el teide y la cura sanatorial. josé julián batista

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El Teide y la cura sanatorial. José Julián Batista.

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Editado y coordinado por RESPIRA-FUNDACIÓN ESPAÑOLA DEL PULMÓN-SEPARReservado todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni transmi-tida en ninguna forma o medio alguno, electrónico o mecánico, incluyendo las fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de recuperación de almacenaje de información, sin el permiso escrito del titular del copyright.

Copyright 2008. SEPAR

ISBN: 978-84-9363-73-2-3Dep. Legal: B-52810-2008Ref.: ESFOR13854LIBO62008

Ilustraciones de cubierta e interiores realizadas por: David Martínez Pascual; inspiradas en fotografías cedidas por el doctor José Julian Batista Martín.

Diseño de portada: Ala Oeste.Diseño de la colección: Ala Oeste.

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El estudio del doctor José Julián Batista Martín sobre El Teide y la cura sana-torial es un claro ejemplo del humanismo consubstancial al quehacer médico. Humanismo que en algunas ocasiones, y éste sería el caso del autor, se pone de manifiesto en la necesidad de indagar en el pasado para entender bien las claves del presente siguiendo aquella famosa frase de Auguste Compte: “No se conoce completamente una ciencia hasta que no se sabe su historia”. Suele coincidir este afán con un período de madurez en el que, superadas las ansias juveniles de com-petitividad y progreso profesional, las apetencias intelectuales se dirigen hacia otras metas. Cuando, además, se concluye el trabajo, como en esta ocasión, con un documento escrito resumen de todo lo investigado, de tan generoso esfuerzo se benefician sin duda todos los lectores interesados en el tema.

Hay otro aspecto que quisiera resaltar; el doctor Batista, tinerfeño enamorado de su isla natal, ha querido rendirle un homenaje reivindicando el pionero papel, ya olvidado, e incluso me atreveria a decir a veces menospreciado por propios y extraños, que tuvo en la denominada cura climática de la tuberculosis.

Prólogo

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Mucho es lo que se ha escrito sobre los sanatorios, pero en demasiadas oca-siones se olvida una cuestión previa muy importante que él ha sabido reflejar certeramente: las circunstancias históricas que hicieron posible el auge de este original procedimiento terapéutico. Sí, porque a Hermann Brehmer, fundador del primer sanatorio propiamente dicho, el de Göbersdorf (Silesia), en 1859, no le vino la idea por generación espontánea. El origen de la cura sanatorial hay que buscarlo mucho antes, en pleno siglo XVIII, en esa corriente cultural y científica que conocemos como la Ilustración. Se me podrá objetar que ya en la más remota antigüedad se desplazaban numerosos enfermos pulmonares de países ubicados en la ribera mediterránea hasta Egipto en busca de la curación. Es cierto, pero lo hacían por un saber empírico de las propiedades casi mágicas para el aparato respiratorio del clima cálido y seco. Las bases científicas de la climatología médica las pusieron los ilustrados y sus descendientes con su meritorio aunque fallido intento de alcanzar el conocimiento total mediante la poderosa luz de la razón, el rigor del método científico y la inestimable ayuda de la incipiente tecnología apli-cada a la fabricación de nuevos instrumentos de medida. Pero, para ello, era pre-ciso viajar hasta los más remotos rincones del planeta con la finalidad de estudiar, calibrar y clasificar el clima, la flora, la fauna, las razas y los recursos minerales.

Después vino el Romanticismo, y sabido es que los románticos también via-jaron mucho aunque con distintos objetivos. Mientras que los ilustrados busca-ban la interpretación exacta de los fenómenos naturales y el aprovechamiento de las riquezas del mundo que nos rodea, a los románticos lo que realmente les interesaba era la captación sensorial, la belleza. Esto explica que los primeros gozaran de múltiples ayudas oficiales y protección de los gobiernos europeos en sus desplazamientos, mientras que los segundos iban, como vulgarmente se dice, “por libre”. Unos y otros recalaron en las islas Canarias, generalmente, aunque no siempre, como etapa intermedia del viaje a las Américas y todos quedaron maravillados por la bondad del clima y el embrujo de sus paisajes. El doctor Ba-tista nos lo relata con detalle. Quizás el más conocido de ellos sea Alexander von Humboldt, en quien se dio, en cierta manera, una simbiosis de las dos tenden-cias. El 19 de junio de 1799 llegó a Santa Cruz de Tenerife a bordo de la corbeta

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Pizarro y rápidamente organizó una expedición a la cumbre del Teide junto a su inseparable compañero de viaje el botánico Aimé Bompland. En aquella época semejante paseo no era una empresa fácil, pero a Humboldt le gustaba escalar; de hecho tres años más tarde ascenderían a la cima del Chimborazo, en los Andes ecuatorianos, estableciendo un récord de altitud. Estuvo sólo seis días en Tenerife, tiempo suficiente para darse cuenta de todas sus excelencias: “El que sabe sentir la naturaleza, encuentra en esta preciosa isla un remedio todavía me-jor que el clima. Ningún lugar del mundo me parece más apropiado para disipar la melancolía y para devolver la paz a un espíritu dolorido” (Von Orinoco zum Amazonas). Además, tuvo el mérito de darse cuenta, durante su periplo ameri-cano, de que la tuberculosis era infrecuente entre los moradores de las elevadas poblaciones andinas. Aire puro y clima saludable eran la clave de lo que se vino a denominar años más tarde como “inmunidad tísica de las alturas”. Fue una lás-tima que en enero de 1832 Charles Darwin, en la primera etapa de su célebre viaje alrededor del mundo, no pudiera desembarcar del Beagle al llegar a Santa Cruz de Tenerife, porque con toda seguridad nos habría transmitido también información muy interesante. Por desgracia, la cuarentena impuesta por las noticias de una posible epidemia de cólera morbo en Inglaterra lo impidió.

Sin embargo, pese a tales evidencias, el paso previo a la creación de sanatorios antituberculosos fueron las estaciones invernales que, como es lógico, sólo estaban al alcance de las clases más pudientes. En la segunda mitad del siglo XIX, algunos hoteles de la Costa Azul francesa, en Cannes y Niza, se especializaron en enfermos poitrineires, generalmente venidos desde Inglaterra; los alemanes acudían más a San Remo, Lugano y a otras estaciones más lejanas. No olvidemos que eran ho-teles, no hospitales, por eso, para evitar en lo posible el problema del contagio, en Cannes, cuando un enfermo tuberculoso acababa su estancia, un servicio de higiene, dirigido por un médico, procedía a la desinfección, metódica, y en caso de fallecimiento, además, la familia del difunto debía pagar una cuota adicional a la dirección del centro al objeto de renovar todo el mobiliario. Nos recuerda el autor que similares hoteles-sanatorios, dirigidos por médicos ingleses y alemanes, se erigieron en la isla en esos mismos años y lo ilustra con interesantes imágenes.

