el siglo de las luces - alejo carpentier

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    ALEJO CARPENTIER

    El escritor cubano Alejo Carpentier naci en La Habana en 1904. Inici estudios dearquitectura en esta misma ciudad. Particip en el Grupo Minorista a partir de 1923. Un aodespus fue nombrado jefe de redaccin de la revista Carteles. Fue uno de losfundadores de la Revista de Avance en 1928, ao en que se le encarcel bajo laacusacin de comunista. Poco despus marcho a Pars, donde hizo amistad con artistas eintelectuales franceses. Viaj a Madrid en 1933 y all public su primera novela Ecue-Yamba-O. Regres a Cuba en 1939. Realiz viajes por Hait y Venezuela, y en 1960 fuenombrado subdirector de Cultura de su pas. Desde entonces el Gobierno revolucionario leconfi importantes cargos culturales. Entre sus obras ms destacadas figuran: El reino deeste mundo (1944), Los pasos perdidos (1949), Guerra del tiempo (1958), Tientos ydiferencias (1964) y La consagracin de la primavera (1979), El siglo de las luces, su mejornovela, narra el intento de Vctor Hugues de implantar las ideas de la Revolucin Francesa

    en el Caribe, en un impresionante retablo mezcla de historia y ficcin.

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    ALEJOCARPENTIER

    El siglo de las luces

    CLUBBRUGUERA

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    1 edicin en Club: marzo, 1980La presente edicin es propiedad de Editorial Bruguera, S.A.

    Mora la Nueva, 2. Barcelona (Espaa)

    Alejo Carpentier-1962, 1979Diseo cubierta: Nesle Soul

    Printed in SpainISBN: 84-02-06707-7Deposito legal: B. 34.085-1979

    Impreso en los Talleres Grficos de Editorial Bruguera, S.A.Carretera Nacional 152, km 21,650. Parets del Valls (Barcelona)

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    Para Lilia,mi esposa.

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    Las palabras no caen en el vaco.ZOHARZOHARZOHARZOHAR

    Esta noche he visto alzarse la Mquina nuevamente. Era, en la proa, como una puerta

    abierta sobre el vasto cielo que ya nos traa olores de tierra por sobre un Ocano tansosegado, tan dueo de su ritmo, que la nave, levemente llevada, pareca adormecerseen su rumbo, suspendida entre un ayer y un maana que se trasladaran con nosotros.Tiempo detenido entre la Estrella Polar, la Osa Mayor y la Cruz del Sur ignoro, pues noes mi oficio saberlo, si tales eran las constelaciones, tan numerosas que sus vrtices, susluces de posicin sideral, se confundan, se trastocaban, barajando sus alegoras, en laclaridad de un plenilunio, empalidecido por la blancura del Camino de Santiago... Pero laPuerta-sin-batiente estaba erguida en la proa, reducida al dintel y las jambas con aquelcartabn, aquel medio frontn invertido, aquel tringula negro, con bisel acerado y ira,colgando de sus montantes. Ah estaba la armazn, desnuda y escueta, nuevamente plantada sobre el sueo de los hombres, como una presencia una advertencia quenos concerna a todos por igual. La habamos dejado a popa, muy lejos, en sus cierzos deabril, y ahora nos resurga sobre la misma proa, delante, como guiadora semejante,

    por la necesaria exactitud de sus paralelas, su implacable geometra, a un gigantescoinstrumento de marear. Ya no la acompaaban pendones, tambores ni turbas; no conocala emocin, ni la clera, ni el llanto, ni la ebriedad de quienes, all, la rodeaban de uncoro de tragedia antigua, con el crujido de las carretas de rodar-hacia-lo-mismo, y elacoplado redoble de las cajas. Aqu, la Puerta estaba sola, frente a la noche, ms arribadel mascarn tutelar, relumbrada por su filo diagonal, con el bastidor de madera que sehaca el marco de un panorama de astros. Las olas acudan, se abran, para rozar nuestraeslora; se cerraban, tras de nosotros, con tan continuado y acompasado rumor que supermanencia se haca semejante al silencio que el hombre tiene por silencio cuando noescucha voces parecidas a las suyas. Silencio viviente, palpitante y medido, que no era,por lo pronto, el de lo cercenado y yerto. Cuando cayo el filo diagonal con brusquedad desilbido y el dintel se pint cabalmente, como verdadero remate de puerta en lo alto desus jambas, el Investido de Poderes, cuya mano haba accionado el mecanismo,

    murmur entre dientes: Hay que cuidarla del salitre. Y cerr la Puerta con una granfunda de tela embreada, echada desde arriba. La brisa ola a tierra humus, estircol,espigas, resinas de aquella isla puesta, siglos antes, bajo el amparo de una Seora deGuadalupe que en Cceres de Extremadura y Tepeyac de Amrica ergua la figura sobreun arco de luna alzado por un Arcngel.

    Detrs quedaba una adolescencia cuyos paisajes familiares me eran tan remotos, alcabo de tres aos, como remoto me era el ser doliente y postrado que yo hubiera sidoantes de que Alguien nos llegara, cierta noche, envuelto en un trueno de aldabas; tanremotos como remoto me era ahora el testigo, el gua, el iluminador de otros tiempos,anterior al hosco Mandatario que, recostado en la borda, meditaba junto al negrorectngulo encerrado en su funda de inquisicin, oscilante como fiel de balanza alcomps de cada ola... El agua era clareada, a veces, por un brillo de escamas o el pasode alguna errante corona de sargazos.

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    Alejo Carpentier 1El siglo de las luces

    CAPITULO PRIMERO

    IDetrs de l, en acongojado diapasn, volva el Albacea a su recuento de responsos,

    crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetas y flores, obituario y rquiem y habavenido ste de gran uniforme, y haba llorado aqul, y haba dicho el otro que no ramosnada... y sin que la idea de la muerte acabara de hacerse lgubre a bordo de aquellabarca que cruzaba la baha bajo un trrido sol de media tarde, cuya luz rebrillaba entodas las olas, encandilando por la espuma y la burbuja, quemante en descubierto,quemante bajo el toldo, metido en los ojos, en los poros, intolerable para las manos quebuscaban un descanso en las bordas. Envuelto en sus improvisados lutos que olan atintas de ayer, el adolescente miraba la ciudad, extraamente parecida, a esta hora dereverberaciones y sombras largas, a un gigantesco lampadario barroco, cuyas cristalerasverdes, rojas, anaranjadas, colorearan una confusa rocalla de balcones, arcadas,cimborrios, belvederes y galeras de persianas siempre erizada de andamios, maderasaspadas, horcas y cucaas de albailera, desde que la fiera de la construccin se habaapoderado de sus habitantes enriquecidos por la ltima guerra de Europa. Era unapoblacin eternamente entregada al aire que la penetraba, sedienta de brisas y terrales,abierta de postigos, de celosas, de batientes, de regazos, al primer aliento fresco quepasara. Sonaban entonces las araas y girndulas, las lmparas de flecos, las cortinas de

    abalorios, las veletas alborotosas, pregonando el suceso. Quedaban en suspenso losabanicos de penca, de seda china, de papel pintado. Pero al cabo del fugaz alivio, volvanlas gentes a su tarea de remover un aire inerte, nuevamente detenido entre las altsimasparedes de los aposentos. Aqu la luz se agrumaba en calores, desde el rpido amanecerque la introduca en los dormitorios ms resguardados, calando cortinas y mosquiteros; yms ahora, en estacin de lluvias, luego del chaparrn brutal de medioda verdaderadescarga de agua, acompaada de truenos y centellas que pronto vaciaba sus nubesdejando las calles anegadas y hmedas en el bochorno recobrado. Bien podan presumirlos palacios de tener columnas seeras y blasones tallados en la piedra; en estos mesesse alzaban sobre un barro que les pegaba al cuerpo como un mal sin remedio. Pasaba uncarruaje y eran salpicaduras en mazo, disparadas a portones y enrejados, por los charcosque se ahondaban en todas partes, socavando las aceras, derramndose unos en otros,con un renuevo de pestilencias. Aunque se adornaran de mrmoles preciosos y finos

    alfarjes de rosceas y mosaicos de rejas diluidas en volutas tan ajenas al barrote queeran como claras vegetaciones de hierro prendidas de las ventanas no se libraban lasmansiones seoriales de un limo de marismas antiguas que les brotaba del suelo apenasempezaban los tejados a gotear... Carlos pensaba que muchos asistentes al veloriohabran tenido que cruzar las esquinas caminando sobre tablas atravesadas en el fango,o saltando sobre piedras grandes, para no dejar encajado el calzado en las profundidadesde la huella. Los forasteros alababan el color y el gracejo de la poblacin, luego de pasartres das en sus bailes, fondas y garitos, donde tantas orquestas alborotaban lastripulaciones rumbosas, prendiendo fuego al caderamen de las hembras; pero quienes lapadecan a todo lo largo del ao saban de sus polvos y lodos, y tambin del salitre que

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    verdeca las aldabas, morda el hierro, haca sudar la plata, sacaba hongos de losgrabados antiguos, empaando perennemente el cristal de dibujos y aguafuertes, cuyasfiguras, ya onduladas por la humedad, se vean como a travs de un vidrio aneblado porel cierzo. All en el muelle de San Francisco acababa de atracar una navenorteamericana, cuyo nombre deletreaba Carlos maquinalmente: The Arrow... Yprosegua el Albacea en la pintura del funeral, que haba sido magnfico ciertamente, entodo digno de un varn de tales virtudes con tantos sacristanes y aclitos, tanto pao

    de pompa mayor, tanta solemnidad; y aquellos empleados del almacn, que habanllorado discretamente, virilmente, como cuadra a hombres, desde los Salmos de la Vigiliahasta el Momento de Difuntos..., pero el hijo permaneca ausente, metido en sudisgusto y su fatiga, despus de cabalgar desde el alba, de caminos reales a atajos denunca acabar. Apenas llegado a la hacienda donde la soledad le daba una ilusin deindependencia all poda tocar sus sonatas hasta el amanecer, a la luz de una vela, sinmolestar a nadie lo haba alcanzado la noticia, obligndole a regresar a matacaballos,aunque no lo bastante pronto para seguir el entierro. (No quisiera entrar en detallespenosos dice el otro. Pero ya no poda esperarse ms. Slo yo y su santa hermanavelbamos ya tan cerca del atad...) Y pensaba en el duelo; en ese duelo que, duranteun ao, condenara la flauta nueva, trada de donde se hacan las mejores, a permaneceren su estuche forrado de hule negro, por tener que conformarse, ante la gente, con latonta idea de que no pudiera sonar msica alguna donde hubiese dolor. La muerte del

    padre iba a privarlo de cuanto amaba, torciendo sus propsitos, sacndolo de sussueos. Quedara condenado a la administracin del negocio, l que nada entenda denmeros, vestido de negro tras de un escritorio manchado de tinta, rodeado detenedores de libros y empleados tristes que ya no tenan nada que decirse por conocersedemasiado. Y se acongojaba de su destino, haciendo la promesa de escapar un daprximo, sin despedidas ni reparos, a bordo de cualquier nave propicia a la evasin,cuando la barca arrim a un pilotaje donde esperaba Remigio, cariacontecido con unaescarapela de luto prendida en el ala del sombrero. Apenas el coche enfil la primeracalle, arrojando lodo a diestro y siniestro, quedaron atrs los olores martimos, barridospor el respiro de vastas casonas repletas de cueros, salazones, panes de cera y azcaresprietas, con las cebollas de largo tiempo almacenadas, que retoaban en sus rinconesoscuros, junto al caf verde y al cacao derramado por las balanzas. Un ruido decencerros llen la tarde acompaando la acostumbrada migracin de vacas ordeadashacia los potreros de extramuros. Todo ola fuertemente en esa hora prxima a un

