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EMILI NO CH MORR O
El Ul
timo
u
dillo
u t o b i o g r a f ía
EDICIONES
del
Partido Conservador De m ócrata
Managua Nicaragua
983
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Editorial Unión
iembro de la cámara de industrias
de icaragua
Miembro de la Cámara de la Industria
de las artes Gráficas de Nicaragua
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AUTOBIOGRAFIA
COMPLETA
E L
GENERAL EMILIANO
CHAMORRO
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Copia de la edicion Extraordinaria
REVISTA CONSERVADORA
DEL
PENSAMIENTO CENTROAMERICANO
Vot. 14 No. 67 Abril. 1966
S E G U N D O
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n t r o d u c c i ó n
Cediendo a instancias de varios am igos
m e propongo referir los hechos m ás intere-
santes de la actuación social y política qu e he
tenido en mi pals duran te mi larga existencia.
Estos hechos no irán en u n orden estricta-
mente cronológico como seria preferible sino
que m e propongo ir exponiéndolos
a
medida
que vengan a mi recuerdo pero si quienes los
lean pued en tener la ab soluta seguridad de
qu e lo aquí referido se ajusta estrictam ente
a la verdad Daré principio a mi trabajo
escribiendo acerca de los primeros años de
mi vida.
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EMILI NO CH MORRO
de ictericia.
odo esto nos indujo a regresar de nuevo a Co-
malapa, donde mis padres me pusieron en la escuela del pueblo,
de la cual era profesor Don Esteban Robleto. Como en mi casa
había poco que hacer y los estudios elementales de primaria me
dejaban m ucho tiem po libre, em pecé a gastar frecuentem ente gran
parte del día en correrías por el campo y los ríos vecinos, en com-
pañía de otros escolares de mi edad; nos entreteníamos comiendo
frutas en el campo o bañándonos y pescando en las pozas de los
ríos. Algunas veces dedicábamos todo el santo día a esta clase
de correrías, cuando nos tocaba buscar el pescado en muchas
pozas y algunas veces también solía pagar muy caro mis vagan-
cias, pues a los castigos que me imponía mi madre se sumaban
los palmetazos que me daba el profesor, con mucha gana, según
llegué yo a creer; y digo esto porque años más tarde, cuando era
perseguido por las tropas del General Zelaya debido a mis rebel-
días contra su dictadura, mi antiguo maestro ayudó cuanto pudo
a dichas tropas para que lograran mi captura. Felizmente entre
mis amigos había elementos conocedores de lo que contra mí se
tramaba y en más de una ocasión sus oportunos avisos me libra-
ron de caer en ;as trampas y emboscadas que me tendían las
tropas zelayistas y el maestro Robleto. Viejos vecinos de Co-
malapa me decían que ya desde en mis días de escuela era pro-
bable que D. Esteban supiese lo que yo ignoraba, esto es que mi
verdadero padre era un Chamorro, apellido que él odiaba por su
exaltación partidista de liberal, y por tal razón no desaprovecha-
ba ninguna ocasión de torturarme con sus palmetazos. ,
Mi llegada a Managua
Por
mi parte, puedo asegurar que no fue sino hasta el
año de 1885 que yo empecé a darme cuenta de la existencia de
partidos políticos en Nicaragua, pues a pesar de que mi padras-
tro era un leal conservador, en casa poco o nada se hablaba de
esta clase de asuntos, y por eso carecía de cualquier inclinación
política, cuando salí de Comalapa, para venir a vivir con mi ver-
dadero padre, Don Salvador Chamorro, que entonces residía en
Managua.
ue uno de los primeros días de Julio del citado
año 1885, cuando habiendo llegado a casa un poco tarde, por
causa de mis vagabundeos, mi madre me encerró en un aposento,
me llamó severamente la atención por mi falta y un rato después,
cuando me creyó ya sereno, me habló así: Nunca antes te ha-
bía dicho que Evaristo, mi esposo, no es en realidad tu padre,
pues antes de casarme con él, yo ya te tenía. Tu verdadero
padre se llama Salvador Chamorro vive en Managua y ha man-
dado a buscarte.
uiero que te vayas a vivir con él, para edu-
carte mejor ...
o creo que debes irte; allá él
te va
a poner
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EL ULTIMO
CAUDILLO
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en un buen colegio, te va a dar su nom bre y una bu ena educa-
ción.
llá van a hacer de ti un hombre útil a la sociedad.
El m ulero que vino a vend er sal trajo la carta de tu p adre y con
él puedes irte a Managu a .. . . o m e emocioné mu cho y aun-
que ya tenía catorce años, lloré com o un chiquillo.
uando mis
hermanos supieron de m i viaje, tam bién lloraron.
os días des-
pués tras una desped ida llena de lágrimas y sentimiento, salí de
Comalapa con gran tristeza en m i alma y recuerdo que el 5 de J u-
lio de 18 85 , tras largas jornadas por los caminos de aquellos tiem-
pos, entraba a m i nueva casa en esta ciudad de Managua .
i pa-
dre me recibió m uy cariñosam ente.
ien recuerdo qu e a con ti-
nua ció n m e llevó an te su esposa, y que le di jo, Aquí te lo doy
para que lo críes la par de nuestros hijos, como me lo has ofre-
cido .
a esposa de mi papá, es decir, mi madrastra, era
Doñ a D ominga C hamorro de C hamorro, una señora alta, blanca,
m ás bien robusta que delgada, de distingu ida presencia y de ca-
rácter severo. Me a cogió y m e crió con m aternal cariño y a de-
cir verdad, de ella só lo tengo gratos recuerdos y ningu na qu eja.
Siempre fue solícita, buscaba el m odo de comp lacerme, de ayu -
darme y cuan do alguna dificultad se m e presentaba, trataba de
allanarla para m i bien.
simismo m is hermanos C hamorro Cha-
morro:
n los colegios, en la vida h ogareñ a y social, nos tratá-
bam os con fraternal afecto.
Igual puedo decir del esposo de m i madre, D on Evaristo En-
ríquez, cuyo paternal afecto m e m antuvo p or los años qu e con-
viví con él, teniéndolo com o a m i papá; lo mism o he de d ecir en
relació n con Ram ón Enríquez Matas y los En ríquez Vargas: que
fueron herm anos ejem plares, y que siempre nos ligó el fraternal
afecto desde nuestros primeros años.
C omo dije anteriormen te, llegué el cinco de Julio del año m il
ochocientos ochenta y cinco a esta ciudad, época en que ya había
un m ovim iento polít ico electoral para sus tituir al Presidente
D octor Adán C árdenas, que gobernaba el país entonces.
on
motivo de la proxim idad de dichas elecciones, la casa de m i padre
era m uy visitada por los políticos de la ciudad y aun del resto de
la Repú blica; y así fui poco a poco enterándom e de los asuntos
políticos, de la vida y actividad es del Partido C onservad or y de
la preeminen cia que en ese Partido tenía la fam ilia Ch am orro,
de la que m i padre era un m iem bro sobresaliente no só lo por su
posició n sino tam bién por su capital que en ese en tonces ya
era
fuerte.
A la escuela
Un a de las preocupaciones de m i padre para conmigo fue la
de ponerm e a aprender algo, aunque fuera en escuela particular
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EMILIANO CHAMORRO
porque ya los cursos de los colegios oficiales habían principiado,
con mucho tiempo de retraso para mí, y entré de alumno en una
escuela de un señor de apellido Guillén, y después en la que tuvo
don Rodolfo Rivas Cuadra. En una y otra encontré jóvenes de
las principales familias de esta ciudad, con quienes fácilmente
me relacioné. En ese mismo año de 85 hubo aquí en Managua
un fuerte temblor que hizo salir de sus casas a toda la gente,
abandonando muchas de ellas la ciudad por algunos días, pues
seguían temblando: e parece que aquel temblor fue el
once de Octubre.
a casa de mi padre era de alto, nueva y sin
em barg o, el tem blor la sacudía haciéndola crug ir.
ara m í, aque-
lla era la primera experiencia de esa clase de fenómenos terri-
bles de la naturaleza; no sabía qué hacer y lo único que se me
ocurrió fue abrazarme a la pata de la mesa donde estudiaba.
Eran como las nueve de la noche y mi padre entró a mi cuarto,
me tomó del brazo y me sacó a reunirme con su esposa y sus
otros hijos para que juntos saliéramos de la casa
y fuéramos a la
plaza pública a pasar la noche. Al siguiente día mi mamá o mi
madre que así llamaba yo a doña Dominga, salió para Granada
con sus hijos, quedando mi papá y yo, que volvimos a la casa.
Pero como los temblores continuaban, aunque con muy poca in-
tensidad mi padre buscó la casa de un amigo para refugiarnos,
aunque fuera sólo para dorm ir.
ás tarde hicimos nuestro dor-
mitorio en casa de don Hipólito Saballos, por más de un mes.
Este hombre era de edad y vivía con su hija soltera de nombre
Josefa y con su otra hija llamada Bruna, casada, pero que vivía
separada, es decir en pieza aparte, porque su marido vivía allí con
sus hijos Abraham, Vicente, Julio y Miguel. La estadía en la
casa del señor Saballos fue mi primera escuela política que tuve,
porque él era uno de los grandes jefes del Conservatismo de Ma-
nagua. Hombre que apenas sabía firmar, pero su casa era el
Centro político principal y de ahí salían las instrucciones para la
elección que estaba próxima a verificarse en la República. Los
nietos del señor Saballos, hijos de doña Bruna y Julio, eran mu-
chachos muy inteligentes.
Después del temblor del 11 de octubre de 1885 que marca
el período de m i iniciación en cuestiones políticas, pues com enzaba
el de la elección del doctor Evaristo Carazo, mi estadía en Ma-
nagua cesó.
