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EL TRUHÁN Y SUS APODOS ...apode el truhán, juegue de manos y voltee el histrión, rebuzne el picaro, imite el canto de los pájaros y los di- versos gestos y acciones de los anima- les y los hombres el hombre bajo que se hubiere dado a ello, y no lo quiera hacer el hombre principal, a quien ninguna habilidad déstas le puede dar crédito, ni nombre honroso. CERVANTES, E l coloquio de los perros Los malabarismos verbales de la Crónica burlesca de don Fran- cés han sido parangonados modernamente con los juegos concep- tistas de Quevedo y otros escritores del Barroco 1 . Los apuntes que siguen representan una investigación de las raíces históricas de estos paralelos. Un fragmento de la Elocuencia española en arte, de Jiménez Patón, ofrece una excelente vía de acceso a los pro- blemas que me propongo examinar. Me refiero a las considera- ciones en que entra al explicar, muy poco después de haber dado comienzo al capítulo sobre el tropo metáfora, por qué integra en él el examen de la catacresis: Hasta ahora todos hacían distinto tropo la catacresis, no debiendo hacerlo porque llanamente es metáfora, como consta del mismo Ci- cerón en el libro tercero de su Orador, donde dice que si la metáfora fuere dura se dirá catacresis [...] En castellano parecerá que usa- 1 Véase, por ejemplo, lo dicho por DIANA PAMP en su Introducción a DON FRANCÉS DE ZÚÑIGA, Crónica burlesca del emperador Carlos V, Crítica, Barcelona, 1981, p. 54. Las citas ulteriores del texto de don Francés remiten a esta edición.

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EL TRUHÁN Y SUS APODOS

...apode el truhán, juegue de manos y voltee el histrión, rebuzne el picaro, imite el canto de los pájaros y los d i ­versos gestos y acciones de los anima­les y los hombres el hombre bajo que se hubiere dado a ello, y no lo quiera hacer el hombre pr inc ipal , a quien ninguna habilidad déstas le puede dar crédito, n i nombre honroso.

C E R V A N T E S , E l coloquio de los perros

Los malabar ismos verbales de la Crónica burlesca de d o n F r a n ­cés h a n sido parangonados modernamente con los juegos concep­tistas de Quevedo y otros escritores del Barroco 1 . Los apuntes que siguen representan u n a investigación de las raíces históricas de estos paralelos. U n f ragmento de la Elocuencia española en arte, de Jiménez Patón, ofrece u n a excelente vía de acceso a los p r o ­blemas que me propongo examinar . M e refiero a las considera­ciones en que entra al expl icar , m u y poco después de haber dado comienzo al capítulo sobre el t ropo metáfora, p o r qué integra en él el examen de la catacresis:

Hasta ahora todos hacían distinto tropo la catacresis, no debiendo hacerlo porque llanamente es metáfora, como consta del mismo C i ­cerón en el l ibro tercero de su Orador, donde dice que si la metáfora fuere dura se dirá catacresis [...] En castellano parecerá que usa-

1 Véase, por ejemplo, lo dicho por D I A N A P A M P en su Introducción a D O N FRANCÉS DE Z Ú Ñ I G A , Crónica burlesca del emperador Carlos V, Crítica, Barcelona, 1981, p. 54. Las citas ulteriores del texto de don Francés remiten a esta edición.

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mos de este t r o p o , y es poco menos usado que el recto que l l a m a ­mos metáfora, p o r q u e lo es, a u n q u e bastardo . E n este t ropo están todas las locuciones que decimos apodos, de los cuales podrán ver e jemplos bastantes en la Floresta española y en lo que se refiere de dichos de truhanes , como v iendo u n o a u n cardenal pequeñito, "éste — d i j o — no es cardena l , sino b u r u j ó n " , l l a m a r a los estribos de las m u r a l l a s bestiones, y f i n a l m e n t e otros m u c h o s que no corra m u y a c o m o d a d a m e n t e el símil es catacresis, que como he adver t ido no es o t r a cosa sino metáfora d u r a o bas tarda , que p o r eso los lat inos l a l l a m a r o n abusión 2 .

Es, según veremos, de g ran interés la sugerencia de que en­t r a n todos los apodos en la categoría de las metáforas " d u r a s " o " b a s t a r d a s " , que suponen que " n o corra m u y acomodadamente el s ími l " . Pero dejando esto de m o m e n t o aparte , destacaré la i m ­por tanc ia de las referencias de con junto que en seguida se hacen, a propósito de los apodos, a la famosa recopilación de M e l c h o r de Santa C r u z , y también el interés de la transición que establece u n a conexión entre los apodos y los ' 'dichos de t r u h a n e s ' ' . C o m o t a l vez recuerda el lector, dos capítulos de la Floresta se t i t u l a n en efecto respectivamente " D e apodos " y " D e t r u h a n e s " ; otro ca­pítulo se dedica, p o r o tra parte , a los apodos " d e algunos pueblos de España y de otras n a c i o n e s " 3 . N o qu iero decir con esto que las alusiones de Jiménez Patón no se re f ieran más que a estos tres capítulos; basta, para convencerse de lo c o n t r a r i o , observar que el chiste c i tado por él a título de e jemplo no está sacado de n i n g u ­no de ellos, sino de " D e cardena les " 4 . Pero incluso teniendo en cuenta algo que está mani f iestamente conectado con el prob lema global de los criterios de selección y clasificación seguidos por Santa C r u z , puede darse por seguro que al menc i onar expresamente, en f o r m a genérica, los apodos y los dichos de truhanes está pensando J iménez Patón en p a r t i c u l a r en los que recogen las secciones así t i tu ladas . Hipótesis que, no obstante, no aclara el porqué de la relación que no menos mani f ies tamente existe a sus ojos entre las anécdotas y los chistes de estos dos capítulos.

Si nos fijamos, en efecto, en los ve int i c inco que recoge el ca­pítulo " D e a p o d o s " , vemos que sólo dos de ellos se a t r i b u y e n a

2 E. CASAS, La retórica en España, Editora Nacional , M a d r i d , 1 9 8 0 , pp. 2 5 9 - 2 6 0 . He modernizado la ortografía de los textos citados en el presente trabajo.

3 Floresta, I I , v ( " D e truhanes") ; V I I , I I ( " D e apodos"); I X , v i ( "De apo­dos de algunos pueblos de España y de otras naciones") . L a edición que se cita aquí es la de la Sociedad de Bibliófilos Españoles, M a d r i d , 1 9 5 3 .

