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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA - IZTAPALAPA DIVISIÓN DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES Departamento: FILOSOFÍA EL TIEMPO Y EL ETERNO RETORNO DE LO MISMO: “CUMBRE DE LA FILOSOFÍA NIETZSCHEANATESINA QUE PRESENTA LA ALUMNA: MARINA LÓPEZ MEZA Matrícula: 91230054 Para la obtención del grado de: LICENCIADO EN FILOSOFÍA Asesor: MAESTRO JORGE ISSA GONZÁLEZ Lector: MAESTRA GUADALUPE OLIVARES L. México, D. F. Septiembre, 2003

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA - IZTAPALAPA

DIVISIÓN DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES Departamento: FILOSOFÍA

EL TIEMPO Y EL ETERNO RETORNO DE LO MISMO: “CUMBRE DE LA FILOSOFÍA NIETZSCHEANA”

TESINA QUE PRESENTA LA ALUMNA:

MARINA LÓPEZ MEZA

Matrícula: 91230054

Para la obtención del grado de:

LICENCIADO EN FILOSOFÍA Asesor: MAESTRO JORGE ISSA GONZÁLEZ Lector: MAESTRA GUADALUPE OLIVARES L.

México, D. F. Septiembre, 2003

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Indice

Í N D I C E

INTRODUCCIÓN.................................................................................................................1

I. LOS CONCEPTOS DE TIEMPO Y ETERNIDAD EN LA GRECIA ANTIGUA.................4

1.1 HOMERO, EL PRIMER GRAN POETA ÉPICO.....................................................5

1.2 HESÍODO: LA VISIÓN MÍTICA DEL TIEMPO Y SUS CONSEJOS

PRÁCTICOS .........................................................................................................8

1.3 LA MÍSTICA RELIGIOSA DE LAS SECTAS ÓRFICAS....................................... 11

1.4 ANAXIMANDRO, PARMÉNIDES Y HERÁCLITO................................................ 13

1.5 PLATÓN: EL TIEMPO, IMAGEN MÓVIL DE LA ETERNIDAD............................. 18

1.6 ARISTÓTELES: “EL MAESTRO DE TODOS LOS QUE CONOCEN” ................. 23

II. LA CONCEPCIÓN DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA................................................. 29

2.1 EL TIEMPO EN SAN AGUSTÍN DE HIPONA...................................................... 35

III. EL ETERNO RETORNO DE LO MISMO: “CUMBRE DE

LA FILOSOFÍA NIETZSCHEANA” ............................................................................... 40

CONCLUSIONES.............................................................................................................. 62

BILBLIOGRAFÍA................................................................................................................ 65

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

1

INTRODUCCIÓN

Pensar en el tiempo ha sido, es y será a la vez algo necesario y una actividad que nos

lanza a un terreno de suyo complejo.

Cuando nos hacemos conscientes del transcurrir del tiempo caemos en la cuenta de

nuestra finitud, cuando nos percatamos de nuestra condicion temporal, de lo efímero de

nuestro pasar en el mundo experimentamos un sentimiento de angustia, nos atemorizamos;

el hombre es el único animal que tiene conciencia del tiempo, el único que sabe que llegará

el momento de su muerte, podríamos decir que esto es lo único que sabemos

indubitablemente. Recordando a Agustín de Hipona: la única certeza absoluta que

poseemos es que (más tarde o más temprano) moriremos. Por dicha certeza algunos

hombres pretenden perpetuarse en el mundo, desean inmortalizarse, buscan realizar algo

que deje huella, algo que los ayude a pasar a la historia y los salve de perecer de una vez y

para siempre.

El hombre ha escrito libros, edificado obras arquitectónicas, ha hecho construcciones

teóricas de índole variadísima, ha desarrollado la ciencia, ha inventado tecnologías... ha

creado dioses para proyectarse en el tiempo, para trascender la muerte y asegurarse un

lugar en la eternidad.

La mayoría tiene hijos para que al menos algo de ellos siga en el mundo una vez que

hayan muerto.

Sin lugar a dudas, la humanidad ha dado grandes muestras de su deseo de

trascender la temporalidad; desde la prehistoria el ser humano ha necesitado dejar su sello

en la tierra. Las grandes civiliaciones nos han heredado conceptos, ideas y nociones;

instituciones políticas y sociales, mitos, creencias; en fin, una enorme cantidad de

estructuras y objetos abstractos y concretos que de una u otra forma nos hacen ser lo que

ahora somos.

En el hombre coexisten sentimientos opuestos cuando reflexiona en torno al tiempo.

Por un lado sentimos alivio cuando, por ejemplo, decimos que el tiempo lo cura todo. Al

considerar que vendrán tiempos menos aciagos estamos imprimiendo sentimientos de

esperanza en el futuro. Por otro lado, al evocar el pasado, nos entregamos a la nostalgia.

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Introducción

2

Hoy en día la mayoría de los hombres y mujeres del mundo tenemos una concepción

lineal del tiempo, es decir, consideramos que en determinado momento el tiempo tuvo un

comienzo y en otro finalizará, ya que nuestro tiempo de vida es así: comenzó al nacer y

terminará en el instante de nuestra muerte (aunque debo matizar esto último, ya que muchos

creen que el día del juicio final todas las almas -que así lo ameriten- accederán a otro tiempo

y espacio mejor, al lado de Dios, donde serán felices eternamente...). No obstante, dicha

concepción no es la única que tenemos de la linealidad del tiempo; existen por lo menos

otras tres versiones que difieren entre sí, a saber: aquella que sostiene que el tiempo tiene

un principio claramente determinado, pero no así un fin, pues se prolonga eternamente hacia

el futuro. Hay otra que considera que el tiempo siempre ha existido; es decir, no hubo un

principio de éste, pero si habrá un término. Y una más manifiesta que el tiempo se prolonga

infinitamente tanto hacia el pasado como hacia el futuro.

Ahora bien,en contraposición a estos conceptos del tiempo como una línea recta,

encontramos la concepción del tiempo como un círculo que está en perpetuo movimiento y

genera la repetición incesante de los acontecimientos. Por ello, considero importante y

necesaria una revisión general de algunos conceptos e ideas que han contribuido a su

evolución en determinadas etapas del desarrollo de nuestra cultura occidental.

Así pues, intentaré realizar un rápido recorrido por las distintas ideas que ha habido

con respecto al tiempo en algunos pensadores y filósofos representativos de la Grecia

antigua; en un segundo apartado revisaré grosso modo este tema en la filosofía de San

Agustín de Hipona, para vincularlo con uno de los grandes temas de la filosofía

nietzscheana: "el eterno retorno de lo mismo".

Federico Nietzsche siempre supo que su pensamiento no sería tomado en cuenta y

mucho menos comprendido por sus contemporáneos. Frecuentemente (quizá demasiado)

oímos decir que su filosofía es una filosofía del futuro. Me pregunto: ¿del futuro cercano a

Nietzsche? Ese futuro podría ser ya nuestro pasado o tal vez es un futuro todavía remoto de

nosotros mismos actualmente. Considero, hoy más que nunca, la pertinencia de la lectura de

su obra; es necesario al menos intentar comprender su filosofía, pues él es uno de los pocos

autores que nos enfrenta a las preguntas fundamentales, quizá de manera descarnada,

hiriente, dolorosa, pero ciertamente honesta.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

3

Nietzsche nos cuestiona; y digo nos porque al criticar toda la historia de la filosofía

hace temblar desde sus cimientos a toda la cultura occidental. Nosotros somos el resultado

de esa cultura, con sus matices por supuesto, con sus aciertos y sus errores pero a fin de

cuentas hemos sido educados bajo la sombra -si se quiere muy desdibujada a veces, por

haber nacido en un país periférico- de esa tradición occidental.

En un mundo como el que tenemos ahora es precisamente cuando más nos incumbe,

cuando más nos apremia la lectura de Nietzsche, pues es él quien nos habla de cuan errado

ha sido el camino de la humanidad. Según su visión, el hombre ha estado inserto en un

mundo de engaños, de falsos ídolos y casi toda la historia del pensamiento ha contribuido a

la construcción de ese gran engaño desde los ámbitos de la ciencia, la política, la ética, la

metafísica, etc.

Sé que sería pretensioso de parte mía querer dar una nueva interpretación de la

filosofía nietzscheana; honesto es aclarar que la presente exposición es un sencillo intento

de explicarme a mí misma los citados temas.

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Los Conceptos de Tiempo y Eternidad en la Grecia Antigua

4

C A P Í T U L O I

LOS CONCEPTOS DE TIEMPO Y ETERNIDAD EN LA GRECIA ANTIGUA

...¿No has escuchado aún las antiquísimas leyendas

de los dioses y héroes de Hélade, tampoco las de Jonia?

Todo cuanto sucede en nuestros días

triste resonancia es de los gloriosos tiempos del pasado.

Fausto, J.W. Goethe Sabemos que entre los griegos no hubo una concepción unívoca del tiempo.

Generalmente tendemos a pensar que aquélla era esencialmente cíclica, mas esto no es

necesariamente cierto. Al igual que en muchas otras temáticas, existieron diferencias

significativas al respecto.

En primer lugar, la evolución del pensamiento griego atravesó por varias etapas: a

saber, las nociones heredadas directamente de la tradición mítica y su progresivo avance

hacia conceptos filosóficos propiamente dichos. Los primeros indicios que hallamos se

encuentran en la tradición que va desde Homero y Hesíodo, pasando por las cosmologías

atribuidas a Orfeo y Museo, así como a los pitagóricos -quienes recogen directamente de

Oriente sus principios básicos- y que tendrán resonancia en filósofos como Anaximandro,

Heráclito y Parménides, para desembocar en las construcciones sumamente abstractas y

elaboradas de Platón o Aristóteles.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

5

1.1 HOMERO, EL PRIMER GRAN POETA ÉPICO En Homero observamos un amplio vocabulario para designar fenómenos temporales.

El tiempo en el griego clásico del autor de la Ilíada es χρονο (cronos). Homero utilizaba

dicha palabra para denotar intervalos de tiempo. Otra palabra muy usada era Αιον (Aion),

que representaba una vida o edad. Otros términos importantísimos para el poeta épico

fueron Εµαρ (emar) día y hora, que significaba estación, momento idóneo para una acción o

para el matrimonio.1

La noción de tiempo en este autor representa espera; no piensa en él como algo

separado de los acontecimientos. Al leer sus obras no encontramos un marco temporal

definido, únicamente entendemos que lo ahí narrado ha acontecido en el pasado, en un

tiempo lejano donde tuvo su origen el pueblo griego. Eggers nos señala que en el escritor de

la Odisea cronos : siempre designa una duración y generalmente no aparece en pequeña

cantidad "...si se quiere hablar de poco tiempo, se dice no mucho tiempo : hay que negar,

entonces, el tiempo..." 2 Siempre es algo con situaciones, no aparece como algo autónomo

y se le nombra con una connotación casi siempre negativa.

Ahora bien, mientras que cronos representa lapsos de espera, de interrupción e

incluso se relaciona con intervalos de desperdicio inútil -del propio tiempo-, emar es más

concreto y tangible, es un término temporal neutro al que se le puede imprimir cualquier

contenido, tanto positivo como negativo (dependiendo de la situación). En este sentido el

tiempo es un fenómeno cargado de afectividad. “El orden temporal y el orden moral se encuentran indisolublemente

relacionados... no es casualidad que las tres horai divinas (las horas, las

estaciones) sean, para los griegos, eunomia (orden), diké (justicia) y

eirene (paz) ..." 3

En la introducción ya mencionaba algo semejante pues para nosotros sigue vigente

esta carga afectiva. ¿Cuántas veces hemos percibido que los minutos son larguísimos al

estar en una situación de enojo, tedio, expectación, etcétera, o por el contrario que las horas

1 Cf. Lloyd, G.E.R. “El tiempo en el pensamiento griego”, en Las culturas y el tiempo, p. 133. 2Eggers Lan, Conrado. Las nociones de tiempo y eternidad de Homero a Platón. p. 19. 3Lloyd, G.E.R. op. cit., p.137.

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Los Conceptos de Tiempo y Eternidad en la Grecia Antigua

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pasan "volando" cuando estamos cómodos, contentos, a gusto? Sin embargo, ahora

contamos con referencias horarias y calendáricas que los griegos arcaicos no tenían, a no

ser por la orientación que tomaban del cosmos, de los cambios estacionarios, de la sucesión

del día y la noche, etcétera. Ellos se orientaban en el mundo natural gracias a la observación

de las estrellas y constelaciones importantes -Orión, por ejemplo- y utilizaban dicha

observación para señalar (medir) el tiempo y los fenómenos naturales: el tiempo de lluvias, el

de la siembra y cosecha.

El hombre experimenta el tiempo como una fuerza enigmática que lo constriñe, que lo

obliga a tenerlo en cuenta; hemos aprendido a ceñirnos al tiempo como una instutición social

que debemos respetar. Si en los primeros años de nuestra vida no somos capaces de

ajustar nuestra conducta a los requerimientos del tiempo como construcción de la sociedad

en la que estamos inscritos, díficilmente podremos posicionarnos en ella.

Aún hoy, después de tantos siglos de reflexión filósofica, seguimos sin definir

claramente el status ontológico del tiempo, pero continuamos interrogándonos la misma

cuestión. Conocidísima es la frase de Agustín de Hipona: “¿Quién podría explicar con claridad... qué es el tiempo? ... nada hay en

nuestro lenguaje tan conocido y familiar como él; entendemos muy bien

lo que decimos o lo que nos dicen hablando del tiempo. Pero ¿qué es él

en sí?. Cuando nadie me lo pregunta lo sé, pero si me lo preguntan y

quiero explicarlo, no lo sé.”4

Líneas arriba decía que para Homero cronos generalmente adquiere connotaciones

negativas y aquí es necesario ligar el término con otro mucho más sugerente pero delicado:

aion, sugerente por su propia evolución. Por ejemplo, para Platón aion significa "eternidad",

de la que cronos -en contraste- no es más que una "mala imitación". Tanto para Heráclito

como para Píndaro aion es entendido como tiempo que dura una vida. Mas para Homero,

aion aparece en situaciones límite entre la vida y la muerte, como aquella fuerza vital

íntimamente relacionada con psiqué que abandona al hombre en el preciso instante de su

muerte.5

4 San Agustín, Confesiones, cap. XIV, 1-2. 5 Cf. Jaeger, Werner. La teología de los primeros filósofos griegos, p. 79.

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De lo anterior podemos entender por qué Homero percibe el tiempo con tonos

negativos: el hombre, a diferencia de los dioses –inmortales, sempiternos-, pertenece a una

estirpe que envejece, se degrada... muere.

En reiteradas ocasiones el poeta señala que es preferible la vida en las edades

juveniles o maduras que en la vejez, pues esta última, además de ser la antesala de la

muerte, casi siempre viene acompañada de enfermedades y achaques. Sus personajes

tienen más temor a una muerte después de esta etapa achacosa ( donde a veces perdemos

la capacidad, incluso, de valernos por nosotros mismos) que a una muerte violenta en plena

edad productiva (madurez), pues así alcanzarán la gloria y es precisamente así como se

logra lo heroico. Recordemos las palabras de Aquiles:”...si sigo aquí luchando... se acabó

para mí el regreso, pero tendré gloria inconsumible; en cambio, si llego a mi casa, a mi tierra

patria, se acabó para mí la noble gloria, pero mi vida será duradera...”6

Acerca de si es mejor una muerte temprana cuando todavía poseemos nuestras

plenas capacidades físicas e intelectuales o una larga vida a pesar de que al final de ésta

nos encontremos ciertamente cansados y maltrechos, hay una amplísima reflexión no sólo

en los pensadores antiguos. Considero que el hombre común –que en pocos momentos se

pregunta por esto- tiene o al menos podría tener varias opiniones. Por un lado, está la

posición de “vivir intensamente” mientras haya oportunidad no importando los riesgos que

esto implique –aunque podríamos caer en la inconciencia de vivir al día- sin preocuparnos

por el momento y lugar de nuestra muerte. No obstante, creo que cuando no reflexionamos

sobre este asunto corremos el peligro de llegar al final de nuestra existencia sin haber por lo

menos intentado tomar partido por alguna posición. Es decir, quizá uno de los temores que

permean la vida es terminarla de forma sorpresiva y sentir que hemos dejado aún cabos

sueltos que no podremos ya unir. Por otra parte, tampoco podemos olvidarnos de vivir por

estar continuamente pensando en el instante de nuestra muerte. Mejor sería encontrar un

punto medio –recordando a Aristóteles- en estos cuestionamientos.

6 Homero, Ilíada, Cantos IX y XXII. También Odisea, Canto XXIV.El encuentro de Ulises y Laertes y consejos de Príamo a Héctor, respectivamente.

