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RIDAA. NÚM. 70. Otoño 2017 75 RESUMEN En el siglo XVI, época en que vivió Cervantes, fue un siglo de des- tacados cambios políticos y sociales, con la introducción de la censura en las publicaciones, llevadas a cabo por el Santo Oficio de la Inquisición. La mayor parte de la población no sabía leer ni escribir. Analizamos a partir de textos pu- blicados, principalmente, cuál era la preocupación por el aprendizaje de la escritura y la lectura en el siglo XVI, y qué importancia le daban los auto- res que dieron alguna opinión sobre esta cuestión. Después analizamos, desde la obra del Quijote, que posi- ble opinión tenía Cervantes sobre la lectura en general, y si se pronunció o indicó alguna cosa sobre la censura de libros. Se concluye que el valor de la lectura radicaba, como opinión más generalizada, para el uso profesional y para el disfrute de las historias con- tadas, además de favorecer el cono- cimiento para el desarrollo personal, pero Cervantes no hizo ninguna re- ferencia al grave periodo de falta de libertad de expresión como conse- cuencia de la censura más severa que acaeció en España implantada por el Santo Oficio de la Inquisición. Palabras clave: Lectura, Censu- ra de libros, Índices de la Inquisición, Valor de la lectura, Obstáculos a la lectura. ABSTRACT In the XVI century, era in which he lived Cervantes, was a century of pro- minent political and social changes, with the introduction of censorship in the pu- blications, carried out by the Holy Office of the Inquisition. The greater part of the population did not know how to read or write. We analyzed from published texts, mainly, what was the concern for the learning of reading and writing in the EL VALOR DE LA LECTURA EN TIEMPOS DEL QUIJOTE VICENT GIMÉNEZ CHORNET* Universitat Politècnica de València, [email protected] Recibido: 5 de mayo de 2017 Aceptado: 10 de junio de 2017

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RIDAA. NÚM. 70. Otoño 2017 75

RESUMENEn el siglo XVI, época en que

vivió Cervantes, fue un siglo de des-tacados cambios políticos y sociales, con la introducción de la censura en las publicaciones, llevadas a cabo por el Santo Oficio de la Inquisición. La mayor parte de la población no sabía leer ni escribir.

Analizamos a partir de textos pu-blicados, principalmente, cuál era la preocupación por el aprendizaje de la escritura y la lectura en el siglo XVI, y qué importancia le daban los auto-res que dieron alguna opinión sobre esta cuestión. Después analizamos, desde la obra del Quijote, que posi-ble opinión tenía Cervantes sobre la lectura en general, y si se pronunció o indicó alguna cosa sobre la censura de libros.

Se concluye que el valor de la lectura radicaba, como opinión más generalizada, para el uso profesional y para el disfrute de las historias con-

tadas, además de favorecer el cono-cimiento para el desarrollo personal, pero Cervantes no hizo ninguna re-ferencia al grave periodo de falta de libertad de expresión como conse-cuencia de la censura más severa que acaeció en España implantada por el Santo Oficio de la Inquisición.

Palabras clave: Lectura, Censu-ra de libros, Índices de la Inquisición, Valor de la lectura, Obstáculos a la lectura.

ABSTRACTIn the XVI century, era in which he

lived Cervantes, was a century of pro-minent political and social changes, with the introduction of censorship in the pu-blications, carried out by the Holy Office of the Inquisition. The greater part of the population did not know how to read or write.

We analyzed from published texts, mainly, what was the concern for the learning of reading and writing in the

EL VALOR DE LA LECTURA EN TIEMPOSDEL QUIJOTE

vicent Giménez chornet*

Universitat Politècnica de València, [email protected]

Recibido: 5 de mayo de 2017Aceptado: 10 de junio de 2017

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sixteenth century, and what importan-ce gave him the authors who gave an opinion on this issue. After we analy-ze, from the work of Don Quixote, that possible view was Cervantes on reading in general, and if it is delivered or said anything about the censorship of books.

It is concluded that the value of re-ading was, as most widely held opinion, for professional use and for the enjoy-ment of the stories told, in addition to favoring the knowledge for personal development, but Cervantes made no reference to the serious period of lack of freedom of expression as a result of the increasing censorship that befell in Spain implanted by the Holy Office of the Inquisition.

Keywords: Reading, Books censo-ring, Indexes of the Inquisition, Value of the reading, Obstacles to the reading

1. INTRODUCCIÓN

En el siglo XVI, época en que vi-vió Cervantes y sustento del corpus ideológico, cultural, político y social que le influyó en la elaboración del Quijote, fue un siglo de destacados cambios políticos y sociales que se deben tener en cuenta a la hora de valorar el texto del Ingenioso Hidal-go. La mayor parte de la población no sabía leer ni escribir. Solamente los que, por necesidad, requerían de

esta técnica para su desarrollo profe-sional, o simplemente para el disfru-te, intelectual o no, sabían leer y es-cribir. No disponemos de estadísticas sobre el índice de lectura para el siglo XVI, pero sabemos por diversos in-dicios que pocos conseguían llevar a cabo esta práctica. En los municipios más importantes se crearon escuelas de “gramática” o de “latinidad”, como primeros estudios, y unos pocos es-tudiantes llegaban a las pocas univer-sidades existentes en el territorio his-pánico en ese siglo, principalmente la de Salamanca, Alcalá de Henares, Valladolid, Lérida, Huesca, Valencia, Sevilla, Granada o Zaragoza.

