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___________________ �-------------------- EL TEATRO EN ASTURIAS ENTRE EL MEDIEVO Y LA EDAD MODERNA Javier Fernández Conde E n el panorama de las leas asturia- nas, abigarrado y variopinto, y solo en ocasiones con obras de verdadero interés, las investigaciones sobre tea- tro eran prácticamente nulas o de valor muy redu- cido. El libro del profesor Menéndez Peláez, que aca de ver la luz (*), cubre de verdad un vío, y en esta ocasión el socorrido tópico se convierte en irmación completamente válida. Menéndez Peláez nos oece con el mencionado trabajo una descripción apretada, y sencilla a la vez, sobre esta parcela de la culra asturiana, tan poco tri- llada hasta ahora por los estudiosos. No se trata de una síntesis compendiosa, elaborada a partir de trabajos preexistentes. Gran parte de las páginas del presente libro son el resultado de una paciente labor investigadora de primera mano que supuso el buceo sistemático en entes manuscritas, es- parcidas en varios archivos, de manera especi en el Archivo Capitul de Oviedo, el principal ve- nero de noticias relativas teatro religioso de fines de la Edad Media y de varios siglos de la Moderna. Otras entes de menor entid, gunas de índole tradicion, recogidas por el autor y vi- vas todavía en la memoria de gunos pueblos asturianos, quizás tengan inferior categoría, pero poseen el encanto de la ingenuidad popular. El lector no encontrará en este libro autores de primera línea ni obras descolltes por la riqueza de su contenido o por su peección form. Pero sí podrá percibir con cilidad cómo las distintas corrientes y transformaciones del teatro peninsu- lar, estrechamente vinculadas a la evolución de este género literario en la Romania, también cru- zaron los siempre permeables «Pirenneos Mon- tes» de la Cordlera Cantábrica, animando la vida cultural de la región. A través de ecuentes refe- rencias, la mayoría de ellas de tipo económico, relacionadas con estipendios o gastos generados por las puestas en escena de distintas piezas dra- máticas, se pueden vislumbrar e incluso recons- truir los hitos principales de la historia del teatro en el ámbito acotado histórica y geogricamente, aunque en esta tierra resulte díc venir «de lexos por ser montagnas», como proclaman unas consti- tuciones sinodes del siglo XVI (1). El cabildo de Oviedo puede permitirse el lo de responder irmativamente a las demandas de la catedral de León que se encontraba con dificultades para re- presentar la Sibila, enviando «un niño de buena voz» que la canta, «porque lá no la tienen». El libro de Menéndez Peláez se abre planteando una vieja y discutida cuestión: los orígenes del teatro medieval. Estamos totalmente de acuerdo con él, cuando subraya que las actividades dramá- ticas renacen principmente en la Edad Media por imperativos litúrgicos y catequéticos. Al fin y al cabo la liturgia cristiana, estructurada sobre la celebración de los misterios ndamentes de la vida de Cristo: la Pascua, el Nacimiento y la Epi- fanía, era el clima adecuado para ide y represen- tar las primeras obras medieves. La secuencia naativa de dichos misterios, así como su cele- bración cultur tenían elementos que constituían, por sí mismos, toda una invitación para su drama- tización, tto dentro de la misma liturgia como era de ella en nciones paritúrgicas. Todavía hoy en algunas celebraciones religiosas las lectu- ras bíblicas se leen por varias personas, con el fin de d más vigor a su estructura narrativa. Y no ft experiencias de catequesis, en las que un grupo de niños asume la puesta en escena de es- cenas bíblicas, cumpliendo de esa formá los requi- sitos postulados por Young pa que cualquier obra merezca el nombre de dramática: «una histo- ria presentada de manera activa, en la cual los locutores o actores representen a determinados personajes». Nada tiene de extraño que los cléri- gos aparezcan en la Ed Media como actores de los dramas celebrados dentro o era de sus res- pectivas iglesias, muy cerca de los deseadados jugles o siendo ellos mismos protagonistas de las pantomimas y parodias ejecutadas por esta clase de persones, a pes de las continuas prohibi- ciones legales de tes menesteres, considerados poco dignos para la condición cleric. Las seve- ras consticiones del legado papal Juan de Abbe- ville, promulgadas en Valladolid el año 1228, or- denan ya «que los clérigos non usen de los oficios desonestos, de los cues usan gunos legos», y que «no sean en compañas do están jogles et trashechadores, et que se escusen de entrar en las tiemas, salvo con necesid, et con priesa, non lo pudiendo escusar yendo de camino, et non jo- guen los dados nin las taulas» (2). Pero no todo el teatro mediev nació a la som- bra de las iglesias y Menéndez Peláez, como otros autores actues, es bien consciente de ello. Pa- rece que la actividad de fos histriones -los herede- •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••50

