el viaje a la felicidad

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Introducción Con excepción del neocórtex, esto es, la parte del cerebro que se des- arrolló más tardíamente en los pri- mates y homínidos, en la que tienen lugar los procesos de lo que asocia- mos con el pensamiento racional, es muy difícil distinguir a simple vista las diferencias anatómicas entre el cerebro de un cerdo y el de un ser humano. Compartimos la estructura del cerebro reptiliano responsable de las funciones básicas para la supervivencia, y la del paleomamí- fero, que se superpone al anterior y en el que se gestan las emociones. Los hallazgos de la neurología le dan así una significación novedosa a la pregunta por la felicidad, pues no tiene mucho sentido seguir preten- diendo que ésta sea patrimonio exclusivo de una rama particular de homínidos, tal como lo ha asumido el pensamiento imperante hasta hace no muchos años. Los animales, se pensaba, no tienen ni emociones, ni inteligencia, ni conciencia: única- mente comportamientos inducidos por recompensas o castigos impues- tos por el entorno. Pues bien, el estudio del cerebro humano y su comparación con el de otras especies les ha permitido a las ciencias neurológicas abrir nuevos caminos para comprender la felici- dad. Basta con explorar un poco para notar que, en el estudio com- parativo de la vida emocional de los animales, hay más pistas para el viaje a la felicidad de los humanos que en todos los manuales de auto- ayuda disponibles en las librerías. Y, Título del Libro: El viaje a la felicidad Autor: Eduardo Punset Fecha de Publicación: 16 de Marzo 2010 Editorial: Destino Nº Páginas: 224 ISBN: 9788423337774 Contenido Introducción. Pag 1 La fórmula de la felicidad. Pag 2 Emociones. Pag 2 Mantenimiento. Pag 3 Búsqueda. Pag 4 Relaciones personales. Pag 4 Factores reductores. Pag 5 Carga heredada. Pag 6 Conclusión. Pag 7 EL AUTOR : Eduardo Punset nació en Barcelona y es abogado, economista y profesor de Ciencia, Tecnología y Sociedad en varias instituciones uni- versitarias. Ha sido redactor económico de la BBC, director económico de la edición para América Latina del semanario The Economist y economis- ta del Fondo Monetario Internacional. También es director y presentador del programa de divulgación científica Redes. El Viaje a la Felicidad Leader Summaries © 2010. Resumen autorizado de: El viaje a la felicidad por Eduardo Punset, Destino 2010.

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Page 1: El viaje a la felicidad

Introducción

Con excepción del neocórtex, estoes, la parte del cerebro que se des-arrolló más tardíamente en los pri-mates y homínidos, en la que tienenlugar los procesos de lo que asocia-mos con el pensamiento racional, esmuy difícil distinguir a simple vistalas diferencias anatómicas entre elcerebro de un cerdo y el de un serhumano. Compartimos la estructuradel cerebro reptiliano responsablede las funciones básicas para lasupervivencia, y la del paleomamí-fero, que se superpone al anterior yen el que se gestan las emociones.Los hallazgos de la neurología le danasí una significación novedosa a lapregunta por la felicidad, pues notiene mucho sentido seguir preten-

diendo que ésta sea patrimonioexclusivo de una rama particular dehomínidos, tal como lo ha asumidoel pensamiento imperante hastahace no muchos años. Los animales,se pensaba, no tienen ni emociones,ni inteligencia, ni conciencia: única-mente comportamientos inducidospor recompensas o castigos impues-tos por el entorno.Pues bien, el estudio del cerebrohumano y su comparación con el deotras especies les ha permitido a lasciencias neurológicas abrir nuevoscaminos para comprender la felici-dad. Basta con explorar un pocopara notar que, en el estudio com-parativo de la vida emocional de losanimales, hay más pistas para elviaje a la felicidad de los humanosque en todos los manuales de auto-ayuda disponibles en las librerías. Y,

Título del Libro: El viaje a la felicidad

Autor: Eduardo Punset

Fecha de Publicación: 16 de Marzo 2010

Editorial: Destino

Nº Páginas: 224

ISBN: 9788423337774

Contenido

Introducción.

Pag 1

La fórmula de la felicidad.

Pag 2

Emociones.

Pag 2

Mantenimiento.

Pag 3

Búsqueda.

Pag 4

Relaciones personales.

Pag 4

Factores reductores.

Pag 5

Carga heredada.

Pag 6

Conclusión.

Pag 7

EL AUTOR: Eduardo Punset nació en Barcelona y es abogado, economistay profesor de Ciencia, Tecnología y Sociedad en varias instituciones uni-versitarias. Ha sido redactor económico de la BBC, director económico dela edición para América Latina del semanario The Economist y economis-ta del Fondo Monetario Internacional. También es director y presentadordel programa de divulgación científica Redes.

El Viaje a la Felicidad

Leader Summaries © 2010. Resumen autorizado de: El viaje a la felicidad por Eduardo Punset, Destino 2010.

