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EL QUIJOTE EN EL DIÁLOGO ESPAÑA-EUROPA. DEL TERCER AL CUARTO CENTENARIO1
Alfonso Galindo Hervás
Universidad de Murcia
1. Introducción
Dos razones diferentes motivan lo implicado en el título de este artículo: la actual
realidad política española y el cuarto centenario del Quijote (en concreto, de la publicación de
su primera parte). Este trabajo pretende ofrecer cierta articulación de ambas razones, más que
una respuesta acabada a la complejidad que encierran.
Respecto de lo primero, hay dos fenómenos sociopolíticos que protagonizan la vida
española y que nos obligan a la práctica narcisista de reflexionar sobre qué es (es decir, qué
ha sido y qué queremos que sea) eso que llamamos España. Dichos fenómenos no son otros
que la anunciada reforma de la Constitución y la paralela de algunos de los Estatutos de
autonomía, por un lado, y el reciente referéndum (y aprobación parlamentaria) sobre el
Tratado –denominado Constitución— de la Unión europea, por otro. Ninguno de los dos es
fenómeno baladí, pues ambos tocan de lleno el corazón de la soberanía del Estado español,
depotenciándola. Tal debilitamiento de la soberanía estatal no me parece ni malo ni peligroso
para lo que pueda y deba considerarse España. Pero no es menos cierto que justifica la
reflexión acerca de la realidad que pueda tener España y lo español, o la afectación que a su
sustantividad –de tenerla— pueda producir una profundización en el federalismo –ya sea por
el previsible fortalecimiento de las comunidades nacionales, ya por el de la Unión europea.
A propósito de lo segundo, es la celebración del cuarto centenario del Quijote en el
contexto mencionado lo que ha motivado a la memoria para dirigir nuestra mirada a lo
sucedido hace cien años, es decir, en el contexto del tercer centenario de la magna obra.
También en ese caso España vivía sumida en una compleja y problemática situación en la
que, para muchos de nuestros mejores pensadores, estaba en juego el propio ser de la nación.
1 ALFA, 17, AAFI, 2005, págs. 281-295.
Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO
de Pensamiento Político Hispánico Alfonso Galindo Hervás,
El Quijote en el Diálogo España-Europa.Del tercer al cuarto centenario.
Desde estas premisas cobran nueva relevancia ciertas ideas de algunos de ellos que, por
haberse planteado análogos interrogantes, nos ayudan a esclarecer los propios y a ensayar
sugerencias interpretativas y propuestas. En efecto, filósofos, literatos e historiadores como
Azorín, Maeztu, Madariaga, Unamuno, Gaos, García Morente, Ortega y Gasset o Américo
Castro, entre otros, se embarcaron, en un difícil contexto deudor de 1898, en una reflexión
sobre España, su historia, su presente y su futuro. Los unía el problema de hasta qué punto
estaba la nación en condiciones de superar sus déficits históricos, así como de dónde debía
extraer nuevas energías que la revitalizasen y, a la par, la integraran plenamente en Europa.
Los unía, igualmente, la consideración del Quijote como obra superior que permitía
desarrollar reflexiones pertinentes para los problemas mencionados. En este trabajo intentaré
dar sucinta cuenta de algunas de sus sugerencias. Pero me detendré, sobre todo, en su interés
por plantear la necesidad de hallar un fenómeno cultural genuinamente español (y, por lo
tanto, índice y factor de lo español) de dimensiones europeas. Por decirlo brevemente: para
los autores citados, el Quijote es el producto cultural que puede ponernos en conexión con las
energías originarias. El Quijote es índice y factor de la regeneración española porque en él
hay una forma de humanidad salvadora y porque es la única propuesta en la que España
conecta con Europa. La razón es que en él se produce una síntesis insuperable de los ideales y
del realismo que, sin embargo, no escamotea la tensión entre ambos. No se trata en el Quijote
de mero idealismo fanático, sino de capacidad de transformar la realidad y reconciliarse con la
finitud. Ortega intentará mostrar que el tipo de hombre allí presente es el hombre con ethos,
un ethos específicamente español, pero humanista, moderno.
Creo que el análisis de los argumentos de algunos de los pensadores mencionados, si
bien nos lleve a cuestionar finalmente su manera de reapropiación del Quijote, posee la
ventaja de ser un planteamiento abiertamente europeísta pero que, sin embargo, no renuncia a
la singularidad española. Se trata, pues, de un planteamiento sin miedo. Y muy diferente del
de aquellos que, como Unamuno o García Morente –por no hablar de don Marcelino—
cifraron toda posibilidad de supervivencia de España en el fortalecimiento de su singularidad
nacional-católica, de la unamuniana “intra-historia”. Hoy, que desde tantos ámbitos de acción
se recuperan y elogian ideas, prácticas y principios republicanos, conviene no perder de vista
esto, a saber: que el republicanismo demanda contextos de sentido forjadores de la necesaria
homogeneidad social, y que también gustan de llamarse republicanos los que defienden que
tales contextos ya están felizmente dados: España nación católica.
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El Quijote en el Diálogo España-Europa.Del tercer al cuarto centenario.
2. España como problema, Europa como solución: encrucijada de dos generaciones
Mi acercamiento al Quijote en tanto que símbolo desde el que comprender la
circunstancia española pasa, pues, por el estudio de pensadores ubicables en la denominada
generación del 14, deudora en muchos de sus presupuestos de la del 982 —los estertores de la
crisis colonial y de la Gran Guerra también constituyeron la circunstancia de aquélla. Como
es sabido, la del 98 fue una generación agrupada en torno a la reflexión sobre el problema de
España, motivado por el agotamiento del turnismo impuesto por la Restauración y la pérdida
de los últimos vestigios imperiales. El anhelo de una modernización del Estado respondía a un
impulso de revisión científica y moral del liberalismo (conducente al socialismo reformista),
así como a un reencuentro con la identidad nacional desde Europa. Pensadores como
Unamuno u Ortega asumirán el regeneracionismo de Joaquín Costa (el presente en su libro de
1900 Reconstitución y europeización de España), anclado en un optimismo humanista
concretado en su defensa de una revolución integral (agricultura y educación) posibilitante del
nuevo español a la altura de Europa. Est reformismo europeista respondía a su vez al ideal
humanista de la krausista Institución libre de Enseñanza3.
Tal impulso europeizador encierra una complejidad que es índice de la riqueza de
análisis y soluciones de una generación que, aún traumatizada por las pérdidas del 98, supuso
un extraordinario florecimiento cultural. La generación forjada en torno a 1914 es, según
Marichal, la más importante de toda la historia intelectual hispánica, una auténtica “segunda
edad de oro”4. Una generación caracterizada por la conciliación de intereses científicos y
políticos y cuya figura más representativa será Ortega, que insistirá en que los intelectuales
tienen que europeizarse para serlo auténticamente, y que su misión pasa por educar a España
2 A propósito del complejo y ambiguo concepto de “generación” Menéndez Alzamora afirma: “son precisamente los difusos contornos de la idea su elemento más valioso a la hora de poder dotar de racionalidad a un período del pensamiento político español contemporáneo”. M. Menéndez Alzamora, “Pensamiento político español del siglo XX. La generación del 14”, en F. Vallespín (ed.), Historia de la teoría política. 6, Alianza, Madrid, 1995, p. 455. 3 “Podría así decirse que la voluntad de sincronía con la Europa transpirenaica había existido en España desde mediados del siglo XIX, pero era propia, sobre todo, de un pequeño contingente universitario, el de Sanz del Río y sus seguidores, los llamados krausistas”. J. Marichal, “La europeización de España”, en El secreto de España, Taurus, Madrid, 1995, pp. 120s. 4 J. Marichal, “La ‘generación de los intelectuales’ y la política”, en El secreto de España, o. c., p. 178.
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de manera que exista en tanto que nación5. Emociona leer a Marichal sostener que esos
hombres que se habían propuesto hacer otra España lo lograron, “porque España está en 1936
en sincronía con la Europa intelectual y artística de entonces”6.
