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El Tratado de Tudilén o Tudejen. Gago Romero, Roberto. EL TRATADO DE TUDILÉN El Tratado de Tudilén o Tudején fue suscrito el 27 de enero de 1151 por Alfonso VII, rey de León y Castilla, y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, en Tudilén, un lugar situado cerca de Aguas Caldas en Navarra, esto es, en Baños de Fitero, pues en aquella época Fitero era un término de la villa castellana de Tudején. En este pacto los firmantes convinieron en declarar la guerra al Reino de Navarra, repartiéndose el mismo, ratificando el Tratado de Carrión de 1137, además de adjudicar a Aragón, la conquista de las plazas y términos situados al sur del Júcar y el derecho a anexionarse el reino de Murcia, excepto los castillos de Lorca y Vera. Fue precedente de otros tratados como el de Lérida en 1157, el de Cazorla en 1179 y Almizra en 1244 por el que se fijaron los límites de expansión en la región de Levante de los dos grandes reinos peninsulares La desintegración del califato de Córdoba en diversos reinos de taifas coincidió con la reorganización política del espacio hispanocristiano y con su creciente vinculación al Occidente europeo, en los comienzos de una larga fase de expansión. La guerra con al- Andalus se planteaba ya claramente como una reconquista, a través de diversas modalidades pero con un objetivo global. En una primera época, Fernando I de Castilla y León (1035-1065) y Ramón Berenguer I de Barcelona (1035-1076) aprovechan la debilidad de los taifas para someterlos a protectorado militar a cambio del pago de parias, lo que implica la sujeción política indirecta de nuevos territorios: Tortosa, Lérida, Valencia, en el caso catalán, Zaragoza, Toledo, Badajoz, Sevilla e incluso Granada, en el castellano-leones. Alfonso VI de Castilla y León (1065-1109) dio un paso decisivo al ocupar por capitulación Toledo, la antigua capital visigoda y sede arzobispal primada de Hispania, y su taifa (1085), PDF created with pdfFactory trial version www.pdffactory.com

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El Tratado de Tudilén o Tudejen. Gago Romero, Roberto.

EL TRATADO DE TUDILÉN

El Tratado de Tudilén o Tudején fue suscrito el 27 de enero de 1151 por Alfonso VII,

rey de León y Castilla, y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, en

Tudilén, un lugar situado cerca de Aguas Caldas en Navarra, esto es, en Baños de Fitero,

pues en aquella época Fitero era un término de la villa castellana de Tudején.

En este pacto los firmantes convinieron en declarar la guerra al Reino de Navarra,

repartiéndose el mismo, ratificando el Tratado de Carrión de 1137, además de adjudicar a

Aragón, la conquista de las plazas y términos situados al sur del Júcar y el derecho a

anexionarse el reino de Murcia, excepto los castillos de Lorca y Vera.

Fue precedente de otros tratados como el de Lérida en 1157, el de Cazorla en 1179 y Almizra

en 1244 por el que se fijaron los límites de expansión en la región de Levante de los dos

grandes reinos peninsulares

La desintegración del califato de Córdoba en diversos reinos de taifas coincidió con la

reorganización política del espacio hispanocristiano y con su creciente vinculación al

Occidente europeo, en los comienzos de una larga fase de expansión. La guerra con al-

Andalus se planteaba ya claramente como una reconquista, a través de diversas

modalidades pero con un objetivo global. En una primera época, Fernando I de Castilla y

León (1035-1065) y Ramón Berenguer I de Barcelona (1035-1076) aprovechan la debilidad

de los taifas para someterlos a protectorado militar a cambio del pago de parias, lo que

implica la sujeción política indirecta de nuevos territorios: Tortosa, Lérida, Valencia, en el

caso catalán, Zaragoza, Toledo, Badajoz, Sevilla e incluso Granada, en el castellano-leones.

Alfonso VI de Castilla y León (1065-1109) dio un paso decisivo al ocupar por capitulación

Toledo, la antigua capital visigoda y sede arzobispal primada de Hispania, y su taifa (1085),

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El Tratado de Tudilén o Tudejen. Gago Romero, Roberto.

y lograr una clara posición hegemónica como "emperador de las dos religiones" e

"Imperator toletanus", mientras su vasallo El Cid tomaba Valencia (1094), que se mantuvo

en manos cristianas hasta 1102. La entrada de los almoravides norteafricanos, sus victorias

sobre Alfonso VI (Sagrajas, 1086; Consuegrra, 1097; Uclés, 1108) y su dominio político en

al-Andalus, frenaron la expansión y el hegemonismo castellano-leones tanto como la crisis

del reino a la muerte de Alfonso VI, al tiempo que los reyes de Aragón y Navarra, Pedro I y

Alfonso I (1104-1134) conseguían ampliar su reino en el valle medio del Ebro (conquistas

de Huesca, 1096, y Zaragoza, 1118), y Ramón Berenguer III lanzaba una primera

expedición contra Mallorca y conquistaba Tarragona entre 1118 y 1126.

