el teatro y el cine

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iempre existió en La Línea una gran afición al arte escénico en todas sus manifestaciones. El “Teatro del Parque” y el

“Cómico” vieron desfilar por sus escenarios a los más destacados intérpretes del drama y la comedia. Figuras eminentes como doña María Guerrero y don Fernando Díaz de Mendoza, don José Tellavi, don Enrique Borrás, don Ricardo Calvo, don Emilio Thuiller, don Juan Santacana y doña Rosario Pino, entre otros, actuaron en nuestros escenarios contratados directamente por los empresarios linenses o en simples actuaciones dominicales, aprovechando la estancia en Gibraltar de las respectivas compañías y como consecuencia de la prohibición que existía en la ciudad calpense que impedía celebrar espectáculos públicos los domingos. Junto con el “Parque” y el “Cómico”, el “Salón Pascualini” y el “Amaya” ofrecían temporadas de comedias, de zarzuela y operetas, así como espectáculos de variedades. En este aspecto es junto acreditar a los empresarios del “Teatro Cómico” el singular mérito de haber dedicado su local durante largas temporadas, exclusivamente a representaciones teatrales. Por ese escenario recuerdo haber visto desfilar a la compañía Tudela-Monteagudo, a una de zarzuela de la que era triple cómica Elenita Salvador, a otra infantil, también de zarzuela, y de manera especial, a la del género chico que dirigía el popularísimo actor don Antonio Martelo, el cual al retirarse, se estableció en La Línea.

La afición de los linenses al teatro no se limitaba a ser contemplativa como simples espectadores. Gustaba de la actuación y se aprovechaba cualquier pretexto, generalmente de carácter benéfico, para organizar grupos teatrales en los cuales participaban jóvenes conocidos por sus actividades profesionales, sociales o económicas. En otras ocasiones eran las sociedades recreativas y las de carácter obrero los creadores de sus propios grupos organizando representaciones con cierta periodicidad.

De éstas últimas, recuerdo de modo especial el de la Sociedad de Oficios Varios, que tenía su local en la calle del Teatro, en el edificio que luego ocupó el Colegio de San Luis Gonzaga. A esos días del segundo decenio de este siglo, se remontan mis primeros recuerdos como incipiente espectador teatral, tal vez porque tuve oportunidad de ver actuar a alguien

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tan entrañable para mi como mi primo Enrique Earle Suárez, el mayor de la veintena de primos hermanos que constituimos la descendencia de don Enrique Earle y doña Mercedes Martínez Cordón, fundadores de la “familia del Inglés”, denominación con que se nos identificaba a los integrantes de ella. Familia de longevos, especialmente en la rama femenina. Mi abuela falleció en el año mil novecientos cincuenta y cuatro a los ciento dos años de edad y sus hijas –mi madre y mi tía Mercedes- han muerto recientemente con más de noventa años.

MI PRIMO ENRIQUE.

Siempre sentí por él un gran cariño y una emocionada admiración. Aparte de su innata bondad, que derrochaba a raudales, su habilidad manual y la inteligencia que demostraba en cuantas actividades acometía, fueron fuentes de mi admiración por él. Mecánico, electricista, maquinista naval, fundador con don José Pérez Mafé del primer establecimiento dedicado al alquiler y reparación de bicicletas que estuvo instalado en la calle Gibraltar, próximo a la de Zaragoza, le vi practicar la afición a la fotografía en aquella época en que la impresión de las imágenes se hacía sobre placas de cristal y su definitiva impresión sobre papel mediante la exposición al sol en marcos de madera. Arreglaba a veces con derroche de ingenio, -así me pareció siempre-, cuando se descomponían los dos gramófonos de grandes bocinas que él manipulaba en casa de los abuelos, se entretenía en diseñar y construir pequeños artefactos que terminaban siendo muy útiles en el hogar; tocaba “de oído” el piano, la ocarina, el acordeón, la guitarra y la flauta; participó como banderillero en varias becerradas benéficas y su afición por el teatro lo llevó, muy joven aún, a abandonar la casa desoyendo consejos y ruegos familiares, e hizo una escapada al mundo profesional de la farándula, presentándose como el “Muñeco Mecánico” en teatros andaluces y del norte de África. Su inquietud por cuanto fuese expresión artística o espectáculo lo llevaba a organizar funciones teatrales para diversión de parientes y amigos. Lo hacía apasionadamente, con espíritu casi profesional, son dejar nada a la improvisación. Elegía cuidadosamente las obras a representar, los números musicales; trabajaba y hacia trabajar seriamente durante semanas o meses en ensayos diarios a sus “artistas” y nos obligaba a participar a todos, jóvenes y pequeñuelos, en las representaciones. Con los

