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El vals del tío Roque, patrimonio del pueblo de Benijófar Por Jósant Ferrándiz Hernández A mi madre —in memóriam—, a quien le hubiera entusiasmado leer este artículo, pues en muchas ocasiones me acercaba con melancolía mi infancia, pasada en Benijófar, al presente, culminándolo de sentimientos, con su expresión: “¿Te acuerdas de que cuando eras un mañaco, siempre que escuchabas El vals del tío Roque, comenzabas a bailar?” Resumen para la revista Alquibla Desde principios de los años cuarenta viene interpretándose este villancico instrumental en la Misa del Gallo de cada Nochebuena en el pueblo de Benijófar (Vega Baja del Segura). Comenzó a tocarse por iniciativa del tío Roque, quien aprovechó la melodía que encontró en un pequeño libreto de solfeo para adaptarla a los instrumentos de la época y hacerla popular. Desde entonces, siempre ha sido fiel a la cita de cada Navidad. Pero, porque nunca se hizo partitura alguna de este vals y porque fue pasando de oídas de generación en generación, suponemos que esta pieza fue evolucionando a través de más de sesenta años y jamás podremos precisar los matices que tuvo en su gestación y en su nacimiento. Este artículo es un estudio del trayecto de esa melodía y una muestra de la armonización hecha recientemente con motivo de la primera publicación de la partitura y la primera edición de su grabación en CD 1 . 1 * Las palabras en cursiva son propias de nuestro habla de la Vega Baja del Segura, que, por desgracia, va perdiéndose desde principios de los años setenta, cuando el boom extensivo de la televisión. * Cuando en cada pueblo del Bajo Segura se le conoce a alguien con un mote o como hijo de alguien conocido por todos, se une el nombre de pila al sobrenombre sin enlazarlo con la preposición “de”. Así, por ejemplo, el Antonio (d)el Roque (Antonio, hijo del Roque), el Socato (de) la Rebeca (el Socato, hijo de la Rebeca, a quien llamaban así porque hacía ese personaje en Los pastores, representación navideña propia de nuestro pueblo de principios del siglo XX), el tío José el Pintado (apodado el Pintado), el Manuel el Verruga (el Manuel, apodado el Verruga). * La palabra “tío” lleva la fuerza de la voz en la “o” y no en la “i” en el habla de toda la Vega. Sin embargo, nosotros hemos seguido la ortografía castellana. Con respecto a la palabra “tío”, añadimos que, como en otras regiones y comarcas, se le atribuye a todo aquel que ya está en la edad madura o que ya ha fallecido para recordar con cariño común, social o popular su particularidad en su carácter, sus dichos o sus hechos dignos de tener en cuenta.

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El vals del tío Roque, patrimonio del pueblo de Benijófar

Por Jósant Ferrándiz Hernández

A mi madre —in memóriam—, a quien le hubiera entusiasmado leer este artículo, pues en muchas ocasiones me acercaba con melancolía mi infancia, pasada en Benijófar, al presente, culminándolo de sentimientos, con su expresión: “¿Te acuerdas de que cuando eras un mañaco, siempre que escuchabas El vals del tío Roque, comenzabas a bailar?”

Resumen para la revista Alquibla

Desde principios de los años cuarenta viene interpretándose este villancico instrumental en la Misa del Gallo de cada Nochebuena en el pueblo de Benijófar (Vega Baja del Segura). Comenzó a tocarse por iniciativa del tío Roque, quien aprovechó la melodía que encontró en un pequeño libreto de solfeo para adaptarla a los instrumentos de la época y hacerla popular. Desde entonces, siempre ha sido fiel a la cita de cada Navidad. Pero, porque nunca se hizo partitura alguna de este vals y porque fue pasando de oídas de generación en generación, suponemos que esta pieza fue evolucionando a través de más de sesenta años y jamás podremos precisar los matices que tuvo en su gestación y en su nacimiento. Este artículo es un estudio del trayecto de esa melodía y una muestra de la armonización hecha recientemente con motivo de la primera publicación de la partitura y la primera edición de su grabación en CD1.

1 * Las palabras en cursiva son propias de nuestro habla de la Vega Baja del Segura, que, por desgracia, va perdiéndose desde principios de los años setenta, cuando el boom extensivo de la televisión. * Cuando en cada pueblo del Bajo Segura se le conoce a alguien con un mote o como hijo de alguien conocido por todos, se une el nombre de pila al sobrenombre sin enlazarlo con la preposición “de”. Así, por ejemplo, el Antonio (d)el Roque (Antonio, hijo del Roque), el Socato (de) la Rebeca (el Socato, hijo de la Rebeca, a quien llamaban así porque hacía ese personaje en Los pastores, representación navideña propia de nuestro pueblo de principios del siglo XX), el tío José el Pintado (apodado el Pintado), el Manuel el Verruga (el Manuel, apodado el Verruga). * La palabra “tío” lleva la fuerza de la voz en la “o” y no en la “i” en el habla de toda la Vega. Sin embargo, nosotros hemos seguido la ortografía castellana. Con respecto a la palabra “tío”, añadimos que, como en otras regiones y comarcas, se le atribuye a todo aquel que ya está en la edad madura o que ya ha fallecido para recordar con cariño común, social o popular su particularidad en su carácter, sus dichos o sus hechos dignos de tener en cuenta.

