el ultimo tren a zurich - cesar vidal

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excelente libro

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  • Annotation

    Otoo de 1937. Un adolescentellamado Eric Rominger, originario deuna poblacin rural, llega a Viena con laintencin de cursar estudios de arte. Demanera inesperada, en su primer da enla ciudad, descubre la violencia de loscamisas pardas y conoce a KarlLebendig, un poeta con el que trabaramistad. En los meses inmediatamenteanteriores a la invasin de Austria porlas tropas de Hitler, Eric descubririgualmente el amor de Rose y, sinproponrselo, despertar a una vidanueva y totalmete distina a todo lo quehubiera podido imaginar. Pero entonces

  • el Frer erntra como victoriosoconquistador contra Viena.

    Csar VidalIIIIIIIVVVIVIIVIIIIXXXIXIIXIIIXIV

  • XVXVIXVIIXVIIIXIXXXXXIXXIIXXIIIXXIVXXVNota del Autor

    notes

  • Csar Vidal

    El ltimo tren aZurich

    Premio Jan de narrativa infantil yjuvenil

    Para Sagrario, que pespuntea de

    luzbelleza y alegramis recuerdos de Viena

  • que hubiera resultado distintay mucho menos hermosa sin

    ella.

  • I

    Pas sobre su cabeza con larapidez de una centella, surc loslimpios huecos situados entre lasarmoniosas columnas y se estrell conun ruido seco contra la decorada pared.A Eric no le habra extraado que aquelobjeto que apenas haba podidodistinguir quedara pegado, como lasmariposas que su ta coleccionaba yclavaba, en aquellos muros. Sinembargo, estall en mil pedazos y tanslo dej un reguero de espumillabrillante que a Eric le llev a pensar enel rastro hmedo de los caracoles. Dadasu predisposicin a distraerse con temas

  • banales, en otro tiempo y en otro lugarse hubiera entregado a recordar no slolos ya citados seres sino tambin laslapas o cualquier otro animal que fueradejando en pos de s un recuerdo acuosode su paso. No sucedi as, por lasencilla razn de que distraerse en esosmomentos habra resultado unaimprudencia imperdonable.

    Con la intencin de evitar un golpe,se desliz a cuatro patas por el sueloencerado y, procurando no resbalar,busc refugio detrs de una de lasmesas. Consista sta en una gran laja demrmol blanco sostenida en el aire porunas patas cruzadas de metal negro ylabrado, y cuando mir, cubierto porellas, se dijo que habra preferido

  • encontrarse resguardado por un muro.Mientras se esforzaba por no dejar

    un solo centmetro de su cuerpo fueradel campo de proteccin del mueble,dirigi la mirada hacia la izquierda.All, a un paso de la puerta, un grupoconfuso pero muy compacto de jvenesataviados con camisas pardas ybrillantes correajes negros descargabasus porras una y otra vez sobre lo quepareca un deforme gurullo formado porun abrigo negro y unas manos extendidasy llenas de sangre. A unos metros deaquella paliza, un par de muchachosvestidos con el mismo uniforme estabanpasando unas huchas rojizas por lasmesas en solicitud de donativos. Vistolo que estaban haciendo con el pobre

  • infeliz que taponaba la entrada, lospresentes no mostraban lentitud alguna.Echaban en las ranuras monedas oincluso algn billete doblado, ya que, ajuzgar por la expresin de sus rostros,no podan permitirse la menor reticenciafrente a aquella colecta.

    Los muchachos de las alcancasparecan, desde luego, contentos. Cadavez que aumentaban sus haberes, movanlos alargados recipientes con un rpidogesto de la mueca y les arrancaban unalegre sonido metlico.

    Desvi Eric los ojos hacia laderecha y contempl a los camareros,que se haban colocado con las nalgaspegadas contra el mostrador a la esperade que concluyera todo. Sin duda, el

  • calvo tena miedo de que aquellosuniformados jvenes la emprendieran agolpes con alguien distinto deldesdichado al que estaban moliendo a laentrada. Sin embargo, no todosmostraban semejante inquietud. Uno deellos, delgado, moreno y con ojosazules, contemplaba la escena con elmismo gesto aburrido con que habravisto llegar el camin de la leche. Encuanto a los dos empleados restantes, sehaban colocado las bandejas delantedel pecho como si as pudieranprotegerse mejor de cualquiereventualidad desagradable. Estaba Ericcontemplando aquellas reacciones tandispares cuando un soniquete metlicole oblig a cambiar su ngulo de visin.

  • Uno de los jvenes de camisaparda se haba detenido ante una mesa,situada a cinco metros escasos, mientrashaca repiquetear la hucha con golpesacompasados e ininterrumpidos. Nopoda ver Eric a la persona a la queinstaba, bastante infructuosamente porcierto, a contribuir. Sin embargo, apesar de que lo mejor hubiera sido nocambiar de posicin, su curiosidadresult ms fuerte que su prudencia.Recul unos centmetros, coloc lasyemas de los dedos sobre el mrmol yse impuls lo suficiente como parapoder proyectar la mirada por encima dela mesa.

    Un hombrecillo un tanto sobrado depeso escriba con una pluma de color

  • corinto sobre un cuaderno deinmaculada blancura. El hecho en s nohabra tenido la mayor importancia deno ser porque el joven uniformado seencontraba ante l y agitaba cada vezcon ms fuerza la hucha. Ciertamente,aquel gordito deba de ser muy sordo oestar loco por completo.

    El movimiento nacional-socialista solicita su ayuda dijo elmuchacho de la alcanca, y Eric se diocuenta de que haban sido las primeraspalabras pronunciadas por alguien deaquel grupo. Hasta ese momento leshaba bastado con realizar gestos, con osin porras, para lograr lo que deseaban.

    Apenas acababa de pronunciar eljoven la ltima palabra, el hombre

  • levant los ojos del papel. La suya fueuna mirada totalmente exenta de temor.Por un instante, la pos sobre elmuchacho y luego volvi a bajarla paracontinuar escribiendo.

    La alcanca enmudeci a la vez queel muchacho de la camisa marrnenrojeca hasta la misma raz de loscabellos. Hasta ese momento, todos lospresentes se haban doblegado anteaquella peticin independientemente delos deseos que tuvieran de hacerlo yahora... ahora...

    Sucede algo, Hans?Eric mir de forma instintiva hacia

    el lugar del que proceda la voz. Setrataba del segundo postulante. Habaabandonado el lugar donde estaba

  • realizando su cuestacin y, pasando bajolos elegantes arcos del caf, se acercabaahora con pasos acelerados a sucamarada.

    Sucede algo, Hans? volvi apreguntar.

    No respondi, pero tampoco fuenecesario. La vista de su compaero sedirigi hacia el hombre que seguaescribiendo y entonces se detuvo enseco, igual que si se hubiera topado conun muro invisible. Tard unos instantesen recuperarse de la impresin y,cuando lo hizo, gir en redondo y ech acorrer hacia el grupo de camisas pardasque haba en la puerta. Habanterminado ya de golpear al hombre delabrigo negro y estaban charlando

  • animadamente entre ellos,intercambiando risas y manotazos. Ericpudo ver que el segundo postulantellegaba a su lado y pronunciaba unaspalabras al odo del que pareca demayor edad. ste dio un respingo ylanz una mirada rpida en direccin ala mesa. A continuacin apret loslabios y se dirigi, dando zancadas,hacia aquel sujeto empeado en seguirescribiendo.

    S quien eres grit ms quedijo al llegar a su altura. Un daharemos un montn con todos tus librosy les prenderemos fuego...

    Eric trag saliva al escucharaquellas palabras, pero el hombrecontinu deslizando la pluma sobre el

  • papel como si, ajeno a lo que suceda,se encontrara inmerso en una calmatotal. Fue precisamente esa serenidad laque provoc una mayor irritacin en suinterlocutor. Con gesto rpido, sac laporra de la cartuchera y la descargcontra la mesa de mrmol.

    El taido de un centenar decampanas no le habra parecido a Ericms ensordecedor que aquel rotundogolpe nico. De hecho, todos lospresentes, a excepcin de los camisaspardas y del camarero de los ojosazules, dieron un respingo, a la vez quecontenan la respiracin.

    El hombre dej la pluma sobre lamesa y a continuacin se llev, demanera sosegada, la diestra al bolsillo

  • de la americana. Daba la impresin deque iba a buscar algo de dinero con elque calmar a los camisas pardas, y esepensamiento infundi una cierta calmaentre los presentes. Pareca que, al fin ya la postre, para bien de todos, entrabaen razn. Esa misma certeza hizo queuna sonrisa pegajosa aflorara en elrostro del jefe del grupo. Sin embargo,el silencioso hombre extrajo de suchaqueta, no un monedero, sino unacajita rectangular de terciopelo azul. Laabri parsimoniosamente y coloc lapluma en su interior. Luego volvi aguardar el estuche en la americana y secruz de brazos mientras miraba a losdos camisas pardas.

    No tengo la menor intencin de

  • dar un solo cheln para ese compatriotatrastornado que se llama Adolf Hitler.

  • II

    Pronunci aquellas palabras en elmismo tono de voz con que poda haberpedido un caf o preguntado la hora. Sinembargo, resonaron en el interior delCaf Central como un trallazo. Dehecho, Eric pudo ver cmo los clientesabran los ojos igual que si fueran platose incluso alguna mujer sacaba unpauelo y lo morda con gesto deautntico pavor. Entre los camareros, elcalvo haba comenzado a enjugarse elcopioso sudor con una impolutaservilleta, lo que, se viera como seviera, no dejaba de ser una gravsimaincorreccin en un establecimiento como

  • aquel.Los camisas pardas tambin las

    haban escuchado y, tras un primermomento de estupor, comenzaron aaproximarse con pasos inseguros haciala mesa. No dijeron una sola palabra,pero bastaba con ver sus rostros paraimaginarse lo que iba a suceder.

    Bien mirado, el que naciera enAustria es una suerte dijo el hombreque haba estado escribiendo, a la vezque los encamisados formaban unaespecie de media luna en torno a la mesa. Aqu no le hizo nadie caso y tuvoque marcharse a Alemania.

    El que pareca el jefe apret lamandbula como si deseara triturar entrelos dientes la clera que le corroa. Con

  • un gesto repetido seguramente encentenares de ocasiones, empez agolpearse la palma de la mano izquierdacon el extremo de la porra.

    El corazn de Eric lata con tantafuerza que hubiera jurado que chocabadirectamente contra la tabla del pecho.Quin era aquel hombre? Qupretenda con exactitud? Acaso no sehaba dado cuenta de la catadura moralde aquellos sujetos de camisa parda?

    Dios quiera en su infinitamisericordia que no regrese jams poraqu dijo inesperadamente eldesconocido, como si intentaraproporcionar un colofn a susprovocativas afirmaciones.

    El jefe de los camisas pardas

  • avanz un paso hacia la mesa y Ericcerr los ojos de forma instintiva,porque no deseaba ver cmo le partanla cabeza a aquel extrao cliente.Entonces un sonido agudo, tanto quepareca capaz de taladrar los tmpanos,rasg el aire. Abri los prpados y vioque los camisas pardas se habanquedado inmviles. Hubirase dicho queun brujo invisible haba pronunciado unpoderoso conjuro que los habacongelado, convirtindolos en unasimple fotografa de colores desvados acausa de la penumbra del local.

    Eric parpade para asegurarse deque vea bien y no era vctima de algunailusin ptica. En ese mismo instante,aquel sonido, metlico e

  • insoportablemente agudo, volvi aaraarle los odos.

    Es la poli! Es la poli! grituno de los camisas pardas ms cercanosa la entrada del caf.