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pequeños formaba coros infantiles -nunca olvidaré mi desafinada actuación en el de “Alma de Dios”- y nos utilizaba como “comparsas”.

Sin salir de aquella casa, que durante mucho tiempo estuvo marcada con el número 13 de la calle del Teatro, podía reunir la totalidad de su “elenco” femenino. Allí estaba Paquita Trilla, Amelia y Mariquita Ghersi, Paquita y Lolita Castilla, Mercedes y Emilia Earle. Ellas eran las cantantes, las actrices, las pianistas. En más de una ocasión intervinieron en aquellas funciones, Carlos Calvo Molleda, cuando todavía no ingresaba en la Academia de Infantería, Pablo y Enrique Carteño García y Enrique y Pepe Muñoz Molleda, éste apuntando ya el artista que habría de consagrarse como tal.

Las funciones tenían lugar en el patio convertido al efecto en una auténtica sala de espectáculos, con su escenario, su “patio de butacas”, y hasta su “gallinero”: la escalera de piedra que conducía a la gran azotea que circundaba el edificio. Y a la hora de correr el telón no faltaba un solo detalle. Ante el escenario el piano de una de las intérpretes; la concha del apuntador, la embocadura con su telón, los bastidores, el telón de fondo, y en cada acto o parte del espectáculo, la escenografía adecuada, porque hasta como escenógrafo se daba maña mi primo Enrique. Todo lo hacía bien. De un simple juego hacía si se lo proponía un bonito espectáculo, sin importarle el tiempo que le llevase su organización.

En una ocasión, se le ocurrió organizar una “corrida de toros”, convirtiendo en algo espectacular aquel “jugar al toro” de nuestros años infantiles.

Se puso a la tarea organizándolo meticulosamente. El día de la “corrida” el pretil de la terracita que presidía el lado norte del patio apareció engalanado artísticamente con una bonita colgadura de la que pendían bellas moñas y multicolores banderillas de “lujo”, que nada tenían que envidiar a las de las becerradas benéficas. Y en primera fila de aquel palco de honor, ataviadas con mantillas españolas, todas las jóvenes del elenco femenino ya citado, presididas por el organizador de la fiesta, vestida de vieja y luciendo una voluminosa joroba.

En el cuarto trastero que había debajo de la escalera, habilitado como “chiquero”, los dos “hermosos ejemplares”, -un par de amiguitos de la vecindad-, dispuestos a empuñar los cuernos unidos por una tabla con el consabido agujero en el centro para simular la suerte suprema.

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Y puntuales, como lo fuimos siempre los españoles en la fiesta taurina, hicimos el paseíllo aquel día, Pedro Earle Montegriffo y Paco Ghersi, como matadores, y Pedro Castilla y yo, como banderilleros, en fundados muy toreros, en los flamantes trajes “de luces” que confeccionaron ex profeso nuestras madres, exclusivamente para ese rato.

Así fue mi primo Enrique, que murió joven cuando todavía podíamos esperar muchas cosas buenas de él. EL TEATRO EN LOS PATIOS POPULARES.

Naturalmente, la organización de representaciones teatrales en nuestros populares patios, no podía ser una iniciativa exclusiva de mi primo Enrique. La afición de los linenses por la actuación teatral estaba tan extendida, que allá donde se concentraba un núcleo importante de familias, surgía en cualquier momento alguien con facultades histriónicas, capaz de organizar aquellas representaciones y hacerlo con notable acierto, considerando los elementos de que podía disponer.