Pero no sólo Ortega, también Unamuno impulsó la europeización, como reconoció el
autor de Meditaciones del Quijote. Su inicial europeísmo, deudor de sus lecturas de Hegel y
Spencer, que le hicieron ver en el socialismo una cultura política universalista y moralizante
que él quiso dotar de trascendencia, es evidente en los ensayos recopilados en En torno al
casticismo (1895). Allí expuso, vinculándolas, su imagen de la vida española y su voluntad de
estilo. En concreto, consideraba que la manera de ser hispánica era inapropiada para las
formas de relación social que consideraba ideales. Para él, y a semejanza de lo que expondrá
Ganivet en su Idearium Español (1897), uno de nuestros rasgos característicos es la
insociabilidad, originada en el dogmatismo, en la ideocracia, pero también en la actitud de
reserva en cuanto a la vida íntima –justamente será esto lo que él querrá entregar al lector7.
En cualquier caso, debe matizarse que su exigencia de abandonar el provincianismo y
asumir su vida y la del país con sentido trascendente situaba su exhortación en el terreno
religioso. Un terreno que ofrecía una imagen de Europa rechazable por quienes estimaban que
la verdadera europeización pasaba por la ciencia. Junto a ello, si en En torno al casticismo
denuncia la pobreza intelectual de España, planteando el conflicto entre casticismo
(Restauración) y europeísmo, a partir de 1895 desplaza el europeísmo por el
engrandecimiento del particularismo, como es evidente en su principal texto sobre el Quijote8.
Unamuno acaba sugiriendo españolizar Europa y deseuropeizarse. Ello motiva la separación
de Ortega y el acercamiento de éste a Maeztu y su socialismo de élites de inspiración
británica9.
Como he señalado, Ortega recibe de Costa el sentido del problema de España, el
impulso regeneracionista y el europeísmo como solución a los males de España. Le influyen
igualmente el krausismo y la filosofía de Nietzsche. Todo ello le conduce a una propuesta
5 Sobre la problematicidad del concepto de nación en el pensamiento de Ortega, cf. J. A. Maravall, “La aportación de Ortega al desarrollo del concepto de nación”, en Cuadernos Hispanoamericanos, 403-405, 1984, pp. 511-528. 6 J. Marichal, “La ‘generación de los intelectuales’ y la política”, o. c., p. 128. 7 J. Marichal, “La voluntad de estilo de Unamuno y su interpretación de España”, en Teoría e historia del ensayismo hispánico, Alianza, Madrid, 1984, p. 150. 8 M. Menéndez Alzamora, o. c., p. 466. 9 “Podría mantenerse que la violenta discrepancia de Ortega frente a Unamuno era la españolísima extrema reacción de un europeo del siglo XX contra una figura que encarnaba (para el joven escritor) extremosamente el espíritu de la ‘bestia romántica’ del siglo anterior”. J. Marichal, “La singularidad estilística de Ortega”, en Teoría e historia del ensayismo hispánico, o. c., p. 169.
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culturalista expuesta en la conferencia “La pedagogía social como programa político”, de
1910. En su caso, es preciso hablar de dos europeísmos. En la etapa que se prolonga durante
la primera década del siglo, se encara con los viejos males de España y halla su remedio en las
excelencias de Europa. En la segunda, focaliza los males de Europa (el enclaustramiento
nacionalista), hallando su remedio en la reorganización de la propia Europa. En consecuencia,
las dos grandes divisas europeístas serán, sucesivamente, la europeización de España y la
unión de Europa10.
Que el problema español es un problema político en cuanto problema pedagógico era
una de las creencias centrales de la generación del 98. Su elogio de un socialismo de
reconstrucción nacional frente al obrerista, así como el giro fenomenológico de 1910
inspirado por Natorp, motivarán que Ortega abandone la idealización de la cultura para
atender a la realidad concreta en la que entroncar los ideales. Tal proceso culmina con
Meditaciones del Quijote y, políticamente, en la Liga de educación Política, inaugurada con la
conferencia Vieja y nueva política.
En tal Liga militó Américo Castro, a quien deseo referirme por último. Quizá nadie
como él desarrolló las tesis orteguianas sobre estos temas. Su preocupación por comprender la
auténtica realidad del pueblo español, deudora de sus visitas a la Institución y de sus contactos
con Giner y Cossío, se muestra en su obra histórica cumbre España en su historia (1948), en
La realidad histórica de España (1954) y en Los españoles: cómo llegaron a serlo (1965). Y
el medio para satisfacer dicha preocupación pasa, como veremos posteriormente, por la
comprensión de la obra cervantina.
Castro compartía la tesis sobre la tibetización de España expuesta por Ortega en el
“Apéndice” a La idea de principio en Leibniz, influyéndole igualmente sus métodos y sus
diversas orientaciones filosóficas –desde el vitalismo de Simmel y de Spengler (cuando
escribe El pensamiento de Cervantes) hasta el perspectivismo histórico y el tono
existencialista. De hecho, y pese a las revisiones que él mismo hizo de su óptica histórica,
seguirá las tesis de Ortega sobre la desconexión de España con Europa por carecer de ciencia
y educación.
Este europeísmo, no obstante, se ve matizado en lo que los estudiosos de Castro han
denominado su segunda etapa11. Si en la primera explica la historia y cultura españolas desde
10 A. Ardao, “Los dos europeísmos de Ortega”, en Cuadernos Hispanoamericanos, 403-405, 1984, p. 494. 11 Véase el artículo de Araya “Evolución del pensamiento histórico de Américo Castro”, en Cuadernos Taurus, nº. 82. A. Peña sostiene que persisten los objetivos de Castro, pero que cambian las respuestas (Américo Castro y
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categorías europeas, subrayando –como veremos— los elementos renacentistas del Quijote,
en la segunda defiende que la singularidad española (también la dada en el Quijote) impide
aplicar categorías de interpretación históricas de otros países. Llorens subraya la centralidad
del exilio en Princeton como clave explicativa de este giro hacia la investigación de la
peculiaridad de lo español12. ¿Y cuál es dicha singularidad desde la que cobran nuevo sentido
todos los productos culturales? Asumiendo el vitalismo orteguiano, desde el que concibe el
hombre y la colectividad como existencias prospectivas cuyo presente se labra atendiendo
simultáneamente al pasado y al futuro, Castro defenderá la existencia de un agente colectivo
que ha ido construyéndose adquiriendo conciencia de sí. Tal realidad subyacente o “morada
vital” en la que se enmarcan y adquieren sentido los hechos es identificada por él a partir de la
convivencia secular de tres castas de creyentes y la progresiva primacía de una de ellas –que
explicaría el encastillamiento en el casticismo y la pureza. Desde aquí considera que los
rasgos de la morada vital España son la creencia, el personalismo integral y la expansión
ilimitada13.
Al contrario que los citados Llorens o Peña, Juan Marichal ha fundado en estas ideas
de Castro la continuidad de su obra14. Su afán, tanto antes de la guerra como después, habría
sido hallar el principio orgánico de la historia española desde el que ordenar los heterogéneo,
y ello trascendiendo el positivismo y hallando en la vida española de su tiempo, y en la activa
participación pública, la clave de la historia de España15. Su actitud ante España no es, pues,
la del apologista, sino la tradicional lamentación de la minoría reformadora. En cualquier
caso, su objetivo siempre fue el mismo: captar la invariante española a través de los
testimonios de los hombres representativos de una historia respecto de su propia situación.
su visión de España y de Cervantes, Gredos, Madrid, 1975, pp. 84-88). La obra de referencia es De la edad conflictiva. Crisis de la cultura española en el siglo XVII, Taurus, Madrid, 1961. 12 V. Llorens, “Américo Castro: los años de Princeton”, en Aspectos sociales de la literatura española, Castalia, Madrid, 1974, pp. 170-173. 13 A. Peña, o. c., pp. 119, 132-135. Sánchez Albornoz también subrayó la relevancia del islam en la comprensión del “ser de España”. Ello se concretó primeramente en el texto de 1923 “España y Francia en la Edad Media, causas de su diferenciación política”, donde replica a España invertebrada, y, sobre todo, en “España y el Islam”, de 1929, donde reacciona, como después hizo Castro, contra la subestimación orteguiana del papel del islam en la génesis de nuestra nacionalidad. La polémica con Castro y su La realidad histórica de España se trasluce en España, un enigma histórico, texto de 1956 en el que ubica los principios de nuestra historia en los primitivos habitantes de la península. 14 J. Marichal, “La unidad vital del pensamiento de Américo Castro y su significación historiográfica”, en Teoría e historia del ensayismo hispánico, o. c., p. 181. En 1939 fecha Marichal la tesis de Castro según la cual la historia de España no podía ser entendida dentro del marco de la Europa occidental, esto es, desde la visión racionalista propia de la tradición liberal. Cf. J. Marichal, “El pensamiento español transterrado (1939-1979)”, en íd., pp. 216ss.