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1.2 HESÍODO: LA VISIÓN MÍTICA DEL TIEMPO Y SUS CONSEJOS PRÁCTICOS

El siguiente gran relato en este recorrido nos lo ofrece Hesíodo, quien habla del

tiempo en dos sentidos: uno de ellos, que aparece en su Teogonía, es el que involucra al

cosmos y a los dioses con su origen desde el Caos primigenio hasta el establecimiento del

orden a manos de Zeus (padre de dioses y hombres). Mientras, el otro sentido tiene que ver

con el hombre y lo leemos en Trabajos y días. Aquí el poeta beocio organiza todo un

“calendario” de actividades, ritos y labores que aconseja a los campesinos, no sólo para la

épocas del año, sino incluso para cada día del mes y ciertas partes (horas) del día.

En esta última obra hallamos el famoso mito de las edades que tiene un papel

importantísimo pues señala la idea que Hesíodo tiene del tiempo. Así, en palabras de

Vernant:

”Hesíodo no tiene la noción de un tiempo único y homogéneo dentro del

cual las diversas razas –edades- vendrían a fijarse un lugar definitivo.

Cada raza posee su propia temporalidad, su edad. Y es esto

precisamente lo que las contrapone unas a otras,... las edades difieren

en sus actividades, sus cualidades y sus defectos, su calidad temporal no

es la misma...” 7

Esto es fácilmente comprensible pues, dependiendo de la edad a la que se

pertenezca, se tendrá una experiencia diferente del tiempo . Por ejemplo, los hombres de la

edad de oro no envejecen y mantienen siempre la misma capacidad física: “...se recreaban

con fiestas ajenos a todo tipo de males. Morían como sumidos en un sueño; poseían toda

clase de alegrías, y el campo fértil producía espontáneamente abundantes y excelentes

frutos.”8 Hesíodo mismo nos dice que existieron –estos hombres de la edad de oro- en

tiempos que Cronos reinaba en el cielo y vivían como dioses; es decir, fueron lo más

parecido a los dioses inmortales con la única excepción de que ellos sí morían pero tenían

una vida placentera, alejada de las labores tortuosas (como buscar comida, sustento...), así

como de la vejez despreciable. Vemos gran similitud con el mito del “Génesis” de la Sagrada

Escritura hebrea. Una vez que estos agraciados perecían, se convertían en algo así como un

7 Vernant, Jean-Pierre. Mito y pensamiento en la Grecia Antigua, p. 25. 8 Hesíodo, “Trabajos y días”, en Obras y Fragmentos, p.70.

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ángel: “... son por voluntad de Zeus démones benignos, terrenales, protectores de los

mortales [que vigilan las sentencias y malas acciones yendo y viniendo envueltos en

niebla...] y dispensadores de riqueza...”9

Una segunda raza –la de plata- era incomparable a la primera, pues durante cien

años vivían como niños, alcanzaban la edad juvenil y “...vivían poco tiempo llenos de

sufrimiento a causa de su ignorancia...”10 Así pues, en esta edad donde impera la necedad,

la violencia e incluso la impiedad ya aparece la aflicción. Me recuerdan a los hombres

inmaduros –intelectualmente- que pasan la vida sufriendo e incomodando a los demás; no

les es fácil responsabilizarse de sus propias acciones ni de los efectos que ellas acarrean.

No obstante, dice Hesíodo, los hombres de esta estirpe aún gozan de alguna

consideración (no equiparable a aquéllas de las que disfrutan los primeros, claro está).

La casta de bronce es belicosa y soberbia, muy pronto cae víctima de sus propias

faltas desapareciendo en el anonimato. ¿Es acaso ésta a la que pertenecemos?

La cuarta es más justa y virtuosa. La edad de los héroes homéricos; unos murieron

en el campo de batalla con honor, otros habitan felices en las Islas de los Afortunados y su

rey es Cronos. Finalmente, encontramos la edad de hierro (que aparentemente es aquella en

la que se incluye el propio Hesíodo). Los nacidos en esta quinta generación “nunca se verán

libres de fatigas y miserias ni dejarán de consumirse durante la noche, y los dioses les

procurarán ásperas inquietudes; pero no obstante, también se mezclarán alegrías con sus

males.”11

Hesíodo –al menos en esta vertiente- tiene una noción cíclica del tiempo, pues el

orden en que aparecen las edades no es fijo, sino que revela una sucesión que forma un

ciclo completo que, una vez cumplido, vuelve a comenzar aunque no sea idéntico al anterior;

es decir, las edades pueden sucederse primero la de oro o la de plata, posteriormente la de

9 Ibid., p.71. 10 Loc. cit. 11 Hesíodo, op. cit., p. 73.

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10

hierro o la edad heroica (semejante al mito platónico12), desenvolviéndose el tiempo cósmico

de atrás hacia delante y viceversa. El propio poeta se lamenta de su condición: “...ya no

hubiera querido estar yo entre los hombres de la quinta generación sino haber muerto antes

o haber nacido después.”13 Luego entonces, nos deja ver su confianza en que ese estado de

cosas no es permanente, sino que se trocará en algo mejor (tal vez excelente) como la edad

de oro o en algo no tan penoso como su propia estirpe. Si leemos detenidamente el mito,

nos damos cuenta de lo importante que es para nuestro autor el término tiempo y las

nociones de justicia y orden moral que están íntimamente relacionadas con el primero. Para

los griegos de la época antigua el tiempo es un fenómeno natural que regula la vida humana,

pero no sólo eso, también es disposición moral del cosmos.

También en Trabajos y días nos narra el mito de Prometeo y Pandora. Aquí, el

desconocimiento del futuro, que obviamente nos genera angustia, los penosos trabajos, las

enfermedades, la vejez y, acompañando a esta última, la terrible muerte son el justo precio

que el hombre debe pagar en retribución a la falta cometida por el hijo de Jápeto.

12 Cf. Platón, Político. 13 Hesíodo, op. cit., p. 73.

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1.3 LA MÍSTICA RELIGIOSA DE LAS SECTAS ÓRFICAS La música, misteriosa forma del tiempo

el tiempo, ¿qué es el tiempo?, nada regresa, todo se va siempre diferente

amanece, anochece Un amanecer, un anochecer nunca es igual a otro.

El tiempo es una manera de medir la música de Dios. Siempre es hoy, Juan Ibáñez

La noción cuasi mítica del tiempo, así como muchas otras ideas que no fueron

propiamente filosóficas, la descubrimos en el tratamiento de temas cosmogónicos que

generalmente se asocian a Orfeo. En las llamadas rapsodiasórficas aparece el término

cronos (el tiempo) como una referencia cosmogónica primigenia, y aunque algunos

estudiosos opinan que es imposible que los griegos arcaicos hayan tenido un concepto como

el de El Timeo, se tienen referencias de que en el siglo VI a. C., Férecides de Siro lo

personificó quizá como una etimología de Krono (según él, el tiempo). Cronos, es divinizado

y se le sitúa en el origen del Cosmos: de su semilla surgen los elementos antitéticos que

conforman el Universo. Así, juega un papel importantísimo, pues es el principio unitario que

trasciende a todos los contrarios. “Ésta es, pues, en estas Rapsodias órficas, tal como se

conocen, la teología referente a lo inteligible: los filósofos la explican también poniendo a

Crono en lugar del principio único de todas las cosas.”14 De ese mismo libro, al parecer

escrito por Ferécides, Diógenes Laercio nos dice: “Se conserva del hombre de Siro el libro

que escribió cuyo comienzo es...<<Zas, Crono y Ctonia existieron siempre>>. También

Damascio en De principis, señala:

“Ferécides de Siro dijo que Zas, Cronos y Ctonia existieron siempre como

los tres primeros principios... y que Crono produjo de su propio semen al

fuego, al viento y al agua... de los que, una vez dispuestos en cinco

escondrijos, se formó otra numerosa generación de dioses...”15

En Ferécides ya no aparece el Caos como principio generador del mundo, sino Zas

(que posteriormente se conocerá como Zeus), Ctonia (que después será Gea) y Cronos (que

se convertirá en el tiempo), en clara alusión crítica de Hesíodo, y se hará mas fuerte la

14 Kird, G.S. Los filósofos presocráticos, p. 47. 15 Ibid., p. 92.

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Los Conceptos de Tiempo y Eternidad en la Grecia Antigua

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creencia órfica de la inmortalidad del alma, así como de la infinitud del tiempo. Hay varios

documentos donde podemos encontrar sentencias como. “el tiempo que no envejece” (su

genuinidad la comprobamos en los fragmentos de Critias, que nombra a Crónos saludándolo

así: “el sabio artífice del cuerpo estrellado del Cielo y dios infatigable que, lleno de perenne

fluir, se genera a sí mismo de sí.”16

Lo anterior influye a Píndaro cuando, en Olímpica II, se refiere al tiempo como “padre

de todas las cosas”; recordemos que este poeta, se familiarizó con las teorías órficas gracias

a su relación con Terón de Agrigento, a pesar de que el propio autor de las Olímpicas, no

dice si efectivamente está haciendo alusión a nociones órficas. Sin embargo, todas estas

ideas, que se expandían rápidamente en la reflexión común de los antiguos griegos, llevaron

a la expresión de argumentos tales como:

“...el Tiempo, en su infinitud, que no tiene principio ni fin, aparece como el

más potente de todos los dioses, como aquel que a todo otorga principio

y fin... siendo a su vez inengendrado e imperecedero en su mismo fluir,

puesto que siempre se genera a sí de sí mismo...”17

En estos planteamientos, ya hay una clara diferencia entre el atributo de eternidad

como extratemporalidad y como inmortalidad, ya que esta última se le atribuiría a todos

aquellos dioses que fueron creados en un momento dado, pero las divinidades primordiales

son inengendradas (existieron siempre), luego, son eternas. La diferencia se hará mucho

más nítida con los empeños de los filosósofos posteriores, quienes realizarán la elaboración

del concepto de eternidad.

16 Mondolfo, R. El Infinito en el pensamiento de la antigüedad clásica, p. 43 17 Loc. cit.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

13

1.4 ANAXIMANDRO, PARMÉNIDES y HERÁCLITO

En el mismo siglo VI, para el regio gobernante Solón, el tiempo representa aquella

entidad donde se purifica y aclara todo. Con el tiempo llega la reparación “Cronos crea

derecho y también trae verdad... En el tribunal del tiempo se tornarán manifiestos los

resultados y la magnitud de mi gestión política”18. En esta misma época hace su aparición ya

plenamente en el terreno filosófico el Tiempo, precisamente con Anaximandro de Mileto:

“El principio de los seres es indefinido... y las cosas perecen en lo mismo que les dio

el ser, según la necesidad. Y es que se dan mutuamente justa retribución por injusticia,

según la disposición en el tiempo.”19 Así, podemos notar que, también para este pensador, el

tiempo sigue siendo un princio ordenador: las faltas que cometen unos elementos sobre los

otros se reparan con el correr del tiempo.

Los contrarios deben expiar la pena y hacer la reparación de daños unos a otros

según el ordenamiento del tiempo. La injusticia habría sido el predominio de un contrario

sobre otro y se paga con la muerte; pero no sólo eso, vemos las semejanzas entre las

cualidades del Tiempo (como divinidad –sostenida por los órficos-) y las del A peiron:

1. es eterno y nunca enveje,

2. es inmortal e indestructible y

3. lo abarca todo y todo lo gobierna.

Pero Mondolfo nos aclara que, para Anaximandro, hay un ciclo de formación y

desintegración del Cosmos el cual se cumple en el orden del tiempo. Dicho orden se

renueva infinitamente en el devenir de los acontecimientos, mientras que, la permanencia del

A peiron es eterna.

18 Cf. Eggers Lan, C., op. cit. p. 21. 19 De Tales a Demócrito, p. 54.

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14

“el incesante retorno ciclíco del orden del tiempo [está incluido] en la eternidad

permanente del A peiron... Parece esbozarse un concepto de lo eterno... que incluye al

tiempo, trascendiéndolo.”20

Es decir, el eterno retorno de todas las cosas y de los acontecimientos, esencial tanto

en las doctrinas de la escuela de Mileto como en las de los pitagóricos, no es, según

Anaximandro, argumento válido para concluir la infinitud del tiempo. La infinitud temporal

radica en la ciclicidad cósmica pero “no significa eternidad extratemporal, sino más bien

duración infinita”21.

No podría ser de otra manera, Anaximandro ve el perpetuo cambio (devenir) en los

seres, en las plantas, en los hombres, en todo aquello que presenta determinaciones, pero

también ve que dichos seres determinados perecen, por lo tanto, debe encontrar algo que

carezca de determinaciones para que asegure la permanencia eterna. Ese “algo” será lo

indeterminado, justamente el A peiron.

Nietzsche se refiere a Anaximandro como “el primer escritor filósofico de la

Antigüedad”, y ve en él a un pesimista para quien toda existencia es una forma culpable de

la emancipación del ser eterno, una absoluta injusticia. Ello explica por qué todos los seres

están obligados a pagar con la muerte su osadía de existir. En un pequeño ensayo nos dice,

al referirse al filósofo de Mileto:

“Para que el devenir no cese, el origen primigenio del devenir, tiene que

ser indeterminado. La inmortalidad y eternidad de tal ser primigenio no

descansa en una infinitud y en una inagotabilidad...sino en que se ve libre

de tales cualidades determinadas, ...se encuentra más allá del devenir y,

precisamente por eso, garantiza la eternidad y el curso ininterrupido del

acontecer.”22

20 Ibid., p. 52. 21 Ibid., p. 55. 22 Nietzsche, F. La filosofía en la época trágica de los griegos, p. 53.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

15

Únicamente Alcmeón de Crotona da indicios de concluir, a partir de la idea de ciclo,

la de inmortalidad; significa ésta el no morir: “Por eso mueren los hombres; porque no son

capaces de enlazar el principio con el fin.”23

Las diferentes interpretaciones que se han dado a este fragmento lo vinculan con la

inmortalidad por el dicho de Aristóteles: Alcmeón dice que el alma es inmortal porque se

parece a los cuerpos celestes que están siempre en movimiento; como este movimiento es

circular, se le otorgó a la forma del círculo la cualidad de perfecto, divino; aunque ya desde

mucho antes, existen atisbos que hacen referencia a la doctrina (para ser exactos, doctrinas)

del eterno retorno. En el tragiógrafo Sófocles, el círculo del tiempo es el modelo de las

oscilaciones de la fortuna. En Hésiodo, parece ser la creencia de un ciclo de renovación. Los

pitagóricos, con su doctrina de la metempsícosis, sugieren la repetición de nacimiento,

muerte y una vez más renacimiento... y así sucesivamente. Hermipo representa al año como

“un ser redondo que gira en círculo incluyendo en sí todas las cosas... que siendo circular no

tiene principio ni fin y no cesará nunca de hacer rodar su cuerpo cada día.”24

Esta idea del curso del tiempo como ciclicidad perpetua posiblemente la recogen los

griegos de las antiguas concepciones astrológicas de Mesopotamia. Mas la idea de que el

tiempo se repite en la particularidad de los acontecimientos, que los hechos y situaciones

vuelven incluyendo todos y cada uno de sus detalles, se perfila diáfanamente en la cita que

Simplicio nos da de Eudemo:

“Si se cree a los pitagóricos, a saber, que los mismos sucesos se repiten,

vendrá un día en que estaré de nuevo ahí, con una varita entre las

manos, hablando delante de vosotros, sentado como lo estáis vosotros; y

todas las demás cosas serán como son, pudiéndose decir, con razón,

que el tiempo será el mismo.”25

Es sencillo comprender la idea de repetición en el cosmos, pues la naturaleza es

cíclica, los fenómenos se repiten a lo largo de las estaciones, los cuerpos celestes

reaparecen a nuestros ojos periódicamente. Pero ¿cómo entender que todo vuelve aun con

23 De Tales a ... p. 93. 24 Citado en Mondolfo, R., op. cit. p. 45.

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sus mínimos detalles? ¿Acaso no opera aquí la necesidad humana de no perecer

definitivamente?

Otro filósofo importante para Nietzsche es Heráclito. Para éste último el tiempo es la

permanencia de la realidad cósmica a través de tres instancias: pasado, presente y futuro. El

efesio afirma la unicidad del mundo que engloba todas las cosas existentes y que es siempre

un ciclo inquebrantable de transmutaciones de las cosas en la sustancia universal (el fuego)

y viceversa. “Este orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo Dios ni hombre alguno,

sino que fue siempre, es y será, fuego siempre vivo, prendido según medidas y apagado

según medidas.”26 En Heráclito el tiempo y la eternidad se identifican en su misma oposición

porque los contrarios coinciden; es decir, no hay diferencia entre lo eterno y el devenir

cambiante. Así, no tiene necesidad de pensar en dos mundos separados y opuestos: lo

eterno permanente, que carace de determinaciones, y el devenir cambiante. Muy al

contrario, considera que las pretensiones de pensadores como Anaximandro son no sólo

innecesarias, sino incluso peligrosas, pues el aferrarnos a la permanencia no es más que

signo de ignorancia y necedad.