    Hay que darse el piro! Rpido!respondi el jefe del pelotn.

    El rostro de Eric avanz hasta casigolpearse contra las metlicas patas dela mesa en un intento de contemplarmejor aquella escena tan inesperada.Como si temieran que el cielo pudieradesplomarse sobre sus cabezas, loscamisas pardas se apresuraron en llegara la entrada y as evadirse de la accinde la polica. No deban de estar muyacostumbrados a llevar a cabo aquellasretiradas, porque provocaron una

  • aglomeracin en la puerta y, acontinuacin, comenzaron a repartirsepatadas y manotazos para abrirsecamino. Por un momento, dio laimpresin de que no podran salir pero,de repente, uno de ellos tropez, cay alexterior tan largo como era y todos losdems se vieron obligados a saltar sobrel para llegar a la calle.

    Mientras notaba un insoportabledolor en las articulaciones, Eric se pusoen pie, corri hacia una de las ventanassituadas a su izquierda e intent abarcarcon la mirada el camino seguido por losfugitivos. Para sorpresa suya, pudo verque, lejos de mantener algo que separeciera mnimamente al orden, sehaban desperdigado cada uno por su

  • lado, intentando evitar la detencin.Cuntos policas llegaron tras

    aquellos dos pitidos inesperados? Nosabra decirlo Eric, pero en cualquiercaso estaba seguro de que eran menosque los camisas pardas y, a pesar detodo, stos no les haban opuesto lamenor resistencia. De hecho, corran contanta velocidad por la Herrengasse y lascalles aledaas que prcticamentehaban desaparecido de la vista.

    Durante unos instantes, clientes ycamareros se mantuvieron sumidos en unsilencio absoluto, el mismo que se habacreado mientras aquel hombre sepermita no entregar el menor donativo alos ahora huidos. Luego, como si sehubiera producido una extraa

  • explosin, todos comenzaron a darvoces, a agitar los brazos y aintercambiar acaloradas impresionessobre lo que acababan de vivir. Todos.Bueno, no, todos no. El hombre quehaba seguido escribiendo durante laprimera parte del incidente se habapuesto en pie y, tras cerrar su cuaderno ydejar unas monedas sobre la mesa demrmol blanco, haba comenzado acaminar hacia la salida.

    Si le hubieran preguntado la razn,Eric no habra sabido darla pero, derepente, sinti una imperiosa necesidadde hablar con aquel extrao personaje.Busc con la mirada el lugar dondehaba depositado su maleta al entrar enel caf y comprob con alivio que all

  • segua, como si estuviera esperndole,tranquila y adormilada. Se aproxim aella, la agarr, la levant de un tirn yapret el paso hacia la salida.

    No lleg. El camarero calvo secruz en su camino y, mientras sellevaba la diestra al bigote, le dijo conla excepcional cortesa de los vienesesque trabajan en su gremio:

    Servus, su consumicin...Eric sinti que enrojeca hasta la

    raz del cabello. No haba tenido lamenor intencin de marcharse sin pagar.Simplemente, es que se le habaolvidado con todo aquel jaleo.

    S, claro balbuce. Tieneusted toda la razn. Qu le debo?

    El camarero calvo dijo una

  • cantidad que Eric rebusc todo lodeprisa que pudo en sus bolsillos, a lavez que miraba por la ventana paraasegurarse de que no perda la pista delhombre. Cuando, finalmente, logr salira la calle, ya se haba convertido en unpunto lejano a punto de doblar unaesquina.

    Apret el paso con la intencin deacortar la distancia. No tard en darsecuenta de que no era todo lo fuerte quehabra deseado, de que la maleta pesabamucho ms de lo que recordaba y de queel costado comenzaba a dolerle.

    Dobl la esquina por la queacababa de desaparecer el hombre yentonces pudo verlo con nitidez a unadecena escasa de metros. Se haba

  • detenido ante unos cajones de librossituados en la acera. Con gesto deinters, ojeaba uno de los ejemplares.Visto de perfil, se notaba que suabdomen, ceido con un chaleco rojo,era demasiado voluminoso para suestatura, y que su coronilla habacomenzado a clarear. Precisamente, esaligera gordura y esa calvicie incipientele conferan un aspecto de sorprendenteserenidad. S, no pareca muy inquieto apesar de todo lo que haba sucedido.

    Eric habra podido alcanzarlo,saludarlo y entablar conversacin conl. Sin embargo, en esos momentos seapoder de todo su ser una insoportablesensacin de timidez. De repente, lepareci que lo que estaba haciendo no

  • era del todo lcito, que no tena ningunarazn para dirigirse a aquel hombre yque, sobre todo, corra el riesgo de queste le dijera que deba meterse en susasuntos. A punto estaba de desistir,cuando su perseguido deposit el libroen el cajn del que lo haba tomado yreemprendi la marcha. El que sepusiera nuevamente en movimiento yEric sintiera la necesidad de alcanzarlofue todo uno.

    Lo sigui durante un centenar demetros ms hasta que dobl otraesquina. Eric apret de nuevo el paso y,para alivio suyo, volvi a localizarlo.Estaba ahora detenido ante un comerciodonde compr algo que pareca uncartucho de papel. S, eso deba de ser,

  • porque haba sacado algo del cucuruchoy haba comenzado a comrselo.

    Eric se pas la maleta a la manoizquierda y comprob que tena la palmade la derecha surcada por marcasrojizas. Se la frot contra el muslo ycontinu caminando. A esas alturas de lapersecucin, ya no le dola slo elcostado, sino tambin las dos manos, laspiernas y la espalda. Hubiera deseadodescansar pero no poda permitrselo.No, despus de haber caminado tanto.Maldita sea! Estaba doblando otraesquina!

    Mientras el dolor del costado lesuba hasta el pecho, Eric volvi aforzar su cansado paso. No estabaseguro pero... pero pareca que tambin

  • su perseguido haba acelerado lamarcha. Por Dios! Otra esquina, no!Cmo poda haber tantas esquinas enViena?

    Tard apenas unos segundos enalcanzarla pero, cuando mir la calle,descubri que el hombre habadesaparecido. Una pesada nube dedesaliento descendi sobre Eric alpercatarse de que el objeto de supersecucin se haba desvanecido igualque si se lo hubiera tragado la tierra.Boqueando, camin una docena de pasosms pero sigui sin distinguir a la gruesafigura. Entonces escuch a sus espaldasuna voz que, teida de tranquilidad,deca:

    Se puede saber por qu me

  • andas siguiendo?

  • III

    Eric se volvi con un respingosimilar al que habra dado si le hubieranaplicado una corriente elctrica. A unpar de metros de l se encontraba elhombre al que llevaba persiguiendo msde un cuarto de hora. Si se encontrabanervioso o molesto, fuerza era reconocerque no lo aparentaba. En realidad, elhecho de que sujetara con la manoizquierda un cucurucho y llevara en ladiestra una manzana roja que no dejabade mordisquear le confera un aspectode notable indiferencia. Volvi a clavarlos dientes en la fruta, mastic conparsimonia, trag y dijo:

  • Has entendido lo que he dicho oes que acaso no hablas alemn?

    Eh... s, s, claro que lo hablo...respondi Eric con voz temblona.Es mi lengua.

    Bien, lo celebro. Ciertamente, esuna hermosa lengua. Y ahora, tendrasla bondad de indicarme por qu meperseguas?

    Eric trag saliva. Al escucharaquellas palabras se percat porprimera vez de que no poda dar unarazn medianamente slida para haberllevado a cabo aquella persecucin. Enrealidad, haba actuado, como sola sercomn en l, siguiendo sus propiosimpulsos, y ahora descubra, comotantas veces en el pasado, que no saba

  • qu hacer.No te habrs tragado la lengua,

    verdad?Aquellas palabras, dichas justo

    cuando terminaba la manzana,terminaron de sumir al muchacho en elazoramiento. Como toda respuesta, selimit a mover la cabeza en un vagomovimiento de negacin.

    Bien, bien dijo el hombre concierta irona. Vamos avanzando algo.

    Yo... yo estaba en el caf... acert a balbucir.

    Ya dijo el hombre, mientras sepasaba la lengua por el interior de laboca en un gesto que lo mismo podaindicar burla que un intento por rebaarlos restos de manzana.

  • Lo que... lo que hizo usted... prosigui Eric. Bueno...

    El hombre del cucurucho demanzanas no le dej terminar la frase.Ech mano al envoltorio, extrajo unafruta y dijo:

    Quieres?No... no... respondi Eric.

    Lo que deseo decirle es que... que,bueno, diantre, es usted muy valiente...

    El hombre reprimi una sonrisamientras devolva la manzana alenvoltorio de papel.

    No te pesa esa maleta? pregunt repentinamente.

    He llegado hoy a Viena y... Yno has tenido tiempo de dejarla en casaconcluy la frase el hombre.

  • S, no me dio tiempo reconoci Eric.

    Dnde vas a alojarte?Sin dejar de mirarle, Eric ech

    mano a su abrigo y extrajo un papelarrugado que le tendi. El hombre de lasmanzanas lo recogi y le ech unvistazo.

    Conozco esa pensin. No estlejos de aqu, de modo que este pasetono lo habrs dado en vano. Claro quetambin habras podido coger el tranva.Qu has venido a hacer a Viena?

    Estudiar respondi Eric. Hevenido a estudiar.

    El qu? Pareces muy joven parair a la universidad.

    El muchacho enrojeci. Saba de

  • sobra los aos que tena pero, al igualque le sucede a la mayora de losadolescentes, semejante circunstancia leresultaba ms molesta que sugerente.

    Voy a la Academia de BellasArtes para estudiar dibujo, Herr...

    Lebendig dijo el hombre delas manzanas. Karl Lebendig.

    Eric parpade sorprendido. Habaodo bien? Aquel hombre haba dichoKarl Lebendig? Era Karl Lebendig?

    El... el escritor? acertfinalmente a preguntar.

    S respondi Karl. Hasodo hablar de m?

    Hablar de usted? dijo Ericelevando el tono de voz. Usted es mipoeta favorito!

  • Lebendig reprimi con rapidez lasonrisa divertida que pugnaba poraflorarle a los labios.

    Espero que tu capacidad paradibujar sea mejor que tu gusto literariocoment mientras comenzaba a andar.

    Por qu? pregunt Eric,sorprendido, mientras intentabaalcanzarlo.

    Sin embargo, Lebendig norespondi.

    Es cierto lo que le he dicho dijo Eric, que ya comenzaba a jadear.No... no es que no me gusten Rilke o... oHofmannstahl. Me gustan. S, me gustanmucho, pero usted... usted tiene algoespecial... Por favor, podra correralgo menos?

  • Lebendig se detuvo y Eric sepregunt, mientras intentaba recuperar elresuello, cmo poda ir tan deprisa unhombre que distaba mucho de tener uncuerpo atltico y unas piernas largas.

    Vivo muy cerca de aqu dijoLebendig, como si no hubiera escuchadola pregunta de Eric. Te apeteceratomar un caf antes de irte a la pensin?

    La boca de Eric se abri en ungesto de sorpresa. Tomar un caf conKarl Lebendig! Y en su casa!

    Apenas cinco minutos despus, elentusiasmo del joven recin llegado sehaba enfriado considerablemente. Eracierto que Lebendig viva cerca, pero enel ltimo piso de un edificio desprovistode ascensor. Acostumbrado a vivir en

  • una planta baja, el muchacho no tard enexperimentar un insoportable ahogomientras se esforzaba en subir con sumaleta en pos del escritor. De manerainexplicable, aquel hombre, queclaramente padeca de sobrepeso,superaba los escalones con la mismafacilidad que un escalador veteranotrepa por las breas de un monte.

