el tonel de amontillado otros cuentos . de antologia de cuentos de terror

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  • 7/13/2019 El Tonel de Amontillado Otros Cuentos . de Antologia de Cuentos de Terror

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    El tonel de amontillado[Cuento. Texto completo]

    Edgar Allan Poe

    Haba yo soportado hasta donde me era posible las mil ofensas de que Fortunato me haca objeto, pero cuando

    se atrevi a insultarme jur que me vengara. Vosotros, sin embargo, que conocis harto bien mi alma, nopensaris que profer amenaza alguna. Me vengara a la larga;esto quedaba definitivamente decidido, pero,por lo mismo que era definitivo, exclua toda idea de riesgo. No slo deba castigar, sino castigar conimpunidad. No se repara un agravio cuando el castigo alcanza al reparador, y tampoco es reparado si elvengador no es capaz de mostrarse como tal a quien lo ha ofendido.

    Tngase en cuenta que ni mediante hechos ni palabras haba yo dado motivo a Fortunato para dudar de mibuena disposicin. Tal como me lo haba propuesto, segu sonriente ante l, sin que se diera cuenta de que misonrisa proceda, ahora, de la idea de su inmolacin.

    Un punto dbil tena este Fortunato, aunque en otros sentidos era hombre de respetar y aun de temer.

    Enorgullecase de ser un connaisseur en materia de vinos. Pocos italianos poseen la capacidad del verdaderovirtuoso. En su mayor parte, el entusiasmo que fingen se adapta al momento y a la oportunidad, a fin deengaar a los millonarios ingleses y austriacos. En pintura y en alhajas Fortunato era un impostor, como todossus compatriotas; pero en lo referente a vinos aejos proceda con sinceridad. No era yo diferente de l en estesentido; experto en vendimias italianas, compraba con largueza todos los vinos que poda.

    Anocheca ya, una tarde en que la semana de carnaval llegaba a su locura ms extrema, cuando encontr a miamigo. Acercseme con excesiva cordialidad, pues haba estado bebiendo en demasa. Disfrazado de bufn,llevaba un ajustado traje a rayas y luca en la cabeza el cnico gorro de cascabeles. Me sent tan contento alverle, que me pareci que no terminara nunca de estrechar su mano.

    -Mi querido Fortunato -le dije-, qu suerte haberte encontrado! Qu buen semblante tienes! Figrate queacabo de recibir un barril de vino que pasa por amontillado, pero tengo mis dudas.

    -Cmo?,-exclam Fortunato-. Amontillado? Un barril? Imposible! Y a mitad de carnaval...!

    -Tengo mis dudas -insist-, pero he sido lo bastante tonto como para pagar su precio sin consultarte antes. Nopude dar contigo y tena miedo de echar a perder un buen negocio.

    -Amontillado!

    -Tengo mis dudas.

    -Amontillado!

    -Y quiero salir de ellas.

    -Amontillado!

    -Como ests ocupado, me voy a buscar a Lucresi. Si hay alguien con sentido crtico, es l. Me dir que...

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    -Lucresi es incapaz de distinguir entre amontillado y jerez.

    -Y sin embargo no faltan tontos que afirman que su gusto es comparable al tuyo.

    -Ven! Vamos!

    -Adnde?

    -A tu bodega.

    -No, amigo mo. No quiero aprovecharme de tu bondad. Noto que ests ocupado, y Lucresi...

    -No tengo nada que hacer; vamos.

    -No, amigo mo. No se trata de tus ocupaciones, pero veo que tienes un fuerte catarro. Las criptas sonterriblemente hmedas y estn cubiertas de salitre.

    -Vamos lo mismo. Este catarro no es nada. Amontillado! Te has dejado engaar. En cuanto a Lucresi, es

    incapaz de distinguir entre jerez y amontillado.

    Mientras deca esto, Fortunato me tom del brazo. Yo me puse un antifaz de seda negra y, cindomeuna roquelaure, dej que me llevara apresuradamente a mipalazzo.

    No encontramos sirvientes en mi morada; habanse escapado para festejar alegremente el carnaval. Como leshaba dicho que no volvera hasta la maana siguiente, dndoles rdenes expresas de no moverse de casa,estaba bien seguro de que todos ellos se haban marchado de inmediato apenas les hube vuelto la espalda.

    Saqu dos antorchas de sus anillas y, entregando una a Fortunato, le conduje a travs de mltiples habitacioneshasta la arcada que daba acceso a las criptas. Descendimos una larga escalera de caracol, mientras yo

    recomendaba a mi amigo que bajara con precaucin. Llegamos por fin al fondo y pisamos juntos el hmedosuelo de las catacumbas de los Montresors.

    Mi amigo caminaba tambalendose, y al moverse tintinearon los cascabeles de su gorro.

    -El tonel -dijo,

    -Est ms delante -contest-, pero observa las blancas telaraas que brillan en las paredes de estas cavernas.

    Se volvi haca m y me mir en los ojos con veladas pupilas, que destilaban el flujo de su embriaguez.

    -Salitre? -pregunt, despus de un momento.

    -Salitre -repuse-. Desde cundo tienes esa tos?

    El violento acceso impidi a mi pobre amigo contestarme durante varios minutos.

    -No es nada -dijo por fin.

    -Vamos -declar con decisin-. Volvmonos; tu salud es preciosa. Eres rico, respetado, admirado, querido;eres feliz como en un tiempo lo fui yo. Tu desaparicin sera lamentada, cosa que no ocurrira en mi caso.

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    Volvamos, pues, de lo contrario, te enfermars y no quiero tener esa responsabilidad. Adems est Lucresi,que...

    -Basta! -dijo Fortunato-. Esta tos no es nada y no me matar. No voy a morir de un acceso de tos.

    -Ciertamente que no -repuse-. No quera alarmarte innecesariamente. Un trago de este Medoc nos proteger dela humedad.

    Romp el cuello de una botella que haba extrado de una larga hilera de la misma clase colocada en el suelo.

    -Bebe -agregu, presentndole el vino.

    Mirndome de soslayo, alz la botella hasta sus labios. Detvose y me hizo un gesto familiar, mientrastintineaban sus cascabeles.

    -Brindo -dijo- por los enterrados que reposan en torno de nosotros.

    -Y yo brindo por que tengas una larga vida.

    Otra vez me tom del brazo y seguimos adelante.

    -Estas criptas son enormes -observ Fortunato.

    -Los Montresors -repliqu- fueron una distinguida y numerosa familia.

    -He olvidado vuestras armas.

    -Un gran pie humano de oro en campo de azur; el pie aplasta una serpiente rampante, cuyas garras se hundenen el taln.

    -Y el lema?

    -Nemo me impune lacessit.

    -Muy bien! -dijo Fortunato.

    Chispeaba el vino en sus ojos y tintineaban los cascabeles. El Medoc haba estimulado tambin mi fantasa.Dejamos atrs largos muros formados por esqueletos apilados, entre los cuales aparecan tambin toneles ypipas, hasta llegar a la parte ms recndita de las catacumbas. Me detuve otra vez, atrevindome ahora a tomardel brazo a Fortunato por encima del codo.

    -Mira cmo el salitre va en aumento! -dije-. Abunda como el moho en las criptas. Estamos debajo del lechodel ro. Las gotas de humedad caen entre los huesos... Ven, volvmonos antes de que sea demasiado tarde. Latos...

    -No es nada -dijo Fortunato-. Sigamos adelante, pero bebamos antes otro trago de Medoc.

    Romp el cuello de un frasco de De Grve y se lo alcanc. Vacilo de un trago y sus ojos se llenaron de una luzsalvaje. Rindose, lanz la botella hacia arriba, gesticulando en una forma que no entend.

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    Lo mir, sorprendido. Repiti el movimiento, un movimiento grotesco.

    -No comprendes?

    -No -repuse.

    -Entonces no eres de la hermandad.

    -Cmo?

    -No eres un masn.

    -Oh, s! -exclam-. S lo soy!

    -T, un masn? Imposible!

    -Un masn -insist.

    -Haz un signo -dijo l-. Un signo.

    -Mira -repuse, extrayendo de entre los pliegues de mi roquelaure una pala de albail.

    -Te ests burlando -exclam Fortunato, retrocediendo algunos pasos-. Pero vamos a ver ese amontillado.

    -Puesto que lo quieres -dije, guardando el utensilio y ofreciendo otra vez mi brazo a Fortunato, que se apoypesadamente. Continuamos nuestro camino en busca del amontillado. Pasamos bajo una hilera de arcos muybajos, descendimos, seguimos adelante y, luego de bajar otra vez, llegamos a una profunda cripta, donde elaire estaba tan viciado que nuestras antorchas dejaron de llamear y apenas alumbraban.

    En el extremo ms alejado de la cripta se vea otra menos espaciosa. Contra sus paredes se haban apiladorestos humanos que suban hasta la bveda, como puede verse en las grandes catacumbas de Pars. Tres ladosde esa cripta interior aparecan ornamentados de esta manera. En el cuarto, los huesos se haban desplomado yyacan dispersos en el suelo, formando en una parte un amontonamiento bastante grande. Dentro del muro asexpuesto por la cada de los huesos, vimos otra cripta o nicho interior, cuya profundidad sera de unos cuatropies, mientras su ancho era de tres y su alto de seis o siete. Pareca haber sido construida sin ningn propsitoespecial, ya que slo constitua el intervalo entre dos de los colosales soportes del techo de las catacumbas, yformaba su parte posterior la pared, de slido granito, que las limitaba.

    Fue intil que Fortunato, alzando su mortecina antorcha, tratara de ver en lo hondo del nicho. La dbil luz nopermita adivinar dnde terminaba.

    -Contina -dije-. All est el amontillado. En cuanto a Lucresi...

    -Es un ignorante -interrumpi mi amigo, mientras avanzaba tambalendose y yo le segua pegado a sustalones. En un instante lleg al fondo del nicho y, al ver que la roca interrumpa su marcha, se detuvo comoatontado. Un segundo ms tarde quedaba encadenado al granito. Haba en la roca dos argollas de hierro,separadas horizontalmente por unos dos pies. De una de ellas colgaba una cadena corta; de la otra, un candado.Pasndole la cadena alrededor de la cintura, me bastaron apenas unos segundos para aherrojarlo. Demasiadoestupefacto estaba para resistirse. Extraje la llave y sal del nicho.

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    -Pasa tu mano por la pared -dije- y sentirs el salitre. Te aseguro que hay mucha humedad. Una vez ms,te imploro que volvamos. No quieres? Pues entonces, tendr que dejarte. Pero antes he de ofrecerte todos misservicios.

