elogio de la palabra

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Elogio de la palabra

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  • Elogio de la Palabra, por Joan Maragall (15-X-1903)

    Traduccin de Eva Aladro Vico

    Seores,

    Qu gloria para m haber llegado a sentarme en este lugar y ser el primero en alzar la voz en

    esta temporada! Acaso me apreciis tanto, que disfrutis hacindome presidir toda la reunin?

    Yo quiero corresponder a vuestro amor y a la dignidad que slo l me ha concedido, hablndoos

    de nuestro comn amor a la razn de ser de esta casa, hacindoos el Elogio de la Palabra.

    Dijo Ramn Llull: Todo cuanto podemos sentir con los cinco sentidos corporales, todo es

    maravilla; pero como el hombre siente las cosas corporalmente, no se maravilla de ellas. Lo

    mismo ocurre con todas las cosas espirituales que podemos recordar o entender. Yo creo, pues,

    que la palabra es la cosa ms maravillosa de este mundo, porque en ella se abrazan y confunden

    toda la maravilla corporal y toda la maravilla espiritual de la Naturaleza.

    Pareciera que la tierra emple todas sus fuerzas en producir al hombre como el ms alto sentido

    de s misma; y que el hombre emple toda su fuerza de ser en producir la palabra. Si miramos al

    hombre silencioso, nos parecer un ser animal ms o menos perfecto que los dems. Pero poco a

    poco sus facciones van animndose, un comienzo de expresin ilumina sus ojos con una luz

    espiritual, sus labios se mueven, vibra el aire con una variedad sutil y esta vibracin material,

    materialmente percibida por el odo, lleva en el seno esa cosa inmaterial desveladora del

    espritu: la idea!

    Cmo! Oiris el rumor del viento y el susurro del agua y el bramar del trueno, que dejan en

    nuestro espritu una gran vaguedad de sentimiento. Y no basta que un nio pequeo, por su

    propia iniciativa, diga suavemente Madre, para que nos haga sentir, oh maravilla!, todo el

    mundo espiritual vibrando vivamente en el fondo de nuestras entraas?. Un sutil movimiento

    del aire nos hace presente la inmensa variedad del mundo, y alza en nosotros el fuerte

    presentimiento del infinito desconocido. Oh ,qu cosa ms sagrada! Dice San Juan: En el

    principio era la palabra, y la palabra estaba en Dios, y dice que por ella fueron hechas todas las

    cosas; y que la palabra se hizo carne y habit entre nosotros, qu abismo de luz, Dios mo!,

  • con qu santo temor, pues, no debamos de hablar!.Tenemos en la palabra todo el misterio y

    toda la luz del mundo, deberamos hablar como encantados, como iluminados. Pues no hay

    palabra, por ntima que sea la cosa que representa, que no haya nacido de una luz de inspiracin,

    que no refleje algo de la luz infinita que cre el mundo. Cmo podemos hablar framente y en

    tanta abundancia? Por eso nos escuchamos los unos a los otros con tanta indiferencia

    habitualmente; porque el hbito del mucho hablar y el mucho or nos enturbian el sentimiento

    de la santidad de la palabra. Deberamos hablar mucho menos y slo por un fuerte anhelo de

    expresin: cuando el espritu se estremece de plenitud y las palabras brotan, como las flores de

    primavera, una a una, y no en todas las ramas, sino como la fortuna de una de ellas. Cuando la

    rama ya no puede ms de la primavera que tiene dentro, entre las hojas abundantes brota una

    flor como expresin maravillosa. No se ve en la plenitud de las plantas la admiracin de haber

    florecido? As nosotros, cuando brota en nuestros labios la palabra verdadera.

    No habis escuchado nunca hablar a los enamorados? Parecen encandilados seres que no saben

    lo que dicen. Tienen un hablar entrecortado, en medio de la luz anhelante de sus miradas y la

    plenitud del pecho batiente. Y as sus palabras son como flores. Porque, si no habla el amor,

    quin bulle de vida en todas las ramas del sentido!qu no dirn los ojos! y cuando las ardientes

    miradas se entrecruzan, qu silencio! No habis estado nunca en medio de un gran bosque, en

    esa quietud llena de vida que parece una adoracin de toda la tierra? As adoran pues las almas

    de los enamorados en el brillo silencioso de las miradas. Y brota all finalmente una msica

    animada, oh maravilla!, una palabra. Cul? La que sea; pero como lleva toda el alma del

    terrible silencio que la ha engendrado, sea cual sea, probad a sondear su sentido; es intil; no

    alcanzaris nunca el fondo, y os espantar el infinito que lleva en las entraas.

