, que incluyera la propie-dad común de la tierra o, por lo menos, la nivelaciónde las fortunas.

Los representantes de la aristocracia, presionadospor el pueblo, consistieron, en el seno de la Asamblea(4 de agosto), en la supresión de los derechos feudales.Pero esta medida, importantísima en sí misma, resul-taba inmediatamente minimizada por los mismos no-bles y por los burgueses, que en muchos casos teníanpropiedades con títulos. Para los burgueses, no menosque para los aristócratas, «toda propiedad es sagrada»y, por eso, los derechos feudales deben ser rescatadospor los vasallos.14 De tal manera, se perpetúa de hechola servidumbre, aun cuando en principio, jurídicamen-te, se la suprimía.15 Cuando, pocos días después de latoma de la Bastilla, la Asamblea nacional se disponía adiscutir una «Declaración de los Derecho del Hombrey del Ciudadano», se pretendió establecer «una previ-

14 Ibíd. I. págs. 184 y sgs.15 Ibíd. I. págs. 193 sgs.

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sión del porvenir que se aspiraba a conquistar; y bajola forma solemne de una declaración de derechos, he-cha por todo un pueblo, esta previsión tendría la signi-ficación de un juramento nacional16». El modelo quese tenía ante los ojos era la «Declaración de indepen-dencia» de los Estado Unidos, ya por entonces célebrecomo profesión de fe democrática. «Desgraciadamen-te se imitaron también sus defectos; es decir, como losconstituyentes americanos reunidos en el Congreso deFiladelfia, la Asamblea Nacional separó de su declara-ción toda alusión a las relaciones económicas entre ciu-dadanos, y se limitó a afirmar la igualdad de todos antela ley, el derecho de la nación a darse el gobierno quequiera y las libertades constitucionales del individuo,En cuanto a la propiedad, la Declaración se apresura-ba a afirmar sus carácter “inviolable y sagrado”, y aña-día que “nadie puede ser privado de ella, sino no escuando la necesidad pública, legalmente comprobada,lo exige evidentemente, y bajo la condición de una jus-ta y previa indemnización”. De ese modo se repudiabaabiertamente el derecho de los campesinos a la tierrade origen feudal».17

16 Ibíd. Pág. I. 208.17 Ibíd. I. págs. 209-210.

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En la «Declaración de los Derechos del Hombre»,la Asamblea consagró enfáticamente la igualdad civily jurídica, esto es, la igualdad ante la ley, lo cual no es,por cierto, una conquista desdeñable, para Kropotkin.Sin embargo, al eludir por completo toda afirmación dela igualdad económica (es decir, de la igualdad de he-cho), no sólo dejó truncada tal «declaración», sino quetambién tornó ridículamente ilusoria la misma igual-dad jurídica consagrada.

La «Declaración» fue obra de una burguesía libe-ral que, al mismo tiempo que pretendía desterrar laarbitrariedad monárquico-feudal, estaba empeñada endefender, contra la masa de los campesinos y trabaja-dores urbanos, el carácter inviolable de la propiedadprivada.18

Pocos días después de la toma de la Bastilla, el abateSiéyes, célebre portavoz del Tercer Estado, había pro-puesto dividir a todos los franceses en dos clases: losciudadanos activos, es decir los propietarios, a quienesse confería el derecho a elegir y ser elegidos, o, en otraspalabras, de gobernar, y los ciudadanos pasivos, esto es,los proletarios, que estaban privados de todos los dere-chos políticos.

18 Ibíd. I. págs. 210 sgs.

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«Cinco semanas después, la Asambleaaceptaba esta división como fundamentalpara la Constitución. La Declaración delos Derechos, cuyo primer principio era laigualdad de los derechos de todos los ciu-dadanos, apenas proclamada era vilmenteviolada».19

En términos generales, el esquema de la lucha de cla-ses durante la Revolución francesa (aunque Kropotkincasi nunca utiliza explícitamente esta expresión) es elsiguiente: Los aristócratas y el clero (aliado con aqué-llos) eran dueños de la mayor parte de las tierras, sobretodo desde que, en el siglo XVII, se habían apoderadode las propiedades comunales. La monarquía absolu-ta aseguraba y defendía sus privilegios y era a la vezdefendida por clérigos y nobles. Una nueva y pujanteclase, la burguesía, pretende tener acceso a la propie-dad del suelo y al poder político. Se declara entoncescontraria al régimen tradicional, ataca las institucio-nes absolutistas, exige la constitución, proclama la li-bertad del individuo y la igualdad ante la ley. Apoyadaen el pueblo de París y en los campesinos de muchas

19 Ibíd. I. pág. 233.

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regiones, acaba con el antiguo régimen. Pero, una vezen el poder, se ve obligada por sus intereses a la lu-cha tanto contra los enemigos aristócratas y contra elclero refractario como contra los campesinos y los tra-bajadores de la ciudad. La lucha contra los segundoses, en realidad, más encarnizada que la librada contralos primeros. Los burgueses quieren la igualdad for-mal, el pueblo aspira a la igualdad real; los burguesesdesean la libertad dentro de la ley, el pueblo quierela libertad aun contra la ley; los burgueses consideranla propiedad privada como un derecho «sagrado», elpueblo no siente mayor respeto por ella y pretende, yauna retribución de la tierra, ya, entre sus más lucidosexponentes, la propiedad nacional o colectiva; la bur-guesía tiende a instaurar una república conservadora,o, mejor aún, una monarquía constitucional, el puebloquiere la república popular o directamente socialista.

Hasta aquí la interpretación Kropotkiniana de laGran Revolución coincide casi enteramente con la in-terpretación de los historiadores marxistas (salvó enla terminología). Esto explica, sin duda, al aprecio queLenin y el gobierno bolchevique mostraron por el li-bro que comentamos, y su decisión de reimprimirlo enedición oficial.

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Pero Kropotkin no era sólo comunista: era tambiénlibertario, y no podía dejar de mostrarse tal en su in-terpretación histórica de la revolución francesa.

La más auténtica fuerza revolucionaria no debe bus-carse, según él, en los partidos y clubes. Ni siquiera losjacobinos dejaron tener sus vacilaciones y sus compro-misos, como representantes que eran de la burguesía.Y, en general, no iban más allá de un igualitarismo for-mal ni postulaban otros cambios que los de carácterpolítico. Demás esta decir que la Asamblea, dominadapor los representantes de la burguesía acomodada delinterior, fue durante todo el tiempo en que funcionó,una constante rémora a cualquier verdadero cambio re-volucionario.

Inclusive «el mismo municipio, cuya elección se ha-cía únicamente por los ciudadanos activos, represen-taba a la burguesía con preferencia a la masa popular,y en las ciudades como Lyon y muchas otras, se con-virtió en una centro para la reacción».20 Los mismopasaba, y aún más acentuadamente, con los consejosdepartamentales. La verdadera y auténtica fuerza revo-lucionario se hallaba, para Kropotkin, en las comunas,en las secciones y distritos que, en cuanto órganos de

20 Ibíd. I. Pág. 236.

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la vida municipal, se apropiaron de las tareas judicia-les y asumieron diversas funciones económicas (comola alimentación del pueblo, la venta de los bienes na-cionales y la asistencia pública).

La revolución se inició con una serie de levanta-mientos populares en los primerosmeses de 1789. «Sinembargo, no basta para una revolución que haya levan-tamientos populares más o menos victoriosos; es pre-ciso que quede después de esos levantamientos algonuevo en las instituciones que permita a la nuevas for-mas de vida elaborarse y afirmarse. El pueblo francésparecía haber comprendido bien esta necesidad, y esealgo nuevo que introdujo en la vida de Francia desdesus primeros levantamientos fue la Comuna popular.La centralización gubernamental vino después; pero larevolución comenzó por crear la Comuna, y esta insti-tución le dio, como veremos, una fuerza inmensa».21De esta manera Kropotkin vincula la fuerza revolucio-naria con el movimiento más o menos espontáneo dela masa y con el federalismo. Un movimiento es, pa-ra él, tanto más radical cuanto más auténticamente fe-deral, y tanto más hondamente revolucionario cuanto

21 Ibíd. I. Pág. 258.

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menos mediatizado por líderes y consignas que des-cienden de lo alto.

«En efecto, en los pueblos, la Comuna delos campesinos reclama la abolición de losderechos feudales y legalizaba la negati-va al pago de esos derechos, despojaba alos señores de las tierras que antes fueroncomunales, resistía a los nobles, luchabacontra los curas, protegía a los patriotasy después a los descamisados, y detenía alos emigrados que regresaban y hasta alrey escapado».22

Y lo que pasaba en la campiña sucedía análogamen-te en las ciudades y en París: «En las ciudades, la Co-muna municipal reconstruía todo el aspecto de la vida,se arrogaba el derecho de nombrar los jueces, cambia-ba por su propia iniciativa al plan de los impuestos, ydespués, a medida que la Revolución seguía su desarro-llo, se convertía en el arma de los descamisados paraluchar contra la monarquía, los conspiradores realis-tas y la invasión alemana. Más tarde aún, en el año 11,las Comunas se dedicaron a realizar la nivelación de

22 Ibíd. I. Pág. 260.

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las fortunas. Por último, en París, como es sabido, laComuna destituyó al Rey, y después del 10 de agostofue verdadero foco y la verdadera fuerza de la Revolu-ción, y ésta no conservó su vigor sino mientras vivióla Comuna».23

El alma, es decir, el principio motor y vivificante dela revolución francesa debe buscarse así, para Kropot-kin, en este órgano eminentemente local y federal quees la Comuna urbana o rural: «El alma de la gran revo-lución se constituyó, pues, por las Comunas, y sin esosfocos esparcidos sobre todo el territorio, la Revoluciónno hubiera tenido jamás la fuerza necesaria para derro-car el antiguo régimen, rechazar la invasión alemanay producir la regeneración de Francia».24

La Comuna no era directamente un cuerpo repre-sentativo, producto de una elección más o menos po-pular: «La loca confianza en el gobierno representati-vo, que caracteriza a nuestra época, no existía durantela gran Revolución. La Comuna, formada por los mo-vimientos populares, no se separa del pueblo por losmovimientos populares, no se separaba del pueblo. Porintermedio de sus distritos, de sussecciones y de sus

23 Ibíd. I. Pág. 260.24 Ibíd. I. Págs. 260-261.

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tribus, constituyendo otros tantos órganos de adminis-tración popular, permanecía siendo pueblo, y esto eslo que originó la potencia revolucionaria de esos orga-nismos».25

La vida de los distritos y secciones de París, más co-nocida sin duda que la de las comunas interiores, lesirve de punto de partida para el estudio de la vida dela comuna revolucionaria en general.

Al comenzar la revolución —dice— el pueblo se or-ganizó de una manera espontánea pero estable para lalucha, cuyos alcances con peculiar instinto presentía.«La ciudad de París había sido dividida para las elec-ciones en sesenta distritos que habían da nombrar loselectores de segundo grado. Una vez nombrados, losdistritos debían disolverse; pero continuaron viviendoy aplicaron su actividad a organizarse por sí mismos,por su propia iniciativa, como órganos permanentesde la administración municipal, apropiándose diver-sas funciones y atribuciones que antes pertenecían ala policía, a la judicatura o a diferentes ministerios delantiguo régimen».26

25 Ibíd. I. Pág. 261.26 Ibíd. I. Pág. 262.

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De tal modo, en vísperas del 14 de julio empezarona distribuir armas entre el pueblo para defender Paríscontra un ataque de Versalles. Después de aquella fe-cha, se convirtieron en verdaderos órganos de la admi-nistración municipal, organizándose cada uno de ellosa su manera, pero coordinando su acción a través deuna oficina central de correspondencia.27 Se realizó asíun primer ensayo de Comuna constituida de abajo ha-cia arriba, mediante la federación de los organismosde distrito, y originada en la libre iniciativa del pue-blo.28 Como la Asamblea Nacional procedía con sumalentitud en la discusión de la Ley municipal, se hizosospechosa a las secciones y distritos, empeñados, porencima de todo, en conservar su autonomía y en lo-grar una unión federativa.29 «Se ve, pues —concluyeKropotkin— que los principios anarquistas que expre-só Godwin algunos años después en Inglaterra, datanya de 1789, y que tienen su origen, no en especula-ciones teóricas, sino en los hechos de la gran revolu-ción».30

27 Ibíd. I. Págs. 262-263.28 Ibíd. I. Págs. 263-264.29 Ibíd. I. Págs. 264-265.30 Ibíd. I. Pág. 265.

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Por otra parte, el principio federativo y la libre aso-ciación empezó a extenderse al plano nacional. Las ciu-dades del interior se ponían en contacto con la Comu-na parisiense para toda clase de asuntos, y se vincu-laban al mismo tiempo entre sí, estableciendo lazosextra-parlamentarios. «Y esta acción directa, espontá-nea, dio a la Revolución una fuerza irresistible».31

Oponiéndose a la historiografía oficial, Kropotkinsigue los pasos de Michelet al señalar la potencia dela acción espontánea del pueblo frente a la anemia dela Asamblea, que se ha intentado hacer pasar comosímbolo y representación de la unión nacional.32 Muybien dice diego Abad de Santillán: «La presión popularimpuso a los legisladores aquellas medidas que distin-guen a la Revolución francesa y marcan la amplitudde sus conquistas económicas y sociales. Frente a loshistoriadores a lo Plutarco, que no han visto más quelos gestos grandiosos de los personajes de la Conven-ción, Kropotkin puso de relieve la acción del pueblo,sus iniciativa directa, y sus ideas fueron confirmadasdespués por los trabajos fundamentales de A. Aulard,de Henri See y de muchos otros, hasta el punto que ya

31 Ibíd. I. Pág. 267.32 Ibíd. I. Págs. 269-270.

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no se podrá hablar del gran cambio político-social de1789-93 sinmencionar la participación activa, decisiva,sobresaliente del pueblo francés de los barrios obrerosparisienses y de los campos. El principal actor del dra-ma histórico había sido ignorado antes de Kropotkinpor los historiadores profesionales».

Pero además Kropotkin sostiene: «Nos hemos deja-do ganar de tal modo por las ideas de servidumbre ha-cia el Estado centralizado, que las mismas ideas de in-dependencia comunal (“autonomía” sería decir dema-siado poco), corrientes en 1789, nos parecen irregula-res y extrañas».33

Una cuestión que hoy preocupa mucho, como es ladelimitación de los poderes, parecía entonces a todoel mundo inútil y, más aún, atentatoria a la libertad.Anticipando las ideas de Proudhon («la comuna serátodo o nada»), los hombres de la época pensaban queuna Comuna es una sociedad de co-propietarios y deco-habitantes que tienen colectivamente los mismosderechos que un ciudadano (libertad, propiedad, segu-ridad, resistencia a la opresión) y que detenta, por lotanto, todo el poder de disponer de sus bienes, de ase-gurar su administración, de proveer a la seguridad de

33 Ibíd. I. Pág. 271.

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los individuos, de organizar su policía y su fuerza mili-tar, ejerciéndolo por sí misma, directamente en cuentoes posible y lo menos posible por delegación.34

Las secciones de París, verdaderas comunas inci-pientes, se apoderaron de diversas funciones econó-micas importantes, como la alimentación y la ventade los bienes nacionales, y esto les concedió, a su vez,gran importancia en la discusión de los problemas po-líticos.35

«Convertidas en órganos importantes dela vida pública, las secciones trataron ne-cesariamente de establecer un lazo federalentre sí, y en diversas ocasiones, en 1790 yen 1791, nombraron comisarios especialescon objeto de entenderse para la accióncomún, aparte del Consejo Municipal re-gular».36

Al declararse la guerra (abril de 1792), las seccionesse atribuyeron otras muchas funciones, como el alis-tamiento, la selección de voluntarios, el equipamiento

34 Ibíd. I. Pág. 272.35 Ibíd. II. Pág. 24.36 Ibíd. II. Pág. 25

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de los batallones que marchaban al frente, la comuni-cación administrativa y política con los mismos, etc.,sin contar la continua vigilancia sobre los conspirado-res realistas. «Cuando se examinaba hoy esa corres-pondencia de las secciones y esa vasta contabilidad,no puede menos de admirarse el espíritu de organiza-ción espontánea del pueblo de París y el entusiasmode los hombres de buena voluntad que realizaban esastareas después de terminado su trabajo diario. Por eseexamen puede apreciarse la grandeza de la devociónmás que religiosa suscitada en el pueblo francés por laRevolución. Po rque no ha de olvidarse que, su cadasección nombraba su comité militar y su comité civil,todos los asuntos importantes se trataban y resolvíanen las asambleas generales nocturnas».37

Las secciones fueron —según Kropotkin— las verda-deras protagonistas de la toma de las Tullerías, del des-tronamiento del rey, del inicio de la revolución populare igualitaria. Y el Municipio de París, aliado a la Mon-taña, resultó el motor principal en la proclamación dela República.38

37 Ibíd. II. Págs. 25-26.38 Ibíd. II. Págs. 30-32.

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Una vez destronado el rey e instaurada la Conven-ción, ésta se debatió durante largos meses en la luchapor el poder. Los girondinos, que predominaban en suseno, no fueron capaces de hacer nada más que «pero-ra», pero no dejaron de atacar violentamente a los quehacían algo y, en especial, al «triunvirato» de Danton,Marat y Robespierre, y al Municipio de París.39

Cuando las monarquías germanas, deseosas deaplastar el impulso revolucionario y de arrebatar aFrancia provincias y colonias, reunieron su ejército so-bre el Rhin y, guiadas por los nobles emigrados, seaprestaron a invadir el territorio francés, fue sobre to-do el pueblo de París (movidos por las secciones y laMontaña) y el de los departamentos orientales quienmostró una más decidida voluntad de enfrentarles mi-litarmente y un más ardiente entusiasmo guerrero.40

La Convención dejó pasar mucho tiempo antes detratar el problema del rey y la familia real, encerradosen el Temple. Sólo ante la denuncia del cerrajero Ga-main, que demostraba la traición de Luís XVI, el asun-to fue debatido, y el monarca condenado y ejecutado.41

39 Ibíd. II. Págs. 33-35.40 Ibíd. II. Págs. 39-44.41 Ibíd. II. Págs. 47-50.

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«Actualmente, ala vista de tantos docu-mentos que demuestran la traición de LuísXVI, y que se ven en las fuerzas que seopusieron a pesar de todo a su castigo,se comprende cuán difícil fue a la Revo-lución condenar y ejecutar un rey. Todolo que había respecto a preocupaciones,a servilismo abierto y latente en la socie-dad, a miedo por las fortunas de los ri-cos y a desconfianza hacia el pueblo, to-do se reunió para dificultar el proceso. LaGironda, fiel reflejo de esos temores, hizotodo para impedir, primeramente la cele-bración del proceso, después que llegaraa la sentencia, luego que la sentencia fue-ra a muerte y por último la ejecución dela sentencia. París amenazó a la Conven-ción con la insurrección para obligarla apronunciar su fallo y a no diferir su ejecu-ción».42

Con certero criterio revolucionario reconoce Kro-potkin así el signo político de los partidos y grupos en

42 Ibíd. II. Págs. 50-51

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juego, y justifica, al menos en lo esencial, el proceso yla muerte del rey.

Kropotkin, de cuya natural bondad ninguno decuantos le conocieron pudo dudar; Kropotkin, que in-tentó explicar el socialismo como la culminación dela ética, no deja de mostrar su repugnancia frente alas palabras altisonantes y el barato sentimentalismoderrochado es este propósito por los historiadores rea-listas y burgueses.43 «Si un general cualquiera resul-ta convicto de haber hecho lo que hizo Luís XVI paraatraer la invasión extranjera y apoyarla, ¿qué historia-dor moderno, defensores todos de la “razón de Estado”hubiera vacilado un momento en pedir la muerte pa-ra aquel general?», se pregunta. Y concluye: «A qué,pues, tantos lamentos cuanto el traidor era general enjefe de todos los ejércitos».44

Situándose en los presupuestos de los mismos histo-riadores burgueses que repudian el juicio y la condenadel rey, argumenta Kropotkin: «Según todas las tradi-ciones y todas las ficciones que sirven a nuestros histo-riadores y juristas para establecer los derechos del “Je-fe del Estado”, la Convención era el soberano en aquel

43 Ibíd. II. Pág. 51.44 Ibíd. II. Págs. 51-52.

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momento, y a ella sola le correspondía el derecho dejuzgar al soberano que el pueblo había destronado, co-mo a ella sola correspondía el derecho de legislaciónescapado de sus manos».45

En lo que toca al hecho mismo de la traición del reyy de su mujer, si se tienen en cuenta la corresponden-cia de María Antonieta y Fersen y las cartas de éste adiferentes personajes, «debemos reconocer que la con-vención juzgó bien, —dice Kropotkin— a pesar de notener las pruebas tan evidentes que poseemos hoy».En efecto, en los últimos años había reunido tantos he-chos (declaraciones de los realistas, actos del rey desdesu huida a Verennes, etc.) que bien puede decirse quetenía la certidumbre moral de su traición.

Desde el punto de vista jurídico nada se puede re-prochar a la Convención. «En cuanto a saber si la eje-cución del rey causó más daño de lo que hubiera pro-ducido su presencia en los ejércitos alemanes o ingle-ses, sólo puede hacerse una observación: en tanto queel poder real era considerado por los poseedores y loscuras (y lo es todavía) como el mejor medio de tenersujetos a los que quieren desposeer a los ricos y reba-jar la potencia de los curas, el rey, muerto o vivo, preso

45 Ibíd. II. Págs. 52-53.

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o libre, decapitado o canonizado o caballero errantesdetrás de otros reyes, sería siempre objeto de una le-yenda triste, propagada por el clero y todos los intere-sados».46 Lo mismo sucedió más tarde con el zar, de-puesto por la Revolución rusa, y en nuestros días el pú-blico de países «democráticos», como Estados Unidos,se conmueve todavía ante libros o películas las que na-rran su triste destino y su conducta heroica ante lasbárbaras hordas desatadas.

«Por el contrario, viendo a Luís XVI en elcadalso, la Revolución acabaría de matarun principio que los campesinos habíancomenzado a matar en Varennes. El 21 deenero de 1973, la parte revolucionaria delpueblo francés comprendió perfectamen-te que el punto culminante de aquella fuer-za que a través de los siglos había oprimi-do y explotado las masas había desapare-cido al fin, y había comenzado la demoli-ción de aquel poderoso organismo que es-trujaba al pueblo; su arco estaba roto, y la

46 Ibíd. II. Págs. 53-54.

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revolución popular tomaba un nuevo im-pulso».47

Que esto fue así lo demuestra, para Kropotkin, elhecho de que, desde aquel momento, nunca pudo res-tablecerse en Francia una monarquía absoluta, y queaun las monarquías surgidas de las barricadas o de gol-pes de Estado no pudieron sobrevivir, según se vio en1848 y 1870. «La superstición de la monarquía, muerta,es un beneficio obtenido», dice, aun sin admitir que larepública sea un bien en sí misma

Los girondinos hicieron todo lo posible para evitarel juicio del rey por la Convención. Vencidos por losmontañeses, Luís XVI compareció al fin ante sus jue-ces, y sus respuestas le enajenaron todas las simpatíasque aún podía conservar allí. Citando a Michelet, se-ñala Kropotkin el descaro con que el monarca mentíay supone que tan torpe malicia sólo puede explicarse«por el hecho de que toda traición de los reyes y todala influencia de los jesuitas, a quien Luís XVI había es-tado sometido, le habían inspirado la idea de que Larazón del Estado lo permitía todo a un rey».48

47 Ibíd. II. Pág. 54.48 Ibíd. II. Págs. 56-57.

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Las intrigas para salvar al indigno soberano, fomen-tadas por la burguesía rica, por los aristócratas emi-grados y por el oro extranjero (las pesetas españolas,en particular), no evitaron finalmente la ejecución dela sentencia capital. «Con su muerte desaparecía unode los principales obstáculos a toda regeneración so-cial de la República».49 Pero a partir de aquí prosiguecon renovada violencia la lucha entre quienes quierenuna república burguesa sin participación política delpueblo y, sobre todo, sin ningún tipo de igualdad eco-nómica (los girondinos) y quienes desean una nuevarevolución que complete y perfecciones lo hasta allílogrado, traspasando el poder real a las masas popula-res e instaurando una cierta igualdad en las fortunas(montañeses).50

Impedir el desencadenamiento del pueblo, consti-tuir un gobierno fuerte y hacer respetar las propieda-des era, en aquel momento, lo esencial para los giron-dinos.51 Por no haberlo comprendido así —señala crí-ticamente Kropotkin— la mayoría de los historiadoresse ha desviado al explicar la oposición entre Gironda

49 Ibíd. II. Pág. 59.50 Ibíd. II. Págs. 61-63.51 Ibíd. II. Pág. 64.

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y Montaña, y ha indicado causas secundarias como sifueran principales.

Los girondinos repudiaban la ley agraria (es decir,el derecho de todo ciudadano a la tierra, la limitaciónde la propiedad territorial), se negaban a reconocer laigualdad como principio de la legislación republicanay juraban el respeto de las propiedades. Los montañe-ses, en cambio, o por lo menos el grupo que dominómomentáneamente sobre la fracción moderada de Ro-bespierre, esbozaban ya las bases de una sociedades so-cialistas, aunque esto —advierte Kropotkin— puedandesagradar «a aquellos contemporáneos nuestros quereclaman indebidamente la prioridad».52 Proyectaban,en efecto, abolir todo rastro del feudalismo, nivelarlas propiedades, arrasar con las grandes fortunas te-rritoriales, distribuir entre todos la tierra, organizar ladistribución de los productos de primera necesidad aprecios justos, combatir a muerte a los ricos agiotistas,banqueros, usureros, comerciantes e industriales queproliferan ya en las ciudades. He aquí por qué los gi-rondinos (apoyados por la burguesía rica, y aun porlos nobles, el clero y los realistas en general) hicieron

52 Ibíd. II. Pág. 67.

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todos los esfuerzos posibles para detener el avance dela Revolución.53

Esta interpretación histórica de Kropotkin parece degran importancia para nuestra época, en la que mu-chos socialistas y aun algunos anarquistas, justamentehorrorizados por el rumbo que asumió, por ejemplo, larevolución rusa con el stalinismo, se muestran procli-ves a fáciles alianzas con los girondinos actuales, comosi las inhumanas (y antisociales) cárceles de Castro jus-tificaran la alianza con los «emigrés» de Miami (y conPinochet).

