el teatro en asturias entre el medievo y la edad … · 2019-06-18 · el teatro en asturias entre...
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EL TEATRO EN
ASTURIAS ENTRE EL
MEDIEVO Y LA EDAD
MODERNA
Javier Fernández Conde
En el panorama de las letras asturianas, abigarrado y variopinto, y solo en ocasiones con obras de verdadero interés, las investigaciones sobre tea
tro eran prácticamente nulas o de valor muy reducido. El libro del profesor Menéndez Peláez, que acaba de ver la luz (*), cubre de verdad un vacío, y en esta ocasión el socorrido tópico se convierte en afirmación completamente válida. Menéndez Peláez nos ofrece con el mencionado trabajo una descripción apretada, y sencilla a la vez, sobre esta parcela de la cultura asturiana, tan poco trillada hasta ahora por los estudiosos. No se trata de una síntesis compendiosa, elaborada a partir de trabajos preexistentes. Gran parte de las páginas del presente libro son el resultado de una paciente labor investigadora de primera mano que supuso el buceo sistemático en fuentes manuscritas, esparcidas en varios archivos, de manera especial en el Archivo Capitular de Oviedo, el principal venero de noticias relativas al teatro religioso de finales de la Edad Media y de varios siglos de la Moderna. Otras fuentes de menor entidad, algunas de índole tradicional, recogidas por el autor y vivas todavía en la memoria de algunos pueblos asturianos, quizás tengan inferior categoría, pero poseen el encanto de la ingenuidad popular.
El lector no encontrará en este libro autores de primera línea ni obras descollantes por la riqueza de su contenido o por su peifección formal. Pero sí podrá percibir con facilidad cómo las distintas corrientes y transformaciones del teatro peninsular, estrechamente vinculadas a la evolución de este género literario en la Romania, también cruzaron los siempre permeables «Pirenneos Montes» de la Cordillera Cantábrica, animando la vida cultural de la región. A través de frecuentes referencias, la mayoría de ellas de tipo económico, relacionadas con estipendios o gastos generados por las puestas en escena de distintas piezas dramáticas, se pueden vislumbrar e incluso reconstruir los hitos principales de la historia del teatro en el ámbito acotado histórica y geográficamente, aunque en esta tierra resulte difícil venir «de lexos
por ser montagnas», como proclaman unas constituciones sinodales del siglo XVI (1). El cabildo de Oviedo puede permitirse el lujo de responder afirmativamente a las demandas de la catedral de León que se encontraba con dificultades para representar la Sibila, enviando «un niño de buena voz» que la cantara, «porque allá no la tienen».
El libro de Menéndez Peláez se abre planteando una vieja y discutida cuestión: los orígenes del teatro medieval. Estamos totalmente de acuerdo con él, cuando subraya que las actividades dramáticas renacen principalmente en la Edad Media por imperativos litúrgicos y catequéticos. Al fin y al cabo la liturgia cristiana, estructurada sobre la celebración de los misterios fundamentales de la vida de Cristo: la Pascua, el Nacimiento y la Epifanía, era el clima adecuado para idear y representar las primeras obras medievales. La secuencia narrativa de dichos misterios, así como su celebración cultural tenían elementos que constituían, por sí mismos, toda una invitación para su dramatización, tanto dentro de la misma liturgia como fuera de ella en funciones paralitúrgicas. Todavía hoy en algunas celebraciones religiosas las lecturas bíblicas se leen por varias personas, con el fin de dar más vigor a su estructura narrativa. Y no faltan experiencias de catequesis, en las que un grupo de niños asume la puesta en escena de escenas bíblicas, cumpliendo de esa formá los requisitos postulados por Y oung para que cualquier obra merezca el nombre de dramática: «una historia presentada de manera activa, en la cual los locutores o actores representen a determinados personajes». Nada tiene de extraño que los clérigos aparezcan en la Edad Media como actores de los dramas celebrados dentro o fuera de sus respectivas iglesias, muy cerca de los desenfadados juglares o siendo ellos mismos protagonistas de las pantomimas y parodias ejecutadas por esta clase de personajes, a pesar de las continuas prohibiciones legales de tales menesteres, considerados poco dignos para la condición clerical. Las severas constituciones del legado papal Juan de Abbeville, promulgadas en Valladolid el año 1228, ordenan ya «que los clérigos non usen de los oficios desonestos, de los cuales usan algunos legos», y que «no sean en compañas do están joglares et trashechadores, et que se escusen de entrar en las tabiemas, salvo con necesidad, et con priesa, non lo pudiendo escusar yendo de camino, et non joguen los dados nin las taulas» (2).