    As hablan tambin los poetas. Son los enamorados del mundo todo, y tambin miran y se

    estremecen, mucho antes de hablar. Todo lo observan maravillados y despus se detienen

    febriles cerrando los ojos, y en esa agitacin hablan: a veces dicen alguna palabra creadora y,

    semejantes a Dios en el primer da del Gnesis, del caos surge la luz.

    Y as la palabra del poeta surge con ritmo de sol y de luz, con el ritmo nico de la belleza

    creadora, se es el verdadero inciso divino del verso, el verdadero lenguaje del hombre.

  • Dice Emerson: Dios no ha creado las cosas bellas, sino que la belleza es la creadora del

    Universo. Y as parece que Dios crea en la palabra inspirada del poeta.

    Pero, olvidados a menudo de la divinidad del mundo, y por aparentes necesidades de lo

    contingente, menospreciamos al poeta grande o chico que hay en cada uno de nosotros, y

    hablamos interminablemente sin inspiracin, sin ritmo, sin luz, sin msica y nuestras palabras

    transcurren insignificantes y fatigosas, como una planta que se disipa en innumerables hojas,

    ignorantes de la maravilla de las flores que en su seno lleva inexpresadas. Y vosotros mismos,

    entre todos, llamados a ser poetas, cundo entraris por fin profundamente en vuestras almas,

    para no sentir otra cosa que su ritmo divino, vibrando en el amor de las cosas de la tierra?

    Cundo por fin despreciaris todo otro ritmo y solamente hablaris con palabras vivas?

    Entonces seris escuchados en el encanto del sentido, y vuestras palabras misteriosas crearn la

    vida verdadera, y seris magos prodigiosos.

    Pues yo he visto que cuando hablis olvidados del ritmo vaco de vuestra vanidad corruptora, y

    en toda la humildad de vuestra alma inspirada, la gente que antes os escuchaba discretamente,

    ilumina sus ojos, se inflama sus pechos, y abre la boca ms que lo de costumbre, con una

    sonrisa beata, entre lgrimas, rindiendo su corazn para que el espritu pudiera ir a la divina

    esfera. Los he visto mirarse unos a otros, maravillados y dichosos, de verse juntos, redimidos de

    toda contingencia por el encantamiento que les era desconocido, de la palabra absoluta; y

    repitindola en balbuceo, con voz truncada unos a otros, y a los de ms all, que no la oyeron; y

    cada vez ms todos los ojos se abren volvindose iluminados hacia el poeta que habla en la

    humildad de la fiebre creadora; y en todos los ojos esa gratitud amorosa como de criatura con su

    creador.

    Pero ahora, malhadados, muy a menudo, ante un grano de inspiracin sagrada, queremos

    construir edificios de razn vanidosa, inflando ridculamente los ritmos vuestros para llenarlos

    de palabras que nadan muertas en la superficie de las cosas; y la gente se cansa de escucharos

    hablar vanamente con msica inanimada, y os tienen por maniticos entretenidos, y lo sois.

    Habiendo encontrado una palabra para dar luz a todo el mundo, el bajo prurito nuestro por una

    perfeccin y una grandeza superficiales, la ha convertido en un enjambre vacuo de palabras sin

    vida, que ha ofuscado aquella divina luz, retornndola a la confusin y a las tinieblas.

  • Aprended a hablar, del pueblo: no del pueblo vanidoso que os escucha las palabras vanas, sino

    el que se hace en la sencillez de la vida, delante de Dios solamente. Aprended de los pastores y

    de los marineros, cunto contemplan unos y otros en silencio la majestad del mundo all donde

    el espritu bate con ritmo libre y grande! Cunta inmensidad han reflejado los ojos, cunta

    belleza de cielos azules y de prados verdes y de mares cambiando con frecuencia de color como

    el rostro de una virgen, y de lunas y soles, y de brumas grises y de lluvias tenues! Cunto

    viento han sentido sus orejas y cuntas rtmicas olas, y los truenos que se ciernen e iluminan, y

    el bramido de los toros, y los gritos misteriosos en el espacio! Cunta ola de agua salada y de

    hierba fresca, y cmo sus sentidos se han visto tocados por todas las cosas puras!. Sus facciones

    estn como encandiladas, y hablan raramente; pero cuando hablan, sus palabras estn llenas de

    sentido.

