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EL TIPO ICONOGRÁFICO DE LOS ÁNGELES CEROFERARIOS Y TURIFERARIOS 1 FRANCISCO DE PAULA COTS MORATÓ Universitat de València En el anterior Congreso de Emblemática presentamos una comunicación sobre el Tipo iconográfico de los ángeles adorantes, enmarcado dentro del proyecto APES. En este continuamos nuestro trabajo con dos tipos muy relacionados con aquel: el de los ceroferarios y turiferarios. Los tres grupos están estrechamente vinculados entre sí, porque todos rinden honores al Altísimo, la Virgen María y a los santos. Según la tradición más aceptada incensar es loar, de donde sabemos que se inciensa para loar a Dios, para alabarle. Lo mismo ocurre con los ceroferarios. Sus cirios rinden honores a Dios, María y a los santos como los cirios de los paganos rendían honores a sus di- funtos. Pero lo más importante es que todos estos tipos están unidos por una máxima común, el principio de que la liturgia terrestre imita la celeste. Lo que se pretende al representar a los ángeles adorantes, ceroferarios y turiferarios es reproducir la liturgia del cielo que es la misma que la de la Iglesia, pues, según su parecer, es la única ver- dadera y querida por Dios. Recordemos que el prefacio común de la misa nos une al canto de los ángeles para entonar el Sanctus: Vere dignum et justum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubique gràtias àgere: Domine sancte, Pater omnipotens aetérne Deus: per Christum, Dominum nostrum. Per quem majestátem tuam laudant Angeli, adórant Dominatiónes, tremunt Potestates; Caeli caelorumque Virtútes ac beáta Séraphim social exsultatióne concelebrant. Cum quibus et nostras voces ut admitti júbeas, deprecámur, súpplici confessióne dicéntes (Missale Romanum…, 1941: 313). y Dante también hace referencia a ello en la Divina Comedia cuando, en el Canto IX del Purgatorio, parafrasea el Padrenuestro y dice Come del suo voler li angeli tuoi / fan sacrificio a te, cantando osanna, / così facciano li uomini de’suoi (Alighieri, 2004: 552). Los ángeles adorantes, que es el tipo general, los ceroferarios y turiferarios ado- ran, no solo a Dios, a la cruz, a los evangelios y al resto de los objetos sagrados de culto, sino también a las imágenes, según declaró el Concilio de Nicea (787), ya que este especificó que «se las honre con la ofrenda de incienso y de luces, como fue piadosa costumbre de los antiguos» (Denzinger, 1963: 601). La adoración va unida a la genuflexión, pero en el caso de adorantes y turiferarios, no siempre es así, pues se 1 Artículo correspondiente al proyecto de investigación HAR 2008-004437/ARTE del Ministerio de Ciencia e Innovación.

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EL TIPO ICONOGRÁFICO DE LOS ÁNGELES CEROFERARIOS Y TURIFERARIOS1

frAnciscO de PAulA cOts MOrAtó

Universitat de València

En el anterior Congreso de Emblemática presentamos una comunicación sobre el Tipo iconográfico de los ángeles adorantes, enmarcado dentro del proyecto APES. En este continuamos nuestro trabajo con dos tipos muy relacionados con aquel: el de los ceroferarios y turiferarios. Los tres grupos están estrechamente vinculados entre sí, porque todos rinden honores al Altísimo, la Virgen María y a los santos. Según la tradición más aceptada incensar es loar, de donde sabemos que se inciensa para loar a Dios, para alabarle. Lo mismo ocurre con los ceroferarios. Sus cirios rinden honores a Dios, María y a los santos como los cirios de los paganos rendían honores a sus di-funtos. Pero lo más importante es que todos estos tipos están unidos por una máxima común, el principio de que la liturgia terrestre imita la celeste. Lo que se pretende al representar a los ángeles adorantes, ceroferarios y turiferarios es reproducir la liturgia del cielo que es la misma que la de la Iglesia, pues, según su parecer, es la única ver-dadera y querida por Dios. Recordemos que el prefacio común de la misa nos une al canto de los ángeles para entonar el Sanctus:

Vere dignum et justum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubique gràtias àgere: Domine sancte, Pater omnipotens aetérne Deus: per Christum, Dominum nostrum. Per quem majestátem tuam laudant Angeli, adórant Dominatiónes, tremunt Potestates; Caeli caelorumque Virtútes ac beáta Séraphim social exsultatióne concelebrant. Cum quibus et nostras voces ut admitti júbeas, deprecámur, súpplici confessióne dicéntes (Missale Romanum…, 1941: 313).

y Dante también hace referencia a ello en la Divina Comedia cuando, en el Canto IX del Purgatorio, parafrasea el Padrenuestro y dice Come del suo voler li angeli tuoi / fan sacrificio a te, cantando osanna, / così facciano li uomini de’suoi (Alighieri, 2004: 552).