Si bien a principios del siglo XVI hubo un gran avance científico, filo-sófico y político-jurídico, reflejado en las obras elaboradas por españoles y publicadas en distintas ciudades pe-ninsulares y europeas, la Pragmática de 22 de noviembre de 1559, de Fe-lipe II, por la que se prohibía tajan-temente que los españoles saliesen a estudiar a universidades fuera de los reinos hispánicos, se detectaba ya un descenso de matriculados en las uni-versidades nacionales, y esto es solo una muestra del retroceso cultural que iban a vivir los estudiantes e in-telectuales españoles, con la ausencia de comunicación de conocimientos1

1 Concretamente se decía: “todavía muchos de nuestros súbditos y naturales, frayles, clérigos

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tan esencial para los avances cientí-ficos y culturales, impulsando hacia una configuración de una España integrista, más aún con la consolida-ción del Santo Oficio de la Inquisi-ción y su lista de libros prohibidos (Martínez de Bujanda 2000).

La prohibición de la lectura de libros se amplió tras el Concilio de Trento con las listas publicadas por la Santa Sede. En 1565, con el papa Pío IV, se publicó el Index librorum prohi-bitorum cum regulis confectis per Patres Tridentina Synodo delectos donde ya se marcaban unas reglas generales de las prohibiciones junto al listado de los autores. En diferentes fechas se publicaron las listas de libros prohi-bidos, tanto de la Santa Sede como de la Inquisición española, siguiendo el criterio de establecer unas reglas generales. En 1583 el cardenal de Toledo, e Inquisidor General, Gaspar Quiroga publicó en el Index et catalo-gus librorum prohibitorum las razones de esa nueva edición: no solo prohi-

y legos, salen y van a estudiar y aprender a otras Universidades fuera de estos Reynos, de que ha resultado, que en las Universidades y estudios de ellas no hay el concurso y fre-qüencia de estudiantes que habría, y que las dichas Universidades van cada día en gran dis-minución y quiebra; y otrosí los dichos nues-tros súbditos que salen fuera de estos Reynos a estudiar, allende del trabajo, costas y peligros, con la comunicación de los extrangeros y otras Naciones se divierten y distraen, y vienen en otros inconvenientes” (Novísima Recopilación, Libro VIII, Título IV, Ley 1).

bir los libros de autores herejes sino también aquellos que contienen “falsa y reprobada, o sospechosa doctrina, de cuya lección resultarían muchos y grandes inconvenientes” (Quiro-ga 1583, prólogo). Con esta abusiva ampliación llegaron a verse afectados autores como Tomás Moro, Francis-co de Borja, Luis de Granada, entre otros, no siendo “porque los tales autores se ayan desviado de la Santa Yglesia Romana, ni de lo que ella nos ha enseñado siempre y enseña; que antes la han reconocido por su verda-dera madre y maestra, y como tal la han reverenciado, honrado y servido; sino porque, o son libros que falsa-mente se los han atribuido no siendo suyos, o por hallarse (en los que lo son) algunas palabras y sentencias agenas; que con mucho descuydo de los impressores, o con el demasiado cuidado de los herejes, se las han im-puesto; o por no convenir que anden en lengua vulgar, o por contener co-sas que aunque los tales autores píos y doctos las dixeron senzillamente, y en el sano y catholico sentido que reciben, la malicia destos tiempos las haze ocasionadas para que los enemi-gos de la Fe, las puedan torcer a pro-pósito de su dañada intención”. Es un claro ejemplo de los motivos de la ampliación de los libros prohibidos que debió conocer Cervantes años antes de la elaboración del Quijote.

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Nos encontramos, a finales del siglo XVI, con diferentes factores que frenaron la divulgación y generación de conocimiento y, también, la lectu-ra en general: alto nivel de censura en las publicaciones, descenso de estu-diantes en las universidades y prohi-bición de acudir a las extranjeras, au-tocensura de los autores españoles a la hora de publicar. Ante estos hechos pretendemos analizar en el contexto español cuál es la preocupación por la lectura, qué opinan los autores es-pañoles sobre la importancia de saber leer y escribir, y qué opinan estos so-bre las causas que impiden un avan-ce en la lectura, para posteriormente adentrarnos en el texto del Quijote e indagar qué opina Cervantes que es adecuado leer y, también, porqué es bueno el ejercicio de la lectura.

2. LA LECTURA EN TIEMPOS DE CERVANTES

2.1. La preocupación por el apren-dizaje de la escritura y la lec-tura

Era sabido que la escasez de per-sonas con conocimientos básicos de alfabetización provocaba graves pro-blemas para la provisión de cargos en las administraciones. En 1499 el es-cribano Diego García de Sibil, vecino de Bárcena, pide al corregidor de la

merindad de Trasmiera (Cantabria) que nombre como alcaldes a perso-nas que sepan leer y escribir2, por lo cual los Reyes Católicos mandan a di-cho corregidor “que d’aquí adelante no pongays en las villas eo lugares de la dicha merindad por alcaldes per-sonas que no sepan leher ni escribir”. La reina Juana de Castilla, en 1529, publica una cédula para que no se concediesen órdenes eclesiásticas a personas carentes de los conocimien-tos más básicos como leer y escribir, “personas idiotas que no saben es-cribir ni leer … lo qual a sido y es en mucho des servicio de Dio nuetro Señor y nuetro y en daño y perjuicio de la Republica”3. Tanto la adminis-tración pública como la eclesiástica disponían de oficiales sin una alfabe-tización básica.

