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PATROCINA FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE GIJÓN 26 NOVIEMBRE 2014 // 6 ORGANIZA COLABORA

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El52, el periódico del FICX52

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PATROCINA

FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE GIJÓN

26 NOVIEMBRE 2014 // nº 6

ORGANIZA COLABORA

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226 NOVIEMBRE 2014 // nº 6

HIPPOCRATEThomas LiltiFrancia / 2014, 102 min.

HOY • 22:30 h. // Teatro Jovellanos

MAÑANA • 20:00 h. // Cines Centro sala 2

OFICIAL - OTRAS SECCIONES

El considerado por muchos como padre de la medicina mo-derna, artífice de la teoría de los cuatro humores, da título a esta película de médicos en la que no esperen encontrar rela-tos lastimeros, niños con cáncer o enfermeras asiáticas que se acuestan con internos de abdomen esculpido. A pesar de la experiencia en el ámbito televisivo de su director, esto no es Anatomía de Grey. Hippocrates es un relato autobiográfico, ácido y realista del sistema sanitario francés, narrado con humor, austeridad y honradez.

El segundo largometraje de Thomas Lilti tras Les yeux bandés llega a la Sección Oficial del FICX52 después de clausurar, fuera de concurso, la Semana de la Crítica de la 67ª edición del festival de Cannes y lograr el máximo galardón en el festival de cine francófono de Angoulême.

Benjamin, el joven protagonista de Hippocrates, se presenta como un joven ingenuo y ambicioso: está convencido de que va a convertirse en buen médico, pero no es consciente de que para ello deberá someterse a un agotador rito de iniciación. Mediante un proceso de adaptación forzada, el novato se irá dando cuenta de que su idealizada visión de la profesión poco tiene que ver con la dura realidad de un hospital. Con un po-tente plano secuencia de arranque, Benjamin se adentra en las entrañas de un sistema médico mezquino y precario que tam-bién parece haber sufrido severos recortes presupuestarios, lo que en cierto modo nos reconforta como espectadores… espa-ñoles, ya que podemos llegar a pensar que los franceses están tan jodidos como nosotros.

A su llegada al hospital, Benjamin comprueba que toda la teo-ría aprendida en la facultad no es material suficiente para en-frentarse a la dura realidad de una planta de urgencias y trata de ocultar esa angustia, mostrando una falsa seguridad que no pasará inadvertida ante los ojos de sus compañeros más avezados. En un proceso de aprendizaje en el que los pacientes son reales y las equivocaciones tienen fatales consecuencias, Benjamin deberá enfrentarse a la ansiedad que provoca tra-bajar constantemente bajo presión, a la rabia y la impotencia que generan la escasez de recursos y la ineficacia del sistema y, junto al resto de internos, tratará de canalizar esas tensiones mediante fiestas, alcohol o dibujando pollas en las paredes.

En el trascurso de la narración, advertimos una certeza: los sistemas médicos siempre siembran dudas, recelos y desconfianzas, incluso en este etnocéntrico primer mundo. Los potenciales usuarios no compar-timos el código de referencia en el que han sido creados histórica y culturalmente, lo que dificulta su aplicación por muy bondadosas que se presenten sus virtudes. En Hippocrates somos partícipes de cómo los deseos de los profesionales chocan a menudo con la aplicación de estos protocolos, en ocasiones demasiado estrictos e incapaces de empatizar con el dolor, el gran tema tabú de la representación en toda la historia del arte.

Desde Virginia Woolf, quien ya se lamentaba acerca de la pobreza del lenguaje a la hora de describir la enfermedad y el dolor físico, muchos autores y autoras han tratado de penetrar en la esencia del cuerpo herido para confirmar que el dolor, en sí mismo, carece de formas de lenguaje para ser expresado: las palabras y los símbolos no alcanzan o no son suficientes. Si el dolor no puede ser nombrado, si no puede ser representado ni simbolizado, entonces sólo puede ser vivido.

La escala del dolor que utiliza Abdel, un médico más curtido en lidiar con todas las contradicciones de este sistema burócrata, y a la vez más sensible ante la desatención que sufren los pacientes, evidencia la incapacidad humana de expresar con palabras esa experiencia sensorial y emocional, en la que se concentran elementos fisiológicos, psicológicos y culturales. Todas las teorías acerca del dolor no dis-cuten el hecho de que, para el paciente que se duele, la probabilidad de que su propia experiencia sea relevante o significativa aumentará dependiendo de la capacidad de su dolor para ser representado o imitado y, en consecuencia, produzca empatía o compasión entre los presentes. La escena de la pacien-te moribunda estremece por esa impotencia humana a la hora de trasmitir y compartir el dolor, y la ternura de Abdel sirve de consuelo ante lo inevitable.