De hecho, los girondinos, por boca de Brissot, nocesaban de clamar con ira inextinguible (que no exten-dían, por cierto, a los patricios enemigos de la repúbli-ca) contra los «anarquistas».

Estos, como aclara Kropotkin en seguida, aunque aveces podía marchar junto con algunos jacobinos, noconstituía un partido dentro de la Convención; eran,más bien, «revolucionarios diseminados por toda la na-ción; hombres completamente dedicados a la Revolu-ción, que comprendían su necesidad, que la amaban ypor ella trabajaban».54 Algunos se agrupaban en torno

53 Ibíd. II. Págs. 75-82.54 Ibíd. II. Pág. 83.

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al Municipio, otros concurrían a los clubes de francis-canos o jacobinos, pero su lugar preferido de acciónera la «sección» y la calle.55 Trataban de obrar sobrela opinión del pueblo y no sobre «la opinión pública»de la burguesía: su arma era la insurrección y con ellaamenazaban a los diputados y al poder ejecutivo. Esta-ba de acuerdo con la República y con la igualdad antela ley, pero las creían enteramente insuficientes. Con-sideraban imposible servirse de la libertad política pa-ra lograr la libertad económica. Querían nada menosque la tierra para todos o, como decía entonces, «laley agraria» y «nivelación de las fortunas». Los giron-dinos, por boca de Brissot, los acusaban de dividir lasociedad en dos clases: la de los descamisados y la delos propietarios, excitando a la una contra la otra, deabrumar a la Convención con peticiones para fijar unprecio máximo a los granos; de predicar por doquierla necesidad de nivelar las fortunas.56

Lo que no podían perdonarles era, en definitiva, laexigencia constantemente mantenida de la igualdad dehecho, más allá de la igualdad de derecho57.

55 Ibíd. II. Págs. 83-84.56 Ibíd. II. Págs. 84-85.57 Ibíd. II. Págs. 88-89.

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Los girondinos, en su trágica lucha contra los mon-tañeses durante el año de 1793, agitaron con frecuen-cia la consigna del «federalismo», cosa que la mayoríade los historiadores ha puesto de relieve. Sin embar-go, tal palabra —advierte Kropotkin— no era sino ungrito de guerra para atacar al partido contrario y con-sistía sobre todo, como lo observó ya Luís Blanc, ensu odio a París y en el intento de oponer la provinciareaccionaria a la capital revolucionaria.58

Kropotkin, teórico y propagandista del federalismo,no puede dejar de desenmascarar el carácter pseudo-federalista del partido burgués, aunque se muestreconciente también del centralismo dominante entrelos montañeses. «Tan distantes se hallaban de la ideafederal, que en todo lo que hicieron los girondinos semostraron tan centralizadores y autoritarios montañe-ses».59 Más aún, señala Kropotkin, si los girondinosapelaron a la provincia contra la capital, fue para arro-jar contra los revolucionarios parisienses las fuerzascontrarrevolucionarias de la burguesía comercial delas grandes ciudades del interior y de los campesinosnormandos y bretones. «Cuando venció la reacción y

58 Ibíd. II. Pág. 101.59 Ibíd. II. Pág. 102.

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los girondinos volvieron al poder después del 9 termi-dor, se mostraron, como corresponde a un partido deorden, mucho más centralizadores que los montañe-ses».60 Y, citando a M. Aulard, recuerda que antes delestablecimiento de la República ningún girondino ha-bía expuesto tendencias federalistas, sino que, por elcontrario, algunos, como Barbaroux, sostuvieron queun gobierno federativo, a causa de la lentitud de losprocedimientos, no conviene a un pueblo grande (co-mo Francia).

En nuestro siglo, los seguidores de Maurras, anacró-nicamente monárquicos y absolutistas, precursoresdel fascismo, quintaesencia de la reacción europea, seproclamaron también «federalistas», y alguno de ellostuvo la osadía de llamarse «proudhoniano», cuando,en verdad, su «federalismo» era, más que girondino,feudal: lo que les molestaba del centralismo no era laconcentración del poder sino el carácter relativamen-te democrático del Estado republicano, su laicismo, suslibertades públicas, su leve tolerancia del socialismo ydel movimiento obrero organizado, etc.

La caída de los girondinos, el 31 de mayo de 1793, esconsiderada con razón por Kropotkin, como «una de

60 Ibíd. II. Pág. 103.

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las grandes fechas de la Revolución», ya que en ese díael pueblo de París hizo «su último y supremo esfuerzopara imprimir a la Revolución un carácter verdadera-mente popular».61 Más aún, «en lo sucesivo —llega adecir— no habrá revolución sería posible sino no reali-za su 31 de mayo».62

En efecto, después de excluir de su seno a los princi-pales representantes de la Gironda, la Convención em-prendió una vasta obra legislativa de signo claramentepopular: estableció un empréstito forzoso a los ricospara subvenir los gastos de la guerra, fijó precios má-ximos a los artículos de primera necesidad, devolvióa las comunas rurales las tierras que los aristócratasusurpaban desde 1669, abolió definitivamente y sin in-demnización alguna los derechos feudales, promulgóuna serie de leyes sucesorias, destinadas a repartir eigualar las fortunas, promulgó, en fin, la constitucióndemocrática de 1793.63

Para Kropotkin, el período que transcurre entre el31 de mayo de 1793 y el 27 de julio de 1794 es, por eso,el más fecundo en realizaciones y el más importante de

61 Ibíd. II. Pág. 133.62 Ibíd. II. Pág. 134.63 Ibíd. II. Pág. 155 (Cfr. cap. XIII-XVIII)

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toda la Revolución. «Los grandes cambios en las rela-ciones entre los ciudadanos, cuyo programa bosquejóla Asamblea Constituyente en la noche del 4 de agostode 1789, se realizaban al fin después de cuatro años deresistencia, por la Convención depurada, bajo las pre-siones de la revolución popular».64 Y —cosa que paraKropotkin resulta fundamental— es el pueblo o, comoentonces se decía, son los «descamisados», quines obli-gan ala Convención a legislar en este sentido y ejecu-tar inmediatamente las medidas tomadas por medio delas sociedades populares.

Con un acertado análisis de las causas y factores enjuego, refiere asimismo nuestro historiador los inten-tos contrarrevolucionarios de realistas y de girondinoscoaligados, en Bretaña, y el asesinato de Marat, porCarlota Corday d’Armont65; la insurrección de la Ven-dée, impulsada por el clero, por las bulas pontificiasy por los ex-negreros de Nantes, no es menos que porlos nobles emigrados y los comerciantes ingleses66; lasvicisitudes de la guerra después de la traición de Du-mouriez, y el rechazo de la invasión extranjera.67

64 Ibíd. II. Pág. 156.65 Ibíd. II. cap. XIX.66 Ibíd. II. cap. XX.67 Ibíd. II. cap. XXI.

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Aguadamente descentraña Kropotkin el carácterconservador del proyecto de Constitución presentadopor los girondinos (señalando, sobre todo, la intenciónde sustituir los municipios, que tomaban el partido delos campesinos y de los ciudadanos pobres, por uni-dades burocráticas, llamadas «directorios de cantón»),y, al mismo tiempo, pone de relieve el vago «socialis-mo» implícito en los discursos de Robespierre y algu-nos montañeses.68

Tampoco se le escapa que, después de la aboliciónde la monarquía y de los derechos feudales, la Revolu-ción comenzó a detener su marcha. «La masa del pue-blo quería ir más lejos; pero aquellos a quienes la re-volución misma puso a la cabeza del movimiento nose atrevieron a dar in pasó más; no quisieron que laRevolución atacara las fortunas de la burguesía, comoatacó las de la nobleza y el clero, y emplearon todosu ascendiente en detener, en contener y en destruiresa tendencia. Los más avanzados y los más Cisnerosentre ellos, al acercarse al poder, respetaron a la bur-guesía, aunque la detestaban; pusieron sordina a lasoposiciones igualitarias; se detuvieron ante la conside-ración de qué diría de ellos la burguesía inglesa; se con-

68 Ibíd. II. cap. XXII.

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virtieron a su vez en hombres de Estado, y trabajaronpara construir un gobierno fuerte, centralizado, cuyosorganismos les obedecieran ciegamente. Y cuando lo-graron constituir ese poder sobre el cadáver de aque-llos que juzgaron demasiado avanzados, aprendieron,al subir ellos mismos al cadalso, que matando al par-tido avanzado había matado a la Revolución».69 Así,la burguesía revolucionaria dueña del poder, aniquilóa los que llamaba «los rabiosos» o «los anarquistas»,para ser destruida a su vez destruida por la burguesíacontrarrevolucionaria en las jornadas del termidor. Apartir de aquel momento, preparada ya por los mismosjacobinos la centralización del poder, estuvo allanadoel camino para el Directorio, y Bonaparte pudo procla-marse cónsul primeramente y emperador después.70

El establecimiento de un gobierno fuerte y centrali-zado, aun cuando reconozca como causa la necesidadde defender a la Revolución contra sus enemigos, aca-ba siempre devorando a la misma Revolución y a susmejores partidarios, parece concluir Kropotkin añosmás tarde el curso bolchevique de la Revolución Rusa.

69 Ibíd. II. Págs. 258-259.70 Ibíd. II. Págs. 262-263.

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A diferencia de la historiografía oficial, nuestro au-tor concede gran importancia al movimiento comunis-ta durante la Revolución francesa. Según él, filósofosdel período de la Ilustración, tales como Rousseau, Hel-vecio, Mably, Diderot y otros habían presentado ya lasdesigualdades económicas y la acumulación de rique-zas por parte de unos pocos como el mayor obstácu-lo para las libertades democráticas, y esas ideas salie-ron a relucir desde los primeros días de la Revolución.Así, Turgot, Sèyes y Condorcet sostuvieron que la me-ra igualdad jurídica y política nada significaba sin laigualdad de hecho, que es la igualdad económica71 (Cfr.Morelly, Code de la Nature, ou le veritable esprit de seslois, de tout temps négliglé auméconnu—París — «Clas-siques du peuple» — 1954; Mably, Doutes proposés auxphilosophes économistes sur l’ordre natural et essentieldes sociétés — París — 1768, etc.).

Pero después de la toma de las Tullerías y de la ejecu-ción del rey (febrero-marzo 1793), comenzó realmentela propaganda de las ideas que hoy llamaríamos «so-cialistas» (clases distintas con intereses opuestos, opo-sición entre cuestión social y cuestión política, luchacontra el «dejar hacer» de los economistas burgueses,

71 Ibíd. II. Pág. 267.

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etc.).72 Incluso algunos girondinos (y entre ellos seña-la Kropotkin a Condorcet, filósofo del progreso) fue-ron ganados por estas ideas.73 Pero más lejos llegaronciertos montañeses, como Billaud-Varenne, quien ata-có abiertamente la gran propiedad; formuló la regla:«Ningún ciudadano dispensado de ejercer una profe-sión; ningún ciudadano imposibilitado de ejercer unoficio», y criticó severamente la institución de la he-rencia74, en lo cual fue seguido —según Kropotkin—por la Asociación internacional de los Trabajadores ensu Congreso de Basilea, en 1869.

Pero los verdaderos corifeos del movimiento comu-nista y comunalista (términos que, para Kropotkin, nodeberían separarse, pues no hay verdadero comunis-mo que no sea comunalista) han de buscarse no en elseno de la Convención ni tampoco en el club de los ja-cobinos, sino en las secciones y en el club de los fran-ciscanos.

Al insistir en este hecho, pone de relieve el carác-ter popular y, hasta cierto punto, espontáneo de aquelsocialismo gremial, y el origen no oficial y apolítico

72 Ibíd. II. Pág. 268.73 Ibíd. II. Págs. 268-269.74 Ibíd. II. Págs. 269-270.

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del movimiento igualitario y comunista de 1793 y 1794.Hasta hubo —señala— una tentativa de los «rabiosos»por organizarse libremente.75

En realidad, no se conocen lo suficiente los movi-mientos confusos que durante aquellos años agitaronal pueblo de parís y de las grandes ciudades —reconoceKropotkin— y su importancia, ignorada al comienzo,recién fue entrevista por Michelet. El movimiento co-munista, gestado en la calle y en las secciones, estuvorepresentado por Jacques Roux, Varlet, Dolivet, Cha-lier, Leclerc, L’Ange, Rosa Lacombre, Boissel, etc. Pero,junto a éste, o por debajo de éste, hubo otro movimien-to subterráneo, que Krootkin ve con menos simpatía,no tanto por su carácter oculto y conspiratorio cuan-to por su naturaleza elitista y autoritaria: el de las so-ciedades secretas comunistas, promovidas en 1974 porBuonarroti y Babeuf.

En general, Kropotkin parece contraponer, aunqueno lo haga explícitamente, el comunismo de las sec-ciones y el de las sociedades secretas, considerandoal primero como predecesor del socialismo libertarioy del anarquismo, y al segundo como predecesor delBlanquismo y del marxismo. Esta contraposición re-

75 Ibíd. II. Pág. 270.

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sulta aceptable si se consideran globalmente las ideasy los hechos, pero el juicio acerca de Babeuf y de los«iguales» merece ser matizado, ya que en ellos pode-mos descubrir también (igual que en Blanqui después)ciertos elementos libertarios, que a primera vista no semanifiestan.

Con evidente simpatía se refiere Kropotkin a hom-bres como Sylvain Meréchal (en quien «se halla unavaga aspiración hacia lo que llamamos actualmente elcomunismo anárquico»), como Jacques Roux (ex-cura,sumamente pobre, que «predicaba el comunismo enlos barrios obreros») como Chalier («todavía más ami-go del pueblo que Marat, y adorado por sus discípu-los»), como Boissel (autor de unCatecismo del géne-rohumano), como Dolivier, cura de Mauchamp (queescribió un notable Ensayo sobre la justicia primitiva,para servir de principio generador al único orden socialque puede asegurar al hombre todos sus derechos y to-dos sus medios de felicidad), como L’Ange (a quien, deacuerdo con Michelet, considera como un verdaderoprecursor de Fourier).76

En cambio, opina que la idea de Babeuf de llegar alcomunismo por medio de una conspiración desarrolla-

76 Ibíd. II. Págs. 272-274.

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da a partir de una sociedad secreta no tomó cuerposino en 1795, es decir, cuando la reacción termidoria-na acabó con el impulso progresista de la Revolución,y «fue un producto del agotamiento, no un efecto dela savia ascendente de 1789 a1793».77 Más aún, pese aque los historiadores suelen vincular a Babeuf con elprimer movimiento comunista, Kropotkin no lo con-sidera sino un oportunista del comunismo. «Sus con-cepciones, como los medios de acción que proponía,empequeñecían la idea. En aquella época se compren-día que un movimiento hacia el comunismo sería elúnico medio de asegurar las conquistas de la democra-cia, y Babeuf trataba, como muy bien dice uno de susapologistas modernos, de deslizar el comunismo en lademocracia. Cuando se había evidenciado que la demo-cracia perdería sus conquistas si el pueblo no entrabaen liza, Babeuf quería la democracia primeramente, pa-ra introducir poco a poco en ella el comunismo. Engeneral, eran tan estrecha y ficticia su concepción delcomunismo. Que creía llegar a él por la acción de al-gunos individuos que se apoderaran del gobierno pormedio de una sociedad secreta; llegaba hasta poner sufe en un individuo que tuviera la firme voluntad de

77 Ibíd. II. Pág. 272.

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introducir el comunismo y de salvar el mundo. Ilusiónfunesta que continuó sostenida por ciertos socialistasdurante el siglo XIX, y nos dio el cesarismo, la fe en Na-poleón o en Disraeli, la fe en un salvador, que persis-te hasta nuestros días».78 Ilusión funesta —podríamosañadir— que generó en nuestros días y particularmen-te en nuestra América, el insólito fenómeno del lídercarismático, fascista por formación y por convicción,pero llamado a realizar el «socialismo».

No sin razón concede Kropotkin especial atención alanálisis de las ideas de la época sobre la socializaciónde la tierra, de las industrias, de las subsistencias y delcomercio.

El pensamiento dominante del movimiento comu-nista de 1793 —anota— fue que la tierra es propiedadde la nación y que todos los ciudadanos tienen dere-cho a usar de ella y a proveer así a su subsistencia sinnecesidad de vender a otro su trabajo. «La igualdad dehechos» se traducía «de hecho» en igual derecho detodos a la tierra79, lo cual resulta fácilmente explica-ble en una sociedad casi enteramente agraria, dondela industria apenas comenzaba a constituirse, y donde

78 Ibíd. II. págs. 274-276.79 Ibíd. II. pág. 277.

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el dueño de la tierra era asimismo dueño de quien latrabajaba. Algunos, frente a los monopolistas y acapa-radores de tierras, exigían que se limitara la propiedadinmueble y que cada ciudadano tuviera derecho a reci-bir (o aun a comprar) una parte de los bienes naciona-les. Otros, los verdaderos comunistas, pretendían quela tierra se declarara propiedad común y que a cada in-dividuo se le concediera el derecho a usar una parcela,en cuanto la cultivara y hasta que la cultivara. Babeuf,«evitando quizás comprometerse demasiado» (Kropot-kin no puede olvidar que lo ha llamado «oportunista»),quería que la nación o el municipio tuviera la posesión,no la propiedad de la tierra, la cual sería repartida igua-litariamente entre los cultivadores.80

Otros, en cambio, fueronmás radicales. Así, Souhair,quien combatió el reparto definitivo de las tierras, yexigió que el mismo, hecho por partes iguales entretodos, fuera sólo temporal y pudiera rehacerse en de-terminado momento. Tal propuesta obtuvo —segúnKropotkin— el apoyo de millones de campesinos po-bres.81 De un modo semejante, el cura Dolivier, cu-yas ideas resultan para nuestro historiadormuchomás

80 Ibíd. II. pág. 278.81 Ibíd. II. págs. 278-279.

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aceptables que las del conspirador Babeuf, establecíados principios inmutables: 1º) la tierra es de todos engeneral y de nadie en particular; 2º) cada hombre tienederecho exclusivo al fruto de su trabajo.82

También la socialización de las industrias tuvo susdefensores, sobre todo en la región lionesa: se pedíaante todo que el municipio fijara salarios tales que ga-rantizaran la existencia de los obreros; y además la na-cionalización de ciertas industrias (como la minería) yla toma por parte del municipio de las que habían sidoabandonadas por patronos contrarrevolucionarios.83

Kropotkin subraya el hecho de que en París se pen-sara en convertir los jardines de los ricos en huertos co-munales (idea propuesta por Chaumette, que preanun-cia los proyectos agrarios del propio Kropotkin en Laconquista del pan y enCampos, fábricas y talleres), peroigualmente significativo le parece que Cusset, comer-ciante elegido por Lyon como convencional, hablaraya de la nacionalización de las industrias y, sobre to-do, que L’Ange, quien desde 1790 había hecho en dichaciudad una activa propaganda comunista, desarrolla-

82 Ibíd. II. pág. 279.83 Ibíd. II. págs. 281-282.

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ra un proyecto de falansterio donde se practicarían almismo tiempo la agricultura y la industria.84

El mismo L’Ange, según la interpretación kropotki-niana, concebía con exactitud la plus-valía, y llegó aproponer, a propósito de la crisis de subsistencias queatravesaba el país, un sistema de abono de los consu-midores, a fin de adquirir en ventajosas condicionestoda la cosecha, y la institución a de almacenes co-munes a los cuales llevarían los agricultores sus pro-ductos. De tal modo, propiciaba un sistema igualmen-te ajeno al monopolio individualista y al estatismo dela Revolución.85 El problema más urgente para los co-munistas de 1793 fue el de las subsistencias, el cual losllevó a enunciar lo que Kropotkin considera un granprincipio: la socialización de los cambios y la munici-palización del comercio.86 La idea de que el comercioes una función social, y que debe, por tanto, ser so-cializado, como la tierra y la industria, iba a ser desa-rrollada más tarde —precisa Kropotkin— por Fourier,Owen, Proudhon y los comunistas de la cuarta décadadel siglo XIX. Pero lomás importante es, para él, adver-

84 Ibíd. II. pág. 282.85 Ibíd. II. págs. 282-283.86 Ibíd. II. pág. 283.

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tir que hombres como Roux, Varlet, Dolivier, L’Ange ymiles de agricultores y artesanos comprendían infini-tamente mejor que los convencionales el problema delas subsistencias y sabían que de por sí la tasa sería le-tramuerta sin la socialización de la tierra, del comercioy de la industria.87

El sistema de venta de los bienes nacionales creóuna nueva clase de grandes arrendadores, cuya activi-dad monopolista no supo detener la Convención sinopor la guillotina, la cual —dice Kropotkin— no suposuplir, sin embargo, «la falta de una idea constructivacomunista».88

Los montañeses halagaron a los «rabiosos» y a loscomunistas mientras necesitaron de ellos en su luchacontra los girondinos; pero, una vez eliminados estosúltimos, se volvieron contra aquéllos y los aniquilarona su vez. Aun los mejores entre los montañeses, co-mo Hebert, estaban demasiado imbuidos de los prejui-cios burgueses como para convertirse en defensoresdel «anarquismo», y hasta un hombre como Billaud-Varenne, que parecía comprender, mejor que los otrosmiembros de la Montaña, «la necesidad de profundos

87 Ibíd. II. págs. 285-286.88 Ibíd. II. pág. 286.

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cambios en sentido comunista», pasó a formar partedel gobierno y, como otros miembros de su partidorevolucionario-burgués, se propuso afianzar primerola república (es decir, las conquistas políticas), supo-niendo que los cambios sociales vendrían más tarde.Esta estrategia, que seria luego propia de los partidossocial-reformistas y, en gran medida, de los frentes po-pulares, y de los partidos comunistas independientesde la URSS, condujo entonces, y en casi todas las oca-siones en que se practicó, a la pérdida de las mismasconquistas políticas. Buen ejemplo de ello es la actua-ción del partido comunista durante la guerra civil es-pañola.

«La Revolución, desde su principio, pu-so en juego demasiados intereses que lue-go impidieron desarrollarse al comunis-mo. Las ideas comunistas sobre la propie-dad de la tierra suscitaron la oposiciónde los inmensos intereses de la burgue-sía que se dedicó a apropiarse los bienesdel clero, puestos en venta bajo el nom-bre de bienes nacionales, para revenderdespués una parte a los campesinos. Esoscompradores, que al principio de la Revo-

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lución fueron los más firmes sostenedoresdel movimiento contra la monarquía, unavez propietarios y enriquecidos por la es-peculación, se convirtieron en encarniza-dos enemigos de los comunistas que re-clamaban el derecho a la tierra para loscampesinos pobres y los proletariados delas ciudades. Los legisladores de la Consti-tuyente y de la Legislativavieron en esasventas el medio de enriquecer la burgue-sía a expensas del clero y de la nobleza,olvidando completamente al pueblo».89

Hombres como Jacques Roux, que denunciaronconstantemente el agiotaje y que consideraban a «laaristocracia mercantil más terrible que la nobiliaria»,fueron perseguidos, expulsados de la Convencióny ca-lumniados hasta después de su muerte. «Como el co-munismo criticaba los resultados nulos de la Revolu-ción para el pueblo, lo mismo que al gobierno republi-cano (como hacen los socialistas en nuestros días), de-mostrando que bajo la República el pueblo sufría másque bajo la monarquía, Robespierre no cesó de tratar a

89 Ibíd. II. pág. 289.

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Roux, hasta después de muerto, de “innoble cura” ven-dido a los extranjeros y de “malvado” que “quiso susci-tar perturbaciones funestas” para perjudicar la Repú-blica».90 Los jacobinos lo acusaron de haber sustraídoun asignado al club de franciscanos y, abrumaba su ab-soluta integridadmoral con las más odiosas calumnias,lo obligaron al fin a suicidarse.91

De hecho el antiguo régimen conservaba una enor-me fuerza, aumentada ahora por el apoyo de los bene-ficiarios de la Revolución, y para quebrar dicha fuerzaera necesaria una nueva revolución popular e igualita-ria, que la mayoría de los revolucionarios de 1792-1793no aceptaba. «La mayoría de la burguesía, antes revo-lucionaria, creía que la Revolución había ido demasia-do lejos. ¿Impediría a “los anarquistas” “nivelar las for-tunas”? ¿Daría a los campesinos tanto bienestar quese negarían a trabajar para los compradores de bienesnacionales? ¿Dónde se hallarían brazos para trabajaresas tierras? Porque si los compradores habían paga-do millones al Tesoro por la posesión de esas tierras,era indudablemente para hacerlas producir; ¿y qué seharía con ellas si no hubiera proletarios desocupados

90 Ibíd. II. págs. 291-292.91 Ibíd. II. págs. 292-293.

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en las poblaciones rurales?».92 A los nuevos propieta-rios les interesaba poco la forma de gobierno: lo quequerían era un gobierno fuerte que, por un lado, con-tuviera a los descamisados, y por otro, resistiera a laspotencias extranjeras, que podrían obligarlos a devol-ver sus bienes al clero y la nobleza. Por eso, cuando seplanteó un conflicto entre las secciones y el Comité deSalud Pública, no dudaron en apoyar al gobierno cen-tral. Mientras el Municipio perdía sus poderes, se avan-zaba rápidamente hacia el Terror. Al limitar las asam-bleas de las secciones a dos por semana, la Convenciónpromulgaba la ley de sospechosos, que permitía dete-ner no sólo a los ex-nobles sino también a quienes semostraran partidarios del federalismo o de la tiranía ya quienes no hubieran manifestado de continuo su en-tusiasmo por la revolución.93 Kropotkin está especial-mente interesado en subrayar la relación inversa queexiste entre el florecimiento de las instituciones comu-nales y el terror. Por eso disiente aquí abiertamente deLuis Blanc y de los estatistas en general, que «se exta-sían ante esa medida de “formidable política”, cuando

92 Ibíd. II. págs. 303-304.93 Ibíd. II. págs. 305-307.

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no significa más que la incapacidad de la Convenciónpara marchar en la vía abierta por la Revolución».94

En la lucha de las fracciones políticas por apoderar-se del poderoso instrumento que era el gobierno fuer-te, quedaron triunfantes Robespierre y su partido deljusto medio revolucionario. Apoyado a la vez por losjacobinos y por la derecha, aquél apareció como unafuerza capaz de dominar tanto a la Convención comoa los Comités.