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De todas formas, es necesario señalar a este respecto que, pese a los elogiosos relatos de la inmensa mayoría de los visitantes extranjeros, de los que Batista hace un amplio comentario, Tenerife tuvo un serio competidor en las cercanas islas Madeira, concretamente en Funchal, a donde algunos médicos británicos prefe-rían enviar a sus pacientes. Así, por ejemplo, en 1896 Arthur Ransome (The treat-ment of phtisis) opinaba que había constado muchos casos de curaciones comple-tas de tuberculosis después de pasar uno o dos inviernos en Madeira, mientras que en las Canarias, pese a su clima delicioso, los resultados eran peores. Entre los defensores locales del clima de Tenerife, que también los hubo en esta época, cabe destacar a J. del Busto Blanco (Topografía médica de las Islas Canarias, 1864), del que seleccionaré el siguiente párrafo:

“El pueblo de Orotava, en la isla de Tenerife, puede considerarse como la antesala de los Campos Elíseos. La suave temperatura y la pureza del aire atraen a su morada a muchos extranjeros con la esperanza de curar los padecimientos crónicos de sus órganos respiratorios; contándose entre ellos bastantes casos fe-lices, especialmente en ingleses y alemanes, que agradecidos de haber recuperado su salud, al llegar a su patria han encarecido con los mayores elogios, en la prensa periódica, la exquisita bondad de este suelo, la suave fragancia que allí se respira y la afable hospitalidad de sus naturales.”

Eran, como digo, hoteles y balnearios reconvertidos. Pero por mucho que se quisiera adaptarlos a una determinada función terapéutica, no estaban bien pre-parados para ello. De ahí que algunas voces autorizadas reclamaran otro tipo de instalaciones más de acorde con las necesidades de los enfermos, como, por ejem-plo, la del doctor Vicente Peset y Cervera, catedrático de Terapéutica en Valencia, quien en 1899 argumentaba con fina ironía:

“Preferible es el sanatorio a las estaciones de invierno o de verano, a esas lo-calidades médicas como Niza, en que el enfermo habita la fonda u hospedería, mantiene sus costumbres habituales, plantea la higiene a capricho, se solaza en los paseos entre vientos y polvillos que agudizan la fiebre y tornan de flores el

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lecho del bacilo, soportando cristianamente un menú tan mortífero como el de ciertos balnearios reñidos con la dietética en que se propina al diabético mucho bicarbonato...y mucho arroz.”

Con estos antecedentes y estos comentarios resulta difícil entender que mien-tras por Francia, Alemania, Inglaterra y Suiza los sanatorios antituberculosos, públicos y privados, se extendieron con rapidez ya en las dos últimas décadas del siglo XIX, en España, debido a la desidia de los gobiernos y a las tradicionales trabas buro-cráticas, la implicación estatal en la construcción de sanatorios públicos comenzó con treinta años de retraso en comparación con estos países. De hecho, los pri-meros se crearon por iniciativas personales de tres ilustres médicos: Francisco Moliner y Nicolás (Porta-Coeli, Valencia, 1887), José de Medinabitia (Gorbea, País Vasco, 1889) y Manuel Tolosa Latour (Santa Clara, Chipiona, 1892). En el año 1901 Moliner, elegido diputado en Cortes, presentó una proposición de ley al Congreso, solicitando la creación de sanatorios públicos para tratamiento de los tísicos pobres, que fue rechazada.

Un meritorio intento de iniciar una política sanitaria con vistas a dotar al país de una red nacional de sanatorios, pero que fracasó como los ya comentados, fue la instauración, en 1888, a instancias de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Barcelona, del premio Doctor Garí para galardonar a las mejores memorias sobre “los diversos puntos que en España, Islas Baleares y Canarias pueden uti-lizarse como sanatorios para los tísicos”. En el capítulo de hoteles-sanatorios, Batista resalta la figura del doctor Tomás Zerolo, que obtuvo el segundo premio por un completísimo estudio de la climatología de la península y de las islas. Puedo asegurarlo con conocimiento de causa, porque hace ya bastantes años tuve la suerte de disfrutar de la lectura de la memoria, gracias a un ejemplar que en-contré archivado en la biblioteca del Colegio de Médicos de Barcelona. Se ha objetado que Zerolo “tiró demasiado para casa”, porque de los diez mejores em-plazamientos que proponía como futura sede de sanatorios los tres primeros lu-gares correspondían al Puerto de la Orotava, villa de la Orotava y Santa Cruz de Tenerife; pero en realidad él hizo su clasificación aplicando estrictamente las condiciones

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que Fonssagrives exigía a toda residencia fija para enfermos tuberculosos (Des éléments thérapeutiques d’un climat au point de vue de la phthisie, 1865): a) Que la temperatura sea bastante elevada y uniforme. b) Que la higrometría tenga el promedio entre sequedad y humedad extremas. c) Que haya el mayor número posible de “días médicos”, es decir, de días en los que ni la lluvia ni el viento impidan a los enfermos salir a pasear una hora diariamente. d) Que la altura sea poco considerable. Los tres enclaves propuestos como mejores, especialmente la Orotava, cumplían plenamente estos requisitos.

Por cierto, la memoria ganadora del primer premio, presentada por el doctor Agustín Bassols y Prim, médico del hospital de la Santa Cruz de Barcelona, dedica veinte páginas a la isla de Tenerife y coincide con el doctor Zerolo al destacar sus excelencias y concluía: “El valle de la Orotava es una de las mejores residencias fijas que puede escoger un tísico”.

De poco sirvieron los concienzudos estudios de Zerolo y de Bassols, puesto que hasta 1938 no se puede hablar con propiedad de la existencia real de un sanatorio antituberculoso en Tenerife. Las últimas páginas están destinadas a co-mentar estos hechos, destacando en ellas el entusiasmo y el esfuerzo por ponerlo en funcionamiento de otro gran médico tinerfeño: el doctor Tomás Cervía Cabrera, quien sin embargo, pese a su perseverante diligencia en la lucha contra la tuberculosis, no tuvo reconocimiento oficial hasta que por Orden Ministerial de 15 de abril de 1944 se estableció el escalafón provisional de médicos directores del Patronato Nacional Antituberculoso, correspondiendo al doctor Cervía el de director del dispensario de Santa Cruz de Tenerife, ejerciendo además idénticas funciones en el sanatorio de Ofra. En esa misma orden se nombraba al doctor Ramón Luelmo Luelmo médico ayudante del mismo sanatorio.

Hacia 1960, coincidiendo con el descubrimiento de la primera pauta eficaz de quimioterapia de la tuberculosis, se inicia el lento declinar de la cura sanatorial. Ni el reposo prolongado ni el aislamiento de los enfermos durante largos meses

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ni las técnicas de colapsoterapia tenían ya sentido. Unos antes y otros después, los sanatorios fueron poco a poco desapareciendo o transformándose en hospitales generales, y el de Ofra no escapó a esta regla.

Así pues, evaluando con objetividad todos los datos presentados en el libro, podemos concluir que la historia de la lucha contra la tuberculosis y de la cura sanatorial en Tenerife no difirió mucho, pese al handicap del aislamiento insular, de la del resto de regiones y comunidades españolas, pero faltaba que alguien la sacara a la luz y la explicara con detalle. Éste ha sido el mérito del doctor José Julián Batista, y por ello debemos agradecerle, en nombre de todos a los que nos apasiona la historia de la Neumología, los nuevos conocimientos que nos aporta y felicitarle efusivamente por la excelente labor investigadora realizada.

Jesús Sauret ValetAltafulla, octubre de 2008

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A Lina, David y Cristina

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Neumólogos de la Sociedad Canaria de Neumología visitando los restos del sanatorio del Teide. Doc-tores: J. Batista, I. Zerolo, P. Cabrera, F. Rodríguez, C. Oliva, C. Casanova, O. Acosta, L. Pérez Negrín, I. González y R. Álvarez.

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A la Junta Directiva de Separ y al doctor Hector Verea, expresidente del Comité de Congresos por proponerme para organizar el 41º Congreso Separ.

Al doctor Julio Ancochea, presidente de Separ, por su estímulo continuo, incluso antes de ostentar su cargo.