Los hospitales son para muchas culturas lugares donde la gente va más a morir que a sanar, recintos que se constituyen como espacios estigmatizados y malditos, habitáculos asépticos, que huelen raro y dan comida que huele aun peor. No parece el escenario perfecto para rodar una película, pero Thomas Lilti, antaño médico, se atreve y consigue una obra redonda, crítica y conmovedora; Hippocrates es una cinta que deberían proyectar en todas las facultades de medicina, con el fin de que el alumnado, edu-cado en los brazos del enorme poder y la formidable inercia de los monopolios, las farmacéuticas y las burocracias hiperindustriales, confirmen que sólo existe una pequeña posibilidad de alcanzar un futuro acorde con la visión de libertad y opulencia que les hemos transmitido. Pero tan sólo esa posibilidad es suficiente para alimentar la esperanza racional de invertir la tendencia que ha conducido al sistema a esta situación: la voluntad de resistir como un héroe.

El médico representa en cierto modo la figura del héroe moderno si, como afirma Becker, la sociedad misma es un sistema heroico codificado, diseñado para vehicular ese heroísmo terrenal. Destinado a inducir la esperanza y la creencia en que las cosas que el hombre crea en la sociedad tienen un valor y un significado perdurables, que éstas sobrevivirán o eclipsarán la muerte y la decadencia, que el hom-bre y sus obras son importantes. Salvar vidas es tarea de héroes.

Un médico puede ser un héroe, cartesiano y racionalista, más aún si sus compañeros le cubren las espaldas ante las negligencias, si el corporativismo ejerce su función. El padre de Benjamin se lo deja bien claro al principio de su carrera: “estoy de tu parte porque perteneces a la familia del hospital. Lo que hacemos es muy difícil, no somos superhombres”. Partiendo de esta posición privilegiada, Benjamin se verá obligado a mentir y engañar, se enfrentará a dilemas éticos y morales, con la espe-ranza de llegar a convertirse algún día en un superhombre, con una bata de su talla.

Por: CARMEN DÍAZ-FAES

Benjamin se adentra en las entrañas de un sistema médico mezquino y precario que también parece haber sufrido severos recortes presupuestario

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Hay un tipo de cine, de relato urgente de la realidad unido a la deriva de sus protagonistas, atado a su cuerpo como un peso muerto, que aparece puntualmente en prácticamente cualquier cinematografía. Quizás el punto cero, al menos el de la modernidad, sea el Malas Calles de Martin Scorsese, el formón original nacido de la interpretación febril del neorrealismo.

Titli cuenta la Malas calles del Bombay contemporáneo y las “malas calles” (y vida) de su antihéroe, el Titli del título, “Mariposa”, ya que su madre pensaba que iba a ser una niña, el hermano pequeño de una familia criminal. Tal y como ya marcó Scorsese, aquí no existe una trama propiamente dicha, sino más bien una deriva de los acontecimientos, ese peso muerto que decía antes, que tira del protagonista cada vez más hacia abajo. Titli es un relato de la violencia cotidiana, del pequeño crimen común y de la corrupción como estado de las cosas, como Sistema institucionalizado que, a su modo perverso, mantiene en funcionamiento la máquina, como un lubricante.

Patética y doliente, tragicómica en algunos momentos, precisamente aquellos de mayor patetismo, con la cámara convulsionando, es la forma del presente (del presente desde los 90, más atrás de aquellos 70 de Kinji Fukasaku y sus yakuzas ultrarealistas) al ritmo de unos cuerpos y una historia que son la expresión de la misma sensibilidad brutal. Titli está tan desesperado que va perdiendo a lo largo del metraje los rasgos positivos con los cuales comienza, transformándose, durante la búsqueda de un agujero por el cual escaparse de su contexto en todo aquello que odia, en otro cabrón a escala doméstica. Derrotado por la realidad, pero tal vez con un clavo ardiendo todavía a mano: un mínimo rastro de humanidad que impide su total defenestración.

TITLIKanu Behl India / 2014, 127 min.

HOY • 20:00 h. // Teatro Jovellanos

MAÑANA • 22:30 h. // Cines Centro sala 2

Por: ADRIÁN SÁNCHEZ

HOY • 22:15 h. // Cines Centro sala 3 29 NOV • 17:00 h. // Cines Centro sala 3

GÉNEROS MUTANTES

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Concrete Clouds es el primer largometraje del tailandés Lee Chatametikool, reconocido y valorado por sus trabajos como editor de montaje en la producción independiente de su país. Durante algo más de una década ha sido responsable en la sala de edición de una veintena de títulos de los cuales es necesario destacar cuatro filmes de Apichatpong Weera-sethakul, entre ellos el celebrado Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives (Lung Bunmi Raluek Chat, 2010) Palma de Oro en el Festival de Cannes. Con este bagaje, podemos asegurar que detrás de este director novel se esconde uno de los responsables del éxito de Apichatpong y, por extensión, de la llamada “nueva ola tailandesa”.