    Recuerdo una excursin por nuestro Pirineo, en pleno medioda, en que avanzbamos perdidos

    por las altas soledades: en el desierto de piedra ondulante habamos perdido toda la ruta y en

    vano interrogbamos con ojo inquieto a la muda inmensidad de las montaas inmviles. Slo el

    viento cantaba all con grito interminable. De repente, en el gritar del viento, omos un tintineo

    invisible; nuestros ojos asombrados, poco hechos a aquellas grandezas, tardaron mucho en

    descubrir un rebao que en una majada de raro verdor paca. Esperanzados nos encaminamos

    all a encontrar al pastor, agachado al lado del caldero humeante que el hombre, de rodillas en

    la tierra, vigilaba atentamente. Le preguntamos el camino, y el hombre, que era como de piedra,

    volvi los ojos en su rostro exttico, levant lentamente el brazo indicando una vaga direccin,

    y movi los labios. En el atronador rugido del viento que engulla toda voz, sonaron slo dos

    palabras que el pastor repeta tozudamente: Aquella canal y sealaba all vagamente, hacia

    el medio de las montaas. Aquella canal! Qu bellas eran las dos palabras, dichas

    gravemente entre el viento! Qu llenas de sentido, de poesa! . La canal era el camino, la canal

    por donde corren las aguas de los nuevos manantiales. Y era, no cualquiera, sino aquella

    canal: aquella que l conoca bien entre las otras por fisonoma cierta y propia: era algo aquella

    canal, tena un alma, era aquella canal Ven? Para m eso es hablar.

    Recuerdo una noche, en la otra vertiente del Pirineo, en aquellas montaas que tan altas son,

    que sali de entre la foresta una nia que pareca un hada. Le ped que me dijera algo en su

    propia lengua y ella, toda admirada, me seal el cielo estrellado, y dijo simplemente as Lis

    esteles (las estrellas, en dialecto bearns), y me parece que aquello tambin era hablar.

  • Recuerdo, ms recientemente, un atardecer en una punta de la costa cantbrica donde los

    ponientes son bellos. La gente iba all a ver ponerse el sol en el mar. Aunque vinieran

    discutiendo, llegando all todos callaban ante el mar que cambiaba de colores. Llegaron dos

    hombres del mar, silenciosos, y se plantaron ante la costa inmensa; y durante un buen rato

    permanecieron callados uno al lado del otro. Despus uno de ellos, sin moverse ni girarse al

    compaero, le dijo: Mira. Y todos los que lo oyeron miraron hacia delante, viendo cada uno

    una maravilla propia. Tambin aquello era hablar: y lo que no es eso, son palabras vacas.

    Aquella canalLis estelesMira Palabras que cantan un cntico de las entraas,

    porque nacen en la palpitacin rtmica del universo. Slo el pueblo inocente puede decirlas, y

    los poetas, repetirlas con inocencia ms intensa y mayor cntico, con luz ms reveladora, porque

    el poeta es el hombre ms inocente y ms sabio de la tierra.

    Y cuando los poetas sepan ensernoslo, este lenguaje sublime, y hacernos olvidar todo el otro,

    despus de haberlo olvidado ellos mismos, entonces vendr su reino y todos hablaremos

    animados por la msica creadora. Todos hablaremos medio cantando con la voz, salida de la

    tierra de cada uno, despreciando el artificio de las lenguas convencionales y todos se entendern

    slo con quien se haga entender: pues cuando hable del fondo del alma con amor, se har

    entender por todos aquellos que con encantamiento de amor le escuchen, pues en amor sucede

    as, que medio entender una palabra es entenderla ms que del todo, y no hay otro lenguaje

    universal que ste.