    Son slo cuatro pisos escuchEric que le deca desde algn lugarperdido en las alturas, y a punto estuvode desplomarse sobre uno de losescalones para recuperar el resuello.

    Si no lo hizo fue por un ocultopundonor que le deca que un muchachode quince aos no poda ser menosvigoroso que un hombre de constitucin

  • gruesa que haba superado de sobra loscuarenta. Se trat de un empeoseguramente noble pero cuando, por fin,lleg al descansillo donde se hallabasituada la vivienda de Karl Lebendig,apenas poda respirar y el corazn lelata como si llevara un buen ratocorriendo a campo travs.

    El escritor no le haba esperado.Tras dejar la puerta abierta, habaentrado en el piso. Eric se descarg lamaleta y asom la cabeza por entre lasjambas.

    Pasa al fondo escuch que legritaba Karl Lebendig. Puedes dejartu equipaje en la entrada.

    Eric cruz el umbral y vislumbrun pasillo a mano derecha. No haba

  • llegado hasta l cuando se percat deque detrs de la puerta haba unasestanteras que iban desde el mismosuelo hasta el techo y que se hallaban,ms que repletas, atestadas de libros. Lepareci lgico porque, a fin de cuentas,no se supone que un escritor tiene quehaber ledo mucho?

    No estaba preparado, sin embargo,para aquel pasillo. A la izquierdatambin estaba lleno de estanteras salvo en un pequeo hueco, por dondeentraba la luz de una ventana y,adems, en los escasos espacios vacosse levantaban irregulares pilas de libros.Se desliz por el corredor procurandono golpear con su maleta aquellas masaslibrescas, que parecan a medias

  • dormidas y a medias acechantes, y conno poco esfuerzo logr llegar a lo quepareca un saln.

    Se trataba de una estanciaespaciosa, pero nadie en su sano juiciohubiera juzgado que su disposicin eranormal. Con la excepcin de un pequeotrozo de pared, donde se dibujaba unachimenea, y de otro paralelo a uno delos cuerpos de un sof en forma de ele,todos los muros estaban cubiertoscompletamente por estanteras demodesta y barata madera. En ellas losvolmenes se apiaban unos sobre otrosen un caos punto menos que carente deforma. Por si todo lo anterior fuerapoco, buena parte del espacio quemediaba entre la puerta y el sof se

  • hallaba ocupado por ms pilas de libros,revistas y lo que parecan ser discos.

    Disculpa que todo ande un pocomanga por hombro dijo Lebendig.Como trabajo en casa...

    Como trabaja en casa,precisamente debera ser msordenado, pens Eric. Cmo diantrepuede moverse por la casa sin empezara tirar libros? Y, aunque lo consiga,cmo logra encontrar lo que busca enmedio de esa jungla de volmenes ypapeles?

    Acomdate donde quieras... aadi el escritor. A propsito, no mehas dicho cmo te llamas.

    Eric respondi el muchacho,mientras miraba en torno suyo cada vez

  • ms abrumado por lo que vea, EricRominger.

    Eric Rominger repiti KarlLebendig, como si fuera un eco. Suenabien. Bueno, Eric Rominger, quprefieres, t, caf, cacao, leche?

    Creo que preferira un cacao contest el muchacho.

    Cacao, estupendo. Sintate en loque voy a prepararlo.

    Mientras Karl se perda por elpasillo, Eric se pregunt donde podrasentarse. Una parte no pequea delinmenso sof estaba cubierta de libros ypapeles y, aunque no faltaba espaciolibre, tena dudas de que fuera suficientepara dos personas.

    Retira lo que quieras y ponlo en

  • el suelo escuch que deca Karl desdeel otro extremo de la casa. Ya loordenar yo luego.

    Ordenarlo luego?, se preguntEric. Qu idea tendra aquel hombre delo que significaba esa frase? Porque, ajuzgar por la ptina de polvo querecubra alguno de aquellos montones,haba que llegar a la conclusin de quellevaban mucho tiempo quiz mesessin que nadie hubiera intentado acabarcon aquel barullo.

    Procurando que no se le escaparanada de entre las manos, retir lossuficientes materiales de encima delsof como para permitir que dospersonas se sentaran holgadamente.Luego, mientras se restregaba las manos

  • para arrancar de ellas el polvo que se lehaba adherido, comenz a pasear lamirada por la habitacin. A su izquierdahaba un balcn ante el que seextenda una de las partes del sof y aambos extremos del muro que tenaenfrente se abran dos puertas, quellevaban a sendas habitaciones. Pensque seran dormitorios y que Diosquisiera que en ellos no hubiera tantoslibros y tanto desorden como los queinvadan el saln.

    Bien, Eric Rominger escuchque decan a su izquierda. Aqu esttu cacao.

    Karl Lebendig entr en lahabitacin sujetando con ambas manosuna bandeja de madera clara. En su

  • superficie descansaban una taza deforma extraa, ms cercana a la de unbote de conservas que a cualquier otroobjeto que Eric hubiera podido vernunca, y un vaso alargado de cristal, delque sala un humillo que anunciabaelocuentemente dulzura y calor.

    El escritor deposit los recipientesen una mesa baja, que estaba situadafrente al sof, y luego tom asiento. Elmueble no cruji al recibir el impactode su peso pero se hundi lo suficientecomo para que Eric temiera verseprecipitado contra su anfitrin.

    De manera que has ledo algunosde mis libros comenz a decir elescritor. Tienes preferencia poralguno en particular?

  • S respondi Eric sin dudar unsolo instante. Bueno... en realidad,todos los que he ledo me han gustado,pero... pero hay uno que me resulta muyespecial...

    Ah, s? pregunt Karl,mientras sonrea. Cul?

    Las canciones para Tanya respondi Eric con la voz rezumante deentusiasmo. Son tan hermosas, tansentidas...

    El muchacho estaba tan absorto enel recuerdo de las emociones que lehaba provocado el libro de Lebendigque no advirti una tenue sombra quehaba descendido sobre el rostro delescritor.

    Tanya existi, verdad?

  • pregunt Eric, alzando la voz. Vamos,creo que tiene que ser as, porque nadiepuede imaginar a una mujer tanmaravillosa si no...

    S cort Karl. Tanyaexisti, y ahora creo que es mejor quehablemos de otra cosa.

  • IV

    Eric se qued momentneamentesin poder articular palabra. Hasta esemomento, Lebendig se haba comportadocon una amabilidad notable, inclusoexcesiva, pero la sola mencin de Tanyapareca haber operado en l unamutacin inexplicable. Sus mandbulas,de trazado suave, se haban endurecido ysus ojos haban adquirido un aspectohmedo y ptreo. El muchacho dese enese momento no haber formuladoaquella pregunta, no haber subido alpiso, incluso no haber conocido alescritor. Abri y cerr la boca como siintentara respirar mejor y entonces, sin

  • pensarlo, dijo:Por qu no tuvo usted miedo de

    aquel grupo de energmenos?Lebendig gir la cabeza hasta que

    su mirada se cruz con la del muchacho.Instantneamente, desapareci de surostro el gesto de spera dureza que lohaba cubierto y en la comisura de loslabios volvi a hacer acto de presenciaaquel esbozo de sonrisa que ya habadirigido a Eric con anterioridad.

    Los nacional-socialistas son unhatajo de cobardes dijo Lebendig.Oh, s! Son muy valientes cuandoacuden en masa a un caf a atemorizar aancianos, o cuando pegan a un judo enun callejn, pero cuando tienen quevrselas con un par de policas con

  • redaos... echan a correr como conejos.No hay ms que ver lo que sucedi estamaana.

    Pero objet el muchacho, enAlemania llegaron al poder hace cincoaos...

    S, es cierto reconociLebendig, pero es que all nadie sepropuso pararles los pies. Seuniformaron y nadie hizo nada;constituyeron sus milicias y nadie hizonada; quemaron papeleras y comercios ynadie hizo nada; amenazaron, golpearony asesinaron a inocentes y nadie hizonada... Por supuesto, haba gente queprotestaba y que los llamaba por sunombre, pero los jueces, los policas,los polticos...

  • En Alemania no parece que lesvaya tan mal... pens en voz alta Eric. Adems, los alemanes no sonestpidos...

    Eso es lo peor resoplLebendig, que no son una nacin deretrasados mentales. Quiero decir que sifueran canbales o jams hubieranescuchado el Evangelio o acabaran dedescubrir la escritura... No! No! Quva! Hace siglos que Alemania derramala luz de su saber y su arte sobre el orbe.Beethoven, Schiller, Bach, Goethe,Durero... todos ellos alemanes, todos!Y de repente deciden votar a eseaustraco majadero, que tuvo quemarcharse de este pas porque no habalos suficientes locos ni canallas como

  • para seguirlo y formar un partido!Call el escritor y Eric tuvo la

    sensacin de que no haba dejado demeter la pata desde que haba entrado enaquella casa. Ya le haba advertido suta de que deba evitar el trato condesconocidos. Lo mejor sera levantarseahora mismo y marcharse cuanto antes.Estaba a punto de hacerlo, cuandoLebendig volvi a hablar.

    Sabes cul es la base sobre laque los nacional-socialistas hanlevantado su imperio? No? Pues yo telo voy decir. El miedo. Slo el miedo.Cuando la gente comenz a aceptar queera mejor darles dinero, o contemplarcon los brazos cruzados cmo pegaban aun infeliz, o huir ante ellos cuando

  • quemaban tranvas o libreras, cuandoempezaron a hacerlo, no los convirtieronen seres pacficos ni en ciudadanosdecentes. No, lo nico que consiguieronfue abrir camino a ese Hitler. Sihubieran demostrado firmeza contraellos, todo habra sucedido de otramanera. sa es una desgracia que no seve alterada porque Beethoven fueraalemn y, desde luego, el da menospensado puede suceder aqu lo mismo,si no nos damos cuenta de ello yhacemos algo por remediarlo.

    Y si le hubieran roto la cabeza?pregunt Eric. Quiero decir queeran muchos. Usted no habra podidoenfrentarse con ellos. Ni siquiera habraconseguido llegar hasta la puerta...

  • Mira, Eric respondiLebendig. La libertad no es gratis.Tiene un precio, que incluye lavigilancia y el valor para enfrentarsecon aquellos que desean destruirla. sees un enfrentamiento en el que la gentehonrada tiene que vencer, o Dios sabe loque nos deparar el futuro.

    Pero los seguidores de Hitler...dijo Eric con la voz empapada deescepticismo. Hombre, en Austria noson tantos. Y adems, nadie les hacecaso...

    Lebendig se llev la mano a labarbilla mientras arrojaba sobre suinvitado una mirada no exenta deternura. Se mantuvo as unos instantes y,finalmente, dijo:

  • Ni siquiera los austracos, apesar de que somos mucho ms listosque los alemanes, como todo el mundosabe, estamos libres de tener miedo.

    No habra podido decir Eric siLebendig estaba hablando en serio alsealar la superioridad intelectual delos austracos sobre sus vecinosgermnicos, pero de lo que no le cabaduda alguna era de que s tenan miedo.En realidad, el que el escritor nohubiera manifestado ese temor era loque le haba impulsado a seguirle, hastair a parar a aquel piso atestado de librosy papeles.

    Usted no lo tuvo? pregunt.No se trata de tenerlo o no

    respondi con calma Lebendig. Se

  • trata de no dejar que nos domine.Eric no dijo nada. Posiblemente

    aquel hombre, el mismo que le habaproporcionado tanto disfrute escribiendolos poemas dedicados a Tanya, tenarazn, pero, desde luego, si los camisaspardas volvan a cruzarse en su caminomientras tomaba caf, no sera l quienno se escondiera debajo de una mesa.