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3. El Quijote como símbolo, don Quijote como héroe
¿Qué papel cumplió el Quijote en la empresa de “salvar” la circunstancia española?
No por obvio, lo primero que debe recordarse es que el Quijote o, mejor, don Quijote, va a ser
elevado a símbolo de esa invariante sustantiva española que se pretende identificar y “salvar”.
Montero Reguera ha mostrado cómo el siglo XIX inauguró las interpretaciones simbólicas y
filosóficas del Quijote que se desarrollarán en el XX. Don Quijote era presentado como héroe
romántico añorante de un mundo ideal. Apoyándose en los estudios clásicos de Anthony
Close, establece los tres grades axiomas sobre el Quijote mantenidos hasta fechas recientes: la
idealización del héroe, el carácter que la novela tiene de símbolo de la historia de España y de
las relaciones del hombre con la realidad, y la interpretación de ese simbolismo como reflejo
de la modernidad16. La herencia de las interpretaciones románticas es evidente en la dualidad
Quijote-Sancho como metáfora de los contradictorios e inseparables componentes de la
personalidad humana, así como en la nacionalización del personaje como ideal de antiguas
aspiraciones.
En este contexto, resulta igualmente evidente la influencia de la teoría del héroe de
Ortega en las lecturas noventayochistas de don Quijote17. Éste remite a dicha figura como
modelo del comportamiento moral18. Tal figura muestra su coincidencia con el contenido del
Quijote por cuanto los ideales heroicos dependen íntimamente de la circunstancia, alejándose
de todo utopismo merced a la incardinación en la historia, y abriéndose a cierta dimensión
voluntarista y, en esta medida, trágica (como defenderá en las últimas páginas de
15 J. Marichal, “La unidad vital...”, o. c., p. 183. 16 J. Montero Reguera, “La crítica sobre el Quijote en la primera mitad del siglo XX”, en A. Bernat, Volver a Cervantes. Actas del IV Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, UIB, Palma, 2001, p. 197. 17 J. Chen Sham, “Teoría y práctica del héroe cervantino según la generación del 98”, en Actas del IV Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, o. c. 18 Sobre la ética orteguiana, que el autor nunca expuso sistemáticamente, cf., J. San Martín, “La ética de Ortega: Nuevas perspectivas”, Revista de Estudios Orteguianos, 1, 2000, pp. 151-158; I. Sánchez Cámara, “Ortega y Gasset y la filosofía de los valores”, íd., pp. 159-170; J. Lasaga, “Del deber a la ilusión. (Notas para una ética de Ortega)”, Isegoría, 10, 1994. Sobre la figura del héroe, cf. P. Cerezo Galán, “La moral del héroe”, en La voluntad de aventura. Aproximación a Ortega, Ariel, Barcelona, 1984, pp. 339-375; “Meditaciones del Quijote o el estilo del héroe”, en Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, 21, 1996.
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Meditaciones). Así, por ejemplo, tras la aspiración de Unamuno, tan quijotesca, late el
individualismo propio de la generación del 98, también presente en Ortega19.
La conmemoración del tercer centenario permitió que noventayochistas (Azorín,
Baroja, Unamuno, Ortega) y modernistas (Juan Ramón, Darío, Machado, Valle Inclán) se
enfrentara con la vieja literatura, la de los Valera, Galdós o Echegaray, etc. Este
enfrentamiento, con el Quijote como pretexto, supondrá el fin de una generación y la
entronización de otra20. Un punto decisivo que quisiera subrayar es que la nueva literatura es
más quijotista que cervantista21. En general, y mientras que los modernistas hallaron en el
Quijote el idealismo y el sentido humanitario, la lectura noventayochista supuso ante todo la
primacía, por encima del autor, del personaje principal de la novela, entronizado como
símbolo desde premisas nietzscheanas. Es don Quijote quien se convirtió a los ojos de estos
escritores en paradigma de la dignidad y ejemplo para lograr la regeneración nacional22.
En todos los casos, el objetivo es la identificación del ser de España a través de la
identificación de lo implicado en el Quijote. Ya en su Idearium español Ganivet había
ilustrado mediante el Quijote el alma española: cristiana, estoica e idealizadora de la justicia
frente a la ley. Don Quijote constituía el tipo ideal español, el mito. También para Unamuno,
que ve simbolizados en don Quijote y Sancho las dos dimensiones eternas de los pueblos
verdaderos, religión y economía, y que ansía recuperar el ideal cristiano como clave de la
unidad política. Desde sus diferencias, ambos acostumbraron a los españoles a ver su propio
destino desde el prisma de don Quijote.
En el caso de Azorín o de Baroja es la filosofía de Schopenhauer y Nietzsche la que
usan para una lectura del Quijote que identifica la enfermedad de España como muerte de la
voluntad por carencia de una idea dominante, por carencia de una síntesis o mediación entre
el ideal y la vida. Azorín, en concreto, muestra que la decadencia de España es la que ya
describe el Quijote, a saber, la sustitución de los ideales generadores de vida (tesis de la
19 Cf. J. Marichal, “La voluntad de estilo de Unamuno y su interpretación de España”, o. c., p. 151; “La singularidad estilística de Ortega”, en Teoría e historia del ensayismo hispánico, o. c., p. 175. 20 J. Blasco, “El Quijote de 1905 (apuntes sobre el quijotismo finisecular)”, en Anthropos, 98-99, 1989. Sobre los vínculos de la generación del 98 y el Quijote, cf. P. Descouzis, Cervantes y la generación del 98. La cuarta salida de Don Quijote, Ed. Iberoamericanas, Madrid, 1970; A. Suárez, “Cervantes ante modernistas y noventayochistas”, en M. Criado del Val (dir.), Cervantes, su obra y su mundo, Edi-6, Madrid, 1981; E. Inman Fox, “Las ideas literarias del joven Maeztu”, en F. Rico (ed.), Historia y crítica de la literatura española. Modernismo y 98, vol. VI, Crítica, Barcelona, 1980. 21 Sobre esta tesis, cf. P. Pascual, “El 98 de Don Quijote”, en Actas del VIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, ed. Dulcinea del Toboso, El Toboso, 1999; C. Gutiérrez, “Bibliografía cervantina finisecular (1880-1910)”, en Cuatro estudios de literatura, Grammalea, Valladolid, 1995. 22 J. Montero Reguera, o. c., p. 205.
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filosofía de la cultura, de Simmel a Ortega) por estériles alucinaciones sin contacto con la
realidad. En el caso de Maeztu, su Don Quijote, Don Juan y la Celestina, de 1926, analiza la
cultura hispánica a través de los tres personajes. En concreto, ve el Quijote como ejemplo
moral y descanso en una época decadente, como cristalización del ideal del alma española. De
ahí que afirme que es el “libro de nuestra filosofía nacional”23.
Pero quizá no sea exagerado afirmar que el libro más influyente sobre el Quijote fue el
de Ortega. Abrió perspectivas que otros desarrollaron, así como intuiciones tales como
servirse del perspectivismo como una de las claves del Quijote, o la tesis acerca de su carácter
de germen de la novela moderna. Américo Castro coincide con él también en esto, pues
escribió una magistral obra sobre el Quijote que puede considerarse uno de los más
exhaustivos desarrollos de muchas de las tesis orteguianas. A ambos textos atenderé a
continuación.
3. 1. Las Meditaciones del Quijote de Ortega y Gasset
La fragilidad que Azaña, Azorín, Baroja o Rafael Altamira detectaron en los partidos
de la Restauración se concretó, en el caso de Ortega, en la publicación de dos libros que eran
índice de la articulación de sus intereses teóricos y políticos: Meditaciones del Quijote y Vieja
y nueva política. En ambos, la finalidad es exponer su idea del futuro europeo de España a
partir de la asunción de la filosofía idealista neokantiana, la de Cohen o Natorp. Al igual que
éste, Ortega pretendía producir vida en un país mortecino inyectándole cultura nueva24. Su
optimismo, no obstante, subestimaba la inexistencia de un partido democrático competente y
la persistencia del liberalismo restaurador de Romanones y su influencia en Melquíades.