4 Ibid., I , I I , 1 5 ; p. 2 1 .

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u n truhán (en este caso, el famoso d o n Francés). Los ocho p r i m e ­ros se a tr ibuyen a Alonso C a r r i l l o ; seis más son de Alonso de A g u i ­j a r ; cua t ro , de u n " c a n ó n i g o de la santa Iglesia de To ledo que se l l a m a b a Diego López de A y a l a " , atribuyéndose por fin la pa­t e r n i d a d del penúltimo dicho de esta breve antología a don Diego de M e n d o z a , conde de Mélito . E n tres de los cuatro casos en que no se especifica el n o m b r e de apodador5, se ind ica que éste es " u n caba l l e ro ' ' o " u n caballero de este r e i n o " . Sólo en u n caso — q u e corresponde al caso perfectamente codi f icado, según veremos, de empleo de apodo para mofarse de la l ibrea de u n j u s t a d o r — igno­ramos quién es el autor del dicho satírico 6 . A u n q u e los apodos de pueblos y naciones no t ienen , según también veremos, las mis ­mas part i cu lar idades que los que están inspirados por la traza de u n a persona o por la f o r m a de u n objeto , el examen de los once que recoge la Floresta podría l levar a u n a conclusión s imi lar : tres de ellos se asignan al ya menc ionado A lonso C a r r i l l o , en dos ca­sos es la apodadora l a m i s m a re ina Isabel , y d o n Francés también aparece allí citado dos veces, con dichos sobre M e d i n a del C a m ­po y sobre Segovia. L a razón por la que habla J iménez Patón de los dichos de truhanes, luego de haberse re fer ido a los apodos que, según acabamos de ver , corresponden en su gran mayoría a d i ­chos de personas dist inguidas e incluso ilustrísimas, no puede es­t r i b a r , p o r lo t a n t o , más que en las part i cu lar idades de los chistes así designados.

L a tendencia a igualar a nobles y a bufones, por poco que se toque el t e m a de los apodos, que se observa según acabo de mos­t r a r a n i v e l teórico en el texto de J iménez Patón, también se m a ­nif iesta en él a n i v e l m u y práctico de l a versión al igerada que éste nos da de u n chiste de la Floresta. C o m o difícilmente será por obra de u n a m e r a coincidencia que el m i s m o chiste ya esté relacionado con u n i n t e n t o de clasificación retórica de los apodos en la Philo-sophia antigua poética, ofrezco a continuación la versión mucho más conforme al o r i g i n a l de López P inc iano , para que se aprecien las divergencias :

5 T o m o esta palabra, que en el Diccionario de Autoridades no está apoyada con la autoridad de ningún autor conocido, de J . H U A R T E DE SAN J U A N , Exa­men de ingenios para las ciencias, ed. Rodrigo Sanz, I m p r . La Rafa, M a d r i d , 1930. t . 2, pp. 202-203.

6 "Salió en unas justas un caballero vestido de luto y por la ropa sem­brados unos huesos de muertos. A uno que apodó que parecían majaderos, respondió u n criado del caballero: 'Si lo fueran, vos estuviérades allí' Flo­resta, V I I , I I , 25; p. 21 .

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Y del disímil, como lo dijo don Diego de Mendoza de u n Car­denal Legado al Emperador, el cual Cardenal era muy pequeño y muy gordo, y dijo don Diego: "que más parecía chichón que car­denal " . Y deste disímil y del símil, jugando del equívoco, se harán m i l formas de mover a risa, y, especialmente, en castellano, porque abunda de más equívocos que otra nación, así como el griego de metafóricos; en el símil se pueden poner todos los que decimos apo­dos, los cuales por tomarse de muchas partes, son también innú­meros [ . . . ] 7 .

Es cierto que pueden subsistir dudas acerca de si la versión al igerada del chiste sólo está destinada a i l u s t r a r , en la intención de J iménez Patón, las consideraciones acerca de los " d i c h o s de t r u h a n e s " , o si se extiende la ilustración a lo que antes quedó d i ­cho de los apodos. T o d o depende de c ó m o se interprete la coord i ­nación que se establece mediante empleo de la conjunción y, entre la sentencia que se refiere a los apodos y la que se refiere a los dichos de t ruhanes , p u d i e n d o leerse ésta como mero inciso (en cuyo caso es preciso poner la entre comas). E n la m e d i d a en que el o rden seguido por J iménez Patón parece reproduc i r con gran f ide l idad el orden en que se le presentan sus ideas, la es tructura de la oración comple ja i n c l i n a a dar por más lógica la segunda hipótesis. L o que da a entender esta transición es que existen p u n ­tos de contacto entre los chistes a t r ibu idos en su m a y o r parte a grandes señores y los dichos de los bufones; y esto, que la t r a n s i ­c ión da a entender a n i v e l teórico, está i lustrado al n i v e l práctico del chiste sobre el cardenal burujón (o chichón) por l a omisión de toda localización concreta del chiste y por el o lv ido revelador del n o m b r e prestigioso de su a u t o r 8 .

Si nos trasladamos ahora a la época a la que r e m i t e n los chis­tes de la Floresta, veremos que los pr imeros textos en que apodar significa ' 'usar de u n a comparación festiva a propósito de u n a per-

7 Ed . A . Carballo Picazo, 2 a ed. , C . S . I . C . , M a d r i d , 1973, t . 3, p. 49. E l comienzo del fragmento, ligeramente incoherente tal como aparece aquí c i ­tado, ha de leerse a la luz de lo dicho por Fadrique más arriba: " D e los conju-gatos se tomará aquello de O v i d i o " .

8 Lo excepcional no es aquí el cambio de atribución: M . C H E V A L I E R ha l lamado la atención sobre el hecho de que el chiste atribuido en u n lugar a u n bufón se pone, en otro, en boca de u n caballero. Véase Cuentecüios tradicio­nales en la España del Siglo de Oro, Gredos, M a d r i d , 1975, p. 32, n . 38. Yo mis­ma cito más adelante el caso de u n chiste de don Francés atribuido por Espinel a Marcos de Obregón. Pero el proceso que desemboca en estas substituciones suele escapar a nuestra atención. L o peculiar del texto de Jiménez Patón es que ofrece juntamente el modelo teórico y su aplicación.