    -El amontillado! -exclam mi amigo, que no haba vuelto an de su estupefaccin.

    -Es cierto -repliqu-. El amontillado.

    Mientras deca esas palabras, fui hasta el montn de huesos de que ya he hablado. Echndolos a un lado, puseen descubierto una cantidad de bloques de piedra y de mortero. Con estos materiales y con ayuda de mi pala dealbail comenc vigorosamente a cerrar la entrada del nicho.

    Apenas haba colocado la primera hilera de mampostera, advert que la embriaguez de Fortunato se habadisipado en buena parte. La primera indicacin naci de un quejido profundo que vena de lo hondo del nicho.No era el grito de un borracho. Sigui un largo y obstinado silencio. Puse la segunda hilera, la tercera y lacuarta; entonces o la furiosa vibracin de la cadena. El ruido dur varios minutos, durante los cuales, y parapoder escucharlo con ms comodidad, interrump mi labor y me sent sobre los huesos. Cuando, por fin, cesel resonar de la cadena, tom de nuevo mi pala y termin sin interrupcin la quinta, la sexta y la sptima hilera.

    La pared me llegaba ahora hasta el pecho. Detveme nuevamente y, alzando la antorcha sobre la mampostera,proyect sus dbiles rayos sobre la figura all encerrada.

    Una sucesin de agudos y penetrantes alaridos, brotando sbitamente de la garganta de aquella formaencadenada, me hicieron retroceder con violencia. Vacil un instante y tembl. Desenvainando mi espada, mepuse a tantear con ella el interior del nicho, pero me bast una rpida reflexin para tranquilizarme. Apoy lamano sobre la slida muralla de la catacumba y me sent satisfecho. Volv a acercarme al nicho y contest conmis alaridos a aquel que clamaba. Fui su eco, lo ayud, lo sobrepuj en volumen y en fuerza. S, as lo hice, ysus gritos acabaron por cesar.

    Ya era medianoche y mi tarea llegaba a su trmino. Haba completado la octava, la novena y la dcima hilera.

    Termin una parte de la undcima y ltima; slo quedaba por colocar y fijar una sola piedra. Luch con supeso y la coloqu parcialmente en posicin. Pero entonces brot desde el nicho una risa apagada que hizoerizar mis cabellos. La sucedi una voz lamentable, en la que me cost reconocer la del noble Fortunato.

    -Ja, ja... ja, ja! Una excelente broma, por cierto... una excelente broma...! Cmo vamos a rernos en elpalazzo...ja, ja... mientras bebamos... ja, ja!

    -El amontillado! -dije.

    -Ja, ja...! S... el amontillado...! Pero... no se est haciendo tarde? No nos estarn esperando en elpalazzo... mi esposa y los dems? Vmonos!

    -S-dije-. Vmonos.

    -Por el amor de Dios, Montresor!

    -S -dije-. Por el amor de Dios.

    Esper en vano la respuesta a mis palabras. Me impacient y llam en voz alta:

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    -Fortunato!

    Silencio. Llam otra vez.

    -Fortunato!

    No hubo respuesta. Pas una antorcha por la abertura y la dej caer dentro. Slo me fue devuelto un tintinear

    de cascabeles. Sent que una nusea me envolva; su causa era la humedad de las catacumbas. Me apresur aterminar mi trabajo. Puse la ltima piedra en su sitio y la fij con el mortero. Contra la nueva mamposteravolv a alzar la antigua pila de huesos. Durante medio siglo, ningn mortal los ha perturbado. Requiescat inpace!

    FIN

    Traduccin de Julio Cortzar

    La ventana tapiadaEn 1830, a solo unas pocas millas de donde hoy se levanta la gran ciudad de Cincinatti, se extenda

    un inmenso e impenetrable bosque. La regin entera fue poblada por gente de la frontera,incansables almas que, tan pronto como construyeron hogares habitables fuera de la naturaleza

    salvaje y algn grado de prosperidad que hoy llamaramos indigencia, impelidos por algnmisterioso impulso de su naturaleza, abandonaron todo y se dirigieron haca el oeste lejano para

    encontrar nuevos peligros y privaciones en un esfuerzo por lograr de nuevo las exiguascomodidades a las que haban renunciado voluntariamente. Muchos de ellos haban dejado ya esaregin de los antiguos asentamientos, pero entre aquellos que permanecieron hubo uno que haba

    sido de los primeros en llegar. l viva solo en una cabaa de troncos rodeada por todas partes porel bosque, de cuya lobreguez y silencio pareci ser parte, ya que nadie jams le vio sonrer o deciruna palabra innecesaria. Sus simples necesidades fueron suplidas por la venta o el trueque de pieles

    de animales salvajes del ro, pero no por cosas que l hizo sobre la tierra, que si hubiera sidonecesario, podra haber reclamado como propias por derecho. Hubo evidencias de "mejoras", unospocos acres de terreno a un lado de la casa en el que se haban talado algunos de sus rboles; losdeteriorados tocones cubiertos a medias por los nuevos brotes que nacan a pesar de la destruccinproducida por el hacha. El entusiasmo del hombre por la agricultura haba aparentemente ardido

    con una lnguida llama, expirando en penitenciales cenizas.La pequea cabaa, con su chimenea de troncos, su techo de tejas arqueadas, atravesadas por

    maderos y sellados con barro, tena una sola puerta y, opuesta a la misma, una sola ventana, queestaba tapiada. Nadie poda recordar un tiempo en que no lo estuviera, y nadie nunca supo elporqu; ciertamente no por el desagrado del ocupante hacia la luz y el aire. En aquellas rarasocasiones en que un cazador haba pasado por aquel solitario lugar, el recluso comnmente eravisto tomando sol en la puerta, si es que el cielo le provea con sus rayos. Yo creo que unas pocaspersonas quedan con vida que conocen el secreto de esta ventana, y soy uno de ellos, como ustedespodrn verlo.

    El nombre del hombre se deca que era Murlock. Aparentaba setenta aos, pero realmente tenaunos cincuenta. Algo que no eran los aos haba influido en su envejecimiento. Su pelo y su

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    larga barba eran blancas, y sus ojos, grises, como sin lustre, hundidos; su rostroexcepcionalmente mostraba arrugas que parecan formar parte de dos sistemas que secruzaban. Su figura era alta y parca, y tena los hombros un poco encorvados, como siestuviera cargando algo. Yo nunca lo vi, sino que supe todo esto a travs del relato del abuelo,quien me cont la historia cuando era nio; l lo haba conocido cuando viva cerca de all, enaquellos aos.

    Un da Murlock fue encontrado en su cabaa, muerto. No era el momento ni el lugar paraueces de instruccin y peridicos, y supongo que todos asumieron que haba muerto por

    causas naturales ya que, de no ser as, me lo habran dicho y debera recordarlo. Slo se quecon lo que probablemente fuera un sentido de idoneidad, el cuerpo fue enterrado cerca de lacabaa, junto a la tumba de su esposa, quien le haba precedido por tantos aos que la tradicinlocal casi no recordaba su existencia. Esto finaliza el ltimo captulo de esta historia real,exceptuando el hecho de que muchos aos despus, con un parecido espritu intrpido, yo entren ese lugar y me acerqu lo suficiente a la cabaa en ruinas como para lanzar una piedra sobreella, y entonces corr huyendo del fantasma que todo chico bien informado saba que habitabael lugar. Pero existe un captulo anterior contado por mi abuelo.

    Cuando Murlock construa su cabaa empez decididamente a conformar la granja trabajandocon su hacha, sirvindose del rifle como un apoyo, l era joven, fuerte y lleno de esperanza. Sehaba casado en aquel pas del Este de donde proceda, como era costumbre, con una jovendevota y honesta que comparta con l los peligros y las privaciones de rigor siempre con unespritu alegre. No se recuerda su nombre; la tradicin guarda silencio en cuanto a sus encantospersonales aunque la duda se mantiene; pero Dios prohibe que yo la comparta! De su afecto yfelicidad hay evidentes muestras en todos y cada uno de los das de viudedad vividos por elhombre; qu sino el magnetismo de unos benditos recuerdos podra haber encadenado un

    espritu aventurero a un lugar como ese?Un da Murlock regres de una cacera en un lugar distante del bosque y encontr a su mujerpostrada con fiebre y delirando. No haba mdico en millas, no haba vecinos, tampoco ellaestaba en condicin de carecer de atencin. As que l ejerci tambin la tarea de atenderla ycurarla, pero al tercer da entr en coma y falleci, aparentemente sin jams regresar a su sanouicio

    Por lo que yo s de una naturaleza como la de l, podemos aventurar algunos detalles del perfildibujado por mi abuelo. Cuando se convenci que ella estaba muerta, Murlock tuvo ansentido como para recordar que la muerte debe ser seguida por el entierro. En preparativos parasu sacra labor, cometi un error tras otro, haciendo algunas cosas de manera incorrecta y otrasque haba hecho correctamente, las volvi a hacer una y otra vez. Sus fallas ocasionales enllevar a trmino cosas simples y ordinarias lo llenaron de estupor como el de un borracho quese cuestiona por la suspensin de las leyes familiares naturales. Tambin se sorprendi por nollorar - sorprendido y un poco avergonzado -; seguro que no es bueno no llorar por losmuertos. "Maana", dijo en voz alta, "tengo que hacer el atad y enterrarla, y entonces laechar de menos, cuando no la vea ms; pero ahora, ella est muerta, por supuesto, pero todoest bien; de alguna manera debe ser as. Las cosas no pueden ser tan malas como parecen"

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    l permaneci sobre el cadver por la noche, ajustando el cabello y dandole los ltimos,hacindolo de manera muy mecnica, con un cuidado casi desalmado, y con un sentido deconviccin en su mente de que todo aquello estaba bien, como si la fuera a tener de nuevoconsigo, y todo fuera explicado. Nunca haba experimentado el dolor; su capacidad de sentirlono haba sido utilizada jams, ni su corazn ni su mente podan concebirlo. No saba lo que eraun golpe bajo; este conocimiento vendra despus y jams se marchara. El Dolor es un artistade poderes tan variados como los instrumentos con los que interpreta sus cantos fnebres hacia

    los muertos, evocando desde las ms agudas y finas notas hasta los acordes ms graves y bajosque pulsan el lento y recurrente latido de un tambor distante. Algunos se asustan, otros sequedan pasmados. Para este viene como un flechazo certero, punzando toda la sensibilidad deuna vida entusiasta; para el otro como el golpe de una maza, que aplasta todo e inmovilizatodo. Vamos a concebir que Murlock se vio afectado de esta manera, por (y aqu estamos en uncampo de no mayor seguridad que la de la mera conjetura) que ni bien termin su pa labor, sesent en una silla a un lado de la mesa en la que yaca el cuerpo, y deposit sus brazos en elborde de la mesa, dejando caer su cara en ellos, sin lgrimas y en exceso cansado. En esemomento provino desde la ventana abierta un sonido como de aullido de un chico perdido enlas lejanas del oscuro bosque. Pero el hombre no se movi. De nuevo, y ms cercano queantes, son el aullido sobrenatural. Quizs era una bestia salvaje; quizs era un sueo. ParaMurlock estaba dormida.