Aunque Kropotkin considera justificada la ejecu-ción de María Antonieta, convicta de propiciar la in-vasión alemana, y cree que «no vale la pena de refutarlas fábulas de sus modernos defensores, que quierenelevarla casi a la categoría de santa»95; aunque juzgainaceptable la conducta de los girondinos y no reprue-ba la condena y ejecución de los mismos después dela ley de Fouquier-Tinville; aunque comprende plena-mente las razones que llevaron a la guillotina a Ma-dame Roland, al ex-alcalde Baillo, al fuldense Barna-ve, a los girondinos Kersaint y Rabaut Saint-Etienne, ya Madame Dubarry, «de real memoria»96, no por eso

94 Ibíd. II. pág. 307.95 Ibíd. II. pág. 311.96 Ibíd. II. págs. 311-314.

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deja de ver en estos hechos el lamentable inicio delTerror.

Con entusiasmo refiere nuestro historiador los in-tentos realizados en medio de estas luchas por fundarla instrucción sobre bases igualitarias97, así como laadopción del sistema métrico decimal que, según él,desarrolló el espíritu matemático, abrió nuevos hori-zontes al pensamiento y «preparó la grande y genialvictoria de las ciencias en el siglo XIX, la afirmaciónde la unidad de las fuerzas físicas y de la unidad de laNaturaleza».98

La reforma del calendario, las medidas contra los cu-ras refractarios y aun contra los juramentos, la prohi-bición del culto y del uso de vestimentas sacerdotalesfuera de los templos, la secularización de los cemente-rios, y, en general, las medidas de descristianizaciónadoptadas en 1793, fueron, según Kropotkin, conse-cuencias naturales y nada sorpresivas de los principiosrevolucionarios.99

No sin emoción narra el acto por el cual el obispode París, seguido por once de sus vicarios, se despo-

97 Ibíd. II. pág. 315.98 Ibíd. II. pág. 316.99 Ibíd. II. págs. 316-318.

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jó de sus títulos y atributos eclesiásticos, y expresó«en dignísimo lenguaje» que, habiendo adherido des-de siempre «a los principios eternos de la igualdad, dela moral, bases necesarias de toda constitución repu-blicana», obedecía a la voz del pueblo y renunciaba aejercer «las funciones de ministro del culto católico»,tras lo cual se despojó de su cruz y su anillo y se cubriócon un gorro frigio.100 Pero más entusiasmo despier-ta todavía en Kropotkin la descripción de la renunciade los curas de Bourges, según la refiere un folleto dela época, conservado en el British Museum: un gruponumeroso de sacerdotes seculares y regulares, y entrevarios ex-canónigos y ex-vicarios metropolitanos, que-maron en público sus diplomas sacerdotales y deposi-taron ante el altar de la patria unamedalla de plata querepresentaba «el último tirano a quien la ambición in-teresada del clero llamaba cristianismo», mientras lamultitud daba gritos de muerte a la memoria de loscuras y a la superstición cristiana, y aclamaba «la reli-gión sublime de la Naturaleza».101

Contra lo que se han empeñado en sostener muchoshistoriadores, liberales o no, Kropotkin afirma que «el

100 Ibíd. II. pág. 320.101 Ibíd. II. págs. 321-322.

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sentimiento anticatólico, en que se confundía una “re-ligión de la naturaleza” con el entusiasmo patriótico,parece haber sido mucho más profundo que lo que hu-biera podido suponerse sin haber consultado los docu-mentos de la época».102

El hecho de que la Fiesta de la Libertad y de la Razón,celebrada en Nôtre Dame el 20 de brumario, y promo-vida por Cloots, Hebert y Chaumette, lejos de resultar,como debía esperarse, una ceremonia alegre y festiva,fuera, según palabras deMichelet, una «ceremonia cas-ta, triste, seca, aburrida», lo explica Kropotkin, siguien-do al mismo Michelet, por el carácter ya decrépito dela Revolución, demasiado cansada para procrear.103

Pone de relieve asimismo que mientras la Conven-ción se negaba a tratar la cuestión del suelo de loscuras, el Municipio de París y las secciones practica-ban una franca política de descristianización104, y seesfuerza por mostrar cómo Robespierre, representan-te típico de la burguesía jacobina, se opuso a tal polí-tica, y propició, en cambio, la libertad de cultos y elculto deísta del Ser Supremo, concebido según el Vi-

102 Ibíd. II. pág. 322.103 Ibíd. II. pág. 323.104 Ibíd. II. págs. 323-324.

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cario saboyano de Rousseau, y opuesto al culto de laRazón, aunque con frecuencia se lo haya confundidocon éste.105

Al finalizar el año 1793 dos fuerzas rivales se opo-nían en el seno de la Revolución: por un lado, el Comi-té de Salud Pública y el de Seguridad general; por otro,el Municipio de París, cuya alma eran las secciones. LaConvención despojó a éstas de su derecho a convocarasambleas generales tantas veces como desearan, y co-mo consecuencia surgieron una serie de «sociedadespopulares» o «sociedades seccionarias», las cuales dis-gustaron profundamente a los jacobinos, convertidosya en hombres de gobierno.106 Las acusaban de ser re-fugio de contrarrevolucionarios disfrazados, insectosvenenosos surgidos del cadáver de la monarquía, queperpetúan los conflictos del cuerpo político. Kropotkinno niega, en principio, que en dichas sociedades hu-bieran podido infiltrarse elementos reaccionarios, pe-ro considera evidente que ellas se habrían depuradopronto de tales elementos y habrían proseguido la obraverdaderamente revolucionaria de las secciones, si laenvidia de los jacobinos gobernantes y el temor a los

105 Ibíd. II. págs. 325-328.106 Ibíd. II. pág. 330.

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avances populares y a la revolución dentro de la revo-lución (la «cuarta legislatura») no hubieran destruido.He aquí la clave de la disolución de las secciones y de lapersecución de las «sociedades seccionarias» en las pa-labras del jacobino Jeanbon Saint-André, que Kropot-kin cita: «Nuestros mayores enemigos no están fuera;están a nuestra vista; en medio de nosotros; quierenllevar más lejos que nosotros las medidas revoluciona-rias».107

Al establecer el gobierno revolucionario dominadopor los jacobinos, se les quitó a las secciones el dere-cho, conquistado en 1789, de nombrar jueces de pazy hasta de designar los comités seccionarios de benefi-cencia. «El organismo popular de la Revolución quedóasí esterilizado en su base fundamental».108 Kropotkinve en esto el triunfo del centralismo jacobino y bur-gués revolucionario. Más tarde, a través de Blanqui, es-te modo anti-popular de concebir la revolución, habíade ser recogido y puesto en práctica por Lenin, contracuya política centralizadora, verdaderamente hostil alos «soviets» y a los sindicatos revolucionarios, insur-

107 Ibíd. II. pág. 331.108 Ibíd. II. pág. 332.

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gió (como hemos visto en el capítulo I) Kropotkin ensus últimos días.

A la revolución rusa habría de aplicar lo que dice dela francesa, amenazada ya en 1793, por el terror y elcentralismo jacobino: «Toda revolución que se detie-ne en la mitad de su camino inicia necesariamente supérdida».109 Daniel Guerin, corroborando la interpre-tación kropotkiniana, sostiene (Le lutte de classes sousla Première République, París, 1968, II, págs. 3-7) que lanueva fuerza que cobró el poder central en 1798 sóloen apariencia tenía el fin de oponerse a los intentoscontrarrevolucionarios, pues de hecho lo que preten-día era aniquilar la democracia directa ejercitada enlas secciones por el pueblo trabajador.

Inclusive heberistas como Anacharsis Cloots, y elpropio Hebert, que alguna vez se había mostrado pro-clive a las ideas comunistas, pero que creía más impor-tante apoderarse del gobierno que plantear la cuestiónde la tierra o del trabajo organizado, cayeron víctimasdel terror jacobino.110 De la misma manera —podríahaber añadido, años después, Kropotkin— que la opo-

109 Ibíd. II. pág. 336.110 Ibíd. II. págs. 339-348.

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sición de izquierda dentro del partido bolchevique ru-so.

A la caída de los hebertistas siguió la ejecución deDanton.111

Robespierre no fue, para Kropotkin, un dictador pro-piamente dicho, como se ha afirmado con frecuencia,pero reunió, sin embargo, un enorme poder en sus ma-nos. Su influencia no puede explicarse sólo por la aus-teridad de su vida y la absoluta honradez de que diomuestras en una época en que tantos revolucionariosse dejaban tentar por los bienes nacionales y los des-pojos del clero y de la aristocracia. Hay que atribuirlasobre todo a su posición centrista, a su justo medio re-volucionario, que lo ubica entre «moderados» y «exal-tados», entre conservadores y comunistas, y al hechode que la burguesía usara su prestigio ante el pueblopara contener a la vez al pueblo y a los reaccionarios.Lo cual no fue obstáculo para que, una vez pasado elpeligro que para ella representaban la izquierda de los«rabiosos» y la derecha de los realistas, no lo liquidaraa su vez en la guillotina.112 «La burguesía comprendióque Robespierre, por el respeto que inspiraba al pue-

111 Ibíd. II. págs. 349-358.112 Ibíd. II. págs. 359-362.

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blo, por su moderación y por sus veleidades de poder,sería el más capaz de ayudar a la constitución de un go-bierno, de poner fin al período revolucionario, y le dejóhacer como enemigo de los partidos avanzados; perocuando aquél la hubo ayudado a derribar esos partidos,le derribó a su vez para entregar la Convención a laburguesía girondina e inaugurar la orgía reaccionariade termidor».113

El mayor error que se suele cometer al juzgar a es-te personaje es, para Kropotkin, el considerarlo comoun verdadero revolucionario, cuando en realidad nofue sino un hombre de gobierno. «Por lo mismo, todasu política, desde la caída del Ayuntamiento hasta el 9termidor, resulta absolutamente infructuosa. En nadase opone a la catástrofe que se prepara y hace muchopor acelerarla. No detiene los puñales que se afilan enla sombra para herir la República; hace todo para quesus golpes sean mortales».114

Después de eliminar a sus enemigos de izquierda yde derecha, los Comités lograron concentrar el podertodavía más en sus manos.115 Los jacobinos ejercieron

113 Ibíd. II. pág. 362.114 Ibíd. II. pág. 366.115 Ibíd. II. pág. 367.

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en provincias una represión cada vez más cruel.116 Ro-bespierre reorganizó los tribunales revolucionarios eincluyó entre los delitos capitales el de esparcir no-ticias falsas y el de corromper la conciencia política.Con tal ley la contrarrevolución maduró en seis sema-nas.117 El terror llegó a tales extremos que el pueblotrabajador de París se inclinaba ya en favor de las víc-timas, teniendo en cuenta que la mayoría de los gui-llotinados eran gentes de baja condición social, ya quelos ricos habían emigrado o se ocultaban cuidadosa-mente. Citando las investigaciones de Luis Blanc, di-ce Kropotkin que de 2750 guillotinados en esta épocasólo 650 pertenecían a las clases acomodadas. Al fin —dice— «sucedió lo que es natural que suceda, aunquesea incomprensible para los hombres de Estado: el Te-rror había cesado de aterrorizar».118 Apuntando certe-ramente a lo que casi podría considerarse una ley depsicología política, pone así de relieve el hecho de queel miedo, al alcanzar un determinado nivel, se cambiaa su contrario, y provoca junto con la indiferencia por

116 Ibíd. II. pág. 369.117 Ibíd. II. pág. 371.118 Ibíd. II. pág. 376.

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el peligro una reacción activa contra los detentadoresdel poder absoluto.

La revolución tuvo un curso ascendente hasta agos-to o septiembre de 1793; luego, con el régimen jaco-bino, cuyo principal exponente fue Robespierre, entróen una fase de decadencia, que acabó con la instau-ración de un gobierno de orden, dispuesto a reduciral mínimo las conquistas revolucionarias. «Entoncespudo sondearse todo el mal resultante de que la Re-volución se hubiera fundado, en materia económica,sobre el enriquecimiento personal», dice Kropotkin. Yañade, a modo de conclusión general: «Una revolucióndebe tender al bienestar de todos, de lo contrario seránecesariamente sofocada por aquellos mismos a quie-nes haya enriquecido a expensas de la nación. Cadavez que una revolución hace un cambio de fortunas,no debería hacerlo a favor de los individuos, sino siem-pre a favor de las comunidades».119 ¿Esta conclusiónno podría aplicarse acaso también a la revolución ru-sa, donde una nueva clase de burócratas y tecnócratasdetenta «de facto», aunque no «de iure» la propiedadde los principales recursos de la nación?

119 Ibíd. II. pág. 378.

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«He ahí precisamente por dónde pecó laGran Revolución: las tierras que confisca-ba a los curas y a los nobles, las dio a losparticulares, en vez de dárselas a las ciuda-des, a las villas a las aldeas, puesto que an-tiguamente eran tierras del pueblo, tierrasde que los particulares de otras épocas sehabía apoderado a favor del régimen feu-dal».

Al fin y al cabo, podría decirse, no se trataba sino dedevolver a sus legítimos dueños, que eran las comuni-dades agrarias, las tierras de que la multisecular rapiñadel báculo y la espada las habían despojado. Por eso,aclara: «No ha habido jamás tierras originariamenteseñoriales ni eclesiásticas. Con excepción de algunascomunidades frailunas, jamás señor ni sacerdote rotu-ró por sí mismo una arpenta de tierra. El pueblo, elsiervo, el villano es quien roturó cada metro cuadra-do de terreno; es el que lo hizo accesible, habitablesy productivo; es el que dio a la tierra su valor, y a éldebía haber sido devuelta».120 No a él, ciertamente, co-mo individuo, sino a la comunidad de trabajo, fuera de

120 Ibíd. II. pág. 379.

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la cual tampoco él hubiera podido labrarla y fecundar-la. En cambio, el gobierno de la Revolución reconociócomo ex-dueños a señores feudales y eclesiásticos, ytransfirió la propiedad a los burgueses. La Revoluciónrusa, a su vez, podríamos añadir, reconoció como ex-dueños a los burgueses y la transfirió al Estado, el cual,de hecho, la dejó en manos de sus administradores, losburócratas y funcionarios del Partido gobernante.

Robespierre, apresado junto con Saint-Just y otrosjacobinos en número de veintiuno, fue guillotinadocon ellos, ante los insultos de los contrarrevoluciona-rios y el regocijo del gran mundo. «La reacción triun-faba. La Revolución había tocado a su fin».121 Comen-zaba el Terror blanco. «Los adversarios del Terror, losque hablaban siempre de clemencia, la querían sola-mente para sí y para los suyos, y se apresuraron an-te todo a ejecutar a los partidarios de los montañesesvencidos».122 En general, el Terror blanco resulta siem-pre más sanguinario e inhumano que el Terror rojo. Esverdad que ni Cuba ni Rusia son hoy ejemplos de res-peto a los derechos humanos, y este hecho no debe sersilenciado. Sin embargo, ¿podemos imaginar siquiera

121 Ibíd. II. pág. 388.122 Ibíd. II. pág. 389.

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lo que habrían hecho los generales blancos, si hubie-ran derrotado a Trotski y a Lenin? ¿Es posible calcularlos ríos de sangre y de sevicia que desencadenarían enCuba los «democráticos» exiliados de Miami? Bastepensar en Pinochet, que acabó con el «terror rojo» deallende (donde no hubo ni un solo muerto ni un solotorturado ni un solo preso político).

Cuando una contempla el fin de la Gran Revoluciónfrancesa bajo «el régimen desmoralizador de Directo-rio» y, después, bajo «el yugo militar de Bonaparte»,puede preguntarse —dice Kropotkin— para qué sirvela Revolución. «Y esta pregunta se ha repetido —añadecon certera observación— durante todo el curso del si-glo XIX, explotándola a sus gusto los tímidos y los sa-tisfechos como un argumento contra las revolucionesen general».123 Pero sólo quienes ven en la Revoluciónun mero cambio de gobierno, e ignora toda su obraeconómica y educativa pueden formularla.

Muy lejos está Kropotkin de la filosofía pesimista delos ciclos históricos y, firme creyente en la evolución,no puede dejar de considerar la Gran Revolución, contodos sus defectos y vicios y hasta con su lamentable

123 Ibíd. II. pág. 393.

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final bonapartista, como un enorme salto hacia adelan-te.

No sólo se trabajo más, se roturaron más campos,se extendió con la primera buena cosecha el bienes-tar a las dos terceras partes del país, sino que tambiénpor vez primera el campesino se sintió libre y digno;no sólo saciaba por primera vez su hambre multisecu-lar sino que también se erguía y osaba hablar.124 «Unanueva nación había nacido —dice— así como en estemomento la vemos nacer en Rusia y en Turquía».125

Francia llevó los principios revolucionarios a todaEuropa, se convirtió en el país rico por su alta produc-tividad, y por la subdivisión de sus riquezas, y aun lasguerras napoleónicas, en las que una mirada distraídano ve sino vano «amor a la gloria», tuvieron por ob-jeto asegurar los frutos de la Revolución. «El antiguorégimen no fue ni será jamás restablecido».126

Más aún, el siglo transcurrido desde la Revolución—añade— puede caracterizarse por dos grandes conquis-tas: la abolición de la servidumbre y la del poder abso-luto, que confirieron al individuo libertades inimagina-

124 Ibíd. II. pág. 394.125 Ibíd. II. pág. 395.126 Ibíd. II. pág. 396.

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das y desarrollaron la burguesía y el capitalismo. Am-bas conquistas derivan de la Revolución francesa.127

Con toda razón, desde su perspectiva de historiadossocial, Kropotkin reprocha a la mayoría de los historia-dores, sumergidos en las cuestiones políticas, descui-dar estos hechos trascendentes. «El campesino francés,—dice— al rebelarse hace cien años contra el señor quedurante su sueño le mandaba batir los estanques paraque las ranos no croaran, emancipó los campesinos deEuropa; al quemar los palacios y los archivos en queconstaba su sumisión y ejecutar los nobles que se ne-gaba a reconocer sus derechos a la humanidad, dio du-rante aquellos cuatro años la voz de alarma a Europa,hoy completamente libre de la humillante instituciónde servidumbre».128

Por otra parte, también gracias a la obra de la Revo-lución de 1789-1793, «el poder real de derecho divinosólo se ejerce hoy en Rusia, —dice— pero también allíse agita en sus últimas convulsiones» y «casi toda Eu-ropa tiene en sus códigos la igualdad ante la ley y elgobierno representativo».129

127 Ibíd. II. págs. 398-399.128 Ibíd. II. pág. 400.129 Ibíd. II. págs. 400-401.

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Pero si bien la burguesía reina en Europa, la GranRevolución nos ha legado también los principios quehan de desplazarla, esto es, los principios comunistas.Kropotkin sabe bien que la burguesía fue la principalbeneficiaria inmediata de la Revolución, pero se niega,a admitir que ésta haya sido en su contenido e idealesuna revolución puramente burguesa. No sólo el fourie-rismo desciende de L’Ange y de Chalier, y las socieda-des secretas de Babeuf y Bounaroti son el origen delas sociedades conspiratorias de Blanqui de donde porfiliación directa nació la Internacional130, sino que, se-gún Kropotkin, el socialismo moderno no ha añadidonada a las ideas que circulaban en 1789-1794 entre elpueblo francés, a no ser su sistematización y generali-zación a partir del desarrollo del capitalismo industrial.Más aún, para Kropotkin, el comunismo popular de losprimeros años de la República, por más escaso de fun-damentación científica que anduviera, «veía más claroy analizaba más profundamente que el socialismo mo-derno».131

Cada revolución ha tenido un rasgo original: la in-glesa y la francesa abolieron el absolutismo, peromien-

130 Ibíd. II. págs. 401-402.131 Ibíd. II. pág. 402.

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tras la primera se ocupó sobre todo de asegurar losderechos individuales y municipales, la segunda se fi-jó principalmente en la propiedad de la tierra y en laabolición del feudalismo, lanzando la idea de la nacio-nalización del suelo y de la socialización del comercioy de la industria.132

«¿Qué nación —se pregunta nuestroautor— tomará sobre sí la tarea terrible ygloriosa de la próximaGran Revolución?».Se ha creído que será Rusia. No lo sabe-mos. «La positivo y cierto es que, sea cualsea la nación que entre hoy en la vía delos revolucionarios, heredera lo que nues-tros abuelos hicieron en Francia. La san-gre que derramaron, la derramaron porla humildad. Las penalidades que sufrie-ron, a la humanidad entera las dedicaron.Sus luchas, sus ideas, sus controversiasconstituyen el patrimonio de la humani-dad. Todo ello ha producido sus frutos yproducirá otros aún, más bellos y grandio-sos, abriendo a la humanidad amplios ho-

132 Ibíd. II. págs. 403-404.

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rizontes con las palabras Libertad, Igual-dad, Fraternidad, que brillaban como unfaro hacia el cual nos dirigimos».133

La interpretación kropotkiniana de la Revoluciónfrancesa coincide, por una parte, con la interpretaciónsocialista (Blanc, Jaurés, etc.), contra la interpretaciónliberal, y con una y otra contra la historiografía con-servadora, ultramontana y reaccionaria. Por otra par-te, sin embargo, se aparta de la versión socialista y seenfrenta a ella desde varios puntos de vista.

Se le puede caracterizar mediante las siguientes te-sis fundamentales:

1º La verdadera fuerza revolucionaria noestuvo integrada por la burguesía sino porel pueblo (artesanos, campesinos).2º El movimiento de 1789-1794 no consti-tuyó en realidad una sino dos revolucio-nes diferentes: A) la burguesa (cuya metaera el establecimiento de la igualdad for-mal) y B) la popular (que se proponía con-quistar la igualdad de derecho, esto es, laigualdad económica).

133 Ibíd. II. pág. 404.

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3º Desde los primeros momentos del es-tallido revolucionario se delineó en lossectores populares una fuerte tendenciahacia el comunismo. De hecho, todas lasideas esenciales del socialismo modernofueron expuestas durante la Revoluciónfrancesa.4º En la revolución desempeñaron un pa-pel esenciadísimo los clubes y, sobre todo,los municipios y las secciones, es decir, losorganismos de base. El espíritu revolucio-nario del pueblo se manifestó como un es-píritu federalista, opuesto constantemen-te al centralismo burgués.5º La espontaneidad revolucionaria delpueblo tuvo en los acontecimientos un pe-so mucho mayor que la acción legislativao los planes del gobierno y de los partidos.6º Los girondinos constituyeron el ala de-recha de la burguesía revolucionaria, perolos jacobinos no pasaron nunca de ser de-mócratas burgueses, incapaces por lo ge-neral de ir más allá de la igualdad ante la

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ley y de comprender las aspiraciones delpueblo.7º La revolución no cometió todos losexcesos que los historiadores liberales yreaccionarios le atribuyen, pero no estuvociertamente libre de evitables violencias.8º Las dos principales conquistas logradasen la Europa del siglo XIX: la abolición dela servidumbre y la supresión del absolu-tismo, son fruto de la Revolución francesa.Pese al bonapartismo y la restauración le-gitimista, nadie ni nada podrá borrar yasu impronta en la historia universal.

La historiografía marxista ha visto en general consimpatía la obra de Kropotkin sobre la Gran Revolu-ción. El gobierno de Lenin decidió, como ya dijimos,reeditarla. Pero es interesante advertir que aquello enque los historiadores «soviéticos» más se alejan delpríncipe Kropotkin es precisamente en el papel funda-mental que éste atribuye a los «soviets» (es decir, a lascomunas y secciones) en el desarrollo de la Revoluciónfrancesa.

134 Ibíd. II. págs. 396-398.

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En las últimas páginas de la obra dedicada a la Re-volución francesa, esboza Kropotkin una interesanteteoría histórico-filosófica de la revolución.134

Para él, como para su amigo y colaborador Reclus,ésta no excluye la evolución sino que, por el contrario,se encuentra unida a la misma. Hay momentos de lahistoria en que se hace necesario un cambio total yprofundo. Hasta un cierto instante la reforma todavíaes posible, pero cuando la sangre llega a correr en lacalle, la revolución se impone, como sucedió el 14 dejulio de 1789.

La revolución, una vez desencadenada, debe desa-rrollarse necesariamente hasta sus últimas consecuen-cias, o sea, hasta donde puede llegar, aunque sólo seapor un tiempo. Antes hubo, sin duda, una larga evo-lución. Si representamos a ésta como una recta quesube gradualmente, la revolución, que sobreviene degolpe, habrá de dibujarse como una línea que, a par-tir de un determinado punto de la anterior, ascienderepentina y verticalmente. Asciende, claro está, hastadonde puede ascender en aquel momento histórico (enInglaterra, por ejemplo, hasta la República puritana deCromwell; en Francia hasta la República descamisadade 1793). Pero en el punto más alto no puede soste-nerse. Cede, gracias a las fuerzas reaccionarias que se

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unen contra ella, y la línea desciende. Sin embargo, po-co a poco comienza otra ves la línea a subir; y al res-tablecerse la paz (en Inglaterra en 1688; en Francia en1815), se encuentra siempre a un nivel mucho más altoque antes de la Revolución. Se reinicia el lento proce-so evolutivo; la línea que asciende otra vez, alcanzaráuna altura muy superior a la de antes de la tormenta.

«La historia de la Revolución francesa de Kropotkinpertenece a las obras clásicas sobre esta materia; es im-prescindible como obra de consulta, como motivo deinspiración y como base para un nuevo criterio histo-riográfico», dice Diego Abad de Santillán en su trabajoPedro Kropotkin, historiador de la Revolución francesa(prólogo de la edición argentina, Buenos Aires, 1976).