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sona" confirman que, por lo menos en cierta época, constituye­ron los apodos un terreno igualmente cultivado por los nobles y por los bufones. Aunque la fecha en que se publica la versión es­pañola del Cortesano es ligeramente posterior a los años en que fue redactada, según hoy se sabe, la Crónica de don Francés 9 , ésta no se examinará aquí más que en segundo lugar. Además de ser en efecto anterior a la Crónica el texto del original italiano vertido al castellano por Boscán, es mucha la luz que proyecta sobre cos­tumbres festivas comunes, según parece, dentro de los círculos aristocráticos de muchos países de la Europa renacentista y cuya huella se advierte claramente en el texto paródico de don Fran­cés. Las comparaciones de tipo prearcimboldesco, que hoy nos parecen un rasgo distintivo del bufón de Carlos V , se describen en efecto en el famoso tratado de Castiglione por boca de Bernar­do Bibiena, con palabras que muestran que los demás contertu­lios están perfectamente familiarizados con ellas:

Las comparaciones también y apodaduras hartas veces tienen gracia y hacen reír, como lo que escribió nuestro Pistoya al Serafín: T ó r n a m e a enviar el maletón que te parece; porque, si bien os acor­dáis , Serafín tenía propio tal le de maleta. Hay asimismo algunos que huelgan de apodar hombres y mujeres, a caballos, a perros, a aves, a casas, a carros y a semejantes disparates, lo cual algunas veces parece bien, otras es u n a m u y gran frialdad [ . . . ] 1 0 .

Boscán también reconoce allí algo que le es familiar; por eso, en lugar de limitarse a traducir literalmente comparazioni y comparar, acude a soluciones que revelan que si el sustantivo apodo no es, al parecer, de uso corriente todavía hacia 1530, un castellanoha-blante de la época identifica con facilidad los juegos verbales des­critos por Castiglione y se da cuenta de que corresponden a lo que él designa con empleos o con derivados del verbo apodar11.

9 Véase a este propósito la Introducción de D . P A M P , p. 62. 1 0 J . BOSCÁN, LOS quatro libros del Cortesano compuestos en italiano por el conde

Balthasar Castellón y agora nuevamente traduzidos en lengua castellana, ed. M . M e -néndez y Pelayo, C . S . I . C . , M a d r i d , 1942, p. 187.

1 1 Como podrá apreciar el lector confrontando el fragmento que se aca­ba de citar con el texto or ig inal : " M a ridesi ancora spesso delle comparazioni, come scrisse i l nostro Pistoia a Serafino: 'R imanda i l valigion che t'assirm-gl ia ' , che, se ben v i ricordate, Serafino s'assimigliava molto ad una valigia. Sono ancora alcuni che si dilettano d i comparar o m i n i e donne a cavalli, a cani, ad uccelli e spesso a casse, a scanni, a carr i , a candeglieri; i l che talor ha grazia, talor é freddissmo. . . " , B . C A S T I G L I O N E . Opere..., ed. C. Cordié, M i l l a n - N a p o l i , 1960, p. 169.

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También se observa que si los ejemplos de comparaciones entre seres humanos y animales son exactamente los mismos en ambos textos, se ha reducido en la versión castellana el número de objetos presentados como posibles términos de comparación; las reservas ante los excesos ocasionados por la invención de símiles " q u e no corran m u y a c o m o d a d a m e n t e " , según decía Jiménez Patón, son, pues, más fuertes en esta versión que en u n o r i g i n a l en que sólo se advierte que por caer estas comparaciones b i e n unas veces, y otras m a l , ha de considerarse al hacerse uso de ellas " e l lugar , el t i e m p o , las personas" . A f l o r a esta antipatía de Boscán en la frase en que las apodaduras se cal i f ican de disparates.

L a ac t i tud de d o n Francés se sitúa, como era de suponer, en el o tro ex t remo , de adhesión y no de rechazo ante las pos ib i l ida ­des abiertas por las comparaciones más descabelladas. E l m i s m o da a entender, con empleos ocasionales del verbo apodar, que t i e ­ne conciencia de ejercitarse en u n terreno en que i n d u d a b l e m e n ­te era u n experto , pero que estaba por o t ra parte perfectamente codi f i cado 1 2 . L o que , al parecer, es p rop io de él es el uso masivo de los apodos, a m o d o de c o n t r a p u n t o demoledor , en u n a " c r ó ­n i c a " que se convierte a veces en u n centón o en u n a letanía de comparaciones festivas:

de Toledo [...] al mariscal Fernán Díaz de Ribadeneira, que pare­cía zamarro viejo de Blas Caballero, canónigo de Toledo; de Avi la , a don Pedro de Avi la , que parecía alcotán nuevo o seis maravedís de trementina colada, y Diego Rodríguez de Av i la , que parecía ra­na pisada, o cucarro del alcornoque; de Valladol id el comendador Santisteban, parlador in magna canútate, parecía mortero de barro por cocer, y a Juan Rodríguez de Baeza, que parecía contador y secretario del adelantado de Canaria (que Dios haya), o acémila de embajador de Florencia [ . . . ] 1 3 .

Pero incluso cuando se vale de este modo de los apodos, con-

1 2 Véanse tres muestras de uso de apodar en don Francés, a cuyo propósi­to se observará que, cuando está mencionado el apodo, el verbo no se emplea seguido de la preposición a, como en Boscán, n i del adverbio como (caso ilus­trado por el pr imer ejemplo citado en el Dice. Aut., s.v. Apodar), sino de una construcción complementaria con parecer que corresponde a la que encontra­mos en la Floresta: (a) " E s t a doña María fue apodada por el ilustrísimo coro-nista que parecía muía de los atabales de Guada lupe" ; (b) "Estos caballeros que iban con el conde, de Extremadura, el autor no los osó apodar, porque fue informado que daban espaldarazos que quitaban la h a b l a " ; (c) " como don García de Córdoba, que por servicio deste Emperador salió u n día de San Juan vestido de azul, y apodado (sic) por este coronista que parecía palomo cocido untado con carden i l l o " , ed. c i t . , respectivamente pp. 115, 123 y 130.