El objetivo de Ortega es análogo al de los mayores del 98: una identificación filosófica
del ser de España a través de don Quijote. Al igual que a Unamuno25, le parecía evidente que
España estaba muerta como nación, y que sólo Cervantes había trascendido la condición de
23 R. de Maeztu, Don Quijote, Don Juan y la Celestina, Espasa-Calpe, Madrid, 1972, p. 58. Cf. M. Cuiñas Gómez, “Ramiro de Maeztu, Carlos Fuentes: dos momentos de la cultura hispánica ante el Quijote”, en Anales cervantinos, XXXIV, 1998, p. 270. 24 J. L. Villacañas, “La primera singladura de Ortega”, Introducción a J. Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote (en adelante, MDQ), Biblioteca Nueva, Madrid, 2004, pp. 53-59. 25 “Don Quijote fue para Unamuno un símbolo nacional, el único que creyó efectivo para agitar la estancada sociedad de su tiempo, el marasmo español”. V. Llorens, Aspectos sociales de la literatura española, o. c., p. 61.
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español alcanzando al hombre universal por ser hombre de ideas. Pero la lectura unamuniana
comprendía la figura de don Quijote como símbolo de la lucha más desesperada de la Edad
Media contra el Renacimiento. Una lucha tendente a conservar la herencia espiritual
medieval, la unión de fe y razón. Es lo que, en Vida de Don Quijote y Sancho ejemplifica con
la batalla contra los molinos de viento, concreciones de la razón técnica, o en la liberación de
los galeotes, en la que detecta una crítica a la justicia positiva y racionalista desde la justicia
misericordiosa e idealista de don Quijote26. Se trata de la lucha entre lo que el mundo es según
la ciencia y lo que queremos que sea según la religión. La conclusión de Unamuno es que es
preciso rescatar la locura de don Quijote, la verdad ideal del quijotismo, porque la
modernidad es insuficiente para explicar la totalidad de la vida humana. Como sucede con la
mayoría de los miembros de su generación, consideraba muy superior el Quijote y a don
Quijote que al propio Cervantes —al que, en ocasiones, confunde con el narrador del Quijote,
atribuyéndole palabras suyas27.
Si el Cervantes de Unamuno es el católico intrahistórico español, desilusionado e
impolítico, el de Ortega es el que absolutiza la vida y todo lo juzga desde este valor último28.
Dicho de otro modo: don Quijote es lo representativo porque encierra inmensas alusiones
simbólicas al sentido universal de la vida, así como interrogantes que sólo hallan respuesta en
la línea de la idea, del concepto, de Europa. Por ello, el Quijote es el camino de nuestra
integración en Europa y en nosotros mismos: “No existe libro alguno cuyo poder de alusiones
simbólicas al sentido universal de la vida sea tan grande” (MDQ, p. 241). Y tal simbolismo
pasa, frente al mesianismo religioso de Unamuno, por la consideración del Quijote en tanto
que ideal catalizador de la conciencia –y, en esta medida, la identidad— de un pueblo.
Lo que late, pues, tras el texto sobre el Quijote es la pasión por atender y "salvar" la
circunstancia “España”. En la advertencia preliminar “Lector...”, Ortega reconoce su amor por
la circunstancia española y su deseo, análogo al de Maeztu, de llevarla a la perfección y
sacarla del aislamiento (MDQ, p. 150). Una circunstancia sobre las que arroja ya de entrada
un diagnóstico pesimista: “Yo sospecho que, merced a causas desconocidas, la morada íntima
de los españoles fue tomada tiempo hace por el odio” (MDQ, p. 153). Y ese odio impide al
26 Miguel de Unamuno, Vida de Don Quijote y Sancho, Cátedra, Madrid, 1988, pp. 199s., 321. 27 Jesús G. Maestro, “Miguel de Cervantes, Miguel de Unamuno: el Quijote desde la experiencia de la estética de la recepción de 1898”, en Actas del I Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Anthropos, Madrid, 1991, p. 259. 28 J. L. Villacañas, o. c., p. 106. Sobre las relaciones entre la lectura unamuniana y la orteguiana, cf. J. San Martín, “La polémica entre Ortega y Unamuno: Datos para la génesis de Meditaciones del Quijote”, Fenomenología y cultura en Ortega. Ensayos de interpretación, Tecnos, Madrid, 1998 , pp. 17-51.
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español aceptar la vida, llegando a erigirse tal suspicacia en símbolo. “Los españoles
ofrecemos a la vida un corazón blindado de rencor, y las cosas, rebotando en él, son
despedidas cruelmente. Hay en derredor nuestro, desde hace siglos, un incesante y progresivo
derrumbamiento de los valores” (MDQ, p. 156). Ortega absolutiza el rencor como clave
explicativa de los déficit españoles. Frente a él, reclama el ideal de la comprensión, base de la
tolerancia. Se trata de la comprensión de la circunstancia, pues sólo ello dará concreción y
realidad al principio o ideal abstracto (MDQ, p. 165).
Pero la circunstancia no sólo debe ser atendida, sino salvada (MDQ, p. 178). Ello
exige conectarla con valores capaces de crear espíritus fuertes. Para Ortega, en línea con
Nietzsche, Cohen o Simmel, esto exige elaborar culturalmente la necesidad vital, extraer de
ella su sentido superior: “vida individual, lo inmediato, la circunstancia, son diversos nombres
para una misma cosa: aquellas porciones de la vida de que no se ha extraído todavía el
espíritu que encierran, su logos” (MDQ, p. 174). La tarea de la filosofía parece ser contribuir a
extraer formas de unidad y de sentido de lo circunstancial particular. Como ha notado
Llorens, con estas ideas conecta con las inquietudes de Larra, cuyo liberalismo, alejado del
jurídico-moral de los doceañistas, aspiraba, más que a reformas políticas constitucionales, a
promover la cultura y a despertar el poder creador que las hiciera posibles29.
Pero salvar la circunstancia, esto es, salvar España, choca con el obstáculo de que la
vida de España está secuestrada por la tradición, muerta (MDQ, p. 182). Las críticas a la
Restauración son explícitas en Meditaciones, donde la define como “la detención de la vida
nacional”. Con argumentos que recuerdan a Nietzsche, afirma: “perdióse en la Restauración la
sensibilidad para todo lo verdaderamente fuerte, excelso, plenario y profundo” (MDQ, p.
207). Esta decadencia, ejemplificada en la inercia tradicionalista, explica la falta de valoración
de Cervantes: “En estas circunstancias, ¿cómo esperar que se pusiera a Cervantes en su
lugar?” (MDQ, p. 209).
Es preciso, pues, revitalizar España, y ello mediante una hermenéutica de la tradición:
“Sólo un modo hay de dominar al pasado, reino de las cosas fenecidas: abrir nuestras venas e
inyectar de su sangre en las venas vacías de los muertos” (MDQ, p. 183). La vida –en todas
sus formas: moral, ciencia, política, etc.— sólo puede despertar entrando en contacto con la
cultura objetiva de Europa. Tal empresa requiere localizar en el pasado el punto en el que
había en España una posibilidad creativa, una plenitud ideal que despierte una nueva vida. Tal
29 V. Llorens, Literatura, historia, política, Revista de Occidente, Madrid, 1967, pp. 87s.
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punto no es otro que el Quijote, “plenitud española” (MDQ, p. 246), pues sólo él simboliza el
anhelo ideal que puede unir a los españoles. El libro de Cervantes puede canalizar la salvación
si se es capaz de identificar su sentido. Esto requiere servirse de la ciencia, en definitiva, de
Europa. Para Ortega lo salvador no es el propio Quijote, sino la operación de ponerlo en
contacto con la gran cultura presente30. “Es, por lo menos, dudoso que haya otros libros
españoles verdaderamente profundos. Razón de más para que concentremos en el Quijote la
magna pregunta: Dios mío ¿qué es España? (MDQ, p. 242).