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El viaje a la felicidad

de forma más general, las diversasdisciplinas científicas han ido apor-tando todo tipo de luces para poderentender mejor la felicidad y contri-buir a que todos la consigamos. Aparte del Preámbulo de laConstitución de Estados Unidos, queestablece el derecho de los ciudada-nos a buscar su felicidad, son muypocas o incluso nulas las incursionesdel pensamiento tradicional quebuscan promover la felicidad de laspersonas. De hecho, la política y lareligión, dos invenciones sofistica-das de la especie humana para pro-teger a los homínidos del miedo yabrirle paso a la felicidad, se hanconvertido en fuentes de terror. Pero la ciencia, esa otra gran cons-trucción humana, se viene plantean-do desde hace algunos años el reto deiluminar ese camino. Este libro inten-ta poner a nuestro alcance los descu-brimientos científicos más recientessobre la búsqueda de la felicidad, ylos presenta bajo el modelo de unafórmula en la que se recogen y sinte-tizan diversos hallazgos científicos,respaldados por todo un caudal deinvestigaciones empíricas.

La fórmula de la felicidad

El clásico debate entre nature vs.nurture, o entre la importancia rela-tiva de las características innatasfrente a las adquiridas como formade explicar los rasgos físicos o decomportamiento que diferencian alos individuos, conduce con facilidada posiciones simplistas que, en unextremo, limitan la felicidad alequipamiento genético con que cadapersona viene al mundo y, en elotro, asumen que la felicidaddepende solamente de los ambien-tes y experiencias en que se des-arrolla el individuo. Los adelantos y descubrimientos dela ciencia permiten poner en pers-pectiva estas dos posiciones y obser-var que, en realidad, la felicidad esmás compleja que eso y que, aunquela carga hereditaria juega un papeltrascendental, son muchos más losfactores que entran en juego paraconfigurar lo que podría llamarse la“fórmula de la felicidad”, que, demodo sintético, podría expresarsede la siguiente manera:

Las emociones son el multiplicandodel numerador. Si la emoción escero, todo lo demás también serácero. Ellas, a su vez, se multiplicanpor la suma de otros tres factores: lacapacidad para invertir la energíaen un mantenimiento adecuado dela vida, la habilidad para buscar lafelicidad y el poder para establecerrelaciones personales positivas.Como veremos, estos factores res-ponden a la configuración misma denuestra especie, pero dependen almismo tiempo de nuestra habilidadpara canalizarlos provechosamente.Ahora bien, en la parte inferior de ladivisión se ubican los obstáculospara la felicidad; aquellos elemen-tos que actúan en sentido contrario,limitando o impidiendo que alcance-mos cotas altas de felicidad. Entrelos factores reductores se destaca elmiedo, cuya presencia socava direc-tamente la capacidad de ser feliz;no en vano, algunos han aventuradoque la felicidad es, ni más ni menos,la ausencia de miedo. Por último, eldivisor de la felicidad se componetambién por la carga hereditaria queel mundo nos impone, y que no selimita a la genética del individuo,sino que incorpora también el influ-jo de cargas culturales que vienende tiempo atrás y ante las cualesnuestra capacidad de incidencia esinfinitamente limitada.Veamos con detalle cada uno deestos elementos, para que la fórmu-la de la felicidad deje de ser unaecuación ininteligible.

Emociones

En el inicio y el final del viaje a lafelicidad, como en todo proyecto,siempre hay una emoción. La cultu-ra occidental, apoyada en el pensa-miento aristotélico, ha cometido ungran error al censurar las emocionespor considerarlas irracionales y per-versas. Ese arquetipo recurrente deuna criatura carente de emociones ala que se le atribuye una inteligen-cia superior, ese motivo antiguo de

la cultura occidental que se encuen-tra plasmado en el vulcaniano Spockde la serie Star Treck, no es más queuna quimera. Si en el curso de laevolución las ventajas de poseeremociones no hubiesen superado alas desventajas de carecer de ellas,nuestra especie se habría extinguidohace ya muchísimo tiempo. Hoy endía, los avances de la neurocienciapermiten afirmar que una personasin emociones no sería más inteli-gente que las demás, sino que losería en menor medida. Tan contra-producente como no saber controlarlas emociones es no tenerlas.La sede oficial de las emociones estáen el barrio primitivo del cerebro,en la estructura cerebral que com-partimos con reptiles y mamíferos, yque pertenece a nuestra especiedesde mucho antes de que se des-arrollara la región asociada al pen-samiento lógico o racional, conocidacomo neocórtex. Nuestro cerebro,pues, cuenta con un conjunto deestructuras nerviosas que configuranel llamado sistema límbico, presidi-do por la amígdala, que es la princi-pal intermediaria de las emociones.Una lesión en la amígdala, tal comose ha constatado en muchos casos,constituye el camino más corto paraaniquilar la capacidad emocional deuna persona y, en consecuencia,para provocar comportamientosirracionales.Es absurdo pensar que los reptiles o,incluso peor, que los demás mamífe-ros no tengan emociones. La felici-dad, ese estado emocional activadopor el sistema límbico y ante el cualnuestro cerebro consciente tienepoco que decir, se articula en tornoa esa pequeña amígdala que com-partimos con tantos animales.Las emociones tienen una presenciabipolar en todos los procesos, puesestán tanto en la fase inicial comoen la culminación. Los proyectosque se ciñen al cumplimiento estric-to de intereses materiales y perso-nales a corto plazo, pero que care-cen de un elemento trascendente,están condenados al fracaso. DylanEvans, científico de la University of