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Introducción

Uno de los primeros y más gratos recuerdos de mi infancia en Benijófar tuvo lugar en la primera Nochebuena de la que guardo memoria. Había cumplido sobradamente los dos añitos y medio (nací el 21 de mayo de 1946), y mis familiares (después de aquella mágica cena en torno al intenso, caluroso y trepidante fuego de la chimenea de mis abuelos —el tío José el Pintado y la Manuela la Noguera—, donde asábamos castañas, echadas a las ascuas con un par de cortes que hacía mi padre a cada una para que no explotaran ni saltaran, mientras los críos nos hacíamos nuestro propio pan de higo metiendo unas mollas de almendras en los higos secos y prensándolos luego entre dos madericas —era nuestro postre navideño junto con el turrón de cacahuete—) me llevaron a la Misa del Gallo cogido de la mano de mi abuelo. La primera imagen fijada en mi retina fue la de un gran caballo, allá en lo alto del altar mayor, que me produjo una sensación de miedo al verlo como vivo e incluso como desbocado. —Tata, allí arriba hay un burro blanco —grité. —Ssssssssco. Callandico, que estamos en la iglesia. No es un burro —me susurró aguantándose la risa—. Es el caballo de san Jaime. Consciente de que había metido la pata, permanecí en silencio hasta que comenzó la misa. Me deleitaban aquellos kyries, nuevos para mí, acompañados de instrumentos ya más conocidos y caseros: las panderetas, las postisas y los tracaletes. De pronto, y antes de que el cura empezara el Gloria in excelsis Deo, miré atrás, hacia lo alto del coro, y vi a un señor con un instrumento musical en sus manos que dirigía a un conjunto. —Allí hay un hombre con un pito. —Quietesico. No mires p’atrás. Es el Roque con el clarinete —me espetó de soslayo mi abuelo para que me callara. Pero yo seguía con el cuello doblado, que casi me daba tortícolis, y mis ojos puestos en aquel hombre. Pasó un buen rato con el cura de espaldas y que sólo nos miró durante el sermón o plática. Llegado el momento, que años más tarde supe que se llamaba “Ofertorio”, miré de nuevo hacia el hombresico del coro, cuando, en ese istantico, hizo una señal con su mano y comencé a escuchar una melodía espléndidamente orquestada y acompañada que me invitaba a bailarla. Tal sería mi ímpetu, que mi abuelo me llamó al orden adivinando mi conato instintivo que se iba a transformar en un intento de danza. —Si te vas a mover, hazlo abonico para que nadie lo sienta. Lustros más tarde, el pueblo de Benijófar calificó a aquel bello son singular, instrumental, sin letra y muy pegadizo como El vals del tío Roque.

¿Quién era el tío Roque?

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Roque (Juan) Zaragoza Deilataguerra (él se llamaba a sí mismo y hacía porque los demás le llamasen “Doylataguerra” para expresar —era muy chistoso y camorristero— que “doy la guerra y la lata allí donde haga falta”) nació en la Huerta de Rojales (en aquellos tiempos casi toda plantada de viñas y olivares) en la finca El Ginebral, entre Rojales y Guardamar, el 27 de diciembre de 1883, víspera de los Santos Inocentes, según consta en la partida de nacimiento del Registro Civil de Rojales (folio 98, número 86), ya que los libros parroquiales fueron quemados en la guerra. En el texto pone expresamente que nació en la casa de sus padres (así acontecía en todos los pueblos hasta mediados de los sesenta), que eran Roque (barbero) y Joaquina. Su abuelo paterno, Roque, era de Callosa del Segura y su abuela paterna, María Baeza Ayllón, de Rojales. Su abuela materna, Josefa Vergel, estaba emparentada con la familia Vergel, apellido de raigambre rojalera y de gran pasión por el teatro, afición que heredó Alberto González Vergel, que aún vive, uno de los grandes directores de teatro de nuestro tiempo, que promocionó el mítico Estudio 1 de TVE, que fundó (junto a otros autores, directores y actores) el Teatro Universitario (TEU) en la Universidad Complutense en el 1952 y que fue profesor de la Real Escuela Superior de Arte Dramático, RESAD. Su abuelo materno, José Deilataguerra, era hijo de un italiano que se vino a vivir a Rojales. Fueron cuatro hermanos: Dolores, la mayor, él era el segundo, Josefa y Joaquín. A los once años ya trabajaba de herrero o de aperador, pero no le gustó ese oficio y se pasó a la profesión de carpintero. En plena juventud se enamoró de una bella moza de Benijófar, Dolores Francisca Giménez Valero, hija de Tomás y de Josefa, quienes tenían una carpintería en la calle Enmedio. Como el tío Roque se sentía seducido por aquella espléndida adolescente que aún no había cumplido los dieciséis años, decidió venirse de Rojales casi todas las tardes para festear y para tener que volverse andandico por aquella carretera polvorienta cuando oscurecía. Tanto ir y venir bajo las inclemencias del tiempo y del camino conmovió a Tomás, el padre de la muchacha. —Vente a vivir con nosotros, te pones de mosico en mi casa y trabajas en la carpintería. Se casaron, según consta en el libro de Matrimonios de Benijófar, folio 137, número 1, el día 5 de enero de 1910, asistiendo a la misa preceptiva (entonces se hacía así, separando la celebración del matrimonio de la de la misa) el 8 de enero. Él tenía 26 años y ella tan sólo 18. De inmediato, el nuevo matrimonio heredó todo el gran complejo de la casa con las habitaciones (cuartos), la porchá bajo la que estaba la carpintería, un pequeño corral, donde tenía, para afilar los formones y los cepillos, una gran amolaora con un pedal que era la delicia de los críos del pueblo, y aprovechó un ancho pasillo entre las dos entradas desde la carretera para montar una acondicionada