Jerónimo Castillo de Bobadilla reconocía que algunos altos cargos como gobernadores, corregidores e incluso jueces no sabían leer ni es-cribir, y lo justificaba porqué para el ejercicio de su cargo disponían de asesores letrados “que podrán suplir la ignorancia de las leyes” e incluso sugiriendo que “los hombres sin le-tras suelen ser más astutos y sagazes que los letrados y doctos, y según

2 Archivo General de Simancas: Registro del Sel-lo, Legajo 149907, nº 220.

3 Archivo General de Simancas: Cámara de Cas-tilla, Diversos de Castilla 2, nº 70.

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Bartolomé Filipi, la astucia y sagaci-dad son necesarias a los que govier-nan Repúblicas, porque todos los que negocian con ellos pretenden enga-ñarlos” (Castillo de Bovadilla 1597, p. 169)

El impulso que dio Antonio de Nebrija a la gramática latina y cas-tellana, entre finales del siglo XV y principios de XVI, es bastante reco-nocido. Sus publicaciones de gramá-tica y diccionarios impulsaron una regularización de la lengua y un apo-yo a quienes utilizaban la escritura como herramienta de trabajo. En el siglo XVI se publicaron libros espe-cíficos para enseñar a leer y escribir, dadas las graves deficiencias que se detectaban en la sociedad en gene-ral. En un libro anónimo publicado en Zaragoza en 1551, Tratado para saber bien leer y escreuir, pronunciar y cantar letra assi en latin como en ro-mance, indicaba que la mala lectura afectaba “también a los que son muy eminentes en diversas facultades, los quales por no lo aver aprendido an quedado tan faltos que apenas ay quien los quiera oyr hablar, leer ni cantar” (Anónimo 1551, p. III). En 1558 Cristóbal de Villalón publica la Gramática Castella, reivindicando el arte e independencia de la lengua castellana del latín4, aunque sea su

4 “Todos cuantos hacen cuenta de las lenguas y de su auctoridad dizen que la perfeçión y va-

sucesora. En 1589 Juan de la Cues-ta, el impresor de la edición príncipe del Quijote y otras obras de Miguel de Cervantes, publicó Libro y tratado para enseñar leer y escribir brevemente y con gran facilidad, con reta pronun-ciación y verdadera ortographia todo Romance Castellano, indicando en el prólogo que el motivo de la falta de conocimiento en la lectura podía ser tanto por descuido de los que apren-den como por la “poca curiosidad de los que enseñan” (Cuesta 1589).

También hubo preocupación para que unas minorías sociales aprendiesen a leer y escribir. Tras la revuelta de los moriscos de Granada entre 1568 y 1571 hubo una disper-sión de los sublevados por la Corona de Castilla, y en 1572 Felipe II pro-mulgó una pragmática sobre las cosas

lor de la lengua se debe tomar y deducir de poder ser reduçida a arte. Y por esto dizen todos que las lenguas Hebrea, Griega y Latina son de más perfeçión. Lo cual me lastimó tanto que de afrenta enmudeçí, maravillándome de tanto varón cuerdo y sabio que ha criado esta Castilla con su lengua natural no huviessen in-tentado restituirla en su honrra, satisfaciéndola con sus ingenios de aquella injuria que se le ha hecho hasta aquí.” Y esto va especialmente contra la opinión de Antonio de Nebrija pues éste “traduxo a la lengua Castellana el arte que hizo de la lengua Latina. Y por tratar allí mu-chas cosas muy impertinentes dexa de ser arte para lengua Castellana y tienesse por traduçión de la Latina, por lo cual queda nuestra lengua según común opinión en su prístina barbari-dad pues con el arte se consiguiera la muestra de su perfeçión” (Villalón 1558, s. f., Prohemio al Lector)

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que se debían hacer respecto a estos moriscos (musulmanes convertidos al cristianismo de forma forzosa), en-tre ellas “que las justicias y personas provean y ordenen que los hijos de los dichos moriscos sean enseñados en las escuelas, o por las otras per-sonas que para esto serán diputa-das, a leer y escribir, y a la doctrina Christiana” (Corona de Castilla 1581, p. 12v.); con ello se pretendía que abandonasen su lengua y escritura, y que asumiesen el cristianismo como religión y la cultura castellana como nación. No se consiguió dicho obje-tivo de asimilación cultural, ya que la última decisión real fue su expulsión en 1609.

En el continente americano fray Bartolomé de las Casas reconocía que con educación los indios podían ad-quirir destreza o conocimiento como cualquier español:

“Los Indios son de tan buenos entendimientos, y tan agudos de in-genio, de tanta capacidad y tan dó-ciles para qualquiera ciencia moral y especulativa doctrina, y tan orde-nados por la mayor parte proveydos y razonables en su policía … donde quiera que han sido doctrinados por los Religiosos y personas de buena vida. Dexo de dezir el admirable aprovechamiento que en ellos ha avido en las artes mecánicas y libe-rales, como leer y escrivir, y música

de canto, y de todos músicos ins-trumentos, gramática y lógica, y de todo lo demás que se les ha enseña-do, y ellos han oydo” (Casas 1552, p. 101).