13 Ibid., pp. 95-96.

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virtiéndoles en ins trumentos básicos de su parod ia , podemos pre­guntarnos hasta dónde se extiende el margen de creat iv idad del famoso bufón. V e m o s en efecto que el m i s m o papel de contra­p u n t o demoledor que en el contexto burlescamente solemne de su crónica asigna éste a los apodos era el que corr ientemente se les asignaba en el contexto realmente solemne de las justas . Se comprende que estos momentos de excepcional atención a la pre­sencia física de los justadores y a sus libreas crearan condiciones que también eran excepcionales para los que, como los buenos apodadores, estaban acostumbrados a fijarse sintéticamente en las part icular idades físicas y en la i n d u m e n t a r i a de quienes t omaban por blanco de su puntería. Está c laro, además, que el contraste entre la so lemnidad de la fiesta y lo burlesco de los comentarios no podía ser sino m u y del gusto de cortes en que sabemos que estos efectos de contraste se c u l t i v a r o n , aunque en momentos y en condiciones r igurosamente acotados, para servir de a l iv io al peso agobiante de la et iqueta y a la severidad de las normas que regían la t o ta l idad de la v i d a social. N o insisto en algo que me parece h o y comúnmente a d m i t i d o , y tampoco me parece útil re­p r o d u c i r aquí u n a documentación a la que está dedicada u n a pá­gina de la introducción de D iane P a m p 1 4 . Destacaré, en cambio , que en este contexto específico adquieren los apodos el valor de antimotes caballerescos; es posible que el uso t a n ostensible de los apodos en u n a crónica que en real idad es u n a anticrónica 1 5 esté d irectamente i n f l u i d o por estos usos anteriores. Son por lo tanto varios los indic ios que l levan a la conclusión de que la huel la de actitudes festivas o lúdicas prop iamente cortesanas es reconocible a cada paso en d o n Francés, aunque es cierto que su expresión alcanza en él u n n i v e l paroxístico o exacerbado que n o r m a l m e n t e puede pensarse que no alcanzaba.

Y a que me interesaba destacar el interés de la relación que cabe establecer entre los comentarios de Cast ig l ione y los apodos al estilo de d o n Francés, no he tomado en consideración en lo que precede la t o t a l i d a d del campo abarcado por los apodadores. Su act iv idad en rea l idad rebasaba el mero trazo de ingeniosos para­lelos entre seres h u m a n o s y animales u objetos; era prácticamen­te un iversa l , según d a n a entender unas muestras sacadas de la Floresta, gracias a las cuales vemos que podían apodarse unas t i ­najas o u n a cena:

1 4 Véanse los ejemplos citados en la p. 45. 1 5 Según advirtió María Rosa L i d a y según confirma D . PAMP en su I n ­

troducción, pp. 51-53.

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730 M O N I Q U E J O L Y NRFH, XXXIV

Pasando l a R e i n a p o r u n l u g a r , v i o en u n a calle muchas t inajas vacías, m e d i o t rastornadas . Preguntó a A l o n s o C a r r i l l o qué pare - - * * c ían. R e s p o n d i ó : " F r a i l e s que están en gloria Patri '.

D o n D i e g o de M e n d o z a , C o n d e de Mél i to , tenía huéspedes u n a noche , y fue m u y corta la cena. R e p r e n d i ó a su Maestresa la , d i ­ciendo: "Ponce , esta cena era buena para espada, porque j u n t a presto la p u n t a con el p o m o " 1 6 .

Los apodos sobre pueblos y naciones merecen en la Floresta * * u n capítulo aparte , y este t r a t a m i e n t o , como vamos a ver , está p lenamente jus t i f i cado , Sólo algunos de ellos t ienen en efecto el m i s m o carácter chistoso que los que están repertor iados en " D e a p o d o s " . Observaré de paso que varios de los que t ienen este ca­rácter son en cierto sentido divisas al revés o ant i lemas, exacta- -mente como hemos visto que eran ant imotes caballerescos los apodos inspirados por las l ibreas de los justadores» H e aquí dos e jemplos, el segundo de los cuales resulta el más elocuente de los que se pueden aduc i r , por proponerse en él u n a etimología festi­va del n o m b r e de la c iudad a cuyo propósito se c i ta :

D e Sevil la d i j o A lonso C a r r i l l o que parecía a los trabajos de A j e ­drez , t a n t o pr ie tos como blancos, p o r los m u c h o s esclavos que hay en aque l la c i u d a d .

E n la v i l l a de Simancas está esta l e t r a :

Por l i b rarse de paganos las siete doncellas mancas , se c o r t a r o n sendas m a n o s , y las t i enen los c r i s t ianos , p o r sus a r m a s , en S i m a n c a s 1 7 .

Q u e d a de este m o d o conf i rmado que ios apodos eran con frecuen­cia aprovechados con fines paródicos, invirtiéndose con su em­pleo los dichos agudos, sentenciosos o memorables con que p r o c u r a b a n los ind iv iduos o las ciudades d ist inguirse y señalar sus méritos o sus propias excelencias. Pero otros apodos que figuran en el m i s m o capítulo ya no t i enen el m i s m o aspecto festivo y , le­jos de representar u n a especie de l e m a burlesco , reproducen con t a n t a fidelidad la estructura de los lemas tradic ionales que pare­cen destinados a servirles de sustitutos. Esto es lo que ocurre en p a r t i c u l a r con el p r i m e r o de los dos dichos a t r i b u i d o s , al confien-

16 Floresta, V I I , n , 3; p. 193 y 24, p. 197. 17 Ibid., I X , v i , 5; p. 252 y 8, p. 253.

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zo del capítulo, a la reina Isabel. Éste se inicia, en efecto, con dos dichos de la Reina Católica, ambos sobre Toledo:

De Toledo, decía la Reina doña Isabel, cuando en su presencia alababan otra ciudad: "Si tan grande, no tan fuerte; si tan fuerte, no tan grande".

Alabando el ingenio y habilidad que tenían los desta ciudad, con ser como era de más claro juicio que floreció en su tiempo, de­cía: "Nunca me hallo necia, sino cuando estoy en Toledo"18.

El segundo de estos dos dichos ha tenido una fortuna singular y ha sido citado y recordado hasta la saciedad. En ningún lugar, en cambio, se recuerda —que yo sepa— que en la Floresta apare­ce clasificado como apodo. No es difícil dar con la razón de esta clasificación, puesto que a propósito de varios de los dichos sobre pueblos o ciudades está claramente señalado que éstos se alaban o se denigran en comparación con otros. Está esto elocuentemente ilus­trado, no sólo por la primera de las dos sentencias de Isabel la Católica sobre Toledo, presentada como réplica a los que "en su presencia alababan otra ciudad", sino por un poema de Juan de Mena sobre Granada, citado por Melchor de Santa Cruz inme­diatamente después de los dos dichos de Isabel la Católica:

Granada, quien l a supiese bien comparar, pues que cabe, creo que si no se viese, que decir no se pudiese quien bien la vido lo sabe. Si basta comparación, Santa Fe es el T e n e n ó n , y la vega, la Simoya; la ciudad es como Troya, y el Alhambra el Ilion [.. . j 1 9 .