Felicidad = Emociones (Mantenimiento+Búsqueda+Relaciones Personales)

Factores Reductores + Carga Heredada

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El viaje a la felicidad

the West of England en Bristol,demostró que todas las decisionesson emocionales. En el inicio hayuna emoción, luego se lleva a caboun proceso de cálculo racional paraponderar la información disponible,pero, como son tantos los argumen-tos y los caudales de información, lalógica de la razón no acabaría jamásde exponerse. Por eso las emocionesentran de nuevo en juego. Es tal lacomplejidad de evaluar correcta-mente en una selva de datos, quelas emociones nos permiten inclinarla balanza y decidir. Sin ellas, nuncatomaríamos decisiones. Es por estopor lo que muchos especialistas enrobótica están explorando la posibi-lidad de crear un robot con emocio-nes, para que pueda tomar decisio-nes en igualdad de condiciones quelos seres humanos.Las emociones determinan igual-mente nuestra memoria y, por ende,las respuestas emocionales ante losnuevos acontecimientos, pues laamígdala se apoya en los recuerdosen el momento de emitir decisiones.Y en este punto hay que subrayar unhallazgo importante de la neuro-ciencia: más que el recuerdo, lo quela amígdala toma es el fruto de unaelucubración a partir de un dato realo inventado. Como nuestro cerebroes el escenario permanente de cam-bios estructurales, producidos en lasrelaciones sinápticas o en las neuro-nas, la única alternativa que lequeda para conservar la informaciónes reconstruirla todo el tiempo. Así,aunque muchos recuerdos nosparezcan frescos y vívidos, en reali-dad no son más que el recuerdomodificado de otro recuerdo. Paraque la memoria subsista a pesar delos cambios incesantes, la mente noalmacena bits de información, sinoque se relaciona directamente conel significado. En consecuencia,cada vez que se reaviva un recuer-do, se reconstruye biológicamente.Es por esto por lo que Oliver Sacks, elneurólogo que escribió Despertares yEl hombre que confundió a su mujercon un sombrero, se sorprendió tantocuando le demostraron que él nohabía estado presente en un bombar-deo que durante la Segunda GuerraMundial destruyó la casa de sus veci-nos, a pesar de que, por lo intenso yclaro que era el recuerdo de esos

hechos en su mente, él mismo asegu-raba que sí había estado presente. Enefecto, todos podemos tener recuer-dos muy fieles de acontecimientosque realmente no vivimos, porquecuando recordamos algo en realidadestamos volviendo a recordar. Y deeste material o, mejor, de esta qui-mera, es de lo que se alimenta laamígdala en el momento de generarlas reacciones emocionales. Es deeste hilo fantasioso y poco conscien-te del que pende, en gran medida,nuestra posibilidad de ser felices.

Mantenimiento

Todos los seres vivos se enfrentan auna disyuntiva trascendental: debenescoger qué parte de sus recursoslimitados invierten en acciones quegaranticen la perpetuación de suespecie y qué parte dedican al puromantenimiento del organismo, esdecir, a mantenerse vivos y saluda-bles. En la carrera evolutiva, todoerror en esta elección se paga con laextinción de la especie. Como sugiere el gerontólogo TomKirkwood, de la Universidad deNewcastle, la selección natural sejuega en ese equilibrio entre laenergía invertida en mantenimientoy en reproducción. Por eso cadaespecie tiene una longevidad distin-ta. Si los riesgos a los que se enfren-ta un animal son altos, invertirámenos en mantenimiento y más enreproducción, mientras que si sonbajos hará lo contrario. Así, por ejemplo, los ejemplaresmacho de la rata marsupial austra-liana Antechinus stuartii emprendenbatallas de hasta doce horas con susadversarios para conseguir hembrascon las que copular. En estas gestasconsumen la salud de sus órganosprincipales y, por lo tanto, dan lavida en el curso de un solo periodode apareamiento, haciendo breve suexistencia. Las tortugas, en cambio,reducen sus costes de mantenimien-to gracias a la hibernación, lo queles permite aumentar su longevidady, de esa manera, están habilitadaspara tomarse los prolongados espa-cios de tiempo que requieren pararecorrer el hábitat, encontrar pare-ja y aparearse.