Los historiadores profesionales y, sobre todo, loshistoriadores oficiales en general no suelen reconocer-lo así. Sin embargo, el mismo Santillán aduce el juiciode algunos de ellos.

F. Von Aster, (Die französische Revolution und dieEntwicklung ihrer politischen Ideen) antepone la obrade Kropotkin otro estudio sobre el tema, en cuanto lamisma constituye la primera verdadera historia de laacción popular en la Revolución de 1789. Henri See(Science et Philosophie de l’histoire) opina que el librode Kropotkin sobre la Gran Revolución «abunda en vi-

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siones profundas, en ideas de una notable precisión».Y, resumiendo su juicio sobre la obra, dice: «Ha com-prendido el sentido profundo de los acontecimientosrevolucionarios; ha visto que los hechos políticos nohacen a menudo más que recubrir los hechos econó-micos y sociales mucho más significativos. Las luchasde los partidos y de los personajes políticos no apa-recen en el primer plano; el gran actor es el pueblo.Ha puesto admirablemente en claro la idea de que eltriunfo de la revolución, incluso de la revolución pu-ramente burguesa, no ha sido posible más que graciasa las insurrecciones populares… Los historiadores pro-fesionales, por eruditos que sean, leerán y meditaráncon provecho la obra de este espíritu, que, en muchosaspectos, e incluso en un dominio que no era de suespecialidad, se nos aparece como un iniciador».

Es claro que, desde un punto de vista científico, laobra de Kropotkin adolece de una documentación par-cial, según señalamos al principio, al decir que susfuentes se reducen al material del British Museumyno incluyen los archivos franceses. En tal sentido, co-mo dice A. Bonanno (Introducción a la edición italiana,1975), puede considerarse superada por investigacio-nes, como las de Lefébvre, Mathiez, Soboul y otros, que

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«han reparado no pocas inadvertencias de los historia-dores de la generación precedente».

Sin embargo, conforme a lo que añade el mismo Bo-nanno, «esta nueva generación —con la excepción deGuerin y de otros menos notorios— ha impuesto unainterpretación de estrecha observancia marxista, cuan-do no se ha llegado a una visión directamente stalinis-ta, de incondicionada exaltación del jacobinismo».

Aun al reconocer el carácter burgués de los gruposjacobinos, estos historiadores no pueden olvidar el ja-cobinismo de Lenin y ven en la acción centralizadoray violenta de aquéllos una anticipación de la dictaduradel proletariado. Minimizan la acción y el pensamien-to de los grupos que Kropotkin denomina, siguiendoa autores de la época, «anarquistas», y coincidiendocon la historiografía reaccionaria, tratan de disminuirel alcance de la tentativas de democracia directa (Cfr.A. Soboul, La Révolution française), igual que los histo-riadores stalinistas y liberales de la guerra civil espa-ñola desdeñan o pasan por alto los intentos de organi-zación libertaria de la sociedad en Cataluña, Aragón,Andalucía, etc. (Cfr. Gastón Leval, Colectividades liber-tarias en España, Madrid, 1977; Agustín Souchy Bauer,Entre los campesinos de Aragón, El comunismo liberta-rio en las comarcas liberadas, Barcelona, 1973; José Luis

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Gutiérrez Molina, Colectividades libertarias en Castilla,Madrid, 1977; F. Mintz, La autogestión en la España re-volucionaria, Madrid, 1977).

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Trabajo manual y trabajointelectual

En Campos, fábricas y talleres, obra que complemen-ta a La conquista del pan, y de la cual dice Colin Wardque «es una de las grandes obras proféticas del sigloXIX, cuya hora está aún por llegar», crítica Kropotkinel ideal, proclamado por Adam Smith y la Economíapolítica, de la división del trabajo (Cfr. Woodcock yAvakumovic, op. cit. págs. 321-322). A este ideal oponeel de la descentralización de la producción industrial,lo cual significa para él la integración y totalizacióndel trabajo. La división permanente de las funcionesha sido llevada en la sociedad moderna tan lejos quese ha logrado separar a los miembros de ésta en castastan rígidas como las de la India: «Tenemos, primero, ladivisión en productores y consumidores; después, lade productores que consumen poco, y consumidoresque producen poco; y luego, entre los primeros, una

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serie de nuevas subdivisiones: el trabajador manual yel intelectual, profundamente separados, en perjuiciode ambos; el trabajador del campo y el de la fábrica;y entre la masa de los últimos, nuevas subdivisiones,tan minúsculas, que la idea moderna de un trabajadorparece ser un hombre o mujer, y hasta una niña o unmuchacho, sin el conocimiento de ningún oficio, sin lamenor idea de la industria en que se emplea, no siendocapaz de hacer en el curso de su vida entera más quela misma infinitésima parte de una cosa: empujandouna vagoneta de carbón en una mina, desde los trece alos sesenta, o haciendo el muelle de un cortaplumas o“la decimoctava de un alfiler”. Meros sirvientes de unamáquina determinada, simples partes de carne y hue-so de alguna maquinaria inmensa, no teniendo ideade cómo y por qué la máquina ejecuta sus ordenadosmovimientos».1

Difícilmente podría explicase mejor el carácter des-humanizante de la moderna industria y la alienaciónque la subdivisión del trabajo produce en el obrero conrespecto a su trabajo mismo.

Frente al hombre-mecanismo, que la moderna pro-ducción crea y que la economía política propicia, le-

1 Campos, fábricas y talleres, Madrid, 1972, Editorial Zero,

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vanta Kropotkin el ideal del artista creador, que expe-rimenta en su trabajo un placer estético, del artesanomedieval y hasta del viejo agricultor, que hallaba ensu íntima relación con la naturaleza un consuelo a laspenalidades de su vida diaria.

Más aún, no conformes con atomizar las funcionesde los individuos, proclaman los economistas la nece-sidad de subdividir el trabajo de las naciones: Rusiay Hungría están destinadas a producir trigo, Inglate-rra tejidos, carbón y ferretería, Bélgica géneros de la-na, etc. Y hasta dentro de cada país, las diversas regio-nes deben especializar su producción. Esta es la basede las grandes fortunas, puesto que lo ha sido ya en elpasado.2

Tal deshumanización del trabajo, implica en lasúper-especialización, deriva, según Kropotkin, de lamezquina concepción de la vida según la actual el finúnico de la misma ha de ser el lucro, y de la obstinadaidea de que todo lo que ayer fue ha de ser para siempre.Es cierto que la división del trabajo condujo a un granincremento de la producción, pero es evidente que, amedida que el trabajo de cada individuo se torna más

«Biblioteca Promoción del Pueblo», págs. 5-6.2 Ibíd. Pág. 6.

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fácil, más simple y, por consiguiente, más monótonoy mecánico, la necesidad que aquél siente de variar yde ejercitar las diferentes facultades de su espíritu sehace sentir con mayor fuerza. El trabajador se niegaa ser reducido a la condición de máquina, desea un li-bre contacto con las cosas, siente la necesidad de creary de poner algo de su ser en los objetos que produ-ce, quiere ser parte conciente en el gran todo social yparticipar en los goces del arte y de la ciencia. Algo se-mejante sucede con las naciones, que se niegan a serespecializadas (Cfr. Woodcock — Avakumovic, op. cit.pág. 326).

La agricultora exige la industria, ésta sustenta aaquélla, de sus simbiosis surgen los más deseables re-sultados: «A medida que el conocimiento técnico sehace del dominio general; a medida que se convierteen internacional y no es posible tenerlo oculto pormástiempo, cada nación adquiere los medios de aplicar to-da la variedad de sus energías a la variedad de empresaindustriales y agrícolas».3

Así como la razón no distingue las arbitrarias fron-teras que separan entre sí a los Estados, la economíatampoco admite límites nacionales, y la tendencia ge-

3 Ibíd. Pág. 7.

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neral consiste en que cada país reúna la mayor varie-dad posible de actividades productivas. Con las socie-dades acontece lo mismo que con los individuos: unadivisión temporal del trabajo es prenda de éxito en unadeterminada empresa; una divisiónpermanente o per-petua necesariamente tiene que ser superada, ya quecada individuo, y también cada país, tiene a ejercitartodas sus capacidades físicas e intelectuales para reali-zarse a sí mismo y satisfacer por sí mismo sus propiasnecesidades.

Kropotkin no pide la total supresión de la divisióndel trabajo, cosa que sabe imposible en una sociedadmoderna, pero, a la par que desea la conservación delos beneficios deparados por una división temporal deltrabajo, reclama también los que corresponden a la in-tegración del mismo: «La economía política ha insisti-do hasta ahora principalmente en la división. Nosotrosproclamamos la integración y sostenemos que el idealde la sociedad, el estado hacia el cual marcha ésta, esuna sociedad de trabajo integral, una sociedad en lacual cada individuo sea un productor de trabajo ma-nual e intelectual; en la que todo ser humano que noesté impedido sea un trabajador, y en la que todos tra-bajes lo mismo en el campo que en el taller industrial;donde cada reunión de individuos, bastante numerosa

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para disponer de cierta variedad de recursos natura-les, ya nación o región, produzca y consuma la mayorparte de sus productos agrícolas e industriales».4

Semejante integración del trabajo y de la produc-ción es imposible mientras permanezcan enmanos pri-vadas la tierra y los instrumentos de trabajo, mientraslos capitalistas, con la protección del Estado, se apo-deren del sobrante de la producción (la plus-valía, entérminos de Marx). Pero, por otra parte, todo inten-to de socialización y todo esfuerzo por acabar con elactual sistema capitalista fracasará, si no se tiene pre-sente la exigencia de la integración, la cual no ha sido,por cierto, demasiado señalada, según Kropotkin, porlas diversas escuelas socialistas.5

La constante preocupación de éste por una realiza-ción integral del hombre, su concepción del socialismocomo un estado de plenitud humana y de total desplie-gue de las posibilidades físicas y espirituales de indivi-duos y comunidades es lo que hace posible considerarsu pensamiento como la más cabal manifestación delhumanismo socialista. . Lejos de considerar a la socie-dad socialista como un paraíso de consumidores o co-

4 Ibíd. Pág. 7.5 Ibíd. Pág. 8.

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mo una dictadura de los trabajadores industriales, Kro-potkin la piensa como una comunidad humana dondeno se diferencien ya los productores de los consumi-dores ni los productores manuales de los intelectua-les (así como tampoco los gobernantes de los goberna-dos).

«Cada nación—sostiene— debe ser su pro-pio agricultor y manufacturero; cada indi-viduo debe trabajar en el campo y en al-gún arte industrial; cada uno debe combi-nar el conocimiento científico con el prác-tico».6

«Al adelantar estos puntos de vista sobrela integración de la vida rural y la urbana,Kropotkin fue el precursor de todo un mo-vimiento que se ha vuelto hoymuchomásconsiente de sí mismo que hace cincuen-ta años y que abarca no sólo las teoríasde hombres como Patrick Geddes y LewisMunford, sino también los experimentoscon las ciudades-jardines de Ebezer Ho-ward y los esquemas de las ciudades sa-

6 Ibíd. Pág. 8.

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télites que constituyen el rasgo distintivode los planes de reconstrucción de la post-guerra», escribíanWoodcock y Avakumo-vic (op. cit. pág. 329) en el año 1950.

En efecto, Lewis Mumford en su obra La ciudad enla historia, dice: «Con casi medio siglo de anticipaciónrespecto al pensamiento técnico y económico contem-poráneo, él (Kropotkin) había intuido que la ductilidady la adaptabilidad de las comunicaciones y de la ener-gía eléctrica, unidas, unidas a las posibilidades de unaagricultura intensiva y biodinámica, habían sentadolas bases de una evolución urbana más descentraliza-da a desarrollarse por medio de pequeñas comunida-des basadas en el contacto humano directo y provistasde las ventajas de las ciudades, además de las del cam-po.. Kropotkin se dio cuenta de que los nuevos mediosde transporte y de comunicación, unidos a las posibi-lidades de transmitir la energía eléctrica a través deuna red y no mediante una línea unidimensional, po-nían a las pequeñas comunidades en el mismo planoque la súper-congestionada metrópoli en lo referentea disponibilidad de los enseres técnicos esenciales. Dela misma manera las actividades rurales, en una épocaaislada y constreñidas a un nivel económico y cultu-

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ral inferior al de las ciudades, podían ahora valerse dela inteligencia científica y de la organización colectivaque habían cesado de ser un monopolio urbano; y conesto había desaparecido también la neta división tradi-cional entre lo rural y lo urbano, entre trabajador delcampo y trabajador de la industria. Kropotkin captóestas implicaciones antes de que fueran inventados elautomóvil, la radio, el cine, la televisión y el teléfonocomo instrumentos de comunicación para todos, perocada uno de estos inventos confirmó la exactitud de sudiagnóstico, trayendo iguales ventajas a las metrópoliscentrales y a las pequeñas comunidades, antes total-mente dependientes de las primeras. Tomando comobase las pequeñas comunidades, comprendió la posibi-lidad de una vida local más responsable y más sensible,que dejase mayor campo de acción a aquellos aspectoshumanos descuidados y frustrados de las organizacio-nes de masa».

Y así como en cada comunidad local debe diversifi-carse el trabajo, así en cada región o país debe unirsela agricultura con la industria.

El gran desarrollo económico británico, basado enel mecanismo (que hoy llamaríamos «imperialistas»)de comprar materia prima barata para vender produc-tos manufacturados caros, no pudo realizarse sino al

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doble precio de la explotación obrera en el interior yde la guerra por los mercados en el exterior.7 (Véasecap. VII).

Pero cada país siente la imperiosa necesidad de au-toabastecerse y tener como base de su producción elconsumo interior.8 Desde este punto de vista Kropot-kin parece ser también, muchomás queMarx y Engels,un predecesor de las ideas de Mao Tse-Tung sobre laautosuficiencia, aunque pueda dudarse seriamente deque el líder chino haya leído alguna vez Campos, fábri-cas y talleres.

La exigencia actual de una educación técnica, diceKropotkin, no significa en el fondo, sino la necesidad,cada vez más vivamente sentida, de unir el trabajo ma-nual con el intelectual y de hacer desaparecer las ba-rreras que separan al científico del ingeniero y a éstedel mero operario.9 De hecho, los grandes hombres deciencia del pasado tampoco menospreciaron el trabajomanual: Galileo hizo sus propios telescopios, Newtonse ejercitó en la construcción de ingeniosos aparatos,Leibniz se preocupó tanto por la fabricación de moli-

7 Ibíd. Págs. 8-11.8 Ibíd. Págs. 11-29.9 Ibíd. Págs. 126-127.

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nos de viento y de carros sin caballos como de especu-laciones matemáticas y filosóficas, Linneo se convirtióen botánico ayudando a su padre en el cultivo del jar-dín. Hoy, la división del trabajo tiende a alejar al obre-ro de toda posibilidad de comprender lo que hace y,por consiguiente, de mejorar su obra y de inventar, demodo que ya no se pueden dar en fábricas y talleresun Watt o un Rennie, un Smeaton o un Stephenson.Los científicos, por su parte, desprecian el trabajo ma-nual, hasta el punto de tornarse incapaces no ya deconstruir sino hasta de dibujar los instrumentos queprecisan. Esto no sólo redunda en perjuicio de la cien-cia y de la industria sino que también contribuye a ladeshumanización del hombre en aquello que le es máspropio: el trabajo.10 Al denunciar los efectos alienan-tes del trabajo en la sociedad capitalista, Kropotkin noniega, por cierto, la necesidad de la especialización delos conocimiento, pero sostiene que ésta sólo debe ve-nir después de la educación general, la cual ha de abar-car, al mismo tiempo, el saber científico y la destrezamanual: «A la división de la sociedad en trabajadoresintelectuales u manuales, nosotros oponemos la com-binación de ambas clases de actividades; y en vez de “la

10 Ibíd. Págs. 125-126.

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educación técnica”, que impone el mantenimiento dela presente división entre las dos clases de trabajo refe-ridos, proclamamos la educación integral o completa,lo que significa la desaparición de esa institución tanperniciosa».11 Un hombre no fragmentario (o, comose diría hoy, des-alineado) supone una educación tan-to del cerebro (homo sapiens) como de la mano (homofaber).

Desde este punto de vista Kropotkin no hace sinocontinuar, tal vez sin conocerlas directamente, lasideas expuestas por Joseph Dejacque en El Humanisfe-rio, pero sobre todo las que defendiera con tanta origi-nalidad como calor Fourier, al describir su falansterio.En todo caso, ideas muy semejantes a éstas se enun-cian también en News from Nowhere del poeta socialis-tas inglés William Morris. Y, antes todavía, las defien-de Bakunin en los artículos publicados en julio-agostode 1869 en L’Egalitè.

Muchos economistas y sociólogos de nuestros díasestarán prontos, sin duda, a considerar inactuales lasideas y programas expuestos por Kropotkin en La con-quista del pan y Campos, fábricas y Talleres. Recorde-mos, sin embargo, con John Albery (Fields, factories

11 Ibíd. Pág. 128.

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and Workshops tomorrow — «Anarchy» — 41 — pág.206), que B. Russell, después de habaer hecho notarque socialistas y anarquistas son productos de la vidaindustrial y que pocos de ellos tienen un conocimientopráctico sobra la producción de alimentos, se muestradispuesto a hacer una excepción a favor de Kropotkiny dice: «sus dos libros, La conquista del pan y Campos,Fábricas y talleres, están llenos de información detalla-da y, aunque hacen grandes concesiones al optimismo,no creo que se pueda negar que revelan posibilidadesque de otro modo pocos de nosotros habríamos imagi-nado».

El mismo Elbery recuerda que Herbert Read, al pu-blicar, en 1942, su analogía de Kropotkin sostuvo que«sus deducciones y propuestas siguen tan válidas co-mo en el día en fueron escritas», y que Paul Goodmanescribió en 1948, en ocasión del 50 aniversario de Cam-pos, fábricas y talleres: «Los caminos que Kropotkin su-girió sobre cómo los hombres pueden empezar a vivirmejor de una vez por todas, son todavía los caminos;los males que atacó son todavía en gran parte males,los errores populares sobre las relaciones entre la ma-quinaria y la planificación social. Recientemente, estu-diando los hechos modernos y los modernos autores,escribí un librito (Comunistas) sobre un tema conexo.

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No hay en mi libro ninguna proposición importanteque no se halle en Campos, fábricas y talleres, a vecescon las mismas palabras».

Cuando la obra, que originariamente se publicó enla prensa anarquista como una serie de artículos (en-tre 1888 y 1890), apareció en 1899 en un volumen, elTimes opinó que su autor «está dotado de un genuinotalento científico, y ninguno puede decir que no llevelas propias observaciones bastante lejos, ya que parecehaber estado en todas partes y haberlo leído todo».

En el Apéndice editorial, que Colin Ward añade aCampos, fábricas y talleres, al comentar la idea de laabolición de la división del trabajo de Kropotkin, dice,tal vez con razón, que lo más cercano a las aldeas in-dustriales que aquél concibiera son hoy las comunaschinas, y cita un pasaje que J. K. Galbraith en que éstesubraya su significado para el Tercer Mundo.

En realidad, añade más adelante (Postcriptum edito-rial 5), si se nos pidiera que ejemplificáramos hoy lasideas expresadas por Kropotkin acerca de una socie-dad con agricultura intensiva e industria en pequeñaescala, que dedicase su trabajo a satisfacer necesidadeslocales, sobre unmodelo descentralizado de comunida-des, donde la división del trabajo fuera sustituida porla integración de trabajo manual y trabajo intelectual,

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«deberíamos de admitir que existen sólo tres modeloscontemporáneos, y cada uno de ellos tan lleno de con-tradicciones como para mover al lector a pasarlos poralto». Esos tres modelos son, para Ward, la ya men-cionada comuna china, la economía de Tanzania, y elKibutz de Israel. Los tres adolecen del común defectode ser más o menos dependientes del aparato estatal.Pero los tres en alguna medida ilustran la originalidady, al mismo tempo, la factibilidad del modelo ideal Kro-potkianiano. De un modo más cabal todavía lo ilustra-ron las comunidades agrarias del Alto Aragón (1937),hasta que el feroz centralismo stalinista-franquista lasdestruyó.

Refiriéndose siempre a Campos, fábricas y talleres,dice el mismo Colin Ward: «Como libro para hoy conun mensaje para mañana, el significado de la obra deKropotkin es claro. En los últimos diez años nos hemosdado cuenta siempre más de que hay una crisis del am-biente natural, una crisis de los recursos, del consumoy de la población. No es preciso que descienda a de-talles, desde el momento en que se han escrito sobreel tema bibliotecas enteras, y los diarios, cada día, si-guen dándonos prueba de ello. El hecho incontrover-tible es que lo recursos del mundo son limitados, quelas naciones ricas han venido consumiendo recursos

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no renovables a un ritmo que el planeta no puede man-tener, que economías “adelantadas” están disfrutandorecursos de la economía “atrasada”, como las materiasprimas baratas. La consecuencia es que no sólo los paí-ses pobres no podrán esperar alcanzar nunca los nive-les de consumo garantizados en los países ricos, sinotambién que no pueden esperar seguir adelante comohoy».

Con espíritu Kropotkiniano, actuales y multidisci-plinarios estudios como Blueprint for Survival («TheEcologist» — enero de 1972), surgieron (junto conotros muchos autores que inclusive se oponen a susconclusiones, como Meter Self) que el orden de priori-dades debe ser el siguiente:

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Dar más peso a: Dar menos pesos a:1. Intrínseca satisfac-ción del trabajo

1. Máximo consumo

2. Productos duraderos 2. Rápida sustitución3. Adiestramiento profe-sional

3. Ritmos de trabajos

4. Calidad del ambiente 4. Aumento del produc-to nacional

5. Comunidad equilibra-da

5. Movilidad física

6. Descentralización delpoder

6. Economías de escale-ra (presuntas)

(Kropotkin — Campi, Fabrriche, oficien — edizioneridotta ed aggiornata a cura di Colin Ward — Milano— 1974).

La diferencia con la propuesta de Kropotkin consis-te no tanto en el anti-malthusianismo de éste, sino, so-bre todo, en el hecho de que aquellos agudos críticosy científicos sociales siguen apelando, en los radicalescambios que propician, a la intervención del Estado ydel gobierno central, mientras nuestro autor sostienesiempre, como en Palabras de un rebelde, que «es im-posible realizar una revolución de esta clase por mediode la dictadura y del poder estatal».

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Es verdad que todo tiende en el mundo actual a se-guir línea de acción y a perseguir metas contrarias alas señaladas aquí por Kropotkin, tanto en las nacionesindustrializadas del mundo capitalista y en los paísesdel así llamado mundo «socialista», como en los queconstituyen el tercer mundo. En general, todos los go-biernos, sea cual fuera su signo ideológico, saben quesólo podrán conservar y acrecentar el poder que de-tentan, mediante la centralización. Su concepción dela riqueza los obliga a enfatizar la importancia de lostriunfos de trabajo, en detrimento del adiestramientoprofesional. Todos aspiran vehementemente a elevarel producto nacional bruto, olvidando por completo orelegando a un segundo término los problemas de lacalidad del ambiente. A ninguno le interesa la idea deuna comunidad equilibrada o sólo le interesa (China,Tanzania, Israel) de un modo occidental. En los paísescapitalistas (y, por reflejo, en los del Tercer Mundo yen muchos de los llamados «socialistas») el logro deun máximo de consumo se antepone absolutamentea la consecución de una satisfacción intrínseca en eltrabajo realizado. La sociedad de consumidores predo-mina en casi todas partes sobre la comunidad de pro-ductores. En casi todas partes la producción de objetosde rápida sustitución es preferida a la creación de pro-

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ductos duraderos. Más aún, cualquier intento de con-tradecir estas tendencias es considerado como una re-gresión o como una «fuga» idealista hacia el pasado. Yen cierta medida es verdad que las ideas de Kropotkinson del pasado, en cuanto alcanzaron su máxima reso-nancia histórica hace tres cuartos de siglo, y tambiénen cuanto desde ciertos puntos de vista representanun retorno analógico a forma de organización socialque se dieron hace muchos siglos (ciudad griega, co-muna medieval), pero, al mismo tiempo, es cierto quepertenecen al futuro, en cuanto cualquier real soluciónde los gravísimos problemas sociales, económicos, bio-ambientales, y éticos que hoy confronta la humanidaddeberán necesariamente contar con ellas en lo esencial.El capitalismo y el socialismo de Estado representanhoy callejones sin salida.

Pero volvamos ahora al concepto que Kropotkin te-nía del trabajo dentro de la sociedad capitalista.

En el año de 1880 publicó en Le Revolté un artículotitulado A los jóvenes, que nos permite comprender fá-cilmente su concepción del papel de los intelectualesen la sociedad burguesa, y al mismo tiempo, su modode juzgar el trabajo intelectual.

Supongamos —dice a los jóvenes— que aspiran a sermédico, investigadores científicos, abogados, ingenie-

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ros, educadores o artistas.12 En todos esos casos la so-ciedad en que vivimos los obligará a elegir entre la ab-juración de nuestros ideales profesionales, con el con-siguiente conformismo y la inevitable mediatizaciónde su labor creadora, y la afirmación de tales ideales,con la consiguiente ruptura y la afirmación de talesideales, con la consiguiente ruptura y rebeldía, y lanecesidad identificación con el ideario socialista. Enotras palabras: se debe escoger entre un buen traba-jo intelectual (para lo cual es preciso ser socialista) yun mal trabajo (para lo cual basta con adaptarse a laspautas vigentes).

Tomemos el caso de unmédico. Se lo llama para asis-tir a una enferma, que vive en un tugurio de los arraba-les, en un cuarto sórdido, rodeada de niños enclenquesy semidesnudos, cuyo marido, que ha trabajado duran-te toda su vida doce o trece horas diarias, está ahoradesempleado: «¿Qué le prescribirá usted a la enferma,doctor —pregunta Kropotkin a su joven lector— ustedque ha visto en seguida que la causa de su enfermedades una anemia general una carencia de buena alimenta-

12 An appeal to the young — 1848 — The Resistance Press —págs. 1-2. (Traducción de esta introducción inglesa ñpor H. M.Hyndman).