    Bueno, basta de chchara dijoLebendig interrumpiendo lospensamientos del muchacho. Teapetece comer algo?

  • V

    La mirada de Eric recorri todo lodeprisa que pudo la cascada de papelesprendidos en el cartel de anuncios.Intentaba localizar su nombre, pero entreel reducido tamao de la letra en queestaban escritos los listados y loscontinuos empujones que reciba deotros estudiantes, la tarea se le estabarevelando punto menos que imposible.

    La verdad es que si pensaba encmo haba transcurrido su primer daen Viena estaba obligado a reconocerque no haba resultado halageo.Primero, le haba tocado vivir ellamentable espectculo de los camisas

  • pardas irrumpiendo en el caf. Luegohaba venido la agotadora persecucinde Lebendig, la extenuante subida hastasu desordenado piso, la extraaconversacin que haban mantenido no estaba nada seguro de haberleentendido y luego la bsqueda de lapensin. Gracias a Dios, el escritor lehaba ayudado en el ltimo empeo,aunque no poda decir que hubieradescansado. Se encontraba ciertamenteexhausto, pero el ruido que vena de lacalle le impidi pegar ojo durante lamayor parte de la noche. Acostumbradoa vivir en una poblacin tranquila,donde todava era normal escuchar elronco canto del gallo por la maana y elde los grillos por la noche, Eric no dej

  • de or el paso de los carruajes, laspisadas de los peatones e incluso unlejano estruendo que penscorresponda a alguna obra. Desdeluego, si eso era Viena, corra el riesgode morir por falta de sueo.

    Cuando, finalmente, son al otrolado de su puerta la voz de la patronaavisndole de que deba levantarse, elestudiante se removi en el lecho bajo lasensacin de que le haban propinadouna paliza que haba tenido comoresultado el descoyuntamiento de todossus huesos.

    Se levant de la cama y acerc elrostro a un espejito colgado de la pared.Sin poderlo evitar, sus ojeras le trajerona la mente un grabado que haba visto

  • tiempo atrs y en el que estabarepresentado un oso panda. Diosbendito, si le hubiera visto ta Gretel!

    Cuando cogi la jarra de metal quese encontraba en el suelo para echar unpoco de agua en la palangana, elestudiante tuvo la sensacin de quepesaba un quintal. De hecho, porprimera vez en su vida, lavarse lasmanos y la cara le exigi llevar a caboun enorme esfuerzo fsico. Acabadaaquella sencilla pero ardua tarea, sepein ante el espejo y procedi avestirse. Su aspecto era casi buenocuando abandon el cuarto en direccinal comedor.

    Haba tres mesitas cuadradas en lahabitacin, pero slo una de ellas estaba

  • ocupada. El comensal era un sujetoorondo, de cabellos rubios que habancomenzado a clarear mucho tiempoatrs. Tena las manos ocupadas con loscubiertos y devoraba con excelenteapetito una salchicha de notablesdimensiones.

    se ser su sitio, Herr Romingerson detrs de l la voz de la patrona.

    Eric se volvi y pudo ver que lamujer le sealaba una de las mesitas.

    Muchas gracias, Frau Schneiderdijo el muchacho, mientras se dirigaal lugar que le haban indicado.

    Aunque la mesa era pequea realmente costaba trabajo creer que enella pudieran comer a la vez cuatropersonas, haba que reconocer que su

  • preparacin era excelente. Lospanecillos en una cesta de mimbre, lamantequilla, la mermelada de dosclases, la jarrita de la leche, el azcar,los cubiertos... s, todo estaba colocadode una manera que hubiera merecido laaprobacin de la ta Gretel.

    Las salchichas y los huevos estnen el aparador, Herr Rominger dijoFrau Schneider con una sonrisa.

    Gracias, gracias musit Eric,mientras se dejaba caer en la silla.

    En vez de desayunar, el jovenhubiera apoyado con gusto la cabeza enla mesa, abandonndose al sueo que lehaba estado huyendo durante toda lanoche. Eso era lo que deseaba enrealidad, aunque no poda permitrselo.

  • Era su primer da de clase y no tena lamenor intencin de llegar tarde. Sialguien hubiera preguntado a Eric,cuando abandon la pensin seguido porlas sonrisas amables de Frau Schneider,lo que haba desayunado, el agotadoestudiante no habra podido responder.Se haba limitado a comer distradomientras intentaba mantener abiertos losojos.

    Durante los siguientes minutos,Eric intent orientarse en medio de unaciudad enorme que desconoca casi porcompleto. Ciertamente, Frau Schneiderle haba dado meticulosas instruccionesacerca de cmo orientarse por el Ring,la gigantesca avenida que rodeaba elcentro de la ciudad, pero por tres veces

  • se perdi y por tres veces se sinticonfuso al escuchar las indicaciones delos transentes a los que pregunt por elcamino hacia la Academia de Bellasartes y que, amablemente, lerespondieron.

    Cuando lleg ante el edificioclsico donde tena su sede lo queconsideraba un templo del saber y de labelleza, el estudiante se senta como siacabara de concluir una extenuantemarcha a campo travs. Pens, sinembargo, que ya haba llevado a cabo loms difcil y que slo le restabalocalizarse en los listados de alumnos ydirigirse al aula. Ahora se percataba deque esa parte de su tarea resultaba msdifcil de lo que haba pensado.

  • Necesit no menos de diez minutospara encontrar su nombre en medio deaquella vorgine de papeles, manos ycabezas, y luego otros cinco para seguirlas instrucciones que le proporcion unbedel y poder llegar al aula. No result,pues, extrao que con semejante demorala puerta estuviera cerrada cuando Ericapareci ante ella. Se trataba de unacircunstancia tan inesperada para elestudiante que por un momento no supocmo reaccionar. Se qued mudo y conlos pies clavados en el suelo,dicindose que aquello no poda estarlesucediendo justo en su primer da declase. Menudo inicio del curso! Yahora qu iba a hacer?

    Formularse aquella pregunta y

  • abalanzarse sobre la puerta fue todo uno.Con gesto inusitadamente resuelto, echmano del picaporte y lo hizo girar.Apenas acababa de ejecutar el sencillomovimiento cuando lleg hasta sus odosel sonido de una voz madura pero llenade vigor.

    Meine Herren, ustedes hanllegado hasta aqu para trabajar y nopara perder el tiempo.

    Eric recorri el aula con la miradaen busca de un lugar donde sentarse.Apenas tard un instante en localizarloy, lo ms silenciosamente que pudo, conlos ojos clavados en el suelo, seencamin hacia l. Hubiera jurado quese mova con el sigilo de un felinocuando aquella voz interrumpi la frase

  • que estaba pronunciando y exclam conirona:

    Vaya, aqu tenemos a un alumnoque seguramente llegar al da del JuicioFinal durante las horas de la tarde...

    Las burlonas palabras del profesorprovocaron un aluvin de carcajadas yEric no pudo evitar levantar la vista delas baldosas. Entonces descubrihorrorizado que buena parte de lospresentes haba clavado en l los ojos,se parta de risa e incluso le prodigabaalgunas muecas rebosantes de mofa. S,l era el alumno al que se haba referidoel docente. Abrumado, enrojeci hastala raz del cabello mientras deseaba quela tierra se lo tragara.

    Acrquese, acrquese, jovencito

  • dijo el profesor, mientras haca unasea a Eric. Ocupe ese lugar yexplquenos el porqu de su tardanza.

    Con las piernas temblando, elmuchacho comenz a bajar las escalerasque conducan a la primera fila del aula.Si no tropez, si pudo evitar el caer todolo largo que era por aquellos peldaos,se debi slo a que su descenso fuerealizado con una lentitud exasperante.

    El profesor no realiz el menorcomentario mientras Eric conclua sutrabajoso itinerario hasta la primera fila.Por el contrario, cruz los brazos yfrunci los labios como si aquellaescena le resultara muy divertida.Esper tranquilamente a que suretrasado alumno tomara asiento y

  • entonces, slo entonces, le dijo:Acaso tendra la bondad de

    indicarnos el motivo de su inexcusabletardanza, Herr...?

    Ro... Rominger... respondiEric, mientras se volva a poner de piean ms azorado.

    Bien, Herr Rominger dijo elprofesor. A qu debemos esteretraso?

    No... no conozco Viena... balbuce Eric. Es que no soy de aquy... y llegu ayer...

    No es usted vienes, HerrRominger? aparent sorpresa eldocente. Nunca lo hubiramossospechado...

    La ltima frase fue acogida por un

  • coro de divertidas carcajadas, queprcticamente sofoc la respuesta deEric.

    No... no lo soy.Bien, Herr Rominger continu

    el profesor. Debo entender que elcartapacio que lleva consigo contienealgn dibujo propio?

    Eric asinti tmidamente con lacabeza mientras deca:

    S...Esplndido exclam el

    profesor, mientras descenda del estradoy se acercaba al lugar donde temblaba elestudiante. Vamos a echar un vistazo alo que trae ah.

    Por nada del mundo habra deseadoEric pasar por aquella prueba, pero no

  • tena ni fuerza ni valor para oponerresistencia. El profesor desat los nudosque sujetaban el cartapacio mientrasesgrima una sonrisa burlona. Luego, congesto displicente, pas las dos primeraslminas. Haba esperado, desde luego,encontrarse con los trabajos inmadurosde un pueblerino, pero lo que apareciante sus ojos fue algo muy diferente.Mientras su entrecejo se frunca en ungesto de mal reprimida sorpresa, antesus ojos fueron apareciendo acuarelas,dibujos a plumilla, carboncillos... Noeran perfectos, desde luego, pero entodos ellos vibraba una nota deoriginalidad que resultaba muy pococomn encontrar entre aquellas cuatroparedes. Un boceto de un rbol,

  • seguramente un apunte del natural,mostraba una visin audaz de laperspectiva. Un retrato de unacampesina pareca ser, en realidad, unrostro aprisionado en el papel, dondecasi se dira que segua respirando. Undibujo a plumilla de una iglesia ruraldaba la impresin de ser una fotografarepasada con tinta negra. De repente sedetuvo ante una imagen del edificio dela Sezession. Por lo que acababa deconfesar, este paleto acababa de llegar aViena, pero lo que tena ante sus ojospareca tomado directamente delmodelo. Las rectas paredes blancas, lasoquedades calculadas en los muros y, demanera muy especial, la cpula doradaen forma de hojas, haban quedado

  • atrapadas en el papel con una precisinimpresionante, casi podra decirsemgica. Lo ms posible es que hubierarecurrido a una fotografa para captartodos aquellos detalles, pero lo quetena ante la vista era mucho ms queuna reproduccin. Se trataba ms biende una realidad insuflada en aquellasuperficie otrora blanca del cuaderno.

    El profesor examin algo menos dela tercera parte del material de Eric yluego cerr el cartapacio. Para entonceslas sonrisas burlonas habandesaparecido de todos los rostros y enel aula reinaba un silencio expectante.

    Le queda mucho por aprender,Herr Rominger dijo intentandoaparentar frialdad, a la vez que se daba

  • la vuelta y regresaba al estrado.Procure en el futuro no hacernos perdertanto tiempo.

    Eric abri la boca para asegurarque as sera, pero antes de que tuvieraoportunidad de hacerlo, el profesorhaba reanudado la leccin como si nadahubiera pasado.

    A ciencia cierta, el estudiante nohabra podido explicar lo sucedido,pero al menos se senta contento porqueno le haban castigado, no le habanpuesto una nota mala ni tampoco lehaban expulsado del aula. Decidi, portanto, aplicarse el tiempo restante comosi as pudiera agradecer lo bien paradoque haba salido del incidente.Transcurri as media hora en la que

  • tom apuntes de las explicaciones delprofesor con un especial inters ydiligencia. Entonces, cuando la claseestaba a punto de concluir, sus ojos sefijaron de manera totalmente casual enuna muchacha que estaba sentada alextremo de su mismo banco.