Se observará, por fin, que el último apodo que recoge este capítu­lo es una de las conocidas y tan repetidas sentencias sobre los mé­ritos y los vicios respectivos de las grandes potencias de la época:

Cuando el Cardenal Saviatis vino a España por legado, hallán­dose en las bodas del Emperador Carlos Quinto, en Sevilla, estan­do en buena conversación, dijo que Francia le olía a soberbia; y

18 Ibid., I X , v i , 1 y 2; p. 251. 19 Ibíd., I X , v i , 3; p. 251.

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España, a m a l i c i a ; y I t a l i a , a sabios; y I n g l a t e r r a , a vanos ; y P o r t u ­ga l , a locos 2 0 .

L o que a distancia puede resultarnos desconcertante es que el m o ­delo teórico propuesto por Jiménez Patón, perfectamente adecuado si l i m i t a m o s nuestro examen a los dichos recogidos en " D e apo­d o s " , es tota lmente inadecuado si lo queremos extender, sin dis­tinción, a todos los apodos del capítulo V I de la novena parte . L a d i f i cu l tad se resuelve si se admite que como el mote, con el que tiene manifiestas afinidades, tiene el apodo dos vertientes, una sa­tírica y o tra que no lo es 2 1 , distinguiéndose el apodo que no es punzante n i mordaz por el uso de a lguna comparación que no siempre supone la presencia explícita de u n símil.

N o se resuelve t a n fácilmente otro p r o b l e m a , que es el de sa­ber si el cu l t ivo de los apodos en sus dos vert ientes , atestiguado por la Floresta por lo que se refiere a los reinados de Isabel la C a ­tólica y Carlos V , es algo que sufre o no evolución en la España de los Felipes. L o que l leva a plantearlo es, al otro extremo de la t rayector ia que aquí se examinará, el t r a t a m i e n t o reservado a los apodos por Gracián. Estamos, con este t r a t a m i e n t o , m u y le­jos del de la Elocuencia española en arte. L o p r i m e r o que destaca G r a ­cián es el carácter de "suti lezas p r o n t a s " de los ápodos 2 2 . También destaca su parentesco con las "semejanzas conceptuo­sas" , parentesco que en la p r i m e r a versión de Agudeza y arte de in­genio estaba puesto de relieve, ya que el discurso sobre los apodos venía en ella a continuación de los dedicados a los conceptos por semejanza y por desemejanza, conforme al o rden que ya encon­tramos en la Philosophia antigua poética de López P inc iano . Entre los numerosos ejemplos citados por Gracián, observamos por fin que f i g u r a u n apodo de c i u d a d 2 3 . Pero fuera de este ind ic io de

20 Ibid., I X , v i , 11; p. 253. 2 1 M e permito remit i r , por lo que se refiere al mote, a m i trabajo sobre

la bur la , La bourle et son interprétation. Espagne, xvie-xviie siècles, Lil le-Toulouse, 1982, pp. 231-236. T a n discreto cortesano como era don Luis Zapata destaca mediante uso de una correlación el parentesco existente entre los motes y las apodaduras: " L o s gordos se hacen terrero de graciosos y fisgantes, y son de d i ­chos, de motes y de apodaduras" , Memorial Histórico Español, I m p r . Nacional, M a d r i d , 1859, t . 9, p. 65.

2 2 " S o n comúnmente los apodos unas sutilezas prontas, breves relámpa­gos del ingenio que en una palabra encierran mucha alma de concepto", Agu­deza y arte de ingenio, Discurso X L V I I I , en B . G R A C I Á N , Obras completas, ed. A . del Hoyo , Agu i lar , M a d r i d , 1967, p. 447.

2 3 " D e la gran ciudad de O r m u z se di jo , que 'si el mundo es un anillo, ella es la piedra preciosa" ' , Ibid., p. 449.

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c ierta permanenc ia , parece haber notables divergencias entre lo que Gracián entiende por apodo y lo que M e l c h o r de Santa C r u z designaba con la m i s m a palabra . Esto se advierte , a n ive l m u y concreto , confrontando la ac t i tud de Gracián frente a los apodos de la Floresta con la del Pinc iano y de Jiménez Patón. Hemos vis­to que el chiste citado por ellos para i lus t rar los comentarios más o menos extensos que dedican respectivamente a los apodos no pertenece al capítulo t i tu lado " D e apodos " de la Floresta] ambos preceptistas lo identi f ican sin embargo como t a l , obviamente por­que e n t r a sin d i f i cu l tad en la categoría de las metáforas duras o bastardas a que por otra parte se refiere Jiménez Patón. N o puede decirse lo mismo del único dicho de la Floresta que figura en la l ista re lat ivamente copiosa de ejemplos presentados por Gracián en el discurso en que t rata " D e la agudeza en apodos" . Esta se in i c ia en efecto con u n dicho famoso del G r a n Capitán, citado por Santa C r u z en De capitanes y soldados:

Desta suerte el G r a n Capitán, e m i n e n t e en este género de do ­nosa p r o n t i t u d , a u n cabal lero que amaneció m u y a r m a d o en su caba l lo , después de u n a t a n sangr ienta ba ta l la cuan gloriosa V i to ­r i a , d u d a n d o los c ircunstantes quién era, y altercándolo, d i j o : " S a n T e l m o , señores, San T e l m o " 2 4 .

N a d a , aquí, recuerda lo que en la terminología de Santa C r u z , l u m i n o s a todavía para los preceptistas de comienzos del siglo X V I I , se designaba con la pa labra apodo. Esta censura de lo mis ­m o que Jiménez Patón consideraba como prop io de los apodos es patente en todo el discurso gracianesco 2 5 , siendo reveladora la emisión de toda referencia u l t e r i o r a los apodos de la Floresta, en u n a u t o r que t a n excelente conoc imiento tiene de la recopilación de Santa C r u z y que tanto gusta de c i tar la . T a m p o c o tiene nada

2 4 Ibid., p. 447. Véase Floresta, I I , m , 3; p. 67. 2 5 T a l vez hayan de exceptuarse dos dichos de Rufo , explícitamente cla­

sificados por G R A C I Á N en la categoría de los "apodos satíricos": " ( . . . ) a otro que tenía muchos nombres y renombres [llamó Rufo] don Ledanía; a u n ha­blador m u y necio, cascabel de p l o m o " , Agudeza, p. 450. Se observará, sin em­bargo, que la sequedad misma de Gracián al presentar estos "apodos satíricos" es antiefectista y se opone al relieve que tiene su presentación en otros autores, y que sin duda está en armonía con el virtuosismo propio de estos chistes. Es útil, a este propósito una confrontación entre el "cascabel de p l o m o " de R u ­fo, que nos presenta Gracián, y un "cascabel de p l a t a " de don Francés recor­dado por Luis Zapata: " D . Francés, un hombre muy gracioso, vecino de Béjar, viendo a u n caballero muy chico, armado, se llegó a él y le dijo: beso las ma­nos m i l veces al cascabel plateado' ' (cit. por D . P A M P , op. cit., p. 45).