Nietzsche admiró profundamente a este filósofo, por eso escribió: “Heráclito descubrió

qué orden tan admirable y qué regularidad y seguridad se revelan en el devenir.”27

Heráclito, observando la realidad del mundo, se percató del devenir, el cambio

continuo que se manifiesta en los fenómenos naturales y en el propio proceso de la vida del

hombre, pero lo aceptó como algo necesario y hasta hermoso. Por eso criticó a los poetas

antiguos (Homero y Hesíodo), pues veía en sus enseñanzas elementos de superstición y

creencias mágicas. Se alejó de ellos con desdén para dedicarse a la reflexión sobre temas

éticos, metafísicos y religiosos. Se dirigía a sus contemporáneos con reproches por hacer

caso omiso al conocimiento auténtico:

“De esta razón (logos) que existe siempre, resultan desconocedores los

hombres, tanto antes de oírla, como tras haberla oído a lo primero, pues,

25 Nota # 20. De Lloyd, G.E.R. op. cit., p. 149. 26 De Tales a ... p. 139. 27 Nietzsche, F. op. cit., p. 77.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

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aunque todo transcurre conforme a esta razón (logos), se asemejan a

inexpertos teniendo como tienen experiencia de dichos y hechos; de

éstos que yo voy describiendo, descomponiendo cada uno según su

naturaleza y explicando cómo se halla. Pero a los demás hombres les

pasa inadvertido cuanto hacen despiertos, igual que se olvidan de cuanto

hacen dormidos.”28

Es claro a todas luces por qué la influencia de su filosofía no fue ni profunda ni

perdurable en la Antigüedad. Al contrario, sus conciudadanos lo consideraban “oscuro” y

“enigmático”. Quizá estos adjetivos se los ganó a pulso por su forma de escribir: no

demuestra nada y tampoco tiene la intención de hacerlo; no le interesó argumentar

sistemáticamente sus pensamientos: nos los muestra como revelaciones místicas que no

tienen necesidad de demostración.

El estilo aforístico heraclíteo fascinó a Nietzsche hasta llevarlo a afirmar que era muy

probable que nunca hubiera existido un hombre que escribiera de manera tan clara y

brillante. Así, recoge este estilo aceptando –con Schopenhauer y Jean Paul– que los

asuntos de índole filosófica únicamente pueden ser expresados de forma concisa y hasta

enigmática, para que los hombres incapaces de notar la riqueza y profundidad de las frases

pongamos más atención y cuidado con el propósito de comprenderlas. Y al igual que el

efesio, el creador de Así habló Zaratustra andaría el camino de la soledad y la

incomprensión.

La versión opuesta de Heráclito la representa Parménides, quien piensa el Ser como

inengendrado e indestructible, eternamente inmutable y absolutamente fuera del tiempo.

Para él sólo existe el presente: el pasado y el futuro son negaciones del Ser. Éste no incluye

el pasado, ya que si lo hiciera, ello implicaría que algo del Ser se ha destruido ya; tampoco

el futuro tiene cabida, pues esto implicaría que algo del Ser tendrá que nacer o generarse.

La “verdad “ (alétheia) proclamada por Parménides es que el Ser es eterno, sin principio, es

inmutable. Si los hombres percibimos con los sentidos el devenir, es porque los sentidos nos

engañan. Únicamente hay dos caminos (vías) para la indagación gnoseológica (para ser

exactos tres):

28 De Tales a ... p. 133.

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“Ven, pues; voy a decirte (y te ruego que atiendas bien a mis palabras)

Cuáles son las únicas vías de indagación concebibles. La primera

Sostiene que es y no puede no ser; y éste

Es el sendero de la convicción, que sigue la verdad. Pero el otro

Afirma: no es y este no-ser tiene que ser.

Este último sendero, tengo que decírtelo, no puede explorarse.

Pues lo que no es, ni puedes conocerlo (pues esto

Se halla más allá de nuestro alcance), ni puedes expresarlo con

palabras,

Pues pensar y ser son uno y lo mismo.”29

La única vía aceptable para Parménides es la del ser, y nos dice (contradiciendo

rotundamente a Heráclito) que el ser siempre es (eterna inmutabilidad del presente) y no ha

sido ni será, pues, si hubiese llegado a ser, tendría que haber venido del no-ser y eso es

imposible: de la nada nada surge. Por otro lado, en la vía del no-ser, los hombres pocas

veces se aventuran. Mas en la tercera vía (la de la mera opinión) estamos la inmensa

mayoría perdidos, confundidos y tomando por verdadero un devenir que es pura fantasía:

nos es imposible discernir entre el ser y el no-ser, pareciéndonos lo mismo (y no lo mismo a

un tiempo). Para Parménides “Pensar lo real (el ser) como <<naciendo>> o <<muriendo>>

equivale a pensar <<lo que no es>>, que es impensable.”30

29 Tomado de Jaeger,W. La teología de los primeros filósofos griegos, pp. 101-102. 30 Eggers Lan, C. op. cit., p. 126.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

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1.5 PLATÓN: EL TIEMPO, IMAGEN MÓVIL DE LA ETERNIDAD

La luna se veía grande y plateada sobre los pinos negros

y hacía brillar misteriosamente las viejas piedras de las ruinas.

Momo y Gigi estaban sentados en silencio el uno al lado del otro y

se miraron largamente en ella: sintieron con toda claridad que,

durante ese instante, ambos eran inmortales.

Momo, Michael Ende

El concepto parmenídeo del presente absoluto donde todo límite temporal queda

excluido (no tiene ni principio ni fin) y al que Mondolfo llama eternidad extratemporal lo

retomará más adelante Platón.

La importancia de este filósofo es evidente. Es de todos sabido que es él quien realiza

la primera gran síntesis filosófica; estudió y analizó el pensamiento de sus predecesores,

retomó lo que a su óptica pareciole más razonable y con ello constituyó su gran obra. De

filósofos como Heráclito y Critias recoge los postulados del devenir continuo; además la

misma experiencia sensible le muestra que, efectivamente, el mundo es un continuo y fugaz

pasar. Para complementar esta visión, echa mano de lo dicho por Parménides y Meliso de

Samos en torno al concepto de la eterna inmutabilidad del presente. Recordemos que el

principal interés platónico es la búsqueda de la verdad, de la verdadera sabiduría. La

elaboración de su teoría de las ideas le ayuda a explicar la diferencia entre el tipo de datos

que podemos obtener mediante los sentidos y que nos arrojarán meras opiniones (doxa), y

el tipo de datos que nos ofrece la razón y que nos otorgarán conocimientos bien

fundamentados: ciencia (episteme).

Platón divide la realidad en dos órdenes: uno será el mundo natural, el mundo

fenoménico del que únicamente tenemos opiniones, impresiones que sensorialmente nos

permiten descubrir este perpetuo devenir. Pero este lugar de continua generación y

corrupción necesariamente debe tener su explicación en algo fijo, estable, que dé cuenta y

razón del cambio sin fin.

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20

Esta base fija es el mundo de las ideas eternas, el mundo inteligible, donde se hallan

esos seres reales inmutables, inamovibles y eternos (eidos) que sirven de modelo para todo

lo que existe en el mundo de las apariencias, que es el mundo que nosotros habitamos.

Los conceptos que por ahora me interesan en este autor los encontramos claramente

explicitados en uno de sus diálogos tardíos: Timeo.

En este escrito, la primera tarea es diferenciar perfectamente el ser del devenir; en

palabras del propio Timeo: “¿Qué es lo que es siempre y no deviene y qué, lo que deviene

continuamente pero nunca es?”31

En principio, para Platón el ser es inmutable siempre; si leemos unas cuantas líneas

atrás, observaremos que esto es exactamente lo que decía Parménides; sin embargo, éste

último considera que el devenir es mera fantasía, mientras que Platón, a diferencia de él, no

niega el mundo del devenir. El autor de la República considera la existencia efectiva de este

devenir, pero afirma que es inferior y que depende plenamente del mundo inteligible del Ser.

Porque mientras éste es inmutable y se comprende por la inteligencia mediante el

razonamiento, el devenir nace y fenece y se constituye de opiniones que elaboramos gracias

a las percepciones sensibles no racionales. Así, el devenir nunca es realmente.

Por otra parte, es necesario que todo aquello que llegue a ser (nazca o se genere), o

deje de ser (no sea más, muera o se destruya) tenga un porqué, una causa; afirmar lo

contrario es decir algo imposible. De tal suerte que la causa del devenir necesariamente es

el Ser. Platón lo denomina el artífice que hizo el mundo fenoménico basándose en el mundo

inteligible de las ideas eternas, tomando a este como modelo, el mejor modelo posible que

pudiera observar el artífice para crear (por su bondad perfecta e ilimitada) este mundo, para

que también pudiera ser la mejor copia posible.

Para Timeo –el astrónomo del diálogo-, el universo (cosmos) es generado, pues es

visible y tangible,captado por la opinión unida a la sensación. Dada esta tesis, se pregunta:

¿qué modelo contempló el artífice del universo para hacerlo? La respuesta es que miró al

modelo eterno, pues este mundo es bello y su creador es bueno.

31 Platón, “Timeo” en Diálogos VI, pág.164.

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21

Ahora bien, ¿por qué el hacedor hizo el devenir y este universo? Lo hizo porque

“quería que todas las cosas fueran buenas y tomó todo lo que se movía sin reposo de

manera caótica y desordenada, y lo condujo del desorden al orden”32

Estos mismos argumentos los veremos en el siguiente apartado con San Agustín de

Hipona. Por ahora nos sirven para entender los diferentes grados cualitativos que Platón le

imprime tanto al mundo del ser, como al mundo del devenir. Dicha cualidad, obviamente, es

menor cuando hablamos del devenir, este es el mundo de las meras apariencias, no es real,

es un mero reflejo del verdadero mundo eidético.

Mientras que el mundo inteligible siempre es, el mundo del devenir llega a ser; es

decir, antes no era y en algún momento podría dejar de ser (o sea, ya no será). Así,

mientras que del modelo ideal debemos predicar la absoluta eternidad, de la copia (mundo)

tendremos que predicar las tres diferentes partes (instancias) del tiempo. Pero, ¿qué es el

tiempo?

La eternidad es la absoluta presencialidad del ser, el presente absoluto del que hablé

al principio del capítulo. La eternidad es la perfección divina que no conoce límites; no nació

y no perecerá; es la cualidad de los dioses sempiternos, que no conocen ni el antes ni el

después, pues dichos conceptos tienen que ver con el cambio (el devenir). La eternidad,

cuya esfera de dominación es el mundo inteligible de las ideas inmutables, es el modelo en

el cual se basa el hacedor del mundo sensible para crear el tiempo; luego entonces, el

tiempo “[es] una cierta imagen móvil de la eternidad ... que marcha según el número”33

Platón nos dice que antes de que se originara el mundo, no existían los días ni las

noches, ni los meses ni los años; es decir, como la eternidad permanece siempre en un

punto, sólo hasta que el mundo (universo o cosmos) llegó a ser (y con éste el tiempo) pudo

haber movimiento. El tiempo es la imagen que sí tiene moviento de la eternidad que

permanece fija en un único punto. Queda claro que el mundo y el tiempo tienen un origen

simultáneo. No es válida la pregunta: ¿qué hacía el artífice del universo antes de crearlo?,

pues la respuesta es: antes de la creación del mundo ni siquiera había antes; el antes y el

después tienen que ver con la generación y ella únicamente puede proceder en el tiempo.

32 Ibid., p. 167. 33 Ibid., p. 176.

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Los Conceptos de Tiempo y Eternidad en la Grecia Antigua

22

Por último –aunque sin agotar la amplia variedad de temas tratados en el Timeo-

nuestro autor nos dice que el tiempo imita la eternidad y gira según el número ¿qué significa

esto?

No olvidemos que para los griegos, desde los primeros pensadores milesios, pasando

por los jonios y obviamente desembocando en Platón, la forma del círculo es la forma

geométrica perfecta; así, el movimiento circular es el que más se ajusta a esta perfección,

de la que participa el universo (copia lo más perfecta posible, pero copia al fin, del modelo

perfecto). Como ya se dijo, el tiempo imita la eternidad girando, y al girar numera, mide,

determina los acontecimientos, los hechos, tanto los que tienen que ver con el mundo natural

(cosmos), como los que tienen que ver con el mundo interior del hombre (subjetividad).

En épocas posteriores, desde su discípulo Aristóteles hasta nuestros días, las teorías

platónicas con referencia al tiempo y a la eternidad tuvieron adeptos fieles y críticos que no

coincidieron con ellas. De cualquier manera, son importantísimas, pues presentan el

pensamiento de uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos.

Para cerrar este capítulo, me gustaría, apoyándome en Bonifaz Nuño, recordar que,

aunque la búsqueda plátonica de una base argumentativa inalterable que explique qué es el

tiempo hunde sus raices en la construcción del concepto de eternidad y hace de ésta última

el modelo del primero, en realidad, en nuestra mente, el asunto toma el camino inverso, o

sea, que los seres humanos primero vemos el transcurrir constante del tiempo y después

deseamos que haya un mundo eterno, inamovible, en el cual recogernos y depositar

nuestras más íntimas esperanzas y necesidades de permanencia. Intento decir que, al

menos en mi particular forma de ver las cosas, en realidad el modelo es el tiempo, y la

eternidad es una copia potencializada al infinito de éste. Sucede como con las cualidades

que le atribuimos a la divinidad: los hombres podemos hacer algunas cosas pero otras no,

mientras que los dioses son omnipotentes (o lo es por lo menos el dios que encabeza las

religiones monoteístas).

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

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1.6 ARISTÓTELES: “EL MAESTRO DE TODOS LOS QUE CONOCEN”

El último gran filósofo de la Grecia clásica será de vital importancia para nuestras

reflexiones en torno al tiempo y la eternidad. Aristóteles no sólo presenta una concepción

mucho más clara y elaborada de estos términos, sino que, además, su pensamiento es muy

cercano al de Nietzsche en esta temática.

Recordemos que el estagirita retoma el concepto de tiempo del pitagórico Arquitas de

Tarento y nos dice que el tiempo únicamente se da con el movimiento o cambio, pero que no

es en sí mismo ni cambio ni movimiento, puesto que el movimiento puede tener diferentes

cantidades y cualidades, en tanto que el tiempo es siempre uno y el mismo. “El tiempo parece ser principalmente un [tipo de] movimiento o un [tipo

de] cambio... El cambio puede ser más rápido y más lento, pero el tiempo

no, pues lento y rápido se determinan mediante el tiempo... El tiempo, en

cambio, no se determina mediante el tiempo, ni en su cantidad, ni en su

cualidad. Es claro entonces que el tiempo no es movimiento”34

Líneas abajo, nos dice que a pesar de que el tiempo no es movimiento, no existe sin

él; es decir, necesariamente tiene que haber algún movimiento o algún cambio (ya sea físico

o psíquico) para que podamos percibir el pasar del tiempo. De otra manera, nos parecería

que en realidad no ha pasado el tiempo. Lo anterior es fácilmente comprensible: cuando el

pensamiento se abstrae por alguna razón y nos quedamos pensando en algo fijo, por unos

instantes se nos escapa el transcurrir del tiempo y nos parece como si éste se hubiese

detenido, pero sabemos que eso no es posible. Así pues, si el tiempo no es movimiento pero

le es absolutamente necesario que haya algún movimiento para poder ser, entonces el

tiempo tiene que ser un elemento del movimiento.Pero ¿qué elemento? “Este es el tiempo: el número del movimiento en relación a lo “antes” y

“después”. Por lo tanto, el tiempo no es movimiento, sino sólo en tanto

que el movimiento contiene número [el momento numérico del

movimiento]. Un signo de ello: juzgamos lo más y lo menos por medio del

número, pero más o menos movimiento por medio del tiempo; por ello, el

tiempo es un tipo de número.”35

34 Aristóteles, Física, IV, 218b, 9-19. 35 Ibid., 219b, 1-6.

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24

Con esto ya sabemos qué es el tiempo, pero ahora, ¿qué es el movimiento? El

movimiento “es el acto de lo que está en potencia en tanto que tal.”36 Pero ¿qué significa

esto? El movimiento es la realización de aquello que está en potencia. Aristóteles continúa:

dicho acto es el acto de una potencia, es el acto de un ente en potencia en tanto que está en

potencia. Así, este tipo de definiciones muestra muy en el fondo un no-ser característico de

todo lo que está fuera de la mismidad del Ser, característico de todo lo existente. En

palabras de G. Astrada:”El no-ser pertenece a la esencia del ente o sea al Ser en tanto que

se temporaliza y el tiempo, justamente, es esa referencia al no-ser de lo entitativo.”37

Ahora bien, el filósofo griego nos ha dicho que el movimiento es el acto de un ente

que está en potencia en tanto tal; es decir, el movimiento es un acto, sí, pero no es un acto

puro. Además dicho acto lo realizaría un ente que está en potencia, o sea que no es pura

potencia. Así, el movimiento viene a estar constituido por una negatividad y ante dicha

negatividad a nuestro autor no le queda otro camino que aceptar que su comprensión es

muy difícil.