Los ángeles adorantes, que es el tipo general, los ceroferarios y turiferarios ado-ran, no solo a Dios, a la cruz, a los evangelios y al resto de los objetos sagrados de culto, sino también a las imágenes, según declaró el Concilio de Nicea (787), ya que este especificó que «se las honre con la ofrenda de incienso y de luces, como fue piadosa costumbre de los antiguos» (Denzinger, 1963: 601). La adoración va unida a la genuflexión, pero en el caso de adorantes y turiferarios, no siempre es así, pues se

1 Artículo correspondiente al proyecto de investigación HAR 2008-004437/ARTE del Ministerio de Ciencia e Innovación.

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muestran igualmente en otras posturas. Esa genuflexión, en el culto cristiano, procede supuestamente del protocolo imperial al que fueron equiparados los obispos –a los funcionarios del imperio– y el papa –al mismo emperador–. Esta equiparación pro-viene de la Donatio Constantini, una falsificación documental de la cancillería papal del siglo VIII (Falcón, 1976: 49).

Ángeles ceroferarios son los portadores de la luz, normalmente en forma de velas encendidas en ciriales. La luz es símbolo de gozo y fiesta. Cristo mismo se declara «la luz del mundo» (Jn. 8,12) y, por tanto, la Iglesia eligió, concluidos los tiempos paganos, iluminar abundantemente sus templos. Los ceroferarios también acompañaban a los cortejos fúnebres. En Roma, bajo la República, los entierros se celebraban de noche, por lo que la luz era precisa, pero bajo el Imperio eran durante el día y los ceroferarios fueron mantenidos como un honor al difunto. La Iglesia conservó esta costumbre (Righetti, 1955: 994). En la Edad Media y Moderna los miembros de las cofradías, siguiendo el ejemplo antiguo, acompañaban a sus hermanos difuntos portando velas encendidas. Las ordenanzas de 1298 de la Cofradía de san Eloy de Valencia mandan que, cuando un cofrade muera, todos los demás le acompañen a la tumba con un cirio de media libra: «Item stablim et ordenam que en la mort dalcu de nos totç los ferrers menescal-chs et argenters sien al soterrar daquell qui mort será et porten cascun un ciri de mija liura que crem et que negu no port ni soterré lo dit deffunct sino aquells qui serán dels dits mesters nostres» (Bofarull, 1876: 24). Antiguamente también eran encendidas velas ante los sepulcros, porque era creencia común que alejaban los demonios que vivían en las tumbas. Este hábito fue prohibido por el concilio de Elvira (303), pero, posteriormente, fue cris-tianizado hasta el punto de que, cuando el culto a los mártires ganó en importancia, se encendían velas ante sus tumbas como muestra de honor a sus reliquias (Righetti, 1955: 362-364). No es extraño, pues, de que veamos a los ceroferarios en las repre-sentaciones de muertes y entierros de Cristo, la Virgen y los santos.

Por su parte, el incienso está dotado de contenido simbólico. El Pentateuco insiste en que cuando uno ofrezca una oblación vegetal, su ofrenda será flor de harina sobre la que pondrá incienso (Lev. 2,1). El incienso también es protector, permite separar al sa-cerdote del propiciatorio, pues esa nube que se levanta ante él hace que no muera (Lev. 16,13). El incienso es símbolo de la oración del suplicante (Sal. 141,2). Así lo advertimos en un apócrifo asuncionista, cuando la Madre de Dios dice «Traedme un incensario, que voy a ponerme en oración» (De Santos, 1999: 578) y en el mismo libro, cuando recomienda a Juan «Ponte en oración y echa incienso» (De Santos, 1999: 579). En el Nuevo Testamento figura en momentos clave: Los Magos ofrecen a Jesús oro, incienso y mirra (Mt. 2,11) –la patrística insiste en que le dan oro como rey, incienso como Dios y mirra como hombre– o en el Apocalipsis donde los perfumes que brotan de las copas de oro de los ancianos simbolizan las oraciones de los santos (Ap. 5,8). Es tanto el poder del incienso que «llegó a expresar la elevación mental de la comunidad en oración, de su vuelo hacia Dios. Pero también se le consideraba como objeto sagrado, portador de las bendiciones divinas, sobre todo después de haber recibido una bendición de la Iglesia» (Jungmann, 1951: 410). En Oriente su uso es muy anterior a Occidente.