El Quijote es, pues, una realidad que permite el acceso a la profundidad ideal latente
en las superficies (MDQ, pp. 158, 198, 241), es el pasado muerto que puede devenir presente
vivo, mientras que la restauración es la vida pasada que no puede resucitar. Pero, además, el
Quijote es la figura que nos reúne, constituyéndonos como españoles, en el común dolor por
la decadencia de España. Una figura clásica, pues atiende tanto a las humildes circunstancias
como a los ideales más abstractos, “pues a poner nuestro ánimo más allá de ese dualismo vino
sobre la tierra Cervantes” (MDQ, p. 187). Para Ortega, es el libro en el que mejor se
experimenta la dilatación hacia lo profundo de lo superficial, la síntesis de idealidad y
realidad, valores y eficacia; “el libro-escorzo por excelencia” (MDQ, p. 204). Pero es preciso
hallar la clave para entrar en él y contactar con esos valores. Se requiere un “leer pensativo”
que alcance el sentido profundo, se requiere el ejercicio erótico de la meditación (MDQ, pp.
209s., 228) la claridad del concepto (MDQ, p. 237). Se trata de dejar de ser sensualistas y
convertirse en meditadores que emplacen la realidad en una estructura ordenada de relaciones,
que la organicen mediante conceptos –pues sólo ello sirve a la vida. Sin concepto, España no
podrá renovarse. Pero tampoco sólo con él. La genialidad del Quijote estriba en haber
descubierto el auténtico fondo humano al sintetizar idealismo y realidad, historia y mito. “La
realidad –la circunstancia, podría haber dicho igualmente— entra en la poesía para elevar a
una potencia estética más alta la aventura” (MDQ, p. 274). Por eso el Quijote muestra la
ambigüedad de la realidad, así como la necesidad de ficciones para interpretarla. Extrae de
ello Ortega argumentos para defender el carácter renacentista del Quijote: su imposibilitación
de la épica, su psicologismo (MDQ, pp. 274-277). Esta tesis será desarrollada ampliamente
por Américo Castro.
30 “Esta forma de relacionarse con la tradición, con la finalidad de actualizar posibilidades inéditas, es la tesis hermenéutica más moderna de Meditaciones y anticipa al mismo tiempo que transformaba el sentido de la tradición de Ser y tiempo”. J. L. Villacañas, o. c., p. 126.
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3. 2. El pensamiento de Cervantes de Américo Castro
También la centralidad del Quijote en la obra de Castro se debe a su comprensión del
vínculo entre literatura e historia. Puede decirse que el tema que más le atrajo fue la
comprensión de Cervantes para hacer comprensible España –y viceversa. Su visión del
Quijote sigue las dos etapas señaladas acerca de su análisis de España; sólo El pensamiento de
Cervantes pertenece a la primera31. Su teoría final acerca de la unidad política y religiosa
como singularidad española explica su tesis sobre la literatura de la época como reflejo de la
ironía y de la melancolía de los conversos enfrentados a una sociedad de inquisidores, así
como el valor de las obras y la razón frente al del linaje. Una literatura que, a su juicio,
explicita ante todo la singularidad de España, la tensión entre castas, más que abstractas
adhesiones a abstractos ideales –como defendió en la obra de 1925. Se trata de la literatura de
Cervantes, pero también de la de Rojas, Mateo Alemán, Góngora o Fray Luis de León,
enfrentada a los romanceros, crónicas y dramas de los cristianos viejos (Lope, Vélez de
Guevara, Mira de Amescua, Alarcón), de consumo mayoritario.
En cualquier caso, y más allá de las supuestas etapas del pensamiento de Castro, El
pensamiento de Cervantes constituye una obra monumental, decisiva para los estudios
posteriores, a la par que índice y factor de una época singular. Montero Reguera ha destacado
la deuda que poseen los estudios históricos con las reflexiones de Castro32. A su juicio, su
obra no sólo situó al Quijote dentro de las coordenadas de la cultura europea, sino que además
trató por primera vez temas tan importantes en el cervantismo actual como la denuncia
cervantina de la hipocresía del honor y la cuestión del perspectivismo del Quijote. Aniano
Peña, por su parte, cree que la verdad alcanzada con las tesis de El pensamiento de Cervantes
acerca del erasmismo nítido del Quijote son más consistentes que la desmitificación
extremista de la edición de 1972, que pese a todo apenas modifica el texto de 192533. Todo
esto justifica el que nos detengamos en el libro “quizás de mayor trascendencia en la historia
31 A. Castro, Hacia Cervantes, Taurus, Madrid, 1957; Cervantes y los casticismos españoles, Alfaguara, Madrid, 1966. 32 J. Montero Reguera, El Quijote y la crítica contemporánea, Centro de Estudios Cervantinos, Madrid, 1997, cap. 2º. 33 A. Peña, o. c., p. 208.
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del cervantismo (...) que supuso, como es aceptado de manera unánime, un antes y un después
en el análisis de la obra cervantina”34.
Como tesis general debe reiterarse que El pensamiento de Cervantes es un estudio de
la ideología cervantina sobre las bases del humanismo renacentista. El propio historiador así
lo reconoce desde la primera página, al recordar que su objetivo es mostrar la presencia del
pensamiento renacentista en el Quijote y, por extensión, en España. Desde que Masson de
Morvilliers inició en el siglo XVIII el debate sobre la aportación española a la cultura
universal, los españoles que salieron en defensa de su país tenían posturas que implicaban la
asunción de los valores europeos. Castro, inmunizado del unamuniano antieuropeísmo por
Ortega, respondió a la teoría de Cesare de Lollis sobre la falta de modernidad de Cervantes
con El pensamiento de Cervantes, cuyo objetivo es ubicar el Quijote en el marco europeo del
Renacimiento y la Contrarreforma. Más aún: a su juicio, sin la cultura y la literatura hispanas
la literatura europea sería insípida, pues aquéllas encierran valores permanentes y
universales35.
Castro quiere poner el Quijote al nivel que se merece. Para tal empresa asume la
metodología antipositivista emergente en Alemania desde principios del XX (la de los
Dilthey, Rickert, Weber, Scheler o Simmel), revalorizadora de las ciencias humanas y
sociales. Así pues, lee a Cervantes con las categorías abstractas de la historia de las ideas, y
marginando las circunstancias humanas que lo hicieron posible –como luego él mismo
denunciará en sus textos de la segunda etapa. Cervantes aparece como consciente humanista
imbuido de erasmismo y renacimiento en medio del mundo barroco de la Contrarreforma36.
Superando la erosión de la literatura idealista en aras de lo cómico y picaresco, el Quijote
armoniza las dicotomías mediante el recurso de la ironía y de la pluralidad de puntos de vista:
el poético de don Quijote (volcado a la verdad universal) y el histórico de Sancho (volcado a
la verdad particular). Desde estas premisas, Castro sintetiza la genialidad de Cervantes
alabando su capacidad de regulación o moderación de las fantasías, su capacidad de
comprender el impulso vital, la circunstancia, que rige a los demás37.
34 J. Montero Reguera, “La crítica sobre el Quijote en la primera mitad del siglo XX”, o. c., p. 195. 35 Cf. V. Llorens, “Américo Castro: los años de Princeton”, o. c., pp. 164, 174s.; A. Peña, “Sobre el cervantismo de Américo Castro”, en Actas del I Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, o. c., p. 286; M. Cifo, “El tema de Cervantes en Ortega y Gasset (Meditaciones contrastadas con las de Américo Castro, Salvador de Madariaga y Azorín)”, en Cuadernos Hispanoamericanos, 403-405, 1984. 36 A. Castro, (1925. 1972). El pensamiento de Cervantes (en adelante, PC), Noguer, Barcelona, 1980, p. 27. 37 “Él no construye ciencia nueva, como Galileo o Descartes, porque su genio es de otra índole; pero conscientemente lleva a su obra, como elementos creadores, los supuestos primarios de la cultura de su tiempo” (PC, p. 43).
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La síntesis entre ideal y realidad, universalidad y particularidad, convertiría a
Cervantes en ejemplo de modernidad y racionalidad e inaugurador de la novela (PC, p. 80).