Los homínidos, por su parte, secaracterizan por tener un sistemareproductivo tremendamente inefi-caz y, por ende, altamente oneroso.Además de sortear los costes de bus-car pareja de forma aleatoria,enfrentándose a otras tribus y fami-lias, los homínidos han tenido quehacer frente a unos breves periodosde fertilidad femenina, a unos pro-cesos de gestación muy prolongadosy al hecho de que las crías no nacenpreparadas para vivir de forma autó-noma y deben enfrentarse a unainfancia larguísima en la quedemandan un exigente cuidado.Para la especie humana, abocada aconcentrar sus energías en superartodos esos obstáculos, las inversio-nes en mantenimiento resultabancontraproducentes y, por lo tanto, lalongevidad era reducida. Esas fue-ron las condiciones en las que vivi-mos durante miles de siglos y poreso nuestra especie no solía superarlos treinta años de vida. La fijaciónde objetivos, como el de mantenerla salud o conquistar la felicidad, notenía cabida en los cálculos evoluti-vos de ese diseño biológico. Se tra-taba de vidas efímeras, con un bajopresupuesto dedicado al manteni-miento o, dicho de otra forma, conpoca energía destinada al bienestary la felicidad.Pero hemos asistido en los últimossiglos a una revolución trascenden-tal que alteraría el curso de lacosas. En menos de doscientos años,la esperanza de vida en los paísesdesarrollados se ha triplicado. Setrata del acontecimiento más singu-lar y trascendente de toda la histo-ria evolutiva, aunque pocos hayanreparado en él. Nunca había ocurri-do algo semejante a ninguna especiey mucho menos en tan poco tiempo.Ya cumplida la función reproducto-ra, los humanos contamos con ener-gías libres y recursos abundantespara invertirlos en nuestro manteni-miento. Como especie, pues, nuestra felici-dad se cifra en la habilidad parareducir drásticamente los recursosdestinados a la perpetuación yaumentar en forma correlativa losasignados a las tareas de manteni-miento. Quizá, por imposiciones denuestra naturaleza, nunca volvamosa ser tan felices como cuando está-

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bamos en el útero materno, dondetodas las energías se enfocaban anuestro cuidado y mantenimiento.Pero el reto de la felicidad, ahoraque nuestra existencia rebasa losreducidos límites de antaño, es elde establecer en vida un estadosemejante de bienestar. Tal como loviene trazando la investigación endiferentes escenarios como el de lapsicología positiva, a manos de per-sonajes como Martin Seligman oMihaly Csikszentmihalyi, el bienes-tar o la felicidad no radican en lainversión excesiva en bienes mate-riales, sino en algo mucho menostangible que, retornando a los tér-minos de la biología, podría enten-derse como las actitudes y los valo-res vinculados al mantenimiento dela especie en condiciones sosteni-bles.

Búsqueda

Quienes tienen un perro y le dan conregularidad su plato de comida pue-den dar fe de la emoción que sien-ten estos animales durante los ins-tantes previos a aquel en el quecomen. Es frecuente verlos iniciaruna danza alucinante de alegría yfelicidad en torno a la persona queles servirá la comida. Es normal ver-los mover la cola, saltar, agitarse yhacer ruidos. Pero, una vez frente alplato, su estado anímico suele cam-biar. La emoción que les invadíaparece desvanecerse. Entoncesponen su hocico en el plato y comeninmutables, dedicándole poco onada de tiempo a degustar lo quetanto han ansiado. Al parecer, lesemociona más la inminencia de lacomida que la comida misma. La razón de esto se esconde en suhipotálamo. Allí se encuentra lo quelos científicos denominan el circuitode la búsqueda. Un mecanismo delcerebro que, valga bien decirlo, noes patrimonio exclusivo de los perrosy forma también parte de nuestrasredes neuronales. En los perros, estecircuito que pone en alerta a losresortes del placer y la felicidad úni-camente se enciende durante la bús-queda del alimento y no en el actode comer. Es en la búsqueda y en laexpectativa donde radica la mayorparte de la felicidad.

Los flujos de la hormona dopamina,considerada esencial en los meca-nismos de placer, se ponen en mar-cha con la simple expectativa delgozo, aun cuando este luego no sematerialice. En otras palabras, ladopamina está más relacionada conel deseo, con la anticipación, quecon el placer en sí mismo. Se hadeterminado, en consecuencia, queciertos fármacos que reducen lasecreción de dopamina, como losantipsicóticos, no afectan a lacapacidad de gozo, pero sí a la ini-ciativa para buscar estímulos pla-centeros; en concreto, reducen laintensidad del deseo, pero no mer-man el placer que este generacuando llega.Por otra parte, y en oposición a loque les sucede a los demás anima-les, nuestro sistema de percepciónvisual solamente se activa con loque está acostumbrado a ver. Enotras palabras, los humanos sólovemos aquello que esperamos ver. Eldirector del Laboratorio de VisiónCognitiva de la Universidad deIllinois, Daniel Simon, realizó unexperimento muy ilustrativo en esesentido. Le pidió a un grupo de estu-diantes que observara la grabaciónde un partido de baloncesto y quecontara el número de pases de balónrealizados por un equipo. En lamitad de la grabación, aparecía laimagen de una persona disfrazadade gorila, que se detenía en elmedio de la pantalla, se golpeaba elpecho con los puños y luego desapa-recía por un lateral. Cuando al finalde la sesión se les preguntó a losestudiantes si habían observado algoraro durante el partido, sólo lamitad declaró haber visto el gorila.En efecto, la mayoría de las perso-nas, a diferencia de los demás ani-males (y de los autistas), no ve losdetalles. Únicamente les importa elconjunto, el esquema o la idea quese tiene de las cosas. Ven el bosque,pero no el árbol. Tal vez, entonces,la felicidad consista en activar losresortes del placer asociados a labúsqueda, en la tarea de invertir esatendencia hacia observar la situa-ción global y poder atender a lasparticularidades que la conforman,recordando, además, que la felici-dad está en la búsqueda, porque enella se esconde la antesala de lafelicidad.