De esas representaciones, recuerdo especialmente las que bajo la dirección de Pedro Gil se organizaban en el “Patio de los Huesos”, al final de la calle Cádiz, patio que fue famoso entre los jóvenes linenses de aquella época, además de por sus funciones teatrales, por los bailes de Carnaval, los de la “Cruz de Mayo”, etc., y aquellas otras del “Patio de la Serrana” en la calle San Felipe y Castellar, que en plan cómico, en el que ocupaba más espacio la improvisación que la disciplina al hipotético texto elegido, los jóvenes de la “Unión Deportiva Linense” organizaban para su solaz y diversión de cuantos asistían a sus representaciones.

MANOLO GÓMEZ.

He aquí otro linense que por su vocación y la fidelidad con que todavía, a sus sesenta y cinco años, sigue entregado al cultivo del arte escénico, merece una mención especial en estos recuerdos.

“Manolo el chofer”, como se le conoce popularmente, ha cumplido ya más de cincuenta años de actuar en los escenarios. Debutó en el año 1916 como simple aficionado en el escenario del antiguo “Café de Alpandeire”, situado en la calle González de la Vega y Reina Cristina, representando “El Contrabando”, la obrita de Muñoz Seca preferida por los aficionados de aquellos días.

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Aquella noche empezó la larga cadena de actuaciones con fines benéficos, que suman más de trescientas, de Manolo Gómez. Fueron un puñado de pesetas, casi doscientas, suma muy estimable en esos días, las que en compañía de Juan Fuillerat llevó aquella noche Manolo a una angustiada madre sin recursos, que veía, impotente, como moría uno de sus hijos de una terrible enfermedad.

Desde esa noche, Manolo Gómez no ha dejado de estar vinculado, de una manera u otra, al arte escénico. Desde aquella fecha en que interpretó el popularísimo personaje del “Maestro Canillas”, Manolo Gómez ha alternado el imprescindible trabajo que proporciona, a veces raquíticamente, el pan nuestro de cada día, con la actuación escénica, siempre en beneficio de alguien o de algo que necesitase de ayuda económica, en su dedicación al arte por el arte, que era a la vez acción benefactora, solidaria, dirigió con el maestro Soro, la Agrupación teatral de este nombre; actuó en los días de nuestra guerra, en Requena, Utiel, Segorbe, Mora de Rubielos, Pozoblanco, Villanueva de Córdoba y otras poblaciones de la zona republicana, alternando en muchas de esas actuaciones con Amalia Isaura, Miguel de Molina, y ya en fecha reciente, además de sus exitosas presentaciones en la radio, ha actuado junto a “Jarritos”, Pero Terol, Paco de Lucía, Juanito “Maravillas”, Marifé de Triana, el conjunto “Los Cisnes Azules” y otros; en fin, en cuantos festivales benéficos celebrados en el Campo de Gibraltar, se solicitó su concurso. AGRUPACIONES TEATRALES.

Fueron muchas las agrupaciones de este carácter que con sus frecuentes actuaciones dieron testimonio del entusiasmo de los linenses por la representación teatral.

Además de la Agrupación “Soro”, citada anteriormente, vienen ahora a mi memoria el “Grupo Talía” del que fue Directo José Martínez Espinosa; la “Agrupación Muñoz Seca”, dirigida por Alfredo Silva Laguna, gibraltareño residente en nuestra ciudad; “Amigos del Arte” con Pedro Gil Moriche al frente; “Santiago”, bajo la dirección de Manuel García Fuentes, y otro Grupo organizado por Muñoz Contreras; la “Agrupación Álvarez Quintero” integrada por los hermanos Pepe y Rafael Marmolejo Bianchi, Francisco Sánchez, Diego Campoy, Teresita Lozano y otros. Junto a las mencionadas es justo destacar la “Academia de Declamación”, fundada y dirigida por Don Eduardo Gómez de la Mata, excelente actor, el cual

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después de haber gozado de merecida reputación por sus actuaciones en varias temporadas madrileñas, se reintegró a La Línea acreditándose entre nosotros como excelente director, que formó a un nutrido grupo de alumnos que pasaron como profesionales a las nóminas de muchas compañías teatrales.