A Joan Escarrabill, por regalarnos su maravilloso libro en el 40º Congreso Separ, y a nuestro Presidente Julio Ancochea, por avalar y continuar la idea que me ha permitido contarles la pequeña contribución que Tenerife tuvo en la lucha por la tuberculosis.

Al Comité de Congresos Separ y a su presidente actual, el doctor Eusebi Chiner por el enorme esfuerzo que significa organizar el congreso anual y las dos Reuniones de invierno cada año.

A los que han realizado la primera lectura al manuscrito: Alicia Pérez, Nicolás González, David y Cristina.

A los doctores don Enrique González, don Francisco Toledo, don Justo Hernán-dez, don Ignacio Zerolo, don Antonio Machado (biólogo y naturalista), don Ni-colás González Lemus y Miguel Durban, director del Parque Natural del Teide,

Agradecimientos

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que no han dudado en colaborar, facilitándome documentaciones para poder realizar este trabajo.

A don Nicolás González Lemus, doctor en Historia; a don Tomás Méndez Pérez, maestro nacional y escritor, y al doctor don Enrique González González, ex-presidente de la Real Academia de Medicina por haber editado unos maravi-llosos libros de los que son autores.

A los “tertulianos” del Grupo TIR de los primeros años, Rafael Rey, Carlos Melero Lobo, Arsenio Espinar, Luis Muñoz, Juan Ruiz, Rafael Vidal, José Mª Pina, Artur Caylá, Pere March y Victorino Farga.

A todos los colaboradores profesionales de SEPAR que participan en la edición de este manuscrito.

Joan Escarrabill nos ofreció un maravilloso regalo a los que asistimos al 40º Congreso Separ: un libro en el que, a través de los nombres de unos personajes, revela el sentimiento por su Barcelona querida.

Julio Ancochea, nuestro presidente, ha querido alargar la sombra y ha persistido en esa idea encargándome otro tanto, pero esta vez como regalo de Navidad para todos los miembros de Separ.

He aprovechado esta ocasión que se me brinda como presidente del 41º Con-greso Separ para documentarles sobre la importancia de Tenerife en la lucha contra la tuberculosis en los siglos XVIII y XIX.

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Joan, en su libro, citó a Humbold, junto a Marco Polo y Darwin. Y Humboldt señalaba cuando se refería al Teide: “No es solamente interesante la ascensión a ese volcán a causa del gran número de fenómenos que concurren a nuestras investigaciones científicas, lo es mucho más aún por las bellezas pintorescas que ofrece a los que sienten la majestad de la naturaleza.”

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Introducción

El Teide, por su singularidad ecológica, por su espectacular paisaje volcánico, ha sido distinguido por la Unesco con uno de los máximos reconocimientos: ser patrimonio mundial. Para nosotros los tinerfeños, y en general para todos los ca-narios es más: es el padre Teide, según la versión de los Sabandeños, el conjunto musical del folclore canario mas afamado. El Teide se ve desde cualquier lugar de la isla de Tenerife, pero aún mejor desde cada isla del archipiélago. Son famosas las fotografías del doctor Pablo Díaz que muestra en cada congreso de Broncosco-pias, en la que se ve el Teide desde su pueblo natal, Arucas, en Gran Canaria.

El Teide refleja un estado de íntima emoción ante el formidable despliegue de formas, texturas y colores que han gestado los magmas. La singularidad geológica de Las Cañadas viene dada al confluir en la zona central de Tenerife una serie de líneas de fracturación de la corteza, que han favorecido intensas actividades vol-cánicas durante los útimos tres millones de años.

El paisaje volcánico del Teide se ha construido con distintos tipos de magmas; unos mas fluidos catalogados como basálticos y otros más viscosos denomina-dos traquíticos. Como resultado de esta variabilidad, las extructuras volcánicas

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generadas son diversas: desde coladas de lava hasta grandes acumulaciones de bloques “coladas en bloques”.

La vida en las Cañadas del Teide desafía el marco ambiental. A las periódicas erupciones volcánicas se añaden unas rigurosas condiciones climáticas, caracte-rizadas por el frío invernal, las rápidas oscilaciones de temperaturas y la escasez de precipitaciones. Aunque dichos fenómenos pudieran parecer contraproducentes para la flora y la fauna, en realidad actúan como dinamizadores de la evolución, estimulando la aparición de nuevas especies. De este modo podemos entender la exepcional riqueza entomológica y florística, y dada su presencia en la alta mon-taña, adquiere una relevancia especial.

Las Cañadas del Teide; representan un magnífico laboratorio natural donde se estudian los fenómenos evolutivos. El paisaje vegetal está definido por un matorral arbustivo, donde adquiere especial protagonismo la retama del Teide y el codeso de la cumbre. Entre el matorral y las coladas aparecen plantas como el rosalito de cumbre y la hierba pajonera. Hablamos de plantas como la violeta del Teide, el cardo de plata, el Gnaphalium teydeum,la jara, el mocanito o rhamnus intergrifo-lia o el Helianthemum juliae, que fue la última especie botánica en ser descrita en este espacio natural. La presencia de árboles en las cañadas es testimonial y solo hay ejemplares dispersos del cedro y pino canario.Se podría sintetizar la riqueza botánica de esta zona en: noventa y una plantas autóctonas, de las cuales quince son endémicas de la cumbre de Tenerife.

La vegetación del Teide es el principal medio donde se desarrolla la vida de los animales invertebrados. Alto valor científico representa la microfauna del Teide, en que casi la mitad ( 500) son endemismos canarios. Algunas de estas formas úni-cas viven en malpaises, tubos volcánicos o incluso en el mismo cono del Teide.

La fauna vertebrada del Teide no es tan diversa ni abundante, aun así podemos encontrar tres especies de reptiles, diecisiete de aves y doce de mamíferos. Uno de

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los animales más comunes es el lagarto tizón, visible durante los meses cálidos y aletargado y oculto entre las rocas el resto del año.

Algunas aves han logrado una exitosa colonización en la alta montaña. Espe-cies como el mosquitero común, el bisbita caminero y el cernícalo común forman parte de esa élite.

Todos los mamíferos que viven de manera silvetre en Tenerife también existen en el Teide. Exeptuando a los murciélagos, la mayor parte de ellos los introdujo el hombre en la isla. Los estudios arqueológicos hablan también de la existencia de cabras pertenecientes a los guanches.

Las Cañadas del Teide no es sólo un paisaje, es una integración de instantes, de sensasiones y no sólo para nosotros los tinerfeños, sino para todos sus visitantes canarios y no canarios, a muchos de los cuales he hecho yo de cicerone durante todos estos años en los que la neumología nos ha unido.

Muchos de los médicos residentes de neumología de los primeros años no querían saber nada de la tuberculosis: somos neumólogos! no somos tisiólogos! Esas frases las oí en algunos pasillos de diferentes hospitales cuando les hacían una interconsulta, o cuando nos reuníamos alrededor de un simposio o congreso de neumología.

En 1976 tuve la fortuna de conocer a dos neumólogos: uno era José María Peñas Herrero, hoy ejerce de neumólogo en el Hospital de Cuenca, y me habló maravillas de don José Alix Alix, tanto, que a la menor oportunidad me trasladé al hopital Puerta de Hierro de Madrid a oírle en unas conferencias. Posteriormente tuvo la amabilidad de compartir durante más de una hora, con algunos de los asistentes su maestría y experiencia. No me defraudó, todo lo contrario. El otro fue Carlos Melero Moreno, él me acercó a Rafael Rey Durán, tanto, que terminé de médico visitante y hospedado du-rante un mes en el hospital Reina Victoria Eugenia, que durante años habia dirigido el doctor don Francisco Guerra.