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En la misa solemne se inciensa el altar al comienzo para dar mayor solemnidad al culto, de la misma manera que se ponen flores o se encienden velas. En la antigüe-dad pagana era muy común el incienso, por eso estuvo aparatado del culto cristiano. Después de acabado el culto pagano debido a su uso en la vida privada, el incienso es introducido poco a poco en el culto cristiano. Los domingos en Jerusalén se quemaba incienso en el culto religioso y, según el Primer Ordo Romanus, cuando el papa en-traba solemnemente en las basílicas romanas le precedían siete acólitos con candeleros y un subdiácono con el incensario. Esta era una costumbre que procedía supuesta-mente del ceremonial de la corte imperial romana (Jungmann, 1951: 409-410).

Incensar en el altar al principio de la misa es una costumbre del siglo IX. En la baja edad media se inciensa el altar y el celebrante. Después de Trento se introducen las incensaciones de la cruz y de las reliquias (Jungmann, 1951: 411-412). Antes de la consagración entran clérigos con cirios encendidos, a cuya cabeza va el turiferario, que se colocan a ambos lados del altar. Es la manera de dar la bienvenida a Cristo con honor y respeto. «En algunas iglesias, dos clérigos, a la derecha y a la izquierda del altar, agitaban ininterrumpidamente sus incensarios desde este momento hasta la comunión» (Jungmann, 1951: 794). Que a la venida de Cristo se echa incienso lo ve-mos en los apócrifos asuncionistas, concretamente en el Libro de S. Juan Evangelista, el Teólogo, cuando la Virgen dice a los apóstoles «Echad incienso, pues Cristo ya está viniendo con un ejército de ángeles» (De Santos, 1999: 593).

Las representaciones de los ceroferarios y turiferarios en el arte no es, pues, casual. Viene determinada por esa adoración, honor y respeto que damos a la Divinidad. De ello hay numerosos ejemplos. Tenemos varias imágenes de Cristo crucificado, Descendimiento o entierro donde figuran los turiferarios. La Crucifixión del Beato de San Salvador de Tábara –del 975, Archivo de la catedral de Gerona– muestra de manera simultánea varias escenas. Está el momento de dar agua y vinagre a Jesucristo, después del «Tengo sed» (Jn. 19,28), y el momento de la lanzada. Jesús está representa-do vivo y, en la parte superior, dos ángeles en vuelo agitan sus incensarios rindiendo honor tanto a su figura divina como a su cuerpo mortal. En las escenas de la Pasión son frecuentes los turiferarios, hay que recordar aquí el relieve de El Descendimiento, del Tímpano del Portal Sur del transepto de San Isidoro de León, ca. 1100, o uno de los capiteles del Claustro del Monasterio de Santo Domingo de Silos [fig. 1], de principios del siglo XII. En ambos relieves, como antes en el Crucifijo de Tábara, los turiferarios en vuelo honran el cuerpo muerto del Salvador.

Numerosas son las representaciones donde los ángeles alumbran escenas gozosas de la tradición de la Iglesia. Ejemplos no faltan desde la edad media. Así, uno de los altorrelieves de la Abbey Church of Sainte Foy, de Congues [fig. 2] –escultura monu-mental datada entre 1125 y 1135– muestra a Cristo en Majestad y, a sus pies, dos ángeles, uno a cada lado, sosteniendo un candelero con un cirio. ¿Qué sentido tiene alumbrar a quien es «la luz del mundo» y por tanto no necesita de luz sino que es Él quien la da. La respuesta es simple: únicamente rendirle homenaje como Dios y Señor. Los ceroferarios cumplen la misión de loar y reverenciar con luz al Redentor.