En las numerosas representaciones organizadas por el señor Gómez de la Mata contó siempre con la colaboración de su hermano Federico, de Blanco, de Diego Perea, de Esteban Aragón, de José padilla-Orrán, de Antonio Caspuero, siendo muy populares las funciones que casi año con año daban a teatro lleno de “La Pasión” y el “Tenorio”, las cuales dieron motivo a muchas pintorescas anécdotas, que3 servían de jocosos y chispeantes comentarios en las reuniones familiares y en las tertulias de amigos.

ACTORES Y ACTRICES LINENSES.

De ellos recuerdo a Pepe Fernández, linense de pura cepa, aunque desvinculado de nuestro pueblo en el aspecto profesional. Actuó como tenor en diferentes compañías de zarzuelas y operetas; los hermanos Amelia y Guillermo Deceno, José Buerles Haro, Diego Campoy y Contreras, sin olvidar a Sebastián Rovira, excelente apuntador que figuró en el elenco de compañías de primerísima categoría y avecindó en Méjico, donde gozaba de excelente prestigio por su destacada actuación y diversas actividades teatrales. AUTORES LINENSES.

En realidad solo hubo uno que deba catalogarse como tal, ya que fue el único que trascendiendo las fronteras de nuestro rincón, llegó a recibir el espaldarazo del profesionalismo, estrenando en Madrid incluso dos obras en la misma noche y en diferentes teatros, algo nada frecuente en aquella época.

Nacido en la provincia de Málaga, Rafael Segovia Ramos se formó en La Línea. En la prensa linense publicó sus primeros trabajos periodísticos; en ella y en la de Gibraltar aparecieron sus primeras poesías. Y en los teatros locales se estrenaron las obras con que se inició su carrera de dramaturgo, con “La mala yerba”, “Espinas”, y otras.

Para estrenarlas formaba su propia compañía, contando siempre con la colaboración de Pepe Padilla-Orrán, y en muchas ocasiones con la de Amelia Deceno y Esteban Aragón.

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Después de cada estreno las obras eran representadas por el propio grupo organizado por Segovia Ramos, quien actuaba al mismo tiempo como director y primer actor en Gibraltar, San Roque y el Campamento, representaciones que recuerdo de modo especial porque en algunas de ellos actué como modesto “traspunte”.

Buscando campo adecuado a sus aspiraciones como autor, Segovia Ramos se trasladó a Madrid y allí tuvo oportunidad de estrenar en colaboración con don Juan Mullor, actor profesional y autor, varias obras. Durante la guerra tuve ocasión de asistir al estreno de algunas de sus producciones, sobre temas de circunstancias.

Don Eduardo Gómez de la Mata, también incursionó en el campo de la producción teatral. Sólo recuerdo de él una obra en un acto, premiada en un concurso literario organizado por el Ayuntamiento con motivo de la Velada en los años 1926 ó 1927, que fue estrenada en el Salón Pascualini, representación que constituyó un notable éxito para el autor.

También intenté hacer mis “pinitos en esta actividad de la creación literaria, infortunado intento que recojo aquí porque constituye un recuerdo agridulce de aquellos días juveniles y de modo especial por su pintoresco final.

Por aquellos días se habían quedado “arriados” en La Línea los integrantes de una compañía de la que era primer actor y director don Emilio Portes y actriz su esposa la señora Rodríguez, hija del farmacéutico don Juan Rodríguez Mancheño. Había que arbitrar el dinero necesario para que pudiesen viajar a Madrid en busca de oportunidades de trabajo. De ello se encargó un grupo de aficionados locales, que de inmediato se entregaron a la tarea de organizar una función cuyos ingresos serían destinados a ese fin. El programa quedó integrado con una obra en dos actos titulada “De la noche a la mañana”, cuyo estreno constituyó aquella temporada un éxito clamoroso en Madrid; una obra en un acto original de don Fernando Agea, a la sazón Administrador de nuestra Aduana y, como relleno, un entremés mío titulado “Vicente de Veras”.