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que ver el empleo de apodar que hace Gracián en el m i s m o discur­so con el que hacían M e l c h o r de Santa C r u z o don Francés; el m e r o hecho de que pueda decir que la re ina Isabel apodó a la her­mosura " c a r t a de recomendación, y a la a lmohada, u n a sibila m u ­d a " 2 6 , muestra que la idea de dicho satírico se ha esfumado, pasando al p r i m e r plano la agudeza del concepto por semejanza, como en u n a época anter ior ocurría y a , pero únicamente en el caso concreto de apodos sobre ciudades y naciones.

H e señalado más a r r i b a que las comparaciones que he l l a m a ­do prearcimboldescas parecen haber sido enjuiciadas con más re ­ticencias por Boscán que por su modelo i ta l iano . Por valioso que sea este test imonio t emprano de recelo ante posibles " d i s p a r a t e s " , no creo que se pueda comparar con la censura radica l de G r a ­cián, cuyos apodos se h a n expurgado de la "bas tard ía " que en u n m o m e n t o les llegó a caracterizar . U n cambio t a n p r o f u n d o , y que atañe al signif icado m i s m o de palabras cuyo signif icante no h a cambiado , supone algo más que u n a reacción personal y posi ­b lemente esté relacionado con la pérdida de prestigio que sufren unos juegos que , según hemos v is to , fueron fervorosamente c u l ­t ivados por eminentes figuras de los reinados anteriores. N o sig­n i f i ca esto que los caprichos al estilo de A r c i m b o l d o h a y a n dejado de apreciarse y de servir de modelo en las fiestas cortesanas. Las m e m o r i a s de d o n Diego D u q u e de Estrada nos b r i n d a n u n exce­lente e jemplo de la fascinación que siguen ejerciendo hacia 16 1 5 2 7 . Pero parecen haberse desplazado los terrenos en que pa­rece n o r m a l que pueda explayarse este gusto por lo i r r a c i o n a l . N o cabe d u d a de que en la pérdida de prest igio de u n a ac t i v idad lú-d ica u n t i e m p o floreciente entre los cortesanos i n f l u y e r o n las po­sibles confusiones que con m o t i v o del uso de los apodos hemos visto que se creaban entre lo que prop iamente podía decir u n aris­tócrata o u n eclesiástico y lo que se consideraba como p r o p i o de los bufones.

Las etapas p o r med io de las cuales se l lega en los ambientes cortesanos a esta situación de desprestigio de los apodos son difí­ciles de rastrear. E l p r i m e r e jemplo que i lus t ra en el Diccionario de Autoridades el s ignif icado del verbo apodar recuerda irres ist ib le ­mente los apodos de d o n Francés ( " E l v i r a Portocarrero salió de

26 Agudeza, p. 449. 2 7 "Entré yo a dar la embajada y, después de haber descrito las penas y

llantos de Orfeo, formé su cuerpo de una primavera, dando atributos a sus miembros de hortaliza y legumbres (•••)", Comentarios del desengaño de si mismo, ed. H . Ettinghausen, M a d r i d , 1983, p. 196. L a relación con Arc imboldo está señalada en una nota de Ettinghausen.

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blanco, que la apodó Pajaren como escarabajo en leche"). Está sacado de un libro que está escrito a fines del siglo X V I , aunque, por motivos que desconozco, quiere su autor que pase por anterior28. ¿Tendría este autor el suficiente dominio de un estilo ligeramente arcaizante como para que podamos pensar que está explícitamente parodiando los apodos cortesanos de comienzos de siglo, o habrá de interpretarse el dicho como mera muestra invo­luntaria de adhesión a unas modas pretéritas, o como huella es­porádica de las mismas?

Otro problema delicado es el de la relación que puede haber entre el progresivo desuso en que caen los apodos al estilo de don Francés en los ambientes cortesanos y el auge de su cultivo entre los estudiantes. El uso de los apodos tales como aparecen defini­dos por J iménez Patón forma en efecto parte de la batería de re­cursos chistosos a la que acuden, a comienzos del siglo X V I I , los estudiantes deseosos de poner en aprieto a cualquier contendien­te ocasional y en particular a los novatos. El autor de la segunda parte apócrifa del Guzmán nos ha dejado un excelente testimonio de un aspecto de los ritos estudiantiles menos conocido hoy que el famoso y repugnante "bautizo" descrito por Que vedo29. Cuando el Guzmán de Mart í llega a Alcalá con la intención de proseguir allí sus estudios, está vestido, según él mismo declara, "como un maltrapillo sucio y ahumado". Sus compañeros, asom­brados de oírle palabras que no conciertan con este traje, se ven­gan de la sorpresa que les ha dado covirtiéndole en blanco de sus apodos:

e m p e z a r o n a hacerme apodos, y no era m u y difícil e l acertar algo en esto, p o r q u e yo estaba ta l que todo m e c u a d r a b a . Parecía m i n i s ­t r o de los fuelles de V u l c a n o , el Faetón tos tado , b a r r e d e r o de h o r ­n o , l a v a d o r de cubas, v i n d i m i a d o r de t odo el año , danzante sin cascabeles y todo c u a n t o querían que pareciese p a r e c í a 3 0 .

Doce años después, esta pintoresca sarta de dichos festivamente

2 8 No tengo más información acerca de este texto que la que trae el catá­logo de la Biblioteca Nacional de París.

2 9 Podían los apodos acompañar o preceder al r i to bautismal , según da a entender el comentario de uno de los estudiantes que luego interviene en el " b a u t i z o " de Pablos: " P o r resucitar está este Lázaro, según h iede " . Suá-rez de Figueroa también se refiere a "c ier to gargajeo" luego de haber hablado de los apodos y contraapodos con que se inicia su experiencia en Alcalá (cf. injrd).

3 0 MATEO LUJAN, Guzmán de Alfarache, 2a, I I , 5, en VALBUENA, La novela picaresca española. M . Agui lar , M a d r i d , 1946, pp. 627-628.

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insultantes está reproduc ida textualmente por u n gramático preo­cupado por la enseñanza del castellano en F r a n c i a 3 1 . N o carece este detalle de interés, puesto que si A m b r o s i o de Salazar sigue, al amenizar sus diálogos escolares con muestras de altercaciones r i tua les , el e jemplo de autores que h a n desarrol lado con mucho v i r tuos i smo este aspecto de la didáctica posterasmiana, parece ser el p r i m e r o que para este fin acude a los apodos estudianti les 3 2 .