Al Colegio de Granada
A causa de que mi padre quiso darme mejor instrucción,
pasé
al Colegio de Granada (actual Instituto Nacional en el anti-
guo Convento de San Francisco). A este Colegio llegué cuando
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EL ULTIMO CAUDILLO AUTOBIOGRAFIA
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estaba don Alberto
alaverry como Director interino
ues
don José María Izaguirre andaba entonces en un viaje fuera de
Nicaragua.
n el Colegio logré que me colocaran en la 3 Sección
de Primaria, que entonces era el último grado.
a Primaria
estaba dividida en Primero, Segundo y Tercer Grado.
n el
86
logré aprobar la Primaria, pasando a la intermediaria en el
siguiente año.
La
intermediaria me interesaba mucho porque veía a los jó-
venes mayores estudiar en los corredores del Colegio y todos éllos,
me parece, repetían de memoria las lecciones y entraban en aca-
loradas discusiones entre sí sobre las materias que estudiaban.
Entre esos estudiantes, los más adelantados eran: Rafael
y José Andrés Urtecho, Evaristo Cuaresma, quienes se distinguían
en matemáticas; Alberto Peña, Salvador Cerda y Salvador Ces-
trillo quienes se bachilleraron en aquél año.
ara mi eran unos
grandes sabios y les tenía mucha envidia.
i constante deseo
era llegar a
saber tanto como ellos, pero cometí el error de que-
rer violentar mi vida de colegial empeñando mi memoria al apren-
der las lecciones muchas veces sin
t n r
completa comprensión
de ellas, sin embargo, las repetía con bastante facilidad sin omi-
tir, a veces ni una coma.
A este respecto recuerdo que más tarde me relacioné con los
estudiantes Miguel Cuadra Pasos y Joaquín Barberena Díaz que
estudiaban juntos y quienes me admitieron en su compañía para
estudiar algunas materias que llevábamos, siendo el joven Cua-
dra el mejor memorista de los tres. El joven Barberena tenía
más dificultad para aprender que nosotros.
De esta mi vida de Colegio nació mi amistad con el joven
Bartolo Martínez que también era estudiante del Colegio.
on
motivo de una elección de Directiva para una Sociedad Literaria
de las que suelen formarse en los Colegios, un grupo de estudian-
tes
presentó la candidatura del que fue
más tarde General José
María Moncada para Presidente de esa Directiva y otros, enca-
bezada por Bartolo Martínez, presentaron la mía. urante la
elección hubo dificultades y pleitos y después que se me eligió,
Montada se separó para formar un Ateneo aparte.
ecuerdo
que entonces Bartolo llegó hasta los puños apoyando mi elección,
hecho que me vinculó con él para el resto de mi vida.
Otra anécdota que tuve en el Colegio fue que en un viaje que
Ramón Rostrán hizo por Comalapa, nos conocimos cuando aún
yo vivía allá. Debido a ese conocimiento previo, cuando lo volví
a encontrar en el Colegio como estudiante más adelantado que yo,
procuré hacerlo mi mentor en la clase de Aritmética Razonada,
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EMILIANO CHAMORRO
pero com o siempre fracasaba en m is lecciones, a pesar de las ins-
trucciones del mentor, el m aestro José Trinidad C ajina m e tenía
siem pre en la huesera .
La clase de Aritm ética Raz onada, por ser m uy nu m erosa, se
dividía en dos secciones.
a primera recibía clase de 8 a 9 a. in
y la otra de 9 a 10 a. m .
uiso la casualidad que R ostrán asis-
t iera a la primera tanda y yo a la segund a. n día que estaba
desocupado m e fui a la otra c lase dond e estaba Rostrán y fue
grande m i sorpresa ver lo ocupan do un puesto en la hu esera
de su clase, que era la últ im a ban ca a la que el profesor no le
prestaba ningun a atención. E n ese día tocaba un a lección inte-
resante y me p ropuse escuchar atentamen te y fijarme en las pre-
gun tas y repreguntas del Profesor que eran el fuerte del Maes-
tro Cajina. Así es que cu ando en m i clase se desarrolló la m is-
m a lecció n, yo ya tenía experiencia adquirida en la clase de R os-
trán y cuando alguno de los estudiantes considerado como bueno
era requerido por C ajinita y fallaba, yo me ofrecía para contestar.
Al principio no m e hacía caso alguno pero al fin cayó en la cuen-
ta y me llam ó a contestar, sorprendiéndose no poco por m is acer-
tadas respuestas y él me observaba de pies a cabeza, asom brado.
Para terminar con este capítulo de m i vida d e colegial, re-
cuerdo que antes de m i examen de Bachillerato fui por dos m eses
Profesor de Historia de la Prim era Secció n de m i clase.
e la
segunda era M iguel Cu adra Pasos.
m bos m erecimos felicita-
ciones de los exam inadores y del Profesorado. sí es como m u-
chos títulos o notas de los exám enes de h istoria llevan m i firma
como profesor.
M e parece que m e Bach il leré en C iencias y Letras y com o
Ingeniero Topógrafo en 18 89 en ese m ismo C olegio.
D urante mi permanen cia en el Colegio de G ranada pasaba
los domingos y días de asueto en la Biblioteca de los C ham orro
am pliando m is conocim ientos y leyendo libros de historia. Las
Guerras Púnicas, las G uerras M édicas, Alejandro Magno, Aníbal,
etc., m e atraían sob rema nera. os histor iadores C ésar C antd
y Lafuente m e eran famil iares. urante ese t iem po Alejandro
Zavala era m i amigo m ás ínt im o por su carácter camp echano
y brom eador y Juan Paulino R odr íguez m e trató s iem pre con
especial estima.
El 28 de Abril de 893
No fue sino hasta el 28 de Abril de 18 93 que em pecé
diri-
gir mis activida des en otra esfera que n o fuera la de vigi lar la
buena m archa de las propiedades de café de m i papá: La Luz .
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EL UL
TIMO CAUDILLO
- AUTOBIOCRAFIA 17
C or in to y Santo D om ingo .
ero en la noche de ese m ismo
día, 28, estando yo en la vela (velorio) de doña C hep ita Sab allos,
que se había casado con el Gral. José M aría C uarezm a, que fui-
m os algunos sorprendidos con la l legada del señor M iguel Molina
quien m ontado en buena m ula participaba a sus
conocidos, des-
pués de hab er hablado pr ivadam ente con don Pedro Joaqu ín
C ham orro, que se encon traba tamb ién en la vela, que e l Gob er-
nador de G ranada se hab ía levantado en arm as con el apoyo del
Partido C onservador y que esperaban que e l Partido C onserva-
dor de M anagua se fuera a incorporar a la R evo luc ión . C om o
se recordaré , D oña C hepi ta Sab al los de C uaresm a era h i ja de l
G ral . Hipó l i to S aba llos . Por eso, y por e l propio va l im iento del
Gral Cu aresm a, había m ucha gen te en la vela, siendo com o las
once de la noche, hora en qu e l legó aproximad am ente , e l señor
Molina.
C on ta l not ic ia bé l ica la gente qu e estaba en la ve la de la
señora de Cuaresma, principió a dispersarse: unos para irse
a
al istar para su v ia je a G ranada y otros tem erosos de a lguna
acción del Gobierno contra ellos, tomaron rum bo que no sabem os,
pues en casi su tota l idad eran oposi tores a l Gobierno del D oc-
tor Sacasa. Entre los que fueron a prepararse, estaba el se-
ñor J osé San tos Zelaya, a
quien don Pedro Joaquín C ham orro
com unicó lo ocurr ido y e l men saje que había rec ib ido para qu e
fuera a incorporarse a la Revolución. Por su cu enta el señor Ch a-
m orro me l lamó aparte y me d io instrucciones para que en tregara
las bestias que tenía en los potreros del tri llo de be neficiar café,
a los am igos que l legaran e sa noc he, y que s i yo m e quer ía i r,
que bien lo podría hacer en la m adrugada . Llegaron don Salva-
dor Lezam a y don C ayetano Ibargüen y por e llos supe que Ze-
laya y d on Francisco G uerrero (Managu a) estaban tam bién sa-
liendo de la ciudad. Y como a las seis de la mañana llegó
don A dol fo D íaz, que se fue con m i com pañ ero de tri llo Salvad&
Morales C ham orro. m í se m e hizo d if íc i l m archa r jun to con
ellos porque teníam os m ucho café por escoger y otro listo ya p ara
em barcar, por lo cual pensé ir donde e l Com anda nte de la Sec-
ción de Policía de San Antonio (barrio), el joven comalapino
don J osé Angel Arró l iga para ped irle que si llegaba alguna ord en
de captura cont ra m í , que m e h ic iera favor de av isarm e antes
de m andar a capturarm e. Com o Arról iga m e ofreció h acerlo así ,
no tom é precauciones, y de a hí , que con m i natura l extrañeza ,
a las cuatro de la tarde del d ía 29 fui hecho preso y m e l levaron
a la Po lic ía don de perm anec í durante todo e l tiem po qu e duró
la R evo luc ión . Otros com pañ eros de pr isió n en ese en tonces ,
fueron el Gral . Alberto Rivas y e l señor Is idro S otom ayor. . .
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18
EMILI NO CH MORRO
Contribuciones forzosas
Durante esa Rev olución pusieron las fam osas contribuciones
forzosas , que más bien eran una confiscación de bienes. A mi
padre, que se encontraba viviendo en Europa, le pusieron CIN-
CUENTA MIL PESOS.
omo la casa comercial no tenía em-
pleados a quien cobrarle la contribución porque todos se habían
ido a la Revolución, me obligaron a mí, custodiado, a que les
abriera las puertas del establecimiento; como me negara a ello,
lo abrieron con ganzúa y se llevaron la mercadería que en gran
existencia allí había, obligándome a presenciar aquel saqueo.