De la representación “De la noche a la mañana” y de la obra del señor Agea se encargaron los supervivientes de la compañía del señor Portes, quienes contaron, si la memoria no me falla, con la colaboración de don Eduardo Gómez de la Mata. De la puesta en escena de “Vicente de Veras”, se hicieron cargo José Martínez Espinosa y su esposa Araceli, su novia por aquellos días. La función se celebró en el “Cómico” a

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teatro lleno. “De la noche a la mañana” y la obra del señor Agea constituyeron un verdadero éxito. La mía naufragó desde la primera escena; fue un fracaso sin atenuantes. Al caer el telón buena parte del público, benévolo, generoso, aplaudió indulgente. José Conejo Aguilar, mi compañero y compadre, prorrumpió en gritos de: “¡Qué salga el autor, que salga el autor!”. Por su parte, Rafael Valencia Rivera, otro compañero que siempre me distinguió con su afecto bromeaba desde las gradas: “¡No hacerle caso, que es el compadre!”. Me refugié en un camerino. Allá fueron por mi dos bellas damitas de la compañía del señor Portes, obligándome a salir a “recoger los aplausos”, mientras continuaban las protestas de Valencia. Una noche inolvidable de la que puede resarcirme, aunque modestamente el mismo día del estreno en el “Pascualini” de la obra premiada al señor Gómez de la Mata, ya que en el mismo concurso obtuve el segundo premio, por una obrita en un acto escrita en el marco del homenaje nacional rendido aquel año a los hermanos Álvarez Quintero.

Así terminaron, sin que por ello hayan perdido nada los amantes del arte de “Talía” mis torpes inquietudes como autor teatral. EL CINE.

Mis primeros recuerdos de esta maravilla del ingenio humano, que en los días de su balbuceante aparición pocos creyeron pudiera alcanzar la extraordinaria importancia que tomó apenas unos años después, se remontan a la época ya triunfal, en la que el desarrollo de la película podrá seguirse a través de los textos impresos en la propia cinta. No alcancé, por tanto, como simple espectador, aquellos tiempos en que, para ayudar al público en la comprensión de las escenas que se sucedían en la pantalla, existía un “narrador” que de modo pintoresco, muchas veces con gracejo, seguía a su manera personal, el guión que se le entregaba para ello. Aquel narrador constituía una parte muy importante en el desarrollo del espectáculo.

Mis primeros recuerdos en lo que al cine se refiere, corresponden a la época gloriosa de “Charlot”, Fatty y Mabel, en sus graciosísimas películas de “una parte” que cumplían -¿quién podía pensar entonces en que aquel “Charlot” iba a llegar a ser el gran Charles Chaplin reconocido como el más grande genio del arte del celuloide?- abriendo la sesión como simples “teloneros”, utilizado como atracción para los niños

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que disfrutábamos de verdad, en medio de ruidosas carcajadas y espontáneos comentarios infantiles. Fueron los días triunfales de la Bertini y de Rodolfo Valentino; los de las películas de serie en numerosos episodios. Y, para los linenses, las de las dos funciones diarias en el “Parque” y el “Cómico”, y en las temporadas veraniegas en el “Salón del Parque”, aquél con el que terminó un voraz incendio cuando años más tarde había ascendido a elegante local de una sociedad de “recreos”.

Al final de los veinte asistimos ya a los tanteos del cine sonoro con la sincronización de efectos musicales, de cuya revolucionaria innovación fui espectador por primera vez en el “Parque”, exhibición de la que sólo recuerdo se repetía como tema musical los acordes de “La Marsellesa”, tal vez como homenaje a los hermanos Lumiére. Y rápidamente, casi con la misma vertiginosidad que pasa la película ante el objetivo del proyector, el paso trascendental, definitivo, la gran conquista técnica del cine hablado.