Pero no todo el teatro medieval nació a la sombra de las iglesias y Menéndez Peláez, como otros autores actuales, es bien consciente de ello. Parece que la actividad de fos histriones -los herede-
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ros de los mimi de Bajo Imperi0- continuaron sin solución de continuidad, como afirma Lázaro Carreter, a lo largo de todo el Medievo. En Asturias los joculatores o juglares, continuadores de las viejas artes histriónicas, siguieron divirtiendo también al pueblo, a lo largo de los siglos medievales. Varios testimonios documentales nos ofrecen los nombres de algunos y sabemos que no faltaron entre ellos juglaresas. Estos personajes, laicos o eclesiásticos, contribuyeron a mantener viva el alma dramática de la sociedad medieval, popularizando más, si cabe, el ingenuo teatro religioso y animando probablemente los primeros intentos de teatro específicamente seculares.
Además, el calendario de fiestas profanas -la mayoría de ellas relacionadas con la evolución estacional y muy vinculadas a los distintos ciclos agrarios-, variopinto y con numerosos elementos celebrativos, debió de contribuir asimismo a la gestación de representaciones de valor más o menos dramático, de carácter marcadamente popular. El folklore cargado de connotaciones religiosas, frecuentemente de ascendencia precristiana, tuvo en todas partes una estrecha relación con las festividades litúrgicas cristianas. De hecho, el calendario eclesiástico se ajustó en buena medida al
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profano, en un intento de reconducir la capacidad festiva de cada pueblo, impregnada de religiosidad y acrisolada a través de muchos siglos, hacia expresiones de naturaleza explícitamente cristiana. Menéndez Peláez tiene también en cuenta esta vía de potencialidad dramática, muy fácil de reconocer en Asturias, porque se mantuvo viva hasta hace poco tiempo. En la parte final de su libro hace desfilar a comparsas de sidrios o guirrios, zamarrones, guilandeiros, brabancos, zaparrastras y otros personajes similares, que recorrían las comarcas de la región, casi siempre las más alejadas de los centros neurálgicos, realizando pequeñas representaciones, que muy bien podrían ser calificadas de dramáticas.
La tesis de Juan Uría Ríu sobre el significado y el origen de estas comparsas, aducida por Menéndez Peláez como contrapuesta a la de F. Vigil, parece perfectamente válida. Todo hace pensar que las actividades de las citadas procesiones populares enlazan sin solución de continuidad con estratos culturales precristianos. El misterio de la fecundidad, las transiciones de un ciclo temporal a otro, los momentos fuertes de la propia existencia humana -sobre todo la muerte y el origen de la vida- estuvieron desde muy pronto impregnadas de un halo de sacralidad que favoreció celebraciones rituales cargadas de virtualidades dramáticas. La implantación del cristianismo no pudo erradicar dichas representaciones que consiguieron sobrevivir a pesar de las prohibiciones que cayeron sobre ellas. Algunas lograron subsistir en forma de juegos de escarnio, entrando en las mismas celebraciones festivas de la liturgia cristiana. En varios pueblos de Castilla el «Colacho»: personificación del diablo o antitipo de Cristo exaltado en el Misterio Eucarístico, sigue siendo todavía el protagonista de una farsa eucarística intercalada en el ceremonial de la fiesta del Corpus (3). Pero otras celebraciones primitivas quedaron reducidas a meras actividades lúdicras, desvinculadas de su sentido primigenio. La fiesta del Obispillo, en la que un joven representaba el papel del obispo o del abad en catedrales y monasterios, desde la solemnidad de San Nicolás (6 de diciembre) hasta la de los Inocentes (28 de diciembre), fue muy popular en Europa y en la Península. Esta subversión momentánea del orden establecido se convirtió pronto en simple pasatiempo cómico, pero en el fondo de la misma latía el recuerdo de aquellas fiestas que desde las primeras formaciones culturales han tratado de celebrar ritualmente y representar al mismo tiempo, el paso de un ciclo temporal: el año viejo que terminaba, a otro que se estrenaba: el nuevo año. Desde el siglo XIII exis-
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ten referencias sobre el sencillo juego escénico en Cataluña. En las diócesis castellanas a partir del XIV. En la catedral de Oviedo también perviventestimonios de la simpática fiesta del obispillo deSan Nicolás y de los Inocentes, recogidos puntualmente por Menéndez Peláez.