    Porque, qu significa lenguaje universal, sino expresin y comunicacin del alma universal? Y

    si el alma universal es la belleza amorosa que traspasa toda la Creacin y en cada tierra habla en

    boca de los hombres que la tierra misma hizo en su amoroso esfuerzo, la nica expresin

    universal ser, pues, aquella tan variada como la variedad misma de las tierras y sus gentes.

    Y por ella los hombres se entendern solos en la armona natural producida por el verbo

    amoroso de la belleza creadora, pero en ella se entendern por completo en voz y en espritu,

    mientras que la mutua inteligencia de las palabras superficiales speras, vacas de amor y de

    belleza, es un entenderse sin entenderse: piensan los hombres que se entienden, y menos lo

    hacen cuando ms piensan entenderse. Que si ponemos a conversar a dos hombres de diferentes

    linajes hablando cada uno la lengua propia, podr muy bien ser que, no entendindose en las

  • cosas ms superficiales, puedan, sin embargo, si con amor llegan a hablarse desde el fondo de

    las almas solas, encontrar en la msica ideal de las voces apasionadas un sonido de armona, una

    palabra en la cual vibren los dos por igual: era la nica que podan entender; y el alma universal

    se ha manifestado a los dos por igual en aquel comn resplandor, en l solamente se habrn

    entendido, pero qu entenderse!.

    Pero si esos dos hombres se hablan en una misma lengua, bien sea porque uno la haya

    aprendido del otro, ya porque los dos de un tercero, puede ser que se comprendan muy bien en

    las cosas ms vanas; pero, all donde comienza a palpitar hondamente la vida, all dejarn de

    entenderse; porque cada tierra comunica a las ms sustanciales palabras de sus hombres un

    sentido sentimental que no hay diccionario que explique ni gramtica que ensee. Y as esos dos

    hombres dirn una misma palabra que sonar igual por fuera y creern haberse entendido; pero

    en el bello fondo de las almas el cntico no ser igual.

    Y no es la armona de fuera la deseable, sino la de dentro; no es por el susurro de las palabras

    por lo que todos los hombres son hermanos, sino por el espritu nico que las hace brotar

    diferentes en la variedad misteriosa de la tierra.

    Y ese espritu cabe buscarlo a travs de esa variedad misteriosa tratando la palabra como cosa

    sagrada, inviolable, hablando cada uno con santo amor la lengua inocente del pueblo en la que

    Dios la puso, dndole en ella su verbo creador; hablando slo en plenitud de sentido y pureza de

    expresin, y evitando temerosamente el sacrilegio de la palabra artificiosa o grosera.

    Henos pues aqu, que al predicar nosotros la exaltacin de las lenguas populares, no predicamos

    otra cosa que el puro imperio del verbo creador, la infinita transformacin de la tierra en el

    cielo, que es el ms profundo anhelo del verdadero progreso humano. Y as, cuando nuestra

    prdica es tachada de rebelde, estril y regresiva, nosotros podemos sonrer a nuestros enemigos

    con serena firmeza, y seguir adelante predicando la ley del verbo que es la ley del mundo.

    Porque, siendo el mundo creado, quin, sino el verbo, ha de regirlo ante el cielo? Y si el verbo

    que culmina la creacin se manifiesta a travs de la tierra por la palabra del hombre, que es la

    suprema expresin de cada tierra, qu otro reglamento de tierras puede desearse, si no es se

    sealado por la vida espontnea de los lenguajes?.

  • Mirad, por tanto, si no es santa nuestra causa. Y si ahora consideramos propia su raz en el

    divino misterio del ser y del devenir, y cmo es as superior a toda otra poltica convencional, a

    todo accidente histrico, nos sentiremos posedos por un amor y un temor a defenderla, que

    comunicarn a nuestra lucha una grandeza y una nobleza purificadoras de todo egosmo y

    rencor, y menospreciaremos toda mezquindad propia o ajena.

    Tengamos bien presente que no somos unos sublevados llevando una bandera contra otra

    bandera, sino unos apstoles inflamados en luz divina, que avanzan para esclarecer las tinieblas

    con el fuego en el que somos consumidos; que nuestra causa no es solamente la causa de una

    nacionalidad, no es un pleito de estados o una ria de familias, sino un ideal humano arraigado

    en el amor divino que anima bellamente el mundo.