Por otra parte, debemos recordar y esclarecer –apoyándonos en el propio Aristóteles-

lo relativo a que el tiempo es el número del movimiento según el “antes” y el “después” Y,

según ha dicho el estagirita, el “antes” y el “después” es el ahora, “un límite entre lo que

actualmente es y lo que ya no es o lo que todavía no es; un eslabón, pues, entre el Ser y el

no-ser, entre lo siempre subsistente y lo que pasa en el tiempo.”38

Aristóteles nos ha venido explicando paso a paso todos y cada uno de los conceptos

necesarios para estas reflexiones; sin embargo, cuando pretende aclarar exactamente qué

es el ahora parece caer en un pequeño atolladero. Nuestro autor considera que la respuesta

a esta interrogante puede seguir dos senderos incompatibles entre sí. Por un lado nos dice

que tal parece que el ahora es siempre uno y el mismo (en este sentido el ahora es lo

mismo); pero, de ser esto cierto, “el tiempo no existiría”. Es decir, si el instante fuese siempre

idéntico a sí mismo todo existiría en una perfecta simultaneidad y “los acontecimientos de

hace diez mil años coexistirían con los de hoy día y nada sería ni posterior ni anterior”.39

36 Aristóteles,Física,III, 1, 20-10. 37 García Astrada, C., op. cit., p.83. 38 Ibid., p. 84. 39 Aristóteles, Física, IV, 218a, 27-30.

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25

Como la respuesta anterior en realidad es una negación del tiempo, entonces no es

una verdadera solución a la interrogante. Por otro lado, podemos contestar con el estagirita

que el ahora es siempre uno nuevo y diferente al anterior (en este sentido el ahora no es lo

mismo); podemos considerar que el ahora está en constante devenir: “Pareciera que si el

ahora no es el mismo debiera siempre estar deviniendo en otro distinto y dejando de ser el

que es.”40 Mas, de ser así, el ahora tendría que estar siendo destruido en su propio ahora, en

sí mismo, y esto no puede ser por el principio de no contradicción.

Asimismo, es imposible que el ahora expire en otro ahora diferente de sí mismo, pues,

para Aristóteles, la continuidad del tiempo es un mero supuesto.

Nos sucede con este autor algo muy similar a lo que planteará, siglos más adelante,

San Agustín de Hipona: “El razonamiento se mueve en insuperables aporías cuando se trata de

representarse al tiempo, reino de lo perecedero y del no-ser y cuyo

transcurrir consiste en un venir de lo aún no existente –futuro- para ir a lo

ya no existente –pasado-; y en el estrecho límite de ambos el instante es

un continuo dejar de ser que oculta dónde, cuándo y cómo se deja de

ser.”41

García Astrada considera que posiblemente, para atisbar una solución, sea necesario

apelar a una instancia superior. Para Aristóteles hay otro movimiento y por lo tanto otro

tiempo y son ellos a quienes se tiene que recurrir. En el Tratado del alma nos habla de un

movimiento diferente del común. Al hacerlo, en realidad tiene presente al pensamiento, cuyo

movimiento se caracteriza por no marchar hacia otra cosa distinta de sí y por no tener más

fin (τελο_ ) que no sea él mismo. El pensamiento que se piensa a sí mismo, el acto

(ενεργεια) propiamente dicho.

Para Aristóteles, el único acto puro que merece llamarse asi es aquel movimiento que

es fin de sí mismo y en sí mismo, y éste es precisamente el movimiento cíclico en el que

todo alejamiento de un punto dado es al mismo tiempo una aproximación a dicho punto. “Y este movimiento, el único que es por sí mismo continuo, sin ninguna

interrupción del principio y el fin y sin ninguna variación ...ofrece el tipo

40 García Astrada, C., op. cit. p. 84. 41 Ibid., p. 85.

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Los Conceptos de Tiempo y Eternidad en la Grecia Antigua

26

perfecto del movimiento infinito y es también el único continuo e

infinito.”42

Asi pues, el movimiento cíclico es un movimiento perfecto que contiene en sí todos

aquellos otros movimientos imperfectos que tienen un límite. De la infinitud de este

movimiento se desprende la infinitud del tiempo, que, como quedó dicho líneas arriba, es el

número numerado del movimiento según el antes y el después. “La infinitud del tiempo procede de la infinitud del movimiento circular en

el cual no hay punto que no sea fin de un movimiento cíclico anterior y

comienzo de otro posterior y similar. Aquello que en la línea del círculo es

el punto, es en el tiempo el instante en cuanto límite que divide el antes

del después.”43

Así, Aristóteles habla de un tiempo infinito porque el movimiento cíclico del cielo es

infinito también: “Parece que el tiempo es el movimiento de la esfera [celeste], porque los

demás movimientos, incluso el tiempo, se miden con este movimiento.

Por ello se suele decir que los asuntos humanos son un círculo, y que

son círculo todas las demás cosas que se generan y perecen

naturalmente.”44

El movimiento cíclico es la forma en la que piensa la eternidad. La inteligencia (νου _)

al pensarse a sí misma se mide y se numera. El nous al pensarse a sí mismo, piensa sólo el

eterno retorno de lo mismo. Esto y no otra cosa es el pensamiento.

Para concluir este capítulo, deseo volver a mi planteamiento inicial. Decía que la

conceptualización que Aristóteles tiene del tiempo y de la eternidad se asemejan mucho a lo

asentado por Nietzsche; por ejemplo, el tema del eterno retorno es afirmado de forma

explícita por el estagirita: “La generación es necesariamente cíclica y, por lo tanto, es necesario

que ella se reproduzca periódicamente. Si es necesario que tal cosa

exista en este momento, también es necesario que haya existido antes; y si tal cosa existe ahora es necesario que ella se reproduzca después; y

así eterna y continuamente, porque aquello que afirmamos de dos

retornos de una misma cosa... podemos atribuirlo (a un) gran número de

42 Mondolfo, R., op. cit. p. 94. 43 Ibid., p. 95. 44 Aristóteles, Física, IV, 223b, 20-26.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

27

retornos... Y esto es razonable pues... el movimiento del cielo, se nos

aparece como periódico y eterno.”45

Para Aristóteles cada ente ha sido siempre y desde siempre lo que actualmente es; la

esencia permanece inalterable a través de los cambios. El Ser es la absoluta

indeterminación, pero al desplegarse sale de esa indeterminación y se determina en un

proceso temporal. Cuando el Ser extiende las determinaciones que originalmente estaban

indeterminadas en él, en realidad está instaurando la extensión y ésta a su vez aparece

como el sustrato de los entes que constituyen al mundo y, con éste, al propio tiempo. “La extensión es el fundamento de la relación entre mundo y tiempo. Y

así como no puede haber un mundo sin tiempo, tampoco puede haber un

tiempo sin mundo porque ambos y la relación entre ambos son una

consecuencia del proyectarse del Ser.”46

De lo anterior se desprende la importancia que reviste para el filósofo griego la

relación de perfecta continuidad que existe entre el mundo y el Ser, entre el tiempo y la

eternidad. Para Aristóteles, así como para Nietzsche, existe una plena inmanencia y

continuidad del Ser con las cosas (entes) como un principio en sí mismo.

Para Nietzsche, el Ser es voluntad de poder; la esencia más íntima del Ser es

voluntad de poder. Y, al igual que en Aristóteles la actividad del pensamiento consistía

precisamente en ser pensamiento de sí mismo y no tener otro fin que él mismo, para el autor

de la Gaya ciencia, la voluntad también es inmanente a sí misma y exactamente por ello lo

que quiere la voluntad es la propia voluntad.

No es de extrañar que sea el tiempo aquello que contravenga la voluntad. Según

Nietzsche, la voluntad reniega del tiempo: “Esto, sí, esto solo es la venganza misma: la

aversión de la voluntad contra el tiempo y su ‘fue’.” Pero ¿por qué sucede esto? Si hacemos

caso a la definición que de la eternidad nos ofrece Boecio:”posesión entera, simultánea y

perfecta de una vida interminable”47, inmediatamente observamos que el tiempo es ni más ni

menos que lo contrario; es decir, el tiempo es el interminable tránsito del todavía no ser,

hacia el ya no-ser, pasando por el fugaz ahora.

45 Aristóteles, Tratado del Cielo, I, 3, 270b, 19. 46 García Astrada, C., op. cit. p. 62. 47 Boecio, La Consolación de la Filosofía.

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Los Conceptos de Tiempo y Eternidad en la Grecia Antigua

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Luego entonces, para la voluntad es intolerable el tiempo y su fue, pues es la

completa y rotunda negación de su presencia. “La voluntad no puede querer hacia atrás: el que no pueda quebrantar el

tiempo ni la voracidad del tiempo –ésa es la más solitaria tribulación de la

voluntad ... ¿Qué imagina el querer (la voluntad) mismo para liberarse de

su tribulación y burlarse de su prisión?... Que el tiempo no camine hacia

atrás es su secreta rabia. ‘Lo que fue, fue’ –así se llama la piedra que ella

no puede remover.”48

En el último apartado regresaré sobre estas y otras consideraciones que muestran

más específicamente el pensamiento de Nietzsche. Por el momento daré fin a la revisión de

Aristóteles haciendo notar la importancia de su empeño por fundamentar racionalmente la

infintud del tiempo y la eternidad del mundo. Asimismo, es interesante que el propio filósofo

macedonio reconoce y no duda en afirmar la superioridad de lo eterno y de la infinitud

temporal respecto a la caducidad de los seres que, como el hombre, permanecemos

prisioneros dentro de los límites del nacimiento y la muerte.

48 Nietzsche, F. Así habló Zaratustra, p. 205.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

29

C A P I T U L O I I

LA CONCEPCIÓN DEL TIEMPO Y LA ETERNIDAD EN LA EDAD MEDIA

¡Que sin poder saber cómo ni a dónde, la salud y la edad se hayan huido!

Falta la vida, asiste lo vivido, Y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue, mañana no ha llegado, Hoy se está yendo sin parar un punto, Soy un fue, un será, y un es cansado.

Poesía, Fco. de Quevedo

La Edad Media se caracteriza por ser una época de transformaciones sustanciales en

muchos aspectos del pensamiento y el actuar humano. El cambio de rumbo que la filosofía

tomó a manos de los padres de la Iglesia católica trajo como resultado que las

consideraciones de los filósofos griegos en torno a los temas tratados en este trabajo fueran

abandonadas y en la mayoría de los casos incluso cambiadas o negadas.

Es sencillo comprender el porqué de lo anterior. Con la aparición de las tres grandes

religiones que hasta ahora rigen el mundo, y sobre todo con el posicionamiento que tuvo en

los primeros siglos de nuestra era la religión católica, así como la necesidad de los primeros

padres de fundamentar mediante tesis filosóficas y por ello racionales la creencia y la fe; el

pensamiento griego, pagano, no podía dar cuenta, por ejemplo, de la creación ex nihilo y de

muchos otros aspectos importantes para la teología cristiana.

Como hemos visto, para algunos autores griegos el tiempo tiene un carácter divino;

según la gran mayoría de ellos hay un círculo del tiempo en donde se cumplen una y otra

vez (hasta el infinito) los acontecimientos físicos, pero también el alma, tanto la del universo

como la del hombre, está inscrita en esa circularidad. Recordemos (por ejemplo) que para

los pitágoricos el alma es inmortal y tiene que atravesar por una serie de nacimientos y

muertes.

Así, los conceptos de tiempo y eternidad que tendrán los filósofos y teólogos de esta

época serán en general de índole muy diferente a los expuestos por los griegos, si bien,

claro está, que muchos pensadores se apoyaron en la antigua filosofía griega y en sus

estudios latinos o árabes para formular sus teorías.

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La Concepción del Tiempo y la Eternidad en la Edad Media

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Por mencionar algo, para los epicúreos y los primeros estoicos el concepto de

eternidad no difiere absolutamente en nada del de tiempo infinito. Los filósofos romanos

(Marco Aurelio y Séneca) acompañados de los neopitagóricos y algunos representantes de

la escuela neoplatónica afirman que la eternidad es el presente extratemporal y que el

tiempo que carece de todo límite. “En el neoplatonismo, el mundo surge por emanación de lo Uno, principio

absoluto, y retorna a lo Uno, fin absoluto de todo ser. Lo Uno, que

trasciende inclusive la contradicción entre ser y no ser, está fuera del

tiempo. De lo Uno procede, con una operación que está aún fuera de

tiempo, el nous...”49

Para Plotino el nous engendra el Alma universal y al unísono engendra al tiempo; el

tiempo se vincula con el movimiento gracias al cual se desarrolla y se realiza la vida. Pero tal

movimiento es precisamente la imagen móvil de la inmovilidad de lo Uno y del nous, por lo

tanto, sólo se le puede concebir totalmente carente de principio y fin.

El platonismo, aunque fue aceptado por los padres de la Iglesia aproximadamente en

el siglo II, suscitó grandes controversias y serias objeciones, así como apasionados

rechazos.

La fórmula de la creación ex nihilo se impone vigorosamente y se consolida como

absolutamente necesaria para la ortodoxia cristiana. Dicha fórmula afirma que el mundo se

crea en el tiempo o, al menos, que el tiempo se crea con el mundo, de tal suerte que éste

sólo puede concebirse como temporalmente limitado.

San Agustín es uno de los más fervientes defensores de tal teoría, ya que a ella se

oponían sus antiguos compañeros de creencias, los maniqueístas. La religión maniquea

consideraba del todo absurdo que la materia pudiera crearse de la nada. Se preguntaban:

¿por qué, si Dios pudo crear el mundo a partir de la nada, decidió hacerlo en un determinado

momento (cuando lo hizo) y no más bien antes o después? El autor de Confesiones se

oponía a esta idea y al tipo de cuestionamientos que conllevaba porque en ella subyacía una

idea de tiempo pensado como algo muy semejante a los acontecimientos particulares, el

tiempo como cosificado. Y el santo precisaba diferenciar claramente al tiempo de los hechos

que en él suceden.

49 Cappelletti, Angel J. En la introducción a Sobre la eternidad del mundo de Santo Tomás de Aquino.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

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“Agustín enseñará la creación “ex nihilo”. A sus ojos el mundo no puede

tener más que dos orígenes: o bien Dios lo crea de la nada o lo saca de

su propia substancia. Admitir esta última hipótesis es admitir que una

parte de la substancia divina puede volverse finita, mudable, sometida a

los cambios de toda clase y aun a las destrucciones que las partes del

universo padecen. Si tal suposición es contradictoria, sólo queda que

Dios haya creado al universo de la nada...”50

Si la creación se efectuó “al principio” y con esta creación también tuvo lugar el

tiempo, podemos inferir que el tiempo es asimismo una creatura, y por ello tiene un

comienzo, y al igual que las demás creaturas no es eterno.

La mayoría de los pensadores de la alta Edad Media convienen con San Agustín en

este sentido; pero ya al inicio del siglo XIII la idea de una creación del mundo que tiene un

comienzo y que además tiene su origen en una materia preexistente es negada sobre todo

por los teólogos tradicionalista y los miembros de la escuela franciscana.

San Buenaventura, uno de los principales maestros de la escuela franciscana, se

opuso enfáticamente a todas aquellas concepciones que consideraba incompatibles con la

doctrina cristiana de la creación. Una de ellas era la de la eternidad del mundo: “Sobre ella (la doctrina de la creación) debe retenerse, en suma, lo

siguiente: a saber, que la totalidad de la estructura del mundo ha sido

producida desde el tiempo (ex tempore) y de la nada (ex nihilo) por un

único principio primero, solo y supremo, cuyo poder, aunque es sin

medida, dispuso todas las cosas con un determinado peso, número y

medida.”51

El “doctor seráfico” considera que ninguno de los filósofos de la Antigüedad ha

encontrado la verdad en lo que se refiere a la producción del ser. Dice que incluso

Aristóteles cayó en el error de suponer que el mundo es eterno y que Dios no lo ha creado

ex nihilo. Pero, frente a la imposibilidad de demostrar lo contrario desde el ámbito de la

racionalidad filosófica, apela a la fe de la revelación que acude al hombre para mostrarle

“que todas las cosas han sido creadas y promovidas al ser en toda la medida en que son.”52

50 Gilson, E. “Introducción al estudio de San Agustín”, en Filosofía Medieval, p. 217. 51 San Buenaventura, Sentencias, citado por Gilson. 52 Loc. cit.

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La Concepción del Tiempo y la Eternidad en la Edad Media

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Para este autor, el ser de Dios es perfectísimo, luego entonces, su acción creadora no

se limita a ordenar principios preexistentes, sino que Dios produce íntegramente todas las

cosas. Además, como el ser de Dios es simple, es imposible que saque de su misma

substancia las cosas del mundo, pues al hacer esto se fragmentaría; así, sólo puede crear el

mundo de la nada. “La teoría de un universo creado por Dios de la nada y al mismo tiempo

desde toda la eternidad... le parece a san Buenaventura una

contradicción tan grosera que no puede imaginar un filósofo tan mediocre

como para no haberla advertido.”53

Por otro lado, Sigerio de Brabante es uno de los autores que piensa en el mundo

como existiendo desde siempre, aunque los individuos que pueblan este mundo tienen un

comienzo y un fin en el tiempo. Las especies (y con ellas la especie humana) son coeternas

con Dios, que únicamente es la causa final del mundo (y no causa eficiente). Y va más allá al

decirnos: “no sólo el mundo y las especies son eternos, tanto en el pasado como en el

futuro, sino que los fenómenos y los acontecimientos se han de reproducir

indefinidamente”.54

Podemos notar que, mucho antes de Nietzsche, Sigerio enseña la teoría del eterno

retorno, tesis que fue condenada en 1277 : “Las especies son eternas; jamás ha existido hombre alguno que no haya

sido engendrado por otro. Esta eternidad es la que fundamenta la

necesidad de las proposiciones verdaderas. Por otra parte, en ese

mundo eterno <<ningún aspecto del ser pasa al acto, que no haya

pasado ya otra vez; de este modo, las opiniones, las leyes y las religiones

reaparecen con el mismo aspecto que ya antes tuvieron>>; la actualidad

eterna del primer motor causa un retorno cíclico de las configuraciones

del cielo y de los acontecimientos determinados por éstas.