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barbería (esto ya fue su primera iniciativa de casado) y seguir combinando el ejercicio de la madera con el de cortar el pelo y afeitar barbas heredado de su padre y ya practicado desde muy pequeño en Rojales. De esta forma, y a través de cuatro o cinco escalones, se pasaba por el interior de la casa al gran almacén de la carpintería, porque la porchá la transformó poco a poco, donde, en los años cincuenta, organizó algunos de los banquetes de bodas de sus hijos: ahí tuve la ocasión de ayudar a mi padre, el Pepe el Chambilero, a hacer, preparar y servir el café helado para los postres, ya que mi progenitor y el tío Roque eran amigos inseparables, por lo que el helado para las celebraciones nupciales era el mejor regalo que le brindaba.

El tío Roque y la música

Desde muy joven perteneció a la banda de música de Rojales, que era la de todos los pueblos de alrededor y que acudía a casi todas las fiestas patronales de la comarca. Por aquella época se hacían muchas comedias (palabra que los habitantes de la Vega Baja usaban para decir “teatro”) en Rojales. —Allí había una compañía muy buena que yo llegué a conocer —nos apunta su hijo Antonio—. Una pareja de estupendos actores de la familia de los Piculines. —Esos serían los padres de Alberto González Vergel, el que vive en Madrid y promotor del Estudio 1 de TVE... —le recuerdo. —Exacto. Él tendrá mi edad. Su madre y su abuela fueron grandes actrices haciendo muchas comedias por toda la Vega Baja. Mi padre era pariente de ellos por el apellido Vergel, se querían mucho y se trataban como hermanos. Un primo de Alberto, José Vergel Leal, Pepe el Camilo (o el tío Camilo; una de sus hermanas, Enriqueta, fue la encargada del teléfono de Rojales, local que regentó frente al Paseo y que hoy es una panadería), se dedicó más a la música y llegó a ser director de la banda de Rojales y hasta de la de Torrevieja, donde vivió muchísimo tiempo. —Y algunos músicos actuaban en el teatro… —Con frecuencia me decía mi padre: “Yo me enseñé y sigo siendo músico gracias al teatro”, lo que quería decir que, como tenía que ir a tocar junto con otros músicos todos los sábados y domingos que hacían funciones, y, como al ser pocos y haber muchos entreactos, tenías que mover los dedos rápidamente, las comedias eran la mejor escuela para que uno se hiciese un experto y espabilado músico en todos los resortes, habilidades y sentidos. A pesar de conseguir esta agilidad y saber tocar perfectamente el clarinete, la guitarra, el laúd y la bandurria, él siempre se consideró músico de segunda o, en nuestro lenguaje, “músico raso”. Entonces en las bandas se daban los músicos de primera, los solistas, y los de segunda, los del montón. Yo, desde mi niñez, siempre le vi en la