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El doctor Rey, aparte de instruirme e inculcarme ideas básicas en el diagnós-tico y tratamiento de la tubeculosis, me catequizó para la causa. Era de la idea que sobre todo en provincias hubiera al menos una persona, preferentemente que perteneciera a un hospital del Insalud, que se ocupara y preocupara por la lucha contra la tuberculosis.

Con las reuniones de tuberculosis, antes y después de la creación del TIR en 1988, formamos un grupo de simpatizantes con la lucha antituberculosa y críticos con la “administración” ya que se estaban cerrando los dispensarios y sanatorios, entre los que nombramos al mismo Rafa Rey, Lobo, Jesús Sauret, Arsenio Espinar, Pere March, José María Pina, Luis Muñoz, Rafael Vidal Bentabol, Juan Ruiz, Bachiller Cabezón, Carretero, Victorino Farga, Caminero, etc.

En el Congreso de Barcelona del 2007, Joan Escarrabill tuvo la feliz idea de regalarnos un libro, en el que a través de unos enormes personajes nos desvela su amor por Barcelona.

Julio Ancochea, nuestro presidente, entusiasta como siempre, ha querido que esta idea se prolongue en el tiempo y me encargó que hiciera algo parecido como presidente del 41º Congreso.

Escribir un libro es algo que está fuera de mi alcance, pero puedo intentar algo parecido para comentar y unir dos de mis amores: nuestro padre Teide y la lucha por la tuberculosis.

Encontré el camino a través de dos hechos: cuando estudié la bibliografía de la tuberculosis en mi tesis doctoral, me encontré con la existencia de un libro la Cli-matoterapia en la Peninsula , Baleares y Canarias que ganó un segundo premio en 1888, en la Real Academia de Medicina de Barcelona y que su autor era canario, el doctor Tomas Zerolo, y además para mas fuerza, era el abuelo de mi amigo y com-pañero Ignacio Zerolo Sáez. Por otro lado, mi tambien amigo Jesús Sauret, en su li-

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bro La Tuberculosis a través de la Historia y en la página 111, después de comentar el galardón dice: “ De todas maneras al doctor Zerolo se le notaba su origen canario por aquello de tirar para casa a la hora de puntuar, pues de las doce ciudades estu-diadas, las tres primeras eran de Tenerife y la sexta era Gran Canaria”.

Joan, Julio, gracias por darme la oportunidad de comentarles a todos nuestros compañeros lo que el Teide y Tenerife pudo influir en la Lucha Mundial contra la tuberculosis.

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Una expedición científica en Las Cañadas del Teide.

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Índice

El Teide y la cura sanatorial

El clima y la salud. “Cambiar de aires para mejorar la salud”

Los científicos y viajeros extranjeros descubren el clima de Tenerife

Hoteles-sanatorios en la isla

Un sanatorio en el Teide

Las casetas de los alemanes

Dispensarios, el sanatorio El Palomo y el sanatorio de Ofra

Bibliografía

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A medida que he ido conociendo la medicina que se practica en Canarias, me he ido preguntando por qué tantos médicos canarios, desde siglos pasados hasta que se crea la Universidad de La Laguna en 1968, se han formado en el extranjero, principalmente en Alemania, Francia e Inglaterra, con una proporción de 10 a 1 respecto a otras provincias españolas.

Igualmente, el mayor conocimiento de mi especialidad Neumología y ciertas circunstancias, como conocer al fallecido Rafael Rey Durán gran estimulador de médicos para la lucha contra la tuberculosis, me llevó primero a mejorar mis conocimientos sobre esta enfermedad, posteriormente a conocer la historia de la misma en nuestra provincia y finalmente descubrir la importancia que Tenerife y el Teide han tenido para los grandes investigadores de una época en la lucha con-tra las enfermedades pulmonares.

La primera pregunta tiene una primera contestación sencilla: “costaba igual la estancia en la península que en las principales capitales europeas”, y ya que se hacía el esfuerzo económico, se iba a estudiar a las universidades más importantes de la época: La Sorbona, Montpellier, Berlín, Londres. Hay otra respuesta menos

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confirmada, que es que nuestros puertos canarios tenían una importancia desta-cada en el comercio de la época y una gran conexión con otros puertos europeos, y se podían hacer viajes con mayor facilidad en barcos de transporte comercial agrícola.

Mi segunda pregunta no la podré contestar fácilmente y es la base de los hechos que posteriormente describiremos, y digo describiremos porque hay un grupo de autores que se han preocupado de estos temas con anterioridad, que han realizado importantísimos trabajos que ya han sido publicados. En esta ocasión simple-mente haremos una reconducción centrándonos en lo posible en el Teide, Tenerife y su importancia climatológica en la cura de las enfermedades pulmonares.

Hablar de la tuberculosis es hablar no sólo de medicina sino de la historia de la humanidad, ya que no se conoce otra circunstancia que haya acompañado al hombre desde su origen hasta el siglo actual. El caso más antiguo conocido se debe a la descripción de Barthels en 1907, y se trata de un esqueleto con Mal de Pott encontrado en unas tumbas de Heidelberg, cifrando su antigüedad en cinco mil años antes de Cristo.

Durante el siglo XVIII, la tuberculosis se extendió de forma implacable por toda Europa como una verdadera “peste”, ya que la medicina carecía de recursos eficaces. Los países mediterráneos como España e Italia, ante la evidencia de los hechos, legislaron normativas de extraordinaria importancia como fue el primer esbozo de una campaña antituberculosa, pero por desgracia no tuvieron la con-tinuidad ni la expansión geográfica deseable, sobre todo por los cambios políticos de Francia, “ la Revolución”.

Los estragos causados por la tuberculosis en los grandes cascos urbanos de las ciu-dades europeas hacían necesaria una atención preferente para esta enfermedad y no sólo por parte de los médicos sino también de los gobiernos. No es de extrañar por tanto la creación de centros dedicados exclusivamente al tratamiento de los tísicos.

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Uno de los primeros fue el Bromptom Hospital de Londres en 1846. Este ejem-plo sería seguido más tarde por otros países, entre ellos España. En 1888 la Real Academia de Medicina de Barcelona convocaba el Premio Doctor Garí, con el objetivo de encontrar entre las regiones de España el lugar ideal para situar los sanatorios de tísicos. El segundo premio lo obtuvo, el doctor don Tomás Zerolo Herrera, residente en la Orotava (Tenerife), médico director del hos-pital de la Villa de la Orotava y miembro de la Academia de Medicina y Cirugía de Canarias, por la memoria “Climatoterapia de la tuberculosis pulmonar, en la península española, Baleares y Canarias”.

Hay quien ha comentado que el doctor Zerolo, por ser canario, remarcó más las características de nuestro clima como único, pero seguramente cuando ter-minen de leer este escrito comprobarán que fueron muchos los que lo creyeron y comprobaron científicamente.

Sin ir más lejos, un año antes en 1887, Ernest Hart, director de la revista Bri-tish Medical Journal manifestaba: “No entiendo como un clima como el de Tene-rife, que tantas ventajas reúne ha atraído hasta ahora tan poca atención, quizás haya sido por la malas comunicaciones, pero ahora, al suprimir los derechos de aduanas, los vapores de las grandes líneas oceánicas entre Londres, Liverpool y Southampton, y nuestras colonias de Australia y la costa africana, sí la visi-tarán”.

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El doctor don Tomás Zerolo Herrera. Abuelo del doctor don Ignacio Zerolo, cirujano torácico y miembro de SEPAR.