    Algunas horas despus, como luego se supo, el desgraciado viga se despert y desliz sucabeza de los brazos, intentando escuchar sin saber porque. All en la negra oscuridad al ladode la muerte, recordando todo sin asustarse, forz la vista para ver mejor, no saba el qu.Todos sus sentidos estaban alertas, su respiracin se suspendi, la sangre se le detuvo en lasvenas como respaldando al silencio. Quin o qu lo haba despertado, y dnde estaba?

    Sbitamente la mesa cruji bajo sus brazos, y al mismo tiempo escuch, o crey escuchar, un

    ligero, un paso suave, otro; suena como si fuera de un pie desnudo sobre el suelo!Estaba aterrorizado, paralizado, sin poder gritar o moverse. Necesariamente esper, esper allen la oscuridad lo que parecieron siglos de un espanto tal que, hasta donde sabemos, nadie havivido nunca para contarlo. Trat en vano de pronunciar el nombre de la mujer muerta,tambin en vano su mano se estir y palp la mesa, para ver si ella estaba all. Su gargantaestaba atenazada y sus brazos y manos eran como plomo. Entonces ocurri lo msespeluznante. Un cuerpo pesado pareci ser arrojado violentamente contra la mesa, con un talmpetu que lo empuj contra su pecho tan fuertemente como para tumbarlo. Al mismo tiempooy y sinti el impacto de algo sobre el piso, algo que choc con tanta violencia que la casaentera se movi por el impacto. Sigui una reyerta, y una sucesin de sonidos imposibles dedescribir. Murlock se levant. El miedo excesivo pas a tomar control de sus facultades. Passu mano sobre la mesa. No haba nada ah!

    Hay un punto en que el terror puede conducir a la locura, y la locura incita a la accin. Sinninguna intencin definida, sin ningn motivo, pero con el obstinado impulso de un loco,Murlock peg un brinco hacia la pared, donde estaba su arma cargada, y la descarg sinapuntar a ningn sitio concreto. Con el relmpago que ilumin la estancia, vio una enormepantera arrastrando el cadver de su mujer a travs de la ventana, los dientes clavados en sugarganta. Luego hubo una oscuridad ms negra que la de antes y silencio; y cuando regres a la

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    consciencia, el sol brillaba y los pjaros cantaban en los rboles del bosque.

    El cuerpo qued cerca de la ventana, donde la bestia lo dej antes de partir asustada por elfogonazo y la detonacin del rifle. Las ropas estaban despedazadas, el largo cabellodesordenado, las piernas quedaron desparramadas. Desde la garganta, horriblemente lacerada,haba un manchn sanguinolento que todava no haba coagulado. La cinta con la que habavendado las muecas estaba rota; las manos fuertemente crispadas. Entre los dientes tena un

    fragmento de la oreja del animal.

    El relato del polvo blanco

    Por Arthur Machen

    Mi nombre es Leicester; mi padre, el mayor general Wyn Leicester, distinguido oficial deartillera, sucumbi hace cinco aos a una compleja enfermedad del hgado, adquirida en el letalclima de la india. Un ao despus, Francis, mi nico hermano, regres a casa despus de unacarrera excepcionalmente brillante en la universidad, y aqu se qued, resuelto como un

    ermitao a dominar lo que con razn se ha llamado el gran mito del Derecho. Era un hombreque pareca sentir una total indiferencia hacia todo lo que se llama placer; aunque era msguapo que la mayora de los hombres y hablaba con la alegra y el ingenio de un vagabundo,evitaba la sociedad y se encerraba en la gran habitacin de la parte alta de la casa paraconvertirse en abogado. Al principio, estudiaba tenazmente durante diez horas diarias; desdeque el primer rayo de luz apareca en el este hasta bien avanzada la tarde permanecaencerrado con sus libros. Slo dedicaba media hora a comer apresuradamente conmigo, comosi lamentara el tiempo que perda en ello, y despus sala a dar un corto paseo cuandocomenzaba a caer la noche. Yo pensaba que tanta dedicacin sera perjudicial, y trat deapartarlo suavemente de la austeridad de sus libros de texto, pero su ardor pareca ms bienaumentar que disminuir, y creci el nmero de horas diarias de estudio. Habl seriamente con

    l, le suger que ocasionalmente tomara un descanso, aunque fuera slo pasarse una tarde deocio leyendo una novela fcil; pero l se ri y dijo que, cuando tena ganas de distraerse, leaacerca del rgimen de propiedad feudal y se burl de la idea de ir al teatro o de pasar un mes alaire libre. Confieso que tena buen aspecto, y no pareca sufrir por su trabajo, pero saba que suorganismo terminara por protestar, y no me equivocaba. Una expresin de ansiedad asom ensus ojos, se vea dbil, hasta que finalmente confes que no se encontraba bien de salud. Dijoque se senta inquieto, con sensacin de vrtigo, y que por las noches se despertaba,aterrorizado y baado en sudor fro, a causa de unas espantosas pesadillas.-Me cuidar -dijo-, as que no te preocupes. Ayer pas toda la tarde sin hacer nada, recostadoen ese cmodo silln que t me regalaste, y garabateando tonteras en una hoja de papel. No,no; no me cargar de trabajo. Me pondr bien en una o dos semanas, ya vers.

    Sin embargo, a pesar de sus afirmaciones, me di cuenta que no mejoraba, sino empeoraba cadada. Entraba en el saln con una expresin de abatimiento, y se esforzaba en aparentar alegracuando yo lo observaba. Me pareca que tales sntomas eran un mal agero, y a veces, measustaba la nerviosa irritacin de sus gestos y su extraa y enigmtica mirada. Muy en contrasuya, lo convenc de que accediera a dejarse examinar por un mdico, y por fin llam, de muymala gana, a nuestro viejo doctor.El doctor Haberden me anim, despus de la consulta.-No es nada grave -me dijo-. Sin duda lee demasiado, come de prisa y vuelve a los libros condemasiada precipitacin y la consecuencia natural es que tenga trastornos digestivos y algunamnima perturbacin del sistema nervioso. Pero creo, seorita Leicester, que podremos curarlo.

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    Ya le he recetado una medicina que obtendr buenos resultados. As que no se preocupe.Mi hermano insisti en que un farmacutico de la colonia le preparara la receta. Era unestablecimiento extrao, pasado de moda, exento de la estudiada coquetera y el calculadoesplendor que alegran tanto los escaparates y estanteras de las modernas boticas. PeroFrancis le tena mucha simpata al anciano farmacutico y crea a ciegas en la escrupulosapureza de sus drogas. La medicina fue enviada a su debido tiempo, y observ que mi hermanola tomaba regularmente despus de la comida y la cena.Era un polvo blanco de aspecto comn, del cual disolva un poco en un vaso de agua fra. Yo loagitaba hasta que se dilua, y desapareca dejando el agua limpia e incolora. Al principio, Francispareci mejorar notablemente; el cansancio desapareci de su rostro, y se volvi ms alegreincluso que cuando sali de la universidad; hablaba animadamente de reformarse, y reconocique haba perdido el tiempo.-He dedicado demasiadas horas al estudio del Derecho -deca rindose-; creo que me hassalvado justo a tiempo. Bien, de cualquier modo, ser canciller, pero no debo olvidarme de vivir.Haremos un viaje a Pars, nos divertiremos, y nos mantendremos alejados por un tiempo de laBiblioteca Nacional.He de confesar que me sent encantada con el proyecto.-Cundo nos vamos? -pregunt-. Podramos salir pasado maana, si te parece.-No, es demasiado pronto. Despus de todo, no conozco Londres todava, y supongo que unhombre debe comenzar por entregarse a los placeres de su propio pas. Pero saldremos en unao dos semanas, as que practica tu francs. Por mi parte, de Francia slo conozco las leyes, yme temo que eso no nos servir de nada.Estbamos terminando de comer. Tom su medicina con gesto de catador, como, si fuera unvino de la cava ms selecta.-Tiene algn sabor especial? -pregunt.-No; es como si fuera slo agua-. Se levant de la silla y empez a pasear de arriba abajo por lahabitacin, sin decidir qu hacer.-Vamos al saln a tomar caf? -le pregunt-. 0 prefieres fumar?-No; me parece que voy a dar un paseo. La tarde est muy agradable. Mira ese crepsculo: escomo una gran ciudad en llamas, como si, entre las casas oscuras, lloviera sangre. S. Voy a

    salir. Pronto estar de vuelta, pero me llevo mi llave. Buenas noches, querida, si es que no teveo ms tarde.La puerta se cerr de golpe tras l, y le vi caminar rpidamente por la calle, balanceando subastn-, y me sent agradecida con el doctor Haberden por esta mejora.Creo que mi hermano regres a casa muy tarde aquella noche, pero a la maana siguiente seencontraba de muy buen humor.-Camin sin pensar adnde iba -dijo gozando de la frescura del aire, y vivificado por la multitudcuando me acercaba a los barrios ms transitados. Despus, en medio de la gente, me encontrcon Orford, un antiguo compaero de la universidad, y despus... bueno, nos fuimos por ah adivertirnos. He sentido lo que es ser joven y hombre. He descubierto que tengo sangre en lasvenas como los dems. Me he citado con Orford para esta noche; algunos amigos nos

    reuniremos en el restaurante. S, me divertir durante una semana o dos, y todas las nochesoir las campanadas de las doce. Y despus t y yo haremos nuestro pequeo viaje.Fue tal el cambio de carcter de mi hermano, que en pocos das se convirti en un amante delos placeres, en un indolente asiduo de los barrios alegres, en un cliente fiel de los restaurantesopulentos y en un excelente crtico de baile. Engordaba ante mis ojos, y no hablaba ya de Pars,pues claramente haba encontrado su paraso en Londres. Yo me alegr, pero no dejaba desorprenderme, porque en su alegra encontraba algo que me desagradaba, aunque no podadefinir la sensacin. El cambio le sobrevino poco a poco. Segua regresando en las frasmadrugadas; pero yo ya no le oa hablar de sus diversiones, y, una maana, cuandodesayunbamos juntos, lo mir de pronto a los ojos y vi a un extrao frente a m.