Es la tesis que Castro asume de Ortega. Posteriormente, Bataillon matizó ese racionalismo de
Cervantes38. Y el propio Castro introdujo lo vital como elemento delimitador de lo racional,
en clara deuda con el dualismo de razón y vida y la síntesis de “razón vital” y perspectivismo
presente en Ortega39. Así, el realismo de Cervantes se consigue por adoptar el punto de vista
del personaje, por atender a su proceso vital. Castro destaca cómo se refracta la realidad en la
conciencia de los personajes de Cervantes40. Ello genera un contraste entre las imaginaciones
extraordinarias y la experiencia usual que determina la realidad como “oscilante”. Don
Quijote percibe un aspecto de las cosas y los demás otro, conformando una faceta de
ambigüedad de lo real, que aparece bajo distintas perspectivas. Según Castro, de esta manera
logró Cervantes forjar una visión del mundo fundada en “circunstancias de vida, no de
unívocas objetividades” (PC, p. 85).
Pero el vitalismo que predica de Cervantes no impide a Casto subrayar finalmente su
carácter renacentista (idealista, neoplatónico), pues su forma de ver la realidad sería índice de
la duda renacentista –Vives, Erasmo o Castiglione trataron el tema de la realidad engañosa—,
que generó el escepticismo decisivo en el desarrollo de la ciencia y la filosofía modernas41.
Un escepticismo que, pese a todo, nunca es absoluto en Cervantes, pues algunas realidades
son para él incuestionables. La más importante es el amor, “la máxima esencia vital” (PC, p.
123). Si el error es “una ruptura de las acordadas armonías de la naturaleza”, la armonía vital
es “ese acuerdo de las voluntades es un aspecto del unido ritmo del universo, idea
neoplatónica que Cervantes toma de escritores como Castiglione y león Hebreo, muy imitados
por él” (PC, p. 141).
Y, junto a los temas renacentistas de la realidad oscilante o la idealización del amor,
también la consideración que tiene Cervantes del mundo y de la vida descansa en su idea de la
38 M. Bataillon, “El erasmismo de Cervantes en el pensamiento de Américo Castro”, en Erasmo y el erasmismo, Crítica, Barcelona, 1977, pp. 347-359; “El erasmismo de Cervantes”, en Erasmo y España, FCE, México, 1966, pp. 777-803. 39 A. Peña, o. c., p. 158. 40 “El punto de vista de cada uno va expresando la forma de lo que se observa y sus varias facetas. El hecho es característico de Cervantes, ya que ningún otro de nuestros clásicos organiza así la expresión vital de sus figuras” (PC, p. 76). 41 “Cervantes se sirvió literalmente, una y otra vez, del hecho de ser interpretables en forma distinta las cosas que contemplamos. (...) nuestro autor nos envía así un eco de lo que fue tema central para los pensadores del renacimiento. El siglo XVI está cruzado por gérmenes de lo que más tarde, desde Descartes, ha de llamarse filosofía idealista, cuyo precedente son las ideas platónicas renacentistas irradiadas desde Florencia” (PC, p. 84).
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naturaleza y lo natural, que procede del neoplatonismo y del naturalismo renacentista42.
Castro rastrea tales ideas en varias escenas del Quijote, donde se explica la condición de cada
personaje por su naturaleza. Pero subraya igualmente la heterogeneidad de Cervantes a un
inmanentismo radical (PC, p. 166). Tal equilibrio permite explicar la superioridad de
Cervantes en términos de clasicismo, como ya había hecho Ortega. “Nuestro autor –afirma el
historiador— sabe que lo ideal sería armonizar el arte y la naturaleza, lo racional y lo vital”
(PC, p. 176). Incluso la noción de justicia es puesta en relación con el concepto de la natural
virtud del hombre (PC, p. 191). Cervantes se complace en oponer la justicia espontánea a la
legal (que juzga severamente), como lo muestran acabadamente las sentencias de Sancho
como gobernador de la ínsula, o la liberación de los galeotes. Ello es un claro rasgo
renacentista. Como lo es su mezcla de adhesión a la Iglesia y de criticismo racionalista (PC,
p. 245). En concreto, atribuye a Cervantes la ironía y el disimulo propios de las élites
renacentistas ante la presión de la Contrarreforma –la hipocresía cervantina sugerida por
Ortega en Meditaciones—, afirmando que el cristianismo de Cervantes “es esencialmente
erasmista” (PC, p. 298). Esta lectura contrastaba con la de Menéndez Pelayo, que rebaja el
alcance de la crítica cervantina a mera ironía sobre rituales y supersticiones.
Por último, la moral. Castro pretende mostrar que “la moral de Cervantes es en su
última raíz de carácter esencialmente filosófico, puramente natural y humana, sin ingerencia
activa de principios religiosos” (PC, p. 330). Su núcleo es un naturalismo combinado con
elementos racionales provenientes del estoicismo renacentista, que buscaba compatibilizar el
dogma católico. Tesis de Justo Lipsio difundidas por Erasmo hallarían eco en Cervantes43.
Con ello, “lo moral deja de estar gobernado por el ideal religioso y trascendente, y se torna un
producto casi biológico; ‘el mundo es ansí’, y es inútil querer variarlo. El Quijote es la gran
prueba de esa verdad” (PC, p. 336). Lo que defendería Cervantes es que cada ser tiene su
trayectoria propia marcada por la naturaleza, y que es locura apartarnos de ella. “Henos, pues,
ante un sistema de moral autónoma. El individuo no desenvuelve su conducta en vista de
motivos que trasciendan de su ser más íntimo, ni luchando con éste (según manda la religión),
sino en dócil armonía con ese ser” (PC, p. 339). Se trata, una vez más, del dualismo
humanista, que oscila entre un estoicismo razonador (el de don Quijote) y un naturalismo
42 “Esta idea de naturaleza (...) es un eco de los admirables esfuerzos realizados durante los siglos XV y XVI para situar los valores supremos de la vida en el seno mismo del devenir natural, con lo cual la trascendencia medieval era sustituida por la inmanencia” (PC, p. 163). 43 “La concepción de la naturaleza como un orden inmanente es, pues, la base de la moral cervantina” (PC, pp. 332s.).
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sensualista (el de Sancho), y en el que la asunción de los procesos naturales es controlada por
el ideal44.
La conclusión del ensayo de 1925 es que Cervantes “es el literato que hubo en España
de carácter más abierto a las influencias universales; sería absurdo pensar que Europa se
apoderó ávida y permanentemente de una obra sin notas de cultura universal; se habla del
localismo de Lope de Vega, que le circunscribe a España; se le contrapone la humanidad de
Cervantes, y en cambio se niega a éste contacto con el pensamiento y los finos problemas de
su tiempo, que están en él como están en Shakespeare, otro europeo de primera magnitud.
Con fantasía y casero buen sentido no se hace un Quijote” (PC, p. 255).
En la reedición del texto, Castro matizó esta idea, defendiendo que si el Quijote es
impensable sin las circunstancias españolas, es preciso dirigir la atención a éstas, más bien
que a una vaga y mal circunscrita época internacional (PC, p. 306s.). Así, en la última edición
defiende que la circunstancia española, donde el estoicismo y el erasmismo fueron meramente
funcionales ante el casticismo español, es lo que hay que priorizar, considerando insuficiente
limitarse a declarar renacentista el Quijote, y pareciendo retornar a la vieja lectura
unamuniana. Es entonces cuando Cervantes, descendiente de conversos, pasa a ser
considerado testimonio de una sociedad oprimida, testigo de los conflictos de castas.
4. La circunstancia de Cervantes y el sentido del símbolo “Quijote”
De los argumentos de Ortega y de Castro debemos aprender que una comprensión del
Quijote debe ser respetuosa con un texto de inicio del siglo XVI, y ello exige atender a la
circunstancia de su autor, que el texto refleja y que él mismo enriquece, tanto como a la de
don Quijote, pues en el juego entre ambas es donde se vislumbra la intención última de la
obra. Sólo tal atención constituye una plataforma legítima para, una vez ubicado en tal
circunstancia, extraer del texto los elementos teóricos pertinentes para ejercer su universalidad
y, en esta medida, para colaborar en nuestra reflexión actual acerca de España y su relación
44 “Viene, pues, a combinarse el neoestoicismo del Renacimiento con el inmanentismo naturalista, y el resultado es un sistema ético que no le cede en belleza a los de Montaigne, Lipsio o cualquier otro moralista del siglo XVI. Porque el coronamiento de este sistema es que el ser humano, en los casos más ejemplares y característicos que ha ideado Cervantes (los casos de tragedia moral), puede llegar a un momento de conciencia suprema que le otorga autonomía intelectual y buena conformidad frente a ese devenir inexorable” (PC, p. 348).