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ción, una necesidad de aire fresco? ¿Un buen bistec pordía? ¿Un poco de ejercicio en el campo? ¿Un dormito-rio seco y bien ventilado? ¡Qué ironía! ¡Si ella hubierapodido conseguir esto, no habría aguardado su conse-jo!» Y añade a continuación: «si tiene usted buen cora-zón, palabra sincera y rostro honesto, la familia le diráque la mujer que está dentro, del otro lado del tabique,que tose con una tos que desgarra el corazón, es unaplanchadora asombradamente pobre; que la lavanderaque ocupa la planta baja no verá otra primavera; y queen la casa vecina las cosas están peor».13

Frente a este cuadro que alguien podría considerarhoymelodramáticamente sombrío, pero que para cual-quier lector de Zola o de Dickens será apenas una fo-tografía, Kropotkin vuelve a preguntar al joven estu-diante que aspira a convertirse en médico: «¿Qué ledirá a toda esta gente enferma? ¿Le recomendará die-ta abundante, un cambio de clima, un trabajo menosagotador? Deseará sólo poder hacerlo, pero no se atre-verá, y saldrá con el corazón enfermo y una maldiciónen los labios».14

13 Ibíd. Pág. 2.14 Ibíd. Pág. 2.

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Mientras tanto —continúa— un colega visita a unadama que padece de insomnio, la cual emplea toda suvida en vestirse. Hacer visitas, bailar y reñir con el es-poso estúpido. El amigo prescribe un régimen de vidamenos absurdo, una dieta con menos calorías, paseosal aire libre y hasta un poco de calistenia en el dor-mitorio: «La una se está muriendo porque nuca tuvobastante comida o bastantes descanso en su vida; laotra languidece porque nunca ha sabido lo que es eltrabajo desde que nació».

Ahora bien, ¿qué puede hacer un médico frente atan absurda contradicción?, cabe preguntar. Y Kropot-kin contesta a su joven lector: «Si usted es uno de esosindividuos sin carácter que se adaptan a cualquier co-sa, que ante los más sublevantes cuadros se consuelacon un suave suspiro y un vaso de cerveza, entoncespoco a poco se acostumbrará a esos contrastes, la natu-raleza del bruto contribuye a ello y su única idea serála de alcanzar el rango de los gozadores y la de no en-contrarse nunca entre los miserables. Pero si usted esun hombre, si cada uno de sus sentimientos se traduceen un acto de la voluntad, si la bestia no ha matado enusted el ser inteligente, entonces volverá usted un díaa casa diciéndose a sí mismo: No, no está bien, esto nopuede seguir. Curar enfermedades no basta, debemos

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prevenirlas. Un poco de buena vida y de desarrollo in-telectual borraría de nuestra lista la mitad de los pa-cientes y de las enfermedades. ¡Al diablo con los reme-dios! Aire puro, buena alimentación, un trabajo menosembrutecedor, por ahí es por donde debemos empezar.De otro modo toda la profesión médica no es otra cosamás que embrollo y engaño».

Pero si alguien llega a esta conclusión, ha renuncia-do ya a su condición de burgués conformista y ha em-pezado a entender el socialismo: «Ese día entenderáusted el socialismo. Deseará conocerlo más profunda-mente, y si el altruismo no es una palabra carente desentido para usted, si se esfuerza usted por aplicar ala cuestión social la rígida inducción del científico na-tural, se encontrará eventualmente en nuestras filas ytrabajará, se encontrará eventualmente en nuestras fi-las y trabajará, como lo hacemos nosotros, por el ad-venimiento de la revolución».15 (Recuérdese que, paraKropotkin, socialismo y anarquismo son teorías socia-les fundadas en la ciencia de la naturaleza).

Una argumentación similar utiliza Kropotkin paradirigirse a quienes aspiran a otras profesiones o a otrostipos de trabajos intelectuales. Al que desea dedicar-

15 Ibíd. Pág. 3.

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se a la investigación científica le dice: «Trataremos deentender primero qué es lo que usted busca al consa-grase a la ciencia. ¿Es solamente el placer —inmensosin duda— que nos proporciona el estudio de los mis-terios de la naturaleza y el uso de nuestras facultadesmentales? En tal caso le pregunto a usted, ¿en que sediferencia el científico que se dedica a la ciencia parapasar agradablemente su vida del borracho que tam-bién busca sólo una gratificación inmediata y la hallaen el vino? El científico ha escogido sin dudamás sabia-mente, puesto que ello le proporciona un placer másprofundo y duradero. Pero eso es todo. El borracho yel científico tienen el mismo objetivo egoísta: el delei-te personal».16 (¿Podría haberse hallado una compara-ción más hiriente para el sabio burgués, encerrado ensu torre de marfil?).

Los progresos de la ciencia, que Kropotkin será elúltimo en menospreciar, no sirven en la presenta so-ciedad sino o a una minoría privilegiada. Las grandesmasas humanas permanecen sumidas en la ignoranciay la superstición, y, por otra parte, los avances científi-cos no se aplican para nada a la solución de los múlti-

16 Ibíd. Pág. 4.

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ples problemas que las afectan (Véase Memorias de unrevolucionario — Madrid — 1973 — págs. 201-205).

Un entusiasta de la investigación científica, como esKropotkin, llega, por eso, a decir: «Al presente no ne-cesitamos ya seguir acumulando verdades científicas ydescubrimientos. Lo que ahora importa sobre todo esdiseminar las verdades antes de adquiridas, aplicarlasen la vida diaria, hacerlas de propiedad común. Tene-mos que hacer posible que toda la humanidad las asi-mile y las aplique, de manera que la ciencia, no siendoya un lujo, se convierta en la base de la vida cotidiana.La justicia así lo exige».

Pero el ideal de la torre de marfil es desechado porKropotkin no sólo en nombre de la justicia y de la so-ciedad sino también en nombre de la ciencia misma.En efecto, una investigación desvinculada del medioes estéril y carece de eco: «La ciencia sólo hace verda-deros progresos cuando sus verdades encuentran unambiente apto para recibirlas». (Hasta cierto punto,Kropotkin se acerca aquí al concepto marxista de lainvestigación científica).

Es necesario, pues, cambiar este estado de cosas enque el científico atesora para sí y pone al servicio deunos pocos los resultados de la ciencia, mientras casitodos los demás seres humanos viven igual que se vi-

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vía cinco o diez siglos atrás. Cuando se dé usted cuentade esto, —dice— habrá perdido el gusto por la cienciapura: «Se pondrá usted a trabajar para encontrar un ca-mino que conduzca a esta transformación, y si aportaa tal búsqueda la objetividad que ha guiado sus investi-gaciones científicas, adoptará necesariamente la causadel socialismo; pondrá fin al razonamiento sofístico yse unirá a nosotros».17

Al que desea cursar derecho y seguir la profesiónde abogado para luchar contra la injusticia le demues-tra que deberá atenderse a las leyes vigentes y que, deacuerdo con está, se verá obligado a dar la razón alpatrono que reclama la protección pública contra losobreros en huelga y tendrá que aceptar la justicia deuna sentencia que condena a un hambriento por ro-bar un trozo de carne. A éste le dice: «Si usted razona,en lugar de repetir lo que se le ha enseñado, si anali-za la ley y la despoja de la nube de ficciones que seha acumulado sobre ella para ocultar su origen, que esel derecho del más fuerte, y su subsistencia, que ha si-do siempre la consagración por su sangrienta historia,cuando haya comprendido esto, su desprecio por la leyserá sin duda profundo. Entenderá que, al seguir como

17 Ibíd. Pág. 5.

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esclavo de la ley escrita, se sitúa en oposición diaria ala ley de la conciencia y la negocia; y puesto que esteconflicto no puede seguir indefinidamente, tendrá us-ted que silenciar su conciencia y transformarse en unbribón o romperá con la tradición y trabajará junto anosotros por la abolición de toda injusticia, económica,social y política. Pero entonces será usted un socialista,será un revolucionario».18

Al que quiere ser ingeniero le demuestra que su es-fuerzo técnico ha de servir para enriquecer a tres ocuatro capitalistas y pata enfermar o matar a miles deobreros19; al que desea semaestro le hace ver que cuan-to enseñe a los niños en la escuela será neutralizadopor lo que se les inculca en el seno de la familia.20 Alque aspira a ser artista le revela que el sagrado fuegoque inspiró a músicos, poetas y pintores en el pasa-do se ha extinguido en la sociedad burguesa y que elarte se reduce a la mediocridad fotográfica y al lugarcomún.21

El trabajo intelectual sólo tiene, pues, para Kropot-kin, un sentido auténtico cuando se inserta en el con-

18 Ibíd. Págs. 7-8.19 Ibíd. Págs. 8-9.20 Ibíd. Págs. 9-10.21 Ibíd. Págs. 10-11.

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texto de la lucha revolucionaria y cuando se pone alservicio de las clases oprimidas.22 No deja de surgiraquí (1880), de todas maneras, la importancia que pue-den tener los intelectuales y especialmente los estu-diantes y graduados universitarios en la revolución(Cfr. John Vane, Reflections on the revolution in France— «Anarchy» — 89 — 1968 — pág. 195).

22 Ibíd. Págs. 11-15.

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El delito y la pena

Una de las más frecuentes objeciones que se sue-len presentar a la idea de una sociedad sin Estado esla necesidad de reprimir el delito, lo cual parece fun-ción inexcusable del gobierno. A esta objeción respon-de Kropotkin en una conferencia pronunciada en 1890,que titula Las Prisiones, donde analiza las siguientescuestiones: ¿Qué significa la palabra «culpable» y cuá-les son las causas del crimen y del delito? ¿se consiguecon las prisiones y con la pena de muerte el doble finque la sociedad se propone alcanzar: impedir la repe-tición del acto antisocial y corregir al culpable? Y, porúltimo, ¿puede considerarse justo el presidio?

Según Kropotkin tres series de causas contribuyen agenerar los actos anti-sociales, denominados crímenes:1) causas físicas (la geografía, el clima, etc.); 2) causasfisiológicas (una enfermedad o tara congénita del ce-

1 Las prisiones en El anarquismo, pág. 52.

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rebro, del sistema nervioso, del hígado, etc.); 3) causassociales.1 Es verdad que ciertos factores físicos, comoel calor y la humedad, aumentan los actos de violencia,según lo muestran las curvas de Ferri.2 Es verdad tam-bién que como ha de demostrado Lobroso, la mayoríade los criminales presentan algún defecto en la organi-zación de su cerebro. Sin embargo, difícilmente se de-duciría de esto que las solas causas físicas y fisiológicasbastan para explicar la criminalidad.3 Puede admitirseque todos los asesinos son idiotas o enfermos menta-les y los idiotas sean asesinos: «¡En cuántas familias,en cuántos palacios, sin hablar de las casas de cura-ción!, no encontramos idiotas que ofrecen los mismosrasgos de organización que Lombroso considera carac-terísticos de la “locura criminal!”».4 Toda la diferenciaentre éstos y los que fueron entregados al verdugo, noes sino la diferencia de las condiciones en que vivieron.Las enfermedades del cerebro pueden ciertamente fa-vorecer el desarrollo de una inclinación al asesinato.Pero éste no es obligado. Todo dependerá de las cir-cunstancias en que sea colocado el individuo que sufre

2 Ibíd. Págs. 52-55.3 Ibíd. Págs. 55-56.4 Ibíd. Pág. 56.

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una enfermedad cerebral.5 La causa suficiente, la úni-ca causa propiamente dicha, de toda conducta antiso-cial, es entonces, la sociedad misma. El medio físico yla herencia biológica predisponen, pero tales predispo-siciones no se materializan sino merced a las adecua-das circunstancias en que el sujeto vive y se desarro-lla. Más aún, las mismas predisposiciones hereditariasque conducen al delito pueden muchas veces, en unmedio social propicio, convertirse en fuentes de meri-torias conductas. No se trata de ahogar las malas pa-siones, como quería el cristianismo, sino de utilizarlasbrindándoles, un campo fecundo de actividad, comopretendía Fourier.6 Los espíritus más lúcidos de nues-tro siglo —concluye Kropotkin— reconocen que es lasociedad entera la responsable de los crímenes que ensu seno se cometen, porque así como tenemos parteen la gloría de nuestros genios y héroes, la tenemostambién en la culpa de nuestros delincuentes.7

Vale la pena transcribir, pese a su extensión, los pá-rrafos en que describe el medio, creado por la sociedadburguesa, donde se desarrollan los gérmenes de la ma-

5 Ibíd. Pág. 56.6 Ibíd. Págs. 57-61.7 Ibíd. Pág. 64.

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yoría de los crímenes y los delitos. «De año en año mi-llares de niños creen en la suciedad moral y materialde nuestras ciudades, entre una población desmorali-zada por la vida al día, frente a podredumbres y hol-ganza, junto a la injuria que inunda nuestras grandespoblaciones. No saben lo que es la casa paterna: su ca-sa es hoy una covacha, la calle mañana. Entran en lavida sin conocer un empleo razonable de sus juvenilesfuerzas. El hijo del salvaje aprende a cazar al lado desu padre; su hija aprende a mantener en orden la míse-ra cabaña. Nada de esto hay para el hijo del proletario,que vive en el arroyo. Por la mañana el padre y la ma-dre salen de la covacha en busca de trabajo. El niñoqueda en la calle; no aprende ningún oficio, y si va ala escuela, en ella no le enseñan nada útil. No esta malque los que habitan en buenas casas, en palacios, gri-ten contra la embriaguez. Más yo les diría; Si sus hijos,señores, crecieran en las circunstancias que rodean alhijo del pobre, ¡cuántos de ellos no sabrían salir de lataberna! Cuando vemos crecer de este modo la pobla-ción infantil de las grandes ciudades, solamente unacosa nos admira: que tan pocos de aquellos niños sehagan ladrones o asesinos. Lo que nos sorprende es laprofundidad de los sentimientos sociales de la humani-dad de nuestro siglo, la hombría de bien que reina en el

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callejón más asqueroso. Sin eso, el número de los quedeclaran la guerra a las instituciones sociales sería mu-cho mayor. Sin esa hombría de bien, sin esa aversióna la violencia, no quedaría piedra sobre piedra de lossuntuosos palacios de nuestras ciudades. Y de otro la-do de la escala, ¿qué ve el niño que crece en el arroyo?Un lujo inimaginable. Insensato, estúpido. Todo —esosalmacenes lujosos, ese literatura que no cesa de hablarde riqueza y de lujo, ese culto del dinero—, todo tiendea desarrollar la sed de riqueza, el amor al lujo vanido-so, la pasión de vivir a costa de los otros, de disfrutarel producto del trabajo de los demás. Cuando hay ba-rrios enteros en los que cada casa le recuerda a uno queel hombre continúa siendo animal, aun cuando ocultesu animalidad bajo cierto aspecto; cuando el lema es:¡Enriquézcanse; aplasten cuanto encuentren a su paso,busquen dinero por todos los medios, excepto por elque conduce al tribunal!; cuando todos, del obrero ar-tesano, oyen decir todos los días que elídela es hacetrabajar a los demás y pasar la vida holgando; cuan-do el trabajo manual es despreciado, hasta el punto deque nuestras clases directores prefieren hacer gimna-sia a tomar en la mano una sierra o una pala; cuandola mano callosa es considerada señal de inferioridad,y un traje de seda significa superioridad; cuando, por

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último, la literatura sólo sabe desarrollar el culto de lariqueza y predicar el desprecio al “utopista” y al soña-dor que las desdeña; cuando tantas causas trabajan pa-ra inculcarnos instintos malsanos, ¿quién es capaz dehablar de herencia? La sociedad misma fabrica a diarioesos seres incapaces de llevar una vida honrada de tra-bajo, esos seres imbuidos de sentimientos antisociales.Y hasta los glorifica cuando sus crímenes se ven coro-nados con el éxito, enviándolos al cadalso o a presidiocuando lo

Aun reconociendo en Lombroso el mérito de haberseñalado con claridad una serie de hechos capaces decontribuir a la comprensión del delito, Kropotkin re-chaza su teoría del delincuente nato y, como los mar-xistas, considera que la conducta antisocial no se pue-de explicar, en definitiva, sino por causas sociales.8Una vez establecido esto, resulta natural que nieguetambién, en oposición a Lombroso (cuyas ideas se ha-llaban entonces en el apogeo de su prestigio científico),el derecho de la sociedad a tomar medidas contra quie-nes presentan defectos de organización o taras heredi-tarias, a eliminar a los individuos de cerebro enfermoo de brazos más largos que lo corriente.

8 Ibíd. Pág. 66.

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Más aún, Kropotkin desconoce asimismo, y en estova sin duda más allá que los marxistas y otros socialis-tas de la época, el derecho de la sociedad a encarcelara los delincuentes.

En efecto, la pena sólo podría tener, para él, la doblefinalidad de evitar delitos y de corregir al delincuente.En ningúnmemento reconoce, como la Escuela clásica,fundada por Carrara, el concepto de la tutela jurídicay la teoría retributiva, y descarta totalmente la idea dela poca como vindicta social.9

Ahora bien, de aquellas únicas dos posibles finalida-des las prisiones no cumplen ninguna. En primer tér-mino, lejos de prevenir futuros delitos, la prisión losgenera. Quien ha estado en la cárcel vuelve frecuente-mente a ella. Según informes oficiales, la mitad de losreos juzgados por el Tribunal Supremo de Francia y lasdos quintas partes de los sentenciados por la policíacorreccional son reincidentes. Si a éstos sumamos losque emigran, cambian su identidad o logran ocultar-se después de haber cometido un nuevo delito, podríasospecharse que prácticamente todos los ex-convictosreinciden. Pero la cosa no para aquí. Todos los crimina-les convienen en que el acto por el cual un reo vuelve

9 Ibíd. Pág. 69.

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a la cárcel es siempre más grave que el que antes habíallevado a cabo.10

Por otra parte, el número de hechos antisociales odelitos permanece más o menos estable, no aumentoni disminuye notablemente con la variación de las pe-nas o el agravamiento de las sanciones. Y los cambiosintroducidos en el sistema penitenciario, tampoco dis-minuyen la reincidencia. Lo cual resulta lógico e inevi-table, —concluye Kropotkin— si se considera que «laprisión mata en el hombre todas las cualidades que lohace más propio para la vida en sociedad» y lo con-vierte «en un ser que, fatalmente, deberá volver a lacárcel, y que expirará en una de esas tumbas de piedrasobra las cuales se escribe:Casa de Corrección, y quelos mismo carceleros llamas casa de corrupción».11 Pe-ro además, lejos de mejorar al delincuente, la prisiónlo empeora. La ociosidad y el trabajo forzado hacende él un ser rutinario, lo deshumanizan y degradan:«Mientras que toda la humanidad trabaja para vivir, elhombre que se ve obligado a hacer un trabajo que nole sirve para nade se siente fuera de la ley. Y si más

10 Ibíd. Págs. 37-38.11 Ibíd. Págs. 38-39.

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adelante trata a la sociedad como desde fuera de la ley,no acusemos a nadie, sino a nosotros mismos».12

La privación de las relaciones con sus mujeres y pa-rientes contribuyen asimismo en empeorar el caráctermoral de los presos: «Así es que la mejor influencia aque el preso podía ser sometido, la única que podríatraerla de fuera un rayo de luz, un elemento más dulcede vida, las relaciones con sus parientes, le es sistemá-ticamente arrebatada».13

La monotonía de la vida carcelaria atrofia los mejo-res elementos del organismo y de la psique en el pri-sionero. La energía física desaparece poco a poco y elrecluso vive una vida de letargo, semejante a la de quie-nes deben invernar en regiones árticas. Disminuye asi-mismo la energía intelectual. El cerebro del recluso notiene ya fuerza para una atención sostenida; su pensa-miento se hace más lento y menos profundo, gracias ala falta de impresiones.14

En general, los delincuentes son individuos que ca-recen de una fuerte voluntad, que fueron incapaces deresistir las tentaciones o de dominar una pasión. Pe-

12 Ibíd. Pág. 43.13 Ibíd. Pág. 45.14 Ibíd. Pág. 45.

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ro la cárcel, lejos de contribuir a un fortalecimientode la voluntad, es el medio ideal para debilitar más to-davía, precisamente porque el preso no tiene en ellaocasión de ejercitarla y de obrar libremente: «El hom-bre no puede elegir entre dos acciones; las escasísimasocasiones que se le ofrecen de ejercer su voluntad, sonexcesivamente cortas: toda su vida fue regulada y or-denada de antemano; no tiene que hacer sino seguir lacorriente, obedecer so pena de duros castigos. En talescondiciones, toda voluntad que pudiera tener antes deentrar en la cárcel, desaparece».15

En su juventud, ya había tendido Kropotkin ocasiónde investigar la situación de las prisiones de Siberia,por encargo del general Kubel, y de comprobar hastaqué punto era exacta la descripción de Dostoievski enLa casa de los muertos (Cfr. Woodcock y Avakumovic,op. cit. págs. 55-57).

Más tarde, su propia experiencia como prisioneroen Clairvaux confirma con harta elocuencia, sus ideasacerca del efecto degradante de toda prisión. Sobre talexperiencia escribió en The Nineteenth Century. «Conéste y los anteriores ensayos sobre las prisiones ru-sas compiló durante los meses siguientes (a su salida

15 Ibíd. Págs. 45-46.

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de Clairvaux) un libro titulado En las prisiones rusas yfrancesas, en el cual no sólo da un relato muy objetivode sus propias dilatadas experiencias de las cárceles,como investigador en Siberia y como prisionero en di-versos establecimientos, sino que expresa también suconvicción de que ninguna reforma puede eliminar elintrínseco perjuicio mental y espiritual del encarcela-miento y de que la única solución real es la aboliciónde las prisiones y una comprensión humana de los cri-minales» (Woodcock y Avakumovic, op. cit. pág. 197).

En el opúsculo El terror en Rusia, escrito más tar-de para dar a conocer «cuál es el estado de la Rusiaactual: cuál la represión que se emplea por parte desus gobiernos, y el estado de corrupción y encanalla-miento de sus autoridades y policías», reúne una grancantidad de precisos y aterradores datos acerca del ha-cinamiento y la miseria de las prisiones, los suicidiosque en ellas se producen, las ejecuciones capitales (yla «ley de fuga»), las torturas en sus múltiples formas,la participación oficial de la policía en la provocacióny en los mismos delitos, la represión y la violencia gu-bernamental, en los últimos años del Imperio de losZares. Complementa así con hechos más recientes loexpuesto en la obra antes mencionada (En las prisionesrusas y francesas).

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Kropotkin no propone ningún sustituto para las pri-siones, ni admite la idea, propiciada por muchos filán-tropos de su época, de convertirlas en casas de cura-ción, confiadas a médicos y maestros: «La prisión pe-dagógica, la casa de salud, serían infinitamente peoresque las cárceles y presidios de hoy». Para él, toda rege-neración del delincuente debe basarse en el ejerciciode la libertad y de la solidaridad: «La fraternidad hu-mana y la libertad son los únicos correctivos que hayque oponer a las enfermedades del organismo humanoque conducen a lo que se llama crimen».16

De todas maneras, más que de corregir al delincuen-te, se trata de prevenir o, mejor dicho, de hacer impo-sible el delito.

Como ya lo había sugerido W. Morris en News fromNowhere, sostiene que una gran mayoría de los actosantisociales que se cometen al presente son delitoscontra la propiedad. En una sociedad donde la propie-dad privada no exista tales delitos carecerán de objetoy de sentido. En una sociedad donde todos reciban ade-cuada educación, donde no existan clases sociales nigobierno y donde, por tanto, todos se sientan iguales

16 Ibíd. pág. 58.

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y libres, la mayor parte de los delitos serán ahogadosen germen.

Resumiendo, dice, pues, Kropotkin: «La prisión noimpide que los actos antisociales se produzcan; por elcontrario, aumenta su número. No mejora a los quevan a parar a ella. Refórmesela tanto como se quiera,siempre será una privación de libertad, una medio fic-ticio como el convento, que torna al prisionero cadavez menos propio para la vida en sociedad. No con-sigue lo que se propone. Mancha a la sociedad. Debedesaparecer. Es un resto de barbarie, con mezcla defilantropismo jesuítico, y el primer deber de la Revolu-ción será derribar las prisiones, esos monumentos dela hipocresía y de la vileza humana. En una sociedadde iguales, en un medio de hombres libres, todos loscuales hayan recibido una sana educación y se sosten-ganmutuamente en todas las circunstancias de su vida,los actos antisociales no podrán producirse. El gran nú-mero no tendrá razón de ser, y el resto será ahogadoen germen. En cuanto a los individuos de inclinacio-nes perversas que la sociedad actual nos legue, debernuestro será impedir que se desarrollen sus malos ins-tintos. Y si no lo conseguimos, el correctivo, honrado ypráctico, será siempre el trato fraternal, el sostén mo-ral que encontrará de parte de todos, la libertad. Es-

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to no es utopía, esto se hace ya individuos aislados, yesto se tornará práctica general. Y tales medios seránmás poderosos que todos los códigos, que todo el ac-tual sistema de castigos, esa fuente siempre fecundaen nuevos actos antisociales, en nuevos crímenes».17

Como bien lo expresa Avrich, en el artículo «Kropot-kin», escrito para la última edición (1974) de la Enciclo-pedia Británica (pág. 538), «…Kropotkin…propugnabauna entera modificación del sistema penal. Decía quelas cárceles eran “escuelas del crimen” que, en vez dereformar al delincuente, lo sujetaban a castigos embru-tecedores y lo endurecían en sus instintos criminales.En el mundo futuro de los anarquistas, fundado en laayuda mutua, la conducta antisocial no sería encara-da mediante leyes o cárceles, sino por la comprensiónhumana y la presión moral de la comunidad». («Re-construir», No. 99).