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EL TEATRO EN

ASTURIAS ENTRE EL

MEDIEVO Y LA EDAD

MODERNA

Javier Fernández Conde

En el panorama de las letras asturia­nas, abigarrado y variopinto, y solo en ocasiones con obras de verdadero interés, las investigaciones sobre tea­

tro eran prácticamente nulas o de valor muy redu­cido. El libro del profesor Menéndez Peláez, que acaba de ver la luz (*), cubre de verdad un vacío, y en esta ocasión el socorrido tópico se convierte en afirmación completamente válida. Menéndez Peláez nos ofrece con el mencionado trabajo una descripción apretada, y sencilla a la vez, sobre esta parcela de la cultura asturiana, tan poco tri­llada hasta ahora por los estudiosos. No se trata de una síntesis compendiosa, elaborada a partir de trabajos preexistentes. Gran parte de las páginas del presente libro son el resultado de una paciente labor investigadora de primera mano que supuso el buceo sistemático en fuentes manuscritas, es­parcidas en varios archivos, de manera especial en el Archivo Capitular de Oviedo, el principal ve­nero de noticias relativas al teatro religioso de finales de la Edad Media y de varios siglos de la Moderna. Otras fuentes de menor entidad, algunas de índole tradicional, recogidas por el autor y vi­vas todavía en la memoria de algunos pueblos asturianos, quizás tengan inferior categoría, pero poseen el encanto de la ingenuidad popular.

El lector no encontrará en este libro autores de primera línea ni obras descollantes por la riqueza de su contenido o por su peifección formal. Pero sí podrá percibir con facilidad cómo las distintas corrientes y transformaciones del teatro peninsu­lar, estrechamente vinculadas a la evolución de este género literario en la Romania, también cru­zaron los siempre permeables «Pirenneos Mon­tes» de la Cordillera Cantábrica, animando la vida cultural de la región. A través de frecuentes refe­rencias, la mayoría de ellas de tipo económico, relacionadas con estipendios o gastos generados por las puestas en escena de distintas piezas dra­máticas, se pueden vislumbrar e incluso recons­truir los hitos principales de la historia del teatro en el ámbito acotado histórica y geográficamente, aunque en esta tierra resulte difícil venir «de lexos

por ser montagnas», como proclaman unas consti­tuciones sinodales del siglo XVI (1). El cabildo de Oviedo puede permitirse el lujo de responder afirmativamente a las demandas de la catedral de León que se encontraba con dificultades para re­presentar la Sibila, enviando «un niño de buena voz» que la cantara, «porque allá no la tienen».

El libro de Menéndez Peláez se abre planteando una vieja y discutida cuestión: los orígenes del teatro medieval. Estamos totalmente de acuerdo con él, cuando subraya que las actividades dramá­ticas renacen principalmente en la Edad Media por imperativos litúrgicos y catequéticos. Al fin y al cabo la liturgia cristiana, estructurada sobre la celebración de los misterios fundamentales de la vida de Cristo: la Pascua, el Nacimiento y la Epi­fanía, era el clima adecuado para idear y represen­tar las primeras obras medievales. La secuencia narrativa de dichos misterios, así como su cele­bración cultural tenían elementos que constituían, por sí mismos, toda una invitación para su drama­tización, tanto dentro de la misma liturgia como fuera de ella en funciones paralitúrgicas. Todavía hoy en algunas celebraciones religiosas las lectu­ras bíblicas se leen por varias personas, con el fin de dar más vigor a su estructura narrativa. Y no faltan experiencias de catequesis, en las que un grupo de niños asume la puesta en escena de es­cenas bíblicas, cumpliendo de esa formá los requi­sitos postulados por Y oung para que cualquier obra merezca el nombre de dramática: «una histo­ria presentada de manera activa, en la cual los locutores o actores representen a determinados personajes». Nada tiene de extraño que los cléri­gos aparezcan en la Edad Media como actores de los dramas celebrados dentro o fuera de sus res­pectivas iglesias, muy cerca de los desenfadados juglares o siendo ellos mismos protagonistas de las pantomimas y parodias ejecutadas por esta clase de personajes, a pesar de las continuas prohibi­ciones legales de tales menesteres, considerados poco dignos para la condición clerical. Las seve­ras constituciones del legado papal Juan de Abbe­ville, promulgadas en Valladolid el año 1228, or­denan ya «que los clérigos non usen de los oficios desonestos, de los cuales usan algunos legos», y que «no sean en compañas do están joglares et trashechadores, et que se escusen de entrar en las tabiemas, salvo con necesidad, et con priesa, non lo pudiendo escusar yendo de camino, et non jo­guen los dados nin las taulas» (2).