    Un observador imparcial habraatribuido la atencin de Eric a loscabellos castaos y ondulados de lamuchacha, a su hoyo suave en el mentno a sus ojos grandes y dulces. Sinembargo, nada de aquello haba atradoal estudiante de manera especial. Sesenta seducido ms bien por lo quehubiera denominado el aura que rodeabaa su compaera de curso, un aurainvisible pero real, que ya desde ese

  • mismo instante se apoder de todo suinters.

  • VI

    Durante las semanas siguientes,Eric atraves por una experiencia quehasta entonces le haba resultadodesconocida. Mientras procuraba sacarel mayor provecho de las clases,aprenda a orientarse por Viena,consegua aparecer a la hora en lascomidas de la pensin y escriba cadasbado a la ta Gretel, se fueenamorando de la muchacha que habavisto sentada en su banco el da quelleg tarde a clase. Naturalmente, elestudiante no era del todo consciente deello y si alguien le hubiera preguntadopor sus sentimientos en relacin con

  • aquella joven, habra respondido que noabrigaba ninguno en especial. S, hastaes posible que lo hubiera dichoconvencido. Sin embargo, la realidadera bien diferente.

    Por las maanas, apresuraba elpaso para llegar a su aula y, una vez all,mientras dibujaba, observaba de soslayola puerta a la espera de que ladesconocida hiciera acto de presencia.Luego, mientras duraba la leccin, noperda posibilidad de lanzarle miradasfugaces, que concluan en cuanto queella realizaba el menor ademn que lehubiera permitido descubrirle.Finalmente, cuando el timbre anunciabael final de las clases, Eric se pona enpie con la intencin de hablar con

  • aquella chica. Deseos, a decir verdad,no le faltaban, pero jams llegaba ahacerlo. Un par de veces haba estado aunos pasos de ella y podra haberlasaludado o haberle dirigido la palabra,sin que pareciera que forzaba lasituacin. Sin embargo, en las dosocasiones, la timidez esa timidez quetanto le mortificaba se habaapoderado de l, impidindole articularel menor sonido.

    Como es lgico comprender, elestudiante no se senta en absolutosatisfecho con aquel temor que loparalizaba. De hecho, mientrasregresaba a la pensin se dedicaba amascullar en voz baja reprensiones queslo le tenan a l como objetivo. Se

  • deca con acento airado que era unestpido, que no poda esperar nada enesta vida si se comportaba de esamanera, que estaba perdiendo el tiempotontamente y que, antes de que pudieradarse cuenta, habran llegado lasNavidades sin haberle dicho una solapalabra. Todo eso se lo repeta una yotra vez, causndose un profundo pesar,pero sin llegar a infundirse la suficientevalenta como para quebrar el hielo desu timidez.

    En la vida... en la vida! voy aconseguir hablar con esa chica, solaexclamar, medio airado, mediodeprimido, cuando llegaba al portal dela pensin.

    Otro joven que hubiera padecido la

  • timidez de Eric quiz se habra dejadollevar por el sentimiento de derrota,permitiendo que le apartara de susobligaciones acadmicas. Con lsuceda todo lo contrario. Ciertamente,la imagen de aquella muchachainaccesible se apoderaba de su mente yle arrastraba a fantasas que tenan comoescenario el parque de Schnbrunn,paseos por el Prater, conciertos en laOpera o largas sobremesas en tranquiloscafs. Sin embargo, en lugar deinmovilizarlo, lo impulsaba a trabajarcon una enorme intensidad, como si deesa manera le resultara ms fcilsoportar todo. Acababa as sus deberespulcra y rpidamente, y, a continuacin,proceda a dibujar de memoria para

  • ejercitar su capacidad artstica.De esa manera, comenz a elaborar

    una coleccin de bocetos inspirados porla muchacha de los cabellos castaos.En algunos, apareca trazado un retratode perfil; en otros, se recreaba endetalles como el cabello o las manos.Incluso no faltaban los que simplementereproducan uno de sus ojos o el hoyo dela barbilla. No otorgaba Eric ningnvalor a aquellos dibujos, pero cualquierconocedor del arte habra afirmado queponan de manifiesto una memoria, unafirmeza de pulso y una capacidad paradelimitar espacios y volmenesrealmente excepcional, tan excepcionalque al muchacho nunca se le hubierapasado por la cabeza poseerla.

  • Por la mente de otro joven que nohubiera sido Eric no habra tardado enrevolotear la idea de aprovechar sucapacidad como dibujante para ganarseel corazn de la muchacha. Sin embargo,el estudiante vea las cosas de unamanera muy distinta. Lo que sala de susmanos no le pareca nada excepcional y,aunque le hubiera dado esa impresin, elpudor le habra impedido valerse deello para acercarse a la joven quecolmaba sus pensamientos.

    Aquella mezcla de ensueos,trabajo y contacto con la bellezapermiti durante algunos das que Ericpudiera sentirse casi compensado por nolograr entablar relacin con aquellamuchacha que, una clase tras otra, se

  • sentaba a unos metros de l. Sinembargo, semejante tranquilidad estabadestinada a durar muy poco. Concluy,de hecho, una nublada maana de lunes.

    Ese da, el profesor de la segundahora se retras unos minutos.Seguramente no fueron ms de dos o trespero, incluso en su brevedad, serevelaron fatales. Eric miraba de reojo ala joven cuando percibi que un alumno,situado en uno de los asientos colocadosal otro lado del corredor abandonaba sulugar y se diriga hacia su banco. Rubio,de ojos claros, cuerpo atltico y pasodecidido, no deba de medir menos deun metro noventa. Sin embargo, antes deque pudiera sopesar todas esascircunstancias, el desconocido haba

  • llegado hasta la muchacha y habacomenzado a hablar con ella.

    Si Eric se hubiera podido ver,habra sentido compasin de s mismo,con la mandbula inferior cada y losojos probablemente la parte msatractiva de su rostro convertidos endos lagos de desconcierto. De dndehaba salido aquel sujeto larguirucho?Conoca de algo a la chica? De no seras, cmo tena la osada de acercarse aella? Aunque... quiz no era osada.Quiz se trataba slo de valor. Cuandosu sorprendida y atribulada mente llega este punto, Eric cerr la bocacompletamente desolado.

    La aparicin del profesor oblig aretirarse al inoportuno visitante, pero

  • antes de hacerlo arranc una sonrisaalegre de la muchacha de cabelloscastaos. Una sonrisa! Pero... pero porqu sonrea a ese memo? Por qu???Porque era alto? Bueno, ms altos eranlos edificios y seguro que no sededicaba a prodigarles sonrisas. Conestas y otras preguntas parecidas, Ericse vio sumergido en un universoparalelo, donde no haba lugar para eldibujo, ya que todo estaba ms queocupado por unos celos insoportables.

    Si desde que haba visto porprimera vez a la muchacha, Eric habaestado encarcelado en un purgatorio delque no saba cmo escapar, ahora sevea encadenado en un verdaderoinfierno. Mientras afilaba los lpices, o

  • borraba un trazo mal dibujado, ointentaba no perderse por las calles deViena, el estudiante era presa defantasas en las que el muchacho rubioacompaaba a la muchacha de sussueos a casa, al parque o al cine.Cuando llegaba a ese punto, Eric semaldeca por no ser veinte centmetrosms alto (por lo menos!), por no habernacido en Viena (total, viva en ellatambin!), o (diantre!) por no ser menostmido. Sin embargo, an le quedaba porsoportar lo peor.

    Durante una semana s, unasemana! el chico alto y rubioaprovech la menor tardanza de losprofesores para llegar hasta el bancodonde se encontraba la muchacha.

  • Conversaban durante unos minutos ysiempre, siempre, siempre cmo loconsegua?, diantre! le arrancaba unasonrisa.

    Porque, tal y como Eric vea lascosas, la chica le sonrea, no porque lodeseara, sino porque aquel endiabladocompaero la engatusaba de algunamanera invisible pero muy eficaz.

    Sin embargo, si aquello ya era depor si bastante malo, no tardara enresultar peor. As lo descubri cuandoun da soleado, al concluir las clases, elalto se acerc hasta la muchacha, lemusit unas palabras al odo y salieron ala vez del aula.

    Se trat tan slo del inicio, porquea partir de ese da rara fue la ocasin en

  • que los dos no se marchaban juntos alacabar las clases. Cierto es que unamaana dio la impresin de que no seraas, pero slo lo pareci. Cuando Ericse las prometa ms felices, cuando elrubio brillaba por su ausencia, emergide algn banco distinto del habitual ylleg, insoportable como siempre, hastala cercana de la muchacha.

    Aquella aparicin inesperada,inaudita, inaguantable, provoc en Ericun pujo de indignacin que nunca anteshaba sentido. De buena gana se habralevantado para propinar a aquel tipoaltote un puetazo en la nariz. No lo hizoseguramente porque era un muchachoeducado en las mejores convencionessociales. Sin embargo, no tena la menor

  • intencin de quedarse quieto. Todo locontrario. Cuando la ltima claseconcluyera, los seguira. As, apenasson el timbre y el muchacho rubio seacerc a la chica, Eric se puso en piedecidido a alcanzarlos. No fue fcil. Dehecho, tuvo que sortear a varios gruposde estudiantes bulliciosos, a un bedelencolerizado y a una pareja deprofesores que charlaban animadamente,pero, al fin y a la postre, lo consigui. Acinco metros de la salida a la calle, secoloc a su altura. Luego, apret anms su acelerado paso y consiguirebasarlos. Slo pudo lanzarles unamirada cargada de apresuramiento perofue suficiente.

    Te... te gusta Karl Lebendig?

  • dijo sin apenas resuello a la muchachade los cabellos castaos.

    La chica frunci el entrecejo, perono abri los labios. El joven alto sehaba quedado tan estupefacto que nisiquiera pudo reaccionar.

    Lo... lo digo continu Ericpor el libro que llevas...

    La muchacha baj la vista hacia elvolumen que sostena con los brazoscruzados contra su talle y suacompaante se sum a la mirada con ungesto raro de curiosidad.

    Son las Canciones para Tanya,verdad? pregunt Eric, a la vez queesgrima una sonrisa que deseaba seramable.

    La muchacha asinti levemente con

  • la cabeza. Estaba tan sorprendida que nisiquiera haba podido formularseninguna pregunta sobre aquel muchachobajito que la interrogaba.

    Karl Lebendig es un gran amigomo continu Eric. Bueno, es untipo... es un tipo genial. Podrapresentrtelo...

  • VII

    Eric lleg jadeando hasta el tercerdescansillo. Haba realizado aquelcamino varias veces pero, con todo, noconsegua acostumbrarse a aquellospeldaos inacabables que conducanhasta el piso de Karl Lebendig. De lamanera ms disimulada que pudo echun vistazo a sus dos acompaantes. Lamuchacha que se encontraba a unospasos de l se estaba quedando sinaliento, pero el orgullo le impedareconocerlo y procuraba mantenererguida la espalda. Por otro lado, elesfuerzo haba infundido en sus mejillasun tinte rojizo que la haca parecer

  • todava ms hermosa a los ojos delestudiante. Cerrando la comitiva,figuraba un muchacho rubio y alto, decasi un metro ochenta de estatura,precisamente el que haba causado laprctica totalidad de las pesadillas deEric durante las ltimas semanas.