2.1. La importancia de la lectura

La importancia de la lectu-ra como forma de obtener conoci-miento y como instrumento para el desempeño de una profesión queda patente en algunos de los escritores españoles del siglo XVI. En una épo-ca en que el analfabetismo era gene-ralizado, donde prácticamente los únicos que tenían interés en saber escribir y leer eran aquellos que ha-bían estudiado por algún motivo de cualificación laboral o humanística, a muchos nobles y eclesiásticos párro-cos que accedían a realizar una labor diaria no les era imprescindible saber leer y escribir. Básicamente escribían para dejar su firma y leían lo impres-cindible, a veces con sus lectores. Los nobles podían vivir de sus rentas se-ñoriales o de algún privilegio ganado en batallas, y los párrocos mostraban grandes carencias en lectura, con lo cual el Concilio de Trento tuvo que impulsar, en la segunda mitad del XVI, los estudios para el ejercicio de dicho oficio.

A principios del siglo XVI el hu-manista, pedagogo y filósofo valen-

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ciano Juan Luis Vives (Valencia, 1992 – Brujas, 1540), exiliado por su per-secución como judeoconverso, en su Introductio ad sapientiam, publicada en Lovaina en 1524, reflexionó sobre el interés de la lectura. Señaló que se lee con el fin de que resplandezca la ciencia y la luz en el alma de los hom-bres, para obtener conocimiento me-diante el uso de testimonios y textos de los sabios escritores que pueden ser rebatidos por otros, para enten-der la fe cristiana, y porque “el leer aprovecha y ayuda a hablar y escribir mejor, y para prudencia y gobierno de las cosas tenemos muchas veces necesidad de ello”, indicando que “con tres cosas en esta vida adquiri-mos el saber, y son, con ingenio para entender, y con memoria para acor-darnos, y con cuidado, que llamamos estudio, que es ponerlo siempre por obra” (Vives 1800 , p. 55-56).

Antonio de Guevara (Treceño, 1480 – Mondoñedo, 1545), obispo de Mondoñedo, expone como decla-raciones del emperador Marco Aure-lio:

“Vosotros estays mal comigo, porque siempre me veys leer, y yo estoy peor con vosoros, porque nun-ca os veo un libro en las manos to-mar. Vosotros teneys por trabajoso al hombre enfermo leer, yo tengo por más peligroso el que está sano hol-gar. Vosotros dezis que la lección en

mis carnes causa quartana: yo digo que la ociosidad en vuestras animas engendra pestilencia. Mientras yo me pudiere aprovechar de mis libros, ninguno tenga compasión a mis tra-bajos, porque más quiero morir como sabio entre los sabios, que vivir como simple entre los hombres. Pregunto os una cosa. ¿El hombre que presume de hombre y no tiene letras, qué di-ferencia ay de las béstias?” (Guevara, 1574, p. 154).

Antonio de Guevara aprovechó la oportunidad en algunos de sus li-bros, que tratan de diversas materias, para fomentar la lectura. En 1539, en su Libro de los inventores del arte de ma-rear y de muchos trabajos que se pasan en las galeras dice que “es saludable consejo para el passagero que presu-me de ser cuerdo y honrrado compre algunos libros sabiosos, y unas horas devotas, porque de tres exercicios que ay en la mar, es a saber, el jugar, el parlar y el leer, el más provechoso y menos dañoso es el leer” (Guevara 1539, fol. 28r-28v).

Como eclesiástico, Julián del Castillo, en su Historia de los Reyes Godos, realza la importancia de leer, y sobre todo porqué es importante leer historia, “es un entretenimiento noble … y aprovecha a los que leen, y no cansa el juicio, ni fatiga el en-tendimiento; y es maestra de la vida, y vida de la memoria… Y para que

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dellas nos redunde buen successo y efecto, y no declinemos al mal, deve-mos usar de las letras e historia con recato y orden, que nos inciten a bien obrar y nos infundan virtud, y escu-sen el ocio y maltrato de do proce-den grandes vicios y males” (Castillo 1582, fol. 1r).

Bernardino de Sandoval y Ro-jas, eclesiástico erudito, arzobispo de Toledo, tío del Duque de Lerma y protector de escritores, entre otros de Miguel de Cervantes5, una vez con-cluido el Concilio de Trento (1545-1563), en su finalidad de fomentar reformas en la Iglesia Católica para mejorar el comportamiento ético de los párrocos y su formación, escribió un Tratado del officio ecclesiastico, pu-blicado en 1568, a los pocos años de finalizar dicho concilio, donde enal-tece la lectura, especialmente de cier-tos libros. Sandoval sería consciente de los escasos conocimientos en lec-tura que tenían muchos párrocos y argumentaba como motivo de la lec-tura la necesidad de la misma en el oficio eclesiástico:

5 Miguel de Cervantes agradece en el prólogo del segundo libro la protección del Conde de Lemos y de Bernardo de Sandoval con estas palabras: “Estos dos príncipes, sin que los so-licite adulación mía no otro género de aplauso, por sola su bondad, han tomado a su cargo el hacerme merced y favorecerme, en lo que me tengo por más dichoso y más rico que si la for-tuna por camino ordinario me hubiera puesto en su cumbre”.

“Porque el officio ecclesiás-tico, que se canta en las yglesias para alabar a Dios, y de que usan sus ministros, rezando parti-cularmente, no solo consta de psalmos, himnos y antiphonas, sino también de liciones; justo es, se diga dellas. Quan antigua cosa sea el pronunciar y leer li-ciones… [En los concilios] de donde parece claro la antigua costumbre de la iglesia de leer en el offico ecclesiastico liciones de la Sagrada Escriptura y de las festividades de los martyres. Esta costumbre, e instituto anti-guo, de leer liciones del Nuevo y Viejo Testamento en el officio ecclesiasticos se devería renovar en quanto fuesse posible” (San-doval 1568, pp. 9-10).