Pero no todo el teatro medieval nació a la som­bra de las iglesias y Menéndez Peláez, como otros autores actuales, es bien consciente de ello. Pa­rece que la actividad de fos histriones -los herede-

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ros de los mimi de Bajo Imperi0- continuaron sin solución de continuidad, como afirma Lázaro Ca­rreter, a lo largo de todo el Medievo. En Asturias los joculatores o juglares, continuadores de las viejas artes histriónicas, siguieron divirtiendo también al pueblo, a lo largo de los siglos medie­vales. Varios testimonios documentales nos ofre­cen los nombres de algunos y sabemos que no faltaron entre ellos juglaresas. Estos personajes, laicos o eclesiásticos, contribuyeron a mantener viva el alma dramática de la sociedad medieval, popularizando más, si cabe, el ingenuo teatro reli­gioso y animando probablemente los primeros in­tentos de teatro específicamente seculares.

Además, el calendario de fiestas profanas -la mayoría de ellas relacionadas con la evolución estacional y muy vinculadas a los distintos ciclos agrarios-, variopinto y con numerosos elementos celebrativos, debió de contribuir asimismo a la gestación de representaciones de valor más o me­nos dramático, de carácter marcadamente popu­lar. El folklore cargado de connotaciones religio­sas, frecuentemente de ascendencia precristiana, tuvo en todas partes una estrecha relación con las festividades litúrgicas cristianas. De hecho, el ca­lendario eclesiástico se ajustó en buena medida al

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profano, en un intento de reconducir la capacidad festiva de cada pueblo, impregnada de religiosidad y acrisolada a través de muchos siglos, hacia ex­presiones de naturaleza explícitamente cristiana. Menéndez Peláez tiene también en cuenta esta vía de potencialidad dramática, muy fácil de recono­cer en Asturias, porque se mantuvo viva hasta hace poco tiempo. En la parte final de su libro hace desfilar a comparsas de sidrios o guirrios, zamarrones, guilandeiros, brabancos, zaparrastras y otros personajes similares, que recorrían las co­marcas de la región, casi siempre las más alejadas de los centros neurálgicos, realizando pequeñas representaciones, que muy bien podrían ser califi­cadas de dramáticas.

La tesis de Juan Uría Ríu sobre el significado y el origen de estas comparsas, aducida por Menén­dez Peláez como contrapuesta a la de F. Vigil, parece perfectamente válida. Todo hace pensar que las actividades de las citadas procesiones po­pulares enlazan sin solución de continuidad con estratos culturales precristianos. El misterio de la fecundidad, las transiciones de un ciclo temporal a otro, los momentos fuertes de la propia existencia humana -sobre todo la muerte y el origen de la vida- estuvieron desde muy pronto impregnadas de un halo de sacralidad que favoreció celebracio­nes rituales cargadas de virtualidades dramáticas. La implantación del cristianismo no pudo erradi­car dichas representaciones que consiguieron so­brevivir a pesar de las prohibiciones que cayeron sobre ellas. Algunas lograron subsistir en forma de juegos de escarnio, entrando en las mismas cele­braciones festivas de la liturgia cristiana. En va­rios pueblos de Castilla el «Colacho»: personifica­ción del diablo o antitipo de Cristo exaltado en el Misterio Eucarístico, sigue siendo todavía el pro­tagonista de una farsa eucarística intercalada en el ceremonial de la fiesta del Corpus (3). Pero otras celebraciones primitivas quedaron reducidas a meras actividades lúdicras, desvinculadas de su sentido primigenio. La fiesta del Obispillo, en la que un joven representaba el papel del obispo o del abad en catedrales y monasterios, desde la solemnidad de San Nicolás (6 de diciembre) hasta la de los Inocentes (28 de diciembre), fue muy popular en Europa y en la Península. Esta subver­sión momentánea del orden establecido se convir­tió pronto en simple pasatiempo cómico, pero en el fondo de la misma latía el recuerdo de aquellas fiestas que desde las primeras formaciones cultu­rales han tratado de celebrar ritualmente y repre­sentar al mismo tiempo, el paso de un ciclo tem­poral: el año viejo que terminaba, a otro que se estrenaba: el nuevo año. Desde el siglo XIII exis-

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ten referencias sobre el sencillo juego escénico en Cataluña. En las diócesis castellanas a partir del XIV. En la catedral de Oviedo también perviventestimonios de la simpática fiesta del obispillo deSan Nicolás y de los Inocentes, recogidos pun­tualmente por Menéndez Peláez.