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El clima y la salud. “Cambiar de aires

para mejorar la salud”

Hoy día nos trasladamos de un lugar a otro para hacer compras, para conocer otros países, para ir a congresos, a la playa, al monte, etc; y siempre días antes de un viaje nos preguntamos ¿qué tiempo habrá?, pero antiguamente no tenían las facilidades para viajar de hoy, y si se hacía, era por necesidades comerciales o por razones de salud.

Desde la antigüedad, los griegos viajaban para acudir a los balnearios termales o a los templos en la búsqueda de la salud, como era la casa de Asclepio, dios de la curación, en Epidauro, donde esperaban al sacerdote curador. Hipócrates fue el primero que estableció la relación entre aire, agua y clima de los distintos lugares como factores que ayudaban a la cura de determinadas enfermedades, y en su tra-tado sobre los aires, aguas y lugares, describe los efectos nocivos y beneficiosos que sobre el hombre ejercen las condiciones ambientales y climáticas. El médico griego Areteo de Capadocia en su Obra médica hace alusión a los síntomas y causas de la Tisis y recomendaba las zonas cálidas para su convalecencia.

La doctrina médica hipocrática llevó a un cambio de mentalidad y se pensó que la mejor manera de curar era una larga estancia en los climas cálidos y el uso de las aguas termales: “el termalismo”.

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Ya después del siglo XV, ciertas ciudades tienen un crecimiento desmesurado. Londres llega al medio millón de habitantes, y se nota la falta de higiene en las calles, las clases altas se quejan de la contaminación y del insano aire que se respi-ra. Por todo ese ambiente, la Reina Isabel I se vio obligada a abandonar la capital y recurrir a su casa en el campo.

La contaminación urbana, las deficiencias higiénicas y la mala alimentación hicieron pronunciarse a la clase médica londinense: “Casi la mitad de los falleci-dos son por males tísicos pulmonares”, y recomendaban la retirada a la natu-raleza, respirar aire puro, alternar la vida en la ciudad con el campo...y así Robert Burton escribía “el cambio de ciudad encanta a nuestros sentidos con tanta dul-zura que algunos consideran desdichado a aquel que nunca viaja y compadece a quien desde que nace y hasta la vejez tiene la misma quietud”.

Todas estas manifestaciones de médicos y escritores de la época fueron un re-vulsivo para que las clases altas adineradas de Europa fueran a buscar el campo y zonas de aire puro para una segunda residencia con jardín.

Los afamados médicos europeos, sobre todo los ingleses, siguiendo esa co-rriente viajera, conducen a la joven aristocracia europea del siglo XVIII y les estimulan a viajar por Europa, al “Gran Tour” por los diferentes balnearios o health resorts según la terminología británica, como idearios de salud.

Los doctores comenzaron a desarrollar la experimentación e intentaron rela-cionar las condiciones climáticas y la salud, manteniendo registros meteorológicos diarios y realizando una serie de observaciones en las distintas ciudades.

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Fruto de esta preocupación aparecieron interesantes trabajos que constituyen el precedente obligado de la climatología médica (King, 1731; Blois, Sackville, 1788), base de los spa o balnearios. Pero más tarde se dan cuenta que aunque los envían para curas termales, lo que les beneficia en realidad son los climas cálidos benignos que son donde están situados estos spa, balnearios o health resorts, en la ribera francesa o italiana.

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Observatorio meteorológico en Las Cañadas del Teide.

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Los científi cos y viajeros extranjeros

descubren el clima de Tenerife

La enfermedad problema de la época era la Tisis y se empieza a relacionar su mejoría con ciertos climas. A partir de la mitad del siglo XIX se crean muchos centros para su cura alrededor del Mediterráneo en principio y posteriormente en las islas del Atlántico.

Fue William Anderson, médico y naturista a bordo del Resolution, la fragata del tercer viaje de James Cook, quien señaló en 1773 directamente las propiedades terapéuticas del clima de Tenerife. Padecía tuberculosis y murió en su barco cinco años más tarde. Anderson escribió durante su visita a Tenerife: “El aire y el clima de esta isla son notablemente sanos y particularmente apropiados para prestar alivio a enfermedades tales como la tuberculosis”.

William Anderson aconsejó a los médicos que enviaran a sus pacientes a Te-nerife, a causa de la uniformidad de la temperatura y la benignidad de su clima, en lugar de recomendar el Mediterráneo o Madeira, como usualmente sucedía.

Una década después, el médico John White, uno de los capitanes de la First Feet (barcos que llevaban exconvictos), puso de manifiesto las cualidades del cli-

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ma de Tenerife para la convalecencia de enfermos: “El clima de Tenerife es agradable y sano. Los que quieran vivir aquí pueden elegir la temperatura que más les guste por el carácter montañoso de la isla.”

Otras referencias esenciales que ayudaron al reconocimiento médico-turístico de Tenerife fueron realizadas por el doctor George Stauntom (Irlanda) y John Barrow, acompañantes de George McCartney en su viaje a Pekín para hacerse cargo de la embajada.

El dosctor Stauntom compara favorablemente a Tenerife con Madeira, la hasta en-tonces mejor health resort para los ingleses. “Tenerife tiene más ventajas que Funchal, pues sus calles son más anchas y limpias y menos pendientes. Los vinos y las provi-siones son más baratas. El aire es más puro y ligero. Es una de las Islas Afortunadas y siento que mi amigo, el señor West, se haya ido a curar a Funchal, pues pierde la oportunidad de mejorar.”

Tanto George Glas como John Barrow hablaron de las excelencias del clima de Tenerife y de las regularidad de su temperatura: “durante nuestra estancia nunca subió de 24º ni bajó de 21º”. Les sorprendió que la oscilación térmica de todo el año fuera de 8º, variación que en Londres se realizaba en menos de 24 horas.

Los doctores británicos James Clark (1788-1870), William White Cooper (¿ - 1886) y William Robert Wilde, padre de Oscar Wilde: (1815-1876), fueron los primeros que se acercaron al análisis del clima de Tenerife, sus escritos fueron los primeros ensayos médicos sobre las propiedades terapéuticas del clima de Tenerife y concretamente en los libros editados por Clark Treatise on Pulmonary Consuption (1835) y The influ-ence of climate in the Prevention and Cure of Chronic Diseases (1829). En ellos se incluyeron los registros de las temperaturas medias por mes, estación y año, de un gran número de ciudades, entre las que se recogen por primera vez los de Santa Cruz de Tenerife realizados por el prestigioso doctor dublinés Robert Beantley Todd. La temperatura media de Santa Cruz es de 21,6º y la de Funchal es de 18,05º.

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James Clark, que según algunos nunca estuvo en Tenerife, gracias a las tablas de registros del clima de Tenerife de Charles Smith, y probablemente al libro edi-tado en Londres por el doctor Cooper, terminó por reconocer que Tenerife tenía un mejor clima para los enfermos, sobre todo en invierno, pero que carecía de las instalaciones que tenía Funchal para los invalids o enfermos. Asimismo, concluía que si Tenerife tuviera mejores alojamientos para extranjeros y mejores comuni-caciones, los enfermos podrían beneficiarse en invierno del clima de Santa Cruz de Tenerife. Posteriormente, en 1835, el doctor Clark saca la tercera edición de su libro y ya habla de la temperatura de cada ciudad del área norte de Tenerife (La Orotava, Puerto de la Cruz y La Laguna) que tendrían mejores temperaturas para pasar los enfermos el verano y recomendaba Santa Cruz para el inviernos al tener una temperatura más cálida.