El capítulo dedicado al teatro en la iglesia catedral, el más dilatado de toda la obra, constituye también la aportación más valiosa de toda la investigación. Gracias a las noticias archivísticas espigadas por el autor en el Archivo Capitular podemos reconstruir el panorama aproximado de lo que sería la vida teatral del mundo catedralicio ovetense, desde finales de la Edad Media hasta bien entrada ya la Modernidad. Los dos tropos del Officium Pastorum y del Officium Stellae, que recoge esta parte del libro, tomados del Misal según la costumbre de la Iglesia de Oviedo, vienen a enriquecer las numerosas noticias sobre tan singular género literario, importante a la hora de precisar el renacimiento del teatro en la Edad Media. La obra del benedictino canadiense Donovan (The liturgical drama in medieval Spain) que fue pionera en este campo, no conoce los tropos ovetenses. El misal citado más arriba fue editado a mediados del XVI, pero refleja una tradición más antigua.
Las fuentes capitulares examinadas por el autor nos ofrecen asimismo numerosas referencias sobre la representación de la Sibila, los autos y los coloquios navideños y diversas dramatizaciones realizadas en el ámbito de la catedral durante la navidad y en otros tiempos y fiestas esparcidos por todo el calendario litúrgico, especialmente la del Corpus. Podemos constatar una vez más que la vida cultural y religiosa del cabildo ovetense en nada se distinguía de la de otras catedrales peninsulares en la misma época. Sin embargo, quizá Menéndez Peláez peque de apasionado a la hora de valorar el significado de las actividades dramáticas, que acompañaban las solemnidades del Corpus, cuando dice: «no parece excesivo afirmar que la catedral de Oviedo fue una de las pioneras de estas representaciones dramáticas». Tenemos datos relativos a las dramatizaciones y juegos de varias procesiones del Corpus en otras diócesis castellanas mucho antes que en Oviedo. Y sabemos, por ejemplo, que el año 1501 la procesión salmantina contaba ya entre sus actos con la escenificación del Auto del Dios de Amor (4).
El autor dedica unas páginas a la «Casa de Comedias del Fontán», el segundo escenario de la vida teatral ovetense, y analiza también brevemente el teatro del Colegio de Jesuítas de San Matías. La presencia de los jesuítas en Oviedo fue
importante para la vida cultural de la capital del Principado. Las obras teatrales representadas en éste y en otros colegios de la orden, compuestas con frecuencia por los mismos profesores y generalmente en latín, perseguían oojel:ivos de carácter didáctico. Es cosa sabida que la formación retórica impartida en los colegios de la Compañía alcanzaba cotas sobresalientes para los niveles de la época. Nos parece que en este apartado Menéndez Peláez tendría que examinar los «papeles de jesuitas» del Archivo del Ayuntamiento de Oviedo. Probablemente le pudieran aportar datos complementarios de interés. Las actividades dramáticas de la Universidad que completan la panorámica teatral de Oviedo, no tienen la relevancia que cabría esperar, si las comparamos con lo realizado en las tres entidades mencionadas más arriba.
Dos capítulos de la obra recogen y resumen la historia dramática de Gijón y Avilés durante estos siglos posmedievales. No puede parangonarse a la de Oviedo ni cualitativa ni cuantitativamente. En Gijón el Real Instituto fue un «importante centro de actividad dramática, sobre todo en el último decenio del siglo XVIII», contrastando su apertura con la actuación un tanto retrógrada del Ayuntamiento. El autor precisa que el primer teatro público de la Villa de Jovellanos no se construyó hasta bien entrado el siglo XIX. El de Avilés un poco antes. Al parecer, los claustros de los Padres Franciscanos de esta villa albergaron también más de una vez farándulas de comediantes y actores. Menéndez Peláez llega razonablemente a dicha conclusión, atendiendo al carácter litúrgico o paralitúrgico de muchas obras compuestas o representadas entonces.