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    -Oh, Francis! --exclam- Francis, Francis! Qu has hecho?Y dejando escapar el llanto, no pude decir ni una palabra ms. Me retir llorando a mihabitacin, pues aunque no saba nada, lo saba todo, y por un extrao juego del pensamiento,record la noche en que sali por primera vez, y el cuadro de la puesta de sol que iluminaba elcielo ante m: las nubes, como una ciudad en llamas, y la lluvia de sangre. Sin embargo, luchcontra esos pensamientos, y consider que tal vez, despus de todo, no haba pasado nadamalo. Por la tarde, a la hora de comer, decid presionarlo para que fijara el da de comenzarnuestras vacaciones en Pars. Estbamos charlando tranquilamente, y mi hermano acababa detomar su medicina, que no haba suspendido para nada. iba yo a abordar el tema, cuando laspalabras desaparecieron de mi mente, y me pregunt por un segundo qu peso helado eintolerable oprima mi corazn y me sofocaba como si me hubieran encerrado viva en un atad.Habamos comido sin encender las velas. La habitacin haba pasado de la penumbra a lalobreguez, y las paredes y los rincones se confundan entre sombras indistintas. Pero desdedonde yo estaba sentada poda ver la calle, y cuando pensaba en lo que iba a decirle a Francis,el cielo comenz a enrojecerse y a brillar, como durante aquella noche que tan bien recordaba; yen el espacio que se abra entre las dos oscuras moles de casas apareci el horrible resplandorde las llamas: espeluznantes remolinos de nubes retorcidas, enormes abismos de fuego, masasgrises como el vaho que se desprende de una ciudad humeante y una luz maligna brillando enlas alturas con las lenguas del ms ardiente fuego, y en la tierra, como un inmenso lago desangre. Volv los ojos a mi hermano; las palabras apenas se formaban en mis labios, cuando visu mano sobre la mesa. Entre el pulgar y el ndice tena una marca, una pequea mancha deltamao de una moneda de seis peniques y el color de un moretn. Sin embargo, por algnsentido indefinible, supe que no era un golpe. Ah!, si la carne humana pudiera arder en llamas,y si la llama fuese negra como la noche... sin pensamiento ni palabras, el horror me invadi alverlo, y en lo ms profundo de mi ser comprend que era un estigma. Durante algunosinterminables segundos, el manchado cielo se oscureci como si se tratara de la medianoche, ycuando la luz volvi, me encontraba sola en la silenciosa habitacin. Poco despus, pude orcmo sala mi hermano.

    A pesar de que ya era tarde, me puse el sombrero y fui a visitar al doctor Haberden, y en suamplio consultorio, mal iluminado por una vela que el doctor trajo consigo, con labios trmulos y

    voz vacilante pese a mi determinacin, le cont todo lo que haba sucedido desde el da en quemi hermano comenz a tomar la medicina hasta la horrible marca que haba descubierto hacaapenas media hora.Cuando termin, el doctor me mir durante un momento con una expresin de gran compasinen su rostro.-Mi querida seorita Leicester -dijo- usted se ha angustiado por su hermano; se preocupa muchopor l, estoy seguro , no es as?-S, me tiene preocupada -dije Desde hace una o dos semanas no he estado tranquila.-Muy bien. Ya sabe usted lo complicado que es el cerebro.-Comprendo lo que quiere usted decir, pero no estoy equivocada. He visto con mis propios ojostodo lo que acabo de decirle.

    -S, s; por supuesto. Pero sus ojos haban estado contemplando ese extraordinario crepsculoque tuvimos hoy. Es la nica explicacin. Maana lo comprobar a la luz del da, estoy seguro.Pero recuerde que siempre estoy a su disposicin para prestarle cualquier ayuda que est a mialcance. No dude en acudir a m o mandarme llamar si se encuentra en un apuro.Me march intranquila, completamente confusa, llena de tristeza y temor, y sin saber que hacer.Cuando nos reunimos mi hermano y yo al da siguiente, le dirig una rpida mirada y descubr,con el corazn oprimido, que llevaba la mano derecha envuelta en un pauelo. La mano en laque haba visto aquella mancha de fuego negro.-Qu tienes en la mano, Francis? -le pregunt con firmeza.-Nada importante. Anoche me cort un dedo y me sali mucha sangre. Me lo vend lo mejor que

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    pude.-Yo te lo curar bien, si quieres.-No, gracias, querida, esto bastar. Qu te parece si desayunamos? Tengo mucha hambre.Nos sentamos, y yo lo observaba. Comi y bebi muy poco. Le tiraba la comida al perro cuandocrea que yo no miraba. Haba una expresin en sus ojos que nunca le haba visto; cruz por mimente la idea de que aquella expresin no era humana. Estaba firmemente convencida de que,por espantoso e increble que fuese lo que haba visto la noche anterior, no era una ilusin, niera ningn engao de mis sentidos agobiados, y, en el transcurso de la maana, fui de nuevo ala casa del mdico.El doctor Haberden movi la cabeza contrariado e incrdulo, y pareci reflexionar durante unosminutos.-Y dice usted que contina tomando la medicina? Pero, por qu? Segn tengo entendido,todos los sntomas de que se quejaba desaparecieron hace tiempo. Por qu sigue tomandoese brebaje, si ya se encuentra bien? Y, a propsito, dnde encarg que le prepararan lareceta? Con Sayce? Nunca envo a nadie all; el anciano se est volviendo descuidado.Supongo que no tendr usted inconveniente en venir conmigo a su casa; me gustara hablar conl.Fuimos juntos a la tienda. El viejo Sayce conoca al doctor Haberden, y estaba dispuesto a darlecualquier clase de informacin.-Segn tengo entendido, usted lleva varias semanas preparando esta receta ma al seorLeicester -dijo el doctor, entregndole al anciano un pedazo de papel.-S -dijo-, y ya me queda muy poco. Es una droga muy poco comn, y la he tenido embodegadadurante mucho tiempo sin usarla. Si el seor Leicester contina el tratamiento, tendr queencargar ms.- Por favor, djeme ver el preparado -dijo Haberden.El farmacutico le dio un frasco. Haberden le quit el tapn, oli el contenido y mir conextraeza al anciano.-De dnde sac esto? -dijo-. Qu es? Adems, seor Sayce, esto no es lo que yo prescrib.S, s, ya veo que la etiqueta est bien, pero le digo que sta no es la medicina correcta.-La he tenido mucho tiempo --dijo el anciano, aterrado-. Se la compr a Burbage, como de

    costumbre. No me la piden con frecuencia, y la he tenido desde hace algunos aos. Como veusted, ya queda muy poco.-Sera mejor que me lo diera -dijo Haberden-. Me temo que ha habido una equivocacin.Nos marchamos de la tienda en silencio; el mdico llevaba bajo el brazo el frasco envuelto enpapel.-Doctor Haberden -dije, cuando ya llevbamos un rato caminando-, doctor Haberden.-S -dijo l, mirndome sobriamente.-Quisiera que me dijese qu ha estado tomando mi hermano dos veces al da durante poco msde un mes.-Francamente, seorita Leicester, no lo s. Hablaremos de esto cuando lleguemos a mi casa.Continuamos caminando rpidamente sin pronunciar palabra, hasta que llegamos a su casa. Me

    pidi que me sentara, y comenz a pasear de un extremo al otro de la habitacin, con la caraensombrecida por temores nada comunes.-Bueno -dijo al fin-. Todo esto es muy extrao. Es natural que se sienta alarmada, y deboconfesar que estoy muy lejos de sentirme tranquilo. Dejemos a un lado, se lo ruego, lo que ustedme cont anoche y esta maana, aunque persiste el hecho de que durante las ltimas semanasel seor Leicester ha estado saturando su organismo con un preparado completamentedesconocido para m. Como le digo, eso no es lo que yo le recet. No obstante, est por ver qucontiene realmente este frasco.Lo desenvolvi, verti cautelosamente unos pocos granos de polvo blanco en un pedacito depapel y los examin con curiosidad.

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    -S -dijo-. Parece sulfato de quinina, como usted dice; forma escamitas. Pero hulalo.Me tendi el frasco, y yo me inclin a oler. Era un olor extrao, empalagoso, etreo, irresistible,como el de un anestsico fuerte.-Lo mandar analizar -dijo Haberden-. Tengo un amigo 1 que se dedica a la qumica. Despussabremos qu hacer. No, no; no me diga nada sobre la otra cuestin. No quiero escucharlo demomento. Siga mi consejo y procure no pensar ms en eso.

    Aquella tarde, mi hermano no sali como siempre despus de la comida.-Ya me he divertido lo suficiente -dijo con una risa extraa- y debo volver a mis viejascostumbres. Un poco de leyes ser el descanso adecuado, tras una dosis tan sobrecargada deplacer -sonri para s mismo. Poco despus subi a su habitacin. Su mano segua vendada.El doctor Haberden pas por casa unos das ms tarde.-No tengo ninguna noticia especial para usted -dijo-. Chambers est fuera de la ciudad, as queno s nada que usted no sepa sobre la sustancia. Pero me gustara ver al seor Leicester, siest en casa.-Est en su habitacin -dije-. Le dir que est usted aqu.-No, no; yo subir. Quiero hablar con l con toda tranquilidad. Me atrevera a decir que noshemos alarmado mucho por muy poca cosa. Al fin y al cabo, sea lo que sea, parece que esepolvo blanco le ha sentado bien.El doctor subi, y, al pasar por el recibidor, lo o llamar a la puerta, abrirse sta, y cerrarsedespus. Estuve esperando en el silencio de la casa durante ms de una, hora, y la quietud sevolva cada vez ms intensa, mientras las manecillas del reloj caminaban lentamente. O arribael ruido de una puerta que se abra vigorosamente, y el mdico baj. Sus pasos cruzaron elrecibidor y se detuvieron ante la puerta. Respir largamente y con dificultad, vi mi cara, en unespejo, demasiado plida, mientras l volva y se paraba en la puerta. Haba un indecible horroren sus ojos; se sostuvo con una mano en el respaldo de una silla, su labio inferior temblabacomo el de un caballo; trag saliva y tartamude una serie de sonidos ininteligibles, antes dehablar.