Tonny Gibson (Anarchism and crime, «Anarchy»,57, pág. 330), siguiendo las huellas de Kropotkin, haseñalado recientemente que una concepción racionalde delito no es la que propicia la segregación de lasconductas desviadas sino la tolerancia de las mismas:algunas de ellas, en efecto, pueden ser actualmente be-

17 Ibíd. págs. 71-72.

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néficas; otras a-sociales pero útiles, como una señal depeligro que indica los desajustes del proceso social. Entodo caso, se trata de curar un sistema insano, antesque los efectos insanos que éste produce. En todo ca-so, para Kropotkin, ni el privar a un hombre de su li-bertad, reduciéndolo a prisión, está moralmente justi-ficado, ni las prisiones sirven en absoluto para aquelloque sus defensores creen que sirven (Cfr. P. Ford, Pri-sons, A Case for their abolition, «Anarchy», 87, 1968,pág. 136).

Aun cuando Kropotkin reconoce que el criminal dealguna manera debe ser «corregido» (y, en tal sentido,se vincula a una larga línea de pensadores que va des-de Platón a los krausistas), no admite en absoluto lalegitimidad del «ius puniendi». En esto se muestra deacuerdo con la mayoría de los anarquistas que, antes ydespués de él, se ocuparon del tema; pero también conotros autores que, sin ser en rigor anarquistas, cuestio-nan los fundamentos mismos del derecho penal.

Entre todos ellos, son notorios los casos deHamon (De la definition du crime, «Archives del’Anthropologie criminelle», 1893) y de Malato (Philo-sophie de l’anarchie, 1897).

El fundador de la «Freie Volksbühne» y autor de DieReligion der Freude (1898), Faustischer Monismus (1907)

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y Gemeinschaftsgeit und Persönlichkeit (1920), BrunoWille, considera que el hombre, naturalmente bueno,sólo delinque por la presión que sobre él ejerce el me-dio social, y que, cuando efectivamente se da un cri-men, no es la sociedad o el Estado quien debe castigar-lo. Sin embargo, la sociedad debe dejar libre campo ala reacción de sus miembros, que en determinados ca-sos, se sienten compelidos a castigar por sí mismos undelito (ley de Lynch).

También están esencialmente de acuerdo con Kro-potkin, Emile Girardin (Droit de punir, París, 1871) yLuis Molinari (Il tramonto del Diritto penale, Mantua,1904). El primero, después de desconocer a la sociedadel derecho de castigar, niega, como el mismo Kropot-kin, la utilidad de la pena. El segundo llega a considerarel delito como una quimera.

Pero elmás radical negador de la licitud del castigo yde la pena es León Tolstoi. En nombre de un cristianis-mo que quiere ser literalmente fiel al Evangelio, el grannovelista ruso predica la no resistencia al mal, y niega,en consecuencia, el derecho del Estado a juzgar o a cas-tigar a nadie (La Sonata de Kreuzer. Resurrección, etc.).Las ideas por él puestas en boca de algunos personajesson luego doctrinariamente fundadas y desarrolladaspor sus seguidores, como Clarence Darrow (Crime, its

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causes and treatement, 1907) y AlejandroGoldenweiser(Le crime comme peine, la peine comme crime, 1904).

Otro gran novelista, Anatole France, desde un puntode vista bastante diferente al de Tolstoi, como epicúreoy no como cristiano, utilizando la ironía piadosa y no lacompasión evangélica, llega a parecidas conclusiones(Crainquebille. Las prisiones de Jerónimo Coignard, Ellirio rojo. El jardín de Epicuro, etc.).

Las tesis de Kropotkin (o los de autores anarquistasque le precedieron) en torno al delito y a la pena tuvie-ron gran influencia en DoradoMontero y su «Derechoprotector de los criminales» (Cfr. M. de Rivacoba y Ri-vacoba, El centenario del nacimiento de Dorado Monte-ro, Santa Fe, 1962). (Para todo lo que antecede cfr. LuisJiménez de Asúa, Tratado de Derecho pena, II, BuenosAires, 1950, págs. 19-27).

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El arte y la literatura

No podemos acabar la exposición del pensamientode Kropotkin sin referirnos a sus ideas sobre el arte yla literatura. Las mismas no se encuentran sistemática-mente expuestas en una obra sino más bien dispersasen diversos libros y folletos, algunos de los cuales he-mos examinado ya.

Pintor y músico aficionado, poeta y narrador ensu adolescencia, gran lector de versos y novelas, co-nocedor profundo de las literaturas rusa y europeo-occidental, Kropotkin aborda los problemas estéticoscon una amplia experiencia personal y una cultivadasensibilidad.

A diferencia de Bakunin, que no confía en la capaci-dad del arte para cambiar las estructuras sociales ni enla fuerza revolucionaria de una literatura comprome-tida, Kropotkin, como veremos, cree en ello y exhortaal artista de su época a abrazar la causa socialista y losideales de la revolución.

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En el folleto A los jóvenes escribe: «Tú, en fin, jo-ven artista, escultor, pintor, poeta, músico, ¿no has ob-servado que el sagrado fuego que inspiró a tus prede-cesores está ausente en los hombres de hoy? ¿que elarte es lugar común y que la mediocridad reina? ¿Po-dría ser de otra manera? El gozo de volver a descubrirel mundo antiguo, de ser revigorizado por las fuentesde la naturaleza, que creó las obras de arte de Renaci-miento, no existe ya para el arte de nuestros tiempos;el ideal revolucionario lo ha dejado frío hasta ahoray, al necesitar un ideal, piensa que lo ha encontradoen el realismo, cuando éste apenas fotografía en colorla gota de rocío en la hoja de plata, imita los múscu-los de la pata de una vaca o describe minuciosamenteen prosa y verso la sofocante mugre de un albañil oel tocador de una cortesana. Pero, si esto es así, dirás,¿qué se ha de hacer? Si el sagrado fuego que preten-des tener —contesto— no es nada mejor que una me-cha humeante, entonces seguirás adelante haciendo loque has estado haciendo, y tu arte degenerará prontoen oficio de decorador de almacenes o de proveedor delibretos para operetas de tercera categoría y de cuen-tos para los aniversarios navideños; la mayor parte deti corre ya cuesta abajo a todo vapor. Pero, si tu cora-zón late realmente al unísono con el de la humanidad,

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si como un verdadero poeta prestas oído a la vida, en-tonces, en medio de este mar de angustia cuya mareacrece en torno a ti, en medio de esa gente que muerede hambre, de esos cuerpos amontonados de las mi-nas y esos cadáveres mutilados yaciendo a montonesen las barricadas, de esas procesiones de exiliados quemarchan a enterrarse en las nueves de Siberia y en lasplayas de las islas tropicales, enmedio de esta supremabatalla, de los gritos de dolor de los conquistados y lasorgías de los vencedores, del heroísmo en conflicto conla cobardía, de la noble determinación enfrentándoseal mal, tú no puedes permanecer neutral; ¡vendrás y to-marás el partido de los oprimidos, porque saber que lobello y lo sublime —como tú mismo— está del lado deaquellos que luchan por la luz, por la humanidad, porla justicia!».1

El juicio que a Kropotkin le merece el arte burguéses bastante claro: se trata de un arte que ha degeneradoen la misma medida que la sociedad donde se produce.En el presente, pues, sólo la revolución puede dar sen-tido y vida al arte. Si desde un punto de vista ético laapelación a poetas, músicos y pintores para que abra-cen la causa del socialismo no fuera suficiente, desde

1 An appeal to the young, págs. 10-11.

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el mismo punto de vista estético el llamado resulta pe-rentorio. Kropotkin entiende, pues, el arte de nuestrotiempo como un arte «comprometido».

Más aún, como dice André Reszler (La estética anar-quista, México, 1974, pág. 56), «Kropotkin es proba-blemente el primer jefe revolucionario que plantea entérminos “modernos” la cuestión del compromiso delartista. Y probablemente el único en comprender quesi el compromiso ha de tener un sentido, debe estarfundado en la reciprocidad consciente de las aportacio-nes. Al militante, el artista aporta la garantía, la legiti-mación de la causa socialista. Al artista, la revoluciónle promete superar las dificultades para vivir y paracrear».

Este compromiso no es, desde luego, con un partido,ni implica ninguna forma de «realismo socialista». Co-mo se ve por el citado fragmento, el realismo fotográ-fico es, en todo caso, para Kropotkin, un modo típicodel arte decadente de la burguesía. Aunque cita a Zolavarias veces en apoyo de determinadas ideas propias,no siente ninguna simpatía por su novelística natura-lista que reduce el realismo de Balzac a una «simpleanatomía de la sociedad» (Palabras de un rebelde, cita-do por Reszler). Desea, en cambio, para el realismo unamayor elevación, y, sobre todo, una subordinación al

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ideal, es decir, a los valores éticos que, para él, encarnael socialismo. Esto explica el juicio altamente laudato-rio que en su Russian Literature le merece la obra deTolstoi.

En efecto, aunque Kropotkin no llega a sostener, co-mo Bakunin, que el arte es superior a la ciencia, here-da de él el culto romántico de lo desconocido, la pa-sión dionisíaca por lo maravilloso y por lo fantásticorevolucionario. El hombre actual —piensa— alienado ydisminuido en su ser hombre, no es capaz de aprehen-der el futuro, pero puede arrancarle, al sublevarse, al-gunos pequeños fragmentos (Cfr. A. Reszler, op. cit.pág. 57). El arte es, para Kropotkin, un hacer, pero unhacer creativo, que sólo puede realizarse plenamentedentro de una comunidad de hombres libres, y no enuna sociedad como la capitalista burguesa, signada porla explotación del trabajo y por la opresión estatal.

En este sentido, son para él ejemplos insuperablesde creatividad los productos del arte y de la literatu-ra de las libres ciudades griegas y de las fraternalescomunas del Medioevo.

En lo que se refiere particularmente a la pintura, laarquitectura y la poesía medievales concuerda Kropot-kin en parte con Ruskin y con los pre-rafaelistas, y entodo con William Morris. Baste tener en cuenta un pa-

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saje, como éste, de El apoyo mutuo: «La nueva direc-ción tomada por la vida humana en la ciudad de laEdad Media tuvo enormes consecuencias en el desa-rrollo de toda la civilización. A comienzos del siglo XI,las ciudades de Europa constituían solamente peque-ños grupos de miserables chozas, que se refugiaban al-rededor de iglesias bajas y deformes, cuyos constructo-res apenas si sabían trazar un arco. Los oficios, que sereducían principalmente a la tejeduría y a la forja, sehallaban en estado embrionario; la ciencia encontrabarefugio sólo en algunos monasterios. Pero trescientoscincuenta años más tarde el aspecto mismo de Europacambio por completo. La tierra estaba ya sembrada dericas ciudades, y estas ciudades se hallaban rodeadaspor muros dilatados y espesos que se hallaban ador-nados por torres y puertas ostentosas, cada una de lascuales constituía una obra de arte. Catedrales conce-bidas en estilo grandioso y cubiertas por numerososornamentos decorativos elevaban a las nubes sus al-tos campanarios, y en su arquitectura se manifestabantal audacia y tal pureza de forma vanamente nos es-forzamos en alcanzar en la época presente».2 Aunqueno hubiera habido en la época de las ciudades libres

2 El apoyo mutuo, págs. 214-215.

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otro arte que la arquitectura y otros monumentos quelas catedrales, con ello sobraría para poder decir quedicha época «fue la del máximo florecimiento del inte-lecto humano durante todos los siglos del cristianismohasta el fin del siglo XVIII».3

El entusiasmo y la admiración que aquel arte, sur-gido en el seno de comunidades libres y fraternales,provoca en él parece no tener parangón dentro del con-junto de sus valoraciones estéticas: «Y nuestro asom-bro aumenta a medida que observamos en detalle laarquitectura y los ornatos de cada una de las innú-meras iglesias, campanarios, puertas de las ciudadesy casas consistoriales, diseminadas por toda Europa,empezando por Inglaterra, Holanda, Bélgica, Franciae Italia, y llegando, en el Este, hasta Bohemia y hastalas ciudades de la Galitzia polaca, ahora muertas. Nosolamente Italia —madre del arte— sino toda Europaestaba repleta de semejantes monumentos. Es extraor-dinariamente significativo, además, el hecho de que,de todas las artes, la arquitectura —el arte social porexcelencia— alcanzara en esta época el más elevadodesarrollo. Y realmente tal desarrollo de la arquitectu-ra fue posible sólo como resultado de la sociabilidad

3 Ibíd. pág. 216.

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altamente desarrollada en la vida de entonces. La ar-quitectura medieval alcanzó tal grandeza no sólo por-que era el desarrollo natural de un oficio artístico, co-mo insistió sobre esto justamente Ruskin; no solamen-te porque cada edificio y cada ornato arquitectónicofueron concebidos por hombres que conocían por laexperiencia de sus propias manos cuáles efectos artís-ticos pueden producir la piedra, el hierro, el bronce osimplemente las vigas y el cemento mezclado con gui-jarros; no sólo porque cada monumento era el resulta-do de la experiencia colectiva reunida, acumulada encada arte u oficio: la arquitectura medieval era grandeporque era la expresión de una gran idea. Como el ar-te griego, surgió de la concepción de la fraternidad yunidad alentada por la ciudad. Poseía una audacia quepudo ser lograda sólo merced a la lucha atrevida de lasciudades contra sus opresores y vencedores; respirabaenergía, porque toda la vida de la ciudad estaba im-pregnada de energía. La catedral o la casa consistorialde la ciudad encarnaba, simbolizaba, el organismo enel cual cada albañil y picapedrero eran constructores.El edificio medieval nunca consistía el designio de unindividuo, para cuya realización trabajan miles de es-clavos desempeñando un trabajo determinado por unaidea ajena: toda la ciudad tomaba parte en su construc-

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ción. El alto campanario era parte de un gran edificio,en el que palpitaba la vida de la ciudad; no estaba colo-cado sobre una plataforma que no tenía sentido, comola torre Eiffel de París; no era una construcción falsa,de piedra, erigida con objeto de ocultar la fealdad de laarmazón de hierro que le servía de base, como fue he-cho recientemente en el Tower Bridge, Londres. Comola Acrópolis de Atenas, la catedral de la ciudad medie-val tenía por objeto glorificar las grandezas de la ciu-dad victoriosa; encarnaba y espiritualizaba la unión delos oficios; era la expresión del sentido de cada ciuda-dano, que se enorgullecía de su ciudad puesto que erasu propia creación. No raramente ocurría también quela ciudad, habiendo realizado con éxito la segunda re-volución de los oficios menores, comenzara a construiruna nueva catedral con objeto de expresar la uniónnueva, más profunda y más amplia que había apare-cido en su vida».4

Kropotkin pone de relieve la precariedad de los me-dios con que las grandes obras de la arquitectura me-dieval fueron realizadas y enfatizadas el hecho de quecada corporación ofrendara para el monumento co-mún su parte de piedra, de genio y de trabajo. «Ca-

4 Ibíd. págs. 216-217.

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da guilda —dice— expresaba en ese monumento susopiniones políticas, refiriendo en la piedra o el bron-ce, la historia de la ciudad, glorificando los principiosde Libertad, Igualdad y Fraternidad, ensalzando a losaliados de la ciudad y condenando al fuego eterno asus enemigos». Más aún —añade—, «cada guilda ex-presaba su amor al monumento común ornándolo ri-camente con ventanas y vitrales, pinturas “con puertasde iglesias dignas de ser las puertas del cielo” —segúnla expresión de Miguel Angel— o con ornatos de pie-dra en todos los más pequeños rincones de la construc-ción».5

El arte más puro y elevado es así, para Kropotkin,creación colectiva, obra de fraternidad y de libertad,expresión de ideales comunes y de común amor. Poreso, no se da sino allí donde florecen las ciudades li-bres y las comunas, allí donde no hay servidumbre niexplotación del hombre por el hombre, allí donde elacuerdo y la ayudamutua han hecho desaparecer el Es-tado. Trabajar por perfección y la sublimación del artequiere decir entonces, necesariamente, trabajar por larevolución, que hará posible una sociedad sin clases ysin gobierno.

5 Ibíd. pág. 218.

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Cuando emprende el estudio de la literatura rusano lo hace sólo porque encuentre en ella «una fuen-te abundante de pensamientos originales» y «una ri-queza y una frescura que no se encuentran en igualmedida en otras literaturas, más antiguas» o porquela considere «dotada de una seriedad y de una senci-llez de expresión que la hacen particularmente agrada-ble al espíritu cansado de los artificios literarios» sinotambién —y sobre todo— porque ella «tiene la carac-terística de introducir en el dominio del arte —en elpoema, en la novela, en el drama— casi todos los pro-blemas sociales y políticos que en la EuropaOccidentaly en América, por lo menos en nuestra presente gene-ración, son objeto de discusiones en las obras políticasdel día y raramente en la literatura».6

La razón de esto último la encuentra Kropotkin enel hecho de que Rusia carezca de una vida política, locual significa que «los rusos jamás tuvieron oportuni-dad de tomar parte activa en la formación de las ins-tituciones de su país». Por tal motivo, «los cerebrosmás privilegiados eligieron el poema, el cuento, la sá-tira o la crítica literaria como medios de expresar sus

6 Los ideales y la realidad en la literatura rusa, Buenos Aires,1926 (traducción de Salomón Resnick), pág. 9.

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aspiraciones, sus conceptos de la vida nacional o susideales».7

A través de su estudio de la literatura rusa (la del si-glo XIX, sobre todo), intenta, pues, analizar y dar a co-nocer «los ideales políticos, económicos y sociales delpaís, las aspiraciones de aquellas partes de la sociedadrusa llamadas a hacer historia».8

Ya al referirse a las crónicas de la medieval repúblicade Pskov, advierte que están impregnadas de espíritudemocrático y relatan las luchas entre ricos y pobres,entre blancos y negros.9 Desde sus mismo orígenes ha-lla presente, pues, en la literatura rusa, la lucha de cla-ses.

Pero, junto a la lucha de clases, señala asimismo, altratar de la literatura medieval, el proceso de centra-lización estatal que, partiendo de Moscú, tiende a ab-sorber las diversas repúblicas y ciudades libres, en unesfuerzo análogo al que cumplen en Francia Luís XI.Tal proceso se revela en el cambio que experimentanlos cantos populares: «La frescura y la energía juvenilde la primitiva poesía desaparecieron para siempre. La

7 Ibíd. pág. 10.8 Ibíd. pág. 10.9 Ibíd. pág. 11.

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tristeza, la melancolía y la resignación se convirtieronen rasgos dominantes del folklore ruso. Los ataquesconstantes de los tártaros, que aprisionaban aldeas en-teras arrastrándolas a las estepas de la Rusia meridio-nal; las incursiones de los bascaros, quienes gravabancon enormes tributos y se conducían como conquista-dores en un país vencido; las cargas que se imponían alpueblo en virtud del creciente Estado militarista; todoeso se reflejaba en las canciones populares, impregnán-dolas de una honda tristeza de la cual no se han libra-do desde entonces. Al propio tiempo los alegres cantosde la fiesta de la antigüedad y los poemas épicos de losbardos ambulantes fueron severamente prohibidos, ylas personas que se atrevían a cantarlos eran brutal-mente castigados por la Iglesia, que veía en ellos nosólo un recuerdo del pasado pagano, sino también, unposible paso hacia una alianza con los tártaros».10

No deja de mostrar Kropotkin su simpatía por loscismáticos del siglo XVII (en la medida en que éstosse oponían a las aspiraciones papales y a la tremen-da ambición de poder del patriarca Nikón) y consideraque las Memorias del sacerdote Avakum, deportado aSiberia y luego muerto en la hoguera en 1681, «por

10 Ibíd. Págs. 23-24.

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su sencillez, seriedad y carencia de toda clase de he-chos sensacionales, siguen siendo el prototipo de lasmemorias rusas hasta hoy en día».11

En el siglo XVIII pone de relieve principalmente laobra científico-literaria de Lamonosov, las comediasde Von Visin, la labor progresista del masón Novicovy del escritor político Radischtchev.

El estudio del siglo XIX lo inicia con la Historia delEstado ruso de Karamzin, «obra maestra», escrita «enun estilo brillante», pero «reaccionaria por su espíri-tu»12, y con los poemas del decembrista Rileiev algunode los cuales «aunque sigue despertando en cada gene-ración el mismo amor por la libertad y el mismo odiocontra la opresión».13

Puschkin tiene, para Kropotkin, el extraordinariomérito de haber creado la lengua literaria rusa, libe-rando al mismo tiempo a la literatura de su país delestilo ampuloso y teatral que en ella imperaba. Exal-ta su fuerza de creación poética, su genial capacidadde describir los hechos de la vida cotidiana o los senti-mientos del hombre corriente de manera tal que el lec-

11 Ibíd. Pág. 27.12 Ibíd. pág. 38.13 Ibíd. pág. 42.

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tor vuelve a vivirlos en sí. Considera como indudableprueba de su genio poético su capacidad para recons-truir y dar vida a toda una época histórica con esca-sísimos materiales. «Por lo demás —añade— la fuerzade Puschkin estaba en su profundo realismo, ese rea-lismo, en el buen sentido de la palabra, que el fue elprimero en implantar en Rusia». Pero estaba también«en la amplia sensibilidad humanitaria de que estánimpregnadas sus mejores producciones, en su alegríade vivir y en su respeto por la mujer».14 Por otra parte,a pesar de reconocer en el autor de Eugenio Onmiéguin«un estilo tan sereno y suave, con tal profusión de imá-genes que no tiene simular en la literatura europea»15,lo considera superficial en sus ideas, con perspectivassociales limitadas, que sólo hacia el final de su vida pa-rece ampliarse. «Pero precisamente en ese punto dela evolución de su genio —dice— su carrera tuvo unfin prematuro».16 En síntesis: «la forma bella, la expre-sión feliz, el dominio incomparable de la versificacióny del ritmo con sus rasgos característicos, pero no labelleza de las ideas. En la poesía, empero, buscamos ge-

14 Ibíd. pág. 50.15 Ibíd. pág. 44.16 Ibíd. pág. 51.

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neralmente la inspiración superior, las ideas sublimesque nos ayuden a ser más buenos».17

De esta manera, diferencia Kropotkin claramentedos aspectos de la obra poética: la forma y el fondo.La belleza de las ideas aparece como lo característicosdel fondo y como elemento esencial de toda gran obraliteraria. Ahora bien, esta belleza no es otra cosa másque su elevación moral. Pero lo moral o lo ético, porsu parte, no debe ser entendido, según vimos, sino co-mo una constante lucha por la libertad y por la justicia(considerada como igualdad). Ahora bien, no puede lu-char por la libertad y por la igualdad quien desconocela vida del pueblo y de las clases oprimidas. He aquí,en definitiva, la clave de los juicios literarios de Kropot-kin que, como él mismo reconoce, se ubican en la líneade los grandes críticos rusos que le precedieron, comoBielinski, Chernischevski, Dobroliubov y Pisarev.18

En Lermontov, a quien considera en ciertos aspec-tos superior a Pushckin aprecia Kropotkin la musicali-dad del verso, pero sobre todo el «humanismo», el cualse revela tanto en su rebeldía contra las crueldades deIván el Terrible como una concepción del patriotismo,

17 Ibíd. pág. 44.18 Ibíd. Pág. 10.

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que no implica amor alguno hacia la Rusia oficial ohacia la fuerza militar del imperio y que no le impidedemostrar una honda simpatía hacia los habitantes delCáucaso, empelados en la heroica defensa de su propialibertad contra los invasores rusos.19

Gogol, cuya influencia considera Kropotkin colosaly perdurable, no es, para él, un pensador profundo, pe-ro sí un gran artista. Su obra representa ciertamenteun puro realismo, pero está impregnada «del deseo decrear algo bueno, y grande para la humanidad».20 Enespecial, sus descripciones de la vida de los campesi-nos constituyen un alegato poderoso contra la insti-tución de la servidumbre y resulta indudable que susescritos introducen «en la literatura rusa el elementosocial y la crítica social», precisamente porque están«basados en el análisis de las condiciones en que seencontraba entonces Rusia».21

Al tratar del realismo de Gogol no puede dejar, porotra parte, de confrontarlo con el naturalismo de Zo-la, que estaba en aquella época (1901) en su momen-to de mayor auge. Para él, «el realismo no puede li-

19 Ibíd. pág. 58.20 Ibíd. pág. 82.21 Ibíd. pág. 83.

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mitarse al análisis de la sociedad», sino que debe po-nerse al servicio de ideales, (los cuales han de ser —sesobreentiende— ideales sociales y en definitiva socia-listas). Contraponiendo el realismo artístico de Gogolal naturalismo de Zola, sosteniendo así mismo que nose puede entender el realismo «como una nueva des-cripción de los aspectos más bajos de la vida, porqueun escritor que limita sus observaciones a los aspectosmás bajos de la vida no es, a nuestro juicio, un realista».Su visión deja de ser real a fuer de parcial, ya que «ladegeneración no es el rasgo único ni dominante de lasociedad moderna, considerada como un todo».22 Difí-cilmente hubiera podido imaginar Kropotkin, como seve, la exaltación que algunos sedicentes «anarquistas»realizan hoy a las obras del Marqués de Sade. Turgue-nev y Tolstoi son, para nuestro autor «los dos novelis-tas más eminentes de Rusia y tal vez de su siglo».23 Alprimero cuyas principales obras analiza en detalle, leatribuye un elevado sentimiento de belleza y, al mismotiempo, una capacidad poco común de análisis psicoló-gico y social. Sus novelas no han de ser consideradas,según Kropotkin, como meras descripciones fortuitas

22 Ibíd. pág. 83.23 Ibíd. pág. 85

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de hombres y sucesos: «están íntimamente ligadas en-tre sí y reflejan la sucesión de los tipos intelectuales re-presentativos de Rusia que han impreso su sello carac-terístico a las generaciones ulteriores».24 El segundoconstituye, para él, la cumbre del arte narrativo ruso y,por otra parte, el escritor que más profundamente haconmovido con sus escritos morales la conciencia hu-mana, desde Rousseau. La admiración que siente porlos valores estéticos de Guerra y Paz, cada una de cu-yas escenas constituye para él fuente indecible de go-ce25, no es, sin embargo, mayor que la provocada porlos escritos morales, de los últimos años, en los cua-les, a través de sus críticas a la iglesia y al Estado yde si valorización positiva del trabajo, arriba Tolstoi aposiciones en buena parte coincidentes con el comu-nismo anárquico del propio Kropotkin. Materialista yateo, éste, no deja de considerar con simpatía el inten-to del gran novelista por restituir el cristianismo a susorígenes evangélicos y por presentarlo a sus contem-poráneos como algo ajeno a todo elemento dogmático,despojando de toda creencia contraria a la razón, aptopara ser abrazado por los hombres de todas las religio-

24 Ibíd. pág. 86.25 Ibíd. pág. 119.

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nes e inclusive para los negadores de cualquier Diospersonal. Pero, al mismo tiempo que coinciden con sucondenación a la guerra (implícita ya en Guerra y Paz)y acoge el pacifismo tolstoiano, como una manifesta-ción lógica de su anti-estatismo, advierte que la doctri-na de la no resistencia al mal, literalmente interpreta-da, se convierte en firme apoyo de la opresión e impli-ca, en definitiva, la colaboración (por simple omisión)con las fuerzas del mal.26

No escapa por cierto a la penetración crítica de Kro-potkin que uno de los principales méritos literarios deTolstoi consiste en su extraordinaria capacidad de darvida, individual y concreta, a cada personaje, ni dejade hacer notar el hecho esencial de que su idiosincra-sia artística es, en gran medida, el reflejo del hondodualismo y del perpetuo conflicto que agitan su perso-nalidad.