    Un ideal as en ningn sitio puede ser profesado con ms integridad y con ms pureza que en

    esta casa. Porque en otros lugares nos acogen por una u otra accin de la vida, en las que la

    palabra sirve a fines particulares; pero aqu la palabra lo es todo: es nuestra accin, nuestro

    medio y nuestro fin.

    Veamos en qu disposicin solemos acudir aqu, a esta casa: cada uno liberndose del muy

    concreto y material oficio suyo para cultivar la flor espiritual en este lugar y buscarla de otros

    jardines. Que en otros lugares tratarn entre ellos de medicina, los mdicos, de leyes, los

    abogados y de sus frmulas y aplicaciones los politcnicos, y de su trabajo los que remueven

    profundamente la tierra o hacen rodar los ingenios de la produccin y generan la riqueza. Pero

    aqu el comerciante busca a veces la palabra del poeta, y el artista escucha al ingeniero, y el

    mdico se deleita en lecturas literarias, y el abogado y el agricultor, y todos con todos se

    encuentran y se entienden en la regin serena de la palabra, sin otro fin que el de enriquecerse el

    espritu con el camino de ella, sin otra trascendencia que el fecundo goce de esta obra

    mutuamente creadora.

    En esta regin, pues, la palabra puede vibrar bien plena porque se mueve con todos los vientos

    del espritu; y puede brotar bien pura porque nace alta, por encima de todos los intereses de lo

    contingente. Aqu podemos hablar con algo de aquel encantamiento del que hablan los

  • enamorados y los poetas y el pueblo inocente y todos los que sienten la bella palpitacin del

    verbo en el fondo de la creacin: que hablan poco y en plenitud y en pureza; y eso, transportarlo

    a todas las maneras en que aqu la palabra se manifiesta.

    Y as me parece or los discursos ideales que en este lugar podran decirse: que no se hablara

    jams por vanidad u otro inters que el del fuerte anhelo de decir algo que el alma tenga en

    plenitud y quiera dar con amor, generosamente. Me parece sentir nuestras discusiones ajenas a

    toda habilidad y a toda pasin enturbiadoras, nobles y serenas como platnicos dilogos. Me

    parece asistir a lecciones amorosamente dadas y vidamente aprendidas, y a lecturas de aquellas

    en que los ms jvenes se inician con fervor en el gran anhelo del espritu humano, y los viejos

    se mantienen siempre jvenes en l. Me parece, sobre todo, or vuestras conversaciones, que es

    en lo que tengo ms fe, y las siento libres de murmuracin y de bajas inquinas y de palabras

    groseras, sino que resumen toda comunicacin de ideas y sentimientos nobles con la esencia de

    la inspiracin del momento, de la espontaneidad del trato ntimo y de la variedad de espritus

    reunidos por el azar y la simpata.

    Yo tengo fe sobre todo en la conversacin, porque es la manera ms natural de comunicacin

    verbal, y contiene en germen todas las otras. Hay en ella una penetracin ms fuerte de los

    espritus, que se ponderan en ella y se equilibran. Que cuando uno de los que razonan tiene que

    decir ms que los otros sobre una cosa, brota naturalmente el discurso sin la afectacin del

    espectculo, en el que entre el que habla y los que escuchan se abre como un valle de

    aislamiento; que cuando en la conversacin uno es movido a explicar a los dems lo que sabe

    bien, y los otros callan o bien otorgan, con el fin de aprender, se vuelve una leccin provechosa

    cuanto ms espontneamente solicitada e inolvidable porque est viva; que en la conversacin

    suenan fecundas muchas lecturas pasadas y nos estimula a otras nuevas; que la discusin es

    menos agria que en pblico, menos tocada de amor propio, y ms luminosa y atemperada por

    las variadas salidas del uno y del otro, que en la conversacin, finalmente, cuando se usa con

    dignidad, la palabra vuela libre y graciosa con toda la pureza de su origen y toda la majestad de

    su contenido divino.

    Y si no, mirad el que fue Verbo encarnado, cmo predica la ley divina conversando sobre los

    hechos vivos que en su camino le aparecieron: as dio la divina enseanza, y todo el Evangelio

    es un sublime desfile de conversaciones, en las que, con santa espontaneidad, brotan discursos,

  • lecciones o discusiones llenas de aquella luz tan viva. As el verbo creador ms naturalmente se

    manifiesta y acta.