    -He visto a ese hombre -comenz, en un spero susurro-. Acabo de pasar una hora con l. Diosmo! Y estoy vivo y entero! Yo que me he enfrentado toda mi vida con la muerte y conozco las

    ruinas de nuestra fortaleza... Pero eso no, Dios mo, eso no! -y se cubri el rostro con lasmanos para apartar de s alguna horrible visin.-No me mande llamar otra vez, seorita Leicester -dijo, recobrando un poco la compostura-.Nada puedo hacer ya por esta casa. Adis.Lo vi bajar las escaleras tembloroso, y cruzar la calzada en direccin a su casa. Me dio laimpresin de que haba envejecido diez aos desde la maana.Mi hermano permaneci en su habitacin. Me dijo con voz apenas reconocible que estaba muyocupado, que le gustara que le dejara su comida afuera de la puerta, y que me hiciera cargo delos criados. Desde aquel da, me pareci que el arbitrario concepto que llamamos tiempo habadesaparecido para m. Viva con la continua sensacin de horror, llevando a cabomecnicamente la rutina de la casa, y hablando slo lo imprescindible con los criados. De vez

    en cuando sala a pasear una hora o dos y luego volva a casa. Pero tanto dentro como fuera, miespritu se detena ante la puerta cerrada de la habitacin de arriba, y, temblando, esperaba quese abriera.He dicho que apenas me daba cuenta del tiempo, pero supongo que debieron transcurrir un parde semanas, desde la visita del doctor Haberden, cuando un da, despus del paseo, regresabaa casa reconfortada con una sensacin de alivio. El aire era dulce y agradable, y las formasvagas de las hojas verdes flotaban en la plaza como una nube; el perfume de las floreshechizaba mis sentidos. me senta feliz y caminaba con ligereza. Cuando iba a cruzar la callepara entrar a casa, me detuve un momento a esperar que pasara un carro y mir por casualidadhacia las ventanas. instantneamente se llenaron mis odos de un fragor tumultuoso de aguas

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    profundas y frias; el corazn me dio un vuelco y cay en un pozo sin fondo, y me quedsobrecogida de un terror sin forma ni figura. Extend ciegamente una mano en la oscuridad parano caer, mientras, las piedras temblaban bajo mis pies, perdan consistencia y parecanhundirse. En el momento de mirar hacia la ventana de mi hermano, se abri la persiana, y algodotado de vida se asom a contemplar el mundo. No, no puedo decir si vi un rostro humano oalgo semejante; era una criatura viviente con dos ojos llameantes que me miraron desde elcentro de algo amorfo representando el smbolo y el testimonio de todo el mal y la siniestracorrupcin. Durante cinco minutos permanec inmvil, sin fuerza, presa de la angustia, larepugnancia y el horror. Al llegar a la puerta, corr escaleras arriba, hasta la habitacin de mihermano, y lo llam.-Francis, Francis! -grit-. Por el amor de Dios, contstame. Qu es esa bestia espantosa quetienes en la habitacin? Scala, Francis, arrjala fuera de aqu!O un ruido como de pies que se arrastraban, lentos y cautelosos, y un sonido ahogado, como sialguien luchara por decir algo. Despus, el sonido de una voz, rota y apagada, pronunci unaspalabras que apenas pude entender.-Aqu no hay nada -dijo la voz-. Por favor, no me molestes. No me encuentro bien hoy.Me volv, horrorizada pero impotente. Me preguntaba por qu me habra mentido Francis, pueshaba visto, aunque slo fuera por un momento, la aparicin aquella, demasiado ntida paraequivocarme. Me sent en silencio, consciente de que haba sido algo ms, algo que haba vistoen el primer instante de terror antes de que aquellos ojos llameantes se fijaran en m. Y,sbitamente, lo record. Al mirar hacia arriba, las persianas se estaban cerrando, pero tuvetiempo de ver a aquella criatura, y al evocarla, comprend que la imagen no se borrara jams demi memoria. No era una mano; no haba dedos que sostuvieran el postigo, sino un mun negroque la empujaba. El torpe movimiento de la pata de una bestia se haba grabado en missentidos, antes de que aquella oleada de terror me arrojara al abismo. Me horroric al recordaresto y pensar que aquella espantosa presencia viva con mi hermano. Sub de nuevo y lo llamdesesperadamente, pero no me contest. Aquella noche, uno de los criados vino a mi y mecont con cierto recelo que haca tres das que colocaba regularmente la comida junto a lapuerta y despus la retiraba intacta. La sirvienta haba tocado, pero sin obtener respuesta; slooy los mismos pies arrastrndose que yo haba odo. Pasaron los das, uno tras otro, y

    siguieron dejndole a mi hermano las comidas delante de la puerta y retirndolas intactas, yaunque llam repetidamente a la puerta, no consegu jams que me contestara. La servidumbrequiso entonces hablar conmigo. Al parecer, estaban tan alarmados como yo. La cocinera dijoque, cuando mi hermano se encerr por vez primera en su habitacin, ella empez a orle salirpor la noche, y deambular por la casa; y una vez, segn dijo, oy abrirse la puerta del recibidor,y cerrarse despus. Pero haca varias noches que no oa ruido alguno. Por ltimo, la crisis sedesencaden; fue en la penumbra del atardecer. El saln donde me encontraba se fue poblandode tinieblas, cuando un alarido terrible desgarr el silencio y o unos precipitados pasosescabullirse por la escalera. Aguard, y un segundo despus irrumpi la doncella en el cuarto yse qued delante de m, plida y temblorosa.-Oh, seorita Helen! -murmur-. Por Dios, seorita Helen! Qu ha pasado? Mire mi mano,

    seorita, mire esta mano!La conduje hasta la ventana, y vi una mancha hmeda y negra en su mano.-No te comprendo -dije-. Quieres explicarte?-Estaba arreglando su habitacin hace un momento --comenz-. Estaba cambiando lassbanas, y de repente me cay en la mano algo mojado; mir hacia arriba y vi que era el techo,que estaba negro y goteaba justo encima de m.Primero la mir con severidad y luego me mord los labios.-Ven conmigo -dije-. Trae tu vela.La habitacin donde yo dorma estaba debajo de la de mi hermano, y al entrar sent que yotemblaba tambin. Mir el techo; en l haba una mancha negra y hmeda, que goteaba

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    persistente sobre un charco horrible que empapaba la blanca ropa de mi cama.Me lanc escaleras arriba y toqu con fuerza la puerta-Francis, Francis, hermano mo! Qu te ha pasado?Me puse a escuchar. Hubo un sonido ahogado; luego, un gorgoteo y un vmito, pero nada ms.Llam ms fuerte, pero no contest.

    A pesar de lo que el doctor Haberden haba dicho, fui a buscarlo.Le cont, con los ojos arrasados en lgrimas, lo que haba sucedido, y l me escuch con unaexpresin de dureza en el semblante.-En recuerdo de su padre --dijo finalmente-, ir con usted, aunque nada puedo hacer por l.Salimos juntos; las calles estaban oscuras, silenciosas y densas por el calor y la sequedad devarias semanas. Bajo los faroles de gas, el rostro del doctor se vea blanco. Cuando llegamos acasa, le temblaban las manos.No dudamos, sino que subimos directamente. Yo sostena la lmpara y l llam con voz fuerte ydecidida:-Seor Leicester, me oye? Insisto en verlo. Conteste de inmediato.No hubo respuesta, pero los dos omos aquel gorgoteo que ya he mencionado.-Seor Leicester, estoy esperando. Abra la puerta en este instante, o me ver obligado a echarlaabajo -dijo. Y llam una tercera vez, con una voz que hizo eco por todo el edificio-: SeorLeicester! Por ltima vez, le ordeno abrir la puerta.-Ah! -exclam, despus de unos pesados momentos de silencio-, estamos perdiendo el tiempo.Sera tan amable de proporcionarme un atizador o algo parecido?Corr a una pequea habitacin donde guardbamos las cosas viejas y encontr una especie deazadn que me pareci le servira al doctor.-Muy bien --dijo-, esto funcionar. Pongo en su conocimiento, seor Leicester -grit por el ojode la cerradura-, que voy a destrozar la puerta!Luego comenz a descargar golpes con el azadn, haciendo saltar la madera en astillas. Depronto, la puerta se abri con un grito espantoso de una voz inhumana que, como un rugidomonstruoso, brot inarticuladamente en la oscuridad.-Sostenga la lmpara -dijo entonces el doctor. Entramos y miramos rpidamente por toda lahabitacin.

    -Ah est -dijo el doctor Haberden, dejando escapar un suspiro-. Mire, en ese rincn.Sent una punzada de horror en el corazn. En el suelo haba una masa oscura y ptrida,hirviendo de corrupcin y espantosa podredumbre, ni lquida ni slida, que se derreta y setransformaba ante nuestros ojos con un gorgoteo de burbujas oleaginosas. Y en el centrobrillaban dos puntos llameantes, como dos ojos. Y vi, tambin, cmo se sacudi aquella masaen una contorsin temblorosa, y cmo trat de levantarse algo que bien poda ser un brazo. Eldoctor avanz, alz el azadn y descarg un golpe sobre los dos puntos brillantes; y golpe unay otra vez, enfurecido. Finalmente rein el silencio.Un par de semanas ms tarde, cuando ya me haba recobrado de la terrible impresin, el doctorHaberden vino a visitarme.-He traspasado mi consultorio -comenz-. Maana emprendo un largo viaje por mar. No s si

    volver a Inglaterra algn da; es muy probable que compre un pequeo terreno en California yme quede all el resto de mi vida. Le he trado este sobre, que usted podr abrir y leer cuando sesienta con fuerza y valor para ello. Contiene el informe del doctor Chambers sobre la muestraque le remit. Adis, seorita, adis.En cuanto se march, abr el sobre y le los papeles. No poda esperar. Aqu est el manuscrito,y, si me lo permiten, les leer la asombrosa historia que narra:"Mi querido Haberden -comenzaba la carta-: Le pido mil perdones por haberme retrasado encontestar su pregunta sobre la sustancia blanca que me envi. A decir verdad, he dudado untiempo sobre qu determinacin tomar, pues hay tanto fanatismo y ortodoxia en las cienciasfsicas como en la teologa, y saba que si yo me decida a contarle la verdad, podra ofender