Una “nueva ola” que se inicia en 1997, año del estallido de la crisis financiera asiática que afectó especialmente a Tailandia. Es en ese año, en ese contexto convulso para el país de Indochina, dónde se enmarca la historia de Concrete Clouds. La película filma los espacios y edificios en los que se mueven los personajes para atrapar el ambiente de desolación y vacío en el que se halla inmerso Tailandia, pero más allá del entorno, el director explora el espíritu del momento a través de la relación de dos hermanos y sus respectivas historias de amor.

Mutt, el protagonista, es un inversor financiero afincado en Nueva York que se ve obligado a volver a Bangkok tras el suicidio de su padre. Allí, mientras ordena los asuntos familiares, se reencuentra con su hermano pequeño y con una vida que había dejado atrás, al menos en apariencia. Lo dramático del punto de partida no impide que la historia gane cierta luminosidad en lo relativo a las relaciones personales. Mutt retoma el contacto con una antigua novia de la juventud, mientras su hermano Nic vive la complejidad e intensidad de un primer amor con su vecina. Mientras una relación se debate entre lo que fue y lo que podía haber sido, la otra reproduce los esquemas de la primera haciendo equilibrios entre las distintas voluntades, entre lo práctico y lo romántico, entre la realidad y deseo.

La historia posee ingredientes suficientes para inclinarse hacia el melodrama, pero lejos de realizar un trabajo dócil que se deje arrastrar por la inercia de las historias de amor, Lee sabe tomar distancias y escoger los instantes adecuados para regular la intensidad de la película. Juega con los paralelismos, con las contradicciones y los recuerdos. Mutt encuentra a su regreso un choque entre la persona que fue en Tailandia y la que es en Estados Unidos, este conflicto se ve alimentado por los casetes que le inundan de recuerdos y un entorno que parece empujarle a repetir ciertos patrones y, en cualquier caso, son repetidos por su hermano pequeño en un evidente guiño al concepto del eterno retorno.

De entre todas las ideas que el director tailandés pone sobre la mesa hay una que destaca entre las demás. Lee decide insertar canciones pop en distintos puntos de la trama pero lo hace de forma íntegra, presentadas no como acompaña-miento de la acción sino como videoclips de karaoke protagonizados por los propios personajes, en concreto por Nic y su novia. Los recrea siguiendo las pautas de los vídeos musicales de la época, recreando así un festival de sentimientos exagerados y de barroquismo estético. Estos insertos tienen una doble función: por un lado, dentro de la ficción, existen como las idealizaciones de la relación que Nic imagina, sueña o desea, y que responden a la influencia y consumo de la cultura de masas; por otro lado, en un aspecto narrativo, sirven al director como bolsas de oxígeno, instantes donde restar dramatismo a la historia gracias al factor cómico que otorga el exceso de los vídeos, de esta forma convierte un posible defecto, ¬el sentimentalismo¬, en una fortaleza de la película.

Con todo, Concrete Clouds se revela como un apasionante retrato de un momento preciso de la realidad de Tailandia. Un ejercicio de regresión y memoria que sirve para ilustrar los ciclos económicos, sociales y, sobre todo, sentimentales, enfrentando la idealización y el pragmatismo para preguntar a las personas sobre el lugar al que corresponden. Produ-cida por Apichatpong Weerasethakul, Concrete Clouds abre nuevos horizontes dentro de ese cine tailandés, sensorial y contemplativo, que ha llegado a Europa en los últimos años. Una apuesta más accesible que no renuncia a ningún elemento de la tradición que recoge. Lee Chatametikool es la mano que ha unido todos aquellos planos e historias que nos han impactado y emocionado durante la última década, ahora nos regala hora y media con diferentes argumentos para continuar atentos al cine que sale de Tailandia.

HOY • 17:00 h. // Cines Centro sala 3 MAÑANA • 13:30 h. // Cines Centro sala 3

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OTRAS SECCIONES CONVERGENCIAS - RELLUMES

HOY • 20:00 h. // Cines Centro sala 5

29 NOV • 20:00 h. // Cines Centro sala 5

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ENFANTS TERRIBLES - BRILLANTE MENDOZA

HOY • 22:30 h. // Cines Centro sala 4 MAÑANA • 22:30 h. // Gijón Sur

HOY • 09:15 h. // Universidad Laboral • 17:00 h. // Antiguo Instituto

MAÑANA • 10:30 h. // Teatro Jovellanos

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600 NOVIEMBRE 2013 // nº 0

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HOY, a las 10:30 h. rueda de prensa en el

Centro de Cultura Antiguo Instituto Jovellanos

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1026 NOVIEMBRE 2014 // nº 6

ENTREVISTA

Por :

RUBÉN LARDÍN

Hoy hay gente que tiene más interés en colgar la foto de un postre maravilloso en Instagram que en comérselo

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Hay mucha gente que tiene un montón de prejuicios en

la cabeza. Prejuicios, miedos, inseguridades…

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24 VIÑETAS POR SEGUNDO

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