    Si ahora los tres suban condificultad la escalera de Lebendig sedeba al deseo del estudiante de librarsede que aquella situacin que tantostormentos le haba ocasionado. Al ver elvolumen de poesa sujeto por lamuchacha de sus sueos, se haba credoobjeto de una privilegiada revelacin.Si le atraan las obras de Lebendig, sitan slo le gustaban la mitad que a l,contaba con un camino especial a travs

  • del cual intentar llegar hasta su corazn.Sin embargo, como tantos planes

    surgidos a impulso de los sentimientosen la mente de un adolescente, el de Ericpresentaba no pocas dificultades. Laprincipal, sin duda, era lograr laaquiescencia de Lebendig. De hecho, siel escritor aceptaba aparecer como suamigo, Eric estaba convencido de que lahermosa muchacha de los cabelloscastaos acabara aceptando su amor y,sobre todo, marcando distancias conaquel pelmazo que mariposeaba a sualrededor. Sin embargo, examinado elasunto de manera fra y objetiva, elrazonamiento del estudiante resultabaclaramente endeble. A fin de cuentas,aunque estuviera muy bien relacionado

  • con el escritor, por qu razn iba acambiar esa circunstancia la forma enque lo contemplara la muchacha?

    A pesar de todo, nunca lo hubieravisto as Eric y, por eso, aquel mismoda se haba dirigido apresuradamentehacia el hogar de Lebendig. A medidaque se haba acercado a la casa, laexcitacin haba ido creciendo, a la vezque repeta una y otra vez las palabrasque pensaba dirigir al poeta. Primero, lesaludara de la manera ms amable,luego le pedira disculpas por irrumpiren su existencia y, a continuacin, leexpondra sucinta y exactamente elmotivo de la visita. En su recorrido porlas calles, Eric haba visto en su cabezalos gestos que hara el poeta y se haba

  • dicho una y otra vez que alguien quepoda escribir aquellos versos tena queentenderle enseguida.

    Estaba tan convencido de ello quecorra ms que andaba cuando penetren el portal de la casa de Lebendig. Conpaso contenido, haba llegado hasta lagarita del portero, le haba saludado conuna leve inclinacin de cabeza sumada au n Grss Gott, y haba comenzado asubir los peldaos. Al principio, elascenso haba sido lento y comedido,pero apenas el estudiante imagin queno poda alcanzarlo la vista delempleado, haba comenzado a corrercomo si lo impulsara y ciertamenteas era una fuerza superior, que nohabra podido ser medida ni calculada

  • de acuerdo a las leyes de la fsica o delas matemticas.

    Haba llegado al ltimo descansillojadeando y con un dolor agudo en laspantorrillas. Luego, a la vez querealizaba una pausa, haba respiradohondo y salvado la distancia que leseparaba de la puerta de Lebendig. Allse haba detenido y reparado en que seencontraba baado en sudor. Se dijoentonces, verdaderamente espantado,que no era aquella la mejor manera depresentarse ante una persona mayor a laque, por aadidura, pretenda pedir unfavor. Con las manos temblndole por elnerviosismo, haba echado la diestra albolsillo y, tras sacar un pauelo, sehaba enjugado la frente con un

  • movimiento rpido. Sin embargo, suorganismo no estaba dispuesto aayudarle. Mientras los pinchazos quesufra en las piernas se hacan msintensos, las gotas que le perlaban lafrente y el resto del cuerpo habancontinuado manando como siprocedieran de un grifo imposible decerrar.

    La constancia de que el sudor nodejaba de empaparle haba provocadoun mayor nerviosismo en el estudiante,que se haba afanado con redobladoempeo en su intil tarea. Justo en esosprecisos instantes la puerta del piso deLebendig se haba abierto.

    Al descubrir a Eric en el umbral,las cejas del escritor se haban alzado

  • por encima de sus lentes en un mudosigno de interrogacin. Tena elpropsito de bajar a la calle a compraralgo de queso y fruta y, muy pocoacostumbrado a recibir visitas, se habasentido sorprendido al contemplar alazorado muchacho.

    Buenos das haba dicho Ericcon un hilo de voz. Vena... vena avisitarle...

    Al escucharle, Lebendig habadado un par de pasos hacia atrsdejando despejada la puerta para quepudiera pasar su joven amigo.

    Entra haba dicho, mientras enlos labios se le dibujaba aquella sonrisasuya tan peculiar.

    Mientras Eric se haba dirigido

  • hacia el saln abarrotado de libros, Karlse haba encaminado a la cocina parapreparar un t. No haba tardado apenasen reunirse con el estudiante ypreguntarle el motivo de su visita. Apesar de que estaba posedo por uninsoportable nerviosismo que leentorpeca la lengua, Eric apenas habanecesitado diez minutos para relatar lascuitas que lo venan aquejando desdehaca varios das.

    De modo que te hasenamorado? haba preguntadoLebendig, tras apartar de sus labios unataza de t dotada de una forma extraa.

    Eric haba asentido con la cabezacon un gesto similar al del reo queadmite, resignado, que es culpable de

  • los cargos que se le imputan.Y pretendes que yo te ayude a...

    conquistarla? haba indagado elescritor.

    El muchacho haba repetido elmovimiento afirmativo teido ahora deuna tmida zozobra. Lebendig habasonredo entonces para, a continuacin,lanzar una carcajada, y otra, y otra, hastaque todo su cuerpo se convulsion acausa de la risa. Sin embargo, en l nose haba dado cita ni un tomo de burla.Tan slo se haba sentido rejuvenecidoal ver que todava exista gentedispuesta a recurrir al ingenio paraasegurarse el amor que se habaapoderado de su corazn. Haba sidoesa razn la que le haba impulsado a

  • mirar a Eric y a decirle: Os espero a tiy a tu amiga el viernes por la tarde,para sentir una felicidad fresca ychispeante nada ms hacerlo.

    Si algn polica se hubieratropezado con el estudiante en el caminode regreso a la pensin, con todaseguridad lo habra detenido paraaveriguar su identidad. Hubieranecesitado Eric volar para que suespritu expresara cabalmente el gozoque le embargaba. Al no poder hacerlo,se haba entregado a una sucesin decarreras, cabriolas y piruetas, que apunto estuvo en un par de ocasiones decostarle la luxacin de un tobillo. Nosucedi as porque el cuerpo delestudiante era joven y flexible y, sobre

  • todo, porque existe un Ser que mira conespecial complacencia a losenamorados.

    Sucedi tambin un hecho,aparentemente sin importancia, queextingui su despreocupado andar.Apenas acababa de doblar una esquina,cuando ante l se extendi una fila depersonas que en su mente rememor laimagen de una gigantesca oruga gris.Detuvo su marcha para no chocar conellos y comenz a subir la calleflanquendolos. No haba deseado Ericmirarlos de frente pero, aun as, le bastobservarlos con el rabillo del ojo paradarse cuenta de que sus barbas de variosdas, sus vestimentas arrugadas y suciase, incluso, su olor a cansancio y derrota

  • les sealaban como una parte delejrcito de parados que aumentaba, da ada, en Austria. Haba alzado entoncesla mirada al frente para descubrir lo queestaban esperando y, para sorpresa suya,no haba visto la entrada de una fbricao un comercio, sino tres columnas de unhumillo blanquecino y de escasa altura.Aquella extraa circunstancia llev aapretar el paso para descubrir lo quehaba provocado la concentracin deaquella cohorte de desdichados.

    Haba tardado un rato en llegar, loque, entre otras cosas, le habapermitido darse cuenta de que eranvarios centenares los que esperaban.Finalmente, ante sus ojos habanaparecido unas mesas alargadas y

  • bastas, sobre las que reposaban cestasllenas de pan y unas ollas inmensas. Unadocena de jvenes poco mayores que ltendan a los indigentes un plato de sopahumeante y una rebanada y, justo cuandoel parado recoga la comida,pronunciaban con una sonrisa unaspalabras.

    No haba podido entender Eric loque decan y precisamente por ello lehaba picado la curiosidad. De buenagana se hubiera incorporado a la fila, nopara que le dieran de aquella sopa, sinoslo por escuchar la frmula que laacompaaba. Sin embargo, no se lehaba escapado que un paso semejantehabra podido provocar la clera de losparados hasta el punto de depararle sus

  • insultos e incluso algn bofetn.Se le haba ocurrido entonces que

    poda acercarse a un par de jvenes queparecan desempear funciones de ordeny que se hallaban departiendoamigablemente a un extremo de la mesa.A esa distancia, haba pensado, podraescuchar lo que decan a loshambrientos.

    Haba llegado hasta ellos con laexcusa perfecta la de preguntar poruna calle y apenas se haba situado asu altura, el corazn comenz a latirle auna extraordinaria velocidad. Aquellosrostros le haban resultado conocidos.Oh, vaya si le eran familiares!Pertenecan a dos de los camisaspardas que haban irrumpido en el caf

  • el mismo da que haba llegado a Viena!Apenas se haba percatado de ello, a suizquierda son una frase clara eimpregnada en una nota de optimismo:

    El Fhrer pronto estar entrenosotros.

    Sin poderlo evitar, se haba vueltoEric hacia el lugar de donde proceda lavoz y a tiempo haba estado de ver cmoel parado haba levantado levemente lamano con la que sujetaba el pan a la vezque deca:

    Heil Hitler.Qu quieres, camarada?

    haba escuchado entonces Eric y, almover la cara, haba descubierto frente al al camisa parda que haba amenazadoa Karl con una porra.

  • Era cierto que no llevaba uniformey que, vestido de civil, hubiera podidopasar por un dependiente endomingado oun estudiante, pero no le haba cabidoninguna duda de que se trataba delmismo personaje.

    Busco la calle...No termin la frase porque hasta

    sus odos haba llegado de nuevo elsonido ritual de el Fhrer pronto estarentre nosotros, respondido por el nomenos litrgico Heil Hitler.

    Qu calle, camarada?Haba dicho una Eric y luego haba

    fingido escuchar las instrucciones que ledaba el camisa parda. Al final, trastartamudear un gracias, se haba alejadotodo lo rpidamente que haba podido

  • de aquel lugar.Mientras se alejaba y senta que los

    ojos de los camisas pardas se leclavaban en la nuca, Eric reflexionacerca de la especial astucia de losnacionalsocialistas. A diferencia de loque haba sucedido en Alemania antesde su llegada al poder, en Austria eranilegales y slo de tarde en tarde se lespoda ver uniformados y asaltando algnlugar. Sin embargo, eso no significabaque estuvieran inactivos. De momento,resultaba obvio que estabanaprovechando el hambre de millares depersonas para anunciarles la buenanueva de que Hitler pronto llegara alpas para redimirlos de sus males.

    Si Eric hubiera sido un muchacho

  • interesado por la poltica, aquelepisodio no slo habra acabado con suscabriolas sino que le habra llevado apensar ms a fondo sobre locontemplado, pero al estudiante lapoltica le resultaba indiferente y siaquella noche le haba costadodormirse, no se haba debido a losseguidores de Hitler, sino a su adoradacompaera de curso. A causa de laemocin nacida de las recientesexpectativas, Eric haba padecido seriasdificultades para conciliar el sueo yantes de que fuera la hora de levantarsehaba saltado de la cama, como si aspudiera adelantar el momento deencontrarse con su amada. Se habalavado, vestido y desayunado ms

  • deprisa que nunca y, presa de unaeuforia incontenible, se habaencaminado hacia la Academia deBellas Artes.

    Hasta entonces, su comportamientoen el interior de aquel edificio siemprehaba resultado prudente y comedido,pero aquel da entr corriendo ycorriendo cubri el camino que llevabaal aula. Se encontraba cerrada y,mientras esperaba a que la abriera unbedel, estuvo recorriendo el pasillo unay otra vez. Se haba sorprendido elconserje al ver a aquel alumno tanmadrugador y por un instante inclusohaba pensado en someter a un rigurosoexamen la bolsa de libros y elcartapacio del estudiante. Si al final no

  • lo haba hecho, se haba debido a que elaspecto de Eric era lo ms alejado alque hubiera podido presentar undelincuente.