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    prejuicios que alguna vez me fueron caros. No obstante, he decidido ser sincero con usted, asque, en primer lugar, permtame entrar en una breve aclaracin personal."Usted me conoce, Haberden, desde hace muchos aos, como un escrupuloso hombre deciencia. Usted y yo hemos hablado a menudo de nuestras profesiones, y hemos discutido elabismo insondable que se abre a los pies de quienes creen alcanzar la verdad por caminos quese aparten de la va ordinaria de la experiencia y la observacin de la materia. Recuerdo eldesdn con que me hablaba usted una vez de aquellos cientficos que han escarbado un pocoen lo oculto y han insinuado tmidamente que tal vez, despus de todo, no sean los sentidos lafrontera eterna e impenetrable de todo conocimiento, el inmutable lmite, ms all del cualningn ser humano ha llegado jams. Nos hemos redo cordialmente, y creo que con razn, delas tonteras del 'ocultismo' actual, disfrazado bajo nombres diversos: mesmerismos,espiritualismos, materializaciones, teosofas, y toda la complicada infinidad de imposturas, consu maquinaria de trucos y conjuros, que son la verdadera armazn de la magia que se ve por lascalles londinenses. Con todo, a pesar de lo que le he dicho, debo confesarle que no soymaterialista, tomando este trmino en su acepcin ms comn. Hace muchos aos me convenc-me he convencido a pesar de mi anterior escepticismo-, de que mi vieja teora de la limitacines absoluta y totalmente falsa. Quiz esta confesin no le sorprenda en la misma medida en quele hubiera sorprendido hace veinte aos, pues estoy seguro de que *no habr dejado deobservar que, desde hace algn tiempo, ciertas hiptesis han sido superadas por hombres deciencia que no son nada menos que trascendentales; y me temo que la mayor parte de losmodernos qumicos y bilogos famosos no dudaran en suscribir el dctum de la viejaescolstica, Omna exeunt n mysterium, que significa que toda rama del saber humano, si nosremontamos a sus orgenes y primeros principios, se desvanece en el misterio. No tengo porqu agobiarlo ahora con una relacin detallada de los dolorosos pasos que me han conducido amis conclusiones. Unos cuantos experimentos de lo ms simple me dieron motivo para dudar demi propio punto de vista, el tren de pensamiento que surgi en aquellas circunstanciasrelativamente paradjicas, me llev lejos. Mi antigua concepcin del universo se ha venidoabajo; estoy en un mundo que me resulta tan extrao y temible como las interminables olas delocano a los ojos de quien lo contempla por primera vez desde Darin. Ahora s que los lmitesde los sentidos, que resultaban tan impenetrables que parecan cerrarse en el cielo y hundirse

    en unas tinieblas de profundidad inalcanzable no son las barreras tan inexorablementehermticas que habamos pensado, sino velos finsimos y etreos que se deshacen ante elinvestigador y se disipan como la neblina matinal de los riachuelos. S que usted no adopt

    jams una postura extremadamente materialista; usted no trat de establecer una negacinuniversal, pues su sentido comn lo apart de tal absurdo. Pero estoy convencido de queencontrar lo que digo extrao y repugnante a su habitual forma de pensar. No obstante,Haberden, lo que digo es cierto; y en nuestro lenguaje comn, se trata de la verdad nica ycientfica, probada por la experiencia. Y el universo es ms esplndido y ms terrible de lo queimaginbamos. El universo entero, mi amigo, es un tremendo sacramento, una fuerza, unaenerga mstica e inefable, velada por la forma exterior de la materia. Y el hombre, y el sol, y lasdems estrellas, la flor, y la yerba, y el cristal del tubo de ensayo, todos y cada uno, son tanto

    materiales como espirituales y estn sujetos a una actividad interior.Probablemente se preguntar usted, Haberden, adnde voy con todo esto; pero creo que unapequea reflexin podr aclararlo. Usted comprender que, desde semejante punto de vista,cambia la concepcin entera de todas las cosas, y lo que nos pareca increble y absurdo podraser posible. En resumen, debemos mirar con otros ojos la leyenda y las creencias, y estarpreparados para aceptar hechos que se haban convertido en fbulas. En verdad, esta exigenciano es excesiva. Al fin y al cabo, la ciencia moderna admite hipcritamente muchas cosas. Escierto que no se trata de creer en la brujera, pero ha de concederse cierto crdito al hipnotismo;los fantasmas estn pasados de moda, pero an hay mucho que decir sobre la teora de latelepata. Pngale un nombre griego a una supersticin y crea en ella, y ser casi un proverbio.

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    "Hasta aqu mi aclaracin personal. Ahora bien, usted me envi un frasco tapado y sellado, quecontena una pequea cantidad de un polvo blanco y escamoso, y que cierto farmacuticoproporcion a uno de sus pacientes. No me sorprende que usted no haya conseguido ningnresultado en sus anlisis. Es una sustancia que hace muchos cientos de aos cay en el olvidoy que es prcticamente desconocida hoy en da. jams hubiera esperado que me llegara de unafarmacia moderna. Al parecer, no hay ninguna razn para dudar de la veracidad delfarmacutico. Efectivamente, como dice, pudo comprar en un almacn las sales que ustedprescribi; y es muy posible tambin que permanecieran en su estante durante veinte aos, o talvez ms. Aqu comienza a intervenir lo que llamamos azar o casualidad: durante todos estosaos, las sales de esa botella han estado expuestas a ciertas variaciones peridicas detemperatura; variaciones que probablemente oscilan entre los cinco y los 30 grados centgrados.Y, por lo que se aprecia, tales alteraciones,, repetidas ao tras ao durante periodos irregulares,con distinta intensidad y duracin, han provocado un proceso tan complejo y delicado que no ssi un moderno aparato cientfico, manejado con la mxima precisin, podra producir el mismoresultado. El polvo blanco que usted me ha enviado es algo muy diferente del medicamento queusted recet; es el polvo con que se preparaba el Vino Sabtico, el Vnum Sabbati. Sin dudahabr ledo usted algo sobre los aquelarres de las brujas, y se habr redo de los relatos quehacan temblar a nuestros mayores: gatos negros, escobas y maldiciones formuladas contra lavaca de alguna pobre vieja. Desde que descubr la verdad, he pensado a menudo que, engeneral, es una gran suerte que se crea en todas estas supercheras, pues de este modo seocultan muchas otras cosas que es preferible ignorar. No obstante, si se toma la molestia de leerel apndice a la monografa de Payne Knight encontrar que el verdadero sabbath era algo muydiferente, aunque el escritor haya felizmente callado ciertos aspectos que conoca muy bien. Lossecretos del verdadero sabbath datan de tiempos muy remotos, y sobrevivieron hasta la EdadMedia. Son los secretos de una ciencia maligna que exista muchsimo antes de que los ariosentraran en Europa. Hombres y mujeres, seducidos y sacados de sus hogares con pretextosdiversos, iban a reunirse con ciertos seres especialmente calificados para asumir con toda

    justicia el papel de demonios. Estos hombres y estas mujeres eran conducidos por sus guas aalgn paraje solitario y despoblado, tradicionalmente conocido por los iniciados y desconocidopara el resto del mundo. Quiz a una cueva, en algn monte pelado y barrido por el viento, o a

    un recndito lugar, en algn bosque inmenso. Y all se celebraba el sabbath. All, a la hora msoscura de la noche, se preparaba el Vinum Sabbati, se llenaba el cliz diablico hasta losbordes y se ofreca a los nefitos, quienes participaban de un sacramento infernal; sumentescaficem principis inferorum, como lo expresa muy bien un autor antiguo. Y de pronto, cada unode los que haban bebido se vea atrado por un acompaante (mezcla de hechizo y tentacinultraterrena) que lo llevaba aparte para proporcionarle goces ms intensos y ms vivos que losdel ensueo, mediante la consumacin de las nupcias sabticas. Es difcil escribir sobre estascosas, principalmente porque esa forma que atraa con sus encantos no era una alucinacinsino, por espantoso que parezca, el hombre mismo. Debido al poder del vino sabtico -unospocos granos de polvo blanco disueltos en un vaso de agua-, la morada de la vida se abra endos, disolvindose la humana trinidad, y el gusano que nunca muere, el que duerme en el

    interior de todos nosotros, se transformaba en un ser tangible y externo, y se vesta con elropaje de la carne. Y entonces, a la medianoche, se repeta y representaba la cada original, y elser espantoso oculto bajo el mito del rbol del Bien y del Mal era nuevamente engendrado.Tales eran las nuptiae sabbat."Prefiero no decir ms. Usted, Haberden, sabe, tan bien como yo que no pueden infringirseimpunemente las leyes ms triviales de la vida, y que un acto tan terrible como ste, en el quese abra y profanaba el santuario ms ntimo del hombre, era seguido de una venganza feroz. Loque comenzaba con la corrupcin, terminaba tambin con la corrupcin."Debajo est lo siguiente, escrito por el doctor Haberden:"Por desgracia, todo esto es estricta y totalmente cierto. Su hermano me lo confes todo la

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    maana en que estuve con l. Lo primero que me llam la atencin fue su mano vendada, Y loobligu a que me la enseara. Lo que vi yo, un hombre de ciencia, me puso enfermo de odio. Yla historia que me vi obligado a escuchar fue infinitamente ms espantosa de lo que habra sidocapaz de imaginar. Hasta me sent tentado a dudar de la Bondad Eterna, que permite que lanaturaleza ofrezca tan abominables posibilidades. Y si no hubiera visto usted el desenlace consus propios ojos, le habra pedido que no diera crdito a nada de todo esto. A m no me quedanms que unas semanas de vida, pero usted es joven, y quiz pueda olvidarlo.

    Dr. Joseph Haberden

    H.P. Lovecraft

    Herbert West: Reanimador(Herbert West: Reanimator-1922)

    I. De la Oscuridad

    De Herbert West, amigo mo durante el tiempo de la universidad y posteriormente, no puedohablar sino con extremo terror. Terror que no se debe totalmente a la forma siniestra en quedesapareci recientemente, sino que tuvo origen en la naturaleza entera del trabajo de su vida, yadquiri gravedad por primera vez har ms de diecisiete aos, cuando estbamos en tercer aode nuestra carrera, en la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic de Arkham.

    Mientras estuvo conmigo, lo prodigioso y diablico de sus experimentos me tuvieroncompletamente fascinado, y fui su ms ntimo compaero. Ahora que ha desaparecido y se haroto el hechizo, mi miedo es an mayor. Los recuerdos y las posibilidades son siempre msterribles que la realidad.