Pedro de Ribadeneyra, en 1597, en su Tratado de la religión y virtudes que debe tener el Principe Christiano para gobernar y conservar sus Estados, escrita para rebatir algunos princi-pios de Nicolás Maquiavelo, valora la experimentación para tener co-nocimientos de las cosas, y añade la lectura selectiva para completar ese conocimiento:

“Porque no ay cosa que más nos enseñe que la experiencia de lo que nosotros mismos prova-mos y tocamos con las manos,

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y el leer los libros de los que fueron prudentes: en los quales se hallan muchos, y muy preo-vechos avisos para el gobierno y conservación de los estados. Y estos libros torno a decir que deurian leer los Principes con grande atención y cuidado: por-que, como son autores ya muer-tos, dizen las verdades con lla-neza y sin lisonja: lo cual muy pocas vezes hacen los vivos, por más amigos que sean” (Ribade-neyra 1597, p. 369)

El sobrino de Diego de Covarru-bias y Leiva, Juan de Horozco (1604), comentaba la anécdota de cómo en uno de los traslados de su tío el cria-do de éste le dijo que los libros se podían quedar donde estaban dado que no tendría tiempo de leerlos por las ocupaciones que tendría, a lo que respondió “no quiera Dios que yo dexe compañía de tantos años y que tanta honra me ha hecho. Y con ser así, que las ocupaciones fueron con-formes al lugar que tenía y al crédi-to que había ganado con su Príncipe para servirse del a todas horas y en todas ocasiones, jamas dexo pasar dia en que no estudiasse en tres estudios diferentes, repartiendo en ellos el poco, o mucho tiempo que para ello tenía” (Horozco 1604, p. 99v.)

Sebastián de Covarrubias Oroz-

co, capellán del rey Felipe II, canó-nigo de la catedral de Cuenca, y de ascendencia judeoconversa, escribió en su Tesoro de la lengua castellana o española sobre la importancia de que desde la niñez se aprendiese a leer, con una escolarización obligatoria y con maestros públicos:

“El escribir de devía enseñar juntamente con el leer a todos los muchachos, y forçar a los pa-dres a que embiassen sus hijos al escuela, de los quatro hasta los siete años, aunque después huviessen de deprender oficios mecánicos, pues en la niñez no son de ningún servicio, antes dan pesadumbre en sus casas, y en las agenas, y en las calles y lugares públicos, y se hacen hol-gaçanes, y toman malos sinies-tros, para este fin avian de sus-tentar los maestros del público, y consignarles tantos barrios, para que no se passassen de un maes-tro a otro” (Cobarrubias Orozco 1611, pp. 367v-368r).

2.3. Freno a la lectura

La instauración de la prohibición de la lectura de libros por el Tribu-nal del Santo Oficio de la Inquisi-ción provocó la primera persecución a gran escala de la lectura libre de

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obras que, hasta el momento, no plantearon problemas por la cierta libertad que había del ejercicio de las tres religiones, la judía y la mu-sulmana con la católica. En 1484 la Inquisición procesó a Bernardo de Tremal, de Ciudad Real, por leer un libro prohibido relacionado con la ley de Moisés y los judíos, y “que el libro no solamente lo leya, más aún lo alabava”6. La eficacia de la prohi-bición de lectura de cualquier libro para aquellos que disponen de me-dios económicos y un gran interés hay que revisarla. La censura previa, antes de editar el libro, mediante la solicitud de licencias a diferentes or-ganismos reales o eclesiásticos, era el medio más eficaz para evitar que se propagasen ideas contrarias al dogma cristiano y al ejercicio de la iglesia. Parece ser, por las continuas quejas de la Inquisición, que esta prohibi-ción de leer libros por el Oficio de la Inquisición era vulnerada principal-mente por dos razones: se prohibían los libros una vez habían circulado por el mercado, y los eclesiásticos y algunas personas tenían permisos especiales para leerlos. En 1611 una consulta del Tribunal al Rey plantea estas cuestiones:

“Señor

6 Archivo Histórico Nacional: Inquisición, lega-jo 190, exp. 37.

El cardenal Inquisidor Ge-neral y el Consejo dimos quen-ta el año passado en hazer un nuebo cathalogo y expurgatorio de libros prohibidos, teniéndolo por el remedio único que puede aver contra el atrevimiento y os-sadia con que los herejes deste tiempo procuran inficionar con libros heréticos y de mala doc-trina la pureza de los Reynos de Vuestra Magestad, y supplican-do a Vuestra Magestad fuese de su real servicio mandar escribir a su Santidad y al Embaxador y a algunos Cardenales instando … para que los Obispos no se entrometiesen en la materia del Cathalogo; diciendo que usan de la facultad que para algunas co-sas del les concede el Yndice de la buena memoria de Pio quar-to y Clemente Octavo … [pi-diendo] revocando quales quier liçencias de leer libros prohibi-dos y conçediendole facultad para proceder contra los que los tuviesen o leyesen, de qualquier estado o condición que fuesen, por breve particular … ”7

Francisco Suárez reconocía en su Tractatus de Legibus ac Deo Legislato-re que con licencia se podían leer los

7 Archivo Histórico Nacional: Inquisición, libro 291, fol. 37r-37v.

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libros prohibidos, tanto en Portugal como en Castilla:

“Tandem Lusitanus dum in Castella versatur potest legere ibi libros prohibitos in suo regno, si ibi prohibiti non sint et ibi pro-hibitos poterit legere de licen-tia senatus illius regni” (Suárez 1613, p. 582).