Durante este proceso evolutivo, de rápido avance, de esta industria, que se convirtió en una de las más importantes con cierta influencia en la balanza comercial de los EE.UU., la afición al cine fue creciendo en La Línea, y con ella los locales dedicados a este espectáculo.

Don Ruperto Toledano Fernández construyó de madera el “Salón Victoria” al final de la calle de San Pablo, próximo al arco de hierro, con el se pretendió dar cierta prestancia al “Paseo de la Velada”, don Juan Beaty convirtió la Plaza de Toros durante varios veranos, en popularísimo cine “al aire libre”; don José Estripot Dorado erigió en un espacioso solar frente al patio de Serruya, el “Cinema X”; los herederos de don Bartolomé Lima convirtieron en “Cine Cómico Jardín” el huerto de su propiedad ubicado al principio de la calle Reina Cristina; Trino Cruz dio su nombre al cine de verano que explotó durante varias temporadas en los terrenos de la Huerta de Russi, con entradas por las calles de la Aurora y Reina Cristina. Y por último, don Cristóbal Ramírez Álvarez, acondicionó también como cine de verano, un terreno de la calle San Bernardo que funcionó varios años como “Cine El Chorro”. TRINO CRUZ. CINEASTA.

Si bien por sus especiales características el cine no se prestaba como el teatro a su cultivo por aficionados, La Línea no dejó de estar presente en las realizaciones del séptimo arte, aunque sólo fugaz y modestamente. Fue Trino Cruz en otra de

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sus facetas, quien cumplió con ese papel. Actuó como galán en los balbuceos del cine español en una película que llevó por título “La Local del Monasterio”. Esta mención me trae el recuerdo de otras de las genialidades de este linense, cuya biografía si alguien se encargase de hacerla con cariño y pasión, estaría formada en lo esencial, por riquísimo anecdotario de una vida especialmente la de sus años jóvenes, plena de felices ocurrencias, de derroche de chispeante ingenio.

La nota a que me refiero se relaciona con la época en que fue empresario del Teatro del Parque. Un buen día desenlató “La Loca del Monasterio” para pasarla en una de las funciones de aquel teatro. La anunció a bombo y platillo y para que no faltara la “salsa” con la que siempre aderezaba todas sus cosas, tuvo “el buen cuidado” de destacar al pie del programa una importante advertencia dirigida “A sus bellas paisanas”, aclarando que aunque resultaba casándose al final de la película, ello no era más que pura ficción, pues seguía soltero y “en estado de merecer”. ANTONIO MORENO, LA LINEA Y EL CAMARERO GIBRALTAREÑO.

Durante muchos años creía que el popular actor Antonio Moreno, una de las más relevantes figuras de Hollywood del primer tercio de este siglo, había nacido en La Línea, creencia que tuvo su origen en una primera biografía que de este artista compré por cinco o diez céntimos en la modesta librería propiedad de don Francisco Sanchís Avilés, establecida en la calle de las Flores, esquina con la de Jardines. En dicha biografía, -un cuadernillo de no más de treinta páginas- se señalaba como lugar de nacimiento del héroe cinematográfico del legendario Oeste americano, nuestro pueblo. Cuando años más tarde intenté comprobar el dato, Agustín Ciatelo, a la sazón oficial de nuestro Juzgado Municipal, me informó que en aquel Registro Civil no encontró la inscripción del nacimiento del cineasta. La duda quedó en el aire, aunque lo que en definitiva parece cierto es que Antonio Moreno, hijo de un carabinero, nació en Los Barrios en ello estuvo la confusión del autor de aquella biografía mis años infantiles.

Pero no fui yo el único que estaba en este error, A este respecto, recuerdo una anécdota que no me resisto a traer a estas páginas.