El tiempo, visto por la gran mayoría de los filósofos y teólogos de esa época, fue muy

diferente al concepto que se tenía en la Antigüedad. Si para los griegos la historia humana

tenía que ver con la circularidad y el retorno a la patria, a la familiaridad de lo conocido y a la

53 Gilson, E. La filosofía de San Buenaventura, p. 154. 54 Gilson, E. La filosofía de la Edad Media, p. 559. 55 Jolivet, Jean. La filosofía medieval en Occidente, p. 255.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

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felicidad del hogar (recordemos al héroe homérico; Odiseo), para la visión cristiana tiene que

ver con la creación del mundo y del tiempo junto con él a manos de Dios. A partir de ese

“principio” tiene lugar el desenvolvimiento de la historia lineal, en donde la creatura humana y

todas las cosas del universo surgen de la nada. Es un inicio totalmente nuevo: “No es que se

repita una acción o se realice ésta desde toda la eternidad sino que, hecho capital, se

localiza un principio radical. Antes de este principio radical existía Dios, ... y el Verbo estaba

en Dios y el Verbo era Dios.”55

La eternidad, para la filosofía cristiana, es la dimensión propia de Dios. Dios es el ser

permanente; en él no hay cambio, ni alteración, ni sucesión y por lo tanto en la dimensión de

la divinidad no hay tiempo. El tiempo es la otra dimensión, radicalmente diferente a la

primera, donde se afirma el comenzar; el aparecer; lo propio del tiempo es el cambio, el

dejar de ser constantemente; así, el eterno retorno se rompe finalmente: “Desaparece así la

serpiente que pretende siempre morderse su cola y aparece en su lugar la flecha en tensión

que solicita la atención de la libertad inteligente del hombre para poder alcanzar su blanco.”56

Si en el eterno retorno el ser humano pierde la libertad de la novedad pues todo se

repite incansablemente, en esta concepción del tiempo el hombre tiene la posibilidad de

elegir.

Mas hay que tener en cuenta que, así como Dios en su infinita bondad creó al hombre

por un acto de plena voluntad y amor, cuando el hombre faltó a la ley divina perdió la primera

oportunidad que le había sido otorgada. No obstante, Dios sigue amando a sus creaturas y

desea su conservación; dicha conservación continúa haciéndose presente en el tiempo. El

creador ha dado una segunda oportunidad al hombre; la venida de Cristo se puede entender

como el primer período donde se cumplen las promesas, donde los anhelos encuentran su

satisfacción. Sin embargo, todavía no es el final de los tiempos; éste tendrá lugar cuando el

hijo del hombre (Jesús) vuelva por segunda ocasión, en la parusía, según el Antiguo

Testamento.

Tomando en cuenta lo anterior, el tiempo, el sufrimiento e incluso la muerte adquieren

un carácter completamente diferente. Para los creyentes es sublime, esperanzador, pues al

55 Ruiz de Santiago, Jaime. “La concepción cristiana de la temporalidad”, en Rev. de Filosofía, año XII, n. 34, p. 43. 56 Id., p. 45.

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La Concepción del Tiempo y la Eternidad en la Edad Media

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morir, el alma retornará a Dios y a la eternidad que él representa. Para los que no acepten

tales creencias el tiempo sigue siendo la oportunidad que da la vida para recorrer un camino

que, aunque presente dificultades, se antoja recorrerlo, simplemente y ni más ni menos por

el placer de vivir.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

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2.1 EL TIEMPO EN SAN AGUSTÍN DE HIPONA ¡Lo imperecedero

no es más que símbolo tuyo! Dios, el fraudulento,

es amaño de poetas... Canciones del príncipe Vogelfrei, J.W. Goethe

La importancia de San Agustín en el desarrollo de la filosofía medieval es de primer

nivel, tanto en la investigación de los problemas fundamentales, como en las soluciones que

intentó ofrecer.

Sus enseñanzas se basan primordialmente en las Sagradas Escrituras, a las que

concede una novedosa interpretación, para la construcción de la cual utilizó como

herramientas algunos aspectos del pensamiento platónico y los resultados de la

investigación de la escuela neoplatónica.

Dios y el alma humana son los principales temas del pensamiento agustiniano. Del

primero nos dice: “Dios es Ser. Sólo Dios es verdaderamente, ya que todos los demás seres

están sujetos a cambio y son sólo hasta cierto grado.”57 De la segunda afirma que es una

sustancia racional que posee tres facultades, a saber: la memoria, la comprensión y la

voluntad.

El concepto de Dios es fundamental para este autor. En el Libro XI de sus

Confesiones nos expone ampliamente los resultados que obtuvo en su investigación en

torno al tiempo. Dicha investigación fue vital para el obispo de Hipona pues gracias a ella

pudo dar respuesta a los detractores de las doctrinas cristianas; por ejemplo a aquéllos que

consideraban que Dios creó el mundo a partir de la materia preexistente o que el alma

también tiene ese carácter de preexistencia.

San Agustín cree que si la razón humana puede demostrar que hay algo eterno e

inmutable, debe admitir ineludiblemente que existe un Dios. Cada hombre posee sus propios

sentidos (sensoriales) y su sentido interno, así como su razón; ahora bien, hay algunos

objetos sensibles que únicamente son percibidos por ciertos hombres, pero no por todos. Así

pues, debemos apelar a los objetos inteligibles ya que éstos son comunes a todos los

hombres. Por ejemplo, cuando dos o más individuos comprenden una verdad matemática,

57 San Agustín, La ciudad de Dios, XII, 2.

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La Concepción del Tiempo y la Eternidad en la Edad Media

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están comprendiendo la misma verdad, aunque sus mentes no tengan nada en común, e

incluso aunque no se comuniquen entre ellos, pues las verdades matemáticas son

inmutables. Luego, tenemos que admitir la existencia de Dios.

Para demostrar que Dios existe, el santo de Hipona recurre a una serie de

demostraciones previas.

Primera: El hombre no puede aprender nada ni sobre matemática pura ni sobre moral

pura por medio de la experiencia o con maestros humanos.

Segunda: Nada de lo que el cuerpo percibe gracias a los sentidos afecta al alma.

Asimismo, para poder comprender el contenido de las sensaciones necesitamos haber

aprendido previamente (aunque sólo sea un poco) las verdades matemáticas.

Tercera: Como las verdades matemáticas pueden ser (y de hecho son) comprendidas

por varios hombres diferenters entre sí, podemos afirmar que este tipo de verdades tienen

un origen sobrehumano, ya que:

-Todas las verdades comparten una característica común que las hace ser lo que son

(afirmación que se desprende directamente de la doctrina platónica que señala que la

semejanza se explica recurriendo a Ides comunes).

- Como es necesario que la verdad se halle en algo, la Verdad eterna tiene que

hallarse en algo que también sea eterno.

- La presencia de las mismas verdades en mentes distintas (que, además, no

pueden aprender de otras) demuestra que existe una Fuente eterna de

Verdad eterna.

Según San Agustín, el cuerpo, la vida y la comprensión proceden de Dios y existen

por él. Nuestro autor sostiene categóricamente que Dios creo el mundo de la nada: “Tú

(Dios) creaste la materia de la nada absoluta y... le diste la forma de la hermosura; sin

intervalo de tiempo la forma acompañó a la materia.”58

El hijo de Santa Mónica adoptó la teoría platónica de las Ideas convirtiendo éstas en

modelos ejemplares que están en la sabiduría divina con la que Dios creó el mundo e

ilumina el intelecto humano.

58 San Agustín, Confesiones XIII, cap. XXXIII.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

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Dios creó el mundo en el tiempo y tanto su materia como su forma surgieron

simultanéamente. Como uno de los principales intereses del santo era refutar a los

escépticos y maniqueos, tuvo que hacer su investigación en torno a los conceptos de tiempo

y eternidad.

Agustín buscó a lo largo de toda su vida la Verdad y el Saber. Esto le condujo a

considerar que la facultad de la memoria juega un papel crucial en esta búsqueda, pues “la

memoria incluye todo lo que sabemos, aunque no seamos conscientes de ello”.59

La experiencia del tiempo sería imposible si en nuestra memoria no existiera la

capacidad de reconocimiento y retención de un objeto o un proceso. Para reconocer un

proceso (como la sucesión de los versos de un canto) es necesaria la retención

mnemotécnica que sólo puede explicarse por el hecho de que el alma conserva el orden y

un recuerdo vivo de los acontecimientos pasados. “Supongamos que voy a recitar un cántico que me es bien conocido. Al

principio mi expectación abarca la totalidad del cántico. Cuando ya

comencé, lo que en un dado momento está ya dicho pasa al pretérito y

se encomienda a la memoria; y entonces la totalidad de mi atención se

distiende entre el recuerdo de lo que ya dije y la expectación de lo que

me falta decir. Pero en todo momento está presente mi atención, que es

la que va mandando lo futuro hacia el pasado. Y conforme avanzo en la

recitación va disminuyendo la memoria de lo que está aún por decir,

hasta que la recitación llegue a su fin. Entonces la espectación quedará

totalmente agotada y toda mi acción pasa integralmente a la memoria.

“Y lo que pasa con todo el cántico, eso mismo sucede con todas sus

partes,... Y no otra cosa sucede con la vida del hombre y sus partes, que son sus acciones; y lo mismo pasa, a mayor escala, con la historia de los

hombres.“60

Tratando de dar una respuesta a todos aquellos que afirmaban la imposibilidad de la

creación ex nihilo y la preexistencia del alma, San Agustín se dedica a esclarecer todo lo

que para él representa el tiempo. Nos dice por ejemplo, que Dios creó el mundo y el tiempo

simultáneamente:

59 Weinberg, Julius. Breve historia de la filosofía medieval, pág. 48. 60 San Agustín. Confesiones. XI, cap. XXVIII, 2.

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La Concepción del Tiempo y la Eternidad en la Edad Media

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“Hay una especie de senectud intelectual en los que nos dicen : << ¿Qué

es lo que hacía Dios antes de crear el cielo y la tierra? Porque si estaba

ocioso e inactivo, ¿por qué no continuó así, sino que un buen día hizo

algo que no había hecho antes? Y si se produjo en Dios un movimiento

nuevo y una nueva voluntad de crear un mundo que antes no había

creado, ¿cómo hablar de eternidad cuándo hay de por medio semejante

cambio? >>“61

A lo que responde : “Los que así razonan... no han entendido lo que eres Tú (Dios),... En

vano pretenden tener el sabor de la eternidad, y su mente, volando como

mariposa entre lo pasado y lo futuro, nada consigue.

“(A todos aquellos que preguntan por estas cosas, no responderé, pero a

Ti sí te lo digo.) Antes de que hicieras el cielo y la tierra no hacías nada.

Porque si algo hacías no se comprende cómo de esa actividad no se

producía creatura alguna. Que no había tiempos antes de que Dios

hiciera el tiempo.

“No podían correr los tiempos antes de que Tú hicieras el tiempo (como

no existía el tiempo antes de la creación del cielo y de la tierra, es

imposible preguntar qué es lo que hacía Dios entonces pues la palabra

entonces supone la existencia del tiempo). “62

En el capítulo XXIII se pregunta exactamente qué es el tiempo y lo único que nos

puede contestar, por el momento, es que no considera que el tiempo sea el movimiento de

los cuerpos celestes como lo sería para Platón o Aristóteles. Es en el alma humana (que

espera, atiende y recuerda) donde medimos los tiempos. Y considera que el tiempo no es

más que una distensión, pero acepta que ignora de qué es esa distensión. De aquí el

asombro de Agustín y su afirmada imposibilidad de saber exactamente qué es en sí el

tiempo.

Lo único que le queda es afirmar cómo debemos nombrar las diferencias de los

tiempos. “Lo que por el momento veo con toda claridad es que no existen ni las

cosas futuras ni las pretéritas y pienso que no se habla con propiedad

cuando se dice que los tiempos son tres, pasado, presente y futuro. Más

exacto me parece hablar de un presente de lo pretérito (tengo una

61 Id., cap. X.

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El Tiempo y el Eterno Retorno de lo Mismo

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memoria presente de lo pasado), de un presente de lo presente (tengo

una percepción presente de lo presente) y un presente de lo futuro (tengo

una expectación presente de lo futuro). Porque estas tres modalidades

las encuentro en mi mente pero por otras partes no las veo. “63

La agudeza del pensamiento agustiniano tuvo muchísima influencia a lo largo de

varios siglos en la historia del Occidente cristiano. Aunque en los diez siglos siguientes hubo

mentes que sometieron a crítica e incluso negaron lo dicho por el obispo de Hipona, no fue

sino ya casi al final del medievo cuando, gracias a la introduccón del aristotelismo por parte

de Avicena, Averroes y otros autores y traductores islámicos, comenzaron a perder terreno

las ideas de este autor. Aun así, nadie más mantuvo su autoridad en temas filosóficos y

teológicos durante tanto tiempo y con tanta fuerza como él.

62 Id., caps. XI – XIII. 63 Id. cap. XX.

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El Eterno Retorno: “Cumbre de la Filosofía Nietzscheana”

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C A P I T U L O I I I

EL ETERNO RETORNO: “CUMBRE DE LA FILOSOFÍA NIETZSCHEANA”

El velo del devenir es el retorno en cuanto verdad sobre el ente en su totalidad, y el sol de mediodía es el instante de la sombra más corta.

La claridad más clara, la imagen sensible de la eternidad. Nietzsche, Martin Heidegger

Federico Nietzsche es uno de los filósofos más estudiados y criticados de los últimos

tiempos aunque no por ello de los más comprendidos. Muy al contrario, pareciera que entre

más se le estudia menos se le entiende y más se le utiliza. Quiero decir que, como su

manera de escribir se presta para un sinnúmero de interpretaciones –que van desde las más

sensatas hasta las más descabelladas-, los estudiosos de su obra no han desaprovechado

la oportunidad para tomarlo, incluso, como pretexto para mostrar su propia y personal

filosofía.

Sin duda alguna fue una personalidad compleja, llena de contrastes e incluso

contradicciones que, a pesar de sus padecimientos físicos (o precisamente gracias a ellos),

la soledad que por momentos parece él mismo propiciar (“Él mismo hizo lo imposible por

afirmar esa soledad como querida, por ver en ella la marca del carácter forzosamente futuro

de su pensamiento, por verse a sí mismo como un pensador póstumo”),64 los malentendidos

que generanban en los círculos académicos e intelectuales sus obras, etcétera, intentó de

principio a fin dar un sentido auténtico a su propia existencia. Por ello J. Brandes lo compara

con Kierkegaard: “Nietzsche piensa con S. Kierkegaard: nadie en el mundo sabría decirte

enseguida por qué existes; pero puesto que éstas en él, trata de dar un

sentido a tu existencia, señalándote un fin todo lo grande y noble que te

sea posible.”65

Su desarrollo intelectual se divide en varios períodos diferentes. Al primero de ellos E.

Fink lo llama “período romántico”. Al inicio de éste, Nietzsche lucha por un nuevo ideal de

64 Frenzel, Ivo. Nietzsche, p. 11. 65 Brandes, Jorge. Nietzsche, p. 47.

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cultura: el hombre estético y heroico, que tiene sus orígenes en la época presocrática, sus

referencias inmediatas son Heráclito, Teognis y Esquilo. En esta etapa escribe El nacimiento

de la tragedia, publicada en 1872.

En este libro interpreta el arte griego: la tragedia ática contenía dos elementos

antagónicos, los cuales permiten comprender el concepto nietzscheano de vida. Dichos

elementos son lo dionisiaco y lo apolíneo. Estos dos principios ordenadores del mundo

hacen referencia a los dioses griegos: Apolo y Dionisos. El primero constituye una

desenfrenada y ebria afirmación básica de la vida en todas sus manifestaciones. En él

encontramos los impulsos, los excesos, lo instintivo e irracional, el erotismo y la orgía como

culminación de este afán de vivir a pesar de todo lo dolorosa que puede ser la vida. El

segundo elemento –lo apolíneo- se expresa en el diálogo y, en general, la forma medida de

la obra de arte. Apolo representa la serenidad, la claridad, la apariencia bella, lo luminoso, lo

equilibrado y sometido a las reglas y al orden; es la medida del racionalismo y también el

mundo del fenómeno y la individuación que limita y desgarra toda la vida y su originaria

voluntad.