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banda como uno más, tanto en las fiestas de Rojales como en las de Benijófar. Antes de que el tío Roque viniese a vivir aquí, existía en Benijófar una orquestica de poca monta formada por el tío Cuito, que era hojalatero y (¡atención!) tío del mismísimo tío Roque, quien hizo un rascaor de hojalata (entonces se hacían muchos rascaores como instrumentos de música) y, con unos pocos que tocaban instrumentos de cuerda, se animó a hacer una orquesta para tocar en las fiestas y en algunos bailes que se organizaban en los pueblos de alrededor, pero apenas sabían solfa y la calidad musical era baja. Una vez que el tío Roque se casó, además de todos los oficios que desempeñaba, se dedicó también a enseñar solfeo a unos cuantos para que empezasen a tocar decentemente el clarinete, la guitarra, el laúd y la bandurria. Y aquellos de la orquestica tomaron idea. Pero, aparte de esto, se dio la casualidad de que el cura párroco, don Francisco Hernández, quería formar un coro y, después de probar a algunos músicos de uno y de otro bando, escogió finalmente al tío Roque, pues su música era más música y el clarinete sobresalía sobre los instrumentos de cuerda. Hemos de tener en cuenta que en aquel tiempo los coros parroquiales no eran de voces (para eso estaban los sacristanes cantaores), como ahora, sino sólo de instrumentos. —Además, la gente ya se había inclinado por mi padre —continúa Antonio—. Total, que, al quedar relegada la orquestica de su tío Cuito, aún se disgustaron más, hasta tal punto que ni venían a afeitarse y ni se hablaban. Entonces él formó el coro con músicos que casi ya eran profesionales: el Alfonsico (que tocaba la bandurria), el Juan de la Justa (la guitarra), el Antonio el Patena (el violín), su hermano el Manuel de la Sacristana (el laúd), el Mariano el Cusques, el tío Currito, el Sarso, mi padre (el clarinete) y yo, que llegué a tocar el laúd por poco tiempo. Y tocábamos para Navidad, para el Niño y para las otras fiestas. —Este don Francisco vino a Benijófar en agosto de 1931, y estuvo como cura regente hasta en comedios de junio de 1935 —nos testimonia el tío Panfrito, Francisco Ramón Gutiérrez, el más antiguo de los auroros—. Su ama de llaves era su misma sobrina, una guapa moza de la que se enamoró el Antonio la Justa, hermano de Juan (que tocaba la guitarra en el coro con el tío Roque). Se casaron y, cuando cambiaron al clérigo, se fueron a vivir con él a Guardamar. —Pero gracias a ese cura se formó el coro de Benijófar, en el que, años más tarde, se gestó el Vals —aporta Antonio—. Estalló la guerra y aquel conjunto musical dejó de actuar. También hemos de valorar la iniciativa y responsabilidad de don Francisco Ribera Pérez, maestro de la escuela de nuestro pueblo, que, junto con el cura y algunos músicos, organizó la comedia de Los pastores, que se representaba por Navidad en el almacén del Muts con los famosos personajes cómicos Giuseppe (el tío José María y, después, su hijo Antonio) y Rebeca (la madre del Socato).

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El tío Roque, protector del archivo parroquial

Para atar todos los cabos y completar con más fidelidad esta investigación tuve que desplazarme a Rojales para entrevistarme con el cura párroco y sacar datos del archivo parroquial. Y cuál fue mi sorpresa y mi estupefacción al enterarme de labios del clérigo de turno de que todos los libros de la parroquia de Rojales los habían quemado al comenzar la Guerra Civil. —Y si quemaron casi todas las iglesias de la Vega Baja, incluyendo la de Benijófar, ¿por qué se había salvado íntegro todo nuestro archivo parroquial tan rico en datos desde 1993? —pensé mientras volvía a Benijófar—. Tenemos todos los bautizos, confirmaciones, bodas, defunciones, listas de hermandades, testamentos de fieles, fechas de sucesos importantes, firmas de personalidades que pasaron por aquí, etcétera. Se me abría otro camino, para mí completamente nuevo, en esta apasionante aventura e intrigante investigación. ¿A quién tenía que dar las gracias por haberme dado la posibilidad de construir mi árbol genealógico en nada menos que en trescientos diez años de antigüedad? Una vez más me acerqué a casa de Antonio el Roque. —El cura párroco, don José Ricarte (a quien el pueblo de Benijófar le había puesto cariñosamente el mote de “el cura Cucurrón” porque su cabeza era algo alargada como los cucurrones que se hacían de harina para los guisaos), viendo que las cosas estaban muy feas, días después del 18 de julio se llevó los libros del archivo desde la iglesia a su casa del Paseo. Y, antes de marcharse (pues se decía que iban a por los curas para darles el “paseíllo”), buscó a mi padre y al tío Conserje (Antonio Orts Muts, el que siempre quitaba el velo a la Virgen en la procesión del Encuentro), para buscar una solución de protección a todo aquel material elaborado desde siglos.

“—Eso está hecho, señor cura —se apresuró a proponer el tío Roque—. ¿Cabrá todo en tres sacos? —Sí. Sólo es este montón.”

Y en esa misma bochornosa madrugada, vísperas de San Jaime, entre la una y las dos para que nadie les viese, tenemos al cura el Cucurrón, al tío Roque y al tío Conserje, con sendos sacos a sus espaldas, camino de la carpintería por toda la entonces oscura calle de Enmedio. —Los subieron al sostre que había en la carpintería. —Sí. Yo aún lo conocí. —Y, después de dejarlos cuidadosamente sobre el yeso, les echaron por encima unas garvas de brosa de naranjo —nos recuerda Antonio—. Y nadie supo, durante los casi tres años de guerra, que todo el archivo parroquial de Benijófar se encontraba allí bajo la hojarasca en nuestra mismísima carpintería.