    crepsculo que pronto incendiara el cielo durante unos minutos, antes de disolverse enuna noche repentina: la lea mal prendida y la boiga pisoteada, la lona mojada de lostoldos, el cuero de las talabarteras y el alpiste de las jaulas de canarios colgadas de lasventanas. A arcilla olan los tejados hmedos; a musgos viejos los paredones todavamojados; a aceite muy hervido las frituras y torrejas de los puestos esquineros; a fogataen Isla de Especias, los tostadores de caf con el humo pardo, que a resoplidos,arrojaban hacia las cornisas de clsico empaque, donde demoraba entre pretil y pretil,antes de disolverse, como una niebla caliente, en torno a algn santo de campanario.Pero el tasajo, sin equvoco posible, ola a tasajo; tasajo omnipresente, guardado entodos los stanos y transfondos, cuya acritud reinaba en la ciudad, invadiendo lospalacios, impregnando las cortinas, desafiando el incienso de las iglesias, metido en lasfunciones de pera. El tasajo, el barro y las moscas eran la maldicin de aquel emporio,visitado por todos los barcos del mundo, pero donde slo las estatuas pensaba Carlos

    paradas en sus zcalos mancillados de tierra colorada, podan estar a gusto. Comoantdoto de tanta cecina presente, desembocaba de pronto, por el respiradero de unacalleja sin salida, el noble aroma del tabaco amontonado en galpones, amarrado,apretado, lastimado por los nudos que cean los tercios de fibra de palmera an contiernos verdores en el espesor de las hojas; con ojos de un dorado claro en la capamullida, todava viviente y vegetal en medio del tasajo que lo encuadraba y divida.Aspirando un olor que por fin le era grato y alternaba con los humos de un nuevotostadero de caf hallado en la vuelta de una capilla. Carlos pensaba, acongojado, en lavida rutinaria que ahora le esperaba, enmudecida su msica, condenado a vivir en

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    aquella urbe ultramarina, nsula dentro de una nsula, con barreras de ocano cerradassobre toda aventura posible; sera como verse amortajado de antemano en el hedor deltasajo, de la cebolla y de la salmuera, vctima de un padre a quien reprochaba y eramonstruoso hacerlo el delito de haber tenido una muerte prematura. El adolescentepadeca como nunca, en aquel momento, la sensacin de encierro que produce vivir enuna isla; estar en una tierra sin caminos hacia otras tierras a donde se pudiera llegarrodando, cabalgando, caminando, pasando fronteras, durmiendo en albergues de un da,

    en un vagar sin ms norte que el antojo, la fascinacin ejercida por una montaa prontodesdeada por la visin de otra montaa acaso el cuerpo de una actriz, conocida enuna ciudad ayer ignorada, a la que se sigue durante meses, de un escenario a otro,compartiendo la vida azarosa de los cmicos... Despus de escorarse para doblar laesquina amparada por una cruz verdecida de salitre, el coche par frente al portnclaveteado, de cuya aldaba colgaba un lazo negro. El zagun, el vestbulo, el patio,estaban alfombrados de jazmines, nardos, claveles blancos y siemprevivas, cados decoronas y ramos. En el Gran Saln, ojerosa, desfigurada envuelta en ropas de luto que,por ser de talla mayor que la suya, la tenan como presa entre tapas de cartnesperaba Sofa, rodeada de monjas clarisas que trasegaban frascos de agua de melisa,esencias de azahar, sales o infusiones, en un repentino alardear de afanosas ante losrecin llegados. En coro se alzaron voces que recomendaban valor, conformidad,resignacin a quienes permanecan ac abajo, mientras otros conocan ya la Gloria que ni

    defrauda ni cesa. Ahora ser vuestro padre, lloriqueaba el Albacea desde el rincn delos retratos de familia. Dieron las siete en el campanario del Espritu Santo. Sofa hizo ungesto de despedida que los dems entendieron, retrocediendo hacia el vestbulo encondolido mutis. Si necesitan de algo..., dijo don Cosme. Si necesitan de algo...,corearon las monjas... La gran puerta qued cerrada por todos sus cerrojos. Cruzando elpatio donde, en medio de las malangas, tal columnas ajenas al resto de la arquitectura,se erguan los troncos de dos palmas cuyos penachos se confundan en la incipientenoche, Carlos y Sofa fueron hasta el cuarto contiguo a las caballerizas, acaso el mshmedo y oscuro de la casa: el nico, sin embargo, donde Esteban lograba dormir, aveces, una noche entera sin padecer sus crisis. Pero ahora estaba asido colgado delos ms altos barrotes de la ventana, espigado por el esfuerzo, crucificado de bruces,desnudo el torso, con todo el costillar marcado en relieves, sin ms ropa que un chalenrollado en la cintura. Su pecho exhalaba un silbido sordo, extraamente afinado en dosnotas simultneas, que a veces mora en una queja. Las manos buscaban en la reja un

    hierro ms alto del que prenderse, como si el cuerpo hubiese querido estirarse en sudelgadez surcada por venas moradas. Sofa, impotente ante un mal que desafiaba laspcimas y sinapismos, pas un pao mojado en agua fresca por la frente y las mejillasdel enfermo. Pronto sus dedos soltaron el hierro, resbalando a lo largo de los barrotes, y,llevado en un descendimiento de cruz por los hermanos, Esteban se desplom en unabutaca de mimbre, mirando con ojos dilatados, de retinas negras, ausentes a pesar de sufijeza. Sus uas estaban azules; su cuello desapareca entre hombros tan alzados quecasi se le cerraban sobre los odos. Con las rodillas apartadas en lo posible, los codosllevados adelante, pareca, en la cerosa textura de su anatoma, un asceta de pinturaprimitiva, entregado a alguna monstruosa mortificacin de su carne. Fue el malditoincienso, dijo Sofa, olfateando las ropas negras que Esteban haba dejado en una silla:Cuando vi que empezaba a ahogarse en la iglesia... Pero call, al recordar que elincienso cuyo humo no poda soportar el enfermo haba sido quemado en los solemnes

    funerales de quien fuera calificado de padre amantsimo, espejo de bondad, varnejemplar, en la oracin fnebre pronunciada por el Prroco Mayor. Esteban, ahora, habaechado los brazos por encima de una sbana enrollada a modo de soga, entre dosargollas fijas en las paredes. La tristeza de su vencimiento se haca ms cruel en mediode las cosas con que Sofa, desde la niez, haba tratado de distraerlo en sus crisis: lapastorcilla montada en caja de msica; la orquesta de monos, cuya cuerda estaba rota;el globo con aeronautas, que colgaba del techo y poda subirse o bajarse por medio deun cordel; el reloj que pona una rana a bailar en un estrado de bronce, y el teatro detteres, con su decorado de puerto mediterrneo, cuyos turcos, gendarmes, camareras ybarbones yacan revueltos en el escenario ste con la cabeza trastocada, el otro rapado

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    de peluca por las cucarachas, aqul sin brazos; el matachn vomitando arena de comejnpor los ojos y las narices. No volver al convento dijo Sofa, abriendo el regazo paradescansar la cabeza de Esteban, que se haba dejado caer en el suelo, blandamente,buscando el seguro frescor de las losas. Aqu es donde debo estar.

    IIMucho les haba afectado la muerte del padre, ciertamente. Y, sin embargo, cuando se

    vieron solos, a la luz del da, en el largo comedor de los bodegones embetunados faisanes y liebres entre uvas, lampreas con frascos de vino, un pastel tan tostado quedaban ganas de hincarle el diente hubieran podido confesarse que una casi deleitosasensacin de libertad los emperezaba en torno a una comida encargada al hotel cercanopor no haberse pensado en mandar gente al mercado. Remigio haba trado bandejascubiertas de paos, bajo los cuales aparecieron pargos almendrados, mazapanes,pichones a la crapaudine, cosas trufadas y confitadas, muy distintas de los potajes ycarnes mechadas que componan el ordinario de la mesa. Sofa haba bajado de bata,divertida en probarlo todo, en tanto que Esteban renaca al calor de una garnacha queCarlos proclamaba excelente. La casa, a la que siempre haba contemplado con ojos

    acostumbrados a su realidad, como algo a la vez familiar y ajeno, cobraba una singularimportancia, poblada de requerimientos, ahora que se saban responsables de suconservacin y permanencia. Era evidente que el padre tan metido en sus negocios quehasta sala los domingos, antes de misa, para cerrar tratos y hacerse de mercancas enlos barcos, madrugando a los compradores del lunes haba descuidado mucho lavivienda, tempranamente abandonada por una madre que haba sido vctima de la msfunesta epidemia de influenza padecida por la ciudad. Faltaban baldosas en el patio;estaban sucias las estatuas; demasiado entraban los lodos de la calle al recibidor; elmoblaje de los salones y aposentos, reducido a piezas desemparejadas, ms parecadestinado a cualquier almoneda que al adorno de una mansin decente. Haca muchosaos que no corra el agua por la fuente de los delfines mudos y faltaban cristales a lasmamparas interiores. Algunos cuadros, sin embargo, dignificaban los testerosensombrecidos por manchas de humedad, aunque con el revuelco de asuntos y escuelas

    debido al azar de un embargo que haba trado a la casa, sin eleccin posible, las piezasinvendidas de una coleccin puesta a subasta. Acaso lo quedado tuviese algn valor,fuese obra de maestros y no de copistas; pero era imposible determinarlo, en esta ciudadde comerciantes, por falta de peritos en tasar lo moderno o reconocer el gran estiloantiguo bajo las resquebrajaduras de una tela maltratada. Ms all de una Degollacin deInocentes que bien poda ser de un discpulo de Berruguete, y de un San Dionisio quebien poda ser de un imitador de Rivera, se abra el asoleado jardn con arlequinesenamorados que encantaba a Sofa, aunque Carlos estimara que los artistas decomienzos de este siglo hubiesen abusado de la figura del arlequn por el mero placer de jugar con los colores. Prefera unas escenas realistas, de siegas y vendimias,reconociendo, sin embargo, que varios cuadros sin asunto, colgados en el vestbulo olla, pipa, frutero, clarinete descansando junto a un papel de msica... no carecan deuna belleza debida a las meras virtudes de la factura. Esteban gustaba de lo imaginario,de lo fantstico, soando despierto ante pinturas de autores recientes, que mostraban

    criaturas, caballos espectrales, perspectivas imposibles un hombre rbol, con dedosque le retoaban; un hombre armario, con gavetas vacas salindole del vientre... Perosu cuadro predilecto era una gran tela, venida de Npoles, de autor desconocido que,contrariando todas las leyes de la plstica, era la apocalptica inmovilizacin de unacatstrofe. Explosin en una catedral se titulaba aquella visin de una columnataesparcindose en el aire a pedazos demorando un poco en perder la alineacin, enflotar para caer mejor antes de arrojar sus toneladas de piedra sobre gentesdespavoridas. (No s cmo pueden mirar eso, deca su prima, extraamentefascinada, en realidad, por el terremoto esttico, tumulto silencioso, ilustracin del fin de