Nuestro autor se inclina por Dionisos, pues éste no sólo es la representación

exaltada de la vida y del delirio místico, también representa la fertilidad de la naturaleza que

vendrá a repetirse una y otra vez en el ciclo de las estaciones.

El elemento dionisiaco representa la profundidad, lo que permanece a pesar de los cambios, lo eterno:

”Nietzsche concibe la vida a partir de la síntesis entre la dimensión

dionisiaca y la apolínea. Dionisos es el Ser eterno, el Uno primordial, la

inconciencia pasional; es, a la vez, vida y muerte, luz y abismo,

sufrimiento y goce, bien y mal, y al poseer ambas notas de manera

simultánea, no es ni lo uno ni lo otro sino que está ‘más allá del bien y

del mal’: es inocente.”66

Recordemos que Sileno –maestro del Dios de la vid- no sólo le enseñó la alegría de

los efluvios etílicos, sino que también le llevó por los senderos de la gran sabiduría del

pasado y el porvenir. La sabiduría dionisiaca es la que acepta el ir y venir constante de la

marea, de la ola en su permanente fluir. La imagen de la ola fue utilizada por nuestro autor

en varias de sus obras (como en La gaya ciencia y en El nacimiento de la tragedia), pues

66 Sagols, Lizbeth. ¿Ética en Nietzsche?, p. 20.

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ejemplifica el juego cósmico de la vida, el surgir y desaparecer constante, para volver a

fundirse con el todo que es el mar.

Al segundo período de la vida intelectual de Nietzsche le ha llamado “período crítico”.

En éste, el autor salta a una forma de vida teorética, experimental; se convierte en un

científico al estilo de los ilustrados, “liberado de prejuicios”, en un neto crítico positivista: “Por

detrás de la negación ilustrada emerge lentamente la afirmación propia de la auténtica

filosofía de Nietzsche”67 Se aprecia claramente su enemistad hacia la metafísica, el elogio

del conocimiento frío y del espíritu libre tan característico de este tipo de temperamento. A

esta época pertenecen las obras Humano, demasiado humano, Aurora y La gaya ciencia.

En Aurora nos dice (en un pequeño parágrafo) que la naturaleza humana es sin lugar

a duda perecedera Aunque en tiempos pasados se intentase despertar en el hombre

sentimientos de soberanía por el vínculo directo que existía entre la criatura humana y su

Dios, ahora ese carácter divinizado no existe más.

Para Nietzsche, cuando la vida terrena termine no habrá posibilidad de acceder al

paraíso celeste y con él a la eternidad: “Cualquiera que sea el grado que pueda alcanzar la evolución humana...

no tiene medio alguno de acceder a un orden superior, como la hormiga

o el tábano. Acabada su carrera terrenal, el hombre está muy lejos de

entrar en la eternidad o de reposar en el reino de los cielos. El devenir

arrastra tras de sí todo el pasado.”68

La eternidad de la que nos está hablando aquí es la promesa de la tradición judeo-

cristiana; el hombre que no puede entrar al reino de los cielos es el hombre que “cree” que

efectivamente existe ese reino de los cielos. Pero ya en la mente de nuestro filósofo se está

gestando la idea de la necesidad de aceptar la muerte de Dios y de afrontar valientemente

todas las consecuencias que ello implica.

Muy diferente será el concepto de eternidad que maneje cuando ya en sus obras de

plena madurez nos hable de la doctrina del eterno retorno. Esa otra eternidad será pensada:

“no como un ahora detenido, ni como una serie de ahoras desarrollándose al infinito, sino

como el ahora que repercute sobre sí mismo”69

67 Fink, Eugene. La filosofía de Nietzsche, p. 61. 68 Nietzsche, F. Aurora, p. 64. 69 Heidegger, Martin. Nietzsche I, pp. 32-33.

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También La gaya ciencia fue escrita en estos tiempos. La mayoría de los estudios

sobre su autor nos dicen que en esta obra es donde aparece la primera mención del

‘pensamiento más profundo’ nietzscheano.

Al reconsiderar Nietzsche los motivos de su primera época, transita hacia la

consumación de su obra, el tercer período, en el que radicaliza tales motivos hasta

desembocar en la voluntad de poder, en la exaltación de la vida. Pertenece a este período

Así habló Zaratustra.

Ante la vida admite dos actitudes posibles: la de renuncia o la de aceptación. La

primera es una posición absurda que resulta de la negación de la voluntad de vivir y de la

resignación, cosas propias del cristianismo. Lo acertado es la aceptación exaltada de la

vida, amándola con frenesí y rechazando todo aquello que la niegue o pretenda hacerlo, con

lo que su punto de partida viene a ser una total transmutación de los valores del cristianismo

que le hace llegar a una interesante concepción acerca del tiempo.

Nietzsche valora únicamente la vida fuerte, sana, impulsiva, con voluntad de poder.

Eso es lo bueno, y todo lo débil, enfermizo o fracasado es malo, por lo que la compasión es

el sumo mal. Así, distingue dos tipos de moral: la moral de los señores y la moral de los

esclavos

La primera es la de las individualidades poderosas, de superior vitalidad, de rigor para

consigo mismo. Es la moral de la exigencia y de la afirmación de los impulsos vitales. Los

señores son los que mandan, los nobles, los fuertes, los de las actitudes soberbias, del

sentimiento de plenitud, de la euforia de un alto potencial de vida, de la conciencia de una

riqueza propia que tiende a difundirse por magnificencia redundante.

La moral de los esclavos, en cambio, es la de los débiles y miserables, la de los

degenerados, bajos, malos y objeto de desprecio. Está regida por la falta de confianza en la

vida, por la valoración de la compasión, de la humildad, de la paciencia, etc. Lo que hasta

ahora se denominó moral es un disfraz del resentimiento de los esclavos, que se oponen a

todo lo superior y por eso afirman todos los igualitarismos.

Nietzsche atribuye este carácter de resentimiento a la moral cristiana, la cual, según

él, reprime el instinto de vida y mata sus fundamentos y valores. Es necesario abolir el

cristianismo pues lo único real es la vida, en oposición a la moral, que es ficción. En su

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valoración del esfuerzo y del poder, es uno de los pensadores que más ha exaltado el valor

de la guerra, considerándola ocasión de que se produzca una serie de valores superiores,

como el espíritu de sacrificio, la valentía, la generosidad, etc., consciente de que existen

valores específicamente “vitales”.

“El elogio que Nietzsche hizo de la guerra es una reminiscencia de los tiempos en que

la nobleza consideraba la lucha en competencia como ideal de vida.”70

Así desechó la moral establecida, pero no quiso quedarse en un ejemplar brutal de la

naturaleza humana, sino que anunció a un hombre nuevo: “En otros tiempos decíase Dios

cuando se miraba hacia mares lejanos; pero ahora yo os he enseñado a decir:

superhombre.”71

Este hombre nuevo, implantado en la verdad trágica de una total transmutación de

valores, que combate la concepción del carácter aparente del mundo terreno y del carácter

auténtico del transmundo metafísico, es el superhombre, que depende, en su posibilidad

interna, de la muerte de Dios.

Tras la muerte de Dios viene la proclamación de la suprema posibilidad humana. El

superhombre cobra conciencia de su naturaleza creadora y proyecta conscientemente

nuevos ideales creados por el mismo. La esencia del hombre es concebida como juego

pues el hombre está en apertura estática hacia un mundo soberano, dotado de la potencia

del espíritu, de la razón, etc. Sólo allí donde se ve el juego del mundo como fondo dionisiaco

que produce el aparente mundo apolíneo de las formas existentes, donde la mirada del

pensamiento atraviesa las creaciones de la apariencia finita para divisar la vida que

construye y destruye, puede el hombre sentirse semejante a la vida del todo y entregado al

gran juego del nacimiento y muerte de todas las cosas del mundo, en cuyo seno aparecen

todos los valores. El hombre tiene la posibilidad de entender la apariencia como tal y

sumergirse desde su propio juego en el gran juego del mundo, sabiéndose partícipe del

juego cósmico.

La muerte de Dios pone de manifiesto el carácter de aventura y de juego de la

existencia humana y hace viable que brillen las posibilidades libres del hombre. La idea

metafísico-transmundana de Dios establece un más allá de espacio y tiempo donde éste es

70 Frey, Herbert. Nietzsche, Eros y Occidente, p. 123.

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un mero fenómeno. Lo que sería la desvalorización total de la voluntad de futuro del creador

en una dimensión de autoalienación del hombre. Al morir Dios, se pasa de la autoalienación

a la libertad creadora que se conoce a sí misma, pues se devuelve a la vida lo que parecía

pertenecer al más allá.

Una vez que muere Dios, los valores metafísicos pierden sentido y sólo queda la

fidelidad a la vida. “Crear -esa es la gran redención del sufrimiento, así es como se vuelve

ligera la vida. Mas para que el creador exista son necesarios muchos sufrimientos y muchas

transformaciones.”72

El conocimiento de la muerte de Dios abre una alternativa, o bien aceptar la pérdida

de sentido, la falta de un horizonte estable que indique hacia donde dirigirnos, aunque esa

dirección sea una mera ilusión; o bien crear los nuevos valores que contribuirán a que el

hombre se eleve por encima de sí mismo y pueda alcanzar una “historia más elevada” que

la hasta el momento ha vivido.

Con la muerte de Dios, y con él de toda la idealidad, viene la proclamación de la

suprema posibilidad humana de diálogo con el hombre y no con Dios, así como el

reconocimiento del tiempo como dimensión verdadera de todo ser. El carácter heroico de la

existencia humana queda como lo que hay que mantener firme.

La muerte de Dios es exigida por el superhombre, quien realiza la recuperación de la

autoalienación y la libre aparición de su carácter de juego. El hombre en su esencia es

creador; al crear se siente uno e idéntico con la energía creadora de la Tierra. Su crear

consiste en proyectar metas finitas y superarlas, experimentando y conociendo su propia

finitud en el cauce del tiempo en que está inmerso. Así realiza su libertad: tomando en serio

el tiempo.

El superhombre se convierte en la mirada que penetra en la esencia del ser terreno

liberado de todas las ideas transmundanas, metafísicas. Es un viraje existencial en que el

espíritu y la libertad se reintegran a la Tierra y se reconocen como idénticos con ella. Pero

su definición esencial está en su poder creador, en su libertad creadora que penetra en el

principio cósmico de todas las cosas. El superhombre es el sentido de la Tierra, el creador

de la vida, de la voluntad de poder, el proclamador de nuevos valores.

71 Nietzsche, F. Así habló Zaratustra, p. 131.

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“El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el

superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos,

permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de

esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.73

En su posibilidad interna, el superhombre depende de la muerte de Dios, que

devuelve a la Tierra su verdadero sentido y le proporciona la libertad creadora que la idea de

Dios negaba. El hombre transformado es creador, posee una voluntad grande que se marca

una meta y establece una vida nueva en su integridad. El único límite soportable a su

libertad es la Tierra misma. Este ímpetu creativo tiene su base en la afirmación exaltada de

la vida, en la voluntad de dominio.

La libertad del creador se realiza en el proyectarse hacia posibilidades futuras, finitas

y temporales: en el querer. El superhombre está en el tiempo y participa del juego del tiempo

mismo, destruyendo lo que era y buscando lo que todavía no es. Se halla sometido al curso

del tiempo pues no puede querer hacia atrás.

El tiempo real es el cauce del creador, que lo es en cuanto crea fines temporales y

finitos. Sabe que nació para morir, pero experimenta una necesidad de supervivencia que ve

resuelta en el eterno retorno de lo mismo. Al estar instalado en el tiempo experimenta y

acepta su propia finitud, que se da infinitas veces, siendo ésta la infinitud que necesitaba,

pues la esencia del creador está en la superación de lo finito.

En el superhombre se da toda la posibilidad de ser y se manifiesta la voluntad de

poder; ésta es la esencia más íntima del ser, es el carácter básico de la vida. Siendo así, si

Dios ha muerto y ya no hay esperanzas para una vida más allá de esta Tierra, lo que debe

hacer el superhombre es afirmar esta vida. La muerte de Dios revaloriza la voluntad de

futuro del creador al negar un más allá de espacio y tiempo y devuelve a la Tierra su

verdadero sentido.

Nuestro autor denomina vida a la Tierra en movimiento. La Tierra vive, regala su

existencia a todo lo que existe y esta vida de la Tierra es la voluntad de poder. “Sólo donde hay vida hay también voluntad: pero no voluntad de vida,

sino, así te lo enseño yo, ¡voluntad de poder! Muchas cosas tiene el

72 Ibid., p. 133. 73 Ibid., p. 34.

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viviente en más alto aprecio que la vida misma; pero en el apreciar

mismo habla -¡la voluntad de poder!”74

La vida posee una tendencia a ascender, a crear productos de poder cada vez más

altos y a no detenerse jamás sin tener más causa de sí que ella misma. La esencia de la

vida es la voluntad de poder. En esta voluntad que se realiza en el tiempo está el principio

fundamental de todas las valoraciones.

La voluntad de poder es la esencia de lo que existe, la movilidad de lo existente. Todo

existente es voluntad de poder. Sólo la mirada dirigida a la movilidad de lo existente o vida

conduce al conocimiento de la voluntad de poder. La doctrina de la voluntad es que el

querer libera, ya que el creador se convierte en esa misma mirada que penetra en la esencia

del ser terreno liberado.

Es necesario vivir en voluntad de futuro para redimir al hombre de todo lo

fragmentario. Tal voluntad se redime hacia el futuro pero choca contra la inmutabilidad del

tiempo ya transcurrido. Mas, según Nietzsche, la esencia del tiempo no está ya vinculada a

la diferencia inmutable entre lo pasado y lo futuro, sino que está en el eterno retorno de lo

mismo. Al querer hacia adelante se quiere también hacia atrás, pues el tiempo ha perdido su

orientación inequívoca. La vida se nos manifiesta como eterno retorno de lo mismo.

La voluntad de dominio permite la autoafirmación del superhombre al conocer el

pensamiento del eterno retorno de lo mismo y aceptarlo exaltadamente por ser la esencia de

la vida. “En el momento de la claridad más luminosa, cuando el ente en su

totalidad se muestra como eterno retorno de lo mismo, la voluntad tiene

que querer al superhombre; pues sólo con la vista puesta en el

superhombre puede soportarse el pensamiento del eterno retorno de lo

mismo.”75

Ese hombre nuevo es libre y creador por esencia. Se identifica con lo lúdico de la

existencia del mundo siendo el creador, en el tiempo, de la vida y de la voluntad de poder.

Esta voluntad es la esencia de la vida que libera al creador con ese querer elevarse

constantemente sobre sí misma.

74 Ibid., p. 172. 75 Heidegger, M. Nietzsche II, p. 246.

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En la concepción tradicional del tiempo esto sería posible solamente hacia el futuro;

habría una limitación en el tiempo pasado. Según Nietzsche, no existe ninguna limitación,

pues la muerte de Dios vino a acabar con ese más allá de espacio y tiempo que convertía a

este último en un mero fenómeno. Ahora el tiempo, que es el cauce del creador, de la vida y

de la voluntad de poder, adquiere su verdadera dimensión y es el lugar de la realización del

superhombre.

El tiempo considerado como realidad es, viene a ser el “eterno retorno de lo idéntico”,

doctrina con la cual Nietzsche llega a la culminación de su pensamiento. Los lineamientos

que trazó desde un principio lo llevaron a desembocar en esta concepción particular del

tiempo. Sin el eterno retorno, el superhombre sería limitado y era necesario que no lo fuese,

que pudiera realizarse absolutamente en la inmensidad del juego cósmico. El eterno retorno

vino a quitar al tiempo su orientación hacia el futuro haciendo posible que el superhombre

pudiera querer tanto hacia adelante como hacia atrás.

Todo el planteamiento de sus ideas llevó a Nietzsche a la doctrina del eterno retorno

como punto culminante de su filosofía, como la suprema redención del hombre que se

encuentra a sí mismo en el seno de la Tierra, de la vida y del tiempo.

En la parte afirmadora de su filosofía, Nietzsche propone un hombre nuevo, creador,

plenamente identificado con la vida, que exige la muerte de Dios y de toda la idealidad para

poder realizar su voluntad de poder libre de toda apariencia de un más allá de espacio y

tiempo. Esta voluntad de poder es un principio que se convierte en la esencia de la vida, que

continuamente se proyecta en el tiempo, superándose a sí misma.

La voluntad tiene la capacidad de transformar el deber en querer y esto le posibilita

una existencia eternamente repetida, si es que así lo quiere. Pero ¡así lo querrá!, pues la

vida pide afirmarse siempre, pide eternidad, pide ser siempre.

La voluntad es creadora, y Nietzsche nos dice: “Yo... os enseñé: ‘la voluntad es un creador’. Todo ‘fue’ es un fragmento,

es un enigma, un espantoso azar –hasta que la voluntad creadora añada.

‘¡Pero yo lo quise así!’.