Algunos autores del siglo XVI eran partidarios de que no todo se debía leer. Antonio de Guevara admi-te que no todo se puede leer, incluso en 1539 acepta la quema de libros en su obra Menosprecio de corte y alaban-za de aldea:

“Si se debe mucho a los que leen, más a los que estudian, y mucho más a los que algo com-ponen; por cierto muy mucho más se debiera, a los que altas doctrinas componen, y esto se dize porque ay muchos libros assaz dignos de ser quemados, y muy indignos de ser leidos. No poco es de maravillar, y aún ocasión de escandalizar, ver mu-chos hombres, quan de veras se ponen a escribir cosas de burlas, y aún de burlerías, y lo que es peor de todo, que muchos ocu-pan mucho tiempo en leerlas, como si fuesen doctrinas prove-chosas; los quales por defensa de

su error dizen que no lo hacen por dellas se aprovechar, sino por el tiempo embeber; a los quales respondemos que leer en malos libros no es pasatiempo, sino perder el tiempo” (Guevara 1673, pp. 103-104)

Antonio Agustín, eclesiástico aragonés y precursor de los estudios históricos sobre las fuentes del dere-cho, publicó en 1585 Pratica y exer-cicio espiritual de una sierva de Dios, donde desaconsejaba a las monjas la lectura de ciertos libros relacionados con cosas curiosas “de especulación” y sobre todo que no las leyesen “para el tiempo de la oración porque essas, sino ay en ello moderación, hazen que el ánima venga a hallarse muy seca, engendrándole fastidio e incli-nandole a dexar este Santo exercicio” (Agustín, 1585, p. 115-116).

3. LA LECTURA EN EL QUIJOTE

3.1. Qué es bueno leer

Precisamente fue la lectura el motivo de la locura del Quijote. Cer-vantes nos presenta desde el inicio de su narración al hidalgo don Quijote como persona que pasa en sus largos ratos de ocio leyendo libros de caba-llerías, que desatiende la administra-ción de sus propiedades y abandona

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el otro entretenimiento que tenía, la caza. No escatima en gastos a la hora de comprar libros de caballerías, lle-gando incluso a vender campos de siembra para adquirir todos los que se publicaban. Podríamos afirmar que es una locura por la lectura el inicio de su enajenación.

Si bien don Quijote leía todos los libros de caballerías y algo de poesía, no todo tiene valor literario en opinión de Cervantes, por ello aprovecha, en el primer capítulo, para resaltar la obra que por diversos motivos tiene interés de ser leída, la de Feliciano de Silva por la claridad de su prosa, autor de Amadís de Gau-la y de Don Florisel de Niquea, aun-que utilice a veces un estilo rebusca-do. En el capítulo sexto, el cura y el barbero, con la sobrina del Quijote, deciden inspeccionar más de cien vo-lúmenes para decidir cuales salvan de ser arrojados al fuego. Tras condenar muchas obras populares de caballe-rías, encuentran cierto interés en Pal-merín de Inglaterra, obra de Francisco de Moraes, aunque Cervantes piensa que su autor es un rey de Portugal, por el interés de sus aventuras, y por una redacción clara de los argumen-tos; y también reconoce el interés de Tirante el Blanco, del valenciano Joanot Martorell, por sus aventuras y porque “por su estilo es éste el me-jor libro del mundo, aquí comen los

caballeros, y duermen y mueren en sus camas y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros de este género carecen”8. Estos son los únicos libros de caballerías que se salvan.

Posteriormente aparecen libros de poesía. Aunque en un principio se duda de si son propicios para provo-car la locura, no dudan en que, de alguna forma, también podrían in-fluir en la cordura del Quijote y de-ciden echarlos también al fuego, tras una supervisión de los mismos. El primero que salvan es Diana de Iorge de Monte Maior9 (y también La Dia-na enamorada de Gil Polo, de 1564, y no otras publicaciones referidas a Diana), pero con una censura pre-via, “que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia, y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele en ora buena la prosa, y la honra de ser primero en semejantes libros”. Le siguen el libro Los diez libros de Fortuna d’Amor de Antonio delo Frasso10 por gracioso y disparatado y porque en su estilo “es

8 Citamos la primera edición del Quijote de 1605.

9 El portugués Jorge de Montemayor escribió en castellano, y fue el traductor de la obra del va-lenciano Ausiàs March a este idioma. Los siete libros de la Diana fueron impresos en Valencia por Joan Mey en 1564 (según Pastor Fuster, 1827, p. 154).

10 Impreso en Barcelona, en casa de Pedro Malo, en 1573.

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el mejor y el más único de quantos deste genero han salido a la luz del mundo”; el libro de Luis de Gálvez El pastor de Philida11 el cual se “guardase como joya preciosa”; el libro Thesoro de varias poesías de Pedro de Padilla12 que debe “guardarse porque su autor es amigo mío y por respeto de otras más heroycas y levantadas obras que ha escrito” aunque debe limpiarse “de algunas baxezas que entre sus grandezas tiene”, al igual que salva Cancionero de López Maldonado13, por ser amigo suyo, al que Cervantes les dedicó un par de sonetos en ala-banza14; posteriormente, Miguel de Cervantes aprovecha para expresar una opinión de su obra Galatea15 y

11 Publicado en Lisboa: por Belchior Rodrigues, en 1589, dedicado a Enrique de Mendoza y Aragón.

12 Publicado en Madrid: en casa de Francisco Sánchez, en 1580. Pedro de Padilla también publicó Églogas pastoriles. Sevilla: en casa de Andrea Pescioni, 1582.