    Ay, amigos mos! Hagamos aqu, pues, un templo a la palabra, que con su fuerza misteriosa

    creadora trascender todo. Adoremos el verbo con el anhelo del imperio de su luz, y esa

    adoracin sola tendr la fuerza para transformar el mundo, para crear el mundo segn el verbo,

    que es aquel segn nuestros deseos. Mucho mejor ser hacer esto que poltica, mejor que

    discutir esta o aquella ciencia, mejor que procurar riqueza o exteriores justicias sociales: ser, en

    todas estas otras cosas, influir con la potencia creadora del verbo que ir hacindolos a su

    imagen y semejanza espiritual.

    Que cada cual venga aqu, pues, cantando una cancin, la suya, la flor de su da; que cada cual

    se vuelva cantndola ms fuerte y enriquecida con la armona de todas las que aqu se habr

    encontrado. Y as al comparecer cada uno de nosotros al crculo especial de su actividad

    contingente, lo har con la cancin en los labios. Y sabis la fuerza que tiene el hombre que

    llega con la cancin en los labios?. No hay cosa ms fuerte que una cancin: lo vence todo, ante

    ella todo se doblega, transforma e ilumina. Solo es necesario saberla traer desde bien adentro, y

    saberla cantar bien hacia fuera. ste es el arte del poeta. Y todos somos poetas, solamente nos

    falta darnos cuenta de ello

    Y ahora, os digo adis; mucho he habladoHubiera querido, al hablaros en este acto como me

    corresponda, no haberos dicho sino palabras vivas, como dndoos ejemplo para todo el ao.

    Mas bien s que he dicho muchas cosas vanas; aprovechad que las habis escuchado con

    paciencia para huir de sus apariencias, y as, aunque sea por contraste, os habr dado un buen

    ejemplo. Y si alguna palabra viva habis odo (que yo s que alguna habr pronunciado, porque,

    escribiendo este discurso, ms de un golpe de fiebre deleitosa me ha hecho temblar el pulso y

    mis ojos se han turbado), si habis odo una palabra viva, una solaentonces afortunado yo, y

    felices vosotros. Adis.

  • Elogio de la Poesa

    Poesa es el arte de la palabra, entendiendo por Arte la Belleza pasada a travs del hombre, y por

    Belleza la revelacin de la esencia mediante la forma. Forma significa la impronta que en la

    materia de las cosas ha dejado el ritmo creador. Porque, consistiendo la creacin en el esfuerzo

    divino, a travs del caos, en la esencia del esfuerzo est el ritmo, es decir, la alternancia de la

    accin y el reposo. As lo hallamos en el moverse de las olas en el mar, en el petrificado

    ondularse de la montaa, en la disposicin de las ramas en el tronco. Y en el abrirse de las hojas,

    en los cristales de las piedras preciosas, y en los miembros de todo animal, en el aullar del

    viento y en el de las bestias, y en el llanto del hombre.

    Y ahora estas verdades que me parece haber hallado para todo Arte, dejadme llevarlas a mi

    tienda de poesa, del arte de la palabra, para considerarlas ms apropiadamente y poderlas

    asentar en el fundamento de la propia experiencia.

    Comenzando por la espontaneidad de la contemplacin, hallaremos que el poeta nunca puede

    decirse: Ahora o maana- voy a contemplar el mar o la montaa para expresarlos

    poticamente; porque en la magia de las afinidades entre la Naturaleza y el Hombre, el nico

    conjuro eficaz para el impulso creador es el impulso mismo, y fuera de l, toda voluntad es

    vana. En este tipo de actividad, la voluntad, en otras tan poderosa, no puede crear sino

    fantasmas de expresin, nunca expresiones vivas; porque la virtud de vida slo puede venir de

    la vida misma producida en el misterioso esfuerzo divino de la Creacin. Hemos de aprender a

    ser pacientes ante la realidad: que ya vendr el momento puede estar muy lejano, puede ser

    muy diferente del de la presencia material de la forma viva- en que, si esta fuera de buen ser,

    nos sentimos posedos por el verbo en ese momento. Hay una extremidad interior, un instinto

    que no engaa: una voz impensada que dice: Ahora!. La emocin deseada va entonces toda

    sola.