Los restantes núcleos urbanos de la región muy ayunos de cultura, tampoco pudieron servir de estímulo adecuado para la composición de piezas dramáticas de cierta entidad. El autor ha querido dedicar un capítulo entero a Pedro Alvarez de Acebedo, un clérigo de Castropol de la Segunda parte del siglo XVI, probablemente el responsable del Auto del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, copiado en el Ms. 64 de la Universidad de Oviedo. Pero dicha autoría se presenta «más como una hipótesis de trabajo que como una conclusión». Y el juicio emitido por él sobre la calidad literaria de la breve pieza dista bastante de ser halagüeño: «el auto navideño de Alvarez de Acebedo es una muestra de la amplia colección que recoge el Códice de Autos Viejos. Son piezas de escaso valor literario; su técnica y sus recursos dramáticos son sencillos e ingenuos». Pero destaca en él la pervivencia, siempre interesante, de
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herencias dramáticas de carácter popular y religioso, aunque a veces «degeneren en auténtica vulgaridad».
Finalmente, el autor trata de acercarse al teatro o a las posibles celebraciones con elementos dramáticos de las villas y pueblos asturianos. En laúltima parte del trabajo hace un bosquejo rápidode algunas celebraciones festivas y paralitúrgicasrelacionadas con las grandes fechas religiosas delcalendario anual cristiano, especialmente del ciclode Navidad y del de Pascua. Muchas de ellassubsisten todavía en numerosas parroquias asturianas. Y todas tienen una estructura bastante parecida. La colección exhaustiva de las mismas contodas sus partes integrantes, como etapa previapara un análisis definitivo y para evitar que pudieran perderse, constituiría una labor de verdaderointerés, que nos atrevemos a brindarle a Menéndez Peláez para complementar este trabajo.
El capítulo VI del libro hace referencia a la conocida polémica sobre el teatro en España durante los siglos XVII y XVIII, examinando con detenimiento las repercusiones de la misma en Asturias. Algunos personajes destacados de la
época eran tolerantes, otros se mostraron abiertamente favorables a esta clase de actividades culturales. Para el P. Carballo «la comedia es descanso del trabajo / para volver a él con más aliento; / alaba al bueno, condena al vil y bajo; / es toda la vida un documento, / para saber vivir un llano atajo, / espejo do se mira el avariento, / el necio, astuto, loco, y el vicioso». Jovellanos pone de relieve las funciones pedagógicas y educativas de las piezas dramáticas: «Un teatro donde puedan verse continuos y heroicos ejemplos de reverencia al Ser Supremo y a la religión de nuestros padres, de amor a la patria, al soberano y a la constitución ... », constituye para el polígrafo asturiano el supremo objetivo de toda buena obra teatral. Las autoridades civiles nadaron más entre dos aguas a la hora de dar luz verde a determinados espectáculos, aunque a la larga acabaran por ceder, a pesar de la oposición de algunos sectores más conservadores, entre los que se encontraban a veces clérigos de cierto renombre.
Menéndez Peláez nos ofrece en el Apéndice el texto completo del auto de Navidad de Alvarez de Acebeda. Aunque no constituya una primicia, resulta un buen broche para este trabajo, ágil, acertadamente construido y lleno de sugerencias, que ocupará, sin duda, un lugar destacado en la historia literaria del Principado. Desde aquí queremos animar calurosamente al autor para que complete sus investigaciones hasta la época actual exhumando textos que las ilustren y nos ayuden a conocer mejor un área tan importante de nuestro pasado cultural. En la segunda solapa del presente libro ya promete una colección de obras dramáticas (en castellano y bable) de los siglos �XVI, XVII y XVIII. Nos felicitamos por .::!', ello anticipadamente. ..
NOTAS:
(1) Constituciones sinodales de Tristán Calvete, año 1554,de próxima publicación en el v. III del Synodicon Hispanicum.
(2) El texto de la constitución del legado pontificio en J.Tejada y Ramiro, Colección de cánones y de todos los concilios de La iglesia de España y de América, v. III, p. 326.
(3) Cfr. F. G. Very, The Spanish Corpus Christi Processión: a literary and folkloric study, Valencia, 1962. Sobre el «Colacho» burgalés: E. Pérez Calvo, El Corpus Christi y sus derivaciones folklórico-alegóricas. El Cola cho burgalés, una pantomima sacramental (Burgos, 1973; Memoria de Licenciatura inédita).
(4) J. Sánchez Herrero, La diócesis del reino de León.Siglos XIV y XV (León, 1980), pp. 288 y ss.
(*) El teatro en Asturias (de la Edad Media al siglo XVIII): J. Menéndez Peláez, Gijón, 1981; edic. Noega, 201 pp .
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