-Hasta que la voluntad creadora añada: ‘¡Pero yo lo quiero así!’ ‘¡Yo lo querré así!’ “76

Y más adelante nos dice:

76 Nietzsche, F. Así habló Zaratustra, p. 206.

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“¿Se ha convertido ya la voluntad para sí misma en un libertador y en un

portador de alegría?... ¿Y quién le ha enseñado a ella la reconciliación

con el tiempo, y algo que es superior a toda reconciliación?

Algo superior a toda reconciliación tiene que querer la voluntad que es la

voluntad de poder -sin embargo, ¿cómo le ocurre esto? ¿Quién le ha

enseñado incluso el querer hacia atrás?”77

Al afirmarse siempre, la vida pide eternidad, pide ser siempre. Pero ¿cómo es posible

esto si no existe un más-allá después de la muerte y el tiempo es un devenir que no puede

detenerse e inevitablemente nos arrastra hacia ella? He aquí de dónde surge la doctrina del

eterno retorno como consecuencia de los conceptos de la muerte de Dios, del superhombre

y la voluntad de poder.

Podemos preguntar ¿por qué le llamamos “doctrina”? Porque recuerda a las doctrinas

místico-religiosas de los antiguos pitagóricos, donde todas las cosas están sujetas a un

movimiento constante en el cual ora aparecen (nacen), ora desaparecen (mueren), pero

siempre repitiéndose el proceso en tiempos determinados para que el universo recomience

su vida desde el principio.

El eterno retorno no es un pensamiento al que se acceda mediante la razón: es una

inspiración, es una experiencia mística, casi religiosa. No es extraño que nuestro autor

experimente temor y rechazo ante esta intuición (al menos al principio); por eso el tono

susurrante que utiliza frente a Lou-Andreas Salomé cuando le relata las ideas que le asaltan

en relación con esta doctrina.

Pero, además, estos “pensamientos” rondaban la cabeza de Nietzsche desde hacía

mucho tiempo, pero habían estado aletargados, esperando la madurez del filósofo para

arribar con toda su fuerza. “La doctrina del eterno retorno de lo mismo está contenida también en el

mito dionisiaco del Dios que muere y que renace siempre de nuevo. Y

puesto que Nietzsche comienza el camino de su pensamiento con el

tema de Dioniso, podemos decir que no halló la doctrina del eterno

retorno en una época tardía, sino que, en todo caso, la halló de nuevo,

después de postergarla quizá durante cierto tiempo.”78

77 Loc. cit. 78 Safranski, Rüdiger. Nietzsche, pp. 240-241.

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En el eterno retorno está implícita la idea del tiempo cíclico que estimula la creencia

de que no importa si el mundo (y con él la humanidad entera) perece en un brutal colapso,

pues después, en algún otro punto del círculo, volverá de las cenizas, de la destrucción, el

siguiente orden de cosas que devolverá la vida tanto al mundo como al hombre mismo. “Ouspensky investigó las fuentes de la doctrina del eterno retorno

significando primeramente que el misterio del ‘antes del nacimiento’ y

‘después de la muerte’ siempre está presente en el hombre aunque éste

trate de olvidarlo o enmascararlo... En cuanto al eterno retorno, estaría

estructurado sobre las bases de la reencarnación y de la transmigración

de las almas con su origen común, ‘la repetición de todo’...”79

Nuestro autor no expone abiertamente su doctrina del eterno retorno, sino que sólo

alude a ella en diferentes pasajes de sus obras, manteniéndola como un saber secreto,

como un enigma, una visión cuasi mística velada. En el parágrafo 341 de La gaya ciencia,

nos dice que si un demonio viniera y nos anunciara que la vida que actualmente vivimos ha

de repetirse infinitas veces con todas sus angustias y miserias, habría dos reacciones, o

bien injuriar a tal demonio, o bien venerarlo como a un Dios. “El eterno reloj de arena de la existencia será vuelto de nuevo y con él tú,

polvo del polvo...¿No te arrojarías al suelo rechinando los dientes y

maldiciendo al demonio que así te hablaba? O habrás vivido el prodigioso

instante en que podrías contestarle:<<¡ Eres un Dios! ¡Jamás oí lenguaje

más divino!>>. Si este pensamiento arraigase en ti, tal como eres, tal vez

te transformaría, pero acaso te aniquilara: la pregunta <<¿Quieres que

esto se repita una e innumerables veces?>> ¡pesaría con formidable

peso sobre todos tus actos, en todo y por todo! “80

Este último pensamiento nos anonadaría y nos transformaría, pues el querer un

número infinito de veces nos pesaría demasiado y quizás trastocaría todas nuestras

acciones. Tendríamos que amar tanto a la vida y a nosotros mismos como para no desear

otra cosa que su suprema y eterna confirmación: “¡Cuánto necesitarías amar entonces la

vida y amarte a ti mismo para no desear otra cosa que esta suprema y eterna

confirmación! “81

79 Grand, Ruiz Beatriz. El tiempo en la edad moderna II, p. 222. 80 Nietzsche, F. La gaya ciencia, p. 166. 81 Loc. cit.

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Aquí Nietzsche no define la doctrina del eterno retorno, sino que plantea la posibilidad

de imprecar o adorar al demonio que la hubiera comunicado. El eterno retorno es enunciado

como una proposición terrible, ya que anuncia el retorno de todo, aun lo malo, lo miserable,

lo vil. Pero para abolir la falta que nos comete el tiempo es necesario asumir la totalidad,

¿Quién es el único que puede lograr esto?: El superhombre, su mirada debe aceptar el

Todo, sólo así puede transformar el eterno retorno en su propio destino. “La fatalidad del

devenir es superada aceptándolo como expresión de la propia voluntad de poder.“82

El pensamiento del eterno retorno pesa de manera formidable pero es fundamental

para querer y poder vivir la vida, esta misma vida infinitas veces.

En el parágrafo 342 de La gaya ciencia, Nietzsche nos dice cómo Zaratustra, tras

diez años de paz y soledad en la montaña, sintióse transformado por su sabiduría y tuvo la

necesidad de comunicar su riqueza a los hombres: “¡Mira! (dice al Sol) estoy hastiado de mi sabiduría, como la abeja que ha

labrado mucha miel; necesito ver manos extendidas. Quisiera dar y

distribuir hasta que los sabios de entre los hombres volvieran a sentirse

alegres con su locura y los pobres felices con su riqueza. Para ello es

menester que descienda a las profundidades como haces tú por la tarde

cuando te hundes en los mares a llevar tu claridad debajo del mundo.

¡Oh astro desbordante de riqueza!...”83

Esa sabiduría que transformó a Zaratustra es el conocimiento del eterno retorno,

doctrina de la cual es el profeta. Eso explica el título del parágrafo arriba citado; de ahí la

tragedia, pues no sólo tiene que pensarlo, sentirlo, vivirlo, sino que además ha de

comunicarlo a los hombres y éste es el pensamiento más terrible: “Éste es el primer

pensamiento pagano que se ha tenido en Europa desde hace siglos.”84

En Así habló Zaratustra se refiere también a la doctrina del eterno retorno, pero

tampoco lo tematiza. Podemos decir que en esta obra su autor nos anuncia esta “cumbre de

la meditación”, en el pasaje “De la visión y del enigma”. Ahí presenta a Zaratustra intentando

subir por un sendero, pero un enano que lleva a cuestas le dificulta el ascenso. El maestro

82 G. Astrada, Carlos. Tiempo y eternidad, p. 109. 83 Nietzsche. F. La gaya ciencia, pp. 166-167. 84 Savater,Fernando. Nietzsche, p. 117.

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El Eterno Retorno: “Cumbre de la Filosofía Nietzscheana”

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del eterno retorno se enfrenta al enano y lo hace bajar, ya que, de los dos, él (Zaratustra) es

el más fuerte por ser el conocedor del pensamiento más profundo.

“<<¡Alto! ¡Enano!, dije. ¡Yo! ¡O tú! Pero yo soy el más fuerte de los dos:- ¡Tú no

conoces mi pensamiento abismal! ¡Ese – no podrías soportarlo! >>-“85

Zaratustra se detiene frente a un pórtico en el que se reúnen dos caminos y pregunta

al enano el enigma de que, así como para llegar al pórtico se deja atrás una calle sin fin y se

tiene delante otra semejante, de igual manera nosotros dejamos atrás una eternidad de

hechos sucedidos y tenemos adelante otra eternidad de cosas venideras que se reúnen en

el instante presente. Esto implica que sea realizado todo lo que puede suceder y además

que todo tiene que volver: “...pues cada una de las cosas que pueden correr:¡También por esa larga

calle hacia adelante -tiene que volver a correr una vez más! -.

“Y esa araña que se arrastra con lentitud a la luz de la luna, y yo y tú

cuchicheando ambos junto a este portón, cuchicheando sobre cosas

eternas ¿no tenemos todos nosotros que haber existido ya?- y venir de

nuevo y correr por aquella otra calle, hacia delante, delante de nosotros,

por esa larga, horrenda calle- ¿no tenemos que retornar

eternamente?”86

Atemorizado por sus propios pensamientos, Zaratustra escuchó el aullido de

un perro, después quedó solo y abandonado. Ante sí tuvo la visión de un pastor que,

presa de asco y pavor, se debatía furiosamente con una gran culebra negra que

pendía de su boca. Zaratustra le gritó que la mordiese y, al hacerlo y escupir lejos la

cabeza de la serpiente, dejó de ser pastor para ser un transfigurado que reía.

Después de ver esto, Zaratustra se pregunta cómo podría soportar morir: ”Oh hermanos míos, oí una risa que no era risa de hombre, -- y ahora me

devora una sed, un anhelo que nunca se aplaca.

“Mi anhelo de esa risa me devora: ¡oh, cómo soporto el vivir aún! ¡Y cómo

soportaría el morir ahora-.”87

El enano al que se refiere Nietzsche representa el pensamiento vulgar que aún

entiende al tiempo con sus tres instancias, pero sobre todo como pasado y futuro. Zaratustra

85 Nietzsche, F. Así habló Zaratustra, p. 225. 86 Op. cit., p. 227. 87 Op. cit., p. 228.

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se libera de él suprimiendo dichas dimensiones al percatarse de que el tiempo y la eternidad

se funden en el instante, en ese ahora que nunca pasa. Este conocimiento asusta a

Zaratustra pues se da cuenta de que todo ha de volver.

Hace ver cómo aquél que conoce esta verdad es presa de asco y pavor por el

significado que encierra, como el pastor que temblaba de miedo y repulsión por la culebra

que tenía en la boca. Pero al ser el eterno retorno la verdad más grande, es inútil tratar de

evitarlo, mejor es enfrentarse a ella y recibir toda su magnificencia para transformarse en un

hombre nuevo que conoce y acepta su verdadera esencia, como le sucedió al pastor al

morder valientemente a la serpiente .

En el pasaje “El convaleciente” de la obra en cuestión, Nietzsche nos dice cómo

Zaratustra volvió un día a su caverna gritando y cayó postrado; durante siete días y siete

noches no comió ni durmió y sus animales, el águila y la serpiente, cuidaron de él. Cuando

al fin se levantó, ellos le hablaron del eterno retorno, mientras que su amo sintiose enfermo

al conocer que todo tendrá que volver, incluso el hombre pequeño: “Un gran crepúsculo iba cojeando delante de mí, una tristeza

mortalmente cansada, ebria de muerte, que hablaba con una boca

bostezante.

“<<Eternamente retorna él, el hombre del que estás cansado, el hombre

pequeño>> - Así bostezaba mi tristeza y arrastraba el pie y no podía

adormecerse... <<¡ Ay, el hombre retorna siempre! ¡El hombre pequeño

retorna siempre!>> - “88

El soportar la gran verdad hizo que Zaratustra enfermara. Al recuperarse, sabe por

sus animales que él es el profeta del eterno retorno: “Pues tus animales saben bien, oh Zaratustra, quién eres tú y quién tienes que llegar a

ser: tú eres el maestro del eterno retorno, - ¡ ése es tu destino!.

“El que tengas que ser el primero en enseñar esta doctrina - ¡ cómo no

iba a ser ese gran destino también tu máximo peligro y tu máxima

enfermedad!

“Tú enseñas que hay un gran año del devenir, un monstruo de gran año:

una y otra vez tiene éste que darse la vuelta, lo mismo que un reloj de

arena, para volver a transcurrir y a vaciarse: -

88 Op. cit., p. 301.

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“De modo que todos estos años son idénticos a sí mismos, en lo más

grande y también en lo más pequeño - de modo que nosotros mismos

somos idénticos a nosotros mismos en cada gran año, en lo más grande

y también en lo más pequeño.”89

Zaratustra se da cuenta de que volverá eternamente a esta vida misma para enseñar

el eterno retorno de lo mismo y proclamar el advenimiento del superhombre: “Vendré otra vez, con este sol, con esta tierra, con este águila, con esta

serpiente – no a una vida nueva o a una vida mejor o a una vida

semejante: vendré eternamente de nuevo a esta misma e idéntica vida,

en lo más grande y también en lo más pequeño, para enseñar de nuevo

el eterno retorno de todas las cosas, para decir de nuevo la palabra del

gran mediodía de la tierra y de los hombres, para volver a anunciar el

superhombre a los hombres.90

Al volver a su caverna, Zaratustra gritaba ya que sentía el advenimiento del

pensamiento más profundo, el del eterno retorno de lo mismo. Más este conocimiento le

producía dicha y miedo. Dicha por ser la verdad más íntima del hombre; miedo, por lo

terrible de su significado. El esfuerzo por liberarse y aceptar su destino le hizo enfermar,

mas al recuperarse es un hombre nuevo, transformado, que reboza sabiduría y debe vivir

para comunicarlo. Así, es el profeta del eterno retorno.

En el tercer capítulo de Más allá del bien y del mal Nietzsche habla acerca de la

religión y hace patente la doctrina del eterno retorno aunque no la anuncia de manera

explícita. Empieza diciendo que el hombre se mueve en el terreno de la experiencia

recorrida por el alma hasta el presente y en el de sus posibilidades sin realizar. La fe

cristiana supone la sumisión del espíritu cuyo pasado y cuyos hábitos se rebelan contra el

absurdo que representa para él dicha “fe”.

Por eso aquél que ha considerado la muerte de Dios se abre al ideal del hombre más

afirmador que haya sobre la tierra, que ha aprendido lo que es y lo que ha sido y desea que

continúe eternamente este estado de cosas, girando sin cesar pues es necesario tanto para

sí como para todo el universo. Así, el mundo es más profundo y se presentan a la vida

nuevos enigmas y nuevas imágenes.

89 Op. cit., p. 303. 90 Op. cit., pp. 303-304.

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“Quien ha escrutado realmente con un ojo asiático y superasiático el

interior y la hondura del modo de pensar más negador del mundo entre

todos los modos posibles de pensar – haciendo esto desde más allá del

bien y del mal, y ya no, como Buda y Schopenhauer, bajo la fascinación y

la ilusión de la moral - quizá ése, justo por ello, sin que él lo quisiera

propiamente, ha abierto sus ojos para ver el ideal opuesto: el ideal del

hombre totalmente petulante, totalmente lleno de vida y totalmente

afirmador del mundo, hombre que no sólo ha aprendido a resignarse y a

soportar todo aquello que ha sido y es, sino que quiere volver a tenerlo tal

como ha sido y como es, por toda la eternidad, gritando insaciablemente

da capo! [ ¡que se repita!] no sólo a sí mismo, sino a la obra y al

espectáculo entero, y no sólo a un espectáculo, sino, en el fondo, a aquel

que tiene necesidad precisamente de ese espectáculo – y lo hace

necesario: porque una y otra vez tiene la necesidad de sí mismo - y lo

hace necesario - - ¿Cómo? ¿Y esto no sería – circulus vitiosus deus [dios

es un círculo vicioso]? “91

Ese círculo vicioso es el anillo del eterno retorno. Lo llama vicioso por el dolor que

implica la destrucción y porque inevitablemente ha de volver.

La doctrina del eterno retorno es misteriosa, enigmática; Nietzsche siempre la expone

de manera ambigua y precisamente elude referirse a ella de manera abierta para resaltar su

importancia.

Para Nietzsche “el que no cree en un proceso circular del todo tiene que creer en el

Dios caprichoso; así se condiciona mi consideración contra todas las doctrinas teístas del

pasado”.92

Por eso el superhombre debe afirmar la muerte de Dios, pero del Dios cristiano,

Sagols nos dice que con esta idea se incorpora “lo divino” a nuestro propio mundo: “Pero no ‘lo divino’ como algo trascendente y monopolizado sino como

una dimensión del individuo: la posibilidad de ‘elevación’ y la tendencia al

crecimiento. Dios es remplazado por el poder de autodeterminación. El

superhombre... sería aquel que sólo reconoce como autoridad suprema

lo que le indica su libertad. Y no se trataría de un único individuo divino,

91 Nietzsche, F. Más allá del bien y del ma, p. 81. 92 Id., La gaya ciencia, p. 40.

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de un único dios.El monoteísmo trascendente se sustituye por el

politeísmo inmanente.”93

Para nuestro autor, si existiera Dios, habría un más allá del espacio y del tiempo en el

que el tiempo quedaría como un mero fenómeno, como apariencia de la eternidad y no

como la verdadera realidad. El tiempo real es el de las cosas mundanas y por ello necesita

estar libre de toda referencia a Dios para darse íntegramente.