El capítulo dedicado al teatro en la iglesia cate­dral, el más dilatado de toda la obra, constituye también la aportación más valiosa de toda la in­vestigación. Gracias a las noticias archivísticas espigadas por el autor en el Archivo Capitular podemos reconstruir el panorama aproximado de lo que sería la vida teatral del mundo catedralicio ovetense, desde finales de la Edad Media hasta bien entrada ya la Modernidad. Los dos tropos del Officium Pastorum y del Officium Stellae, que recoge esta parte del libro, tomados del Misal según la costumbre de la Iglesia de Oviedo, vie­nen a enriquecer las numerosas noticias sobre tan singular género literario, importante a la hora de precisar el renacimiento del teatro en la Edad Me­dia. La obra del benedictino canadiense Donovan (The liturgical drama in medieval Spain) que fue pionera en este campo, no conoce los tropos ove­tenses. El misal citado más arriba fue editado a mediados del XVI, pero refleja una tradición más antigua.

Las fuentes capitulares examinadas por el autor nos ofrecen asimismo numerosas referencias so­bre la representación de la Sibila, los autos y los coloquios navideños y diversas dramatizaciones realizadas en el ámbito de la catedral durante la navidad y en otros tiempos y fiestas esparcidos por todo el calendario litúrgico, especialmente la del Corpus. Podemos constatar una vez más que la vida cultural y religiosa del cabildo ovetense en nada se distinguía de la de otras catedrales penin­sulares en la misma época. Sin embargo, quizá Menéndez Peláez peque de apasionado a la hora de valorar el significado de las actividades dramá­ticas, que acompañaban las solemnidades del Corpus, cuando dice: «no parece excesivo afirmar que la catedral de Oviedo fue una de las pioneras de estas representaciones dramáticas». Tenemos datos relativos a las dramatizaciones y juegos de varias procesiones del Corpus en otras diócesis castellanas mucho antes que en Oviedo. Y sabe­mos, por ejemplo, que el año 1501 la procesión salmantina contaba ya entre sus actos con la esce­nificación del Auto del Dios de Amor (4).

El autor dedica unas páginas a la «Casa de Comedias del Fontán», el segundo escenario de la vida teatral ovetense, y analiza también breve­mente el teatro del Colegio de Jesuítas de San Matías. La presencia de los jesuítas en Oviedo fue

importante para la vida cultural de la capital del Principado. Las obras teatrales representadas en éste y en otros colegios de la orden, compuestas con frecuencia por los mismos profesores y gene­ralmente en latín, perseguían oojel:ivos de carácter didáctico. Es cosa sabida que la formación retó­rica impartida en los colegios de la Compañía al­canzaba cotas sobresalientes para los niveles de la época. Nos parece que en este apartado Menén­dez Peláez tendría que examinar los «papeles de jesuitas» del Archivo del Ayuntamiento de Oviedo. Probablemente le pudieran aportar datos complementarios de interés. Las actividades dra­máticas de la Universidad que completan la pano­rámica teatral de Oviedo, no tienen la relevancia que cabría esperar, si las comparamos con lo rea­lizado en las tres entidades mencionadas más arriba.

Dos capítulos de la obra recogen y resumen la historia dramática de Gijón y Avilés durante estos siglos posmedievales. No puede parangonarse a la de Oviedo ni cualitativa ni cuantitativamente. En Gijón el Real Instituto fue un «importante centro de actividad dramática, sobre todo en el último decenio del siglo XVIII», contrastando su aper­tura con la actuación un tanto retrógrada del Ayuntamiento. El autor precisa que el primer tea­tro público de la Villa de Jovellanos no se cons­truyó hasta bien entrado el siglo XIX. El de Avilés un poco antes. Al parecer, los claustros de los Padres Franciscanos de esta villa albergaron tam­bién más de una vez farándulas de comediantes y actores. Menéndez Peláez llega razonablemente a dicha conclusión, atendiendo al carácter litúrgico o paralitúrgico de muchas obras compuestas o re­presentadas entonces.