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con Europa. Ambas operaciones deben ser conscientes de que también nuestra circunstancia
constituye una perspectiva irrebasable. Una circunstancia que, como veremos, nos obliga a ser
críticos con las lecturas del Quijote en clave de héroe que nos ofrecen los intelectuales
noventayochistas. Dicho de otro modo: un acercamiento al Quijote motivado por el interés
acerca de lo español y sus vínculos con lo europeo debe centrarse, no tanto en un supuesto
significado intemporal de don Quijote o de lo quijotesco, cuanto en el sentido que eso pueda
tener en la circunstancia de Cervantes.
Atender a ésta última puede cumplimentarse reparando en la figura escogida para don
Quijote. En el capítulo segundo de Aspectos sociales de la literatura española, titulado “Don
Quijote y la decadencia del hidalgo”, Vicente Llorens se preguntó por qué escogió Cervantes
el tipo “hidalgo” para don Quijote, cuya representación literaria varió, entre los siglos XV y
XVI, desde la semblanza que ofrece el Lazarillo de Tormes, que no alcanza la crueldad de El
alcalde de Zalamea, hasta la valoración presente en El Abencerraje45. A partir de la crítica de
Sánchez Albornoz (España y el Islam, En torno a los orígenes del feudalismo) a la teoría de
Brunner sobre las consecuencias sociopolíticas de la introducción de la caballería en la
resistencia a los sarracenos, Llorens afirma como dato innegable que el guerrero medieval por
excelencia es el combatiente a caballo, el caballero. Ello explica el que la literatura medieval
transformase en caballero al héroe clásico. No obstante, a finales de la Edad Media, la entrada
de nuevas técnicas de guerra acabaron con la superioridad de los caballeros, motivando
igualmente el resentimiento social de esta clase. Don Quijote se lamenta de esta
transformación de la guerra opuesta a la tradición caballeresca en el discurso sobre las armas
y las letras. Una transformación de la batalla en la que se perdía la dimensión de espectáculo,
pero cuya eficacia era preferida por los reyes que estaban forjando el Estado nacional
moderno.
Así pues, la derrota del caballero no sólo fue militar, sino política. Con el
sometimiento de los nobles por parte de los reyes, emergió un nuevo caballero: el cortesano.
Don Quijote señala repetidas veces la distancia entre éste y el caballero andante. Propiamente,
representa en la literatura española la extrema reacción frente a los ideales caballerescos46.
Tampoco el rey aparece ya como representante supremo de la caballería, sino como
personificación de la razón de Estado, como ya es evidente en Felipe II. Las alternativas al
45 V. Llorens, Aspectos sociales de la literatura española, o. c., pp. 49-54. 46 V. Llorens, “La intención del ‘Quijote’”, en Literatura, historia, política, o. c., p. 215. Igualmente, Aspectos sociales de la literatura española, o. c., pp. 56s.
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hidalgo se cerraron desde el ordenamiento de Alcalá sobre la infantería, a mediados del
XIV47. La lectura se convirtió en el entretenimiento de estos nuevos ociosos. El escrutinio del
Quijote es una sátira de Cervantes que refleja su conflictiva época. Lo decisivo es que tras
esta crítica late la reserva de Cervantes a la recuperación de los ideales medievales,
ejemplificada por don Quijote, pero aún presente en grupos sociales contemporáneos a él48.
Llorens interpreta tal gesto desde la conciencia de Cervantes de estar creando un género
nuevo, la novela moderna49.
La denuncia de la anacrónica nostalgia de los ideales caballerescos en un mundo que
atisba la figura del Estado nacional moderno es una clave decisiva para comprender la
intención de Cervantes y un posible sentido de don Quijote. Como ha mostrado Maravall,
Cervantes habría reflejado un utopismo, el “humanismo de las armas”, consistente en una
ascesis personal caballeresca que resiste a un orden social (el renacimiento burocrático)
alejado de los ideales (medioevo). Lo que desarrolla Maravall en la revisión de 1976 de su
ensayo Utopía y contrautopía en el Quijote es justamente la distinción entre la mentalidad
quijotesca y el pensamiento de Cervantes, esto es, entre la utopía renacentista y la
contrautopía realista –que, siguiendo a Castro, había mantenido en la primera edición. Así, es
la intención última de Cervantes, índice y factor de su circunstancia, lo que explicaría y
dotaría de un sentido mayor la intención de don Quijote en el contexto de su circunstancia, de
la que también es índice y, en un paradójico modo, factor.
Utopía y contrautopía en el Quijote adquiere su sentido en el contexto del libro de
Maravall Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento, en el que presenta la obra de
Antonio de Guevara como visión utópica del imperio, esto es, como fórmula de los tópicos
del humanismo como programa imperial. A tal ideología corresponde el contenido utópico
presente en el Quijote. Éste constituye un anti-Guevara por ser un “enérgico antídoto contra el
utopismo difuso y adormecedor de nuestro siglo XVI”50. La “pseudoutopía quijotesca” es
47 V. Llorens, Aspectos sociales de la literatura española, o. c., p. 58. 48 V. Llorens, “La intención del ‘Quijote’”, o. c., p. 211. 49 En el capítulo cuarto (“El Quijote y su teoría literaria”) de su libro, Montero Reguera toma como punto de partida la conocida tesis de E. C. Riley (1962) según la cual la novela contemporánea debe más a Cervantes que a ningún otro autor. La posición de Riley se ha visto reforzada por numerosos estudios, entre ellos los de Percas de Ponseti, Forcione, Cascardi, Gaylord, Williamson, Eduardo Urbina, Anthony Close, Jauralde Pou, Marrero Enríquez, etc. Todos subrayan la autorreflexividad del texto cervantino, que denota un cambio fundamental en el concepto de mímesis —la cual pasa a ser entendida no ya como imitación sino como representación. Nos hallaríamos ante una estética anticlásica, y ante un modelo perspectivista de verosimilitud que correspondería a una realidad textual “poliédrica” mediatizada por el efecto de distanciamiento producido por la ironía. 50 J. A. Maravall, Utopía y contrautopía en el Quijote (en adelante, UCQ), Pico Sacro, Santiago de Compostela, 1976, p. 10.
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presentada por Cervantes contra las extravagancias causadas por el utopismo en la política, la
economía y lo militar –utopismo que prendió en algunos grupos arcaizantes. Él habría
comprendido que la crisis política y social era insuperable desde la utopía de restauración
tradicional –si bien la moderna maquinaria estatal también presentaba deficiencias51.
Cervantes reconoce la imposibilidad de restaurar los viejos ideales ligados a corrientes
espirituales como el erasmismo, pero provenientes –contra lo que creyó Américo Castro— del
medioevo. A esta tesis subyace el convencimiento acerca de los profundos vínculos entre el
utopismo arcaizante e imperialista, reforzado por Carlos V y apoyado por la nobleza y la
burguesía, y el nuevo humanismo. Ambos son propuestos por Cervantes para su ulterior
crítica. Un ejemplo de ello se ve si reparamos en los reiterados pronunciamientos de Don
Quijote contra la pasión del dinero –que, junto al ejército y la burocracia eran los pilares del
Estado moderno—, análogos a los ideales moralizadores humanistas presentes en la Utopía de
Moro. Como dice Maravall, “para construir su imagen de Utopía, antes de echarla abajo,
necesitaba Cervantes borrar ese mundo nuevo del dinero” (UCQ, p. 50). Y, junto al dinero, la
burocracia. Respecto de ésta, don Quijote defiende la exención del caballero a sus requisitos,
lo que implicaba rechazar el monopolio en el uso de la violencia sobre el que se cimentaba el
Estado moderno. El mundo caballeresco es heterogéneo a la forma política renacentista –
como lo es la utopía de Moro. Don Quijote desconoce las virtudes que el tacitista Barrientos,
contemporáneo de Cervantes, reclamaba al ejército: obediencia y disciplina. Igualmente, para
él, como para cualquier caballero, el enemigo aún no es el enemigo público que sostiene las
guerras del Estado moderno, sino un enemigo privado (UCQ, pp. 56-67).