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La iglesia quedó toda chamuscada y con el tejado hundido, aunque las gruesas paredes quedaron en pie y son las que hoy se conservan enlusías de yeso. Acabada la contienda, volvió el cura, reintegró los libros a su sitio, recogió sus muebles y se marchó poniéndose a las órdenes del obispo. Pero, a pesar del estado del templo y de no estar terminado el tejado, las celebraciones religiosas siempre se hicieron allí: muchos, sobre todo las mujeres, se llevaban sus sillas desde casa para los sermones y las misas. No es de extrañar que, en esas circunstancias de precariedad, en un domingo y en plena eucaristía, se desprendiera un arquesón desde lo alto hasta dar, más bien rozar, en la cabeza del tío Quinco, quien solía ponerse, según entramos, a mano derecha. —Gracias a Dios sólo le hirió levemente, pero podía haber sido gordo —nos relata su hijo. A don José le sustituyó don Patrocinio Villargordo, a quien los formentereros habían escondido en el Molino, a la otra parte de la Noria, durante los treinta y dos meses de la guerra. Venía los domingos y siempre que hiciera falta desde Formentera por el paso de la Barca, pues durante la larga posguerra el pueblo de Benijófar se quedó sin cura propio: era el mismo que el de Formentera. —Nuestro pueblo tenía, y tiene, un término municipal muy pequeño y los recursos eran pobres —nos aporta Francisco Ramón, el tío Panfrito—. El mantenimiento del cura era responsabilidad de todos y, como no recogíamos bastante con nuestros donativos y limosnas (muchas veces en especie), no nos asignaron cura hasta 1948, cuando vino don Ángel Barco Blanco. A don Patrocinio le sustituyó don José Sabater Martínez. —Claro, el cura de cuando yo iba a la doctrina —nos apunta el Chiro, quien se había sumado a la conversación. —Que se marchó en septiembre del 42 —le interrumpe Francisco—. Después vino don José Navarro, a quien le decíamos “el cura Rojo”, y ya don Ángel, que fue nuestro primer cura propio después de la guerra. Recordaremos a todos estos clérigos en el siguiente apartado, pues tuvieron su relevancia en la gestación del Vals.

Procedencia y nacimiento de la melodía

Como el tío Roque daba clases de solfeo a los que querían aprender música para entrar en la banda de Rojales (un tercio de los integrantes siempre fue de Benijófar), necesitaba métodos de solfa: estos no se encontraban fácilmente y, de encontrarlos de segunda mano, eran caros para los bolsillos de la época…; nos hallamos en los meses siguientes a la guerra. La tienda Unión Musical, situada en la Carrera de San Jerónimo de Madrid, enviaba propaganda de partituras a las bandas de los pueblos para que tuviesen abundante repertorio en sus actuaciones: pasacalles, procesiones, conciertos…

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—Yo ya era mozo cuando mi padre mandó pedir tres o cuatro cuadernos —nos relata su hijo Antonio—. Me acuerdo de cuando llegaron...: folletos pequeños de solfeo de ocho a diez páginas nada más. También yo solfeaba con aquellos libretos. En cada uno venían bastantes melodías, sin letra, claro; y escogió una que le gustó, fácil y pegadiza. Recuerdo que había otra también muy buena que se llamaba El Astur... Pues bien, empezó a tocarla con el clarinete (no tenía dúo ni acompañamiento; llevaba sólo una línea de notas a lo largo del pentagrama) y la tarareaba mientras cepillaba y ensamblaba los listones... —Y no era un vals —le apunto recordando a mi padre, quien tantas veces me decía: “No me explico cómo el personal le ha puesto El vals del tío Roque, cuando aquella melodía, en su origen, era una mazurca”. —Exacto —sonríe Antonio—. Sobre el primer pentagrama estaba escrita la palabra “mazurca”. Hemos consultado con Juan Carlos Panadero (gran músico y profesor del Real Conservatorio Superior de Madrid) sobre este particular: —El vals y la mazurca tienen en común el mismo tiempo (tres por cuatro, o sea, el ternario), pero se distancian un pelín en el ritmo: la mazurca tiene un ritmo más inclinado a la danza (es más rápido; su origen es polaco) y el vals es más lento, más señorial, más de salón, más festivo y de celebración de un solemne evento. Por algo yo, con tan sólo dos años y siete meses, ya intenté bailar, en la primera Nochebuena que recuerdo, aquella mágica melodía desprendiéndome de la mano de mi abuelo el tío Pintado. Esto nos indica que, ya desde el inicio, el tío Roque adaptó aquella melodía a un tiempo de alegría, de gozo, de Navidad. Imaginemos, como más tarde apuntaremos, lo que evolucionó la melodía, acompañada por muchos instrumentos, y sin que nunca se hiciese una partitura, hasta como la conocemos hoy. Y de nuevo tenemos al tío Roque reuniendo al coro de antes de la guerra para intentar armonizar cada instrumento a la urdimbre de las notas dominantes y, bajo la mirada supervisora de los diversos párrocos que fueron pasando, ejecutar el vals o mazurca en un humilde concierto, a la vez que se interpretaba la Misa del Gallo (en latín, claro está) propia de Benijófar, en el momento en que comenzaba el ofertorio, un villancico instrumental, solemne y festivo como expresión del nacimiento de Jesús en la Nochebuena de nuestro pueblo. No hemos podido averiguar la fecha exacta que marcó el inicio de la interpretación oficial en el templo. Pero probablemente fue en la Navidad de 1941 cuando, siendo cura don José Sabater Martínez, se estrenó como Villancico instrumental de Nochebuena. El nombre de “Vals del tío Roque” se hizo popular muchos años después, cuando, habiéndose casado los hijos del Juan de la Justa (Juan y Miguel, que desde niños tocaban en la banda y en el coro) y