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    los tiempos, puesto ah, al alcance de las manos, en terrible suspenso. Es para irmeacostumbrando, responda Esteban sin saber por qu, con la automtica insistencia quepuede llevarnos a repetir un juego de palabras que no tiene gracia, ni hace rer a nadie,durante aos, en las mismas circunstancias.) Al menos, el maestro francs de ms all,que haba plantado un monumento de su invencin en medio de una plaza desierta suerte de templo asitico-romano, con arcadas, obeliscos y penachos, pona una notade paz, de estabilidad, tras de la tragedia, antes de llegarse al comedor cuyo inventario

    se estableca en valores de bodegones y muebles importantes: dos armarios de vajilla,resistidos al comejn, de dimensiones abaciales; ocho sillas tapizadas y la gran mesa delcomedor, montada en columnas salomnicas. Pero, en cuanto a lo dems: Vejestoriosde rastro, sentenciaba Sofa, pensando en su estrecha cama de caoba, cuando siemprehaba soado con un lecho de dar vueltas y revueltas, donde dormir atravesada, ovillada,aspada, como se le antojara. El padre, fiel a hbitos heredados de sus abueloscampesinos, haba descansado siempre en una habitacin del primer piso, sobre uncamastro de lona con crucifijo en la cabecera, entre un arcn de nogal y una bacinillamexicana, de plata, que l mismo vaciaba al amanecer en el tragante de orines de lacaballeriza, con gesto amplio de sembrador augusto. Mis antepasados eran deExtremadura, deca, como si eso lo explicara todo, alardeando de una austeridad quenada saba de saraos ni de besamanos. Vestido de negro, como lo estaba siempre, desdela muerte de su esposa, lo haba trado don Cosme de la oficina, donde acababa de

    firmar un documento, derribado por una apopleja sobre la tinta fresca de su rbrica. Aunmuerto conservaba el rostro impasible y duro de quien no haca favores a nadie, nohabindolos solicitado nunca para s. Apenas si Sofa lo haba visto un domingo que otro,durante los ltimos aos, en almuerzos de cumplido familiar que la sacaban, por unashoras, del convento de las clarisas. Por lo que miraba a Carlos, concluidos sus primerosestudios se le haba tenido casi constantemente en viajes a la hacienda, con encargos dehacer talar, limpiar o sembrar, que bien hubiesen podido darse por escrito, ya que lastierras eran de poca extensin y estaban entregadas, principalmente, al cultivo de lacaa de azcar. He cabalgado ochenta leguas para traer doce coles, observaba eladolescente, cuando vaciaba sus alforjas, luego de otro viaje al campo. As se templanlos caracteres espartanos, responda el padre, tan dado a vincular Esparta con las coles,como explicaba las portentosas levitaciones de Simn el Mago a base de la atrevidahiptesis de que ste hubiese tenido algn conocimiento de la electricidad, aplazandosiempre el proyecto de hacerle estudiar leyes, por un instintivo miedo a las ideas nuevas

    y peligrosos entusiasmos polticos que solan propiciar los claustros universitarios. DeEsteban se preocupaba muy poco; aquel sobrino endeble, hurfano desde la niez, habacrecido con Sofa y Carlos como un hijo ms; de lo que hubiese para los otros, habrasiempre para l. Pero irritaban al comerciante los hombres faltos de salud y ms sipertenecan a su familia por lo mismo que nunca se enfermaba, trabajando de sol a soldurante el ao corrido. Se asomaba a veces al cuarto del doliente, frunciendo el ceo condisgusto cuando lo hallaba en padecimiento de crisis. Mascullaba algo acerca de lahumedad del lugar; de la gente que se empeaba en dormir en cuevas, como losantiguos celtberos, y despus de aorar la Roca Tarpeya se ofreca a regalar uvas recinrecibidas del Norte, evocaba las figuras de tullidos ilustres, y se marchaba encogindosede hombros rezongando condolencias, frases de aliento, anuncios de nuevosmedicamentos, excusas por no poder gastar ms tiempo en el cuidado de quienespermanecan confinados, por sus males, en las orillas de una vida creadora y progresista.

    Despus de haber demorado en el comedor probando de esto y de aquello con el mayordesorden, pasndose los higos antes que las sardinas, el mazapn con la oliva y lasobreasada, los pequeos como los llamaba el Albacea abrieron la puerta queconduca a la casa aledaa, donde se tena el comercio y el almacn, ahora cerrado portres das a causa del duelo. Tras de los escritorios y cajas fuertes, empezaban las callesabiertas entre montaas de sacos, toneles, fardos de todas procedencias. Al cabo de laCalle de la Harina, olorosa a tahonas de ultramar, vena la Calle de los Vinos deFuencarral, Valdepeas y Puente de la Reina, cuyas barricas goteaban el tinto por todaslas canillas, despidiendo alientos de bodega. La Calle de los Cordajes y Jarcias conducaal hediondo rincn de pescado curado, cuyas pencas sudaban la salmuera sobre el piso.

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    Regresando por la Calle de los Cueros de Venado, los adolescentes volvieron al Barrio delas Especias, con sus gavetas que pregonaban, de slo oleras, el jengibre, el laurel, losazafranes y la pimienta de la Veracruz. Los quesos manchegos se alineaban sobretablados paralelos, conduciendo al Patio de los Vinagres y Aceites en cuyo fondo, bajobvedas, se guardaban mercancas disparatadas: hatos de barajas, estuches de barbera,racimos de candados, quitasoles verdes y rojos, molinillos de cacao, con las mantasandinas tradas de Maracaibo, el desparramo de los palos de tintura y los libros de hojas

    para dorar y platear, que venan de Mxico. Ms ac estaban las tarimas dondedescansaban sacos de plumas de aves hinchados y blandos, como grandes edredonesde estamea, sobre los cuales se arroj Carlos de bruces, remedando gestos denadador. Una esfera armilar, cuyos crculos hizo girar Esteban con mano distrada, seergua como un smbolo del Comercio y la Navegacin en medio de aquel mundo decosas viajadas por tantos rumbos ocenicos todo dominado por el hedor del tasajo,tambin presente all, aunque menos molesto por estar almacenado en los trasfondos deledificio. Por la Calle de las Mieles regresaban los hermanos al rea de los escritorios.Cuntas porqueras! murmuraba Sofa, con el pauelo en las narices. Cuntasporqueras! Subido ahora sobre sacos de cebada, Carlos contemplaba el panorama bajotecho, pensando con miedo en el da en que tuviera que ponerse a vender todo aquello, ycomprar y revender, y negociar y regatear, ignorante de precios, sin saber distinguir ungrano de otro, obligado a remontarse a las fuentes a travs de millares de cartas,

    facturas, rdenes de pago, recibos, aforos, guardados en los cajones. Un olor a azufreapret la garganta de Esteban congestionndole los ojos y hacindole estornudar. Sofaestaba mareada por los efluvios del vino y del arencn. Sosteniendo al hermanoamenazado por una nueva crisis, regres rpidamente a la casa, donde ya la acechaba laSuperiora de las Clarisas con un libro de edificante lectura. Carlos volvi de ltimo,cargado con la esfera armilar, para instalarla en su cuarto. La monja hablabaquedamente de las mentiras del mundo y de los gozos del claustro, en la penumbra delsaln de ventanas cerradas, mientras los varones se distraan en mover Trpicos yElpticas en torno al globo terrqueo. Comenzaba una vida distinta, en el bochorno deaquella tarde que el sol haca particularmente calurosa, levantando ftidas evaporacionesde los charcos callejeros. Nuevamente reunidos por la cena, bajo las frutas y volaterasde los bodegones, los adolescentes hicieron proyectos. El Albacea les aconsejaba quepasaran sus lutos en la hacienda, mientras l se ocupara de poner en claro los asuntosdel difunto llevados de palabras, por costumbre, sin dejar constancia de algunos tratos

    que en su memoria guardaba. As, Carlos lo encontrara todo en orden a su regreso,cuando se resolviera a formalizarse en los rumbos del comercio. Pero Sofa record quelos intentos de llevar a Esteban al campo para respirar aire puro no haban servidosino para empeorar su estado. Donde menos padeca, en fin de cuentas, era en suhabitacin de bajo puntal, junto a las caballerizas... Se habl de viajes posibles: Mxico,con sus mil cpulas, les rutilaba en la otra orilla del Golfo. Pero los Estados Unidos, consu progreso arrollador, fascinaban a Carlos, que estaba muy interesado en conocer elpuerto de Nueva York, el Campo de Batalla de Lexington y las Cataratas del Nigara.Esteban soaba con Pars, sus exposiciones de pintura, sus cafs intelectuales, su vidaliteraria; quera seguir un curso en aquel Colegio de Francia donde enseaban lenguasorientales cuyo estudio si no muy til para ganar dinero deba ser apasionante paraquien aspirara, como l, a leer directamente, sobre los manuscritos, unos textos asiticosrecin descubiertos. Para Sofa quedaban las funciones de la Opera y del Teatro Francs,

    en cuyo vestbulo poda admirarse algo tan bello y famoso como el Voltaire de Houdon.En sus itinerantes imaginaciones, iban de las palomas de San Marcos al Derby de Epsom;de las funciones del Teatro Saddlers Wells a la visita del Louvre; de las librerasrenombradas a los circos famosos, pasendose por las ruinas de Palmira y Pompeya, loscaballitos etruscos y los vasos jaspeados exhibidos en el Greek Street, queriendo verlotodo, sin decidirse por nada secretamente atrados, los varones, por un mundo delicenciosas diversiones, apetecidas por sus sentidos, y que ya sabran encontrar yaprovechar cuando la joven anduviera de compras o visitando monumentos. Despus derezar, sin haberse tomado determinacin alguna, se abrazaron llorando, sintindose solos

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    en el Universo, hurfanos desamparados en una urbe indiferente y sin alma, ajena a todolo que fuese arte o poesa, entregada al negocio y a la fealdad. Agobiados por el calor ylos olores a tasajo, a cebollas, a caf, que les venan de la calle, subieron a la azotea,envueltos en sus batas, llevando mantas y almohadas sobre las que acabaron pordormirse, luego de hablar, con las caras puestas en el cielo, de planetas habitables yseguramente habitados donde la vida sera acaso mejor que la de esta Tierraperennemente entregada a la accin de la muerte.