En un libro fueron anotando todo lo que se llevaron, hasta ajus-
tar CINCUENTA MIL PESOS (50,000) según ellos, pero para
mi no fueron menos de DOSCIENTOS MIL (200.000). En esos
días, los carceleros que habían sido bastante hostiles con noso-
tros, se pusieron un poco amables hasta llegar el día en que nos
abrieron las puertas de la cár cel para darnos libertad, diciéndonos
que las fuerzas de la Revolución iban a entrar ese día a Mana-
gua, conforme convenio celebrado en Sabana Granada. Efecti-
vamente, ese día hicieron su entrada las tropas, y un grupo de
ellas, que se dijo eran comandadas por el Gral. Au relio Estrada
se dirigieron a la Dirección de Policía para impedir que hubiera
una masacre , y ahí fue donde por primera vez me encontré
y conocí al Gral. Luis Alonso Barahona, emigrado salvadoreño
incorporado a la Revolución quién con peligro de su vida, estaba
también impidiendo que las fuerzas del triunfo cometieran des-
manes. Después de ese ligero alboroto, entraron dichas fuerzas
a esta ciudad sin otra novedad y fueron muy bien recibidas por
la ciudadanía de la capital. En las fuerzas revolucionarias ha-
bían muchos muchachos poco más o menos de mi edad que ha-
blaban con entusiasmo de la campaña que había hecho, de los
combates en que habían participado en la Estación de Masaya,
La Barranca y El Coyotepe .
ablaban con tanto entusias-
mo de los peligros y proezas tenidos en su corta carrera de mili-
tares noveles que francamente confieso que al oir sus narracio-
nes epopéyicas, sentí tristeza por no haberlos acompañado, y eso
mismo me hacía sentir como una humillación el haber pasado
aquellos días de peligro en las cárceles de la Dirección de Policía,
y desde entonces me prometí, ahí mismo, que en la primera opor-
tunidad que se me ofreciera, ser el primero en irme a presentar
para ser también de los primeros combatientes. Por lo que oía
de mi padre, me daba cuenta que cruzábamos una situación po-
lítica y difícil y que podría presentárseme la ocasión de ir a en-
grosar las filas revolucionarias.
unque estaba muy joven yo
y tenia bastantes ocupaciones con los intereses de mi padre,
la oportunidad se me presentó el once de Julio de 1893 cuando
las autoridades que la Junta de Gobierno del General Joaquín
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EL
ULTIMO
CAUDILLO
- AUTOBIOGRAFIA
19
Zavala había establecido en León se levantaron en armas, y el
Gral. Zelaya, siempre acompañado del Gral. Francisco Guerrero
alias Managua y Aurelio Estrada, abandonó la ciudad esa noche
para irse a incorporar a las fuerzas revolucionarias de la con-
trarrevolución de León.
El 11 de Julio de 189 3
En la
mañana del once de Julio del año 1893 la ciudad de
Managua conoció por medio de una generala que la ciudad
de León se había levantado en armas contra el Gobierno conser-
vador de Zavala y que el Gral. Zelaya se había ido a incorporar
a las fuerzas de León. Con esa noticia corrí a donde el Gral. Igna-
cio Páiz, afamado militar conservador para que me diera de alta
como su Ayudante; el Gral. Páiz accedió. Pocas horas después
salía yo con él y doscientos hombres que iban en persecución
de Zelaya y sus acompañantes. El Gral. Páiz siguió las huellas
de Zelaya y cuando estábamos a la altura de Mateare, oírnos un
fuerte tiroteo a ese lado, y el Gral. Páiz nos dijo: Están ata-
cando Mateare, vamos allá , a donde llegamos un poco después
del medio día. Con la llegada nuestra la posibilidad del enemigo
de ocupar esa plaza disnunuyó y en los otros ataques que hizo,
fue completamente rechazado, manteniendo solo un fuego granea-
do sin importancia ninguna. Cuando nuestros jefes vieron que
había desaparecido el peligro de que la Plaza cayera en manos
del enemigo, el Gral. Páiz dispuso mandarme
a
Managua, en ca-
lidad de su Ayudante, para pedir al Gral. Miguel Vigil, Mayor
General del Ejército, el envío del cañón Herald y participarle
del rechazo de las fuerzas leonesas, así como la confianza que
tenía de conservar en su poder la plaza de Mateare. Los de Ma-
nagua se ocupaban de acondicionar bien el ejército tanto en ele-
mentos de guerra como en provisiones de boca. En Managua,
después de desempeñar mi misión y de quedar satisfecho por lo
que me dijo el Gral. Vigil respecto al próximo envío del cañón
y demás cosas necesarias para la lucha, fui a ver a mi papá que
acababa de llegar de Europa y a quien informé de todo lo que
había dicho y hecho y lo que yo pensaba hasta ese momento de
cómo se encontraba la cuestión militar.
Ya de noche regresé a Mateare. n el camino me cayó un
aguacero fuerte y esa noche, que era mi primera campaña, dormí
bien remojado en una de las calles de Mateare, donde dormían
de igual modo otros compañeros míos. Al amanecer, me presen-
té en la casa que ocupaba el Gral. Páiz y le di cuenta del resul-
tado de mi misión y la creencia que tenla yo de que como a las
diez del día llegarían varias piezas de artillería, enviadas desde
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20 / EMILIANO CHAMORRO
Managua.
n la m ism a casa se encon t raban e l Je fe de las
FUE RZAS EXPED ICIONAR IAS G enera l M igue l Esp inoza , e l
G ral. H ipól i to S ahal los y e l Gral . M anu el Rivas (salvadoreño) ;
pero este último no se encon traba en casa sino en un puesto m i-
l itar de vangu ardia en los alrededores del pueb lo de M ateare.
Y a esas h oras m e di cuenta de qu e entre loe jefes había estado
discutiendo la posibilidad de desocupar la población, lo cual tenía
m uy m olesto a don Reynaldo C ham orro que como Ayudan te de
un o de los jefes, con su ca rácter im pulsivo y nervioso les decía
que n o era posible que se p ensara en tal desocupación. Y o les
dije que ya estábam os cerca de las ocho de la m añan a sin que
ocurriera ningún tiroteo en los puestos de avanzada, lo que a m i
juicio podía indicar que el enem igo se estuviera preparan do para
el ataque o que du rante la noche hubiera abandonado el campo;
por consiguiente, que antes de pen sar en lo que pod ía hacerse,
era necesario m and ar a reconocer las proxim idades de Ma teare
para saber exactamente donde se encontraba el enemigo. El Co-
ronel Co rrea se ofreció pa ra ir hacer ese reconocim iento y yo tam-
bién m e ofrecía para ir a hacerlo con 25 hom bres.
n esas d is-
cusiones estábamos cuando alguien anunció que se divisaba por el
lago el vapor Man agua , aproximándose a las costas de Mateare
e incontinenti oímos la detonación de u n cañonazo y poco después
vimos pasar un grupo de tropas bastante regular frente a la casa,
con d irección a la Iglesia. Investigan do lo que pa saba; nos in-
form aron que el cañonazo q ue disparó el vapor, fue una granada
que cayó propiamen te en la trinchera de La Barranquita , a car-
go de u n C apitán Aran a que tenía dos h i jos de Ofic iales en la
m isma com pañía, y estos jóvenes al ver caer m uerto a su padre
por la granada, corrieron a levan tarlo y lo l levaron a enterrar
a la Iglesia.
l ver esto las tropas, aban donaron tam bién el lu-
gar, quedan do só lo este puesto m ilitar.
uan do e l G ral. Páiz
se dio cuenta de lo ocurrido, ordenó que u na com pañía de gra-
nadinos que estaba acuartelada frente a nosotros, al mando de un
C apitán E spinosa (C huruco) ocupara el lugar que h abían dejado
las fuerzas del C apitán Arana. E l C apitán Espinosa, al ser re-
querido por m í para ir a cum plir las órdenes del Gral. Páiz, vaciló
un poco, vacilació n que m e obligó a increparlo fuertemente, des-
pués de lo cual se puso al frente de sus soldados y m archó con -
m igo al destino qu e se nos había señalado. En el camino no tu-
vimo s ningun a dificultad en esa zona qu e el día anterior había
sido de gran balacera y qu e ahora estaba com pletam ente en cal-
m a. Lo mism o se encontraba La Barranquita . El vapor, des-
pués del disparo del cañonazo, había virado rumbo a M omotom bo.
Nad a anunc iaba pues que podía haber pleito ese día, sin embargo,
el Com ando M ilitar se sentía inseguro y no cesaba de pensar en
la desocup ació n d e la Plaza. Por último, com o a eso d e la una
del día, me llam aron para darm e instrucciones de permanecer en
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L ULTIMO
CAUDILLO
- AUTOBIOGRAFIA
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s
pun to hasta que oyera repicar las cam panas d el pueblo, hora
en qu e debía de levantar e l cam po, jun to con la comp añía de
Esp inosa, y seguir tras ellos hasta la ciudad d e Ma nagu a.