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viviendo desde entonces en Santa Pola, venían todas las nochebuenas a tocar en la Misa del Gallo. —¿Pero a dónde vais con esta noche bocalobo? —les preguntaban sus amigos y compañeros cuando los veían por la calle a esas horas intempestivas y en pleno invierno. —Vamos a Benijófar a tocar El vals del tío Roque —contestaban ellos airosos y desafiantes al frío y a la oscuridad. De ahí el nombre con que el pueblo calificó a la melodía a principios de los años setenta. —Como es lógico, el cura que apoyó y ofreció base sólida al Vals para que fuera fiel a la cita de cada Navidad fue don Ángel Barco, primer clérigo asignado propiamente al pueblo después de la guerra —nos matiza Antonio. A los instrumentos con sus sendos intérpretes expuestos anteriormente hay que sumar el importante papel que jugó el Antonio el José María que se incorporó al coro con la pandereta dándole a la melodía el aire de villancico. —Era un artista, y todo un intelectual para su época —nos transmite Samaria—, y a todos nosotros, sus hijos e hijas, nos enseñó a tocar la pandereta magistralmente. Él fue el que animó a los chavales a que llevasen los tracaletes no sólo por las calles sino incluso como acompañamiento para la Misa del Gallo. Al tracalete se le sumaron más tarde las postisas (castañuelas). —Desde niño que tengo grabada la figura de tu padre en mi memoria —le comunico—, allá arriba, en el coro, con la calvicie ya avanzada y en sus manos una gran pandereta que la manejaba con un arte genuinamente brillante, en especial con el dedo corazón de su mano derecha que lo hacía resbalar con maestría por el tensado pellejo. —Y… ¿el bombo? —pregunto al hijo del tío Roque. —Al principio no tocaban el bombo en el coro —nos cuenta Antonio—. Sólo lo tocaban por las calles para el Rosario de la Aurora. —Entonces ¿cómo se incorporó el bombo al Vals?, pues el ritmo que marca en la actualidad es imprescindible. —Pues, mira, fue casual. A principios de los años cuarenta (no recuerdo exactamente el año) mi padre animó a unos cuantos amigos para que formasen la mayordomía de preparación a las fiestas de San Jaime. Y salieron de mayordomos a pedir por las casas el Felipe el Parres Villa, el Mariano el Cusques, otros que ahora no recuerdo, mi padre y yo. Fíjate si se preparaban con tiempo las fiestas patronales de ese año que, ya en Navidad, sacamos al Niño y lo llevamos hasta El Campico Guardamar para sacar unas perras. Pero queríamos más, y fuimos a hablar con el alcalde, el Pepe el Estanco, para que nos autorizara a hacer unos bailes. Nos dio permiso con la condición de que no dejásemos entrar a menores de 16 años, pues en aquella época había mucha censura. También el cura dio su visto bueno. Entonces mi padre habló con el tuyo, que sabes lo bien que tocaba el

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acordeón, y se formó una buena orquesta que interpretó bonitas piezas en varias sesiones en el almacén del Muts, ahora papelería y ferretería. Y, para que la música fuera más murga y con más ritmo, llamaron al Corro para que tocase el bombo. Y, como vieron que había mejorado el conjunto con el bombo a contratiempo, lo incorporaron al coro para la Nochebuena siguiente. Pero en la iglesia no lo tocó El Corro, sino el tío Tonino, que era el que ya lo tocaba en el Rosario de la Aurora. Pues mi padre, aunque nada hemos dicho al respecto, fue uno de los promotores del Rosario con otros auroros: cuando vino a Benijófar, se juntó con el tío Catola (que de siempre ha llevado la guía), uno de los grandes amigos de mi padre: bien temprano se pasaba por mi casa para ir juntos a la Ronda llevando el clarinete bajo el brazo. Esta orquesta un tanto laica que actuaba en el almacén del Muts, me consta por mi padre Pepe el Chambilero, que también salió a alegrar las fiestas de algunos pueblos de la comarca. Y era lógico, pues el acordeón (que tocaba mi progenitor), en aquellos tiempos, no se podía tocar en la iglesia. —Una tarde noche fuimos a tocar a La Mata —me contaba mil veces mi padre—. Llegó la hora de parar para que cenásemos los músicos y los que nos acompañaban (que eran bastantes), y una mujer estaba preparándonos unas salchichas fritas con tomate en una gran sartén, al raser de una casa de al lado. El tío Roque, sacando su ánimo de juerguista y de camorristero de siempre, cogió unos tapones de corcho que había por allí y, con la navaja (entonces cada uno la llevaba en el bolsillo y la usaba para muchas cosas: era la herramienta personal) los redondeó y los echó a la sartén con el tomate picado para que se mezclaran con las salchichas. La mujer se meaba de risa. “Usted, callandito”, le indicó, “que nadie lo sepa”. Y, una vez que los músicos y acompañantes nos reunimos en torno a aquella gran sartén con una leva de pan en la mano para sopar de aquel delicioso manjar, nos tiramos como fieras a la comida, y a uno de los acompañantes le tocó un buen tropiezo de corcho y al instantico soltaba la frase: “¡Tendrán huevos algunas de estas nonganisas que no se quedan revenías ni con el tomate...!” A lo que el tío Roque contestaba mientras ahogaba una carcajada por lo bajo: “Si es que no tienes muelas. Máscala bien antes de tragarla. Lo que pasa es que siguen enteras, que no se deshacen..., y eso es bueno”. Y, dándole vueltas al corcho por todos los rincones de la boca, replicaba: “Tío Roque, pero ¿esto qué es?”. “Qué va a ser?”, respondía, “El cuerpo de la nonganisa”. Y aquél, que era un poco simplón, cuando no tenía más remedio que tragársela, decía: “Pues, si nos estamos comiendo el cuerpo de las nonganisas, a mí me habrá tocao el escobajo”. El Roque era un buen camorristero... Y es que, como hemos dicho al principio, era muy chistoso. Recuerdo que, cuando venía por mi casa a tomarse un chambi o a ponerse una inyección (con mi padre se reía mucho y fue uno de sus