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Los ceroferarios también alumbran a la Madre de Dios: María. Una de las re-presentaciones más antiguas de cerofera-rios con la Virgen es la de su coronación. Este es un tema muy repetido por el arte francés y proviene de un relato atribuido a Méliton, obispo de Sardes, que fue muy difundido por Gregorio de Tours en el siglo VI y por Jacobo de la Vorágine en el XIII (Reau, 1996: 647). Así está en el Tímpano de la portada central del lado izquierdo de la catedral de Notre Dame de París. Dos ángeles arrodillados soste-niendo sendos cirios a ambos lados de Jesús que corona a su madre, loan a la Señora (ca. 1200-1220). El tema se repite en la portada de la Santa Capilla también en París (ca. 1250).

Los turiferarios también están pre-sentes en el tema que acabamos que co-mentar recordando la coronación de los monarcas terrestres y reviviendo, una vez más, la liturgia celeste en la tierra. En el Libro de Horas, del siglo XV, Use of París,

advertimos a un ángel que bate el incensario mientras María es coronada por otros tres. La Coronación de la Virgen de Lorenzo Monaco, ca. 1414, también muestra turife-rarios en el momento que el Hijo ciñe las sienes de la madre con el preciado emble-ma. Estos, y muchos otros ejemplos que podríamos nombrar, indican que ceroferarios y turiferarios rinden honores a Dios, Jesucristo, la Virgen y los santos, pero sobre todo están celebrando la liturgia celeste tal y como la devoción piensa que es llevada a cabo en el cielo, de donde la copia la Iglesia en la tierra.

Hemos dicho que en la consagración se inciensa. Que recibimos así al Rey de reyes. Por tanto, en el sacramento de la Eucaristía es donde vamos a encontrar más representaciones de ceroferarios y turiferarios tanto juntos como separados. En la igle-sia de Santa Croce de Florencia hay un tabernáculo para el Santísimo Sacramento de mármol [fig. 3], ca. 1473, obra de Mino da Fiesole. A ambos lados del hueco central, donde se expone la custodia con la Hostia consagrada, hay dos parejas de ángeles arro-dillados. Los dos superiores llevan un cirio cada uno y los inferiores un incensario. Esta pieza demuestra el homenaje de los cirios y la veneración del incienso por la Euca-ristía. Este no es el único ejemplo en la ciudad de los Medici. Hay más. Otro taberná-culo del mismo autor también de mármol, pero de una cronología ligeramente más avanzada, 1481-1484, es el conservado en la Capilla del Milagro de la iglesia florentina

Fig. 1. Anónimo. El Descendimiento. Burgos. Capitel del claustro del Monasterio de

Santo Domingo de Silos.

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de San Ambrosio. Este también muestra los mismos elementos que el anterior. En mármol se han tallado dos ángeles cero-ferarios arrodillados, rindiendo honores al Santísimo Sacramento, pero en pintura se han representado dos turiferarios agitan-do sus incensarios, loando así la presencia perenne de Cristo en la tierra.

Anterior a esas obras es la Adoración del Cordero Místico, de 1432, pintado por Jan van Eyck. En esta obra no están ni el cáliz ni la custodia, pero el tema es el mis-mo: los turiferarios adoran el Santísimo Sacramento de rodillas con sus incensa-rios. Más clara es La Adoración del Santí-simo Sacramento, realizado por un maestro del sur de los Países Bajos (Antwerpen, Koninklijk Museum voor Shone Kunsten). En esta pieza, del último cuarto del siglo XV, dos turiferarios están arrodillados cada uno a un lado del papa, que sostiene la custodia en actitud de bendición.

También hemos referido con anterioridad la importancia de los cirios y del incien-so en relación con el cuerpo difunto y con su entierro. Ello lo advertimos en imágenes de Jesucristo, la Virgen y los santos. Aquí, como antes en la Eucaristía, advertimos esa igualdad entre la liturgia celeste y la terrestre, entre la Iglesia triunfante y la militante. Así, las distintas representaciones de la Dormición de la Virgen lo muestran por sí solas. María suele descansar sobre un lecho mientras san Pedro, primer papa, preside el funeral. En él no faltan ni los cirios ni los incensarios. Es común este lenguaje icónico en la edad media que sigue en los siglos posteriores. Muy interesante es La Dormición de la Madre de Dios [fig. 4], de finales del XVI, de los Museos Vaticanos. Es obra cretense en temple sobre madera. En esta pintura, dos ceroferarios flanquean a Jesucristo que sostiene el alma de María. San Pedro oficia el servicio y otro apóstol está incensando el cuerpo de la Señora. Como sucede en muchos cuadros, aquí las velas y el incienso se unen para honrar a la Madre de Dios.

