el sueño del arquitecto del rey

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Texto y fotografía de J. Oliver-Bonjoch, 2015 Commemorating the 350 th anniversary of the Great Fire of London El sueño del arquitecto del Rey n 1666, Londres fue devastada por un gran incendio, pero, como la madre Roma dieciséis siglos antes, resurgió de sus cenizas airosa y monumental. Los londinenses supieron aprovechar la catástrofe para levantar sobre los cimientos medievales edificios más firmes, funcionales y bellos. Uno de los artífices de este prodigio fue Sir Christopher Wren, un científico que estudiaba Matemáticas, Geometría, Astronomía, Óptica... enseñaba en Oxford y había sido uno de los fundadores de la Royal Society. Justamente acababa de abrazar la pasión por la Arquitectura, cuando Wren fue nombrado ‘arquitecto del Rey’, con el magno encargo de reconstruir la Catedral de St. Paul y 50 iglesias más que habían sucumbido a las llamas. Habría rehecho toda la ciudad si se lo hubiesen permitido, pero su ambicioso proyecto urbanístico no sedujo a los propietarios de la City, incapaces de renunciar ni a un solo palmo de sus solares chamuscados. Como un digno hijo del Renacimiento y admirador de las proezas de Brunelleschi y Michelangelo, Sir Christopher se empeñó en culminar la nueva catedral con una gran cúpula que habría de dominar el perfil de Londres, igual que en Florencia y en Roma, pero tuvo que aguzar su ingenio para alcanzar los retos constructivos que él mismo se había fijado y, al mismo tiempo, liar a unos canónigos que desconfiaban de los ‘aires romanos’ de su proyecto. En un callejón de la ciudad que estaba renaciendo, lejos de los desafíos, de las abrumadoras responsabilidades y de las presiones que le rodeaban en St. Paul’s, Wren pudo soñar como un arquitecto del Quattrocento y jugar con la arquitectura como el Augusto Hadriano en su villa tiburtina. De este sueño creador nació la iglesia de St. Stephen Walbrook, donde la originalidad del arquitecto se nutrió de su conocimiento erudito de las antiguas rotondas de Roma y Jerusalén. Sin embargo, para hacernos creer que una cúpula romana se puede alzar sobre doce esbeltas columnas griegas, Wren tuvo que contar con la complicidad de maestros carpinteros, discretos, precisos y eficientes como sus colegas de los astilleros británicos. Creo que ésta es la obra arquitectónica más espiritual de Sir Christopher Wren, porque su estructura, etérea y elegante, y el espacio diáfano y luminoso que contiene contagian un deseo de equilibrio y elevación a los espíritus de quienes se recogen entre sus muros y saben gozar de la contemplación.

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Sobre Sir Christopher Wren, la iglesia de St. Stephen Walbrook y al Gran Incendio de Londres (1666).

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Texto y fotografía de J. Oliver-Bonjoch, 2015

Commemorating the 350th anniversary of the Great Fire of London

El sueño del arquitecto del Rey

n 1666, Londres fue devastada por un gran incendio, pero, como la madre Roma dieciséis siglos antes, resurgió de sus cenizas airosa y monumental. Los londinenses supieron aprovechar la catástrofe para levantar sobre los cimientos medievales edificios más firmes, funcionales y bellos. Uno de los artífices de este prodigio fue Sir Christopher Wren, un científico que estudiaba Matemáticas, Geometría, Astronomía, Óptica... enseñaba en Oxford y había sido

uno de los fundadores de la Royal Society. Justamente acababa de abrazar la pasión por la Arquitectura, cuando Wren fue nombrado ‘arquitecto del Rey’, con el magno encargo de reconstruir la Catedral de St. Paul y 50 iglesias más que habían sucumbido a las llamas. Habría rehecho toda la ciudad si se lo hubiesen permitido, pero su ambicioso proyecto urbanístico no sedujo a los propietarios de la City, incapaces de renunciar ni a un solo palmo de sus solares chamuscados.

Como un digno hijo del Renacimiento y admirador de las proezas de Brunelleschi y Michelangelo, Sir Christopher se empeñó en culminar la nueva catedral con una gran cúpula que habría de dominar el perfil de Londres, igual que en Florencia y en Roma, pero tuvo que aguzar su ingenio para alcanzar los retos constructivos que él mismo se había fijado y, al mismo tiempo, liar a unos canónigos que desconfiaban de los ‘aires romanos’ de su proyecto.

En un callejón de la ciudad que estaba renaciendo, lejos de los desafíos, de las abrumadoras responsabilidades y de las presiones que le rodeaban en St. Paul’s, Wren pudo soñar como un arquitecto del Quattrocento y jugar con la arquitectura como el Augusto Hadriano en su villa tiburtina. De este sueño creador nació la iglesia de St. Stephen Walbrook, donde la originalidad del arquitecto se nutrió de su conocimiento erudito de las antiguas rotondas de Roma y Jerusalén. Sin embargo, para hacernos creer que una cúpula romana se puede alzar sobre doce esbeltas columnas griegas, Wren tuvo que contar con la complicidad de maestros carpinteros, discretos, precisos y eficientes como sus colegas de los astilleros británicos.

Creo que ésta es la obra arquitectónica más espiritual de Sir Christopher Wren, porque su estructura, etérea y elegante, y el espacio diáfano y luminoso que contiene contagian un deseo de equilibrio y elevación a los espíritus de quienes se recogen entre sus muros y saben gozar de la contemplación.