13 Publicado en Madrid: en casa de Guillermo Droy, 1586.

14 En el segundo soneto escribió: “Bien donado sale al mundo / este libro de se encierra / la paz de Amor, y la guerra / y aquel fruto sin segundo / de la Castellana tierra / que aunque le da Maldonado / va tan rico y bien donado / de sciencia y discreción / que me afirmo en la razón / de dezir, que es bien donado …”

15 Primera parte de la Galatea, dividida en seis libros. Alcalá de Henares: por Juan Gracián, 1585. Dedicada al abad de Santa Sofía de Benevento, Ascanio Colonna, que fue también virrey de Aragón en época de Felipe III, entre 1602 y 1604.

de sí mismo, “sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena intención: propo-ne algo, y no concluye nada”; y final-mente salva La Araucana de Alonso de Ercilla y Zuñiga16, La Austriada de Juan Rufo17 y El Monserrate de Cris-tóbal de Virués18, todos ellos descri-tos como “los mejores que en verso heroyco, en lengua Castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia”; y finalmen-te salva la obra de Luis Barahona de Soto titulada Primera parte de la Ange-lica19, por ser uno de los poetas más famosos incluso fuera de España.

Siendo generalizada la opinión sobre que Cervantes, por medio del Quijote, lleva a cabo una visión críti-ca de la sociedad en que vivió, tam-bién hay opiniones que cuestionan sus posiciones críticas, especialmente en lo referente a que Cervantes fue un ferviente defensor de la política inter-nacional de la Corona de Castilla, y más concretamente en lo que con-cierne a su tratamiento de los moros de España y de los pueblos indígenas de las Indias Occidentales (Félix Bo-

16 Publicado en Madrid: en casa de Pierres Cos-sin, 1569.

17 Publicado en Madrid: en casa de Alonso Gó-mez, 1584

18 Publicado en Madrid: por Querino Gerardo, 1587.

19 Dedicada al Duque de Osuna, y publicada en Granada: en casa de Hugo de Mena, 1586.

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laños 2010). En cuanto a la colección de la biblioteca de don Quijote, Cer-vantes fue extremadamente de una gran corrección política. Aun sabien-do el nivel de censura que había por parte del Santo Oficio de la Inquisi-ción, no puso ningún ejemplo de que don Quijote conservase algún libro dudoso o prohibido, cuando en las colecciones de las bibliotecas de los nobles era normal que hubiese libros de filosofía, de teología o de derecho en latín o en castellano. Cervantes no hizo ninguna alusión a estos libros o a la censura, ni siquiera amparado con el motivo de echarlos al fuego.

La crítica a los libros de caballe-rías no es algo nuevo de Cervantes, ya en el siglo XVI destacados auto-res las rehusaron (Castro 1925, p. 26). Jaime de Alcalá, fraile aragonés, en su Cavalleria Christiana publica-da en 1570, criticaba las obras de caballerías, pero no a los caballeros que tenían una misión más elevada, por virtud y linaje, para defender la justicia20. Diego Gracián señaló que “siendo estos libros de mentiras y patrañas fingidas, que llaman de ca-

20 “Visto que algunas personas ocupavan su ti-empo en leer histórias de romana cavalleria, y de lagunas ficiones y sueños como Amadís y otras semejantes, no por eso condenando los cavalleros y personas que con la lança en la mano son obligados y su linaje y virtud los convida y fuerça para morir por la justicia…” (Alcalá 1570, Al lector).

vallerías, de que ay tanta abundan-cia; los quales de más que en sí no contienen sabiduría verdadera, ni doctrina provechosa, cusan dos ma-les: el uno que se pierde en leerlos mal gastado el tiempo, cosa tan pre-ciosa y de que se ha de dar cuenta, y el otro que gastan y dañan con hastío el gusto del entendimiento para leer otros libros buenos y provechosos” (Gracián 1571, prólogo). Alonso de Fuentes solo salvaba “Reynaldos de Montalvan, diez o doze de Amadís, y don Clarián, y […] ningún libro entre todos quantos avia visto le avia parecido mejor que Palmerin de Oli-va” (Fuentes 1547, 115v.).

3.2. El valor de la lectura

Cuando don Quijote está por Sierra Morena, en el capítulo XXIII, Cervantes cuenta la historia de que encuentra una maleta abandonada con dinero y un libro. Interesándose por su dueño, don Quijote empieza a leer un libro personal que conte-nía anotaciones. De todo lo escrito a Cervantes le interesa resaltar un so-neto y una carta en prosa y del res-to hace una crítica que bien podría semejarse a lo que más abundaba en la lectura de la época: “lo que todos contenían eran quexas, lamentos, desconfianças, sabores y sinsabores;

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favores, y desdenes, solenizados21 los unos, y llorados los otros”. No valía la pena realizar una lectura en verso o en prosa de tantas publicaciones que solamente narran lamentaciones, quejas o amarguras.