T a m b i é n se refiere a esta faceta de las costumbres estudiant i ­les Suárez de Figueroa , apor tando de este m o d o u n a con f i rma­ción a lo que decía Martí , aunque sin darnos por su parte n i n g u n a m u e s t r a de los apodos y contraapodos mencionados a propósito de su l legada a Alcalá:

Con todo, no me pude l ibrar de algunas matracas; mas habíame en ellas como valiente campeón. De correrme no había que tratar, n i de que por ningún caso me faltasen apodos y contraapodos 3 3.

E l carácter m u y incompleto de m i documentación no me per­mi te aventurar más que hipótesis acerca de si este comportamiento lúdico está arraigado de ant iguo entre los estudiantes, o si adop­t a n ellos los apodos cuando su uso comienza a decl inar entre los cortesanos; pero la observación de otros hechos culturales me l le ­varía a pensar que es más acertada la segunda hipótesis, y que la extensión a los claustros univers i tar ios de actitudes que antes fueron prop iamente aristocráticas, pero que en los ambientes cor­tesanos están cayendo en desuso, f o r m a parte en cierto sentido de su decadencia.

Inc luso s iguiendo en pie esta incógnita, creo que la doble p r o ­cedencia de los apodos, cortesana por u n lado y por otro escolar, es de g r a n interés para la comprensión de varios fenómenos l i t e ­rar i os . H a de citarse entre los p r i m e r o s la caracterización de J u s ­t i n a , presentada desde el comienzo de la obra en que n a r r a su

3 1 " Y es verdad que el trabajo perpetuo es poderoso para vencer natura­les m u y revesados, yo era de los que floreaban los naipes con pandillas, y rape el diablo lo que hacía a derechas: y con todo eso yo parecía un ministro de los fuelles de Vulcano , el Faetón, tostado como barredero de horno y rodil la de lavar loza, vendimiador de todo el año, danzante en mascarada y sin casca­beles" , A M B R O S I O DE S A L A Z A R , Espexo general de la gramática en diálogos, Rouen, 1 6 1 4 , pp. 4 8 9 - 4 9 0 .

3 2 Estoy pensando, al decir esto, en las pullas que adornan los Pleasant and Delightfull Dialogues de J . Minsheu , cuya versión castellana encontrará el lector en F O U L C H É - D E L B O S C , "Diálogos de antaño", RHi, 4 5 ( 1 9 1 9 ) .

3 3 C R I S T Ó B A L SUÁREZ DE F I G U E R O A , El Pasajero, A l i v i o I I I , ed. F. Rodrí­guez Marín, Renacimiento, M a d r i d , 1 9 1 3 , p. 1 0 2 .

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v i d a como " ú n i c a en dar a p o d o s " 3 4 . E l detalle sólo se aprecia p lenamente teniendo presente que la confrontación de Just ina con estudiantes o medio estudiantes hampones es, j u n t o con la i m p u ­reza de sus orígenes, el rasgo v i t a l más estable de la picara , seña­lándose así claramente la doble filiación de u n a obra que tanto , o más , t iene que ver con la tradición festiva escolar que con la picaresca alemaniana; aunque también puede pensarse que la ex­celencia de J u s t i n a en el terreno de los apodos es, en parte al me­nos, u n a réplica paródica al " m u y buen estudiante la t ino , retórico y g r i e g o " engendrado por Alemán.

N o encontramos, en efecto, alusión a lguna al uso de los apo­dos estudiantiles en el Guzmán, a pesar de la pro longada estancia del protagonista en Alcalá. T a l a c t i t u d , que contrasta con la de autores como Martí , Suárez de Figueroa , López de U b e d a y —según vamos a v e r — Vicente Espine l , corresponde a u n claro rechazo para la caracterización del p icaro de toda la vert iente dis­paratada de la tradición chistosa. Guzmán n i s iquiera llega a decir apodos cuando sirve en R o m a de truhán al cardenal y , luego, al e m b a j a d o r de F r a n c i a 3 5 . Es más rad ica l aún este rechazo que el de Cervantes , q u i e n a pesar de la prevención manif iesta que le i n s p i r a n las chocarrerías, pullas, fisgas y matracas sella la caracteriza­ción v e r b a l de V i d r i e r a , antes que comience el juego de p r e g u n ­tas y respuestas que luego tiene lugar en las calles de Salamanca, atribuyéndole u n dicho que h a de leerse, a m i modo de ver , como u n apodo del Licenciado aplicado a su p r o p i a persona 3 6 .

3 4 " J u s t i n a fue mujer de raro ingenio, feliz memoria, amorosa y risue­ña, de buen cuerpo, pelinegra, nariz aguileña y color moreno. De conversa­ción suave, única en dar apodos ( . . . ) " . Así comienza el "Prólogo sumario de ambos los tomos de La picara Justina", cito de la edición de A . Rey Hazas, Editora Nacional , M a d r i d , 1977, t . 1, p. 8 1 .

3 5 E n C A S T I L L O S O L Ó R Z A N O , en cambio, u n caballero que quiere que u n grupo de viajeros le lleve consigo a la Corte , y que con esta intención adopta provisionalmente la máscara de "loco gracioso", ameniza en seguida la p r i ­mera cena que toma en su compañía diciendo apodos: "Cenaron gustosamente porque en toda la cena no cesó don Pedro de decir donaires y apodos a los circunstantes, con que los tuvo m u y entretenidos" , La Garduña de Sevilla y el anzuelo de las bolsas, Espasa-Calpe, M a d r i d , 1972, p. 164.

3 6 " — ¿ Q u é me queréis, muchachos, porfiados como moscas, sucios co­rno chinches, atrevidos como pulgas? ¿Soy yo, por ventura, el monte Testa­d l o de R o m a , para que me tiréis tantos tiestos y tejas?", CERVANTES, Novelas ejemplares, ed. J . B. Avalle-Arce, Castalia, M a d r i d , 1982, t . 2, p. 119. U n ejem­plo de don FRANCÉS muestra que los bufones podían en efecto tomarse como blanco de su propia puntería: " Y luego este coronista don Francés fue arma­do, y con él el arzobispo de Bari y otros muchos caballeros (...) (Este don Fran­cés parecía, armado, hombrecico del reloj de San Martín de Valdeiglesias, y