    IIISintindose rondada por las monjas que la instaban tenazmente, pero sin prisa;

    suavemente, pero con reiteracin a que se hiciera una sierva del Seor, Sofareaccionaba ante sus propias dudas, extremndose en servir de madre de Esteban madre tan posesionada de su nuevo oficio que no vacilaba en desnudarlo y darle baosde esponja cuando era incapaz de hacerlo por s mismo. La enfermedad de quien habamirado siempre como un hermano la ayudaba en su instintiva resistencia a retirarse delmundo, erigiendo su presencia en una necesidad. En cuanto a Carlos, finga ignorar surobusta salud, aprovechando la menor tos para meterlo en cama y hacerle tragar unos

    ponches muy cargados que le ponan, de magnfico humor. Un da recorri lashabitaciones de la casa, pluma en mano y llevaba el tintero la mulata, detrs, como sialzara el Santsimo, haciendo un inventario de los trastos inservibles. Estableci unalaboriosa lista de cosas que se necesitaban para amoblar una vivienda decente y la pasal Albacea siempre empeado en oficiar de segundo padre para satisfacer cualquierdeseo de los hurfanos... En vsperas de las Navidades comenzaron a llegar cajas yembalajes que se metieron, segn iban apareciendo, en las estancias de la planta baja.Del Gran Saln a las cocheras era una invasin de cosas que se dejaban medioguardadas entre sus tablas, vestidas de paja y de virutas, en espera de un arreglo final.As, un pesado aparador, trado por seis cargadores negros, demoraba en el vestbulo,mientras un paravn de laca, arrimado a una pared, no acababa de salir de su envolturaclaveteada. Las tazas chinas permanecan en el serrn de su viaje, en tanto que los librosdestinados a constituir una biblioteca de ideas nuevas y nueva poesa, iban saliendo,

    docena aqu, docena all, apilndose segn se pudiera, sobre butacas y veladores, quean olan a barniz fresco. El tapiz del billar era pradera tendida entre la luna de un espejorococ y el severo perfil de un escritorio de marquetera inglesa. Una noche se oyerondisparos dentro de una caja: el arpa, que Sofa haba encargado a un factor napolitano,reventaba sus cuerdas tensas por la humedad del clima. Como los ratones del vecindariose dieron a anidar en todas partes, vinieron gatos que afilaban sus uas en los primoresde la ebanistera y deshilachaban los tapices habitados por unicornios, cacatas ylebreles. Pero el desorden lleg a su colmo cuando llegaron los artefactos de un Gabinetede Fsica, que Esteban haba encargado para sustituir sus autmatas y cajas de msicapor entretenimientos que instruyeran deleitando. Eran telescopios, balanzashidrostticas, trozos de mbar, brjulas, imanes, tornillos de Arqumedes, modelos decabrias, tubos comunicantes, botellas de Leyden, pndulos y balancines, machinas enminiatura, a los que el fabricante haba aadido, para suplir la carencia de ciertosobjetos, un estuche matemtico con lo ms adelantado en la materia. As, ciertas

    noches, los adolescentes se afanaban en armar los ms singulares aparatos, perdidos enlos pliegos de instrucciones, trastocando teoras, esperando el alba para comprobar lautilidad de un prisma maravillados al ver pintarse los colores del arco iris en una pared.Poco a poco se haban acostumbrado a vivir de noche, llevados a ello por Esteban, quedorma mejor durante el da y prefera velar hasta el amanecer, pues las horas de lamadrugada eran harto propicias al inicio de largas crisis, cuando lo sorprendanamodorrado. Rosaura, la mulata cocinera, aderezaba la mesa del almuerzo a las seis dela tarde, dejando una cena fra para la medianoche. De da en da se haba ido edificandoun laberinto de cajas dentro de la casa, donde cada cual tena su rincn, su piso, sunivel, para aislarse o reunirse en conversacin en torno a un libro o a un artefacto de

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    fsica que se haba puesto a funcionar, de pronto, de la manera ms inesperada. Habacomo una rampa, un camino alpestre, que sala del quicio del saln, pasando por sobreun armario recostado, para subir a las Tres Cajas de Vajilla, puestas una sobre otra,desde las cuales poda contemplarse el paisaje de abajo, antes de ascender, por riscososvericuetos de tablas rotas y listones parados a modo de cardos con algn clavoestirado como espina hasta la Gran Terraza, constituida por las Nueve Cajas deMuebles, que dejaban al expedicionario de nuca pegada a las vigas del techo. Qu

    hermosa vista!, gritaba Sofa, riendo y apretando sus faldas a las rodillas cuando a talescimas llegaba. Pero Carlos sostena que haba otros medios de alcanzarlas, msriesgosos, atacando el macizo de embalajes por la otra banda, y trepando con maasmontaesas, hasta asomarse al remate, de bruces, halando del cuerpo propio con noblesofoco de perro San Bernardo. En los caminos y mesetas, escondrijos y puentes, se dabacada cual a leer lo que le pareciera: peridicos de otros das, almanaques, guas deviajeros, o bien una Historia Natural, alguna tragedia clsica o una novela nueva, que serobaban a ratos, cuya accin transcurra en el ao 2240 cuando Esteban, subido en unacumbre, no remedaba impamente las monsergas de algn predicador conocido, glosandoun encendido versculo del Cantar de los Cantares para divertirse con el enojo de Sofa,que se tapaba los odos y clamaba que todos los hombres eran unos cochinos. Puesto enel patio, el reloj de sol se haba transformado en reloj de luna, marcando invertidashoras. La balanza hidrosttica serva para comprobar el peso de los gatos; el telescopio

    pequeo, sacado por el roto cristal de una luceta, permita ver cosas, en las casascercanas, que hacan rer equvocamente a Carlos, astrnomo solitario en lo alto de unarmario. La flauta nueva, por lo dems, haba salido de su estuche en una habitacintapizada de colchones, como celda de locos, para que los vecinos no se enteraran. All,sesgada la cara ante el atril, parado en medio de partituras cadas a la alfombra, el jovense entregaba a largos conciertos nocturnos que iban mejorando su sonido y su destreza,cuando no se dejaba llevar, por el antojo de tocar danzas rsticas en un pfano dereciente adquisicin. A menudo, enternecidos unos con otros, juraban los adolescentesque nunca se separaran. Sofa, a quien las monjas haban inculcado un temprano horrora la naturaleza del varn, se enojaba cuando Esteban, por broma y acaso para ponerlaa prueba, le hablaba de un matrimonio futuro, bendecido por una caterva de nios. Unmarido, trado a aquella casa, era considerado de antemano como una abominacin un atentado a la carne tenida por una propiedad sagrada, comn a todos, y que debapermanecer intacta. Juntos viajaran y juntos conoceran el vasto mundo. El Albacea se

    las entendera del mejor modo con las porqueras que tan mal olan tras de la paredmedianera. Se mostraba muy propicio, por lo dems, a sus proyectos de viaje,asegurndoles que a todas partes les seguiran cartas de crdito. Hay que ir a Madrid deca para ver la Casa de Correos y la cpula de San Francisco el Grande, que talesmaravillas de la arquitectura no se conocen por ac. En este siglo, la rapidez de losmedios de comunicacin haba abolido las distancias. De los jvenes dependa decidirse,cuando se llegara al trmino de las incontables misas pagadas por el eterno descanso delpadre a las que acudan Sofa y Carlos, cada domingo, sin haberse acostado todava,yendo a pie, por calles an desiertas, hasta la iglesia del Espritu Santo. Por lo pronto, nose resolvan a acabar de abrir las cajas y fardos, y colocar los muebles nuevos; la tarealos abrumaba de antemano, y ms a Esteban, a quien la enfermedad vedaba todoesfuerzo fsico. Adems, una madrugadora invasin de tapiceros, barnizadores y genteextraa hubiera roto con sus costumbres, ajenas a los horarios comunes. Levantbase

    temprano quien iniciara su jornada a las cinco de la tarde, para recibir a don Cosme, mspaternal y obsequioso que nunca en cuanto a hacer encargos, brindarse para conseguirlo que se quisiera, pagar lo que fuese. Los negocios del almacn andaban de maravillas,deca, y siempre se preocupaba por que Sofa tuviese el dinero sobrado para llevar eltren de la casa. La encomiaba por haber asumido responsabilidades maternas, velandopor los varones, y arrojaba, de paso, una leve pero certera saeta a las religiosas queinducen a las jvenes distinguidas a enclaustrarse para poner la mano sobre sus bienesy poda tenerse conciencia de ello sin dejar de ser un magnfico cristiano. El visitante semarchaba con una reverencia, asegurando que, por ahora, la presencia de Carlos era

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    innecesaria en el negocio, y regresaban los dems a sus posesiones y laberintos, dondetodo responda a la nomenclatura de un cdigo secreto. Tal montn de cajas en trance dederrumbarse era La Torre Inclinada; el cofre que haca de puente, puesto sobre dosarmarios, era El Paso de los Druidas. Quien hablara de Irlanda se refera al rincn delarpa; quien mencionaba el Carmelo designaba la garita, hecha con biombos a medioabrir, donde Sofa sola aislarse para leer escalofriantes novelas de misterio. CuandoEsteban echaba a andar sus aparatos de fsica, se deca que trabajaba el Gran Alberto.

    Todo era transfigurado por un juego perpetuo que estableca nuevas distanciis con elmundo exterior, dentro del arbitrario contrapunto de vidas que transcurran en tresplanos distintos: el plano terrestre, donde operaba Esteban, poco aficionado a lasascensiones a causa de su enfermedad, pero siempre envidioso de quien, como Carlos,poda saltar de caja en caja all en las cimas, se colgaba de los tirantes del alfarje ose meca en una hamaca veracruzana colgada de las vigas del cielo raso, en tanto queSofa llevaba su existencia en una zona intermedia, situada a unos diez palmos del suelo,con los tacones al nivel de las sienes de su primo, trasegando libros a distintosescondrijos que llamaba sus cubiles, donde poda repantigarse a gusto, desabrocharse,correrse las medias, recogindose las faldas hasta lo alto de los muslos cuando tenademasiado calor... Por lo dems, la cena del alba tena lugar, a la luz de candelabros, enun comedor invadido por los gatos, donde, por reaccin contra la tiesura siempreobservada en las comidas familiares, los adolescentes se portaban como brbaros,

    trinchando a cual peor, arrebatndose el buen pedazo, buscando orculos en loshuesecillos de las aves, disparndose patadas bajo la mesa, apagando las velas, derepente, para robar un pastel del plato de otro, desgalichados, sesgados, mal acodados.Quien estaba desganado coma haciendo solitarios o castillos de naipes; quien andaba demal talante, traa su novela. Cuando Sofa era vctima de una conjura de los varones parazaherirla en algo, se daba a largar palabrotas de arriero; pero en su boca la interjeccincanallesca cobraba una sorprendente castidad, despojndose de su sentido original parahacerse expresin de desafo desquite de tantas y tantas comidas conventuales,tomadas con los ojos fijos en el plato, despus de rezarse el Benedicite. Dndeaprendiste eso?, le preguntaban los otros, riendo. En el lupanar, contestaba ella, conla naturalidad de quien hubiese estado. Al fin, cansados de portarse mal, de atropellar laurbanidad, de hacer carambolas con nueces sobre el mantel manchado por una copaderramada, se daban las buenas noches al amanecer, llevando todava a sus cuartos unafruta, un puado de almendras, un vaso de vino, en un crepsculo invertido que se

    llenaba de pregones y maitines.

    IVSiempre sucede.

    GOYAGOYAGOYAGOYA....