La narración del encuentro en-tre Cardenio y Dorotea, en el capítu-lo XXVIII, le sirve a Cervantes para indicar qué hacía una mujer, hija de labradores ricos, aunque vasallos de un Grande de España de Andalucía, pero con personal asalariado. Doro-tea sabía leer y escribir, pues hacía de mayordoma (llevaba las cuentas de la hacienda de sus padres) y de señora (mandaba) de sus trabajadores, y en el tiempo libre explica lo que hacía una mujer de su condición:

“Los ratos que del día me que-davan, después de aver dado lo que convenía a los mayorales, a capata-zes, y a otros jornaleros, los entrete-nía en exercicios que son a las don-cellas tan lícitos como necessarios, como son los que ofrece la aguja, y la almohadilla, y la rueca muchas ve-ces; y si alguna por recrear el ánimo, estos exercicios dexava, me acogía al entretenimiento de leer algún libro devoto, o a tocar una harpa, porque la experiencia mostraba que la músi-ca compone los ánimos descompues-tos, y alivia los trabajos que nacen del espítitu” (pp. 151v.-152r.).

21 “solemnizados”

A los trabajos propios de coser e hilar, se unía la lectura de libros religiosos o tocar un instrumento musical como el harpa como los apropiados para una mujer de clase media.

La lectura podía ser un entrete-nimiento después de una jornada de trabajo. En una venta de Andalucía, cuando Sancho dice al ventero que los libros de caballerías han causa-do un daño de locura a don Quijo-te, Cervantes recurre al valor de la lectura de dichos libros por boca del ventero (al fin y al cabo, Cervantes ha escrito un libro de caballerías), como forma de disfrute y el placer de oír historias:

“No sé yo como puede ser esso, que en verdad que a lo que yo entiendo no hay mejor letra-do en el mundo, y que tengo aí dos o tres dellos, con otros pa-peles, que verdaderamente me han dado la vida, no solo a mí, sino a otros muchos. Porque quando es tiempo de siega se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre ay algunos que saben leer, el qual goce uno destos libros en las manos, y ro-deamonos del más de treinta, y estamosle escuchando con tanto gusto que nos quita mil canas; a lo menos de mí sé dezir, que quando oyo dezir aquellos fori-

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bundos, y terribles golpes que los cavalleros se pegan, que me toma gana de hazer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches, y días” (Capítulo XXXII, pp. 178v.-179r.).

Entre las novelas22 que se leían se menciona El curioso impertinente23, que Cervantes inserta como relato en la misma obra del Quijote, y que uti-lizaba el ventero como préstamo de lectura a sus huéspedes, una función bibliotecaria que actualmente la en-tendemos como habitual: “pues bien puede leella su reverencia, porque le hago saber, que algunos huéspedes que aquí la han leydo les ha conten-tado mucho, y me la han pedido con muchas veras” (p. 181v.).

En la conversación que tiene el canónigo con don Quijote, tras recri-minarle que sus lecturas de caballe-rías le han llevado a esa locura, re-conoce que leer libros de caballerías puede ser un disfrute: “De mí se dezir que quando los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algún contento” (p. 297r.). Pero

22 En esta época se entiende por novela una nar-ración corta.

23 Esta narración tuvo tal éxito que en 1608 se realizó una edición bilingüe español francés: Le curieux impertinent. El curioso impertinente. Tra-duict d’Espagnol en François par NI. Baudouin. París: par Jean Richer.

reconoce que son falsos y embuste-ros, “inventores de nuevas sectas y de nuevo modo de vida” haciendo creer a la población “ignorante” que son verdades “tantas necedades como contienen” (p. 297v.) por lo que no le importa que vayan al fuego. En opi-nión del canónigo, el valor del dis-frute en la lectura también se puede encontrar en libros reconocidos por buenos por este eclesiástico:

“Y si todavía, llevado de su natu-ral inclinación, quisiere leer libros de hazañas y de caballerías, lea en la Sa-cra Escritura el de les Juezes, que allí hallará verdades grandiosas, y hechos tan verdaderos como valientes. Un Vi-riato tuvo Lusitania, un César Roma, un Aníbal Cartago […] cuya leción de sus valerosos hechos puede entrete-ner, enseñar, deleytar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren. Ésta sí será lectura digna de buen en-tendimiento de vuestra merced, señor don Quixote mío, de la qual saldrá erudito en la historia, enamorado de la virtud, enseñado en la bondad, me-jorado en las costumbres, valiente sin temeridad, osado sin covardía; y todo esto para honra de Dios y provecho suyo” (pp. 297v.-298r.).

En definitiva, Cervantes pone en boca del canónigo en que reside el valor de la lectura: aprender his-toria, disfrutar, mejorar el compor-

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tamiento personal y ganar confianza en sí mismo.

4. CONCLUSIÓN

En la época en que Cervantes concivió el Quijote había un claro interés porque las personas supiesen leer y escribir, especialmente entre la clase social más acomodada, dado que se echaba en falta en oficiales del gobierno y administración, y en car-gos eclesiásticos. Sin embargo, este interés por la lectura chocaba con el alto grado de censura impuesto por la Iglesia, tanto desde el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición como desde la Santa Sede, con sus índices de libros prohibidos. En la obra del Quijote se ensalza la “buena literatu-ra”, ya sea en prosa o en verso, cuan-do se salvan libros de la quema, pero no hay ninguna referencia al alto gra-do de censura acaecido en la monar-quía hispánica, ni ninguna mención a los libros que se conservarían en muchas bibliotecas personales sobre filosofía, derecho, teología o ciencia. En este sentido Cervantes es política-mente correcto, aplica ingeniosamen-te una autocensura para poder defen-der su obra y que se pueda publicar en diferentesa estados absolutistas y censores como la propia monarquía española, Francia, o algunos estados alemanes. .

El valor de la lectura radicaba, como opinión más generalizada y defendida por Cervantes a través del Quijote, en su uso profesional y en el disfrute de sus historias, además de favorecer el conocimiento para el de-sarrollo personal.

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