Batalla de La Cuesta
Ya p uestos aquí (M anagu a), e l Gob ierno exp l icó
a la dud a-
danía que p or razones estratég icas había desocup ado M ateare
para ocu par m ejores posiciones en los alrededores d e la C apital,
desd e M otastepe hasta la or il la del Lago, por e l Norte, pasan do
sobre la cord ille ra llam ada de La C uesta . En e fec to , m anda-
ron a o cupar a lguna s de las posic iones m ejores de esa co l ina,
y el G ral. Hipó lito Saba llos hijo,' con seiscientos ram eñ os, com o
le decían a los que l legaban de la C osta At lánt ica, ocuparon M o-
tastepe. Poco t iem po desp ués de n uestro arribo de M ateare, su-
pimos qu e las fuerzas de la contrarrevolució n que h abían atacado
M ateare , se habían d ec larado im potentes para tomar aque l la
Plaza , y que ap rovechan do la oscur idad de la noche, se habían
retirado
a
Nagarote, y posiblemen te no se habrían detenido hasta
llegar a l mism o Leó n. Pero algunos de los pocos am igos que las
fuerzas occidentales tenían en M ateare, a l levantar nosotros e l
cam po, les hic ieron avisar tan sorprendente hech o, y eso bastó
para cam biar la derrota que habían su frido en u n com pleto éxito,
pues inm ediatam ente contram archaron a Mateare y continuaron
su m archa hasta encon trar las fuerzas de la Jun ta de Gob ierno
en La C uesta , dond e m uy tempran o del s iguiente día, se prin-
cipió a co m batir con ba stante intensidad , principalmen te en la
pos ic ió n que llam aban La Gu atarra y en La C uesta m ism a,
forcejando las tropa s
de
Leó n para romp er esas de fensas para
seguir su marcha hasta Managua. Mientras en La Cuesta
y sus posiciones anexas se peleaba con éx ito variado, en M anagu a
se advert ía en los semb lantes de los m ilitares conservadores de la
ciudad u n ref lejo de satisfacción p or lo que estaba aconteciendo,
m ejor dicho, sentían la esperanza d e que fuera el Gral. José San -
tos Zelaya el triunfante, por lo que los tenía sin cu idado y a ntes
bien, no escondían su sat isfacció n p orque se dicidiera así la ba-
talla. Esta es la impresión que tuve en aquel entonces y que
m ás tarde se a f irm ó en m í y la conf irm ó la H istoria .
Pero volviendo al combate de La Cuesta , diré, que un
carbuncó puso fuera de combate al valiente Indio Pelota
(G ral . Ignacio Páiz ); por eso las fuerza s qu e é l com and aba es-
taban en la Plaza s in tom ar parte todavía en la contiend a. Pero
a esn de las nueve de la m añan a ordenaron prepararse para salir
hac ia La Cu esta y nos man daron a fo rm ar f rente a l Pa lac io
Na cional para m archar tan pronto se nos ordenara.
l Coro-
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EMILI NO CH MORRO
nel Salvador Chamorro, que dos días antes había llegado de Euro-
pa, fue dado de alta, y las fuerzas de que estoy haciendo men-
ción, fueron puestas a sus órdenes. A mí me sorprendió ver a mi
padre tomar posesión del mando de aquellas fuerzas en la que
ninguno de nosotros contaba con una sola bestia. El Coro-
nel Chamorro se puso al frente de aquellas tropas, con botas altas
pero sin cabalgadura alguna. Como a las diez y media de la
mañana recibió la orden de marchar y salimos con gran entu-
siasmo vivando al Gobierno, a Don Joaquín Zavala y a los Ge-
nerales Avilés y Montiel. La orden que recibió mi padre fue
la de marchar a La Cuesta y allá nos dirigimos bajo un sol
abrasador.
Serían un poco más de las once cuando comenzaron a pasar
frente a nosotros unos señores montados en elegantes bestias,
y entre ellos a Don Joaquín Zavala. Me dijo mi papá: El
triunfo debe estar asegurado, pues estos señores no se expondrían
a ir si el éxito estuviera aun dudoso . Pero poco después pasaba
el Gral. Rigoberto Cabezas, el Gral. Carlos Alberto Lacayo,
don Gustavo Guzmán y algunos otros que en estos momentos se
me escapan de la memoria.
l ver esto, volvió a decirme mi
padre:
Estos acompañantes de
Zavala, poco me agradan; temo
que pueda ocurrir algo inesperado .
omo si sólo eso se espera-
ra, empezaron a llegar las malas noticias. or primera vez lle-
gaba el informe de que propiamente en la pasada del camino de
La Cuesta , se había fortalecido el enemigo y que parte de las
fuerzas de León estaban pasando a Managua, por la costa del
lago, precisamente a donde se le había ordenado a mi padre mar-
char para impedir esa filtración. Al recibir esa orden el Co-
ronel Chamorro dejó el camino para La Cuesta y se metió al
potrero que teníamos al lado norte. Ya el lector se puede ima-
ginar lo que significa cruzar un potrero en pleno invierno, con
pasto y monte bien crecidos. Aquella orden realmente no sirvió
más que para que las fuerzas de mi padre no tomaran parte en
la acción de ese día, pues dichas fuerzas fueron extraviadas de
la verdadera ruta de La Cuesta , a donde hubiéramos sido de
alguna utilidad.
En la orilla del lago
a
donde muere la cordillera o colina tan-
tas veces mencionada estaba todo en calma: ni se combatía, ni
había pasado nadie para Managua; por lo cual decidimos regre-
samos para acudir a la batalla de La Cuesta , pero ya llegamos
tarde. Ni las tropas que tenía el Gral. Hipólito Saballos en Mo-
tastepe habían disparado un solo tiro ni la gente de mi padre,
por haber sido extraviada muy hábilmente. Saballos, a pesar de
oir el fuerte tiroteo próximo a él, permaneció impasible, en su
puesto, sin acudir en refuerzo oportuno con sus seiscientos ra-
meños que comandaba. Cuando mi padre y
sus
fuerzas venia-
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EL ULTIMO CAUDILLO
- AUT ODIOGRAFIA
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mos entrando a
Man agua, de regreso de luchar contra las zarzas
y tratábamos de d esenmarañ am os del lugar a donde nos hab ían
m etido, recuerdo perfectamen te bien que un joven mo ntado en
buena cabalgadura, sin som brero, gritando com o un loco desafo-
rado decía que se detuvieran las fuerzas; pero toda aquella fogo-
sidad del im petuoso joven fue inú til para consegu ir echar pie
atrás a las fuerzas a las que ya se les había infiltrado un pán ico
horroroso.
l joven a que m e refiero, es el bien recordado pa-
triota don Pedro C alderón Ram írez .
í , Pedro Calderón R am í-
rez parecía en aqu el m om ento haber perdido su juic io y com o
loco exhortaba a todo a quel que p ud iera tener influencia en el
ejército para detener aqu el éxodo, m ás todo fue en vano.
M i salida la hice en esa ocasió n de M anagu a, como a las
seis de la tarde, jun to con otro m uch acho de valor temerario,
l lam ado Julián López.
as fuerzas de la contrarrevolución aú n
no habían entrado a la capital. a primera impresió n que tuvi-
m os al llegar a la ciudad de G ranad a fue la que todo lo princi-
pal de la ciudad, hab ía recibido las malas noticias con gran coraje
y pedía la resistencia, con pocas excepciones. S obresaliendo en-
tre los primeros d on
osé
Lu is Argüello que con ardor pedía
a la juventud hacer todo sacrif ic io p ara defend er al Gob ierno,
a la capital y a la persona d el señor Presiden te; y en el puesto
de J efe Pol ít ico que le fue asignad o, desplegó u na asom brosa
actividad. Ese ho m bre trabajó día y noche para qu e no le hicie-
ra falta nada a l ejército, y a que se tom aran toda s las med idas
necesarias para la defensa de la ciuda d y n o fue sino hasta que
se convenció de que el espíritu belicoso del primer momento había
retrocedido, y que realmen te lo que se iba a buscar era un arreglo
con el Gob ierno de la Con trarrevolució n, que pidió su retiro y se
fue a su casa.
Hech o el arreglo para la entrega de las armas al nu evo Go-
bierno organ izado en M ana gua , se dio principio a l icenciar las
fuerzas del Gobierno del Gral. Zavala, y cua ndo recibí m i baja
enviada po r el M inistro de la Gu erra, don Fed erico Soló rzano,
m e fijé que me h abían ascendido a C apitán.
M is im presiones
Q uiero dejar constancia aquí de m i prim era im presió n
al
darme cuenta que entraba en una zona de combate.
Al regresar de la persecución del Gral. Zelaya, para ayu dar
a
los com bat ientes de M ateare , m e m andaron a de jar parque
a las fuerzas qu e defendían el lugar llamad o L a Barranquita ,
situad o a la ori lla del lago. Para l legar del pu eblo de M ateare
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EMILIANO CHAMORRO
a
este lugar, había que cruzar un monte bajo (tacotal).
n al-
gún punto inmediato al mencionado tacotal, combatían las fuer-
zas de la contrarrevolución con las del Gobierno y el balerío que
cruzaba por el camino que yo llevaba, era muy grande y las
balas, además de su sonido característico se oían perfectamente
también cómo rebotaban contra los palitos, quebrándoles las ra-
mas. Era la primera prueba de encontrame en medio de un
tiroteo de esa clase y la primera idea que me asaltó, fue la de
espolear la mula que montaba para pasar en carrera aquella zona
de peligro; pero antes de poner ejecución tal idea, pensé que por
correr ligero, podía dar más pronto con la bala que me cruzaba
el paso, y reflexionando, resolví sólo encomendarme a Dios, a su
voluntad, y con esa fe crucé varias veces aquella zona de peligro,
sin que me ocurriera ninguna novedad; y desde entonces nunca
alteré mi proceder en los combates, es decir, hice siempre lo mis-
mo en los que más tarde actué, como si estuviera practicando
una cosa natural, sin esperar ningún peligro. De allí que mis
amigos han llamado a esto intrepidez , no siendo más que la
arraigada creencia que tengo en la existencia de Dios. Otra ex-
periencia que me dio esa pequeña acción de Mateare, fue la de
no tomar un solo trago de licor ni antes ni en el propio combate,
pues oí decir que varios habían perdido su vida en estado de
embriaguez, obrando con arrojo por su estado de inconsciencia.
Por eso prometí ser abstemio durante cualquier acción de armas,
para que no se dijera después que algún rasgo de valor que hu-
biere mostrado, había sido por obra del licor y no debido
a mi
carácter.