    El primer incidente horrible durante nuestra amistad supuso la mayor impresin que yo haballevado hasta entonces, y me cuesta tenerlo que repetir. Ocurri, como digo, cuando estbamosen la Facultad de Medicina, donde West se haba hecho ya famoso con sus descabelladas teorassobre la naturaleza de la muerte y la posibilidad de vencerla artificialmente. Sus opiniones, muyridiculizadas por el profesorado y los compaeros, giraban en torno a la naturaleza

    esencialmente mecanicista de la vida, y se referan al modo de poner en funcionamiento lamaquinaria orgnica del ser humano mediante una accin qumica calculada, despus de fallarlos procesos naturales. Con el fin de experimentar diversas soluciones reanimadoras, habamatado y sometido a tratamiento a numerosos conejos, cobayas, gatos, perros y monos, hastaconvertirse en la persona ms enojosa de la Facultad. Varias veces haba logrado obtener signosde vida en animales supuestamente muertos; en muchos casos, signos violentos de vida; peropronto se dio cuenta de que la perfeccin, de ser efectivamente posible, comportaranecesariamente toda una vida dedicada a la investigacin. As mismo, vio claramente que,puesto que la misma solucin no actuaba del mismo modo en diferentes especies orgnicas,

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    necesitaba disponer de sujetos humanos si quera lograr nuevos y ms especializados progresos.Y aqu es donde choc, con las autoridades universitarias, y le fue retirado el permiso paraefectuar experimentos, nada menos que por el propio decano de la Facultad de Medicina, elsabio y bondadoso doctor Allan Hales, cuya obra en pro de los enfermos es recordada por todoslos vecinos antiguos de Arkham.

    Yo siempre me haba mostrado excepcionalmente tolerante con los trabajos de West, y a menudo

    hablbamos de sus teoras, cuyas derivaciones y corolarios eran casi infinitos. Sosteniendo conHaeckel que toda vida es un proceso qumico y fsico, y que la supuesta "alma" es un mito, miamigo crea que la reanimacin artificial de los muertos poda depender slo del estado de lostejidos; y que, a menos que se hubiese iniciado una verdadera descomposicin, todo cadvertotalmente dotado de rganos era susceptible de recibir mediante el adecuado tratamiento, esacondicin peculiar que se conoce como vida. West comprenda perfectamente que el ms ligerodeterioro de las clulas cerebrales ocasionadas por un perodo letal incluso fugaz poda daar lavida intelectual y psquica.

    Al principio, tenia esperanzas de encontrar un reactivo capaz de restituir la vitalidad antes de la

    verdadera aparicin de la muerte, y solo los repetidos fracasos en animales le haban reveladoque eran incompatibles los movimientos vitales naturales y los artificiales. Entonces se procurejemplares extremadamente frescos y les inyect sus soluciones en la sangre, inmediatamentedespus de la extincin de la vida. Tal circunstancia volvi enormemente escpticos a losprofesores, ya que entendieron que en ningn caso se haba producido una verdadera muerte.No se pararon a considerar la cuestin detenida y razonablemente.

    Poco despus de que el profesorado le prohibiese continuar sus trabajos, West me confi sudecisin de conseguir ejemplares frescos de una manera o de otra, y reanudar en secreto losexperimentos que no poda realizar abiertamente. Era horrible orle hablar sobre el medio ymanera de conseguirlos; en la Facultad nunca habamos tenido que ocuparnos nosotros deallegar ejemplares para las prcticas de anatoma. Cada vez que mermaba el depsito, dos negrosde la localidad se encargaban de subsanar este dficit sin que se les preguntase jams suprocedencia. West era por entonces un joven, delgado y con gafas, de facciones delicadas, peloamarillo, ojos azul plido y voz suave; y era extrao orle explicar cmo la fosa comn erarelativamente ms interesante que el cementerio perteneciente a la Iglesia de Cristo dado quecasi todos los cuerpos de la Iglesia de Cristo estaban embalsamados; lo cual, evidentemente,haca imposibles las investigaciones de West.

    Por entonces era yo su ferviente y cautivado auxiliar, y le ayude en todas sus decisiones; no sloen las que se referan a la fuente de abastecimiento de cadveres, sino tambin en las

    concernientes al lugar adecuado, para nuestro repugnante trabajo. Fui yo quien pens en lagranja deshabitada de Chapman, al otro lado de Meadow Hill; all habilitamos una habitacin dela planta baja para sala de operaciones y otra para laboratorio, dotndolas de gruesas cortinas, afin de ocultar nuestras actividades nocturnas. El lugar estaba retirado de la carretera, y no habacasas a la vista; de todos modos, haba que extremar las precauciones, ya que el ms leve rumorsobre extraas luces que cualquier caminante nocturno hiciese correr poda resultar catastrficopara nuestra empresa. Si llegaban a descubrirnos, acordamos decir que se trataba de unlaboratorio qumico.

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    Poco a poco equipamos nuestra siniestra guarida cientfica, con materiales comprados en Bostono sacados a escondidas de la facultad -- materiales cuidadosamente camuflados, a fin de hacerlosirreconocibles, salvo para unos ojos expertos-- , y nos provemos de palas y picos para losnumerosos enterramientos que tendramos que efectuar en el stano. En la facultad haba unincinerador, pero un aparato de ese gnero era demasiado costoso para un laboratorioclandestino como el nuestro. Los cuerpos eran siempre un engorro... incluso los minsculoscadveres de cobaya de los experimentos secretos que West realizaba en su habitacin de la

    pensin donde viva.

    Seguamos las noticias necrolgicas locales como vampiros, ya que nuestros ejemplaresrequeran condiciones determinadas. Lo que queramos eran cadveres enterrados poco despusde morir y sin preservacin artificial alguna; preferiblemente, exentos de malformacionesmorbosas y, desde luego, con todos los rganos. Nuestras mayores esperanzas estaban en lasvctimas de accidentes. Durante varias semanas no tuvimos noticias de ningn caso apropiado,aunque hablbamos con las autoridades del depsito y del hospital, fingiendo representar losintereses de la facultad, si bien con no demasiada frecuencia en todos los casos, de manera quequiz necesitramos quedarnos en Arkham durante las vacaciones, en que slo se impartan las

    limitadas clases de los cursos de verano. Al final nos sonri la suerte; pues un da nos enteramosde que iban a enterrar en la fosa comn un caso casi ideal: un obrero joven y fornido que se habaahogado el da anterior en Summer's Pond, al que haban enterrado sin dilaciones niembalsamamientos, por cuenta de la ciudad. Esa tarde localizamos la nueva sepultura, ydecidimos empezar a trabajar poco despus de la medianoche.

    Fue una labor repugnante la que acometimos en la oscuridad de las primeras horas de lamadrugada, an cuando en aquella poca no tenamos ese horror especial a los cementerios quenuestras experiencias posteriores nos despert. Llevamos palas y lmparas de petrleo porque, sibien ya haban linternas elctricas entonces, no eran tan satisfactorias como esos aparatos detungsteno de hoy da. El trabajo de exhumacin fue lento y srdido -- poda haber sidohorriblemente potico, si en vez de cientficos hubiramos sido artistas-- ; y sentimos aliviocuando nuestras palas chocaron con madera. Una vez que la caja de pino qued enteramente aldescubierto bajo West, quit la tapa, saco el contenido y lo dej apoyado. Me inclin, lo agarr, yentre los dos lo sacamos de la fosa; a continuacin trabajamos denodadamente para dejar el lugarcomo antes. La empresa nos haba puesto algo nerviosos; sobre todo, el cuerpo tieso y la carainexpresiva de nuestro primer trofeo; pero nos las arreglamos para borrar todas las huellas denuestra visita. Cuando qued aplanada la ultima paletada de tierra, metimos el ejemplar en unsaco de lienzo y emprendimos el regreso hacia la granja del viejo Chapman, al otro lado deMeadow Hill.

    En una improvisada mesa de diseccin instalada en la vieja granja, a la luz de una potentelmpara de acetileno, el ejemplar no ofreca un aspecto demasiado espectral. Haba sido un jovenrobusto y poco imaginativo, al parecer un tipo saludable, y plebeyo -- constitucin ancha, ojosgrises y cabello castao-- ; un animal sano, sin complejidades psicolgicas, y probablemente conunos procesos vitales de lo ms simple y sanos. Ahora bien, con los ojos cerrados, pareca msdormido que muerto; sin embargo, la prueba experta de mi amigo disip en seguida toda dudaal respecto. Al fin tenamos lo que West siempre haba deseado: un muerto verdaderamenteideal, apto para la solucin que habamos preparado con minuciosos clculos y teoras; a fin deutilizar en el organismo humano. Nuestra tensin era enorme. Sabamos que las posibilidades de

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    lograr un xito completo eran remotas, y no podamos reprimir un miedo horrible a las grotescasconsecuencias de una posible animacin parcial. Nos sentamos especialmente aprensivos en loque se refiera a la mente y a los impulsos de la criatura, ya que poda haber sufrido un deterioroen las delicadas clulas cerebrales con posterioridad a la muerte. Por lo que a m respecta, anconservaba una curiosa nocin tradicional del "alma" humana, y senta cierto temor ante lossecretos que poda revelar alguien que regresaba del reino de los muertos. Me preguntaba quvisiones poda haber presenciado este plcido joven, si volva plenamente a la vida. Pero mi

    expectacin no era excesiva, ya que comparta casi en su mayor parte el materialismo de miamigo. l se mostr ms tranquilo que yo al inyectar una buena dosis de su fluido en una venadel brazo del cadver, y vendar inmediatamente el pinchazo.

    La espera fue espantosa, pero West no perdi el aplomo en ningn momento. De cuando encuando, aplicaba su estetoscopio al ejemplar, y soportaba filosficamente los resultadosnegativos. Al cabo de unos tres cuartos de hora, viendo que no se produca el menor signo devida, declar decepcionado que la solucin era inapropiada; sin embargo decidi aprovechar almximo esta oportunidad, y probar una modificacin de la formula, antes de deshacerse de sumacabra presa. Esa tarde habamos cavado una sepultura en el stano, y tendramos que llenarla

    al amanecer, pues aunque habamos puesto cerradura a la casa, no queramos correr el msmnimo riesgo de que se produjera un desagradable descubrimiento. Adems, el cuerpo noestara ni medianamente fresco a la noche siguiente. De modo que trasladamos la solitarialmpara de acetileno al laboratorio contiguo -- dejando a nuestro mudo husped a oscuras sobrela losa-- y nos pusimos a trabajar en la preparacin de una nueva solucin, tras comprobar Westel peso y las mediciones casi con fantico cuidado.