El doctor Cooper, al contrario que el doctor Clark, si visitó la isla de Tenerife en 1840, después de visitar Funchal y publicó en Londres su libro The Invalid´s guide to Madeira, with a description of Tenerife, Lisboan, Cindra..., cuyo con-tenido probablemente influyó al doctor James Clark para reconocer la benignidad del clima de Tenerife para los enfermos pulmonares, y no sólo eso, sino que en dicha isla los pacientes se podrían distraer más porque podían visitar otras lindas ciudades como Orotava y Puerto de la Cruz, muy frecuentadas por comerciantes ingleses e incluso visitar el famoso Teide; mientras que en Madeira sólo podrían estar en Funchal.

El doctor Cooper, también hizo referencia a las edades en la que aconsejaba visitar estos lugares, y en general pensando que era una crueldad enviar a pa-cientes con enfermedad muy avanzada, pues morían al poco tiempo de llegar y re-comendaba que deberían acudir a la isla a los mínimos síntomas, ya fuesen niños o jóvenes, y pasar una temporada de dos o tres años para su cura total.

El doctor William Robert Wills Wilde, familia de médicos, oftalmólogo y oto-rrinolaringólogo, padre del escritor Oscar Wilde, se inició en el estudio climático recorriendo varias ciudades a bordo del The Crusander en 1837. Entre dichas

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ciudades figuró Tenerife, que visitó completamente, quedando impresionado con La Orotava y el Teide. Fruto de esa experiencia publicó en 1840 su libro Madeira, Tenerife and along the Shores of Mediterranean. Wilde destacó varios aspectos de Orotava y Puerto de la Cruz sobre Funchal, que las situaba como localidades pre-ferentes para establecer un health resort. Estos datos valoraban la temperatura, las precipitaciones, el paisaje, la limpieza de las calles y por primera vez hablaron de la menor humedad. Wilde fue un defensor del Puerto de la Cruz, pero su estan-cia fue efímera y no tuvo consecuencias.

A pesar de la gran relación de Tenerife con los ciudadanos, médicos, enfermos o comerciantes ingleses o alemanes, fue un francés el que más propaganda hizo en Europa sobre la benignidad del clima de Tenerife para la salud de los enfermos pulmonares tras la publicación de su libro Les Îlles Canaries et le vallé d’Orotava au point hygiénique et medical publicado en 1862 por Gabriel Belcastel.

El político y abogado Gabriel Marie Louis Lacoste de Belcastel llegó en 1859 a Puerto de la Cruz con su hija afecta de una enfermedad pulmonar, después de recorrer varios health resorts de diferentes ciudades europeas como París o Milán sin obtener ningún resultado positivo. Tras seis meses de estancia en el Puerto de la Cruz, la joven se curó. Durante ese tiempo, Belcastel comparó los registros climáticos de temperatura, humedad y atmósfera durante seis meses (de junio a noviembre) de diferentes ciudades europeas como Niza, Madeira, Londres, París, Roma, Puerto de la Cruz, Pau y Argel. Concluía estos datos afirmando: “que no eran una simple ventaja para el enfermo el pasar una estancia en Tenerife, sino que era otro mundo enteramente distinto, no sólo por la benignidad del clima, sino por la invariabilidad de su temperatura, la armonía entre las temperaturas del interior y del exterior, tan necesarias para el enfermo”. Y resumía con dos proposiciones: “Le meilleur remède contre les maladies de poumons ou de larynx, cést le climat, un climat égal et doux” (El remedio más eficaz para las enfermedades del pulmón o la laringe es el clima, un clima igual, benigno). “De tous les climats connus et préconisés jusqu´ici , le meilleur, c´est celui de la vallée d¨Orotava, dans l´ile de Tenerife” (De todos los climas conocidos y hasta hoy preconizados, el mejor es el del valle de la Orotava, en la isla de Tenerife).

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Los mismos ingleses residentes en la isla mostraron interés por el fenómeno climático, entre otras cosas porque tenían instrumentos de medición (el ter-mómetro John Pasley) y hacían mediciones a distintas altitudes (Teide y Puerto de la Cruz). Ese termómetro fue prestado al famoso naturalista Humboldt, que fue otro de los que habló de las ventajas de Tenerife para la cura del spleen (melan-colía) y la tisis.

Todos estos viajeros de los siglos XVIII y XIX, cuyo número fue muy elevado y que venían directamente a “subir al Teide” u otros que hacían una parada para hacer una excursión al Teide en medio de otras expediciones más largas, fueron los que resaltaron la benignidad del clima de la isla para la cura de las enferme-dades pulmonares y otras dolencias.

A principios del siglo XIX, con la mejoría de los transportes marítimos, como la máquina de vapor y el fin de las guerras napoleónicas, algunos pacientes con necesidad de más días de sol y que no mejoraban en Funchal se trasladan a Te-nerife, donde se sintieron mucho mejor. Otros no lo hicieron porque la infraestruc-tura hotelera era mejor en Madeira.

A mediados del siglo XIX hay una “invasión” de ingleses adinerados hacia la zona norte de la isla, sobre todo en los meses de invierno. Muchos de ellos son enfermos preferentemente de alguna enfermedad pulmonar y algunos son médicos que, aparte de estudiar el clima, también venían a curarse de sus dolencias.

La enfermedad de la época era la tuberculosis y la visita de los médicos tenía un interés doble, por un lado descubrir las propiedades climáticas en sí mismos, ya que la mayoría eran enfermos de tuberculosis, y por otro lado ese conocimiento les servía para escribir artículos, mejorar su prestigio profesional y aconsejar a sus enfermos la benignidad del clima de Tenerife.

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El tratamiento de la tuberculosis hasta bien entrado el siglo XX fue la clima-toterapia adecuada. Muchos visitantes extranjeros aludieron durante años a la benignidad del clima de Tenerife para combatir la epidemia de tuberculosis que asoló a Europa en los siglos XVIII y XIX y crearon una visión idílica y atractiva de la isla que originó expectativas viajeras para conocer su clima y al mismo tiempo tratar de establecer bases meteorológicas y climatológicas. La idoneidad de nuestro clima para las enfermedades fue el primer despegue del turismo en Tenerife.

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Expedición de la Unión Internacional contra la Tuberculosis en Las Cañadas del Teide

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Hoteles-sanatorios en la isla

D. Tomás Zerolo y la Climatoterapia

Los países de clima frío de Europa padecían en el siglo XIX, no sólo la tuber-culosis, sino también otras enfermedades de las vías respiratorias, como la bron-quitis y la neumonía, que ocasionaban auténticos estragos en su población. Ello motivó la preocupación de muchos médicos de Europa para investigar la curación de dichas enfermedades enviando a los pacientes a zonas más cálidas y recomen-dando los beneficios del clima de Tenerife.

Posteriormente, médicos tinerfeños empiezan también a interesarse y escribir sobre la bondad de nuestro clima. El doctor Guigou Costa, escribió Climatología de las Islas Canarias (Madrid, 1892), y el doctor Tomás Zerolo Herrera, con Cli-matoterapia de la Tuberculosis pulmonar en la Península, Baleares y Canarias fue Premio de la Real Academia de Medicina de Barcelona 1888 y quizás fuese el que más proyección tuvo.