No sólo figuran ceroferarios en el entierro de la Vir-gen, también en el entierro de Jesucristo están presentes. Así, en Salterio de Ingeborg, ca. 1195, los turiferarios hon-ran el cuerpo mortal del Redentor y en un cuadro de Taddeo Zuccaro, Jesucristo llevado a la tumba por ángeles, ca.

Fig. 2. Anónimo. Cristo en Majestad. Congues. Abbey Church of Sainte Foy.

Fig. 3. Mino da Fiesole. Tabernáculo para el Santísimo Sacramento. Florencia. Iglesia

de Santa Croce.

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1564-1565, varios ceroferarios le portan a la sepultura. En ambos casos, como sucedía anteriormente en el funeral de María, se reproduce la liturgia celeste en la terrestre. Aunque ambos entierros se lleven a cabo en la tierra, los ángeles participan en ellos dándoles el carácter celestial de donde ellos moran.

Un ejemplo de lo que decimos referente a los entierros lo advertimos en el cuadro de Gaspare Bazzano, datado entre 1609 y 1610, La muerte de san Onofre [fig. 5], conser-vado en su iglesia de Palermo. En él figura Onofre –eremita que vivió en el desierto durante sesenta años y al que un ángel le llevaba pan todos los días y la Eucaristía los domingos– tumbado y con el Crucifijo entre las manos. En el momento de su muerte, según dice la leyenda, los ángeles le rindieron honores. Estos siguen la norma de la Iglesia, que es la misma que la mística del cielo: con incienso y velas. Un ángel en vuelo lleva el incensario sobre el cuerpo del difunto, venerándolo como Templo del Espíritu Santo, mientras otros cuatro están de pie con otros tantos cirios encen-didos. Tanto honor es rendido al humilde y ascético Onofre que el lienzo muestra un rompimiento de gloria y es el mismo Cristo quien viene a recibirlo en su morada celestial. Un poco posterior es el cuadro atribuido a Ruttilio Manetti, Muerte del Beato Antonio Patrizzi, de 1611, en Monticiano. El turiferario inciensa el cuerpo mortal de este sacerdote mientras otro presbítero le rocía con agua bendita.

La adoración de los turiferarios por la Eucaristía continúa en obras del siglo XVII. Siglo muy prolífico, como lo fue el XVI, en venerar este misterio. Los ángeles turife-rarios de Vicente Macip Comes, del Museo de Álava, de fines del quinientos, son una prueba. Más clara es la que representa un lienzo de la Escuela Quiteña (Colección particular) [fig. 6] donde otros dos turiferarios adoran la custodia agitando sus incen-sarios. En platería, como ya indicamos hace tiempo, también son muy comunes. La Custodia de la iglesia de San Martín de Valencia, ca. 1625, atribuida a Simó de Toledo, tiene, sobre cuernos de la alianza, dos ángeles adorantes con incensarios. Si bien estos últimos no son originales de la pieza, sin duda reproducen otros anteriores que, por su pequeño tamaño y fragilidad, se perdieron o dañaron hace tiempo. La pieza ya

Fig. 4. Escuela cretense. La Dormición de la Madre de Dios.

Roma. Museos Vaticanos.

Fig. 5. Gaspare Bazzano. La muerte de san Onofre. Paler-mo. Iglesia de San Onofre.

Fig. 6. Escuela quiteña. ángeles turiferarios adorando la Eucaristía.

Colección particular.

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la comentamos en el congreso anterior (Cots, 2011: 235) como modelo de los adorantes y, como hemos advertido, ado-rantes, ceroferarios y turiferarios son tres tipos diferentes unidos por la adoración y la alabanza. Además, es necesario recordar que la exposición del Santísimo Sacra-mento conlleva en la liturgia el incien-so. La rúbrica romana prescribe que se le iníciense al menos tres veces por el sa-cerdote. No es extraño, pues, que, como ya se ha dicho, al reproducir la liturgia terrestre la celeste, los ángeles inciensen la Eucaristía como en el cielo inciensan al Cordero.