La decadencia del poder almoravide permitió un nuevo avance cristiano pero el equilibrio

político entre los reinos comenzaba a modificarse: Alfonso VII de Castilla y León (1126-

1157) mantuvo el titulo de "emperador" y una hegemonía política sobre otros reyes y

poderes cristianos y musulmanes basada en pactos vasalláticos, pero Navarra volvió a

tener rey propio desde 1134, aunque perdió definitivamente la frontera con al-Andalus,

mientras que Aragón y Cataluña se unieron bajo Ramón Berenguer IV desde 1137 y el

condado de Portugal pasó a ser reino independiente desde 1139-1143. A la muerte de

Alfonso VII, León y Castilla se separaron, hasta 1230, de modo que aquella época de la

reconquista estuvo protagonizada por la colaboración y la competencia entre los cinco

reinos. En la gran ofensiva de los años cuarenta, Alfonso VII tomó Coria (1142), completó

el dominio de la cuenca del Tajo en su sector castellano, y conquistó por unos años Baeza y

Almería (1147), mientras que Alfonso I de Portugal tomaba Lisboa (1147) y Ramón

Berenguer IV Tortosa, Lérida y Fraga, y establecía con Alfonso VII el tratado de Tudillén

(1151) asegurando su espacio de futuras conquistas en Valencia y Denia.

En la segunda mitad del siglo XII, las combinaciones de alianzas y guerras entre los reinos

cristianos y la presión creciente de los almohades -que acaban hacia 1172 con todos los

poderes independientes andalusíes- frenaron parcialmente el avance conquistador y

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obligaron a nuevos esfuerzos de organización militar (expansión de las órdenes militares;

importancia de las huestes de los concejos). Alfonso II de Aragón conquistó Teruel (1171),

ayudó a Alfonso VIII de Castilla en la toma de Cuenca (1177) y en 1179 ambos firmaron el

tratado de Cazorla, que delimitaba las fronteras de ambos reinos y sus zonas de expansión

futura. En 1186, Alfonso VIII fundó Plasencia frente a los almohades, que mantenían la

línea del Tajo, en la actual Extremadura, y lanzaron varias ofensivas que culminan en su

victoria de Alarcos (1195), muy dañina para los avances castellanos en La Mancha. La

reacción cristiana tardó en llegar: en julio de 1212 Alfonso VIII, con apoyo de otros reyes

peninsulares y de cruzados europeos, obtuvo una gran victoria en Las Navas de Tolosa.

Poco después se iniciaba el desmoronamiento del Imperio almohade, tanto en el Magreb

como en al-Andalus, y las divisiones internas de los musulmanes facilitaban el rápido

avance conquistador de los cristianos.

Portugal, después del tratado de Sabugal (1231) con Castilla y León sobre zonas de

expansión, completó la conquista del Alentejo (Serpa, Moura, 1232) y la del Algarbe al Este

del Guadiana (Ayamonte, 1239). Después de 1249 sólo hubo algunos reajustes fronterizos

con Castilla y León que, desde 1232, había puesto bajo su protección al reino taifa de

Niebla pare evitar la posible conquista por los portugueses. En el ámbito leones, el avance

prosiguió por la actual Extremadura, zona de máxima resistencia militar musulmana:

Valencia de Alcántara (1221), Cáceres (1229), Mérida y Badajoz (1230), Trujillo (1232).

Mientras tanto, se progresaba en la otra gran línea de avance, específicamente castellana, a

partir de La Mancha y alto Guadalquivir: Alcaraz (1215), Quesada y Cazorla (1224), Baeza

(1232) y Córdoba (1236). Por entonces, desde 1230, Castilla y León habían vuelto a unirse

en una misma Corona, bajo Fernando III (m. 1252), lo que aumentó su capacidad ofensiva

justamente cuando desaparecían los últimos restos del poder almohade en al-Andalus.

La caída de Córdoba, que era un símbolo del pasado esplendor de al-Andalus, permitió el

rápido dominio de la campiña del Guadalquivir; mucho más difícil fue la tome de Jaén

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(1246), conseguida por pacto, a cambio de reconocer la existencia del emirato de Granada,

como vasallo de Castilla, en las zonas montañosas de la Andalucía oriental. Dos años antes,

el infante Alfonso, hijo y heredero de Fernando III, había sujetado a protectorado militar el

reino taifa de Murcia, y alcanzado con Jaime I de Aragón (1214-1276) el tratado de Almizra

(1244), que señalaba los límites de su expansión hacia el sur: en efecto, el rey de Aragón

había llevado a cabo ya la conquista de su zona de influencia; tomó Mallorca e Ibiza entre

1229 y 1235 y, en la península, ocupó entre 1232 (conquista de Morella) y 1246 (Denia)

todo lo que sería el nuevo reino de Valencia, cuya capital cayó en 1238.

La culminación de las conquistas ocurrió cuando Fernando III entró en Sevilla, antigua

capital andalusí de los almohades (1248). Unos años más tarde, en 1262-1263, Alfonso X

(1252-1284) incorporó por completo las sierras de la baja Andalucía sujetas hasta entonces

sólo a protectorado y control militar: Cádiz y Niebla (1262). La revuelta de los musulmanes

mudéjares andaluces y murcianos en 1264, con apoyo del emirato de Granada, y su

derrota, consumó los efectos de las conquistas anteriores: Alfonso X expulsó a casi todos

los musulmanes de la Andalucía cristiana y, con ayuda de Jaime I, completó el dominio de

Murcia, cosa imprescindible pare el rey aragonés tanto para asegurar su victoria sobre los

mudéjares valencianos, que produjeron revueltas parciales hasta 1276, como para señalar

sus pretensiones más allá de los límites fijados en Almizra: años después, Jaime II, tras

una guerra con Castilla, anexionó a Valencia la parte norte del reino de Murcia en 1304.

El cambio general de circunstancias políticas y económicas y la dificultad para completar la

colonización de las tierras conquistadas pusieron fin al avance de los reyes cristianos en el

último tercio del siglo XIII. A ello se unió la fuerte capacidad defensiva del emirato de

Granada y el apoyo que recibió de los meriníes norteafricanos entre 1275 y 1350.

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