    Haba esperado un buen rato a quellegara otro alumno a la clase y despusotro y otro ms. Cuando finalmente lamuchacha de los cabellos castaos habahecho acto de presencia en el aula, laimpaciencia de Eric se habatransformado en una aceleracindesbocada del corazn. Habaaguardado a que llegara a su sitiohabitual y entonces se haba levantadode su asiento para acercarse hasta ella.

    Buenos das haba dicho,mientras senta que seguramente hasta enla calle deban de estar oyendo los

  • latidos de su corazn. Tengo unasorpresa para ti.

    La muchacha no haba parecidoentusiasmada por aquellas palabraspero, aun as, le dirigi una miradaatenta.

    Estuve ayer viendo a mi amigo,el escritor Karl Lebendig haba dicho,recalcando la palabra amigo. Nosha invitado a visitar su casa el viernesy...

    Qu est diciendo ste, Rose?haba intervenido entonces una vozpoco amigable.

    Eric haba dirigido la mirada haciael lugar del que proceda la pregunta ysus ojos haban chocado con los delinaguantable muchacho rubio. En otras

  • circunstancias, aquel individuo, que casile sacaba veinte centmetros de estaturay que le contemplaba con mirada depocos amigos, le habra intimidado,pero en esos momentos Eric se sentaespecialmente fuerte. Incluso temerario.

    Te interesa la literatura? haba dicho con un no poco habitualdominio de la situacin. Lo digoporque podras acompaarnos a ver a unescritor realmente importante.

    El recin llegado haba sentido unapoderosa tentacin de propinar unempujn al estudiante que lo enviara alotro extremo del aula. Quin se habacredo que era aquel pequeajo paradecirle que poda acompaarles? Anestaba pensando donde asestarle el

  • golpe, cuando la muchacha haba dicho:S, Sepp. Es una buena idea.

    Vente con nosotros.Aquel vente con nosotros haba

    molestado an ms al tal Sepp, que novea razn alguna para permitir quesemejante renacuajo se interpusiera ensu relacin con la muchacha. Le hubieraencantado decirle que no tena la menorintencin de ir a ninguna parte con eseidiota canijo y que, adems, ellatampoco lo iba a hacer. Sin embargo, yatena la suficiente experiencia conchicas como para saber que actuar deesa manera seguramente slo hubieraservido para colocarle en malaposicin. Y as fue como los tres habanllegado aquella tarde de viernes ante la

  • puerta del piso de Karl Lebendig.Eric llam al timbre con una

    apariencia de seguridad similar a la quetiene el que entra en su propia casa. Sinembargo, mientras lo haca, por su menterevoloteaban como dardos depesimismo algunas desagradablesposibilidades. Y si a Lebendig se lehaba olvidado la invitacin y no seencontraba en casa? Y si sudesordenadsimo habitculo causaba enla muchacha una reaccin negativa? Ysi al final Sepp aprovechaba aquellaocasin para burlarse de l y asegurarsepara siempre, siempre, siempre, a lamuchacha? Todo aquello y mucho ms lecruz la cabeza y, por primera vez, dudde la sensatez de sus maniobras.

  • Ah, ya estis aqu dijoLebendig al abrir la puerta, y el sonidoamable de su voz trajo a Eric de regresodel universo de las inquietudes.Pasad, pasad, os estaba esperando.

    T debes de ser Rose dijo,mientras ayudaba a la muchacha aquitarse el abrigo y lo colgaba en elperchero de la entrada. Eric me hahablado mucho de ti y veo que no lefaltan motivos.

    La muchacha agradeci elcumplido con una sonrisa pero el rostrode Sepp presentaba un aspectototalmente avinagrado cuando el escritorle tendi la mano.

    Tendris que perdonarme por eldesorden de la casa dijo en tono de

  • disculpa Lebendig, mientras abra elcamino a lo largo del pasillo. Vivosolo y, aunque viene una asistenta de vezen cuando, mantener una casa en ordencon ms de siete mil libros no es nadafcil...

    La mencin del nmero devolmenes que posea provoc en Roseuna emocin que se vio rpidamenteaumentada cuando entr en el saloncito.Eric capt que el gran sof en forma deL estaba despejado por completo y quesobre la mesita descansaba un serviciode t de una delicada belleza. Persistanalgunos montones de libros en el suelopero, en general, poda decirse que lahabitacin estaba bastante ms limpiaque de costumbre e, incluso, casi

  • ordenada.Sentaos, sentaos dijo

    Lebendig, mientras sealaba el sof congesto amable. No suelo recibir visitasy as est todo.

    Eric ocup enseguida un lugar,pero Rose se aproxim a una de lasestanteras y pase la mirada sobre losapretados volmenes. En apenas unosinstantes comprob que aquellas masasde libros reunan algunos de losnombres que, desde haca tiempo,ocupaban sus horas de lecturas msplacenteras. Rilke, Hofmannstahl,Zweig, Roth... todos estaban all.

    Puedes ojearlos si quieres dijo Lebendig cordialmente.

    Oh, gracias! respondi la

  • muchacha, mientras alargaba el brazopara sacar un libro de la estantera.

    Pero si est dedicado por Rilke!exclam Rose emocionada al pasar laprimera pgina. A mi buen amigo, elmaestro en poesa Karl Lebendig....Caramba, de verdad es usted amigo deRilke?

    Hubo una poca en que nosveamos bastante dijo con modestiaLebendig. A los dos nos gustabamucho Rodin. En realidad, nosconocimos en su casa.

    Ha estado usted en Francia? pregunt Rose totalmente entusiasmada.

    El escritor estaba a punto deresponder, cuando son bronca la voz deSepp.

  • Es usted judo?

  • VIII

    Las palabras de Sepp provocaronen el pecho de Eric una sensacininsoportable de peso. A qu obedecaaquella pregunta? Qu era lo quepretenda el amigo de Rose? Seguro queno se trataba de nada bueno...

    Lebendig, por el contrario, nopareci alterado en lo ms mnimo. Enrealidad, su rostro habra presentado elmismo aspecto si le hubieran preguntadola hora o el tiempo que haca en la calle.

    S respondi Lebendig. Heestado en Francia varias veces, y no, nosoy judo. Bueno, tomamos un t? Alque no le guste puedo ofrecerle caf.

  • Rose se sent en el sof sin soltarel libro de Rilke y lo hizo, sin darsecuenta, al lado de Eric. Sepp torci elgesto e, incmodo, se busc un sitio.Durante unos instantes, mientras Karlverta el t en las tazas, rein un silencioabsoluto.

    Ha viajado mucho, Rose dijofinalmente Eric, forzando una sonrisa.No puedes hacerte idea de los lugaresque conoce. Ha estado en Oriente, enRusia, en Amrica... bueno, ni te lopuedes imaginar.

    Es as, Herr Lebendig? pregunt la muchacha con una sonrisa.

    El escritor la contempl un instanteantes de responder. S, era ms quecomprensible que Eric se hubiera

  • enamorado de ella. Se trataba de unajoven delicada, agradable, con un rostrohermoso y, sobre todo, se encontrabadotada de una simpata armnica, quepareca desprenderse de cada uno de susmovimientos.

    Eric es muy generoso, Rose respondi Lebendig, pero s, heviajado un poco por ah...

    Yo tambin he viajado por ahle interrumpi Sepp.

    Rose dirigi una mirada de tajantedesaprobacin a su acompaante,mientras los ojos de Eric se abran comoplatos. Lebendig, sin embargo, nopareci incomodarse por aquellaimpertinencia. Por el contrario, sonri ydijo:

  • Eso es fantstico, Sepp. Dndehas estado?

    En Alemania respondi Seppcon una sonrisa triunfal. Todo lo quesucede all desde hace aos esextraordinario.

    Sin duda concedi Lebendig,frunciendo ligeramente el entrecejo.Fuiste con tus padres?

    No, por supuesto que no contest el muchacho con un claro tintede orgullo en la voz. Viaj con unoscamaradas. Estuve en Berln, claro, y enAquisgrn.

    Aquisgrn, s, claro musit elescritor, como si encontrara unaespecial coherencia en aquellainformacin.

  • No deseo ser descorts, HerrLebendig continu Sepp. Adems,debo disculparme por haberlepreguntado...

    ... si soy judo concluy lafrase Lebendig.

    S, exactamente. Le ruego que meperdone. Nunca debi pasrseme unacosa as por la cabeza. Usted... usted esuna persona educada, culta...

    ... y por eso es muy difcil quepueda ser judo volvi a completar lafrase Lebendig. Bien, y qu fue loque te gust del III Reich?

    El rostro de Sepp se vio iluminadopor una amplia sonrisa al escuchar lamanera en que el escritor se habareferido a Alemania.

  • Herr Lebendig respondiSepp. En Alemania comprend queAustria no es sino un trozo de la patriaalemana. No se trata slo de quehablemos la misma lengua. No, esmucho ms. Tenemos un pasado comny, sobre todo, una sangre comn, lasangre aria. En los ltimos cinco aosAlemania ha recuperado su alma, HerrLebendig. Nuestro Fhrer ha empezadouna revolucin que es, a la vez,socialista y nacional.

    Entiendo dijo secamente elescritor.

    No existen diferencias de clasesen Alemania prosigui Sepp.Todos son hermanos y trabajan en supuesto para devolver a su nacin la

  • grandeza que merece por justicia.Tendra usted que ver las calles, lasplazas, los cafs... Ah, Herr Lebendig,todo es orden, limpieza, igualdad,fraternidad! sos son los resultados deacabar con la morralla, con la chusma.

    Y con los judos aadiLebendig.

    Se les ha puesto simplemente enel lugar que les corresponda respondi Sepp, asintiendo con lacabeza. Nadie les ha hecho dao,pero se ha puesto fin a la explotacin aque sometan a la nacin alemana. Paraellos se acab el explotar a las pobresgentes. Alemania debe ser para losalemanes.

    Por lo que veo eres un nacional-

  • socialista convencido dijo Lebendig,mientras sus labios formaban unaextraa sonrisa.

    S, lo soy, vaya si lo soy respondi el muchacho. Alemania porfin est despertando.

    Desde luego hay que reconocerque aprendiste mucho en Aquisgrn coment el escritor. Os apeteceraescuchar algo de msica?

    Rose y Eric dieron un respingo alescuchar la pregunta de Lebendig.Haban asistido en silencio a laconversacin que haba mantenido conSepp y no saban a ciencia cierta quopinar. Ambos amaban el arte y labelleza, pero no se haban sentido jamsatrados por la poltica y todo lo que

  • acababan de escuchar les pareca lejanoe incluso incomprensible. Elofrecimiento del escritor les trajo devuelta a su mundo y ambos respondieronafirmativamente.

    Excelente dijo Lebendig,mientras se pona en pie. De todasformas, podemos seguir charlandomientras omos algo.

    Dio unos pasos hasta un extremo dela habitacin y destap un gramfono enel que Eric no haba reparado conanterioridad. Luego se dirigi hacia unespacio situado entre dos de lasestanteras del saloncito y comenz arebuscar.