Relaciones personales

Nuestra cultura ha creado y difundi-do grandes mitos en torno a la feli-cidad. Se tiende a pensar que elsecreto de una vida feliz radica enaspectos externos a la propia perso-na, como el trabajo, la salud, lafamilia, el dinero o las relacionesinterpersonales. Pero el filtro de laevidencia científica ha desmentidocasi todos estos mitos, dejando enpie un único factor que, aun siendoexterior al individuo, resulta deter-minante en los índices de felicidad:el de las relaciones personales. Porlo demás, las circunstancias mate-riales o externas son apenas elmarco en el que se despliega elpotencial interno de felicidad.En lo que alude al trabajo, se haencontrado que, salvo situacionesextremas como la de no tener nin-guno, su incidencia en los niveles defelicidad es mucho menor de lo quese piensa. Se ha observado que fren-te a trabajos poco satisfactorios, laspersonas pueden aplicar sus cualida-des innatas o adquiridas, e impedirque el trabajo afecte a sus índicesde felicidad.En cuanto a la salud, son abundanteslos experimentos que demuestranque solo las enfermedades particu-larmente graves tienen un efectodirecto en las tasas de felicidad. Eslógico que, por nuestra historiacomo especie, con una esperanza devida tan corta, la prioridad fuera lavida y no la salud, a efectos de diri-gir a ella los escasos recursos dispo-nibles. En consecuencia, nuestro sis-tema emocional no incorpora resor-tes para proteger la salud, sino lavida.En cuanto a la familia, se suelecreer que los niños son la alegría dela vida, pero las investigaciones hanencontrado que cuidar a los niños,por lo general, no es una fuente deplacer y su incidencia en los nivelesde felicidad se inclina más hacia labaja que hacia el alza. Tambiénexiste el mito de que el divorciohace más felices a las personas,pero, como constató un estudio rea-lizado por la Universidad deChicago, el divorcio no reduce lossíntomas de depresión ni mejora laautoestima; de hecho, únicamentela mitad de los divorciados dicen ser

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felices cinco años después de laseparación, mientras que dos terciosde quienes logran aguantar unafuerte crisis matrimonial expresanser felices después del mismo inter-valo. En lo que se refiere al dinero, existeun abundante caudal de investiga-ciones que conduce a una mismaconclusión: por debajo de los nivelesde ingresos mínimos para sobrevivir,el dinero compromete la felicidad,pero por encima de ellos, su inci-dencia es muy limitada, nula o semueve incluso en sentido contrario.Cuanto más se tiene, más se quieretener y, al aumentar los ingresosreales, aumentan también los que lapersona estima necesarios para serfeliz. Como dice Richard Layard, dela London School of Economics: “Lasubida de un dólar en mis ingresosempuja hacia arriba en cuarentacentavos mi ingreso deseable demanera que si ganó un dólar extraese año, me hace más feliz, pero alaño siguiente compararé mi ingresocon una meta que es cuarenta cen-tavos superior. En ese sentido, por lomenos el cuarenta por ciento de laganancia de este año desaparece alaño siguiente”. Además, según losestudios adelantados por DanielGilbert de Harvard, la ampliación enla gama de elecciones que se produ-ce con el aumento del poder adqui-sitivo genera mayores ansiedades ala hora de escoger, y frustracionesdespués de haber elegido. Todos esos factores mencionadosllevan a pensar que, en efecto, y apesar de la creencia popular, la feli-cidad no tiene tanto que ver con losfactores externos. Existe, sinembargo, una excepción significati-va, que está dada por las formas deinteracción social.Sus investigaciones en biología hanllevado a Lynn Margulis a postularque en la historia de la evolución haimperado la cooperación por encimade la competencia y que la supervi-vencia de las especies no se debió asu lucha salvaje y despiadada porvencer a sus rivales, sino a la capa-cidad de cooperar con otros organis-mos para lograr objetivos comunes.“A menudo —dice ella— nos olvida-mos de hasta qué punto la vida en laTierra es interdependiente”. Esas situaciones de interdependen-cia positiva que se encuentran ya