El tiempo real es el lugar donde el creador experimenta y conoce su finitud. Al crear,

el hombre se identifica con la Tierra, que es el movimiento de producción del que surge lo

existente, múltiple, individualizado y limitado que adquiere consistencia. El hombre creador

resulta entonces, únicamente, cuando se toma en serio al tiempo, en cuyo curso se eleva la

vida a horizontes más elevados.

La vida es un incesante advenimiento al presente, siempre llegando y, en ese

instante, yéndose. Es un hacerse siempre, un cambio permanente. A partir de la muerte de

Dios, únicamente queda esta vida, que debemos afirmar. Al desear el presente, deseamos

el eterno retorno de las cosas, ya que la vida es lo único real; así pues, tiene que repetirse

en ciclos.

El eterno retorno es la continuidad de la vida, la vida que brota. La vida es un

constante devenir que, para ser, necesita ser siempre fase de la totalidad de todo lo que es.

El único movimiento que responde a esto es el cíclico, en el que la vida como eterno retorno

es la unificación de ser y devenir. “En el retorno reside la posibilidad de la superación y perfección de la

vida, y en él el mundo, en cierto modo, se enriquece consigo mismo. Por

consiguiente, lo que desaparece, lo que expira, queda como reserva para

el futuro.”94

La esencia del mundo es un eterno fluir, por lo que éste no puede tener ni un fin ni un

estado permanente pues destruiría la posibilidad del devenir. La totalidad del mundo viene a

ser la totalidad del tiempo: “¿Y sabéis, en definitiva, qué es para mí el mundo...este mundo es

prodigio de fuerza, sin principio, sin fin; una dimensión fija y fuerte como

el bronce, que no se hace más grande ni más pequeña, sino que se

93 Sagols, Lizbeth. Op. cit., p. 59. 94 Frenzel, Ivo. Op. cit., p. 154.

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transforma como un todo invariablemente grande; es una cosa sin gastos

ni pérdidas. Líneas arriba leemos: El mundo es un círculo que ya se ha

repetido una infinidad de veces y que seguirá repitiendo ‘in infinitum’ su

juego.”95

La esencia del tiempo ya no está vinculada a la diferencia inmutable entre lo pasado

y lo futuro, sino que el tiempo es un círculo en el que estas dos dimensiones están fundidas

en lo ilimitado. Por esta razón hay que concebir un nuevo modo de relación entre la voluntad

de poder y el tiempo en el eterno retorno de lo mismo.

El futuro ha de traer al superhombre. El vivir en voluntad de futuro redime al hombre

de todo lo fragmentado; recordemos que, para Nietzsche, lo fragmentario es el hombre que

no acepta el eterno retorno, y no sólo esto, sino que además: “(Existe) la responsabilidad que vive el hombre al admitir el eterno

retorno, porque si en cada una de nuestras acciones gravita la posibilidad

de que ella se repita juntamente con el retorno de la situación vital

concreta...(esto) apela a nuestra total responsabilidad.”96

Mas toda voluntad de poder choca contra la inmutabilidad del tiempo ya transcurrido.

El pasado escapa a toda intervención de la voluntad; pero se puede re-querer con voluntad

libre, aceptar en él lo inmutable, realizar la reconciliación entre necesidad y libertad

mediante el sometimiento a lo necesario. “Lo dado se presenta para Nietzsche en un tiempo eternizado. Y como

sucedía en Platón y Aristóteles, el tiempo únicamente se hace

comprensible y encuentra su justificación desde la eternidad. En sí

mismo considerado, él sólo es escándalo y testimonio de la

inexorabilidad del escándalo. En el eterno retorno el acento cae sobre

eterno pues él no es otra cosa sino una forma de pensar la eternidad.”97

El pasado (que es lo fijo) y el porvenir (lo todavía abierto) tropiezan en el instante;

son, respectivamente, una eternidad pasada y una eternidad futura. Si detrás de un

momento dado yace una eternidad, todo lo que tiene que suceder tuvo que haber sucedido

ya, pues una eternidad pasada no puede ser imperfecta. Igualmente, un futuro eterno,

infinito, exige que en él transcurran todos los acontecimientos intratemporales. Si el pasado

95 Nietzsche, F. La voluntad de poderío, p. 554. 96 Astrada, Carlos. El marxismo y las escatologías, p. 93. 97 García Astrada, Arturo. Tiempo y eternidad, p. 110.

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y el futuro se conciben como eternidades, es preciso concebirlos a ambos como el tiempo

total, con todo su posible contenido temporal.

Todo lo intratemporal tiene que haber transcurrido ya siempre y volver a transcurrir en

el futuro. El retorno de lo mismo se basa en la eternidad del curso del tiempo. Resistir la

idea del retorno acarrea una transformación decisiva en la existencia del hombre, pues éste

se da cuenta de que todo impulso es inútil y el cambio hacia el superhombre es una locura

absurda, ya que retorna también el hombre pequeño y miserable, contradiciendo la voluntad

de poder y la autosuperación de la vida. “El hombre se halla, de esta manera insertado en un punto de la inmensa

rueda que va girando y, haciendo aparecer y desaparecer a los seres en

escenario de la realidad, va cumpliendo de modo inexorable el periodo y

las funciones que le han señalado. En vez de ser un ‘factor libre’ en la

historia, es un actor que debe cumplir ‘necesariamente’, sin apelación y

sin elección verdadera, la función que le toca llenar dentro del ciclo del

eterno retorno. La libertad desaparece de la historia, y con ella la

novedad y lo imprevisto. El hombre no puede crear la historia, sino que

la recibe hecha y no hace más que repetirla“.98

Sin embargo, el eterno retorno puede verse desde el pasado o desde el futuro. Si

todo es repetición, el futuro es fijo pues repite lo sucedido; pero también todo está por

hacerse, pues como nos decidamos en cada instante nos decidimos en el futuro sobre todas

las repeticiones de existencia terrena. Por eso antes de hacer cualquier cosa debemos

preguntarnos: ¿Es esto de tal naturaleza que yo quisiera que se hiciese por toda una

eternidad?

Queda eliminada la contraposición de pasado y futuro, ya que al pasado se le asigna

la apertura al futuro, y a éste, la estabilidad del primero. Así, al querer hacia adelante, se

quiere también hacia atrás y el tiempo pierde su orientación ordinaria. Al ser el tiempo lo

eterno, eternidad y temporalidad son lo mismo en el eterno retorno de las cosas, pues el

eterno presente destruye la repetibilidad de anular el antes y el después. En el ahora está el

tiempo entero en cuanto es el ahora eternamente repetido.

La totalidad del tiempo viene a ser la totalidad del mundo, pues éste es aquello que

envuelve infinitamente a todo lo finito. En el espacio, en el tiempo y en la luz del mundo

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tiene su manifestación las cosas finitas; su infinitud está dentro y en torno a ellas. Lo

intratemporal es finito, pero el tiempo dentro del cual transcurren las cosas no lo es. Por eso,

cuando todas las combinaciones posibles de los elementos del mundo han pasado, tiene

que repetirse el curso y tendrá y tiene que haberse repetido infinitas veces. “En un tiempo infinito toda posible combinación debe ser también

realizada una vez, aún más, debe ser realizada infinito número de veces.

Y como entre todas las combinaciones y su próximo retorno deberían

desarrollarse todas las combinaciones posibles, en general... quedaría

demostrado con ello un círculo de series absolutamente idénticas .“99

La variación de un sistema de fuerzas determinado que produjese estados

completamente nuevos es una contradicción, si suponemos que la fuerza es eterna.

Podemos concluir que la actividad de dicho sistema empieza en un determinado tiempo y

habrá de cesar en algún otro, o no hay variaciones nuevas hasta el infinito, sino un círculo

determinado de éstas que se repite incesantemente: La actividad es eterna, pero el número

de productos de un sistema de fuerzas es finito.

A una carrera de todas las cosas se le llama año del ser o gran año, que se repite

infinitas veces, sin mediar tiempo entre cada uno. En esta repetición se da el eterno retorno.

No existe una vida primera que no sea repetición; el curso de repetibilidad no se da en el

curso del tiempo por repeticiones de un proceso primigenio, sino que es la esencia del curso

del tiempo: la repetición es el tiempo.

Si todo lo transcurrible en el tiempo es finito, un pasado infinito debe de tener ya a

sus espaldas el decurso entero de las cosas. Nada de lo que puede acontecer puede no

haber acontecido ya. Lo que sucede en este instante es repetición infinita. Lo futuro puede

recorrer un futuro eterno, infinito, ya que es algo que se repite constantemente. Entonces,

no hay una eternidad pasada y una eternidad futura, ya que al concebirla como repetición

infinita del contenido del tiempo queda eliminada la diferencia fenoménica entre pasado y

porvenir. Todo lo que ocurre comienza y termina en el tiempo. Se tiene que comenzar, tiene

que haber precedido a este ahora un pasado. El tiempo mismo está más allá de todo

contenido temporal dado, es mayor de lo que acontece dentro de él.

98 Grand Ruiz, Beatriz. El tiempo en la edad moderna II, pp. 232-233 99 Nietzsche, F. La voluntad de poderío, p. 554.

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En medio del tiempo está la eternidad. El ser es lo permanente, y esta permanencia,

eterna repetición de muerte y nacimiento. Así, el tiempo es lo eterno, lo perecedero es lo

estable; el mundo es esa eternidad infinitamente más allá de todos los acontecimientos

temporales y del propio contenido temporal del mundo.

Con la doctrina del eterno retorno de lo mismo el alma está en el todo del tiempo y

habita el espacio del todo. Si todo lo pasado es todo lo futuro, el alma tiene libertad sobre

todo lo creado y lo aún no creado. El hombre creador está íntimamente aliado con la

esencia creadora y soberana del mundo que otorga a su ser todo lo que existe en el eterno

retorno de lo mismo. El saber lo anterior no extingue la individualidad; muy al contrario,

mediante ello llegamos a ser auténticamente nosotros mismos; es decir, llega a existir la

libertad del creador. Desaparece la diferencia entre voluntad y necesidad, pues lo que la

voluntad quiere libremente tiene que venir como eterna repetición.

La suprema libertad consiste en querer lo necesario, pues la existencia al ser

creadora, es copartícipe del gran juego. Hay necesidad en la libertad y libertad en la

necesidad.

El tiempo se manifiesta de dos maneras: la del sufrimiento y la del placer. La primera

es una estructura fundamental de la existencia humana; la vivencia de la caducidad, el

tránsito y aniquilamiento en el tiempo. La segunda es un modo de la existencia de estar

abierto al mundo. Es la experiencia del ser corpóreo de las cosas, del firme asentamiento de

lo existente en la Tierra. El placer posee la visión más profunda del tiempo y conoce por

presentimiento el eterno retorno de lo mismo.

La gran doctrina de Nietzsche dice: “El mundo de las fuerzas no sufre merma alguna...no encuentra reposo

alguno...la cantidad de fuerza y de movimiento son siempre iguales en

todo momento...¡Hombre! Toda tu vida es como un reloj de arena que sin

cesar es vuelto boca abajo y siempre vuelve a correr; un minuto de

tiempo, durante el cual todas las condiciones que determinan tu

existencia vuelven a darse en la órbita del tiempo. Y entonces volverás a

encontrar cada uno de tus dolores y de tus placeres... Este anillo del cual

tú eres un pequeño eslabón volverá a brillar eternamente. Y en el curso

de cada vida humana habrá siempre una hora en que, primero a uno,

después a muchos y después a todos, les iluminará la idea más

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poderosa de todas, la idea del eterno retorno de todas las cosas: Esta

será para la humanidad la hora del mediodía. El hombre se va haciendo

a la idea de que es un ser efímero, [pero lo importante es que el hombre]

¡tenga conciencia de su fin y no retroceda ante los medios! ¡Le va en ello

la eternidad! “100

100 Nietzsche,F. El eterno retorno, citado por Grand Ruiz Beatriz en El tiempo en la edad moderna II, p. 238.

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Bibliografía

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CONCLUSIONES

Desde la época arcaica el hombre se ha preguntado por el tiempo y ha deseado

someter su fugacidad. Si todo tiene un origen y ese origen es el Ser, el propósito es retornar

al Ser.

El tiempo es una indeterminación del Ser; de hecho, el Ser es indeterminado, nada

hay que lo limite, que lo diferencie de su pura mismidad. Únicamente al instaurarse el

tiempo inicia la determinación para el Ser, y junto al tiempo inician las cosas extensas tanto

en la dimensión temporal como en la espacial.

Si pensadores de la Edad Media como San Agustín opinaban que el mundo tiene su

origen simultáneamente con el tiempo es porque efectivamente, el mundo, las cosas que lo

constituyen aparecen hasta que el Ser deja de ser Uno inmutable que todo lo contiene de

manera indiferenciada para convertirse en otro, para convertirse en ente.

Así, el Ser se determina en el tiempo. La intención de pensar el tiempo entendiéndolo

como un círculo es precisamente salvaguardarnos de la destrucción definitiva.

Bajo la óptica del pensamiento griego, en general, la circularidad del tiempo no sólo

es viable, sino aun necesaria: si el tiempo no fuese circular, sería imposible saldar la

“injusticia” que éste comete contra el Ser. ¿Cómo puede el tiempo restituirle al Ser la

indeterminación que le es propia? Destruyendo las indeterminaciones que constituyen las

cosas concretas de este mundo.

Lo anterior es exactamente lo que dice Anaximandro, el primer pensador que nos

habla del tiempo que retorna en términos propiamente filosóficos. Si Heráclito dice que todo

es continuo devenir, es porque en él ve no sólo al ser desplegándose en el mundo, sino el

mundo retornando innumerables veces al Ser (fuego siempre vivo). Por eso Nietzsche se

identificó plenamente con el pensamiento de estos genios de la Antigüedad y combatió la

nueva imagen que en la mentalidad cristianan se le asigna al tiempo.

Si San Agustín rechaza terminantemente la teoría de que el tiempo retorna es porque

está plenamente convencido en su corazón, por su fe, de la absoluta verdad de la creación

ex nihilo por parte de Dios. Pero, para el autor de Así habló Zaratustra, el antiguo Dios

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cristiano ha muerto y la linealidad del tiempo debe ser negada con la finalidad de afirmar la

vida.

Nietzsche sostiene que eternidad y temporalidad son una y la misma cosa. El tiempo

es eterno si lo contemplamos desde la perspectiva del instante, del aquí y el ahora,

valorando y amando la inagotable posibilidad de afirmarnos en el mundo en cada momento.

Si la tradición nos había enseñado a cifrar nuestras esperanzas de inmortalidad en la

creencia del mundo de las ideas eternas o el paraíso celestial, Nietzsche nos trae a la

memoria las antiquísimas creencias de las primeras civilizaciones.

No es fácil aceptar el eterno retorno. Sólo ese hombre futuro (el superhombre)

asimilará este conocimiento en todo su esplendor; a la humanidad actual le queda como

tarea crear a ese superhombre que, poniendo en práctica toda su voluntad de poder, mire al

mundo y al devenir con la alegría inocente del niño que no se amedrenta por el incesante

transcurrir de las manecillas del reloj, sino que vive plenamente como si ese instante fuese

el primero y a la vez el último que goza.

Pero entre el hombre y el superhombre nietzscheano no hay una ruptura tajante, este

último asimilará todo lo que era el primero y le imprimirá grandeza, lo mejorará, lo superará.

Esto significa que ahora nuestra esperanza ya no está cifrada en Dios, sino en el

superhombre. Pero ¿acaso no será que estamos quitando a un ídolo para colocar otro? No,

pues nosotros mismos, sin ser superhombres, podemos volver a conferirle al tiempo ese

carácter de novedad y a la vez de repetición. Esto no implica abandonar nuestra libertad de

acción en aras de un destino predeterminado; es precisamente hacer renacer la capacidad

de asombro ante todas las cosas y situaciones a las que hagamos frente; aceptar con gusto

los sucesos que a nuestro alrededor ocurren sin pasar por alto los actos y decisiones que

cada uno tiene que realizar; reconocer lo deseable, útil y bello que resulta vivir, sin

preocuparnos por las carencias, padecimientos o ‘sufrimientos’ que se atraviesen a nuestro

paso. Porque en la vida está implícito el placer y también el displacer, esta dicotomía le

concede su riqueza.

Si he faltado por haberme desprendido del Ser convirtiéndome en individualidad,

pronto saldaré mi deuda retornando al Todo, pero luego, una vez más, renaceré para volver

a vivir esta misma vida con todo lo que ella encierra. El no recordar las cosas pasadas es

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Bibliografía

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parte del mismo juego cósmico; de no ser así, ya conocería los parlamentos de la puesta en

escena y quizá me aburriría. La incertidumbre, más que algo penoso, es el ingrediente que

alimenta al intelecto humano y, ¿por qué no?, al sentimiento.

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