    S dijo al cabo de unosinstantes el escritor. Creo que esto

  • servir.Luego coloc el disco sobre el

    plato del gramfono y lo accion. Lamsica que comenz a brotar delmicrosurco negro superaba lo que podaser descrito con palabras. No era tanvigorosa como la de Beethoven ni tanconmovedora como la de Bach peroresultaba extraordinariamente hermosa.Eric no fue capaz de identificarla, perotuvo la sensacin de que no le resultabadel todo desconocida. Busc entoncescon la mirada a Rose y descubri que,en su rostro, a un gesto de sorpresainicial le segua una sonrisa y que,finalmente, la muchacha se llevaba ladiestra a la boca para ahogar una risita.El estudiante se pregunt qu era lo que

  • escapaba a su comprensin. Desdeluego, aquella msica poda inspirarmuchas cosas pero risa...

    Llevaban en silencio unos minutoscuando Lebendig volvi a tomar lapalabra.

    Te gusta, Sepp? pregunt conuna sonrisa amable.

    Oh, s, Herr Lebendig respondi el muchacho con unmovimiento de mentn. Es unmagnfico ejemplo de la capacidadcreativa del pueblo alemn.

    Como si hubiera pasado toda suvida en Aquisgrn dijo Lebendig conuna sonrisa.

    S dijo Sepp entusiasmado.Era de Aquisgrn?

  • Rose ahog a duras penas una risitaque llam la atencin de Eric pero en laque Sepp no repar.

    No respondi Lebendig.Naci en Austria.

    Lo ve, Herr Lebendig? exclam entusiasmado Sepp. Austriaes una parte de la patria alemana.

    No creo que tu Fhrer se hubieraentusiasmado con l dijo el escritor. Se llamaba Gustav Mahler y erajudo.

    La sonrisa de entusiasmo de Seppqued congelada. Por un instante,pareci cmo si toda la sangre se lehubiera retirado del rostro y luegovolviera tindole de rojo hasta la razde los cabellos. Intent entonces decir

  • algo, pero lo nico que consigui fueque la boca se le abriera un par de vecessin que saliera un solo sonido.

    Fue director de orquesta enViena continu diciendo Lebendig.Algunos dicen que es el mejor quehemos tenido en esta ciudad pero,personalmente, de eso ya no estoy tanseguro.

    Lo... lo que ha hecho usted noest bien balbuci Sepp. No... notiene usted derecho a burlarse as dem...

    Eric ech un vistazo a Rose. Habafruncido el ceo y resultaba evidenteque no le gustaba lo que vea.

    No es por m continu Seppcon un tono en el que se mezclaba el

  • pesar con una clera contenida a duraspenas. Se burla usted de nuestrapatria, de nuestra sangre...

    Una patria en la que no hay lugarpara ningn judo y tampoco paramuchos que no lo son dijo Lebendig.

    No, no lo hay exclam Sepp, porque no existe sitio para losexplotadores del pueblo.

    Debo entender que los nacional-socialistas tambin vais a expulsar aCristo y a sus doce apstoles deAlemania dijo Lebendig. A fin decuentas, todos ellos eran judos de puracepa...

    Sepp dio un respingo al escuchar lareferencia que el escritor acababa dehacer a Jess y sus discpulos. Como

  • impulsado por un resorte, se puso en piey comenz a caminar hacia la puerta.

    Te acompao a la salida dijoLebendig comenzando a incorporarsedel sof.

    No! No! exclam Sepp, a lavez que extenda las manos como sipretendiera evitar que el escritor llegarasiquiera a rozarle. Ya la encontrar.

    Karl permaneci sentado mientrasel muchacho llegaba hasta el umbral delsaloncito. En ese momento se volvi ymirando de hito en hito al escritor dijo:

    No olvidar nunca esta tarde,Herr Lebendig.

    Eric hizo ademn de levantarse,pero el escritor dibuj un gesto con lamano para que permaneciera sentado.

  • Sepp dijo serenamente, notengo ninguna duda de ello.

    Rose, Eric y Karl Lebendig semantuvieron en silencio mientras el altomuchacho rubio cruzaba el pasillo.Cuando por fin se cerr la puerta, lostres resoplaron a la vez.

    No puedo entender lo que hapasado dijo Rose. Sepp siempreme ha parecido un muchacho muycorrecto... La verdad es que siempre secomport como un chico estupendo.

    Eric se sinti dolido al escucharaquel comentario. Hubiera deseado queRose se deshiciera en insultos dirigidoscontra Sepp. A decir verdad, pocascosas le habran hecho ms feliz enaquellos momentos y, sin embargo, todo

  • lo que se le ocurra decir era que aquelsujeto era muy correcto y estupendo.Estupendo! Por Dios! Si se habaportado como un cerdo maleducado... Apunto estaba de gritar todo aquellocuando Lebendig se dirigi a Rose.

    La vida nos da sorpresas a vecesy las personas no siempre se comportancomo hemos pensado. Pese a todo, nohay que apenarse por ello. Lo quedeberamos hacer es conservar losrecuerdos hermosos y, por supuesto,disfrutar el presente.

    Lo ltimo que Eric deseaba en esosmomentos era que Rose guardara unbuen recuerdo de Sepp. Olvidarlo. Esoes lo que tena que hacer. Olvidarlo!Totalmente!

  • S, creo que tiene usted razn,Herr Lebendig dijo Rose. Yotambin pienso lo mismo.

    Bueno, eso es porque eres unachica inteligente dijo el escritor,mientras se llevaba la taza a los labios.

    No respondi Rose. Loaprend en sus libros.

    Lebendig estuvo a punto deahogarse con el t al escuchar laspalabras de la muchacha. No habaesperado un comentario as y necesitque Eric le golpeara la espalda pararecuperar el resuello.

    Eres muy gentil, hija consiguidecir en medio de toses.

    No respondi Rose. Tanslo una gran admiradora suya.

  • Gracias, gracias dijoLebendig, a la vez que comenzaba arespirar con normalidad. Desdeluego, eres muy generosa.

    Y usted muy modesto comentla muchacha. A propsito, mepermite que le haga una pregunta?

    El escritor hizo un gesto invitandoa Rose a hablar. Es un pocoindiscreto, lo s comenz a decir lamuchacha, pero... bueno, qu fue deTanya?

  • IX

    Apenas haba terminado Rose deformular su pregunta cuando Eric tuvo lasensacin de que el cielo sedesplomara sobre su cabeza encualquier momento. A pesar de todas lasesperanzas que haba concebido, lascosas no podan haberle ido peor.Primero, haba tenido que venir esechico alto y odioso llamado Sepp; luego,aunque se haban enzarzado en unadiscusin en la que el estudiante habamostrado lo mal educado que era, Rosehaba indicado que era un muchachoestupendo y Karl casi le haba dado larazn, y ahora, para remate, a ella se le

  • ocurra preguntar por Tanya. Salvo queera el tema de inspiracin de uno de loslibros de Lebendig, lo nico que Ericsaba de aquella mujer era queprovocaba una reaccin inquietante en elescritor. Vamos, que era lo nico quefaltaba para arruinar totalmente aquellatarde!

    Lebendig escuch la pregunta deRose y, casi al instante, los ojos se lehumedecieron. Fue una reaccin que nopudieron ocultar los lentes quecabalgaban sobre la nariz del escritor yque de inmediato provoc en lamuchacha un sentimiento de culpa.

    Lo siento... comenz a decir.No... no... respondi Lebendig

    . No tiene importancia... Me lo

  • pregunta mucha gente. Supongo que eslgico. Varios de mis libros seencuentran dedicados a ella y ademsestn las Canciones...

    No quise... intent de nuevoexcusarse Rose.

    Fue el amor de mi vida lainterrumpi el escritor con una sonrisatriste. La quise mucho, ms de lo quenunca am a nadie.

    Eric se sobrecogi al escucharaquellas palabras. Senta como si de laboca de Lebendig estuviera manando unmisterio sagrado, tan sagrado quecualquiera que se atreviera a revelarlose hara acreedor a la muerte.Precisamente por eso, hubiera preferidono encontrarse en esos momentos en la

  • casa del escritor y estar en la calle,respirando el aire fresco. Sin embargo,algo desconocido y poderoso le retenaen el sof sin permitirle mover siquieraun msculo.

    Era una mujer muy hermosa continu Lebendig con la miradaperdida en algn punto que ninguno delos dos jvenes poda ver. Sus ojoseran de una tonalidad verdidorada ypodan rer o pensar o hablar. Claro queno se trataba slo de eso, Rose. Tenacultura y sentido del humor y yo soladecir de ella que era la mujer msinteligente del mundo.

    Lebendig hizo una pausa y trag unsorbo de t. Eric y Rose pensaron quehaba acabado y comenzaron a discurrir

  • sobre la mejor manera de despedirse,pero el escritor tan slo estaba iniciandosu relato. Con gesto lento se levant delsilln y se dirigi hacia una de lasestanteras, de donde extrajo lo quepareca un lbum de fotografas. Luegovolvi a tomar asiento y, tras hacer sitioen la mesita y apoyar en ella el volumen,comenz a pasar las hojas.

    Los dos estudiantes habanesperado ver sellos o fotografas,incluso recortes de peridico, en aqueltomo, pero lo que contemplaron fue unasucesin ininterrumpida de papelesmanuscritos. En ocasiones, se trataba deuna pequea firma trazada sobre unatarjeta de visita; en otras, era una carta.Incluso les pareci descubrir algn

  • documento con membrete oficial.Cuando era joven me aficion a

    la grafologa dijo Lebendig, mientraspasaba las pginas. Es una cienciamaravillosa que permite analizar lapersonalidad de la gente examinando suescritura. Lleg a interesarme tanto queincluso asist en Suiza a algunas clasesde las que daba el profesor Max Pulver,un verdadero maestro.

    Quiere decir que puede sabercmo es alguien con slo ver su letra?indag Rose.

    S, por supuesto respondiLebendig. Ah, aqu est una de lasfirmas de ese personajillo al que Seppgusta de llamar nuestro Fhrer. Unamemoria excepcional. Trazo enrgico,

  • sin duda, pero tambin despiadado.Sera capaz de matar a cualquiera contal de obtener sus propsitos y por loque se refiere a la verdad... Fijaos en sufirma. No es posible leerla. Slo Dios yl saben realmente lo que pretende, peroaun as no cabe esperar nada bueno dealguien tan desalmado.

    Lebendig pas un par de pginasms y aadi:

    sta es la firma de Lenin. Tenatan pocos escrpulos por la vida humanacomo ese Hitler que naci en Austria yest empeado en ser alemn. En susbuenos aos Lenin fue el responsable dela muerte de millones de personas, perosiempre he credo que si permitimos aHitler salirse con la suya podr

  • competir muy ventajosamente con l porel dudoso ttulo de carnicero mayor dela Historia.

    Eric escuchaba estupefacto laspalabras pronunciadas por su amigo.Desde el mismo da en que lo habaconocido tras la entrada de los camisaspardas en el caf lo haba consideradocomo un ser excepcional, pero lo quedeca ahora... Bueno, casi pareca comosi estuviera dotado de unos poderesmgicos que le permitieran leer el almade una persona en la tinta, de la mismamanera que otros lo hacen recurriendo alas cartas o a los posos del caf.

    Bien dijo Lebendig,detenindose en su trayecto a travs delas pginas del lbum. Aqu tengo

  • algunas lneas escritas por Tanya. Fijaosen cmo liga las diferentes letras. Es unsigno de una memoria notable y de unaextraordinaria capacidad pararelacionar las cosas entre s. Adems...s, aqu est... se trataba de una personaapasionada, inteligente... y muy segurade s misma.

    Debi de ser una mujerexcepcional dijo Rose.

    Sin duda. Y supongo que lo siguesiendo coment Lebendig, aunquela verdad es que hace algn tiempo queno la he vuelto a ver.

    Es una coleccin extraordinaria,Herr Lebendig dijo Rose, que nodeseaba provocar ningn pesar alescritor volviendo a hablarle de Tanya

  • . Imagino que su valor debe de se