    Transcurri el ao del luto y se entr en el ao del medio luto sin que los jvenes,cada vez ms apegados a sus nuevas costumbres, metidos en inacabables lecturas,descubriendo el universo a travs de los libros, cambiaran nada en sus vidas. Seguan enel mbito propio, olvidados de la ciudad, desatendidos del mundo, enterndosecasualmente de lo que ocurra en la poca por algn peridico extranjero que les llegaba

    con meses de retraso. Olindose la presencia de buenos partidos en la mansincerrada, algunas gentes de condicin haban tratado de acercrseles medianteinvitaciones diversas, aparentemente condolidas de que aquellos hurfanos vivieran tansolos; pero sus amistosas gestiones se topaban con fras evasivas. Tomaban el luto comosocorrido pretexto para permanecer al margen de todo compromiso u obligacin,ignorantes de una sociedad que, por sus provincianos prejuicios, pretenda someter lasexistencias a normas comunes, paseando a horas fijas por los mismos lugares,merendando en las mismas confiteras de moda, pasando las Navidades en los ingeniosde azcar, o en aquellas fincas de Artemisa, donde los ricos hacendados rivalizaban enparar estatuas mitolgicas a la orilla de las vegas de tabaco... Se sala de la estacin de

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    las lluvias, que haba llenado las calles de nuevos lodos, cuando una maana en el mediosueo de su incipiente noche, Carlos oy sonar reciamente la aldaba de la puertaprincipal. El hecho no le hubiera atrado la atencin, si, pocos momentos despus, nohubiesen llamado a la puerta cochera, y despus a todas las dems puertas de la casa,regresando la mano impaciente al punto de partida, para volver a atronar luego las otraspuertas por segunda y tercera vez. Era como si una persona empeada en entrar giraraen torno a la casa, buscando algn lugar por donde colarse y esa impresin de que

    giraba se haca tanto ms fuerte por cuanto las llamadas repercutan donde no habasalida a la calle, en ecos que corran por los rincones ms retirados. Por ser Sbado deGloria y da feriado, el almacn recurso de visitantes que deseaban informacinestaba cerrado. Remigio y Rosaura deban estar en la misa de Resurreccin o de comprasen el mercado, puesto que no respondan. Ya se cansar, pens Carlos, metiendo lacabeza en la almohada. Pero, al advertir que seguan los golpes, acab por echarse unabata encima, iracundo, y bajar al zagun. Se asom a la calle en lo justo para divisar aun hombre que doblaba la esquina ms prxima, con paso presuroso, llevando unenorme paraguas. En el suelo haba una tarjeta, deslizada bajo los batientes:

    VCTOR HUGUESNegociant

    aPort-au-Prince

    Despus de maldecir al personaje desconocido, Carlos volvi a acostarse, sin pensarms en l. Al despertar, sus ojos se toparon con la cartulina, extraamente teida deverde por un ltimo rayo de sol que atravesaba el verde cristal de una luceta. Y estabanlos pequeos reunidos entre las cajas y envoltorios del Saln, entregado el GranAlberto a sus trabajos de fsica, cuando la misma mano de la maana levant las aldabasde la casa. Seran acaso las diez de la noche, hora temprana para ellos, pero tarda paralos hbitos de la ciudad. Un miedo repentino se apoder de Sofa: No podemos recibiraqu a una persona extraa, dijo, reparando, por vez primera, en la singularidad decuanto haba venido a constituirse en el marco natural de su existencia. Adems, aceptar

    a un desconocido en el laberinto familiar hubiese sido algo como traicionar un secreto,entregar un arcano, disipar un sortilegio. No abras, por Dios!, implor a Carlos, queya se levantaba con enojada expresin. Pero era demasiado tarde: Remigio, sacado deun primer sueo por la aldaba de la puerta cochera, introduca al forastero, alzando uncandelabro. Era un hombre sin aos acaso tena treinta, acaso cuarenta, acaso muchosmenos, de rostro detenido en la inalterabilidad que comunican a todo semblante lossurcos prematuros marcados en la frente y las mejillas por la movilidad de una fisonomaadiestrada en pasar bruscamente y esto se vera desde las primeras palabras de unaextrema tensin a la pasividad irnica, de la risa irrefrenada a una expresin voluntariosay dura, que reflejaba un dominante afn de imponer pareceres y convicciones. Por lodems, su cutis muy curtido por el sol, el pelo peinado a la despeinada, segn la modanueva, completaban una saludable y recia estampa. Sus ropas cean demasiado untorso corpulento y dos brazos hinchados de msculos, bien llevados por slidas piernas,

    seguras en el andar. Si sus labios eran plebeyos y sensuales, los ojos, muy oscuros, lerelumbraban con imperiosa y casi altanera intensidad. El personaje tena empaquepropio, pero, de primer intento, lo mismo poda suscitar la simpata que la aversin.(Tales gaanes pens Sofa slo pueden golpear una casa cuando quieren entrar enella.) Despus de saludar con una engolada cortesa que mal poda hacer olvidar ladescortesa de sus insistentes y estrepitosas llamadas, el visitante comenz a hablarrpidamente, sin dejar espacio para una observacin, declarando que tena cartas para elpadre, de cuya inteligencia le haban dicho maravillas; que los tiempos eran de nuevostratos y nuevos intercambios; que los negociantes de aqu, con su derecho al libre

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    comercio, deban relacionarse con los de otras islas del Caribe; que traa el modestoregalo de unas botellas de vino, de una calidad ignorada en la plaza; que... Al recibir lanoticia, gritada por los tres, de que el padre estaba muerto y enterrado desde hacamucho tiempo, el forastero que se expresaba en una graciosa jerga, un tanto espaolay bastante francesa, entreverada de locuciones inglesas se detuvo con un Oh!condolido, tan decepcionado, tan atravesado en su impulso verbal, que los dems, sinreparar en que era vergonzoso rer en aquel instante, prorrumpieron en una carcajada.

    Todo haba sido tan rpido, tan inesperado, que el negociante de Port-au-Prince, cado endesconcierto, uni su risa a la de los dems. Un Por Dios! de Sofa, vuelta a larealidad, estir los rostros. Pero la tensin de nimo haba cado. El visitante pasabaadelante sin haber sido invitado a ello, y como sin sentir extraeza ante el cuadro dedesorden ofrecido por la casa, ni por el raro atuendo de Sofa que, por divertirse, sehaba puesto una camisa de Carlos cuyos faldones le llegaban a las rodillas. Dio uncapirotazo de experto a la porcelana de un jarrn, acarici la Botella de Leyden, alab lafactura de una brjula, hizo girar el tornillo de Arqumedes, mascullando algo acerca delas palancas que levantan el mundo, y empez a hablar de sus viajes, iniciados comogrumete en el puerto de Marsella, donde su padre y a mucha honra lo tena habasido maestro panadero. Los panaderos son muy tiles a la sociedad, coment Esteban,complacido ante un extranjero que, al pisar estas tierras, no alardeaba de alcurnia. Msvale empedrar caminos que hacer flores de porcelana, apunt el otro, con una cita

    clsica, antes de hablar de su nodriza martiniquea, negra, de las negras de verdad, quehaba sido como una anunciacin de sus rumbos futuros, pues, aunque soara en laadolescencia con los caminos del Asia, todos los barcos que lo aceptaban a bordo iban aparar a las Antillas o al Golfo de Mxico. Hablaba de las selvas de coral de las Bermudas;de la opulencia de Baltimore; del Mardi-Gras de la Nueva Orlens, comparable al dePars; de los aguardientes de berro y hierbabuena de la Veracruz, antes de descenderhasta el Golfo de Paria, pasando por la Isla de las Perlas y la remota Trinidad. Elevado apiloto, haba llegado hasta la lejana Paramaribo, ciudad que bien poda ser envidiada pormuchas que se daban nfulas y sealaba el suelo, ya que tena anchas avenidassembradas de naranjos y limoneros, en cuyos troncos se encajaban conchas de mar paramayor adorno. Dbanse magnficos bailes a bordo de los buques extranjeros anclados alpie del Fuerte Zelandia, y all las holandesas deca, con un guio dirigido a losvarones eran prdigas en hacer favores. Todos los vinos y licores del mundo secataban en aquella tornasolada colonia, cuyos festines eran servidos por negras

    enjoyadas de ajorcas y collares, vestidas con faldas de tela de Indias, y alguna blusaligera, casi transparente, ceida al pecho estremecido y duro y para aquietar a Sofa,que ya arrugaba el ceo ante la imagen, la dignific oportunamente con la cita de unverso francs alusivo a las esclavas persas que llevaban un parecido atuendo en elpalacio de Sardanpalo. Gracias, dijo la joven entre dientes, aunque reconociendo lahabilidad del quite. Por lo dems prosegua el otro, cambiando de latitud las Antillasconstituan un archipilago maravilloso, donde se encontraban las cosas ms raras:ncoras enormes abandonadas en playas solitarias; casas atadas a la roca por cadenasde hierro, para que los ciclones no las arrastraran hasta el mar; un vasto cementeriosefardita en Curazao; islas habitadas por mujeres que permanecan solas durante mesesy aos, mientras los hombres trabajaban en el Continente; galeones hundidos, rbolespetrificados, peces inimaginables; y, en la Barbados, la sepultura de un nieto deConstantino XI, ltimo emperador de Bizancio, cuyo fantasma se apareca, en las noches

    ventosas, a los caminantes solitarios... De pronto Sofa pregunt al, visitante, con granseriedad, si haba visto sirenas en los mares tropicales. Y, antes de que el forasterocontestara, la joven le mostr una pgina de Las delicias de Holanda, viejsimo librodonde se contaba que alguna vez despus de una tormenta que haba roto los diques deWest-Frise, apareci una mujer, marina, medio enterrada en el lodo. Llevada a Harlem,la vistieron y la ensearon a hilar. Pero vivi durante varios aos sin aprender el idioma,conservando siempre un instinto que la llevaba hacia el agua. Su llanto era como la quejade una persona moribunda... Nada desconcertado por la noticia, el visitante habl de unasirena hallada, aos antes, en el Maron. La haba descrito un Mayor Archicombie, militarmuy estimado, en un informe elevado a la Academia de Ciencias de Pars: Un mayor

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    ingls no puede equivocarse, aadi, con casi engorrosa seriedad. Carlos, advirtiendoque el visitante acababa de ganar algunos puntos en la estimacin de Sofa, hizo regresarla conversacin al tema de los viajes. Pero slo faltaba hablar de Basse-Terre, en laGuadalupe, con sus fuentes de aguas vivas y sus casas que evocaban las de Rochefort yLa Rochela no conocan los jvenes Rochefort ni La Rochela?. Eso debe ser unhorror dijo Sofa: Por fuerza nos detendremos unas horas en tales sitios cuandovayamos a Pars. Mejor hblenos de Pars, que usted, sin duda, conoce palmo a palmo.