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entrañables amigos), los críos nos poníamos en fila para sentarnos en una silla a su lado; él nos iba cogiendo por los labios y nos abría y cerraba la boca con impulsos repetidos como de trémolo mientras nosotros teníamos que decir la palabra “aguacate”.

Permanencia y evolución en la interpretación de la melodía

Sabemos, por el testimonio de algunos que aún viven, que El vals llegó incluso a tocarse en Las Dayas, porque el Manuel de la Sacristana, apodado el Verruga (que tocaba muy bien el laúd), hermano del Antonio el Patena y nietos ambos de José María Orts (el sacristán que más ha durado como tal en la historia de Benijófar: más de cincuenta años entre la segunda mitad del siglo XIX y primeros del XX, como consta en los archivos), se fue a vivir a la Daya Vieja como guardia de la huerta: allí enseñó a la gente a tocar el laúd y, como buen benijofero, les hacía aprender música con esta melodía, de tal manera que se interpretó en algunas nochebuenas al estilo de como se hacía aquí. El tío Roque falleció en Benijófar el 2 de julio de 1965, según consta en el correspondiente libro parroquial, a las veinte horas a consecuencia de esclerosis vascular, y fue enterrado al día siguiente en el Cementerio Municipal, siendo párroco don Rafael Pérez. Pero su Vals se fue interpretando en todas las navidades, aunque, a partir de su muerte, tomaron las riendas en el coro una nueva promoción de jóvenes músicos que ya se habían incorporado al conjunto a primeros de los sesenta: el Pepe el Tonino (que tocaba maravillosamente el bombardino), el Rigoberto (la trompeta), el José Miguel (la trompeta y la guitarra)... Jamás se hizo una partitura del Vals en general ni siquiera la de un instrumento concreto, lo que nos indica que, al transmitirse aquella composición (que se hizo en su primer momento y que quedó grabada tan sólo en la memoria de aquellos primeros intérpretes) de generación en generación, perdiendo o cambiando, probablemente, algunas notas, algunas matizaciones, o algunas aceleraciones, e incluso pausas… en su tiempo ternario, evolucionó lo suficiente como para que se diferenciara notablemente El vals tal como ahora se interpreta de aquella gestación que hizo el tío Roque con sus amigos músicos a primeros de los cuarenta en la carpintería de la calle Enmedio de nuestro pueblo. Pasaban los años, se renovaban los músicos y aquella melodía instrumental permanecía fielmente a la cita de cada Nochebuena en Benijófar. Incluso, por la iniciativa de los curas párrocos siguiente, se extendió también a interpretarla en la fiesta del Niño y en la de Reyes. Pero, como se habían incorporado algunos nuevos instrumentos como el oboe o el clarinete segundo (ya interpretados por chicas) y se necesitaban fotocopias de la solfa y se veía que si no se estructuraba la melodía se iba a olvidar y a perder, a mediados de los

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ochenta y por iniciativa de José Miguel Cases Valero (quien desde la primera renovación había tocado la trompeta y la guitarra) se decidió escribir unas partituras para los instrumentos principales. José Miguel se juntó con Manuel Giménez Ortega (Manolito, experto músico de nuestro pueblo) y le fue grabando en una cinta con la trompeta la melodía en todas sus variantes (tal como él la había aprendido de oídas) e, incluso, toda la Misa del Gallo (la antigua, en latín), también propiedad de Benijófar, de la que desconocemos su origen (probablemente varios siglos atrás). Manolito iba escribiendo las partituras, que son las que han usado los músicos hasta ahora, aunque hemos de decir que sólo hemos encontrado las correspondientes al clarinete y a la trompeta (ambos instrumentos en la misma partitura) y al clarinete segundo. Pero esto no ha sido obstáculo para que Manuel lo haya reconstruido todo en este último otoño de 2001 y nos haya deleitado con esta completa composición que les ofrecemos a continuación.