Hemos comentado que cirios e incienso precedían al papa cuando entraba en las basílicas, rúbrica que procedía de la etiqueta imperial, aunque más bien provenía de la Donatio Constantini, el falso documento del siglo VIII. El viaje de los tres magos a Be-lén, de Leonaert Bramer [fig. 7], de 1638-1640, de la Historical Society de Nueva York muestra este aspecto. Los magos van de camino a Belén en una noche muy oscura. No hay rastro de estrella, pero les preceden tres ángeles con cirios encendidos, dos andando y otro en vuelo. Toda la escena está inspirada en el supuesto antiguo ceremo-nial imperial, pues a los magos, muy pronto, se les identificó como reyes ¿Qué sentido tendrían si no los ángeles cuando el Evangelio indica claramente que les precedía una estrella (Mt. 2,2-10)? Este pintor católico de los Países Bajos ha suprimido la idea canónica de la estrella y son tres ángeles los que los guían con su luz, pero, al mismo tiempo, les reconocen su realeza.

El mismo pintor, Leonaert Bramer, ejecuta otro cuadro necesario para nuestra exposición. Es La Adoración de los Magos, ca. 1628-1630 del Institute of Arts de Detroit. Los ceroferarios, con largas velas, están detrás de la Virgen María, san José y el Niño Jesús. Ellos, en esta pintura, escoltan y honran al recién nacido en Belén, llegado a la tierra para salvar a la Humanidad. Esa «luz de mundo» que ha nacido, al igual que veíamos su Majestad en el altorrelieves medieval de la Abbey Church of Sainte Foy, de Congues, es venerada y loada por la luz terrenal y celestial, aunque ninguna de las dos pueden competir con la que es el mismo Niño Dios.

Los dos grandiosos candelabros de la catedral de Mallorca [fig. 8] son obra del platero de Barcelona Joan Matons, sobre el proyecto del escultor Joan Roig, hijo. Datados entre 1703 y 1731, son obra capital de la platería catalana de los siglos XVII y XVIII. Labrados en plata blanca están inspirados en el candelabro de siete brazos del templo de Jerusalén (Ex. 25,31-40). Cada uno de los brazos está formado por un án-gel en vuelo que sustenta un candelero. Son un ejemplo de ceroferarios del más puro estilo: iluminan para rendir honores en el altar del sacrificio, altar donde la víctima, Hostia, es decir, Cristo, es inmolado de manera incruenta cada día en la misa.

Fig. 7. Leonaert Bramer. El viaje de los tres magos a Belén. Nueva York. Historical Society.

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No sólo las custodias y tabernáculos muestran án-geles turiferarios del Santísimo Sacramento. Sabido es el santo patriarca Juan de Ribera era devotísimo de este misterio y a él le consagró el colegio por él funda-do en Valencia: El Real Colegio-Seminario de Corpus Christi. Un cuadro de José Vergara –ca. 1796, año de la beatificación de Ribera– Juan de Ribera adorando la Eu-caristía [fig. 9], de la Real Academia de la Purísima de Valladolid, representa al patriarca arrodillado, revestido con capa pluvial y el báculo entre los brazos, las manos juntas en oración ante la custodia que le muestran dos ángeles. Enfrente de él, un ángel vestido de blanco y azul inciensa al Santísimo, mientras otro más pequeño en edad le sostiene la naveta. Esta pintura representa la exposición solemne del Santísimo Sacramento a la que asiste el arzobispo de Valencia, una exposición que está a medio camino entre dos mundos el terrenal y el celestial. Si bien la gloria y los personajes son celestes, el patriarca asiste como lo hacía en la catedral valen-ciana o en su colegio. Es una nueva muestra de cómo esa liturgia celeste es revivida sin cambios en la tierra, yermo que hemos de atravesar para llegar a la otra.

La breve exposición que hemos realizados de los tipos de los ceroferarios y los turiferarios, como hace un tiempo hicimos la de los adorantes, se desarrollará con más extensión y más ejemplos en la publicación que generará el proyecto APES. Por lo que se ha visto, desde la alta edad media, los ceroferarios y turiferarios están presentes en el arte: en las escenas de la Pasión, en las referidas a la Eucaristía, a la Virgen y a los santos. En algunas serán punto preferente, como los entierros, porque, como ya hemos indicado varias veces a lo lar-go de este trabajo, adorantes, ceroferarios y turiferarios reviven la liturgia celeste en la tierra y esa liturgia les sitúa en un lugar privilegiado dentro de las represen-taciones icónicas.

Fig. 8. Joan Matons. Candelabro. Mallorca. Catedral.

Fig. 9. José Vergara. Juan de Ribera adorando la Eucaristía.

Valladolid. Real Academia de la Purísima

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