Pero el conjunto de su obra —desde infancia hastala Sonata a Kreutzer y desde sebastopol hasta Resurrec-ción y los escritos religiosos— constituye, sin duda, pa-ra Kropotkin, la más alta expresión ética y estética dela literatura rusa. Este juicio, que resulta tanto más ló-gico y previsible cuando más cerca están los ideales

26 Ibíd. Págs. 135-136.

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éticos y sociales de Tolstoi de los del propio Kropotkin,contrasta con la reticencia o con la abierta censura delos críticos del «realismo socialista» al «idealismo» o«misticismo» del gran idealista ruso.

Goncharov ocupa, para Kropotkin, «el primer lugardespués de Turguenev y de Tolstoi» en la narrativarusa del siglo XIX.27

Su Oblomov aporta la creación de un tipo muy ca-racterístico e la Rusia decimonónica, que es, sin embar-go, al mismo tiempo, un personaje tan universal comoHamlet o Don Quijote.

Dostoievski, en cambio, es considerado por Kropot-kin como inferior a Tolstoi, Turguenev y Goncharov.Ni su irracionalismo, ni su odio a la cultura occidental,ni su predilección por los oscuros abismos del almahumana pueden despertar en él simpatía alguna. Juz-gadas desde un punto de vista meramente estético susobras no podrían merecer —dice— un juicio favorable:la forma literaria se halla en ellas con frecuencia pordebajo de toda crítica; sus personajes hablan en for-ma negligente, se repiten y fácilmente se echan de verque es el mismo novelista el que habla por ellos; el ro-manticismo es llevado a veces a sus extremos; la trama

27 Ibíd. pág. 143.

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tiene un desarrollo anticuado; la construcción es des-ordenada; los acontecimientos se suceden de un modono natural, y, en general, la narración se desenvuelveen un ambiente de manicomio.28

El racionalismo naturalista de Kropotkin, por unaparte, y la transparente serenidad de su vida espiritual,por otra, le impiden, sin duda, ver en los personajes deDostoievski nada que esté más allá de la sicopatología.

Si puede considerar como fundamentalmente bellala idea y la forma de Las casa de los muertos, juzga encambio a Los hermanos Karamazov como la expresiónmás acabada de «los defectos interiores del espíritu yde la imaginación del autor».29

Esta obra, que manifiesta nebulosamente una oscu-ra y reaccionaria filosofía, contiene, más que ningu-na otra, una interminable colección «de los tipos másrepugnantes de la humanidad: locos, simlocos, crimi-nales en germen y en realidad en todas sus posiblesgraduaciones». Y poniendo de manifiesto el punto devista propio del naturalismo y del biólogo, dice: «Unespecialista ruso en enfermedades cerebrales y nervio-sas ha encontrado representantes de todas las especies

28 Ibíd. pág. 155.29 Ibíd. pág. 159.

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de estas enfermedades en las novelas de Dostoievski,y especialmente en Los Hermanos Karamasov, hallán-dose todo puesto en un marco que representa la másextraña mezcla de realismo y de romanticismo». Evi-dentemente, Kropotkin no entreveía la posibilidad deque precisamente la psico-patología se constituya enluz reveladora de los límites de la naturaleza humana.En el entusiasmo con que la crítica occidental acogiólas obras de Dostoievski, cuando éstas fueron traduci-das por vez primera al francés, al alemán y al inglés,ve «una gran parte de exageración histórica». Le due-le, sobre todo, que Tolstoi y Turguenev fueran olvida-dos ante Dostoievski. Y, aunque reconoce que existeuna gran fuerza en todo cuanto éste escribió, que supoder creador es comparable al de Hoffman, que suprofunda simpatía por los humildes arrastra al lectormás indiferente y ejerce una fuerte y benéfica impre-sión sobre los jóvenes, que sus análisis de las diver-sas enfermedades psíquicas son extraordinariamenteexactos, considera que en definitiva sus cualidades li-terarias son inferiores a las de Tolstoi, Turguenev yGoncharov: «Páginas de intenso realismo están mez-clados con los más fantásticos acontecimientos, sólodignos de los más incorregibles románticos— Escenasde conmovedor interés son interrumpidas para intro-

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ducir páginas interminables de las más innaturales dis-cusiones teóricas. Además tiene el autor tal prisa, queparece que no ha tenido ni tiene el autor tal prisa, queparece que no ha tenido ni siquiera tiempo de leer lanovela antes de mandarla a la imprenta. Y, lo que espeor, cada uno de los héroes de Dostoievski, especial-mente en las novelas del último período, padece deuna enfermedad física o de una perversión moral. Elresultado es que aun cuando algunas novelas de Dos-toievski se leen con gran interés, jamás se ha intenta-do releerlas, como se releen las novelas de Tolstoi yde Turguenev, y aun de novelistas secundarios; y yodebo confesar que he experimentado recientemente lapena más grande de releer, por ejemplo, Los hermanosKaramazov y nunca he podido leer hasta el final unanovela como El idiota».30

Cualquiera que sea el valor que queramos concedera estos juicios críticos de Kropotkin, en ningún casopodríamos acusarlo de haber desconocido o pasadopor alto el rasgo quizás más humano y simpático dela obra de Dostoievski: su amor por los oprimidos ypor los humildes. A las líneas antes citadas, añade, co-mo conclusión, las siguientes: «Sin embargo, se le pue-

30 Ibíd. pág. 160.

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de perdonar todo a Dostoievski, porque cuando hablade los niños maltratados y abandonados de nuestrasciudades civilizadas, adquiere verdadera grandeza gra-cias a su inmenso amor a la humanidad, al hombre,aun en sus peores manifestaciones. Por su amor ha-cia esos borrachos, mendigos, ladrones, etc.; delantede quines pasamos sin dirigirles habitualmente ni si-quiera una mirada de compasión; por su capacidad dedescubrir lo que hay de humano y amenudo de grandeen estas criaturas caídas tan bajo; por el amor que él sa-be despertar en nosotros hasta por aquellos que jamásharán un esfuerzo para salir de la baja y terrible situa-ción en que los ha arrojado la vida, por esta capacidadDostoievski se ha conquistado seguramente un lugarespecial en entre los escritos de la edad moderna y sele leerá, no por la perfección artística de sus escritos,sino por los buenos pensamientos que allí se encuen-tran esparcidos, por sus excelente descripciones de lamiseria en las grandes ciudades, así como por la infini-ta simpatía que siente el lector por una criatura comoSonia».31

Al hablar de Nekrasov, sobre cuya estatura poéticase discutió largamente en Rusia, toma Kropotkin ex-

31 Ibíd. Págs. 160-161.

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plícita posición contra la crítica formalista y esteticis-ta: «Cuando juzgamos a un poeta tenemos siempre encuenta el tono general de sus obras, que amamos o quepasamos por alto; reducir la crítica literaria exclusiva-mente al análisis de la belleza de los versos del poetao a la relación entre “la idea y la forma”, significaríadisminuir inmensamente el valor de la crítica».32

Y es precisamente —dice-en el contenido general dela poesía de Nekrasov donde reside su valor. Argüir,como hacen los «estetas puros», que dicha obra no espoética porque es «tendenciosa» constituye para Kro-potkin un argumento evidentemente falso, ya que, se-gún él, «todo gran poeta persigue una intención preci-sa en la mayor parte de sus poesías y la cuestión residesolamente en comprobar si ha hallado una bella formapara expresar su intención o no».33

Nekrasov ha hecho de la masa del pueblo ruso y desus sufrimientos el tema principal de su poesía: «suamor por el pueblo pasa a través de sus obras como unhilo rojo; y a él permaneció fiel toda su vida».34 Y sibien es cierto —reconoce Kropotkin— que cuando se

32 Ibíd. pág. 164.33 Ibíd. pág. 63.34 Ibíd. pág. 165.

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lee su obra se nota que versificó con cierta dificultad yque aun sus mejores poemas contienen versos toscos,de desagradable sonido, no por eso deja de ser un granpoeta, ya que en todo lo que escribió «no se encuentrauna sola imagen poética que no esté de acuerdo conla idea total de la poesía, o que disuene o no sea her-mosa». Es, en todo caso, —añade— «uno de los poetasmás populares de Rusia» y «sus obras son leídas nosólo por las clases cultas, sino también entre los máspobres aldeanos».35

En el capítulo dedicado al teatro, después de haber-se referido a sus orígenes religiosos y populares en elMedioevo, a sus primeras manifestaciones modernasen los siglos XVII y XVIII (Sumarokov, KniajninmOse-rov, etc.), y a los inicios del romanticismo (Schajovski),se detiene particularmente en Griboiedov, cuya únicacomedia, La desgracia del ingeniero, ha hecho, según él,por la escena rusa lo que Puschkin por la poesía; y enOstrovski, cuyas piezas reflejan especialmente la vidade las clases mercantiles.

Otro capítulo lo consagrara a los que denomina «no-velistas del pueblo», entendiendo por tales «no aque-llos que escriben para el pueblo, sino los que escriben

35 Ibíd. Págs. 163-164.

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sobre el pueblo: sobre los campesinos, los mineros, losobreros de las fábricas, las capas más bajas de la po-blación de las ciudades, los vagabundos».36 Este tipode escritores, especialmente raro en occidente, tienemuchos representantes en Rusia. Ellos han abordadoen sus obras todos los grandes problemas relacionadoscon la vida popular: «Los horrores de la servidumbre,y más tarde, la lucha entre el campesino y el crecientecomercialismo, la influencia de la fábrica sobre la vi-da de la aldea, las grandes pesquerías cooperativas, lavida de los campesinos en ciertos monasterios, la vidaen las profundidades de los bosques siberianos, la vidade los pobres de las ciudades y de los vagabundos; to-do esto ha sido descrito por los novelistas del pueblo,y sus obras se leen con la misma satisfacción que lasde los grandes escritores rusos».37

Entre ellos estudia, en particular, a Grigorovich (aquien compara con Harriet Beechet Stowe), a MarkoVovchok, a Danileski, a Kokorev, a Pisemski, a Potiejin.No paso por alto las pacientes y ricas investigacionesetnográficas realizadas por hombres como Pipin, Ma-ximov, Afanasiev, Melnikov, Yeliznov, Prugavin, Zaso-

36 Ibíd. pág. 201.37 Ibíd. pág. 202.

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dimski, Prijov, etc. Y se detiene en narradores comoPomialovski en sus relatos de escuelas clericales; Ries-chotnikov, con sus anto-convencionales y abrumado-ramente verídicas pinturas de la vida de las masas pau-pérrimas; Levitov, con sus descripciones de las estepasmeridionales y de los bajos fondos deMoscú: Uspenski,con sus bocetos de la comunidad aldeana; Zlatovranst-ki, cuya obra es una réplica a la del anterior. Y sin de-jar de mencionar a otros autores a la del anterior. Ysin dejar de mencionar a otros autores menores (comoNaumov, Zasodimski, Karonin, Melschin, Elpatievski,Nefiodov), dedica, para acabar, un largo parágrafo a laobra de Máximo Gorki, en el cual ve el coronamientode toda la novela del pueblo: «Gorki es un gran artista;es un poeta; pero es también hijo de esa serie de nove-listas del pueblo que Rusia ha tenido en el último me-dio siglo, y ha utilizado su experiencia: ha logrado porfin aquella feliz combinación de realismo e idealismoa la que aspiraron durante tantos años los novelistaspopulares rusos».38

Lo más característico de sus relatos y, sin duda, unode sus rasgos más encomiables es —para Kropotkin—el hecho de que en lugar de lamentar la dura suerte

38 Ibíd. pág. 230.

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de sus personajes vibra allí «una fresca nota de ener-gía y de coraje, absolutamente nueva en la literaturarusa».39 En tal sentido Gorki aparece a sus ojos comoun anti-Dostoievski. «El tipo favorito de Gorki —anotacon razón— es el rebelde, el hombre en plena rebel-día con la sociedad, pero que al mismo tiempo es unhombre fuerte, potente; y como entre vagabundos, enmedio de los cuales había vivido, observa a lo menos elembrión de ese tipo, tomó sus más interesantes héroesde esa capa de la sociedad».40

No deja de advertir finalmente Kropotkin que enaquella época (1904-1905), Gorki no había dicho aúnsu última palabra, pero añade —acertadamente, sinduda— que, desde el momento en que emigró de Ru-sia «su obra perdió la frescura y la inspiración de susprimeros cuentos cortos».41

En ese panorama de la literatura rusa no podía olvi-dar Kropotkin la literatura política y la crítica literaria,géneros de tan difícil gestación en Rusia, gracias a losininterrumpidos rigores de la censura.

39 Ibíd. pág. 231.40 Ibíd. pág. 232.41 Ibíd. pág. 238.

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Después de haber caracterizado (tratando de supe-rar toda simplicidad) las posiciones de occidentalistasy eslavófilos, se ocupa particularmente de la literaturapolítica en el exterior.

De Herzen dice que era «un profundo pensador cu-yas simpatías eran todas para la clase trabajadora, queconocía las formas de la evolución humana en todasu complejidad y que escribía en un estilo de incom-parable belleza».42 Ogarev, que «durante toda su vi-da permaneció fiel a los ideales de igualdad y libertadque había alcanzado en su juventud», produjo, segúnKropotkin, poesías en las que «se percibe con frecuen-cia una nota de la resignación de Schiller y raramen-te un acento de rebeldía y de energía masculina».43A Bakunin lo considera como «el revolucionario típi-co que consignaba con su fuego revolucionario a to-dos los que se le acercaban» y, sobre todo, como «elanti-estatal, que él basó sobre los fundamentos de susamplios conocimientos históricos y filosóficos».44 Pe-ro no por eso deja de valorar altamente —y en esto sedemuestra la amplitud de las miras y la generosidad in-

42 Ibíd. pág. 251.43 Ibíd. pág. 251.44 Ibíd. pág. 252.

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telectual de Kropotkin— a un social-demócrata comoLavrow, a quien considera «un enciclopedista extra-ordinariamente docto»45 y «siempre consecuente consus ideales»46, que «incitó a trabajar entre y para elpueblo, mostrando a la juventud culta su deuda paracon el pueblo y su deber de pagar esta deuda, contraí-da con las clases pobres, a cuya costa había estudiadoen las universidades».47

No deja de mencionar, también elogiosamente, laobra política del gran novelista Turguenev (sus pro-yectos constitucionales, sus artículos en La campanade Herzen, su libro Rusia y los rusos), la el profesorucraniano Dragomanov, y, en especial, la de su amigoStepniak (pseudónimo de S. Kravchinski) de cuyos es-bozos La Rusia subterránea (que antes hemos citado)dice que «revelan su notable talento literario».48

Con simpatía y admiración recuerda la obra del grancrítico literario y social Chernischevski, señalando so-bre todo el apoyo que prestó «con toda energía de sugran inteligencia, con sus amplios conocimientos y ex-traordinaria capacidad para el trabajo» a la causa de

45 Ibíd. pág. 252.46 Ibíd. pág. 253.47 Ibíd. Págs. 252-253.48 Ibíd. pág. 254.

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los siervos recién liberados.49 En cambio, aun recono-ciendo en las sátiras de Saltikov, observaciones «a ve-ces extremadamente profundas y justas», halla que lasmismas se pierden con excesiva frecuencia en un dilu-vio de la palabras vanas, dichas con el fin de escondera la censura su intención, pero que «disminuyen la efi-cacia de la sátira, debilitando todo su efecto».50

La especialísima importancia que la crítica literariaha tendido en la vida social y política y en la forma-ción de la juventud durante el siglo XIX en Rusia, de-riva, para Kropotkin, de hecho de que ella no se halimitado allí casi nunca a análisis puramente formaleso meramente estéticos, sino que, a propósito de cadaobra literaria, ha sabido plantear y analizar problemashumanos y sociales, vigentes en el país.

Partiendo de Bielinski (y, no sin olvidar, a los precur-sores Venevitinov, Nadehdin y Polevoi), analiza Kro-potkin desde ese punto de vista, la obra de Maikov,Chernischevski, Dobroliubov, Pisarev, Mijailovski yotros críticos menores, para concluir en un examen delfamoso folleto de Tolstoi ¿Qué es el arte?

49 Ibíd. pág. 251.50 Ibíd. Págs. 257-258.

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Para Kropotkin, Tolstoi, que al comienzo de su carre-ra literaria había tenido ideas un tanto definidas sobreel arte y que en 1859 pronunció un discurso sobre lanecesidad de no mezclar el arte con las minucias dela vida cotidiana, en ¿Qué es el arte? «Rompe comple-tamente con la teoría del “arte por el arte” y se poneabiertamente de parte de aquellos de cuyas ideas al res-pecto hemos hablado en las páginas precedentes».51Estas ideas son compartidas, en todo lo esencial, porel mismo Kropotkin, el cual llega aun a justificar lasmás discutidas tesis del gran novelista, como la afir-mación de que el valor de una obra de arte se mide porsu comprensibilidad para el mayor número de perso-nas.52

Tiempo vendrá —anuncia Kropotkin— en el que elartista, compenetrándose con las ideas de Tolstoi, sedirá: «Puedo escribir obras de arte profundamente fi-losóficas en el que se describa el drama interior de losrefinados y cultos hombres de nuestra época; puedoescribir obras que contengan la más elevada poesía dela naturaleza; más, si soy capaz de escribir tales cosas,debo hacerlo de modo que todos comprendan, si es

51 Ibíd. pág. 72.52 Ibíd. pág. 273.

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que soy un verdadero artista. De producir obras que,siendo igualmente profundas, pueden ser comprendi-das por todos y que aun el más simple minero o cam-pesino pueda gustar de mi obra».

Junto al realismo, entendido no como mera repro-ducción fotográfica de la naturaleza y de la sociedad(y menos como reproducción de aspectos patológicos),sino como comprensión de la realidad a la luz de unideal ético y socio-político (aunque no de un progra-ma de partido), aparece en Kropotkin, como en Tolstoi,la exigencia del arte para el pueblo (lo cual no implica,según él, renuncia alguna frente a las exigencias estéti-cas formales): «El arte puro y grande que, no obstantesu profundidad y su vuelo sublime, penetre en la ca-baña de cualquier campesino y pueda inspirar a cual-quiera concepciones superiores de pensamientos y devida, semejante arte es verdaderamente necesario. Yyo creo que es también posible».53

53 Ibíd. pág. 274.

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La ciencia y el método

A diferencia de Bakunin, Kropotkin no sintió nuncala fascinación de la filosofía alemana. Podía considerarcon simpatía los estudios kantianos de su hermano, pe-ro el método trascendental y el análisis de las estructu-ras «a priori» del espíritu no revestían para él interésalguno. La especulación hegeliana se situaba absolu-tamente fuera de su horizonte intelectual, y durantetoda su vida permaneció inmune a la dialéctica.

Las ciencias de la naturaleza ejercieron, en cambio,una poderosa atracción sobre su espíritu, ya desde losdías de su primera juventud. En cuanto abandonó elservicio militar y pudo disponer libremente de su tiem-po y de su persona se inscribió en la universidad paraestudiar matemáticas, no porque a éste le importaranpor sí mismas, sino porque las consideraba instrumen-to indispensable para el estudio de la realidad natural.La geografía física y la geología constituyeron prontoel principal foco de su atención. Durante los años de

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su permanencia en Siberia realizó, como vimos, inves-tigaciones que constituyeron valiosos aportes a dichasdisciplinas. En Siberia también por vez primera leyótambién por vez primera una obra de Proudhon, po-niéndose así en contacto con el pensamiento anarquis-ta. Durante su viaje a Suiza se proclamará, más tarde,definitivamente ganado para la causa del socialismoanti-autoritario.

Ahora bien, el anarquismo y las ciencias naturaleso, por mejor decir, una cosmovisión fundada en dichasciencias, no podían permanecer aislados en una mentetan lógica y coherente como la de Kropotkin. Por unaparte, toda válida concepción del mundo debe estar co-ronada para él por una concepción del hombre y de lasociedad y, más todavía, por un ideal y un programade acción social. Por otra parte, una concepción de lasociedad de un ideal social no pueden sostenerse sinuna sólida y coherente concepción del mundo comobase.

Aunque el anarquismo no surge entre sabios ni sedesarrolla en medios universitarios, según él mismoadvierte explícitamente1, no por eso deja de conside-

1 La ciencia moderna y el anarquismo — Valencia – (traduc-ción de Ricardo Mella) pág. 19.

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rarlo como la coronación de la concepción científicadel mundo y como el ideal social que de ella se deriva.El fundamento de la doctrina anarquista es, a su vez,dicha concepción, y de una manera concreta, el evolu-cionismo darviniano, que constituye la última palabrade la ciencia.

Todo el pensamiento de Kropotkin puede articular-se en tres momentos: 1.º) la ciencia, o, por mejor decir,la cosmovisión derivada de las ciencias naturales, 2.º)la ética, basada en dicha concepción, y 3.º) el comunis-mo anárquico, que se presenta como una consecuenciade la ética y que, a través de ella, se funda también enlos resultados de la ciencia.

Como ya hemos dicho, para Kropotkin no se puedeafirmar que el anarquismo y el socialismo hayan na-cido la investigación científica. Son, por el contrario,productos de la vida popular: «Del mismo modo queel socialismo, genéricamente hablando, y otras mani-festaciones de carácter social, el anarquismo tiene suorigen en el pueblo y únicamente conserva su vitalidady su fuerza creadora en tanto persiste en su condiciónde movimiento popular».2

2 Ibíd. pág. 20.

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Sin embargo, es importante —agrega enseguida—«conocer la posición que ocupa en las distintas corrien-tes del pensamiento científico y filosófico de nuestrostiempos». O, en otras palabras, determinar cuáles sonsus fundamentos, ya que, obviamente, no se le ocurresiquiera la posibilidad de considerarlo como un meroideal subjetivo o como un puro programa pragmático.

Gran mérito es de los filósofos ingleses, escocesesy franceses del siglo XVIII el haber pretendido englo-bar el conocimiento humano en un sistema general, yexplicar, basándose exclusivamente en los hechos ob-servados, la totalidad de la naturaleza, desde la forma-ción del universo y la estructura de la materia hasta elfuncionamiento de la sociedad y la conducta humana:«Dando de lado a las teorías escolásticas y metafísi-cas de la Edad Media, tuvieron el valor de considerara la Naturaleza entera —el universo mundo, nuestrosistema solar, nuestro globo, el desenvolvimiento delas plantas, de los animales y de la sociedad humanasobre la superficie del mismo— como una serie de he-chos a estudiar de la misma manera que se estudianlas ciencia naturales».3 El método que usaron fue eldeductivo-inductivo, que Kropotkin considera como el

3 Ibíd. pág. 29.

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«método verdaderamente científico», aplicable tanto alos fenómenos de la naturaleza inorgánica u orgánicacomo a los hechos históricos, psicológicos y sociales.Empezaban por coleccionar datos; si generalizaban lohacían siempre por medio de la inducción; si forjabanhipótesis las consideraban sólo como supuestos aptospara sustentar una explicación temporal y para facili-tar la unificación de los hechos; en cualquier caso, talessupuestos no los aceptaban sino después de haberlosconfirmado mediante una gran cantidad de hechos di-ferentes y de haberlos desarrollado de unmodo teóricoo deductivo, ni los consideraban nunca como leyes (esdecir, como generalizaciones probadas) sino despuésde una cuidadosa verificación, que incluía la explica-ción de las causas de su constante exactitud.4

En realidad, en la segunda mitad del siglo XVIII yaestá delineado esencialmente el espíritu y el métodode la ciencia tal como Kropotkin la entiende y tal co-mo pretende aplicarla al estudio de la sociedad y a lafundamentación del anarquismo. El rechazo de todopresupuesto sobrenatural y de toda especulación me-tafísica, la idea de la unidad de lo real y de la continui-dad entre naturaleza y sociedad; y el método inductivo-

4 Ibíd. Págs. 29-31.

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deductivo son, en efecto, para él, los puntos de partidaindispensables en toda tarea científica.