Pero, como hemos señalado, el Quijote no es un libro de caballería. Su inconformismo
respecto de los programas pseudoutópicos de restauración tradicional es evidente. Cervantes
se mofa del anhelo quijotesco de restauración de la edad dorada –equivalente a restaurar la
caballería andante (UCQ, p. 70). Maravall califica el perfeccionamiento interior del hombre a
que aspira don Quijote como un humanismo de las armas. La razón es que los valores propios
del caballero, de origen medieval, son los mismos que pretenden alcanzar los humanistas con
su sabiduría. Don Quijote aparece entonces como un producto de la experiencia humanista;
“se siente llevado del impulso individualista de ser más, por la moral humanista de aceptar
para ello el camino interior de la virtud, de verse atraído por el ideal renacentista de la
51 “Desde este estado de ánimo se escribe el Quijote, y si lo vemos como revelación del contraste entre utopía humanista y aceptación del mundo moderno, buscando las posibilidades que éste tiene de corregirse, entonces el Quijote adquirirá un sentido transparente y total” (UCQ, p. 21).
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sociedad natural (...). Y todo ello bajo la forma, cuya estimación no fue extraña a muchos
humanistas, del ideal caballeresco” (UCQ, p. 121). El ideal medieval queda entonces
“modernamente” interiorizado. “Y esto no es otra cosa que heroísmo tradicional renovado tras
la experiencia humanista, pero conservando su fondo precedente. (...) Por eso el héroe es el
hombre reformado por dentro en su más alta expresión” (UCQ, p. 128). Éste es el ideal
arcaizante: la caballería como vía adecuada para la reforma personal.
La renacentista y barroca transmutación de lo real que opera Don Quijote aparece
como el medio para desarrollar su utopía de evasión a un pasado idealizado. Sobre una
heroica voluntad –subrayada hasta la saciedad, como hemos visto, por Ortega—, don Quijote
quiere sustentar un universo, al modo en que la monarquía imperial sustenta el orbe. De aquí
deduce Maravall el carácter filosóficamente idealista del personaje. “Cervantes acertó al
presentar este idealismo extremado de Don Quijote, cuyo mundo exterior depende de su
conciencia: estaba en ajustada correlación con el evasionismo utópico (...)” (UCQ, p. 163). La
conclusión del ensayo es que tal voluntarismo pretende posibilitar la misión. “El espíritu
crítico de la época de la modernidad y su gran creación, el Estado, habían reducido y aún casi
eliminado las posibilidades del heroísmo y de la virtud caballeresca. Para volver a practicar
ésos, Don Quijote no tiene más remedio que anular la realidad existente, convirtiéndola en
otra” (UCQ, p. 164).
En síntesis, la empresa de don Quijote es un restablecimiento de la edad de oro
mediante el restablecimiento de la caballería. Tal reverdecer de un mito político, procedente
del bajo medioevo, era común entre escritores de la época. Tal mito ocultaba el
enfrentamiento entre lo rural y lo urbano, incorporando un elogio de la sencillez y de la
espontaneidad. Lo decisivo es que esta visión de la vida humana se convirtió en factor de
evasión utópica en sectores sociales conocidos por Cervantes. El alcance político de la obra de
Cervantes pasa por el cuestionamiento que el Quijote supone de la restauración de estas
formas de vida premodernas que anhela don Quijote, y que volverán a plantearse en el siglo
XVIII. Tal crítica está presente igualmente en Bodino. La originalidad de Cervantes estriba en
que intuye la necesaria articulación de la dimensión caballeresca y la pastoril de la utopía,
pero “para darles la vuelta al reflejarlas en el espejo de la ironía” (UCQ, p. 172), pues sabe
que es una utopía disparatada dadas las circunstancias reales del mundo.
La conclusión de Maravall es clara: “el Quijote tiene un propósito político: poner de
relieve el disparate de quienes coinciden en estar en un mundo de creencias que lleva a la
visión fantasmal del caballero. (…) Cervantes necesita explanar en toda su amplitud y con
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Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO
de Pensamiento Político Hispánico Alfonso Galindo Hervás,
El Quijote en el Diálogo España-Europa.Del tercer al cuarto centenario.
toda seriedad esa utopía, para hacer ver cómo arrastra de fracaso en fracaso (por eso, pese a su
dosis de burla, el Quijote parece un libro en serio)” (UCQ, p. 209). El ideal quijotesco de paz
y de justicia es el ideal humanista que Alfonso de Valdés, Las Casas, Moro, Rabelais o Vives
ejemplifican en Carlos V. La progresiva nacionalización de la guerra desde el siglo XV
acabará con un ideal vinculado a la soledad del caballero, un ideal calificado por Maravall
como utopía del buen discurso (UCQ, p. 217).
5. Conclusiones
Las lecturas del Quijote realizadas por la generación del 98 en general, y por Ortega y
Américo Castro en particular, implican vincular la superación de la decadencia de España y su
integración europea con el hallazgo de la clave del Quijote. Esos intelectuales compartían con
el héroe de Cervantes el anhelo de una edad de oro en la que las circunstancias fuesen
comprendidas desde el ideal –que, a su vez, brota de ellas. La decadencia moral y política del
país era el supuesto del héroe y de su titánica empresa, tanto de don Quijote como –y éste es
el punto decisivo— de los propios ensayistas mencionados. No de otra forma puede
interpretarse el gesto de querer regenerar una nación mediante el análisis de un libro y, más
concretamente, de su protagonista. Que, años después, María Zambrano se identificara con
Dulcinea en su intento por simbolizar la alternativa republicana frente a la comprensión
culturalista del republicanismo por parte de los exiliados, es un gesto que prolonga,
variándola, la focalización noventayochista del personaje frente al autor.
Pero si algo nos enseñan los estudios de Llorens y sobre todo, de Maravall, es que la
genialidad de Cervantes estribó, precisamente, en no identificarse con la heroicidad de don
Quijote, sino en cuestionarla desde la ironía, abiertamente antiutópica.
Es justamente esta ironía cervantina lo que debe recuperarse como la mejor herencia
de un libro que fácilmente ha motivado su sacralización. Tal recuperación se revela
especialmente útil en el contexto de reflexión política que he demandado para este trabajo
desde el inicio. La razón de ello es que el distanciamiento irónico evita la mímesis dogmática
a la que invita todo libro (considerado) sagrado, mostrando su afinidad con la retórica en tanto
que arte de los consensos más que de la posesión de verdades a realizar. Dicha retórica se
constituye como el método propio de los seres humanos que asumen su finitud, esto es, de los
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de Pensamiento Político Hispánico Alfonso Galindo Hervás,
El Quijote en el Diálogo España-Europa.Del tercer al cuarto centenario.
seres humanos que se con-forman con la fragilidad de lo que Blumenberg ha denominado
“principio de razón insuficiente”, que es la razón que puede invocar quien se sirve de los
mitos necesarios para vivir evitando absolutizarlos.
Es esta razón irónica y cuestionadora de todo mito que se pretenda acabadamente
secularizado (en una teología, en un derecho, en una política, en una ciencia, etc.) la mayor
contribución que puede aportar el Quijote para una sosegada y fructífera reflexión sobre
España y Europa, pues sólo desde tal razón será posible, algún día, sortear los peligros
totalitarios encerrados en toda apuesta nacionalista. En efecto, ni los nacionalismos que
pintorescamente aún adornan el espacio político europeo ni, menos aún, un supuesto
nacionalismo europeo, parecen comprensiones de lo político capaces de servir a la
articulación de una republicana unión europea anclada en convicciones éticas tales como la
igualdad y la libertad. Tal comprensión de Europa exige un modelo federal de unión, lo cual
pasa por una revisión de la idea de nación –por lo demás, permanentemente cuestionada en su
ser más íntimo por el fenómeno de la inmigración, que indefectiblemente genera un aumento
proporcional de la violencia estatal y su política normalizadora. La razón de ello es que el
federalismo es incompatible con el nacionalismo, tanto como con cualquier otro mito
identitario que no incluya en su propia comprensión, tanto como en su acción, las estrategias
de su desconstrucción. Unas estrategias que pasan, como nos enseñó Cervantes, por el recurso
a la ironía.
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