presentes en las formas de vidamicrobiana, a las que Margulis deno-mina endosimbiosis, son una carac-terística inherente de la vida social,en la que el resultado de las accio-nes individuales está supeditado alcomportamiento de los demás indi-viduos y en la que se generan situa-ciones paradójicas en las que elempeño absoluto de cada parte porganar conduce a la catástrofe colec-tiva. Esa interacción es, precisa-mente, el objeto de estudio de lateoría de juegos.Los experimentos de teoría de jue-gos han puesto en evidencia que elcomportamiento de los seres huma-nos no siempre es tan egoísta comose pretende y que, muchas veces,existe la inclinación a cooperar. Perolo más interesante es que estos mis-mos experimentos han demostradoque la disposición de las personas acolaborar con otras se incrementaradicalmente cuando ellas han teni-do la oportunidad de discutir ycomunicarse de forma transparentesus argumentos, es decir, cuando seha creado confianza entre las par-tes.En ese sentido, el sistema educativoofrece una oportunidad invaluablepara generar adultos que sepancolaborar. Por eso resulta tan frus-trante y paradójico que el modeloeducativo imperante se base en lacompetencia recíproca, que deje delado la empatía por las emocionesajenas y que, en lugar de adoptaruna escala de valores, imponga unaescala de resultados. Tal vez seahora de escuchar mejor a la natura-leza, que se empeña en decirnosque la supervivencia, la armonía, elaprendizaje y la felicidad fluyenmejor en un contexto de interaccio-nes positivas. Eso también lo sabe muy bien IrenePepperberg, la investigadora esta-dounidense que hizo célebre a Álex,un loro gris africano, por su capaci-dad de aprender observando a otros.Al tratar con sus aves, Irene no quisoadoptar el modelo clásico de estí-mulo-respuesta o prueba y error,pues le resultaba evidente que eseno podía ser el único modelo deaprendizaje para las especies en lavida salvaje, ya que si cada indivi-duo hubiera tenido que vivir encarne propia el error letal parapoder aprender de él, ninguno

habría llegado a subsistir. Por eso,en lugar de preguntarle directamen-te a Álex por el color de un objeto yrecompensarlo en caso de acierto,Irene le formuló estas preguntas a suasistente en presencia del loro. AÁlex le bastó con mirar la forma enque su contrincante aprendía parallegar a definir conceptos tan abs-tractos como el color o la formageométrica de las cosas. De estamanera, utilizando un métodoobservacional de aprendizaje, IrenePepperberg logró constatar el influ-jo de las interacciones en el procesoindividual de aprendizaje.Las relaciones provechosas con losotros y la existencia de formas deinterdependencia positiva no sóloson fuentes invaluables de conoci-miento, sino uno de los factoresclave para la propia felicidad.

Factores reductores

La depresión constituye el símbolomás emblemático de la infelicidad.Sus causas, que son diversas, no hayque buscarlas en el entorno o en lasotras personas, sino dentro de unomismo. Entre dichas causas, elmiedo ocupa un lugar privilegiado,al lado de otros aspectos que lasciencias neuronales han desenmas-carado, como el hecho de que lasemociones primen sobre la razón, lainterferencia de decisiones cons-cientes en procesos que podrían fun-cionar de forma automática, la ide-alización de personas y objetos quese produce como resultado de undesfase entre las expectativas quela mente produce y la banalidad dela realidad a la que se debe hacerfrente, o la sensación de no tener elcontrol de las circunstancias. A pesar de ser autista, o mejor, gra-cias a ello, Temple Grandin es quizála científica que mejor ha entendidola forma de pensar de los animales.Esta profesora de la Colorado StateUniversity ha comprendido que elmiedo, aunque esencial para lasupervivencia, afecta al funciona-miento de todas las especies, inca-paces de calibrar con precisión lasrespuestas emocionales que corres-ponderían de forma lógica al gradode una amenaza.Algunas especies cuentan con siste-

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mas sensoriales muy sofisticadospara tratar de contrarrestar esto yevitar así que la zozobra se apoderede ellas todo el tiempo. Es el casode las ratas, que tienen dos sistemasolfativos. Uno de ellos les permitebarruntar un gato en la distancia,sin inmutarse por ello, mientras queel otro, que es como un zoom y estáconectado directamente a la emo-ción del miedo, les permite oler lapresencia cercana de ese mismogato. Las personas hipocondríacassufren un desarreglo que las ratasevitan con ese doble sistema olfati-vo: su sistema perceptor no les per-mite diferenciar los estímulos cerca-nos o distantes, ni los reales e ima-ginarios, y todos ellos, por lo tanto,desencadenan la emoción delmiedo.Pero, aunque no llegamos a eseextremo, todos los demás humanos ytodas las demás especies animalesnos enfrentamos a dificultadescuando tenemos que evitar que elmiedo injustificado se apodere denosotros. Los humanos, sin embar-go, tenemos una capacidad ligera-mente mayor que las otras especiespara controlar el miedo, lo cual, alparecer, obedece a un cierto des-arrollo de los lóbulos frontales delcerebro y se paga con una mayorsensibilidad al dolor. Aun así, el fac-tor que ejerce la mayor influencianegativa sobre nuestros índices defelicidad es el miedo.Un segundo factor reductor de nues-tra felicidad es la injerencia de lamente consciente en los procesosautomatizables. La historia de lacivilización es la historia de la pro-gresiva automatización de los proce-sos. Aquello que les sucedió en algúnmomento a los procesos biológicoscomo la respiración o la circulación,ocurre en muchas otras esferas de lavida humana, como en las de losprocesos cognitivos, sociales o admi-nistrativos. Al automatizar un proce-so, se libera tiempo y energía quepueden invertirse en otras acciones.En el mundo administrativo, porejemplo, las trabas burocráticas queimpiden la automatización de proce-sos simples como el de la expediciónde un documento o de una autoriza-ción, pueden redundar en inefica-cias tremendas y costes elevadísi-mos para las empresas. En términosmás generales, la interferencia de