Comienzan las persecuciones
Inaugurado el Gobierno liberal del Gral. Zelaya comenzó una
hostilidad muy grande contra algunos conservadores lo que hizo
que el Partido perdiera la esperanza de encontrar un remanso
de paz en dicho Gobierno ; presión que culminó con la apaleada
del Gral. Luis Vega, de Matagalpa y líder conservador de aquel
Departamento, prominente hombre que por mucho tiempo tuvo
que andar con muletas a consecuencia de los quinientos golpes
de vara que le propinaron.
gual cosa pasó con el sacerdote
Gañán y con el literato Félix Pedro Pastora, ambos de la hoy
ciudad Darío, antes Metapa.
or otro lado el Partido Liberal
no se sentía bien asentado en el poder mientras no estuviera en
Honduras un gobierno similar al de
aquí.
esas consideracio-
nes hay que agregar la campaña que hacía en el mismo sentido
un grupo de emigrados hondureños que encabezaba el reconocido
líder liberal hondureño, don Policarpo Bonilla. on todo esto,
Nicaragua era un hervidero de rumores, los cuales aprovechaban
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EL ULTIMO CAUDILLO AUTOBIOCRAFIA
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los inquietos jóvenes Fernando Elizondo y Julio Alvarez, que
unidos a m í, procurábam os agitar la opinión con servadora en los
barrios de esta c iudad, dond e se encontraban m uchas arm as re-
gadas, lo m ismo que p arque del e jército qu e se h abía disuelto al
regresar de la derrota de La Cu esta y porque no había encon-
trado a sus je fes en la c iudad, quienes ya se habían m archado
a
G ranada. La co lecc ió n de arm as que hacíam os El izondo , Al -
varez y yo, progresaba m uy b ien y v iendo e l éx ito que ob tenía-
m os, fui a consultar con e l D octor Adán C árdenas, ex-Presidente
de la Repú bl ica, que ya hacía de Jefe del Partido C onservad or,
la labo r que estábam os haciend o, diciéndole las dif icultades con
que tropezábam os algun as veces con retenedores de arm as por
fa lta de confianza en el los, al vernos tan jóvenes. E l Do ctor Cár-
denas con u na bon dad qu e s iem pre le agradecí, me est im uló con
frases a lentadoras para qu e s iguiéramos en e l trabajo em peñado
y nos o frec ió su ayu da pa ra subsan ar cualquier d if icul tad qu e
se nos presentara . Por a lgún t iem po n ingún t rop iezo tuv imos
en la colecta de armas; m ás ya cuan do Zelaya se lanzó a la gue-
rra contra e l Presiden te Vásqu ez, de H ond uras, las cosas cam -
biaron bastante para nosotros y ya se veía un a m arcada vigilan-
cia; por lo cual decidieron salir del país otros dos jóvenes de
gran esperanza p ara la Patr ia . Pedro C alderó n R am írez,
a quien
jam ás volv í a ver , y don Al fredo G al legos qu ien en var ias oca-
siones me alojó en su casa en San S alvador donde con trajo ma-
tr im onio con u na señ orita tamb ién de apel lido Gal legos.
En las postr im erías de la guerra contra V ázq uez, la perse-
cución fue ta l para m í, que decidí irm e a C hon tales dond e pasé
varios m eses, esperando prim ero la terminación d e dicha guerra
y en espera que todo se norm al izara para regresar a m i casa en
Managua.
a puesto aquí pude darm e cuenta de que aún había
algo especial contra algunas person as a quienes constantem ente
se vigilaba .
or eso resolví buscar ocupació n fuera de m i casa,
de m i fam i lia , y fuera igua lmen te de la dud ad de Managua...
Los jóvenes E l izondo y S aballos continuab an su labor de conse-
guir arm as, pero desafortuna dam ente Alvarez se incl inó m ucho
a las bebidas alcohó l icas hasta el extrem o de no poder ya traba-
jar con E l izon do. Sa bal los , joven d e gran inte lecto y m uy s im -
pát ico, en m uy tem prana eda d desapareció de l escenario de la
v ida, aprovechand o yo la escr itura de esta m is m em orias para
dedicarles u n recuerdo cariñoso.
Adm inistrador en Pacora y Río Grande
C om o yo sent ía m ás inclinació n por la ganadería que por el
cultivo del café, dispuse bu scar ocupación en alguna p ropiedad ga-
nadera. Al tener conocimiento que e l em pleado de los Cham orro-
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EMILIANO CHAMORRO
Zavala, estaba p or retirarse de la Adm inistración d e la hacienda
Pacora , fui a hablar con doñ a C arlot ita Ch am orro de Crist i-
globo, hi ja de d on Fruto C ham orro, fun dador del Partido C on-
servador d e N icaragua, y le solicité ese em pleo, solicitud qu e fue
atendida inmed iatam ente. Pasé, pues, a man ejar dicha hacienda
que queda al otro lado del lago de Managu a, a poco más o m e-
nos una legua de d istancia del puerto San Francisco del Carnice-
ro y de la propiedad Río Grande , un poco m ás allá de la de
San Francisco mencionado , propiedad ésta que llega hasta el río
C inacapa, sobre la costa del lago. sto sucedía en el año 18 94.
En la adm inistració n d e dichas propiedades pu se todo mi
empeño en quedar bien, pero tem ía no conseguirlo a satisfacción
de doñ a C arlot ita (así la l lam áb am os cariñosa m ente), porque
ella tenía un sistema para calcular el aum ento de sus ganados
y era que con taba los nacidos y los herrados pero no con taba
los muertos, de tal manera qu e no h abía adm inistrador comp le-
tamen te honrado para el la . Así es que cua ndo a sol ic itud m ía
dejé la Adm inistración de esa s propiedades, sentía gran satisfac-
c ió n porque h abía ev itado en m i corta durac ió n en e l em pleo,
que se m e pud iera incluir en el nú m ero de los adm inistradores
que hab lan dispuesto de ganados, según ella.
Antes de term inar este capítulo de Pacora y Río G rande,
quiero referir el pensam iento que tuve una vez al ir a herrar y co-
rrer en e l m es de Febrero unos n ovillos en Río G rande, cuya
frondosidad en aquel entonces era m aravillosa; que si alguna vez
se presentaba la ocasió n de adquirir alguna pa rte de ella, no de-
bía desp erdiciar esa oportun idad p ara hacerlo, com o al f in lo
hice, cumpliéndose así uno de mis grandes sueños y anhelos, com-
prand o partes de los herederos hasta llegar a obtener la m itad
de los derechos hereditar ios. Ya du eño d e tales derechos, m e
encon tré con la conyun tura de que la propiedad iba a ser subas-
tada, por un juicio entablado entre don Isidro S olórzano R eyes
y los herederos de don Fruto Ch am orro para la cesació n de co-
m unidad, y fue así cóm o, en subasta púb lica adquirí toda dicha
propiedad en unió n de d on En rique Palazio, de quien m ás tarde
m e separé, quedánd om e la parte que actualmente ocupo con el
nom bre legal de San C ristóbal . Es curioso este pensam iento
de joven realizado, de llegar algún día a ser dueñ o de dicha pro-
piedad y d e ser Presidente de la R epúb lica de m i Patr ia qu e
también tuve en mu y tem prana edad.
Como
vimos
anteriorm ente, a la calda d el G obierno del
doctor Roberto Sacasa, regresó m i padre de Eu ropa, y despu és
del triunfo de la con trarrevolució n y d e la llegada d e Zelaya
al Poder, resolvió vender sus propiedades y dem ás intereses que
tenía en Nicaragua a la C asa Pedro Joaqu ín C ham orro
e
hijos ,
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f irma que en ese en tonces se encontraba económ icamente fuerte,
m uy prósp era, con bri llante porvenir .
i padre deseab a irse
a v ivir con su fami lia a E uropa, por cuyo m ot ivo m e l lam ó de
la hacienda Pacora , dond e yo m e encontraba, para que vi-
niera a hablar con é l y desped irm e de toda la familia . E n esa
ocasión m e hizo la propuesta de que por cuen ta de él me fuera
a estudiar para Abogado en C hile , Repúb lica de S ud-Am érica;
m as com o en el Colegio me h abía form ado m al juicio de la Pro-
fesió n de Ab ogado, rehusé la oferta, por considerar que es m uy
difícil que un Abogado p ueda conservarse com o hom bre íntegra-
m ente honesto, rechazo que lam enté mu cho después, pues tal
Profesió n m e hub iera servido de gran u tilidad en m i larga actua-
ció n p olí tica. Tam bién m i padre m e propuso que fuera a Italia
a
estudiar arquitectura,
y
aunque tal proposición m e halagó bas-
tante, no la acepté tampoco, ya m is ideas estaban m uy engreídas
en la po litice del país.
espués de esa conversació n, habló m i
papá con los C ham orros, sus cuñados, para que m e sum inistra-
ran los fondos necesarios para h acer una propiedad de café en
Matagalpa, en terrenos que eran d e su propiedad, en calidad de
socio industrial.
uando m e comunicó tal propósito, lo acepté en
el acto y m e retiré de la Adm inistración de la hacienda d e Río
Grande, exp resándole m i agradecimiento
a
doña C arlota y
a
u
herman as Adela y Chepita.
Para cenar el capítulo de m i vida al lado de m i padre, quiero
hacer men ción de que a m i llegada a M anagua el c inco de J ulio
de 18 85 , me en contré en la casa con la jovencita C arlota Ch a-
m ono, que tam bién era hija i legítima de m i padre.
demas es-
taban allí otras dos jóvenes, Inés y Sara A vilés, hijas de u n m ili-
tar que con m i padre había ido en las fuerzas que N icaragua
m and ó a El Salvador para repeler las tropas del Gral . Justo
Ru fino Barrios.
v ilés m urió en un com bate que tuvo lugar
con las fuerzas salvadoreñas, por cuyo m otivo m i padre había
recogido a esas huérfanas, que salieron de la casa hasta que se
casaron; lo m ismo que m i herm ana C arlota con quien siem pre
cult ivé y cultivo una am istad, de verdadera fraternidad . U no
y otro nos tenemos m ucho cariño.