    El forastero la mir de reojo y, sin responder, narr cmo haba ido de la Pointe--Pitre aSanto Domingo con el objeto de abrir un comercio, establecindose finalmente en Port-au-Prince, donde tena un prspero almacn: un almacn con muchas mercancas, pieles,salazones (Qu espanto!, exclam Sofa), barricas, especias ms o menos commele vtre, subray el francs arrojndose el pulgar por sobre el hombro, hacia la paredmedianera, con gesto que la joven consider como el colmo de la insolencia: Este no loatendemos nosotros, observ. No sera trabajo fcil ni descansado, replic el otro,pasando en seguida a contar que vena de Boston, centro de grandes negocios, magnficopara conseguir harina de trigo a mejor precio que el de Europa. Esperaba ahora un grancargamento, del que vendera una parte en la plaza, mandando el resto a Port-au-Prince.Carlos estaba por despedir cortsmente a aquel intruso que, despus del interesanteintroito autobiogrfico, derivaba hacia el odiado tema de las compra-ventas, cuando elotro, levantndose de la butaca como si en casa propia estuviera, fue hacia los libros

    amontonados en un rincn. Sacaba un tomo, manifestando enfticamente su contentocuando el nombre de su autor poda relacionarse con alguna teora avanzada en materiade poltica o religin: Veo que estn ustedes muy au courant, deca ablandando laresistencia de los dems. Pronto le mostraron las ediciones de sus autores predilectos, alas que palpaba el forastero con deferencia, oliendo el grano del papel y el becerro de lasencuadernaciones. Luego se acerc a los trastos del Gabinete de Fsica, procediendo aarmar un aparato cuyas piezas yacan, esparcidas, sobre varios muebles: Esto tambinsirve para la navegacin, dijo. Y como mucho era el calor, pidi permiso para ponerseen mangas de camisa, ante el asombro de los dems, desconcertados por verlo penetrarcon tal familiaridad en un mundo que, esta noche, les pareca tremendamente inslito alerguirse, junto al Paso de los Druidas o La Torre Inclinada, una presencia extraa.Sofa estaba por invitarlo a comer, pero la avergonzaba revelarle que en la casa sealmorzaba a medianoche con manjares propios del medioda, cuando el forastero,ajustando un cuadrante cuyo uso haba sido un misterio hasta entonces, hizo un guio

    hacia el comedor, donde la mesa estaba servida desde antes de su llegada. Traigo misvinos, dijo. Y buscando las botellas que al entrar haba dejado en un banco del patio, lascoloc aparatosamente sobre el mantel invitando a los dems a tomar asiento. Sofaestaba nuevamente escandalizada ante el desparpajo de aquel intruso que se otorgaba,en la casa, atribuciones de pater familias. Pero ya los varones probaban un mostoalsaciano con tales muestras de agrado que, pensando en el pobre Esteban habaestado muy enfermo ltimamente y mucho pareca divertirse con el visitante, adoptuna actitud de seora estirada y corts, pasando las bandejas a quien llamaba MonsieurJiug con silbado acento, Huuuuug enderezaba el otro, poniendo un circunflejo verbalen cada u para cortar bruscamente en la g, sin que Sofa enmendara lapronunciacin. Ms que enterada de cmo sonaba el apellido, se gozaba malignamenteen deformarlo cada vez ms en Tug, Juk, Uges, acabando por armartrabalenguas que terminaban en risas sobre las pastas y mazapanes de Semana Santa,

    trados por Rosaura, los cuales hicieron recordar a Esteban, de pronto, que se estaba enSbado de Gloria. Les cloches! Les cloches!, exclam el convidado con fuerza,sealando a lo alto, con un ndice irritado para significar que demasiado haban sonadolas esquilas y esquilones de la ciudad durante la maana. Fue luego por otra botella esta vez de Arbois que los mozos, algo achispados, acogieron con alborotosa alegra,haciendo el gesto de bendecirla. Vaciadas las copas, salieron al patio. Qu hayarriba?, pregunt monsieur Jiug, yendo hacia la ancha escalera. Y ya estaba en el otropiso, despus de escalar los peldaos a dobles trancos, asomado a la galera bajo tejado,entre cuyas columnas corra un barandal de madera. Como se atreva a entrar en mi

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    cuarto lo saco a patadas, murmur Sofa. Pero el desenfadado visitante se acerc a unaltima puerta, entornada, cuya hoja empuj levemente. Esto es como un desvn, dijoEsteban. Y era l quien entraba ahora, con la luz en alto, en un viejo saln que novisitaba desde haca aos. Varios bales, cajas, arcones y valijas de viaje estabanarrimados a las paredes, con una ordenacin que estableca un cmico contraste si sepensaba en el desorden que reinaba abajo. Al fondo, haba un armario de sacrista, cuyamadera llam la atencin de monsieur Jiug por el esplendor de sus nervaduras: Slido...

    Hermoso. Para que la solidez pudiera palparse, Sofa abri el mueble, mostrando elgrosor del batiente. Pero ahora estaba ms interesado el forastero por los trajes viejosque colgaban de una varilla metlica: ropas que haban pertenecido a miembros de lafamilia materna, edificadora de la casa; al acadmico, al prelado, al alfrez de navo, almagistrado; vestidos de abuelas, rasos desteidos, levitas austeras, encajes de baile,disfraces de un da: de pastora, de echadora de cartas, de princesa incaica, de damaantaona. Magnfico para representar personajes!, exclam Esteban. Y concertadosrepentinamente en una misma idea, empezaron a sacar aquellas polvorientas reliquias,en un gran revuelo de polillas, hacindolas resbalar, escaleras abajo, sobre el pasamanosde caoba encerada. Poco despus, en el Gran Saln transformado en teatro, alternandoen representar y adivinar, los cuatro se dieron, por turno, a interpretar papeles diversos:bastaba con trastocar las prendas, modificar sus formas con alfileres, admitir que unadormilona era un peplo romano o una tnica antigua, para caracterizar a un hroe de la

    historia o de la novela, con ayuda de alguna escarola transformada en corona de laurel,una pipa a modo de pistola, un bastn al cinto remedando la espada. Monsieur Jiug,evidentemente afecto a la antigedad, hizo de Mucio Scvola, de Cayo Graco, deDemstenes un Demstenes prestamente identificado cuando se le vio salir al patio enbusca de piedrecitas. Carlos, con flauta y tricornio de cartn, fue reconocido porFederico de Prusia, aunque mucho se empeara en demostrar que haba queridorepresentar al flautista Quantz. Esteban, con una rana de juguete trada de su cuarto,remed los experimentos de Galvani terminando ah su actuacin, porque el polvo delas ropas le haca estornudar peligrosamente. Sofa, barruntndose que monsieur Jiugera poco versado en cosas espaolas, se encarnizaba malignamente en hacer de Ins deCastro, Juana la Loca o la Ilustre Fregona, acabando por afearse en lo posible, torciendola cara, embobando la expresin, para animar un personaje inidentificable que resultser, en medio de las protestas de los dems, cualquier infanta de Borbn. Cuando elalba estuvo prxima, Carlos propuso la celebracin de una gran masacre. Colgando los

    trajes con delgados hilos de un alambre tendido entre los troncos de palmeras, luego deponerles grotescas caras de papel pintado, se dieron todos a derribarlos a pelotazos. Aldesbocaire!, gritaba Esteban, dando la voz de acometida. Y caan prelados, caancapitanes, caan damas de corte, caan pastores, en medio de risas que, lanzadas a loalto por la angostura del patio, podan orse en toda la calle... El da los sorprendi enaquello, insaciados de jugar, arrojando pisapapeles, cazuelas, macetas, tomos deenciclopedia, a los trajes que las pelotas no hubiesen podido derribar, entregados a lams alegre furia: Al desbocaire! gritaba Esteban. Al desbocaire!... Remigio, al fin,se vio requerido para sacar el coche y llevar al visitante al hotel cercano. El francs sedespidi con grandes protestas de afecto, prometiendo volver a la noche. Es todo unpersonaje, dijo Esteban. Pero ahora tenan los otros que vestirse de negro para ir a laiglesia del Espritu Santo, donde se deca otra misa por el eterno descanso del padre. Ysi no fusemos? propuso Carlos, bostezando: La misa se dir de todos modos. Ir

    yo sola, dijo Sofa, severamente. Pero al cabo de alguna vacilacin, buscando excusasen la inminencia de una indisposicin muy normal, corri las cortinas de su habitacin yse meti en la cama.

    VVctor como ya lo llamaban, vena todas las tardes a la casa, revelndose hbil en los

    ms inesperados menesteres. Una noche le daba por meter las manos en la artesa y

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    amasaba medias lunas que demostraban su dominio del arte de la panadera. Otrasveces liaba mirficas salsas, usando de los ingredientes menos aptos para combinarse.Transfiguraba una carne fra en plato moscovita, valindose del hinojo y la pimientamolida y aada vino hirviente y especias a cualquier condumio, bautizndolo connombres pomposos, inspirados en e recuerdo de cocineros ilustres. El descubrimiento delArte Seisena del Marqus de Villana, entre varios libros raros recibidos de Madrid,determin una semana de aderezos medievales, donde cualquier solomo haca figura de

    pieza de alta venatoria. Acababa de armar, por otra parte, los ms complicados aparatosdel Gabinete de Fsica ya funcionaban casi todos, ilustrando teoras, analizando elespectro, echando chispas de buen ver, disertando acerca de ellos en aquel pintorescocastellano adquirido en sus andanzas por el Golfo de Mxico y las islas del Caribe que seenriqueca de palabras y giros con cotidiana facilidad. A la vez, haca practicar lapronunciacin francesa a los jvenes, hacindoles leer una pgina de novela o, mejoran, alguna comedia repartida a varias voces, como en el teatro. Y muchas eran las risasde Sofa cuando Esteban, en un crepsculo que era amanecer para ella, declamaba, conun marcado acento meridional debido a su maestro, los versos de Le Joueur:

    Il est, parbleu, grand jour. Dj de leur ramaje.Les coqs ont eveill tout notre voisinage.

    Una noche de mal tiempo, Vctor fue invitado a quedarse en una de las habitaciones. Ycuando los dems se levantaron al siguiente atardecer, faltando poco para qu yaguardaran los gallos del vecindario las cabezas bajo el ala, se encontraron con unespectculo increble: despechugado, con la camisa rota, sudoroso como un negro deestiba, terminaba el francs de sacar lo que durante tantos meses hubiera permanecidomedio embalado en las cajas, ordenando a su antojo los muebles, tapiceras y jarrones,con la ayuda de Remigio. La primera impresin fue desconcertante y melanclica. Todauna escenografa de sueos se vena abajo. Pero, poco a poco, empezaron losadolescentes a gozarse con aquella inesperada transformacin, hallando ms anchos losespacios, ms claras las luces descubriendo la mullida hondura de una butaca, la finataracea de un aparador, los clidos matices del Coromandel. Sofa iba de una estanciaa otra, como en casa nueva, mirndose en espejos desconocidos que puestos frente porfrente multiplicaban sus imgenes hasta lejanas neblinosas. Y como ciertos rincones

    estaban afeados por la humedad, Vctor, subido en lo alto de una escalera de mano, dabapintura aqu y all, salpicndose las cejas y las mejillas. Posedos por un repentino furorde arreglarlo todo, los dems se arrojaron sobre lo que quedaba en las cajas,desenrollando alfombras, desplegando cortinas, sacando porcelanas del serrn, tirando alpatio cuanto hallaban roto y sintiendo, tal vez, no encontrar ms cosas rotas paraestrellarlas en la pared medianera. Hubo Cena de Gran Cubierto, aquella madrugada,en el comedor que fue imaginariamente situado en Viena, por aquello de que Sofa,desde haca algn tiempo, era aficionada a leer artculos que alababan los mrmoles,cristaleras y rocallas de la ciudad, musical como ninguna, puesta bajo la advocacin deSan Esteban, patrn de quien hubiese nacido un 26 de diciembre... Despus se dio unBaile de Embajadores frente a las lunas biseladas del saln, al sonido de la flauta deCarlos, a quien importaba poco, en tal excepcional celebracin, lo que pensaran losvecinos. Se sirvieron bandejas de un ponche con espumas espolvoreadas de canela,

    preparado por el Consejero del Trono, en tanto que Esteban, oficiando de Delfndisplicente y condecorado, observaba que todos bailaban a cual peor en aquella fiesta Vctor, porque se zarandeaba como marino en cubierta; Sofa, porque las monjas noenseaban a bailar; Carlos, porque girando al comps de su propia msica, pareca unautmata montado en su eje. Al desbocaire!, gritaba Esteban, bombardendoloscon avellanas y grajeas. Pero mal le fue al Delfn en sus chanzas, pues, de sbito, lossilbidos de su trquea sealaron el comienzo de una crisis. En minutos, su rostro fuearrugado, avejentado, por un rictus de sufrimiento. Ya se le hinchaban las venas delcuello y apartaba las rodillas a ms no poder, volviendo los codos adelante para