Los restantes núcleos urbanos de la región muy ayunos de cultura, tampoco pudieron servir de estímulo adecuado para la composición de piezas dramáticas de cierta entidad. El autor ha querido dedicar un capítulo entero a Pedro Alvarez de Acebedo, un clérigo de Castropol de la Segunda parte del siglo XVI, probablemente el responsable del Auto del Nacimiento de Nuestro Señor Jesu­cristo, copiado en el Ms. 64 de la Universidad de Oviedo. Pero dicha autoría se presenta «más como una hipótesis de trabajo que como una con­clusión». Y el juicio emitido por él sobre la cali­dad literaria de la breve pieza dista bastante de ser halagüeño: «el auto navideño de Alvarez de Ace­bedo es una muestra de la amplia colección que recoge el Códice de Autos Viejos. Son piezas de escaso valor literario; su técnica y sus recursos dramáticos son sencillos e ingenuos». Pero des­taca en él la pervivencia, siempre interesante, de

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herencias dramáticas de carácter popular y reli­gioso, aunque a veces «degeneren en auténtica vulgaridad».

Finalmente, el autor trata de acercarse al teatro o a las posibles celebraciones con elementos dra­máticos de las villas y pueblos asturianos. En laúltima parte del trabajo hace un bosquejo rápidode algunas celebraciones festivas y paralitúrgicasrelacionadas con las grandes fechas religiosas delcalendario anual cristiano, especialmente del ciclode Navidad y del de Pascua. Muchas de ellassubsisten todavía en numerosas parroquias astu­rianas. Y todas tienen una estructura bastante pa­recida. La colección exhaustiva de las mismas contodas sus partes integrantes, como etapa previapara un análisis definitivo y para evitar que pudie­ran perderse, constituiría una labor de verdaderointerés, que nos atrevemos a brindarle a Menén­dez Peláez para complementar este trabajo.

El capítulo VI del libro hace referencia a la conocida polémica sobre el teatro en España du­rante los siglos XVII y XVIII, examinando con detenimiento las repercusiones de la misma en Asturias. Algunos personajes destacados de la

época eran tolerantes, otros se mostraron abier­tamente favorables a esta clase de actividades cul­turales. Para el P. Carballo «la comedia es des­canso del trabajo / para volver a él con más aliento; / alaba al bueno, condena al vil y bajo; / es toda la vida un documento, / para saber vivir un llano atajo, / espejo do se mira el avariento, / el necio, astuto, loco, y el vicioso». Jovellanos pone de relieve las funciones pedagógicas y educativas de las piezas dramáticas: «Un teatro donde pue­dan verse continuos y heroicos ejemplos de reve­rencia al Ser Supremo y a la religión de nuestros padres, de amor a la patria, al soberano y a la constitución ... », constituye para el polígrafo astu­riano el supremo objetivo de toda buena obra tea­tral. Las autoridades civiles nadaron más entre dos aguas a la hora de dar luz verde a determina­dos espectáculos, aunque a la larga acabaran por ceder, a pesar de la oposición de algunos sectores más conservadores, entre los que se encontraban a veces clérigos de cierto renombre.

Menéndez Peláez nos ofrece en el Apéndice el texto completo del auto de Navidad de Alvarez de Acebeda. Aunque no constituya una primicia, re­sulta un buen broche para este trabajo, ágil, acer­tadamente construido y lleno de sugerencias, que ocupará, sin duda, un lugar destacado en la histo­ria literaria del Principado. Desde aquí queremos animar calurosamente al autor para que complete sus investigaciones hasta la época actual exhu­mando textos que las ilustren y nos ayuden a conocer mejor un área tan importante de nuestro pasado cultural. En la segunda solapa del presente libro ya promete una colección de obras dramáti­cas (en castellano y bable) de los siglos �XVI, XVII y XVIII. Nos felicitamos por .::!', ello anticipadamente. ..

NOTAS:

(1) Constituciones sinodales de Tristán Calvete, año 1554,de próxima publicación en el v. III del Synodicon Hispanicum.

(2) El texto de la constitución del legado pontificio en J.Tejada y Ramiro, Colección de cánones y de todos los conci­lios de La iglesia de España y de América, v. III, p. 326.

(3) Cfr. F. G. Very, The Spanish Corpus Christi Proces­sión: a literary and folkloric study, Valencia, 1962. Sobre el «Colacho» burgalés: E. Pérez Calvo, El Corpus Christi y sus derivaciones folklórico-alegóricas. El Cola cho burgalés, una pantomima sacramental (Burgos, 1973; Memoria de Licencia­tura inédita).

(4) J. Sánchez Herrero, La diócesis del reino de León.Siglos XIV y XV (León, 1980), pp. 288 y ss.

(*) El teatro en Asturias (de la Edad Media al siglo XVIII): J. Menéndez Peláez, Gijón, 1981; edic. Noega, 201 pp .

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