En M atagalpa
El Gobierno del Gral. Zelaya que du rante la guerra con Hon-
duras para d errocar al Presidente D om ingo Vásquez, hab ía tra-
tado a la oposición n icaragüense con du reza: mu ltas, contribu-
ciones forzosas, prisiones y aun con torturas, que no eran raras,
com o el dar palo, el cepo, las cadenas, los grillos y carlancas; por
lo cual — como d ije antes— mi padre dispuso irse
a
vivir a Europa
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EMILIANO CHAMORRO
con su familia.
i herman a C ar lota ya se había casado con e l
señor A ntonio B elli , de n acionalidad ital iana y arqu itecto de p ro-
f es ión . Lo m ism o las j óvenes Inés y Sara habían contra ído m a-
t r im onio , y yo m e fui
a
trabajar a Matagalpa en una h acienda
de café en sociedad con don Pedro Chamorro. Así que llegué
con unos p ocos mozos, hice primeramente un bahareque que nos
pud iera abrigar del agua, nos dejara preparar la com ida y dorm ir
al lí aunqu e fuera en e l suelo , mientras pod íamos construir un
rancho m ejor acondicionado.
A mi llegada a Matagalpa, encontré a don Luis Vega que
todav ía and aba con m uletas a causa d e la apaleada qu e le ha-
bían dado . Tam bién me presentaron a o tros cuan tos que ha-
bían sufr ido su buena cantidad de golpes de vara (de tam arindo
y pap aturro ). E l Part ido C onservador m ataga lpino, aunque pe-
queñ o entonces, era m anejado y d irig ido por hom bres de gran
decis ió n y devoción a su cau sa. En cam bio, fuera
e
la ciud ad,
en las cañad as indígenas, la mayo ría de su s habitantes si no su
tota lidad era , y es , abru m adoram ente conservad ora . El ind io
hab ía s ido m uy m al tratado por e l liberalismo, obl igán dolo con
sus au toridad es a ir por la fuerza a co rtar café hasta las hac ien-
das de los poderosos en M anagu a, tan só lo por la com ida o pa-
gán doles m iserables salarios. Por eso m i llegada a M atagalpa fue
m uy bien v ista y s iem pre encon tré abiertas para m í las casas
conservadoras.
En aquellos d ías tam bién h abían en M ataga lpa m uchos jó -
venes de G ranada y d e otras partes de l pa ís que estaban com o
yo, ocupa dos en e l cultivo de l ca fé . En e l t rabajo que estába -
m os forman do opté por pasar toda la sema na y visitar la ciudad
sólo los días sába dos desp ués del m edio dia y regresar hasta e l
lunes por la mañ ana.
n M atagalpa a lqui laba un cuarto de una
m ediagua que tenía don Bartolomé M artínez con qu ien seguí cul-
t ivando con m ayor a fecto la am istad que h abíamos in ic iado en
e l C o leg io de Granada . Tam bién h ice m uy buen a am istad con
don J osé Ignacio Berm údez y su famil ia, así com o con sus h i jos
Ernesto y Osbaldo y con su herm ano Eu doro.
e igual m anera
la h ice con e l G ra l. Horac io Berm úd ez y su señora doñ a P i la r
de Berm údez; con don Jesú s Robleto y su esposa Josef ina; con
don Secundino M atus y su herm ano E udoro y otros tantos am i-
gos que sería cansado en um erar. Pero s í no se debe olv idar que
al lí me int im é m ás con don Bartolom é Mart ínez, má s tarde com o
yo, Presidente de la República. Así pasamos el resto del año
noven ta y cuatro y tam bién el noven ta y c inco, a le jado d e toda
act ividad p ol ít ica, pues el Partido C ons ervado r despu és de las
persecu ciones, prisiones , confiscaciones, torturas etc., etc., se en-
contraba desanimado y exh austo, y ni aun en e l mism o l iberalis-
m o se veía act iv idad pol í tica ni en las m ismas esferas of ic ia les .
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EL UL
TIMO
CAUDILLO
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29
Así llegam os al año n oventa y seis, y no fue sino ha sta f ines d el
verano que se produjo la Revolución de León contra Zelaya,
a causa de la pretendida reelecció n d el expresado G ral. Zelaya.
En e l Coleg io de G ranada cul tivé buen as re lac iones con e l
estudiante jinotegano Ignacio Ch ávez, hijo del Pr im er C iudada-
no que as í llamá bam os a l padre de é l don Ignacio Ch ávez, en
quien el Doctor Roberto Sacase, depositó e l m ando p or e l t iem -
po qu e estipula la C onstitución, para poder lanzar su can didatura
legal a la Pres idencia . A esa am istad d e C oleg io se debe que e l
d ía en qu e M ataga lpa iba a proc lam ar e l desconoc im iento de l
G obierno de Zelaya y a crearse e l G obierno de la Revolución de
Leó n, m e visitara el refer ido joven C hávez para decirme:
Ven-
go a visitarte de parte de las fuerzas del D epartamen to del Norte
al man do del Gral . Fernando M aría Rivas para insinua rte que
inmed iatam ente salgas para Granada junto con Ernesto Berm ú-
dez, pues d e no ha cerlo así , serán h echos p ris ioneros . Puse lo
anterior en cono cimiento del señor Berm úd ez y decidim os salir
de M atagalpa aprox imadam ente a las nueve de la m añana, hora
en que la l lam ada generala se o ía en las ca lles de la c iudad.
El mism o señor C hávez n os ayudó a preparar las best ias a f in
de qu e no perdiéramos t iem po, com o e fectivam ente lo hicim os,
cam inan do d ía y noch e para l legar e l s iguiente d ía a G ranada.
D igno de anotar es que esa noche cuando cruzábam os La Cu es-
ta del Coyol , pensé que si algún día tenía o se me ofrecía la
posibilidad de h acer lo , comp ondr ía dicha cuesta . D ios m e per-
m itió cu m plir con esa p rom esa íntim a, pues al l legar yo a la Pre-
sidencia de la República (1916-1920) y hacer la carretera de
C arazo hasta M atagalpa, hice que cruzaran p or la cuesta e l ca-
m ino que acerca los departam entos del Norte con los del interior.
La Revolución de 1896
Ya puestos en Granad a m e informé que la guerra había es-
ta llado en todo e l pa ls y que a lgunos departamen to se hab ían
pronu nciado a favor del Gob ierno de la Revolución d e Leó n que
aparen tem ente era fuerte y que e l Part ido C onservad or había
ofrec ido su apo yo a l Gral . Ze laya. C asi forzado e l conservat is-
mo granadino
toma r esa act itud por la que ya se había resuel-
to el conservat ism o de M anagua , el que ob rando independiente-
m ente, puede d ecirse, o frec ió su a poyo a Zelaya, s in con sultar
con los corre lig ionarios de Oriente . Por eso vem os ya toma ndo
parte en los com bates de N agarote a los principales jefes m ili -
tares m ana güenses d e l C onservat ism o, entre e llos a l va l iente
y muy querido Jefe Gral. Ignacio Páiz. Al enterarme de la si-
tuación , sin vacilar m e fui a M anagu a a incorp orarm e a las fuer-
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MILIANO
CH MORRO
zas del Gral.
osé
M aría C uarezm a, que salía para la zona d e
Matagalpa.
ste general me dio mu y buena acogida y me n om -
bró su Ayudan te, en cuya calidad pelié en el combate de C iudad
Darío.
as fuerzas de C uarezm a que sal ieron de Man agua se
juntaron con las de C hontales coman dadas por el Gral. Vázquez
en el pun to l lam ado Las Tetil las , continuan do su marcha has-
ta D arío.
Es lástim a que no pu eda precisar las fechas en que ocu rrie-
ron estos sucesos pero recuerdo bien que el día antes de la batalla
de Ciudad D arío, l legamos a un lugar que se l lam a Pasle a eso
de las dos o tres de la tarde. Estábam os descargando e l tren
de guerra cuando nos atacaron sorpresivamente y aunque obser-
vamos qu e los atacantes no eran nu m erosos, el hecho d e haber
sido com pletam ente de sorpresa el ataque, nos desconcertó m u-
cho, y desde entonces tomé experiencia de lo m ucho que se puede
obtener de un ataque al enem igo, sorpresivamen te.
Si en ese m om ento el Coronel Paulino Mon tenegro, que fue
el Jefe atacante hu biera insistido en el ataque, es posible que
nos hubiera quitado el tren de guerra, pero felizmente para noso-
tros el t iroteo se ext inguió y la calma se restableció en n ues-
tras filas.
Ataque a Ciud ad Darío
El s iguiente día m uy tem prano sal ieron las fuerzas del
Gral. Vázquez y de Ju an Estrada a ocupar unas alturas que do-
m inan ciudad D arío.
na de esas a lturas lleva e l nom bre de
Mom bachito , donde se colocó la m ejor pieza de artillería. Hecha
esta operación, dejando en su puesto de comba te dicha pieza me
ret iré de esa ala, que podem os llama r ala izquierda para ir
a acom pañar al C oronel C astil la que m archaba sobre el camino
real, es decir el centro, hasta colocam os en lugar apropiado pa ra
iniciar el com bate inmed iatamen te que recibiéramos la orden de
ha cer lo . Por e l otro lado (derecha) e l G ral . C ach irulo con lo
m ejor del e jército de M anag ua h abría que sal ir detrás del Ce-
m enterio de la ciudad. ruzando unos potreros que habla de
por m edio fue sorprendido y atacado fuertemente.
l iniciarse
el combate, en esta ala, el Gral. C uarezma dio sus ó rdenes para
que tanto Vásqu ez com o C astilla, hostigaran al enem igo por sus
respect ivos frente. A m edida qu e el día avanza ba, e l fragor de
las fuerzas de C achirulo y las que defendían la ciudad, se hacia
m ás intenso y pa recía que se alejaba d el luga r de iniciació n.