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Una tarde en la que me disponía a saborear aquel exquisito café que podía degustarse por solo treinta céntimos en cualquiera de los populares establecimientos del género en Gibraltar, al acercarse para atenderme con la simpática solicitud que era habitual en los hombres de esta profesión, el camarero de turno retiró, poniendo cierta devoción en ello, la colilla de un cigarro puro que el cliente que me había precedido dejó en el cenicero de cristal que estaba sobre la mesa. Tomó una servilleta de papel envolviendo cuidadosamente la colilla y me preguntó con manifiesta ingenuidad, casi con el mismo tono en que los niños juegan a las adivinanzas:

-¿A qué no adivina quién ha dejado aquí esta colilla? Es un paisano de usted muy célebre.

Inopinadamente se me encendió el “foco”, cosa rara en mí porque nunca fue este mi fuerte, y acordándome que acababa de leer en la prensa que estaba de vacaciones en nuestro rincón el popular cineasta, le respondí sin titubeo:

-¡Antonio Moreno! -El mismo. Por eso he recogido esta colilla, para

conservarla como recuerdo. Animado, tal vez, por haber entrado en el juego de su

adivinanza, me contó que era aficionado a coleccionar recuerdos de personajes a los que tenía oportunidad de servir por su profesión. Me aseguró que le tocó hacerlo en el banquete con el que las autoridades del Peñón agasajaron al rey Eduardo VII con motivo de su visita oficial a Gibraltar. En aquella ocasión, igual que acababa de hacer la tarde de mi relato, cogió la colilla del puro que se había fumado el monarca y la guardó como una reliquia. Años más tarde se repitió el mismo hecho con motivo de la presencia en la plaza de Jorge V, y ahora viene lo mejor, cuando en ocasión posterior estuvo en Gibraltar el Príncipe de Gales, -aquel que renunció por amor a la Corona, y murió como duque de Windsor-, también correspondió a mi amigo servirle en el banquete oficial. Y aprovechó la oportunidad para acercarse a Su Alteza y entregarle las “reliquias” que tan devotamente había conservado durante tantos años.

Estas son colillas de los puros que fumaron en sus visitas a Gibraltar su padre y su abuelo. Se las entrego porque sé que le gustará conservarlas como recuerdo de su estancia en este pueblo.

El príncipe, muy emocionado, recibió agradecido el obsequio.

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¿Figurarán aquellas dos colillas, chupeteadas por los reales labios de dos soberanos del Imperio Británico, en algún rincón de uno de los palacios de la Corona? LOS EMPRESARIOS.

En los años de estos recuerdos los locales propiedad de don Bartolomé Lima Ortiz, estuvieron regentados por el propio señor Lima, su yerno don Francisco del Villar Sánchez y su nieto don Emilio del Villar Lima, durante muchos años auxiliados por el fiel Felipe; “el Parque” y el “Salón Victoria”, por su propietario don Ruperto Toledano Fernández, el cual contó en algún periodo con la colaboración de don Juan Borgoñón Florín, don Guillermo Fares, don Trinidad Cruz Herrera y don José Vinuesa; el “Cinema X”, por don José Estripot Dorado; el “Salón Amaya” por su propietario don Ramón Amaya, y el “Cine el Chorro”, por don Cristóbal Ramírez Álvarez.

Como dato curioso y sin que en ello deba verse otra intención que no sea la de pura anécdota, señalaré, cerrando este capítulo, que fueron personalidades que ocuparon la Alcaldía de nuestra ciudad, los que, a sus expensas, dotaron de locales de espectáculos a La Línea. Así, don Luis Ramírez Galuzo, acometió la empresa de construir la Plaza de Toros; don Ruperto Toledano Fernández, el “Parque de la Victoria”, con sus dos salas de espectáculos, así como el “Salón Victoria”, en el Paseo de la Velada, y don Bartolomé Lima, el “Cómico”, el “Cómico Jardín” y el “Pascualini”. Por su parte, don José Cayetano Ramírez Galuzo, fue propietario del “reñidero de gallos” que existió al final de la calle Del Águila.

LA LÍNEA DE MIS RECUERDOS Enrique Sánchez-Cabeza Earle.