    El espantoso suceso fue repentino y totalmente inesperado. Yo estaba vertiendo algo de un tubode ensayo a otro, y West se encontraba ocupado con la lmpara de alcohol -- que haca las vecesde mechero Bunsen en ese edificio sin instalacin de gas-- , cuando de la habitacin quehabamos dejado a oscuras brot la ms horrenda y demonaca sucesin de gritos jams oda porninguno de los dos. No habra sido ms espantoso el caos de alaridos si el abismo se hubieseabierto para liberar la angustia de los condenados, ya que en aquella cacofona inconcebible seconcentraba el supremo terror y desesperacin de la naturaleza animada. No podan serhumanos -- un hombre no es capaz de proferir gritos as-- ; y sin pensar en el trabajo queestbamos realizando, ni en la posibilidad de que lo descubrieran, saltamos los dos por laventana ms prxima como animales despavoridos, derribando tubos, lmparas y matraces, yhuyendo alocadamente a la estrellada negrura de la noche rural. Creo que gritamos mientrascorramos frenticamente hacia la ciudad; aunque al llegar a las afueras adoptamos una actitudms contenida... lo suficiente como para pasar por un par de juerguistas trasnochadores queregresaban a casa despus de una francachela.

    No nos separamos, sino que nos refugiamos en la habitacin de West, y all estuvimos hablando,con la luz de gas encendida, hasta que amaneci. A esa hora nos habamos serenado un pocodiscurriendo teoras plausibles y sugiriendo ideas prcticas para nuestra investigacin, de formaque pudimos dormir todo el da, en lugar de asistir a clase. Pero esa tarde aparecieron dosartculos en el peridico, sin relacin alguna entre s, que nos quitaron el sueo. La vieja casadeshabitada de Chapman haba ardido inexplicablemente, quedando reducida a un informemontn de cenizas; eso lo entendamos, ya que habamos volcado la lmpara. El otro, informabaque haban intentado abrir la reciente sepultura de la fosa comn, como si hurgado en la tierra

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    vanamente y sin herramientas. Esto nos resultaba incomprensible, ya que habamos aplanadomuy cuidadosamente la tierra hmeda.

    Y durante diecisiete aos, West anduvo mirando por encima del hombro, y quejndose de que lepareca or pasos detrs de l. Ahora ha desaparecido.

    Las ratas del cementerio

    Henry Kuttner

    El viejo Masson, guardin de uno de los ms antiguos y descuidados cementerios de Salem,

    sostena una verdadera contienda con las ratas. Haca varias generaciones, se haba asentado enel cementerio una colonia de ratas enormes procedentes de los muelles. Cuando Masson asumisu cargo, tras la inexplicable desaparicin del guardin anterior, decidi hacerlas desaparecer. Alprincipio colocaba cepos y comida envenenada junto a sus madrigueras; ms tarde, intentexterminarlas a tiros. Pero todo fue intil. Segua habiendo ratas. Sus hordas voraces semultiplicaban e infestaban el cementerio.

    Eran grandes, aun tratndose de la especie mus decumanus, cuyos ejemplares miden a vecesms de treinta y cinco centmetros de l argo sin contar la cola pelada y gris. Masson las habavisto hasta del tamao de un gato; y cuando los sepultureros descubran alguna madriguera,

    comprobaban con asombro que por aquellas malolientes galeras caba sobradamente el cuerpode una persona. Al parecer, los barcos que antao atracaban en los ruinosos muelles de Salemdebieron de transportar cargamentos muy extraos.

    Masson se asombraba a veces de las extraordinarias proporciones de estas madrigueras.Recordaba ciertos relatos inquietantes que le haban contado al llegar a la vieja y embrujadaciudad de Salem. Eran relatos que hablaban de una vida larvaria que persista en la muerte,oculta en las olvidadas madrigueras de la tierra. Ya haban pasado los viejos tiempos en queCotton Mather exterminara los cultos perversos y los ritos orgisticos celebrados en honor deHcate y de la siniestra Magna Mater. Pero todava se alzaban las tenebrosas casas de torcidas

    buhardillas, de fachadas inclinadas y leprosas, en cuyos stanos, segn se deca, an seocultaban secretos blasfemos y se celebraban ritos que desafiaban tanto a la ley como a lacordura. Moviendo significativamente sus cabezas canosas, los viejos aseguraban que, en losantiguos cementerios de Salem, haba bajo tierra cosas peores que gusanos y ratas.

    En cuanto a estos roedores, ciertamente, Masson les tena aversin y respeto. Saba el peligro queacechaba en sus dientes afilados y brillantes. Pero no comprenda el horror que los viejos sentanpor las casas vacas, infestadas de ratas. Haba odo rumores sobre ciertas criaturas horribles quemoraban en las profundidades de la tierra y tenan poder sobre las ratas, a las que agrupaban enejrcitos disciplinados. Segn decan los ancianos, las ratas servan de mensajeras entre este

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    mundo y las cavernas que se abran en las entraas de la tierra, muy por debajo de Salem. Y anse deca que algunos cuerpos haban sido robados de las sepulturas con el fin de celebrar festinessubterrneos y nocturnos. El mito del flautista de Hamelin era una leyenda que ocultaba, enforma de alegora, un horror blasfemo; y segn ellos, los negros abismos haban parido abortosinfernales que jams salieron a la luz del da.

    Masson no haca ningn caso de semejantes relatos. No fraternizaba con sus vecinos y, de hecho,

    haca lo posible por mantener en secreto la existencia de las ratas. De conocerse el problemaquiz iniciasen una investigacin, en cuyo caso tendran que abrir muchas sepulturas. Y enefecto, hallaran atades perforados y vacos que atribuiran a las actividades de las ratas. Perodescubriran tambin algunos cuerpos con mutilaciones muy comprometedoras para Masson.

    Los dientes postizos suelen hacerse de oro puro, y no se los extraen a uno cuando muere. Lasropas, naturalmente, son harina de otro costal, porque la compaa de pompas fnebres sueleproporcionar un traje de pao sencillo, perfectamente reconocible despus. Pero el oro no lo es.Adems, Masson negociaba tambin con algunos estudiantes de medicina y mdicos pocoescrupulosos que necesitaban cadveres sin importarles demasiado su procedencia.

    Hasta entonces, Masson se las haba arreglado muy bien para que no se iniciase unainvestigacin. Haba negado ferozmente la existencia de las ratas, aun cuando algunas vecesstas le hubiesen arrebatado el botn. A Masson no le preocupaba lo que pudiera suceder con loscuerpos, despus de haberlos expoliado, pero las ratas solan arrastrar el cadver entero por unboquete que ellas mismas roan en el atad.

    El tamao de aquellos agujeros tena a Masson asombrado. Por otra parte, se daba la curiosacircunstancia de que las ratas horadaban siempre los atades por uno de los extremos, y no porlos lados. Pareca como si las ratas trabajasen bajo la direccin de algn gua dotado de

    inteligencia.

    Ahora se encontraba ante una sepultura abierta. Acababa de quitar la ltima paletada de tierrahmeda y de arrojarla al montn que haba ido formando a un lado. Desde haca varias semanas,no paraba de caer una llovizna fra y constante. El cementerio era un lodazal de barro pegajoso,del que surgan las mojadas lpidas en formaciones irregulares. Las ratas se haban retirado a susagujeros; no se vea ni una. Pero el rostro flaco y desgalichado de Masson reflejaba una sombrade inquietud. Haba terminado de descubrir la tapa de un atad de madera.

    Haca varios das que lo haban enterrado, pero Masson no se haba atrevido a desenterrarlo

    antes. Los parientes del fallecido venan a menudo a visitar su tumba, aun lloviendo. Pero a estashoras de la noche, no era f cil que vinieran, por mucho dolor y pena que sintiesen. Y con estepensamiento tranquilizador, se enderez y ech a un lado la pala.

    Desde la colina donde estaba situado el cementerio, se vean parpadear dbilmente las luces deSalem a travs de la lluvia pertinaz. Sac la linterna del bolsillo porque iba a necesitar luz.Apart la pata y se inclin a revisar los cierres de la caja.

    De repente, se qued rgido. Bajo sus pies haba notado un rebullir inquieto, como si algoaraara o se revolviera dentro. Por un momento, sinti una punzada de terror supersticioso, que

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    pronto dio paso a una rabia furiosa, al comprender el significado de aquellos ruidos. Las ratas sele haban adelantado otra vez!

    En un rapto de clera, Masson arranc lo cierres del atad Meti el canto de la pata bajo la tapae hizo palanca, hasta que pudo levantarla con las dos manos. Luego encendi la linterna y laenfoc al interior del atad

    La lluvia salpicaba el blanco tapizado de raso: el atad estaba vaco. Masson percibi unmovimiento furtivo en la cabecera de la caja y dirigi hacia all la luz.

    El extremo del sarcfago habla sido horadado, y el boquete comunicaba con una galera, alparecer, pues en aquel mismo momento desapareca por all, a tirones, un pie flccido enfundadoen su correspondiente zapato. Masson comprendi que las ratas se le haban adelantado, estavez, slo unos instantes. Se dej caer a gatas y agarr el zapato con todas sus fuerzas. Se le cayla linterna dentro del atad y se apag de golpe. De un tirn, el zapato le fue arrancado de lasmanos en medio de una algaraba de chillidos agudos y excitados. Un momento despus, habarecuperado la linterna y la enfocaba por el agujero.

    Era enorme. Tena que serlo; de lo contrario, no habran podido arrastrar el cadver a avs de l.Masson intent imaginarse el tamao de aquellas ratas capaces de tirar del cuerpo de unhombre. De todos modos, l llevaba su revlver cargado en el bolsillo, y esto le tranquilizaba. Dehaberse tratado del cadver de una persona ordinaria, Masson habra abandonado su presa a lasratas, antes de aventurarse por aquella estrecha madriguera; pero record los gemelos de suspuos y el alfiler de su corbata, cuya perla deba ser indudablemente autntica, y, sin pensarloms, se prendi la linterna al cinturn y se meti por el boquete. El acceso era angosto. Delantede s, a la luz de la linterna, poda ver cmo las suelas de los zapatos seguan siendo arrastradashacia el fondo del tnel de tierra. Tambin l trat de arrastrarse lo ms rpidamente posible,pero haba momentos en que apenas era capaz de avanzar, aprisionado entre aquellas estrechas

    paredes de tierra.

    El aire se haca irrespirable por el hedor de la carroa. Masson decidi que, si no alcanzaba elcadver en un minuto, volvera para atrs. Los temores supersticiosos empezaban a agitarse ensu imaginacin, aunque la codicia le instaba a proseguir. Sigui adelante, y cruz varias bocas detneles adyacentes. Las paredes de la madriguera estaban hmedas y pegajosas. Por dos vecesoy a sus espaldas pequeos desprendimientos de tierra. El segundo de stos le hizo volver lacabeza. No vio nada, naturalmente, hasta que enfoc la linterna en esa direccin.