Inciertos com o estábam os del resultado d e este comb ate, me fui
en busca de ver con quien com unicarme para saber lo
que pasa-
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EL ULTIMO CAUDILLO - AUT OBIOGRAFÍA
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ba, no encontré
a
nad ie, só lo las hu ellas dond e habían estado
peleando y como se hacía tarde regresé al Cam pam ento General
de Pasle, donde se encontraba el Gral. Cu arezma, Jefe de todas
las fuerzas.
Poco después de m i llegada, empezam os
a
recibir tropas que
decían llegaban d errotadas
según
que pertenecían
l los—
a las fuerzas del G ral. C achirulo y que a éste le habían m atado
un hijo, por lo cual el general, venía con su cad áver. E fectiva-
m ente, m om entos después teníamos aqu í al Gral. C achirulo con
dicho cadáver y bastantes soldados qu e habían ab andonado la
lucha desorganidamen te. Con los datos que el Gral. C achirulo
dio al Gral. Cu arezma, éste redactó u n m ensaje para el C om an-
dan te General, que era el Presiden te, dándo le cuenta de lo ocu-
nido y d eclarán dole que la batal la se hab la perdido y q ue iba
a dar sus instrucciones en ese m om ento para levantar el camp o
y ocupar alguna posición m ás ventajosa un poco m ás atrás de
donde nos encontrábamos.
En ese m om ento le pedí permiso al Gral. Cua rezma para ex-
ponerle la verdadera observación del comb ate y principié por de-
cirle que no e ra exacto que las fuerzas hubieran sido derrotadas,
que lo que efectivamente pasaba era que las fuerzas del Gral. Ca-
chirulo se había desorgan izado al saber la m uerte del hijo de su
Jefe; pero que los otros frentes estaban en posiciones m uy ven -
tajosas y que el C nel. Castilla con sus hom bres había avanzado
sobre Darío hasta un pu nto en que pud iera decirse era ya dueño
del Cem enterio, según el dom inio que tenía sobre éste. Q ue yo
creía era un error hacer trasmitir ese telegram a.
C on estas observaciones que le hice al Gral. C uarezm a éste
le dijo en el mism o m ensaje a Zelaya qu e no ob stante lo dicho
por el Gral. Flores, yo aseguraba qu e las fuerzas del Gral. Vás-
quez y las de l C oronel Ram ó n C astilla estaban intactas y h a-
bían ganado ventajosas posiciones durante el día. En respu esta
a
dicho mensaje del Gral. Cuarezma, Zelaya le ordenó que desocu-
para Peale y mandara al Ayudante C ham orro a decirle a Vásquez
y C astilla que al siguiente día,
a m ás tardar, a las diez de la m a-
ñana, recibiríam os refuerzos.
Las diez de la
ui
oche serían cuand o
rdenado p or e l
Gral. Cuarezm a para ir
a
com unicar a Vásquez y C astilla el tele-
gram a de Zelaya y que en con sideració n de qu e era de noche,
que m e quedara a dorm ir en el campam ento del Coronel Castilla,
com o lo hice . Tanto para V ásquez com o para C astilla fue sor-
presa lo que les referí de la pérdida que había tenido el Gral. Con-
cepción Flores (C achirulo). Sin em bargo, ningun o de e l los va-
ciló en su resolución de ganar la batalla sobre ciudad D arío como
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EMILI NO CH MORRO
efectivam ente sucedió porqu e al siguiente día, en las prime ras
horas de la m añan a, el Gral . Fernando M aría Rivas, abandon ó
la Plaza; este episodio que h e referido, me ha dad o la gran ex-
periencia de lo que vale un a viso a tiem po, en asu ntos m ilitares
com o el relatado, que con virtió en triunfo u na posible derrota.
Batalla de El Obraje
Al retirarse el Gral. Cu arezma, pedí perm iso para quedarm e
unos días en Matagalpa, atendiendo algunos asuntos de m i pro-
piedad de café; terminado lo cual volv í a Man agua, pero ya n o
m e incorporé com o Ayud ante de l Gral . Cu arezma p orque éste
qued ó prestando servicio en p laza, y yo quería servicio m ilitar
en cam paña ; y por esta razó n m e incorporé en las fuerzas del
Gral. Vásquez qu e habían sido ordenadas para ir al lado de M o-
m otom bo, al otro lado del Lago . Al incorporarm e a las fuerzas
del Gral. Vásquez, m e confiaron una C om pañía comp uesta por
gente de C atarina y N iquinohom o, todos representantes de la
C asta Indígena.
as fuerzas del Gral. Vá squez , serían en total
unos dos m il hom bres más o m enos . . .
archamos por varias
haciend as al otro lado d el Lago ha sta llegar
a
una posición lla-
m ada El Obraje , que tenían m uy bien defendida las fuerzas
leonesas.
on e l Gral . Nicasio Vásquez n o tenía yo la m ism a
confianza o am istad com o la que m e dispensaba el Gral. C uarez-
m a, por ser el Gral. Vá squez de filiació n liberal, al que n o hab ía
conocido antes pero a quien guardaba respeto y consideraciones;
y por esa falta de con fianza n o pud e enterarm e antes de la im-
portancia que tenía el com bate que estaba próx imo a
desarro-
l larse hasta q ue estuve en él.
U n día de tantos nos formaron de m adrugada y nos pre-
pararon para aproximarnos
a
un a altura bastante larga y escar-
pada, próx ima a la de El Obraje .
araron la marcha de las
fuerzas y las div idieron en tres grupos:
l a la izqu ierda al
m ando del Gral . Em iliano Herrera, prominente hom bre púb lico
de C olombia, que después fue Presidente y enseguida Em bajador
en W ashington de su m isma Nación, donde fue m uy apreciado
y distinguido; en el centro, el Coronel Ju an J osé Estrada a cu -
yas tropas pertenecía m i C om pañ ía y a la derecha otro de los
jefes m ilitares con qu e estaba com puesto el ejército, cuyo n om -
bre no recuerdo.
l Gra l. Vá squez despu és de hab lar con los
encargados de columnas, dio la orden de m archa. l C oronel Es-
trada a su vez m e dijo que m archara con direcció n
a la altura
que teníam os en frente, advirtiéndon os que al aproxim arnos po-
drían dispararnos algun os balazos pero que yo, con m is hom-
bres, al encontrar resistencia podría m ovilizarme buscando
la de-
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EL UL
TI
MO
CAUDILLO - AUT OBIOCRAFIA
33
recha.
ago constar que era la primera vez que yo iba a pelear
con fuerzas directamente a mi mando y que no tenía más ins-
trucción militar que la adquirida en mía lecturas de libros de
Historia, así es que al marchar sobre el enemigo, iba tomando en
consideración lo poco que yo conocía teóricamente. Por eso, en-
contrándonos en un terreno de monte bajo, cuando nos hicieron
los primeros tiros, vi delante de nosotros un monte más crecido
donde podríamos resguardamos tras los árboles, y di mis órdenes
de marchar hacia él; pero ya puestos en este monte, el fuego
que recibíamos era mayor; y todo mi interés y tentación era apo-
derarnos de una quebradita de agua que corría frente
a nosotros,
no me dejó pensar, sobre el inminente peligro que corríamos,
sólo me fijé en lo ventajoso que era para nosotros apoderamos
de aquellas aguas. Movilicé con energía mis fuerzas para cruzar
el riachuelo y principiar el combate, cruce que nos costó varias
bajas, pero a mi juicio, fue lo que decidió el combate, pues fue
donde mis soldados endurecieron y mostraron su temperamento
de lucha y a mí el estímulo y coraje suficientes para desalojar
al enemigo, y ya en poder nuestro dicha posición, seguimos lu-
chando sobre otras trincheras que habían adelante, arriba del
ceno, de las cuales también recibíamos fuego nutrido; pero mis
soldados no se desanimaban.
Veíamos caer a nuestros compañeros; pero al mismo tiempo
parecía que otros surgían de la tierra para luchar conmigo en
aquel encarnizado combate; y así llegamos a ocupar la cuarta
trinchera. Aquí ocurrió un incidente digno de mencionar: Los
defensores de las trincheras enemigas al verse escasos de parque,
mandaron a un Ayudante a buscarlo, pero cuando regresó ya no-
sotros nos habíamos apoderado de las trincheras y de éstas le
hacíamos fuego a otra de adelante desde donde nos gritó una voz
muy fuerte:
No hagan fuego a esta trinchera que somos los
mismos .
o estaba cerca a ese individuo y al oírle su grito
y verle el lazo rojo que tenía amarrado en el brazo me acerqué
resueltamente a él, lo agarré del brazo, lo sacudí fuertemente y le
dije: Cállese, ¿quién es usted? . Su contestación fue la de
tirarme un puntazo con una daga, el cual yo escurrí con una ter-
cerola que portaba y el Coronel Villafuerte que estaba allí tam-
bién le puso su rifle en la frente y le dijo: Si se mueve lo
tiro y aquel quedó inmóvil, ante la amenaza de muerte y se
dejó desarmar. Lo mandé amarrar para llevarlo al Campamento
General, pero el soldado hizo tan fuerte la amarra que que el
prisionero se quejó de la falta de circulación de la sangre. Orde-
né que se la aflojaran un poco y que lo llevaran al Campamento,
respondiendo el custodio por la vida del prisionero que resultó
ser nada menos que el Coronel Paulino Monteneg
ro, el mismo
que nos había atacado en Pasle.
ás tarde tuve la satisfac-
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34 / EMILIANO CHAMORRO
ción de saber que el joven Montene
gro hizo siempre buenas re-
ferencia de como lo traté, después que estuve a punto de ser
muerto por él.