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    empinarse de hombros, reclamando un aire que no encontraba en la vastedad de lacasa... Habra que llevarlo adonde no hiciera tanto calor, dijo Vctor. (Sofa nuncahaba pensado en eso. Cuando el padre viva, tan austero como era, jams hubieratolerado que alguien saliese de la casa despus de la hora del rosario.) Tomando alasmtico en brazos, Vctor lo llev al coche, en tanto que Carlos descolgaba la collera ylos arreos del caballo. Y por primera vez se vio Sofa fuera, entre mansiones que la nocheacreca en honduras, altura de columnas, anchura de tejados cuyas esquinas empinaban

    el alero sobre rejas rematadas por una lira, una sirena, o cabezas cabrunas silueteadaspor el hierro en algn blasn lleno de llaves, leones y veneras de Santiago.Desembocaron en la Alameda, donde algunos faroles quedaban encendidos.Extraamente desierta luca, con sus comercios cerrados, sus arcadas en sombras, lafuente muda y los fanales de las naves mecidas en las copas de los mstiles, que, conapretazn de selva, se alzaban tras del malecn. Sobre el rumor del agua mansa, rotapor el pilotaje de los muelles, trashumaba un olor de pescado, aceites y podredumbresmarinas. Son un reloj de cuclillo en alguna casa dormida y cant la hora el sereno,dando el cielo, en su pregn, por claro y despejado. Al cabo de tres vueltas lentas,Esteban hizo un gesto que expresaba su deseo de ir ms lejos. Enfilse el coche hacia elAstillero, donde los barcos en construccin, elevando el costillar en las cuadernas,remedaban enormes fsiles. Por ah no, dijo Sofa, viendo que ya se estaba ms allde los diques y que atrs quedaban las osamentas de buques, en todo esto que se iba

    poblando de gente con feas cataduras. Vctor, sin hacer caso, castig levemente lasancas del caballo con el fuete. Cerca haba luces. Y al doblar una esquina se vieron enuna calle alborotada de marineros donde varias casas de baile, con ventanas abiertas,rebosaban de msicas y de risas. Al comps de tambores, flautas y violines, bailaban lasparejas con un desaforo que encendi las mejillas de Sofa, escandalizada, muda, perosin poder desprender la vista de aquella turbamulta entre paredes, dominada por la vozcida de los clarinetes. Haba mulatas que arremolinaban las caderas, presentndose degrupa a quien las segua, para huir prestamente del desgajado ademn cien vecesprovocado. En un tablado, una negra de faldas levantadas sobre los muslos, taconeaba elritmo de una guaracha que siempre volva al intencionado estribillo de Cundo, mi vida,cundo?Mostraba una mujer los pechos por el pago de una copa, junto a otra, tumbadaen una mesa, que arrojaba los zapatos al techo, sacando los muslos del refajo.

    Iban hombres de todas razas y colores hacia el fondo de las tabernas, con alguna

    mano calada en masa de nalgas. Vctor, que sorteaba los borrachos con habilidad decochero, pareca gozarse de aquel innoble barullo, identificando a los norteamericanospor el modo de tambalearse, a los ingleses por sus canciones, a los espaoles porquecargaban el tinto en botas y porrones. En la entrada de un barracn, varias rameras seprendan de los transentes, dejndose palpar, enlazar, sopesar; una de ellas, derribadaen un camastro por el peso de un coloso barbinegro, no haba tenido el tiempo, siquiera,de cerrar la puerta. Otra desnudaba a un flaco grumete demasiado ebrio paraentendrselas con su ropa. Sofa estaba a punto de gritar de asco, de indignacin, peroms an por Carlos y por Esteban que por ella misma. Aquel mundo le era tan ajeno quelo miraba como una visin infernal, sin relacin con los mundos conocidos. Nada tenaque ver con las promiscuidades de aquel atracadero de gente sin fe ni ley. Pero adverta,en la expresin de los varones, algo turbio, raro, expectante por no decir aquiescenteque la exasperaba. Era como si eso no les repugnara tan profundamente como a ella;

    como si hubiese entre sus sentidos y aquellos cuerpos ajenos a los del universo normalun asomo de entendimiento. Imagin a Esteban, a Carlos, en aquel baile, en aquellacasa, revolcados en los catres, confundiendo sus limpios sudores con las densasexudaciones de aquellas hembras... Parndose en el coche, arranc el fuete a Vctor ydescarg tal latigazo hacia delante, que el caballo ech a galopar en un salto, derribandolas pailas de una mondonguera con la barra del tiro. Derramronse el aceite hirviente, lapescadilla, los bollos y empanadas, levantando los aullidos de un perro escaldado que serevolcaba en el polvo, acabando de desollarse con vidrios rotos y espinas de pargo. Untumulto cundi en toda la calle. Y eran varias negras las que ahora corran detrs de ellosen la noche, armadas de palos, cuchillos y botellas vacas, arrojando piedras que

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    rebotaban en los techos, arrastrando pedazos de tejas al caer de los aleros. Y fueronluego tales insultos, al ver alejarse el coche, que casi movan a risa por exhaustivos, porinsuperables, en la blasfemia y lo procaz. Las cosas que tiene que or una seorita,dijo Carlos, cuando regresaron a la Alameda por un rodeo. Al llegar a la casa, Sofadesapareci en sus sombras, sin dar las buenas noches.

    Vctor se present, como de costumbre, al atardecer. Despus de un alivio

    momentneo, la crisis de Esteban haba ido en ascenso durante todo el da, alcanzandotales paroxismos que se pensaba ya en llamar a un mdico resolucin de excepcionalgravedad en la casa, ya que el enfermo, escarmentado por numerosas experiencias,saba que las recetas de botica, cuando eran de algn efecto, slo empeoraban suestado. Colgado de su reja, de cara al patio, el adolescente, en su desesperacin, sehaba despojado de toda ropa. Con las costillas, las clavculas, sacadas en tales relievesque pareca tenerlas fuera de la piel, su cuerpo haca pensar en ciertos yacentes desepulcros espaoles, vaciados de entraas, reducidos al cuero tenso sobre una armaznde huesos. Vencido en la lucha por respirar, Esteban se dej caer sobre el piso, adosadoa una pared, de cara morada, las uas casi negras, mirando a los dems con ojosmoribundos. El pulso desbocado le daba embates por las venas. Su persona estabauntada de una pasta cerosa, en tanto que la lengua, sin hallar saliva, presionaba unosdientes que empezaban a bambolearse sobre encas blancas... Hay que hacer algo! grit Sofa. Hay que hacer algo...! Vctor, despus de algunos minutos de aparenteindiferencia, como movido por una difcil decisin, pidi el coche, anunciando que iba porAlguien que poda valerse de poderes extraordinarios para vencer la enfermedad. Volvial cabo de media hora, en compaa de un mestizo de recia catadura, vestido conmarcada elegancia, a quien present como el Doctor Og, mdico notable y distinguidofilntropo, conocido por l en Port-au-Prince. Sofa se inclin levemente ante el recinllegado, sin darle la mano. Bien poda presumir de la relativa claridad de su tez: eracomo una piel postiza, adherida a un semblante de los de anchas narices y pelomacizamente ensortijado. Quien fuera negro, quien tuviese de negro, era, para ella,sinnimo de sirviente, estibador, cochero o msico ambulante aunque Vctor, advertidoel gesto displicente, explicara que Og, vstago de una acomodada familia de Saint-Domingue, haba estudiado en Pars y tena ttulos que acreditaban su sapiencia. Locierto era que su vocabulario era rebuscadamente escogido usando de giros aejos,desusados, cuando hablaba el francs; haciendo un excesivo distingo entre las ees y

    las zetas, cuando hablaba el castellano, y que sus modales denotaban una constantevigilancia de la propia urbanidad. Pero... es un negro!, cuchiche Sofa, conpercutiente aliento, al odo de Vctor. Todos los hombres nacieron iguales, respondi elotro, apartndola con un leve empelln. El concepto acreci su resistencia. Si bien ellaadmita la idea como especulacin humanitaria, no se resolva a aceptar que un negropudiese ser mdico de confianza, ni que se entregara la carne de un pariente a unindividuo de color quebrado. Nadie encomendara a un negro la edificacin de un palacio,la defensa de un reo, la direccin de una controversia teolgica o el gobierno de un pas.Pero Esteban, estertorando, llamaba con tal desesperacin que fueron todos a su cuarto.Dejen trabajar al mdico dijo Vctor, perentoriamente. Hay que acabar como seacon esta crisis. El mestizo, sin mirar al enfermo, sin reconocerlo ni tocarlo, permanecainmvil, olfateando el aire de modo singular. No sera la primera vez que ocurre, dijoal cabo de un rato. Y alzaba los ojos hacia un pequeo ojo de buey abierto en la espesura

    de la pared, arriba, entre dos de las vigas que sostenan el techo. Pregunt lo que habradetrs del muro. Carlos record que ah exista un angosto traspatio, muy hmedo, llenode muebles rotos y trastos inservibles, pasillo descubierto, separado de la calle por unaestrecha verja cubierta de enredaderas, por el que nadie pasaba desde haca muchosaos. El mdico insisti en ser llevado all. Despus de dar un rodeo por el cuarto deRemigio, que estaba fuera en busca de alguna pcima, abrieron una puerta chirriante,pintada de azul. Loque pudo verse entonces fue muy sorprendente: sobre dos largoscanteros paralelos crecan perejiles y retamas, ortiguillas, sensitivas y hierbas de trazasilvestre, en torno a varias matas de reseda, esplendorosamente florecidas. Como