El doctor Zerolo en el capítulo primero de su escrito premiado hacía un preám-bulo sobre su concepto de la enfermedad tuberculosa: claro es que el tema que dejamos trascrito no pide la docta Real Academia de Medicina y Cirugía de Bar-celona que entremos en la debatida cuestión de la naturaleza de la tuberculosis

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pulmonar, pero nos parece propio de la tesis que comencemos a fijar, al menos, el concepto que de este proceso patológico se tiene en el momento actual de la ciencia médica. Pues tratándose, en suma, de la climatoterapia de la tuberculosis pul-monar, al fin y al cabo de una enfermedad y su tratamiento por el clima, se hace imprescindible exponer el conocimiento que de ella tenemos, así como dilucidar luego las indicaciones que en este proceso patológico podrían tener los climas de las provincias ibéricas de España, Baleares y Canarias”. Y sigue: “Duélenos confesar cuán incompleto es aún el conocimiento de la naturaleza, de la extensión, de los límites y de mucho de lo esencial y característico de esta entidad morbosa que más obstáculos ha ofrecido desde el doble punto de vista de su naturaleza y clasificación y así hablan de distintas denominaciones como tisis pulmonar, neumonía diseminada crónica, tisis aguda y otras denominaciones que nos llevaría cada vez más lejos del punto de vista anatómico, histológico, fisiológico y clínico”. Y concluye: “Pudiera objetársenos que si el diagnóstico clínico de la tuberculosis pulmonar ofrece estas dificultades, el experimental, es decir, el microbiano, ha venido a resolverlas y muy principalmente el ilustre Koch, con el descubrimiento del bacillus tuberculo-sus”. A pesar de este descubrimiento, importantes científicos, entre ellos Virchow, siguieron cuestionando que el bacilo fuese el causante de “toda” la enfermedad ya que el mismo Koch aceptaba que podía haber tuberculosis sin bacilo. Posterior-mente, y después de comentar su concepto de la enfermedad tuberculosa, relataba su estudio premiado al valorar ciertos parámetros (temperatura máxima, mínima y media, lluvia, humedad, evaporización diaria...) en diferentes ciudades peninsu-lares, Baleares y Canarias, destacando la benignidad del clima de la zona norte de Tenerife Vilaflor, Orotava y Puerto de la Cruz.

Años más tarde, fue el doctor Tomás Hernández Rodríguez natural de Oro-tava pero que ejercía la medicina en Cuba, quien propagó las teorías del doctor Zerolo en la prensa cubana y recomendó a muchos pacientes su traslado a las Cañadas del Teide para la curación total de su tuberculosis.

Las relaciones entre Cuba y Canarias fue muy estrecha, ya que a finales del si-glo XIX y principios del XX algunos canarios ejercían la medicina en Cuba, como

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Pablo Valencia, catedrático de Medicina en la Universidad de la Habana, Domin-go Fernández, catedrático de Anatomía en la misma Universidad, Miguel Pérez Camacho o el doctor Tomás Hernández, que había tenido la desgracia de perder a un hijo consumido por la tuberculosis y que en el V Congreso Nacional de 1921, celebrado en la Habana, presentó una ponencia titulada “La tuberculosis no se cura en el país donde se adquiere”. También hizo alusión a la obra del doctor Zerolo y propagó sus teorías a la prensa cubana y recomendó a muchos pacientes su traslado a Las Cañadas del Teide para la curación total de su tuberculosis.

Fue el mismo doctor Hernández el que en 1923 publicó en el diario de La Habana Diario de la Marina un artículo titulado “La Tuberculosis y Las Cañadas del Teide” en el que dice que la comisión alemana de la Unión Internacional contra la Tuberculosis, que recientemente investigó las condiciones climáticas del Teide comprobó lo que ya había publicado el doctor Zerolo.

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Thermal Palace.

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Un sanatorioen el Teide

El primer intento de construir un sanatorio para el tratamiento de las afecciones crónicas de las vías respiratorias fue promovido en 1883 por Nicolás Benítez de Lugo y Medranda, que proyectó, de forma estéril, la construcción de hoteles para enfermos en el Puerto de la Cruz, para el cual contaba con informes favorables emitidos por diferentes médicos, entre los que se contaba el doctor Zerolo, director del Hospital de La Orotava.

Este proyecto no prosperó ya que al poco tiempo abrieron sus puertas diferentes hoteles sanatorios que atendieron a los visitantes extranjeros, ya fueran enfermos, médicos, científicos o simplemente viajeros, y así surgieron en La Orotava y el Puerto de la Cruz The English Grand Hotel, precursor del Hotel Marquesa y del Hotel Martiánez.

Al mismo tiempo, en 1886 se funda la compañía de Hoteles y Sanatorium del Valle de la Orotava, que alquiló las instalaciones nombradas anteriormente, mientras se ini-ciaba la construcción del Gran Hotel Taoro. Este hotel se ideó con la presunción de que fuese la mejor instalación que se conociera y para ello quisieron que se rodeara de unos soñadores jardines al estilo de los jardines parisinos de Versalles.

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Por el resto de la isla también abrieron otros hoteles-sanatorios como el Hotel Inglés de Güimar dirigido por los doctores Stanford Harris y J. Campbell Graham para Pure Air Treat-ment of Tuberculosis, el Hotel Camacho en Tacoronte, o en Santa Cruz El Hotel Quisisana (para sanar), promovidos por el doctor Henri Wolfson.

En 1906 se constituyó en el Puerto de la Cruz una sociedad anónima con capital alemán con el objeto de fundar en las Cañadas un sanatorio de tuberculosos dotado de abundante material científico, al frente del cual estarían los doctores Pannwitz, Lesliman, Peipers y Pérez. Este proyecto también fracasó porque las autoridades no querían atraer enfermos tísicos a la isla. De todas maneras en ese año el doctor Pannwitz y el doctor Pérez Ventoso arrendaron durante varios años, representando los intereses alemanes, el Hotel Taoro e incluso le cam-biaron el nombre de Taoro por Sanatorio Humboldt.

En 1910, en Bruselas, en la novena conferencia internacional contra la tuberculosis, in-tervienen muchos científicos que habían realizados estudios climáticos en Tenerife, entre ellos el doctor Pannwitz. Fruto de esta reunión, Pannwitz, organiza una expedición con el fin de trasladarse a Las Cañadas del Teide para hacer estudios acerca de la acción de la luz solar en las enfermedades respiratorias. Las investigaciones fueron realizadas por los doctores Barcroft, Douglas, During, Nemberg, Scroter y Zuntz, miembros de la Unión Internacional contra la Tuberculosis . Fue anecdótico que al coincidir esta experiencia con el paso del cometa Halley, se unieran a la comitiva los astrónomos Mascart y Plasse.

Durante los meses de marzo y abril de ese año se llevaron acabo numerosas experiencias paralelas también en otros lugares como Sudán, Marruecos, Egipto, pero las conclusiones finales fueron que las radiaciones solares de Las Cañadas son de una magnitud única debido al aire puro exento de vapores y ser la luz solar siempre directa, de mejor efecto fisiológico que la acción difusa. Estas condiciones excepcionales de Las Cañadas la situaron como uno de los lugares ideales para la curación de las enfermedades pulmonares.

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Camacho’s English Hotels. Tacoronte.

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La casetade los alemanes

Desde que el médico don Tomás Zerolo, recomendara a los pacientes el traslado a Vilaflor o a Las Cañadas para curar la tuberculosis, muchos enfermos se despla-zaron acompañados de sus familiares a estos lugares. Los enfermos permanecían allí, por cientos, desde la primavera hasta comienzo del otoño, procurándose un cobijo auto construido con piedras y ramajes.

Para paliar las incomodidades de esos habitáculos y la higiene de los alrededores, las autoridades sanitarias y consistoriales solicitaron el uso de unas casetas emplaza-das en terrenos de este municipio, donde llaman Las Cañadas, y conocidas como “casetas de los Alemanes”, con objeto de utilizarlas como nicho para establecer allí un sanatorio de interés mundial.