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Pero vo lv iendo a los autores cuyo uso de los apodos no puede dar lugar a dudas o a discusiones, en la medida en que está seña­lado por ellos mismos , me propongo examinar ahora el caso a l ta ­mente s igni f icat ivo de u n dicho de d o n Francés que cambia , en parte al menos, de sentido al estar c itado en la Vida de Marcos de Obregón. Débese este cambio de sentido no a u n a alteración del chiste, que está reproducido textualmente , sino al contexto en que aparece citado y a cuyo propósito se apl ica. H a y en efecto u n m o ­m e n t o de la v i d a de M a r c o s en que éste l lega, tras largas y cultas discusiones con u n oidor en cuya compañía viaja, a una venta aten­d i d a por u n a ventera que el mozo de muías les h a presentado de antemano como " m u y hermosa y aseada" (es preciso señalar que el n a r r a d o r i n d i c a que esta ventera era conocida del mozo de m u -las " m á s de lo que fuera r a z ó n " ) . A l entrar , descubren los dos viajeros a la huéspeda, que es en rea l idad " m u y b o q u i f r u n c i d a " y que , por enc ima de u n vestido colorado oscuro, l leva " u n a r o ­pa de l ienzo blanco l lena de p i c a d u r a s " . C o m i e n z a entonces el siguiente diálogo, en que M a r c o s y su compañero se vengan de la decepción que se h a n l levado :

preguntóme el m o z o de muías : 4 ' ¿ Q u é le parece a vuesa m e r c e d ? " Y o le respondí : " P a r é c e m e asadura con r e d a ñ o " . Y d i j o e l o i d o r : " E s t á vest ida de v i r g e n y m á r t i r " . " B i e n dice vuesa m e r c e d — d i j e y o — ; mas está l a cast idad p o r de fuera y lo mártir p o r de d e n t r o , y como h a y m u c h a s matas p o r aquí , está m u y r o t a l a c a s t i d a d " . " C a d a u n o h a b l a c omo q u i e n e s " , d i j o l a ven ter a .

V o l v í l a h o j a , p o r q u e la v i c o r r i d a del apodo y el m o z o de m u -las eno jado [ . . . ] 3 7 .

E l p r i m e r o de los dos apodos -—puesto que a cada in ter l o cutor cu l to le toca decir el suyo— está sacado de la Floresta, donde es u n o de los comentarios de d o n Francés inspirados por las l ibreas de los justadores :

L a l i b r e a deste j u e g o de cañas era de terc iopelo l eonado , y e n c i m a tafetán blanco, m u y acuchi l lado . Preguntó el E m p e r a d o r a d o n F r a n ­cés: " ¿ Q u é te parece de aquel la l i b r e a ? " Respond ió : " A s a d u r a con r e d a ñ o " 3 8 .

el arzobispo de B a r i , anguila recién sacada del río, o de rocín con desmayos)" ed. c i t . , p. 83.

37 Vida del escudero Marcos de Obregón, I I I , 15, ed. M . Soledad Carrasco U r -goi t i , Castalia, M a d r i d , 1972, t . 2, pp. 216-217.

3 8 Floresta, I I , v , 4; p. 74.

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C o m o he dicho, es s ignif icat ivo el salto que se da de los a m b i e n ­tes cortesanos en que se i n v e n t a n libreas para los juegos de cañas al de u n a venta cuya dueña está con m u c h a insistencia presenta­da de u n a manera degradada, desempeñando a su propósito el contraste de colores y el detalle de las " p i c a d u r a s " otro papel que el " t e rc i ope lo l e o n a d o " y el "tafetán blanco, m u y a c u c h i l l a d o " a los que h a n sust i tuido . E l salto, además, se da de u n contexto — e l del juego de cañas—, en que f ormaba parte del r i t o festivo que se h i c i eran comentarios chistosos sobre las libreas de los j u ­gadores, a o tro , el de la venta , en que también son rituales los intercambios festivos, con la l igera restricción de que lo r i t u a l , al l legar a u n a venta , era decir y oír pullas, y no apodos. E n el episo­d io del Marcos de 0bregón que estoy examinando , el in te r cambio de pullas tiene lugar cuando t e r m i n a el diálogo entre los dos v i a ­jeros y la ventera , y se deja para dos personajes subalternos (el mozo de muías y u n " m u c h a c h o fra i lesco" que sirve de gracioso d u r a n t e el v ia je , según he mostrado en otro l u g a r 3 9 ) . V e m o s de este m o d o que, a pesar de la degradación reveladora del contexto en que se l legan a decir los apodos, éstos se reservan para los per­sonajes cultos, ingeniosos y que conservan el recuerdo de su es­tanc ia en Alcalá o Salamanca.

H e dejado para el final a Q u e vedo, cuyo n o m b r e es el p r i m e ­ro que suele citarse a propósito de las comparaciones festivas de d o n Francés. D a d a la i m p o r t a n c i a que tiene en su caso el modelo retórico de los apodos, me pareció que aquí no era útil a cumular ejemplos, pero que en cambio valía la pena dar el largo rodeo que se ha dado en las páginas que preceden para mostrar que u n re ­curso que con tanta p r o l i j i d a d u t i l i z a en sus obras satírico-festivas le pertenece por ser, como él m i s m o , escolar y cortesano. M e l i ­mitaré a añadir que no parece f o r t u i t o que, según señala el Dic­cionario de Autoridades, le debamos el neologismo apodadero, empleado p o r él en el Libro de todas las cosas a propósito de los hombres de m u c h a n a r i z , detalle que puede sugerir u n a nueva interpretación e inc i t a r a u n a nueva lec tura de u n conocido soneto.

Diré en fin, p a r a t e r m i n a r , que como los recursos que pueden servir para la car i catura verba l no son in f in i t o s , se ha hablado a veces de d o n Francés y de Q u e vedo como de lejanos modelos del Valle-Inclán de los esperpentos. Creo que frente a este prob lema pueden adoptarse dos actitudes: la de qu ien está más atento a la permanencia de ciertas actitudes "deshumanizadoras" que al con­texto histórico concreto en que nacen, se desarrol lan y m u e r e n

3 9 Véase m i trabajo La bourle et son interprétation..., pp. 464-466.

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formas y expresiones inconfundibles de esta deshumanización y la de los que optan por la solución cont rar ia . I n d a g a n d o en las raíces que el esperpento tiene en la car i catura del siglo X I X , I r i s Zavala ha i lustrado excelentemente la segunda de estas dos act i ­tudes por lo que se refiere a V a l l e 4 0 . C o n di ferente método , ésta es también la línea que aquí he procurado seguir.

M O N I Q U E J O L Y Université de Li l le I I I

4 0 En dos artículos recogidos en El texto en la historia, Nuestra Cultura , M a ­d r i d , 1981 ( " D e l esperpento" y "Notas sobre la caricatura política y el esper­p e n t o " , pp. 111-117 y 119-129).