el vigía munípice

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El vigía munícipe _¡Chacho!, los que hemos aprendido desde esa candidez atribuida a la ignorancia; los que hemos comprendido cada desgaje desde esa sencillez entendida como calmosa y pausada inconsciencia; los que hemos quebrantado, alguna vez, los conciertos entre presuntos bienaventurados, con ayuno y sin ayuno, y ahí los tienes; aún no hemos perdido la dignidad para continuar, callados, impostando la voz. Impostando la voz, callado, he caído en que un vigía puede estar perfectamente metido en el ajo. Por tanto, tener un conocimiento íntimo, incestuoso e involutivo de la proyección que favorezca a los de ese metro cuadrado. En el que caben una mesa, cuatro sillas y una cínica amigabilidad que asienta a la perfección tres tipos de estabilidad: la de la mesa, la de la silla y su futuro nivel de vida por delante y por encima de los demás. Tantas patas evitan que allí nada quede desalineado. Todo lo tambaleante, ha sido afianzado de tal forma, que hasta parece normalizado. La ergonomía del momento es pasajera y menesterosa, el orden del día es parvo. Cuánto para mí y cuánto para ti. Cuándo para ti y cuándo para mí. Sobre todo para los que expectantes callan, y por eso lo hacen. El vigía no puede realizar su labor cuando la mayoría de la municipalidad desea pasar por esa misma mesa y sus cuatro sillas, saliendo laureado y recompensado. Para así intentar orientar como progenitor a toda su posteridad generacional, el munícipe desea quedar ajustado por el modelo. Por el modelo de convivencia arraigado, diestros y siniestros de forma malintencionada transitan por la oscuridad y la tenebrosidad con afectuosa habilidad. Sin duda, con orden y miramientos, según el nivel de descomposición obtenido. Por tanto, es necesario redefinir la función ciudadana del vigía al estar todo tan infesto. Tan infesto, que la función ciudadana es la de ser vigía de todos aquellos principios de un Estado de Derecho que nos resbalan cuando me toca a mí conseguir el beneficio. La gracia

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Page 1: El vigía munípice

El vigía munícipe

_¡Chacho!, los que hemos aprendido desde esa candidez atribuida a la ignorancia; los que hemos comprendido cada desgaje desde esa sencillez entendida como calmosa y pausada inconsciencia; los que hemos quebrantado, alguna vez, los conciertos entre presuntos bienaventurados, con ayuno y sin ayuno, y ahí los tienes; aún no hemos perdido la dignidad para continuar, callados, impostando la voz.

Impostando la voz, callado, he caído en que un vigía puede estar perfectamente metido en el ajo. Por tanto, tener un conocimiento íntimo, incestuoso e involutivo de la proyección que favorezca a los de ese metro cuadrado. En el que caben una mesa, cuatro sillas y una cínica amigabilidad que asienta a la perfección tres tipos de estabilidad: la de la mesa, la de la silla y su futuro nivel de vida por delante y por encima de los demás. Tantas patas evitan que allí nada quede desalineado. Todo lo tambaleante, ha sido afianzado de tal forma, que hasta parece normalizado. La ergonomía del momento es pasajera y menesterosa, el orden del día es parvo. Cuánto para mí y cuánto para ti. Cuándo para ti y cuándo para mí. Sobre todo para los que expectantes callan, y por eso lo hacen. El vigía no puede realizar su labor cuando la mayoría de la municipalidad desea pasar por esa misma mesa y sus cuatro sillas, saliendo laureado y recompensado. Para así intentar orientar como progenitor a toda su posteridad generacional, el munícipe desea quedar ajustado por el modelo.

Por el modelo de convivencia arraigado, diestros y siniestros de forma malintencionada transitan por la oscuridad y la tenebrosidad con afectuosa habilidad. Sin duda, con orden y miramientos, según el nivel de descomposición obtenido. Por tanto, es necesario redefinir la función ciudadana del vigía al estar todo tan infesto.

Tan infesto, que la función ciudadana es la de ser vigía de todos aquellos principios de un Estado de Derecho que nos resbalan cuando me toca a mí conseguir el beneficio. La gracia obtenida de un gracioso. Cuando mi lucro no se siente pesaroso, su pesadumbre ha posado por causa ajena. Tan solo queda el agradecimiento ilimitado con alguna que otra salpicadura, hasta de baba espesa y abundante que se segrega por complacencia.

Por complacencia entre adictos al uso común de sus ideas. Compartiendo rendimientos. Ignorando a los colaterales. ¡Ya sé!, esa debe ser la función del vigía. Escudriñar hasta sus máximas posibilidades el porqué otros andan siempre tan encaminados, aparentemente tras levantarse de una de esas cuatro sillas. Entendamos 'escudriñar' como indagar meticulosamente, con digna persuasión. La etimología latina de este término, nos advierte por su procedencia y origen, que esta nueva insinuación posee síntomas de invectiva para rebuscar en la basura, ¡Chacho!_

miércoles, 16 de diciembre de 2015Félix Sánchez Paredes