Terminado el incidente con Montenegro, continuamos la
lucha y acabamos por hacernos dueños de otras trincheras me-
nos una o dos que estaban en la cúspide de la loma. Cuando
esto sucedía, yo me encontraba hecho Jefe de un montón de
fuerzas que no eran las mías, pues éstas habían quedado redu-
cidas a un pequeño grupo; y las otras que escuchaban que el
combate iba cerro arriba, por su propia cuenta fueron buscando
el lugar de la pelea y se fueron incorporando a mis fuerzas; por
esto es que yo tenía más tropas que las que comandaba al prin-
cipio; más en realidad mis soldados habían sido diezmados en
el rudo pleito; por lo que dispuse un pequeño alto para ir a bus-
car refuerzos, llegando hasta donde el Cnel. Estrada que ocupaba
las trincheras que yo había tomado antes y desalojado al ene-
migo de allí. Le pedí fuerza al Cnel. Estrada para continuar el
combate y que viniera él conmigo; y en vista de mi insistencia
para que me diera soldados de su batallón, me dijo: Ve, Emi-
liano, esa posición es intomable, está muy bien fortificada y bien
atrincherada y la orden que tenemos es la de sólo amagarla .
Yo le repliqué:
Coronel Estrada, le aseguro que esa loma
está ya tomada, sólo me falta la última trinchera de la cual es-
toy apenas a unas treinta o cuarenta varas para coronarla y ter-
minar la obra . El Coronel Gustavo Abaunza que estaba junto
a
él le insinué la idea de que me diera apoyo y que si él (Es-
trada) se sentía cansado y que no pudiera ir porque era algo im-
pedido de una pierna, que le diera a él (Abaunza) las fuerzas
que ataban allí, desocupadas, y así lo hizo Estrada. Abaunza se
vino conmigo a continuar la lucha para la toma definitiva de El
Obraje , lo cual sucedió como yo se lo había asegurado al Co-
ronel Estrada.
Deseo consignar un hecho, a manera de anécdota, de un
Sargento: ste, de mi compañía, me había acompañado durante
todo el trayecto del combate, desplegando un valor inaudito, de-
nodado, pero en esta última etapa fue tocado levemente, insig-
nificantemente, por una bala y al sentir tal roce, me dijo:
Ca-
pitán, ya me hirieron .
o examiné y vi que en el pómulo tenía
una heridita tan mínima que más parecía un rasguñito o una ra-
yita de la espina de alguna zarza y continuó peleando pero como
cinco minutos más tarde me volvió a llamar para decirme:
Capitán, tengo miedo, quisiera quedarme aquí .
o accedí a su
ruego, pues el calor de la lucha había pasado.
omo lo había
previsto, poco después de iniciado el combate, los leoneses aban-
donaron las últimas trincheras y me dejaron dueño absoluto de
la loma de El Obraje , habiéndome tocado en suerte ser herido
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EL ULTIMO CAUDILLO AUTOBIOGRAFIA
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en un dedo de la mano yo también.
e llovieron felicitaciones
de los jefes y de m is superiores por el triunfo y aprovech é esto para
pedir al Gral. Vásquez me concediera permiso para ir a Managua
a curarme el dedo, pero el Gral. Vásquez me contestó diciéndome
que no hiciera uso de ese permiso porque las tropas sólo con-
migo peleaban bien y estábamos en una zona muy peligrosa, pues
nos aproximá bam os a Mom otombo donde el enem igo podía echar-
se sobre nosotros.
No he ocupado más tiempo en describir la batalla del Obraje
a causa de que poco me gusta exaltar el comportamiento de las
tropas que andaban conmigo y la conducta propia mía; pero la
verdad es que tanto la acción de armas de dudad Darío como la
de El Obraje fueron dos acciones en que tuve figuración como
Capitán y que la de El Obraje fue sangrienta y que si obtuve
el triunfo fue por la energia que desarrollé para movilizar las
fuerzas de ataque hasta el extremo de no darles un minuto de
descanso en aquella ascensión en que íbamos sanando palmo
a palmo el terreno en aquella larga altura que obligó al enemigo
a perder un buen sistema de sus posiciones de atrincheramientos,
comunicadas de unas a otras por teléfono. Por eso el combate
de El Obraje mereció por varios días que la prensa del país
y centroamericana se ocuparan de él, haciendo mención honrosa
y meritoria de mi por la parte que desempeñé en ella.
Incidente con Zelaya
Después de un ligero descanso continuamos la marcha para
Momotombo, pero por órdenes de la Jefatura del Ejército nos
detuvimos en la hacienda California , lugar no muv distante del
puerto lacustre de Momotombo. Aquí fui ordenado a tomar la
linea de defensa en una extensión como de mil varas de dicho
puerto. Allí distribuí los trescientos hombres que se' habían in-
corporado a mis fuerzas, amarré mi hamaca de dos árboles y que-
dé instalado. Al siguiente o dos días después de nuestra esta-
día allí nos anunciaron la llegada de Zelaya, en calidad de ins-
pección y m e ordenaron salir con cincuenta hom bres a encontrarlo
y explorar el camino para su pasada.
En esta operación ocurr ió una contingencia:
endo nosotros
por un camino para salir a
un Ilanete, nos hicieron fuego del ex-
tremo contrario; inmediatamente contestamos con descargas más
activas y marchando siempre sobre los ofensores, quienes al ver
nuestra actitud se declararon en fuga y corriendo tras ellos. En
mi carrera oí una voz que salía de entre los árboles, que decía:
Emiliano, Emiliano , a este requerimiento me detuve y descu-
brí
a un señor de saco y chaleco, con un sombrero de esos que
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EMILI NO CH MORRO
llam an bom bin .
ra e l Doctor D es ider io M anzan ares , Su b-
secretar io de Fom ento, quien m e di jo :
Som os los m ism os, e l
G ra l. Ze laya nos m andó de avanzadi lla .
e expliqué a mis
fuerzas lo ocurr ido, les d i ánim o con lo que qu edaron com ple-
tamen te tranqui los, seguros todos de qu e por ese lado no h abía
pel igro . Por supuesto, desde ese m om ento m i preocupación fue
m uy grande p or lo que po dría pensar Zelaya de m i actitud, dado
m i carácter de ad versar io po l í tico ; y por e l lo m e detuve hasta
que llegó el Gral. Nicasio Vásquez, a quien le manifesté mi
preocupación , dándole seguridades que de mi parte no hubo m ala
intención.
Vásquez le dio fe a mis palabras y quedó plena-
m ente satisfecho.
l G ral. Zelaya l legó con varios person ajes de
M anagu a y con e l Gra l. Terenc io S iena , m ilitar hondureñ o de
gran val ía y qu e m ás tarde fuera Presidente de su Patr ia . Llega-
do yo nuevam ente a C al ifornia ordené a m is so ldados ocupar
los puestos que tenían an tes de la inspección y yo tamb ién ocu-
pé el m ío.
C uan do le s irv ieron el a lm uerzo al Gral . Zelaya y su com i-
t iva , m and ó a inv i tar a a lgun os de los m i li tares de las fuerzas
de l Gra l . N icas io V ásquez , y a m í , es te genera l en persona m e
invi tó , pero yo m e excusé p orque la línea de defensa qu e tenía
a m i cargo era grande y tem ía ser sorprendido en cualquier mo-
m ento y no as istí a l banquete .
En las pr im eras horas de la noche volv ió e l Gral . Vá squez
e insistió en invitarm e, de parte d el Gral . Zelaya, m e di jo , para
que asistiera a la comida que le daban esa noche y entonces
me pareció mejor ser franco con Vásquez para evitar que el
Gral . Zelaya sufr iera una equivocació n respecto a m i conducta,
dic iénd ole a Vá squ ez : Agradez co a l G ra l. Ze laya su generosa
invitació n, pero no qu iero que m i presencia lo haga p ensar qu e
yo des is to de m i opos ic ión f ranca y f irm e a su Gob ierno . Haga-
m e favor de decírselo así .
Pasó la noch e con t iros esporád icos de una y otra parte; pe-
ro a l amanecer observam os que los t iros del lado de M om otombo
eran desperdigados y fui ordenado p ara levantar el cam po y m ar-
char sobre Mom otomb o, para dond e sa lí y com o a m edia legua
de andar m e encontré con tres o cuatro hom bres y m e informa-
ron que las fuerzas enemigas que estaban en Mom otom bo habían
abandonado la Plaza y salido con dirección a La Paz Centro.
D etuve a estos hom bres y envié un correo al Gral . Vásqu ez, in-
form ánd ole de lo ocurr ido . Poco después l legó e l Gra l. V ásquez
acom pañ ado d el Gral . Ze laya, de l Gral . Terencio S iena y de a l -
gun os otros m i li tares de a l ta jerarquía . E l G ral . Ze laya perso-
nalm ente interrogó a los hom bres detenidos por m í, conf irm án-
dole éstos la desocu pación de las fuerzas del Gral . C havarría, des-
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EL ULTIMO
CAUDILLO
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pués de lo cual me dijo el Gral. Zelaya:
Continúe su marcha
a Momotombo, llevándose a los hombres y si es mentira lo que
ellos han dicho, fusílelos . Con gran satisfacción de mi parte
encontramos que efectivamente la Plaza había sido abandonada
por el enemigo, como a las cinco de la mañana lo que nuevamente
mandé avisar al Gral. Vásquez y éste a su vez al Gral. Zelaya,
llegando enseguida todo el grueso del ejército. Inspeccionando
estábamos las formidables trincheras que en ese puerto habían
hecho los Generales Godoy y Chavarría, cuando llegaron a avisar
que el Gral. Páiz estaba atacando La Paz Centro y le estaban
ofreciendo mucha resistencia, por lo que pedía auxilio.
nton-
ces el Gral. Zelaya, dirigiéndose a mí, me dijo:
¿Quiere usted
ir a auxiliar al general? y con mi contestación de que lo haría
con mucho agrado, me agregó:
Esa mula en que usted anda se
la voy a cambiar por el caballo que anda mi cuñado Luis Cousin .
El caballo que me ofrecía era muy hermoso, color tordillo; pero
la mula mía era muy buena y de mi propiedad y le dije al
Gral. Zelaya:
Le agradezco mucho, pero esta mula si no la ma-
tan, deseo conservarla y me despedí saliendo para La Paz
Centro.