Cuando la reacción que dominó a Europa en las pri-meras décadas del siglo XIX intentó sofocar todo pro-greso científico, lo esencial estaba ya iniciado y, a ve-ces, más que iniciado por los hombres del XVIII: «Lateoría mecánica del calor, la indestructibilidad del mo-vimiento (conservación de la energía); la variabilidadde las especies por influencia del medio; la psicologíafisiológica; la interpretación antropológica de la histo-ria, de la legislación y de las religiones; las leyes deldesarrollo del pensamiento; en una palabra, toda laconcepción mecánica y toda la filosofía sintética (unafilosofía que abarca la generalidad de los fenómenosfísicos, químicos, vitales y sociales como un todo), ha-bían sido ya delineadas y en parte elaboradas en el si-glo anterior».5

Sin embargo, cuando a medidos del siglo XIX lascondiciones socio-políticas volvieron a ser propiciaspara la libre investigación, la ciencia y la filosofía cien-tífica cobraron un nuevo y maravilloso impulso: «Laaparición en el corto espacio de cinco o seis años, 1856a 1862, de los trabajos de Grove, Joule, Berthelot, Helm-

5 Ibíd. pág. 42.

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holtz, Mendeleef; Darwin, Claudio Bernard, Spencer,Maleschott y Vogt; de Lyell sobre el origen del hom-bre; de Bain, Mill y Bournouf; verdadera y súbita cons-telación de maravillosos trabajos, produjo una comple-ta revolución en las concepciones fundamentales de laciencia. Y la ciencia se aventuró por nuevos caminos…Lo que había sido, en general, simple conjetura en elsiglo XVIII, se convirtió entonces en hechos probadospor la balanza y el microscopio y verificados por ob-servaciones y experimentos».6

La confianza de kropotkin en el futuro de la cienciano es conmovida siquiera por el convencimiento deque la influencia estatal y capitalista pueden provocaren su evolución períodos de estancamiento similaresal que se produjo en la primera parte del siglo XIX. Entodo caso, ya en la ciencia actual hay resultados quedeben considerarse definitivos: «Nosotros podemos yaleer el libro de la Naturaleza, que comprende el desen-volvimiento de la vida orgánica e inorgánica y tambiénde la humanidad, sin recurrir a la idea de un creadoro a una metafísica fuerza vital o, en fin, al alma impe-recedera; y podemos hacerlo sin consultar la trilogíade Hegel ni ocultar nuestra ignorancia tras cualquiera

6 Ibíd. Págs. 44-45.

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símbolos metafísicos, bien ilustrados ya por el escritoracerca de una experiencia real. Los fenómenos mecáni-cos, más y más complicados a medida que pasamos delmundo físico a los hechos de la vida, batan a explicarla Naturaleza, y toda la existencia orgánica, intelectualy social en nuestro planeta».7

La ciencia a lugar así, para Kropotkin, a una con-cepción claramente mecanicista de la realidad total. Elnaturalismo (exclusión de cualquier instancia sobre-natural), el positivo (rechazo a cualquier especulaciónmetafísica), el anti-dialectismo, desemboca en un biendefinido materialismo mecanicista, donde la realidad,aun en sus formas complejas (la religión, el arte, el de-recho, etc.), se reduce siempre, en última instancia, almovimiento local de la materia.

Hacia mediados del siglo XIX se imponía ya —dice Kropotkin— la elaboración de una filosofía que,desechando expresiones simbólicas (esto es, metafísi-cas) y superando todo antropomorfismo, recogiera losdatos obtenidos por las diversas ciencias y los unifica-ra en una vasta síntesis. Esta filosofía, elevándose pocoa poco de lo simple a lo compuesto, debía establecerlos principios fundamentales de la vida del universo

7 Ibíd. Págs. 45-46.

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y proporcionarnos la clave para comprender la tota-lidad de la Naturaleza, dotándonos al mismo tiempode un instrumento apto para guiar nuevas investiga-ciones y para ayudarnos a descubrir nuevas leyes na-turales.8 Ya los enciclopedistas habían entrevisto estanecesidad, y también Turgot y Saint-Simon. AugustoComte emprendió la tarea hacia la cuarta y quinta dé-cada del siglo XIX en suFilosofía positiva, y a éste últi-mo Herbert Spencer con su Filosofía sintética, ya en lasegunda mitad de dicho siglo.9

A Comte le reconoce Kropotkin el mérito de haberintroducido la ciencia de la vida (biología) y la cien-cia de las sociedades humanes (sociología) en el cicloque abarca su Filosofía positiva, pero le reprocha la de-ficiencia de sus análisis de las instituciones modernasy de la ética, y, sobre todo, el haber pretendido en suPolítica positiva completar su filosofía con una religión,así se tratara de una religión de la humanidad.

La razón de esta contradicción la encuentra Kropot-kin en el deficiente desarrollo de la biología de su épo-ca. En efecto, habiéndose situado Comte en el mismopunto de vista que Darwin al tratar de explicar el sen-

8 Ibíd. Págs. 47-48.9 Ibíd. pág. 48.

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tido moral en el hombre, y habiendo escrito inclusivepáginas admirables acerca de la extensión de la socia-bilidad y del apoyo mutuo, no se atrevió, por falta deintrepidez y, sobre todo, porque la biología no podíaproporcionarle aún los conocimiento necesarios, a sa-car de ello todas las consecuencias, y de tal modo sevio obligado a recurrir a Dios, esto es, a la Humani-dad (con mayúscula), para encontrar un último funda-mento a la moral: «Nos ordenó postrarnos antes estanueva divinidad y dirigirle nuestras oraciones a fin dedesarrollar nuestros sentimientos».10

La filosofía sintética de Spencer, construida en unmomento en que el desarrollo de la ciencia hacía po-sible delinear los rasgos esenciales de la historia de laespecie humana y desechar la antropología metafísi-ca no menos que la mitología bíblica, constituye paraKropotkin un gran avance, pero contiene todavía «enla parte de la sociología falacias tan inexplicables comolas incorporadas a la filosofía positiva de Comte».11

En primer lugar ataca en Spencer su falta de con-secuencia en la aplicación del método científico. Locomprende de un modo admirable en el terreno de la

10 Ibíd. pág. 50.11 Ibíd. pág. 64.

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física, de la biología y de la psicología, pero no es ca-paz de aplicarlo al estudio de la sociedad humana. Ellose debe quizás —según Kropotkin— al hecho de queSpencer planeó la parte sociológica de su sistema bajola influencia del radicalismo inglés, cuando el estudiocientífico de las instituciones humanas daba recién susprimeros pasos, y antes de haber compuesto la parte re-ferente a las ciencias naturales: «Pero sea de ello lo quequiera, —añade— el resultado fue que Spencer, comoComte, no acometió el estudio de las instituciones hu-manas como un naturalista, en vista de su propia fina-lidad, sin ideas preconcebidas tomadas a préstamo enotros órdenes de conocimientos ajenos a la ciencia».12

En segundo lugar, Kropotkin le reprocha a Spencerel haber adoptado para el estudio de la sociología unnuevo método, diferente al utilizado por él en el estu-dio de las ciencias naturales. Aquel método, que muyfácilmente conduce a erróneas conclusiones, es el delas semejanzas (método analógico). De hecho, median-te el mismo, logró justificar una serie de prejuicios. Elresultado de su aplicación es que todavía no se haya lo-grado una filosofía sintética que ponga sobre idénticabase a las ciencias naturales y a las sociales.

12 Ibíd. pág. 66.

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En tercer lugar, considera Kropotkin agudamenteque Spencer (y en general los ingleses) son incapacesde comprender las instituciones de otros pueblos y, so-bre todo, de los primitivos. «Fue del todo incapaz —dice— de comprender el respeto de los salvajes por latribu y sus reglas de conducta, o al héroe de la mitolo-gía escandinava que consideraba el Talión sangrientocomo un deber sagrado, o la ciudad medieval en su vi-da interna, que aún agitada por intestinas discordias,fue, no obstante, precisamente por esa razón, vida desorprendente progreso». Y añade en seguida: «Las con-cepciones del Derecho y de la Ley que prevalecieron enesos estados de civilización, fueron enteramente extra-ños a Spencer: no supo ver en ellosmás que salvajismo,barbarismo y crueldad».13

En cuarto lugar, Kropotkin acusa, por encima de to-do, a Spencer, de haber entendido erróneamente (co-mo Huxley) el sentido de la darviniana «lucha por laexistencia», en cuanto se la representaba no sólo cualuna contienda de las diversas especies sino tambiéncomo una guerra continua de los individuos entre sídentro de cada especie, cuando, en realidad, tal lucha

13 Ibíd. pág. 67.

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no existe entre los animales y menos todavía entre loshombres primitivos.14

Ahora bien, de estos reparos que Kropotkin oponea los dos principales exponentes de la filosofía positi-vista, algunos parecen bastante endebles y difíciles desostener; otros, en cambio, revelan que el pensamientodel propio Kropotkin no se contenta ya con el positi-vismo y exige una aplicación más estricta del métodoinductivo-deductivo, propio de las ciencias naturales.Es difícil suponer que si Comte hubiera conocido lateoría darviniana de la evolución, hubiera dejado deconcebir su religión de la Humanidad, como Kropot-kin cree. Sin embargo, es claro que la repugnancia queéste siente frente a un sistema de filosofía positiva quecalumnia en una religión (así sea la de la Humanidad)proviene de una exigencia metodológica cuya aplica-ción rigurosa Comte, en su última época, había olvida-do por completo.

Que Spencer se muestre incapaz de comprender lascostumbres e instituciones de los pueblos primitivosconstituye una limitación de su personalidad intelec-tual y emotiva (debida, sin duda, a factores histórico-culturales) más que una falla científico-metodológica.

14 Ibíd. pág. 67.

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En cambio, la aplicación de la analogía al estudio de lasociedad viene a ser, sin duda, una trasgresión a la es-tricta observancia del que Kropotkin considera únicométodo válido para todas las ciencias y la filosofía.

El modelo metodológico que tiene siempre ante síes, más que la teorización de ningún filósofo, la obramisma de Darwin. «La obra de Darwin —dice— dio alpropio tiempo una nueva clave y un nuevo método deinvestigación para mejor inteligencia de muchos otrosfenómenos, método que se aplica a la vida de la mate-ria física, a la vida de los organismos y a la vida y evolu-ción de las sociedades».15 Gracias a dicho método, nosolamente la biología ha podido demostrar que todaslas especies animales y vegetales derivan de unos cuan-tos organismos primitivos muy simples, y trazar, conHaeckel, el esquema del probable árbol genealógicode las diferentes especies y del hombre, sino tambiénestablecer una sólida base para la historia de las cos-tumbres e instituciones humanas. «En nuestros días,la historia de las sociedades, instituciones y religioneshumanas puede ser escrita —dice— bajo el punto devista de la evolución adaptativa, sin necesidad de re-currir a las fórmulas metafísicas de Hegel, a las “ideas

15 Ibíd. pág. 59.

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innatas”, a la revelación de lo alto o a las “substancias”de Kant».16

Es verdad —reconoce— que el método de la evolu-ción había sido aplicado ya en cierta manera por losenciclopedistas al estudio de lenguas, instituciones ycostumbres, pero sólo se lograron resultados verdade-ramente científicos una vez que «los hombres de cien-cia aprendieron a considerar los hechos de la historiadel mismo modo que los naturalistas examinan el de-senvolvimiento gradual de los órganos de una plantao los de una nueva especie».17

Inclusive las fórmulas metafísicas —añade— consti-tuyeron en otra época un auxiliar para lograr ciertasgeneralizaciones aproximadas y estimularon el pensa-miento con sus concepciones poéticas de la unidad dela Naturaleza y de su existencia infinita, despertan-do el gusto por las generalizaciones. En cuanto éstasse establecían, sin embargo, por medio de una semi-consciente inducción o por el método dialéctico, ado-lecían siempre de una desesperante vaguedad.

El método dialéctico, en particular, se funda, paraKropotkin, en afirmaciones ingenuas, como las que ha-

16 Ibíd. pág. 60.17 Ibíd. pág. 61.

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cían los griegos al sostener que los planetas se mue-ven necesariamente describiendo circunferencias por-que la circunferencia es la más perfecta de las curvas.

Cuando Hegel expresó todas esas vagas generaliza-ciones de tesis, antítesis y síntesis, el campo quedó li-bre a la deducción de las más contradictorias conclu-siones prácticas. Del hegelianismo —señala— se pue-den deducir tanto el espíritu revolucionario de Baku-nin y deMarx como el reconocimiento de la autocraciay el más crudo conservatismo. Si hubiera vivido unosañosmás, hubiera podido añadir: el liberalismo de Cro-ce, el comunismo de Lenin y el fascismo de Gentile.

Especialmente nefasto le parece el método dialécti-co cuando se aplica al estudio de los fenómenos eco-nómicos. Por eso, la doctrina marxista no constituye,para él, el resultado de una deficiente aplicación delmétodo científico, sino más bien la consecuencia de unextravío metodológico radical, una metafísica más queuna ciencia o una parte de la ciencia. «Apenas es nece-sario mencionar aquí —escribe— los errores económi-cos en que cayeron últimamente los marxistas, debidoa su predilección por el método dialéctico y la metafísi-

18 Ibíd. pág. 63.

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ca económica y a su aversión al estudio de los hechosactuales en la vida económica de los pueblos».18

Si el único método válido para el estudio de la Na-turaleza y de la Sociedad, para la ciencia y para lafilosofía, es, según Kropotkin, el método individuo-deductivo en la perspectiva del evolucionismo darvi-niano, no resulta demasiado difícil inferir que su con-cepción del mundo no ha de diferir de la que está impli-cada en las teorías biológicas del mismo Darwin. Aho-ra bien, resulta evidente que la teoría de la adaptaciónalmedio y de la supervivencia delmás apto se funda enuna concepción estrictamente mecanicista del cambiocualitativo. Y aun que el mismo Darwin no haya que-rido o no haya podido confesarlo abiertamente (porprudencia científica o por timidez metafísica), lo cier-to es que detrás de su visión del mundo viviente hayuna concepción materialista de la realidad.

Kropotkin que, como vimos, fundamenta su anar-quismo en una ética del apoyo mutuo, pero no encuen-tra ni quiere encontrar para dicha ética sino una basecientífica en la teoría evolutiva de la vida, tal comoDar-win la formulara, defiende consecuentemente y ya sintimidez alguna la concepción materialista y mecanicis-ta del mundo.

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Por eso, al preguntarse por el lugar que el anarquis-mo ocupa en el panorama intelectual del siglo XIX, res-ponde, explicando lo que se encuentra sobreentendi-do en sus críticas a la filosofía de este siglo y en todasu obra en general: «el anarquismo es una concepcióndel universo fundada en la totalidad de la naturaleza,incluso la vida de las sociedades humanas y sus pro-blemas económicos, políticos y morales».19

Para Kropotkin, a diferencia de lo que después sos-tendránmuchos insignes teóricos, comoMalatesta porejemplo, el anarquismo es, pues, una concepción delmundo y, en cuanto concepción racional, que preten-de fundarse en la experiencia, es una filosofía.

Esta filosofía se basa, según expresa, en la interpre-tación «mecánica» de los fenómenos de la Naturaleza.Pero en una nota al pie de página aclara: «Sería mejordecir cinética (relación entre la fuerza y el movimien-to), pero esta palabra es menos conocida». De todosmodos la nota especifica lo que entiende en la defini-ción por «mecánica», y nos permite hablar de «meca-nicismo».

Tal mecanismo se extiende para Kropotkin a todo elámbito de la realidad: no vale sólo para explicar la ma-

19 Ibíd. pág. 79.

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teria inorgánica sino también los organismos vivientesy no sólo plantas y animales sino también el hombrey la sociedad humana en toda su complejidad. Se trata,sin duda, de un monismo y de un monismo reduccio-nista, en la medida en que lo cualitativo es reducidoa lo cuantitativo, lo social a lo biológico de lo físico-químico.

Tal concepción del mundo surge, según Kropotkin,del método propio de las ciencias naturales (esto es,del método inductivo-deductivo). Todas las conclusio-nes a las que el anarquismo llegue, como sistema filo-sófico, deben ser, pues, verificadas por dicho método.En ningún momento parece haber sospechado, sin em-bargo, que la reducción de la realidad a los elementosúltimos de carácter extenso que se mueven en el espa-cio constituyente también una suposición no basadaen la experiencia ni deducida directamente de ella.

Lo que Kropotkin aspira a constituir es, sin duda, se-gún el mismo expresa, una filosofía sintética que abar-que todos los hechos de la naturaleza y de la sociedad,pero sin incurrir en los errores de Comnte y Spencer,o, en otras palabras, una filosofía no meramente posi-tivista (y, por ende, agnóstica) sino materialista (y, porconsiguiente, atea), que dé razón de la totalidad sin re-

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currir a ningún método destinto de aquel que con tan-to éxito aplican las ciencias físicas.

En este sentido, el anarquismo será capaz —segúnjuzga Kropotkin— de dar respuestas propias a todoslos problemas que la vida moderna puede plantear, yadoptará frente a ellos actitudes totalmente diferentesa las de todos los partidos políticos y, hasta cierto pun-to, también a las de los partidos socialistas, los cuales(en cuento guiados por la filosofía marxista) no se en-cuentran todavía liberados de las antiguas funcionesmetafísicas. La aspiración a la universalidad y la ten-dencia a constituir una doctrina totalizadora y onmia-barcante, que caracteriza en nuestros días al marxis-mo oficial, la encontramos así ya en la interpretaciónKropotkiniana del anarquismo. La diferencia consiste—según el mismo Kropotkin diría— en que el métododialéctico empleado por los marxistas, que sigue sien-do en el fondo una derivación de la metafísica, es sus-tituido por el método de las ciencias.

Al anarquismo no le satisface ya, en lo que se refie-re al estudio de la sociedad y de la historia —añade—las conclusiones metafísicas vigentes en el pasado yno se conforma sino con proporcionar bases naturalis-tas a todas sus investigaciones: «Se niega al engañode las metafísicas de Hegel, Schelling y Kant; de los

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apologistas de las leyes romanas o canónicas; de lossabios profesores del Estado, de la economía políticade los propios metafísicos, y trata de comprender conclaridad meridiana todas las cuestiones que surgen detales esferas del conocimiento, fundándose en la ma-sa de hechos que, durante treinta o cuarenta últimosaños, nos ha suministrado el punto de vista adoptadopor las ciencias naturales».20

El prestigio que estas últimas han alcanzado llega asu punto más alto precisamente durante los años enque Kropotkin vive y escribe. Sus indudables éxitos,paralelos al desprestigio en que ha caído la metafísica,gracias a la desenfrenada especulación de los epígonos,las consagran como oráculo universal, de donde pue-den y deben llegar las soluciones a todos los problemashumanos y sociales.

«Del mismo modo que las concepciones metafísi-cas del “espíritu del universo”, la “fuerza creatriz dela Naturaleza”, la “atracción amorosa de la materia”,la “encarnación de la idea”, la “finalidad de la Natura-leza”, la “razón de la existencia”, lo “incognoscible”, yotras muchas, fueron gradualmente abandonadas porla filosofía materialista (mecánica, o mejor, cinética);

20 Ibíd. pág. 80.

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del propio modo que el embrión de generalizacionesarrancadas al misterios oculto detrás de esas palabrasfue traducido al lenguaje concreto de los hechos, asítratamos nosotros ahora de proceder cuando nos colo-camos frente a frente de los hechos de la vida social».21Spencer (lo «incognoscible») cae aquí junto con Hegel(la «encarnación de la idea») y con Schelling (la «atrac-ción amorosa de la materia»), ante el materialismome-canicista que Kropotkin identifica con las ciencias na-turaleza tan plena e ingenuamente como a la Sociedadmisma con la Naturaleza, y a la Naturaleza con la com-binación mecánica de los átomos en el espacio.

No resulta fácil determinar si Kropotkin tenía plenaconciencia de que su materialismo lo oponía al positi-vismo de Comte y Spencer casi tanto como al idealis-mo de Kant y de Hegel. Es evidente, en cambio, queadvertía claramente las diferencias existentes entre sumecanicismo y la dialéctica marxista.

El método dialéctico que los marxistas utilizan enla elaboración del ideal socialista de ninguna manerapuede sustituir para él al método de las ciencias natura-les, esto es, al inductivo-deductivo. Aquel método evo-ca, para el hombre de ciencia moderno, procedimien-

21 Ibíd. pág. 81.

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tos anacrónicos, felizmente olvidados desde hace mu-cho tiempo, dice. Y, más aún, no se le puede atribuiruno solo de los muchos descubrimientos realizados du-rante el siglo XIX en el campo de las diferentes ramasde la ciencia: «Toda la inmensa serie de adquisicionesdel siglo al método inductivo-deductivo, que el únicocientífico, se la debemos».22

Como el hombre es una parte de la naturaleza, y co-mo su vida individual y social constituye un fenómenonatural, igual al desarrollo de una flor o a la revoluciónde una colmena; como, en el fondo, todo hecho hu-mano o social es resultado del movimiento mecánicode la materia tanto como lo es la formación de un sis-tema planetario o la aparición de una especie animal,«no hay razón alguna para que, cuando pasamos de laflor al hombre o de las poblaciones de castores a las ciu-dades de los hombres, abandonemos el método que tanespléndidos frutos ha dado hasta ahora y busquemosotro en el reinado de la encopetada metafísica»23, es-cribe. Y por «encopetada metafísica» entiende aquí na-da menos que la dialéctica utilizada por los marxistasen el estudio de la sociedad y de la historia. Su el méto-

22 Ibíd. pág. 82.23 Ibíd. Págs. 82-83.

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do inductivo-deductivo se ha demostrado fructífero enla investigación de la naturaleza —arguye— ¿por quépretende sustituirlo por algo tan arbitrario, tan oscu-ro y tan estéril como el método dialéctico, surgido delas entrañas de las metafísica hegeliana, cuando se tra-ta de estudiar al hombre, la sociedad, la economía y lahistoria? Y si tales consideraciones le merecen el mate-rialismo histórico, inútil es decir lo que hubiera dichodel materialismo histórico dialéctico, que pretende ex-tender —desde Engels por lo menos— la dialéctica a laindagación de la Naturaleza y de los fenómenos físicosy biológicos.

Así pues, Kropotkin hace corresponde con plenaconsecuencia un monismo metodológico a su monis-mo ontológico: la realidad toda, que no es, en definiti-va, sino producto del movimiento mecánico de la ma-teria, puede y debe ser investigada mediante el únicométodo que se ha demostrado útil y fructífero en lainvestigación de la materia inorgánica y orgánica.

Este método, el inductivo-deductivo, empleado porlas ciencias naturales, ha demostrado de tal manera sueficacia —dice— que ha hecho posible, en el siglo XIX,un progreso de los conocimientos científicos superioral realizado antes en dos milenios. Desde que, a media-dos de aquel siglo, se lo comenzó a aplicar al estudio

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de las sociedades humanas —añade— nunca encontra-ron los científicos impedimento alguno que lo obligaraa retroceder a la escolástica medieval, resucitada porHegel.

El hecho de que algunos hombres de ciencia, me-diante la aplicación del método inductivo-deductivo,llegaran a considerar la destrucción del más débil o ladesigualdad de las fortunas como leyes de la Natura-leza, parece contradecir la pretensión Kropotkinianade fundamentar el anarquismo mediante dicho méto-do y de presentarlo como el último resultado de la in-vestigación científica de la sociedad. Pero Kropotkinarguye en seguida que no se trata sino de una erró-nea aplicación del método científico, inducida por laeducación burguesa y los prejuicios de clase de algu-nos hombres de ciencia. De hecho, como hemos visto,su mayor y más sostenido esfuerzo en el terreno delas ciencias biológicas estuvo dedicado a refutar la in-terpretación huxleyana del concepto de «lucha por lavida», y las consecuencias sociales surgidas de duchainterpretación (darwinismo social).

El materialismo mecanicista de Kropotkin tiene susraíces históricas de Lamettrie, De’Holbach y otros pen-sadores franceses del siglo XVIII, pero alcanza su for-mulación definitiva gracias al evolucionismo de Dar-

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win. Lo que Hegel fue para Marx, Darwin lo fue paraKropotkin. El autor de El origen de las especies le pro-veyó, sobre todo, su teoría mecánica del cambio, su de-terminismo bio-físico, su anti-teologismo. La concep-ción darviniana de la naturaleza que, como dice F. A.Lange (Histoire du matèrialisme, Paris, 1879 — II — pág.267), «puede satisfacer a la vez el corazón y el espíritu,pues al mismo tiempo que se funda en la sólida basede los hechos, representa con rasgos grandiosos la uni-dad del mundo sin contradecir los datos particulares»,ejercicio sobre él una atracción profunda y decisiva.Mérito es, sin duda de Kropotkin, su constante aspira-ción a lograr una visión racional omniabarcante, el nohaber renunciado a alcanzar un punto de vista sobreel Todo, el haber señalado la continuidad entre Natu-raleza y Espíritu, en haber insistido en la unidad de loreal, el haber vinculado estrechamente la ética con laantología y la filosofía social con la ética.

Como crítico no se le puede dejar de reconocer asi-mismo el acierto de muchas de sus negaciones y laperspicacia que revelan alguna de sus observacionessobre el pensamiento de su época y el pasado. Su cono-cimiento de la filosofía antigua y medieval y del idea-lismo alemán parece, sin embargo, bastante superficial.Nadie, en efecto, que haya leído ha Kant o a Hegel con

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cierto detenimiento y con un mínimo de esfuerzo decomprensión puede dejar de ver allí —cualquiera se eljuicio que dichos filósofos merezcan— algo más quemeras palabras y fórmulas vacías.

Por otra parte, hay en la filosofía de Kropotkin unaserie de supuestos no examinados ni críticamente en-frentados, cosa que quizás puede explicarse por el ca-rácter no técnico sino divulgativo de sus escritos, pe-ro que, en todo caso, resulta muy propio del materia-lismo mecanicistas de la época, como puede verse enBüchner, Vogt, Moleschott, Haeckel. No podemos en-trar aquí en la crítica del reduccionismo o en el análisisde la dialéctica, y ya hemos apuntado las dificultadesque estricto determinismo físico-biológico presenta auna ética social revolucionaria. Baste señalar, comoconclusión, que ni éste ni ninguna de las contradiccio-nes que se pueden señalar en el pensamiento filosóficode Kropotkin bastaron nunca a obstaculizar su accióna favor de la justicia y de la libertad, ni estancaron elpoderoso impulso de su vida moral.

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Biblioteca anarquistaAnti-Copyright

Ángel CappellettiEl pensamiento de Kropotkin: ciencia, ética y

anarquía1978

Recuperado el 15 de abril de 2013 desdekclibertaria.comyr.com

Digitalización KCL. Ediciones Zero-Zyx. Colecciónde bolsillo «Biblioteca: promoción del pueblo», nº 25.

Madrid, 1978.

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