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    expuesto en altar, un busto de Scrates que Sofa recordaba haber visto alguna vez en eldespacho de su padre, cuando nia, estaba colocado en un nicho, rodeado de extraasofrendas, semejantes a las que ciertas gentes hechiceras usaban en sus ensalmos: jcaras llenas de granos de maz, piedras de azufre, caracoles, limaduras de hierro.Cest-a, dijo Og, contemplando el minsculo jardn, como si mucho significara paral. Y, movido por un repentino impulso, comenz a arrancar de raz las matas de reseday a amontonarlas entre los canteros. Fue luego a la cocina y, trayendo una paletada de

    carbones encendidos, prendi una hoguera a la que arroj todas las vegetaciones quecrecan en el angosto traspatio. Es probable que hayamos dado con la razn del mal,dijo, entregndose a una explicacin que Sofa hall semejante, en todo, a un curso denigromancia. Segn l, ciertas enfermedades estaban misteriosamente relacionadas conel crecimiento de una yerba, planta o rbol en un lugar cercano. Cada ser humano tenaun doble en alguna criatura vegetal. Y haba casos en que ese doble, para su propiodesarrollo, robaba energas al hombre que a l viva ligado, condenndole a laenfermedad cuando floreca o daba semillas. Ne souriez pas, Mademoiselle. l habapodido comprobarlo muchas veces en Saint-Domingue, donde el asma aquejaba a niosy adolescentes, y los mataba por ahogo o anemia. Pero bastaba a veces con quemar lavegetacin que rodeaba al doliente bien en la casa, bien en los alrededores paraobservar sorprendentes curaciones... Brujeras dijo Sofa: tena que ser. En estoapareci Remigio, bruscamente alterado al ver lo que pasaba. Violento, irrespetuoso, tir

    su sombrero al suelo, clamando que haban quemado sus plantas; que las cultivabadesde haca muchsimo tiempo para venderlas al mercado, porque eran de medicina; quele haban destruido el caisimn, aclimatado con enorme trabajo, que serva para curartodo lo que daaba las entrepiernas del hombre, cuando la aplicacin de sus hojas seacompaaba de la oracin a San Hermenegildo, torturado en sus partes por el Sultn delos Sarracenos; que con lo hecho se haba ofendido gravemente al seor de los bosques,aquel cuyo retrato con las barbas ralas que lo caracterizaban y sealaban hacia elbusto de Scrates santificaba aquel lugar que nadie, en la casa, haba utilizado nuncapara nada. Y, echndose a llorar, termin gimiendo que si el caballero se hubiese fiadoun poco ms de sus yerbas bien se las haba ofrecido, viendo que iba por mal camino,con esa ltima mana suya de meter mujeres en la casa, cuando Carlos estaba en lafinca, Sofa en el convento, y el otro demasiado enfermo para darse cuenta de nada nohubiera muerto como haba muerto, encaramado sobre una hembra, seguramente pordemasiado alardear de arrestos negados a su vejez. Maana te largas de aqu!, grit

    Sofa, cortando en seco con la odiosa escena, abrumada, asqueada, incapaz deentendrselas todava con lo que resultaba una ensordecedora revelacin... Regresaronal cuarto de Esteban, deplorando Carlos que no haba medido an las implicaciones delo dicho por Remigio el tiempo que se haba perdido en intiles aspavientos. Pero algoasombroso ocurra al enfermo: de largos y agudos, los silbidos que le llenaban lagarganta pasaban a ser intermitentes, cortndose a veces durante unos segundos. Eracomo si Esteban fuese tragando cada toma de aire a sorbos cortos, y con ese alivio levolvan las costillas y clavculas a su lugar, debajo y no por encima del propio contorno.As como hay hombres que mueren devorados por el Framboyn o por el Cardo delViernes Santo dijo Og, ste era matado lentamente por las flores amarillas que sealimentaban de su materia. Y ahora, sentado ante el enfermo, apretndole las rodillasentre las suyas, le miraba a los ojos con imperiosa fijeza, mientras sus manos, llevandoun ondulante movimiento de dedos, parecan descargarle un fluido invisible sobre las

    sienes. Un estupefacto agradecimiento se pintaba en la cara del paciente, caradescongestionada, que iba empalideciendo por zonas, quedndole aqu, all, el anormalrelieve de una vena azul. Cambiando de mtodos, el mdico Og le frotaba circularmenteel arco de los ojos con la yema de los pulgares, en un movimiento paralelo de las manos.De pronto las detuvo, atrayndolas a s, cerrando los dedos, dejndolas suspendidas a laaltura de sus propias mejillas, como si de tal modo hubiese de concluirse una accinritual. Esteban se dej caer, de costado, en la otomana de mimbre, vencido por un soporrepentino, sudando por todos los poros. Sofa cubri su cuerpo desnudo con una manta.Una tisana de ipeca y hojas de rnica cuando despierte, dijo el curandero, yendo acuidar de la compostura de su traje ante un espejo donde hall la interrogante mirada de

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    Sofa, que lo segua con los ojos. Mucho de mago, de charlatn, haba en sus teatralesgesticulaciones. Pero con ello se haba logrado un milagro. Mi amigo explicaba Vctor aCarlos, mientras descorchaba una botella de vino de Portugal pertenece a la Sociedadde Armona del Cap Franais. Es una asociacin musical?, pregunt Sofa. Og yVctor se miraron, concertndose en una carcajada. La joven, enojada por aquellahilaridad inexplicable, volvi a la habitacin de Esteban. El enfermo dorma pesadamente,con una respiracin normal, en tanto que sus uas recobraban algn color. Vctor la

    esperaba en la entrada del saln: Los honorarios del negro, dijo en voz baja. Sofa,avergonzada del olvido, se apresur a traer de su habitacin un sobre que tendi almdico. Oh!, jamis de la vie!, exclam el mestizo, rechazando la ddiva con airadogesto, dndose a hablar de la medicina moderna, muy llevada a admitir, desde hacaalgunos aos, que ciertas fuerzas, an mal estudiadas, podan actuar sobre la salud delhombre. Sofa dirigi una iracunda mirada a Vctor. Pero la mirada cay en el vaco: elfrancs tena los ojos puestos en Rosaura, la mulata, que cruzaba el patio contoneando lagrupa bajo un claro vestido azul floreado. Qu interesante!, murmur la joven, comoatendiendo al discurso de Og. Plat-il?, pregunt el otro... Una hoja de palmera cayen medio del patio con ruido de cortina desgarrada. El viento traa olor de mar, de unmar tan cercano que pareca derramarse en todas las calles de la ciudad. Este aotendremos cicln, dijo Carlos, tratando, a la vista de un termmetro del Gran Alberto,de reducir grados Farenheit a Raumur. Reinaba un latente malestar. Las palabras

    estaban divorciadas de los pensamientos. Cada cual hablaba por boca que no leperteneca, aunque sonara sobre el mentn de la propia cara. Ni a Carlos le interesaba eltermmetro del Gran Alberto; ni Og se senta escuchado; ni Sofa lograba aliviarse delntimo resquemor de una irritacin que se volva contra Remigio torpe revelador dealgo que ella sospechaba desde haca tiempo, hacindola despreciar la miserablecondicin masculina, incapaz de llevar la digna y quieta unicidad de la soltera o de laviudez. Y esa irritacin contra el servidor indiscreto se le acreca al advertir que laspalabras del negro le daban una razn para confesarse que nunca haba amado a supadre, cuyos besos olientes a regaliz y a tabaco, desganadamente largados a su frente ya sus mejillas cuando se le devolva al convento despus de tediosos almuerzosdominicales, le haban sido odiosos desde los das de la pubertad.

    VISofa sentase ajena, sacada de s misma, como situada en el umbral de una poca de

    transformaciones. Ciertas tardes tena la impresin de que la luz, ms llevada hacia estoque hacia aquello, daba una nueva personalidad a las cosas. Sala un Cristo de lassombras para mirarla con ojos tristes. Un objeto, hasta entonces inadvertido, pregonabala delicada calidad de su artesana. Dibujbase un velero en la madera veteada de esacmoda. Tal cuadro hablaba otro idioma, con esa figura que, repentinamente, parecacomo restaurada; con esos arlequines menos metidos en el follaje de sus parques, entanto que las columnas rotas, disparadas siempre suspendidas en el espacio, sinembargo de la Explosin en una catedralse le hacan exasperantes por su movimientodetenido, su perpetua cada sin caer. De Pars le llegaban libros muy codiciados unosmeses antes, impacientemente pedidos por catlogo, pero que ahora quedaban medio

    empaquetados en un entrepao de la biblioteca. Iba de una cosa a otra, dejando la tareatil por el empeo de reparar lo inservible, pegando trozos de jarrones rotos, sembrandoplantas que no se daban en el trpico, divertida por un tratado de botnica antes deasomarse al aburrimiento de una lectura llena de Patroclos yEneas, abandonados parabucear en un bal de retazos; incapaz de persistir en algo, de llegar al cabo de unremiendo, de una cuenta domstica, o de la traduccin innecesaria por lo dems deuna Oda a la noche del ingls Collins... Esteban tampoco era el mismo; muchos cambiosse operaban en su carcter y comportamiento desde la noche de su portentosa curacinporque el hecho era que, desde la destruccin del ignorado jardn de Remigio, la

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    Alejo Carpentier 19El siglo de las luces

    enfermedad no haba vuelto a agredirlo. Perdido el temor a las crisis nocturnas, era elprimero en salir de la casa, adelantando cada da la hora de sus despertares. Comacuando le vena en ganas, sin esperar por los dems. Una voracidad de cada instante desquite de tantas dietas impuestas por los mdicos lo llevaba a la cocina, a meter lamano en las ollas, a agarrar el primer hojaldre sacado del horno, a devorar la fruta recintrada del mercado. Cansado de las garapias y horchatas asociadas al recuerdo de suspadecimientos, apagaba su sed, a cualquier hora, con grandes vasos de tintazo cuyos

    colores se le suban a la cara. Se mostraba insaciable en la mesa, sobre todo cuandoalmorzaba solo, al medioda, despechugado, arremangada la camisa, calzado conpantuflas rabes, y atacaba una bandeja de mariscos, cascanueces en mano, con talmpetu que los trozos de carapachos salan disparados a las paredes. A modo de bata,usaba sobre el cuerpo desnudo, asomando las velludas piernas debajo del amaranto, untraje de obispo, sacado del armario de las ropas familiares, cuyo raso le eradeleitosamente fresco, debajo del rosario que se cea a modo de cinturn. Y aquelobispo estaba en perpetuo movimiento, jugando a los bolos en la galera del patio,deslizndose por el pasamanos de la escalera, colgndose de los barandales, oafanndose en hacer sonar el carilln de un reloj que llevaba veinte aos en silencio.Sofa que tantas veces lo haba baado durante sus crisis, sin reparar en las sombrasmullidas que iban ennegreciendo su anatoma, cuidaba ahora, por un crecientesentimiento de pudor, de no asomarse a la azotea cuando saba que el mozo se baaba

    all al aire libre, secndose luego al sol, acostado en el piso de ladrillos, sin cuidarsiquiera de atravesarse una toalla de cadera a cadera. Se nos est haciendo hombre,deca Carlos, regocijado. Hombre de verdad, coreaba Sofa sabiendo que, desde hacapocos das, se rasuraba el bozo adolescente con una navaja barbera. Remontando laescala del tiempo, Esteban haba vuelto a dar un sentido cabal a las horas trastocadaspor los hbitos de la casa. Se levantaba cada vez ms temprano, llegando a compartir elmaanero caf de la servidumbre. Sofa lo consideraba con asombro, asustndose delnuevo personaje que iba creciendo en aquel ser todava doliente y lastimoso pocassemanas atrs y que hallaba ahora, en el aire cabalmente aspirado y devuelto, curado deflemas y congestiones, una energa que mal llevaban an