En agosto de 1919, la Alcaldía de Orotava dicta un Bando sobre Las Caña-das del Teide, que se encuentran en su jurisdicción municipal, en la que indica la necesidad de: 1.) limpiar el camino que conduce a las Cañadas. 2.) cuidar de que no falte el abastecimiento de agua para los enfermos, 3.) que se haga una relación de las chozas autoconstruidas y que los dueños soliciten la autorización del ayuntamiento si desean conservarlas para otras temporadas, pues sin licencia

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no se permitirán construcciones y se destruirán las existentes, incluso las tiendas de campaña; 4.) el ayuntamiento contribuirá a adecentar la zona y a instalar un sanatorio para pobres, ya que se ha comprobado que la mayoría de los pacientes que allí estuvieron curaron definitivamente de sus dolencias.

La certeza de que los tuberculosos se curaban en Las Cañadas hizo que la so-ciedad demandara un albergue, hotel o sanatorio. Fruto de ese deseo se creó La Junta de Fomento de Las Cañadas integrada por todas las personas de relieve de La Orotava para presionar a las autoridades locales y éstos a los diputados ca-narios en el Congreso.

Desde 1920 a 1922 hubo una fuerte lucha dialéctica de nuestros represen-tantes en el Congreso que terminó felizmente con una dotación gubernamental de 600.000 pesetas para iniciar la construcción del Sanatorio del Teide y del Instituto de Higiene.

Posteriormente se inició una disputa entre técnicos, ya fuesen constructores, ingenieros, arquitectos o técnicos meteorólogos, sobre su mejor localización, como canalizar el agua, o cómo arreglar los caminos hacia el futuro sanatorio. Por estas u otras causas las obras proyectadas sólo se concluyeron en la primera fase, consistente en la vivienda del médico, un garaje y establos, pero nunca lle-garon a ejecutarse las restantes fases y por tanto nunca hubo un sanatorio en Las Cañadas del Teide por falta de apoyo de diversas instituciones, a pesar del clamor de la población que reclamaba su terminación, pues en esos momentos más de un centenar de tuberculosos malvivían en chozas por los alrededores.

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Caseta de los alemanes para observación en Las Cañadas del Teide.

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Dispensarios, el sanatorio “El Palomo”

y el sanatorio de Ofra

En 1927, en Santa Cruz de Tenerife, comenzó a funcionar una Junta Provin-cial de la Lucha Antituberculosa presidida por el obispo de la diócesis fray Al-bino González Menéndez-Reigada. Al principio se crea un dispensario que lleva el nombre de Primo Rivera, con poco material y escasa consignación y cuya princi-pal función era educativa. En 1933 ya se abrió un dispensario más acorde con las necesidades, en la calle de San Lucas, n.º 46, que estuvo abierto hasta 1980.

En plena guerra, en 1936, se crea el Patronato Nacional Antituberculoso y poco después se dieron órdenes a todas las provincias para la creación de “sana-torios-enfermería”, con una capacidad de cien camas gratuitas y diez de pago.

A principios de 1937 se constituyó en la provincia de Tenerife la Comisión Permanente “pro sanatorio”, formada por (cito sus nombres y cargos por la poca relación que tenían la mayoría con la medicina, pero eran personas importantes, al uso de la época), el gobernador civil, el jefe provincial de sanidad, el director del Banco de España, el delegado de Hacienda, el doctor don Tomás Cerviá Cabrera (médico y secretario del Comité) y como vocales: el presidente del Cabildo, el arquitecto provincial, el ingeniero municipal, doña Carolina Chapuli, don Álvaro

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Rodríguez López, el presidente de la Mancomunidad Interinsular, el alcalde de Santa Cruz, la autoridad eclesiástica, el jefe de Sanidad Militar, el fiscal de la Vivienda, el jefe de Sanidad Municipal, el delegado provincial de Farmacia, el inspector de Ve-terinaria, la señorita marquesa de Villafuerte y don Conrado Brier.

El cambio de gobernador civil, que resultó ser médico (el doctor don Daniel Arraiza), hizo que se aceleraran los trámites, y en tanto se construía el sanatorio proyectado por el arquitecto don Domingo Pisaca, se encontró en las cercanías una finca llamada El Palomo, cedida gentilmente por don Sixto Machado “un prohombre”.

Este “pre-sanatorio” se puso en marcha en abril de 1938. Había tantos enfer-mos tuberculosos, que los hospitales de los Desamparados en Santa Cruz y los hospitales de La Orotava y Puerto de la Cruz prestaron su ayuda.

En él, junto al doctor Tomás Cerviá, el aladid en Tenerife de la Lucha contra la tuberculosis, trabajaron el doctor José Domínguez Domínguez, el doctor Emilio Luque y Celestino González Padrón, que le ayudaban haciendo oleotórax, tora-coplastias y frenicectomias.

El 8 de agosto de 1944 se trasladan los 90 enfermos que estaban ingresados en El Palomo al nuevo sanatorio de Ofra con doscientas veinticinco camas, y se nom-bró al doctor don Tomás Cerviá como director del sanatorio y del dispensario de la calle de San Lucas (El doctor Cerviá había luchado para que la dirección de los tratamientos antituberculos fuese unitaria). La inauguración oficial fue realizada en agosto de 1945 por el director general de Sanidad, doctor don José Alberto Palanca. Desde su inauguración el doctor Cerviá organiza sesiones clínicas, cur-sos teóricos-prácticos, edita una revista de ámbito regional con varios volúmenes anuales, publica artículos en revistas alemanas de prestigio, asiste a los congresos de la Unión Internacional contra la Tuberculosis, en los que presenta asiduamente comunicaciones, entre las que destacó por su importancia posterior, “Orden de

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Urgencia de las medidas a tomar para la lucha antituberculosa en los países en que la lucha está en sus comienzos”. En 1958, creó el capítulo canario del American College of the Chest Phisicians, del cual es el primer governor. Fueron muchos los médicos recién licenciados que acudían al sanatorio en busca de conocimiento y prácticas, ya que era la verdadera fuente de estudios e investigaciones de la época.

A partir de 1955 se empiezan a introducir los nuevos medicamentos y en el sanatorio se produce una verdadera resurrección los enfermos caquécticos cuya imagen de enfermedad se confundía con la muerte empiezan a mejorar sorpren-dentemente. Al mismo tiempo y de forma progresiva el interés de los médicos por la tuberculosis va disminuyendo y empiezan a interesarse por la nueva radiología, la cardiología, la medicina interna y el sanatorio va despoblándose de médicos jóvenes y sobre todo a partir de la muerte prematura del doctor Cerviá en 1962.

El último director fue el doctor don Alberto de Armas. Bajo su dirección sucedieron los últimos cambios, ya que a finales de 1970 el sanatorio de Ofra pasa a depender del Ministerio de Sanidad, dentro del organismo autónomo AISNA y luego, en 1987, del INSALUD. Finalmente, con las transferencias, es el Sistema Canario de Salud el que se hace cargo de su dirección.

De cualquier forma, desde 1980 las nuevas normativas sanitarias nacionales de control de la tuberculosis indican que no es necesario ingresar a los enfermos tuberculosos, que éstos se tratarán ambulatoriamente y que en caso de ingresar será por otro motivo y que lo harían en un hospital general.

Desde ese momento los sanatorios de tuberculosos, paulatinamente desapare-cen como tales y se reconvierten en hospitales generales.

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Sanatorio de Ofra. Cara de naciente con balcones mirando al sur.

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