Epílogo

En la Nochebuena de 1994 yo mismo realicé una grabación en estéreo del Vals y de la Misa del Gallo e, incluso, de algunas letras y minuetes del Rosario de la Aurora. Muchos tienen cintas de esta ocasión, y me consta que algunos las ponen en el radiocasete del coche cuando van de viaje. Ahora la melodía se ha pasado a CD y varios de la tierra hasta la tenemos incorporada como llamada en nuestros teléfonos móviles. Y es que El vals del tío Roque es tan popular que cada buen benijofero lo llevaba (y lo lleva) metido en su memoria y en su corazón. En su memoria porque durante muchos lustros no hubo partitura alguna y la gente lo tarareaba en las labores de casa, caminando por las calles o en los trabajos de la huerta. Y en su corazón, porque, cuando se escucha o simplemente se recuerda esta bella, alegre y agradable melodía en cualquier sitio del planeta, les viene la felicidad nostálgica de los años de la niñez invadiéndoles el entonces aire puro de la Vega Baja, que les invita incluso a iniciar el baile, conscientes de que esa música es patrimonio de todos y de cada uno. —Gracias, tío Roque, que estás en ese cielo que te ganaste por tan buena y entrañable persona que fuiste, porque tu iniciativa, tu gracia y el paso del tiempo han hecho posible que tu Vals sea patrimonio del pueblo de Benijófar.

En Benijófar,en la Huerta de la Vega Baja del río Segura,

primavera de 2002.

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AGRADECIMIENTOS

• A Antonio Zaragoza Giménez, hijo del tío Roque, quien, con mucha paciencia, ha hecho el esfuerzo de traer el pasado al presente a través de su memoria y ha contestado a mis pesadas e insistentes preguntas.

• A Francisco Ramón Gutiérrez, el tío Panfrito, quien, a pesar de sus casi cien años, aún se acuerda de todas las letras del Rosario de la Aurora (las repasa abonico muchas noches sobre la cabecera hasta que le viene el sueño) y sabe muchas cosicas de nuestro pueblo.

• A la Parroquia, por dejarme husmear en los archivos.• Al Registro Civil de Rojales, que me facilitó una fotocopia de la partida

de nacimiento del tío Roque.• A José Miguel Cases Valero, quien, cuando no existían partituras sobre

estos acordes populares, fue capaz de mantener en la memoria El vals desde la muerte del tío Roque hasta hoy, tocándolo con su trompeta a Manolito para que éste lo expresara en pentagramas.

• A Manuel Giménez Ortega (Manolito), paisano, director de la actual Banda Municipal y gran músico, quien ha restaurado y recompuesto esta bella obra para su primera y actual publicación.

• A Juan Carlos Cuello, músico de Antena 3 TV, quien ha tenido el atrevimiento de pasar la partitura a ordenador.

• A Juan Carlos Panadero, relevante músico, distinguido compositor y profesor de Contrapunto del Real Conservatorio de Madrid, quien ha tenido la gentileza de dar la última bendición a la partitura.

• A Sergi Flores Pastor (teclista del conjunto Andy & Lucas) y a Paco Rey Gozalo (ingeniero informático), quienes han remasterizado y digitalizado la grabación original realizada en la Nochebuena de 1994 para su publicación en disco.

• A la Banda Municipal de Benijófar, que ya ha ofrecido la interpretación de la partitura en un concierto para todo el pueblo.

• Al Ayuntamiento de Benijófar, que ha colaborado en la producción del proyecto en su dimensión literaria y en su dimensión musical.

• Y a todo el pueblo de Benijófar por su colaboración en la memoria, en el recuerdo y en la fidelidad a nuestra historia antigua y reciente.

Nota final.- Todos los motes que se han puesto en este estudio son respetuosos con el sentir de sus correspondientes personas y de sus familiares.

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(El tío Roque, en la década de los 50)

(Carátulas, delantera y trasera, del CD, 2ª edición, del Vals del tío Roque)

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(Dos tracaletes y una pandereta, instrumentos que se usan para la interpretación deEl vals del tío Roque)

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(Foto del auténtico acordeón que mi padre, el tío Pepe, compró en Burgosdesplazándose desde Haro (La Rioja), donde se hallaba trabajando

en la Heladería Italiana del señor Rinaldi, un mes antes de empezar la Guerra Civil.Cuando acabó la contienda, se lo trajo a Benijófar para formar, junto al tío Roque,

una orquestica que actuaba en todas las fiestas de los pueblos de alrededor.Siendo yo muy pequeño, se lo cambió al Manuel del Justo por una gramaera.Creíamos que se había roto de viejo, pero últimamente lo hemos localizado

en una charcutería que regenta un nieto del Manuel en El Pilar de la Horadada:allí, en lo alto del frontal de la tienda, lo tiene expuesto sobre una peana)

(Alberto González Vergel, quien tantas veces dirigió Estudio 1, de TVE,presenta a Buero Vallejo al alcalde de Rojales en abril de 1992.

Foto propiedad de Pepito González García)

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