las decisiones conscientes en losprocesos automatizados o automati-zables puede generar grandes costesque van en detrimento de los índicesde felicidad.Un tercer factor reductor vienedado por la incompatibilidad entrelas ideas que se forja la mente y larealidad que le ofrece el mundo.Rodolfo Llinás, el prestigioso neuró-logo de origen colombiano, afirmaque, como el cerebro está absoluta-mente a oscuras, su única manerade elucubrar lo que sucede en suexterior es interpretando los mensa-jes codificados que le llegan a tra-vés de los órganos de los sentidos,con todas las deficiencias que estopuede acarrear. Ante eso, no es deextrañar que el cerebro altere larealidad, magnificando o subesti-mando los hechos externos, y que,en consecuencia, desencadene res-puestas emocionales y conductualespoco ajustadas. En efecto, comoacostumbran a decir los físicos, unnoventa por ciento de la realidad esinvisible. Y, como sostiene el neuro-científico Semir Zeki, frente a lasrealidades inabarcables el cerebrocrea modelos abstractos y casi per-fectos de las cosas, que contrastancon su verdadera trivialidad. Estafalta de adecuación entre la ideaarquetípica que se crea el cerebro yla realidad vulgar y defectuosa quele ofrece el mundo está en la basede la depresión generalizada.Condenado a las tinieblas, confinadoa no percibir directamente el mundoexterior, el cerebro necesita sentircontinuamente que está teniendo elcontrol de los acontecimientos. Talvez esto explique los efectos devas-tadores de la impotencia en losseres humanos, así como los resulta-dos de aquel experimento adelanta-do por Martin Seligman en el quepuso a cinco ratones en cubículosseparados y los sometió a todos aintensas descargas eléctricas aleato-rias, con la salvedad de que a uno deellos le incluyó una palanca que siera maniobrada con habilidad, teníala capacidad de controlar la situa-ción. Aunque todos ellos sufrieronefectos catastróficos tras estos epi-sodios, al cabo de seis semanas loscuatro que no tenían la palanca paracontrolar la situación murieron, trasuna depresión intolerable que habíahecho añicos sus sistemas inmunita-

rios; únicamente el ratón que dispo-nía de la palanca y que, por ende,pudo tener la sensación de ejerceralgún control sobre lo que se levenía encima, pudo sobreponerse alexperimento y, si bien padeció fuer-tes secuelas emocionales, permane-ció vivo durante varios meses.No controlar los acontecimientosirrita sobremanera el cerebro y losume en la depresión. Ahora bien,para tener un control parcial o totalhay una serie de requisitos impres-cindibles: haber alcanzado ciertascotas de competencia en la tareaque se quiere controlar, tener unaautoestima suficiente para creersecapaz de controlar la situación,tener la capacidad de imaginarsituaciones distintas y más felices, ytener una inclinación a buscar solu-ciones constantemente. Uno de los principios más importan-tes de la felicidad está dado por lossentimientos de competencia yautonomía. En ese sentido, se haencontrado que los individuos capa-ces de apreciar el arte pueden acce-der a la experiencia de superar suslimitaciones, pues el arte provee laoportunidad de vivir una experien-cia. Al observar una manifestaciónartística como el movimiento de unadanza, se activan en el cerebro lassensaciones motoras propias deesta, lo que explica por qué ver bai-lar crea la necesidad de bailar, perotambién permite inferir que el movi-miento se experimenta mentalmen-te, por lo que la sola contemplaciónde la danza o de otra manifestaciónartística permite transgredir laslimitaciones personales. Las drogasproveen algo semejante, pero susefectos no se controlan con facilidady, además de las secuelas irreversi-bles, el viaje puede tornarse amena-zante, peligroso e incluso mortal.

Carga heredada

Así como nacemos con una estaturaheredada y un punto límite de infle-xión en el peso, también tenemosprefigurado un marco para nuestrosniveles de felicidad. En su conjunto,los factores genéticos constituyencerca de la mitad de las variablesque determinan los índices de felici-dad de una persona. Esto, en princi-