    Pero no nos abandonaremos a ella si no la sentimos bien puramente artstica; y lo conoceris por

    el desinters que os produce hacia cualquier otra cosa que no sea la forma. Porque si al ver salir

    al mar la barca, de la que os he hablado, con los pescadores, en mi sentimiento de la escena no

    se borra el de mi piedad, o quin sabe si el de mi envidia, o un inters cualquiera de otro tipo

    por la suerte de esos hombres, mi emocin no ser puramente esttica, la revelacin del ritmo

  • me ser perturbada; y si, consecuentemente, al tornrseme en emocin expresiva, se mete entre

    ceja y ceja, al comienzo, que mis palabras muevan a piedad a quien las escuche, o a justicia

    hacia la gente del mar, bien podra alabarse la nobleza de mi sentimiento o la rectitud de mi

    intencin, y mis palabras tendrn seguramente un calor y una eficacia muy humanas: pero

    nobleza, justicia, calor y eficacia sern cosa muy distinta a poticos.

    Y con esto no reivindico que sienta el arte como una cosa fra, frvola e inhumana; porque

    habra de deciros que el arte y la poesa tienen en s su nobleza, justicia, piedad, calor y eficacia

    humanas, que por s solas valen todo cuanto esas palabras puedan valer en cualquier otra esfera.

    Que la pura msica de Beethoven, un verso de Dante, pura expresin de un gesto humano, son

    cosas definitivas en s mismas que contienen toda sabidura, amor y rectitud, sin tener que

    recordar para nada la sabidura de un Aristteles, el amor de un San Francisco, ni la rectitud de

    un Catn; porque as como el esplendor de la expresin de stos prueba justamente su pureza

    cientfica o moral sin otra preocupacin de elocuencia, as mismo la verdad y la moralidad de

    aquellos consista en su pureza formal y expresiva. Porque todo est en todo, con la condicin

    de que en cada cosa est bien en su manera. Cada estado humano en su plenitud se basta a s

    mismo: todos son caminos de Dios que nos surgen ante la complejidad de la imperfeccin

    nuestra, pero no habiendo estropeado uno bien derecho, dejarlo por otro es errar: que la mayor

    eficacia de las cosas est en la pureza de su naturaleza respectiva. Paros a pensar, pues, en la

    pureza de nuestra emocin artstica.

    A veces, poetas, se os tornar expresiva por s misma en palabras rtmicas; y aqu ha de acudir

    vuestra sinceridad. La sinceridad del poeta ha de consistir, antes que nada, en saber expresar la

    aparicin de esas palabras. Y despus, en decirlas tal y como le han surgido. La accin de la

    voluntad y del entendimiento son muy importantes en la obra potica, pero en un sentido

    negativo: la de la voluntad ha de ser reprimir el deseo prematuro de hablar; la del

    entendimiento, conocer las palabras vivas entre la vorgine de las que el apremio por hablar

    haya evocado impuramente en vosotros. Porque hay tres grados de sinceridad al hablar: el

    primero es decir lo que se piensa por voluntad de decirlo; el segundo es decirlo por una

    necesidad de expresin fuerte, pero no para determinar por s sola la expresin misma: ste es el

    principio del verdadero estado expresivo que engaa a muchos, precipitndolos a la bsqueda de

    palabras y produciendo el aborto potico; el tercer grado, que es el de la verdadera sinceridad

    potica, consiste en ese divino balbuceo que brota a travs del poeta con aquel mismo ritmo

    originario que sinti en la forma del impulso revelador, que lo penetr y se hizo con l en la

    pureza de su emocin, y que rompi hacia fuera de sus entraas apareciendo finalmente como

  • palabra viva ya hecha hombre, hecha poesa, hecha Dios en la medida del poeta y de su

    momento.

    Ya ven qu delicia y qu sagrado tormento es el de la poesa: ya vemos lo que nos dan cuando

    dan una poesa pura; y tambin qu engao cuando en su lugar nos dan un vaco rumor de prisa

    rtmica, un aborto de la emocin, o una estril excitacin voluntaria con la sacrlega defensa de

    poesa de unos versos bien compuestos. Ya vemos si podemos hacer bien o mal con esto del

    verso, que parece un juego frvolo, y es de vida o muerte para el espritu.