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El viaje a la felicidad

pio, puede sonar bastante elevado,pero si se compara con la incidenciade la genética en otros asuntoscomo la estatura o el peso, podre-mos notar que, por el contrario,nuestro margen de maniobra es bas-tante alto en lo que se refiere a lafelicidad. Cada uno de nosotrostiene el control de la mitad de losfactores determinantes en su propiafelicidad.Las herencias que inciden en el nivelde felicidad de un individuo no sonsolamente de tipo biológico.También hay cargas sociales y cultu-rales que pesan sobre él, limitandosu libertad, y ante las cuales sucapacidad de acción es nula o ínfi-ma. En tal sentido, diversos estudioshan encontrado que la persistenciade gobiernos corruptos y de sistemasno democráticos incide muy signifi-cativamente sobre los niveles defelicidad.En lo que se refiere a las cuestionesbiológicas, la manifestación másacuciante de la infelicidad está dadapor el influjo negativo de algunasemociones, que conducen a lo quealgunos han llamado la “tristezamaligna”. Efectivamente, la depre-sión limita o anula la capacidad deuna persona para ser feliz y, juntocon las enfermedades mentales, esfuente del 15% de las demás enfer-medades en los países desarrolladosy constituye la principal causa deincapacidad laboral en todo elmundo.Su origen, nuevamente, se remontaa la historia de nuestra evolución.Existen emociones especializadas,como el miedo y la repulsión, queposeen un estatus privilegiado en lahistoria de nuestra especie, porquepermitieron asegurar que nuestrosancestros reaccionaran frente asituaciones amenazantes, como lapresencia de un depredador, o anterealidades peligrosas, como el esta-do de putrefacción de un alimento;pero, a medida que nuestros cere-bros se hicieron capaces de realizaroperaciones de mayor complejidad,esas emociones fueron adquiriendounas dimensiones insospechadas. De la investigación adelantada porla primatóloga inglesa Jane Goodall,quien hizo el seguimiento a una gue-rra territorial de más de cuatro añosentre dos tribus de chimpancés, sederiva una imagen muy reveladora:

la de un chimpancé sacudiéndose elbrazo después de haber sido tocadopor un espécimen de la tribu enemi-ga que le imploraba gracia antes deser descuartizado. En la sofistica-ción de este cerebro, el asco orepulsión ya no son una mera res-puesta instintiva ante los peligrosinminentes. Algo semejante sucedecon el miedo en los homínidos. Hoysabemos que el cerebro procesainformación relativa a amenazasincluso cuando el individuo no laspercibe y no recuerda haber vistouna señal de peligro. Se puede,entonces, ser presa de los condicio-namientos del miedo y desencade-nar toda una serie de reaccionesinconscientes, sin ni siquiera darsecuenta de ello.A diferencia de otras especies, a loshomínidos nos basta con imaginar laamenaza para desencadenar unimpacto idéntico al que suscita laamenaza real y, en consecuencia,pasarlo muy mal. Si una cebra ve unleón que se acerca, su reacción esinmediata: activa todos sus flujoshormonales, dedica todas su energí-as a huir y, si cuenta con suerte,llega a salvar su vida. Pero una vezdisipada la amenaza, la cebra volve-rá a divagar libre y feliz por las pra-deras. Al ser humano, en cambio, lasola imagen de ese león puede acti-varle intensas descargas emociona-les, así se trate de un recuerdo queevoca en pleno centro de NuevaYork. En efecto, el único primatecapaz de sentirse impotente y des-esperado por algo que está ocurrien-do en el otro extremo del planeta, opor algo que ocurrirá dentro devarios años, es el ser humano.En palabras de Robert Sapolosky,neurólogo de la Universidad deStandford, nuestro sistema de alertade respuestas hormonales puede sermuy útil para responder a amenazasinmediatas, pero es un verdaderodesastre si lo usamos para pensarcosas como “puede haber un terre-moto” o “¿cómo voy a pagar las fac-turas del próximo mes?”. Se tratadel estrés por situaciones imagina-das, un estado psicológico de antici-pación que genera un estado emo-cional de emergencia perpetua yque, al ir repitiéndose y prolongán-dose, puede lesionar el hipocampodel cerebro, especialmente en lasregiones asociadas a los procesos de

memoria y aprendizaje. No es deextrañar que el mal manejo delestrés esté en la base de las enfer-medades psiquiátricas más comunesy que, nuevamente, sea una fuentedirecta de infelicidad.

Conclusión

Por la configuración de nuestrocerebro, donde son muchos más loscircuitos celulares que van desde laamígdala hacia el córtex prefrontalque los que discurren en el sentidocontrario, es mucho mayor lainfluencia de las pasiones sobre larazón, que la de esta sobre aquellas.Por eso, cuando una emoción se hadisparado, es muy difícil apaciguarlamediante el pensamiento lógico.Mientras que, por ejemplo, unaadmonición del estilo “no bebas”recorre un camino tortuoso, losimpulsos en busca de bebida discu-rren por autopistas muy bien señali-zadas. Este condicionamiento genético,junto con muchos otros como el desentir miedo por situaciones imagi-nadas, constituye un obstáculo en elcamino de la felicidad. Pero la fór-mula que se ha presentado aquípone de relieve que los factores queinciden en esa ruta son diversos, yque muchos de ellos son suscepti-bles de nuestro control. Es por estopor lo que las ciencias han dedicadocopiosos esfuerzos en las últimasdécadas para comprender la natura-leza de la felicidad, y así poder con-tribuir a que todos puedan alcanzar-la.Los hallazgos científicos presentadosanteriormente, y que han sidocorroborados de forma empírica conanimales y con seres humanos, ofre-cen importantes claves para la con-secución de la felicidad. De formasintética, se podría concluir dicien-do que este camino implica alejar elmiedo, manifestado de muchas for-mas diferentes, y potenciar las emo-ciones, la inversión en el propiobienestar, la búsqueda de activida-des placenteras y el establecimientode relaciones interpersonales positi-vas.